La Orientación Espacial y Cognitiva: January 2016
La Orientación Espacial y Cognitiva: January 2016
La Orientación Espacial y Cognitiva: January 2016
net/publication/315760543
CITATIONS READS
2 1,268
1 author:
Manuel Gándara
Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía
208 PUBLICATIONS 482 CITATIONS
SEE PROFILE
All content following this page was uploaded by Manuel Gándara on 03 April 2017.
ISBN en trámite
5
Índice
Prólogo 8
Introducción 13
6
Volver al índice
Resumen
Una de las variables que afectan la calidad de la experiencia de visita a los museos y sitios
patrimoniales es la orientación espacial y cognitiva, a la que, curiosamente, relativa poca
atención se le ha dedicado en los museos. El resultado de no tomarla en cuenta es, por
desgracia, que entonces los visitantes invierten tiempo y energía en entender cómo está
organizada una exposición, cómo llegar de un punto otro en un sitio patrimonial, o inclu-
so en ubicar un objeto o edificio en particular. Aún más: en ocasiones es responsable de
que los públicos se queden sin ver aquello que era el elemento más importante del sitio
o del museo, del que se enteran de regreso en su casa, cuando alguien se lo hace notar.
Para resolver este problema, los museos se han apoyado en la disciplina del wayfinding,
o disciplina de la orientación en el espacio, desarrollada originalmente en la arquitec-
tura y el urbanismo, pero que también fue objeto de análisis de las ciencias cognitivas.
Una de sus aplicaciones prácticas se da en el llamado diseño contextual, vía el diseño
arquitectónico, gráfico (e incluso auditivo), precisamente para apoyar la orientación:
lo que conocemos popularmente como señalética de orientación espacial. Aquí explo-
raremos en qué consiste el wayfinding, resumiremos algunos de los hallazgos de los
museólogos que han estudiado su aplicación al museo, así como su extensión hacia
los sitios patrimoniales, como las zonas arqueológicas. Finalizaremos con algunas su-
gerencias para su utilización práctica en estos contextos.
76
Estudios sobre públicos y museos
En este artículo reportaré algunos de los principales hallazgos en este campo. El tra-
bajo se organiza en cuatro secciones: 1) definiré primero en qué consisten la orien-
tación cognitiva y la orientación espacial; 2) luego resumiré qué es el wayfinding
y cómo afecta a estas; 3) haré ver qué relación tiene este tema con los estudios
de públicos, y 4) concluiré con algunas sugerencias que los estudios de públicos (y
nuestra muy incipiente experiencia al respecto) han aportado.
El wayfinding
¿Qué es el wayfinding?
Por desgracia, como dijimos antes, no hay aún un acuerdo sobre este término, lo
cual se debe en parte a que se ha construido desde diferentes disciplinas, entre las
que destacan: el urbanismo y la arquitectura (Lynch, 1960), en donde se genera el
término wayfinding, que retomó Passini (Arthur y Passini, 1992), de acuerdo con
Gibson (2009, p. 4); la psicología conductual, por ejemplo (Bitgood, 2006; Bitgood
y Loomis, 1993); la psicología cognitiva (Golledge, 1998); la psicología ambiental
(Carpman y Grant, 2002); el diseño gráfico aplicado (también llamado diseño am-
biental (ibid., p. 5) y, en Hispanoamérica, a veces señalética de circulación (Costa,
1987, pp. 9, 107 y ss.). En la tradición de la interpretación ambiental (de la que de-
riva la divulgación significativa) es una parte del diseño interpretativo (Ballantyne,
Hughes y Moscardo, 2007), enfocado en la orientación espacial.
Esta eficiencia depende, así, por un lado, de la calidad del mapa mental y, por el otro,
de la estrategia de trayecto seleccionada. A su vez, el mapa mental se construye a
1
El término original era mapa mental, a secas, y se le atribuye a Tolman, en 1948.
partir de dos tipos de fuentes: en el contacto directo con el espacio a navegar, o con
alguna representación del mismo (por ejemplo, croquis, mapas, maquetas y, hoy en
día, dispositivos digitales).
Se les llama bifurcaciones, o puntos de toma de decisión, a los lugares en que un sen-
dero se divide en “segmentos” con diferentes direcciones. Aunque el nombre hace
referencia a dos opciones, en la realidad se pueden tratar muchas más. Evidente-
mente, mientras más posibilidades se abran, más importante será que los destinos
finales estén señalados, en particular si entre ellos no hay segmentos que permitan
al usuario corregir el rumbo, y, encima, hay giros que hacen que las visuales previas
de referencia ya no queden disponibles para monitorear el avance (figura 1).
