El Caso de Lazaro
El Caso de Lazaro
El Caso de Lazaro
A modo de introducción
No sabemos quién escribió el Lazarillo de Tormes, pese a los numerosos investi-
gadores que han rastreado las huellas de su hipotético autor \ lo que dificulta aún
más la interpretación de un texto ya de por sí suficientemente complejo y enmarañado.
Sólo arriesgando mucho, podemos entrever algunos trazos supuestos del perfil de su
autor, sin seguridad alguna, claro está, a partir de lo que el texto permite inducir. Debía
de ser toledano, o vivir en Toledo, por la familiaridad que muestra con la ciudad y
con diferentes lugares dd reino de Toledo, como Almorox, Escalona, Maqueda, Torrijos
y La Sagra. Posiblemente, clérigo, a juzgar por las referencias constantes a la liturgia
católica, que demuestran una considerable familiaridad con ella. También, seguramente,
un humanista, un intelectual culto y erudito, a veces cercano al erasmismo, por el sentick)
reformista de sus críticas anticlericales y por la dudosa ejemplaridad de subir «siendo
bajo» que ostenta el héroe, como otro Tulio en versión burlesca. Probablemente, fuera
además de or^en converso> a causa de su visión crítica de la honra hereditaria y del
interés por el problema morisco que muestra la ascendencia de Lázaro ^. Nada sería
de extrañar, en fin, que fuera un canónigo de la catedral toledana, quizá profesor de
la Universidad de Alcalá de Henares, como algunos de ellos, tal vez miembro del círculo
' BATAÜÍON, M . , se lo atribuyó a Fray Juan de Ortega —Novedad y fecundidad del «Lazarillo de Tormes»,
Anaya, Salamanca, 1968—; GONZÁLEZ PAÍENCIA, A., y MELÉ, E . , a don Diego Hurtado de Mendo2a —Vida
y obras de don Biegp Hurtado de Mendoza, m , Madrid, 1943, pp. 206-222—; MÁRQUEZ VILLANUEVA, F . , a
Sebastián de Horozco —Espiritualidad y literatura en el siglo xv¡. Alfaguara, Madrid, 1968, pp. 67-137—;
RiCAPnt), ]., a Alfonso de Valdés —ed. del Lazarillo, Cátedra, Madrid, 1976—; ASENSIO, M . J., a su hermano
Juan de Valdés —«La intención religiosa del Lazarillo de Tormes y Juan de Valdés», HR, XXVHI, 1959,
pp. 78-102—; MARASSO, A . , pensó en Pedro Rúa —Estudios de literatura castellana, Buenos Aires, 1955,
pp. 157-186—> y RuMEAU, A , en Hernán Núftez —Le «Lazarillo de Tormes». Essai d'interpretatio, essai d'at-
tribution, París, 1964—, por no mencionar más.
^ CLAUDIO GUILLEN, «LOS silencios de Lázaro de Tormes», en El primer Siglo de Oro, Barcelona, 1988,
pp. 98 y ss.
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Antonio Rey Hazas
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EL «CASO» DE LÁZARO DETORMES.TODO PROBLEMAS
distanciándola, dándole la apariencia de ser a ^ del pasado, una historia ya vieja, para
que no pareciera, como era, presente y viva. Además de, s^uramente, dar tiempo a
la formación plausible de Lázaro como escritor capaz de alcanzar la g}oría artística que
cimentara su ascenso biográfico. Aunque esto último, como dice Qaudio Guillen, forma
parte de los «silencios» de Lázaro.
Sea como fuere, lo cierto es que la obra se hace eco de una polémica habida entre
fray Domingo de Soto y fray Juan de Robles hacia 1545, en tomo a la reforma de
la mendicidad promovida cinco años antes, como estudió F. Márquez Villanueva *. Más
aún, el Lazarillo es obligadamente posterior a 1546, año en que el ayuntamiento de
Toledo promulgó una ordenanza que obligaba a salir de la ciudad a todos los pobres
foráneos que vivieran en ella, como registra nuestra obra y verificó A. Redondo ^ De
modo que la novela se escribió muy poco tiempo antes de su publicación, hacia
1550-1551, porque es seguro que hubo vin original impreso y alguna que otra edición,
anteriores a las que conservamos, a juzgar por el reciente descubrimiento del texto
impreso en Medina del Canqx).
Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, paredcteie
no tomalle por el medio sino del principio, porque se tenga entera noticia de nú persona.
•* Alt. dt.
