Compláceme Una Vez Más

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CUVM

No han sido los mejores días. Tampoco he sido yo. Algo me falta y es evidente...
Nada de esto debería estar pasando y ya no sé a quién culpar.
Todo en mí es un lío.
Es jodidamente increíble el cómo cambiaron las cosas tan de repente. Como lo que creías que era, jamás tuvo
lugar y jamás lo tendrá, aunque así lo hubieses querido. Es increíble el como un segundo vale más que haber
cometido cien errores juntos para aprender la lección por confesar y después, ser juzgado ante quien alguna vez
en tu vida fue digno de tu admiración.
Así fue esto.
Así de jodido estaba cuando creí ciegamente en alguien, evadí a quien me advirtió sobre seguir y finalmente,
éste me hizo sujetar las consecuencias como un puñado de arena, porque así, todo se desvaneció entre mis
dedos.
Niego con la cabeza, no quiero recordar la sensación de los dedos de Bill y míos al ser entrelazados. Aquello me
gustaba, me había acostumbrado y... ¡No! Qué debo hacerlo a un lado.
Fijo la vista en la fotografía de mi padre, mi madre se aferra a mi brazo y posa su cabeza en mi hombro. Está
inconsolable. Yo, simplemente en un reflejo, acaricio su mano y ella al soltar la respiración, hace que algo se
clave en mi pecho. Me siento sofocado gracias a ello y sinceramente ya no puedo más.
Algo se remueve dentro de mí tan repentinamente y hace que esto me pueda en el alma.
No lo resisto. No puedo. Ya me ha tocado la fibra sensible.
Realmente echaré de menos a mi padre a pesar de que terminó por odiarme.
Respiro profundamente, cierro los ojos y evado mis propios pensamientos y mis emociones. Cuando algo en
especial interrumpe el dolor que me permito sentir con cautela, es como si todo se volteara e hiciera que cayera
en cuenta de que lo que sentí en estos días en verdad sería pasajero.
Se terminaba hoy. Se terminaba al permitirme sentir algo..., pareciera magia.
Los recuerdos repetitivos de mí expresando verdadero cariño y verdadero repudio hacia una persona, no dejan
de cruzar por mi mente. Ahora me enferma y me pone mal.
No es el lugar más indicado para continuar con esto, pero no puedo evitarlo. Las palabras de mi padre; su
desprecio hacia mi persona al enterarse de mi verdad y los gestos que enmarcaban su rostro, incluso el bofetón
y la fuerza con que me había hecho reaccionar ante él, pasaban por mi mente solo para torturarme. No, la
verdadera tortura era cuando yo mismo me aferraba a la imagen de él perdiendo el control por mi causa,
desplomándose en el suelo y luchando por contener su ira hacia mí y mantener su propia vida.
No importó cuanto implorara que le salvaran, que me haya aferrado a él cuando su corazón se detuvo o cuando
me quedé en blanco al mirar sus ojos cristalinos. Fue mi culpa.
Estaba ahí; fui el causante de lo sucedido. Yo y el único jodido error que volví a cometer; dejarme llevar por algo
tan insignificante como el cariño hacia una persona ahora ya inexistente en mi vida.
¡Vaya mierda!
La sangre me bulle.
No me permito perder el control de ninguna manera, pero siento que la ira podrá conmigo antes de que me lo
imagine.
Veo los rostros de todas las personas; unos más serios que otros. Algunos llorando y otros susurrando sus
oraciones. Definitivamente no quiero estar aquí.
Necesito aire.
Necesito escapar y llenar mi mente de alguna otra cosa porque no lo soporto más.
Me remuevo, mi madre no entiende el rechazo y siento su mirada, pero me mantengo inmóvil y no devuelvo el
gesto, en cambio, controlo las ganas de llorar por la pura rabia.
Que cambio. De sentir como podía empezar a desmoronarme por algo, ahora cierto sentimiento me planta en la
tierra y hace ver que soy otro tipo de persona. Me recuerdo que yo no me dejo llevar por el sentimentalismo y
de inmediato cambio mi forma de pensar.
Personas han pasado a decir algunas palabras, pero no les encuentro sentido. Me piden ser yo quien hable ahora,
pero como me niego, todo llega a su fin. Me pongo de pie y la gente se acerca a mi madre y a mí para darnos sus
condolencias. Recibo a todos sin decir una sola palabra, limitándome a solo asentir con la cabeza.
Esto es asqueante.
No necesito la lástima de nadie. Estoy más que furioso y me siento incapaz de seguir aquí frente a él, ante su
imagen sonriente sobre el féretro, mejor dicho; y tal cual será recordado por todos. Feliz.
Su mirada me inquieta.
Recuerdo sus últimas palabras antes de que su enojo le detuviera el corazón.
«No eres mi hijo...»
Me cae de peso.
Hace un rato sentí que le echaría de menos, ahora no lo considero así.
Cierro los ojos con fuerza para intentar desvanecer el eco de su voz diciéndome aquello, pero entre más lo pienso,
más me jode.
Poco a poco, la gente comienza a irse hasta el punto de quedar solamente mi madre, Amara y yo. Ella se acerca
a mi madre antes de que se adelante al auto y se despiden, no quiere estar aquí por más tiempo. Cuando Amara
acorta la distancia entre nosotros, me tiende una rosa para que la deje en uno de los floreros altos, pero me
niego. La miro y sus ojos están hechos agua. Se precipita a darme un abrazo, uno muy fuerte y reconfortante.
Pero no lo necesito.

—Ha sido mucho para ti en tan poco tiempo— me dice y le obligo a poner distancia.

—Él ya no significa nada— respondo cortante porque ambos sabemos a quién me refiero—. Para mí, ha muerto
más de una persona— ella baja la mirada y toma mi mano.

—Las cosas no debieron ser así, Tom. Aun puedes darle una solución.

—Ve a casa, Amara— le pido y me alejo de ella—. Gracias por venir.


Regreso hasta el auto con mi madre.
El irme me deja un gran vacío a cada paso.
Es cierto, ahora más de una persona ha muerto; Bill, mi padre y un poco de mí también se ha ido.
Subo al auto. El transcurso es excesivamente silencioso y casi siento que voy a estallar.
Estoy más que jodido. Todo se mezcla en mi interior y creo que no aguantaré un minuto más. Me duele que todo
esto haya pasado, sí, lo reconozco solo para mis adentros. No me permito el expresar nada porque debo hacerme
a la idea de que puedo con esto. El llorar no va conmigo. Yo no soy débil. Al contrario, el saber que me duele, me
hace rabiar. Me jode tanto la idea.
Estoy tan molesto conmigo por todo esto, pero al menos aquel que también murió se encuentra lejos de mí.
Mi padre solía decir que las cosas innecesarias están mejor lejos de nosotros y hasta este momento, no creí llegar
a darle sentido a todo lo que me había dicho.
He echado a Bill de mi vida.
Él tenía razón.
Siempre tuvo razón y jamás le escuché. Debí hacerle caso cuanto me dijo que dejara a Bill por ser un oportunista.
Debí creerle. Debí haber hecho tantas cosas; dejar de cometer los mismos errores. Evitar dejarme llevar. Dejar
de creer en que yo podía enamorarme de alguien. Pero fue muy tarde. Hice todo aquello y ahora me siento un
estúpido.
Llorar y sentir el duelo no me servirán de nada cuando todo ya está hecho.

—Tom... ¿Dónde está él?

Mi madre interrumpe mis pensamientos y me vuelvo a verla.

— ¿De quién hablas?

—El chico que estaba contigo.

Que diga eso me cae de peso.


Me niego a responder.
Me niego a volver a recordar aquello porque no quiero descolocarme. No otra vez.

— ¿Estaban juntos? — inquiere.

Me mantengo en silencio, pero insiste.

—Sé que ahora le necesitas. Yo no creo poder darte el mismo consuelo que él podría darte. Tú sabes, no es lo
mismo.
Estira su mano para tomar la mía, pero la esquivo rápidamente y desvío la mirada.

—Yo no necesito de él. No necesito de nadie.

La escucho esnifar—. Ni... ¿Ni de mí?

No sé qué duele más, que crea aquello o la frialdad con que la trato.

—Sé qué crees tener la culpa. No es así, cariño.

—Eso ya no importa. Mi padre murió

—Lo sé, y me duele como no podrías imaginar, pero... Tom, por favor.

—Madre, basta— me vuelvo a mirarla—. Discutimos, tú estuviste ahí, sabes que fui yo quien le hizo esto.

—No, no es cierto.

— ¡Que sí! — me enferma que lo niegue—. Nos equivocamos y ya no hay más que decir. Las cosas son diferentes
y voy hacer lo que él quería. Estaré al frente del hotel y punto.

—Tu padre hubiese querido...

— ¡Él hubiese querido que su único hijo no tuviese un chico por pareja! — suelto de golpe—. ¿Pensaste por un
segundo en lo que dirían todos si supieran? ¿Te imaginabas a ti mirándome en esa situación? ¡Recuerda cuan
indignado estaba él! — se queda callada, yo prosigo—. ¿Él hubiese escogido alguien para quedar frente al hotel
si yo no podía hacerlo? ¡No! Porque sólo confiaba en mí ¿No lo ves? — me exaspero—. Pero eso no volverá a
pasar. Deberías hacer como yo; enterrar junto con él tus errores, anhelos, lo que dijiste e incluso lo que no, con
el único fin de hacer las cosas bien de ahora en adelante.

—La diferencia es, Tom, que sin importar con quien, a mí me hubiese gustado verte feliz. Y no como tu padre,
que ya te tenía la vida planeada.

—La felicidad no me es indispensable.

Lanzo una bomba.


Sé que está vulnerable y no necesitaba de eso, pero yo tampoco necesitaba de sus palabras.
La escucho esnifar de nuevo y solloza por lo bajo.
Una vez más, siento como mi pecho quiere estallar de rabia, culpa y absurdos recuerdos.
Capítulo 1

— ¡Ah...! En estos momentos no estás para reclamos, Bill.


— ¡¿Qué no?! Pues sí. Si estoy para reclamarte.
—Mejor calla y escucha...
— ¡Pues no me va! — me dice. Su actitud comienza a impacientarme—. Después de lo que hiciste... ¡Estuviste con
ella!
—Bill, en ningún momento te reclamé tus faltas anteriores, pero como veo que lo que es una justificación lo tomas
como reclamo, bien. ¡Yo quería que te justificaras!
— ¡¿Por qué lo involucras?!
Su falsa indignación me la paso por la mierda.
—Oh, discúlpame, pero fuiste tú quien le dejó tocarte aquella noche.
—Eso no debió haber sucedido.
—Pues te tengo las nuevas, así fue y no puedes borrar aquello. Saliste con él porque querías pagarme con la
misma moneda, pero sé cuál es la verdad; eres una persona sin orgullo, dignidad o valor. Eres lo que figurabas a
ser cuando te compré en la subasta; un simple objeto— añado. Perdido en la ira, mis manos van a su cuello y uso
todas mis fuerzas por ahorcarle—. ¡Fueron 1,65 billones invertidos en mierda! ¡Nada más que en eso!
Sus manos van sobre las mías para intentar alejarme, sus ojos se llenan de lágrimas y me pide en gritos ahogados
que le deje.
— ¡YO TE QUERIA! ¿POR QUÉ LO HICISTE?
Cuando me dice que lo siente suelto el agarre y salgo de ahí, dejándole en el suelo, intentando volver a respirar.
Subo a mi auto y voy tan rápido como puedo. El corazón me late desbocadamente, por momentos dejo de sentirlo.
Las lágrimas no me dejan ver. Pierdo el control del auto y me impacto contra algo. Grito, pero no me escucho.
Siento que me ahogo y entonces todo se desvanece.

Despierto asustado, sudando y con el corazón al mil.


Estoy desorientado. Nuevamente esa pesadilla me provoca un sobresalto. Quisiera saber por qué es tan
recurrente.
Me quedé dormido pensando en él, claro, como en ocasiones anteriores. Pensaba en todo, a decir verdad.
Me toma un rato asimilar el sueño, aunque lo conozco de memoria.
Miro al rededor, estoy en el despacho. Los papeles siguen tirados en el escritorio e intento recordar cómo es que
llegué hasta el sillón. No he bebido, o más bien, no lo recuerdo.
¡Qué ocurre conmigo!
No puedo calmarme. Mis ojos están que se hacen agua y el corazón aún me late frenéticamente. Es como si
quisiera salírseme del pecho. Cierro con fuerza los ojos y me incorporo para sentarme, me cubro el rostro con
las manos y me digo a mí mismo que no es real, pero sin importar nada, me vienen todos los recuerdos de ese
día y aún más del rostro de Bill. En como el último beso de esa mañana me había parecido tan sincero y después
tuve la desgracia de caer en un lugar sin fondo al escuchar sus mentiras.
Aun siento que estoy cayendo.
Llevo meses soñándole de la misma manera y siempre, siempre, termina por clavarme su recuerdo en lo más
profundo, como si no fuese suficiente el seguirme hasta en los malos sueños. Él, aun sin estar presente, sigue
matándome cada vez un poco más. Su ausencia es más fuerte cada día y me descoloca el no poder controlar lo
que suceda. Intenté con todas mis fuerzas acostumbrarme, pero no pude, Bill siempre fue el tema exclusivo al
hablar cuando me encontraba con alguien.
Han pasado meses y yo aún intento desesperadamente creerme el desprecio que le tengo. No puedo hacerlo, ni
siquiera tengo corazón.
He fracasado porque aún le quiero.
Necesito dejar todo a un lado.
Joder... Ahí viene la jaqueca.
Suelto la respiración y por escasos segundos me siento derrotado. Bill, su recuerdo..., ha pasado tanto y yo no
puedo. ¡Aun no puedo olvidarle!
El corazón me da un vuelco bruscamente y siento mis ojos más húmedos.
—Contrólate— me exijo—. Contrólate, Tom.
Los sollozos que se me escapan me hacen temblar y rompen al mismo tiempo el silencio que me rodea. Me
pongo de pie y voy al mini bar. Necesito un trago urgentemente.
Un tanto mareado por lo rápido que me he movido, me sirvo algo fuerte y bebo de golpe. La garganta me calienta
y al carraspear ligeramente me vuelvo a servir la misma cantidad de alcohol. Esto me seca y me deja aún más
vacío.
Me doy cuenta de que la botella estaba destapada cuando me serví un trago. Al pasarme la bebida miro
nuevamente a mí alrededor y recuerdo algo. Esta mañana tuve una reunión, la gente incompetente con quien
me topé, me hizo estallar. Vine al despacho, intenté llevar mis actividades sin decir a nadie y estuve bebiendo.
Sí, estuve bebiendo. La botella está a la mitad justo ahora y creo que me quedé dormido al ir al sofá y estirar las
piernas.
Respiro. Intento no pensar en que he muerto en un sueño y que he vuelto a verle, pero es casi imposible. Me
invade esa sensación de miedo y alivio porque al menos fue irreal y tampoco he lastimado a Bill.
Dejo el vaso sobre la mesita de centro al encaminarme de regreso al sofá, me limpio los labios con la manga y
paso los dedos por mi cabello. Suelto la respiración y pestañeo antes de cubrirme el rostro. Vuelvo a sentarme,
debatiéndome sobre ir a por la botella y seguir bebiendo o volver a mis actividades.
Estoy en blanco.
Estoy cansado.
Estoy jodido.
— ¿Tom? ¡Tom! Te he estado buscando. La reunión es en un par de horas y... ¿Qué ha sucedido aquí? Oye, ¿te
ocurre algo?
No, joder... ¡Otra vez ella!
Tan inoportuna como siempre.
—Tom, ¿qué tienes?
Que su timbre de voz se ha vuelto insoportable y.…, un momento. Caigo en cuenta de que ella está aquí. Se me
acerca y pone su mano en mi hombro. Retiro mis manos sobre mi rostro, levanto la mirada y la observo medio
frunciendo el ceño.
—No estaré totalmente en mis cinco, pero sí sé que nuevamente entraste sin llamar a la puerta, me haz tuteado
y estás tocándome el hombro.
Me levanto haciéndola a un lado y de lo rápido que lo he hecho, me he mareado de nuevo. Tropiezo, ella me
detiene y la aparto de inmediato al mirarle con desdén.
— ¡Joder, Hamilton! Tal vez deba recordarte por millonésima vez que el haberme acostado contigo no significa
que puedas considerar el tomarte atribuciones que no te corresponden— digo en voz alta mientras voy hasta el
escritorio.
—Lo-Lo siento. Sucede que yo...
— ¡Nada! — me dedico a juntar las hojas en el escritorio para que no vea mis ojos rojizos o las lágrimas en mis
pestañas.
— ¿Qué pasa? ¿Todo bien? — indaga. Escucho sus pasos acercarse.
— ¿Sabes qué...? No. No, joder, no estoy bien ¡Mira que interrumpirme cuando...! Bueno, ultimadamente yo no
tengo porque justificarme contigo. Que no eres nadie a considerar. Ahora, largo de aquí.
—Necesito decirte...
— ¡Basta! — arrojo las hojas al aire, llevo los puños contra el filo del escritorio y levanto la mirada—. Te vas a
dirigir a mí como debes hacerlo; sin tutearme, que tú y yo no somos nada y si no puedes entenderlo...
—Lo lamento. No vuelve a suceder.
— ¡Cállate y déjame terminar! — sentencio su interrupción—. Si vuelves a hacer lo que te plazca, tú, querida
Keana, te quedarás sin nada. De eso me encargo yo.
Me mira. Me mira. Está inmóvil y le he jodido en verdad.
Steve rompe el silencio que se había formado; él se adentra al despacho, me mira con cierta impresión, sabe que
algo ha pasado y después dirige su mirada hacia Keana.
—Señor, ¿está usted bien?
—Que oportuno Steve. Enséñale la salida a esta persona y no solo fuera del despacho, llévale fuera de mi hotel—
le pido, recobro la compostura y me muevo de lugar.
—E-Espera un momento, Tom. Que yo venía a buscarte porque pronto llegarán los medios a entrevistarte y ni
siquiera has leído lo que me pediste escribir. Además, me había preocupado, no te encontraba por ningún lado
y...
— ¿Otra vez? — la corto a media palabra y me vuelvo a verla—. ¿Me haz tuteado otra vez? — la miro
detenidamente. Keana se acerca con gesto culpable.
—Señor, ¿ha bebido? Tal vez debería calmarse— Steve se acerca tendiéndome el saco, pero paso de él.
—Tú, levanta eso y después te vas— chasqueo los dedos señalando a Keana—. Mañana espero ver tu renuncia
en mi escritorio.
—Pero Tom...
— ¡Mañana, Hamilton! — insisto y salgo de ahí.
Steve me sigue el paso. Estoy alterado, necesito un momento donde no exista nada, pero él empieza a decirme
la cantidad de errores cometidos en mi ausencia. ¡Joder! Que no puedo hacerlo todo yo. Estoy rodeado de gente
incompetente.
Le digo que cancele todo porque no me apetece ver a nadie.
Necesito un momento para olvidarme por completo de todo...
La jaqueca me está destrozando y Steve lo nota. Le dejo a cargo de todo y yo me dirijo al pent-house.
Necesito una ducha y descansar un poco. He estado vistiendo lo mismo durante dos días. No he dormido nada y
esta vez que tuve un par de horas, vuelvo a tener esa pesadilla.
Entro al pent-house y camino a la ducha voy dejando las prendas en el suelo. Del botiquín tomo algo para la
jaqueca, me miro en el espejo y noto las ojeras debajo de mis ojos irritados, tengo los labios deshidratados y
todo yo luzco como un muerto. Cansado y harto de haber analizado mi aspecto, voy bajo el chorro. El agua tibia
comienza a relajarme, dejo de tensar los músculos y me quedo inmóvil.
Que oportuna ha sido esa pesadilla. Ha pasado mucho. Bill estuvo aquí en el pasado aniversario del hotel y fue
cuando confesé algo que me hace sentir impotente. Mañana no quiero ni imaginar cómo voy a ponerme ante
esos recuerdos.
Recuerdos... Recuerdos, joder. Me la he vivido en el pasado.
Mi padre falleció una semana después del día en que quedé al frente del hotel. Aquello fue causado por su
padecimiento cardíaco. O eso era lo que la mayoría me hizo creer. Yo sabía la respuesta.
La impresión de saber que por tan poco pude haberle presentado a quien erróneamente fue mi pareja, nos llevó
a la mayor discusión de todas las que pudimos tener y fue lo que adelantó su partida.
La vergüenza de que su único hijo fuese lo que nadie esperaba, había sido monumental.
Y dolió.
Después, me sumergí en la monotonía. En las rutinas y mi vida se tornó más estricta.
Me había centrado totalmente en lo que me correspondía. Durante meses me había negado a ver a cualquiera,
ya se tratase de mis colegas o mi propia madre. Aunque ambos enfrentamos el duelo de diferentes maneras,
hubiese sido conveniente sobrellevarlo entre los dos, pero no lo permití. El demostrar que algo me dolía era una
idea aberrante.
Muy aparte de cuidar la imagen que ahora importaba ante los medios, me mantenía fuerte ante lo que podía
destruirme aun sin estar presente en su totalidad.
Bill y su recuerdo seguían extinguiendo mi ser. Mi orgullo herido me recordaba lo que en verdad había detonado.
La culpa ante la idea de que fui yo el causante de la muerte de mi padre, se sumaba a la montaña de porquería
que había embotellado durante poco más de siete meses. Y así lo creía.
Fingir que no dolía era ridículo, justo como intentar cubrir la luna con un dedo. Pero solo en pocas ocasiones me
permitía el sentir todo aquello. Si tendría que esconderme para poder gritar cuan injusto había sido todo, cuan
estúpido y arrepentido me sentía por lo que dije y por las advertencias que no tomé en cuenta, lo haría. Pensar
en que las cosas a estas alturas serían diferentes ya no era de ayuda.
Como justo ahora. Que, al pensar en ello, no puedo detener las lágrimas.
No he visto a Bill. No sé qué sea de él y realmente no quiero saberlo.
¿¡En qué estaba pensando!?
Jamás fui dueño del cariño. No sé qué creía al momento de arriesgar mi dignidad por intentar algo en serio. Pero
me jodió una sola cosa y eso, tan bueno como malo, debo admitir: Sí le quería y me enamoré.
Pero al igual que con la mayoría, y aun superando a Alina, fue un jodido error.
Me he cansado de mí mismo. Me he cansado de saber que no hay remedio para lo que hice.
Me la he vivido intentando olvidar todos esos pensamientos, pero la verdad es que aún me hacen rabiar. Me
hacen gritar por dentro.
No lo soporto.
Sinceramente estoy harto de todo.
Cansado de sentir toda esa rabia que me puede si es que recuerdo a Bill. Si es que le sueño..., si es que vuelvo a
ver su sonrisa en pensamientos porque le quiero ¡Joder! No he dejado de hacerlo y eso me enfurece.
Quiero olvidarle por completo. ¡Lo necesito! Estoy fatigado de tener que vivir así.
Quiero dejar de aferrarme a ello. Siento que he esperado por algo y no sé qué es, pero sí sé que no ha llegado y
no creo que lo haga.
Me consume... No lo entiendo. ¿Tengo esperanzas?
Tal parece que es la única pizca que queda en los corazones con telarañas como el mío.
Me lo pienso a fondo, quizás no es esperanza. Quizás es otra cosa y no sé cómo definirla.
Ha pasado tanto tiempo y debo hacer algo.
No puedo odiarlo más sin odiarme a mí, y no podría sentir eso si nunca le hubiese amado.
Tal vez me resigne ahora a dejar ir todo aquello, pero mañana será igual.
Es la rabia que siento lo que de alguna manera hace que se quede en mi vida, y la cuestión es; aun no me siento
listo para olvidarlo.
Si sentir cualquier cosa por él lo mantiene aquí, entonces lo haré aun así me mate por dentro.
Capítulo 2

Y así..., cierro un ciclo, amor.

—Nuestra aflicción
J. Madero
•••
¡Qué locura! A penas ayer no me sentía listo para olvidarle y hoy quiero intentarlo.
Debo estar muy desesperado.
Pasé la noche pensando en la mejor solución porque, ¿cómo es posible que exijo hechos a los demás y no puedo
hacer eso conmigo? Ya me he decidido acabar con esto.
De lo más pequeño hasta lo más grande, voy afrontarlo todo; es decir, no desistiré hasta dejar a un lado lo que
siento por él.
Intento tras intento fallido, ahora no deberá ser así.
Que me bastó solo una noche para poner en verdadero orden todos mis pensamientos con respecto a esto y me
di cuenta de ciertos detalles que no encajaban. Tengo un montón de preguntas. No voy hacerme el detective,
pero necesito respuestas y la persona que puede dármelas es Alina. Por eso he pedido a Steve que la busque, no
ha de ser difícil, seguro que ronda cerca de otro tipo adinerado. Lo difícil, creo yo, será que acepte verme y me
diga todo lo que necesito saber.
Necesitaré también pensarme qué haré después. Es cierto que necesitaré algún distractor que me mantenga no
muy unido al recuerdo de Bill, pero es que lo llevo a todos lados. ¡No puedo evitarlo!
No quiero volver a las comparaciones, pero es como aquella vez en que terminó mi 'relación' con Alina y pasó un
tiempo para que volviera nuevamente a la habitación de juegos con alguien. Esa persona fue Bill. Y no. No me
parece que deba hacer lo mismo porque podría volver a caer en ello, pero viéndolo así; el trabajar
exhaustivamente en el hotel tampoco fue de ayuda y mucho menos el intento fallido de acostarme con Keana.
El sexo ya no es lo mismo y sin importar el género de la persona con quién esté. No es igual y no lo disfruto.
Sólo he sentido una vez que hacer las cosas contra mis propias reglas, en verdad era bueno.
De momento me viene a la mente la subasta y todas las preguntas que no le hice a Bill.
Antes y por momentos pensé que no era del todo puro como habían dicho. No sé si me contó toda la verdad o
sólo una mínima parte. A estas alturas me doy cuenta que ni él, ni yo, nos conocíamos en verdad. Todo parecía
superficial a excepción de nuestros últimos tiempos juntos, pues ya estábamos más unidos que cualquier otra
pareja.
Todo fue frenético y sublime.
Todo fue por él.
Bill me quería también. No sé qué tanto, pero me quería.
Y lo eché a perder.
Ahora no estoy seguro de si piensa en mí.
Niego levemente con la cabeza y regreso la vista hasta la casa que compartí con él. Aún recuerdo su reacción
cuando le traje y ahora, pienso en lo que me ha traído de vuelta aquí; su recuerdo.
—Yo...
No me salen las palabras y suelto la respiración.
Es la primera vez que estoy en casa después de lo ocurrido aquel día de mi cumpleaños y estoy un tanto
temeroso. Steve me mira desde el retrovisor. No hemos salido del auto y llevamos aquí diez minutos. Quizás
espera a que le diga que dé marcha atrás, pero no, no voy a huir
—No tardo— le digo. Intento escucharme firme.
Salgo del auto, camino sobre el seco césped y me detengo frente a la puerta. Busco la llave en mi bolsillo y al
entrar, el polvo me hace toser.
Paseo por la estancia, todo está intacto y ahí está el equipaje de Bill. No le permití irse con nada ¡Soy un imbécil!
¿Qué tal si pasó frío en la calle?
No. No debo pensar en eso ahora. Ya es muy tarde.
Voy escaleras arriba. Una de las puertas está abierta, es de la habitación de Bill.
Me detengo a mitad del pasillo. Saber que estoy a punto de entrar hace que me dé un vuelco el interior y el
corazón se me acelere.
—Vamos, Tom. Nada más es su habitación. Es sólo el recuerdo de que estuvo aquí, no es como si lo tuvieses
frente a ti mirándote— me digo a mí mismo para guardar la calma, pero me siento más nervioso.
Me desvío y entro a mi habitación.
Todo está intacto. Las sábanas permanecen estiradas sobre la cama, esa que compartimos no sólo en la noche.
Me invaden los recuerdos de nosotros ahí mismo y se me sacude el interior.
Y pensar que sólo con él compartí la cama...
Voy hasta la terraza y me quedo de pie, apoyando el hombro en el umbral de la puerta corrediza.
Pareciera que no fue hace mucho cuando le traje aquí. Cuando él salió y lo pasó en la arena casi toda la tarde y
esa misma noche había aceptado complacerme.
El morbo experimentado en esta y otras habitaciones, las discusiones, las disculpas que llegué a pedirle y los
secretos que le dije están aquí, no han salido de esta casa. ¿Deberé de deshacerme de ella también?
He evitado por completo lugares donde algo haya ocurrido entre nosotros con el fin de no dejar que los recuerdos
me invadan. Vine hasta aquí porque quería saber qué era lo que exactamente iba a dejar ir. Lo que no volvería a
permitir que me afectara. En sí, dejarle ir por completo.
Pero no me siento tan valiente como creí que lo sería.
Me enfurece, pero no puedo dejarle, no aún.
¿He de quedarme en medio?
No. No... Dije que vendría aquí, que estaba decidido en olvidarle y es lo que voy hacer. No dejaré que ese
sentimiento me envuelva otra vez.
Ya ha sido suficiente.
A pasos agigantados, me dirijo a su habitación.
«¿Tom?»
Le escucho llamarme. Parece que está ahí bajo el umbral de la ventana.
La mirada se me ilumina y todo se limita a estas fracciones de segundo.
Me sonríe.
Me mira.
Se ve precioso. Siempre que viste de blanco luce precioso.
El corazón se me exprime en el interior. Quiero decirle que se quede conmigo un instante en cuanto me acerco
extendiendo la mano para tomar la suya, pero se desvanece y en su lugar toco la cortina polvorienta.
Maldigo por lo bajo y entonces, con un dolor insoportable en el pecho, me doy la vuelta y veo cómo es que
quedaron las cosas después de nuestra discusión. Pareciera que escucho nuestras voces llenas de furia resonar
no sólo en las paredes, sino también en mis oídos. Es algo que me hace estremecer.
Avanzo unos pasos. Las sabanas parecen movidas al pie de la cama y las cosas de Bill están desacomodadas en
el tocador. No sabía que hasta eso tiramos.
Me muevo, exhalo y me hago aire. Me siento sofocado y el recuerdo de lo que sucedió terminará por asfixiarme,
estoy seguro de ello.
La puerta del closet está abierta, pretendo cerrarla, pero en su lugar, miro al interior. Es muy sutil, pero percibo
su aroma y todas sus prendas, pero cierro de golpe la puerta para poder recargarme en ella.
—Ya basta...— me digo al cerrar los ojos con fuerza—. Basta, Tom.
No creo ser capaz de olvidarle si es que me quedo aquí.
Me apresuro a salir y algo cruje bajo mis pies. Miro lo que sea que he pisado y entonces el corazón me sube hasta
la garganta.
Es el collar de Bill, ese que le regalé.
Es su estrella.
Es él.
Lo tomo y veo que la cadenilla está rota. Le doy la vuelta y ahí está el grabado.
—Precioso...
Hace mucho que no pronuncio esa palabra. Ni siquiera en sueños.
—Precioso— repito con los labios temblorosos y la voz baja.
Me obligo a contener las emociones que esto me produce.
El anillo que iba a regalarle debe estar aquí por algún lugar.
¿Dónde?
¡Dónde!
¡Que lo necesito con urgencia!
Busco debajo de la cama. En las esquinas. Detrás de la puerta hasta que lo encuentro detrás de la mesita de
noche.
Algo se sacude en mi interior. Me siento morir justo ahora, pero ya que me he sentenciado, no hay vuelta atrás.
Voy a mi habitación y busco entre cajones algo para guardar ciertas cosas que quiero llevarme hasta que
encuentro algo en verdad que llama mi atención y dudo sobre llevar o no. Es la vídeo cámara de la habitación de
juegos, hay cosas ahí, no sólo el sado.
Me lo pienso en verdad y la tomo. Es en otro cajón donde encuentro algo y meto los objetos dentro. Regreso a
la habitación de Bill, soy débil y me llevo su fragancia y su prenda favorita.
Dejo todo como estaba antes. Lleno el bolso con lo que encuentro a mi vista y salgo de ahí.
Al estar fuera, me detengo en seco. Miro hacia atrás y estoy tentado en devolver las cosas porque así seré incapaz
de dejarlo ir, pero me entran unas ganas inmensas de contradecir todo justo ahora.
¡A la mierda lo que se supone me hará mal! Ya no está aquí, no sé qué pueda ser peor que eso.
—Steve, quiero que la casa esté habitable— le digo al entrar al auto.
— ¿Piensa volver a aquí? — se oye bastante impresionado.
—No lo sé, pero haz lo que te pido— acomodo todo a mi lado y del bolsillo externo, tomo el dije y lo entrelazo
en mis dedos.
— ¿Y quiere que me deshaga de las cosas del joven Bill?
—No— le miro por el retrovisor—. No las tires, por favor.
—Entiendo. ¿Igual en la mansión?
—Sí, también ahí. Es más, pienso volver a la mansión, me estoy cansando del hotel.
Me dedica una ligera sonrisa, pero sé que nota algo más en mí y no arranca.
— ¿Me permite hablarle de algo?
—Pero conduce, por favor. Es tarde y los accionistas llegarán antes. El salón de eventos no ha de estar...
—Es como yo, escuda ciertas cosas detrás del trabajo— me interrumpe.
—Conduce y te escucho.
¿Yo? ¿Condicionando a la ligera? Me he de parecer a Bill.
—Sé que nadie duda de su capacidad para liderar, le he visto y lo hace muy bien, pero... En todo este tiempo en
que se ha encargado del hotel, se ha apartado de todos— me dice al arrancar. Vamos de regreso al helipuerto.
—Esa era la idea.
— ¿Por qué? ¿Tanto le ha durado el duelo?
Miro la costa por la ventana hasta fijar la vista en el horizonte.
—Seguro sabes que...
—No le estoy juzgando, pero en verdad me sorprende su cambio repentino— vuelve a interrumpirme.
—Me he cansado, Steve. Me he cansado de mí y de todo, ya no podía dejar que siguiera así, ¿entiendes?
—Si ahora está lleno de preguntas, ¿no cree que no sirve de nada buscar a la señorita Alina? Ella podría solo
aclarar las sospechas que usted tenga, pero resolverlo todo... No lo creo.
— ¿Me sugieres que busque a Bill?
Steve se detiene en una luz roja y me mira por el retrovisor una vez más.
—Dice necesitar respuestas. Yo sólo creo que debe buscarlas con la persona indicada y, perdóneme que lo diga,
pero la señorita Alina no me parece que lo sea.
Buscarlo..., no lo sé.
No estoy seguro de cuánto podría afectarnos a ambos.
Capítulo 3

Otro aniversario del hotel que es celebrado a lo grande. Pero no me siento muy cómodo. Mi mente sigue clavada
en los recuerdos que reviví en casa y las preocupaciones que esto me trajo.
Keana me acompaña esta noche. Reconozco que hoy estuvo más eficiente que nunca porque quiere conservar
su puesto, pero aun espero ver su renuncia en mi escritorio. Todos me han preguntado qué tiene ella de especial
para mí, me he cansado ya de decir que no es más que mi asistente para que su compañía no fuera mal
interpretada una vez más, pero no les quedó claro.
No voy a repetirlo de nuevo.
Además de los comentarios respecto a Keana, me ha jodido el que ella no mencionara nada sobre la asistencia
de Noa, Jace y Amara.
Estoy convencido de que esta noche se ha convertido en la más desgastante de todas. Sentir las indirectas que
me lanza Amara sobre lo mal que hice al dejar a Bill, van a sacarme de quicio. Jace intenta hacerla callar, se dé
más que justo ahora él ha entrado al bando de Leo porque le ha defendido un par de ocasiones en que se le ha
mencionado.
La tensión se podía cortar con un cuchillo y me sentía expuesto ante los accionistas con quienes compartíamos
la mesa e incluso mi madre. Ellos ya estaban atando cabos, por eso salgo de ahí lo más pronto posible y me dirijo
al mini bar.
Ahora necesitaba algo fuerte para intentar olvidar el mal rato.
Me lo pienso mientras me sirven algo. ¿Será que Amara sabe algo? Porque no entiendo su insistencia. Esto es lo
único que se me puede ocurrir, pero de ser así, ella hubiese venido a decirlo en vez de mandar indirectas. Que la
conozco muy bien.
Me vuelvo a la barra cuando está listo mi trago y antes de que lo beba, una mano se posa sobre mi hombro.
— ¿No fue suficiente ya lo que mencionaste de él y cómo la he cagado?
—No soy Amara— me dice Noa—, pero creo que ella no tuvo suficiente.
Se planta junto a mí y me mira detenidamente cuando bebo de mi copa como un desesperado. El líquido me
quema la garganta, pero necesito otro y doble antes de escucharle. Sus ojos me revelan sus intenciones.
— ¿Por qué me seguiste?
—Quería invitarte un buen habano.
—No gracias.
No le creo.
—Te invitaría una copa, pero ya estás bebiendo.
«¿Qué comes que adivinas?»
—Quiero beber solo, pero gracias— paso de él y me vuelvo a pedir lo mismo.
—Nos vas alejar de nuevo, ¿Tom?
—Dime una cosa, ¿vas a reclamarme como lo ha hecho Amara la última media hora? — ni le dirijo la mirada.
—No. Sólo quiero que hablemos.
Su tono llama mi atención. Parece sincero, sin presionar, ni nada. Lo dice con tanta tranquilidad que dudo sobre
haber escuchado bien.
— ¿Sobre Bill?
Trago con pesadez y cuando me entregan otra copa, la empino y bebo de golpe. Siento que su nombre se me ha
atorado en la garganta.
— ¿Hace cuánto que dejaste de beber con moderación?
—Que bien, ahora te sientes mi madre— menciono mordazmente.
—Tom, en serio, no te pases de mamón— Noa hace que me vuelva a verle—. El que Bill se fuera te ha dejado
muy hostil.
Ahí va de nuevo ese sentimiento entre enfado y desesperación con algo de temor. Siento la necesidad de huir
de la misma manera en que lo he hecho a lo largo de estos meses.
—En serio sí que quieres hablar de él. Al parecer todos están más interesados últimamente— intento no
impacientarme—. ¿Quieres dejarle ya? ¡Pasa del tema! ¿Qué jodidos pretendes, Noa? Tú y todos no han dejado
de hablar de él durante un buen rato y ya estoy más que jodido. No sigas ayudándome.
—Entonces, sí te molesta.
—No veo como lo adivinaste.
—El sarcasmo no te va— intenta bromear para relajarme—. Vamos a otro lugar y me dices qué es lo que te está
tocando los nervios— propone—. Algo te sucede y se nota que quieres no sentirlo más.
Suspiro cansado.
Si le digo lo poco que necesita saber, quizás no vuelva a comentar nada. Y me lo pienso a fondo.
Tiene razón, también necesito expulsar algo de lo que hoy ha vuelto a mí. De una manera dramática, es necesario.
Tras considerarlo unos momentos, acepto. Debo dejarle claras un par de cosas y deshacerme de lo que se instaló
en mi pecho esta mañana. Él en verdad podría ser de ayuda.
Le guío fuera del salón de eventos y vamos a uno de los bares cerca de la zona de casinos. Nos situamos en una
de las zonas privadas y entonces nos pedimos algo. No digo nada hasta que llegan nuestras respectivas bebidas.
—Me sorprende que estés aquí, que estemos hablando de Bill y aún más, que yo haya aceptado.
—Yo esperaba que primero me contaras como lo habías pasado estos meses sin vernos, pero veo que has ido
directo al punto, como siempre.
—Ah, eso. Me fue de la mierda. No lo soporto— le digo—. Ya no puedo y me enfurece seguir estancado. Se
resume así, Noa. ¿Cómo esperabas que lo pasara?
—Tú lo has dicho, claro que yo tenía una idea diferente ¿Te importaría darme más detalles?
— ¿No es obvio? ¡Aff! Primero lo de Bill, después lo de mi padre y al final yo. En serio que sentí el mundo encima
los primeros días— suelto la respiración—. Ni siquiera entiendo por qué te estoy contando esto. ¿Amara te dijo
que vinieras? Seguro que el andarse de indirectas le ha dejado mal.
—Tan desconfiado como siempre— denota en gesto de desagrado—. A decir verdad, vine porque durante meses
no supe nada de ti.
—Esa era la idea— sigo bebiendo. Decir aquello fue…, no lo sé. Le ha caído de peso y se nota.
—Y anoche llegó la invitación al evento. Así como a Jace y Amara les tomó por sorpresa, y a mí también,
decidimos venir porque tú nos lo pediste— continúa como si yo no hubiese dicho nada—. Creímos que ya lo
estabas superando y querías volver a lo de antes. Pero cuando yo te vi con esa mujer Keana, en serio pensé que
lo habías dejado todo atrás, así como hiciste con Alina cuando Bill llegó a contigo.
—No compares— gruño y le lanzo una mirada fulminante, pero ni se inmuta—. Y no te confundas, que yo estaba
seguro de no haber enviado las invitaciones.
—No importa, ya estamos aquí, Tom. Y no me interrumpas, te estaba hablando de Keana.
—Tal parece que no quedó claro lo que dije durante la cena.
—Es que no lo entiendo. Si antes llegaba una sumisa a ti, andabas por todos lados exhibiendo la joya más reciente
y en un par de meses cambiabas. Hasta que Alina llegó, fue que te detuviste y no te culpo. ¿Cuánto tiempo
estuvo contigo? Bueno, no importa. Pero cuando se fue, en menos de dos meses buscabas a alguien en las
subastas y llegó él, por capricho tuyo solamente. Estabas evitando esto, justamente, quedar al frente del hotel
en lugar de tu padre— habló tan bajo y tan rápido como pudo—. Y también buscabas volver a las andadas.
No lo niego, así fue. Aunque Bill fue un pretexto al principio, dejó de serlo. Creo que realmente él era mi pretexto
favorito.
—Y le terminé queriendo— confieso en un susurro.
Mi enojo se desvanece de momento. Estoy atento a sus palabras.
— ¡Exacto! Pero las cosas me parecieron diferentes y en verdad pensé que ya habías buscado alguien que le
remplazara— murmura y yo gruño al lanzarle otra mirada fulminante—. Yo sólo te digo la primera impresión que
tuve esta noche.
—Pues no opines— exijo.
—Ya, bueno. Pero, ¿Keana es…? — insiste.
—Nada, sólo nos hemos acostado un par de veces.
—Ajá. Para olvidar a Bill, ¿cierto?
—Yo no haría eso.
—No te creo. Eres tan predecible— me lanza una mirada, niego con la cabeza y él sonríe con ironía.
Noa ni se esfuerza por tocarme las narices, comienzo a creer que tiene talento natural.
La ira se instala en mi pecho, pero no puedo perder los estribos.
— ¡Esto es tan estúpido! — suelto de golpe—. ¿Sabes lo patético que luzco? Aquí en la barra, bebiendo contigo,
hablando de él y… Joder ¡Mírame! Ayer pasé toda la noche pensando en deshacerme o no de lo que aún nos
mantiene atados a Bill y a mí. Esta mañana, más que decidido, fui a casa y volví al borde de acomplejado por
todo lo que sucedió, lo que recordé y lo que sentí al darme cuenta de lo que éramos y no volveremos a ser. Y
ahora llegan ustedes por culpa de Keana, a descolocarme con sus indirectas; pero tú, precisamente, que me
haces confesar todo lo que me ha costado ocultar por mucho tiempo ¡Me he cansado! He tenido mucho de esto
y lo he ocasionado yo, no necesito que nadie más lo sepa, mucho menos que me juzgue.
—Disculpa, ¿lo que tanto te costó ocultar? Si eres más obvio que nada y, por si no lo notaste, en ningún momento
te he juzgado, ¿o sí? Dime y te pediré disculpas.
Me exaspero.
No puedo manejarlo.
Odio, detesto, me jode y saca de quicio el que me recuerden mis faltas y que intenten que lo reconozca mil veces
ante ellos.
¡Qué conmigo es suficiente! Solo yo puedo decirme lo mal que lo he hecho. No necesito de ellos.
—Puedo sentir tus intenciones, Noa. Las tuyas, las de Amara y cualquier otro. Así que te lo pido por las buenas…
Deja ya de entrometerte. No te incumbe. No le incumbe a nadie— menciono apretando la mandíbula.
Me pongo de pie y echo para atrás el asiento. El ruido llama la atención de algunas personas y éstas no dejan de
mirarme.
—Baja la voz y no te exaltes— se levanta de inmediato, pero no tan escandalosamente como yo.
Noa me reta con la mirada, levanta la barbilla y acorta la distancia. Dirijo la vista fugazmente a la derecha y
alguien nos observa atento, esperando reaccionar por si hay un enfrentamiento.
—No te exaltes— repite.
— ¡Que no me exalte! Pero Noa, tú has conseguido que me ponga así por tus insistencias— levanto un poco más
la voz—. Tú y Amara…
—Si te hablamos al respecto no es por gusto a joderte. Es porque tú eres un orgulloso de mierda y necesitas una
patada en el culo como impulso para hacer las cosas— dice mordazmente sólo para nuestros oídos.
—Ya tenía mis planes. No necesitaba que ustedes aparecieran…
—Y te dijéramos lo que era mejor para ti— me interrumpe—. Eres tan testarudo y eso es lo que te toca las
narices. No es nada respecto a él y mucho menos contra nosotros, eres tú y tu actitud tan pusilánime. Tu falta
de indulgencia y de carácter.
—Lo que dices no me va.
—Pues te deseo mucha suerte con la fuerza de voluntad, porque te conozco y mientras dices no piensas en decir
sí— me toma del brazo y acerca para mencionar en mi oído: — Pero nadie, Tom, nadie, sabe qué es lo que en
verdad sientes al respecto o lo que quieres. Ni siquiera tú y ojalá no te arrepientas de la decisión a tomar en tus
perfectos planes.
—No seas idiota, yo no me arrepiento de nada.
—No estoy seguro de ello.
—Noa, uno se arrepiente por cosas insignificantes, pero jamás por sentir algo. A las personas les alcanza la verdad
y se dan cuenta que en ese momento era lo que necesitaban.
— ¿Habla la voz de la experiencia? — se mofa de mis palabras y me lanza una sonrisa agria.
Me quedo callado. No sé qué responderle. Eso en verdad me ha dado en lo más profundo.
—No— digo al fin—, pero no puedo evitar pensar en que al final yo estaba ahí aceptando lo que sentía por él. Lo
que siento, más bien. Y no me arrepiento— modero mi tono de voz y lucho por contener el nudo que se me
forma en la garganta—. A estas alturas lo único que lamento son dos cosas.
—Y después serán tres o unas mil. ¿No te das cuenta? Eso que sientes no es más que un reflejo de lo que te duele
y es porque así lo quieres. Cuánto tiempo tiene que pasar para que seas capaz de reconocerlo, ¿Tom? O siquiera
aceptar ayuda de a quienes les preocupas.
Se forma un silencio entre nosotros. Vuelvo a mirar al rededor y unos cuantos pares de ojos siguen pendientes a
nosotros.
—Al menos me has dicho lo que te tenía mortificado hoy, pero sé que hay mucho más.
—He perdido la confianza en todos. Dime, ¿cómo podría hablarte de esto?
Noa suelta la respiración y oculta las manos en los bolsillos.
—Amara no me pidió que viniera, ella sabía que la ibas a rechazar. Además, Jace no confía en ti.
—No la hubiera ignorado porque creo que sabe dónde está Bill— confieso. Pero no me cree y no dice nada al
respecto—. Y está claro que Jace apoya a Leo. En todo caso… ¿en qué posición quedaría Amara?
—Steve me lo ha pedido— dice de repente.
—Pues se lo preguntaré.
Paso de él. Mientras me pienso si es cierto lo que me dice, me dirijo al ascensor. No tengo ganas de volver al
evento, tendrán que disculparme. Escribo rápidamente un texto a Steve para que de aviso y entonces sigo mi
camino.
Lo estoy considerando. Noa me ha hecho ver de manera distinta un par de cosas.
Yo, que siempre he de decir «si» o «no» para todo, ahora me veo en un punto intermedio. No me va.
Mi percepción de las cosas cambia al ser consciente de esto y ahora estoy a miles de pasos a negarme por
completo para olvidarme de él y seguir como si nada. Pero estoy a un paso de seguir adelante, a dos pasos de
buscarle y a tres para decirle que lo lamento tanto.
No es novedad. Lo que últimamente he tomado en cuenta, más que nada es eso; que ya tuve suficiente de esto,
de mí mismo y de la culpa que me consume. Noa tiene razón, he estado así, sumergido en lo mismo porque así
lo quise. Me aferre tanto a la ira provocada por su decepción, que me era bastante normal sentirme así todos
los días.
Ya no puedo.
Ya no quiero.
Camino más a prisa. Necesito un lugar tranquilo para pensar.
Cuando entro al ascensor, mi sorpresa es ver a Steve.
—Creí que ya estaba descansando y fui a buscarle. Cuando recibí su texto, decidí volver.
—Pues aquí estoy— malhumorado y rendido, me encojo de hombros.
—Permítame acompañarlo—me dedica una sonrisa, me sitúo a su lado y él, amablemente, presiona el botón
para subir al pent-house—. ¿Se ha fastidiado del evento?
—Ni siquiera quería que se celebrara— respondo de inmediato.
Le miro por el reflejo opaco de las puertas, él se vuelve a verme y es cuando conecto mi mirada con la suya.
—Estuve un momento con Noa— menciono, pero no dice nada—. ¿Tú le trajiste? Es decir, a ellos; Noa, Jace y
Amara. ¿Fuiste tú y no Keana?
—Sí, señor Kaulitz— responde con algo de vergüenza.
No quiero preguntarle porqué, pero para mi suerte, no debo hacerlo.
—Creí que de ellos si escucharía consejos.
Niego con la cabeza.
— ¿Qué te hizo creer eso?
—Lo necesitaba.
—¿También le dijiste a Noa lo que debía tratar conmigo?
—Quizás un poco.
Le veo tragar con pesadez. No desvía la mirada y no se mueve.
Los segundos pasan tan rápido.
—No me va el que te hayas tomado la libertad de llamarles y mandarme decir con ellos lo que debo y no debo
hacer. No me gusta que anden detrás de mis pasos y lo sabes perfectamente. Son mis problemas, ¿puedes
entenderlo? Me ha molestado como tienes idea en verdad que les hayas traído y yo pensando en que había sido
Keana, hasta me dieron ganas en verdad de mandarla al grano.
—Lo lamento, señor— dice ya sin pizca de emoción.
—No los esperaba aquí. No quería verlos, pero ya no hubo opción.
—Mi intención no era hacerle enfadar.
—No creo que lo fuera— le digo en seguida de que él termina de hablar.
Me mira extrañado. No comprende lo que le digo.
—Seguro te sientes en deuda, pero en verdad me has acompañado en todo.
Cuando el ascensor se detiene, salgo primero y escucho sus pasos ir detrás de mí.
—Haber hablado con Noa no cambia tanto las cosas, pero me dijo algo muy cierto. Algo que yo ya había olvidado
de mí mismo— entro al pent-house y me dirijo a mi habitación—. Esta mañana me has acompañado de regreso
a casa. Si ya sentía que vivía a base de recuerdos, hoy los he tocado. Me han puesto a pensar mucho y esto parece
precipitado, o quizás no tanto ya que ha pasado muchísimo tiempo. Tal vez ya era hora, solo espero que aún no
sea tan tarde.
—Entonces, ¿señor?
Suelto la respiración al detenerme frente a la cama. Veo sobre la mesita de noche unas cuantas cosas de las que
he traído y sobresale una caja diminuta justamente en la esquina.
El corazón me tiembla. Aprieto los labios y a paso lento me acerco para tomarla.
Steve lo ha hecho. Ha traído el dije que le regalé a Bill y está como nuevo. No creí que lo consiguiese para esta
noche.
—Ya hice caso omiso a muchas de las cosas que en verdad he querido y no voy a seguir así. Quizás fue necesario
volver a casa para darme cuenta de ello y por eso, yo… Voy a tomar tu sugerencia de esta mañana, Steve— me
vuelvo hasta él—. Necesito que contrates a alguien que sea capaz de buscarle. Necesito encontrar a Bill pronto
o entonces lo voy a lamentar.
—Va decidido a encontrar las respuestas que necesita, ¿verdad?
Le dedico un asentimiento al agradecerle y le indico que se retire momentos después. Cuando se va, dejo caer la
pequeña caja sobre la cama y me coloco alrededor del cuello la estrella de Bill.
—Te necesito, Precioso.
Capítulo 4

—Tom, ¿me quieres?

Bill, con esa mirada inocentona y una sonrisa curiosa dibujada por sus perfectos y tentadores labios, me pregunta
algo que ya sabe.

—¿Debo repetirlo, Precioso?

Extiendo mi mano y le toco el rostro. Su sonrisa se ensancha y algo destella en su mirada. Me fascina.

—¡Mil veces! — se lanza sobre mí y ambos caemos en la arena. Sus manos toman mi rostro y se ríe a carcajadas
cerca de mis labios—. Hazlo, por favor.

—Ni hablar— le atraigo a mi cuerpo, acariciando su espalda desnuda y repasando de memoria el lugar donde
yacen sus lunares debajo de mis dedos.

—Si lo dices…

—Bill, condicionar es algo tan único de ti— le interrumpo.

—Si lo dices mil veces, te besaré hasta el cansancio.

—Mhum…— le acerco un poco más. Mis labios acarician los suyos y lanzo una sonrisa—. Pero no basta que te lo
diga mil veces y mucho menos que me beses hasta el cansancio porque yo jamás podría tener suficiente de ti.

Acortando la distancia, mis labios al fin se posan sobre los suyos y el interior me da un vuelco increíblemente
fuerte.

—Te quiero, Precioso…

Y lo que hacía que me embriagara de él, se desvanece.

Despierto y me giro en la cama en búsqueda de él, pero estoy solo. Su lugar ha estado vacío desde hace mucho.

Desilusionado, regreso a mi lugar, mirando el espejo en el techo y jalando las sabanas con un poco de ansiedad.
¡Vaya sueño! Es la primera vez que no despierto a mitad de la noche a causa de aquella pesadilla frecuente.

Cansado de mirar mi reflejo, me muevo para salir de la cama. La luz roja de los números en el reloj de la mesita
de noche casi me deja ciego, restriego el revés de mi mano contra mis ojos y después veo la hora. Son las cinco
de la mañana.

Me incorporo en la cama para lograr calmarme. El corazón me late frenéticamente y las imágenes del sueño no
dejan de pasar por mi mente. Lanzo un suspiro después de unos segundos me dirijo al baño. Mojo mi rostro con
agua y espero parecer más lúcido. No entiendo que ha provocado ese sueño.

Me miro en el espejo mientras seco mi rostro. Estoy acabado porque apenas he dormido. Ni siquiera me veo
como yo gracias al insomnio que me está matando, pero al menos hoy no he despertado de un sobresalto.

Me veo tan diferente en verdad… ¿Qué diría Bill de mi cuando nos veamos? Seguro ni me reconoce. Apuesto que
se ha olvidado de mí. Yo lo haría si fuese él.

Ya debo de dejar de hacerme el mártir.

Arrojo la toalla al cesto, apago las luces y vuelvo a la cama medio arrastrando los pies. Al situarme al centro,
levanto la mirada y nuevamente me veo a mí mismo en el espejo del techo. Solo distingo mi sombra y los pocos
destellos de luz de afuera que iluminan el resto de la inmensa cama. Ésta es tan solitaria como yo y echo tanto
de menos el que Bill ocupara un lugar junto a mí. Echo de menos cuando su calor y su aroma se aferraban a las
sábanas al momento de que él se levantaba silenciosamente y, de todos modos, yo despertaba al no sentirle a
mi lado. Como hasta hace unos momentos.

No sólo dejó un espacio vacío en la cama, lo dejó también en casa, en mi interior y en mi vida.

Soy quien ocasionó todo esto.

Soy quien le apartó y haré lo imposible de ser necesario para que Bill vuelva.

Suelto la respiración y me giro en la cama. Intento volver a dormir, pero es difícil. Mis pensamientos se disparan
en todas direcciones al establecer las preguntas que haría a Bill el día que nos encontremos. Seguro no querrá
detenerse a escucharme, por eso debo decir algo que le haga volverse a mirarme nuevamente a los ojos. Anhelo
tanto que lo haga.

Hoy es un día muy importante. Por fin hablaré con el sujeto que he contactado para encontrar a Bill. Estoy
nervioso. Necesito saber dónde es que se encuentra para ir a por él. Casi es su cumpleaños, falta semana y media
para ello. Quiero regresarle su estrella y por fin entregarle aquel anillo que tenía destinado para él.

