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el Ser, sino cuál es la concepción que sea coherente con los otros
Valores; y que además no sea infiel a la realidad. Y al hablar ahora
de Valores, no nos referimos tan sólo a una especie de Valores, sino
de todas las dimensiones, esto es, ante todo a los Valores del pensa-
miento y luego a los de la voluntad y en la moralidad, ya que sólo
haremos una alusión a los Valores estéticos, sin desarrollar aquí su
exposición.
El problema del Ser y del Deber-ser, es decir, de la Axiología, se
encuentra en todas partes donde esté la actividad específicamente
humana.
predicación, porque esto sería como poner con la exigencia del Ser,
lo que no tiene la absolutez, unidad última y universal del Ser.
Con otras palabras: aparecen antinomias y contradicciones en
los niveles de pensamiento que el hombre toma como si fuesen el
último y no lo son de hecho, cuando se emplean en la auto-predica-
ción. Por ejemplo, en los términos de la Matemática y de la Lógica,
que son siempre «unívocos». Como unívocos, no pueden expresar la
analogía que tiene precisamente la última noción, la de Ser, que no
solamente «es», sino que en ella también «es» cualquier determina-
ción con que «es», aquello que «es». Pero los términos unívocos no
pueden ser la clase suprema, que sería a la vez clase e individuo
de la clase.
También en la Metafísica puede errar a veces el filósofo, si co-
mete la equivocación de tomar un nivel «predicamental» como si
fuese el «trascendental»; por ejemplo en la unidad, cuando la filo-
sofía presocrática tomó la unidad, que se da en cualquier ser sólo
por cuanto «es», o como Ser, la tomó, digo, en un nivel predicamen-
tal, como constitutivo de los seres, al modo de los pitagóricos. Aris-
tóteles en su Metafísica con frecuencia alude a esta equivocación
que fue también la de Parménides; como asimismo en el extremo
opuesto la de Heráclito (el primero reducía la unidad trascendental
al nivel de predicamental; el segundo tomaba la predicamental como
trascendental). Finalmente, también Platón cometió en cierto modo
esta equivocación, en la misma medida en que estableciese como
Existente la unidad esencial o del Deber-ser. Se comete un error se-
mejante cuando se toma la verdad lógica (adecuación de la mente a
la cosa, por tanto actual, entre tal mente y tal cosa), como si fuese
la verdad trascendental (o inteligibilidad intrínseca de la cosa; ade-
cuabilidad, o capacidad de que pueda ser término de una adecua-
ción). Finalmente, cuando se tomó el mal como si fuese, en cuanto
mal, un ser positivo, negando así la trascendentalidad del bien, se
cometió el mismo error.
Si por el contrario nos detenemos en el nivel del Ser, entonces
quien piensa, necesariamente en cuanto piensa, piensa; hay por tanto
ahí una evidencia absoluta, autofundante, de autopredicación, pues-
to que si piensa, piensa que piensa; como si «es», en cuanto «es»,
«es». Se trata de un Deber-ser, una exigencia que por trascenderlo
todo (ya que es la intuición última) tiene total universalidad y ne-
cesidad.
Es decir, se expresa el Ser abrazando en su contenido no sólo el
Existente sensible actual, sino también todo el ámbito del meramen-
te posible, o potencial, o esencia inteligible. La noción de Ser abraza
todo el horizonte de lo inteligible. Ahora bien, esta evidencia última,
de auto-afirmación, se justifica por sí misma, porque negarla inteli-
giblemente, importa afirmarla.
Pero esta noción de Ser, aunque exprese un contenido que re-
EL SER DEL DEBER-SER 153
basa todos los Existentes y todos los Inteligibles, no es, como tal,
existente. Hegel, por el contrario, concibe el Ser como identificado
con el devenir onto-pensante humano, sin poder entonces explicar
por qué no deviene esta ley del devenir. .. ; como tampoco, por qué
su verdad abstracta de la Lógica, coincidirá con la óntica de la Fe-
nomenología; como tampoco, por qué no nos explica el paso desde
la especie a la inteligibilidad del individuo en cuanto individuo, etc.
En nuestra Metafísica por el contrario, aunque admitimos que esta
intuición de que «lo que es, en cuanto ,es, es», está como intuición
primera, fundamental, sin embargo admitimos también que es pri-
mera sólo «quoad nos»; pero «quoad se» requiere como nivel pri-
mario que esté radicado en un Existente que identifique consigo
todo el horizonte absoluto de inteligibilidad de las esencias. Y este
Ser, por cuanto es «absolutamente» Necesario (no sólo como en el
caso anterior «analógicamente», en que decíamos que «el Ser en
cuanto es -en aquel sentido y grado-, en que es Ser, es Ser») no
puede no-ser en ningún sentido; por tanto ni puede devenir, ni mu-
darse.