' «Paupetismo y maidickiad en Toledo en época del Lazarillo», en Hommag^ des hispamsies franqaa
a Noel Salomón, BaicdiMia, 1979, M>. 703-724.
*" Sobre estas cuestiones, vid. RoDRteUEZ, J. C , La literatura del pobre. Granada, 1994.
' IFE, B. W., Lectura yficciónen elSiifo de Oro, Barcefena, 1992, pp. 49 y ss.
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Antonio Rey Hazas
y también potque conskleten los que heredaron nobles estados cuan poco se les debe,
pues Fortuna fue ccm ellos pardal, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria,
ccHi fuerza y maña remando, salieron a buen puerto ^.
Esto nos plantea tres preguntas: ¿qué es el caso?, ¿quién es Vuestra Merced? y
¿cómo entiende Lázaro la solicitud?
Dedaramos que ninguna mujer casada pueda decirse manceba de clérigo, fraile ni
casado, salvo seyendo sdtera, y tenida por el clérigo por manceba pública; y que la tal
mujer casada no pueda ser demandada en juicio ni fiíera de él, salvo sí su marido la
quisia% acusar —reza la Pragmática de Sevilla, 1491—. Y porque se dice que algunos
casados consientoi y dan lugar que sus mujeres estén publicamente en aquel pecado con
clérigos, mandamos a las nuestras Justicias que [...] ejecuten en ellos las penas en que
hallaren que s^ún Derecho han incurrido '.
Por tanto, los maridos cartujos, como Lázaro de Tormes, tampoco estaban a salvo
de una ley que perseguía sobre todo a las mancebas de clérigo, con independencia
de que ellos las acusaran o no, pues la Pragmática de 1503 prescinde de tal exigencia
denunciatoria:
Por cuanto muchas veces acaesce que, habiendo tenido algunos clérigos algunas muje-
res por mancebas pt^idicas, de^niés, por enadnir el delito, las casan con sus criados, [...]
mandamos [...] punan y castiguen las tales mujeres, [...] aunque sus maridos no las acusen
' Todas las citas, a partir de ahora, se tefíeten a mi edición del Lazarillo de Tomes, Alianza Editmial,
Madrid, 2000; que agüe el texto de Medina del Campo, 1574.
' Novísima Rect^lacüfn, Ht. XXVI, Ley IV, p. 420.
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EL «CASO» DE LÁZARO DE TORMES, TODO PROBLEMAS
[...] y mandamos que ningunas mujeres so^iechosas [...] no estén en casa de clérigo alguno,
aunque sean casadas'".
Como dice V. García de la Concha, «es obvio que el arcipreste de San Salvador
conocía muy bien esta legislación», y, dado que mantener soltera a su barragana habría
resultado peligroso, «de acuerdo con la Pragmática de 1503», decidió casarla y «no
albergarla en casa, sino teneria próxima, en una casilla par de la suya». Buscó para
ella un marido adecuado, consciente del «provecho» que obtenía y del peligro legal
que amenazaba su situación, que fuera discreto y complaciente; y lo consiguió a plena
satisfacción. «Para mayor seguridad, Lázaro aparecerá como marido que rechaza las
acusaciones que las "malas lenguas" vierten sobre su mujer. En consecuencia, se despeja
cualquier obligación jurídica de denuncia» '^
La situación era tan frecuente en Toledo hacia 1525, que Andrea Navagero, el
embajador de Veneda, decía en su Viaje por España que «los amos de Toledo y de
las mujeres precipue son los clérigos, que tienen hermosas casas y gastan y triunfan,
dándose la mejor vida del mundo sin que nadie les reprenda» '^. El ménage á trois,
por tanto, no sorprendía a nadie. En consecuencia, por sí solo, no constituye el caso,
ya que se trataría, como dice V. García de la Concha, de «un caso irrelevante y tópico»
para la época, reseñado con normalidad en numerosos textos contemporáneos. El caso,
lo extraño, lo inusitado, lo que deja pasmado a Vuestra Merced y atrae su interés,
es la presunción de honra y la ostentación de ascenso que hace el antihéroe a contrapelo
de todo y de todos. De una parte, a pesar de sus cuernos y de su deshonor, evidentes
para todos, Lázaro de Tormes sostiene, jura y perjura, incluso por la hostia consagrada,
que tiene honra y que la suya «es tan buena mujer como vive dentro de las puertas
de Toledo». Esto sí que era pasmoso y admiraUe para cualquiera: que el pfcaro aguiera
insistiendo en su hcHira, a pesar de estar completamente de^KHirado. Se trata, pues, de
tm extraordinario caso de honra equivocada: eso le [ñden que cuoite. De otra, y simul-
táneamente, el caso consiste en que Lázaro as^iura encontrarse en ese mismo momento
«en la cumbre de toda buoia fortuna», en el mejor estado y más satisfactorio posiUe
para él, y se pone como ejenqdo de los que han sido capaces de subir «siendo bajos».
