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TITULO
En este escrito encontrarán textos de ficción de los siguientes autores: Francisco de
Quevedo, Enrique Anderson, Oscar Wilde, Jorge Luis Borges y Manuel Mujica Lainez,
Marco Denevi y se analizarán características lingüísticas de los mismos y buscaremos
enlazarlo con conceptos del campo de la teoría literaria. Los textos que analizaremos son:
A Dafne huyendo de Apolo, Quirón, El Reflejo, La Casa de Asterión, Narciso, El Silencio
de las Sirenas, Las Mujeres Sabias y La Dulcinea del Toboso.
Para la mejor comprensión de los libros que se analizarán, el lector debe tener en cuenta
que los textos están relacionados con sus mitologías y ficciones originales, es decir que
los autores innovaron los textos originales, osea se necesita relacionarlos
intertextualmente para su comprensión.
Empezaremos con el análisis del texto A Dafne, Huyendo de Apolo. En este texto el lector
debe tener en cuenta que su comprensión se dificultará si no tuvo una lectura previa de
“El Mito de Apolo y Dafne” de Gian Lorenzo Bernini.
Apolo es el Dios del Sol, Dafne una ninfa que será la protagonista de esta historia y por
último Cupido pero veremos que no se lo nombra como tal y aquí entra en juego la
competencia de lectura del lector ya que a Cupido lo encontraremos como “alquimista”.
Dafne huye del amor de Apollo ya que Cupido tramó con sus habilidades en arquería y
alquimia que a Apollo lo ficharía con la flecha de atracción y a Dafne también la flecharía
pero con una flecha en de punta Roma -genera rechazo–.
"A Dafne Huyendo de Apolo" es la historia del típico amor no correspondido, es una
historia con una idea innovadora al tradicional texto de la mitología que tanto
conocemos.
Este cuento de Borges está narrado en primera persona, con Asterión como
protagonista, es un personaje solitario, miedoso y analfabeto que vive en una casa que
tiene muchas características especiales, es “infinita” se dice que tiene el tamaño de todo
el mundo y siempre tiene sus puertas abiertas para que la gente que quiera pase, pero la
poca gente que ingresa siempre termina huyendo. Al final de la historia interpretamos
que Asterión era un príncipe y que esta historia narra la vida del Minotauro desde el
punto de vista del mismo y cómo este espera a su Dios que lo liberará de su casa infinita
asesinandola, esta es la liberación que espera él
La lectura es en primera persona, escrito en género discursivo secundario ya que no
presenta informalidades como el habla entre personajes. En la lectura no se encuentra la
polifonía solo sabremos los pensamientos del personaje principal y su contexto, qué
acciones realiza y qué ocurre en base a lo que nos dice. La obra tiene referencias del libro
de Teseo.
La historia nos cuenta la vida de Serafin, él vive en una casa vieja y pequeña acompañado
de sus gatos como mascotas. Un espejo alimenta su ego porque pasa horas viéndose en el
reflejo. Serafín es un hombre contemplador, solitario, con una expresión misteriosa e
innegable preciosura todo esto desde su punto de vista, cuando en realidad era todo lo
contrario un hombre deforme y desesperado. De verse incesantemente en el espejo y por
tanto tiempo sufrió un destino semejante al de Narciso.
El texto hace referencia a la historia del mito de Narciso, es una innovación de la
historia pero en un mundo que podamos pensar más “contemporáneo” por las
descripciones que da de su contexto.
Narciso de Mujica Lainez le da una nueva cara al texto original trayéndolo a un
contexto más cercano a nosotros y con diferencias que le dan un toque más verosímil.
Cuando murió Narciso. Las flores quedaron desoladas y solicitaron al rio gotas para
llorarlo.
-Oh!!-les respondió el rio- aun cuando todas mis gotas se convirtieran en lagrimas. No
tendría suficiente para llorar a narciso yo lo amaba:
-Oh!!-prosiguieron las flores de los campos-¿como no ibas a amar a narciso? es hermoso
-¿Era hermoso?- pregunto el rio
-¿y quien mejor tu para saberlo?-dijeron las flores-todas los días se inclinaba en tu
rebozo, contemplaba su belleza en tus aguas
-Si yo lo amaba respondió el rio-si cuando se inclinaba sobre mi podia ver en sus ojos mi
reflejo
Narciso
Si salía, encerraba a los gatos. Los buscaba, debajo de los muebles, en la ondulación
de los cortinajes, detrás de los libros, y los llevaba en brazos, uno a uno, a su dormitorio.
Allí se acomodaban sobre el sofá de felpa raída, hasta su regreso. Eran cuatro, cinco, seis,
según los años, según se deshiciera de las crías, pero todos semejantes, grises y rayados y
de un negro negrísimo.