El “plan de viaje” sería la estrategia que el usuario formula para llegar del origen
a su destino. Cuando desde aquel se puede ver este y tener un control visual del
espacio intermedio, la creación de un mapa mental se facilita y será relativamente
fácil formular el plan de viaje, con lo que el trayecto tenderá a alcanzar el éxito. Fi-
nalmente, se le llama ruta al rastro que deja el trayecto, aunque ruta a veces se usa
como “sendero”, en cuyo caso simplemente se llama rastro (trace) al registro imagi-
nario que quedaría del trayecto.
2
Darken y Petersen (2015, p. 471) hacen un señalamiento importante: los que son bordes o senderos depen-
den mucho del vehículo (o ausencia de él) en que se navega; así, para un peatón, los senderos (sobre todo
las vías rápidas) se convierten a veces en bordes que incluso impiden el trayecto; para el motorista, las vías
rápidas son los senderos y sus orillas, los bordes.
El movimiento, o “trayecto”
o viaje, es el desplazamiento
físico desde un punto de
inicio, u “origen”, y uno
de término, o “destino”.
Puede incluir no solamente
los segmentos mayores
del trayecto, sino las
“maniobras” de ajuste a
la orientación o al desplaza-
miento. La “ruta” es el rastro
de ese trayecto.
82
Estudios sobre públicos y museos
Mientras que la creación de mapas cognitivos primarios parece ser una habilidad
innata, al punto de que al menos un especialista (Jonsson, 2002) los equipara con
nuestros demás “sentidos”, la creación de mapas secundarios requiere entrena-
miento: hace falta el componente experiencial, con el que nuestra memoria espa-
cial construye y actualiza el mapa cognitivo primario y al que hacemos asociaciones
simbólicas o emotivas. En cambio, un mapa físico es una representación simplifica-
da, en dos planos (o tres, en el caso de las maquetas), que involucra cuando menos
tres problemas que conoce cualquiera que haya intentado con un mapa turístico en
mano visitar una ciudad extraña: ¿dónde, en este mapa, estoy? Y ¿hacia dónde,
en este mapa, estoy viendo en este momento? Y un tercero, de escala: ¿qué tan le-
jos está en la realidad mi destino?
Como se ha visto, todos los apoyos que dependen de alguna forma de representación
del espacio implican problemas cognitivos: cuando no son dinámicos ni basados
en sistemas de posicionamiento digital, toca al usuario determinar dónde se en-
cuentra en el mapa, o representación, en qué dirección está viendo y, traducida en
tiempo de trayecto, qué tanta distancia significa. Estas tareas pueden complicarse
si el mapa o representación está diseñado “geocéntricamente”, es decir, orientado
hacia el Norte o a algún sistema de coordenadas, y no “egocéntricamente”, es de-
cir, desde el punto de vista del usuario. Los sistemas geocéntricos tienen que ver
con trayectos típicamente muy largos y complejos, para los que presentan ventajas.
Pero en el contexto de los museos y otros espacios relativamente más pequeños y
sencillos, son preferibles las representaciones egocéntricas. Aquí la llamada regla de
“arriba es adelante”, atribuida a Levine por Bitgood (2013, p. 170) es preferible a la
de “arriba es el Norte”, es decir, la típica de las representaciones geocéntricas.
Para los usuarios no especializados (como es la mayoría), en los museos los mapas
orientados al Norte requieren hacer una “transformación”, o “traslación”, mental:
girar la representación imaginariamente para verla orientada como en la vida real,
lo que complica los dos primeros problemas mencionados, si en el mapa no está
señalado el “Usted está aquí”. Si la representación es en planta, se añade un grado
Hoy en día, a los mapas y las maquetas tradicionales, en los museos se suman cada
vez más frecuentemente los dispositivos digitales de navegación. Muchos teléfo-
nos inteligentes tienen la capacidad de “georreferenciar” (ubicar la localización del
usuario en un sistema estándar de coordenadas geográficas, dentro de un mar-
gen de error), y es gracias a ellos como los teléfonos y las tabletas digitales pueden
desplegar tanto mapas como representaciones 3D dinámicas de objetos, edificios
y paisajes virtuales que corresponden a sus contrapartes reales: el dispositivo re-
conoce la localidad, o la toma de una etiqueta especial QR (Quick Response Code)
ubicada en la cédula respectiva, apunta su teléfono al objetivo y observa una repre-
sentación con elementos añadidos (de ahí el nombre de la tecnología: realidad au-
mentada), cuya observación puede alternar con la de la realidad “real”, por ejemplo,
ver la reconstrucción ideal de una pirámide que se encuentra en ruinas. Gracias a
Street View, de Google, ahora se pueden realizar navegaciones asistidas por imáge-
nes reales en la visual correcta por la que se transita. Claramente, hoy existen más
dispositivos de los que Bitgood nos propone en su libro de 2013.