Lo cual, an duda, también forma parte d d com{Jejo y llamativo «caso» de honra, porque
sin honor no hay ascoiso, además de que este mismo resulta inacq>taUe para cualquier
lector de la ^xxa, dado que Lázaro no es más que un [»egonero cornudo. Desde el
princó>io, en fin, «la primera mención de Vuestra Merced aparece ligada a un pr(q)óáto
de ostentación que [...] se convierte en punto de vista articulador dd tot^ro relato» ^.
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Antonio Rey Hazas
" «El lenaciiiiieiito de Lázaro», Hepania, 75, septiembre de 1992, núm. 3, p. 478 b.
" «Sievm6iadelcasoddLazairi¡h»,enpteasaatEdaJdeOro,7S,\JAlA.,2000.
" iMtiffiagf and Societj in «La vida de Lazarillo de Tormes», Jdins Ifopkms Univeraty Press, 1978.
" Como piensan IbcHCOic, R., «LazariOo de Ttmnes and "Vuestra Merced"», híLN, 1961, pp. 264-266,
y DEYERMOND, A. D., Lazarillo de Tomes. A Crítical Guide, Londres, 1975.
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EL «CASO» DE LÁZARO DE TORAÍES, TODO PROBLEMAS
Nuestro héroe, por su parte, toma una decisión importante, ya que sabe muy bien
qué le han pedido que cuente y qué le interesa a su demandante: únicamente el caso
extraño de honra trastocada y medro social que sucede alfinalde su vida. Sin embatgo,
decide no relatar sólo el caso —«no tomalle dd medio sino del principio»—, sino tam-
bién toda su vida, «porque se tenga entera noticia de mi persona»; esto es, porque
él cree que el caso está íntimamente relacionado con el discurso convicto de su exis-
tencia. Y, al interpretarlo y hacerlo así, Lázaro adopta un punto de vista diferente al
de Vuestra Merced, con lo cual, en la estructura de la obra, hay dos interpretaciones
diferentes del caso, la del protagonista-narrador y la de Vuestra Merced, pues una cosa
es lo que le preoct^ a éste y otra lo que le interesa a Lázaro, por más que los dos
confluyan en el mismo punto.
En verdad, por tanto, hay dos casos, y no uno solo, ya que hay dos puntos de
vista diferentes sobre él; y ambos actuando decisivamente en la novela, pues Lázaro
hace constantes referencias en su carta autobiográfica a Vuestra Merced, destinatario
de la misma, a quien pretende convencer de su ascenso social y de «cuánta virtud
sea saber los hombres subir siendo bajos» (tratado I), y ello porque el designio que
le lleva a narrar toda su vida va unido al caso, forma parte de él, para Lázaro, pero
no para Vuestra Merced: «y también porque consideren los que heredaron nobles estados
cuan poco se les debe, pues fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los
que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto». Dos
casos, en fin, dos maneras diferentes de interpretado, confluyen en esta genial novela
anónima.
De ahí la forma epistolar, para que estén presentes los dos puntos de vista, por
más que uno sea mudo, el del interlocutor, el del destinatario, ya que, pese a su mudez,
tiene im agnificado fundamental, y actúa, y está presente y vivo, como contraste del
punto de vista de Lázaro, en choque con la perspectiva del narrador. Como dice Carmen
Martín Gaite: «las historias son su sucesión misma, su encenderse y surgir por un orden
irrepetible, el que les va marcando el interlocutor, aunque no interrun^, es según
te mira, ahora las desvía por aquí, ahora por allá, a base de mirada, y nvinca dan igual
unos ojos que otros; el que oye, sí, ése es quien cataliza las historias, basta con que
sepa escuchar bien» '^. No olvidemos que el Lazarillo es, en cierta medida, «una epístola
hablada», como pensaba Claudio Guillen, avinque sea «con términos algo contradic-
torios, porque parece que escuchamos, de hurtadillas, la confesión dirigida por Lázaro
al amigo de su confesor» ".
