Strike Out para El Amor - Birgit Kluger
Strike Out para El Amor - Birgit Kluger
Strike Out para El Amor - Birgit Kluger
BIRGIT KLUGER
Traducido por
EMMANUEL RICHARDS
ÍNDICE
1. Andrew
2. Sam
3. Andrew
4. Sam
5. Andrew
6. Sam
7. Andrew
8. Sam
9. Andrew
10. Sam
11. Andrew
12. Sam
13. Andrew
14. Sam
15. Andrew
16. Sam
17. Sam
18. Andrew
19. Andrew
20. Sam
21. Andrew
22. Sam
23. Andrew
24. Andrew
25. Sam
26. Sam
27. Andrew
28. Sam
Epílogo
Acerca del Autor
1
ANDREW
SAM
ANDREW
SAM
—Guau. Nunca imaginé que fuera tan sencillo. —Mary dio un paso
hacia atrás y señaló la extraña construcción que había hecho junto
con su compañero de equipo. Sobre un tocón de aproximadamente
medio metro de altura descansaba una gran rama, que yacía de un
extremo en el suelo y del otro en el tocón. Parecía un triángulo
enano. Había más ramas sobre ésta, formando un techo cubierto de
hojas. Era un refugio, de hecho, aunque uno que parecía un tanto
extraño.
—¿Y quieres dormir allí adentro? —le pregunté—. Tan pronto
como te gires, todo se vendrá abajo.
—No lo creo. —El rostro de Mary estaba radiante. Por la manera
en que se le veía, uno pensaría que había recibido un regalo muy
esperado.
—Si tú lo dices. —Me volteé hacia Panther y le señalé mi refugio
a medio terminar. Poco más que una pila desordenada de ramas, de
las cuales esperaba que de algún modo sirvieran como refugio era
lo único que hasta ahora había logrado.
—Eso no va a funcionar —dijo Panther luego de un breve vistazo
a mi obra.
—¿Por qué? ¡Se ve más estable que el de Mary! —afirmé,
aunque sabía que el de Mary se veía mucho mejor.
—Sí, pero la base del de ella es mejor. Mira ese tocón. —Panther
señaló el delgado tronco que debía sostener la construcción—. Se
vendrá abajo con la primera ráfaga de viento.
—¿Eso crees?
—No me queda la menor duda. —Panther se dio la vuelta y se
dirigió a otro equipo. Me le quedé mirando pensativamente y,
entonces, una sonrisa maliciosa apareció en mi rostro. Ya sabía
quién dormiría aquí.
Aproximadamente dos horas después, logré terminar los dos
refugios. Aunque Panther seguía observando dubitativamente la
estructura que hice para Andrew, se mostró reacio a cualquier
comentario. Quizá fue porque fortalecí un poco la estructura. Lo
bastante como para que Panther ya no se quejara.
Esperaba mucho viento por la noche. Nada sería mejor que ver a
Andrew despertarse porque de repente ya no tiene un techo sobre
su cabeza. Pero incluso si ese no fuera el caso, estaba bastante
segura que no pasaría una noche muy cómoda. Al pensar en
construirle algo que no fuera lo necesariamente apto para las
condiciones meteorológicas, se me ocurrió algo más.
Teníamos que acolchar el interior con musgo y hojas, como
aislante térmico natural, y con un colchón. Desde luego, el mío lo
había hecho con mucho esmero, porque quería que fuera lo más
cómodo posible. Andrew, por otra parte, se percataría que algunas
espinas habían invadido su refugio. Sin embargo, eso seguramente
no le molestaría. Él era un hombre, no una princesa.
Con mucho más afán que antes, seguí preparando mi lugar para
dormir. Me aseguré de tener un refugio suave de musgo y hojas.
Cubrí cuidadosamente el techo con hojas grandes y encima puse
otra capa más. Todo esto se aseguraría de que además de tener
comodidad, también tendría calor y estaría libre de humedad. Me
tomó un tiempo, pero cuando terminé, un sentimiento de orgullo
creció en mi interior. Lo que comenzó como un refugio torcido, ahora
era un lugar en el que podría dormir como un bebe. Al menos las
probabilidades eran mucho mayores que en el refugio que hice para
Andrew.