86
Estudios sobre públicos y museos
En los tres casos, el aprendiz construye un “mapa cognitivo” que le da, al mismo
tiempo, el alcance de lo que se verá, una manera de monitorear su progreso (“va-
mos en el tercer tema, ya sólo faltan dos”), y un andamiaje conceptual, una liga en-
tre lo que sabe y lo que está por aprender. Este término se ha atribuido a Vygotstki
(como ha cuestionado Verenikina, 2003, p. 2), y, aunque compatible con su teoría,
realmente lo propondrían años más tarde Bruner y otros (ibid.). A estos dispositivos
de apoyo al aprendizaje Ausubel les llamó genéricamente organizadores previos au-
ténticos, para diferenciarlos de los “pseudoorganizadores”, que realmente no cum-
plen la función cognitiva requerida, distinción que enfatizan ediciones posteriores
de su libro clásico, como en Ausubel, Novak y Hanesian, 1986. Parece haber consen-
so en que, en efecto, los organizadores previos facilitan el aprendizaje.
Parte del problema estriba en que es difícil para el museógrafo, ocupado de resolver
muchos asuntos a la vez, ponerse en el lugar del visitante novato y ver con sus ojos
la exposición. Desde esa perspectiva descubriría que quizá los recursos que emplea
para revelar la organización del contenido, como cambios de color, de luz, quizá,
incluso, de iconos o del tratamiento de alguna pleca en el cedulario, normalmente
pasan inadvertidos para el visitante novato. En cualquier caso, aun si los detecta,
llegan tarde: lo ideal es tener una idea de qué se va a ver y cómo está organizado el
contenido antes de verlo. Las cosas empeoran cuando las cédulas temáticas que re-
flejarían estos cambios se ubican paralelas a la circulación o, peor aún, de espaldas
al trayecto del público.
La orientación cognitiva es tan importante que Falk y Dierking la señalan como una
de las 11 variables de su modelo de aprendizaje contextual (Falk y Dierking, 2000),3
que abordaré en un momento. En un estudio cuantitativo con validez estadística,
realizado en el Centro de Ciencias de California Falk y Storksdieck, (2005) estudiaron
qué factores inciden en el aprendizaje y encontraron, en efecto, que en al menos
dos de los grupos en los que segmentaron su muestra, tanto la orientación cog-
nitiva como la espacial afectan tanto la experiencia de visita como el aprendizaje,
aunque no de manera homogénea.4
3
Este modelo intenta recuperar cómo se aprende en contextos de educación que anteriormente se llamaban
de educación informal, o de libre albedrío; es decir, los no escolarizados, como los museos y los sitios patri-
moniales. El modelo propone que el aprendizaje en estos espacios es diferente del que ocurre en el salón
de clase, con tiempos reducidos; públicos que no necesariamente quieren “aprender” en el sentido escolar,
pueden decidir poner o no atención; y, en algunas de las nuevas formulaciones del modelo, implicar dife-
rentes acciones por parte de los visitantes, dependiendo de qué “identidad” o papel juegan en una determi-
nada visita. La experiencia de visita es la combinación de tres tipos de contextos: el individual, el social y el
físico. Dentro de cada uno de estos existen factores o variables que pueden afectar el aprendizaje, entre las
cuales, como señalé arriba, se cuentan la 7 y la 8, esto es, la orientación espacial y la cognitiva (que tienen
que ver con el contexto espacial). Las restantes son: del contexto personal, 1) motivación y expectativas;
2) conocimiento y experiencias previas; 3) intereses y creencias previas; 4) elección y control; del contexto
sociocultural: 5) mediación social dentro del grupo; 6) mediación facilitada por otros; del contexto físico:
las señaladas 7 y 8, además de la 9) arquitectura y ambiente a gran escala; 10) diseño de la exhibición (mu-
seografía) y contenido de las cédulas, y 11) actividades de refuerzo y experiencias subsecuentes fuera del
museo (Falk, 2005, p. 215).
4
Los visitantes más conocedores de la temática y del propio espacio del museo tuvieron menos dificultad,
pero muchos de los visitantes a los grandes museos y sitios son primerizos, por lo que no podemos darnos
el lujo de asumir que tienen esos conocimientos.
Los visitantes asumen que los diseñadores del museo estaban intentando comuni-
carles algo; aprecian saber “qué se espera de ellos”. Dotarla de organizadores pre-
vios mejora la capacidad de que la gente construya significados de las experiencias,
proporcionándole el andamiaje intelectual en el que puede colgar las ideas con las
que se encontrará (2005, pp. 124-125).
Otro autor que ha estudiado este problema es Bitgood (1988; 2013). Para él, la
orientación conceptual (lo que nosotros llamamos orientación cognitiva)5 es uno
de los dos componentes de la “navegación” (el otro es la circulación en la sala o
museo): navegar es “el acto de moverse a través del museo con el conocimiento de
dónde se está, a dónde se puede ir y dónde encontrar localidades específicas; y con
una comprensión general de lo que se podría experimentar […] durante su visita”
(Bitgood, 2013, pp. 166-167). La orientación conceptual proporciona información
que describe de qué se trata la exposición, cómo está organizada y qué es lo que se
puede ver y hacer ahí:
Parte de [su] función es proporcionar un organizador previo de forma tal que [los]
visitantes entiendan las ideas clave de la exhibición y ello les permita planear su vi-
sita. [Cuando lo hacen] es más probable que planifiquen sus movimientos y pongan
su atención en aquellos materiales que promueven el aprendizaje (v. g., Bitgood y
Tisdal, 1996; Screven, 1986; citados en Bitgood 2013, p. 167-168).