No me estoy en la cama. La ansiedad en serio me está golpeando con fuerza. Vuelvo a ponerme de pie y me
recuerdo que no debo perder la paciencia. Hoy también veré a alguien más, así que debo tener el suficiente
autocontrol.

Alina y yo nos reuniremos en el pent-house al medio día. Mis pensamientos se mueven de lugar y ahora ensayo
mentalmente todas y cada una de las cosas que voy a decirle. Tuve muchísimo tiempo para pensar en ello y sé
que es lo que necesito de ella. Steve ha insistido en que no conseguiré las respuestas suficientes, pero al menos
saldré de la mayor duda y no quisiera incomodar a Bill al preguntarle aquello.

Alina.

Bill…

Alina.

¡Joder!

No quiero volver a esto, pero es necesario. Necesito saber su versión antes de encontrar a Bill y reconocer ante
él todo en lo que estuve mal, aclarar mis dudas y disculparme.

Si resulta ser cierta cualquier cosa que le pregunte y doy también con la versión de Luche, quien era más cercano
a mi padre y a ella, podría hacer que rodaran cabezas. Incluso podría dejar de sentir algo de remordimiento por
la muerte de mi padre.

El tiempo pasa bastante rápido. Steve llama a la puerta, interrumpiendo mis pensamientos y me indica que el
desayuno está listo. Bajo de inmediato para no hacer esperar a mi madre. Noto que están abiertas las cortinas
del ventanal que yace a unos metros del comedor y caigo en cuenta de las gotas de lluvia que se resbalan por los
cristales. Ni siquiera me percaté de que llovía. Desvío la mirada y ahí esta ella. Sonríe al verme entrar y al
acercarme le doy un beso en la frente.

—Buenos días.

—¿Dormiste bien? ¿Te gusta la habitación? Cualquier cosa que quieras cambiar, díselo a Steve— no respondo a
su saludo y desvío lo que pudo haber iniciado una conversación normal y matutina.
—Todo está bien, Tom— responde en calma. Cuando me siento, ella estira su mano para tomar la mía—. Me
está gustando mucho quedarme aquí, es tan tranquilo. Gracias por no dejarme quedar en el hotel, allá todo es
un caos.

—Deberías…, ya sabes— me encojo de hombros y suelto su agarre—. Quedarte aquí un tiempo.

—De ninguna manera, la remodelación de la casa estará lista en unos días y podré regresar allá.

—Es bastante grande para ti sola. Deberías vender la casa y comprar una más pequeña si no te quieres venir a
vivir aquí— menciono cuando Steve se acerca a servirnos.

—Me gusta esa casa.

—Mejor dime que no has dejado ir a mi padre.

Mi comentario hace que ella suelte el tenedor cerca del plato. Steve me mira y después dirige su vista hacia mi
madre. La veo volver a tomar el tenedor y pica la comida.

—Ha… estado lloviendo toda la noche— añade después de aclararse finamente la garganta y no levanta la vista.

—Oye— tomo su mano, pero aun así no me mira—, ya sé que de los dos, tú no lo has llevado muy fácil con ello.

—Quiere decir que ya dejaste de sentir culpa, ¿no es así? — se zafa de mi agarre y dispone a prepararse el café.

—No precisamente.

—¿Entonces es por él? — se detiene antes de disolver los terrones de azúcar y ahora sí me mira.

—¿Quien?

—Bill.

Que diga su nombre tan a la ligera hace que me quede en blanco. Se forma un silencio entre nosotros y
compartimos miradas con algo de incomodidad. Quiero levantarme de inmediato, pero no puedo. Algo me
detiene.

Miro a Steve y él me mira y mira también a mi madre. Le pido que se retire y cuando él se va, me aclaro la
garganta y calmo aquello que se forma en mi interior o podría perder la cabeza.

—¿Por qué preguntas? — noto que mi tono no ha sido el mejor y que le ha molestado, entonces corrijo: — Es
decir, no hemos hablado de él más de dos ocasiones y estoy seguro de que a ti también te sorprende el haberlo
mencionado justo ahora.

—No hemos hablado al respecto porque así lo has querido. La primera vez que lo hice, ni siquiera sabía que
decirte y la última, tú me cortaste muy rápido.

Trago saliva pesadamente. Se me ha ido el apetito. Se me han ido las ganas de todo.

—No me mal en tiendas, pero quiero saber a qué se debe tu curiosidad sobre él. Como ya he dicho, no hemos
hablado al respecto— logro decir sin titubear.

Se me hace un nudo en la garganta y las palabras se me atoran. No sé si pueda ser capaz de responderle.

—Sé que tu actitud durante todo este tiempo fue por algo grave entre ustedes.

—¿Steve te lo dijo?
—No, Tom. Lo dices a gritos con cada palabra, a cada gesto y mirada. Quisiera que tuvieras la confianza de
decirme…

—¿Disculpe?

Steve interrumpe a mi madre y ambos nos volvemos a verlo.

—Hazme favor de no molestar, Steve— menciono en seco, con los nervios de punta y fulminándolo con la mirada
a medida que se acerca—. Dije que…

—Oliver Ejiofor está aquí y le espera en el estudio— me dice al oído.

No sólo se me detiene el corazón, cada célula de mi cuerpo se paraliza ante ello.

Durante días sufrí la ansiedad hasta llegar a este momento y la incertidumbre que ya últimamente se había
instalado en mí a todas horas, me dejaban en claro que no se irían hoy como yo pensaba.

Poco a poco, mis latidos se aceleran y ahora no siento el corazón de lo acelerado que está.

—Y tiene…

—Así es— vuelve a interrumpir.

Tenso los músculos y aprieto los labios. Arrugo la servilleta sobre la mesa ante el latigueo de nerviosismo que
me ataca el interior y le indico a Steve que se adelante.

Joder. Que no me creo que estoy a punto de saber el paradero de Bill.

No puedo con esto.

—¿Qué pasa?

—Te lo explico después— respondo a mi madre mientras me levanto—. Prometo contarte todo, pero debo ver
a alguien primero.

—¿Quién es? ¿Qué quiere?

—Te lo diré después— respondo acelerado—. Debo retirarme.

—Y después, ¿cuándo?

Luce decepcionada. No avanzo sin antes volverme y tomar su mano. Ni siquiera tengo las fuerzas para sostenerla.

—Al final del día. Te lo prometo.

—¿Nuevamente es sobre él?

Aprieto los labios. No respondo. El silencio ya le ha dicho mucho, entonces asiente ligeramente y me alejo.

Las piernas me fallan. Es como si no pudiera avanzar gracias a ellas, en cambio, a cada paso que doy voy más
lento.

Camino por el largo pasillo, intentando reunir el valor suficiente para llegar hasta el estudio y escuchar por boca
de Oliver Ejiofor lo que por meses me había preguntado.

No sé si pueda.

A cada paso siento que ya no debería buscarle. No tengo derecho de hacerlo o siquiera aparecerme frente a él.
—No. No creo poder.

Me detengo a escasos tres pasos de la puerta y bajando la mirada, regreso por donde he venido.

—Lo quiero, pero no puedo…

Y es por eso por lo que me detengo nuevamente. Miro hacia atrás, la perilla demanda que la gire y salga de
dudas, pero delante de mí el camino está libre. Me limitaría al seguir y moriría si escucho de Bill.

No hay ninguna salida buena.

Debo hacerlo, aunque duela.

Debo dejar de dudar. He llegado a este punto mínimamente por mi parte, haciendo a un lado mi jodido e inmenso
orgullo sólo por él.

Lo merece. No puedo ser un cobarde justo ahora.

Y a paso decisivo, vuelvo y me encuentro con las puertas delante de mí.

Me siento a punto del colapso. Me alejo. Llevo las manos a mi rostro. Doy vueltas sin poder conseguir calmarme.
Tendré que disimular entonces.

Tomo la perilla y esta se gira en mi mano hasta que la puerta se abre.

—Demoró un poco.

Steve me hace notar aquello y yo sólo puedo asentir.

—Pensé que se estaba arrepintiendo.

—Estoy… Estoy mal. Necesito aire y quizás volver el estómago.

—¿Le digo que está indispuesto y llamo al médico?

—No, no, no.

—Lo haré de todas maneras. Permiso.

—Steve, quédate— le pido—. Entra conmigo, por favor.

—Está bien, pero cálmese.

Le dedico un asentimiento y entonces entro después de tomar varias respiraciones.

Algo se remueve en mi interior. Debo contenerlo.

Veo a Oliver de pie curioseando en las estanterías y dice: —Tiene unos ornamentos bastante costosos— se vuelve
a mirarme al escuchar mis pasos—. Desde el principio tuve conflicto en cómo dirigirme a su persona, que no es
tan mayor para decirle “señor”, pero he escuchado e investigado y en verdad se hace respetar.

—Eso es lo de menos.

Consigo decir sin que se me note el nudo en la garganta.

—Entonces voy a tutearle— me lanza una sonrisa.

Le indico que tome asiento y entonces voy a paso lento hasta el otro lado del escritorio—. No pensé que le
tomaría tanto tiempo. Contacté con usted hace no más de semana y media y recién ha vuelto de…
—Londres. La persona que está buscando se encuentra ahí.

Trago con pesadez y tomo asiento. Dirijo la mirada hasta Steve y él me hace una señal, creo que sabe que podría
perder la razón en cualquier instante.

—¿Puedo preguntar qué es de usted ese chico?

Sus palabras llaman mi atención. Me aclaro la garganta y le miro a los ojos. No me va que intente averiguar más.

—Creí que habíamos quedado en discreción total y me temo que ya ha cometido un par de faltas.

—Mil perdones, tan sólo investigaba— se excusa.

—Curiosear está muy alejado de investigar, pero no divaguemos, ¿entendido?

—Entonces vayamos directo al punto— con una seriedad inminente, coloca su portafolio en el escritorio y al
abrirlo saca un sobre bastante gordo de papeles—. Todo está ahí.

—Qué, con exactitud— lo tomo cuando me lo tiende.

—Ya sabes, Kaulitz— se encoje de hombros—. Donde vive. Con quienes se codea y los lugares que frecuenta con
éstos. Pasatiempos, rutinas diarias, horarios de todo y todo. De la A hasta la Z, en lo que cabe.

—Es excesivo.

—Así es mi trabajo. Además, también hay información de con quienes mantiene una relación estrecha, y no me
refiero solamente a colegas.

Aquello último me jode y pincha en lo más profundo. Yo no tengo necesidad de saber ahora mismo si está con
alguien y comparten la cama.

—Oliver, si lo contraté fue porque me dijeron que sabía seguir órdenes. Esto no fue lo que yo le pedí— me
levanto y le pido a Steve que se acerque para darle el sobre—. Fui claro con usted. Dije que quería solamente
información de dónde había estado y dónde permanece actualmente. Quería que investigara si estaba bien y le
pedí pruebas de ello. No me interesan los nombres de otras personas o lo que sea que hagan cerca de él, no los
quiero. Le especifique cosas simples.

—Pues eso, Kaulitz, no es ni una mínima parte de lo que es mi trabajo— se pone de pie y me encara.

—Recuerdo haberle dicho también que no importaba que fuese un trabajo sencillo, que yo recompensaría muy
bien sus servicios.

—Tú no dijiste…

—Gracias por venir y tomarse la molestia de llegar temprano— le interrumpo. Regreso detrás del escritorio y del
primer cajón tomo un sobre diminuto—. De lo que me ha dado seleccionaré solo lo que necesitaba saber. No se
preocupe, que yo si mantengo mi palabra y le daré hasta el último centavo de lo que acordamos.

Me mira detenidamente cuando le entrego el sobre y revisa la cantidad en el cheque.

—He tenido clientes que se mueren por saber más detalles, pero tú eres un caso especial, Kaulitz.

—Hasta nunca, Oliver. Steve, acompáñalo a la puerta.

Steve deja sobre una estantería lo que Oliver ha traído y entonces se retiran.
Me da un vuelco el interior. Me pincha la fibra sensible y, no sé, todo es un jodido sentimiento que no puedo
entender. Es un hecho y estoy al borde del colapso, más nervioso de lo que en mi vida he estado, me duele y
temo en echar un vistazo.

Me acerco sin antes haberme dado cuenta, tomo el sobre entre mis manos y saco el contenido. Estoy tentado.
Hay varios separadores entre amistades, rutinas, lugares que frecuenta y lo que me hace ver que ocupa más
espacio es una etiqueta que dice su nombre.

La tomo y dejo el resto caer al suelo. Las manos me tiemblan por apretar con fuerza las hojas.

Cuando abro el documento caigo en cuenta que en su mayoría son fotografías.

Me quedo sin aliento y siento mis ojos humedecerse.

No me lo creo.

Simplemente no puedo creer que sea real.

Es él, pero no luce como antes. Lo que le distinguía ya no existe. Es un nuevo Bill y me siento desvanecer, a pesar
de verse precioso, siento que ha dejado de ser mío. Ha dejado también de ser mi Precioso.
Capítulo 5

—No luce bien.

—Basta, Steve. Deja de preocuparte por mí, estoy en perfecto estado.

—Eso créaselo usted mismo.

—En verdad estoy bien para esto

Me palmea la espalda y entonces salimos del ascensor. Cruzamos entre la muchedumbre hasta la zona de
restaurantes cerca del casino.

La llegada de este momento era algo que me quitaba el sueño. Volver a encontrarme con Alina era algo
inquietante en el aspecto de saber cómo reaccionar ante ella, pero no estoy nervioso. Ya me he hecho a la idea
de todo lo que pueda pasar. La conozco, intentará provocarme de todas las maneras posibles y no caeré ante
eso. Le trataré fingiendo demencia, es lo mejor, como si nada hubiese pasado después de su partida por si intenta
involucrar a Bill en nuestra charla, eso no me afecte. Sólo nosotros dos y tres preguntas importantes que le haré
responder. No tengo la más mínima idea de lo que Alina pueda decirme respecto a lo que necesito saber, por
primera vez no hago suposiciones. Sé que mi reacción no será la que ella espera, pues ya me he mentalizado
para sus chantajes, reconocer las mentiras que salgan de su boca y no perder la paciencia.

—Tal vez debería excusarse con Alina y no asistir, pienso que ella podría complicarlo todo.

En serio que Steve me ve mal justo ahora. Son figuraciones suyas solamente, estoy en perfecto estado para tratar
con mi ex.

—Ya te dije que no, en verdad es necesario que me encuentre con ella. Si me ves un poco mal es…

—¿Por lo que Oliver le entregó?

—Sí— admito de inmediato—. Tú viste que tan nervioso estaba. Después de tomar la decisión para volver a saber
de él y esperar noticias, dudé en entrar. No podía darme la vuelta y mostrar mi cobardía, me prometí no volver
actuar así y fue por él por quien lo hice, y porque le quiero también.

—Al final yo abrí la puerta— me lanza una sonrisa, pero no le sigo el juego.

—Mi mano ya estaba en la perilla y en verdad iba a entrar— me justifico al mirarlo por el rabillo del ojo—, pero
cuando Oliver dijo que Bill se encontraba en Londres…— trago pesadamente y mis labios se vuelven planos—.
Fue difícil en verdad.

—¿Qué sintió?

Su pregunta me deja en blanco.

Es difícil describirlo. Miro fijamente hasta donde alcanza mi vista en el casino y las traga monedas. Recuerdo el
día en que pasábamos justo por aquí, no será la primera vez que aquello me viene a la memoria. La noche anterior
tuvimos una llamada muy candente y por la mañana estaba aquí, le llevé al pent-house y él, ocultando la ilusión
que le hacía nuestro plan de ese día, entrelazó su meñique al mío.

Tenso la mano izquierda, siento un hueco en el interior y mis pasos se vuelven lentos hasta que me detengo. Me
doy cuenta de que sólo imaginé como volvía a tomar su meñique con el mío.
Steve me mira detenidamente, preguntando qué sucede mediante una mirada. Recuerdo su pregunta y entonces
respondo:

—Me dolió. Y mucho, ¿puedes creerlo— suelto la respiración y oculto las manos dentro de los bolsillos. Él asiente
y me alienta a continuar nuestro camino—. Por eso tú vas a leer todo aquello que Oliver me entregó y
seleccionaras solo lo que le había pedido. No tengo intenciones de llevarme sorpresas con anticipo.

—¿Esperará a que sea Bill quien le diga?

—No, espero verlo con mis propios ojos. ¿Tú qué dices?

—Que es su estilo.

Aquello me hace reír. Vuelvo mi vista a él y agrego: — Lo harás, ¿cierto?

—Claro que sí, señor.

Le dedico una sonrisa y sigo caminando con él a mi costado. Nos dirigimos al restaurante donde me encontraré
con Alina. Al final cambié de opinión sobre vernos en el pent-house y Steve me hizo favor de comunicarle en
dónde nos veríamos.

—Y ya que me ha pedido aquello, Señor Kaulitz, déjeme decir que me he adelantado un poco— menciona él
antes de llegar—. Y pude notar que él se encontraba...

—No me digas nombres, no quiero saberlo— interrumpo de inmediato.

—Se encontraba viajando a muchos lugres— repone—. El día de su cumpleaños estará en…

—Steve...— me detengo frente a él y le tomo por los hombros—, no quiero entrar al restaurante, mirarla a ella
y estar ausente al pensar en qué haré para encontrar a Bill al mismo tiempo que me toque domar un toro, ¿sí?
Me lo dices después de que termine de hablar con Alina, te lo pido en serio. Entonces podremos ver lo de un
boleto de avión o la posibilidad de ir en el jet.

—Está bien.

Suelto el aliento, miro a la derecha y alguien ya me ha abierto la puerta para entrar al restaurante. Regreso la
vista a Steve cuando su mano se posa en mi hombro.

—Relájese, todo saldrá bien.

—Lo sé.

—Le esperaré aquí afuera.

Le dedico un asentimiento y agradezco antes de entrar.

El hombre de la recepción sabe que veré a alguien, así que me conduce hasta mi mesa. En la sección privada no
hay absolutamente nadie, así como lo ordené, excepto una mujer de espaldas que viste de azul y se encuentra
fumando. Su cabellera rojiza cae sobre sus hombros desnudos, noto que su vestido empieza a la mitad de la
espalda, dejándome ver la diminuta orquídea que lleva tatuada en el omóplato derecho. Me detengo en seco y
pido al hombre que me acompaña que se retire de inmediato. Cuando estoy solo, me acerco a paso lento pero
decisivo. Ella sostiene el cigarrillo en lo alto, apoyando el codo en la mesa y sacando el humo hasta que se forma
una nube sobre su cabeza.
—Llegaste tarde, Tom. Dos minutos, para ser exactos. A mí no me permitías los retrasos, me castigabas, así como
te gustaba— me dice cuando estoy a un paso detrás de ella—. Te vi llegar al hotel hace un par de horas—
continúa sin siquiera mirarme—. Lucías…, irresistible.

Puedo imaginarme su sonrisa. Me muevo hasta la silla frente a ella y es entonces cuando mi mirada se cruza con
la suya. Alina apaga su cigarrillo y reincorpora en su silla, yo tomo asiento sin romper el contacto visual hasta
inclinarme un poco y juntar las manos sobre la mesa.

—No podrás engancharme, querida Alina.

—¿Yo? Que has sido tú quien me mandó llamar con tanta urgencia— estira sus manos y toma las mías. Siento
un extraño cosquilleo recorrerme, pero no me eriza la piel—. Debo decir que estoy sorprendida por la manera
en la que te diriges a mí y aún más que me buscaras, como ya te he dicho. En el fondo sabía que me pedirías
volver a tu lado para empezar de nuevo.

—Alina…— le lanzo una sonrisa fría y la suya se borra de sus labios. Como su contacto no me gusta y me hace
sentir incómodo, la aparto de mí—, no te confundas. Entre tú y yo, bueno, que no hay nada más que aclarar si lo
sabes perfectamente. Y por favor, evita decir ese tipo de cosas.

—Aclarar, ¿qué? Si aquella vez que nos vimos sólo me diste a entender que aun sientes algo por mí.

—Te aprovechaste de la situación en Massini Nena y sabías que…

—Y fue justo como decías tiempo atrás— ignora mis palabras y prosigue: — No importa lo que sientas por
alguien, si está ahí, lo estará siempre.

—Recuerdo el momento en que te dije eso, pero en serio durante todo este tiempo me harté de repudiarte.

La conozco a la perfección y sé que justo ahora le quema el orgullo. Noto como mueve la quijada y se muerde el
interior de las mejillas por escasos segundos.

—Perfecto…— me lanza una mirada retadora y las comisuras de sus labios se alzan ligeramente en una sonrisa
arrogante—. Tom, la manera en que lo dices me hiere un poco, pero también hace que moje las bragas. A ti te
gustaba decirme esas cosas porque sabías que me encantaban. Justo ahora siento que quieres llevarme a la
cama.

En serio cree que puede enredarme en su telaraña al hablarme así, mirarme tan provocativa y acariciando mi
pierna con su tacón por debajo de la mesa.

Desliza sobre la superficie el pocket rosado con decoraciones adiamantadas para ofrecerme un cigarrillo y sobre
éste el zippo dorado con la letra A grabada. Es el que yo le regalé, me sorprende que aún lo conserva.

—¿Te encantaban?

Abro el pocket, tomo un cigarrillo y lo enciendo mientras ella me mira sin perder detalle alguno y asiente con la
cabeza.

—No puedo recordar ¡Ah! Ya sé—me mofo de sus palabras al regresarle aquel par de cosas y saco el humo del
cigarrillo al reírme—, seguro que eso no es verdad porque entre tú y yo nunca hubo nada— le regreso el gesto
de superioridad que ahora me dirige y siento que vamos empatando.

Esto de atacarnos mutuamente era tan nuestro, a decir verdad.

—¡Por favor! — se burla también—. Fui tuya un millón de veces más que ese chiquillo Bill, a quien por cierto
sacaste de un basurero.
—Calla— exijo.

—He dado justo donde te duele, ¿no es así?

—No.

Intento relajarme y no fruncir el ceño, cerrar los puños o tensarme por completo.

Ella canta victoria con una enorme sonrisa, se inclina sobre la mesa y cruza los brazos para apoyarse.

—Si no me hiciste venir aquí para hablar sobre nosotros o llevarme a la cama, es obvio que se trata de él.

—A decir verdad, no. Todo esto lo hice por ti, Alina.

Mis palabras la toman por sorpresa.

—Mentiroso.

—¿Qué hay de malo? Creo que en algún momento todos los ex se encuentran y charlan con madurez sobre
ciertas cosas, ¿no crees?

—Puede que sí— su mirada cambia con un destello de orgullo, aunque su gesto luce ligeramente extrañado—.
De qué quieres hablar, con exactitud.

—Vamos, que recién nos estamos saludando y ya quieres ir al punto. Te pareces a mí— le doy una calada al
cigarrillo y después soplo el humo en su dirección—. Todo es por ti, ¿me crees?

Apago el cigarrillo a medio terminar. Noto que su piel se ha erizado y su gesto cambia nuevamente. Si sigo
enardeciendo su orgullo con mis palabras, ella dirá hasta la última cosa que necesito saber. Estas son las ventajas
de conocerle, lo mejor de todo es que no se da cuenta. Cree que puede ir dos pasos a la delantera por esa actitud
tan frívola que la distingue, pero no es así.

—Hablábamos de Massini Nena, en Italia. Dime, por favor, por qué fuiste a buscarme. Estábamos ahí por el
cumpleaños de Noa y te apareciste de repente.

—Llevaba tiempo buscándote. No fue muy fácil porque esa temporada ibas de un lado a otro hasta que llegaste
a mi ciudad.

—¿Desde que tú te fuiste lo pasaste en Italia?

—Sí, estuve.

—¿Con quién? — no pude evitar preguntar.

—Sola.

—No te creo.

Con una sonrisa cómplice, se pone de pie y anda hasta detenerse detrás de mí. Siento sus manos en mis hombros
y como aprieta ligeramente.

—¿Celoso?

—¿Debería?

—Yo diría que sí. Hubieses visto la cantidad de hombres que andaban detrás de mí.

—Siempre tuviste algo que llamaba la atención— confieso.


Alina se acerca hasta mi oído y sus labios se alargan en una sonrisa triunfante, lo imagino. Sus brazos rodean mi
cuello. Su aroma es justo como lo recordaba, pero ahora no me produce nada.

—Mejor dime qué buscas de mí antes de que me carbonice.

—Entonces hagamos algo— propongo. Ella se separa de mí y es cuando se sienta en mis piernas y me rodea el
cuello finamente con los brazos—. Confesaré eso que quieres saber si tú me dices porqué me dejaste y por qué
volviste a buscarme. Me parece justo, ¿a ti no?

—Sí, me parece justo... Pero algo me falta.

—¿Qué?

—Podría decirte eso que me pides e incluso mencionarte algo de más, pero no será gratis— su diestra acaricia
mi mejilla, la detengo de inmediato y aparto su mano de mí. Me mira directamente y sé que la avaricia destella
en sus ojos—. Dime si aceptas, amor.

—¿Son suficientes cuatro ceros?

—Que sean cinco y te dejo quitarme la ropa— dice a medida que se acerca a mis labios.

—Cinco y no hay más propuestas de tu parte— la esquivo y ella suelta una ligera carcajada.

—¿En verdad desperdiciarás la oportunidad, Tom?

—Las veces que sean necesarias.

—¡Ja, Ja! No te creo, pero fingiré que sí. Ah, por cierto, quisiera que firmaras un cheque con anticipo.

—Si vale la pena lo que vas a decirme, lo firmaré. Antes no.

—¿Por?

—No me fío de ti, Alina.

—Deberías. Estuvimos mucho tiempo juntos ¿Ya se te olvidó? — sus manos juegan en mis hombros, después
con el cuello de mi camisa hasta tomarme el rostro.

—Lo haremos a mí manera, al fin y al cabo, seré quien pague— le dirijo una mirada profunda. No estoy jugando
y lo sabe, así que se deja de estupideces.

—Está bien, tú ganas. Será como en los viejos tiempos...

Se separa ligeramente y hace que le rodee la cintura con los brazos. Me niego, se levanta de mí y sienta en la
mesa.

El corazón me late con fuerza y el nerviosismo por saber la verdad intenta consumirme. Debo controlarlo. Puedo
hacerlo.
—Fue difícil para mí el dejarte y saber que en cualquier momento hallarías a alguien más. Afortunadamente
Luche me mantuvo al tanto y en un tiempo no fuiste capaz de verte con otra persona. Ahí fue cuando me di
cuenta de que en verdad me querías.

Sus comisuras se levantan a penas visiblemente.

Quiero decirle que se equivoca, pero en su lugar digo algo diferente:

—¿Luche era tan fiel a mi padre como a ti?


—A decir verdad, no. El que me mantuviera informada de ti me costó mucho.

No le creo.

Me estoy impacientando. Siento que en cualquier instante dirá algo que me deje en blanco o me saque de quicio.

—Te fuiste sin nada. ¿Qué tanto pudo haberte costado?

—Tú despides a las personas de tu vida así, sin nada.

—Yo no te despedí, tú te fuiste.

—Sí, bueno. Pero al menos yo no me fui con las manos vacías— se pone de pie y me rodea.

—No te detengas— voy detrás de sus cortos pasos y la encaro—. Sin rodeos, Alina. Dímelo ya— exijo mirándola
desde arriba. Aun con tacones no me llega a la altura.

—¿Ahora?

—¡Sí!

—Aquí es donde esos cinco ceros valdrán la pena— se burla y retrocede.

—Dije que ahora, Alina— insisto.

—Me sorprende mucho todo esto y sabía que tendrías la duda de mi partida por siempre. Me fui sin dejar una
nota.

—Ese punto ya quedó aclarado.

Se quiere pasar de lista.

—Te dejé. Desaparecí y ya, así de simple y gracias a tu padre— ensancha la sonrisa.

—Él qué tiene que ver.

Estoy confundido. Aquello me hace recordar algo, pero necesito que ella lo confirme.

—Tiene que ver en todo, amor.

—¡No me llames así! ¡Y no des tantas vueltas! — la tomo por los codos al acortar la distancia—. No estoy jugando,
Alina. Tenemos un acuerdo, ¿no? Firmaré tu cheque, pero dime todo de una vez. ¡DÍMELO!

—¡Me pagaron para irme! — me escupe sus palabras y se zafa de mi agarre.

No quiero un escándalo. Echo un vistazo hacia atrás y nadie asoma las narices. Me vuelvo a ella y, empezando a
perder la paciencia, la miro en espera de más respuestas.

—Tus perfectos padres me pagaron. Al inicio fue tu madre quien intentó convencerme a la buena, después tu
padre me citó en su despacho y tuvimos una charla interesante. Negocios, tú sabes.

—Él no pudo…

—Sí. Pero quizás tu pregunta es si yo pude hacerlo... ¿O tú qué pensabas? — se mueve hasta otra mesa,
intentando ocultarse porque voy tras ella—. Tom, yo si te quise, me creas o no— miente y me detengo antes de
volverla a tomar por los codos. Cruzamos miradas y su seriedad cambia, ahora tiene sonrisa cual maldita perra—
. Pero también quería tu dinero y si iba a estar contigo, sería limitada por ti para obtenerlo.
—Jamás cambiaste y me hiciste creer que sí— la sujeto con más fuerza y la pego a mi cuerpo—. Todo ese
tiempo…

—¿Me vas a decir que sí me querías?

Iba a escupirle las palabras en la cara, pero después de eso me quedé callado.

—Cómo has reaccionado, yo diría que sí. Y fue por eso que no me querían cerca de ti. Así que tu padre me ofreció
una buena cantidad y otros beneficios con tal de que hiciera lo que me pidiera, como dejarte, por ejemplo. Tu
madre lo supo y estuvo de acuerdo. Pero el dinero se acaba, Tom, y cuando te volví a buscar fue porque él me lo
pidió. Me adivinó el pensamiento porque me había quedado sin un euro. Al parecer hice un buen trabajo puesto
que volviste de Italia muy rápido y tú y Bill se distanciaron tanto.

¡No puedo con esto!

La bofetearía si pudiera.

—Sabía de más que era cosa tuya, pero que él te pagara… Más vale que digas la verdad, Alina— termino
exigiendo.

—¡Claro que es la verdad!

La ira recorre mi cuerpo, dándome latigazos desde el interior. Demandando ese bofetón, las palmas de las manos
me hormiguean en su agarre y siento un calor recorrer me desde el cuello a la cabeza.

—Y adivina qué, amor— se zafa bruscamente de mi agarre, casi tropezando—. La misma persona que me pagó
para irme, llegó al precio de tu precioso Bill— aquella cara de asco es simplemente lo peor que pude ver en ella
y dolió hasta cierto punto—. Y tu madre lo sabía.

Me quedo en blanco como un estúpido. Intento procesar lo que ha dicho y lo asocio con lo que Bill, entre palabras
desesperadas, intentó explicarme y no le permití hacerlo. Estaba hundido en ese momento. Lo estoy ahora
también. La rabia me consume. ¿Cimone lo sabía?

Imaginé que al hablar con ella resultaría así al final. Me hice a la idea y también me preparé para lo que sea que
ella pudiera decir, intentaría distinguir si ella diría la verdad o me engañaría, pero ahora la veo y lo sé.

Estoy decepcionado. Asqueado. Furioso. Dolido. Y no puedo sentir más culpa ahora por la muerte de mi padre,
es más, hasta se lo merecía.

—Escúchame muy bien, que no lo voy a repetir— le advierto volviendo y acortando la distancia—. Ya no hay
trato. Lo que te ofrezco ahora es indulgencia, ¿entiendes? Vas a desaparecer de una maldita vez. No quiero
volver a verte o saber de ti. ¡Ah! Y no intentes nada, de mí no te llevarás un centavo— mi índice pincha en su
sien y me esquiva—. Gracias por soltar esa lengua venenosa que tienes. Perdí mucho por tu culpa, pero juro que
no vuelves a llevarte nada mí.

—El trato era…

—¡No hay trato! ¡Vete a la mierda!

Le doy la espalda rápidamente y salgo del restaurante. Escucho sus pasos detrás de mí, me monta una escena
frente a unos comensales y al salir, la gente nos observa. Alina grita cosas sin sentido para hacerse notar y que
le preste atención, no tengo intenciones de mirarla nuevamente.
Me encuentro con Steve afuera, pero paso de él y enseguida se encarga de Alina. Más que jodido, sigo mi camino
y dos hombres se acercan en contra sentido, miro atrás y por encima del hombro, se dirigen a donde se encuentra
Steve deteniendo a Alina.

Antes de girar a la izquierda en un pasillo la escucho decirme que me arrepentiré. Y sí, tal vez me arrepiento,
pero no de eso. Yo que jamás había pronunciado ese binomio de palabras; «Me arrepiento…» Ahora las sostengo
con frustración.

No permití a Bill justificarse, es claro que me dejé llevar, le comparé con Alina hasta en el último aspecto y me
sentí engañado. Así como un estúpido. Como ahora. Y Steve tenía razón en algo; Alina complicaría las cosas. Pero
era necesario que me lo dijera, que la escuchara yo mismo y mirara en sus ojos que en efecto no mentía. Sin
importar el chantaje, soportaría hasta la última palabra, pero que se haya expresado despectivamente hacia Bill
y haya mencionado que mi madre, la única persona que creí estaba fuera de todo esto, en realidad lo sabía y
hacía sentir la traición como un golpe extremadamente bajo. Hiriente.

Me siento impotente y arrepentido.

Me detengo a mitad del pasillo. Quiero golpear algo. Gritar de la pura frustración o tirarme, ocultar el rostro y
llorar.

¡Lo admito, maldita sea!

¡Que sí, joder!

¡Que sí!

¡Me arrepiento!

—¿Señor?

Es Steve. Siento su mano en mi hombro y al instante en que sigo mi camino, limpio lo húmedos que están mis
ojos.

—Que no se aparezca por aquí, ¿entendiste? No quiero que Alina…

—¿Está bien? — su cuestionamiento me interrumpe.

—Encárgate de todo en mi ausencia porque no voy a volver.

—¿A dónde va?

—No te incumbe.
Capítulo 6

Sigo en mi estudio, en medio de la penumbra. Solo una estela de luz se adentra por debajo de la puerta.

Giro sobre la silla cómoda, sujetando una botella de Vodka. Estuve a punto de beber la mitad que quedaba desde
hace unas semanas, pero en vez de acabármela, sólo me bebí cerca de un cuarto. Tengo alcohol para rato, pero
quiero estar en mis cinco sentidos justo ahora y pensar con claridad, o sino, las emociones crecerán y me ahogaré
en medio de la nada sin antes haber tomado una decisión.

Steve dejó dentro del primer cajón toda la documentación que Oliver trajo en la mañana. Ya la he leído y
separado por dos tomos, gracias a que a ese sujeto se le ocurrió la brillante idea de colocar separadores y
etiquetas entre documentos.

Un trago más, sólo uno más directo de la botella y estará perfecto.

El líquido me raspa y calienta mi garganta por escasos segundos. No debería. Creo que es por el nudo que tengo.

Miro los documentos y pienso que haré con ambos tomos. En el de mi izquierda, que es el más grueso, yace todo
lo relacionado con él y otras personas. Son cosas que no me incumben de momento. En el de la derecha, el más
ligero, contiene fotografías en su mayoría. No necesito ser un genio para saber que alguien influyó en él para
cambiar tanto su aspecto. Ahora es más elegante y refinado. Trajes de telas exóticas con colores que sólo a él, o
alguien más, se le ocurriría vestir. Luce bien, pero es extraño. No muestra sus tatuajes. Ni siquiera el de su
antebrazo. No usa pinta uñas como cuando estaba conmigo y recuerdo que en cada tienda me pedía uno de un
color diferente. Veo también que el maquillaje hace que su mirada sea distinta. No son los mismos ojos castaños
e inocentones con los que me miraba. Se ve vacío en cada fotografía, excepto en una. Y no soporto el hecho de
que se haya teñido el pelo. También lo lleva corto y perfectamente acomodado hacia atrás. De rubio luce bien
¡Joder! Que es él y luce precioso, pero ahora… Ha cambiado tanto que en serio no lo siento mío.

Supongo que era lo que debía pasar.

Acerco la botella hasta mis labios y le doy un trago profundo. Cuando decido dejar de beber, dejo la botella lejos
de mi alcance y vuelvo a por las fotos. No sé si conservarlas o quemarlas. Me hace mal el volver a verlas porque
tan solo me siento más culpable y más molesto conmigo mismo por haberle dejado ir.

Lo necesito.

Necesito verlo.

En la hoja debajo de todas las fotografías repaso sus próximas actividades. Oliver logró dar con un club swinger
al que pertenece. Habrá una reunión el mismísimo día de su cumpleaños y será en New York.

Recuerdo que Noa pertenece a ese club, pero seguro que no querrá ayudarme a entrar por como terminamos el
otro día. Prácticamente dije que no volviera a dirigirme la palabra, o algo así. No recuerdo. El día siguiente bebí
exageradamente.

Rendido, suelto la respiración y me levanto. Acomodo en el primer cajón toda la información que va desde lo
relacionado con él. A dónde va, a qué hora y qué días. Qué cosas compró recientemente. Qué viste y qué come.

Llevo aquí toda la tarde, tratando de hacer conjeturas. No doy con todas las respuestas.

Alina mencionó que mis padres sabían perfectamente del soborno para que ella se alejara de mí, de mi jodida
fortuna y de la aburrida vida que me esperaba al quedar frente del hotel. Así como pretendían lo mismo para
Bill.
Cimone estaba en lo cierto, mi padre ya me tenía la vida planeada. Ella también, aunque lo niegue.

Justo después de terminar mi charla con Alina, regresé a casa hecho una furia. Sonará infantil, pero fui a con mi
madre a pedir explicaciones y lo hizo. Reconoció el haber hecho mal al quedar con mi padre y guardar el secreto
del soborno. Se disculpó por ello, pero en verdad eso no era lo que me dolía —porque Alina no significa nada
para mí—, sino que fue la traición. Y ella negó ser cómplice de lo sucedido con Bill.

Recuerdo muy bien que dijo querer verme feliz con quien fuera, pero gracias a lo que dijo Alina, me doy cuenta
de que Bill no figuraba en su ideal para mí.

Ya no sé qué pensar respecto a Cimone.

Y es que el recuerdo sobre Bill diciéndome que Alina decidió irse sin decir nada ante el soborno de mi padre y
que éste mismo le había ofrecido una generosa suma a mi Precioso Conejito para dejarme de igual manera, me
tiene hundido.

Bill decía la verdad y no le escuché.

Ahora tengo en orden algunas de las piezas del rompecabezas; mi padre le paga a Alina para irse. Ella lo hace. Mi
madre lo sabe. Después traigo a Bill de la subasta dispuesto a que viva conmigo, mi padre lo conoce cuando le
llevo al aniversario del hotel. Meses después Alina regresa, va a Italia a buscarme y jode todo porque le pagaron
para hacerlo. Una semana después es cuando Bill llega a buscarme, es momentos antes cuando imagino que
intentan sobornarlo. El resto de la historia es hiriente.

Todo concuerda. No veo ninguna falla, pero hay cabos sueltos. Alina y Leo juntos son una pieza que no logro
hacer encajar en esto.

Tomo una profunda respiración mientras camino de un lado a otro en el estudio.

Necesito pensar lo que haré después.

Es un hecho, voy a ir a por Bill, pero aún no sé cuándo.

Necesito al fin poder estar en paz y dejarlo por mucho que duela. Será lo mejor. Él ya no es para mí, es obvio.

Saco de mi bolsillo aquella fotografía con la que me he obsesionado. Esa que es la excepción de todas en las que
su mirada vacía me desconcierta.

—Se ve feliz sin mí— digo con tristeza.

Su esplendorosa sonrisa me contagia, pero no puedo evitar sentirme vacío.


Capítulo 7

Desperté hace un momento, pero aún no me atrevo a cambiar de lugar en la cama. Ni quitarme las sabanas y
mucho menos me he molestado en abrir los ojos.

Estoy fatigado. Ayer fue un día increíble. Bueno, a decir verdad, todos los días han sido así desde que llegamos.
No tengo intenciones de volver a Londres ahora que estoy en este paraíso disfrutando tanto del único tiempo
que hemos tenido juntos en semanas.

Pero… ¿y él? ¿Dónde está Leo?

Me giro de inmediato al sentir un espacio vacío. Las sábanas están revueltas y la almohada yace en la cabecera.
Escucho el peculiar sonido de su teléfono y desvío la mirada. Es él, viene de la terraza y le veo vestir únicamente
calzoncillos.

Leo es ajeno a mí en este momento. Me da la espalda y se encuentra frente a la enorme ventana que nos da la
vista más espectacular de toda Australia. El océano y el cielo se juntan en el horizonte haciéndose ver como uno
solo.

Es una vista increíble. Leo y el mar de fondo son la imagen que guardo ahora mismo en mi mente.

Tomo la almohada y la abrazo al volverme a recostar, pero ahora sobre su espacio.

Hoy recién se cumplen cuatro meses desde que estoy con él. He contado el tiempo y no me lo creo.

Sin poderlo evitar, se me sale una sonrisa.

Sé que nuestra relación no es del todo fácil. Funcionamos diferente al estar juntos y es algo que me gusta, pero
no se lo he dicho. A pesar de que Leo lo pasa lejos casi todo el tiempo, hace lo posible porque sea diferente, así
como ahora. Me temía que no tuviéramos ni un momento en paz sin que su móvil sonara por motivo de negocios
y me prometió que no sería así. Sé que terminará su llamada cuanto antes.

—Sí, ya me he enterado— le dice a alguien por el teléfono. Se escucha molesto.

Su voz. Su seriedad. Y sus palabras, hacen que me imagine su gesto.

Me da un vuelco en el interior. Me gusta cuando se ve así; serio e imponente.

Me puede.

—No quiero que vuelvas a llamar para comentar lo mismo, ¿entiendes? Hasta luego.

Cuelga, suelta un suspiro con frustración contenida y se queda mirando la pantalla del móvil. Cuando veo que
hace amago por volver la vista hacia atrás, cierro los ojos y me encojo en la cama.

Le escucho aclararse la garganta, siento como se acerca a dejar el móvil sobre la mesita de noche y después de
rato sólo hay silencio, así que con cautela abro los ojos y echo un vistazo, pero él me pesca haciéndolo y se parte
de risa al igual que yo.

—No me hace gracia el hecho de que estés despierto y no hayas dicho ni los buenos días.

Me recrimina a medida en que sube a la cama y viene a por mí.

—Y a mí no me da gracia lo que hiciste— le digo al retroceder, pero sus brazos se enredan en mi cuerpo al igual
que las sábanas.
—¿Y qué hice? Si quien fingió estar dormido fuiste tú.

Sus palabras me hacen reír. Intento apartarle, pero no puedo.

—Con exactitud, ¿qué hacías? — cuestiona. Me quedo inmóvil, ligeramente agitado y con su rostro frente al mío.

—Nada— respondo en un tono más bajo.

—¿Nada? — me imita.

—Intentaba dormir de nuevo— improviso. No me cree.

—Estabas en mi lugar abrazando mi almohada— añade con un aire soberbio y entre susurros.

—Es un secreto.

—Admítelo— dice ahora sobre mis labios.

—¿Para qué? Me atrapaste, Leo. Lo sabes. Estás pensando en ello justo ahora. No veo porqué deba decirlo.

Juego un poco.

—Pero quiero que lo digas. Anda, Bill.

Me quedo inmóvil. Sus manos acarician mi espalda y se detiene al sentirme vibrar ante ello. Me separo de él
unos momentos para mirarle a los ojos. Mis manos toman su rostro y mi índice acaricia su labio inferior. No
pierdo detalle alguno de cómo sus labios se mueven al pedirme nuevamente que admita mis acciones.

Un calorcito me recorre desde la columna hasta la cabeza, algo se instala en mi pecho y me da un subidón cuando
Leo se restriega suavemente contra mí.

Me muerdo el labio inferior para tentarlo. Da resultado. Su mirada se enciende y humedece sus labios
lascivamente. Le miro a los ojos, sonrío soportando el calor que ya emanan mis mejillas y digo:

—Buenos días.

Leo suelta una risa sofocada—. Buenos días.

Me besa. Es difícil resistirse, por eso le sigo la corriente. Mis labios se mueven sobre los suyos hasta que él
empieza a hacer una ligera presión y comienzo a quedarme sin aire, así que rompo el beso.

—Lo siento.

Se disculpa. Siempre lo hace.

Le calmo al darle un beso corto. Me aclaro la garganta y pregunto: — ¿Qué haremos hoy?

—Pues... pensaba que podríamos desayunar afuera. No lo sé, quizás en el yate. Dar un paseo y perdernos por
ahí, ¿te apetece?

—¿Perdernos?

—Ajá.

—No me mal entiendas, pero lo del yate no me es atractivo. Imagina cuán mareado estaré. Además, me parece
aburrido.

—¿Y entonces? — junta las cejas.


—No lo sé, hagamos algo diferente— me recuesto sobre mi espalda y estiro los brazos intentando alcanzar el
techo, lanzo un bostezo y me deshago de las sabanas al tirar de ellas con los pies—. ¿Quieres ir a la playa?

—¿Y lo pasaremos ahí todo el día? Eso sí que es aburrido.

—No lo es— reclamo.

Y antes de volverme a verlo, él se recuesta sobre su costado, apoyando el antebrazo en la cama y estirando su
mano izquierda para tomarme el rostro.

—Tienes razón, no es aburrido. Y no tendría problema con ir de la mano contigo y demostrar que eres mío y nada
más, pero imagina cuán celoso estaré si alguien se atreve a mirarte o fantasea con tocarte.

—Eso no pasará— le digo y se inclina a darme un beso—. Mejor descartemos esa idea. ¿Opciones?

—Conozcamos Sydney. Hay un montón de sitios a los que me dijiste que querías ir, hagámoslo.

—¿Y después?

—Podríamos ir al arrecife— arquea sus cejas en un gesto confundido. Creo que más bien lo que dijo debió ser
una pregunta.

—¿Y después?

Me aguanto la risa. Él cambia su gesto y me mira entrecerrando los ojos, intentando averiguar lo que oculto.

—¡Qué!

—Creo que hoy estarás insaciable.

—Como siempre— digo a la ligera. Cuando caigo en cuenta de cómo lo pudo haber interpretado él, siento las
mejillas arder—. Es decir… Tú sabes.

Si Leo no deja de verme así…

—Sí. Lo sé perfectamente.

Los ojos le brillan de deseo. Con lentitud, dirige su mano hasta mi estrella y su pulgar dibuja círculos sobre mi
piel.

—¿Tienes algo en mente?

—Ni te esfuerces en seducirme, sabes muy bien el tipo de mirada que me pone, así como tu actitud— menciono
a medida en que se mueve sobre mí en la cama y ahora sus manos pretenden deslizar hacia abajo mi ropa
interior.

El corazón se me sacude desde adentro cuando Leo me pide que me dé la vuelta al dirigirme una de esas miradas
penetrantes.

Aprieto los labios con nerviosismo y él se inclina para convencerme.

¡Mmm! Juro que tendré una erección.

—Pequeño Rubio…

Muerde mi labio inferior, lo jalonea y da lametones.


Me tienta. Juega conmigo. Se va y se acerca. Me acaricia y se detiene. Se restriega contra mí y me mira sin decir
nada.

Está tan muerto de deseo como yo.

Me besa con desesperación, fuerza y pasión contenida. Mis manos acarician su piel y mis uñas se encajan en esos
lugares en los que se logran carbonizarle. Rodeo su cintura con mis piernas y siento su erección al restregarme
contra él.

Mi intento por dirigir mi diestra hasta su miembro es nulo. Lleva mis manos sobre mi cabeza, sujetándome
fuertemente con una sola mano mientras que con la otra lucha por deslizarme los calzoncillos debajo de las
nalgas. Cuando lo hace, me mira fijamente y sé que no quiere que cierre los ojos. Pero no lo hago. Junta su frente
contra la mía, muerdo mi labio inferior y arqueo la espalda cuando me toca.

Mi cuerpo entero tiembla. Se me eriza y enciende la piel. Aprieto los labios, pero se me escapan los jadeos. Dejo
los labios entreabiertos y se me seca la garganta debido a los sonidos de placer que me provoca nuestro
encuentro.

Hundo la cabeza en la almohada.

—Eres perfecto, Bill— dice junto a mi oído—. Eres para mí, Precioso.

Me da un escalofrío, abro los ojos y me encojo bajo su cuerpo.

Esa palabra… Ese maldito «Precioso» que Tom solía decirme. Juro que al escucharlo fue como si él lo hubiese
dicho en lugar de Leo. El eco de su voz no sale de mi cabeza. Cierro los ojos con fuerza durante unos segundos y
veo a través de mis parpados los labios de Tom gesticulando aquella palabra.

Me muevo y aparto a Leo de mí. Él me mira confundido.

—¿Qué ocurre? Empalideciste.

—Na-Nada…— intento sonreír para disimilar, pero no puedo—. ¿Qué me dijiste?

—Que qué ocurría.

—¿Y antes de eso?

—Que eras para mí— responde de inmediato. Lleva sus manos hasta mi rostro y me hace verle—. Bill ¿hay algún
problema?

No sé si está mintiendo porque claramente escuché que me había llamado Precioso, más bien, escuché que Tom
me llamaba así al momento en que Leo me tocaba. O no. Debe ser un error. No estoy delirando ni nada. Lo
escuché. Leo me ha llamado así y escuché también la voz de Tom.

¡Oh, joder!

—Tal vez deberíamos darnos prisa e irnos, ya demostraste que sí puedes tentarme lo suficiente— me levanto de
la cama y él me detiene. El corazón me estalla dentro del pecho y me vuelvo para verle—. Iré primero ah…, a la
ducha.

—Voy contigo.

—Estoy bien, Leo— le corto antes de que intente levantarse y me suelto de su agarre—. No me tardo.
Una vez más, intento sonreír para no levantar sospecha alguna. Le doy la espalda y me dirijo al baño. Al ponerle
seguro a la puerta, me recargo en ella y llevo ambas manos a mi cabeza.

No me explico el cómo… Es que simplemente yo no… No había pasado algo así desde hace meses y ahora...

Hace tiempo que no pensaba en Tom, mucho menos estando con Leo y tampoco en ese tipo de situación.

No sé si escuché bien hasta hace unos momentos, pero él jamás me había llamado así desde que estamos juntos.
Hasta hace tiempo, sólo Tom podía hacerlo. Sólo él, pero me echó de su vida

Mi corazón se sacude y pareciera que, a cada latido, una pequeña corriente eléctrica recorre mi cuerpo para
hacerme temblar gracias al recuerdo.

Más tarde cuando Leo y yo nos encontramos en la ciudad, nos comportamos como unos totales desconocidos.
No sé si sepa que hizo mal o si fui yo, pero ninguno de los dos dice nada.

Ha intentado hacerme hablar y cambiar mi estado de ánimo. Con él no puedo fingir y sé que más temprano que
tarde, se hartará de esto e irá directo al grano. O me mandará a la mierda. No lo sé. Ya debería decirle algo.

Trato de dejarme llevar, pero no puedo. Si se me acerca, inmediatamente pienso en Tom. No puedo evitarlo y sé
que Leo no se merece esto.

Veo en sus ojos como empieza a perder la paciencia y recuerdo que así era él. Tom…

¡Ahg!

¡Basta!

¡Ya basta!

¡Debo dejar de pensar en él!

Leo sabe cuánto me encanta ir a la playa, así que me propone ir ahí y charlar un poco. Quizás piense que en un
ambiente más relajado pueda yo hablar abiertamente de lo que sucedió.

En lo que llegamos, él atiende una llamada. Después de eso, su móvil es cada vez más insistente.

Él no contesta algunas llamadas, y las que sí, las corta muy rápido.

«¡Maravilloso!». Pienso con ironía.

Cuando llegamos, me toma de la mano y paseamos por el muelle. Su tacto me hace sentir un tanto incómodo.
Suelto la respiración y estoy dispuesto a interrumpir la historia que me cuenta de cómo nos conocimos porque
no quiero tocar el tema, quiero decirle que no debería haber drama ante la manera en la que me ha llamado. Lo
hizo un par de veces cuando yo estaba con Tom, ahora que no es así, no debería haber problema. No, no debería,
pero el corazón y la coherencia luchan dentro de mí.

—Bill…— hace que me detenga y se posiciona frente a mí.

—¿Sí?

—Sabes que te adoro, ¿no es así?

—Sí— respondo y aprieto los labios.

—Lo que te estoy diciendo no lo hago para que..., tú sabes.

—Sí— desvío la mirada, pero me lo impide al hacerme volver a verle.


—No me respondas nada más con un simple «sí»— ahora sus manos se dirigen a mis hombros y me mira
detenidamente.

—¿Y qué quieres que diga?

—Quiero saber porque actuaste así en la mañana.

—Leo, no importa— paso de él, pero se vuelve a plantar frente a mí.

—A mí me importa, Bill. Quiero saber si hice algo mal para poder compensarlo o algo.

—¿Por qué crees que se trata de eso?

—Sabes que no hemos estado del todo unidos durante semanas y vinimos aquí para intentar que todo funcionara
como antes, pero en su lugar sucede esto y no entiendo que…

—Ya. Como si no fuese la primera vez que nos quedamos a punto de tener algo— me encojo de hombros—.
Quería que aprovecháramos el día y todo eso.

—Bill, se te olvida que sé cuándo mientes.

Suelto la respiración y desvío la mirada.

—Es porque te llamé Precioso, ¿cierto?

Entonces sí fue él. Ahora no pienso decir nada respecto a Tom o el hecho de haberle escuchado llamarme así y
lo sabe por la mirada que le dirijo.

—Ron me llamó— dice después de un rato.

Se rinde. No insiste en que hable de aquello.

—Lo sé. Lo escuché.

—Quiere que vuelva.

—Pues…— le dirijo la mirada—, de alguna manera siempre te vas.

—Pretendía decirte que te quedaras aquí y disfrutaras la estadía hasta tu cumpleaños, pero sé que dirás que no.

—No tiene caso que me quede aquí solo.

—Entonces vuelve conmigo.

—Sí.

—Quizás no me entendiste— toma mis manos y besa mis nudillos—. Vuelve conmigo, pero vamos a mi casa.
Quédate a vivir conmigo, Bill. De esa manera no estaremos distantes nunca más.

—¿Cómo dices?

Me quedo en blanco. ¿Por qué ahora le nació el pedirme eso?

—Múdate conmigo. Si bien nuestro problema es que nos alejamos por mi culpa, déjame repáralo.

No creo que sea lo mejor. Pero luce algo esperanzado. No puedo aceptar de momento.

—Necesitamos tiempo, ¿no crees?

—Definitivamente— sonríe—. Y lo tendremos, Precioso.


Me besa y me estrecha entre sus brazos. Qué lástima que no puedo corresponder su gesto.

Tal vez no entendió lo que dije, pero no me molesto en explicarle.

Me siento fuera de órbita. Leo ha lanzado una bomba y ha vuelto a llamarme así.

Hacía tanto tiempo que no escuchaba esa palabra, pero sin importar que, no dejo de pensar en Tom y en como
«Precioso» ahora significa todo y nada a la vez.

Siento un hueco en el interior. No quiero recordar a Tom. No quiero saber nada de él. No quiero volver a
extrañarlo.

Estoy bien con Leo. Estoy…, feliz.


Capítulo 8

Pasaron varios días desde que volvimos a Londres y es como si de nuevo Leo y yo estuviésemos hechos para
estar distanciados la mayor parte del tiempo. Bueno, algo así. A decir verdad, anoche salimos a cenar algún lugar
y se quedó a dormir, pero esta mañana se fue tan temprano y tan a prisa que olvidó su teléfono en la cama y me
ha dicho que a las cuatro regresa para volvernos a vernos y recoger el móvil.

¡Ahg!

Para ser domingo, ha sido un día ajetreado. Es una pena que no pueda disponer ni de un minuto a solas para
respirar con tranquilidad. En verdad siento que me asfixio. De hecho, me siento así desde que volvimos de
Australia.

¡Mhum…! Joder.

Faltan dos días para mi cumpleaños y, viendo que tan ocupado estaré, me he propuesto a empacar con
anticipación. Leo prometió compensar lo mal que terminamos en Sydney para llevarme a New York, aunque
sinceramente no me siento de ánimos y esta vez no quiero celebrar mi cumpleaños. Pero Leo se ha esforzado
tanto porque lo nuestro vaya bien, que he terminado aceptando y, no lo sé, quizás estando allá pueda volver a
la normalidad; cerrar los ojos y dejar todo pasar.