Sonreí. Al fin y al cabo estaba ganando práctica. Nadie podría
culparme de que mi primer intento no haya sido tan bueno como el
segundo.
5
ANDREW
A pesar de que Big Bear medía casi dos metros, sus pasos no
retumbaban en lo absoluto. No tenía idea de cómo lo hacía, pero no
se oía ni una rama quebrarse ni tampoco que la pateara. Nada.
Mientras yo araba por la maleza como un tanque de guerra, Big
Bear se movía como una sombra.
De acuerdo, el tipo era un indio. Lo que lo obligaba a moverse en
silencio. No obstante, hasta ahora, esto era como un cuento de
hadas para mí. Producto de la imaginación de algunos guionistas de
Hollywood que inventaron la historia para una película de vaqueros.
Me aseguré de dar leves pisadas con la intención de captar los
ruidos que producía con sus pies. No pisar o tropezarse con las
ramas. Sin mucho éxito.
—No debes pisar con las puntas de tus pies, sino con el talón —
dijo Big Bear.
¿El tipo también podía leer la mente?
—¿Por qué?
—Si quieres caminar sin hacer ruido, debes pisar con los talones
y rodar el pie sobre tus dedos. Así evitarás sonar como una manada
de búfalos.
—Ah.
—Me doy cuenta que te estás esforzando por caminar lo más
silencioso posible.
El indio estaba sonriendo maliciosamente. Apuesto todo. Por
dentro, el tipo se estaba burlando de mí. ¿Y por qué no lo haría? Era
un completo idiota.
—Pensé que sería mejor no ir por el bosque como un elefante.
—En realidad, eso no importa. Todos los animales ya salieron
corriendo de todos modos. ¿Un puñado de personas blancas en
medio de la jungla? Los animales no son tontos.
—Es verdad. —Me quedé en silencio. Ahora sí que me sentía
como un verdadero idiota. Big Bear no solo me atravesó con la
mirada, sino que también me hacía saber lo estúpido que fue mi
comportamiento. ¡Genial! El día se estaba volviendo cada vez mejor.
—Ya estamos lo suficientemente lejos. —Big Bear se detuvo.
—Está bien. —Miré a mi alrededor. Por lo visto, Big Bear se
detuvo en cualquier parte. Nos encontrábamos en medio del
bosque. Ninguna luz a lo largo y ancho, solo árboles por todos
lados. El suelo estaba cubierto por hojas. Los rayos del sol se
volvían cada vez más oblicuos, lo que quería decir que pronto nos
atraparía la noche.
Big Bear se agachó, recogió una rama y le arrancó las hojas.
—Con esto podrás cavar un hoyo —dijo dándome la rama. Sin
decir nada, la enterré en el suelo y desprendí un pedazo de tierra.
Me llevó un tiempo hasta que se alcanzó a notar algo como un
agujero. Seguí y seguí hasta que Big Bear me indicó que ya era
suficiente. Metimos las envolturas de muesli, luego cubrí el hoyo con
la tierra y la aplané.
—¿Realmente era necesario? —le pregunté irguiéndome.
—Tal vez no. Sin embargo, en la selva no se corren riesgos. —
Big Bear se giró y empezó a caminar igual de cauteloso como en el
trayecto de ida. Caminé detrás de él. Mientras tanto, me daba igual
si hacía ruido con mis pies o no. Como dijo Big Bear, todos los
animales salieron corriendo de todos modos. No eran tontos.
Black Panther nos enseñó cómo hacer una fogata. Utilizó una rama,
que rodó incesantemente entre sus manos hasta que se levantó una
delgada columna de humo. De la misma forma en que se ve en la
televisión, a sabiendas que nunca podrás hacer algo así en tu vida.
Panther caminaba en círculos para corregir a cada uno de los
participantes. Nos mostró cómo poner la punta en el socavón y qué
tan rápido se debía girar la rama.
—Oye, Panther, te daré cincuenta dólares si me das un cerillo —
le susurré mientras se sentaba al lado mío para mostrarme cómo
girar la vara.