1. Ideas principales. ¿De qué se trata la exposición? ¿Logra el título o una ora-
ción corta comunicar la(s) idea(s) principal(es)?
5
Para los propósitos de este artículo, consideraremos “orientación conceptual” equivalente a “orientación
cognitiva”, que es el concepto que se usa actualmente.
2. ¿Qué hay para ver y hacer? ¿La orientación le comunica al visitante lo que
verá y las actividades disponibles en la exposición?
3. ¿Cómo está organizada? ¿Existe una representación gráfica (por ejemplo, un
mapa) de cómo se organiza la exposición? ¿Esta organización es obvia a par-
tir de la inspección visual?
4. Dónde encontrar… Debe proporcionarse información sobre la ubicación de
los baños, café, tienda de regalos, guardarropa u otras instalaciones (Bitgood,
2013, p. 169).
A esta lista yo agregaría un elemento, que tiene que ver con las expectativas de
visita (puede recuperarse de estudios de públicos), principalmente para museos o
sitios patrimoniales en los que hay mucho que hacer o ver, lo que implica priorizar
el tiempo de las típicas dos horas destinadas a la visita:
Este elemento, aunque manipulable por agentes como los turoperadores, descansa,
sin embargo, en un reconocimiento de que hay algo que hace especial al sitio o la ex-
posición (el llamado genio del lugar), que, aunque a veces no coincide con lo que el
experto esperaría que se aprecie como el valor patrimonial central, socialmente ha
tenido un reconocimiento tal que, en efecto, no verlo implica “no haber estado ahí”,
perderse “lo que valía más la pena”. Por ejemplo, para muchos, visitar el Louvre y no
ver la Mona Lisa prácticamente equivale a no haber ido. En museos más pequeños
o con colecciones menos famosas, de todas maneras siempre hay algo que la gen-
te ya ha reconocido como clave o que podemos destacarle como importante —en
especial, si no es obvio, fácilmente visible o está lejos de la entrada o del recorrido
principal—. En particular, deberíamos resaltar aquellos elementos en los que des-
cansan los principales valores patrimoniales del sitio o la exposición.
La orientación espacial
Como vimos, para Bitgood la orientación conceptual se complementa con la orienta-
ción espacial, que tiene dos componentes: el wayfinding, que permite a los visitan-
tes saber dónde están y a dónde pueden ir (como a los servicios) con un mínimo de
esfuerzo y su relación con puntos claves, como el lobby, y lo que él llama circulación:
cómo se mueven los visitantes en el espacio construido. Los tres impactan la expe-
riencia de visita. El movimiento, dice, depende claramente de la orientación espacial:
si es confusa, no se sabe por dónde continuar, o hay que regresar sobre lo que ya se
vio para retomar la ruta correcta, con lo que se gastarán tiempo y energía del visitan-
te que podrían emplearse en que disfrute y aprenda de la exposición (Bitgood, 2013,
p. 168).
Era el caso en Paquimé, donde una bifurcación mal señalizada evitaba ver el Obser-
vatorio (Gándara, s. f.). El problema se corrigió, pero desgraciadamente surgió uno
similar, al crearse una nueva bifurcación que factiblemente evitaba ver el área del
Montículo del Pájaro (Gándara, 2014a). En El Tajín sucede algo similar con el área
de “Tajín Chico”, que visitó solo 60% del público estudiado, no por falta de interés
sino porque muchos no se enteran de que existe (Gándara, 2014b). Prácticamente
la misma situación se da con el Palomar, en Uxmal (Gándara, 2014c). En Palenque,
una de las áreas más espectaculares, conocida popularmente como “Baños de la
Reina”, es poco visitada. En parte, porque su recorrido es complicado: hay desniveles
grandes, que se sortean mediante un buen número de escalones, pero también en
parte porque no se avisa de su existencia (Gándara, 2014d). Y quienes se animan a
seguir ese sendero, descubren, al terminarlo, que han salido de la zona y se encuen-
tran muy lejos, cuesta abajo, del lugar donde dejaron su automóvil, lo que nadie les
advirtió (figura 3).
muchos visitantes
se quedan sin conocer
aspectos claves de estos
sitios no por decisión
propia, sino por razón
de que faltaba una señal de
orientación oportuna,
el mapa del sitio contenía
errores o simplemente
no existía.