Si no podemos decir de cualquier Existente: «es posible porque
existe», a la manera irracionalística de Sartre, sino «es existente,
porque es posible» (supuestas las otras condiciones o causas), en-
tonces nos es preciso detenernos: primero comprobamos «a pos-
teriori» que pensamos con verdad contra el escepticismo ( ¡por tanto
es prueba o proceso «a posteriori»!) y entonces no podemos dete-
nernos en su explicación diciendo que «existe porque es posible»,
sino que vuelve la pregunta sobre este otro, por qué es posible,
hasta que nos detengamos en un término que corte el proceso: ab-
solutamente Necesario: funda en sí, todo el horizonte de Posibilidad,
o Inteligibilidad, o Sociabilidad de notas, o Ser; su Existir es su
Esencia. Ya entrevió Aristóteles que el correlato de la verdad abso-
luta que funda el pensamiento, es un Pensamiento del Pensamiento,
Acto puro, que funde en sí la misma Posibilidad; Ser en el cual, sí,
esta Necesidad sin término (por tanto fundamento del «infinito», no
matemático, ni formalizado, ni sincategoremático, sino intensivo) da
la total Universalidad de la «verdad» de las Ciencias y Pensamiento:
«es» Existir.
En El, es decir, en Dios, el Ser del Deber-ser es Existir como tal,
con esta absolutez del plenamente Necesario e Infinito. En todas
las otras nociones, ya sea de los Existentes finitos, ya sea de las
Esencias posibles, vemos que el Ser de que son portadores, los tras-
ciende hasta este último nivel, de suerte que es imposible negar el
Deber-ser, como sería reduciéndolo al nivel del Existente sensible,
perceptible.
Por esto, así como la afirmación del Ser, se auto-afirma, también
su negación se auto-destruye. Quien habla, puede hablarnos dicien-
do que habla; pero quien está mudo, no puede hablarnos para de-
154 J. ROIG GIRONELLA, S. l.
V. El Valor
Dentro de este cuadro ofrecido por la Metafísica, se explica qué
son los Valores. Se comprende que los Valores sean realísimos, hasta
sin existir; que sean universales y necesarios, hasta cuando decimos
que radican en cosas existentes.
Podríamos ahora esbozar un resumen de la teoría del Valor par-
tiendo de lo dicho anteriormente, así: como el Ser es absolutamente
universal y en este sentido necesario, también será universal y ne-
cesaria su propiedad de verdad o inteligibilidad, puesto que brota
de cualquier ser tomado o entendido en cuanto Ser: lo que «es» en
aquel mismo sentido y grado en que «es», también es inteligible, o
capaz de ser término de una intelección ( que diga que «es» aquello
que «es»). Ya se advierte que hemos dicho que tiene en sí, por su
unidad, esta capacidad de poder ser término de una intelección o
mente «si se da»: aquí no decimos «tal» intelección o mente; no de-
cimos «que se dé» (pues entonces ya hablaríamos de la verdad pre-
dicamental o lógica, no de la trascendental).
Eis 'decir, porque el Ser referido a sí mismo conviene consigo,
puesto que «en el mismo ~entido y medida ( o sea analógicamente) en
que se diga que es, exige ser», por esto tiene esta intrínseca unidad.
Pero porque es así uno, también es inteligible o verdadero, es decir,
capaz de ser término de una intelección. Por el contrario, el flujo
heraclitano de un mero devenir, sin sujeto que fluya, así como no
tiene ninguna unidad, tampoco tiene ninguna inteligibilidad, pues
antes de decir qué es, ya por hipótesis no-es: es un no-es: afirma-
ción que si no se toma como juego, sino realmente, se autodestruye.
Destruida la unidad-necesidad, también se destruye su ser, también
la verdad o inteligibilidad.
De modo semejante brota del Ser otro Deber-ser, que es el valor
de apetición o bondad. O mejor, dicho, valor de «apetibilidad», ya
que hablamos de la bondad transcendental, no de la predicamental
que supondría que es «apetecido» de hecho, o respecto de tal facul-
tad. Pues bien, lo que es intrínsecamente inteligible al modo dicho,
también es capaz de constituir en el Ser, como término de la po-
sesión o aapetición, si las hay: esto es, es bueno.
Así se comprende que el Valor -como opuesto al Existente sen-
sible, perceptible- tenga, a pesar de no existir, universalidad y ne-
cesidad: tiene las del Ser, cuyo atributo, coextensivo o trascendental
como él, expresan.
Sin universalidad y necesidad, el Valor ya no sería Valor; pero si
no estuvieran radicadas en el Ser, estas universalidad y necesidad del
Deber-ser, desaparecerían como absurdas.
EL SER DEL DEBER-SER 155
Si el mérito, la gratitud a los bienhechores, el amor a los padres,
la rectitud moral, etc., no fueran apetecibles porque buenas, sino
que fueran solamente buenas porque apetecidas de hecho, singular-
mente, entonces se podría de derecho apetecer lo opuesto; y lo opues-
to sería llamado «bueno» con una actitud prometeica de Umwertung
aller W erte: que si no es radical o total, no se justifica en lo que
radicaliza; y si es total, destruye el mismo Valor, pues de igual modo
que el ser, podría ser apetecible no-ser. Sin universalidad de un Deber-
ser, no hay Valor; pero si el Deber-ser estuviese identificado plena-
mente con el Existente sensible singular, perceptible, esto es, inca-
paz ( en cuanto tal «singular», «sensible», «contingente») de univer-
salidad y necesidad, entonces el Valor sería un no-valor; se destruiría.