Panther se quedó callado.
Era obvio. ¿Por qué debería responder? Probablemente los otros
participantes le ofrecieron lo mismo a cambio de un cerillo, pero
multiplicado por diez. Miré a todas partes. De acuerdo, mejor no.
Safari giraba la vara con tal ímpetu como si le hubieran pagado por
ello. A su lado, el chico de barba, parecía al borde de un orgasmo.
Aunque no sucedió nada con él. Nada en lo absoluto. Ninguna nube
de humo, ni una pizca.
Entonces mi mirada se dirigió a Sam.
Sam giraba la rama entre sus manos. Sus ojos estaban puestos
en la pequeña pila de virutas y astillas que había acomodado
metódicamente alrededor de la abertura. Tenía el ceño fruncido. Su
mirada estaba tan enfocada en la madera que esperaba que en
cualquier momento saliera una pizca de humo de ella. Como si fuera
capaz ella sola de crear fuego a su propia voluntad.
Desde que comenzó ha estado serena, concentrada y, sobre
todo, distante. Emitía un frío en mi dirección que podía congelar el
Sahara.
Panther puso ambas manos alrededor de la rama que había
elegido.
—Ruédala así entre tus palmas —dijo mostrándome.
—Entiendo. Pero esto tardará una hora.
Panther se encogió de hombros.
—Tienes toda la noche. —Se puso de pie y se dirigió hacia otro.
—Es vergonzoso tratar de comprar tu libertad —dijo Sam sin
levantar la vista.
Poco después me lavé en el agua helada del arroyo que fluía cerca
de nuestro campamento. Luego me cepillé los dientes. Con una
rama angosta. Big Bear nos enseñó cómo hacer este truco. Rezaba
por sobrevivir la semana sin pasar medio año en el dentista después
de esto.
Y eso fue todo. El sol estaba a punto de desaparecer detrás del
horizonte. A mi lado, dos de los participantes estaban platicando
animadamente. Por supuesto, Sam tenía rato de haberse ido. Había
terminado de ducharse en un tiempo récord y, sobre todo, lejos de
mí.
Sacudí la cabeza. Hasta ahora mi objetivo no había dado ningún
paso hacia adelante. Cuando trataba de ser amable con ella, no
recibía más que comentarios sarcásticos.
De acuerdo, lo admito. La mayor parte del tiempo no pude ser
amable con Samantha Fox, no obstante, me esforzaba. Algo que no
se percibía de ella. Sam solo tenía un objetivo: hacerme la vida un
infierno.
Caminé lentamente de regreso al campamento. Debía hallar la
manera de ponerla de mi lado, tenía que estar atento, mostrarle el
buen tipo que soy y que todo había sido un desafortunado
accidente.
Apreté los dientes. Tenía que creerme. Si no lo hacía, perdería lo
único en la vida que me importaba.
SAM
ANDREW
Sam seguía en algún lugar del bosque, así que ayudé a los demás a
recolectar leña para hacer una fogata y así prepararnos un
espantoso té de hierbas. Justo antes de que eso sucediera, Sam
regresó y se sentó en silencio a mi lado. Después cada uno recibió
un recipiente lleno del brebaje, el cual olía asqueroso.
Le di un sorbo y por poco lo escupo. Santa Madre de Dios, ¿no
había hierbas que supieran mejor? Esto era como tierra mezclada
con algo amargo.
Cuidadosamente puse el recipiente en el suelo, preguntándome
si heriría los sentimientos de Big Bear si tiraba su brebaje. Luego de
uno o dos minutos decidí que sus sentimientos me importaban una
mierda. A este hombre parecía no molestarle nada. Tiré el té y luego
levanté mi recipiente.
—¿Hay alguna posibilidad de que solo beba agua caliente?
Big Bear me miró.
—Claro. —Le di mi recipiente y lo llenó con agua hirviendo.
Sam, a mi lado, no dijo nada, aunque sabía perfectamente lo que
ella estaba pensando. Seguramente pensaba que estaba haciendo
trampa solo porque no tenía ganas de tomarme ese brebaje del
demonio.
