Partir Historia Cippec Cap1
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de la justicia educativa
Criterios de redistribución y reconocimiento
para la educación argentina
Partir de la historia
y del contexto
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La construcción de la justicia educativa
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Partir de la historia y del contexto
para todas las escuelas primarias, lo que uniformó en buena medida los pro-
gramas en el territorio nacional.
Si bien las provincias fueron creando sus propias escuelas primarias, el Es-
tado nacional controlaba lo que en ellas sucedía a través de la formación do-
cente. En efecto, la creación de escuelas normales en las capitales de todas
las provincias –hacia 1900 ya eran 38 en total (Gallart, 1983)– permitió en el
nivel primario una difusión bastante uniforme de la moral laica, nacionalista,
liberal y universalista (Alliaud, 2007).
El nivel secundario, en cambio, se basó en un modelo europeo de enseñanza
enciclopédica, de alta calidad, para pocos –los “elegidos”– y con fuertes prue-
bas de selección que preparaban para los estudios superiores. Las primeras
escuelas secundarias fueron creadas –a diferencia de las primarias– por el Es-
tado nacional en cada capital provincial. Los profesores de secundaria tenían
un perfil profesional e intelectual, mientras que en los maestros y maestras
predominaba una impronta vocacional y un papel social definidos como un
sacerdocio laico (Aillaud, 2007).
Los principales valores del modelo en el nivel primario se centraron en
fomentar la cultura común y la integración social para la construcción de
la ciudadanía argentina. Se trataba de una escuela igualitaria en el sentido de
que creaba una unidad, ofrecía a todos los alumnos la posibilidad de compar-
tir la misma cultura, y un bagaje mínimo de conocimientos y competencias.
En el nivel secundario el valor del modelo se centraba en la alta calidad y en
la formación humanística, científica y enciclopédica (Dussel, 1997).
Para definir un modelo de justicia en el presente, la herencia histórica de la
integración social en la escuela primaria es fundamental. Con casi la mitad de
los niños de la edad correspondiente en sus aulas como promedio nacional ya
hacia 1914, las escuelas primarias, y sobre todo las estatales, permitieron en gran
medida y en forma creciente el encuentro de habitantes de distintos orígenes.
Recurriendo a los conceptos, ideales y principios de la época, una parte de
la élite gobernante logró imponer el proyecto de la educación común, que en
su misión homogeneizadora también fomentaba la igualdad, aun cuando re-
cién hacia fines de la década de 1940 alcanzaba al 75% de la infancia. La tarea
homogeneizadora implicó –aunque no fuera así formulada– una acción inte-
gradora, que insistía en la necesidad de arrancar a las nuevas generaciones de
sus orígenes particulares –nacionales, religiosos, de género o sociales– para
vivir una experiencia escolar y de socialización común.
Pero el modelo fundacional tenía distintos flancos débiles, incluso para su
época y especialmente para el presente. El verticalismo educativo centrado
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figura del inspector –como presencia estatal en las aulas– por dispositivos que
regulan grandes contingentes de escuelas, docentes y alumnos. El Estado se
aleja de las aulas y administra el conjunto del sistema.
A su vez, se profundiza la etapa inicial basada en la igualdad del nivel prima-
rio a partir de la ampliación del acceso. Se logra una primera apertura de las
puertas del nivel medio –especialmente durante el primer peronismo y más
aún con el retorno de la democracia en 1983–. Los valores que se destacan en
este modelo se centran en la democratización del acceso, que beneficia espe-
cialmente a los sectores tradicionalmente excluidos del sistema educativo.
Sin embargo, las dictaduras marcan a fuego la continuidad del modelo, al in-
terrumpir una y otra vez la consolidación democrática que podría haberlo po-
tenciado. Especialmente, la última dictadura (1976-1983) impone la censura, la
selección social –por ejemplo, a partir de los exámenes de ingreso a la educación
secundaria– y un modelo económico que desfinancia la educación pública.
En el plano pedagógico, el modelo sistémico generó mayor autonomía para
los docentes (con excepción de las etapas dictatoriales). Progresivamente, se
pasó de una “pedagogía de Estado”, centrada en el normalismo positivista,
a una más amplia gama de concepciones pedagógicas, con el avance hacia la
década del ochenta del constructivismo y sus diversas interpretaciones (véase
Southwell 1997, Carli 2005).
Entre los puntos débiles del modelo se destaca la imposibilidad de con-
ciliar el crecimiento en el acceso con la igualdad en la oferta y en los resul-
tados educativos. Las desigualdades incluso crecen en las etapas económicas
más críticas y persisten grandes brechas entre las provincias. Se refleja, de este
modo, un federalismo poco solidario y excesivamente centralizado. También
se desprende de estas desigualdades un crecimiento del sector privado que
rompe con el principio de integración social en la escuela pública, aunque
agrega diversidad pedagógica a la oferta.