Lanzo un suspiro y tomo asiento a la orilla de la cama, cerca de la valija mediana. Miro toda la ropa que yace
colgada en el closet y pienso en qué más llevar. Estaremos allá cerca de una semana.

Al observar los colores de todas las prendas, sé que uno falta.

Chasqueo la lengua y niego con la cabeza.

No he vestido de blanco desde hace mucho. ¡No puedo soportarlo! Me hace sentir terriblemente sucio porque
a Él le gustaba verme así. En ocasiones, Tom no se cansaba de adularme, pero a estas alturas, tan sólo consigo
enfadarme conmigo mismo por haber sido tan estúpido y creerle en todo.

Él era un muy buen mentiroso. Que talento el suyo, en serio.

Es absurdo, pero me siento fatal. Entre enfadado y dolido. Pensar en Tom siempre hiere mi orgullo y no sé por
qué no puedo detenerme. Ojalá pudiese sacar todos esos pensamientos.

Desde que Leo me llamó Precioso y aquello me tomó por sorpresa, sentí las detestables ganas de llorar ante los
recuerdos. Me dolió de diferentes maneras. Sí, no lo niego. Pero al menos las mías no serían lágrimas de tristeza
y con éstas no imploraría que Tom volviera a por mí, sino al contrario. Lloraría de la pura rabia e impotencia que
me da el haber sido tan crédulo y por haber mantenido falsas ilusiones ante alguien que no es capaz de tomar
en serio a una persona. Si no lo hizo con nadie antes de mí, no sé por qué pensé que mi caso sería diferente.

Esto es la realidad, no ningún cuento de fantasía. Y entonces es ahora cuando vuelve el asqueroso resentimiento
a instalarse en mi pecho y no consiento eso.

Desde que volví, además de estarme asfixiando, siento una inquietud horrible. No puedo ver ningún lugar de mi
casa sin siquiera sentirme incómodo. No puedo estarme en paz y dormir con tranquilidad sin que él vuelva a mi
mente o que esa sensación como una llamarada me esté consumiendo por dentro ante lo frustrante que es para
mí el volver a revivir sus humillaciones.

¡No, joder!
¡No!

¡No!

¡Y no!

Leo me lo ha repetido hasta el cansancio; yo no debería estar recordando eso. Ni eso, ni nada.

Yo iba a empezar de cero con él.

Leo me ayudó después de que Tom me botó a la basura, donde él pensaba que yo pertenecía. Y aún más, él en
verdad me ha apoyado. No me ve como algo que alguna vez estuvo destinado a terminar en una subasta. Él
realmente ha comprendido que de dónde vengo, las cosas son difíciles. Y vaya que sí. El hecho de contarle como
alguien quien también decía quererme, fue capaz de convencerme y entregarme a un montón de cerdos, me
hace sentir un tremendo asco.

Leo ha sido bueno únicamente conmigo y lo aprecio muchísimo.

Leo me ha apoyado como ninguna otra persona. Me reconstruyó. Me hizo fuerte y ver de manera realista toda
situación. Me enseñó a no temer de nada o nadie. A poner a prueba la confianza de los que me rodearan.

Yo le quiero a él... Tal vez no tanto como él me quiere a mí, pero sí siento algo por Leo.

Soy todo para él, me lo ha dicho. Y él es lo único que tengo ahora. Me lo ha dado todo, pero no busco su dinero.
No estoy a su lado por interés o porque me haya pedido satisfacerlo. No. Y a la mierda lo que pensaba antes
respecto a darle esperanzas cuando sólo éramos conocidos. De haber sabido que mi historia con Tom terminaría
así, me hubiese ido a con Leo desde mucho antes.

«¡Ah, pero no! Bill estaba jodidamente enamorado de Tom. Bill estaba hasta las entrañas cubiertas de él, de su
perfecto dominante. Bill se creía perteneciente a un lugar y a una persona. Bill creía que al fin alguien lo había
visto a los ojos igual que una persona sin pasado. Como a una persona a quien se le miraría con amor y algo de
respeto. Sí… Eso creía Bill. Pobre iluso». Menciona esa voz interna. Aquella que, en ocasiones como esta, suele
decir descaradamente todo lo que me callo por miedo a herirme.

Pero no más.

Así fue antes. Y ahora, en los primeros pensamientos relacionados a Tom después de meses, voy a sacarlo de mí,
así como hizo conmigo.

Tom no vale lo suficiente para mí. Y volveré a superarlo.

Me doy cuenta de que he fruncido el ceño exageradamente y no puedo cambiar mi gesto. Estaría que me llevara
la mierda, pero aún no he perdido la cabeza.

Molesto, me levanto de inmediato y camino por mi habitación, pero me siento claustrofóbico. Voy al living y se
me quitan las ganas de estar ahí. Quiero salir, pero sé que afuera voy a sentirme más asfixiado que aquí.

No sé dónde ir. No sé qué hacer o qué pensar. No sé qué sentir.

Necesito…, a alguien a mi lado.

Aprieto los labios y cierro los puños sobre mi camiseta.

No encuentro un lugar en mi propia casa donde pueda sentarme a pensar.

Frustrado, termino volviendo a la cama. Tomo uno de los cojines y elevo la cabeza.
Tal vez es hora. Leo lo merece.

Pasados los minutos y las horas, donde he permanecido inmóvil y pensando en lo mismo y divagando también,
escucho que el móvil de Leo empieza a sonar. Es Jace. No sé si responder o no. El móvil deja de timbrar por
escasos momentos y vuelve a sonar. Si es importante, podría yo pasarle el mensaje a Leo.

Estiro la mano hasta la mesita de noche y contesto:

—¿Sí?

—¿Hola? ¡Ay Dios! ¿Bill? ¿Bill, eres tú?

Me quedo estático. No es Jace, sino Amara.

Es ella. Sé que ya ha atado cabos y capaz que le dice a Tom. ¡Nonono! ¡Mierda! La conozco. Que se me borra el
mundo durante segundos eternos.

—Yo…, es decir, ¿tú y Leo? Bill, ¿qué haces en Londres?

Retiro el móvil de mi oído y pretendo colgar, pero el escucho el timbre de casa.

—Lo-Lo siento, Amara.

—¡¿Qué?! ¡No! ¡No me cuel…!

Me levanto de un salto ante lo insistente que suena el timbre ahora. A que es Leo.

Abro la puerta, casi jadeante de lo rápido que he salido de la habitación y bajado las escaleras para llegar a la
puerta.

—¡Hey! Me alegra saber que te emociona verme— me saluda al adentrarse y dejar caer la puerta. Se me sale
una sonrisa pequeña, él me devuelve el gesto y me besa durante unos segundos—. ¿Qué hacías arriba? Oye, le
he dicho al chofer que esperara afuera. Me gustaría que fuéramos algún lugar— me toma de la mano, pero baja
la mirada cuando siente algo más que mis dedos—. ¿Por qué tenías mi móvil?

Su mirada ahora se clava en mí y trago saliva pesadamente. Separo los labios para explicarle, pero dejo salir el
aliento y una risa nerviosa.

—Jace te habló, llamaste a la puerta y lo traía para que contestaras. Llegaste cinco minutos antes— atino a decir
y me encamino a la cocina—. ¿Te apetece algo?

—¿Jace? Mmm… puedo imaginar que quería. Supongo que era para confirmar nuestra asistencia en la
celebración, tú sabes, casi es su aniversario de bodas y nos ha invitado… Hey, Bill— menciona detrás de mí y me
alcanza. Tomándome de la mano, me hace girar hasta su cuerpo, casi como en un paso de baile—. ¿Tienes algo?
Luces…, nervioso y agitado.

—Te he dicho que bajé cuanto antes para que atendieras la llamada, pero Jace ya ha colgado.

—No. Es otra cosa, lo sé. Tus ojos me lo dicen, Bill, espero que me lo digan tus labios también.

Sus brazos rodean mi cuerpo y yo suelto la respiración.

¡No la cagues, Bill!

—Supongo que me atrapaste— me encojo de hombros y aprieto los labios.

—Dime.
—Yo…— bajo la mirada y pongo algo de distancia—. Bien, a decir verdad, estaba arriba empacando
anticipadamente para nuestro viaje a New York, pero decidí algo de último minuto. Y me gustaría aprovechar ya
que tu chofer está aquí…— levanto la mirada y él permanece expectante. Le lanzo una sonrisa diminuta y me
animo a decirle—. Leo, acepto ir a casa contigo.
Capítulo 9

Son las doce menos veinte y puede que me quede aquí otra hora más.

Me está matando la ansiedad de volverme a cruzar con él y quisiera beber como un desesperado porque una voz
interna —mi 'Yo' pesimista—, insiste en que me vaya de una puta vez para no hacer más grande la decepción.
No puedo y tampoco me voy a embriagar, ahora me estoy controlando porque quiero estar en mis cinco sentidos
y he esperado pacientemente —en lo que cabe— a su llegada y no le he visto. Tampoco distingo a alguien que
se le parezca. Me creo capaz de reconocerlo ante la distancia y entre toda esta gente, pero no hay señales de Bill
y eso me jode.

No voy a mandar nada a la mierda porque tengo el presentimiento de que tendremos un minuto como mínimo
para dejar que las miradas hablen por sí solas.

Estoy en un punto del establecimiento que me permite apreciar las dos entradas; las escaleras a la sección de
arriba, la puertilla a una sección más privada y «La zona roja» donde únicamente se lleva acabo el sado.

Me remuevo en mi asiento al notar que entre un circulo de personas se anda un chico rubio, pero dejo de mirarle
porque su fisionomía no es ni un poco parecida a la de Bill.

Dejo escapar la respiración que he contenido y regreso la vista hasta Noa. Él se encoje de hombros después de
que le lanzo una negativa y mueve los labios para decirme que no me desespere. Ahora niego con la cabeza y
desvío la mirada a Lauren, su prometida y después me acerco más a su amiga llamada Melanie. Lauren aceptó
presentármela porque yo sin pareja no podría ingresar ni como invitado a esta reunión y, además, ésta quería ir
con una amiga de con fianza a su primera reunión de intercambio. Consensuar con alguien y presenciar el morbo
en estado puro, impulsaba la curiosidad y ganas de pertenecer para ambas.

Así que está hecho y ella comprendió para que la necesitaba esta noche. La verdad es que apenas y hablamos
sobre nosotros. Me lleva dos años y es guapa, pero nada más. Luce como una buena acompañante pese a que la
he ignorado un buen tiempo, pero ella sólo vino de pesca. En cuanto le lance las bragas a alguien, nos olvidaremos
de que siquiera compartimos palabras.

—¿Y entonces? ¿Iremos arriba, Thomas?

—Tom— le corrijo.

—¿Iremos o no? — su mano se posa sobre la mía y rompo el contacto.

—Creí que entendiste porqué estamos aquí.

—Sí, quieres toparte con tu ex— menciona a la ligera y le miro con dureza—. Más bien, vinimos aquí a…

—Ya no intentes reparar lo que dijiste.

—Eres un mamón, ¿te lo han dicho?

—Últimamente no.

No entiendo por qué aquello le hace gracia. Gira su cuerpo hacia el mío y apoya sus manos en mi hombro.

—¿Qué…?

—¿De qué? —le interrumpo, no la entiendo. Ya no creo estar en sintonía con las mujeres.

—¿Qué te hizo tu ex?


—Qué le hice… qué nos hicimos, es decir.

Bajo la mirada, casi frustrado y apretando los labios. No hablaré de esto con una desconocida.

—A que era guapísima y se fue a con otro ¿Es eso? Sí, siempre es eso.

—Le partiría la cara al sujeto que le tiene a su lado— vuelvo mi mirada hasta ella y se ve atenta a mis palabras.

—¡Primor! Pensé que eras más duro de lo que aparentabas. Que no he dicho nada por temor a que me dejes con
las palabras en la boca— se ríe aliviada, supongo—. Ella tuvo suerte contigo y mira que vienes a buscarla.

Creo que aún es demasiado romántica como para involucrarse en el mundo swinger.

—Estoy hablando de un hombre— aclaro en seco.

¡No sé por qué se lo estoy contando!

Ésta mujer algo tiene en la mirada que me hace soltar la lengua. No lo entiendo.

—Entonces eres…

—¿Gay? — niego con la cabeza.

—Pero tenías a un chico por pareja.

—¿Y? — suelto una risa, más que nada por la cara que me pone.

—Y… ¿qué hiciste mal? — me cambia el tema de conversación, lo cual agradezco para mis adentros.

—Eso es privado— la corto y me muevo a un lado.

—Entones dime cómo se llama.

—También es privado.

—Ajá. Y seguro crees que puedes encontrarle entre tanta gente, ¿no?

—Sé que nos veremos— digo con determinación y ella, después de mantenerme la mirada, se vuelve a con
Lauren y ambas se alejan junto con Noa.

¡Qué bien! Me quedo descolocado, ansioso, afligido y solo en medio de una reunión donde predomina el morbo.

Tal vez no es el mejor lugar para encontrarme con Bill.

Ya tuve suficiente por ahora, debo matar la ansiedad.

Me levanto de mi asiento y voy escaleras arriba para salir a un balcón y fumar un poco.

Desde aquí puedo ver la ciudad. Las luces de los edificios del centro de New York me hacen recordar la manera
en que Bill se maravillaba ante algo así y recuerdo también cuando fuimos a Francia y le dije aquello de apreciar
la torre Eiffel desde su mirada. Me encantaban sus muecas; el cómo se achinaban sus ojos y su sonrisa se
ampliaba más de lo normal. Cuando él se volvía a mí, su mirada destellaba de una forma que apenas puedo
describir.

Era precioso.

Era inocentón.

Era mi Conejito.
Sencillamente era mío.

Hay un montón de cosas que quisiera decirle, pero sonarían como si un amante lo dijera de la manera más
lastimera posible. Y eso no me va.

Sin importar nada, voy a tener una conversación con él. Ya lo he memorizado todo, pero siendo consciente de
mi estado, no creo siquiera poder decir su nombre y el imaginar su reacción no es de mucha ayuda.

—Muy bien…— suelto el humo y me vuelvo para ver si nadie pretende acercarse—. Es hora.

Me acerco al antepecho y la altitud no me hace sentir vértigo, pero si me hace recordar esa sensación de vacío;
justo como quien decide saltar al precipicio y arriesgarlo todo por quien le hace sentir en el aire, pero mientras
más arriba se llega, uno se olvida de cuanto puede doler la caída. Es asquerosamente horrible y con Bill sucedió
así.

Y caí. Caí y seguí cayendo hasta ahora.

—Por ti, Bill. Por ti, Precioso…

Suelto el cigarrillo en el vacío hasta que lo pierdo de vista y pienso qué pasaría si yo saltara y volviera arriesgarlo
todo por él.

¡Vaya! No sé si pudiera hacer esto por otra persona que no sea Bill. En verdad debo amarle demasiado.

•••

Estar aquí me tenía descolocado y no podía dejar de pensar en que Tom más de una vez me llevó a sus reuniones
de intercambio. Consensuábamos y todo salía de acuerdo a nuestras fantasías, a excepción de una vez. Ahora no
sé qué pensar. El morbo me mueve esta ocasión. De hecho, siempre estando con Leo, pero justo ahora no estoy
tentado por ir a un apartado o disfrutar de lo que él haya planeado.

Sólo hemos consensuado con alguien más en dos ocasiones anteriores y, siendo honesto, fue de mi gusto. Con
él, los juegos son muy diferentes. Sus reglas en la habitación de juegos eran más estrictas y básicamente se
resumían en que yo debía prestarme para sus exigencias y llevar todo el tiempo los ojos vendados y manos y pies
atados a las extremidades de la cama.

No sé por qué hay algo dentro de mí que se aferra a comparar eso con el haber estado con Tom.

¡Ahg!

«¡Vamos! Bill, deja de pensar en esas estupideces». Me recrimino en el pensamiento y reacciono cuando todos
ríen.

Estoy con Leo y algunos de sus conocidos. He perdido la noción del tiempo por sumergirme en mis
pensamientos y ahora tampoco sé de qué hablan, pero sonrío para disimular.

Leo se inclina a mí, dice algo respecto a lo mucho que disfruto con él y varias miradas sugerentes se dirigen a mi
persona. Le doy un largo sorbo a mi bebida y desvío la mirada.

«Contrólate». Me exijo.

—Me gusta en vedad— respondo.

—Aquí también te gustará— dice uno de los hombres junto a él.


Ésta es la primera vez que asisto a una reunión con Leo y pretende que disfrutemos con alguien más. Pero yo no
puedo estar aquí, he visto a Noa de lejos y no quiero que nos encontremos. Sería mi fin; primero Amara y después
él.

—¿Y si en vez de ir por tríos, nos unimos todos? Elijamos a uno y los demás en conjunto probamos a alguien, a
gusto del dominante y así hasta fundirnos unos con otros.

Muerdo el interior de mis mejillas y desvío la mirada. Sé que Leo nos propondrá a nosotros.

Tomo el último sorbo de mi bebida y finjo ahogarme para poder levantarme y salir de ahí.

Me alejo aun tosiendo y escucho los pasos de Leo ir rápidamente detrás de mí. Tomo una bocanada de aire y
pretendo estabilizarme.

—¿Estás bien?

—Sí. No debí beber tan rápido — miento entre tosiendo y me muevo hasta el muro para apoyar el brazo.

—Ten más cuidado — me dice al tomar mi mano—. Si ya te encuentras mejor, Precioso, volvamos.

—Leo…— pongo resistencia cuando hala de mi mano para que le siga, como no lo hago, se vuelve.

—¿Ahá?

—¿Podemos…? ¿Podemos hablar?

Me mira detenidamente y sin decir nada. Su expresión me intimida un poco, pero ya que está aquí, no me
quedaré en blanco. Uno de sus conocidos le habla para que volvamos y Leo insiste al nuevamente halar mi mano.

—No quiero estar con esas personas— me apresuro a decir. Él se vuelve a verlos y después me mira a mí—. No
quiero estar aquí, ¿podemos irnos?

Su mirada es fría y podría decir que luce molesto.

Aprieto los labios hasta que bajo la mirada y suelto su agarre.

—No me gustaron las ocasiones anteriores cuando estuvimos con alguien más— miento.

—¿Qué sucede contigo?

—Na-Nada…

—Mírame y dilo sin titubear— me pide, pero me toma por la barbilla y hace que le mire.

—No quiero estar con esas personas. No quiero estar aquí— intento esquivarlo, pero no puedo.

Leo se pone intenso si se trata de sus planes frustrados en el intercambio. Le estoy jodiendo la noche y sé que
en cuanto lleguemos en el hotel, explotará y regresaremos a Inglaterra.

—¿Por qué?

—N-No puedo...

—Es tu cumpleaños, sabías el plan y aceptaste.

¡Sí, joder! Y me apetecía en su momento, pero después de ver a Noa y pensar que en cualquier instante
podríamos toparnos, estoy que me muero.
—No estoy preparado para seguir la propuesta d-de aquel conocido tuyo. No quiero, Leo— consigo decir,
mordiéndome la lengua después de hablar tan rápido.

—¿Por qué? — repite.

Su cuerpo se aproxima aún más al mío y me aplasta contra el muro. Ahora su mano desciende hasta mi cuello y
temo lo peor.

—Yo sólo soy tuyo— consigo decir—. S-Sólo quiero que t-tú me tomes, Leo. No quiero que nadie más lo haga.

Su gesto cambia. No creo que se fíe de mis palabras. Chasquea la lengua, su mano desciende hasta mi hombro y
después por mi brazo hasta tomarme de la mano.

—No sé si creerte.

Acorta la distancia y cierro los ojos ante ello. Su nariz acaricia mi mejilla y después sus labios se acercan a los
míos, sigue la forma de mi quijada y termina en mi oído. Cuando suelta el aliento, se me eriza la piel y me
cuestiono sobre si hago lo correcto o cómo es que saldré vivo de esto. Leo sabe cómo tenerme en su mano. Sabe
cómo hacerme sucumbir ante él y, sobre todo, sabe sacarme la verdad a como dé lugar.

—Yo no te mentiría— murmuro.

—Titubeaste, Bill. No sé si pueda confiar en eso.

—Leo… por favor.

—Y si nos vamos, ¿qué?

—No te entiendo.

Me roba un suspiro cuando sus labios se posan sobre los míos y me dice:

—Si nos vamos… ¿Qué pasará con el resto de nuestra noche?

—Haré lo que quieras, lo sabes.

—Sí, pero qué más— pone distancia y me mira con arrogancia.

—Lo que quieras, Leo.

Ahora soy quien corta la distancia para convencerlo. Me fricciono mínimamente contra él, le tomo del rostro y
le beso.

Sé que mi determinación le pone, pero ahora en verdad estoy desesperado. Tenemos que irnos ya.

—Alguien en serio está dispuesto a toda esta noche— menciona cuando rompe el beso.

—Sólo contigo.

Me mira y me mira. ¡No dice nada! Los segundos pasan y él la hace de mamón sin siquiera delatar nada con la
mirada.

—Espérame afuera, Precioso. No quiero perder tiempo ya que esta noche te haré mío de mil maneras diferentes.

Siento el calor que emanan mis mejillas y trago pesado. Salgo de la sala sin mirar a nadie cuando él se acerca
para disculparse con los demás. Tomo la chaqueta del colgador de afuera y me hago espacio entre todas las
personas para bajar las escaleras.
Acelero el paso y me cuestiono qué mierda he hecho. Daba igual si Noa o Amara le informaban a Tom sobre mi
presencia en esta reunión o que estoy con Leo. Si le cae de peso ¡Da igual! Si le jode… ¡Mejor aún! ¡Importaba
una mierda! Que no creo a Tom capaz de buscarme o algo. Ese es más orgulloso que cualquiera.

Unas personas vienen en sentido contrario, las esquivo y al bajar los últimos dos escalones, me detienen al
tomarme del brazo.

Me vuelvo de inmediato y entonces me quedo paralizado.

Se me va el aliento. El corazón me deja de latir. La piel se me eriza y se me hunde el estómago.

Todo se desvanece ¡Joder! ¡Que se me borra el mundo!

No puede…

Simplemente no

¡Tom no puede…!

—Precioso…— dice con los labios temblorosos.

Todo explota en mi interior al ser consciente de que esto es real.

¡Me ha llamado Precioso! Su voz hace eco en mi cabeza y hace vibrar también mi fibra sensible.

Tom está frente a mí. Me mira y me toma de la mano. No sé cómo, pero su tacto hace que mi cuerpo reaccione,
pero a la vez me siento tan vacío e incompleto que duele.

Siento que mis ojos se harán agua de inmediato.

Siento que voy a desmoronarme y no sé si de rabia o dolor.

Tenerle frente a mí me hiere inmensamente. Más que cuando me echó de su vida.

—No…

Retrocedo y alguien me empuja a con él, se trata de una persona que va subiendo. Vuelvo a retroceder, miro
escaleras arriba y le miro a él. Si Leo llega…

—Bill, por favor.

Escucharle decir mi nombre hace que algo detone en mi interior.

Se me acelera el corazón y ahora no lo siento de lo rápido que va.

—No puedo…, Yo…— apenas y controlo mi voz.

—Necesito que me des un momento, Precioso. Tengo mucho que decirte y…

—¡No! — me zafo de su agarre y le doy la espalda.

—Bill…

Tom me hace volverme a verle y me congelo cuando Leo y yo cruzamos miradas.

—¿Qué sucede?

Cuando Leo se acerca, se detiene a mi lado y me toma de la mano frente a Tom.

¡Mierda! ¡No sé qué hacer!


Leo me dice que le espere en el auto y encara a Tom. Éste, mirándome y pidiéndome que no me vaya, intenta
seguirme, pero Leo se interpone en su camino.

Los miro a ambos y segundos después les doy la espalda para salir del lugar tan rápido me es posible.

Estoy acelerado, las piernas me tiemblan y siento que en algo la he cagado.

El sujeto del parking me reconoce y en unos instantes llega el chofer con el auto.

Estoy muerto de los nervios cuando subo y me posiciono junto a la ventana. No sé de qué le esté hablando Leo
a Tom. No sé si aún allá dentro se haya armado un pleito entre ellos o si hayan llegado a los golpes. Los conozco
a ambos, pero no descarto la opción. Lo que sea, no debe ser bueno.

¿Y si Tom insiste? ¿Si Leo le amenaza?

Y es que Tom…

¡Mierda!

Esto me está destruyendo, es decir…, él lo está haciendo.

Junto mis manos sobre mis piernas y choco mis uñas unas contra otras. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero se
me hace eterno. Miro mis manos y al pestañear se me salen las lágrimas.

—¿Todo bien? — me pregunta el chofer al escucharme esnifar y me limpio los ojos.

No le digo nada, me encojo de hombros y le miro por el retrovisor.

Siento que mi cuerpo se deshace en pequeños temblores y no consigo explicar el tremendo remolino que me
consume.

Cuando desvío la mirada, veo a Leo acercarse y disimulo que nada me afecta.

—Vámonos.

Dice con seriedad, pero no tiene mala cara. Temo preguntarle qué ocurrió. Le miro mientras me muerdo los
labios y él se vuelve a mirarme.

—Estoy seguro de que no volverá.

—¿Por?

—Sólo lo sé— su mano va hasta las mía—. ¿Tú quieres verlo?

—Qué si yo, ¿qué?

—Si tú quieres verlo y arreglar sus diferencias, puedes hacerlo. Tom pinta esto como un juego de niños y por
alguna razón cree que te controlo lo suficiente como para decidir por ti, pero sabes que no es así— su otra mano
se acerca a mi rostro y acaricia mi mejilla—. Así que si tú quieres…

—De ninguna manera— le corto—. N-No quiero volver a verle.

Algo me pincha desde dentro. Es insoportable.

Y yo, no pretendo volver a verle.

No después de lo que hizo conmigo…

—Bill…
—¿Sí?

Leo acorta la distancia y me planta un beso: — Te quiero.


Capítulo 10

—¿Dónde crees que vas? — Leo me detiene del brazo cuando intento ir a por Bill.

—No eres nadie para prohibirme el ir detrás de él— me zafo de su agarre, pero insiste y se interpone en mi camino.

—Miren nada más…, Kaulitz Jr. sí que tiene carácter.

Miraba a Bill irse hasta que aquellas palabras se clavaron en mi orgullo, pero aparenté que no era relevante.

Ahora jugaré tan sucio como Leo.

—¿Recién lo notas? Creo que prestar atención no es tu fuerte.

—Vamos, Tom...—se ríe entre dientes—. Esa actitud no te va— tranquilo, se lleva las manos a los bolsillos—. Y
tampoco te sientas tan importante.

—Escúchame, Morgan...— apenas soy capaz de advertir y él se ríe.

—Diría que ese 'carácter' tuyo es algo nuevo en ti ¿Sabes…? Es una lástima que lo hayas demostrado hasta la
muerte de tu padre, pero siendo honesto, antes eras ese típico sujeto cuyos padres le resolvían la vida… Por cierto,
mis condolencias.

—¿Qué pretendes? — le encaro—. Mira que manipular a Bill para conseguir lo que sea que busques…

—¡Hombre! ¿Quién habla de pretender o manipular? —me lanza una sonrisa burlona—. Desde luego olvidaste
tus modales, tal cual un crío, cortas la palabra a quien tienes en frente. Pero no me sorprende. Ahora retomando,
Tom… Yo no pretendo nada. Lo has visto, ¿no?

—Algo hiciste, porque no me creo el que Bill esté contigo— menciono apretando los dientes y conteniendo la
cólera.

—No ganas nada en convertir esto en una situación para niños. Y no voy rebajarme y pelear por él, ¿entiendes?
Bill no es tal como lo trataste; un objeto.

—Yo jamás…— me detengo. Analizo su rostro, sé que se regocija por dentro al creer que me ha llevado a donde
quería—. No tengo porque darte explicaciones.

—Veo que entiendes, Tom.

—El que no entiende eres tú…

—Soy otra clase de persona— me corta de inmediato—. Ahora; si él quisiera volver a contigo, ya lo hubiese hecho,
pero ambos sabemos que no es así y jamás lo será. Entonces, Tom, hazte un favor... eres listo, seguro sabes cuál
es.

—No te conviene meterte conmigo— advierto.

—No me asustas, ¿sabes por qué? No eres nadie— su mirada se fija en mí hasta que me escanea y dice: — No
vale la pena seguir aquí, pero antes de irme, déjame darte algo— busca en sus bolsillos, conteniendo una
sonrisa—. No te lo debo, pero Bill quería que fuese así.

Cuando me entrega un cheque, me quedo el blanco y no sólo por el hecho de haberme visto la cara de poca cosa
—porque estoy indignado. Asqueado y muerto—, lo que me puede más es ver la cantidad y saber a qué se refiere.
—Tal vez con eso te quede claro, Tom. Y no mal entiendas, y ni creas que te pago por Bill, simplemente te devuelvo
a nombre de él, los 1.65 billones que, según tú, invertiste en… nada.

—Esto es cosa tuya.

Me trago las ganas de perder el control y estrellarle contra el muro y romperle la cara. No me explico cómo es
que me quedo estático y sin hacer nada.

—Es cosa de Bill— repone y posa su mano en mi hombro—. Me marcho, pero gracias por venir, Tom. Me
ahorraste el trabajo de buscarte, porque de alguna manera teníamos que hablar de esto.

La decepción de esta noche duele bastante. El enojo que siento me puede y el temor que tengo por perder a Bill
nuevamente, termina por extinguirme.

Recordar las palabras de Leo sólo hace que me piense las cosas por enésima vez y no son de ayuda. Aun veo el
cheque en la mesita de centro y me dan ganas de romperlo. Bill no pudo pedirle eso a Leo, que le conozco y sé
que no sería capaz.

Morgan sí que ha jugado bien sus cartas, pero no voy a dejar que se salga con la suya.

Ahora que sé que es Leo con quien Bill ha estado todo este tiempo, soy capaz de hojear la demás información
que Oliver Ejiofor había conseguido para mí. No me detendré.

La incertidumbre me está matando y no puedo ahogarla con alcohol. No me he embriagado aún, lo sé porque
no he hablado al aire. O eso creo.

Suelto la respiración y dejo mi copa en la mesita para poder regresar la espalda al sillón. Estoy fatigado, casi
amanece y de entre todo lo ocurrido esta noche, sólo puedo sentir que me desmorono. He visto a Bill. Le he
llamado por su nombre y sostuve su mano. El corazón se me aceleró tanto y me quedé sin aliento. Creí que no
tendría el valor para acercarme, pero antes de marcharme de la reunión, le vi bajar por las escaleras y actúe tan
espontáneamente que después fue cuando caí en cuenta de lo que había pasado.

Aún tengo un nudo en la garganta, mis ojos siguen acuosos y tengo una sensación de vacío en el interior.

Veo la diminuta caja en mi mano y una dirección que me anoté en el antebrazo.

«¡Anda! ¡No pierdas tiempo!» Pienso. En verdad sí que soy lento, supongo que a estas alturas ha de ser un efecto
del alcohol.

Vuelvo a mirar la cajita y se me encoje el corazón.

—Debes tenerlo. Es tuyo, Precioso…— arrastrando las palabras, digo sólo para mis oídos—. Debes aceptarlo, no
permitiré que te niegues a conservarlo.

Mi determinación está intacta. Tengo grabadas en los labios cada palabra que diré a Bill una vez vuelva a verle y
aún más, al darle esto.

Me levanto del sofá y, a buen paso, salgo de la suite. Voy a por Bill y esta ocasión sí que diré todo.

•••

No he podido dormir. La angustia se ha instalado en mi pecho y me es imposible dejar de pensar por algún
segundo en lo ocurrido esta noche. Leo no dijo nada respecto a qué había tratado con Tom y eso me tenía mal.
Mi curiosidad por conocer los detalles de su charla, cada vez me confundía más y revolvía mis ideas, haciéndome
pensar lo peor.

Estoy fuera de la cama, sentado en la misma posición de hace horas, sobre la silla que he llevado hasta el muro
sólo para ver de lejos lo tranquilo que duerme Leo sin notar mi ausencia. Llevo la mano sobre mis labios después
de lamerlos.

—¿Qué hice?

Suelto la respiración y llevo ambas manos hasta mi pecho.

La he cagado esta noche.

Seco mis ojos con un pañuelo apenas siento que se humedecen y después de esnifar, aprieto los labios para que
estos no me tiemblen ante las ganas de llorar. Contengo un sollozo y salgo de la habitación. Temo que haré ruido,
Leo despertará y me cuestionará qué es lo que sucede.

—Basta...

Niego con la cabeza. Estoy exhausto. Mis ideas y sentimientos giran en casi todos los sentidos, pero es uno
solamente el que me hace analizarlo todo.

Soy un idiota al aferrarme a que nunca nadie me había tratado tan bien como él lo hacía. En el fondo, echo tanto
de menos su trato; incluso cuando me miraba y me decía Precioso, como lo hizo esta noche y provocó que mi
corazón se hundiera en mi pecho. Pero me odio por eso. Creí que ya se había extinguido esa parte de mí que aún
esperaba por él, cuando no era tan tarde. Ahora estoy con Leo. Tom no tiene derecho a volver y pedirme lo que
creo que me pedirá y tampoco tiene derecho a acercarse e insistir cuando ya tengo algo con otra persona.

«Pero sabes lo que sientes, Bill». Me digo como si no me conociera e intentara convencerme de dejar las cosas
en paz.

Me cuesta trabajo encontrarle sentido a la situación porque yo no debería estar pensando en estúpidas e
inexistentes posibilidades de volver a verle después de lo que me hizo. Me da coraje el siquiera considerar el
dejarle justificarse cuando él a mí me negó las palabras.

Debería ser diferente. Debería sostener la manera en que Leo me enseñó a ser y demostrar que yo puedo estar
en el mismo nivel cual hijo de puta.

Pero no puedo.

Me enfurece y me da miedo al mismo tiempo.

Tal parece que estuve equivocado. Quizás Tom sí me había estado buscando hasta dar conmigo. Sé muy bien lo
que dijo hace tiempo: «No importa si te vas, yo te encontraré». En ese entonces parecía ser más una advertencia
por si escapaba de él. Ahora veo que era una promesa…

—¡Nonono! Bill, ¡ya basta! — me dejo caer en el sillón y miro el techo.

Tom no puede sólo aparecer porque sí.

Me echó de su vida. Me humilló y trató peor que nada, haciéndome sentir de lo más bajo que pueda existir y
aquí estoy yo; estúpidamente dando vueltas a todo y excusando sus acciones, creyendo ilusamente que él volvió
a por mí porque me quiere y lo siente.

¡Pues no!
¡A que todo es una trampa!

¡A que Tom sólo quiere probar algo que no termino de imaginar con claridad!

¡Me niego a creer que se ha arrepentido!

¡Me niego a creer que él aún me quiere!

Tom ha de buscar algo y no me prestaré para saber de qué se trata. Si fue capaz de hallarme, nada le impide
hacerlo de nuevo.

No puedo permitirlo.

Regreso a la habitación, visto lo que tenía puesto esta noche y al tomar mi equipaje de mano, me vuelvo para
ver a Leo. Me muerdo los labios, culpable, pero después de lamentarme, salgo de ahí sin hacer ruido.

Siento que el corazón se me sale del pecho. Cuando Leo despierte y no me vea, sí que irá a por mí en una de dos
maneras; furioso o preocupado.

Avanzo rápido hasta el ascensor, pero veo que sus puertas se abren antes de estar yo a unos pasos de distancia.
Me detengo en seco cuando un par de personas salen pasando de mí y mi vista se fija al fondo del ascensor.
Trago pesado, pestañeo y algo me quema en el interior. Retrocedo después de ver lo desaliñado que luce Tom
con las mangas blancas de la camisa debajo de los codos, los botones abiertos y la corbata a punto de deslizarse
por su pecho. Sus ojos lucen tristes y cansados.

Él avanza hasta salir y las puertas se cierran, cuando la luz del pasillo ilumina su rostro, algo destella en su cuello
y veo que tiene puesto el dije que me había dado. Mi corazón vibra ante el recuerdo de cuando me dio aquello
y avanzo lo más rápido posible hasta la suite para no sentir que me desmorono.

—¿A dónde ibas? —me dice.

—No te incumbe…

—No te vayas— me detiene y se sitúa frente a mí para bloquearme el paso—. No me des la espalda.

—No me toques— me zafo de su agarre sin siquiera mirarle.

—Bill, por favor, lo que sea que Leo te haya dicho, no es verdad— se apresura a decir y me lleva contra el muro,
logrando que tire mi equipaje de mano—. Yo te lo puedo explicar, sólo dame un par de minutos y…

—¡No tienes derecho a volver! — le aparto de mí y me mira sin comprender nada—. Es muy tarde, Tom y no
tienes derecho a volver y saber de mí.

Aprieta los labios y cierra los puños.

«No abras la boca, Bill. No digas nada…»

—No ha sido un día el que ha pasado, Tom, fueron meses ¡MESES! ¿Tienes alguna maldita idea de eso? —logro
escupirle las palabras apenas conteniendo lo que siento—. Y no fueron simples palabras de despedida las que
me dirigiste— no sé de donde he sacado tanto valor para hablarle así, pero no puedo parar justo ahora, mi dedo
pincha en su pecho y él me detiene al tomarme de la mano—. ¿Quieres que te lo recuerde? ¡Eh!

—Cálmate, Bill. Sólo mírame y…

—¡No voy a mirarte! ¡No voy a hacerlo, maldita sea! —le empujo, pero él logra atraparme y me abraza a su
cuerpo—. ¿Por qué volviste? —me separo de él para mirarle y después bajo la vista nuevamente hasta mi dije
en su cuello—. ¡¿Por qué ahora?! ¡Tengo una vida! Y tú no vas a volver para pedirme que vuelva y yo tampoco
lo haré.

—T-Tal vez tienes razón…— dice después de unos instantes. Sus manos toman mi rostro y su tacto hace que se
me erice la piel.

Siento que, si me mira nuevamente, flaquearé. Tenerle aquí, verlo a los ojos, escucharle y que su tacto se una al
mío, hacen que me duela el alma. Me estoy odiando por dejar que se acerque a mí.

Con lentitud, le aparto nuevamente y él, sin bajar la mirada, me da a entender que el rechazo fue lo peor que
pude hacerle.

—No debí buscarte nuevamente. Desde un inicio supe que no estaría bien, pero no pude contra mí mismo, con
las ganas que tenía de verte y lo mucho que te echaba de menos.

Le miro ocultando mi sorpresa. Éste no es el Tom que yo conocía.

—Pasé mucho tiempo intentando averiguar si lo que sentía por ti era odio o…

—¿O…?

—Bill necesito hablar contigo. Necesito contarte lo mal que lo he pasado sin ti y debes saber también que fui un
idiota y te creo ¡Te creo, Precioso! —su espontáneo acercamiento me dejó en blanco. Ha tomado mi rostro
nuevamente y ahora junta su frente con la mía.

—Eso me tiene sin cuidado.

—Sabes que no es así ¿Bill? Hey, mírame y…

—¡Es muy tarde!

Mi frialdad ha logrado congelarle. Yo también me he congelado, ahora mi corazón se detiene y sube hasta mi
garganta. Tom niega, enojado. Temeroso. Impotente...

—No vuelvas más.

—¡Nonono! Yo sé que Leo te ha manipulado para que me digas esto. Haz cambiado tanto, Precioso…

—¡Deja de decirme así! —al poner distancia, tomo mi equipaje de mano y él me alcanza. Me toma por los
hombros y mira directamente.

—No eres el mismo.

—Te encargaste de destruir lo que quedaba de mí— menciono en un hilo de voz y él baja la mirada. Si digo algo
más, terminaré rompiéndome delante de él—. N-No vuelvas. Mantén t-tu palabra…

—¿Mi palabra?

—¡¿E-En serio he de decirlo?! —levanto un dedo en señal de advertencia y él ni se inmuta—. No te quiero ni


dentro de mí, ni en mi vida. Así que vete, Tom.

—Que hábil, usar mis propias palabras contra mía— niega y oculta las manos en los bolsillos—. Tú no eres así,
Bill. Esto no es cosa tuya. Yo sé que tú jamás…

—Ya no me conoces.

—Evidentemente, no.
Suelta la respiración y un silencio incómodo se forma entre nosotros. Toma algo dentro de su bolsillo y me mira
como pidiendo mi aprobación.

—Me iré sólo con dos condiciones.

—No puedes pedirme eso.

—Puedo si es que jamás volveré a verte.

El que haya dicho eso hace que el nudo en mi garganta creciera aún más. Trago pesadamente para intentar
deshacerlo y, esforzándome por no dejar que mis ojos se hagan agua, controlo lo que sus palabras me hicieron
sentir y le dedico un asentimiento sin más alternativa.

—¿Eres feliz? —al tomar mi mano, deja un pañuelo arrugado en mi palma y hace que lo sujete—. Dímelo…

Le cuesta hablar.

Le cuesta contenerse.

Le cuesta mirarme y esperar la respuesta.

A mí también me duele.

Me aclaro la garganta y, mirándole a los ojos, me olvido de que alguna vez me rompió en millones de pedazos.
Voy a decírselo, aunque duela.

—Lo soy— le dedico un asentimiento y vuelvo a repetir: — Lo soy, Tom. Soy feliz.

Él cierra los ojos y suelta su agarre.

Me quedo vacío y mi cuerpo entero tiembla cuando él retrocede y, sin pizca de emoción en el rostro, se despide
de mí y se marcha.

Me quedo sólo en el pasillo, mirándole ir al ascensor, siguiendo sus pasos hasta que pulsa el botón y las puertas
se abren para él. Al adentrarse, no vuelve la vista. Cuando las puertas se cierran, dejo escapar el aire
ruidosamente y me apoyo en el muro detrás de mí, deslizándome hasta el suelo. Las manos me tiemblan al tomar
el pañuelo y lo abro sólo para encontrarme con un anillo. Uno que dice nuestros nombres. Uno que incluye una
fecha.

Suelto el anillo, levanto el rostro y miro hacia el ascensor con los ojos acuosos. Mordiéndome los labios, digo al
aire:

—Adiós, Tom.
Capítulo 11

Nada salió bien ese día. Al volver sentí la necesidad de decir todas aquellas palabras que ya habían pasado por
mi mente, pero frente a él se borraron. Como no pude soportarlo un segundo más, exploté, convirtiéndome en
un desastre.

No voy a mentir, sentí que dejaba de existir.

Dolía de mil maneras diferentes tanto como me hacía sentir aliviado por el encuentro; por tenerle de nuevo
frente a mí, por poder decir su nombre al mirarle a los ojos y notar como la piel se me erizaba por el contacto.

Sé que le tomé por sorpresa y su reacción fue distinta a cuando le vi en la reunión; sus ojos me revelaban su total
rabia y temor por querer mirarme o siquiera el soportar escuchar lo que yo le decía, e incluso lo cerca que llegué
a estar. Al verle y, por fracciones de segundos, el tomar su rostro y mirarle directamente, me hizo ver que no
había cambiado mucho. Más allá de lo físico, él sigue siendo el mismo Bill. Sigue siendo el mismo chiquillo
inocentón que tanto me condicionaba. Seguía siendo aquel que gusta de mí...

Mi Conejito.

Mi Precioso.

Pasaron ya tres meses desde que le vi la última vez, al menos de cerca, y al darle el anillo ni siquiera le dije feliz
cumpleaños. En realidad, lamenté eso. Lamenté también el no haber demostrado que no me dejaría vencer tan
rápido, pero ante sus palabras y su mirada, sabía que sería mejor alejarme de momento. El tono de su voz me
revelaba su temor a seguir hablando y, finalmente, dijo lo que creyó que yo quería oír. Pero no hay cosa que
lamente más que no haberle besado o decirle que le amo.

Ni hablar…

Sé que Bill no dirá nada a Leo hasta que en verdad ya no pueda guardar el secreto. Él es así, la conciencia le
puede. En el fondo sé que se limitó bastante cuando nos encontramos, aunque claro, no iba a recibirme
precisamente con los brazos abiertos y dispuesto a perdonarme todo, así como si nada. Si estuviese en su lugar,
me sentiría más que engañado. Quizás estaría confundido y enfadado al mismo tiempo. Decepcionado o incluso
sentiría lástima. Tal vez ni prestaría atención por temor a que todo lo que quise una vez, me duela con la misma
intensidad con la que amé. Lo evitaría para no volver a ser lastimado. Le entiendo en verdad, pero necesito saber
qué fue precisamente lo sintió al verme. Necesito saber si ha vuelto a pensar en esa noche, si ha pensado en mí
o si conserva el anillo que le di, porque yo tengo el otro.

Me mudé temporalmente a Londres. Dejé a Steve a cargo en el hotel. Día y noche me mantenía al tanto de todo,
así como el que nadie me haya visto por un tiempo. Aproveché hasta el último recurso que me brindó Oliver
Ejiofor para buscar la oportunidad de aparecerme frente a Bill y charlar de todo lo que fue de ambos. Me aparecí
en todos los sitios a los que solía asistir, pero ni así conseguí ni un minuto con él. Una ocasión estuve muy cerca
de ser descubierto, pero en realidad no pude resistirme.

Creo que perdí la razón. Llegar al extremo de acosarle como un vil obseso no era algo que yo tuviese en mente,
pero mi necesidad por tenerle cerca era tanta que cada día me mataba el hecho de estar lejos.

¡Estaba enloqueciendo!

De hecho, también lo estoy haciendo ahora.


No soporto ver lo cerca que está de Leo y que éste le abrace, tome su mano y le plante de besos ante todos
cuando Bill se ve más que incómodo.

¿Acaso no ve que no le quiere? ¡Bill no le corresponde, joder! Que será ciego por no notar lo y yo un estúpido
enfermo de celos.

No tiene ningún derecho a ponerle las manos en cima.

¡Estoy muerto de celos!

¡Qué no puedo!

Algo quema en mi pecho y soy incapaz de controlarme.

Torturarme al ver la manera tan cínica de Leo para besar a Bill frente a todo mundo, me tiene bajo tierra.

No puedo…

¡Ahg! ¡No puedo! ¡No puedo! ¡Y no puedo!

Que me bulle la sangre y me enciendo cual fosforo ¡Que le parto la cara!

Los puños me tiemblan y no voy hacerlos esperar, pero debo soportarlo unos momentos más, estoy seguro que
se acerca el momento.

Aun no entiendo cómo es que me deje convencer por Amara sobre venir a la celebración de su aniversario. Hace
que recuerde como conocí a Alina y como estoy ahora a punto de encontrarme con Bill gracias a esa idea suya.
Es raro, esta situación me tiene incómodo. Después de muchísimo tiempo sin haber cruzado palabras con Amara,
después de cómo intentó hacerme ver en el aniversario de hotel, es hasta hace unos días que llama más que
afectada y dudosa sobre darme el paradero de Bill. Supongo que lo supo antes que yo, no lo sé, no me detuve a
preguntar eso. Realmente su llamada me desconcertó cuando dijo que Leo y Bill asistirían y quería ayudar. No sé
si necesito la ayuda de un doctor corazón, pero la verdad es que apenas me va bien pues mis intentos fallidos
por buscar un momento de privacidad con Bill por mis propios medios, eran lo que más me tenía frustrado. Así
que Amara en verdad hace tanto bien como mal.

Estoy nervioso. Más que la ocasión en la que esperaba una respuesta por parte de Bill cuando le regalé su estrella.
Estoy más nervioso que cuando esperaba a que fuera mi cumpleaños y el día en que quedaría frente al hotel,
esperando a que esa noche nos vieran como lo que realmente éramos. Estoy más nervioso que cuando estuve a
punto de no entrar al despacho de la mansión y enfrentarme a Oliver Ejiofor y la información que había
conseguido de Bill para mí. Y estoy aún más nervioso a como me sentía aquella noche de su cumpleaños…

Siento que no puedo.

Tal vez debería buscarlo por mí mismo en otra ocasión y desaparecer ahora que puedo.

Debería esperar más tiempo. Quizás hasta que deje de odiarme.

—No, Bill no puede…

Sí. No debo engañarme. Sé bien que me odia ¿Qué me hizo creer que no? Ni siquiera sé porque dije aquello. Se
me salió sin pensar o es que en realidad espero que sienta algo por mí. Lo que sea, pero que lo sienta.

—Bill lo sabe. Sabe que no importa lo que uno sienta hacia una persona, porque lo va a sentir siempre— intento
convencerme. Yo sé que aún me quiere—. Lo sabe…, y Alina también lo sabía.

¡Que la mierda!
Aún sigo siendo incapaz de dejar las comparaciones de lado. Aunque claro, Bill me marcó más de lo que Alina lo
había hecho.

Sé que así será siempre si es que no encuentro una solución a esto.

Suelto la respiración y me muevo hasta la otra esquina del antepecho que da hacia el jardín y con cuidado miro
hacia dentro. Bill levanta la mirada cuando Amara se le acerca para saludarlo y le dice algo en el oído. Algo que
yo le pedí le dijera. Veo que se muerde los labios y deja de prestarle atención a Leo cuando éste le llama.

—Te estuve esperando— me preparo para decir frente a él esas palabras. No quiero enmudecer al estar cerca.

Él sigue allá sentado junto a Leo, aceptando su cercanía pese a la cara que tiene frente a Jace y Amara.

Me duele ver aquello y nada me costaría plantarle una escena y reclamarlo como mío, pero algo me jode
reconocer y es que Leo tenía razón; Bill no es un objeto. Tampoco voy a pelear por él de esa manera.

Quiero demostrarle a Bill que me retracto por todo lo que le dije. Quiero que sepa que le quiero. Que aun pienso
en él. Que le necesito y que sé casi toda la verdad. Quiero que sepa que estoy dispuesto a cumplir sus condiciones
si me acepta justo ahora.

Vuelvo la vista hasta él, Leo parece intentar que no se ponga de pie y esta ocasión es él quien le besa.

¡Me jode!

Me cae de peso porque él me besaba así. Me dirigía la misma mirada y la misma sonrisa.

Retrocedo. Si sigo viéndole hacer aquello, podría en verdad importarme una mierda que éste sea el evento de
Jace y Amara y en serio romperle más que la cara a Leo.

Jodidas sean mis expectativas de esta noche. Siento que nada saldrá bien después de esto. No quiero
decepcionarme. Estoy a punto de saltar el antepecho y rodear el lugar por el jardín para irme, pero justo veo que
Amara se acerca con Bill.

¡Le ha convencido de venir hasta acá!

No sé qué le haya dicho Amara, sé que no fue lo que acordamos porque de haber sido así, él no hubiese accedido.

¡Mierda!

Me oculto en la misma esquina, esperando escuchar la puerta corrediza hasta que ellos se acercan a la puertilla
que da al jardín y andan a paso lento hasta la fuente.

—Sinceramente es extraño estar aquí después de todo. No te ofendas, pero sólo estoy aquí porque Leo es muy
cercano a Jace— escucho a Bill decir y pone distancia cuando Amara intenta tomarle del brazo.

Sigiloso, camino detrás de ellos.

—Me lo dijiste con la mirada una vez llegaron ustedes— a ella le tiembla la voz.

Sé que esto no es fácil. No quería hacer que ella tomara parte de un bando al apoyarme con esto.

—¿Entonces entiendes que no me parece tener que hablarnos? Mucho menos cuando…

—¿Creías que me quedaría de brazos cruzados? —le interrumpe—. No soy nadie para decir esto, pero…

—Entonces no lo hagas— la corta de repente y se detiene a unos pasos de la fuente.


—Yo no sabía que durante este tiempo lo habías pasado con Leo. Me sorprendió demasiado el haberte
escuchado responder a su teléfono. Bill, no siento que sea tu lugar estar con él.

—Y según tú, ¿con quién es mi lugar? ¿Con Tom? —su altanería logra dejar callada a Amara—. No quiero hablar
de él, ¿te va? Ni siquiera sé porque acepté venir a contigo y charlar si hace tiempo siento que… Bueno,
ultimadamente nada es de tu incumbencia.

Que le hable así me pone mal. Acorto la distancia y ella se vuelve, nuestras miradas conectan y entonces se aclara
la garganta.

—Pero a mí sí me incumbe— le digo. A penas soy capaz de hacerme escuchar. Temo a como reaccione él.

Bill se vuelve a verme, se inmuta y el contacto visual se rompe cuando él me escanea. Se vuelve hacia Amara y
retrocede.

En su rostro se refleja la indignación y no puede con ella.

El corazón me sube hasta la garganta después de tremendo vuelco. Un hormigueo se instala en mi interior y algo
arde en mi pecho.

—Entonces me trajiste aquí no para charlar conmigo, sino para que él y yo nos viéramos—se hace el ofendido y
me planta una mueca despreciativa—. Me asquea la actitud que has tomado, Amara.

—Escucha…, ella lo hizo porque se lo pedí— intento acercarme más, pero me evade.

—Que hábil eres, Tom. Ni se me había ocurrido pensar en esa posibilidad…— añade con aires sarcásticos.

—No me hables así— recrimino, pero hace caso omiso a mis palabras.

—Ya me doy cuenta, en el fondo fuiste tú quien contó a Tom donde me encontraba. La manera más fácil de dar
conmigo era primero ir tras Leo y una vez me tuvieran justo como ahora, te saldrías con la tuya— levanta la voz
al dirigirse a Amara, la señala de mala gana y finalmente se dirige a mí—. En verdad es asqueante.

—¡Basta! No tienes porque…

—¡¿La defiendes?! ¡Pero claro! Que estúpido soy… Si fue ella quien te ayudó a llegar hasta mí. Te debo lo peor,
gracias Amara.

—Mejor vuelve— le digo al mirarla por unos segundos y asiente de inmediato—. Bill, no grites porque quiero
que entiendas una cosa…

—¡Yo no tengo porque quedarme aquí a escucharte o ver como ella se ha burlado de mí! ¡No! ¡Quita! —se zafa
de mi agarre y vuelve a retroceder.

—¡¿Por qué haces esto más difícil?! Mira que yo solo intento…

—¡¿Disculpa?! —ofendido, me corta de inmediato y se detiene cuando le sujeto por los codos—. ¿Intentas? ¿Y
qué intentas? ¡Déjame! Creí haberte dicho que no quería volver a verte.

—Eso es lo menos que quieres y lo sabes.

—¿Tan seguro estás? —se mofa de mí.

—Me lo dicen tus ojos…

—¡TUS MENIRAS NO ME VAN! —alza aún más la voz. Su rostro se enciende y su gesto se vuelve duro,
demostrando que no podré con él. Jamás le había visto así.
—¿YO? ¡MIRA QUE AQUÍ EL MENTIROSO ERES TÚ! —hasta me raspa la garganta tener que gritarle para poder
hacerme escuchar.

—¡PUES NO MEVA!

Me desespera. Bill está sacándome de quicio y no voy a detenerme ni porque sea él.

—¡CLARO! SE TE FACILITA ZAFARTE DE ESTO.

—¡Aff! —con toda su fuerza flacuchenta, me empuja.

Que ni crea que puede apartarme de él.

Vuelvo a ir a por él. Se niega. Forcejeamos. Intenta soltarme una patada, pero le esquivo. Sujeto de sus muñecas
para impedir que salga corriendo, me duelen las manos por el fuerte agarre y veo como sus muñecas se han
enrojecido. Como todo él luce desesperado por evadirme y enfurecido por mi insistencia.

—Haré lo que me venga en gana— un paso más y caería al césped por su propia torpeza—. ¡Que me dejes en
paz!

—¡Jamás! ¿Me escuchas?

—Te lo dije aquella vez, Tom…

—Me dijiste, ¡¿qué cosa?!

Le reto con la mirada. Bill bufa y se muerde los labios, desviando la mirada.

—Dime… anda ¡Repítelo!

—¡SOY FELIZ! —grita al mirarme a los ojos, pero no le creo. No puedo hacerlo. No quiero—. ¡SOY JODIDAMENTE
FELIZ!

—¡Intenta creerte tus palabras!

Cree que puede alzarme la voz más de lo que yo lo hago.

—¡TÚ NO ERES NADIE PARA MÍ!

—¡QUE TE CALLES!

—¡INTÉNTALO! ¡VAMOS, INTÉNTALO! ¡HAZME CALLAR! —se remueve en mi agarre, pero esta vez lo escurridizo
no le es de ayuda y no logra escapar de mí.

—¡Tienes que saber…!

—¡QUE YO DE TI NO QUIERO SABER NADA!

—¡BASTA! ¡YA BASTA! —le atraigo lo suficiente como para juntar las narices—. Tú no eres así…— suelto la
respiración. Exhausto de tener que retenerlo y tener que gritarle, me quedo inmóvil como él—. No eres así, Bill.
Yo te conozco, aunque me digas que no, yo te conozco. Tú no quieres esto. Tú no quieres pelear…, no quieres
que nos estemos gritando ¡Dios! Ninguno de los dos quiere esto. No lo hagas difícil.