—Hoy nos quedaremos aquí —anunció Big Bear mirando a su
alrededor—. Les enseñaremos cómo pescar. Es importante obtener
algo más para comer que simples hierbas.
El hombre me hablaba desde el corazón.
—¿Lo haremos con una lanza? —preguntó Safari entusiasmado.
Probablemente hasta empacó unas botas Wellington para la
ocasión.
—También, pero les mostraremos otros métodos. Hacer una
lanza requiere de tiempo y solo funciona si se tiene absoluta calma y
buena puntería. Ensartar un pez es más difícil de lo que se cree.
Son suaves y veloces, la lanza debe tener una punta muy afilada.
Les mostraremos cómo crear una nasa sencilla y cómo hacer un
anzuelo de un imperdible, o de un clip, si es que alguien trae algo
así. —La última frase la dijo muy serio, aun así, estaba bastante
convencido de que bromeaba. Al parecer, nadie más compartió mi
opinión, ya que todos actuaron como si hubiera sido una sugerencia
seria.
—Desgraciadamente, no traigo nada de eso —murmuró Safari,
claramente deprimido por la idea de haber olvidado algo.
—Qué lástima, si me hubiera dado una vuelta por la oficina antes
del viaje, tendría algunos. Suelo traer algunos en los bolsillos —dijo
el tipo gordito, que hasta ahora había estado callado.
Logré sacar en total tres peces del arroyo. Hacía mucho que no me
sentía tan orgulloso de mí mismo. Sentí que había hecho tres
Homeruns seguidos. Regresé al campamento junto con el botin. A
mi lado, un deprimido Safari, quien no pudo pescar un solo pez.
Al llegar al campamento, los otros ya nos estaban esperando.
Probablemente fue mucho más rápido para ellos. Mary sostenía una
canasta de rafia y nos miraba con una sonrisa satisfactoria. Le
enseñé lo que había pescado.
—Atrapé tres —le dije.
—Oh, qué bien. Buen trabajo. —Me enseñó su canasta—.
Ciertamente nosotros lo tuvimos más fácil. Los peces nadaban
solitos hacia la canasta y nosotros solo la sacábamos.
—Sí, eso no suena muy difícil —respondí alegremente. Entonces
vi a Sam, quien también sostenía una canasta—. Oye, ¿atrapaste
algo? —le pregunté.
—Sí —respondió de manera cortante.
—Yo atrapé tres. Todos con la lanza. —De acuerdo, incluso a mis
propios oídos sonaba como un niño de cinco años que quería que
su madre lo elogiara.
—No me digas.
La mujer realmente se merecía el seudónimo de Ice Queen.
—¿Cuántos atrapaste? —le pregunté ignorando el hecho de que
no quisiera hablar conmigo.
—Ocho.
Mierda.
Por un momento no supe qué decir.
—Qué bien. Qué… bueno —murmuré.
SAM
ANDREW
Había algo que reconocer de Sam: era un hueso duro de roer. Esas
ampollas debieron haberle dolido como el infierno. A lo largo de mi
carrera tuve un montón de esas cosas en mis pies como para
comprenderla. Aun así, Sam no paró. Ni siquiera un quejido, le
siguió el ritmo a los demás en todo momento, sin molestarse en
manifestar lo mucho que debía dolerle cada paso que daba.
Me alegré de poder ayudarla ayer. También anoche y esta
mañana revisé sus pies. Ahora ya no tenían tan mal aspecto. De
todos modos le pregunté solo para asegurarme de que todo
estuviera bien.
—¿Todo bien, Sam?
—Bien. No podría estar mejor. —Echó para atrás los hombros.
Deseaba una sonrisa —desde ayer sabía lo hermosa que se veía
Samantha Fox cada vez que sonreía—, no obstante, no me hizo ese
favor. Al parecer, volví a ser el depredador sexual que estaría mejor
detrás de unos barrotes. Por alguna razón, ese pensamiento me
frustraba. Después de todo, no pensaba seriamente que nos
volveríamos amigos solo porque puse un poco de cinta en su pie,
¿verdad?