Figuras 4a y 4b. Acceso al Observatorio de Xochicalco; aun estando en el lugar no es tan claro dónde está el acceso y qué se
verá ahí
© Proyecto: Metodología para el diagnóstico, monitoreo y evaluación de los efectos de la divulgación en sitios patrimoniales y museos,
ENCRyM
93
Estudios sobre públicos y museos
El caso más claro es Xochicalco, donde el Observatorio es quizá “la joya de la co-
rona”, dado que condensa, al menos en una interpretación del sitio, el valor patri-
monial. Una encuesta informal, diagnóstica, mostró que algunos visitantes nunca
supieron de su existencia (Barragán, 2015). Cuando, al participar de esa encuesta,
se les informó de ella, muchos reaccionaron molestos, porque ya no tenían tiempo
de regresar a verlo (figuras 4a y 4b).
Antes de comentar la aplicación de estas técnicas, cabe hacer una distinción impor-
tante: en los estudios que he revisado en la literatura, normalmente se registran
solo los trayectos (rutas o trazas) de los visitantes, sin que medie (o al menos se re-
porte) un análisis del espacio mismo. Esta omisión es comprensible porque normal-
mente las exposiciones que se han estudiado son espacios cerrados acotados, han
sido diseñados por el propio museógrafo y son relativamente pequeños, compara-
dos con los sitios arqueológicos y otros sitios patrimoniales al aire libre. Mi trabajo
se ha centrado en estos últimos contextos, aunque en el año 2000 realicé con Emi-
lio Montemayor un estudio de públicos en el Museo Nacional de Antropología en
que el wayfinding se consideró parcialmente: Montemayor, Moreno, Rojas y Gán-
dara, 2000. En los sitios arqueológicos es indispensable analizar no solamente las
rutas que toman los visitantes sino todas las posibles, justamente para determinar
por qué, en ciertas ocasiones, los visitantes siguen las rutas que en efecto toman.
Habría, entonces, dos tipos de estudios: el del espacio mismo (que es prerrequisito,
al menos en sitios arqueológicos grandes) y el de los recorridos de los visitantes.
El análisis de wayfinding
El análisis de wayfinding se realiza en campo, típicamente apoyado en un plano o
foto aérea del sitio (o, al menos, una imagen satelital tipo Google Maps). Se ubi-
can en él los puntos de origen y destino (típicamente, la entrada y la salida únicas,
aunque en Palenque y en Chichén Itzá hay dos: Gándara, 2009), y ambos funcionan
como orígenes y destinos.
Se recorre el espacio físicamente, empezando fuera del sitio o museo, en las carre-
teras (o calles, en el caso del museo) próximas, para determinar si las señales hacia
él son oportunas, visibles y claras. Por ejemplo, un letrero que indica “El Tajín, 5 km”,
es preferible a otro con el icono de una pirámide sin más. Ya en el sitio, se determi-
na si existen apoyos de orientación espacial en el área de recepción de visitantes:
maquetas, mapas, folletos, croquis tanto del sitio en general como del área de ser-
vicios. Se determina si se muestran recorridos sugeridos, con tiempos y distancias,
así como áreas de tránsito difícil, o si el visitante tiene que formular su propio plan
de viaje a partir de los apoyos disponibles (si es que hay alguno).
A partir de esa primera bifurcación se continúa por el sendero hasta encontrar algu-
na otra. Se regresa a aquella y se transita por otro ramal, repitiendo el proceso para
todos los segmentos posibles, en una especie de esquema de red, cuando los nodos
son complejos. Es el caso de los sitios que referimos como de recorrido libre, esto
es, cuando no hay un sendero acotado o, si existe, se difumina en áreas abiertas
desde las que se pueden seguir múltiples senderos. También se anotan “cédulas de
localización”, que marquen destinos parciales, como edificios o áreas particulares
(que permiten que el visitante coteje que está donde quería estar), así como si se le
advierte de trayectos potencialmente complicados.
El proceso se repite hasta agotar todas las opciones, notando, además, “callejones
sin salida”: segmentos del trayecto que terminan abruptamente y que requieren
que el visitante camine de regreso hasta la última bifurcación que le condujo a ellos.
En el análisis posterior se evalúa si ese segmento añadió algo significativo a la expe-
riencia, o si quizá es preferible advertir al visitante que los siguientes tantos metros
lo llevarán a eso: un callejón sin salida, y tome, así, una decisión informada.