—Yo no quiero tener nada que ver contigo, así que déjame.

—Vine a por ti, chiquillo estúpido— poco a poco, aflojo mi agarre.


—¿Chiquillo? —molesto, me clava una mirada inquisitiva y deja que nuestras pesadas respiraciones se escuchen
durante segundos.

—Después de cómo has actuado sí, eres un chiquillo bastante estúpido.

—No me va que…

—Sólo quiero que me des una oportunidad Bill— después del coraje que me ha hecho sentir ante sus infantiles
maneras de interrumpirme, la voz me tiembla, y no es el nudo que tengo en la garganta que se formó por tanta
gritería, sino porque me duele que hayamos llegado a esto. Me duele el tener que hablar y esperar su desprecio,
pero supongo que tengo la esperanza de que no lo hará—. Estoy harto de esto y sé que tú también.

—Tú no sabes nada.

—¡Sí que lo sé! —tomando su ostro entre mis manos, junto su frente con la mía y me sorprende ver que no me
rechaza—. Lo menos que quiero es un conflicto contigo cuando me la paso discutiendo conmigo mismo a cada
momento del día porque sé que fue estúpido el no haberte escuchado. No puedo con la idea de que no te tengo
más. Que sueño lo peor que te puedas imaginar y al despertar no estás ahí.

—Me tiene sin cuidado.

—Sabes que no— cierro los ojos con fuerza y trago con pesadez. No quiero hablar en un hilo de voz—. No puedo,
Bill. Sin ti no puedo. Te necesito tanto, Precioso…—me esfuerzo por no dejar que las lágrimas se deslicen por mis
mejillas—. Te extraño en verdad. Echo tanto de menos el verte dormir y despertar contigo. El hablarnos, el
decirte que eras mi secreto. Echo de menos el poder besarte y hacerte llegar al exceso…

—Calla.

—Echo de menos lo nuestro, Bill. Debes saberlo…

—No esperes que te acepte de nuevo— la voz le tiembla, pero intenta hacerse escuchar firme y desinteresado.
Intenta hacerse el fuerte cuando yo siento que podría desmoronarme.

—Podemos hacer algo, Bill— digo de inmediato y pongo distancia para volver a verle—. Podemos darnos una
oportunidad. Sé que también lo quieres. Sé que lo has estado esperando y que Leo no significa nada. No puedo
con la idea que ahora estés con ese sujeto y puede hacer tantas cosas que yo desearía…

—Leo y yo…

—Pasé meses intentado reconocer si lo que sentía por ti era odio o amor, lo sabes— le corto—. Me la pasé
hundido hasta que vi que al menos una pizca de esperanza sí tenía para volver a buscarte y hacerte ver que
estaba tan equivocado. Para hacerte ver que sólo hay una persona por la que me arriesgaría tanto.

—Ya no soy esa persona.

—¡Sí lo eres! Eres ese Bill. Eres mi Precioso y haría hasta lo imposible para hacerte entender que cambiaría si me
lo pidieras y aceptaría tus condiciones si volvemos a estar juntos.

—Ya me había olvidado de ti, ¿por qué volviste?

Sé que decir aquello le duele. Intenta aparentar que esto no le afecta, pero yo sé que sus acciones una vez me
aparecí frente a él son solo en defensa propia.

Es ese Bill que conocía, es ese chiquillo indefenso. Lo sigue siento por mucho que demuestre que no.

—¿Sabes por qué? Porque Te amo.


Y sin más, rompo la cercanía y hago lo que sólo en fantasías había querido hacer. Le beso como en todo este
tiempo he anhelado hacerlo.

Sus labios son tan suaves a como los recordaba. Su sabor no ha cambiado nada y lo sé porque ese beso, sin
importar que él haya puesto distancia antes de dejarse llevar, sabe a nosotros. Sabe a lo nuestro. Sabe a lo que
éramos antes y no podrá mentirme ahora pues lo reconoce también.

—Vuelve conmigo, Precioso— menciono cerca de sus labios—. Te amo. Por favor, vuelve.

Capítulo 12

Ese beso había sido algo que me llenó en todos los sentidos. Fue bastante duro para mí el continuar con ello. Al
romper la cercanía me sentí tan vacío que no supe cómo reaccionar. No supe que decir para que yo no me hiciera
de ideas falsas, pero me hizo volver a la realidad.

De repente me enfadó el hecho de saber que él creía que lo aceptaría por un simple, jodido e insignificante beso.
A que él pensaba que con eso y las palabras que utilizó, harían que me colgara de su cuello y le pidiera me llevase
a donde fuera. Fue muy bajo lo que hicieron para hacerme caer, sí, aún me siento idiota por cómo me vieron la
cara él y Amara. Por cómo sentí que perdía el control. Por cómo no creía que un encuentro con Tom se fuese a
repetir.

Deseé con todas mis fuerzas gritar tan alto para no dejarle hablar. Él a mí no me permitió justificarme en ningún
momento y él si esperaba que yo guardara silencio y le mirara atento a todo lo que salía por su boca ¡Pues no!
¿Quién se creía? ¿El rey de del universo?

Quise defenderme y cortarle toda oportunidad. Le di batalla. Le saqué de quicio, estoy seguro. Le jodí por
momentos, pero supo cómo sobrellevarme. Es un experto. Me conoce tan bien que no importó que yo dijera lo
contrario. La garganta me quemaba por alzarle la voz, extendiéndose ese ardor a mi pecho, carbonizando mi
corazón y dejándolo sin latir ni siquiera al estar hecho cenizas. La sensación más horrible que había sentido en
mi vida fue aquella; parecía que todo se juntaba, haciéndome no poder con ello. Volviéndome vulnerable ante
él. Volviéndome a como nuestras antiguas discusiones me hacían sentir… vacío después de todo.

Finalmente, no pude más. Cedí… que estúpido, ¿no?

Eso me jodió tanto.

Ya no siento que tenga orgullo y dignidad suficientes para continuar.

No sé cuándo me volví tan contradictorio. No puedo recordar el momento en que dejé de pensar en él para
empezar a dejarme llevar por alguien más. Alguien que claramente jamás podría igualarlo.
En el fondo sí quería estar con él y verle por mínimo que durara el encuentro. Me hizo pensar en nosotros. Me
hizo reconocer cuán estúpido había sido negar que no le necesitaba. Me hizo ilusión saber que me había estado
buscando. Me hizo ilusión el que dijera que sin mi nada era igual y cuanto me echaba de menos. Tom se abrió
en ese momento y yo sólo podía estar confundido. Consumido. Molesto, ¿supongo?

Ya no puedo olvidarme de él. De sus gestos al hacerme entender sus razones. No puedo olvidar la cercanía. La
manera en la que dijo mi nombre, en como su tacto casi me hizo sucumbir por completo. Como su mirada por
poco logra hacerme desmoronarme ante él… no puedo olvidar cómo me había llamado Precioso. No puedo
olvidar ese beso.

No puedo…

Que ya no siento que esto sea real. Algo así de complicado solo podría ser una pesadilla y me temo que yo solo
me introduje en ella.

He pensado mucho al respecto.

He estado al borde del llanto porque sencillamente me duele que haya vuelto. Me duele saber que en el fondo
también le necesito. Me duele que no estemos cerca. Que todo haya sido culpa de ambos en varios aspectos.
Me duele que yo haya intentado rehacer la vida que jamás tuve y que, si no era con él, no tenía sentido estar con
alguien. Pero aun así lo hice. Me arriesgué con Leo porque quería ser salvado. Quería sentirme como Tom me
hacía sentir. Quería volver a creer en alguien y no pude del todo.

Ya no sabía que tanto importaban mis sentimientos hacia Leo o hacia Tom, quería deshacerme de ellos. Sería
todo más sencillo.

Después de la manera suspensiva en la que dejé a Tom al romper el beso, me atreví a tomar la peor decisión de
todas y le pedí que no volviese a buscarme bajo una circunstancia. No quería que se volviera a acercar a mí. No
quería volver a ver a la persona que había matado mi amor hacia él.

Bastó que me cuestionara una vez sobre si estaba seguro y si era lo que en verdad quería. Me recordó aquello
sobre aceptar las condiciones que yo determinara, pero me negué y regresé a con Leo sin decir alguna palabra
más.

Aparenté todo lo que pude porque no quería arruinarle la noche. Yo sí doy el mismo valor a las personas que me
lo dan a mí, así que intenté nuevamente darme las oportunidades suficientes con él. Si en cuestión de tiempo
estaría enamorado de él, valdría la pena. No me pensaba vivir junto a él con el dolor que Tom me provocaba.

Voy a superarlo.

Voy a cerrar el ciclo.

Tom saldrá de mi vida, no sé cómo haré eso, pero pasará.

Me dejé llevar por Leo y planeo seguir haciéndolo.

El intercambio ha resultado más distinto de lo que ya lo era. Leo participa tanto como puede llegar a mandar. La
verdad es que me encendía totalmente. Me hacía volver a sentirme deseado. Me hacía creer que volvía a ser
parte de las fantasías de las personas. Sabía de más que el que anhelaran tocarme y que Leo no lo permitiera,
hacía llegar al exceso a cualquiera.

El sado es algo que pone aún más a Leo. Le fascina. Planea nuevas cosas siempre que está en casa y soy yo quien
le pide ser tomado. Me tenía completamente hipnotizado la fuerza y la intensidad de los encuentros que tenía
con Leo. Me llenaba en todos los aspectos. Cualquier sentimiento era reemplazado por el placer y se sentía bien.
Muy bien.

No sé qué tan retorcido se tornaba todo. Ya no creía que algo fuese real, mucho menos estando a su merced.
Tocándome para él, tentándolo, pidiéndole que por un momento enviciado me volviera a hacer sentir vivo. Ya
fuera por lo caliente que se volvía mi cuerpo, las marcas de las sogas y las esposas en mis muñecas, la punta de
la fusta marcada en mis nalgas o la fuerza de sus penetraciones, provocaban que me hirviera la sangre y pensara
en una imposibilidad solamente; Tom tomándome de la misma manera. Deseándome tanto como Leo lo hacía.
Mordiendo mis tatuajes, castigando mis labios e hiriendo mi piel.

Leo era el único que podía equilibrar mi dolor con el placer.

Leo era quien había dado un significado distinto a «Precioso».

Leo creía en nosotros y yo creía en él, aunque no lo sintiera plenamente al ir más allá de lo inimaginable.

Capítulo 13

Últimamente he perdido la noción del tiempo, pero noche tras noche, me convertía en alguien más, alguien que
ni yo conocía en su totalidad.

Ya no sé porque el sentimiento de culpa se hizo cada vez más grande y cómo es que acabo con todos los cigarrillos
que pasan por mis manos. Me quita el sueño el comprender cómo es que empecé a hacer mal desde aquella
ocasión en que vi a Tom por última vez. Intentaba averiguar porque si estando con Leo, recibiendo su cercanía y
sus tratos, no era capaz de mirarle como él me miraba.

Necesitaba respuestas.

Necesitaba dejar de engañarme y empezar a creerme el presente. No puedo estar pensando en lo pasado,
intentando encontrarle una solución a algo que quedó estancado.

Me he pensado bastante bien el tomar mis cosas y regresar a casa cuando Leo no se encuentra, por el simple
hecho de darme un respiro y alejarme de todo. Necesito tiempo. Pero siempre me acobardaba, deshacía el
equipaje y ponía todo en orden para cuando él llegara, yo estuviese tranquilamente en la cama, esperando por
él y por el momento de gloria para sentirme completo.

El vacío me extinguía la mayor parte del día, sin importar si salía de casa. Me esforzaba por volver a como era
antes, pero no puedo. Es como si el estar con Leo me dejara aún más vacío después del sexo.

Soy jodidamente débil. No dejo de pensar en él. No puedo evitar visualizarlo en cualquier lugar, desde la ducha
hasta la hora de dormir. Extraño el olor de su fragancia, como la cama llegaba a oler así al despertarnos. Echaba
de menos el mirarle sólo por unos segundos, pues en ocasiones era incapaz de aguantarle la mirada y terminaba
por bajar la cabeza.

Ahora sólo se me ocurre algo imposible…

¿Y qué si le hubiese perdonado al primer instante y hubiese ido a buscarle?

Recuerdo bien que Steve me prohibió hacerlo. Yo habría corrido detrás del auto como un desquiciado, pero él
me detuvo. Sí, creo que le conocía más que yo y le di la razón; Tom podría hacer algo realmente estúpido si me
aparecía frente a él. Me quedé en casa y Steve se fue, pero no volvió… ninguno de ellos lo hizo ese día.

Me cansé de esperarle. Me cansé de llorar. Tuve que haber hecho algo, pero no pude. Luche había ido a verme
y sólo me pidió que me marchara o el padre de Tom haría lo imposible para quitarme del camino. Con una
advertencia así, cualquiera hubiese corrido. Pero no yo. Le hice creer que sí, Steve me ayudó a buscar un lugar
donde quedarme por si Tom volvía a casa, no me mirara allí. Fue imposible volver a verle.

Yo había confiado en que sería real al menos el darle mis condolencias, pero no fue así. Y fue entonces cuando
Leo llegó. Él no sabe la verdad y por qué Tom me dejó, fui hábil y le mentí al respecto.

Después de meses me había ayudado tanto que pensé que lo que sentía era real, aunque temía volviera a pasar
lo acontecido con Tom. Me engañé y quise intentar olvidarle. Lo hice hasta cierto punto, fueron meses y volví a
sentir algo diferente con la calidez de su sonrisa y la manera en la que me miraba.

Le quiero.

En verdad quiero a Leo, pero a estas alturas todo me parece falso. Es un espejismo.

Solo yo puedo ver que ha sido real y lo que no cuando tome una decisión.

Debo volver a ser yo.

Debo volver a lo que era antes.

Cambié radicalmente con el tiempo, hasta ahora que todo se está viniendo abajo.

Suelto un suspiro pestañeo, pero no puedo evitar que mis ojos se humedezcan. Esnifando, abrazo mis piernas
con un poco más de fuerza.

¿Qué hubiese sido de ambos si yo le daba la oportunidad de justificarse?

Sé que lo que teníamos se ha ido y no podrá repetirse. Tom sólo quiere justificarse y yo en el fondo… Sí, lo acepto.
Quiero volver a con él.

¿Y qué si él no quiere? ¿O si tiene alguien más? Yo tampoco puedo arriesgarme así, estoy con Leo…

No, ya no hay nada más que discutir. Con Tom sí que era feliz. Con Leo…, supongo que también lo soy. Pero eso
se acabó. Lo mío con Tom ha llegado a su fin más por su causa que por la mía. Fue quien decidió mandar todo a
la mierda, pero aun así hablaré con él. Voy a buscarle y, sólo para terminar con esto que siento, cerraré el círculo.

Voy a prestarme para dejarle justificarse, le diré lo mucho que me dolió, o más bien me sigue doliendo todo lo
relacionado a nosotros y después de sacar de mí todo aquello que he callado, sabré que hacer.

—Sí que lo haré…


Aprieto los labios al asentir con la cabeza. Me incorporo sobre el cómodo sofá del alfeizar en la ventana y miro
hacia afuera, se me sale una sonrisa ante un recuerdo que he tenido de Tom y al levantar la mirada, en el reflejo
veo a Leo de pie bajo el umbral de la puerta. Me vuelvo a verlo y pongo de pie para acercarme a la cama.

—Qué…

Le miro detenidamente, así como me mira él. Leo entrecierra los ojos y se acerca a paso lento.

—¿Bill?

Muerdo el interior de mis mejillas y trago pesado.

Leo luce bastante extrañado. No necesito que use palabras, sé que lo que he hecho no le parece lo mejor.

—¿Sí?

A unos pasos de distancia, levanta el dedo índice, cortándome antes de decir algo más. Cuando está frente a mí,
me escanea con la mirada, sus cejas se juntan ligeramente y su gesto se vuelve expectante.

—¿Por qué?

—Leo…

—¿Por qué? — insiste. Me rodea y junta su pecho a mi espalda, tomándome de los hombros, acorta la distancia
y dice junto a mi oído: — Sigo esperando, Precioso. Dime, ¿por qué te has teñido el cabello?

Me quedo callado. No sé qué responder.

—¿Qué sigue después?

—Nada, sólo pensé que te agradaría.

—No solo me agrada, me enciende —siento como sus labios se estiran en una sonrisa y el calor de su boca, hace
que se me erice la piel y termine ladeando la cabeza—. ¿Imaginas lo que viene ahora? Delicioso pelinegro…

La manera en la que hace que mi cuerpo reaccione ante él, me hace recordar miles de cosas. Pienso en Tom y
quisiera sentirlo. Sé que no es él, pero si sólo así puedo fantasear… lo haré.

—Y si tú…

Cierro los ojos, intentando imaginar que es él. Necesito esto…

Capítulo 14

—¿Qué tal su día? Apuesto que todo ha marchado bien— me dice Steve cuando me abre la puerta del auto. Hoy
parece más optimista que de costumbre.

—No realmente— me sitúo a su lado para después adentrarnos al hotel.

—¿Qué sucede? Pensé que regresaría de buen humor después de haber descansado todo el fin de semana.

—Lo sé, debería, pero no descansé del todo ¡Ah! No te dije, esta mañana almorcé con mi madre.

—No tiene por qué justificarse, ¿recuerda?

—Ya... Pero en serio debes saber. Me encontré con ella y fue un tanto incomodo ¿Sabes...? muy en fuera de
recordar el aniversario de la partida de mi padre…
—Y su cumpleaños— menciona al interrumpirme, pero no presto atención a eso.

—Nuevamente preguntó lo que tú sabes— termino por decir en calma. Le miro por el rabillo del ojo durante un
par de segundos hasta que fijo la vista en el alfombrado verde.

—¿Aún insiste en saber más de Bill?

—Necesita saberlo todo, a decir verdad.

—No le entiendo— casi se encoge de hombros cuando llegamos al ascensor.

—Básicamente quiere saber si mis inclinaciones seguirán un solo género, ¿comprendes?

—¿Y eso es todo? Perdón, pero creo que resulta muy obvio.

—Eso mismo pienso— suelto la respiración. Estoy intranquilo. Me muevo dentro del ascensor sin decir nada o
dirigirle la mirada a Steve, el silencio se siente como si él quisiera decir algo, pero no lo hace—. Según ella, me
he aferrado demasiado a Bill.

—Digo lo mismo— añade cuando las puertas se abren y bajamos en el cuarto piso.

—Pues ya somos tres… En verdad me he aferrado a él.

—Sinceramente creí que usted tenía las cosas claras y que sólo le había buscado por una razón.

Steve ha dado justo en el clavo. No quiero hablar de eso ahora. Me conozco y sé que, si él insiste, me veré
obligado a decir cuanta palabrería necesite para deshacerme del coraje que me provoca aquello.

Intento deshacer mi repentino mal humor cuando andamos por un pasillo hasta doblar a la derecha. Le he mirado
un par de veces, luce como si en verdad quisiera decir algo. Cuando veo que se decide, le corto antes de que
Keana se detenga frente a mí y me de las bitácoras del día anterior. Lo último que quiero es que ella escuche y
suelte la lengua a algunas personas.

—¿Necesitas algo más, Tom? —dice ella, le dirijo una mirada furibunda antes de entrar al despacho y niego con
la cabeza.

Sabe que ha hecho mal por enésima vez en su jodido tiempo trabajando para mí. Por desgracia no puedo
despedirla, es bastante eficiente y también es un buen distractor. Justamente hace un par de noches se fue sin
decir nada, no me extrañaba en realidad, pero fue extraño sentir un vacío después del sexo. No un sentimiento
de vacío como ya había experimentado en varias ocasiones e incluso con ella, el de aquella ocasión fue realmente
peculiar.

—Retírate, tengo algo que tratar con Steve.

Me dedica un asentimiento sin siquiera dirigirme la mirada y abro la puerta del despacho y le permito el paso a
Steve. Cuando se encuentra dentro, voy detrás de él, cierro la puerta y me dirijo al mini bar.

—¿Quiere que sigamos la conversación con respecto a Bill?

—Por favor ilumíname, Steve— le pido cuando sirvo un par de tragos—. Según tú, ¿cuál era esa razón por la cual
me determiné en buscarle?

—Simplemente recuperarse— responde de inmediato. Le tiendo una bebida y lo invito a sentarse en uno de los
sillones del living.

—Tus ideas no están tan perdidas.


—Entonces confiéseme la verdadera razón.

—Perdón, pero creo que resulta muy obvio— menciono en tono burlón al imitar sus palabras. Él lo entiende,
pero no dice nada más, ni siquiera le ha dado un sorbo al whisky que le he servido—. Vamos por partes…, hizo
lo que hizo y no pude con ello. Pasé meses lamentando tantas cosas, entre ellas haberme relacionado con él.
Resultó ser que sí, pasó lo que ya mencionaste; quería recuperarme y para ello debía saber qué ocurrió en
realidad— le doy un sorbo a mi bebida y dejo el vaso en la mesita de centro—. Seguro que no necesito decir el
resto— él niega con la cabeza y yo continúo—. Esta mañana estuve tentado en llamarte para pedirte un favor,
algo que seguro me negarías porque te pedí que lo hicieras hace tiempo.

—¿Quería viajar a Londres tan rápido?

—¡¿Rápido?! Steve, casi es un mes desde que le vi

—Sin contar eso, ha pasado realmente poco desde que tomó la mala decisión de no volver a buscarle y en
realidad se veía determinado en cumplir su palabra ¿Qué fue lo que cambió?

Desvío la mirada, tomo mi bebida y la termino de golpe. No es como si el alcohol me hiciera juntar el valor que
necesito para responder su pregunta, pero quiero ahogar las demás palabras que se quedan estancadas en mi
garganta.

—Si le quiere tanto como dijo alguna vez, ¿qué le detiene?

—¡Él me detiene! —frustrado, me levanto de golpe y ando por el living ida y vuelta—. Es él. Es su estúpida
indecisión. Su maldito orgullo. Es lo que le duele y lo que no quiere volver a repetir ¿No te das cuenta? Quiere
creer que es feliz con aquél imbécil cuando en realidad no es así ¡Y no puedo hacer nada!

—Casi es un mes desde que le vio en la celebración de Jace y Amara, pero no creí que se diera por vencido así de
sencillo.

—¡Bueno! ¿Y qué se supone que haga? —me detengo para volverme a verlo—. ¿Debo seguir perdiendo la
dignidad? ¡Le busqué tanto como pude! ¡Le seguí por todo Londres esperando un jodido momento a solas! ¡Lo
sabes perfectamente!

—Para usted eso no fue suficiente…

Como le odio, siempre da justo al clavo. Esta vez, aquello me cayó de peso como nada podría.

—No, claro que no era suficiente el tener que esconderme para saber de él o incluso pedir a terceros que
ayudaran para que yo pudiese estar un minuto frente a él— es como si la voz me temblara junto con el corazón,
avisándome que estaría a punto de perder alguno de los dos—. ¿Sabes…? Ya no creo tener fuerzas para seguir,
le busque o no, no me creo capaz de seguir. Y tal vez deba exigirme más, controlar los impulsos de salir detrás
de algún rastro suyo y jamás buscarle. Comprendo que ya no tiene caso, él no cederá y yo no voy a obligarle y
tampoco volveré a insistir cuando lo ha dejado bastante claro. Lo que haré de ahora en adelante será tomar en
cuenta lo que me pidió; no aparecerme de nuevo en su vida porque, es cierto, no tengo derecho a hacerlo.

—Pero…

—Debe ser la mejor opción, ¿no? —le corto. Suelto la respiración y me encojo de hombros

—No debería desistir.

Sé a dónde quiere llegar Steve, el dilema es si sigo con él o me detengo ahora que tengo oportunidad…
—¡¿Y qué más se supone que deba hacer?! ¡Eh! Lo ha dejado más que claro, no quiere ni verme porque ya está
con Leo y el muy idiota cree que es feliz. Dime, ¿cómo puedo competir contra eso? Tan sólo quería escuchar una
última vez un ‘No’ por su parte y sería todo. No quería desperdiciar más tiempo, no si no estaba conmigo de
todas las formas posibles…— termino por decir entre titubeos, me dejo caer en el sillón—. Sólo quería escuchar
eso de él para empezar a hacerme la idea de que nada va a cambiar. No puede volver a ser como antes, es obvio.
No importa si pasan años, seguiré pensando en lo mismo. No sé si deje de extrañarle algún día, quisiera no
hacerlo, pero quisiera dejar de aferrarme a él. Parece que me hace más difícil la existencia ahora que cuando
recién pasó aquello.

—Al menos debería intentarlo una vez más— inclina la cabeza y se mueve hasta el escritorio—. Yo…, creo que
es algo muy suyo y no debería de hablarlo conmigo. No creo ser la persona indicada para decirle que deba hacer
o siquiera atreverme a darle un consejo.

—Fingiré que no dijiste eso— me levanto tan rápido para llegar con él—. ¿No fuiste tú quien me sugirió buscarle
en primer lugar?

—Quería respuestas y recuerdo haberle dicho que Alina no sería tan confiable…

—Pero fuiste tú, ¿sí o no? —le encaro y Steve ni se inmuta.

—Sí.

—¿Entonces a qué viene eso ahora? Me ayudaste, lo aceptes o no, lo hiciste. Buscaste a ese tal Oliver Ejiofor
quien no deja de enviarnos detalles de la vida de Bill, y también fuiste quien me sugirió darle el anillo, asegurando
que eso podría ayudar en algo ¡Y ahora dices eso! Estuviste de acuerdo conmigo en varias ocasiones cuando se
trataba de él…

—Lo sé de más, pero no siento merecer el que me tome en cuenta de esta manera— me interrumpe. No quiero
perder la paciencia, no con él y tampoco justo ahora.

—Bueno, entonces según tú; debería regresar a con Cimone y decirle a ella. Créeme, te equivocas si piensas que
le importa.

—Debería, de otro modo no comprendo su interés por él.

—Quiere saber qué será de mí, si voy a insistir con Bill o si iré a con una mujer para olvidarle. Pese a que Cimone
quiere que yo esté bien con quien sea, le importa lo que diga la gente, le importa demasiado el que él me guste.
No me parece que podamos estar en sintonía. Cómo se es capaz de hablar con tu hijo sobre hombres, ¿eh?

—¡Bueno! Entonces olvide eso— su tono llama mi atención, hasta podría decir que me bofeteó con sus
palabras—. Podría volver a buscarle sólo una vez más— propone.

—Ya hice todo lo posible, lo sabes…, fueron meses en los que los días se resumían en él, en mis intentos fallidos,
en quererle y decirle lo que siento hacia él cuando le tuve en frente y no pasó nada ¿Por qué esta vez habría de
ser diferente?

—Puede hacer dos cosas justo ahora; buscarle una última vez y si él accede a escucharle, las cosas cambiarán y
entonces tomará una decisión, pero si no lo hace, estoy seguro que se arrepentirá siempre.

Me quedo en blanco total. No sé qué responder, qué mirada dirigirle o si acaso que gesto hacer.

Suelto la respiración que he contenido, tuerzo los labios y medio frunzo el entrecejo después de digerir sus
palabras. Me lo pienso a fondo al volverme y andar por el living a paso lento.

—Si le busco…
Llaman a la puerta antes de que pueda continuar. Comparto miradas con Steve y entonces él va para saber de
quién se trata. No asoma la cabeza ni nada, en cambio, sale y se queda unos momentos allí.

Soy incapaz de comprender qué sucede o porque la puerta sigue cerrada. No es una exageración, sé que solo
han pasado unos instantes, pero es que la intriga se junta con la manera en la que Steve me dejó en blanco.

—Le buscan— dice al volver.

Juntando las cejas totalmente, recobro una postura rígida y le miro expectante.

—¿Keana dejó pasar a alguien?

—Keana no está en el mostrador, pero hay alguien detrás de la puerta que quiere verle.

—¿Y quién es?

—No me dijo su nombre— declara.

Eso me inquieta. Pretendo ir a la puerta, pero me lo impide.

—¿Qué? ¿Qué pasa, Steve? ¿Quién es?

—¿Le digo que pase?

—No, si no me dices nada y él no tiene nombre, entonces que no pase.

—Tal vez debería decírselo usted…

Vuelve antes de que pueda detenerle y abre las puertas de par en par. Cuando estoy detrás de Steve, del otro
lado Bill aparece a medio pasillo y se vuelve al escuchar cuando Steve le llama, pero no le dirige la vista a él, sino
a mí. Me mira detenidamente mientras en sus labios se forma una sonrisa apenas visible. Me hago espacio para
andar hasta él sólo un par de pasos, pero aun estando confuso, le escaneo con la mirada. No puedo con la manera
en la que luce…, es perfecto ¡Es él! ¡Está aquí! ¡Que se ve precioso! Se ha teñido de negro, su mirada luce más
intensa a como la recordaba, viste de blanco y veo como en su mano tintinea el anillo que le he dado.

No puedo, en verdad no puedo. Que el corazón me late frenéticamente y me da un vuelco el interior, uno muy
tremendo, uno que casi arrasa con todo.

—Hola, Tom— su tono de voz oculta la seriedad detrás del nerviosismo.

—Q-Qué… ¿Qué haces aquí? —cuestiono y lanzo un vistazo detrás de él, pero no hay nadie más en el pasillo
excepto nosotros.

—Vine a contigo— responde de inmediato y acorta la distancia—. ¿Podemos hablar?

Lanzo un suspiro, muerdo el interior de mis mejillas y bajo la mirada fugazmente hacia sus manos, tentado en
tomarlas y mirar más de cerca el anillo. Quiero comprobar que es real y que lo lleva justo ahora. Quiero saber
desde cuando empezó a usarlo y quiero saber por qué decidió ponérselo. Qué le hizo cambiar de opinión. Qué
le hizo venir hasta aquí. Qué espera escuchar de mí y qué quiere tratar conmigo.

Tengo preguntas y cada segundo transcurrido se arremolinan más en mi mente que no puedo pensar con
claridad. Estoy entre nervioso y sorprendido. Mínimamente asustado, pero ansioso en saber de qué se trata todo
esto.

—¿Hablar? —me aclaro la garganta, fijo mi vista en la suya y oculto las manos en los bolsillos—. ¿De qué quieres
hablar?
—De nosotros.

Ese «nosotros» se me clava en la garganta al momento en que lo repito en voz baja y se estanca de inmediato en
mi pecho cuando el corazón me retumba ante aquella palabra.
No sé siquiera cómo debería reaccionar ante su petición. No sé siquiera cómo empezar la conversación. No
quiero silencios incómodos. No quiero estar sujeto a tener malos entendido por acercarme de más. Debo ser
prudente en todo y ¡JODER! Que no tenía una idea de esto, a que Steve lo arregló y ahora me siento en
desventaja. Siento que esto se me saldrá de las manos más temprano que tarde.
—No pretendo quitarte mucho tiempo, solo esperaba que pudiéramos hablar, aunque pensándolo bien…
—Está bien. Tengo un tiempo disponible, ¿subimos al pent-house?
Le veo desviar la mirada y se muerde el labio inferior. Sin poderlo evitar, llevo mi mano a su barbilla para hacer
que me vea nuevamente, pero su mirada me dice que no debí hacer aquello. Rompo la cercanía y espero su
respuesta.

—Antes que nada, prométeme algo.

—¿Qué cosa?

—No me mires como si fuera un extraño.

No siento que le esté mirando como su fuese un extraño, le miro como lo que ya no es de mí. Podría no mirarle
si me lo pidiera, pero sé que no lo haría. Estoy absorto en él y sé que debo disimular un poco.

—Reconozco que tenías razón, en verdad sí que estaba harto de tener que estar lejos y fue estúpido negarme a
verte.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —me atrevo a preguntar.

Bill me mira con un terrible asombro, intenta disimular y no puede. En su lugar, retrocede y sin dejar de mirarme
dice: — ¿Subimos al pent-house?

Su determinación, o más bien, su distracción, logra apartarme de la curiosidad por unos momentos y le dedico
una sonrisa.

Siento algo muy diferente entre nosotros, tal vez es la extrañeza que me da el que Bill haya puesto de su parte o
la impresión que me llevé al verle aquí. Ni siquiera vuelvo la vista hacia atrás, no interesa en realidad. Codo a
codo y en silencio, nos dirigimos al ascensor. Él no dice nada aún, simplemente me mira. Noto el nerviosismo y
la osadía que salen por sus poros. Me aclaro la garganta cuando le cedo el paso y una vez dentro, oprimo el botón
del último piso. Al verle por el reflejo de las puertas, se me vienen bastantes recuerdos y me cuesta creer que en
verdad está aquí en son de paz esperando charlar de nosotros y quizás algo más. Quizás ya se ha decidido en
volver a conmigo.

—Lo siento— dice al romper el silencio. Le miro extrañado y junto las cejas.

—¿Por?

—Supe lo de tu padre y… Casi ha pasado un año, ¿cierto?

—Casi— respondo en un tono más bajo. Estoy tentado en volver a acercarme, pero sé que no es posible, al
menos no ahora.

—¿Lo llevas bien?


—Es difícil, pero puedo con ello.

Me encojo de hombros y desvío la mirada porque le he mentido y no quiero que lo note. No quiero empezar mal
ahora que podría haber una posibilidad de volver.

Le pregunto qué fue de él en este tiempo, pero en vez de responder, me pide que nos olvidemos de todo, que
por un momento pasemos por alto las faltas del uno tanto como del otro y sólo hablemos de lo que realmente
es importante. Veo que Bill está más que decidido a resolver las cosas, estoy sorprendido en realidad, no creí
que él fuese a tomar la iniciativa.

Cuando llegamos a nuestro piso y andamos por el pasillo hasta entrar al pent-house, me dice el primer recuerdo
que se le viene a la mente. Verle sonreír después de mucho tiempo calma todo en mi interior. Le ofrezco algo,
pero niega, solo quiere ir al balcón y ver la ciudad. Le sigo, parece que él ya tenía todo planeado. Bill bromea
sobre mi aspecto, jura que aquella vez que le vi en New York para su cumpleaños yo estaba tan cambiado que le
costó ligeramente el reconocerme. Prefiero no tocar el tema, si lo hago, podría preguntarle sobre Leo y sé que
eso lo incomodaría tanto hasta llegar al punto de arrepentirse por estar aquí y terminaría yéndose. Siento que
ahora, al tenerle cerca, ha vuelto con más fuerza mi exagerada obsesividad por adelantarme a los hechos. Intento
pensar que es sólo porque no quiero que nada salga mal. No tenía un plan para esto, ni siquiera fantaseé con un
momento así y mucho menos preparé mentalmente lo que quería decir. Estoy en desventaja total, pero no
parece ser tan malo ahora que quiero dejarme llevar por la reciente confianza que surge entre nosotros.

El tiempo transcurre tan lento o tan rápido. Hay tantas cosas de las que hemos conversado. Se ha reído, yo
también lo he hecho. Se ha inclinado hacia mí, le he imitado. He acariciado su mano, él no se ha negado o
retrocedido como lo hizo al inicio. Le veo bien y yo estoy bien. Me siento jodidamente bien con él. Pareciera que
en realidad no ha pasado nada malo entre nosotros, ha vuelto a ser el Bill de antes. Volví a sentirle mío gracias a
la confianza que ha mostrado, pero siendo realista, esto no duraría para siempre.

Hemos aclarado ciertas cosas, surgieron unos cuantos silencios incómodos y las palabras se me han estancado
en la garganta en varias ocasiones. El corazón se me aceleró tanto y detuvo de golpe, fluyendo al ritmo de la
conversación. Lamentablemente comenté algo que no debía, Bill puso mala cara al escucharme decirle que esta
misma noche tenía pensado en volver a Los Ángeles. No sé si lo haya hecho porque ha recordado lo último
ocurrido allá o si sea porque he arruinado sus planes. Quizás pensaba quedarse aquí un par de días y pretendía
pasarlo conmigo, seguro que piensa que un día no hubiese sido suficiente. Ha pasado tanto tiempo, nos hemos
limitado justo ahora en tratar ciertas cosas. Faltaría vida para poder hablar sobre lo nuestro en su totalidad y aún
más, faltaría valentía para poder hacerlo. Sé que, si digo algo respecto a que vuelva, lanzaré una bomba y todo
podría irse a la mierda.

No quiero. Me niego totalmente. Quiero que Bill pueda sentirse bien conmigo. Quiero que crea en mi palabra,
aunque justo ahora me haya limitado en sólo hablar ciertas cosas. Bill no ha profundizado tanto, y yo tampoco,
quiero evitar que salga de aquí corriendo, pero debo hacerlo, sino, en cualquier momento algún comentario se
escapará de entre mis labios y la habré cagado. Como cuando hablé respecto Alina, cuando le vi y me aclaró las
cosas, él guardó silencio. Su enfado era obvio, tanto como cuando confesé que había estado con alguien más en
este tiempo. No dijo nada que yo hubiese querido escuchar respecto a eso, simplemente mencionó que el tiempo
siguió sin nosotros totalmente.

Eso quisiera. Me gustaría que él entendiera que podemos estar juntos de nuevo si así lo decide…

Ya anocheció y él no deja de ver la hora. No le entiendo, ¿ahora parece ser tan importante? A que sólo lo hace
por lo que dije sobre volver a Los Ángeles. Le he aclarado que en todo este tiempo no había vuelto por temor a
que los recuerdos fueran demasiado fuertes como para poder conmigo y hacerme polvo, pero se ha quedado
callado.
Se formó un silencio entre nosotros que no supe cómo romper durante largos minutos. Me limité a verle; Bill
tenía la vista fija al frente, sus ojos no se despegaban de un punto invisible y jugaba con sus manos una y otra
vez, rasguñando incluso la tela de sus jeans. Suelta la respiración y se encoge un poco. Es entonces cuando decido
no quedarme callado ni un segundo más. Me aclaro la garganta y le pregunto en calma: — ¿Por qué jamás me
dijiste que te ofreció dinero?

Mis palabras llaman su atención. Se queda estático y no dice nada.

—Bill…— mi mano va hasta su hombro e intento hacerle volver a verme, pero se resiste e inclina la cabeza hacia
el lado derecho. Paso detrás de él tan rápido para llegar al otro lado y poder mirarle, pero es hábil y me da la
espalda—. ¿Por qué?

—No hablemos de eso.

—Bill, hemos hablado de tantas cosas menos lo más importante.

—¡Lo hicimos! —protesta al volverse—. Hemos hablado de tantas cosas y está bien. Ahora que sabes todo ya no
hace falta entrar en detalles.

—Pero necesito saberlo, por favor— le pido y le tomo por los codos para acercarle—. Todo este tiempo creí en
bastantes cosas. Sé de boca de otras personas lo que sucedió, pero necesito saber eso mismo de ti.

Siento como ha temblado mi voz y trago pesadamente para deshacer el nudo que podría formarse.

Él me mira detenidamente y sin decir nada. No puedo con su silencio, así que insisto una vez más de manera
paciente.

—En verdad quiero saberlo ¿Podrías, por favor, olvidarte un segundo si tu respuesta podría dolerme o incluso a
ti? Bill, te lo pido—mi agarre se hace un poco más fuerte—. ¿Por qué si Leo fue a buscarte y aceptaste lo que sea
que te haya propuesto, no me dijiste nada? Pudiste haberlo hecho. Pudiste también decirme que te viste con mi
padre, que Luche te buscó también… ¿por qué no lo hiciste?

—Porque temía que me dejaras y no sirvió de nada, aun así, lo hiciste— responde en un hilo de voz—. ¿Sabes
que lo tienes todo?

—No tengo nada porque tú no estás conmigo, ¿lo entiendes?

—Tienes amigos, familia…, gente que te quiere y yo no. Cuando me fui, no perdiste nada en realidad.

—Pero que estúpido eres…— le suelto y retrocedo—. Estúpido y egoísta.

—¿Sabes…? Temía que, si venía a buscarte y hablábamos, llegáramos a este punto. Así que lo siento, yo no voy
a quedarme aquí a escuchar tus reclamos cuando es evidente que la culpa jamás fue mía.

—¡¿Y si no lo fue cómo es que estamos parados aquí después de tanto?! Tú como yo sabes que esto nos
corresponde a ambos. La culpa es tanto tuya como mía.

—Tienes un vuelo dentro de una hora y no voy a detenerte— intenta pasar de largo, pero le detengo y acorralo
en el antepecho del balcón—. Déjame ir…

—No quieras huir justo ahora. Viniste a buscarme por una razón, si no te pasó por la cabeza que llegaríamos a
tocar este tema, evidentemente no estabas dispuesto a todo.

—Si lo estaba— me encara al forcejear para hacerse espacio, pero le corto la movilidad.
—Yo creo que no. Y ya sé que no te has dado cuenta de nada, pero te lo diré; yo perdí mi orgullo por ti, me
deshice de mi dolor y prejuicios para buscarte y creí perder la dignidad, o la estoy perdiendo justo ahora Bill,
porque te amo, aunque tú no sientas nada por mí, yo te amo. Puedes deshacerte de eso también, sólo una vez,
sólo por nosotros.

—Fue muy estúpido venir…

—¡Dime a que le temes! —exijo al poner todo mi peso contra su cuerpo

—¡A nada!

—Dímelo— no puedo retenerlo más y pasa de mí—. Dime a que le temes… ¿Es a Leo? ¿Te ha hecho algo? Bill…

—¿Y tú crees que no?

—Que no, ¿qué?

—¿Crees en serio que no siento nada por ti?

Se me detiene el corazón. Su mirada se inunda en lágrimas y sé que lucha por controlar el tono de su voz para
no romperse ante mí. Sé que el orgullo le puede y él preferiría mil veces no hacerlo.

—¿Crees que fue fácil para mi digerir todo lo malo que dijiste de mí? ¿Crees tú que fue fácil ser visto como basura
por ti y por tu padre? ¡No! Y tampoco fue fácil estar sin ti, no tener donde ir y perderlo todo. Si tú no estabas
conmigo, en serio que yo no tenía nada y siempre supiste que eso era lo que más temía al estar contigo; si te
daba todo o nada, podrías echarme de tu vida. Terminaste haciéndolo y yo acepté la ayuda de la primera persona
que me tendió la mano. Pasé días intentando olvidarte, tuve la posibilidad de aminorar todo lo que sentía al estar
con alguien más, pero no te engañes o pienses que no le quiero, porque sí lo hago.

—¿Y entonces…?

—No quería verte. Me negaba porque sabía que iba a flaquear— se encoge de hombros y limpia sus ojos—. Me
sentí exactamente como si fuese nada.

—Pero lo eres todo…— le interrumpo. Sin controlar mi desenfreno, de un largo paso estoy frente a él y le abrazo
con todas mis fuerzas, como si él fuese a extinguirse o como si estuviera yo a punto de hacerlo.

—Yo quise buscarte recién tuvimos problemas— me corta de inmediato—, pero sabía que ibas a hacerme a un
lado. Después de todo sí que me dejaste— se aferra a mí con fuerza que pareciera que nada nos sostiene—. Y si
me decidí hacerlo ahora fue porque acepté lo que durante tiempo había intentado ignorar…, fue muy estúpido
fingir que no te quería.

—Podemos con esto, es algo nuestro, Bill y podremos con esto, solo quiero que…

—Entonces vuelve conmigo— se separa de mí para tomarme del rostro y acercarse tanto hasta chocar las
narices—. Empecemos de nuevo aquí o vayamos a casa, pero no me dejes, Tom… no me dejes.

Su petición hace que mis ideas se detengan, que cada célula de mi cuerpo responda ante sus palabras. Me parece
poco creíble que haya dicho aquello, que estemos así de cerca y ahora estoy vuelto loco por aceptar cuanto
antes. Quiero decirle que sí. No, quiero gritar que sí acepto. Quiero dejar de sentir ese cosquilleo electrizante
que me latiguea desde adentro y poder responder, pero soy incapaz de hacerlo.

Rompo la poca cercanía que existía entre nosotros, besándole como un maldito desesperado. Había deseado
esto hace tanto tiempo y no voy a detenerme un segundo.
Mis manos pasan de sus hombros a su cuello y después hasta su cabeza, entrelazando los dedos en su cabello
oscuro y haciendo presión en el beso. Me quedo sin aire a los pocos segundos, pero no me separo de sus labios.
Mi lengua acaricia la suya y él se apega más a mi cuerpo. Le llevo contra el umbral, me sujeto con fuerza de ahí
mientras que él lucha por seguirme el mismo ritmo. Me toma con fuerza por el cuello de la camiseta hasta que
sus manos descienden por mi pecho para situarse en la cinturilla de mis pantalones. Mis manos imitan sus
movimientos, pero la diferencia es que yo decido dirigirme hasta su espalda baja y seguido, mis puños se cierran
en sus nalgas y le impulso hasta que queda sobre las puntas de sus pies. La acción hace que se restriegue contra
mi cuerpo, me separo de él al jalonear su labio inferior y mis jadeos chocan contra sus labios cuando él gime por
lo bajo.

Me dirijo en cortos besos por su mejilla, siguiendo la forma de su quijada hasta llegar a su cuello es cuando me
detengo. Aspiro su aroma profundamente, intentando saciarme de él, pero evidentemente es imposible. Beso
su cuello, jaloneo su prenda para poder llegar hasta su hombro, le doy un pequeño lametón y un mordisco
diminuto, recordando los lunares que yacen en su piel. Al abrir los ojos, sonrío completamente extasiado por
verlos. Quiero volver a recorrer todos y cada uno de sus lunares. Quiero decirle que, durante innumerables
noches, recorría su cuerpo y mis manos junto con mis labios, sabían exactamente donde se encontraban sus
lunares. Quiero decirle que esas eran las mejores fantasías en su ausencia.

Bill busca mil labios y entonces impone su propio ritmo, uno más frenético que el mío. Me sujeta con la misma
fuerza con la que le sostengo, mis manos se deshacen de sus prendas y él de las mías. Me invita a tocarle. Me
invita a buscar los límites del encuentro, pero yo sé que no existen. Sus brazos rodean mi cuello y se vuelve a
restregar contra mí. Muerde mis labios, los chupa y me dedica sus sonidos de placer hasta que pongo distancia
y le miro detenidamente. Sus labios están enrojecidos, sus mejillas ruborizadas, su cabello está completamente
despeinado y eso le hace ver jodidamente irresistible. La mirada que me dirige logra encender mi interior, me da
un vuelco de excitación y mi corazón arde totalmente. Mis manos van a su rostro, le reconozco acariciándole.
Bill cierra los ojos y hunde su mejilla en la palma de mi mano. Los labios le tiemblan repentinamente y los aprieta
para detener lo que no es capaz de controlar.

—Te quiero para mí, Precioso— menciono muy cerca de él y poco a poco vuelve su vista a mí—. Nada va a
importar si te quedas conmigo. Bill, compláceme una vez más.

Él lanza un suspiro, sus manos suben hasta mi cuello y descubre que llevo puesto su dije, lo toma con la punta
de sus dedos para después inclinarse y sellar mis labios con un beso.

—Una vez más, Tom.


Capítulo 15

No necesitaba hacer nada más que dejarme llevar. Quería esto y él también. Tal vez Bill lo quería con mucha más
desesperación que yo. Desde nuestro beso, él había dejado en claro que sería como él quisiera. Estaba
descolocado por esa manera suya de llevar las cosas. Marcar el ritmo era una tarea mía, pero ahora, no sé a qué
se debe el hecho de que impusiera algo sobre mí. Me fascinaba, en parte, y estaba seguro de que me llevaría al
exceso.

Fue él quien me hizo seguirle hasta el living. Intenté hacerle caer en el sillón, pero en su lugar, él lo hizo conmigo.
Sus labios no se despegaron de los míos cuando se inclinó para ponerse a la altura y subir a mis piernas. El corazón
me late frenéticamente, pareciera que intenta estallar. Un subidón tremendo me eriza la piel y ésta arde con el
contacto de las manos y el pecho desnudo de Bill. Siento que todo el calor empieza a estancarse en mi rostro,
ardiéndome así las mejillas. Cuando sé que estoy equivocado y no sólo ahí es dirigido el calor, se me sale un
jadeo cuando Bill se restriega contra mí tan deliciosamente que me hace reaccionar, sujetándole del culo y
repitiendo la acción.

Se aferra al acojinado respaldo para separarse y poder mirarme. No pierdo detalle de cómo es que luce su rostro
y los movimientos que le hago repetir una y otra vez. Vuelve a inclinarse para asaltar mis labios una vez más, sus
manos se dirigen a la cinturilla de mis pantalones hasta desabrocharlos y después hacerlo con los suyos. Mi
diestra se desliza entre sus prendas, sintiendo lo caliente que está su piel y cierro la mano en su nalga. Bill,
moviendo la pelvis, logra acercarse todavía más. Vuelvo a estrujarle la nalga, mi mano izquierda va a su espalda,
subiendo lentamente hasta su nuca y logro finalmente entrelazar los dedos en sus cabellos. Tenerle así;
extasiado, provocativo, imponiendo un ritmo que sigo gustoso y dirigiéndome una mirada electrizante en cuanto
pone distancia, hace que el interior me reviente por completo.

Detengo las caricias de imprevisto. Me mira sin comprender, hace amago de acercarse de nuevo, pero se lo
impido. Le tomo del rostro, sus manos van a mis muñecas y me mira atento, pero aún con ese brillo de extrañeza
adornando sus ojos.

Intento controlar mi respiración al igual que él, pero no puedo. Lo deseo y quiero hacerlo mío. Hay ideas cruzando
justo ahora en mi mente, lanzando bombas que derrumban todo lo que dijo esta tarde. Derrumbando la
confianza que estaba teniendo, el sentimiento que compartimos justo ahora y mi amor, casi triturándolo. Estoy
dudoso, desesperado y un tanto decepcionado por lo que aún no he dicho. Le dirijo una mirada urgente, pero
no sabe interpretarla.

Esto que pasa por mi mente, temía que se incrementara y acabara quebrantando todo lo que parecía ser bueno.
De repente me parece algo irreal. Puede que sea una ilusión y yo no puedo dejarme llevar por eso. No de nuevo.
Sé que está aquí, está conmigo en verdad quiere que lleguemos a romper cualquier límite, pero no puedo. Ha
estado con Leo también, lo sé.

No sé qué tan estúpido sea esto; el frenarnos por aquella idea que taladra mi mente o si es aún más estúpido el
que se lo diga. Temo por su reacción. Temo que me dé la espalda y en serio no vuelva jamás. Sé que me va a
repetir las cosas; me va a decir que vino aquí a por mí y nada más. Sé que también repetirá sus palabras «Una
vez más». Pero es que soy tan jodidamente desconfiado que dudo que esto esté pasando. Algo debió haber
ocurrido para que…

—¿Por qué no volviste?

Bill rompe el silencio. Su pregunta me saca de la realidad por escasos segundos y no entiendo a qué se refiere.

—¿Por qué no volviste? —vuelve a preguntar.


Me aclaro la garganta, pero las palabras no me salen y tan solo niego con la cabeza y me encojo ligeramente de
hombros.

—Fueron solo un par de ocasiones en las que nos vimos, pero sé que estuviste siguiéndome en Londres y…

—¿Cómo lo sabes? —le corto de inmediato.

—Steve me lo dijo

—¿Por qué habría Steve de decírtelo?

Sin poderlo evitar, junto las cejas, pero él lleva dos dedos a mi frente y acariciando mi piel hasta situarse en el
entrecejo, logrando así quitarme la expresión.

—No importa porqué me lo dijo. Tú no respondiste mi pregunta en primer lugar.

—¿Y eso te hace no responder la mía?

—Fue un mes, Tom. Pensé que tú volverías— Bill baja la mirada y junta las manos sobre su regazo.

—¿Habrías cambiado de opinión si te buscaba una última vez?

—Probablemente no en ese momento, pero sí lo hubiera considerado.

—Y supongo que por eso estás aquí…— mi tono le pone alerta. Bill vuelve a dirigirme la mirada—. ¿Volviste sólo
por tu orgullo herido? Querías… ¿Querías cerrar el círculo y dejar de sentirte mal contigo mismo?

—No.

—¿Entonces?

—Jamás dejé de echarte de menos, Tom.

Su confesión hace que el corazón se me sacuda en el pecho para después subir hasta mi garganta.

—¿Jamás?

—No. Y me dolía tener que admitirlo. Todo este tiempo lo negué, sé que te has percatado de eso. Es obvio que
me negué también en creer que ciertas cosas cambiarían.

—Leo…

—Sí— aprieta los labios y contiene un suspiro—. Leo no es lo que tú. Nunca podría serlo. Intenté convencerme
de algunas cosas y seguro recuerdas cuales.

—No podría olvidarlos.

—Yo tampoco he olvidado algunas cosas.

Su tono me hace darme cuenta de lo que se trata.

—Me rompiste el corazón.

—Y tú también partiste el mío.

—¿Terriblemente?

—Sí. Por desgracia, ambos lo hicimos.


—Te amo, Tom, a pesar de tus ofensas. Necesito de ti y por eso quien decidió volver fui yo, porque no pude más
con ello y terminé por admitir esto.

—Oye, Precioso… no espero que recuerdes algo de lo que llegamos a hablar en esas ocasiones, pero quizás
notaste que jamás me disculpe.

—Sí lo noté.

Él desvía la mirada y pretende cruzarse de brazos, pero abrazándole, le atraigo a mí.

—No lo hice porque no creí que tuviera derecho a pedirlo. Yo sabía que en algún momento lo harías y quizás
volverías después de tanto.

—Esa es otra de las razones por las que vine a por ti— en sus labios se dibuja una pequeña sonrisa. Ahora siento
el estallido de mi corazón. Ha sido fuerte, tanto que aun siento diminutas explosiones avivando las emociones
que albergaba. Me invade un burbujeo bastante fugaz. Siento como mis labios se estiran y voy de inmediato a
los suyos—. Te perdono porque te amo, Tom. Porque te necesito de vuelta. Porque te echo de menos y echo de
menos esto— menciona beso a beso.

—¿Me lo juras, Precioso?

—Te lo juro, Precioso.

Se acercó mirándome ahora lascivamente y sonriendo muy apenas tras llamarme Precioso. Mis manos se
situaron en sus piernas y seguí su silueta hasta tomarle con poca fuerza. Bill se inclinó para besarme, se removió
sobre mí para levantarse y sin romper el contacto, le llevé hasta la habitación. Empezamos un camino de prendas
cada diez pasos, los conté, fueron cincuenta y de esos pequeños.

—Dime una cosa…

—¡Shhht! —le corté de inmediato.

Nuevamente sentía como la piel me ardía bajo su tacto y el calor que él irradiaba era intenso en realidad. Su
pecho subía y bajaba, y al poner distancia para mirarle, le llevé contra el umbral de la puerta, percibiendo a
detalle los lunares que estaban a mi vista. Tomé su mano para entrelazar los dedos y con la diestra acaricié su
mejilla hasta llevar mi pulgar a sus labios. Absorto en cómo sin dejar su piel me deslizaba con lentitud a su barbilla,
sus jadeos apenas notorios escapaban de entre sus labios y el calor que ésta emanaba hizo que naciera en mi
pecho una oleada de éxtasis que pronto llegó hasta mi abdomen y sentí un vuelco.

Me siguió un par de pasos más hasta que le hice subir a la cama para que se situara en medio.

—Mira hacia arriba— sugerí en cuanto estuve sobre él. Bill me hizo caso y volvió la vista a mí segundos después,
mordiendo su labio inferior e inclinando la cabeza cuando me acerqué a sus labios—. Si hay algún momento en
que mi mirada no esté sobre la tuya, por favor, mira hacia arriba.

—De acuerdo.

—Pero ahora, Precioso, cierra los ojos por favor— murmuro antes de darle un beso pequeño—. Ciérralos…

Pongo mi peso contra él para que se recueste, cuando su cabeza se sume en las almohadas, beso su frente, su
nariz, sus mejillas y su barbilla para llegar a su cuello y continuar en búsqueda de sus lunares. Haciendo caminos
repetidos con todos éstos, desciendo por su pecho, me encuentro con ese aretillo en el pezón que, lo confieso,
había echado de menos. Bill sujeta mis hombros y se remueve debajo de mi cuerpo. Se me sale una sonrisa
satisfactoria y continúo descendiendo. Beso su estrella, le doy lametones y muerdo su piel. Había deseado esto
hace tiempo.
—¿Y si alzas la mirada? —se me corta la respiración, le sujeto con fuerza y llego a su vientre, notando la longitud
que ha alcanzado su miembro hasta este momento.

Encogido, me mira directamente y lanzándome una sonrisa.