Un poco de confianza habría sido genial, pero Sam no creía en
mí. Seguía aferrada a que me tropecé con ella a propósito, sin
importar lo que ella declarara después de esta semana en la jungla.
La siguiente hora transcurrió sin que Sam dijera una palabra.
También los otros miembros de los grupos estaban callados. Todos
ya tenían suficientes problemas batallando a través de la maleza.
No había ningún camino por el que pudiéramos seguir. Big Bear y
Panther se turnaban para tomar el mando y despejar el camino. Sin
embargo, todos debíamos tener cuidado de no tropezarnos con una
raíz o pisar un hoyo, por lo que avanzamos a paso lento. Algo me
decía que no llegaríamos a nuestro destino hoy. Hasta el momento
no se veía ningún acantilado en el que se pudiera hacer rápel, nada
más árboles, árboles y más árboles.
—Maldición. —Escuché a Sam maldecir. Se había tropezado, sin
embargo, no me molesté en ayudarla. Anteriormente, había dejado
más que claro que no quería saber nada de mí. Lo cual estaba bien.
Así que podía acabar con esta semana cuanto antes y regresar a mi
trabajo sin quedar en ridículo ante ella o asegurarle miles de veces
cuánto lamentaba mi supuesto delito.
Constantemente tenía que apartar mi vista de su esbelta figura;
trataba de concentrarme en mi entorno para no tropezarme. Sin
embargo, mis ojos eran atraídos hacia ella como un imán todo el
tiempo. Llevaba los mismos jeans que ayer. La tela resaltaba sus
largas piernas, el suéter que llevaba encima se ajustaba bien a su
cuerpo. Sam, al igual que todos los demás, se había quitado su
chaqueta y la metió en su mochila. El sol rara vez penetraba el
denso bosque de hojas, aunque, aun así, hacía calor. La
temperatura era más templada de lo habitual en esta época del año.
Todo ocurrió relativamente rápido al igual que ayer. Con cada día
que pasábamos en el bosque mejorábamos nuestras habilidades de
construcción. Mientras tanto, cada uno de nosotros desarrolló un ojo
para identificar qué ramas eran las adecuadas y cuáles no.
Terminamos el refugio en tiempo récord. Los demás a nuestro
alrededor todavía trabajaban en sus refugios o recolectaban leña
para la gran fogata que encenderíamos en el centro. Pero Andrew
me tomó de la mano y me llevó consigo.
—Ven, voy a revisar tus pies.
—Están bien. En serio, la cinta no se escurrió y ya no tengo más
problemas —balbuceé enérgicamente, pero Andrew no me escuchó.
—Siéntate —dijo señalando uno de los troncos que yacían
alrededor de una hondonada. Donde estaría después la fogata. En
lugar de sentarme, lo miré. Con las cejas arqueadas. No iba a
pensar que obedecería sus órdenes así como así—. Sam, ¿podrías
sentarte allí por favor? —Andrew se pasó la mano por el cabello. No
quedaba mucho del beisbolista relajado que nunca perdía los
estribos. Quizá no era tan genial como siempre pretendía. Por un
momento pensé en si debería oponerme otra vez, pero sería una
actitud infantil. Después de todo, descortés o no, quería ayudarme.
—Está bien. —Me senté—. Podrías haberlo pedido por favor —
agregué, puesto que, por alguna razón, debía tener la última
palabra.
—Por Dios, Sam. Nos encontramos en medio de la selva, quiero
asegurarme de que no tengas sangre en tus pies, ¿e insistes en las
formalidades? Por favor. Gracias. ¿Serías muy amable?
—Quizá solo lo hago para desenmascararte —admití sonriendo.
—Si es así, lo estás haciendo bastante bien. Ahora quitate los
tenis. ¡Por favor!
—De acuerdo. —Me quité los tenis y los calcetines bajo la mirada
atenta de Andrew. Por alguna razón se sentía extrañamente íntimo.
Como si no estuviera enseñando solamente mis pies, sino… más.
