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Dime Qué Comes y Te Diré Quién Eres

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Dime qué comes y te diré

quién eres. La protección


de la libertad alimentaria
religiosa en Italia
CUESTIONES DE PLURALISMO, VOLUMEN 4, NÚMERO 1 (1ER SEMESTRE 2024)
31 DE ENERO DE 2024
DOI: https://doi.org/10.58428/yopx9366
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Por Daniela Milani

Al igual que en España, en Italia, el derecho a alimentarse


de acuerdo con las prescripciones religiosas está
protegido por la Constitución y requiere una protección
adecuada siempre que los fieles, estando dentro de
escuelas, prisiones, hospitales o cuarteles, dependan de
la administración pública para el suministro de comidas.

LEER ARTÍCULO EN ITALIANO


"Dis-moi ce que tu manges et je te dirai qui tu es". Así escribía
Jean-Anthelme Brillat-Savarin a principios del siglo XIX en su
Physiologie du goût, ou méditations de gastronomie
transcendante. Quizá sea menos conocido el aforismo "Les
animaux se repaissent ; l'homme mange ; l'homme d'esprit seul
sait manger" del mismo autor.

Ambos aforismos tienen el mérito de superar la idea de que los


alimentos son un mero conjunto de nutrientes. Términos como
hidratos de carbono, proteínas, grasas, vitaminas, minerales o
agua, revelan poco, o nada, sobre los alimentos que ingerimos.
Mucho más nos dicen de ellos los sentidos, los recuerdos, las
tradiciones. Basta pensar en el valor simbólico del néctar y la
ambrosía en la mitología; el significado del pan, del vino y del
pescado para el cristianismo; o lo que representan las hierbas
amargas, los huevos duros y el cordero para la fiesta judía de
Pésaj.
Gracias a su valor simbólico, la alimentación contribuye a
definir la identidad de las personas y, en algunos casos, incluso,
su pertenencia a determinadas comunidades que se reconocen
en la aplicación de un código alimentario común. Este no es el
caso de la Iglesia católica que, entre las religiones del Libro, se
distingue quizás precisamente por el hecho de que no impone
ninguna prescripción particular, con la excepción fundamental
de tres casos: la abstinencia de carne o de otros alimentos
todos los viernes del año (excepto cuando coinciden con una
solemnidad) según las disposiciones adoptadas por las
Conferencias Episcopales; el ayuno que debe observarse el
Miércoles de Ceniza y el Viernes de Pasión (can. 1251 CIC); así
como el ayuno de la Eucaristía que debe practicarse al menos
una hora antes de la comunión (c. 919 CIC). Por lo tanto, el
ayuno, que en la Edad Media era sinónimo de penitencia,
asume hoy, en otras palabras, un significado residual
circunscrito sobre todo a determinados momentos litúrgicos.

Lo contrario ocurre en los otros dos monoteísmos -el judaísmo


y el islam- que están unidos por la observancia de
prohibiciones, así como de normas de preparación y
conservación. El término kashrut (adecuado, conforme,
apropiado) indica en el judaísmo el conjunto de reglas
aplicables a los alimentos. Estas reglas distinguen los
alimentos puros (kosher) de los impuros (taref): los primeros
son aptos para el consumo, los segundos están estrictamente
prohibidos, como la carne de cerdo. Lo mismo ocurre en el
islam, donde se distingue entre alimentos lícitos (halal) y
alimentos ilícitos (haram). Además de las prohibiciones
absolutas, también existen prohibiciones relativas que impiden
a judíos y musulmanes consumir alimentos -aunque sean
lícitos- en determinados momentos del año, como durante el
ayuno de Yom Kipur, para los primeros, o durante el Ramadán,
para los segundos.

Igualmente existen, como se ha dicho, normas que regulan la


preparación y conservación de los alimentos. Entre las normas
de preparación podemos incluir en primer lugar las que rigen el
sacrificio ritual, una práctica común a judíos y musulmanes.
Luego están las destinadas a evitar la contaminación entre
alimentos puros e impuros. Por último, en el caso específico
del judaísmo, la prohibición de mezclar carne y leche en las
distintas preparaciones; prohibición que afecta también a la
vajilla, los utensilios y los aparatos utilizados en la cocina para
estos alimentos.

