VALLE
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a lo largo de la fábula está por ello fatalmente predeterminada, por lo que puede decirse que
carecen de individualidad1.
No encontramos pues en Luces caracteres individuales, sino un aggiornamento a la castiza
de bien definidos tipos tradicionales. Es por otra parte muy notable la complacencia del escritor
en recurrir, para la actualización de sus tipos, al repertorio de los géneros ínfimos, a un registro
imaginativo bajo : así, el inveterado miles del teatro cómico reaparece la escena IV como un
funcionario medio, un capitán de « équites municipales », grotescamente alzado sobre los
estribos de su cabalgadura ; en la escena XI, tras la mujer « despechugada y ronca » que insulta
a las patrullas con su hijo en brazos, muerto por una bala perdida, se encuentra la figura artística
de la Piedad ; y en el anarquista catalán de la escena VI, torturado por sus carceleros, con las
manos atadas a la espalda, hay una reminiscencia crística, una alusión al arquetipo de la
víctima. Como en la literatura antigua, cada personaje queda pues sintetizado por un rasgo
emblemático, equivalente a un epíteto : sangre e impotencia en el obrero rebelde, pechos
convulsos por el llanto en la madre, y un cuadrúpedo, aparentemente inútil, para el necio
capitán.
Cabe esperar que esta mirada minorativa y degradante, con frecuencia animalizadora, tan
característica de Valle, se aplique no sólo a personajes aislados, sino al conjunto que todos ellos
forman. No hay pues una imagen de la sociedad en el teatro de Valle ; o mejor dicho, la suma
de caracteres que evoluciona en escena apenas consiente descripción en que pueda incluirse la
palabra « sociedad ». El problema se plantea en otros términos en las obras narrativas de los
años veinte, Tirano Banderas o El Ruedo ibérico, en las que la disposición de los capítulos se
vincula a la localización social de los personajes y a su esfera de acción ; lo que implica una
tentativa de articulación o de análisis del conjunto, sobre la que no puedo detenerme ahora.
En sus obras teatrales más completas (Comedias bárbaras, Divinas palabras, Luces de
bohemia), el mundo dramático de Valle es un mundo íntegramente dominado por pasiones
irracionales, amorosas o destructoras, que abarcan todo el abanico de las faltas morales sin ser
jamás reconocidas como culpa ; un mundo a la vez ridículo y brutal, grotesco, que no conoce
1
Francisco Ruiz Ramón, Historia del teatro español, 2. Siglo XX, Madrid, Alianza, 1971, p. 98-150 ; John Lyon,
The Theater of Valle-Inclán, Cambridge, University Press, 1983, p. 108. Véase también Dru Dougherty,
« Esperpento y discurso urbano », en Palimpsestos al cubo : práctica discursivas de Valle-Inclán, Madrid,
Fundamentos, 2003, p. 159-180. Sobre la poética de Valle, La lámpara maravillosa, ed. F.-J. Blasco Pascual,
Madrid, Espasa-Calpe, 1995.
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ningún orden, sin solución o salvación posibles, ante el cual no se preconiza otra actitud que la
del desasimiento, una inacción contemplativa y ascética, más allá del llanto y de la risa2.
La sociedad como ámbito de la vida común está ausente de estas obras de Valle. Sin
embargo, hay ocasiones en que la fábula se estructura en función de movimientos colectivos,
que absorben a los caracteres singulares. Estas situaciones admiten análisis desde una
perspectiva lingüística y comunicativa, pues Valle es maestro en el arte de vehicular la acción
a través de la palabra. Los movimientos comunes pueden pues asociarse a una serie de
géneros discursivos, con frecuencia de índole ritual. Forman un repertorio abierto, cuyas
manifestaciones no se reproducen ni son idénticas de unas obras a otras. Para presentar
algunas de las acciones verbales colectivas de Luces de bohemia me he acogido, de manera
algo libre, a dos términos críticos de la tradición dramática, coro y máscara. La amplitud de
ambas palabras, la variedad de sus usos en teatro, permite servirse de ellas para la ordenación
de una serie de pasajes de la obra. Algún reparo podría hacerse en lo que concierne a la
máscara, cuyo ámbito de aplicación corresponde, en principio, a lo individual. Sin embargo,
es evidente que, en la obra de Valle, los caracteres individuales están desestabilizados,
inmersos en un proceso de fragmentación no sin correlatos en el panorama dramático
internacional de la época, como ha mostrado Dru Dougherty3. Máscara alude pues a la
tendencia de algunas figuras de Luces, y en particular su protagonista, Máximo Estrella, a
desdoblamientos irónicos, o histriónicos, que introducen en el seno de la persona una
dimensión movediza, coral podría decirse.