Las condiciones de trabajo de los docentes se precarizan con la masifica-
ción del sistema, ya que en muchos casos se financia con la depreciación de sus
salarios (especialmente en los años ochenta) y el deterioro de su formación.
Una derivación positiva de esta condición es la ampliación de la conciencia
de los docentes como trabajadores, su sindicalización y la protección de sus
derechos, aunque en muchos casos traducida a través de un creciente enfren-
tamiento con los gobiernos de turno.
Con la ampliación progresiva del acceso a la educación secundaria desde
mediados del siglo XX, la meritocracia como principio de justicia –presente
desde los inicios del sistema educativo– se profundiza. Dado que todos los
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1. Así, por ejemplo, Braslavsky y Krawczyk señalan que todavía en la década del ochenta con-
cluía la escuela primaria la mitad de los niños que la iniciaban (Braslavsky y Krawczyk, 1988: 25).
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sólido para construir el derecho a aprendizajes comunes para todos los alum-
nos. Lo que se gana en acceso se pierde en dispersión pedagógica.
La extensión progresiva de la educación secundaria como un derecho uni-
versal también puede ser considerada como uno de los grandes valores de esta
etapa, que en este punto se inicia en 1983. Aunque el proceso podría haber
sido más acelerado y todavía quedan barreras estructurales para la verdadera
inclusión de todos en la secundaria, esta es una larga conquista social, que se
profundiza con la sanción de la Ley de Educación Nacional de 2006, que defi-
ne nuevas concepciones de la educación y marca la apertura de escuelas.
Lo mismo puede decirse de las políticas y concepciones pedagógicas que
proponen la integración de todos los alumnos en aulas comunes. Frente al vie-
jo imaginario positivista que separaba a los alumnos según capacidades, con-
ductas o test psicológicos, desde el retorno a la democracia comenzaron a ex-
pandirse –en un proceso lento, variable según las escuelas y aún en curso– los
criterios de agrupación heterogénea en aulas comunes. Esto es así pese a que,
en paralelo, creció la segregación social de los alumnos por escuela e inclusive
por turno. Esta misma conquista comenzó a expresarse en las concepciones
de la educación especial, con un crecimiento paulatino de los alumnos con
distintas necesidades incorporados en las escuelas comunes.
En la educación rural la etapa reciente muestra avances en la oferta y pro-
gramas específicos que le han otorgado un lugar más destacado en la agen-
da educativa, aunque siguen existiendo brechas de desigualdad que merecen
nuevos paradigmas de abordaje distributivo y de reconocimiento específicos.
Algo similar, pero aún con más deudas pendientes en el terreno de las políticas,
sucede con la educación de las poblaciones indígenas, largamente postergadas
en la conquista de los derechos sociales (UNICEF, 2010, 2011a y 2011b).
En este breve resumen, interesa destacar que las debilidades del modelo
compensatorio-dual se expresan en la imposibilidad de reducir las desigual-
dades en los aprendizajes a partir de una concepción de las intervenciones
pedagógicas como accesorias a las intervenciones de asistencia materiales. Las
políticas compensatorias dan más a los que menos tienen pero no ubican a los
desfavorecidos en el corazón del sistema educativo, es decir, en las concepcio-
nes, pedagogías y modalidades de organización institucional de los docentes
y las escuelas.
La segmentación social parece más potente que la política educativa en la
estratificación de los resultados de aprendizaje, e inclusive en ciertas concep-
ciones pedagógicas que siguen imponiendo un modelo de alumno ideal, en
lugar de reconocer la diversidad de contextos y de sujetos. Una expresión de
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a) Aumento de la pobreza
Entre fines del siglo XX y principios del siglo XXI, dos cambios estructurales
explican el retroceso inédito de la situación social en la Argentina.
En primer lugar, el debilitamiento del Estado en su función de regulador
de las dinámicas sociales y económicas, y como promotor del bienestar social.
Permeado por intereses cada vez más alejados del bien común, el Estado fue
perdiendo legitimidad y eficacia en forma proporcional al avance del princi-
pio de subsidiariedad, la trasgresión de la ley, el endeudamiento externo y la
escasa profesionalización de los cuerpos administrativos.
Estos y otros procesos condujeron al agotamiento del Estado intervencio-
nista que, aún con falencias, había logrado construirse hasta mediados del si-
glo XX (Sidicaro, 2003). Iniciados bajo la última dictadura militar, estos pro-
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