Su miembro aparece ante mí, fijo mi vista en éste y a medida que me acerco y dejo escapar mi aliento sobre el.
Le acaricio con los labios hasta llegar a la punta. Bill se estremece. Le doy un lametón. Beso su punta y vuelvo
para lamerle desde la base. Las puntas de mis dedos acarician su piel en esa zona. Con el índice delineo sus
testículos y tiro de su piel utilizando también el pulgar.

—T-T-T…

Le hago la felación. Subiendo y bajando en un ritmo apenas distinguible.

Bill intenta encoger las piernas, pero no se lo permito. Alzo la mirada y noto que él se encuentra con los ojos
clavados en el espejo de arriba. Vuelvo a su miembro saboreando el sabor del sexo. Hacía tanto que nada se
igualaba con él, con lo que provocaba en mí. No, pero que idiota soy. Que él no puede ser como cualquiera. Él
es especial. Es mío.

Le veo acallar un gemido, me incorporo, tomo sus piernas y le hago flexionarlas para que se gire un poco, cuando
queda sobre su costado, su vista se fija en la mía. Me acerco al acecho, él sube los brazos y los oculta debajo de
las almohadas para sujetarlas con fuerza y después oculta el rostro.

—Este es un buen momento para mirar hacia arriba, Precioso— sugiero.

Él niega de momento. Delineo las letras del tatuaje que tiene en las costillas mientras mi mano va de su pecho,
abandonando el aretillo en su pezón hasta aprisionar su miembro. Comienzo un vaivén de movimientos leves
para llevarle al exceso. Sus jadeos son cada vez más notorios, se estremece debido al placer y se aferra a las
almohadas.

Es una lástima que no mirara el espejo en el techo, pero pronto lo hará. Lo sé.

Con suavidad, le volteo por completo y hago que se ponga a horcajadas. Su culito alzado me recuerda cuanto me
gustaba verle enrojecido, estoy conteniendo la tentación de darle un guantazo. Me limito. No debería tratándose
de él, pero no sé si sea conveniente que lo haga justo ahora. En su lugar, estrujo con saña sus nalgas, vuelvo a
masturbarle y beso su espalda hasta llegar al final donde le doy un mordisquito.

Me he restregado contra su entrada. Bill cada vez más levanta las caderas pidiéndome que lo penetre. Se mueve
para friccionarse contra mí.

Se me ha cortado la respiración y ahora ya no siento mis latidos. Nuestros jadeos y gemidos ruidosos me tienen
descolocado.

Vuelvo a acercarme a su espalda, ahora juntando el pecho ligeramente contra su piel y me hago espacio entre
su cuello para darle lametones y llegar a su oído.

—Precioso…— murmuro junto a él, carbonizándome al hacerlo.

Algo electrizante me recorre el interior y estoy seguro de que se lo he transmitido a Bill.

—Dímelo otra vez— me pide omitiendo un gemido.

Ahora le tomo con fuerza, listo para penetrarlo y él se vuelve como puede. Mis labios se juntan con los suyos y
vuelvo a repetir: —Precioso…
Jaloneo su labio hasta soltarle y bruscamente me tumbo en la cama con él sobre mi cuerpo. Ahora sí alza la
mirada, se ve tan solo un poco desorientado. Sus ojos castaños brillan a llama viva, su pecho sube y baja sin
control alguno y sus manos guían las mías por su cuerpo. Mi diestra se desvía hasta su muslo, le hago separar las
piernas y sin dejar de mirarle, levanto su pierna para tener un mejor agarre. Su mano izquierda lleva la mía hasta
las sábanas y entrelazando los dedos, cierra el puño, mostrando su desesperación. Le veo morderse el labio
mientras se masturba. No le dejo solo, mi mano va sobre la suya para aumentar su placer y siento que me
deshago por dentro. Me estoy consumiendo. Estoy enloqueciendo.

Susurrando mis jadeos a su oído, siento también lo caliente que está su cuerpo al fusionarse con el mío y como
ha curveado su espalda sobre mi pecho por la intensidad de esto. No pierdo más tiempo y él lo nota. Apoya
ligeramente los codos en la cama y yo me adentro de él de poco en poco hasta aumentar el ritmo. Las sensaciones
se intensifican. Sus gestos me descolocan. Y los sonidos de placer me dejan idiota.

El esfuerzo. El dolor. El placer... Todo me consume.

Que egoísta soy. Sé también que esto está consumiendo a Bill. Y me gusta verle. Me gusta como su cuerpo vuelve
a temblar por el placer que le causo. Me gusta ver como sus gestos cambian, se vuelven únicos y repaso en mi
mente una y otra vez este momento.

Siento como si se desvaneciera. Es como si yo mismo quisiera que traspasara a mi interior para no dejarle.

Cada vez lo siento más cerca.

Bill dice mi nombre. Dice que me quiere. Dice no me detenga.

Aumento el ritmo. Me estoy carbonizando ¡Joder! Que no puedo. No puedo…

Al mirar a Bill, noto que se ha corrido un poco. Siento como mi miembro se oprime en su interior y seguido una
presión me hace salir. Curiosamente, llegamos al orgasmo al mismo tiempo. Eso sólo había pasado una vez, aun
lo recuerdo, nosotros estábamos en Francia.

El clímax se siente diferente. De pasar a la omnipotencia del momento, ahora me siento ahogado. El corazón no
me para, llevo una mano al pecho de Bill y siento sus latidos. Le hago mirarme, junto su frente con la mía y él se
desliza para acomodarse sobre su costado y acurrucarse a mí.

Cuando nuestras respiraciones parecen más tranquilas, le invito a la ducha, donde no paro de mimos. Siento
como si en algún momento él fuese a desvanecerse. No quiero. No puedo permitirlo. Sé que justo hoy no me
costó nada a comparación de él quien fue que se determinó en venir hasta aquí sólo por mí y eso solo declara
una cosa. Pero eso no significa que yo no haya puesto de mi parte. Lo hice hoy y lo hice antes. Lo seguiría haciendo
por nosotros, igual no dejo de sentir algo cruzarme el pecho de forma incómoda.

Al volver a la cama y verle tan tranquilo entre las sábanas aun mirándome, me hace sentir un burbujeo por
dentro. Bill no dice nada, pero sé que quiere hacerlo. La mirada lo delata. Muerdo el interior de mis mejillas y
me dedico a recorrerle con la vista las veces que sean necesarias para rememorar el momento por siempre. Su
cabello húmedo y revuelto logra provocarme. Su mirada y la manera en la que yace recostado, hace que me
pregunte, quizás por enésima vez, cuán real es esto. Cuando me vienen los recuerdos, me recuesto sobre mi
costado y estiro la mano para llevarle unos mechones de cabello hacia atrás, como sólida hacerlo hacía tiempo.

—¿Por qué me miras así? — sonriente, se encoge en la cama, apachurrando la almohada entre sus brazos.

—Así ¿cómo?

—Así como sólo tú sabes mirarme.


Que diga eso me da gracia. No porque me parezca algo fuera de lugar, sino que me ha recordado lo inocentón
que solía ser.

—Sólo te miro y ya— me encojo de hombros—. Quiero recordarte así esta y todas las noches. No hay más ciencia,
Precioso.

—Que me llames así es…

—¿…extraño?

—No, en verdad iba a decir que era lo que quería escucharte decir una, dos y mil veces.

Su sonrisa se amplía y me contagia. No puedo con esta sensación que me embriaga. No me sentía tan feliz en
mucho tiempo.

—Precioso…

—¿Sí?

—Precioso.

—¿Qué?

—Precioso— suelto una risa y él aprieta los labios para no hacerlo. Las mejillas se le han ruborizado tanto y ahora
sí que se ve inocentón—. ¿Qué? ¿No querías que lo dijera mil veces? Sólo llevo tres.

Bromear así es algo irónico. Él toma una almohada y la avienta contra mi pecho. Guarda silencio por un momento
y por fin dice lo que, estoy seguro, tenía ganas de decir desde que llegó.

—Deberé volver en algún momento, pero aun quiero ir a casa contigo.

—¿Volver?

—Es que…

—Dime una cosa— le corto de inmediato al incorporarme—, ¿Leo sabe que estás aquí?

—No, pero él…

—…él no se opone a que me veas— termino la oración por él—. ¿Te das cuenta que está controlándote?

—No hace eso— le defiende.

—Bueno, tal vez eres demasiado ingenuo para notarlo.

No debí decir aquello. Me quedo callado y él pretende salir de la cama, pero se lo impido.

—No quise decirlo.

—No sé si entiendes cuál es el problema, Tom, pero para estar contigo primero debo dejarle a él.

—Sé que no lo hiciste para venir hasta aquí— menciono de inmediato—. Pero… ¿Lo harás? —escéptico, levanto
una ceja y él asiente.

—Claro que sí. Si no estuviese seguro de hacerlo, no estaría aquí contigo y no habría dicho que…— se detiene de
golpe porque sabe que disfrutaré nuevamente el que diga esas palabras para mí—. Ya sabes.

—Pero quiero que me lo digas— le atraigo nuevamente a la cama y posa la cabeza sobre las almohadas tan cerca
de mí que nuestras narices se tocan ligeramente—. Por favor, ¿sí?
—No. Pero sí puedo decirte que estaré realmente feliz de que vayas a Londres y sigamos viéndonos en lo que
resuelvo lo de Leo.

—¿Te das cuenta lo que me pides?

—Sí y lo quiero en verdad.

—Bueno, dime en qué términos quieres que vaya.

—No te entiendo— frunce el entrecejo, pero evito que ese gesto se le marque en el rostro justo ahora.

—Quieres que vaya a Londres y sigamos viéndonos como si fuéramos ¿qué?, exactamente.

—Estoy seguro de que amigos jamás fuimos.

—¡¿No?! Pues te recuerdo, Precioso, que acepté tu petición de conocernos. Dime tú si eso no hacen los amigos.

—Me tuviste en tu cama antes de que eso pasara— recuerda con humor y golpea mi hombro. Digamos que ahora
no tenía fuerzas para hacerlo en serio.

—Lo sé— mi brazo le rodea por momentos hasta acariciarle la espalda. Siento como el cosquilleo le hace
removerse en gracia bajo mi agarre—, pero también fuimos amigos y fuimos novios.

—Yup.

—Pero tal vez no basta— sonrío idiotamente—. Te siento mío y a la vez no.

—Aunque llevara tu nombre en mi piel no dejarías de pensar en eso, ¿verdad? Pero va a cambiar, Tom. Volví a
contigo.

—Volviste…— repito convencido de que, evidentemente, así fue—. Pero ahora…

—¿Cómo amigos y novios?

—Me parece que el término correcto sería amantes— levanto las cejas fugazmente y noto como la mirada de
Bill se enciende al escuchar esa palabra—. Sí, amantes.

—Pero que esté con Leo y contigo lo hace ver diferente.

—Lo hace prohibido— le corrijo—. Mira, el ser amantes no implica lo que sé que estás imaginando.

—Dime.

—Los amantes no son más que aquellos que se aman y guardan el secreto. Y tú y yo ya habíamos sido un secreto.

—Y ser amantes nos hace diferentes a ser un secreto— la picardía enciende su mirada y se refleja también en
una sonrisa.

—Pospuesto que sí— acorto la distancia y le planto un beso—. Así que, Precioso… ¿serías mi amante?

Me dedica un ligero asentimiento y después en un murmuro dice que sí. Se acerca nuevamente y me da un beso
que, yo con gusto, lo acepto hasta prolongarlo.

Nos quedamos en silencio después de eso. Me mira. Le miro. Hay tanto silencio que puedo escuchar su suave
respiración y lo calmado que está su corazón.

Luce cansado, sus ojos empiezan a apagarse y pretendo dejarle dormir, pero entonces levanto la mirada y veo
por la ventana todas las luces resplandecientes de la ciudad. La torre Eiffel del Paris, me hace recordar cuando
estuvimos en Francia. Cuando esa noche después de terminar agotados sobre la arena, se metió en mi cama a
mitad de la noche. Es ahora que el momento me parece familiar. Bill no ha cerrado los ojos, sigue mirándome en
silencio desde hace un rato y no lo había notado porque estaba más en mis fantasías que con él en la cama.
Vuelvo a ver las luces de afuera y como los chorros de agua de la fuente de aguas danzarinas se elevan tan alto
que me resulta perfecto, pero detrás de esos chorros, destella algo y me viene a la mente esa pesadilla
recurrente.

Vuelvo mi vista a Bill y él se mantiene en su lugar sin comprender por el arrebato que tengo al poner distancia.

Trago pesadamente y dudo sobre hablar. Vuelvo a mirarle y él me pide que diga algo, lo que sea. Y lo hago.

—Cuando pasó aquello de nosotros y murió mi padre…— empiezo a decir entre titubeos. Bill espera por mis
palabras—, fue cosa de unas semanas, tal vez, para que una noche despertara alterado gracias a un mal sueño.
Ahora que lo recuerdo, no he vuelto a tenerlo y no sé por qué.

—No entiendo, ¿soñabas lo mismo una y otra vez desde que nos alejamos?

—Sí. Y ni yo entiendo cómo me ha cruzado por la mente ahora, pero igual siento que debes saberlo.

—¿Y qué era ese sueño? —no puede evitar morderse los labios.

—Discutíamos, sólo eso. Pero era más intenso de lo que lo hicimos y sentía como si me ahogara o fuera
espachurrado hasta no poder más. Era un sueño muy caótico donde yo terminaba por irme y me seguiste hasta
donde pudiste— guardo silencio por unos momentos y lanzo un suspiro. Los labios me tiemblan un poco, pero
puedo soportarlo y fingir que no ocurre nada. Y mirándole a los ojos, termino por contarle: — Yo moría. Iba en
el auto y moría.

—Tom…

—… Y despertaba tan alarmado a mitad de la noche, buscándote para que lograras calmarme por lo que había
pasado, pero no estabas ahí. Nunca estabas— le interrumpo—. Tenía el interior tan revuelto que me costaba
unos instantes asimilar la realidad. Siempre lamenté eso, Bill.

—¿El qué?

—Sé que no lo he dicho oficialmente o tal vez el volver a tenerte conmigo en la cama logró moverme todas las
ideas respecto a esto y me hizo olvidar incluso lo que dije.

—¿Qué cosa? — su mirada urgente hizo que me quedara en blanco.

Me incorporo y él, más que intrigado, me imita y espera durante segundos eternos a que diga algo, como no lo
hago, lleva sus manos a mi rostro. No tiene ni idea que hacer o qué decir. Lo sé.

—¿Qué cosa? — insiste.

Es como si por arte de magia todo estuviese bien conmigo. Por extraño que parezca, casi es apacible y me cuesta
ver cómo ha ocurrido aquello.

Sé que Bill está confundido justo ahora. Sé que no he dicho nada en un rato, pero siento que ya no es necesario
dudar. Todo respecto a lo acontecido hace tanto tiempo, parece que se ha desvanecido de momento y sólo por
él, porque le tengo cerca y lo único que quería durante casi un año era esto; tenerle. Está aquí y ya. Sé que hay
mucho detrás de nosotros, pero no importa. Le quiero. Podemos olvidarlo. Podemos comenzar de nuevo.

El corazón me tiembla y aun estando así comienza a latir tan rápido como queriendo escapar de mi pecho.
—Lamento tanto lo que te dije. Me arrepiento en serio, Precioso. Yo jamás…, yo jamás había imaginado que
alguien…— me aclaro la garganta—. Es que no siento que pueda usar las palabras adecuadas justo ahora, sólo
debías saber eso y también que te quiero y que, justo ahora, me encuentro bien. Extrañamente duele, pero estoy
bien.

Lo único que había necesitado este tiempo en su ausencia era desahogarme, supongo. La mirada de Bill es
tranquila. Se abalanza sobre mí para devolverme a la cama y se aferra tanto como puede.

Se siente bien estar con él aquí, pero esta no es la cama que compartíamos cada noche y tampoco es el lugar
donde pasamos la mayor parte de nuestra relación. No es que el estar en este sitio no haya sido importante,
claro que lo fue, pero la casa junto a la playa es más que especial.

—¿Nos vamos a casa?

—Ya te habías tardado en pedirlo— bromea y se me sale una carcajada gracias a su ocurrencia.

Le aparto de momento y me extiendo sobre la cama para alcanzar el dije que yace en la mesita de noche. Al
volverme, él me mira ocultando una sonrisa detrás de un gesto inocentón, enardeciendo mis intenciones.

Me acomodo sobre la cama para después colocárselo y él se sitúa sobre mí. Le miro detenidamente, emocionado
por esto, Bill rodea mi cuello con sus brazos y entonces le digo:

—Es tuyo, Precioso.

—Y yo soy tuyo.
Capítulo 16

Estoy realmente exhausto. No he sido capaz de cerrar los ojos para descansar por lo menos cinco minutos porque
he estado viéndole dormir toda la noche. Su posición no ha cambiado desde que cayó dormido, pero eso sí, ha
hecho gestos ante algo, lo que fuera que estuviese soñando seguro era malo. Ha arrugado la nariz, torció
suavemente los labios e incluso dijo algo que no entendí. Aquello me hizo recordar lo que me contó de esa
pesadilla y por un momento quise despertarle, pero después se relajó lo suficiente y entendí que tan sólo tenía
un sueño como cualquier otro. Hasta me dio gracia cuando volvió a decir algo, pues recuerdo que cuando
dormíamos juntos, ocasionalmente yo despertaba a mitad de la noche y le escuchaba decir cosas sin sentido o
apenas lograba balbucear quien sabe que cosas.

Anoche sucedió algo que aún no termino de explicarme. Suelto la respiración y, mirando al techo, intento
hacerme a la idea de que hemos estado juntos otra vez. No tenía otro plan en mente que no fuera quererlo y ya,
dar por entendidas las cosas con una simple mirada y saltarnos la parte en la que éramos conscientes del daño
que nos hicimos.

Todo va bien hasta ahora. Se me sale una sonrisa cuando recuerdo la manera en la que salimos del hotel y gente
que ni siquiera conocía, nos miró detenidamente porque íbamos juntos. Íbamos tomados de la mano y se
percibía totalmente lo que fluía dentro de nosotros. ¡Qué se nos salía por los poros! Y al llegar afuera, Steve
simplemente sonrió con complicidad. No habría logrado llegar hasta aquí sin él. Le di las gracias con una mirada
y Tom y yo subimos al helicóptero que nos trajo a Los Ángeles. Llevamos tres días aquí. Resultó extraño al
principio, no lo niego, pero simplemente sobraron las palabras. Él me lo gritaba con la mirada, quería estar
conmigo como hace tanto tiempo y yo en verdad necesitaba sentirle cerca. Ni siquiera salimos de la habitación
en este tiempo, realmente no necesitábamos mucho del exterior.

Anoche caímos —de una manera frenética—, en esta cama que tanto había echado de menos compartir con él
y, si lo sigo pensando, mi piel reacciona al recuerdo de como sus manos e incluso sus labios reconocieron
nuevamente cada parte de mi cuerpo. Siento sobre mi piel su tacto, las palabras que susurraba, su aliento ir y
venir, aumentando más la excitación que me consumía. Incluso volvía a mí la manera en la que me sujetaba, con
esa ansia y temor a perderme al estar con él. Ese sentimiento ardiente que atravesaba mi corazón y latigueaba
en mi interior, aún seguía dentro de mí, acelerando mi corazón y logrando entorpecer mi respiración. Pero lo
único que había logrado hacer estallar todo lo que sentía, fue el hecho de haberle escuchado decir mi nombre.
Me miró a los ojos y dijo mi nombre.

No pude con eso. No pude con la descomunal sensación que provocó en mí. Jamás había sentido el
desvanecerme y estallar por dentro al mismo tiempo. Jamás había sentido tanta euforia provocada por algo
semejante.

Quise ocultar el rostro para no dejarme vencer y llorar ante él. Quise besarle hasta que se me extinguieran los
labios y no escuchar una palabra más. No porque no quisiera, sino para no sentir lo que se desbordaba en mi
interior. No lo sé explicar. Fue algo que me hizo dudar sobre lo bueno o malo que había sido aquello, pero
finalmente y después de tanto, no todo era una fantasía. Había ocurrido. Fue real y mi cuerpo aun tiembla ante
los estragos de las últimas noches en las que volví a sentirme tan suyo.

Cuando cierro los ojos y me acurruco a él, revivo aquello y tengo tantas ganas de volver a ceder. Lo haría sin
pensarlo. Lo haría siempre.

Amaneció tan rápido que todo lo que había abordado mi mente, ahora parece ser diminuto. Al entrar los
primeros rayos de sol a la habitación, levanté la vista hacia su rostro. Noto que sus cabellos siguen despeinados
y me parece increíble que su frente y los pequeños cabellos que se adhirieron a su piel, aún se vean adornados
por diminutas y brillantes gotitas de sudor.

—Hola…— dije muy cerca de sus labios. No esperaba que respondiera, hablé tan bajo que jamás podría haberle
despertado.

Le admiro en silencio. Siento la brisa que entra por la puerta corrediza y el sonido de las olas apenas se distingue
junto con su respiración. Mi mano va hasta su frente, peino sus cabellos llevándolos hacia atrás, las puntas de
mis dedos reconocieron sus cejas y bajo mi tacto pude sentir la punta de sus pestañas rosar mi piel. Descendí
hasta su nariz, después delineé sus labios con mi pulgar hasta acunar su rostro en la palma de mi mano. Se me
sale una sonrisa y acaricio sus cabellos sueltos hasta llegar a su hombro, acariciando su brazo hasta volver a subir
y dejar mi mano inerte en su pecho, sintiendo bajo mis dedos el dije plateado. Hemos estado llevándolo por
turnos, no sé por qué, pero se ha vuelto muy cómplice. Muy nuestro. Miro el anillo en mi dedo y después veo el
suyo. Anoche me dijo que, a partir de hoy, no nos los quitaríamos por ninguna razón y que el dije lo llevaría yo
hasta la siguiente ocasión en la que nos viéramos, lo llevaría él.

Todo lo que hemos dicho, prometido y confesado estos días, me tiene en el limbo. Me resulta más que perfecto
el que hayamos dejado en el olvido todo lo ocurrido y empezado de nuevo, más bien, tratar de volver a comenzar
algo diferente, pero no puedo evitar pensar en lo que pasará. No creo en el arrepentimiento a estas alturas, pero
hay una culpa en mi pecho que intenta absorber todo lo que recién estamos construyendo.

Adoro la cercanía que tenemos a todo momento. Mi corazón se sacude con locura ante la emoción y una
sensación de llamaradas en mi pecho me acompaña a todo momento. Estoy bien. Jodidamente bien, pero eso
que me encanta es lo que me hace querer retroceder. Hay algo que me dice que estoy a punto de ser feliz y, de
alguna manera, siento que ese algo viene por parte de Leo.

No he sido sincero con Tom. Él cree que sí y cree que lo llevaré bien en cuanto a Leo se trate, pero no será así.

Ni yo mismo entiendo cómo puedo estar y no estar de acuerdo con lo que dije.

—Lo siento— le digo y tomo su mano por debajo de las sábanas—. Voy a resolverlo, créeme.

La verdad, si sigo con esto, no sentiré siquiera que haya tenido derecho a haber vuelto. Voy a resolverlo. Dejaré
de pensar en todo lo demás, voy a fijarme que sólo importamos nosotros y, aunque me hiera bastante, me iré
de con Leo.

—Será cuestión de tiempo, te lo prometo.

Estoy tentado. Quiero besarle hasta hacerle despertar, pero no lo hago. No quiero limitarme, pero no puedo
despertarle, luce tan tranquilo que no tengo derecho a interrumpir su descanso. Finalmente me atrevo. Muevo
mis labios sobre los suyos, pero no consigo despertarle. Con mucho cuidado, quito la sábana de su cuerpo y subo
a horcajadas sobre su cuerpo desnudo.

—Tom…— me inclino a besarle la frente, la nariz y los labios—. Despierta. Feliz cumpleaños.

Sigo besándole hasta hacerle despertar. Se remueve debajo de mi cuerpo y lanza un suspiro cuando pongo poca
distancia entre nuestros rostros. Cansado, abre los ojos y pestañea un par de veces. Lleva las manos hasta sus
ojos para restregar el revés contra ellos y así despabilarse un poco. Sonríe con cansancio y me dedica una mirada
entrecerrada.

—¿Qué hora es?

—¿Es tu cumpleaños y sólo te preocupas por la hora? —vuelvo a besarle.


—¿Es hoy?

—No, mañana— bromeo. Nos reímos al unísono. Tom me mira y pasa las manos por mi cabello hasta que toma
mi rostro.

—Sería un alivio que así fuera, pero los milagros no existen— sus cejas se juntan un poco y se le hace esa línea
en la frente—. No quiero que te vayas.

Culpable, bajo la mirada por haberle hecho aceptar que hoy sería nuestro último día en casa. Había insistido
tanto en que cambiara de opinión, pero no lo hice y al final cedió. Era lo mejor.

—Es temprano, por si te preocupaba. Tom, aún tenemos tiempo para nosotros.

—No hagas eso.

—¿El qué?

Confundido, le miro directamente y él me analiza con lentitud. Se incorpora y entonces me muevo para volver a
mi lado de la cama.

—No hagas eso. No me mires como si quisieras compensarme por esto. Aun siento que te irás y que, de alguna
manera, pasará como la última vez— lleva la mano hasta mi barbilla y me hace levantar la mirada—. Todo ocurrió
en mi cumpleaños y ahora te vas de nuevo. Temo a que no nos veamos dentro de mucho. Temo a que si sales
por la puerta yo… Mm. Quiero tenerte aquí. Quiero que sigas conmigo y quiero seguir viéndote así.

—Así, ¿cómo?

—Así como ahora, recostado cerca de mí, como si descansaras en la luna.

Sin perder tiempo, acorta la distancia y sus labios van a los míos. Su beso es lento, apenas y acariciando mis labios
con los suyos, dejando que el frenesí crezca en mi interior y lo contenga lo suficiente para sólo dejar escapar
suspiros cuando intenta poner distancia. Me inclino a la derecha para poder encajar más que a la perfección,
pero siento como esta situación le hiere y me retiro al instante.

—Han sido los cumpleaños más horribles que he tenido y no quisiera…, es que yo no quiero que te vayas. Bill, no
quiero perderte de nuevo— me estrecha entre sus brazos y se aferra a mí tanto como puede—. No puedo con
eso, ¿entiendes? No puedo hacerme a la idea de que te irás.

—Lo siento. Pero voy a volver y lo sabes— intento calmarle, no quiero que tengamos esta conversación de nuevo.

—Que lastima que sólo pueda escuchar eso. Supongo que lo averiguaremos en una semana, ¿no?

Está inseguro sobre todo esto, no hay que ser un genio para saberlo, se nota demasiado.

Me incorporo en la cama y recargo la espalda en el cabezal. Miro el anillo en mi dedo, me lo quito y me lo pongo
una y otra vez mientras pienso qué haré hasta que me levanto y voy detrás de sus pasos. Abro la puerta con sigilo
y me adentro sólo para verle a través de los cristales empañados. Digo su nombre, pero él ni se vuelve a verme.
Pasa las manos por su cabello y deja que el agua siga corriendo por su cuerpo, cuando abro la puerta de la ducha,
Tom gira un poco la cabeza para verme. Doy un paso y le rodeo con los brazos, juntando mi pecho a su espalda
y posando la mejilla en su hombro. Le digo que nada fuera de nuestras promesas pasará esta semana hasta que
nos veamos en Londres. Le hago confiar en esto y hasta propongo algo más para que deje de dudar, Tom miente
tan bien diciendo que lo siente y que haremos sólo lo que teníamos planeado, pero yo sé que su mayor temor
es a cómo vaya yo a actuar con Leo y a último minuto no lo deje.
Más tarde, cuando tengo listo el equipaje, llega Steve para llevarnos. Tom ha insistido tanto en que tome su Jet,
pero me he negado totalmente. No quiero retrasar mi regreso pues sé que, si tomo su Jet, él me hará quedar
hasta el anochecer o incluso hasta mañana. Debo volver pronto, no quiero que Leo levante sospechas.

Cuando vamos camino al aeropuerto, Tom me da la dirección del piso que ha rentado en Londres y un número
móvil para que pueda llamarle, pero de ahí en fuera no hemos cruzado más palabras. No lo está llevando tan
bien como dijo antes de que subiéramos al auto. A penas y me mira, tan sólo me toma de la mano y sólo puedo
sentir como se rompe por dentro.

Steve intenta hacer más ameno el camino, pero no da resultado. Ha mencionado que hay asuntos importantes
en el hotel, así que Tom deberá ir al helipuerto después de dejarme a mí.

El transcurso es lento, silencioso e hiriente. Cuando llegamos, Steve espera en el auto y me despido de él sólo
con un corto abrazo. Tom me acompaña al registro del billete de avión y en silencio, aun tomados de la mano,
nos dirigimos hasta el segundo piso. Me detiene antes de llegar a las escaleras eléctricas, sabe bien lo que va a
suceder. Una vez que las suba, pasaré el primer módulo de seguridad y no podrá acompañarme y dudo
demasiado que quiera limitarse a solo ver cómo me pierdo en la distancia.

—Me llamarás cuando llegues, ¿cierto?

—Sí, pero después de eso no hablemos tan seguido, al menos no el próximo par de días. Quiero estar seguro que
Leo no sospeche, tú sabes…— respondo bajando la mirada y jalando con nerviosismo la correa del equipaje de
mano—. Vas a… ¿Vas a extrañarme? —pregunto ahora mirándole a los ojos.

—Creo que todo el mundo es malísimo con las despedidas— dice sin siquiera mirarme—. Pero para
responderte... Comencé a extrañarte desde que me dijiste cuando pensabas partir.

—Eh, Precioso, no me hagas llorar— digo ocultando mi tristeza y la de él con un poco de humor.

—¡Oh, calla! —me abraza repentinamente y suelta la respiración junto a mi oído—. Que el que está a punto de
quebrarse soy yo.

—¿Crees que yo no?

Se queda callado y su agarre se vuelve un poco más fuerte. Tampoco quiero dejarlo y me aferro a él tanto como
puedo. Me parece increíble que ahora si tengamos una despedida.

—Te amo— se apresura a decir y toma distancia para ahora llevar sus manos a mi cara—. Te amo. Te amo. Te
amo, Precioso— y beso a beso, vuelve a pronunciar esas palabras—. Nos vemos en una semana.

Se me está partiendo el corazón, puedo sentir los pedacitos que se desprenden cuando éste late tan acelerado.

—Debo irme…

—Nonono. Uno más, por favor.

Sus labios van a los míos para reclamarlos a su manera y rompo la cercanía cuando el aire es necesario.

—Una semana— me recuerda y le dedico un asentimiento. Lleva ambas manos a su nuca para quitarse el dije y
entonces me lo pone—. Y no me digas adiós porque en cuanto te vuelva a ver…

—Está bien— su falsa advertencia me hace reír. Le calmo dándole un último beso—. Nos vemos.

—Nos vemos, Precioso. Te amo.


Le dedico una sonrisa triste y él retrocede para verme de lejos. Estoy tentado en bajar las escaleras y arrojarme
a sus brazos, pero me contengo. Levanto la mano y la sacudo levemente a los lados, él hace lo mismo hasta que
me vuelvo y le doy la espalda. Para cuando estoy en el avión, siento un hueco en el pecho y volver a Londres se
me hace bastante pesado. Durante todo el vuelo he llevado la mano en el pecho y sujetando el dije, leyendo en
ocasiones la leyenda que tiene detrás y después lo guardo junto con el anillo en el bolsillo interno de la chaqueta.

Las horas pasan realmente rápido y no me lo puedo explicar, cuando menos me di cuenta ya estaba en Londres
a punto de tomar el auto que me llevaría a casa.

Estoy tan nervioso y dudoso. Me duele estar en esta posición, en medio de Tom y Leo. Tal vez soy el culpable de
todo y debería salir de sus vidas cuanto antes, dejar que todo se enfríe sin importar cuanto tiempo me tome,
pero no hay vuelta a la hoja. He prometido algo a Tom y no sé si sea capaz justo ahora de llevar acabo lo que
tenía pensado. Leo no ha hecho más que buscar que sea feliz y no puedo lastimarle tan brutalmente como tenía
en mente hacerlo.

Mi móvil no ha dejado de sonar y sigo sin tomar la llamada de Leo. No quiero hacerlo. Temo a que a que actúe
como un loco por lo que pasó antes de irme. Los primeros días él ni siquiera llamaba tan insistentemente y ahora
no sé por qué lo hace o qué es lo que quiere.

Cuando llego a casa no dispongo ni de cinco minutos para tomar un respiro y poder avisar a Tom que finalmente
he llegado porque ya están llamando a la puerta. Me asomo por la ventana de la habitación y veo el auto de Leo
estacionado en frente. Miro el móvil y éste me muestra una llamada entrante suya. No sé si contestar. No sé si
bajar y abrir. Estoy que se me sale el corazón y espero con todas mis fuerzas a que, si hago alguna de las dos
cosas, no vaya a flaquear ante lo que sea que me diga.

Finalmente me decido a bajar. El timbre dejó de sonar repetidas veces para dejarme escuchar sus toquidos
desesperados, incluso me ha llamado para que fuera a abrirle.

Mi interior es un revoltijo tremendo y un latigueo casi electrizante me paraliza por completo antes de abrir la
puerta.

Tomo una respiración y trago con pesadez para después abrir. Leo aparece frente a mí más que desaliñado y
desesperado. Luce un tanto agitado y el gesto que me dedica es uno que demuestra la incertidumbre que siente
en su interior.

—¡Precioso! —se adentra por la pequeña abertura de la puerta y me estrecha entre sus brazos—. Lo lamento.
En serio que lo lamento tanto.

—Leo…— intento alejarlo de mí, pero no puedo.

—Lo sé, lo sé. Yo sé que no quieres verme por como terminó nuestra discusión antes de irme, pero escucha; volví
a por ti. Fue estúpido, ¿sí? Y…— se detiene de golpe y me aparta de sí—. ¿Y ese equipaje? —me muerdo las
mejillas por dentro y le miro sin decir nada. Va hasta el equipaje y después de vuelve a mí—. ¿A dónde vas? O
más bien, ¿de dónde vienes?

—No vengo de ningún lado— respondo de inmediato.

Leo me mira de manera suplicante, pero no pidiendo una respuesta, sino otra cosa. Sé perfectamente que quiere
que le perdone. Eso va contra todo lo que tenía pensado hacer y decir para que termináramos más que
distanciados en cuanto pusiera un pie en Londres, pero no contaba con que él volvería tan pronto de Australia.

—¿Regresarás a casa conmigo? —se acerca a mí y retrocedo instintivamente. Temo ser demasiado idiota como
para decirle con una mirada todas mis intenciones—. Volví antes por ti, Precioso. Dejé tantas cosas pendientes,
pero tú no respondías las llamadas y debía verte cuanto antes para disculparme. No quiero estar así contigo, Bill,
por favor.

Bajo la mirada y mil ideas cruzan por mi mente tan rápido que logran atontarme por completo.

—Leo, quiero…

—Yo también quiero muchas cosas, Precioso y una de ellas es que vuelvas conmigo. Mira que fui a casa y al no
verte vine aquí tan rápido. Sólo quería…, Bill, yo sólo…

Mi mente está realmente hecha un desastre y verle aquí pidiéndome eso, hace que se me remueva el corazón y
no puedo con eso. No puedo con la manera en que me mira y bajo la mirada, tentado en rasguñar la tela de los
jeans, pero él está frente a mí y toma de mi barbilla para hacerme levantar el rostro y mirarlo a los ojos.

—Lo lamento tanto— murmura muy cerca de mí.

Aprieto los labios y siendo incapaz de resistir esto, me arrepiento totalmente sobre cualquier estúpido plan en
mi mente y lucho contra el nudo que nace en mi garganta.

—No venía de ningún lugar, de hecho, yo iba… Leo, yo…— no me sale la voz, pero él lo deduce y sonriendo de
manera reconfortante, me abraza y siento la calidez al momento.

No puedo hacerlo. No hoy, quizás tampoco mañana. Le quiero y no puedo lastimarlo así. Yo no soy así. Yo no…
¡Mierda!

Oculto el rostro en su cuello y me esfuerzo por no llorar. Cuando dije a Tom que me iría de con Leo, deduje que
no sería sencillo, pero no sabía que tanto iba a doler el intentarlo y que tan difícil sería el poder tratar de evadirlo.

—Perdón, tan idiota como pocas veces he sido contigo, Bill.

—El equipaje es porque pretendía volver a casa— miento y su agarre se vuelve reconfortante—. T-Te perdono,
Leo.
Capítulo 17

—¿Quieres escucharme?

—¡¿Y tú quieres decirme por qué pasó eso?! —le exijo. Estoy controlando las ganas de voltear el estudio de cabeza
o mandar a la mierda todo lo que está frente a mí en el escritorio, pero esas rabietas de niño ya no me van y me
limito a solo cerrar el puño y golpear el brazo de la silla cómoda—. Creí que… Bill, me dijiste que lo dejarías.

—Ya sé que te lo dije— Bill, a diferencia de mí, ha mantenido la calma los últimos minutos.

—¡Creí que al poner un pie en Londres harías algo como evitarlo o qué se yo!

—Ya sé, Tom. Ya sé.

—¡¿Y entonces?! —desesperado, me levanto echando la silla para atrás y voy a por un trago—. Asististe a esa
gala con él y frente a todo el mundo dijo que eran pareja.

—Tom…

—¡Te abrazó y te besó! Todos te vieron, Bill ¡TODOS! —al prepararme el trago, llevo el vaso hasta mis labios, pero
me detengo al escuchar a Bill.

—Sí, incluso tú.

No sé cómo interpretar su tono de voz, pero no me quedo callado.

—Lamentablemente— digo de inmediato y corto la llamada.

Se me han ido las ganas de beber. Se me han ido las jodidas ganas de todo.

Esta mañana Alina dejó un sobre para mí en la recepción y, ¡joder! Sé que estoy haciendo lo que ella esperaba al
reventar ahora mismo que he visto lo que contenía ese sobre. Todo el maldito día estuve tentado en llevarlo hacia
la trituradora de papeles, pero me lo pensé a fondo y ya que he visto impreso un artículo de una gala en Londres
donde Bill asistió junto con Leo y les tomaron un millón de fotografías, estoy que me lleva la mierda.

Dejo en vaso sobre la mesita de centro cuando voy al living en cortos y fuertes pasos hasta que me dejo caer y
miro el techo. Los celos me están llevando verdaderamente lejos y debo dejar de pensar en ello, pero es que no
puedo ¡No puedo!

El móvil suena con insistencia entre mis manos y espero que deje de sonar. No pasa ni un segundo cuando Bill ya
está llamando otra vez, entonces pongo el altavoz y dejo el móvil en mi pecho.

—¡Qué!

—¡¿En serio, Tom?! Es que tienes cinco años para colgarme el teléfono, ¿eh?

—Cállate antes de que cuelgue de nuevo. Tus reclamos no me van.

—¡Ah! Pero tú supones que a mí sí me van los tuyos, ¿no?

Respondo con un bufido y llevo ambas manos hasta mis ojos.


—D-Debí suponer que eso pasaría. Y tú debiste dejar que me hiciera cargo de Leo, te lo dije. Te dije, Bill, que no
volvieras a Londres porque yo podría hacer algo al respecto— menciono ahora en calma. No estoy del todo
relajado, pero sé que seguir gritándole no llevará nada bueno—. Pudiste decirle que no querías ir a la gala y ya.

—Tom, escúchame.

—Dime si estás viviendo con él— le interrumpo antes de que pueda decir algo más. Bill se queda callado, yo
aprieto los labios en espera de su respuesta, pero como no dice nada, entonces prosigo: —Si lo estás haciendo…

—No, no vivo con Leo.

—¿Pero el primer día volviste a con él?

Quiero que diga que no. Quiero caer en cuenta de lo equivocado que estoy, sólo así podría sentirme aliviado.

—Sí.

Con esa simple respuesta Bill logra pulverizarme desde adentro. Mis latidos torpes hacen que mi corazón poco a
poco empiece a bajarme hasta el estómago. Los labios me tiemblan y me niego en abrir los ojos y separar las
manos de mi rostro.

—E-Entonces creo q-q-que necesitas un tiempo para asimilar las cosas nuevamente, Bill— nervioso, espero unos
momentos para seguir hablando.

—No sé si te estoy entendiendo— le escucho esnifar, entonces me incorporo sobre el sofá y tomo el móvil hasta
llevarlo cerca de mis labios.

—T-Tal vez te apresuraste en venir a buscarme y ambos fuimos demasiado rápido al prometernos cosas. F-Fue
demasiado rápido prometernos a-algo que no íbamos a cumplir.

—Ni siquiera me has dejado decir nada respecto a él. ¿O es que pretendes que terminemos como la última vez?
¿En serio no vas a dejar que me justifique?

—No lo hagamos más difícil.

—¡Difícil! —dice con sorpresa—. Me duele que estés diciendo esto, Tom. Que quien ha decidido por mí eres tú y
mira que estoy por mandarte a la mierda, pero no lo haré. Y no entiendo para qué…

—Ya sabes, un tiempo para que consideres las cosas— vuelvo a interrumpir sus palabras—. Y no vernos el sábado
como teníamos pensado.

—No tienes ni idea de lo mucho que me duele que no creas en mi palabra.

—Y tú no tienes idea de cuánto me dolió verte con él— digo en un tono tan cortante que puedo escuchar como
eso le quita el aliento—. Eres un gran actor, Bill. Las sonrisas y los besos se te dan bastante bien— me hiere decirle
esto, pero ya ni sé en qué estoy pensando. Estoy hablando por hablar y no quisiera detenerme, es necesario,
extrañamente, para hacerme sentir mejor.

—El tiempo que, según necesito, me caería bien si fuera contigo.

Sus palabras pinchan en mi interior y entonces dejo de hablar por un momento. Él también se limita a solo dejar
que su respiración choque contra el teléfono durante largos minutos. Necesitábamos calmarnos.

—Si no pudiste hacerlo en estos días, en un mes o quizás dos… ¡Aff! No quiero ni imaginarlo.

—Bueno, pero olvidarte de Alina tampoco ocurrió de la noche a la mañana, ¿o sí?


Que diga aquello me jode y ahora el interruptor de mi enfado sube hasta el último nivel.

—Pues dime cual era tu plan al llegar con Leo— comienzo a impacientarme—. Pensabas decirle que habías venido
a verme y creíste que él lo aceptaría, así como si nada, ¿eh? Nonono. Ya sé— mi altanería es tal cual la de un
crio—, ibas a causar un conflicto para que él te dejara porque no tienes las agallas para decir ‘ya no quiero estar
contigo’. ¡Tan fácil que es! O seguro esperabas a que se aburriera y así no meterías las manos para…

—¡Basta! ¡Ya basta!

—¡Entonces dime cual era tu maravilloso plan!

—No había un plan. No uno que pintara bien— responde después de soltar la respiración.

Niego con la cabeza, siento que todo se está perdiendo en estos momentos.

—Idiota. Eso es lo que eres tú, un idiota monumental.

—Ya, que seguro tú pudiste hacerlo mucho mejor, ¿no?

No. Tal vez no pude hacerlo mejor.

No quiero discutir con él. Resulta algo estúpido pues sabía los riesgos de que entre los dos hubiera un plan no tan
especifico. Amantes, somos eso. Ya, ¿qué es lo que dice ‘Amantes’ de nosotros?

—¿Por qué has de ser tan noble? ¿Por qué con él?

—No soy el tipo de persona que le de igual jugar con las personas.

—Odio que estés en medio de ambos— confieso con esfuerzos. No sabía si era correcto decir aquello, pero ya
qué. Ya lo he hecho.

—Tú también estuviste en medio una vez— menciona y sé a quién se refiere.

Alina. Solo ella es capaz de… De jodernos todo.

—Creo que hemos vuelto a caer, Bill— ahora mi tono es más uno de disculpa. Trago con pesadez y miro el techo
imaginando que nada de esto está pasando. No he dicho nada durante unos instantes, a que él a necesita
escuchar algo de mí—. L-Lo siento, Precioso. No debería dejarme llevar nuevamente por las tretas de Alina, pero…

—¿Sirve de algo si digo que tenías razón? —me corta. A que no quiere que hablemos más de ella o que implique
lo que estábamos discutiendo desde un inicio.

—¿Respecto a qué?

—Leo.

—¿Te ha dicho algo? Bill, si te ha puesto una mano encima…

—No. Pero hice lo que prometí.

Eso logra expulsar todo de mí. Se me hiela el pensamiento o algo, no sé qué es, sólo se me ha vaciado la mente y
un pinchazo en mi interior hace que la duda se me suba hasta el pecho.

—¿Te fuiste de con él? —sólo necesito saber si es cierto o no—. ¡Oh, joder! ¡Bill, responde ya! ¿Le has dejado?

—Sí. De una buena vez— responde después de varios segundos.

—¿Y por qué fue? ¿Qué le dijiste? ¿Él te hizo algo?


—Te lo contaré cuando nos veamos el sábado— apenas y escucho su voz por la risita orgullosa que suelta—. Pero
le he dejado.

—¿No mientes?

—No.

—¿Me juras que es verdad, Precioso?

—Tom, tengamos una de esas conversaciones que te gustaban antes de que te enamoraras de mí. No hagamos
preguntas.

Que se ha pasado de listo, pero eso solo me resulta de lo más inocentón, así como antes. Reprimo una risa
nerviosa y entonces insisto: —Sólo dime si le dejaste, Precioso. Q-Quiero saberlo.

—Lo dejé por ti, Tom. Para poder estar juntos, así como prometimos.

No recuerdo cuando fue la última vez que estuve en cama hasta muy tarde. Anoche no dejaba de pensar lo que
Bill me dijo por teléfono el jueves y eso me dio el empuje necesario para esperar a que llegara el sábado y
volviéramos a vernos. Pues he ahí las nuevas, ya es sábado. Anoche también hablamos por teléfono y no fue la
llamada que esperaba. Estuvo llena de silencios y terminé por colgar antes de quedarme dormido por el
cansancio. Bill lo comprendió, pero no pude dormir y apenas iba a amanecer y fue como si algo dentro de mí se
apagara. Pensé en mi padre y en cómo hace un año me sentía tan devastado por todo lo sucedido.

Le lloré lo que en todo un año e incluso el mismo día de su partida no hice. Lloré hasta quedarme seco, exhausto
y sin el más mínimo suspiro.

Creo que ya puedo recordar. La última vez que estuve más o menos en este estado fue cuando tenía doce, lo que
no recuerdo es qué me hizo salir de la cama. Ya da igual a estas alturas.

Encogido en medio de la cama y con las sabanas hasta los hombros, ignoro los llamados de Steve. Hace unos
veinte minutos que vino a ver si ya había despertado y hace otros quince minutos llamó a la puerta para
despertarme como quedó en hacerlo puntual, a las ocho de la mañana. Steve hubiese entrado, pero puse el
seguro desde anoche y supongo que por eso da vueltas y vueltas tan seguido hasta la puerta de la habitación.
Creo que teme a que me pierda el almuerzo que seguro ya mandó pedir y espera fuera de la habitación, o tal vez
cree que estoy noqueado en la cama. Ayer estuve bebiendo un poco o no, tal vez bebí mucho. Eso explicaría por
qué estaba tan ido y cansado y cómo es que me siento ahora.

—La ceremonia es a las doce, ¿ya quiere que aliste el auto?

Oh…, la ceremonia.

Me vienen los recuerdos de cuando era un crío y las veces que hice travesuras a mi padre. Los veranos en los que
se olvidaba por una semana solamente que existía el hotel y me llevaba a otras ciudades. Las veces que me
mantenía ya sea muy quieto y sin mover un musculo o verdaderamente entretenido con su asistente mientras
le esperaba sentado fuera de las juntas con los accionistas en los días en que mi madre salía a no sé dónde.
Cuando fui creciendo, empezamos a alejarnos. Para los dieciocho años casi no nos dirigíamos la palabra y lo
pasaba con Cimone casi a diario. Cuando llegó Steve, es como si nos hubiésemos olvidado de que existamos o
siquiera que formábamos parte de una familia.
Me vuelvo en la cama hasta mirarme en el espejo del techo y limpio las lágrimas que aún permanecen en mis
pestañas. Lo echo de menos. Lo he echado de menos todo este tiempo, a decir verdad.

—S-Seños Kaulitz…— escucho la voz titubeante de Steve detrás de la puerta y unos toquidos leves—. No querrá
llegar tarde a la ceremonia en honor a su padre, ¿o sí?

No respondo. Ni siquiera dejo escapar la respiración que he contenido desde que le escuché llamar a la puerta.
Miro la hora en el reloj sobre la mesa de noche y después vuelvo la vista al espejo sobre mí.

—¿Está ahí? —insiste—. Su madre espera abajo para irse juntos.

Hago caso omiso. No quiero salir de la cama, necesito un par de minutos más y ya.

—Señor Kaulitz, si no abre, iré a por la llave.

—Claro, la llave representa la amenaza más grande para mí en estos momentos. En serio estoy temblando de
miedo— digo sólo para mis oídos medio arrastrando las palabras.

Dejo de escuchar sus toquidos, me levanto sin ánimos y después de ir a la ducha empiezo a vestirme. Para cuando
me dispongo a salir, escucho un click en la puerta y ésta se abre para mostrarme a Steve con cara de susto. Ha
demorado en ir a por su amenaza y venir hasta aquí.

—Se ha levantado— dice con una exagerada sorpresa—. Creí que… Es decir, buenos días.

Paso de él sin responder a sus palabras y continúo por el pasillo.

—¿Sucede algo?

—No.

—¿Está usted seguro?

—Sí.

—¿Volverá a darme respuestas cortas igual que ayer?

Le miro por el rabillo del ojo—. Sólo quiero que estés listo para ir al aeropuerto a las tres.

—¿Al aeropuerto? —me detengo en seco antes de bajar los últimos escalones y miro a mi madre acercarse.
Empiezo a sentirme nervioso—. ¿A qué vas ahí?

Bajo los escalones faltantes, suelto la respiración y evito torcer los labios.

—Debemos hablar de algo.

Le indico por donde dirigirnos y vamos hasta el living. Ella toma asiento en el sillón individual y yo en el que está
junto a ella. Me mira en espera de una explicación, pero no sé por dónde empezar. Sólo puedo sentir aquella
emoción en forma de corriente eléctrica recorrerme, no en su alto voltaje, pero sí es bastante notoria. Y todo se
debe a Bill.

—¿Qué tienes que decirme? ¿Es respecto a tu padre?

—No, no es totalmente respecto a él.

—Ya pasó un año, Tom.

—Y fue bastante rápido— consigo decir sin mirarla—. Lo echo de menos.


—Yo también. Lo extraño mucho, muchísimo, Tom.

—Hace falta mirarte a los ojos para darse cuenta— suelto de golpe. Ella está avergonzada y noto como se voltea
para esquivarme la mirada que le dirijo fugazmente.

—¿Aún te sientes mal por ello?

—No. Ya no— se me encoge levemente el corazón—. Estoy… Bien, ¿supongo?

Cimone me dedica una sonrisa triste acompañada de un ligero asentimiento. Juego con mis manos mientras bajo
la mirada y tomo valor para decirlo. Cierro los ojos y me obligo a decirlo de una vez y no perder más el tiempo.

—Me voy.

—¿Te vas? —lleva una mano a su pecho y niega con la cabeza—. ¡Cómo que te vas! ¿A dónde o con quién?

—Cimone, relájate.

—No me hables así— sentencia—. Sólo cuando estás por joder las cosas me hablas así.

Entorno los ojos. Qué manera de cambiar el ritmo de una conversación.

—Sólo me iré por un mes y…

—¡Pero a dónde vas!

—A Londres— no pierdo la paciencia ante su tono de voz—. Estaré allá un mes.

—Ya, y con quien ¿eh?

Antes de responder, oculto una sonrisa y desvió la mirada. Me incorporo y cuando estoy listo, cruzo la mirada
con ella y respondo:

—Con Bill. Iré a con él porque somos pareja.

Ella se queda en blanco, incapaz de digerir lo que he dicho. Truena las uñas unas contra otras y se remueve en
su lugar.

—C-Cuándo… ¿Cuándo pasó eso?

—Él vino la semana pasada y hablamos mucho— recuerdo con emoción, pero aun oculto la sonrisa de mis labios
y me limito a mirarla—. Estuvimos juntos unos días, volvimos a casa y… Se quedó hasta mi cumpleaños.

—¿Y bastaron solo unos días y ya? —su gesto de extrañeza me hace abandonar un poco la emoción que me hace
poder decir que él y yo estamos juntos de nuevo—. Perdón es decir…

—¿Qué?

Apretando los labios, niega con la cabeza y extiende su mano para alcanzar la mía. Extiendo la mano también y
entonces veo que una sonrisa pequeña aparece en su rostro.

—Y arreglaron las cosas tan pronto porque se quieren, ¿verdad?

—Pensé que ibas a decir…

—¿Qué cosa? ¿Qué me oponía? —cuestiona y le dedico un asentimiento—. No voy a negarte que estoy
sorprendida, más que la primera vez que les vi juntos.

—¿Y…?
—Y estoy algo…, no sé. Tom, desde ese día supe que tú pintabas a con otro tipo de parejas.

—¿Te molesta? —pregunto con algo de temor.

—Estoy sorprendida— intenta retirar su mano de nuestro agarre, pero no la dejo.

—Lo amo en verdad. Yo jamás te hubiese dicho nada sino fuera porque…

Estoy estático ante mis palabras. Le he dicho a mi madre que amo a un chico. que amo a Bill, exactamente. Y en
serio que jamás le hubiese dicho nada. Siempre temí a lo que ella pensara.

—Sí, lo sé— dice de pronto.

—Iré a con él.

—Porque son pareja— se pone de pie y se acerca para besarme las mejillas—. Está bien, Tom. Está muy bien si
quieres…, ya sabes, tener una vida con él. Yo lo entiendo y recuerdo haberte dicho que no importaba en realidad
si ibas a con una chica o si te gustaba un joven. Si es con él con quien eres feliz... Bueno, tú sabes a lo que me
refiero.

—Gracias Cimone— me levanto de inmediato y la estrecho contra mí.

•••

Después de la ceremonia en memoria de mi padre, Cimone y yo dejamos una corona pequeña de flores en su
lugar de descanso. Ella supuso que necesitaba tiempo a solas con él y se lo agradecí sin palabras. Estuve frente a
él casi una hora, diciendo tantas cosas que sólo él y yo guardaremos el secreto, pero me gustaría tanto gritar por
todos los vientos y en todas las luces de día que le he pedido disculpas por no haberle visitado durante meses y
por tantísimas cosas más.

Mis pestañas volvieron a humedecerse y antes de partir le dije cuanto le echaba de menos y prometí volver en
cuando estuviera nuevamente en la ciudad. Vuelvo sobre mis pasos y de lejos veo un auto aparcado detrás del
que nos trajo a mi madre y a mí. Steve sale de la puerta de conductor y acelero el paso mientras seco mis ojos.
Cimone sale del otro auto y entonces nos despedimos cuando estoy ahí. No termina de decirme que en mi
ausencia llevará bajo control el hotel y que espera que un mes me parezca interminable. También me ha dicho
que si pienso volver tendrá que ser con Bill. Cuando pongo distancia y nuestro abrazo se desvanece, me trata
como un chiquillo y me llena de besos. Tengo que decir que Steve está detrás mirándonos, pero a ella no le
importa. Le don un beso y después de decirle adiós, subo al auto y Steve me lleva al aeropuerto.

Mientras esperamos en el hangar, controlo el nerviosismo y el desenfrenado entusiasmo que me da el estar tan
cerca de volver a ver a Bill. Pero esas emociones se combinan con lo que he sentido al ver a mi padre y pensar
en él y ahora todo es un sube y baja de sentimientos repentinos.

He tomado el móvil y llamado a Bill para decirle que estaba a punto de subir al jet, recordándole a qué hora es
mi llegada a Londres, pero el buen ánimo que le hago saber aún tiene un sentimiento en el fondo. Muchos, para
ser honesto, y él se ha percatado.

—¿Todo bien con la ceremonia de tu padre?

Su pregunta me deja callado. Aprieto los labios y paseo con lentitud de un lado a otro sin decir nada.

—No lo llevas muy bien, ¿cierto?

—Estoy bien— le digo para calmarle, pero repongo: —Estaré bien, Bill.
—Tienes razón. Estarás bien o muchísimo mejor cuando hablemos al respecto y me dejes abrazarte para
reconfortarte.

Sus intenciones hacen que se me salga una sonrisa.

—Gracias, Precioso— levanto la mirada y veo a Steve acercarse, me indica que todo está listo y le hago una señal
para que se adelante—. Bill, debo subir al jet.