Círculos infernales
2
Véase Antonio Risco, La estética del Valle-Inclán en los esperpentos y en « El ruedo ibérico », Madrid,
Gredos, 1966, p. 17-25.
3
Dru Dougherty, « La crisis del personaje en el teatro de Valle-Inclán : Montenegro y Máximo Estrella »,
Anuario Valle-Inclán. Volume I (2001), Anales de la literatura española contemporánea, 26, no 3, 2001,
p. 9/693-27/711 ; con remisión a Robert Abirached, La crise du personnage dans le théâtre moderne [1978],
Paris, Gallimard, 2006.
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El chico de la taberna entra con azorado sofoco, atado a la frente un pañuelo con roeles
de sangre. Una ráfaga de emoción mueve caras y actitudes, todas las figuras, en su
diversidad, pautan una misma norma. […] Grupos vocingleros corren por el centro de la
calle, con banderas enarboladas4.
En otros lugares del texto, la acción colectiva queda simbolizada con más nitidez en virtud
de su dimensión lingüística, de su perfil verbal. Tal es el caso de dos pasajes, bien distintos,
que pueden calificarse de corales. El primero de ellos tiene un cariz humorístico. Se trata de la
canción que entona un grupo de jovenes bohemios en la escena IV. Tanto en ésta como en
otras, en que interviene secundariamente, el coro de poetrastros, « epígonos del Parnaso
modernista », es descrito como un solo personaje. En la escena IV, el grupo entra en escena
de manera anónima, « uno a uno, en fila india », dividido en dos semicoros incipientemente
cómicos : « Unos son largos, tristes y flacos, otros vivaces, chaparros y carillenos ». En la
VII, se le designa mediante un sustantivo colectivo de connotación peyorativa, « el cotarro
modernista », al que se añaden al desgaire cuatro notas degradantes, que lo reducen
despectivamente a los signos más visibles de su indumentaria : « greñas, pipas, gabanes
repelados y alguna capa ». En la V, aún más despersonalizado, aparece sólo como trasfondo,
en un segundo plano, disuelto en una mera enumeración de los emblemas, algo pretenciosos,
de su condición bohemia : « Y en el corredor se agrupan, bajo la luz de una candileja, pipas,
chalinas y melenas del modernismo » (p. 92 ; recuérdese que Max Estrella también gasta
chalina, como indica, distante, el anarquista catalán en la escena VI). Las réplicas atribuidas a
estos personajes no contribuyen tampoco a su individualización, a pesar de algunos
parlamentos de Dorio de Gádex, uno de los personajes históricos de Luces, que suele llevar la
voz cantante ; o de frases sueltas de algunos otros (Pérez, « Clarinito »), que no han podido
4
Luces de bohemia, ed. de Alonso Zamora, Madrid, Espasa-Calpe, 2006 (III, p. 71-72). Citaré siempre por esta
edición.
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identificarse con claridad. Aunque la lista inicial de personajes los mencione por sus nombres,
los títulos de réplica lo hacen de manera indeterminada (« Una voz modernista », « Otra
voz ») y sobre todo, colectiva : « El grupo modernista », «Coro de modernistas »5.
El grupo tiende pues a tener una sola voz, como otros personajes colectivos de Valle –
piénsese en la « hueste de mendigos », con su sempiterno « murmullo de rezos », de las
Comedias bárbaras6. Por este motivo, la mejor expresión del « coro modernista » tal vez sea
una tirada cómica, una extraña canción titulada « Nuevos gozos del Enano de la venta », que
los jóvenes vocean de madrugada por las calles de Madrid. Quieren recitársela a Max Estrella,
con quien acaban de toparse, por manera de homenaje. Dorio de Gádex actúa de solista o
corifeo, y a él responde colectivamente el grupo :
Dorio de Gádex, feo, burlesco y chepudo, abre los brazos, que son como alones sin
plumas en el claro lunero.
5
Luces de bohemia, op. cit., p. 97-98. Sobre Dorio de Gádex y sus compañeros de bohemia, véase Alonso
Zamora, La realidad esperpéntica. (Aproximación a « Luces de bohemia »), Madrid, Gredos, 1969.