Sentí como mis mejillas se calentaron. Afortunadamente, Andrew no
pareció notarlo. Como si fuera la cosa más normal del mundo, tomó
mi pie derecho y desenrolló la cinta. Fue cuidadoso, casi tierno. Me
estaba ruborizando aún más. De repente me imaginé a Andrew
pasando su mano desde mi pie hacia arriba. Acariciando
suavemente mi piel, mirándome profundamente a los ojos y
agachándose hacia mí. Dentro de mi fantasía no había ropa
molesta, ni nadie a nuestro alrededor. Solo nosotros dos. Solos en
una gigantesca cama.
—Se ve mucho mejor —murmuró Andrew girando un poco mi pie
y examinando mi piel con el ceño fruncido. Con un fuerte estruendo,
mi fantasía se esfumó.
—Lo sé, no me ha dolido en todo el día.
—Bien. Muy bien —dijo Andrew, entonces miró mi pie izquierdo.
Tras un momento de intentar calmar los latidos de mi corazón y
sacar las imágenes de mi cabeza que me daban una idea de cómo
sería estar desnuda en la cama con Andrew, dijo él:
—Creo que por hoy no necesitarás una cinta. Mañana por la
mañana, antes de partir, te vendaré los pies nuevamente para que
no te salgan nuevas ampollas; pero creo que por hoy estarás bien.
—Hum, sí, pienso lo mismo. Gracias. —Retiré mi pie
precipitadamente, me puse los calcetines y los tenis, luego me
levanté— Necesito ir al arroyo —murmuré y salí corriendo lo más
rápido que pude.
—Oh, Dios mío. ¡Una botella de vino tinto! —Sam alzó su hallazgo
en lo alto y sonreía como si hubiera encontrado el Santo Grial.
—Perfecto. Tenemos algo decente para beber para nuestro menú
degustación de cinco platos. —Alcé una lata de espagueti a la
boloñesa—. Tenemos dos —agregué sonriendo, ya que estaba
bastante seguro de que Sam se hincharía de comida igual que yo.
Comer con esta mujer era divertido. A diferencia de las modelos con
las que solía salir, ella comía con un entusiasmo que era contagioso.
Mi sonrisa se evaporó un poco al recordar que eso no duraría
mucho. En cuanto regresemos a Nueva York, Sam volvería a tener
una alimentación muy estricta.
Volteé a verla. Estaba ocupada buscando un abrebotellas, pude
deducirlo por sus murmullos. Estaba contento de que volviera a
parecer normal. Después de almorzar, percibí por un momento
como si quisiera abalanzarse sobre mí. No es que no agradeciera
sus avances, sin embargo, no conocía a la Sam, que me sonreía
seductoramente y que me hablaba con esa voz entrecortada. No
sabía con certeza si ella solo estaba jugando conmigo, como un
gato con su comida, o si la abundante ingesta de alimentos era la
responsable. De cualquier modo no quería arriesgarme a destruir la
confianza ganada malinterpretando cualquier señal.
Ahora todo volvía a la normalidad, excepto la evidente aversión, y
me sentía mucho mejor con eso.
¡Flores!
Andrew había creído que podría solucionar las cosas con un
insignificante ramo de flores. De acuerdo, las flores no eran
insignificantes, eran hermosas, pero ese no era el punto. El hombre
pensó que podía destruir mi vida y reparar todo con unas cuantas
rosas.
De acuerdo, de acuerdo, Andrew no había destruido mi vida, lo
hizo la emisora, aunque ahora eso no importaba en lo absoluto. Aún
seguía enfurecida. Aún seguía caminando de un lado para otro en
mi departamento y aún seguía extrañando a…
No, no extrañaba a Andrew. Ni un poquito. Ni siquiera pensaba
en él.
Me detuve. Entre el gran ventanal, que ofrecía una vista
impresionante de Manhattan, y los asientos para descanso, que
estaban distribuidos de tal forma que se podía disfrutar de la vista.
El hecho de que pronto ya no podría pagar este lujoso departamento
no contribuyó a que mi ánimo mejorara.