Al observar la prohibición de mezclar carne y leche, la


prohibición de comer sangre, la obligación de consumir sólo
carne sacrificada ritualmente, o tal vez la obligación de adoptar
una dieta exclusivamente vegetariana, el creyente -además de
reforzar los lazos de pertenencia a su comunidad de fe-
demuestra su integridad. Lo mismo ocurre cuando uno se
abstiene de comer, individual o colectivamente, en los
momentos y formas establecidos por el código dietético de su
creencia. Si la violación de un hábito cultural puede, en el peor
de los casos, producir repugnancia, la transgresión de un
precepto religioso, sea una recomendación o una prohibición,
tiene consecuencias mucho más graves para el creyente,
dañando no tanto su cuerpo como su espíritu. Cuando esto
sucede, la observancia de las prescripciones dietéticas
religiosas se convierte, como ha observado el Tribunal Europeo
de Derechos Humanos (Jakóbski c. Polonia, de 7 de marzo de
2011; Vartic c. Romenia, de 10 de octubre de 2012; Erlich e
Kastro c. Romenia, de 9 de septiembre de 2020; Neagu c.
Romenia, de 10 de noviembre de 2020 y Saran c. Romenia, de
10 de febrero de 2021, en una práctica de culto adscribible al
ejercicio del derecho fundamental de libertad religiosa. Por lo
tanto, es comprensible cómo, en sociedades multirreligiosas, la
observancia de estos códigos dietéticos puede plantear
problemas de protección del derecho a la libertad religiosa
cuando los fieles, al encontrarse en escuelas, prisiones,
hospitales o cuarteles, dependen de la administración pública
para el suministro de comidas.

Como en España, también en Italia el derecho a alimentarse


respetando las prescripciones religiosas está protegido por la
Constitución (art. 19) como práctica de culto conectada al
ejercicio de la libertad religiosa (Casación Penal - Sec. I,
sentencia n. 41474 de 2013). La cuestión es tan relevante que
el acuerdo entre el Estado italiano y la Unión de Comunidades
Judías se ocupa de garantizar tanto el derecho a practicar el
sacrificio ritual (art. 6, l. 101/89), ya garantizado
unilateralmente en el ordenamiento jurídico italiano por el
Decreto Ministerial núm. 168 de 1980, como la posibilidad de
que los judíos empleados en la policía o en las fuerzas
armadas, o internados en hospitales y residencias de mayores
o, incluso, en instituciones penitenciarias, observen, a petición
suya y con la asistencia de la comunidad competente, las
prescripciones dietéticas judías sin cargo para el Estado (art. 7,
l. 101/89).

Probablemente se habrían esperado disposiciones similares en


los acuerdos que se estipularon posteriormente con la Unión
Budista Italiana, la Unión Hindú Italiana Sanatana Dhamrma
Samgha, la Santa Archidiócesis Ortodoxa de Italia y el Exarcado
para el Sur de Europa, así como, más recientemente, con el
Instituto Budista Italiano Soka Gakkai. De hecho, es bien sabido
que budistas, hinduistas y ortodoxos también observan
prescripciones religiosas y ayunos rituales. Sin embargo, no ha
sido así y, desde este punto de vista, la condición de los fieles
pertenecientes a estas confesiones es totalmente comparable
a la de las confesiones sin acuerdo, entre ellas el Islam. Para
todos estos creyentes, la protección de la libertad religiosa en
la escuela, en el hospital, en la cárcel y en los cuarteles, así
como, de manera más general, de la libertad de conciencia y de
convicción, se deja, en otras palabras, a la normativa unilateral
del Estado o a la disciplina de los demás organismos públicos
competentes en cada momento. La cuestión se vuelve
especialmente delicada cuando personas que profesan
distintas confesiones se encuentran compartiendo un mismo
espacio público. Es el caso, en particular, de las escuelas, las
prisiones y, cada vez más, los hospitales.

De hecho, los menús preparados para los comedores


escolares, los comedores penitenciarios y los comedores
hospitalarios en Italia incluyen ahora de forma constante, junto
a las dietas por motivos de salud, dietas ético-religiosas que
pueden excluir de vez en cuando, a petición del interesado o de
su tutor, la carne en sentido absoluto, el cerdo, la carne de
vacuno y de cerdo, la carne y el pescado o cualquier alimento
de origen animal. Tales dietas, sin embargo, rara vez garantizan
la alimentación con carne sacrificada ritualmente. La cuestión
no es irrelevante porque, como señaló el Comité Nacional de
Bioética en un dictamen emitido hace unos años, una cosa es
garantizar el derecho a no ingerir alimentos contrarios a las
propias convicciones o creencias y otra muy distinta poder
alimentarse de forma plenamente conforme con las propias
convicciones consumiendo, por ejemplo, carne sacrificada
ritualmente.