6
Sobre este aspecto, véase Miguel A. Olmos, « Pobres y pobreza en las Comedias Bárbaras de Valle-Inclán»,
Dicenda, no 18, 2000, p. 277-293.
7
Luces de bohemia, op. cit., p. 83-84 (IV).
69
La madre del niño.– ¡ Maricas, cobardes ! ¡ El fuego del infierno os abrase las negras
entrañas ! ¡ Maricas, cobardes !
Max.– ¿ Qué sucede, Latino ? ¿ Quién grita con tal rabia ?
8
Ibíd., p. 51, 55, 65, 69, 74, 213. Véase también Alfonso Reyes, « Las jitanjáforas » [1941], La experiencia
literaria. Ensayos sobre experiencia, exégesis y teoría de la literatura, Barcelona, Bruguera, 1985, p. 212-264 ;
Gonzalo Sobejano, « Cuminación dramática en Valle-Inclán : el diálogo a gritos », en Angel G. Loureiro (ed.),
Estelas, laberintos, nuevas sendas, Barcelona, Anthropos, 1988, p. 111-136.
70
Don Latino.– Una verdulera, que tiene a su chico muerto en los brazos.
Max.– ¡ Me ha estremecido esa voz trágica !
La madre del niño.– ¡ Sicarios ! ¡ Asesinos de criaturas !
El empeñista.– Está con algún trastorno y no mide palabras.
El guardia.– La autoridad también se hace el cargo.
El tabernero.– Son desgracias inevitables para el restablecimiento del orden
El empeñista.– Las turbas anárquicas me han destrozado el escaparate.
La portera.– ¿ Cómo no anduvo usted más vivo en echar los cierres ?
El empeñista.– Me tomó el tumulto fuera de casa. Supongo que se acordará el pago de
daños a la propiedad privada.
El tabernero.– El pueblo que roba en los establecimientos públicos, donde se le
abastece, es un pueblo sin ideales patrios.
La madre del niño.– ¡ Verdugos del hijo de mis entrañas !
Un albañil.– El pueblo tiene hambre.
El empeñista.– Y mucha soberbia.
La madre del niño.– ¡ Maricas, cobardes !
Una vieja.– ¡ Ten prudencia, Romualda !
La madre del niño.– ¡ Que me maten como a este rosal de mayo !
La trapera.– ¡ Un inocente sin culpa ! ¡ Hay que considerarlo !
El tabernero.– Siempre saldréis diciendo que no hubo los toques de ordenanza.
Un retirado.– Yo los he oído.
La madre del niño.– ¡ Mentira ! […]
El albañil.– La vida del proletario no representa nada para el Gobierno.
Max.– Latino, sácame de este círculo infernal.
Era necesario citar este pasaje en casi toda su extensión. La escena es coral de manera más
compleja que la canción de los modernistas, pues se construye mediante el contrapunto de las
9
Luces de bohemia, op. cit., p. 160-163 (XI). Sobre la composición plástica en Valle, Serge Salaün, « Valle-
Inclán y la pintura », en Le tragique espagnol dans les années 20 et 30, <http://crec.univ-paris3.fr/tragique.pdf>
[2008], pp. 23-39.
71
10
Francisco Rodríguez Adrados, Del teatro griego al teatro de hoy, Madrid, Alianza, 1999, p. 36-47.
72
11
Frente a las de los poseedores, las voces de la portera y el albañil parecen marcadas por palabras o creencias
de valor superior : « pueblo », « hambre », « vida », frente a « escaparate », « establecimiento » o « toques de
ordenanza ». Como sugiere Antonio Risco, el humor de Valle es escéptico, pero no sistemáticamente, por lo que
no siempre se sustrae a sus propias simpatías o antipatías, lo que da a veces a sus obras un viso ético (La estética
de Valle-Inclán…, op. cit., p. 20-21).
12
« ¡ Negros fusiles, matadme también con vuestros plomos ! […] ¡ Que tan fría, boca de nardo ! » (Domingo
Ynduráin, « Luces », Dicenda, no 3, 1984, p. 163-187 ; en especial p. 178 y p. 186). No faltan otras parodias de
planto en el teatro de Valle : véase Javier Huerta Calvo (dir.), Historia del teatro español, II, Madrid, Gredos,
2003, p. 2352.