—Está bien. Nos vemos aquí, Precioso— juega un poco con la situación.

—¿Cuándo será el día que no me llames así? —pregunto a modo de broma y voy tras los pasos de Steve.

—Cuando me lo digas cien veces.

—En unas horas, entonces— me rio por lo bajo y él me imita—. Debo colgar. Nos vemos en unas horas, Precioso.

—Ya quiero que llegues, te tengo una sorpresa— dice emocionado.

—¿Sí?

—Sí, pero anda al jet. Te amo, Tom.

—Y yo te amo a ti— respondo en medio de una sonrisa.

Capítulo 18

El interior se me revuelve a un nivel apenas distinguible. El jet me ha dejado en el hangar privado y me he


adentrado al aeropuerto por las puertas del mismo servicio. Paso por las dos revisiones de seguridad y me pierdo
en el mar de gente en llegadas internacionales una vez cruzo el umbral.

Tengo el móvil en la mano y marco de memoria el número de Bill para avisarle que he llegado y que apenas tome
un taxi, estaré en el piso que he rentado. Bill no responde la llamada. Vuelvo a intentar mientras me hago espacio
entre la gente y controlo la valija de ruedas que se empieza a tambalear por esquivar a tantas personas.

—¡Hey!

Me reprende una señora bastante pequeña y robusta quien casi tropieza con mi equipaje. Ni siquiera le pido
disculpas. No soy quien ha ocasionado aquello, sino un señor que me obstaculizaba el paso y… ¡Ahg! Hoy nadie
podría joderme el momento ¡Que estoy a punto de estallar por la pura emoción!

Me encamino hacia un espacio libre e intento marcar a Bill, pero cuando dejo el equipaje junto a mí y llevo el
móvil hasta mi oído, alguien desde atrás me pincha el hombro. Me vuelvo desde la izquierda y una chica me
entrega algo que he dejado caer. Le agradezco sin prestar tanta atención al papel doblado que me entrega y lo
guardo en el bolsillo de la chaqueta para después moverme a uno de los muros de enfrente.

Trago con pesadez intentando calmar mi desenfreno y espero a que esta vez Bill si conteste. Pasados los tres
tonos, escucho ruido desde la otra línea y se me sale una sonrisa antes de siquiera saludarle.

—Hazme un favor y voltea a la derecha.


No entiendo lo que dice de inmediato y tardo un poco en procesarlo. Confundido, levanto la mirada y hago lo
que me pide casi en automático. Pero entre tanta gente no veo nada. Busco rápidamente hasta que veo como
un brazo que se agita levemente sobresale de entre las personas que pasan y pasan.

—¡Tom! ¡Hey, Tom!


Me siento ido. En medio de todo y nada, y casi desvaneciéndome de la pura felicidad. ¡Joder! Pero que sonrisa
tan más bonita es la que me dedica.

Dejo escapar una risa bastante corta mientras él se acerca a paso acelerado, moviéndose entre la gente y
empujando con torpeza a unos cuantos sin siquiera disculparse. Su mirada está fija en la mía, lo que me hace
sentir una oleada suave desde el interior y como mi corazón se sacude de un lado a otro. Veo cómo se guarda el
móvil y yo, impaciente, arrastro el equipaje conmigo para acortar la distancia que hay entre nosotros. Una vez
estando a dos pasos, Bill se lanza a mí, rodeando mi cuello con sus brazos y casi haciéndome perder el equilibrio.
Me recupero y lo estrecho contra mi cuerpo en un abrazo fuerte. Bill no para de reírse y logra contagiarme las
carcajadas.

—¡Sorpresa-Sorpresa!

—¡Qué haces aquí!

—Bueno…— toma poca distancia para mirarme—. Quise hacerte favor de venir a por ti.

—¡Vaya, vaya… Precioso! ¿Tú vienes a hacerme el favor a mí?

—Sí, así que te llevo ventaja ahora.

—Bill lo que dices no tiene sentido— me burlo y él me planta un beso para hacerme callar.

—¡Shhht! Te hice favor y punto.

—Bueno, quien cruzó el océano fui yo, tú sólo atravesaste la ciudad. Dime quien hace el favor a quien…

—¡Tom! Cierra la boca, estás matando el momento.

—¿Momento? ¿Qué momento?

—Este momento…

Se precipita y me da un corto beso, luego dos, tres y muchos más hasta que él empieza a reírse nuevamente. Bill
marca un ritmo diferente momentos después, lo sigo con gusto y no me importa que haya gente alrededor, pues
ya chupo sus labios hasta tener el inferior entre mis dientes y lo jaloneo hasta que escapa de mi boca.

—Te eché de menos— dice en medio de un ronroneo—. Pero ya estás aquí.

—Estamos— le corrijo y él asiente. Siento su sonrisa acercarse hasta que después de unos segundos me da un
beso corto.

—Y ya que estás aquí…— la mirada pícara que me dirige enardece lo que siento dentro—, es hora de tu sorpresa.

—¿Qué no era esta?

—Nonono. La sorpresa aguarda en casa— lo dice en un tono tan bajo y cerca de mi oído como si el secreto fuese
a peligrar.

—¿Entraste al departamento que renté? — expectante, levanto una ceja cuando se vuelve para mirarme y él
asiente como si fuera un chiquillo.
—Sí, pero me reservo el decir cómo logré hacerlo.

—¡Te has colado!

—No me he colado, usé la llave. Todos en Londres acostumbran dejar el duplicado en los floreros de la entrada—
su justificación me parece realmente graciosa, lo es, en parte, por el gesto que hace. Yo controlo la risa tanto
como puedo, pero él parece molesto por eso. ¡Vamos! Solo finge para que me calle y ya.

—Pero eso no quita el hecho de que te colaste. ¿Cuándo te volviste así? —mi vista está fija en la suya. Pronto
entrecierro los ojos y mis intenciones, tanto como las suyas, cambian—. Mmm…

—¿Qué? Es un crimen querer entrar y prepararte una sorpresa, ¿eh?

—No si vale la pena…

—Te gustará, ya lo verás. ¡Ah! Y te digo de una vez que te hacían falta cosas y yo me encargué de llevarlas— sus
manos juegan con el cuello de la chaqueta y sus dedos siguen el borde del cierre hasta llegar abajo y jugar con
éste, subiéndolo y bajándolo.

—Como por ejemplo…— hago esa mueca de Mr. Interesante que tanto le da gracia y sonríe de inmediato.

Bill alza las cejas fugazmente y se acerca con lentitud diciendo: —Una cama.

—Era un departamento amueblado, imposible que faltara una cama.

—Sí, si faltaba. Pero qué hago yo contándote esto aquí… ¡Vámonos! —me toma de la mano y se gira para
hacerme caminar y guiarme el paso, pero le detengo y atraigo de nuevo sin perder el agarre en su mano.

—¿Cuál es la urgencia?

Veo cómo se muerde los labios evitando ensanchar la sonrisa y tira de mi mano para que me mueva, pero no lo
hago.

—Si te digo, arruinaría los planes.

—¿Sabes…? Con eso, casi me convences de querer ir a casa.

—Puedo mejorar, pero…

La manera en la que ha dicho aquello ha provocado un salto en mi corazón y una pequeña chispa ha logrado
calentarlo. Chupo mis labios hasta morder suavemente el inferior y corto de inmediato esa insinuación con una
sonrisa igual de pícara que la suya.

—Vámonos ya.

—Sí, señor— alza las cejas y estira con suavidad las comisuras de los labios.

Bill me da la espalda y comienza a caminar. Niego con la cabeza y alcanzo el equipaje con la otra mano.
Entrelazando los dedos, aprieto mi agarre a su mano y le dejo guiarme hasta la salida y subimos al taxi en el que
él había llegado.

No cruzamos palabras. Miro por la ventanilla empañada y cubierta de gotitas de lluvia desde el exterior. Paso la
mano para lograr ver y me distraigo un momento mirando las calles una vez salimos del aeropuerto. Bill me toma
de la misma mano que he utilizado para desempañar la ventana y su agarre se vuelve cálido. Su mano entibia la
mía que, hasta hace segundos, estaba helada.

—¿Estás bien?
—Sí, es solo un poco de cansancio.

—¡Oh, vamos! Recién pasa de medio día.

—Ya, fue un viaje largo, pero igual no voy a caerme dormido. Quiero ver esa sorpresa de la que tanto hablas.

—Perfecto— alza las cejas de manera juguetona—. Y… ¿Cómo estuvo la ceremonia? —el que mencione aquello
hace que me dé un vuelco en el interior y aquel torbellino que sentí antes de subir al jet y venir hasta aquí, se
vuelve a apoderar de mí, pero no con la misma intensidad—. Me dijiste que sería algo pequeño, ¿tu familia
estuvo ahí? —Bill reprime el maldecir por lo que ha dicho de último y le calmo diciéndole con la mirada que no
pasa nada. Mi familia ya solo se conforma de dos personas y los demás no cuentan—. Lo siento, pero cuando
hablamos por teléfono no te escuché muy bien. Había algo en tu voz que la hacía temblar.

—No era nada— niego con un cabeceo, pero como no me cree, se acerca—. Y la ceremonia estuvo bien,
asistieron pocas personas, de hecho.

—Tom— dice con seriedad y se acerca más hasta poder chocar las narices—, sé que mientes—añade en un tono
mucho más bajo—. Te conozco, ¿crees que puedes despistarme?

Evito lanzar un suspiro y lamento tanto no mirarlo directamente a los ojos justo ahora.

—Sé que ya hablamos de esto, pero…

—Es que no lo entiendes— le corto de repente porque no quiero continuar.

— Pero te entiendo a ti y sé que te duele— me hace mirarle.

—No vine hasta aquí para hacer llover el día, literalmente. Te ves realmente animado como para tocar el tema y
yo lo joda todo— menciono en un tono igual que el suyo. Quiero que dejemos de hablar de esto, pero lo que he
dicho al parecer le ha entrado por un oído y le ha salido por el otro.

—No lo vas a joder— me convence en medio de un susurro. Entiendo que intenta hacerme sentir mejor y le
agradezco—. Si sientes que en algún momento todo se arruina, vayámonos a otro lugar. No querrás que nos
inundemos donde sea que estemos, ¿o sí?

Su ocurrencia me hace soltar una risa. La verdad, encuentro aquello un tanto ridículo.

—Bien.

Su mirada solemne, su caricia y la sonrisa que me dirige, hacen que se me derrita el corazón. Acepto de inmediato
y le dedico un asentimiento antes de acercarme para poder besarlo.

—¿Y qué me dices tú? —pongo distancia para mirarle, llevo la diestra hacia su mejilla y después de repartir unas
cuantas caricias y mirar perdidamente el cómo lo hago, vuelvo a mirarle y llevo la mano a mi regazo—. ¿Qué fue
lo que pasó con Leo?

Bill lanza la respiración que ha contenido y su mano va hasta la mía.

—Lo dejé.

—Y te creo, pero no quiero saber cómo hiciste eso.

Su cara es un poema. Sin comprender, sacude la cabeza, supongo que para caer en cuenta de si lo que dije fue
real o algo que sólo diría en su imaginación.
—Pero, ¿cómo? Incluso me preguntaste sí… Es que tu querías saber todo y yo te dije que cuando llegaras, lo
sabrías.

—Nonono. Yo te creo. Si me dices que le has dejado y que por fin eso ha quedado atrás, te creeré. Ahora sólo
quiero saber qué sucedió con Leo el día que regresaste aquí.

—No importa. Leo no importa. Se supone que tú y yo estamos juntos, ¿no? Ya me he alejado de él y no fue por
algo que Leo haya hecho y yo he aprovechado. No fue por lo ocurrido en la gala, tampoco porque se haya
enterado que tú y yo nos hemos visto y mucho menos tenía que ver con las mentiras que me había dicho. Fue
porque se lo dije. Las palabras se me habían atorado en la garganta desde que volví y él fue a buscarme. No tuve
el valor para decírselo en ese momento, Tom, y la moral me llevó por otro lado, pero me hice a la idea y te
parecerá poco creíble. Pero lo hice, te juro que sí. Me fui de con él y nada más.

—Espera…— me quedo en blanco, procesar todo lo que ha dicho me va a costar un poco más de tiempo. Le miro
con detenimiento hasta que junto las cejas y repaso mentalmente lo que me ha dicho. De todas sus palabras
solamente una frase es la que suena como eco dentro de mi cabeza—. ¿Sabía Leo que estabas conmigo?

—A la mierda el cómo lo supo. A mí…, a nosotros, es decir, sólo debe importarnos que todo quedó atrás. ¿No?

Desvío la mirada y me pienso muy bien las cosas. Busco que todo concuerde, pero la verdad a estas alturas sí
que importa una mierda. No voy a poner en duda lo que dice, no otra vez. Quiero que estemos bien y si él dice
que ya todo quedó atrás por mucho que me impresione que haya ocurrido en tan solo una semana, voy a creerle.

Le miro y sólo puedo querer definir lo que somos justo ahora. No pienso perder más tiempo.

—Entonces, Precioso, si ya todo quedó atrás, dime que sí.

—¿A qué? ¿Te refieres a lo de Leo? Tom, ¿es que no me escuchas? Te digo que…

—Nonono— le corto. Bill se ve confundido—. Tú responde que sí— insisto.

—¿Para qué? No entiendo.

—Bill, di que sí.

—Está bien, sí— su gesto entre confundido y nervioso logra darme gracia. Tomo su mano para entrelazar los
dedos y veo en anillo en uno de ellos—. Tom, a-a… ¿a qué he dicho que sí?

Llevo mi otra mano a su frente para relajar su expresión y mirándole a los ojos confieso:

—A ser mi novio.

•••

Para cuando llegamos al piso que he rentado, miro a detalle lo pequeño que es. Me quito la chaqueta y la dejo
en el sofá. A la izquierda está el living con una sala pequeña y un televisor enorme en el muro. Seguido de un
mueble que tiene las separaciones exactas para colocar algunos CD o películas. En el muro de junto hay algunos
cuadros que realmente me parecen innecesarios, me vuelvo y a la derecha de la entrada se encuentra la cocina
y una barra de desayunador. Está bien, pero en las imágenes que vi, ésta lucía más amplia.

—No pensé que fuese tan pequeño. En el sitio de internet lucía grande.

—Ya, igual y nos acostumbramos— se encoge de hombros haciendo una mueca graciosa y niego con la cabeza
ante su gesto.
En medio hay un muro que deja el paso a la izquierda y derecha. Voy por uno de los lados y Bill por el otro, y al
adentrarme en esa separación de la casa, noto el dormitorio y que es exactamente igual a como lo había visto
por la web. Éste, a diferencia de la sala y la cocina, sí que es amplio. A la izquierda está el baño y a la derecha hay
un closet de puertas blancas. Lo que da el plus a este lugar es la vista que tenemos. Las ventanas que van del
techo al suelo se encuentran detrás de una cortina delgada color naranja. Bill se encarga de correrlas y veo que
una inmensa sonrisa se dibuja en sus labios.

—Esta es la mejor parte de todo. ¡Mira que vista tenemos! Me encanta, ¿a ti no?

—Apuesto que quieres pasarlo aquí la mayor parte del tiempo— digo mientras me acerco a él.

—No apuestes, lo confieso. De hecho, pensaba que la cama quedaría muy bien aquí, ¿ves? El espacio es de… no
sé— intenta hacer la medición al estirar los brazos y me rio por sus intentos—. Es realmente grande— concluye
y me reprende mediante una mirada para que deje de burlarme de él.

—Sí, igual y después pensamos en una pequeña remodelación.

Bill, jugando a molestarse conmigo, me esquiva y, luciendo maravillado unos momentos después, se queda
mirando por la ventana. Veo como sus ojos van de un lado a otro, ladea la cabeza y al fin se vuelve y su mirada
conecta con la mía. No dejo de verle, él se ve divertido, niega con la cabeza mientras desvía la mirada hacia la
ciudad y termina por volver a verme.

—¿Qué? —noto como sus mejillas se ruborizan, no por vergüenza, se trata de algo más.

—Es una vista increíble.

—Lo que dije era una sugerencia— añade conteniendo una sonrisita sugerente al cambiarme de conversación y
se acerca a la cama.

—¡Uh! Sí, pero tu sugerencia me ha gustado— le sigo muy de cerca y me recuesto a su lado.

—Ni siquiera miraste por la ventana— me reclama una vez estando ahí y me esquiva a la hora de darle un beso.
Si quiere jugar, jugaremos.

—Sí lo hice y dije que se veía realmente increíble.

—Lo dijiste sólo por mí— se inclina más a la derecha dejándome a la vista su cuello y los lunares diminutos que
tanto me gusta recorrer. En cierto ángulo forman una T.

No respondo. Le doy un casto beso en cada uno de sus lunares y él vuelve su mirada hasta la mía. No dice nada,
pero sé que quiere hacerlo. Una sonrisita se oculta detrás de la seriedad momentánea que finge y alza un poco
las cejas.

—Fue una T lo que dibujaste en mi cuello, ¿cierto?

—Sí, eso fue— vuelvo a besar sus lunares y antes de ir a por el tercero, Bill me hace verle.

—¿Qué?

—Nada, sólo me gusta que me mires.

Me acomodo a su lado y comienzo a sentir algo que se enciende en mi interior. Bill lo ha venido provocando
desde el aeropuerto y ahora estar aquí, sólo me hace pensar en esa dichosa sorpresa que tiene para mí. Miro sus
labios y ahora permanecen casi planos, bajo la vista y tomo su mano izquierda para acercarla y darle un beso en
el interior de la muñeca como solía hacerlo.
—Me gusta que dejes libres tus tatuajes. Bueno, al menos este. Los otros sólo pueden verse en privado— levanto
la vista y algo me contagian sus ojos castaños. Es algo tan electrizante que logra hacer vibrar mi corazón—. ¿Ves?
Éste lleva una T—digo al dibujarla.

—Tú te verías bien con un tatuaje.

Bajo la mirada y veo su mano y luego lo veo a él. Aprieto los labios al sentir nuevamente algo encenderse en mi
interior, pero ahora con un poco más de intensidad.

—Sí, bueno… Esas cosas no me van. En ti se ven muy sugerentes.

—¿Lo dices por la T? —sonríe y mi vista se queda clavada en sus labios. Solo puedo negar con torpeza—. ¿Es por
la estrella?

—Creo— trago con pesadez.

Cada gesto, cada palabra y cada mirada que Bill me dirige, hacen que empiece a perder el control. Me encanta
la manera en la que finge no ser consciente de sus intenciones. Cree que puede tentarme lo suficiente y hacer lo
mejor para hacerme delirar, estoy seguro de ello. Pero en serio que no puedo justo ahora. Está actuando de una
manera tan falsamente inocentona pero provocativa, que me hace cuestionarme qué rayos tiene en mente y
cuándo será aquello. Si algo he aprendido de él, es que puede ser tan predecible como tomarme por sorpresa
con algo fuera del alcance de mi imaginación. Tengo una ligera sospecha, puedo adivinarlo con tan solo mirarle,
pero no estoy seguro.

Bill se mueve y yo le miro atento. Sin hacer gesto alguno y sólo limitándose a mantener unidas nuestras miradas,
logra subir a horcajadas sobre mí. Me limito a lo mismo hasta cerrar los ojos gracias a la cercanía. Me ha estallado
el interior y un calorcito me recorre la espina dorsal hasta alojarse en mi nuca, pero concentra su mayor
intensidad en mi espalda baja.

Está provocándome mientras se acerca y se aleja. Sus manos pasean por mi pecho y cuando le tomo por las
nalgas al introducir mis manos en sus pequeños bolcillos traseros, le hago restregarse contra mí y Bill deja escapar
sus jadeos cortantes sobre mi rostro. ¡Con lo que me pone escuchar aquello! ¡Joder! Que estoy a punto de
carbonizarme.

Bill pone distancia, lleva una de sus manos hasta sus cabellos y los peina hacia atrás. Un mechoncito rebelde baja
hasta la altura de sus cejas, me mira extasiado, yo chupo mis labios y mirándole, sigo la línea de su nariz y
desciendo hasta encontrar sus labios. Pasea su lengua por estos tan lascivamente que me provoca querer ser yo
quien lo haga. Ahora se acomoda sobre mí para tomarme por los hombros y poder friccionarse una y dos veces
de una manera tan lenta y deliciosa que me hace notar el bulto en mis pantalones. Aprieto los labios al sentir
que el calor aumenta, pero él me hace entreabrirlos cuando se acerca y no me besa. Sigue vacilando y eso me
pone al mil porque intento acercarme para ser yo quien le bese y me esquiva.

—Déjame marcar tu piel con mi nombre.

Me quedo sin aliento al escucharle decir eso. En parte por sus palabras y también por su mano que se desliza por
mi abdomen hasta introducirse en mis pantalones. Le hago poner distancia, ni siquiera puedo describir el tipo de
mirada que le dirijo. Estoy acalorado y totalmente extasiado. Las palabras se me revuelven en la garganta y sé
que, si hablo justo ahora, no diré algo coherente.

Sus manos ya están subiendo mi camiseta. Le miro hacerlo mientras él sonríe provocativamente.

Jugaré con la situación porque soy incapaz de pensar en algo más. Sus manos van a mi rostro, me acerca hacia él
y pretende juntar nuestros labios, pero nuevamente no lo hace.
—Voy a considerarlo— consigo decir sin tartamudear.

—¿Se trata de negociar? Porque soy bueno en ello, me conoces —siento como se ensancha su sonrisa y toma
distancia cuando estoy realmente tentado en besarle. Me deja con las ganas, lo sabe y disfrutó el hacerlo. Estoy
tan cerca y tan lejos de poder saciar el deseo que crece avivadamente en mi interior—. Déjame marcar tu piel
con mi nombre— vuelve a pedir, pero esta vez lo hace en medio de un ronroneo muy bajo.

—Ya te dije, voy a considerarlo.

—Está bien, toma tu tiempo— se acerca a mi oído después de lamer el lóbulo de mi oreja, dice en un susurro
bastante excitante: —Quiero mostrarte algo.

Miro el techo y maldigo por lo bajo. La desesperación se suma a todo lo que se aloja dentro de mí. Aprieto los
puños en su ropa y hago un intento por mantener su cuerpo sobre el mío, pero en instantes ya le he soltado.

Necesito que me muestre aquello. Lo necesito ahora.

Se mueve de encima hasta bajar de la cama y le imito.

—No te impacientes, ¿de acuerdo?

—Ya quiero tenerla en las manos— le digo cuando se encamina a una de las mesitas de noche y me detiene
cuando pretendo ir tras sus pasos—. ¿Qué?

—Tú esperarás aquí. Y para evitar tu curiosidad usarás esto— esconde algo detrás de sí, se acerca y me hace
tomar asiento en la cama hasta mostrarme lo que ocultaba.

—¿Es en serio?

—Muy en serio— pone el antifaz se seda color dorado sobre mis manos—. ¿O quieres que lo haga yo?

Niego con la cabeza conteniendo las ganas de decirle que, por mucho que tenga ganas de jugar y sus intenciones
estén matándome, sólo yo puedo mandar. Es la excitación del momento lo que me hace ceder, pero sólo por
esta vez. En cuanto me muestre lo que supuestamente es sorpresa, podré tomar las riendas de todo.

—No te levantes ni te quites eso, ¿sí? —me pide cuando tomo el antifaz y me lo pongo.

Suelto la respiración y no cruzamos palabras de momento. Hay un silencio inquietante y ya siento que me muero.
Sé que han pasado unos segundos, pero no creo resistir más de un minuto así, ya escucho mi pesada respiración
y los latidos de mi corazón desbocado. Intrigado, resisto las ganas de levantar el antifaz para saber qué hace
porque aún le escucho cerca, pero me limito a removerme en la cama y juntar las manos hasta jugar con los
pulgares. Algo ha sacado de un cajón y eso me pone alerta. El sonido de un objeto crujir me hace prestar más
atención y es como si Bill sacara algo de una caja y le quitara la envoltura plástica. Le escucho moverse de lugar
hasta que algo cae con pesadez al suelo. En mi mente se crea la imagen de él aventando los zapatos sobre el
alfombrado y me imagino lo que viene ahora.

Me aclaro la garganta y nuevamente escucho que se mueve de lugar.

¡Zipp!

Ese sonido logra dejarme congelado. Ha sido la cremallera de sus pantalones. Escucho como se los saca y los
avienta a la cama. Trago con pesadez y recuerdo la manera en la que él solía desvestirse delante de mí.

Bill también se aclara la garganta y lo visualizo manteniendo su mirada sobre la mía a unos tres pasos de distancia
y empezando a quitarse la camiseta. Hoy lleva puesta una de color gris con mangas largas y cuello un tanto
abierto, mostrando lo tersa que es su piel blanquecina y unos cuantos lunares asomándose por sus clavículas.
Cuando se la quita, puedo apreciar sus tatuajes. Le hago una señal para que se acerque y él se pasa la lengua por
los labios, lo que empieza a deshacerme por dentro. Mis ojos se fijan en su estrella, su ombligo y después en el
aretillo de su pezón. Lleva ambas manos hasta su ropa interior, los desliza para que éstos caigan al suelo y los
hace a un lado con ayuda del pie.

Un calorcito recorre mi interior y sigo fantaseando. Me muerdo los labios al ver su excitación y le pido que se
acerque hasta subir sobre mis piernas haciendo otra señal con la mano. Pero la fantasía se esfuma porque he
escuchado un sonidito que no logro definir todavía. Presto más atención y ya no le escucho cerca, es más, ahora
sí levanto el antifaz y veo alrededor. Él no está y sus ropas tampoco yacen en la cama, pero sí noto que la puerta
del baño está cerrada.

Quiero verlo de una buena vez. Comienzo a carbonizarme. Cuento los segundos porque no quiero seguir
fantaseando.

—¿Qué rayos haces, Precioso?

Me bajo el antifaz y espero un poco más. ¡Joder! Que estoy impaciente.

Escucho como se abre la puerta instantes después. Se me acelera el corazón, me da un subidón tremendo, el
calor se intensifica y siento como si las telas de mis prendas me quemaran la piel. Trago con pesadez y me
mentalizo para lo que viene.

—¿Tom?

—Ya…— me aclaro la garganta y continuo: — ¿Ya puedo ver?

No me responde, en su lugar, siento como voltea mis manos para dejar algo sobre las palmas. Al cerrar los puños,
siento algo suave, voluptuoso y que cosquillea. En los pliegues de mis dedos siento algo fino, liso y casi frío. Yo
sé que es eso que me ha entregado y estoy enloquecido, tanto que de inmediato me deshago del antifaz y lo
dejo caer en el suelo. Miro mis manos y el plug plateado y de abultado pelito blanco me hace vibrar el corazón.

Quiere que juguemos. Me ha dicho que quiere marcar mi piel con su nombre y no puedo ni imaginarme de qué
manera comenzará a hacerlo, pero estoy ardiendo ante la idea.

No soy capaz de creerme este momento. Bill está ahí parado esperando por mí. Está deseoso, veo eso que tanto
hace que me carbonice cuando fijo mi vista en sus ojos. Momentáneamente algo cruza por mi cabeza, aquella
ocasión en que estuvimos juntos, ese día cuando volvió, habíamos terminado en un encuentro como había
esperado. En mi mente estaba grabado todo lo ocurrido y la manera en la que involucramos algo más, lo hicimos
porque la ocasión lo ameritaba. Mi necesidad de él seguía creciendo mientras le tenía bajo mi cuerpo, pero no
pude hacer nada más o usar la fuerza. No quería darle a entender otra cosa, mucho menos tenía idea de lo que
buscaba. Ahora es diferente porque sé exactamente qué quiere. Ahora sí puedo desinhibirme de todo; mostrarle
mi necesidad de él, lo incontrolable que se torna el deseo que se instala en mí, usar mi fuerza, mostrarle lo tanto
que se acumularon las cosas durante este tiempo. Quiero volver a escuchar la manera sofocada en la que dice
mi nombre, ver su piel enrojecida, sus labios brillosos y levemente hinchados por tantos besos. Necesito aspirar
su aroma, llegar tan profundo hasta reconocer las sensaciones que me embriagaban en un momento así. Ansío
el momento en que su espalda se curvee, como aferra las uñas a las sabanas o en mi piel, sentir su aliento
recorrerme, ver sus muecas y hacerle ver que es tan mío como el primer día en que le vi de esta manera; como
un delicioso e inocentón conejito.

Me pongo de pie, soportando todo lo que se origina en mi interior y las ganas de ir a por él y tumbarlo en la
cama, atarle con las sabanas si hace falta sólo para buscar nuestro placer.
Suelto la respiración y vuelvo a recorrerle con la mirada. Las orejitas de conejo sobresalen de su cabeza y están
ligeramente dobladas. Se ve realmente exquisito.

Las veces que llegó a usar eso y las ocasiones en las que lo imaginé haciéndolo, siempre me hicieron sentir como
un lobo al acecho. Inevitablemente humedezco mis labios al ver su excitación, sé que estuvo masturbando su
mente, así como yo lo hice.

Acorto la distancia entre nosotros, pero él empieza a retroceder.

—¿Qué pasa, Conejito mío? —le hago retroceder un par de pasos más para que su espalda choque contra la
ventana cuando le acorralo, se remueve y se aferra con una mano a la cinturilla de mis pantalones para no juntar
la espalda contra el cristal y se mantiene así tanto como puede—. ¿Te aterra estar casi al borde del vacío? Mira
que ahora estás mostrando tu desnudez a todo Londres. ¿Qué se siente estar así expuesto ante la ciudad? A que
es excitante, ¿no? Lo has hecho frente muchas personas, qué tiene de malo hacerlo ahora.

—No me asusta— responde sin dejar de mirarme.

—¿Entonces por qué te aferras a mí? —me inclino un poco para poder encajar con sus labios, pero tan sólo le
tiento. Es lo justo, él lo hizo antes conmigo.

—Quiero que juegues conmigo, así como lo hacías antes. Tom, quiero que me tomes y me hagas sentir tan
deseado por ti como antes— dice de inmediato. Veo las ganas tan intensas que tiene porque esto pase—. Hazme
sentir…

—Tuyo— decimos al unísono.

—Sí.

—Lo haría sin pensarlo o sin que me lo pidieras, Precioso… — algo que no sé definir, me da vueltas en el interior.
Mis pensamientos cruzan unos con otros y no dejo de mirarle. Siento el calor que ya emana su piel y me hace
arder por la cercanía—. Puedes soltarte de mí, ¿o sigues temiendo que podrías caer?

Le inclino un poco más y su espalda toca el cristal. Dirijo una de mis manos a sus nalgas y siento como aún se
resiste a pegarse por completo a la superficie. Le obligo a dar el último paso y mi mano queda en medio de su
nalga y el cristal.

—Quería que saltaras conmigo.

Por un momento sentí que estaba prolongando el momento antes de devorarle a besos, pero al ver su gesto
insistente por llamar mi atención y sentir alivio en espera de mis palabras, lo medito unos momentos

—¿Ya no me conoces, Precioso? —sigo la línea de su quijada con el índice—. No necesitas ‘querer’ que yo salte
contigo. Lo haría de inmediato— le digo al oído—. Pero ahora, por favor, salta a la cama conmigo y te haré sentir
más de lo que ya me has pedido porque eres mío…

—Y es curioso— me corta—, porque recuerdo que tú mencionaste que me sentías tuyo y a la vez no, y yo te dije
que, aunque llevara tu nombre en mi piel, no dejarías de creer aquello— consigue decir un tanto sofocado.
Permanecer en esta posición no ha de ser lo mejor para él—. Ahora debo pedirte otra cosa.

Le tomo por los codos y le acerco a mí, retrocediendo al instante y en cuanto puedo, le alzo para que aferre sus
piernas a mi cintura y sus brazos rodeen mi cuello.

—No sé cuánto tiempo me tuviste esperando y mira que empecé a hacerme de ideas, pero esto supera lo que
tenía en mente, Conejito. Anda ya y dime en qué otra cosa quieres, porque no puedo aguantar un minuto más
sin tenerte para mí.
—Quiero que lo hagas ahora, Tom. Deja tu nombre marcado en mí— me entrega algo, bajo la mirada y veo un
rotulador pequeño—. Escribe en mí, Tom. Hazlo donde quieras y déjame a mí poner mi nombre en tu piel.

Me muerdo el labio inferior y pongo poca distancia. Conozco cada parte de su cuerpo, lo he recorrido cientos de
veces tanto a ciegas, con los labios y las manos, e incluso bajo la luz de la habitación. Le conozco de memoria. Sé
que su tatuaje tiene una T. Sé que sus lunares llegan a formar la inicial de mi nombre si es que son señalados,
pero esto que me pide es difícil. Cualquier lugar de su cuerpo es apto para llevar mi nombre. Sobre su estrella,
en su clavícula de lado derecho, en la muñeca o en el dedo anular. Marcaría mi nombre incluso en un lugar de
sus caderas, arriba de alguna de sus nalgas o en el interior de sus muslos. Podría seguir descendiendo para buscar
el lugar apropiado y marcar mi nombre cerca de su tobillo. Pero escribir en él…

—¿Ya se te olvidó que mi nombre ya está en tu piel? Los besos, susurros, mordidas y lengüetazos pequeños, ¿no
son nada? Haz memoria, Precioso. En cada una de esas acciones he dejado mi nombre en tu piel, ¿y quieres que
ahora lo escriba?

Con la mano izquierda, paseo la punta del plug contra su hendidura, Bill se remueve, pero no le dejo caer. Poco
a poco lo introduzco en él. Su respiración se entrecorta, cierra los ojos con poca fuerza y separa los labios.
Aprovechando, me acerco para darle un lengüetazo a su labio inferior y después jalonearlo.

—Sí, aun quiero que lo escribas— responde bastante decidido.

—Bueno...

Le bajo de mí y tomo el rotulador de su mano. Bill intenta acercarse, extiende los brazos para poder alcanzarme
y yo lo alejo. Quiero ver cómo reacciona si es que le privo unos momentos del tacto y con la punta del plumón
delineo sus facciones, dibujo sus clavículas y en su pecho escribo mi nombre de manera invisible hasta detenerme
en el aretillo en su pezón. Escribo una T, desciendo sin despegar de su piel la punta del rotulador. Veo como
contiene la respiración cuando me detengo en su ombligo y dibujo una O. Le lanzo una mirada y él me
corresponde, algo destella en sus ojos y me encanta. Me vuelve loco. Y justo arriba del nacimiento de su miembro
escribo una M.

Bill muerde la esquina de su labio inferior y llevo la punta del rotulador a sus labios, lo besa y le da un lengüetazo.

Me provoca. Bill me tiene jodidamente carbonizado.

—Lo haré a mi manera— digo al fin y guardo el rotulador en uno de mis bolsillos—. Con palabras, caricias, lamidas
y mordidas. Y sólo tú podrás verlo— tomo su mano y la acerco a mí, le doy un besito en el interior de la muñeca
y ahora su mirada cambia. Vuelve a destellar de tal manera que ya no aguanta más y yo tampoco, quiero poseerlo
cuanto antes—. ¿Ves? Ahora lo he escrito ya en tu muñeca, sobre tu tatuaje, en el interior de tu brazo y ahora
en tu hombro— digo a medida que voy subiendo beso a beso.

Me acerco a sus labios y voy a por ellos, introduzco mi lengua para acariciar la suya y hago presión ligeramente
al mordisquearle el labio interior con el ansia que ya no cabe en mí. Tomo su rostro entre mis manos para tener
mejor agarre mientras él se aferra a mis hombros y junta su cuerpo al mío. Muevo mis manos sin despegarlas de
su cuerpo hasta dejarlas inertes en sus nalgas, le estrujo, casi desesperado y hago que se restriegue contra mí.
Siento su erección y la mía demanda esa fricción contra él. Bill comienza a sofocarse tanto como yo y en las
fracciones de segundos en las que nos separamos para volver a encajar nuevamente, he escuchado sus jadeos y
lo agitada que ahora está mi respiración. Dirijo la diestra hasta su hendidura y siento el abultado rabito de conejo.
Le guio un par de pasos hasta la cama, él pone un poco de distancia y hace ademán de subir, pero le atraigo
tomándole con fuerza.

—Vamos, Precioso— con la diestra le tomo por la quijada—. Tócate para mí.
Lo empujo hacia atrás para que caiga en la cama y le miro con algo de altura, levantando la barbilla antes de
sacarme la camiseta. La malicia se instala en él y sin decir nada, sube hasta la altura de las almohadas, pero se lo
impido al estirarme y alcanzar sus tobillos para atraerlo nuevamente y se quede dónde estaba.

—Me gustaría que me recuerdes cómo es que castigaba tus faltas— le pido al momento en que desabrocho mis
pantalones y dejo que la hebilla del cinturón cuelgue un poco.

—Con… ¿un guantazo? —intenta adivinar. Su mano va hasta las orejitas de conejo para quitárselas, pero se lo
prohíbo mediante una señal.

«Y de momento llevas dos, Precioso»


Veo cómo se muerde el labio inferior y ahora sí dirige una de sus manos hasta su miembro.

Mediante un gesto le pido que no deje de mirarme. Él lo entiende, se incorpora, separa un poco las piernas y sin
dejar de verme, acaricia su erección repetidas veces, deteniéndose en la punta y dibujando circulitos con el
pulgar o sujetando desde la base hasta que las puntas de sus dedos tocan sus testículos. Veo como entrecierra
los ojos, como su pecho sube y baja, miro el aretillo en su pezón y le digo que juegue con él. Contrae las piernas
a causa del placer. Se ruboriza por el calor que se instala en su rostro y se arquea ligeramente sólo para
provocarme.

Sabe cuánto me pone verlo así. Ya ha de querer que vaya a por él.

Sigo de pie frente a Bill, solo mirándolo y ya. Ni siquiera he terminado de desvestirme y no sé por qué estoy
tardando tanto, así que me saco las prendas que me faltan. Él ha hecho un sonidito especialmente delicioso y
voy a por él antes de que continúe y alcance un orgasmo sin que yo le haya tocado antes.

—Tom…

Me detiene jugueteando al posar las puntas de sus pies contra mi pecho. Le tomo de los tobillos y hago que baje
las piernas con lentitud. Cuando vuelvo a acercarme, son sus rodillas las que me detienen. Está provocándome y
no quiero alargar más el momento y poder tomarlo. Separo sus piernas al tomarle de las pantorrillas, luego
posiciono sus pies en mi pecho, me encojo y le atraigo tomándole con fuerza de las caderas. Al momento de
erguirme, sus tobillos quedan sobre mis hombros y él me mira totalmente alucinado. Veo sus manos, éstas se
deslizan por su torso hasta llegar a su erección, pero la diestra sujeta la mía y una vez las junta, ambas manos se
dedican a masturbarnos.

Siento como una oleada caliente crece en mi abdomen, me da un vuelco incomparable y echo la cabeza hacia
atrás a causa de ello.

Es intenso, suave e incesante. Me llena de placer y quiero que este aumente.

Le escucho jadear mientras yo guardo esos sonidos para mis adentros. Me limito a solo dejar escapar la
respiración porque siento que, si la contengo un segundo más, algo va a estallar en mi pecho.

Mis manos pasean por sus piernas repetidas veces, yendo a la cara interna de sus muslos y continuo con suavidad
en la flexión detrás de sus rodillas. Cuando su tacto sobre mi miembro se vuelve intenso y sus movimientos
cambian, le sujeto con fuerza por los tobillos, aprieto los labios y detengo las ganas de dejarme caer a la cama.
Las piernas me tiemblan levemente y siento que no puedo seguir de pie, así que bajo con lentitud las piernas de
Bill, él me mira y se impulsa para subir hasta las almohadas. Me acerco, voy sobre él y le hago darse vuelta. Bill
pretende ponerse a horcajadas, le devuelvo sobre las almohadas y tomo sus manos para subirlas arriba de su
cabeza. Escucho una risa ahogada por su parte y entonces aferra las manos a uno de los cojines de encima.
Se le han caído las orejitas de conejo y las acomodo de inmediato. Desciendo con lentitud, aspiro su aroma hasta
que la punta de mi nariz acaricia su nuca. Aprecio sus lunares, pero esta vez no iré a por ellos primero. Con besos
y lamidas, voy descendiendo por su espalda, sintiendo como se tensa y se remueve. Su piel se ha erizado al
momento en que llego a su espalda baja, me deleito con ello, sujetándole con un poco más de fuerza y bajo hasta
esa zona donde el nombre de la espaldilla se pierde totalmente. Le doy un lametón, siento el comienzo de su
hendidura y me detengo ahí. Vuelvo a pasar mi legua por su piel cuando veo las reacciones que tiene su cuerpo.
Dejo escapar mi aliento sobre los círculos de saliva que aún son notorios. Bill se estremece y termina por
encogerse. Le doy un mordisquito, sólo uno y es suficiente para hacerle arquearse de placer.

Le escucho ahogar un gemido, estrujo sus nalgas y la tentación por verlas enrojecidas me hace enloquecer. Bill
se incorpora y yo tomo distancia para mirarle. Mis manos se aferran a sus costados y le hago ponerse a
horcajadas. Cuando veo su espalda totalmente curveada, le doy un guantazo tan fuerte que la mano me pica y
su nalga queda roja, la estrujo y ahora le doy un guantazo más leve a la otra nalga.

Me gusta verle así, mi mano se ha marcado en su piel y la postura en la que permanece provoca pequeñas
explosiones en mi interior.

Llevo la diestra a su hendidura y sobre el abultado rabo de conejo hasta sacarlo. Juego con su entrada, le hago
creer que voy a introducirme en él para buscar aquel punto al que le gusta que llegue. Voy hasta su miembro,
tiro de el sin nada de fuerza y le recorro de arriba abajo repetidas veces. Mi otra mano se detiene en su abdomen
y le hago incorporarse. Junto mi cuerpo al de Bill y le sostengo para que no caiga. Se acomoda y entonces empiezo
un vaivén de movimientos contra su entrada. Friccionándome contra él y masturbándolo al mismo tiempo, siento
que podría extinguirme. Su piel arde contra la mía. Me quema, prolonga la sensación hirviente en mi pecho y se
expande como fuego por mis venas. Bill empieza a sentirse resbaloso por el sudor y sus jadeos le cortan las
palabras, pero eso no me impide querer tenerlo más cerca o escucharle por completo.

Bill aferra una de sus manos a mi cadera hasta mantenerla inerte en mi nalga e impulsarme cada vez más. Su
otra mano ayuda a las caricias que reparto en su erección. Le siento temblar, se encoge y cae para apoyar las
manos en la cama. Le doy un último guantazo, le tomo con determinación y hago que se dé la vuelta tan rápido
que su mirada desorientada me causa algo de gracia.

Voy a por él, me hago espacio en sus piernas y me fricciono lo más intenso posible. Él me mira con los ojos muy
abiertos, su boca forma una O y contiene un jadeo. Voy a sus labios, besándole con fuerza mientras mis manos
se hunden a sus costados y estrujo la ropa de cama en mis puños. Bill aferra las piernas a mi cintura y se mueve
debajo de mí siguiendo el mismo ritmo. Sus manos pasean por mis hombros, mi espalda y me encaja las uñas en
las costillas. Aumento el ritmo y ahora sus dedos se entierran en mi piel, descendiendo hasta mi cadera e
impulsarme al estrujar mis nalgas.

Pongo distancia, le miro detenidamente y el deseo que me transmite me hace estallar por completo. Le quito las
orejitas, invierto las posiciones y le tomo por la cintura, pero él escapa de mi agarre. Sus manos aprisionan las
mías a ambos lados. Me remuevo sobre la cama mientras su lengua acaricia mis labios y luego me mordisquea
como yo hice con él en algún momento. Se acerca hasta mi oído, pero no dice nada, en su lugar, deja escapar su
respiración junto a mí. Sus manos ahora se posan en mi pecho y al restregarse contra mí, siento sus uñas
encajarse en mi piel. Vuelve a besarme y poco a poco empieza a descender a mi cuello, chupa la piel sobre mi
nuez de Adán, desciende un poco más y se detiene en medio de mis clavículas y me marca un chupetón que
duele ligeramente. Escucho su risa ante mis quejidos y sus uñas rasguñan mi pecho hasta bajar y detenerse en
mis oblicuos.

Soy incapaz de decir algo. Esto me gusta. ¡Joder, que me tiene aún más carbonizado!
Hundo la cabeza entre las almohadas, separo los labios y dejo escapar un jadeo. Su tacto logra incrementar el
calor que emana mi cuerpo y la respiración se me agita un poco más. Esto sí que es placentero, Bill está a nada
de llegar a mi erección y yo tan sólo puedo sentir como me deshago por dentro.

Cierro los puños y me tenso por completo cuando sus manos serpentean por mis muslos hasta subir y tomar mi
longitud. Siento que comienzo a extinguirme. Estoy más que carbonizado y descolocado ante la manera en la
que me masturba. Pronto siento el calor de su boca acercándose a mi punta, casi hundo las caderas ante ello. De
todos modos, Bill deja caer su aliento sobre mí, haciéndome estremecer y maldecir por lo cabo. ¡Ahg! Siento mi
miembro palpitar entre sus manos y mi piel arde ante su tacto. Mi respiración se ha vuelto más que ruidosa y no
dejo de estremecerme. La piel se me ha erizado y de un momento a otro Bill se detiene. Siento su peso sobre mí,
cómo se acerca y al compartir un beso, se mueve sobre mi cuerpo, su miembro se cruza con mi pene mientras
se restriega cada vez con más intensidad. Me muevo debajo de él tanto como puedo, pero es difícil. Los músculos
se me tensan de inmediato y me encojo debajo de él. Siento su sonrisa ensancharse junto a mis labios y como se
sofoca de un beso momentos después.

Vuelve a moverse sobre mí y desciende tan rápido como es posible sin despegar los labios de mi piel. Pronto mi
longitud se encuentra en su boca. Bill va de arriba abajo tan rápido que apenas soy consciente de las sensaciones
que logran hacerme llegar al exceso. Ya ni siquiera escucho mi respiración, lo único que puedo percibir es su
legua dibujando círculos en mi punta y como lame hasta la base. Las puntas de sus besos acarician cada textura
de mi piel hasta jalonear ligeramente debajo de los testículos, dándome una punzada que sube a mi abdomen y
se reparte como miles de flechas hasta llegar a mi pecho.

El corazón me ha estallado de lo agitado que está y una sensación ardiente me quema desde adentro.

No puedo más con lo frenético que se ha vuelto esto. El ansia de Bill se adhiere a mí el doble de fuerte que seguro
le ataca a él. Su habilidad para hacerme temblar ante la tibiez de su boca y lo placentero que se siente cuando
su lengua va una y otra vez sobre mi punta, hace que sienta las palpitaciones de mi pene contra su lengua.

Un gemido escapa de mi garganta, contraigo los brazos tanto como puedo, sintiendo como sobresalen los
músculos y me siento derretir en la cama, pero aún no me he corrido. La boca de Bill me libera y nuevamente
siento que sube a mí. La cama se hunde a mis costados y agitado, solo espero escucharle decir algo. En su lugar,
me mira y toma mi miembro para poder bajar las caderas hasta que se haya penetrado. Ahora sus manos van a
mis hombros y las mías estrujan sus nalgas y entierro los dedos en su piel al hacerle moverse rápido sobre mí.

La intensidad del momento me hace echar la cabeza hacia atrás, hundiéndola entre las almohadas y cerrar los
ojos con tanta fuerza que, al abrirlos, la imagen no es clara.

Bill se sigue moviendo sobre mí, ahora una de sus manos se dedica a darse más placer y le ayudo en la búsqueda
de la sensación más fuerte que podría llegar a sentir. Le veo. Veo cómo se muere carbonizado ante esto y lo
desesperado que está por llegar a la cima.

Me introduzco en él a un ritmo frenético. Pronto todas las sensaciones se maximizan. El calor aumenta y los
espasmos de placer hacen que me curvee. La piel se me ha erizado, algo intenta estallar dentro de mi pecho y
entonces aumento más el ritmo. Bill se dobla de placer, mis movimientos y los suyos se detienen, él apoya las
manos en mis hombros y se acerca para poder besarme, pero no lo hace. Me esquiva y deja escapar un gemido
cerca de mi oído.

Bill sale de mí y se derrite sobre mi pecho. Le hago incorporarse, me doy cuenta que sólo he salpicado cerca de
su entrada y necesito terminar por correrme. Cuando Bill vuelve a restregarse contra mí, junta su erección con
la mía y siento lo poco pegajosos que estamos. Él intenta morder su labio para acallar sus sonidos de placer, pero
no puede ante un gemido que deja escapar junto a mis labios. Continúa moviéndose sobre mí por pura inercia,
me mira al levantarse un poco, pero después cierra los ojos con fuerza, suelta la respiración y vuelve a gemir. Se
ha corrido en mi abdomen y se ha dejado caer sobre mi cuerpo. Invierto las posiciones, me fricciono contra él
tanto como puedo. lo siento cerca. Siento como todo se calienta. Y tomando nuestros miembros, logro correrme
también. Bill me hace ahogar un gemido cuando me besa y termina mordiendo mi labio inferior. Me aparto de
momento, le miro y tomando mi punta, dibujo sobre su abdomen algo que solo yo puedo ver.

Las sensaciones me hacen desvanecerme, las piernas me tiemblan y poco a poco me derrito en la cama, soltando
el aliento e intentando apaciguar mi respiración.

Hacía tanto que esperaba un momento así de intenso. Hacía tiempo que necesitaba sentir como me extinguía el
llegar a un orgasmo. Pasamos muchísimo tiempo separados y ni siquiera todas las veces que hemos estado juntos
en la cama podrían igualarse con esto.

Quedamos tendidos en la cama, Bill ha de estar tan exhausto como yo como para haber cerrado los ojos y
extender los brazos sobre la cama. Su pecho sube y baja aun incontrolablemente y sus labios permanecen
entreabiertos. Aun siento la humedad y el líquido pegajoso en mi abdomen y me apetece una ducha.

El tiempo pasa y el placer se desvanece. Le escaneo lascivamente mientras descanso a su lado.

«Eres bastante precioso, Bill».


Le sorprendo mirándome, lanza una sonrisa fugaz, pero ésta se borra cuando ve que me incorporo y salgo de la
cama.

—¿A dónde vas?

—A la ducha— se me sale una risa cuando noto la manera en la que ha dicho eso.

—Quédate y duerme conmigo— me pide, pero me imita también al levantarse.

A un paso de distancia se detiene y baja la mirada. Se agacha y toma aquello que ha pateado. En su mano veo el
rotulador y sin pensarlo se lo quito. Que se me ha ocurrido una idea antes de ir a la ducha.

Lanzándome una mirada juguetona, se acerca un poco más, pero le detengo y le rodeo.

—Cierra los ojos.

—¿Qué tramas?

—Sólo hazlo.

—Pero dime— insiste.

—Anda ya— estoy detrás de él y me acerco a su oído—, ciérralos.

—Bien…

Escaneándolo con la mirada, vuelvo a rodearlo mientras paseo la punta del rotulador por su piel dibujando líneas
imaginarias y pensando donde es que luciría bien mi nombre en su piel. Me detengo frente a él, le veo sonreír y
lamerse los labios. Destapo el rotulador y escribo mi nombre.

—Aquí es donde quiero que lo lleves, que me lleves a mí, más bien— termino por corregir—. Y estoy seguro de
lo imposible que será que te olvides de esto, Precioso.

Bill abre los ojos echa un vistazo. Su mano va hasta su piel y sus dedos delinean las letras.

—Tom— lee mi nombre y alza la mirada para unirla a la mía—. Me gusta como se ve en mi piel.
Capítulo 19

Estaba implícito el dónde había escrito Bill su nombre sobre mi piel. Desde que tomó mis manos y garabateó las
cuatro letras en cada una, supe lo que significaba. Ahora estaba conmigo, le tenía, Bill estaba tan complacido con
eso al igual que yo. Me lo ha dicho con la mirada; estar entre mis manos es lo único que quiere. Eso y que, no
me dejará mentir, le encanta cuando dejo enrojecida su piel.

Dos razones poderosas por las cuales sé que él ha dejado su nombre en mis manos.

Cierro los ojos esperando el momento en que pueda recuperar la fuerza de nuevo. Estoy exhausto y estar en la
tina comienza a relajarme hasta el punto de hacerme querer dormir. Suelto un suspiro y entreabro los ojos,
seguido, suelto una sonrisa al escuchar cómo se abre la puerta. Al llevarme una mano hacia el pelo, veo
fugazmente su nombre en mi piel, desvío la mirada y en mi diestra vuelvo a leer su nombre.

—Bill…— digo y él se acerca despacio hasta detenerse a mi lado.

Mis ojos suben por su cuerpo desde sus piernas, aparentando no deleitarme con su desnudez hasta que me
encuentro con su rostro. Él me sonríe y se pone en cuclillas para estar a la altura; desvía la mirada y, mordiéndose
levemente el labio, sé que es lo que está pensando. Las burbujas sobre el agua le impiden mirar específicamente
una zona de mi cuerpo, aquella donde pretendió escribir la P de Precioso y yo me aparté de inmediato. Me hacía
gracia que quisiera dibujar por debajo de mi oblicuo derecho mientras sus dedos pinchaban mi costado para
tener mejor agarre —según él—. Bill consiguió dejarme un rayón porque no aguanté el cosquilleo.

—¿Qué hace aquí un inocentón conejito?

—Apreciando la vista— menciona en medio de una sonrisa y sus dedos juegan a recorrer con lentitud el borde
de la tina—. ¿No me invitas? —sus ojos conectan con los míos y de inmediato algo electrizante recorre mi
interior.

Con una mano le hago una señal, invitándole así. Recojo las piernas para darle espacio y entonces él entra a la
tina conmigo, separa las piernas para que sus rodillas sobresalgan del agua y éstas queden apoyadas en los
bordes de la tina. Le escaneo con la mirada antes de que se dé cuenta y veo como las burbujas se adhieren a su
piel y queda un espacio sin éstas sobre la superficie y alcanzo a ver su tatuaje de estrella por debajo del agua.

—Te demoraste. Usualmente me sigues hasta la ducha— digo medio en serio, medio en broma.

Siempre me ha gustado ese gesto suyo cuando cree que he dicho algo verdaderamente estúpido.

—Esperaba escuchar el agua de la ducha para ir detrás de ti, pero como no fue así…

—Ya— le corto—, ¿cuál es la verdadera razón?

—Esa.

—Sé perfectamente cuando estás mintiendo— levanto la mano desde abajo del agua para salpicarle. Divertido,
hace lo mismo para mojarme también.

—La verdad es que tardé porque no me apetecía sentir el agua sobre mí, tenía más ganas de algo diferente—
termina modificando su tono de voz por uno más sugerente—. O ganas de alguien, no sé. ¿Tú qué crees?

—Creo que es otra mentira, pero si me dices qué te apetece, prometo guardar el secreto— le dedico una sonrisa
y él desvía el rostro.
—Bien— una risa corta se queda flotando unos segundos entre nosotros—. Creí que estabas tocándote y por eso
yo miraba por la puerta.

—¿¡Qué!?

Me sorprende que no me haya quedado sin aire por la carcajada que he soltado. No me lo creo.

—Como lo escuchas.

—La puerta estaba cerrada— digo entre risas.

—O eso era lo que tú creías— alza las cejas juguetonamente para sembrarme la duda.

Le miro y detengo la carcajada casi en seco. Puedo ver las intenciones que tiene reflejadas en el brillo de sus ojos.
Además de no creerme sus palabras, me sorprende el que tenga ganas de más. A que pretende ponerme a
prueba con su faceta de «soy insaciable»

—¿Querías verme así, Precioso? ¿Es esa tu fantasía? —no puedo evitar preguntar, la verdad es que me pincha la
curiosidad.

—Sí, pero sé que te negarías si lo pidiera, te conozco.

—Eso, bien dicho— me burlo—. Y a todo esto... ¿qué ocultas? Me parece que todo lo que has dicho es para
distraerme.

—No oculto nada, sólo guardo un secreto— me mira con tranquilidad y levanta las comisuras de sus labios en
una sonrisa pequeña triunfante.

—¿Qué cosa?

—Cierra los ojos— me pide de inmediato.

—Mmm…

—¡Aff! No los vas a cerrar, ¿cierto? —cuestiona y yo niego con la cabeza—. Quería ver que llevarás esto.

Levanta la mano derecha y entre sus dedos se encuentra enredada una cadena con una placa realmente
pequeña. Es, quizás, del tamaño de las yemas de sus dedos. Pestañeo un par de veces para cerciorarme de que
la estoy viendo ahora e intento comprender cómo es que no pude verla antes.