Así como si el hombre -existente finito- fuese «libertad», tam-
bién sería libre para negar la libertad. No sería Valor la libertad;
no «debería», no «exigiría» ser apetecida porque apetecible. Si por
el contrario el hombre «es» libre, por no ser aquello que «es» (sino
tener aquello que «es»), entonces «tiene» libertad, no «es» libertad
(contra Sartre): y por tanto el hombre no es libre para no ser libre;
no «crea» el bien, que busca con su liberta, sino que «busca este
bien, o mejor, aquello que «es» un «Deber-ser apetecido .. . » Ahí está
ya implícitamente toda la trama de la libertad humana; de sus lí-
mites que la constituyen (precisamente porque es de un ser finito,
contingente); del término trascendente que la constituye y al cual
tiende.
término de una apetición. Que sea de hecho, ahora, allí, etc., apete-
cido o apetecible nada tiene que ver para afirmar una total contin-
gencia, mutabilidad o total relatividad valora! de los bienes.
Por esta razón, pues, ya que puede darse un cambio de relación
predicamental por el mero cambio del término (con otras palabras: el
cambio de los valores, cuando cambian las circunstancias), se trata
de un cambio que sólo puede acaecer dentro áe ciertos límites: está
regido fundamentalmente por la apetibilidad trascendental.
Para recurrir a un ejemplo fácil que ayude a expresar lo que que-
remos decir, tomemos el que hemos empleado antes, a propósito de
la denominación de «inteligible» atribuida a la geometría: sigue sien-
do inteligible de suyo, no será inteligible de hecho en tal caso, res-
pecto de los caníbales; pero esto no permite decir que la geometría
respecto de los hombres simpliciter, como tales, sea igualmente «in-
teligible» o «ininteligible»: pues, además de tener la inteligibilidad
intrínseca, o trascendental, que la hace inteligible como no lo es
por ejemplo la expresión «círculo-cuadrado», tiene también mirada
predicamentalmente la referencia a las facultades humanas como ta-
les, no degeneradas; es decir, la mutabilidad del sujeto humano no
es absolutamente indeterminada o sin fronteras. Por esto podrá ha-
ber casos en los cuales se pueda decir que las facultades humanas
deben ser tales que el aserto 2 +2 = 4 no sólo sea «radicalmente»
inteligible, sino también «de hecho»; que la geometría no sólo sea
«como tal» comprensible, sino también respecto de cualquier hom-
bre desarrollado .
Pues bien, de modo semejante puede decirse en nuestro caso:
no puede el hombre decir: «para mí es apetecible el vicio, el asesi-
nato, la maldad, no la virtud». Que «de hecho» sea a veces así -su-
puestas sus malas disposiciones- está fuera de duda; pero esto no
suprime que quede la exigencia fundamental, según la cual «debe»
ser el hombre de tal suerte, que la virtud no sólo «de derecho» le
sea más apetecible, sino también «de hecho».
Con otras palabras: no hay inconveniente en que las mudables
circunstancias históricas se den dentro de ciertos límites como con-
causa para la formación de nuevos valores, por la razón de que otros
desaparecen, o las facultades se afinan, o se hallan en tales circuns-
tancias subjetivo-emotivas, etc., que se capta y se apetece lo que antes
no se apetecía. Pero de ahí no se sigue el relativismo valoral, ni la
irracionalidad del reino de los Valores como si fueran captados por
una facultad meramente «emocional», al modo de Max Scheler, que
excluyese los Valores del reino del Ser y del pensamiento racional.
Lo que de allí se sigue es que siendo el Atributo una relación; y sien-
do lo predicamental algo añadido a lo trascendental, hay en los Va-
lores apetitivos «algo» relativo. Lo cual es obvio después de lo dicho.
158 J. ROIG GIRONELLA, S. I.
horizonte del Ser, mediante este misterioso «es» que lleva consigo,
de modo semejante también la voluntad busca de qué bien hará «el»
bien, «su» bien: más allá de cualquier bien singular y finito, busca
-escoge, elige, de ahí la libertad: qué medio conducirá a su fin- qué
bien le conducirá a la felicidad o bien pleno a que constitucionalmen-
te tiende, pero que nunca halla a nivel de los Existentes sensibles,
como tampoco el entendimiento esencializando los Existentes, halla
ante los sentidos un término cuya Esencia sea Existir.
A través de los Existentes, que conoce, portadores de Ser, deba
cada uno buscar dónde está el Ser pleno, raíz y autofundación, que
lo funde todo en lo inteligible; de modo semejante a través de los
bienes ha de buscar el hombre dónde está «el» bien sin límites, ca-
paz de darle la felicidad.