Se anotan los “nodos”, o puntos en los que concurren varios posibles trayectos (cru-
ce o confluencia de senderos), los que serán los retos más importantes de orienta-
ción y toma de decisiones oportunas para el visitante sobre el siguiente trayecto. Se
hacen estimados de tiempos y distancias de trayecto de las opciones que pasan por
los atractivos conocidos del sitio, y que constituirían la “ruta corta” potencial, así
como las más exhaustivas e incluso las que solamente podrían tomar los visitantes
más intrépidos (o aptos para el recorrido a campo traviesa). Por último, se determi-
na si la salida está bien señalizada desde las varias opciones de recorrido, y si existe
una “ruta de escape” del recorrido que podría utilizarse, en caso de tener poco tiem-
po o de haber una emergencia. Un elemento que apenas se empieza a estudiar es
el asunto de las visuales. Hay situaciones en que quizá no es necesario colocar una
señal, puesto que hay un único destino de ese segmento, el destino está visible y no
hay interrupciones, al menos visuales, hacia él. En esos casos se pueden reducir las
señales de orientación espacial (figura 5).
Los rastreos, o
seguimientos (tracking,
en inglés), involucran
seguir, de incógnito,
a los visitantes y
registrar en un plano
sus movimientos
y paradas, en ocasiones
consignando los
tiempos empleados.
98
Estudios sobre públicos y museos
Rastreos, o seguimientos
Consisten en seguir a un visitante seleccionado y registrar su ruta a lo largo del mu-
seo o sitio patrimonial. Se anotan el tiempo de inicio y de terminación y se registra
el trayecto, a veces señalando la duración de cada parada y las acciones observadas
(por ejemplo, si el visitante leyó el cedulario, comentó con sus compañeros, tomó
fotografías, etc.). Qué es una “parada” es difícil determinar en un sitio arqueológi-
co, a diferencia de un museo. Para Serrell (1998), es el momento en que el visitante
se detiene cuando menos dos segundos con los pies juntos y observando un punto
particular. En un sitio, no hay objetos, sino edificios y paisaje, que se pueden ver
perfectamente mientras se camina. En cualquier caso, estos rastreos se hacen de
incógnito, para no alterar el patrón de visita, lo que no siempre resulta fácil. El
análisis del trayecto del visitante permite determinar a qué áreas llegó y a cuáles
no, y dónde tuvo que regresar sobre sus propios pasos, posiblemente desorientado.
Lo que observamos es menor frecuencia de visita lejos del sendero principal,
si los destinos no están señalizados; como ya comenté, esto puede dejar fuera
algunos de los edificios más interesantes, simplemente porque el visitante no se
enteró de su existencia o ubicación (figura 6).
Encuestas y entrevistas
Normalmente, cuando la gente se perdió y eso le costó tiempo y esfuerzo, lo dice sin
empacho, si no es que lo reclama, a la hora de ser encuestada o entrevistada. Con
estos instrumentos nos interesa saber si los visitantes utilizaron los dispositivos de
navegación, cuáles y con qué resultado; y es útil pedirles que señalen puntos nota-
bles de la exposición o el sitio para ver si logran ubicarlos, así como los servicios y
las entradas y salidas del lugar. Se les puede interrogar, asimismo, sobre las áreas
lejanas o sobre las que condensan los valores patrimoniales, para saber si las visita-
ron o no, y en su caso, por qué no lo hicieron. Si se contara con una muestra suficien-
te, habría manera de determinar tendencias en cuanto a qué cosas se consideran
hitos y cómo se agrupan en “barrios” las áreas del sitio o del museo. Una variante
interesante es pedirles que dibujen el espacio recorrido: es una excelente manera
de darse cuenta de qué tan preciso era su mapa mental, tomando en cuenta, por
supuesto, que no toda la gente se siente cómoda haciendo un dibujo ante extraños.
6. En sitios y museos de gran tamaño, debería haber una cédula sobre cómo
realizar una visita eficaz, en la que se indicarían tiempos promedios de visita,
longitudes aproximadas para diferentes recorridos, y se destacarían las “obras
maestras” o elementos “Usted no debe perderse”.6
7. Las guías del museo o sitio deben contener la información básica: qué ver,
qué hacer, cómo llegar y cuáles son los valores patrimoniales del lugar. Es
preferible incluir este tipo de material en el precio de entrada (o producirlo
mediante patrocinios) que permitir que el visitante se pierda o carezca de
orientación cognitiva.
Orientación espacial
8. El mapa del inicio del recorrido ha de ser eficaz como orientación no solo
cognitiva, sino espacial. Debe ser una representación simplificada del espa-
cio, preferiblemente en una proyección isométrica (en perspectiva) desde el
punto de vista del observador y no un plano en planta orientado al Norte. In-
cluso una representación caricaturizada es mejor que un plano formal. Una
maqueta (en particular, en sitios arqueológicos) con indicadores de qué es-
tructura es cuál es todavía mejor. Tanto mapas como maquetas deben elimi-
nar la información irrelevante, dado que se busca no realismo, sino eficacia,
como dispositivos de orientación espacial.
9. Las señales de dirección deben colocarse oportunamente en los puntos de
toma de decisión (entradas e intersecciones) y proporcionar instrucciones
claras sobre cómo llegar a destinos específicos. Deberán proporcionar desti-
nos, tiempos estimados y cualquier dificultad que pueda implicar el trayecto.