Vuestra Merced, sea quien fuere, es un individuo con honra que representa, en
cualquier caso, el concepto habitual del honor en la época, y no entiende la deformación
invertida a que lo somete Lázaro; para éste, en cambio, dicha inversión de la honra
tiene una explicación clara, que se encuentra en el transcurso de toda su vida. Vuestra
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A»toHÍo Rey Hazas
La composición novelesca
«La redacción dd Lazarillo es ante todo un acto de obedienda» ^, pero Lázaro
de Tormes, aunque obedece, dedde que tengamos «entera noticia de m persona», e
incorpora a ese cotKxñnüento vital y personal los sucesos de su autobiografía que explican
'" CHEVAUER, M., ha destacado que sób ei 20 por 100 de los eq>añdes del sigio xvi sabían leer, en
Lecttmi y lectores eu la España de ka a^ XVI y xvn,Madíid, 1976.
" Orno sostiene SIEBER, H., cp. cit, p. 95.
^ La búsqueda dd interlocutor y otras hüsípiedas, 2.* ed., Baicekna, 1982, p. 26.
^ Por dedrio con palabras de GtMXÉN, C, «La disposictón temporal», p. 54.
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EL «CASO> DE LAZARO DE TORMES, TODO PROBLEMAS
'^ Art.cit,p.57.
" Como estudió ma^stralmente LÁZARO CARHETER, F., «Construcción y sentido del Lazarillo de Tormes»,
en «Lazarillo de Tormes» en la picaresca, Barcelona, 1972, pp. 59-92.
285
Antonio Rey Hazas
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EL «CASO» DE LÁZARO DE TORMES, TODO PROBLEMAS
material, que se pnxludrá a partir del tratado IV, su comportamiento moral se resentirá,
y no volverá a ser caritativo, porque se envilecerá para medrar. Las modificaciones
que sufre su vida, por tanto, son muy importantes. De ahí la marca estructural que
separa los tres primeros tratados.
Con todo, la estructura no se quiebra, ya que otro nuevo módulo constructivo cohe-
rente oi^aniza su ascenso. De hecho, hay otros tres tratados articulados, aunque en
menor medida, que son el IV, el V y el VI. La trabazón se observa incluso visualmente,
por la mera extensión del IV y el VI, ambos brevísimos, que no pasan de una página.
<fPor qué? ¿Se trata de un error? ¿Con qué objeto dividir capítulos tan cortos? No
es im error, sino una llamada de atención, una marca estructural para atraer la mirada
del lector sobre ellos, con el objeto de que se fije en el cambio radical que significan
en la vida de Lázaro, ya que en el IV el mercedario le compra los primeros zapatos
que Lázaro tuvo en su vida (hasta entonces, pues, había ido descalzo), y en el VI,
con el capellán, se viste de «hombre de bien» y adquiere por primera vez sayo, jubón,
capa y espada. De este modo, el lector se percata de que el picaro está ascendiendo
en la escala social y de que ese ascenso va ligado a la apariencia extema, como le
enseñó el escudero, esto es, a la mera indumentaria.
La breve extensión de los tratados IV y VI, y su paralelismo constructivo, indica
asimismo que ambos sirven de marco para el tratado V, el cual queda así resaltado
entre dos trazos similares, para acentuar su interés. Y eso se debe a su capital iaywrtancia,
realzada además por ser el único capítulo de la autobic^rafia en el que Lázaro no cuenta
su vida, y se limita a ser espectador del engaño que su amo, el buldero, hace en un
pueblo, simulando im falso milagro, con el objeto de vender las bulas. El antihéroe
no participa nada en la artimaña, por lo que fimdona casi como un narrador en tercera
persona que relata pormenorizadamente la astuta treta del buldero. Al hacerio, manifiesta
también, indirectamente, su propia incapacidad para la vida picaresca, pues ni siquiera
se da cuenta del engaño, hasta que, ya pasado, ve cómo se rien y budan su amo y
el alguacil, los auténticos picaros.
Lázaro de Tormes, criado del buldero, resulta tan engañado y burlado como los
demás porque no está capacitado para la vida picaresca. El verdadero picaro es su
amo, no él. Realmente, durante su vida apenas si había sido capaz de burlar a un
ciego, y eso a pesar de su ceguera, pues quien demostró ingenio a raudales fiíe el
invidente, y no él; porque tampoco parece muy destacable su habilidad para ratonar
los bodigos de un clérigo avariento y sacar unas migajas. En general, se trata de un
exiguo balance picaresco. Cuando,finalmente,se percata de que ni siquiera es capaz
de entrever las astucias del buldero, no ya desdefiíera,como los lugareños, sino desde
dentro, siendo su mozo, decide abandonar la vida picaresca, en buena l^ca, dada
su incapacidad para ella, e integrarse en la sociedad y dedicarse a trabajar.