73
13
Sigo el agudo planteamiento de Gonzalo Díaz Migoyo, Guía de « Tirano Banderas », Madrid, Fundamentos,
1985, en especial p. 146-158.
74
del protagonista sella el pasaje con ambigüedad irresoluble, haciendo coincidir ficción y
realidad en un gesto indescifrable, en una « última mueca »14.
Escenas como la de la muerte de Max muestran bien la fuerte inclinación de Valle a no
distinguir demasiado las caras de las caretas. La cuestión plantea problemas de interpretación
especialmente acuciantes en el caso de Máximo Estrella, propuesto de manera implícita a
lectores y espectadores de Luces de bohemia como guía para la valoración del mundo
desplegado en la obra. El personaje, denso, actualiza varias figuras tradicionales, solapadas
unas en otras. Es ante todo poeta, poseedor del don de la palabra. Como tal, le corresponde
también ser maniático, esto es, imprevisible y furioso, y dejarse llevar de raptos e
inspiraciones. Su visión interior viene acompañada de una ceguera física, lo que resulta
habitual en poetas y adivinos, como Homero o Tiresias. Todos estos tipos antiguos confluyen
en las modernas figuras del « intelectual » y del « bohemio », espectadores lúcidos, a veces un
tanto estrafalarios, que han decidido vivir al margen de la sociedad, que a su vez les desprecia
por este motivo, tal como sugiere al protagonista el obrero catalán en el curso de la escena VI.
En literatura, sin embargo, el tipo del intelectual bohemio adquiere un enorme prestigio como
analista social desde finales del XIX. Valle puede hacer así de su personaje un paradójico
modelo de lucidez en un mundo sumido en las tinieblas15.
Pero debe notarse que este primer rasgo definitorio del carácter de Max viene
contrarrestado por otros, que lo relativizan. Las acotaciones iniciales lo presentan ya como
« hiperbólico andaluz » (I, p. 39), proclive pues a novelerías, a aspavientos, a dejarse llevar de
imprevisibles inspiraciones. Una segunda acotación lo describe como « humorista y lunático »
(V, p. 92) ; y en efecto, sufre varias alucinaciones en el curso de la obra (escenas I y XII)16.
Sujeto a la influencia de su estrella, el personaje tiende al desvarío, o se abandona a la
corriente, irresistible, de las impostaciones de su propia voz : como apunta certeramente don
Latino, se deja arrastrar por el « delirio poético » ; se pone « fantástico » o « estupendo »17.
14
Dice Max a Rubén Darío, en el curso de su discusión religiosa : « Para mí, no hay nada tras la última mueca.
Si hay algo, vendré a decírtelo » (IX, p. 144). Esperpentización de la máscara mortuoria, la « mueca » juega un
papel destacado en varias obras de Valle (por ejemplo en La cabeza del bautista : Retablo de la avaricia, la
lujuria y la muerte, Madrid, Espasa-Calpe, 1992, p. 135-152).
15
« En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero »
(VI, p. 101). Véase Manuel Aznar Soler, « Modernismo y bohemia », en Pedro M. Piñero y Rogelio Reyes (ed.),
Bohemia y literatura (De Bécquer al modernismo), Sevilla, Universidad, 1993, p. 51-88.
16
« ¡ Pobre cabeza ! » (I, p. 43), exclama Madame Collet, su mujer, tras la primera de ellas, en que Max se sueña
transportado a París. Acotaciones posteriores acentúan su volatilidad mental : « Tosió cavernoso, con las barbas
estremecidas, y en los ojos ciegos un vidriado triste, de alcohol y de fiebre » (III, p. 66). La propensión a la
demencia abunda en el teatro experimental de 1900 : véase Carlos Jerez Farrán, El expresionismo en Valle-Inclán,
Sada, Ediciós do Castro, 1984.
17
Luces de bohemia, op. cit., p. 77 (III) ; p. 166 (XII) ; p. 139 (IX) ; p. 164 (XI).
75
18
« Max.– Llévame a un banco para esperar a ese cerdo hispalense. La Lunares.– No chanelo. Max.– Hispalis es
Sevilla. La Lunares.– Lo será en cañí. Yo soy chamberilera » (Luces de bohemia, op. cit., X, p. 153).
19
Antonio Risco, La estética…, op. cit., p. 38-39 ; Domingo Ynduráin, « Luces », op. cit., p. 182-185.