10. Además del mapa introductorio, debe haber otros simplificados en las dife-
rentes áreas del museo o sitio a lo largo del recorrido, especialmente si son
6
Muchos visitantes acuden al museo o sitio por primera vez, así que no han desarrollado estrategias eficaces
de visita. Una cédula de este tipo (o su inclusión en el texto de la miniguía o folleto que se entrega a la en-
trada) ayudaría a crear una cultura de visita.
grandes. Es importante que indiquen “Usted está aquí”, que estén orientados
conforme el visitante los ve y no al Norte (“enfrente es adelante”) y muestren
cuando menos dos hitos que le permitan navegar por triangulación. Estos
mapas intermedios son indispensables para que el visitante vaya ratificando
el mapa cognitivo secundario creado a partir del mapa físico que vio al ingre-
so, y convirtiéndolo en un mapa cognitivo primario, al que ahora se añade la
propia experiencia del trayecto.7
11. Acceso visual: en una exposición, es preferible que los visitantes tengan
visuales a los puntos claves del espacio (Bitgood 2013:172). La superabun-
dancia de nodos, lejos de favorecer al visitante dándole flexibilidad, corre el
riesgo de hacer que desperdicie su tiempo y energía decidiendo por dónde ir
o regresando para corregir su rumbo.8
12. Evitar la exhibición a dos lados (ibid.) (o, agregaría yo, clarificar la secuencia).
Cuando se disponen objetos a ambos lados del trayecto, compiten entre sí de
no existir una indicación de cuál es la secuencia sugerida. La gente resuelve
este dilema circulando hacia la derecha y siguiendo el perímetro del muro en
un área rectangular, pero si la salida al área siguiente ocurre en el extremo
opuesto al del ingreso, el visitante tendrá que caminar de regreso para pro-
7
He tenido la intuición de que este tipo de mapa intermedio, o una señal que indique la posición en trayecto,
permite determinar algo que los mapas cognitivos no tienen: distancias. Es decir, nuestros mapas cogniti-
vos son buenos para darnos un sentido de dirección y trayecto, pero no necesariamente de escala. Al poder
sentir el tiempo que nos tomó llegar a ese punto, se hace tangible la escala métrica del mapa que vimos al
inicio. A mucha gente le da trabajo interpretar una escala métrica y aún más traducirla a los tiempos que
involucrará el trayecto a un lugar desconocido, de terreno a veces irregular. Jonsson (2002, cap. 8) corrobo-
ra mi intuición: argumenta que nuestra habilidad para construir mapas cognitivos viene de un momento
adaptativo en donde las escalas de longitud aún no se desarrollaban. Señala cómo hoy en día los cazadores
recolectores son malos para estimar distancias métricas, dado que para ellos la unidad de medida impor-
tante no es de distancia, sino de tiempo: el “mediodía”, ya que permite planificar si hay que llevar provisio-
nes para acampar o si se puede regresar a casa el mismo día (ibid., p. 61).
8
Claro que aquí hay que considerar el efecto que produce la sorpresa, lo que lleva a que algunas veces se
rompa esta recomendación para crear un efecto emocional que puede favorecer el aprendizaje y el disfrute,
“escondiendo” museográficamente objetos que luego deslumbrarán al visitante cuando se tope con ellos al
girar en un pasillo. En un sitio arqueológico es casi imposible que haya control de la visual desde el inicio a la
salida. De hecho, el no tenerlo a veces beneficia la experiencia. En realidad, bien puede haber áreas donde
la ilusión de “explorar” (con límites de seguridad) permita a los visitantes más intrépidos tomar senderos
que el resto preferirá evitar, como ocurre en áreas de Palenque.
seguir. Se exhibe así por limitaciones de espacio, para utilizar todo el períme-
tro, pero muchas veces el resultado son patrones de circulación complejos
que implican al menos un desplazamiento diagonal adicional. A la larga, se
produce fatiga que quizá pudo evitarse. En un sitio arqueológico no hay mu-
cho que hacer: no podemos alterar la posición de los edificios. Pero sí sugerir
recorridos, buscando segmentos con vistas nuevas y evitando regresar por lo
que ya se observó.
Diseño de la circulación (en museos, dado que en un sitio estos estarán dados por la
propia distribución de los edificios)
Reflexiones finales
Como se habrá visto, más que reglas escritas en bronce, estas recomendaciones,
cuya aplicabilidad debe evaluarse en cada caso, son sugerencias derivados de mu-
cha experiencia en estudios de públicos de los autores citados (y de mis incipientes
observaciones en sitios arqueológicos); y, desde mi perspectiva, se fundan sólida-
mente en las ciencias cognitivas. La prudencia aconsejaría que es importante cuan-
do menos conocerlas y entenderlas bien antes de darse permiso de saltárselas. Por
supuesto, dado lo joven de este campo en nuestro medio, habrá que esperar a que
se acumulen casos concretos de estudio y aplicación para determinar su relativa
eficacia, lo que permitiría jerarquizar, en condiciones de presupuesto o tiempo limi-
tado, cuáles sería preferible instrumentar primero. Lo importante es no perder de
vista que ambos componentes (la orientación cognitiva y la espacial) actúan siem-
pre en conjunto, de modo que no tiene mucho sentido resolver una sin atender a la
otra de manera simultánea.