La estadística de visitas de mi blog fue algo que me alegró. Mi
informe acerca del trato que recibí por parte de la emisora provocó
una serie de olas. La simpatía se manifestó por todos lados, los
hashtags #metoo y #SamMistreated circularon. Desde luego,
también recibí varios comentarios que decían lo contrario. Los
haters me enviaron correos horribles y me destrozaron en línea,
aunque eso no me importó. Para mí era importante decir la verdad,
compartirle a la sociedad cómo se seguía tratando a las mujeres
cuando se atrevían a abrir la boca.
La emisora, por supuesto, no lo vio de la misma manera, esta
mañana recibí la carta de un abogado. Mi ex jefe había puesto una
orden de restricción. El asunto, a su vez, desembocó en mi
abogado. Incluso sabía que los costos serían enormes. Quería
obtener tanta publicidad como quisiera. Al fin y al cabo, era yo la
que perdería su trabajo, su departamento y toda la vida que hasta
ahora había tenido. Mientras Andrew seguía como si nada hubiera
pasado.
Eso fue todo. Eso era todo lo que tenía que decir. Prácticamente,
me había desnudado en una entrevista exclusiva cuya emisora era
la que últimamente vendía el mejor rating en la televisión. Media
nación había sido testigo de cómo le abrí mi corazón a Sam.
La observé con expectación, esperando una respuesta. Una
sonrisa, un movimiento de cabeza, cualquier gesto que revelara lo
que estaba pensando.
En lugar de eso, se levantó de un salto y salió corriendo del
estudio.
¿Ahora que demonios había hecho mal?
28
SAM
—¿Sí?
Mi corazón dio un par de vuelcos más al oír la voz de Andrew. No
pensé que mi pulso pudiera elevarse aún más, pero evidentemente
estaba equivocada.
Respiré hondo y abrí la puerta, entonces entré a su camerino. La
pequeña habitación se veía casi como la mía. Un espejo iluminado
con una silla estaba enfrente de la entrada. A la derecha había un
sofá con una mesa de centro. Andrew estaba sentado allí, con una
copa en la mano. El liquido ámbar que contenía parecía Whisky.
—Hola —dije, de pronto cohibida. De repente me faltaron las
palabras. Miré a Andrew. Me perdí en sus ojos azules.
Deslumbraban calidez, deseo y…
Sin decir nada, me arrojé a sus brazos. Afortunadamente, alejó la
copa con una sonrisa, para evitar que nos bañáramos de Whisky.
—Espera, espera un segundo —lo escuché decir, entonces se
inclinó hacia adelante, dejó su copa y nuevamente me envolvió con
sus brazos. Absorbí su aroma. Olía a… madera, humo y Whisky. Su
aroma despertó recuerdos del campamento de supervivencia.
Alcé la cabeza y le sonreí.
—¿Extrañas los bosques canadienses?
—No, te extraño a ti.
Andrew no perdió el tiempo. Me besó antes de que yo pudiera
replicar. Afortunadamente, ya que no vine aquí para discutir sobre
su aftershave.
Sus labios empezaron a presionarme como si no le apeteciera
más esperar y perderse en los juegos de preguntas y respuestas.
Dejé que su lengua se introdujera en mi boca, perdiéndome en las
sensaciones que este beso despertó en mí. Un escalofrío recorrió mi
cuerpo, pasando por mi espina dorsal hasta la punta de mis pies. El
calor se acumuló en mi estómago y… un poco más abajo. El
hambre creció en mí. Hambre de su cuerpo, de su tacto. Pero quería
más de él. No solo su cuerpo, sino también sus sentimientos, su
ternura.
Todo de él.
2 años después
Tener a Sam entre mis brazos seguía siendo la mejor sensación del
mundo. Aproximadamente seis meses después de la entrevista ella
se mudó conmigo. Éramos asediados por la prensa, supongo que
los periodistas esperaban que nos peleáramos para poder informar
acerca de ello en su totalidad, sin embargo, eso no sucedió.
En lugar de eso, obtenían un montón de fotos de nosotros
caminando de la mano en Central Park, bebiendo un café en
nuestra cafetería preferida, o a Sam animándome desde las gradas.