Y así lo hace, a partir del tratado VI, donde pasa cuatro años como aguador al
servicio del capellán, en los que consigue ahorrar el dinero suficiente para vestirse hon-
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Antonio Rey Hazas
radamente. Por esta nueva vía llegará a su meta, con el aicipteste de San Salvador,
ya en el tratado VII, alcanzando «la cumbre de toda buena fortuna», según dice.
El esquema ccmstructívo, a partir del tratado IV, no se altera, y se oicamina »n
fisuras hasta elfinal,hada el caso, en un ascenso material que comienza con los zapatos
(IV), sigue con el vestido (VI) y culmina con su oficio real, casa y mujer (VH), e incluye
k dedáón de abandonar la vida picaresca (V).
De modo que, si bi«i moios trabada que la primera, la s^iunda parte del Lazarillo
tiene indudable unidad, basada en los siguientes elementos: Lázaro elige a sus amos
y no acepta, como en los tres primeros capítulos, al primero que encuentra. Deja de
ser im mendigo. No pasa hambre. Va ascendiendo paulatinamente hasta llegar a subir
«el primer escalón» de la «buena vida» (VI). Abandona definitivamente el camino de
las tretas ingeniosas y de la vida pcaresca, para vivir conforme a los cánones de la
decencia usuales en la época, lo que io^lica, de rechazo, vina visión crítica considerable
de la misma. Sobre todo porque se liga fundamentalmente a una serie de amos religiosos:
mercedario, buldero, capellán y arcipreste, contra los que dirige sus dardos.
La estructura de esta segunda parte del Lazarillo tiene, pues, cuatro tratados interre-
kdonados, aunque con ima acumukdón de r^istros constructivos, como corresponde
a k aceleradón final de k autobi(%rafia y del ascenso. Por eso, podemos, de una parte,
anotar k pervivenda del tres, conforme al esquema apuntado IV-V-VI, dentro del cual
resalta el paralelismo del IV y VI para enmarcar al V; aunque esa pervivenda no es
com{Jeta, ya que se trata de realzar el ascenso indumentario, de una parte, y k dedsión
de abandonar k vida picaresca, de otra, a partir de V, del episodio del buldero, que,
en consecuoida, marca otro nuevo cambio vital de k peripeda autobic^ráfica, que
podría llevamos, como ha hecho Alberto Blecua, a señalar el nuevo sesgo morfológico.
En cualquier caso, el tratado VQ, el caso, aparece como k culminación l ^ c a y coherente
del proceso que traza esta segunda parte, de un kdo, y toda k novek, de otro, sin
fisuras ni quiebras de ningún tipo.
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EL «CASO» DE LAZARO DE TORMES, TODO roOBLEMAS
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Antonio Rey Hazas
ho ^—, no menos pesimista que cristiana, al comentario de los doctos sobre la orga-
nización de la beneficoida»: no es una cuestión de leyes, ordenanzas, pragmáticas ni
tratados, viene a decimos el autor de la novela, sino más sencilla y más grave, dado
que quienes debían soportar el peso de la caridad, los ricos, no lo hacen, y todo se
reduce a un asunto entre pobres, por lo cual, a partir de semejante premisa, cualquier
reforma de la mendicidad está condenada al fracaso.
En cuanto a la capacidad de Lázaro para ejercer la caridad, a pesar de las adversas
circunstancias de herencia y ambiente que rodean tal ejercicio, resulta clave para la
evolución de su vida, pues coincide con la fase final de su aprendizaje, con d cono-
cimiento de la honra y con elfinalde la primera parte de k autobiografla, en el tratado
tercero, afinde mostrar que tanta acumulación de elementos negativos no había alterado
su bondad ni su calidad humana. Sin embargo, a partir de ese momento, comienza
su ascenso material, se relaciona particularmente con la clerecía y, harto significativa-
mente, nunca más vuelve a ser caritativo.