Bill me dedica una sonrisa, se incorpora sujetándose del filo de la tina y, sin apartar su mirada de la mía, se acerca
hasta hacerse espacio y subir sobre mis piernas. Junta su pecho ligeramente a mi rostro para que pueda apreciar
mi nombre escrito en su piel. Me muerdo el labio inferior y reprimo las ganas de acercarme y delinear las letras
entintadas sobre aquel lugar donde me encanta posar la mano y sentir sus latidos. Quiero que, por muy
exagerado y romántico que se escuche, me lleve en el corazón, y si éste vibra al unísono con el mío al momento
de estar en la cama, mejor aún.

Vuelvo a pestañear para alejar esos pensamientos de mi cabeza.

—¿Qué es? —tomo su mano y la llevo ante mi vista para ver lo que tiene entre los dedos.

—Es un regalo para ti— responde de inmediato y separa los dedos para liberar la cadena—. Sé que dijimos que
compartiríamos el dije, podemos seguir haciéndolo si gustas, pero quiero que tengas esto.

Lo tomo con ambas manos para verlo, a primera vista su forma redonda me parece fuera de lo común, pero tiene
una T y al darle la vuelta y leer las letras pequeñas, todo cambia.
«I love you to my star and back»

Se me detiene el corazón, levanto la vista y mis ojos conectan con los de Bill. La emoción que desborda y procura
moderar, enardece mis latidos.

—¿Te gusta? —pregunta. El tono de su voz oculta algo de inseguridad y se muerde los labios—. Es especial—
dice antes de que yo pueda siquiera agradecer—. No sé porque no se me había ocurrido antes, ahora mi estrella
es de los dos— menciona entre pausas al quitármelo de las manos y colocármelo en el cuello—. Esperaba que
fuera único, de verdad quería hacerlo especial, es lo primero que te doy y no quería arruinarlo. ¡Ah! Y no podía
esperar para que lo tuvieras, así que no tiene envoltura. Ya, te dejo responder…

Parece preocupado, en realidad quiso que fuese algo insuperable. No sé qué pensar, hizo de ambos la estrella
que le regalé y le dio significado con esas palabras. Me ha dejado sin palabras, usualmente soy quien deja si habla
a los demás en cuestiones semejantes, y sus intenciones han sido las mejores, pero no siento que el
sentimentalismo fluya totalmente en mi justo ahora y menos teniéndole completamente desnudo sobre mí,
estando ambos en la tina y con ese aire provocativo con el que llegó hasta aquí.

—Entonces… ¿Te gusta?

Sus manos se mantienen en mis hombros y yo aprovecho para atraerle, rodeando su cuerpo con uno de mis
brazos. Bill me mira detenidamente mientras acaricio su mejilla, desciendo a su cuello, deslizo la mano por su
pecho hasta sumergirla y delinear su tatuaje en el oblicuo.

—¿Me quieres tanto?

—¿En verdad esperas que te diga lo que ya sabes? —arquea una ceja y las comisuras de sus labios se levantan
en una sonrisa apenas notoria.

—Sí, me gusta que las cosas queden claras.

—No, de hecho, te gusta escuchar lo que ya sabes porque hace vibrar tu ego.

¡Touché!

Hacía tiempo que no me daba ese tipo de respuestas.

—Bueno, pero últimamente estás muy complaciente, ¿no te parece? Así que, ¿qué más si lo dices para mí?

—Lo diré una sola vez y tendrá que ser suficiente— responde a modo de juego e intenta apartarse, pero le
detengo y no hace por querer poner distancia otra vez.

—Sí, una vez será suficiente. Anda ya, dilo

—¿Sabes…? No voy a hacerlo— juega con la mirada y se hace del rogar.

—Dilo— insisto.

—Olvídalo— hace amago de retirarse, pero nuevamente no le permito hacerlo.

—Si no lo haces...

—Ya, puedes leerlo perfectamente y…— me interrumpe, pero yo también corto sus palabras rápidamente.

—No sé leer.

—No jodas, Tom. ¿En serio? —rompe a carcajada limpia al igual que yo.
—Así que dímelo antes de que…

—Ya— su dedo índice va sobre mis labios para hacerme callar—. Te quiero, Tom. Te quiero desde mi estrella y
de regreso.

—Eso es mucho… ¿Verdad, Precioso? —murmuro antes de juntar sus labios con los míos.

—Pues… sé que te gusta darle un par de vueltas con los labios y la lengua— menciona en broma refiriéndose a
su tatuaje—. Pero sí, desde mi estrella y de regreso.

—Gracias—rompo el silencio que se ha formado y le beso.

—Es la primera cosa que te regalo, a diferencia de ti que me has dado tantísimas cosas.

—Bueno, tal vez deberías darme algo más.

—Lo que quieras— se apresura a decir.

Pareciera que vuelve a la realidad de hacía cinco minutos. Mis palabras devuelven a él las ganas de seguir con
sus miradas y sonrisas sugerentes, y yo respondo a él de inmediato.

—Por pura casualidad, ¿no te guardas otra sorpresa para mí? —juego con la situación, pero él, divertido, niega
con la cabeza.

—¿Sabes…? Estaba pensando.

—Déjame adivinar, ¿tiene que ver con un sujeto bien parecido y que también es bueno en la cama?

—Si te contara, no dudarías en meterte con él.

Lo que ha dicho en serio me ha dejado en blanco.

—¿Se trata de mí? —pregunto con desconfianza. No sé cómo ha interpretado aquello.

—¿Y de quién más?

Niego con la cabeza al momento.

—Dime algo— pide de repente, quizás para alejar otro tipo de pensamientos que tengan que ver con lo anterior.

—¿Cómo qué?

—No sé, lo primero que te venga a la cabeza— se encoje de hombros y desvía el rostro.

—Mmm…

Hipnotizado, miro con cuidado sus movimientos; le veo mover las manos sobre la superficie del agua, apagando
la existencia de algunas burbujas. Bill levanta ligeramente los brazos y veo cómo lo hace con lentitud. De repente,
mi vista se fija en su pecho y veo el suave brillo del aretillo en su pezón, finalmente levanto un poco la vista, y en
medio de una sonrisa, separo los labios para hablar:

—Tom.

—¿Tom? —de momento Bill luce extrañado, cuando sabe a lo que me refiero, corresponde con una sonrisa. Esta
vez me sorprende la picardía con la que lo hace—. ¿Ahora me llamo Tom? O será que quieres escucharme decir
tu nombre, ¿no es así?

—Llevas mi nombre justo ahí— señalo con el índice.


Casi siento las mejillas arder por lo que se avecina; la forma en la que Bill me muestra mediante una mirada su
disposición a cumplir cualquier fantasía que se me atraviese por la cabeza.

—Tienes una mirada especialmente juguetona— me atrevo a decir.

—Y tú no pareces querer jugar— responde de inmediato.

Pone distancia. Ahora sus manos van a mi nuca y dirijo las mías a los bordes de la tina pretendiendo no dar
respuesta a sus insinuaciones porque me gusta ponerlo a prueba.

—¿Cómo podría? No hay cómo jugar.

—Vamos, Tom…— poco a poco, corta la distancia y junta su rostro al mío—. Juega conmigo tanto como quieras.
No soy de cristal.

—Sé que no lo eres— digo despacio.

A Bill le producía un inmenso placer el verme enfadado y a punto de castigar sus faltas. Que él llegara a provocar
eso, me hacía sentir realmente en la cima de todo. Antes, cuando se las arreglaba para hacer que le impusiera
un castigo, lo hacía sólo para llegar al sado. Ahora, no sé si va muy rápido o yo no estoy en la misma sintonía que
él, pero saber y, aún más el ver lo que pretende, me hace estremecer. La idea de volver a ser como antes, no
sólo al estar juntos, sino también el volver a los juegos que acostumbrábamos, cada vez golpea fuertemente en
mi cabeza y mis ganas de repasar con él las reglas del juego son incontrolables. Podría someterlo justo ahora.
Invertir las posiciones, hacerme de algo que tenga a la mano que sea capaz de limitar sus movimientos y disfrutar
mientras le presento la futura erección que tendré.

Ya lo imagino y empieza a tenerme carbonizado.

Todo el tiempo había estado tentándome y en verdad desespero por hacer lo mismo con él. Que se me daba a
la perfección hacía tiempo, pero mi placer no llegaría hasta su punto máximo si Bill no se resiste, si no luce
prohibido e inocentón. Me puede más que se sienta indomable a que, así a la primera, se preste a mí en su
totalidad.

—Podría considerar el jugar contigo, Precioso— digo al fin en un tono bajo, casi ronco como un ronroneo. Uno
de esos que le hacen vibrar cuando cierra los ojos, así como ahora.

—Mmm… Precioso— pareciera que medita como le he llamado.

Veo su piel erizarse y como el aretillo en su pezón puntiagudo es tocado con las puntas de sus dedos sólo para
llamar mi atención. Se acerca y me hace cerrar los ojos. Hace ademán de llevar sus labios a los míos, pero me
impide el besarnos y acariciar lo tersos y sensibles que han de estar aquel par de labios que tanto gozaron hace
un rato.

Parece satisfecho. Siento como se ensancha su sonrisa al dejarme tentado. Recorre mis brazos y llegar a mis
manos, las toma para hacerme llevarlas hasta sus nalgas, cerrar los puños en su carne y que se friccione contra
mí.

—Te gusta… ¿No es así, Precioso? —dice en un susurro. Una de sus manos libera la mía y con lentitud se dirige
hasta uno de mis oblicuos.

Que diga eso me pone al cien, pero me siento avergonzado. Me llama Precioso cuando sus dedos tocan
ligeramente el lugar donde quiso escribirlo.

—Necesito encontrar el cómo llamarte.


—¿A mí? —pregunto confundido y aparto mis manos de él.

Pongo distancia para mirarle, pero insiste y me veo en la necesidad de tomarle de las muñecas para llevarlas
contra su pecho y así se esté quieto. No le ha gustado que lo hiciera.

—Sí— pero no me demuestra por completo que lo que he hecho le ha jodido tanto—. Tú me llamas Precioso
estemos o no dándonos placer. Quiero también poder llamarte de alguna manera.

—Tú ya me llamabas de una manera, ¿lo olvidaste?

—Me gustaría que me lo recordaras.

Sin decir nada más, se aleja lo suficiente y sale escurriendo de la tina. No quiero perder más tiempo, así que voy
detrás de él y al escucharme jalar la puerta, se medio vuelve a verme. Bill yace de pie frente a la cama y termina
por cubrir su hombro con la tela de una bata negra que, estoy seguro, es la mía.

Mirándome por el rabillo del ojo, me escanea hasta darme la espalda. Veo como anuda las cintas de seda
mientras me acerco. Deshago el nudo al rodearle con los brazos y juntar mi cuerpo al suyo. Se tensa de inmediato,
acerco mis labios a su nuca y suelto un suspiro. Se le ha vuelto a erizar la piel.

—Me puede tanto ver cuando te pones así— sus manos van a las mías cuando le abro la bata y no me permite
quitársela—. ¿Qué fue lo de hace unos instantes?

—Tú dime.

—Pues... Yo diría que intentabas jugar con fuego— digo ahora cerca de su oído y en instantes me encuentro del
otro lado intentando lamer el lóbulo de su oreja izquierda—. Y ya has demostrado que no eres capaz de jugar
con el. Te quemas fácilmente, Precioso.

—No es cierto— su altanería me derrite por dentro. Está dándome justo lo que quiero—. Sé jugar tan bien como
tú— mi agarre se vuelve aún más fuerte después de escucharle.

—Recuerdo que no podías ni sostenerme la mirada cuando yo estaba enfadado o ya ni eso— sin apartar mis
manos de él y sin dejar de retenerle con la misma fuerza, me las ingenio para subir la bata hasta su cintura—.
Me llamabas Señor y en un par de ocasiones la palabra Amo salió de tus labios, ¿ya lo olvidaste?

Le empujo a la cama y subo a horcajadas sobre él. Mis manos estrujan la tela de la seda color negro una y otra
vez mientras recorro su cuerpo. Me mantengo inerte en sus nalgas y le escucho ahogar sus palabras llevando el
puño a su boca y hundiendo el rostro en la cama.

—Precioso es lo que te define a ti, por eso me escuchas llamarte así un sinfín de veces— desvío la mirada y me
encuentro con el rotulador. Quiero hacer algo—. Pero si quieres hallar algo para mí además de aquellos dos
términos los cuales usaste, está bien.

Voy hasta su espalda baja y, jodidamente tentado, le doy un beso al final de su columna, paseo mi lengua por la
zona hasta sentir el inicio de su hendidura. Rápidamente destapo el rotulador con una mano y escribo Precioso
sobre su nalga derecha. Se remueve y logra darse la vuelta para que yo pueda verle. La bata ha quedado revuelta
debajo de él y me mira tan provocativo que no le hago esperar más y rompo la poca distancia que aún hay entre
nosotros.

—Cuando lo hagas, podrás demostrarme que no eres capaz de quemarte si es que juegas con fuego.

—Puedo demostrarlo ahora mismo— dice por último antes de besarme.


A estas alturas, no creo que importe qué tan rápido van las cosas. No sólo es mi novio, también es mi amante, y
si queremos, podemos hacerlo, pero creo que al menos yo si lo consideraré un par de veces antes de tocar el
sado.
Capítulo 20

De seguir en el departamento, Bill hubiese continuado con un juego de miradas entre inocentonas y
peligrosamente seductoras para tenerme en la palma de su mano, como ha intentado a lo largo de los días.
Realmente quería disfrutar de Bill tanto como él quería hacerlo conmigo, pero él tenía en mente un juego que
yo no estaba dispuesto a seguir, al menos no por ahora.

Le hice salir para pasarlo bien el resto del día y que dejara sus inasistencias un momento. Entonces entramos a
un restaurante donde pasamos largo rato y hablamos de cualquier cosa que se nos atravesó por la cabeza y en
los escasos momentos silenciosos, noté otro tipo de intenciones en su mirada. En verdad que es persistente y,
obviamente, no descansará hasta que yo diga algo que endulzará sus oídos y le haga sonreír de oreja a oreja por
lo que sea que quiere.

Intenté desaparecer esas ideas de su mente, teniendo éxito, charlamos de tantas cosas y siento que la más
importante fue cuando tocamos el tema de la última vez que estuvimos aquí. Aquella ocasión fue memorable,
pues recuerdo a la perfección que mi trato con él era diferente en su totalidad. Era más íntimo y la complicidad
permaneció en ambos hasta el último día en Londres. Ahora todo ha cambiado. Bill es, después de tanto, mi
pareja, pero aun así extraño aquella complicidad.

Antes de que cayera la noche, dimos un paseo en un pequeño parque cerca de London Eye. Le contaba a Bill
aquello que hablé con Cimone y mientras omitía detalles, noté que la manera en la que me miraba había
cambiado. Estaba atento a mis palabras, sí, pero me daba la impresión de que Bill quería decir algo. Hice una
pausa a propósito para que dijera lo que sea que quisiera decir, pero en su lugar miró en dirección a mi cuello y
después desvió el rostro cuando se dio a entender. Apreté los labios ligeramente y sin que me viera llevé una
mano hasta lo que pendía de mi cuello. Ahora entiendo su reacción, creo que yo también hubiese hecho lo mismo
al recordar la manera en la que se dieron las cosas cuando me dio esto.

«I love you to my star and back»

No lo niego, fue algo ardiente mezclado con romance. Más ardiente que romántico, de hecho. Y supe lo qué Bill
quería al descifrar su mirada y la idea sí que me tentó, ¡joder! Estaba que me deshacía por dentro, pero en
realidad no veía porqué apresurar las cosas. Quería más bien que fluyeran en otro ritmo.

Recuerdo sus insinuaciones en la tina y a lo largo de esta semana fueron cada vez más frecuentes y yo solo podía
pensar en cómo me gustaba que mi cuerpo respondiera a Bill cuando se acercaba, aunque yo no cediera.

Ahora me mira de la misma manera en que lo hizo esta mañana. Detrás de ese gesto tranquilo se ocultan sus
verdaderas intenciones. Inclina un poco la cabeza hasta que rompe nuestro contacto visual, chupa su labio
inferior y voltea el rostro. Había intentado lo mismo durante días y sabía perfectamente cómo utilizar cada
momento a su favor para tentarme. Por las mañanas al tomar el desayuno, iba directo a la cafetera y cuando
menos me daba cuenta, Bill ya estaba detrás de mí juntando su pecho a mi espalda en una manera sutil con el
simple pretexto de alcanzar una taza de arriba. También hacía lo mismo en la ducha. En la estancia al ver tv, se
recostaba en el sillón para posar la cabeza en mi pierna y mantenía inerte su mano en mi rodilla. Y ya como
último recurso por las noches fingía estar dormido, y acurrucado junto a mí, posaba la mano en mi pecho y
terminaba por deslizarla hasta lograr introducir el meñique en mi ropa interior.

No creo que pueda resistir más si vuelve a hacerlo. Y bajo cualquier situación —a excepción de la cama— sus
palabras fueron las mismas; «dime lo que sea que quieras hacer ahora, Tom»

Bill soló quería verme explotar, pero sobretodo quería que yo le propusiera lo que él mismo no se atrevía a decir.
Por alguna razón quiere que lo diga primero.
—No se trata de que me convenzas.

—Entonces dime lo que sea que quieras hacer a hacer ahora, Tom— baja uno de sus brazos, dejándolo ahora en
su costado mientras el otro lo alza sobre su cabeza y veo sus dedos revolver con lentitud algunos mechones de
cabello—. Dime, por favor— me mira con tranquilidad.

Tal vez de manera inconsciente me mordería el labio inferior y le habría escaneado con la mirada un par de veces
hasta detenerme en su tatuaje de estrella donde aún permanece visible la tinta del rotulador —desde ayer que
volví a escribir mi nombre sobre él y aún no se borra—. Pero justo ahora estoy tan centrado que ni siquiera le
regreso un gesto.

—Lo que quiero ahora es comer porque muero de hambre— hago ademán de levantarme, pero él habla de
inmediato.

—¿A mí?

—¿Cómo dices?

—¿Me vas a comer a mí? —una sonrisa peligrosa se dibuja en sus labios y se vuelve en la cama para recostarse
sobre su abdomen y ocultar los brazos debajo de la almohada y posar la cabeza sobre ésta.

No le correspondo la sonrisa, en su lugar, me acerco hasta su oído.

—A ti, Precioso, te comería a bocados realmente pequeños. Me gusta más la idea de disfrutarte con lentitud,
pero tú, como de costumbre, acelerarías las cosas y de comerte, sé que me pedirías que fuera a bocados grandes.
Y no, no te atrevas a negarlo.

—Tom, puedes disfrutarme como tú quieras. Rápida o lentamente, pero puedes hacerlo ahora. Quiero que lo
hagas ahora— murmura contra la almohada.

—Ahora, más tarde o quizás mañana. No sé cuándo— poco a poco pongo distancia hasta levantarme—. El punto
es que no quiero que vayas cinco pasos delante de mí, como siempre vas apresurando las cosas, Bill.

—Yo no creo que apresure nada. Pero sucede que no puedo esperar, contigo no me gusta esperar— se incorpora
en la cama —. Estuvimos tanto tiempo alejados, prometimos volver a ser como antes, y ahora solo te veo y siento
que… yo siento…— como si se castigara por estar a punto de decir algo, Bill se muerde los labios—. Tom, quiero
que me tengas y quiero tenerte también.

—Debemos estar de acuerdo en esto y tú solo pretendes orillarme.

—Ya sé, pero desde que llegaste no ha ocurrido nada entre nosotros.

—Bueno, no sabía que tenía que ocurrir a diario.

—Basta, que sólo me haces pensar…

—¿Que no te deseo? —le arrebato las palabras de los labios y, casi molesto, Bill asiente—. Si tuvieras al menos
una idea de todo lo que no puede hacer antes cuando estabas conmigo y lo que justo ahora me apetece, sabrías
lo mucho que te equivocas.

—Tom…
—Hablemos después de esto, ¿te parece?

Niego con la cabeza y no digo nada más. Bill se queda callado e inmóvil, le doy la espalda y voy a la estancia,
seguramente pasará un rato hasta que vuelva a hablarme.

Lo que mencionó anteayer me dejó las cosas claras. Ahora levanto la vista y mis ojos conectan con los de Bill.

—¿Qué más dijo ella? —dice.

—¿A qué te refieres? —respondo de inmediato pues no recuerdo siquiera que había mencionado antes de
recordar aquello.

—A lo que tú madre dijo de mí.

—¡Ah! —caigo en cuenta—. No fue la gran cosa. Ya te lo he contado todo, sólo hablamos y le dije que vendría a
Londres por ti porque decidimos tomar una oportunidad para nosotros— me encojo de hombros ahora ya sin
mirarle—. Ella lo supo al instante en que nos vio, ¿recuerdas? Fue en el aniversario del hotel al que asististe.

—Cómo olvidarlo— responde casi irónico y eleva los ojos.

No me ha gustado su tono, no sé si lo haga al recordar lo sucedido con mi padre o a las estupideces que cometí
esa noche.

Me cae de peso, pero no se lo digo.

—No sé cómo lo lleve, o como lo asimiló desde entonces— menciono cuidando mi tono de voz—, pero supongo
que lo hace bien, sino, no hubiese dicho que estaba de acuerdo.

—Parece ser la única de acuerdo.

—Steve lo está también— digo mirándolo a los ojos. Lo último que quiero es que las cosas exploten por referirse
a mi padre.

—Steve me llevó a ti— menciona con orgullo.

—Lo sé, Bill.

Parece que le extraña que haya mencionado su nombre y me quedo en silencio mientras le veo.

No puedo, es decir, él me puede y por eso no va conmigo el molestarme con Bill por lo que, seguramente, ha
dicho sin pensar. Así que intentaré relajarme un poco.

—¿Entonces ella lo sabe todo?

—Cimone sabe lo que tiene que saber; nos conocimos, estuviste conmigo, hubo problemas…

—Los que hubo con Alina—deduce.

—Sí, pero eso ya no importa, ahora henos aquí— quiero dejar este tema de lado.

—En Londres, donde, según yo, empezó todo— dice de inmediato.


—A decir verdad, fue en la subasta— le corrijo, pero él niega con la cabeza—. Sí, y te vi vestir… Oye, por cierto,
¿por qué hiciste aquello?

—¿Qué cosa?

¡Bien! Ahora seguro que deja el otro tema de lado.

—Lo de las orejas y el plug de conejo. ¿Por qué los usaste?

—Quería sorprenderte, Tom, nada más eso— añade con una sonrisa cantarina al final.

—Ya, usando eso— le miro con los ojos entrecerrados—. Pero te olvidaste de dos detalles; los zapatos altos y las
medidas a esta altura— recorro con el índice su muslo y él parece quedarse en blanco.

—B-Bueno, pudiste verme sin ellos— logra decir sin tartamudear—. De todos modos, fuimos a la cama, así que
de nada.

—¿Por qué?

—Por encender la chispa que te carbonizó desde un principio— simula una sonrisa traviesa—. ¿Qué? ¿Por qué
me miras así?

—Tú sabes muy bien— le detengo al sujetar su muñeca, pero se hace el desentendido—. Sí, sí que lo sabes.

—Tom, ¿en serio? ¿Aquí en el parque? —mira por todos lados hasta volver a fijar su vista sobre la mía—. Bueno,
si quieres. Pero no aquí, vayamos a un lugar más alejado— me lanzar un guiño y pasa de mí dejándome
boquiabierto.

Le sigo el paso mientras asimilo lo que recién ha dicho. ¿Hizo alusión a que tuviésemos sexo aquí mismo?
Nonono… yo no hice referencia a algo similar. No sé por qué entendió eso.

¡Ah, ya!

Caigo en cuenta que es sólo otro de sus truquitos para tentarme y hacer que le proponga... no sé. No sé qué es
lo que realmente quiere ese chiquillo.

—Cimone dijo algo realmente ridículo— le cambio la conversación y ahora me mira sin comprender—; que no
volviera si no era contigo.

—¿Por qué?

—No sé, sólo lo dijo y ya. Quizás y...

—Eso no— me interrumpe—. ¿Por qué dices que es ridículo?

—Hablo por los dos cuando digo que será mejor si nos evitamos momentos vergonzosos e incómodos, ¿te
parece?

—¿Vergonzosos? ¡Claro! Porque no quieres que me enseñe fotos tuyas cuando estabas en pañales— rompe a
carcajada limpia—. O cuando estabas sin ellos.

No le digo nada para no arruinar el momento porque me encanta ver cómo se achinan sus ojos y como la gente
voltea a verle ante su risa escandalosa.

—¿Sabes…? Si quiero conocerla, pero sólo por las fotos.


—Tal vez será mejor que lo planeemos— creí que eso apagaría sus ilusiones, pero en su lugar, Bill toma ventaja
de mis palabras.

—¿Lo de los juegos? ¡Sí, perfecto! Quiero que ates mis manos con una soga, ¿no te gustaría verme dispuesto a
todo? —levanta las cejas de manera fugaz, supongo que extasiado, y así se adelanta un par de pasos hasta que
le alcanzo nuevamente.

Ahora me pensaré muy bien lo que diga, no quiero que vuelva a voltear la situación.

Caminamos codo a codo hasta una vereda junto al río Támesis, yendo hacia South Bank. Pude ver el cómo la
gigantesca rueda de London Eye se iluminaba de colores hasta que mi atención se centró en la manera distraída
en la que Bill pretendía tomar mi mano. Sus nudillos rozaron contra los míos hasta que logró enganchar nuestros
meñiques, justo como había hecho la primera vez. Desvié la mirada, pero esta ocasión sí que supo disimular. No
me miró hasta que solté su meñique para reemplazar el agarre por tomar su mano y entrelazar los dedos.

Parecía que estaba por anochecer pues el alumbrado de la vereda y las luces de los árboles se encendieron —de
un color claro las primeras y los diminutos bombillos enredados en los troncos de los árboles eran de un
resplandeciente azul—, luciendo así solo para mostrar el Dear Road hacia donde nos dirigimos.

—Veamos— me detuvo de repente haciéndome seguirle hasta una luz alta junto a la barda que hacía el límite
de la vereda.

—¿Qué cosa? ¿Los barcos, el Big Ben, los botes…? —apenas pude decir rápidamente mientras señalaba en todas
direcciones con el dedo índice.

—No, eso no— se carcajea.

—¿Entonces qué?

No dice nada, me mira y me mira. Sonríe de esa manera tan inocentona con la que solía hacerlo, se para
ligeramente en la punta de sus pies y se acerca para besarme. Pasea la punta de su lengua por mis labios, me
hace entreabrirlos para profundizar y pone algo de distancia. Le sigo, vuelve a besarme y mantiene los labios
separados contra los míos, haciendo que su aliento choque contra el mío. Siento como sonríe hasta que voy a él
con fuerza y termino por jalonear su labio. Un suspiro se escapa de él y pongo poca distancia para ver cómo aún
mantiene los ojos cerrados. Me inclino nuevamente a besarle, le atraigo hacia mí y hago ligera presión contra él
y la barda. Una de mis manos va a su espalda, me deslizo por debajo de su prenda hasta alzarla un poco y su piel
se eriza cuando ésta tiene contacto con la fría superficie a la que ahora ya aferra las manos.

—¿No dijiste hace un rato que fuéramos a un lugar más alejado? Bueno, estamos lejos de mirones— digo cuanto
él hace amago de apartarme.

Se inclina hacia atrás y me mira casi boquiabierto. Esta vez yo he tomado ventaja de sus palabras.

—Me impresionas.

No le respondo, en su lugar miro hacia todos lados hasta conectar nuestras miradas. Mi mano aún permanece
en su espalda, entonces decido hacer algo más y desciendo hasta la cinturilla de sus pantalones y la jaloneo con
dos dedos. Lego hasta donde el botón y cierre y los desabrocho con lentitud. Bill vuelve a removerse, no me mira,
pero tampoco hace el intento por detenerme.

—Nonono— dice al volver a inclinarse hacia atrás y sus manos van sobre mi diestra—. No…

Mira en todas direcciones hasta que busco su mirada.

—¿En verdad no?


Mi pregunta le hace dudar. Sabe que quiere, pero sigue sin responder o dejarme libre el paso a introducir mi
mano en sus prendas. Se muerde el labio inferior y baja la mirada.

—Me has encendido— el tono en que lo dice me hace pensar que está avergonzado. Bill hace una pausa y
entonces alza el rostro—. Quiero que juegues conmigo.

—Mmm…

—He estado pensando en algunos nombres. ¿Boss?

—¿Para qué...?

—Para llamarte así— me corta—. ¿Te gusta Daddy?

—No, es muy estúpido. Ambos lo son— pongo algo de distancia y abrocho sus jeans—. Además, Boss o Daddy
no me van en lo absoluto.

—Claro que sí.

—Es que tú y yo jamás fuimos DaddyDom o BabbyGirl. Ese tipo de juegos no me van yo soy más de...

—Sado— dice rápidamente y me mira atento.

Suelto la respiración y acorto aún más la distancia, acorralándolo y mirándole con seriedad.

—Creo que hay muchos términos que no conoces, ni yo mismo los conozco a fondo, pero esos dos que te dije
involucran el sado.

—Entonces podemos serlo.

—Te he dicho que a mí no me van ese tipo de juegos— corto su desenfreno y ahora me mira serio—. ¿Eso es lo
que quieres? ¿Sado? — le veo asentir —. Sado…— repito—. Es curioso porque no hemos hablado de ello, pero
me parece que es precisamente de lo que querías hablarme durante toda vez esta semana— le veo apretar los
labios—. ¿Por qué no lo hacías? ¿Esperabas a que fuera yo quien lo dijera?

—A decir verdad…

—Por favor, sería muy tonto que mintieras, sé que tus insinuaciones sólo apuntaban a eso. Fue obvio desde que
me pediste que jugara contigo sin tener cuidado. Bill, no es necesario que me plantes la idea en la cabeza y
mucho menos que dejes tus palabras en puntos suspensivos. Sé con exactitud lo que quieres, tu mirada lo ha
dicho a gritos desde que te metiste conmigo a la tina.

—¿En serio?

—Claro… ahora viene la parte donde finges demencia— hago un ligero cabeceo y él sujeta mi chaqueta para
acercarme más, pero aparto sus manos—, tus palabras se vuelven halagadoras y sugerentes; me pinchas con la
curiosidad, como es tu costumbre, pestañeas un poco y me das la espalda para que vaya detrás de ti proponiendo
lo que quieres oír porque ya estabas pensando en eso que te apetece. Y supongo que debo felicitarte por no dar
bandera de rendición, pero te diré algo…

—¿De lo que me apetece? —interrumpe mis palabras con un tono inocentón, pero no caigo ante él como seguro
pensó que sí.

—Dijiste que hallarías una manera de llamarme y te recordé el cómo lo habías hecho.
—Y quiero volver a llamarte así o de alguna otra forma— se apresura a mencionar—, pero que sea algo nuestro.
¿Qué tiene de malo que intente buscar una palabra que te defina a ti?

Me aparto, niego con la cabeza y vuelvo a verle.

—Hace dos días tuvimos una conversación y te dije que ambos debíamos estar de acuerdo en esto, pero tu
trabajo ha sido querer orillarme a ello. Estamos en un punto inicial de una relación donde quisiera que todo
fluyera a su tiempo, pero siempre vas por delante y no puede ser así. Yo no puedo así.

—Nunca— dice en un tono que me jode.

—Mejor nos vamos y lo hablamos en casa, ¿te va?

—Hablémoslo ahora, ¿por qué debe ser al llegar a casa?

—Porque si llegamos a un acuerdo, Bill, te arrancaré la ropa y, si lo que quieres es que castigue tus faltas, tengo
esto para hacerlo— le muestro la palma de la mano—. Pero tú dime, ¿charlamos aquí o en casa? —miento sobre
para que se dé por vencido.

En silencio y dirigiéndome una mirada inquisitiva, camina frente a mí por donde hemos venido.

No entiendo por qué la insistencia, ¡joder! Si quiere llamarme de una manera, ¡que lo haga! Pero yo no puedo
tocar el sado con él. No se sentiría bien.

Capítulo 21

Ni siquiera me dio tiempo de hacerle ver mis intenciones pues a mitad de camino Steve llamó y apenas y pusimos
un pie en el departamento, Tom ya estaba sobre el portátil tecleando lo que, seguramente, Steve le decía. Me
quedé mirando y fui incapaz de hacer algo mientras atendía sus asuntos. Apuesto que ni siquiera me escuchó
decirle «cuando quieras» mientras iba a la habitación.

Sigo tendido sobre su lado en la cama y a estas alturas ya he calmado el nudo que tenía en la garganta, contuve
los reclamos y el enojo que me hacía sentir el ser ignorado por más de una hora. Los minutos transcurrieron de
manera tan lenta que se sentía algo irreal.

¡Joder! Y todo lo que logré asimilar mientras él aún hablaba por teléfono, tan sólo me llevaba a algo; la culpa es
mía. Tom es de los que no se andan con rodeos, necesita escuchar las palabras directamente o hará de cuenta
que jamás escuchó nada. No lo dije con palabras ¡¿En qué carajos pensaba?! Que le conozco y sé cómo le gustan
las cosas, pero él tampoco es ningún tonto como para no darse cuenta de lo que insinuaba. Pudo decirlo en
cualquier momento, lo peor de todo es que yo también pude hacerlo, pero no.

«¡No, al señor eso no le va!»

Me reclamo y ahora me quedo con la culpa en las manos por querer que él respondiera a mis jugueteos.

¡¿Pero qué había de malo con ellos?! Creí que teníamos lo mismo en mente, que estábamos en sintonía y
durante toda la semana mis intentos fueron en vano porque él tampoco me dijo que esperaba de esto. Me dejó
confundido, pero yo tampoco pregunté nada, creí erróneamente que podía solucionarlo como solía hacerlo, pero
ya lo tengo todo claro. Nada puede ser igual que antes.

Me levanto de golpe ya resignado a que podamos tratar esto, seguramente mañana se quedará como algo que
jamás ocurrió, lo olvidaremos y así terminará el asunto.
Estiro las sábanas de un jalón, aventando uno de los cojines al suelo, rodeo la cama y lo pateo porque me estorba
para acomodarme y sacarme los zapatos, luego desabrocho mis pantalones y me deshago de la camiseta. Ya no
tiene caso que espere por él porque es obvio que estará con Steve y el portátil por un rato más.

—No, esta noche ya no hay tiempo para ti, Bill— me digo a mí mismo.

—No hagas nada hasta entonces, dile a Keana que espero la llamada— escucho a Tom decir y me asomo para
verle dejar el móvil.

Me muerdo los labios, suelto la respiración y arrugo la camiseta entre mis manos. Soy incapaz de quedarme con
las palabras en los labios, entonces voy a la estancia y me planto frente a él y la mesa de centro.

—Has de saber una cosa, Tom— empiezo a decir—. Pasaste un rato al teléfono y haciendo no sé qué en el
portátil, así que ya no te preocupes por nuestra conversación a medias porque ya no es algo que quiera tratar
contigo justo ahora.

—¿Seguro? Porque te veías impaciente hace un rato— me analiza con la mirada hasta que no soy capaz de
sostener el contacto visual con él—. Pero no puedes esperar, ¿cierto? Conmigo no puedes esperar.

Menciona lo mismo que le dije la otra vez y eso me jode.

—Lo siento, ¿ya? Lamento el haberme equivocado e insistido. Sé que las cosas no serán como solían ser, pero yo
solo quería que tú y yo siguiéramos con lo nuestro, así como nos gustaba a ambos. Ya veo que tú tienes muy
planteado el que no sea de esa manera, así que fin de la discusión. Buenas noches.

Regreso sobre mis pasos. No sé si me ha seguido o no porque no vuelvo la mirada. Al igual que él, me pesa admitir
que me equivoqué.

—Las cosas no son así— me dice al hacerme volver a verle.

—Evidentemente sí, Tom— respondo acelerado. Veo el tipo de mirada que me dirige y sé que mi tono no ha sido
lo mejor y no quiero cagarla aún más—. Perdón, me he pasado de mamón.

—Entiendo lo que tú querías, pero no sé si hay alguna otra razón— su mano toma la mía, de alguna forma
pretende calmarme y de paso calmarse también.

—¿Crees que la hay? —me muerdo el interior de las mejillas y trago pesado.

Estoy seguro de que Leo le pasa por la mente justo ahora y temo que quiera sacarlo en la conversación.

—Pudiste decirme lo que querías sin andarte con rodeos— veo que se esfuerza por no explotar justo ahora, igual
como intentó no hacerlo antes de venir a casa—. Pero fue estúpido esperar a que lo hicieras. No, espera, fue
realmente estúpido aguardar a que el otro lo hiciera, porque tú esperabas ciertas palabras de mi parte y yo
también esperaba algo de ti. Pero en ocasiones somos así, esperamos mucho, aunque estemos ardiendo el uno
por el otro.

Le miro con cuidado y me pienso lo que le voy a decir. Por primera vez y tratándose de esto, escogeré bien mis
palabras.

—No creas que no quiero que pase.

—¿El qué?

—El estar contigo, Bill, pero siento que hay algo que no entiendes del todo y yo tampoco me acerqué a decirte—
hace una mueca de arrepentimiento y suelta mi mano.
—¿Qué cosa?

—La razón por la cual las cosas no pueden ser tal cual iniciaron es porque cuando llegaste a mí lo único que
buscaba era saciar mi necesidad de un encuentro. Yo sólo quería que te entregaras a mí, pero tal y como una vez
dijiste; te traté diferente. Te miré diferente, Bill. Dejé que me conocieras, dejé que estuvieras conmigo, tuvimos
algo sin la necesidad de etiquetarnos a pesar de que tú buscabas toda vía más. Siempre has de buscar más...

Me quedo callado y sin mirarle. Sé que mi silencio le está dando la razón, y además tampoco sé que decir.

—No puede ser igual porque ahora todo es diferente, quiero que sea como debió de haber sido, pero el dejar
fluir las cosas de tal manera, no es algo tuyo. Y sí, fue un error mío no haberlo mencionado, está claro.

Hago ademan de ponerme la camiseta, pero me detiene y su mirada se clava a la mía. No digo nada y él tampoco,
en su lugar, escucho lo pesada que está su respiración y es porque, seguramente, tratar esto no es fácil y mucho
menos con mi actitud.

—¿No vas a decir nada? —duda sobre tomarme por los hombros hasta que lo hace. Siento como mi piel se eriza
ante su tacto.

—Pudimos decirnos lo que queríamos, pero somos así, tú lo has dicho. Siempre queriendo que el otro descifre
lo que deseamos, ¿no? Ya, pues no me equivocaba en realidad y está bien. Tú no quieres un encuentro conmigo
tanto como yo quisiera, no hay más. Quieres que pase ¿qué, exactamente? —me cruzo de brazos y le veo
controlar la poca tranquilidad que tiene ahora. No sé ni siquiera por qué se pone así.

—Escucha— su tono me deja helado—, tú siempre vas a querer que las cosas sean de otra manera y yo también.
Pero siempre hemos funcionado así, y siempre encontramos la manera de cumplir lo tuyo y lo mío, así que no
veo por qué ahora debe ser una excepción— no entiendo sus palabras—. No te quedes callado, dime algo.

—La culpa es mía— respondo en un susurro.

—Bill…— su tono insistente pretende hacerme cambiar de opinión. Tom no lo considera así, seguramente.

—Lo es y te molestaste en más de una ocasión, ¿o lo vas a negar?

—No lo niego. Sabes que, si se trata de sado o el intercambio, las insistencias no me van. Y lo acepto, en algún
punto pensé que te ponía a prueba y que al final al dirías lo que querías, pero también lo jodí todo.

Cansado, lanzo un suspiro y bajo la mirada, pero él me toma por la barbilla y me hace verle. Siento que, si le sigo
mirando, se me harán agua los ojos o dejaré escapar un sollozo.

Su móvil suena desde la estancia y sé de más que si contesta no volveremos a tomar esta conversación, pero no
quiero que lo haga. Pongo distancia y me aclaro la garganta para pedirle que no conteste y que duerma conmigo,
pero me quita el habla.

—Podemos, por favor…

—No lo creo— niego con un cabecero y me arrepiento de decir aquello, pero no hay más—. Dijiste lo que tenías
que decir y yo también— digo con pesar ya sin siquiera mirarle.

No puedo verlo a los ojos, me da un vuelco siquiera pensar el hacerlo.

—No puede ser como antes, pero puede ser diferente, Bill. Puede ser mejor— ahora sé lo mucho que a él le
incomodó lo que hice. Estaba realmente equivocado respecto a todo, supongo—. Duerme bien— toma mi mano
y le miro en acto reflejo, la lleva a sus labios y me da un beso al interior de la muñeca.
Cuando me lanza una sonrisa culpable apenas visible, siento que en verdad esto debería quedarse en el olvido.
Me muerdo los labios mientras escucho lo que dice ahora al teléfono.

—Yo sólo quería que…— no termino de decir y me dejo caer en la cama.

Que estupidez y que necedad la mía.

La luz de la estancia se quedó encendida hasta pasadas las dos de la mañana, Tom había terminado su llamada
una hora antes y cuando llegó a la cama se quedó dormido de inmediato. Pero yo no logré conciliar el sueño
como él y las horas transcurrieron con lentitud. Mi mente estaba llena de un montón de pensamientos respecto
a lo que dijo y no dejé de darle vueltas al asunto. No dejé de pensar en que, el que Tom no aceptara, se debía a
lo ocurrido la primera vez conmigo y que le recordó a Alina. Y seguro cree que mi insistencia se debía a la manera
en la que Leo y yo llevamos la relación. No quiero que esa idea siga rondando mis pensamientos o siquiera que
a Tom se le ocurra.

Si estamos juntos, debería importar eso y nada más. No Alina, no Leo, ni tampoco los demás.

No tiene por qué pasar.

Debo relajarme, necesito dormir, pero no podré hacerlo si sigo dando vueltas a lo mismo. Suelto la respiración y
me voy haciendo a la idea de que voy a vaciar la mente.

Estiro las piernas pues he estado largo rato encogido entre las sábanas y libero también la almohada de mis
puños. La sabana me cubre hasta los oídos y la bajo a la altura de mi pecho. Me siento terriblemente mal por
haberle dado la espalda a Tom durante toda la noche.

Muerdo mi labio inferior al mirar mi reflejo en los cristales, la ciudad está en calma y las luces aún brillan en la
oscuridad —tal vez amanezca pronto—. Finalmente vuelvo la vista al cristal y noto que Tom también está
dándome la espalda. Poco a poco, me giro para verle. Se ha quitado la sabana, ni siquiera me di cuenta, estaba
tan metido en mi propia cabeza que no sentí cuando lo hizo.

—¿Tom? —digo en un tono muy bajo.

Me acerco con lentitud para no despertarlo. Pretendo abrazarle antes de cubrir su cuerpo con las sábanas, pero
en su lugar, acaricio su espalda desnuda y siento lo fría que está si piel. Maldigo por lo bajo. Fui yo quien le
convenció mover la cama hasta la ventana para despertar acompañados de la vista, sé que lo hizo sólo porque
quería darme ese gusto, pero realmente no le agradaba dormir aquí por el frío que solía sentir por las noches.

No se opuso. Tom lo hizo por mí, al igual que hace por mí el intentar llevar lo nuestro en un ritmo pausado.

¡Joder! Que me siento un maldito egoísta.

Mi mano va al final de su espalda, pero la aparto de inmediato para colocarle las sábanas y lo abrazo por debajo
de éstas. No puedo rodearlo por completo, pero no importa, me acurruco a él para sentirlo cerca y que él me
sienta también.

—Lo lamento mucho— susurro a su oído. Espero que lo escuche en sueños.

Le doy un besito cerca del hombro y vuelvo la cabeza a la almohada, percibiendo su aroma. Cierro los ojos y
empiezo a quedarme dormido apenas siento la calidez que hay entre nosotros.

•••
Desperté y fui consiente de cómo Bill permanecía abrazado a mí. Me volví a verle con sumo cuidado y no hacerle
despertar. Su cabello estaba revuelto, tenía los labios entre abiertos y la luz tenue que atravesaba los cristales
de las ventanas, formó un halo de luz detrás de él.

Permanecí quieto y sin volver a cerrar los ojos para dormir un rato más, pensé en lo que le dije anoche y como
él se quedó callado. Quizás el abrazarse a mi mientras dormíamos fue su manera de ceder ante mí, si estoy en lo
cierto, me toca hacerlo también.

Salgo de la cama, levanto su brazo y acomodo la almohada para que abrace ésta en mi ausencia. No conforme
con haberle visto, le tomo una foto con el móvil. Que se ve precioso así.

Visto lo mismo que tenía puesto ayer y me dirijo al living a por la chaqueta. Sobre la mesa de centro veo el portátil
y la agenda que traje conmigo. Tomo el bolígrafo y en una de las últimas hojas escribo algo para Bill. Regreso a
la cama y sacando la hoja, la doblo y dejo sobre la almohada que abraza.

Se me sale una sonrisa y me inclino para darle un beso diminuto en la nariz. Una vez salgo del departamento
hago una llamada rápida y abordo el primer taxi que veo pasar por la calle.

Son quizás las siete de la mañana. Bill despertará en unas horas, probablemente. Su carrera de sueño es bastante
larga, o como le digo yo, es un perezoso.

El auto me lleva a donde le indico. Me he demorado bastante, pero cuando tengo la sorpresa de Bill en mis
manos, regreso a casa. Veo la cafetería que está en la otra calle y entro para pedir algo. Regreso al departamento
dispuesto a tenerle el desayuno antes de que despierte, pero mi sorpresa es verle a la carrera poniéndose los
zapatos. Me detengo en la puerta y él me mira con una exagerada sorpresa.

—¿Qué crees que haces? —pregunto confundido y se levanta del suelo.

—Iba a por ti.

—Bueno… ¿y sabías donde encontrarme? —me adentro dejando la puerta cerrada a mis espaldas y coloco la
bolsa de papel sobre la barra en la cocina.

—Estaba a punto de llamarte— logra decir de inmediato.

—Vamos, quítate eso— me acerco y le saco la chaqueta.

—¿A dónde fuiste?

—Ve a la cama y espera unos minutos— digo al encaminarle de regreso.

—¿Qué es eso? —hace ademán de asomarse por encima de mi hombro, pero lo bloqueo.

—Ya te enterarás, de momento espérame aquí— le pido y él se sienta en la cama.

—¿Por qué te fuiste? —al tomarme de la mano me impide volver. La preocupación toda vía no se ha desvanecido
de su rostro casi adormilado.

—Ya te enterarás— repito con una sonrisa pequeña en los labios y voy a la cocina.

Acomodo los alimentos en la barra desayunador, del bolsillo de la chaqueta tomo un sobrecito y lo pongo junto
a su plato. Cuando tengo lista la cafetera, echo un vistazo para saber si está espiando, pero como no lo hace, voy
de regreso a con él.

—¿A dónde fuiste y por qué tanto misterio? —salta de inmediato con las preguntas.
—Que impaciente— menciono con humor, pero eso no le va en lo absoluto—. ¿Dormiste bien?

Su cara es un poema. No dice nada cuando me acerco y dejo la chaqueta a un lado.

—¿Bill?

—¿Ah?

—Te pregunté si…

—¿Por qué le das vueltas al asunto? —medio frunce el ceño tal cual un chiquillo. Me hace gracia.

—Fui por algo— voy sobre él y le hago recostarse en la cama. Me tumbo a su lado y me mira aún sin entender.

—¿Qué cosa?

—Te traje el desayuno. Lo hubiese preparado yo, pero me conoces y no se cocinar— lo que he dicho parece que
le ha relajado un poco. Ahora hasta contiene una sonrisa, pero ésta se borra por escasos segundos.

—Cuando desperté y no te vi, creí que algo había pasado. Sólo una vez te desapareciste así y ahora…— noto el
temor en sus palabras.

Sé a qué se refiere y no me va el recordarlo ahora, tampoco que él creyera algo semejante.

—¿Por qué creíste que había pasado algo como la vez en que me encontré con Alina?

Se encoge de hombros y responde en un tono muy bajo: —No importa, lo siento.

Bill no quiere continuar con eso y yo tampoco voy a s insistir.

—Bien— llevo una mano hasta su rostro y él acuna la mejilla contra ésta—. Tengo algo para ti.

—¿Qué es? —me mira con atención y por un momento su mirada se enciende—. ¿Tiene que ver con la nota que
me dejaste?

—¿Nota? ¿Qué nota?

—Me dejaste una nota y como siempre, el final no fue claro.

Me incorporo en la cama, pero él me alcanza de inmediato y sube a mis piernas, hago que las abrace a mi cintura
y le atraigo un poco más.

—Yo no te dejé una nota.

—Lo hiciste…

—No es cierto— le interrumpo y me mira sorprendido—. Te escribí una carta, Precioso.

—Una carta— repite.

—Y decía que…

—¿La leerías para mí? —se atreve a pedir. Sus mejillas adquieren un tono rosado, pero intenta ocultar el rostro.

—¿No la has leído ya?

—No— responde travieso y pone distancia sólo para ir debajo de la almohada y entregarme un papel medio
arrugado—. ¿La lees?
Me mira con ojos inocentes y su sonrisa provoca algo en mi interior. Al aclararme la garganta y desdoblar el
papel, siento que no podré evitar que mi rostro termine sonrosado como el suyo.

—B-Bien…— al momento en que cruzo la mirada con él, regreso la vista al papel—. Precioso chiquillo insistente—
hago una pausa y le miro—. Vamos, sabes que lo eres— le digo con humor y él tuerce los labios. Yo continúo: —
No espero que recuerdes todo lo que alguna vez te dije, y no me refiero a lo que tú ya sabes, me refiero a algo
de hace tiempo. Como sé que sueles olvidar hasta lo que vestías uno o dos días atrás, te haré memoria.

—No soy tan olvidadizo— protesta, pero por mucho que se esfuerce, no puede verse ni un poco enfadado justo
ahora. En sus labios se oculta una sonrisa.

—Lo eres— se me sale la risa—. Además, apuesto que ya la leíste, así que vayamos a comer lo que te traje, ¿te
parece?

—Nonono— me impide el siquiera moverme, me gana el peso y él queda a horcajadas sobre mí—. Sigue leyendo.

—No puedo leerla si estoy acostado y tú encima de mí.

—Si puedes, anda— se acomoda sobre mi cuerpo.

Desvanezco la sonrisa de mis labios, los humedezco y vuelvo a leer desde el inicio.

—Precioso chiquillo insistente... No espero que recuerdes todo lo que alguna vez te dije, y no me refiero a lo que
tú ya sabes, me refiero a algo de hace tiempo. Como sé que sueles olvidar lo que vestías uno o dos días atrás, te
haré memoria. Fue hace meses cuando te dije algo por primera vez, y me lo dijiste también. Igual te mencioné
que había algunas formas de querer y no me creíste— estoy tentado en mirarle, pero no lo hago—. Querer a
alguien y que no se vaya. Querer estar con alguien, compartir más y también querer llevarle a la cama. Y y-yo te
quiero a ti de esa y otras maneras, Precioso. Ahora estoy seguro de que me crees.

—Te creo.

—Posdata… Nadie puede desearte tanto como yo, y no sólo me dejes follarte, déjame quererte a mi manera.

Le miro con los ojos muy abiertos, vuelvo al papel, regreso la vista a él y repito la acción unas cuentas veces antes
de decirle algo.

—La posdata la escribiste tú, ¿no es así?

—¡¿Qué?! ¡No! Que es tu letra y…

—Yo no recuerdo haberlo escrito. A que es cosa tuya, pero, de todos modos, esas palabras tienen toda la razón—
hablo tan rápido e intentando no romper a carcajadas por lo que en realidad sí escribí.

No quiero imaginarme ni cómo me veo, ya siento la cara arder de vergüenza y cómo he contenido el aire hasta
el punto de sacarlo en forma ruidosa.

—¿La tienen? —pregunta con curiosidad mientras se acerca.

Se ve provocativo. Su ingenuidad me puede, y el tipo de mirada y sonrisa que me dirige me provoca un subidón.
Lanzo el papel hacia un lado y le tomo con la fuerza suficiente para invertir las posiciones. Bill entreabre los labios
para decir algo, pero le beso. Mis manos estrujan parte de las sábanas y de su camiseta, las suelto y logro deslizar
las manos debajo de su prenda, sintiendo su espalda y medio encajando las puntas de los dedos en su piel. Bill
acaricia mis labios entreabiertos con su lengua e intento capturarla con los dientes, pero en su lugar es su labio
inferior el que muerdo y jaloneo hasta liberarlo.
—Tengo una propuesta para ti— digo reponiendo la compostura, pero sé que, si a Bill se le ocurre tocarme,
enloqueceré de inmediato.

—Dime.

—De la noche a la mañana pueden pasar muchas cosas; nosotros podremos olvidarnos de toda esa mierda y
empezar de nuevo— pongo distancia para verle y de inmediato me toma del rostro—. ¿Qué dices, Precioso? Sólo
tú y yo en Italia intentando averiguar qué tan interesante puede volverse la noche.

—Digo que, si estás seguro y tienes todo preparado…

—Claro que sí— le interrumpo.

—Estoy sorprendido e impaciente— dice de inmediato y me acerca a él—. Digo que sí. Sí, sí y sí

—Los billetes de avión esperan junto con el desayuno— le digo entre besos.

—¿Cuándo nos vamos? —pone distancia para mirarme. Que se ve tan emocionado y deseoso.

—Mañana temprano.

—¿Y qué haremos cuando lleguemos allá? —su pregunta me da algo de gracia

—«No sólo me dejes follarte, déjame quererte a mi manera»

—Seguir al pie de la letra la posdata ¡Perfecto! —me sigue la corriente.

Me acerco hasta poder chocar las narices y le dedico un asentimiento. Voy a sus labios imponiendo el ritmo
frenético que acostumbrábamos.
Capítulo 22

Estoy nervioso, lo admito. Desinhibirnos de todo había sido fácil, pero hoy que estamos a punto de involucrar a
terceros y eso me hace pensar que es lo que puede devolvernos a lo que acostumbrábamos.

La invitación que me fue enviada varios meses atrás, siguió sin una confirmación hasta hace una semana. El
aceptarla y dar a conocer que sería participe en otra reunión, fue algo que hice por inercia. Fue por Bill.

Hacía tiempo pensé mucho sobre retirarme del club y no volver a buscar algún otro. No me apetecía el buscar
nuevas experiencias si no había con quién compartirlas. Y cuando llegó la invitación, me di cuenta que tal vez
volvería a tardar para involucrarme en ello —como cuando ocurrió lo de Alina—, o que, en su defecto, no volviera
a hacerlo. Como no estaba seguro y tampoco contemplaba la idea de que Bill fuese a regresar, me tomó un par
de días vaciar la habitación de juegos y la ambienté como una habitación más, también me deshice de algunos
objetos bien resguardados en la mansión. En su momento fue una decisión precipitada, pero tuve que hacerlo y
a estas alturas ya no importa si poseo o no dicha habitación u objetos destinados al placer.

No hace mucho que Bill volvió a mí, y como él sugería, podemos volver a esto que nos gustaba y que era muy
nuestro. De esta noche depende que al menos exista una habitación especial para nosotros al volver a Los
Ángeles y mi aceptación hacia el sado.

No quiero adelantarme a nada, de momento sólo hay algunos planes para Roma y Venecia, pues los últimos días
en Milán fueron interesantes en varios aspectos. Conocimos un lugar que tanto me fue mencionado la última
vez que estuve en la ciudad con alguien cuyo nombre me pesa pronunciar. Estaba realmente fuera de cualquier
cosa que hubiese imaginado, no sé explicar a detalle cuán insólita era la manera en la que el sexo tenía su lugar
ahí. Definitivamente volvería, estoy seguro de que el haber experimentado tales cosas nos hizo bien.

Ya, voy a alejar todos estos pensamientos de mi mente. Tengo que escoger lo que utilizaré esta noche y también
plantearme lo que ambos podríamos llegar a disfrutar. Los posibles lugares a los que iríamos en caso de no
consensuar con nadie y…

—¿Tom?

Bill me llama, levanto la mirada y veo cuando se aparece bajo el umbral. Luce un tanto desaliñado, por lo que
veo, se ha de dirigir a la ducha.

Me causa un ligero subidón la manera en la que sonríe, segundos después, su gesto cambia, pero yo no.

—Aquí estás, creí que… bueno, no importa.

—Dime.

—No es nada, yo sólo quería saber si tenías algo por decirme— se adentra vacilando un poco hasta detenerse
frente a mí en la cama.

—¿Algo qué decirte? —hago memoria. Justo ahora no recuerdo si mencioné algo que no concluí del todo, pero
no hay nada en mi mente—. Y qué debería decir, Bill.