Evaluar si es posible, pero sobre todo cómo pasar de un nivel


mínimo (mera prohibición del consumo) a un nivel máximo de
garantía de las convicciones éticas y religiosas en materia
alimentaria (cumplimiento total de las prescripciones), con la
ambición de aspirar a un modelo de gestión inclusivo
respetando las diferencias, es sin embargo una empresa difícil.
Tanto más difícil si consideramos el contexto en el que nos
movemos, en el que coexisten diversas variables y otras tantas
complicaciones directamente vinculadas, aunque no
exclusivamente, a la creciente complejidad de las sociedades
multiculturales y multirreligiosas. El derecho al respeto de las
convicciones éticas y religiosas en materia alimentaria se
convierte así en una prueba de fuego para examinar el ejercicio
de la libertad de conciencia y de religión en un sistema, como el
italiano, que sólo a principios de los años ochenta parecía
monolíticamente basado en una demografía religiosa de clara
impronta judeocristiana, por no decir exclusiva.

En este nuevo escenario, establecer cómo pasar de un nivel


mínimo de garantía, que podríamos identificar en el suministro
de alimentos no conformes (menú tolerante), a un nivel
máximo, que estaría representado en cambio por el suministro
de alimentos conformes (menú inclusivo), requiere reflexiones
más generales. ¿Quién debe asumir los costes jurídicos,
organizativos, económicos y sociales de tal elección? ¿Cuál es
la relación entre el ejercicio del derecho a la libertad religiosa y
el acceso a los servicios educativos y sanitarios? ¿O el ejercicio
de la libertad religiosa de los presos con el tratamiento
reeducativo al que tienen derecho, que incluye también la
profesión de culto? Pero, sobre todo, ¿a qué modelo de gestión
del pluralismo cultural y religioso aspiramos? ¿Indiferencia,
neutralidad, asimilación o inclusión con respeto a las
diferencias?

La opción por un modelo inclusivo que promueva el pluralismo


respetando las diferencias dice mucho del paso de una
concepción negativa de los derechos de libertad, con un
enfoque totalmente liberal, a otra positiva de promoción de los
mismos derechos. Este cambio, además, se ve corroborado en
el ordenamiento jurídico italiano por la sentencia nº 203/1989
del Tribunal Constitucional, en la que se especifica el carácter
promocional de la "laicidad italiana", que no "implica (...)
indiferencia por parte del Estado frente a las religiones, sino
garantía por parte del Estado de salvaguardar la libertad
religiosa, en un régimen de pluralismo confesional y cultural".

Sin embargo, no puede decirse que el compromiso del Estado


italiano de garantizar la observancia de las normas dietéticas
religiosas, como expresión de la libertad de convicción y de
religión, sea incondicional. Como cualquier otro derecho, el que
nos ocupa también debe compararse con los derechos de los
demás, así como -cada vez en mayor medida- con las
limitaciones impuestas por el coste de los propios derechos.
Evaluaciones cuya complejidad crece en proporción directa a la
amplitud de la protección que debe concederse. La respuesta a
esta pregunta, más que de técnica jurídica o de buena
administración, es política y -como anticipaba- dice mucho del
modelo de convivencia social que se pretende alcanzar. Pero,
sobre todo, nos invita a adoptar una visión de conjunto que nos
obliga a considerar la alimentación no tanto como el punto de
llegada, sino como el punto de partida de una reflexión más
general sobre la gestión de la diversidad religiosa. Un elemento
irrenunciable de este razonamiento es el principio de dignidad,
que la Constitución italiana declina en clave personalista (art.
2) y social, garantizando la igualdad en términos no sólo
formales, sino también sustanciales (art. 3). Esta dignidad
también debe protegerse y promoverse contra el riesgo de
discriminación, pero siempre respetando los derechos de los
demás.

Igualmente, indispensable, para una visión de conjunto, es


también considerar el contexto en el que se declina la
observancia de las convicciones ético-religiosas en materia de
alimentación. En efecto, es evidente que hablar de alimentación
en las escuelas, las prisiones o los hospitales induce a abordar
el tema de la alimentación desde perspectivas diferentes que
pueden contribuir a articular mejor la respuesta a las
cuestiones planteadas por el pluralismo cultural y religioso.
Educar para la diversidad (escuelas), redescubrir el sentido de
la convivencia y la legalidad (prisiones), cuidar del bienestar de
los cuerpos sin olvidar el espíritu (hospitales), son elementos
con los que hay que tratar para no detenerse en lo particular.
Tampoco son los únicos. Si ampliamos la mirada nos damos
cuenta de que el tema de la alimentación va de la mano de
otras cuestiones, igualmente relacionadas con el respeto de la
libertad religiosa en los mismos contextos. Pensamos en la
ropa, la educación, los programas escolares, los manuales de
estudio, la reeducación de los presos, los símbolos, los
tratamientos sanitarios, etc.

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