Anticlericalismo y erasmismo
No es fruto de la casualidad que, cuando h mayor parte de sus amos son religiosos
(mercedario, buldero, capellán y arcipreste), es decir, cuando lo lógico sería esperar
una mqoría de los valores morales y espirituales del antihéroe, se produzca una evolución
contraria y el personaje vaya haciéndose cada vez más inmoral, paradójicamente, a medi-
da que va ascendiendo en la escala social y mejorando sus condiciones de bienestar
material La consecuencia que se extrae de ello es evidente: los clérigos, en vez de
moralizar cristianamente, como es su deber, iiunoralizan al joven. La clerecía, por tanto,
incumple sus deberes espirituales, ofr-ece ejemplos inmoralizantes y, en vez de educar,
deseduca y malogra las virtudes naturales del muchacho. Curiosamente, le ayuda en
su medro material, porque sí ofi:ece, en cambio, ejemplos evidentes de apego a las
cosas materiales yfisicas,incluidas el dinero y las mujeres.
Nada tiene de extraño, pues, que el primer índice de libros prohibidos de la Inqui-
sición emanóla, el de Valdés, prohibiera el Laxaríllo en 1559, ni que un librero empa-
redara la recién descubierta edición de Medina del Campo de 1554, junto a otros libros
perseguidos, por miedo al Santo Oficio, en Barcarrota, un pueblo de Badajoz. Cuando
el libro volvió a publicarse, en 1573, lo hizo expurgado defr:ase$irreverentes y sin
dos de sus tratados ordinales, el IV y el V, que fueron suprimidos totalmente. Obvio
es decir que el antíclericalismo de la obra no había pasado desapercibido a los inqui-
sidores.
ya en la ^poca de Fe&pe II, pasando por una latga serie de escritos de de fray Domingo de Soto, fray
Juan de Robies, y un la^o etcétera.
^ q». cit.. p. 41.
290
EL «CASO» DE LÁZAKO DE TORMES, TODO HROBLEMAS
291
Antonio Rey Hazas
» ffiá/., p. 43.
'" Nueva lectura del «Lazmtto», pp.llAy ss.
" Adreza,por ejemido, en k pintada del mi^ntfico y bantxx) Hospital de k Caridad de Sevilla.
292
EL «CASO» DE LÁZARO DE TORMES, TODO HIOBLEMAS
un animal; [...] la interior [...] es cuando el hombre [...] deja de adorar extericmnente
estas criaturas, pero en lo interiortiene{Hiesto su amor y su confianza en días».
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Antonio Rey Hazas
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EL «CASO» DE LAZARO DE TORMES, TODO PROBLEMAS
poráneos captaron el significado critico del libro, sobre todo con req>ecto al clero, lo
que hizo que la Inquisición lo prohibiera en 1559, y que un librero atemorizado empa-
redara la edición de Medina del Campo, por esas fechas. Ambas lecturas, la seria y
la divertida, conviven, pues, separadas o entremezcladas, entre los coetáneos.
Con todo, la clave interpretativa múltiple del Lazarillo reside en la dialéctica que
se establece entre d punto de vista de Lázaro y el de Vuestra Merced, como ade-
lantábamos al comienzo de este trabajo, dado que cada uno expresa previamente un
interés distinto por el mismo caso de honra y, con él, por el ascenso del picaro. Lázaro
insiste en haber accedido a «la cumbre de toda buena fortuna», y se pone a sí mismo
como ejemplo de los que han sabido «subir siendo bajos» (I), de los que han conseguido
salir «a buen puerto» (prólc^), aunque siempre dirige esta apreciación suya, de ot^ullo
satisfecho, a Vuestra Merced, y la somete a su lectura, a sabiendas de que no coincide,
de que su interpretación es distinta. El lector, por su parte, se ve conducido por el
esquema de la autobiografía a situarse en la perq)ectiva de Vuestra Merced, con lo
que el enfrentamiento entre apreciaciones o valoraciones distintas es obligado.
El antihéroe se considera, en el caso, a la conclusión de su relato, honrado y en
un estado plenamente satisfactorio, aunque, visto desde el destinatario de la epfetola,
su estado sea el de un sinq>le pregonero, el más bajo de los oficios reales, deshonrado
a todas luces. Él piensa que ha medrado mucho en la escala social, pero Vuestra Merced
no lo acepta. (iRealmente, ha ascendido? ¿Tanto ha mejorado de situación como para
considerarse «en la cumbre de toda buena fortuna»? Desde su punto de vista, desde
su origen vil y su experiencia de la vida, es cierto que ha mejorado bastante en lo
material, dado que ya no pasa hambre, va vestido de «hombre de bien», tiene oficio,
casa, mujer —aunque compartida— y, a su parecer, incluso honra. Desde el punto
de vista de los hombres con honor verdadero, en cambio, desde el de Vuestra Merced,
que es también el de los lectores con honra de la época (casi los únicos, porque los
demás apenas sabían leer), no es admisible, pues su mujer sigue siendo la barragana
del arcipreste, con la aceptación gustosa del picaro: tal es el peculiar caso de hcMira
que constituye el centro de la obra. Los dos pimtos de vista diferentes, las dos maneras
distintas de interpretar el caso, en consecuencia, condicionan la interpretación de la
novela de manera decisiva.