No había renunciado por completo a su profesión como reportera de
deportes. Tras haber completado todas las entrevistas exclusivas
que varios deportistas le habían prometido —motivo por el que
había recibido una enorme remuneración por parte de la emisora—,
se convirtió en autónoma. Ahora se encontraba redactando un blog
de deportes, el cual tuvo tanto éxito que ahora requería de una
asistente. A pesar de la gran carga laboral, le sobraba tiempo para
acompañarme a mis partidos de visitante. Lo que era al menos tan
bueno para mi carrera como para la de ella, ya que siempre me
motivaba a dar lo mejor, y de esa forma ella tenía la oportunidad de
informar sobre los partidos en una transmisión en vivo.
Ahora se podía ver el amanecer frente a las ventanas, el sol salía
lentamente en el horizonte y enviaba los primeros rayos tímidos a
nuestra habitación.
Sam estaba acostada de lado acurrucada en mis brazos. Su
respiración uniforme actuaba como un bálsamo relajante en mi
alma. Y sí, sé lo cursi que suena, pero así es como se sentía. Desde
que se mudó conmigo, estuve completamente satisfecho. Como si
Sam me hubiera hecho falta todo este tiempo en mi vida, y ahora
llenaba un vacío del que nunca antes había sabido de su existencia.
Me apoyé con el codo y le di un delicado beso en la mejilla. Sus
párpados revolotearon, luego se abrieron lentamente. Me miró con
una expresión tan cariñosa que nunca más quería dejarla ir.
—Hola —murmuró adormilada—. ¿Ya estás despierto?
—Sí, estoy despierto, pasé los últimos minutos contemplándote
—admití con una sonrisa—. Te sientes tan bien en mis brazos.
—Hum… —Ella movió un poco su trasero. No mucho, solo lo
justo para que hiciera fricción y éste causara algo en mis regiones
inferiores.
—Sigue así y verás que me aseguraré de que tú tampoco vuelvas
a dormir. —Agaché la cabeza y le di un beso en la boca.
—Quizás eso no sería tan malo —susurró en mis labios.
—¿Que quizás eso no sea tan malo? —Alcé la cabeza y la
observé con la cejas levantadas.
—Bueno, ¿yo qué sé? Quizás…
No dejé que continuara. La besé otra vez. Tan intenso que los
dedos de mis pies casi se me erizaron. Sus suspiros disimulados y
sus gemidos me indicaron que ella quería lo mismo.
—¿Y ahora qué? ¿Esto se convertirá en un «Oh, sí, hagámoslo
inmediatamente. Sé que eres un dios en la cama»?
—Hum, ¿tal vez? —Ella me miró con una sonrisa traviesa—.
Digo, ya no eres un jovencito. —Ahora la sonrisa traviesa se
convirtió en una gran sonrisa que iba de oreja a oreja.
—Señorita, no sabe lo que dice. No la dejaré salir de la cama
hasta que afirme lo sensacionalmente bueno que soy. —Con un
rápido movimiento la empujé a la cama.
—Eso no es justo —protestó Sam, aunque su sonrisa me
mostraba claramente que lo disfrutaba.
—Tú tampoco juegas limpio —gruñí y la callé con un beso fuerte.
Sam lo correspondió con toda la pasión que había en ella. No pasó
mucho tiempo antes de que nuestras prendas salieran volando por
la habitación.
Su pijama, seguido del mío. El short corto que llevaba —y juro
que solo se lo puso para evitar que me durmiera—, seguido pronto
por el mío – el mío no era tan corto como el de ella, aunque sí
bastante ajustado.
Con una mano le acaricié su piel suave, disfrutando de la
sensación sedosa en mis dedos, los leves suspiros que soltaba una
y otra vez cuando me detenía en una zona particularmente sensible.
Y entonces finalmente la penetré, encontramos un ritmo de
confianza, nos miramos a los ojos cuando ella se vino y luego yo.
Birgit Kluger comenzó a escribir novelas hace ya más de dos décadas, sin
embargo, en los dos últimos años ha empezado a dedicarse seriamente a esta
pasión. Esta trotamundos ha vivido en Mallorca, en EE.UU y el las Seychelles y
ahora vive en el sur de Alemania.