Serafín no los dejaba en la salita que completaba, con un baño minúsculo, su exiguo
departamento, en aquella vieja casa convertida, tras mil zurcidos y parches, en inquilinato
mezquino, por temor de que la gatería trepase a la cómoda encima de la cual el espejo
ensanchaba su soberbia. Aquel heredado espejo constituía el solo lujo del ocupante. Era
muy grande, con el marco dorado, enrulado, isabelino. Frente a él, cuando regresaba de la
oficina, transcurría la mayor parte del tiempo de Serafín. Se sentaba a cierta distancia de
la cómoda y contemplaba largamente, siempre en la misma actitud, la imagen que el
marco ilustre le ofrecía: la de un muchacho de expresión misteriosa e innegable
hermosura, que desde allí, la mano izquierda abierta como una flor en la solapa, lo miraba
a él, fijos los ojos del uno en el otro. Entonces los gatos cruzaban el vano del dormitorio y
lo rodeaban en silencio. Sabían que para permanecer en la sala debían hacerse olvidar,
que no debían perturbar el examen meditabundo del solitario, y, aterciopelados,
fantasmales, se echaban en torno del contemplador. Las distracciones que antes debiera
a la lectura y a la música propuesta por un antiguo fonógrafo habían terminado por dejar
su sitio al único placer de la observación frente al espejo. Serafín se desquitaba así de las
obligaciones tristes que le imponían las circunstancias. Nada, ni el libro más admirable ni
la melodía más sutil, podía procurarle la paz, la felicidad que adeudaba a la imagen del
espejo. Volvía cansado, desilusionado, herido, a su íntimo refugio, y la pureza de aquel
rostro, de aquella mano puesta en la solapa le infundía nueva vitalidad. Pero no aplicaba
el vigor que al espejo debía a ningún esfuerzo práctico. Ya casi no limpiaba las
habitaciones, y la mugre se atascaba en el piso,en los muebles, en los muros, alrededor de
la cama siempre deshecha. Apenas comía. Traía para los gatos, exclusivos partícipes de su
clausura, unos trozos de carne cuyos restos contribuían al desorden, y si los vecinos se
quejaban del hedor que manaba de su departamento se limitaba a encogerse de
hombros, porque Serafín no lo percibía; Serafín no otorgaba importancia a nada que no
fuese su espejo. Éste sí resplandecía, triunfal, en medio de la desolación y la acumulada
basura. Brillaba su marco, y la imagen. Cuando regresó del trabajo, renunció por primera
vez, desde que allí vivía, al goce secreto que el espejo le acordaba con invariable
fidelidad, y se estiró en la cama. No había llevado comida, ni para los gatos ni para él. Con
suaves maullidos, desconcertados por la traición a la costumbre, los gatos cercaron su
lecho. El hambre los tornó audaces a medida que pasaban las horas, y valiéndose de
dientes y uñas, tironearon de la colcha, pero su dueño inmóvil los dejó hacer. Llego así la
mañana, avanzó la tarde, sin que variara la posición del yaciente, hasta que el reclamo
voraz trastornó a los cautivos.
Allá arriba la victoria del espejo desdeñaba la miseria del conjunto. Atraía como
unaclámpara en la penumbra. Con ágiles brincos, los gatos invadieron la cómoda. Su furia
se sumó a la alegría de sentirse libres y se pusieron a arañar el espejo
Entonces la gran imagen del muchacho desconocido que Serafín había encolado encima
de la luna -y que podía ser un afiche o la fotografía de un cuadro famoso, o de un
muchacho cualquiera, bello, nunca se supo, porque los vecinos que entraron después en
la sala sólo vieron unos arrancados papeles- cedió a la ira de las garras, desgajada,
lacerada, mutilada, descubriendo, bajo el simulacro de reflejo urdido por Serafín, chispas
de cristal.Luego los gatos volvieron al dormitorio, donde el hombre horrible, el deforme,
el Narciso desesperado, conservaba la mano izquierda abierta como una flor sobre la
solapa y empezaron a destrozarle la ropa.
La casa de Asterión
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales
acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo
de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están
abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No 5
hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero si la quietud y la
soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los
que declaran que en Egipto hay una parecida). Hasta mis detractores admiten que no hay
un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero.
¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo
demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor
que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano
abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias
de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos
se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno,
creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme
con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera. El hecho es que soy único. No me interesa lo
que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es
comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida
en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre
una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A
veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones.semejante al carnero que va a embestir, corro por
las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o
a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan, me dejo caer, hasta ensangrentarme.
A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración
poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he
abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que
viene a visitarme y que yo le muestro la casa.
Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora
desembocaremos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás
una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me
equivoco y nos reímos buenamente los dos. No sólo he imaginado esos juegos; también
he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier
lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce
[son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del
mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y
polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las
Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que
también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces,
catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el
intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa,
pero ya no me acuerdo. Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo
los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y
corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin
que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a
distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó,
en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele
la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído
alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar
con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un
toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo? El sol de
la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
—¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió.
Silencio de sirenas
Prueba de que también medios insuficientes y hasta pueriles pueden servir para la
salvación: para guardarse de las sirenas, Ulises se tapó los oídos con cera y se hizo
encadenar al mástil.
Algo semejante podrían, naturalmente, haber hecho desde tiempo antiguo los viajeros,
con excepción de aquellos a quienes las sirenas atraían desde lejos, pero en el mundo
entero se reconocía que ese recurso no podía servir para nada. El canto de las sirenas lo
traspasaba todo, y la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes
que mástiles y cadenas. Pero Ulises no pensó en ello, si bien quizás algo habría llegado ya
a sus oídos. Confiaba por completo en los trocitos de cera y en la atadura de las cadenas,
y con la inocente alegría que le ocasionaba su estratagema marchó al encuentro de las
sirenas.
Pero éstas tienen un arma más terrible aún que el canto: su silencio. Aun que no ha
sucedido, es quizás imaginable la posibilidad de que alguien se haya salvado de su canto,
pero de su silencio ciertamente no. Ningún poder terreno puede resistir a la soberbia
arrolladora generada por el sentimiento de haberlas
vencido con las propias fuerzas. Y, en efecto, al llegar Ulises, no cantaron las cantantes
poderosas; fuera porque creyesen que a aquel adversario sólo podía vencérselo con el
silencio, porque la contemplación de la felicidad reflejada en el rostro de Ulises, que no
pensaba sino en cera y cadenas, les hiciera olvidar todo canto.
Pero Ulises, para expresarlo así, no oía su silencio, creía que cantaban y que sólo él se
hallaba exento de oírlas. Fugazmente vio primero las curvas de los cuellos, la respiración
profunda, los ojos arrasados en lágrimas, los labios entreabiertos, pero creyó que esto
pertenecía a las melodías que se alzaban, inaudibles, en torno de él. Mas pronto todo se
deslizó fuera del campo de sus miradas puestas
en la lejanía, las sirenas desaparecieron ante su resolución, y, precisamente cuando más
próximo estaba, ya no supo de esos seres nada más.
Ellas, empero –más hermosas que nunca–, se erguían y contoneaban, las chorreantes
cabelleras ondulando libremente al viento y las garras abiertas sobre las rocas. No
querían ya seducir, sino sólo apresar, mientras fuese posible, el fulgor de los grandes ojos
de Ulises. De haber tenido conciencia, las sirenas habrían sido destruidas aquel día.0 ero
allí quedaron, y sólo ocurrió que Ulises escapó de entre sus manos . Aquí, por lo demás, se
ha transmitido un agregado. Se dice que Ulises era tan rico en astucias, y tan zorruno, que
las mismas deidades del destino no podrían penetrar en lo más íntimo de su fuero
interno. Aunque ello no sea ya concebible para el entendimiento humano, quizá notó
realmente que las sirenas calaron, y opuso a sirenas y dioses, en cierta manera como
escudo, el simulacro mencionado más arriba.
Dafne, Huyendo de Apolo
Silencio de sirenas:
Cuando las Sirenas vieron pasar el barco de Ulises y advirtieron que aquellos hombres
se habían tapado las orejas para no oírlas cantar (¡a ellas, las mujeres más hermosas y
seductoras!) sonrieron desdeñosamente y se dijeron: ¿Qué clase de hombres son estos
que se resisten voluntariamente a las Sirenas? Permanecieron, pues, calladas, y los
dejaron ir en medio de un silencio que era el peor de los insultos.
Puerta de acceso
Reflejo....................................................................................................................................................8
Narciso...................................................................................................................................................9
Casa de asterion.................................................................................................................................11
Silencio de sirenas.............................................................................................................................13
Dafne huyendo de apolo..................................................................................................................14
Falsificaciones....................................................................................................................................15
Bibliografia..........................................................................................................................................16
En este texto encontrarán textos de ficción de los
Colección "Letras Vivas"
siguientes autores: Francisco de Quevedo, Enrique
Anderson, Oscar Wilde, Jorge Luis Borges y Manuel
Mujica Lainez, Marco Denevi y se analizaran
características lingüísticas de los mismos y buscaremos
enlazarlo con conceptos del campo de la teoría literaria.
Los textos que analizaremos son: A Dafne huyendo de
Apolo, Quirón, El Reflejo, La Casa de Asterión, Narciso, El
Silencio de las Sirenas, Las Mujeres Sabias y La Dulcinea
del Toboso.
Textura