Cuentos
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Félix se levantó y empezó su lectura, pero estaba tan nervioso y con tanto miedo que no
supo leer bien, haciéndolo a una velocidad muy lenta. Cuando los niños lo escucharon
empezaron a reírse de él y la jirafa Jack dijo:
Jajaja, no sabes leer y ¿sabes por qué? ¡Porque eres una tortuga!
Cuando escuchó eso se alegró tanto de que quisieran jugar con él que se animó a
participar, pero en ello que cayó al suelo y todos los niños empezaron a reírse y a
burlarse de él de nuevo. Todos menos Liz, que le ayudó a levantarse. Y la jirafa Jack le
dijo:
¿Ves? Eres una torpe tortuga lenta y nunca sabrás hacer nada bien.
Hijo, nuestras diferencias son nuestras más grandes ventajas. El más pequeño
tiene defectos, así como el más grande también los tiene. Y, ¿qué significa? Que
cada uno, aunque tenga defectos, errores o desventajas, tiene que sacar lo mejor
de sí mismo y que esas diferencias son las que nos hacen únicos.
Félix se sintió tan animado y feliz que le dio un gran abrazo a su mamá y al día
siguiente volvió a la escuela a soportar nuevas burlas, pero Félix, en vez de ponerse de
nuevo triste, tuvo valor y dijo a la clase:
Yo soy lento al leer pero eso es bueno, porque así los demás pueden entender las
palabras que escuchan y comprenderlo todo mejor.
Al sonar la campana del recreo todos salieron a jugar, y de nuevo la ardilla Liz invitó a
Félix a participar. Cuando llegó su turno pensó en las palabras de mamá y decidió
esconderse dentro de su caparazón. Rodó y rodó tan rápido que empujó la pelota mucho
más fuerte qué todos los demás juntos. Al salir, todos empezaron a aplaudirle y a
felicitarlo por lo bien que jugaba. Entonces Jack, la jirafa, le preguntó:
Y Félix le respondió:
Soy lento, pero mi mamá me enseñó que cualquiera puede ser bueno, incluso los
pequeños y lentos como yo. Todos somos buenos, fuertes e inteligentes, todo
está en querernos y en valorar a los demás tal y como son.
Actividad:
A los viandantes que se cruzaban con él se les llenaban los ojos de lágrimas, y muy
compadecidos por su estado, se fueron haciendo amigos de él, incluso algunos ratones
con el corazón lleno de amor y de solidaridad.
Sin embargo, uno de aquellos ratones que se encontraba por las cercanías, y que le
observaba día tras día, no terminaba de confiar en él ni de creer que el hambre le
hubiese apaciguado también su frío corazón. Un día, surgió una disputa entre dos
pájaros ante la aparente mirada impasible del gato. El ratón, que observaba la escena sin
perder detalle, estaba convencido de que el gato se lanzaría hambriento sobre los dos
pájaros, y de este modo, todo el mundo descubriría las verdaderas intenciones del gato.
El gato, aproximándose a la rama del árbol desde la cual vociferaban los pájaros, dijo:
Efectivamente, y como temía el ratón, el gato parecía cercar cada vez más a los pobres
pájaros con la intención de lanzarse sobre ellos. Ya no era un gato cazador, y los años,
le conducían a vivir de ocasiones fortuitas y desesperadas.
El ratón, contemplando la lastimosa escena, llamó la atención del gato con un agudo
silbido y libró a los pajarillos de su destino. Pero ya no podía ver a aquel gato cansado
con los mismos ojos, y decidió acompañarle en la distancia hasta el fin de sus días.
Un día, una jirafa que acostumbraba a escuchar sus lamentos se acercó a hablar con él:
El canguro se tomó muy en serio aquellos consejos y pocos minutos después comenzó a
practicar su salto del revés, o lo que era lo mismo, al derecho de todos los canguros.
Poco a poco, y con muchísimo esfuerzo, el canguro fue obteniendo resultados y con el
tiempo consiguió lo que se había propuesto gracias a los consejos de la jirafa. ¡Había
aprendido a saltar hacia adelante como todos los canguros del mundo!