Lázaro cree estar en la mejor situación posible, pese a que su deshonra es evidente
para todos. Su insistencia en tener honra, por consiguiente, es inaceptable a los ojos
de los demás, pues chocafirontalmentecon el concepto habitual del honor en el si^o xvi.
Pero, ¿y a los suyos? ¿Él se percata de tal incongruencia? ¿Es consciente de su con-
tradicción? No, el picaro no reconoce su deshonra, porque desde su punto de vista
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Antonio Rey Hazas
no hay tal: por eso interpreta d caso como toda su vida, para contada entera y explicar
así su petq>ectiva; a sabiendas de que el caso, ainado y solo, imi^ca una interpretación
distinta y claramente deshonrada. Peto no sucede lo mismo sí se ve como el resultado
final de una e^>eríencia muy particular de la vida, y se interpreta desde esa vivencia
concreta.
La ironía que define al picaro cuando sostiene su honra contra la realidad y contra
la evidencia se halla, manó>ulada por d autor real de la novela, no en la perspectiva
de Lá2aro, sino en la del lector honrado de la época, con la que se confi»nta obli-
gadamente la del pkaro, en virtud del genial ju^o enástente entre los dos puntos de
vista diferentes de la carta: el del emisor y el d<d intedocutor.
Lázaro íMraba su autobi<%rafia con un punto de vista chocante para k» demás, con-
tradictcHÍo pata todos, sin duda, pero no para él, porque así, como él sostiene, le han
enseñado a ver el mundo sus «maestros», sus diferentes amos. Él es el resultado de
una sociedad invertida, donde todo está trastocado, y los rdigiosos no viven cristia-
namente, ni los hidalgos con nobleza y honra auténticas. Nada más lógico, pues, que
su visífki sea la que es. Si todo está al revés, también es natural que la mmtalidad
del antihétoe esté revesada.
Su aq>eriencia de la vida le ha creado una viaón errónea de la moral, s^;ún la
cual, como ckmostró Wardropper '^ «lo bueno» y «la bondad» se identifican con «lo
conveliente» y «lo provechoso». Lázaro, igual que hiciera su madre, dedde «arrimarse
a los buen(»», esto es, al arcq>reste de San Sahrador, entendiendo por tal actitud «ase-
gurarse el bienestar material». Un amo es bueno cuando le da de comer y no le maltrata;
su mujer es «la bcnidad» porque le da cama y comida.
Lo mismo sucede con la luxiía. El escudero le enseñó que era pura ^>arienda
superficial, basada en los vestkbs o el porte, y carente de autenticidad, y d, en con-
secuencia, creyó estar honrado sólo con vestirse de la indumentaria adecuada, «porque
—como dice Torquemada— una de las cosas con que los hombres andan más honrados
es con andar muy bien aderezados y vestidos» (Coloquios satíricos, fol. d r."). Su inter-
pretación es pardal y equivocada, sin duda, pero explicable. Al final, para acentuar
hasta d límite su viciado entendimiento dd honor, d ardpreste dd caso le dice, con
ocasión de las murmuradtxies sobre el adukerio de su mujer, que «ella entra (en la
casa dd clérigo) muy a tu boma y suya, y esto te lo prometo. Por tanto, no mires
a lo que puedan decir, sino a lo que te toca, digo, a tu provecho». Y asi lo interpreta
Lázaro, entendiendo d honor como provecho material, y desoyendo haUadutias.
Tan errada concepdón del honor y de la ética es consecuencia de una educadón
deformada y de una experiencia de la vida analmente secada, en la que sólo ha visto
ambidón, avaricia, egoísmo y lujuria. La enseñanza es aún más nodva por el hecho
de proceder, en su mayor parte, de religiosos, dado que esa misma procedenda explica
" «El tnstonio de la moral en d Lazan'Uo», NRFH, 15 (1961), pp. 441-447, y VILA-NOVA, A., «Lázaro
de Tormes como ejemplo de una educacirái corruptora», en Erasmo y Cervantes, Barcelona, 1989, pp. 180-236.