Bibliografía
Arthur, P. y Passini, R. (1992), Wayfinding: People, Signs, and Architecture, Nueva York,
McGraw-Hill.
Ausubel, D. P. (1976), Psicología educativa: un punto de vista cognoscitivo, México,
Trillas.
Ausubel, D. P. (2000), The Acquisition and Retention of Knowledge: A Cognitive View,
Boston, Springer.
Ausubel, D. P., Novak, J. D. y Hanesian, H. (1986), Educational Psychology: A Cognitive
View, Nueva York, Werbel y Peck.
Ballantyne, R., Hughes, K. y Moscardo, G. (2007), Designing Interpretive Signs: Princi-
ples in Practice, Golden, Fulcrum.
Barragán, I. (2015), Interpretación temática para una congruencia discursiva entre los
museos de sitio y el patrimonio arqueológico: el caso Xochicalco, tesis de maes-
tría en museología, México, ENCRyM.
Bitgood, S. (1988), “Problems in visitor orientation and circulation”, en S. Bitgood et
al., Visitor Studies-1988: Theory, Research, and Practice, Jacksonville, Center for
Social Design, pp. 155-170.
Bitgood, S. (2006), “An analysis of visitor circulation: movement patterns and the
general value principle”, Curator: The Museum Journal, 49 (4), pp. 463-475.
____ (2013), Attention and Value: Keys to Understanding Museum Visitors, Walnut
Creek, Left Coast Press.
Bitgood, S. y Loomis, R. (1993), “Environmental design and evaluation in museums”,
Environment and Behavior, 25 (6), pp. 683-697.
Bitgood, S., Patterson, D. y Benefield, A. (1988), “Exhibit design and visitor behavior em-
pirical relationships”, Environment and Behavior, 20 (4), pp. 474-491, documen-
to electrónico disponible en <http://doi.org/10.1177/0013916588204006>,
consultado el 20 de mayo de 2014.
Buzan, T., y Buzan, B. (1996), El libro de los mapas mentales: cómo utilizar al máximo
las capacidades de la mente, Barcelona, Ediciones Urano.
Cañas, A. J., Novak, J. D., y González-García, F. M. (2004), Concept Maps: Theory, Me-
thodology, Technology, Proceedings of the first International Conference on
Concept Mapping, CMC, Pamplona, Spain, Sept. 14-17, 2004.
Carpman, J. y Grant, M. (2002), “Wayfinding: A broad view”, en R. B. Bechtel
y A. Churchman (eds.), Handbook of Environmental Psychology, Nueva York,
Wiley, pp. 427-442.
Costa, J. (1987), Señalética: de la señalización al diseño de programas, Barcelona,
CEAC.
Darken, R. P. y Peterson, B. (2015), “Spatial orientation, wayfinding, and represen-
tation”, en H. Kelly y S. Ken (eds.), Handbook of Virtual Environments: Design,
Implementation, and Applications, Boca Ratón, CRS Press, pp. 467-492.
Falk, J. H. y Dierking, L. D. (1992), The Museum Experience, Washington, Whalesback
Books.
____ (2000), Learning from Museums: Visitor Experiences and the Making of Meaning,
Walnut Creek, Altamira Press.
Falk, J. H. y Storksdieck, M. (2005), “Learning science from museums”, História, Ciên-
cias, Saúde-Manguinhos, 12, documento electrónico disponible en <http://doi.
org/10.1590/S0104-59702005000400007>, consultado el 20 de mayo de 2014.
Gándara, M. (s. f.), “De la interpretación temática a la divulgación significativa”, en
Interpretación del patrimonio cultural (s. p.), México, ENCRyM/INAH.
Gándara, M. (ed.). (2009), Estudio diagnóstico de públicos para Chichén Itzá, Direc-
ción de Operación de Sitios/INAH.
Gándara, M. (2014a), “Wayfinding”, en M. Gándara y L. Pérez (eds.), Metodología
para el diagnóstico, monitoreo y evaluación de los efectos de la divulgación en
sitios patrimoniales y museos: caso Paquimé, México, ENCRyM, pp. 15-21.
____ (2014b), “Análisis de wayfinding”, en M. Gándara y L. Pérez (eds.), Metodología
para el diagnóstico, monitoreo y evaluación de los efectos de la divulgación en
sitios patrimoniales y museos: caso El Tajín, México, ENCRyM, pp. 20-32.