Aquel día, y tras mostrar su gran esfuerzo al resto de sus parientes, el pequeño canguro
comprendió que no era un bicho raro, sino el animal más increíble de toda su especie,
porque solo él sabía saltar hacia adelante y hacia atrás también.
Y en esto que, estando un día tomando el sol a la orilla de la charca, la rana vio pasar al
buey del que le habían hablado en cierta ocasión. Pudo contemplar la majestuosidad de
sus formas, el brillo de su pelaje y la fiereza de su rostro. Sin duda era un animal
magnífico y digno de ver.
La rana, molesta al verle, hizo todo lo que estaba en su mano y más, para poder hacerse
más grande. Pero por más que se hinchó y se hinchó, no podía alcanzar las dimensiones
del buey. Llena de frustración por no lograr los resultados deseados, la rana no dudó en
ir más allá de sus posibilidades, y de nuevo hizo por hincharse un poco más hasta que,
de pronto, estalló como una pompa de jabón.
¡Qué bien se lo pasaron las ranas de la charca aquel día saltando y jugueteando sin
parar! Igual que podía haberlo hecho la rana de nuestra historia, si hubiera aprendido a
tiempo a aceptarse a sí misma y a no ponerse por encima de los demás.
Aquel elefante no era como los demás. ¡Su piel era toda de
color blanco! Y aquella rareza provocó entre sus demás
familiares mucha desconfianza y desasosiego. En el mundo
de los elefantes todo era siempre normal, y nadie se salía de la norma, puesto que su
felicidad se basaba en caminar y en vivir todos juntos al unísono.
Pero aquel pequeño e indefenso elefantito parecía estar ya desde su primer día de vida
completamente fuera de la norma, y aquello no gustó nada a los demás elefantes, en
especial a los más viejos de la manada.
Tras mucho pensar sobre las opciones que tenían, el padre del elefantito blanco decidió
enfrentarse al jefe de la manada. Al ver la fortaleza de aquel joven padre elefante y la
mirada de desafío que le lanzaba, el jefe de la manada se vio obligado a claudicar y a
deshacer su plan. El jefe era demasiado mayor como para enfrentarse ya a los suyos y
procuró reflexionar de nuevo sobre el tema.
Gracias a aquello el elefantito blanco, que no era otra cosa que un elefante albino, pudo
crecer junto a los suyos y vivir muy feliz. Todos aceptaron lo que la naturaleza había
creado y le dieron gracias al cielo cada mañana alzando las trompas al sol.
Y todo comenzó a ir tan bien desde entonces para los elefantes en la selva, que a la
muerte del jefe, ya muy anciano, decidieron proponer al elefante blanco como su digno
sucesor. ¡Se había ganado el amor y la confianza de toda la manada! Y sus padres se
vieron colmados de gratitud y felicidad el resto de sus vidas.
Un primo suyo, enterado del sufrimiento del grillo afónico, vino a visitarle para darle
ánimos.
Desde ese día, aquella orquesta fue la más famosa de toda la pradera y, aunque nuestro
grillo siguió sin poder cantar, fue nombrado el mejor trompetista del campo. ¿Qué
opináis de esto, amigos?
Tosco pensó en las palabras de su madre y se dio cuenta de que nunca había visto
aquella situación desde el punto de vista de las abejas.
Tienes razón, mamá, es verdad. ¡Con razón las abejas se ponen tan enfadadas
cuando les quito toda la miel!
Pues ahora que has usado la empatía y te has puesto en el lugar de las abejas,
toma solo una parte de la miel cuando vayas a cogerla —dijo la madre—, las
abejas tratarán de picarte, pero tú te irás enseguida y así podrás comer miel y
dormir bien por la noche.
Al día siguiente, Tosco fue a un árbol en el que había un panal de abejas. Se acercó,
cogió solo una parte de la miel y se marchó, dejando más para que las abejas pudiesen
comer. Ese día Tosco comió su rica miel, le llevó algo a su madre y pudo dormir bien
por la noche.
Tosco había obrado con empatía, y las abejas le premiaron su actitud dejándole ir sin
una sola picadura.
Copian el cuento en su cuaderno y contestan.
Comparten con sus compañeros la enseñanza.