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EL «CASO» DE LÁZARO DE TORMES, TODO HtOBLEMAS
bien la lógica de su punto de vista, pues los eclesiásticos debian ser y eran el ejemplo
vivo de la sociedad española quinientista. Si ellos hacen lo contrario de lo que deben
y son antiejemi^os, la responsabilidad es suya, no del pobre muchacho. Él se contradice
porque el ámbito de su existencia es contradictorio. No se da cuenta de su dedionra
ni de su inmoralidad, porque no ha conocido la autenticidad de tales valores en la
España que ha vivido, porque, en definitiva, para él no existen la verdadera moral
ni la verdadera honra. Para él sdo tiene realidad su errada visión.
Lázaro, en consecuencia, no es re^wnsable de su equivocación, de su inversión
de la honra, porque así se lo han enseñado. De este modo, su error es achacable a
sus maestros y a la sociedad que los acoge, a la que, asimismo, revierte la responsabilidad
de la deseducación del muchacho. La ironía y el sarcasmo que afectan al picaro en
el peculiar caso de honra se proyectan, por tanto, también sobre la misma sociedad
que ha causado tan flagrante contradicción. De este modo, se dibuja una sociedad
confusa, que incluso lleva a malinterpretar su cód^o rector: la honra. Nada tiene de
extraño, asi, que también sea inmoral y, lo que es más grave, inmoralizadora. Pero
no se detiene ahí la dura diatriba, pues aún hay algo más censurable, ya que se trata
de una E^iaña en la cual st^rtan el peso principal de la inmoralización y de la inversión
del honor —paradójica y trágicamente, por sus consecuencias morales y sociales— aque-
llos que deberían servir de modelos ejemplares: los religiosos. En consecuencia, la refor-
ma urgente de la institución eclesiástica, y con ella la de toda la sociedad, se induce
claramente de la novela, pues si los que deben predicar con el ejen^lo son modelos
de viciosos anticristianos, como decía Juan de Valdés, «va todo perdido» y no hay
solución.
De hecho, el Lazarillo describe una sociedad en la que todos se ven oteados a
«prostituirse» de algún modo, como hace Lázaro para sobrevivir y medrar, sin duda,
pero también como hubiera hecho el hidalgo, si hubiese entrado al servicio del un
noble superior, a ju^ar por su programa, y como hacen verdaderamente, sin sentido
figurado, todas las mujeres que aparecen en la d>ra, desde la madre del picaro, hasta
su propia mujer, pasando por las mujercillas que llaman «pariente» alfrailede la Merced
o las damas que coquetean con el escudero en las riberas del Tajo''.
Para mayor acritud y dureza de la denuncia sociomoral, esta España quinientista,
doliente, inmisericorde, inmoralizante y deshonrada de Lázaro de Tormes encuentra
su contraste radical y su paradoja histórica tremenda en las victoriosas cortes que el
emperador Carlos V celebra en Toledo y sirven de broche magistral a la impar novela,
pues coinciden con la llegada del antihéroe a la cúspide de su más que discutible ascenso.
De este modo, en la última mueca sarcástica de la novela, se dan la mano dos Españas
opuestas y confrontadas, la España oficial, gloriosa y triunfante, la España «histórica»
del imperio y de las victorias guerreras, por utilizar términos de Unamuno, y la España
" Vid. YNDURAIN, D., «Algunas notas sobre el "Tractado Tercero" del hamllo de Tomes», en Studia
Hispánica in Honorem Rirfael Lapesa, Madrid, 1975, III, pp. 507-517
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Antonio Rey Hazas
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EL «CASO» DE LÁZARO DE TORMES, TODO PROBLEMAS
'•' En palabras de YNDURÁIN, D . , «El renacimiento de Lázaro»; vid., además, TRUMAN, R. W . , «Lázaro
de Tormes and Homo novus Tradition», MLR, 64 (1969), pp. 62-76.
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Antonio Bey Hazas
que no excluye el error. La novela, de este modo, se hace en la lectura, pues sólo
en día encuentra su sentido pleno, traspasando los limites de la literatura para hacerse
vida. Una lección tan e^léndida de modernidad literaria no pasó desi^rdbida para
Cervantes, que k Uevó hasta sus últimas consecuencias literarias y novelescas en el
Quijote.
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