76
despacho del ministro con dinero fresco en el bolsillo y la promesa de recibir más, en forma
de asignación mensual a cargo del « fondo de reptiles » –la caja negra de la policía– para
remedio de la miseria de su familia. Así se despide el protagonista del ministro :
Max.– Conste que he venido a pedir un desagravio para mi dignidad, y un castigo para
unos canallas. Conste que no alcanzo ninguna de las dos cosas, y que me das dinero, y
que lo acepto porque soy un canalla. No me estaba permitido irme del mundo sin haber
tocado alguna vez el fondo de los Reptiles. ¡ Me he ganado los brazos de su
Excelencia !
Máximo Estrella, con los brazos abiertos en cruz, la cabeza erguida, los ojos parados,
trágicos en su ciega quietud, avanza como un fantasma. Su Excelencia, tripudo,
repintado, mantecoso, responde con un arranque de cómico viejo, en el buen
melodrama francés. Se abrazan los dos. Su Excelencia, al separarse, tiene una lágrima
detenida en los párpados. Estrecha la mano del bohemio, y deja en ella algunos
billetes.
20
Luces de bohemia, op. cit., VIII, p. 132-133.
21
Según Manuel Aznar Soler, sólo el anarquista catalán, el obrero de la escena XI y la familia de Max Estrella
quedarían exentos de tratamiento grotesco, con lo que Luces sería un esperpento imperfecto : « Luces de
bohemia : teoría y práctica del esperpento », en Margarita Santos Zas, Luis Iglesias Feijóo, Javier Serrano
Alonso, Antonio de Juan Bolufer (ed.), Valle-Inclán (1898-1998) : Escenarios Seminario internacional,
Santiago, Universidade de Santiago, 2000, p. 339-360.
77
* * *
22
Como Max al recibir el dinero del « fondo de reptiles », Bradomín rehúye identificarse con la « buena
fortuna » : « ¡ El destino tiene burlas crueles ! Cuando a mí me sonríe, lo hace siempre como entonces, con la
mueca macabra de esos enanos patizambos que a la luz de la luna hacen cabriolas sobre las chimeneas de los
viejos castillos » (Sonata de otoño, Madrid, Espasa-Calpe, 1985, p. 81).
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movimiento incontrolable entre ambas, en el que quedan por igual disueltos individuo y
sociedad.
Poco o nada que aclare la cuestión agrega el testimonio del otro provocador de la
catástrofe, don Latino, ambiguo hermano de Max Estrella, de quien es a la vez máscara y coro
–pues como alter ego bufonesco del maestro le acompaña a lo largo de la obra, a veces repi-
tiendo sus frases con torpeza insistente, para convertirse al fin en su « fideicomisario »,
heredero literario y portavoz, sin duda adecuado, del hallazgo de un nuevo estilo. Pero don
Latino, « grotesco personaje » a quien Máximo Estrella ha prometido la inmortalidad (XII,
p. 167), cierra la obra encerrado en un mutismo que las acotaciones califican de
« enigmático »23.
Bibliografía
23
« ¡ Yo he tomado sobre mis hombros publicar sus escritos ! ¡ La honrosa tarea ! ¡ Soy su fideicomisario ! Nos
lega una novela social que está a la altura de Los miserables. ¡ Soy su fideicomisario ! Y el producto íntegro de
todas las obras, para la familia. ¡ Y no me importa arruinarme publicándolas ! ¡ Son deberes de la
amistad ! ¡ Semejante al nocturno peregrino, mi esperanza inmortal no mira al suelo ! ¡ Señores, ni una
representación de la Docta Casa ! ¡ Eso sí, los cuatro amigos, cuatro personalidades ! ¡ El ministro de la
Gobernación, Bradomín, Rubén y este ciudadano. ¿ Que no, Pollo ? » (XV, p. 203 ; la cita final del texto, en XV,
p. 211). Sobre don Latino, Sumner M. Greenfield, Valle-Inclán : anatomía de un teatro problemático, Madrid,
Fundamentos, 1972, p. 236-242 ; sobre la geminación de personajes en Valle, Jacques Fressard, « Stabilité et
instabilité du personnage valle-inclanien », dans Jacques Maurice (ed.), Le roman espagnol au XXe siècle,
Nanterre, Université Paris X, 1998, p. 55-63.
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