Tomándolo por sorpresa, le hago subir, se posiciona sobre mí y rodea mi cuello con los brazos.

—¡Tom! —contiene la risa y pone distancia para mirarme.

—Estoy haciendo las cosas un poco más interesantes— respondo ahora cerca de su oído.

—No, me estás distrayendo— se encoge y hace ademán de tomar mi rostro para que le mire.
—Si tú lo dices...— mis manos dejan sus costados para mantenerlas en sus piernas.

—Al contrario, ¿no hay algo que quieras decirme?

Esa insistencia me está haciendo pensar que pude haberme olvidado de algo. Ciertamente me siento algo
culpable por haber pasado largo tiempo al teléfono con Steve para ponerme al corriente, eso ayer por la noche.

Le doy un corto beso en el cuello y pongo distancia para mirarle a modo de disculpa.

—Si es respecto a donde iremos después de Roma…

—No es eso.

¡Menos mal!

—¿Es sobre Milán? —apostaría a que sí.

—En parte.

¡Genial! Sus respuestas cortas no son de gran ayuda. Me siento algo molesto al ser parte de su adivinanza, pero
no lo hago notorio.

—Es que quiero saber si en algún momento repasarás conmigo las reglas en la habitación de juegos. Estamos a
nada de asistir a la reunión y…

Vaya, era eso.

—¿Estás nervioso?

—¿Tú no? —Bill me mira ocultando un exagerado asombro.

—No después de lo que hicimos en Milán.

—Milán fue…— hace una pausa y eleva la mirada—, increíble.

—¿Repetirías todo eso conmigo?

Los recuerdos me vienen de manera fugaz y me carbonizo de tan sólo imaginar volver a intentar ciertas cosas
con él.

—Claro que sí— responde de inmediato y su mirada conecta con la mía. En ellos aparece un destello peculiar al
que soy realmente débil—. Tantas veces me lo pidas.

—¿Y si no lo pidiera?

Me acerco con lentitud, quiero atrapar sus palabras con mis labios.

—Te provocaría— dice muy apenas pues ya le he robado un beso.

—Se te da muy bien— sonrío cerca de sus labios y me aparto para mirarle—. Y lo haces en varios sentidos.

—Ya sé, te provoco al hacerte enfadar, al preocuparte, hacer que te mueras de deseo por mí...

—Que pretencioso— le critico a modo de broma—. Pero admito que es cierto.

—¿Me dirás entonces?

—¿Qué cosa?

—Las reglas.
—Bill, si estás dispuesto a todo…

—Sabes que sí— me corta de inmediato.

Al mirarle y procesar lo que hemos dicho hace que algo me cruce la mente, es una idea un tanto peligrosa pues
no sé cómo vaya a reaccionar ante ella, pero tal vez entienda el cómo me hace sentir y quizás con eso yo también
sienta más confianza hacia lo que, posiblemente, nos espera esta noche.

—No deberías estar nervioso, sólo déjate llevar. Me sorprende que siendo tú, no hagas eso precisamente ahora.
Pero vamos a ver, ¿qué te puede más? El saber qué pasará o el no saberlo.

Se lo piensa durante unos segundos y espero a que diga algo, pero no se anima.

—Tú sabes lo que a mí me puede, ¿cierto?

Se muerde el labio antes de dirigirme un asentimiento.

—Quiero que veas algo— menciono después de dudar un poco.

Le aparto de momento para estirarme sobre la cama y alcanzo el móvil con los auriculares. Vuelvo y él se sienta
de modo indio cerca de las almohadas. Bill me mira curioso mientras busco un vídeo en especial y le tiendo uno
de los auriculares.

—¿Es lo que creo que es?

—No ¿Por quién me tomas? No voy a estimularte con porno.

Nos reímos al unísono. La verdad, yo considero esto mejor que el porno.

—Cierra los ojos.

Lo hace y pongo el móvil a buena altura para que ambos podamos ver.

«Quiero que después veas lo que ha sucedido»

Escucho mi voz y enseguida la imagen se mueve hasta tener más altura y enfocar a Bill en el diván. Él abre los
ojos y mira la pantalla cuando salgo del cuadro de la cámara y de regreso tengo un par de sogas y una caretilla,
me puse en cuclillas e hice los nudos en sus tobillos.

Desvío la mirada de la pantalla del móvil y veo cómo Bill se muerde los labios y sus ojos no pierden detalle de lo
que está viendo justo ahora. Doy por hecho que está reviviendo el recuerdo de esa parte tan candente.

Regreso la vista y me veo acariciando su piel con ayuda de una pluma y la carretilla. Sus gestos ante aquellas
sensaciones me están provocando querer hacerle lo mismo justo ahora.

Es sensual.

Luce exquisito.

Se ve cuanto lo disfruta.

«Azul...»

Bill sonríe con picardía al escucharse decir eso. Apuesto que repite la palabra en su interior porque ver aquello
le ha gustado. Y lo hago yo también. La idea de volver a escucharle decir «azul», pasa por mi mente de una
manera fugaz.

Tentado, vuelvo a mirar la pantalla.


«Az-Azul» Vuelvo a escuchar. Y regreso esos segundos del vídeo para ver la manera en la que mueve los labios.

Me enciende.

Me gusta el tono en que lo dice y logra erizarme la piel.

Llevo una mano hacia su espalda y poco a poco desciendo. Bill lleva una mano hasta su boca y oculta el cómo
jalonea su labio inferior y como después de verse disfrutar tanto y haberse escuchado jadeando, chupa la punta
de uno de sus dedos hasta morderlo ligeramente.

Mi voz suena un poco más grave en el vídeo, pero causa efecto en Bill de igual manera. Se le ha erizado la piel
cuando me escucha decir que le deseo, cuando hablo de lo mucho que me pone ver su piel enrojecida y como
me carboniza ver que intente hacerse el difícil, porque eso le hace ver aún más delicioso.

Quisiera que, por una vez, Bill se resistiera a mí, que me pusiera las cosas difíciles y me hiciera enfadar. Me
encantaba follarlo estando así. Me mataba la idea de poder tenerle inmóvil debajo de mi cuerpo y castigar sus
faltas.

El sado me llama, es evidente, pero no siento que sea el momento adecuado para ello.

Cuando miro la pantalla ya he descendido con besos y lamidas hasta su ombligo, luego voy a su estrella y me
detuve para besar su tatuaje. Me reincorporé un poco, subí en él para empezar un camino de besos siguiendo
las marcas rojizas que le dibujé y lamía algo que rocié en su piel. Me veo ir nuevamente a su estrella y sé que
viene ahora. Regreso la vista a Bill y no le quito la mirada de encima.

«Eres delicioso. No tienes idea de cómo te disfruto»

Escucho como susurra mi nombre al sentir mi mano en sus nalgas, pero se le va el aliento al escuchar un jadeo
por su parte. Le veo abrir los ojos ante la sorpresa y noto que sus mejillas ya se han ruborizado. Llevo la mano
hasta su rostro y siento la tibieza que irradia su rubor.

—Precioso…

Justo ahora el audio del vídeo llega a lo más profundo de mis oídos. Sus jadeos eran incontrolables y gimió mi
nombre a causa de la felación que le hacía en esos momentos. Regreso esa parte del vídeo para deleitar mis
oídos con sus sonidos de placer, pero Bill llegó a su límite gracias a una de mis acciones y ahora algo estalla en
mi interior al escucharle decir «rojo».

De un movimiento rápido aparto el móvil de su vista y le quito el auricular. Ambos los deslizo hasta debajo de las
almohadas y Bill hace amago de ir a por ellos. No se lo permito. Le alcanzo de inmediato y hago subir sobre mí
hasta lograr que me mire. Lo hace, pero su gesto es uno que marca la confusión con algo de vergüenza para
ocultar la excitación.

—¿Y bien?

Se muerde los labios y no me responde. Luce mínimamente agitado.

—¿No crees que llegarías a ser un buen actor porno?

Finjo un par de carcajadas sólo para no hacer notar el bochorno que estoy sintiendo, así como aquello que intenta
crecer en mis pantalones.

—¿Crees…?

—Puede que sí.


—No. Quiero decir, ¿crees que podamos hacer eso otra vez? —dice de repente.

—Sí me apetece, en serio que me consumen las ganas de hacerlo ¡Dios! Que con el simple hecho de mirarte e
imaginar que…

—¿Pero podríamos? —me corta.

—No, no necesitamos el sado para decir que disfrutamos el uno del otro. Pero si tus acciones lo ameritan…

La mirada que le dirijo, ha podido con él y no me aguanta el contacto visual. Está nervioso y seguramente no
sabe que pensar de este cambio de opinión que he tenido. Podría decir que está tan confundido que no sabe
cómo tomar ventaja de esto cuando días anteriores hasta habíamos discutido por el sado.

—Bueno, podríamos también videograbar otro encuentro. No tiene por qué ser sado, ¿sí?

Me toma por sorpresa lo que dice, pero no lo hago notar. Siento como si sus ideas se hubiesen quedado con mi
antigua opinión al respecto.

No digo nada, espero que mi mirada hable por si sola. Mis ojos conectan con los suyos hasta que paseo mi vista
por su cuerpo. Observo cada detalle y le imagino desnudo. Dirijo mis manos por su espalda, llego a su cintura y
logro deslizar las puntas de mis dedos debajo de su camiseta. Cuando subo a su rostro, acaricio sus mejillas, le
tomo por la barbilla y le atraigo, enseguida mi pulgar acaricia su labio inferior y lo jaloneo hacía abajo, aun
observando minuciosamente.

—No sabía que tenías ese vídeo— menciona para distraerme—. Definitivamente podría ser un actor porno, me
pagarían bien— se ríe a carcajada limpia, pero noto algo de nerviosismo en ésta y Bill termina por cubrirse la
boca—. Lo siento— dice después de haber guardado silencio por unos instantes ya sin sus manos cubriéndole y
muestra una sonrisa—. Era un juego, lo sabes ¿no?

—Lo sé.

Suelta la respiración y baja la mirada. Mi diestra que permanecía inerte en su mejilla, desciende por su pecho y
siento sus latidos acelerados.

Sé que puedo aumentar sus latidos un poco más.

Bill vuelve a soltar la respiración, negar que está excitado no le es de mucha ayuda.

Se forma un silencio entre nosotros, pero no extingue lo que nos hizo sentir.

—Vamos, Tom…— ahora sus manos van a mis hombros—. Dime cómo hacer para que aceptes jugar conmigo de
esa manera. ¿Me visto de maid y te incito con el plumero?

Sin poder evitarlo, mi mirada hacia él cambia. Ahora me imagino lo que ha dicho, le escaneo de arriba-abajo un
par de veces y lo visualizo casi desnudo, vistiendo únicamente el mandil con encaje de una maid, la cofia en la
cabeza y un plumero en la mano.

Estoy considerando el follarlo con esa imagen en mi mente.

—O bueno, que tal unos guantes negros de látex que me lleguen hasta los codos. ¿Te gusta? Usaría un sombrerito
negro y unas botas altas a juego, ¡ah! Pero vestiría nada más eso.

Su mirada se intensifica, porque apuesto que su primera propuesta no le resultaba tan atractiva como a mí.
Ahora no estoy seguro de que en realidad quisiera romper la tensión sexual que habíamos creado anteriormente,
antes de que provocar una distracción, según él.
—Pero si prefieres, me pongo un abrigo blanco, espeso y afelpado; subo a tus piernas justo como estoy ahora
y…

—Todas tus propuestas me harían querer filmar el momento, pero yo agregaría a ésta última aquellas largas
orejitas que te van a la perfección.

—¿Sí? —luce extrañado. Su gesto me puede. Le tomo con fuerza y hago que quede tendido en la cama para
poder subir a él—. ¿No prefieres que baile para ti? Puedo hacerlo ahora— susurra a medida que me acerco a sus
labios.

—Vamos, Precioso, y desperdiciar la oportunidad de consensuar con alguien dentro de un rato ¿eh? —me separo
un poco para poder mirarle—. Creo que ya sé cuál será la propuesta de esta noche.

—Nonono, si voy a bailar, lo haré sólo para ti.

—¿Existe alguna razón para ser así de egoísta? —me burlo, pero eso no le va en lo absoluto.

—Porque no lo he hecho ante nadie más, serás el primero. Por eso.

Medio tuerce los labios y desvía la mirada.

Sus palabras me dejan estático por algunos instantes. Me gustó aquello que dijo porque no fue a manera de
juego, simplemente lo aclaró y su tono me hiso darme cuenta que así sería. Sus palabras estaban cargadas de
verdad, pero si éstas estuviesen combinadas con algo de deseo, apuesto que se hubiesen escuchado mejor.

—El primero— repito y él me mira. Ahora quiero pasar a cosas más interesantes.

—Sí.

—Dime algo, ¿te gustó ver eso? —señalo al móvil con un suave cabeceo—. Creí que te traería malos recuerdos.

—Pero no fue así— responde de inmediato—. Lo juro.

Le miro entrecerrando los ojos y pregunto—: ¿Te gustó escucharte gemir mi nombre? ¿Te gustó ver cómo
respondías ante mí y cómo disfrutabas tanto al sentirme acariciar y morder tu piel?

—Me gustó— el tono de su voz ha logrado hacerme vibrar.

—¿Te ha gustado verme hacerte una felación?

—S-Sí.

—El simple acto de observar te hace sentir tantas cosas— tomo sus manos antes de que pueda acercarlas a mi
rostro y las llevo sobre su cabeza—. Te hace fantasear y morirte de ganas por unirte al juego. Es muy excitante,
¿no te parece?

—Claro que sí— entreabre los labios al sentirme cerca.

—Eso es lo que a mí me pone, y el placer es aún mayor cuando todo fluye por sí mismo. Así sentía yo cuando
alguien jugaba contigo, pero hoy estamos por repetirlo y el ver cómo te has puesto me hace pensar que tal vez
consensuaremos con varias personas.

—Por favor, hazlo— pide cerca de mis labios.

—Si lo deseas en serio, lo haremos. Después de todo, ya hemos experimentado nuevas cosas en Milán. Hay que
dejarnos llevar, Precioso, por eso estamos aquí.
—Parece que el haber estado allá te ha cambiado.

—Fue nuestra promesa, a decir verdad.

—Cambiaste.

—¿No dijimos que de la noche a la mañana podríamos pasar de ciertas cosas? —le doy un beso para hacerle
confiar.

—Lo hicimos.

—Pero aún te extraña, ¿no es así? —desciendo con una mano hasta la cinturilla de sus pantalones y me
introduzco entre sus prendas—. No puedes evitarlo.

—Me gusta que estés cediendo.

—Por segunda vez me pareces pretencioso— digo al momento en que siento su erección entre sus ropas
ajustadas. Bill jadea por lo bajo y lanza una sonrisa satisfactoria—. Tal vez quisiste decir «me gusta que estés
cediendo ante mí».

—Vaya que me gusta— entreabre los ojos y me mira—. Tómame.

—Esta noche vas a sucumbir ante mí— desabrocho sus pantalones para tener más espacio y masturbarle.

—Tómame ahora.

—No, ahora sólo me apetece tocarte y repasar las reglas, así como querías— deslizo la punta de mi lengua por
su cuello hasta llegar a oído y me rio por lo bajo—. Quiero jugar contigo antes de que alguien más se una a
nosotros.

•••

Esta noche pinta para bien. Es una velada bastante peculiar, la bienvenida al lugar y presentación de los días
asignados por el club swinger fueron placenteros. Me he encontrado con un montón de gente de la reunión
pasada y he visto rostros nuevos. El ver cómo intentan integrarse me hace recordar cuando todo esto era tan
nuevo para Bill y ahora no me sorprende que sepa a qué hemos venido y que esperamos obtener.

Supuse que Noa asistiría con su ya esposa pese a que no estuvimos muy en contacto desde la última vez en New
York. Le he visto de lejos charlando con Andrew y Sam, su pareja, mientras que Bill y yo nos presentamos ante
dos hombres que han solicitado consensuar. Pocas veces he visto parejas del mismo sexo en estas reuniones, no
es que no estuviese permitido, sólo que no era algo común verles acá. Ahora hay un número considerable de
nuevas parejas que, por lo que he visto, han tenido éxito al consensuar.

—Tu compañero es realmente hermoso— me dice Jack, un sujeto rubio y de acento occidental.

—Gracias— respondo sin emoción alguna.

—Si me permites contarte sobre las prácticas que hemos llevado, tal vez a ti y a tu precioso compañero les
interese vernos en algún momento.

Le escaneo con la mirada y me hago una idea general del tipo de hombre que es. No me agrada.
—Ya, me has dicho que son nuevos aquí y como todos los recién llegados, preguntaste sobre quién o quiénes
son los que hacen que estas reuniones tengan sentido, o aquellos cuyo historial sea atractivo. Sabes a lo que me
refiero, y en realidad…

—Lo sé, Kaulitz— me corta de inmediato—. Y varios apuntaron hacia ti. Me da curiosidad saber por qué
provocaste el fuego en las miradas de las mujeres que me informaron de ti y también quiero saber qué hace que
los hombres sonrían con malicia cuando tu nombre es mencionado. Me siento intrigado hacia tu manera de llevar
cualquier tipo de juegos.

—La curiosidad me ha matado por las mismas razones que tuviste al venir, pero debo rechazar cualquier
intención presente o futura que tengas.

Tomo a Bill de la muñeca y pasamos de él.

—¿Seguro?

Me detengo y le miro sobre el hombro.

—Muy seguro.

Continúo con Bill hasta el otro extremo del salón, pretendido ir a con Noa y Andrew, pero Bill se detiene de golpe
y me hace mirarle.

—¿Qué pasó contigo hace un momento? —luce sorprendido y algo confuso.

—¿Qué no lo notaste? Ese era yo negándome a un sujeto con quien no me apetece consensuar.

—¿Por?

—Bill, ¿en serio es difícil de entender? —le tomo por la barbilla y hago que levante aún más el rostro—. Eres mío,
Precioso. Y no quería compartirte con él.

Algo destella en su mirada. Le acerco a mí en un movimiento lento y le planto un beso.

—Así es esto, a veces uno acepta o se niega rotundamente ante lobos como él.

Sus labios se estiran en una media sonrisa y le hago seguir, pero mis pasos son escasos, Andrew viene hacia
nosotros junto con Noa.

—¡Vaya, vaya! Miren quien decidió aparecer— dice el oji azul una vez me tiende la mano—. Dime que no andabas
por ahí haciéndote el que no nos veías.

—No, claro que no. Pero si esa fue la impresión que tuviste, fue porque quería follarme a Bill detrás de la mesa
de aperitivos— respondo a modo de broma y se carcajea igual que todos—. Me da gusto verte, Andrew.

—A mí también. ¿Sabes…? Deberíamos frecuentarnos más.

—Lo siento, pero me sería imposible ir y venir de Roma constantemente— tomo distancia y me acerco a Noa—.
Hey, hace tiempo que no te veo.

—Mamón, así lo has querido— reclama. Elevo los ojos a sabiendas que está mirándome y me da un empujón
leve. Se ríe y me pasa frente a mí para saludar a Bill, pero éste luce algo incómodo y va a mis espaldas.

—Es justo ahí donde estamos pensando mudarnos— interrumpe Andrew y le miro con sorpresa.

—¿Cuando? Si necesitas algo, sólo dime— aprovecho el par de segundos que dispongo para saludar a la esposa
de Noa y a Sam, la pareja de Andrew.
—Gracias Tom.

—¿Por qué te mudas?

—Como ya se lo he dicho a Noa, es necesario un cambio de aires.

—¿No te pesa dejar Italia?

—En parte— se encoge de hombros—. Y tú, Precioso, ¿cómo lo llevas con Kaulitz? —termina por dirigirse a Bill.

—P-Pues… pues…— se encoge y suelta una risa nerviosa. Su mano se cierra con fuerza sobre la mía.

—Te has delatado, pequeño— menciona justo después de haber chasqueado la lengua. No comprendo a qué se
refiere con eso.

—Bill y yo somos amigos— me apresuro a decir y tengo absolutamente todos los ojos puestos en mí—, amantes
y novios también. Así que…

—Así que tal vez no obtengamos una propuesta de tu parte— bromea Andrew.

—Bueno, si logras hacerme cambiar de opinión...— me planto frente a él, soltando a Bill de momento y veo como
una sonrisa se dibuja en sus labios.

—Veamos— lanza un guiño hacia todos y mediante un suave cabeceo, me invita a tomar distancia de los demás
y discutir asuntos más interesantes.

—Tom…— Bill alcanza a tomarme de la mano, pero le suelto al seguir avanzando.

—¿Qué es lo que…? —atina a decir cuando estamos a buena distancia de los demás, pero le quito el habla.

—Una orgía, Andrew. Eso me apetece— veo claramente como su gesto cambia.

—He quedado con algunas personas, si gustas te los presento.

—¿Cuál es la clave?

—Ningún dominante, si eso es lo que quieres escuchar. Y la verdad, no creo que sea el estilo de ellos— nos
detenemos antes de acercarnos a un círculo de personas—. Pero seguro logras convencerlos, como haces
siempre— me codea e instantes después se encuentra plantado frente a mí—. ¿Sabes…? Olvida eso, hay cosas
más excitantes que una orgía, y estoy seguro de que estás buscando algo mejor para ti y para Bill.

—¿Entonces, hay otro plan en mente? —le miro atento y espero sus palabras.

—El club organizó dos eventos más está noche y uno de ellos es en el mejor lugar en todo Roma, se llama Flirt.
Me han dicho que hoy el cupo es limitado y que, si uno gusta, se puede reservar un apartado por pareja.

—Sí escuché hablar de esos eventos, pero no sabía que estabas interesado— oculto las manos en los bolsillos y
desvío la mirada hacia donde permanece Bill esperando.

—Lo estoy, de hecho, aún no he fijado un encuentro con las personas que te he mencionado porque quiero saber
quién más asistirá al Flirt.

—¿Queda lejos? —pregunto al volverme hacia él.

—No realmente. Mira Tom, la zona es muy discreta y, además, si tu temor es disfrutar tanto hasta perder la
noción del tiempo, puedes reservar una habitación y ahí mismo pasar la noche.

—No lo sé, si es por reservación...


—Deja que me encargue de todo, tú anda a decirle a Bill— me anima. Toma su móvil y veo cuando va a su agenda
telefónica.

Me lo pienso un par de veces y regreso la vista hacia Bill. Está con Noa, pero se han apartado un poco, éste le
dice no sé qué cosas y parece que Bill luce incómodo.

—Consigue un apartado, por favor— le pido a Andrew sin siquiera mirarle.

—Tom…— se acerca con discreción y le veo con atención—. ¿Te ocurre algo?

—Nada— le lanzo un guiño para calmarle—. Consíguenos ese apartado lo antes posible.

—Hoy será una noche interesante para ti— me dice antes de retroceder.

—Para todos, Andrew— repongo y vuelvo a con Bill.

Noa levanta la mirada y se aleja con su mujer cuando estoy cerca. Sam, la pareja de Andrew, me mira con una
media sonrisa dibujada en el rostro y le miento diciéndole que él la está esperando. Cuando estoy a solas con
Bill, le tomo de la muñeca y le hago seguirme fuera del salón.

—¿Qué te dijo Noa? —pregunto cuando nos ocultamos detrás de una de las estatuas en el pasillo que va al
jardín—. Desde que se acercó actuaste extraño.

—No le quiero cerca. Por favor dime que no está involucrado en nuestros planes— dice tan rápido como puede.

—¿Qué te dijo? —insisto y le tomo por los codos—. Bill, por favor…

—Noa estaba en el mismo sitio cuando me encontraste en New York. Debió haberme visto con Leo esa noche y
ahora me encuentra aquí contigo— termina de decir y se muerde el labio con nerviosismo.

Ahora que todo está bien entre nosotros, Bill ha de querer que el resto del mundo también se olvide que alguna
vez estuvo con Leo. Esto me deja que pensar, pero ya lo hemos superado. Intento ponerme en su posición, a mi
realmente me importaría una mierda, porque yo soy así, pero él no. Bill se lo tomaría muy en serio y eso le
incomoda ahora que vuelve a estar conmigo y se supo con quién lo pasó antes.

—¿Eso te puso así? —sé cómo se ha de sentir y estoy siendo comprensivo.

—Cuando se acercó sí— ahora luce menos nervioso de lo que estaba. Sabe que no haremos de esto algo
imposible de llevar.

—¿Y cuándo te habló en privado dijo lo mismo?

—Sí, pero…

—Ese no es su asunto— le corto las palabras—. A Noa no le incumbe y tú no tienes por qué dar explicaciones. Si
quiere algo, tendrá que venir a mí y se lo dejaré claro en cuanto le vea. Tú no prestes atención a lo que diga—
tomo su mano y llevo la cara interna de su muñeca hasta mis labios para darle un beso. Quiero que se calme y
de paso yo también. Noa no tiene derecho hacer eso—. Pasa de él, yo arreglaré esto, ¿entendido?

—No irá con nosotros, ¿cierto?

Llevo ambas manos a su rostro y le acerco lo suficiente hasta chocar las narices. Él suelta la respiración y puedo
sentir cómo está comienza a entrecortarse momentos después.

—Esta noche está destinada a nosotros solamente— digo ahora cerca de sus labios—. Lo demás importa poco.

—Dime a dónde iremos.


—Será una sorpresa para ambos.

Me dedica un asentimiento. No se mueve de su lugar y yo tampoco, pero siento sus intenciones y eso me provoca
un subidón leve. Estamos tan cerca sin decir o hacer nada, ocultando nuestros bajos instintos hasta cuándo sea
prudente mostrarlos, limitándonos a dejar crecer una nube que sea capaz de extasiarnos en estos segundos que
el tiempo ha detenido.

No puedo actuar rápido en esta ocasión, pero me sorprende cuando se inclina un poco y me jalonea el labio
inferior, entonces me besa, haciendo ligera presión para controlar sus ansias, tal vez.

—¿Estarás dispuesto a todo? —pregunto al romper el beso. Intento recuperar el aliento, pero la verdad es que
quisiera llevarle contra el muro y besarle con fuerza.

—¿Todo?

Estoy consciente de cómo lo ha tomado y eso me deja pensando por algunos instantes hasta hablar nuevamente.

—Sí o no, Precioso. Responde— añado en un tono demandante.

Siento como se ha encendido mi mirada con el contacto visual que tenemos. A Bill le pasa lo mismo.

—Sí— responde al fin—. Juega conmigo, Tom, que yo te complaceré.


Capítulo 23

He sentido la mirada de Bill durante todo el trayecto, incluso su dedo pinchó en mi brazo para que me volviera a
él. Está rogándome sin palabras que deje mi conversación con Andrew para que atienda lo que sea que necesite
de mí. La idea de que en algún momento hará algo precipitado para que me vuelva a verle, me tiene alucinado.
Es capaz de todo.

Andrew se dirige a él, pero Bill ha enmudecido. Supongo que esa niñería es su manera de decir que, sin mi
atención, él no le dirigirá la palabra a nadie. Por eso hago ademán de volverme a verle y él responde ante la
interrogante de mí colega. Como ya soltado un poco la lengua, vuelvo a mi postura anterior y no cruzo miradas
con él.

Continuó mi charla con Andrew a sabiendas que Bill está echando fuego por dentro. No quiero escuchar reclamos
por su parte en cuanto lleguemos a nuestro destino, así que se me ocurre llevar las cosas de diferente manera.

—Andrew, ¿te gustaría jugar con Bill antes de que yo lo hiciera?

—Eso depende— responde de inmediato.

—¿De qué? Si vas a hacerle disfrutar, no creo que dependa de algo. A no ser, claro, que te refieras a las pequeñas
prohibiciones que tendrías— sin dejar de mirarlo, a tientas dirijo una de mis manos hasta la rodilla de Bill y subo
con lentitud a su entrepierna. Se tensa rápidamente y viéndole por el rabillo del ojo, noto que él gira su rostro
hacia mí—. Sólo son un par de cosas, Bill podría explicarte.

—Supongamos que no puedo resistirme y paso por alto una de esas prohibiciones...— se cruza de brazos sin
perder detalle de cómo toco a Bill.

—Él pagaría las consecuencias. Pero diles, Precioso, que no eres el tipo de chico que pueda desobedecerme—
dejo de tocarle y nuevamente con lentitud, deslizo la mano por el interior de su pierna hasta llegar a su rodilla.

Mantengo una media sonrisa triunfante ante todos, pero Bill ha logrado borrarla de mi rostro cuando dice: —Tal
vez hoy permita a Andrew ciertas cosas.

Su respuesta me molesta mínimamente, pero mis acciones son tan intencionales que él ha reaccionado como lo
imaginaba. Me vuelvo para mirarlo fingiendo un gesto serio, veo cuanta altanería desborda la sonrisa que me
dirige y eso me provoca un subidón.

Así es como me gusta verle y espero que mi juego siga así por lo menos hasta que Andrew y su pareja le lleven a
un apartado.

—Veremos si es así, Precioso— menciono mordazmente, fingiendo el tono, claro.

Tomo la punta de su barbilla con el índice y pulgar y le acerco lo suficiente para besarle, pero me esquiva y mis
labios se posan sobre su mejilla.

Bill ha de creer que puede manejar la situación de esta manera y que, muy erróneamente, logrará hacerme
enfadar. Pobre chiquillo. Que le conozco a la perfección y sé de más el cómo actuará ante mí y ante todos, lo que
muy seguramente dirá y que, en todo caso, se negará en un par de ocasiones.

Hará lo que tengo en mente y sólo por nuestro placer. En cuanto se percate de ello, disfrutaremos hasta el
exceso.
Andrew rompe el hielo justo antes de que lleguemos. Bill se ha puesto en un plan berrinchudo que no molesta
en realidad, pero sí da gracia. Igual y él cree que puede sobrellevar la situación y en cuanto estamos en el lugar,
aparenta que nada ha ocurrido en el transcurso de viaje y su actitud cambia.

Atravesamos el jardín delantero por el camino empedrado, éste es iluminado por luces rojas y blancas que yacen
a las orillas en el suelo, pareciendo velas a primera vista. Hay dos estatuas centradas en cada lado del jardín y el
muro de la entrada es de piedra con cascadas artificiales como fuentes. Debo admitir que me ha impresionado
la fachada del lugar. Se ve algo rústico pero extravagante con esas luces iluminando las cascadas.

El interior no es nada parecido con lo que hay afuera. A decir verdad, el lujo se ve por doquier y eso tiene a Bill
maravillado.

Hay una mujer en la entrada que nos da la bienvenida y requiere de nuestros nombres y firmas como parte de
las reglas. Después de llenar los campos en las hojas que tiene frente a ella, nos indica que pasillos debemos
seguir para entrar a ciertas zonas. Estoy tentado en decir a Andrew que será mejor dividir nuestros caminos y
encontrarnos más tarde, pero como la noche recién empieza, nos dirigimos al bar.

El ligero sonido de una melodía seductora nos acompaña a lo largo del pasillo de paredes marrones y adornada
con lamparillas en forma de cono y algunos cuadros de desnudos femeninos. El agarre de Bill se vuelve fuerte en
cuanto cruzamos el umbral de la puerta. La iluminación se basa en unas cuantas luces brillantes sobre las mesas
y detrás de la barra, pero aquí parece un bufé. Hay un desfile de mujeres con prendas sugerentes e incluso
algunas llevan únicamente ropa interior de telas tan finas que se puede apreciar el color de sus pezones. Miro al
rededor y noto la presencia de algunos hombres que llevan poca ropa y andan hasta el final del salón donde
atraviesan una puerta de color oscuro con un letrero dorado encima del umbral, pero no alcanzo a ver qué dice.
Algunos de los que se encontraron con ellos, les siguieron sin dudarlo, excepto uno. El sujeto que mira a Bill de
pies a cabeza, se le acerca para decirle algo al oído. No le dejo hacerlo y sin mostrar mala cara, toco su hombro
con dos dedos. Este entiende de inmediato y se retira, pero no deja de mirar a Bill.

—¿Qué crees que haces? —pregunto en un tono bajo, atrayéndole a mí para obstaculizar la visión hacia el fondo
del lugar.

—Me da curiosidad saber por qué estaban aquí.

Su mirada se enciende, parece emocionado, incluso. Sonríe de una manera provocativa y se acerca a mis labios.

—Dame cinco minutos y volveré.

Le esquivo y sus labios rosan mi mejilla, yo me inclino hasta llegar a su oído y dejo escapar mínimamente el
aliento antes de hablar.

—La curiosidad mató al gato.

—¿Desde cuándo?

—Siempre. Pero si tú…

—Sí, señor— sus manos se aferran a la cinturilla de mis pantalones. Trago pesadamente al sentir como su
respuesta hace eco en mis oídos—. ¿Ya vamos? —pareciera que pide en medio de un ronroneo—. Seré bueno.

¡Que me da un subidón!

De esa actitud estaba hablando. Es esa la que me hace desear todavía más. La que me hace arder, tanto al querer
reprenderle por la tentación que me planta y lo mucho que quiero hacerle mío sin usar la fuerza.

Es la clase de deseo más bizarro que tengo hacia él y me puede.


Bill está jugando con fuego.

Quiero hacerlo también.

—Si alguien sale por esa puerta, eres libre de ir sin mí, Precioso. Pero eso sí, únicamente ellos podrán tomarte
esta noche, porque yo no lo haré.

Pongo distancia solo para ver su gesto. Bill frunce el entrecejo y tensa los labios para demostrar que le he jodido
con mis palabras. Sabe que soy capaz de hacerlo, no tiene escapatoria. Cree que puede jugar conmigo y meterme
en su laberinto, pero no es así.

—¿Te gusta? —Andrew se dirige a Bill y así le distrae de lo que recién ha sucedido. Por detrás me entrega algo
que guardo inmediatamente—. Todos ellos se preparan para salir tan provocativos sea posible y disponen de
unos minutos para incitar a los demás y ser parte de la habitación lapdance y llevar a cabo el sado u orgías, en
todo caso. Hemos llegado tarde, es una pena— chasquea la lengua al terminar de explicarle y nos guía hacia uno
de los sillones disponibles.

Entre mesas, observo a quienes ya están más que encendidos, permitiendo que otros toquen a sus parejas y en
uno de los sillones más llenos, hay un grupo de personas jugando a los dados y a las cartas. Una rubia se levanta
de su asiento y sube su vestido para sacarse las bragas frente a todos. Algún castigo le ha tocado. Me mira y me
lanza una sonrisa coqueta que respondo sin dudar.

—No sabía que eso se podía— dice Bill sin dejar de mirar el espectáculo que aquellos han armado.

—Uno crea los limites.

Hay una especie de pasarela en un costado del lugar, es iluminada por luces de neón y algunos hombres y mujeres
toman asiento frente a ésta. Quiero ver quienes aparecerán ante ellos y les seducirán con el baile.

Estoy tentado. Observo a Bill ir delante de mí y me viene en mente lo que hicimos en Milán; seguir el ritmo de la
música hasta llegar al exceso. Esta noche quiero probarlo de nuevo si es posible. Quiero repetir a su oído las
mismas palabras de la canción que me incitó a follarle con un vaivén diferente en las caricias, besos y
penetraciones.

Él se sitúa al centro del sillón de media luna, me dedica una sonrisa un tanto peligrosa y espera a que tome
asiento junto a él.

—Es como un reto entre amos y sumisos— comienza Andrew a decirle sin prestar atención al contacto visual
que aún mantenemos—. Se dividen en grupos y las minorías serán sodomizadas. Pero no solamente es eso, hay
muchas maneras de llevar esos encuentros, solo que el sado es lo que más enciende aquí.

—Tú sabes mucho, ¿verdad? —Bill pasa de mí, se inclina en dirección a Andrew, mostrando su interés. O eso es
lo que quiere aparentar, porque la verdad es que quiere provocarme de alguna manera, como dándome celos,
intuyo.

—Tanto como nos es posible— responde el otro—. Sam y yo hemos estado en muchos lugares mirando y siendo
parte de gran cantidad de encuentros.

—Entonces… ¿Ya habías estado aquí?

—Dime qué es lo que te apetece— se atreve a decir.

Con eso, Andrew ha dejado a Bill en blanco.


Me guardo la sonrisa para después y levanto la mano para llamar la atención de un asistente y que nos traiga
algo de beber.

El ambiente cambia cuando estamos cerca de la tercera ronda de tragos; Bill ha enmudecido, pero en más de
una ocasión le he visto lanzar miradas coquetas a quienes pasaban cerca. Andrew no para de mirarnos
alternadamente cuando Sam, su pareja, le habla al oído. Juraría que han apostado por alguno de nosotros, se les
ve en los rostros, además, contribuyen a como manejamos la situación. Aquello de las miradas de Bill hacia otros
y mis comentarios indiscretos, parecen divertirles. A mí no tanto.

Al poco rato la música cambia, Bill empieza a mover los hombros y Andrew lo secunda. Siento como si me
estuviese ahogando, los miro y hay demasiado contacto visual entre ellos.

Bill se vuelve a mí y se acerca para hablarme al oído. Por instantes me siento aliviado, mínimo ya ha notado que
llegamos aquí juntos.

—¿Recuerdas cuando dije que quería bailar para ti? Este parece ser un buen momento…— una de sus manos va
a mi pecho e intenta descender hasta que le detengo. Estoy por completar su frase, pero dejaré que sea él quien
me lo pida—. ¿Crees que Andrew quiera verme bailar también?

¡Pero qué…!

Le miro y me abstengo de gruñir. En su lugar, me comporto tan naturalmente me es posible y le doy un trago a
mi bebida.

—Debería decirle— pongo distancia—. Andrew, Bill quiere saber si…

—Si irías a la habitación de lapdance conmigo— interrumpe mis palabras y le mira directamente.

Mi colega se ahoga con el último trago que le ha dado a su bebida y me observa con los ojos muy abiertos. ¡Joder!
Que yo estoy igual. Bill me ha salido más cabrón que bonito.

Andrew, nervioso y entre tosiendo, niega con la cabeza mientras Sam le hace aire. Bill no se percata de la manera
en la que le fulmino con la mirada, pero Andrew sí y me pide disculpas apenas siendo capaz de controlar su voz
entrecortada.

—¿Qué cosa?

—No es nada del otro mundo. Dile, Precioso— mi mano va a la suya y aprieto un poco mi agarre.

—¿Me acompañas a la habitación de lapdance? Claro, si Sam no se opone tampoco…

—¡Pero claro que no! —me adelanto a decir—. Es más, tú podrías unírteles, Sam. Ambos podrían tentar a mi
precioso, inocente y atrevido… Bueno, ustedes pueden hacer a Bill lo que les plazca— hablo apretando la
dentadura y me alcanzo la botella de vino para servirme un poco en el vaso de la bebida que ya me había
acabado—. Les concedo treinta minutos con él, ¿Qué dicen? No tendrán que preocuparse por mis reglas, haré
de cuenta que no existen mientras están con él.

Los tres me miran con asombro, pero en especial Bill está que no se lo cree. Conoce a la perfección las
prohibiciones que hay para los demás cuando tenemos un encuentro con terceros y ahora no existirán.

—Anda, Bill. Yo esperaré aquí o tal vez allá— le señalo el lugar donde ya se encuentran algunas mujeres bailando
semidesnudas.

Él se acerca hasta poder subir a mis piernas, intento apartarle y no lo consigo. La acción ha provocado que se
friccionara contra mí.
—¿Vas a dejarme a merced de ellos por treinta minutos? —cuestiona casi escandalizado.

—Siéntate como debe de ser, no sobre mí— sin siquiera mirarle, le tomo con firmeza, pero se remueve y esta
segunda fricción de su entrepierna contra la mía, me parece más deliciosa. Estoy carbonizándome por ello y por
el enojo.

—¿Vas a permitirles todo? —sus manos toman mi rostro y junta su frente a la mía.

Me cuesta responderle.

Estoy agitado.

¡Que me muero!

Quisiera ahora mismo estrujarle contra mi cuerpo, pero no me dejo llevar.

—Te lo has ganado. Mira que voltear la situación...

—¿Y no has hecho eso tú conmigo?

Habla aún más bajo que es difícil entenderle a la primera gracias al volumen alto de la música.

—No me recrimines.

—Entonces no me castigues.

¡Qué manera de responder!

Sé que está molesto, yo lo estoy más. Pero el que haya usado ese tono casi autoritario, enardece la excitación
que se había acumulado en mi interior. ¡Me puede que se comporte así!

Me haya caído en lo más bajo el que se insinuara así a Andrew, debo admitir que me dio lo que esperaba de él.

—¿Estás enfadado, Precioso? —le hago verme.

Su rostro arde en furia. De coqueto ya no tiene nada, pero no deja de verse jodidamente sensual.

«Vamos, Precioso. Pon las cosas aún más difíciles» Ruego desde mis adentros.

—Te odio.

Me regocijo desde el interior, pero físicamente le muestro un gesto bastante serio.

—Conmigo no juegues.

—No me van tus amenazas.

—¿Entonces te van mis castigos?

Se queda sin palabras y lanza un bufido apenas notorio.

—Ven conmigo.

—Ni creas que…

—No te lo estoy pidiendo— le interrumpo.

Bill se levanta de encima y sin decir nada, le tomo por la muñeca y busco la salida hacia el jardín.
Choco contra las personas, camino por pasillos y abro puertas que no me llevan a donde quiero ir. Bill comienza
a resistirse y me exige volver al bar. Cuando ya me tiene a punto de explotar con sus habladurías, le hago avanzar
con rapidez por un pasillo y recorro las espesas cortinas doradas. Me encuentro con la solitaria piscina techada,
le hago entrar al halar de su mano y cierro la cortina.

—¿Qué hacemos aquí? —se zafa del agarre de muy mala gana.

—Aquí…— le llevo contra el muro y tomo de la misma muñeca que le he sujetado al traerle para darle un beso—
, haremos lo que allá no pudimos.

—¿Qué cosa? ¿Reclamarnos?

—Estás equivocado, Bill— ahora tomo su rostro y le hago alzarlo un poco más—. Me ha encantado jugar contigo.
Fuiste mi presa todo este tiempo. Sabía que harías esto; el ponerte rebelde, deseoso y tan flexible a la vez. Ser
parte de tus cambios repentinos me ha irritado tanto como extasiado, aun así, te hice entrar a mi terreno
nuevamente.

—Tú…— niega y gruñe por lo bajo—. Fingiste todo este tiempo. A que lo de hace un rato también fue cosa tuya.
¡Me usaste!

—¿Estás indignado? Vamos, te encantó el coquetearle a todos. A que te sentiste frustrado cuando el darme celos
no te funcionó. En más de una ocasión te quedaste callado, apuesto que en esos momentos planeabas tus
siguientes movimientos.

No puedo ni respirar con normalidad. Me pone mucho verle hecho una furia.

—¡Ibas a entregarme a ellos!

—No te entregaría a nadie porque tú eres mío.

Me acerco a sus labios y le beso con fuerza. Él responde a mí de la misma manera, hasta me muerde y me hace
gemir del dolor.

Pongo distancia para mirarle. Realmente me ha jodido y excitado que hiciera eso.

—¿Ya se te olvidó? En Milán disfrutaste mucho cuando tus ojos estaban vendados y alguien te tocaba en mi lugar
mientras yo decía la manera en la que quería follarte; como quería entregar tu sabor a los demás, como les
invitaría a que tocaran tu punto más sensible y gimieras para que fueras escuchado por todos. Ahora te quiero
para mí. Quiero hacerte mío.

Durante un par de segundos escucho su pesada respiración chocar contra mis labios. Decirle todo aquello me ha
provocado un subidón, y a él también.

—En serio te odio.

Dice antes de que me inclinara de manera precipitada para besarle.

—¡Oh, sí! —menciono sarcástico—. Que odio tan más letal me tienes.

•••

Comienza por sacarme la chaqueta y desabrochar mis pantalones mientras aprieta su cuerpo contra el mío. Estoy
sintiendo tanto calor que apenas y distingo por donde es que se mueven sus manos sobre mí.

Me siento engañado. ¿Quiere decir que durante este rato solo fingió que lo que yo hacía le molestaba? Quiero
saber qué diablos pretendía con eso. Me hace rabiar el que se haya pasado de listo al usar mis tácticas
improvisadas para manejar la situación, sé que no eran las mejores, pero es que ¡Joder! Que Tom no me daba
oportunidad de nada. Cualquier cosa que decía la usaba a su favor, y si yo intentaba devolverle las palabras, él
hacía como si no le importara en lo absoluto.

—¡Estás loco! —le aparto como puedo y me zafo de su agarre hasta avanzar unos pasos lejos de él.

Controlo lo acelerada que está mi respiración para hablar claramente.

Tom se vuelve a verme y una sonrisa arrogante se acentúa en sus labios. Suelta la respiración que ha contenido
y se lleva la mano a la boca, pasa el pulgar sobre su labio inferior para borrarse la humedad de nuestro beso. Se
toca la barba e inclina un poco la cabeza hasta dedicarme un asentimiento. Me da la espalda por escasos
segundos para recoger mi chaqueta, y al volverse me tiende la mano.

—Ven, Precioso.

—¿Ese era tu plan? Provocarme y…

—Lo hiciste conmigo también— me corta y se acerca a paso lento, yo retrocedo—. Me hiciste enfadar y eso me
gustó.

Trago con pesadez cuando mi espalda choca contra el muro y él se detiene frente a mí. No me quita la mirada
de encima y no sé cómo tomar sus palabras.

—Y te recuerdo que a ti te encantaba verme echar humo por los oídos— dice con humor.

Esa sonrisa de millón que me dedica me tiene totalmente idiotizado. Tardo en captar lo que ha dicho y me siento
estúpido porque sí, a mí me provocaba un gran placer verle arder en furia e ir a por mí dispuesto a usar la fuerza.

Si no me hubiese dejado llevar por cómo me hizo sentir cuando dijo a Andrew y su pareja que se olvidaría de las
reglas y les permitiría hacer lo que quisieran, tal vez me estaría regocijando por conseguir que castigara mis
faltas. Pero no, la he cagado y ahora ya no sé si es que en algún momento cometí alguna falta, él me tenía justo
donde quería gracias a mis tontas acciones. Ya no sé qué pensar, su estúpido juego me ha confundido.

—Has frenado lo que pudo haber sido un encuentro muy intenso— me acorrala y pone su peso contra mí.

Se me va el aliento y desvío la mirada para no ceder ante él. Mis ojos se fijan en la piscina y en las florecitas que
flotan en la superficie. Pretendo contar todas y cada una de ellas para distraer mi mente, pero no puedo, Tom
reparte besos y mordidas leves por mí cuello y no puedo evitar cerrar los ojos.

—Tengo una propuesta para ti.

—No entraré contigo a la piscina— corto sus ilusiones de inmediato. Si es que quería que termináramos desnudos
en el agua.

—¿Por? —cuestiona al soltar una pequeña carcajada—. Podrías fingir que no es agua, sino champán. Me
atrevería a decir que fue lo que más gozaste de Milán.

Al principio estaba escéptico cuando a Tom le ofrecieron ir a un apartado con juegos establecidos. No sabía que
tan bueno podría ser, el lugar no era precisamente para llevar acabo el intercambio de pareja y el probar algo
que no haya sido impuesto por nosotros, no me daba mucha confianza. Sabía de más que haríamos lo que a
ambos nos pareciera lo mejor. Recién tomaríamos de nuevo ese ritmo que llevábamos al intimar, por lo que no
quería que alguno de los dos terminara decepcionado del encuentro.

Acepté por el simple hecho de no empezar poniéndonos límites y resultó ser más que interesante. El apartado
tenía de todo. Fue una sorpresa para mí al verlo, a diferencia de Tom quien conocía más detalles de éste.

En la cama nos esperaban tres cosas; una hoja, un control remoto y una cámara de fotos instantánea. Las
indicaciones escritas en la hoja fueron ignoradas por nosotros después del punto número tres. Fue cuando Tom
pulsó el botón de play en el control remoto y una melodía llegó hasta el último rincón de la habitación. Suave al
principio, incitante al medio e intensa al final.

No podía quitármela de la cabeza. Tom repetía las palabras de esa canción tantas veces le fue posible.

«Let me feel you. Let me control you… Move your body. Tell me what you need most»

Las dijo a mi oído mientras sus manos, los besos y las penetraciones iban al ritmo de la melodía. Y el plus fue
cuando bajo ninguna circunstancia tenía permitido tocarle. Eso hizo las cosas más interesantes, pues durante
lapsos de tiempo indefinidos, un pequeño «ding» sonaba para hacernos cambiar. Los momentos en los que eran
su turno de no tocarme, fueron los más largos y eso me gustó. Ver y sentir la frustración que le provocaba el tener
que soportar las ganas de querer llevar sus manos a mi cuerpo, aumentaba mi excitación y me hacía pensar cuán
inalcanzable era para él en esos momentos.

No me había sentido tan deseado en mucho tiempo.

Era algo inimaginable.

Me llevó al jacuzzi y nos sumergimos en champán. Degusté el exquisito sabor que tenía su piel, yendo sobre esos
lugares que le hacían enloquecer, gruñir mi nombre e impacientarle por hacer lo mismo conmigo.

El sexo jamás había tenido un sabor semejante. Jamás había sido tan intenso y mucho menos habría podido decir
que disfruté algo que nosotros no elegimos del todo.

Por primera vez sentí que nos dejamos llevar.

Tom me devuelve a la realidad y abandono mis fantasías sobre repetir aquello justo ahora.

—¿Sabes que quiero hacer?

—Me quieres hacer tuyo— respondo de inmediato.

—Que suspicaz— añade con cierto tono de juego y me hace mirarle.

—Quiero verte tendido en una cama totalmente excitado, impaciente por mí y dispuesto a todo— susurra cerca
de mis labios, tentándome de paso al acariciar mi labio inferior con su pulgar.

—¿Y qué hay de lo que yo quiero?

Su gesto cambia ante mis palabras.

Estoy carbonizándome ante lo que dije sin pensar. Se me salió en cuanto él terminó de hablar y básicamente yo
quiero lo mismo.
Su mirada revela el deseo que tiene por mí en estos momentos y eso hace que se me detenga el corazón. No
puedo respirar con normalidad y siento como su entrepierna se aprieta cada vez más contra mí.

—Dime lo que sea que quieres, sabes que te lo daré. Ahora no puedo decirte que no, Precioso.

¡Joder!

Me ha robado el aliento. No sé qué diablos sigo esperando para actuar. Me he quedado en blanco ¡Dios!

Tom espera mi respuesta, pero soy incapaz de decir algo. Estoy mudo. Siento que, si separo los labios para hablar,
de mi garganta solo saldrá un sonido ahogado o de plano balbucearé.

—¿Te quedarás callado?

Niego con un cabeceo y me aclaro la garganta. Junto el valor necesario y entonces lo hago.

—Quiero…— apenas y me sale la voz—. Quiero que tengas todo de mí. Que me tengas a mí y me disfrutes tanto.
Soy tuyo, Tom.

—No nos demoremos entonces, Precioso.

Pone distancia y su mano acaricia mi mejilla. Siento su tacto caliente, no sé si es porque él está así o si es el calor
que irradia el tono rosado que ya han adquirido mis mejillas.

Ajusta mis prendas, me toma de la mano y sin decir nada, me hace seguirle.

No sé a dónde vamos, ni siquiera sé si es el camino correcto porque llegamos hasta aquí por casualidad, pero
estoy que me muero de la impaciencia. Algo se instala en mi interior y se remueve sin parar. Es como si eso
provocara una oleada que se expande a mi pecho y desde ahí algo arde con intensidad.

Me mira por encima del hombro cuando cree que encuentra el camino adecuado. Avanzamos por un pasillo en
contra sentido a las personas que caminan por ahí. Escucho sus pasos alejarse mientras que los nuestros son más
acelerados. Hay una cortina espesa de color rojo con los bordes dorados y Tom me invita a pasar primero. Lo
hago y veo dos pasillos poco iluminados, los letreros de arriba me hacen volver la vista a Tom.

—Apartado número tres— me indica.

Avanzo ahora con lentitud por el largo pasillo de la izquierda hasta encontrarme con la puerta número tres. Ésta
es de color negro y el picaporte es dorado. Sobre el umbral hay un triángulo de color rojo que dice «Kaulitz».
Tom se acerca a mi espalda y me pregunta si estoy listo, digo que sí con un suave cabeceo y entonces él introduce
la llave. Al abrir la puerta me permite el paso, cuando me vuelvo a verle, ya ha cerrado y sostiene el triángulo
rojo en la mano hasta guardarlo en su bolsillo.

Estoy nervioso.

La habitación está a media luz, hay una mesita alta cerca de la puerta con unas esposas, y noto que yace una
especie de gancho fijo a buena altura en el muro. Creo saber para qué es. Me giro lentamente para ver al rededor
y mis ojos se detienen en la inmensa cama, pero me sorprende ver que a lo largo del muro hay un cristal oscuro
donde puedo ver mi reflejo.

—¿Alguien nos verá?

—Si así lo quieres— responde al acercarse.

Desde atrás, arroja su saco y mi chaqueta a la cama. Junta su pecho a mi espalda y sus brazos me rodean solo
para desabrochar mis pantalones. La respiración se me corta en estos instantes y la piel se me eriza por completo.
—No lo sé— llevo mis manos sobre las suyas, evitando que se introduzca entre mis prendas—. Me gusta la idea
de ser vistos, pero tú…

—Si es lo que quieres, lo haremos— me vuelvo a verle, toma mi rostro y se acerca hasta chocar las narices—. Te
complaceré, Precioso— dice en un susurro.

No puedo evitar morderme los labios. Sentir su respiración, su aliento chocar contra el mío y aún más su tacto
sobre mis mejillas calientes, me hace estremecer.

—¿En serio?

Sus manos ahora se dedican a desvestirme. Me saca la camisa y la deja caer en el suelo.

—¿Dudas? —pregunta al acariciar mi espalda. Me remuevo entre sus brazos cuando llega la parte baja y me
aproxima aún más a él al tomarme de las nalgas.

Suelto un jadeo sobre sus labios. Estoy tentado en besarle, la cercanía me tiene tan ido que no puedo hacer o
decir nada sin que él me aliente hacerlo.

Vuelvo a tragar con pesadez y llevo las manos sobre su pecho para después cerrar los puños.

—Compláceme, Tom.

Le entrego mis manos y su mirada se enciende. Retrocede un par de pasos y al volver me ajusta las esposas con
cierta desesperación. Me lleva hasta el muro y mi cuerpo es aplastado por el suyo. El muro es tan frío que me
remuevo de mi lugar y la piel se me eriza. Ver eso le deleita, toma mis manos y las lleva arriba de mi cabeza para
colgarme de las esposas al gancho hasta asegurarlo. Quedo sobre las puntas de mis pies y él se acerca a los
apagadores de la derecha.

—¿Quieres que nos vean? Muy bien, entonces lo harán y también nos escucharán.

Presiona el segundo botón y un bombillo se enciende cerca de una de las esquinas del cristal.

Me estoy carbonizando.

No puedo esperar a que me tome.

Tom se deshace del moño que le adorna el cuello de la camisa y ésta se la desabotona instantes después.
Desabrocha su cinturón y lo dobla por la mitad para hacerlo más corto. Temo que haga lo que estoy pensando
cuando se acerca con lentitud y pone la punta más gruesa en mis labios, desciende a mi barbilla, bajando por mí
cuello, acariciando mi pecho hasta llegar a mi abdomen y detenerse sobre la cinturilla de mis pantalones.

La piel me arde en espera de un azote. Le veo alzar la mano y cierro los ojos esperando el momento en que lo
haga, pero en su lugar escucho que lo arroja al suelo y al abrir los ojos, sus manos se aferran a mis pantalones y
me jalonea para juntar su entrepierna con la mía. Dejo escapar un pequeño gemido ahogado por la sorpresa y
por la manera en la que se fricciona contra mí.

No voy a preguntar por qué no hizo lo que pensé que haría.

Sus manos se encargan de quitarme los pantalones y éstos se deslizan por mis piernas. Al sentir mi miembro
libre, le incito acercarse. Dos de sus dedos acarician mi longitud hasta que su mano se cierra en mi punta.

¡Joder!

Que se me detiene el corazón ante su tacto. La piel me arde en espera de más caricias suyas y estoy ansioso por
recibirlo dentro mío.
Mi erección crece en su mano y se siente tan bien cuando la recorre de arriba-abajo.

—Quiero llevarte al exceso, Precioso— dice al acercarse a mis labios.

—Tómate tu tiempo.
23/Extra

Les seguí el paso con discreción desde que dejaron el bar y como locos, dieron vueltas por los pasillos hasta que
entraron a un área solitaria. Sospecho que en algún momento sintieron que les seguían e hicieron aquello para
despistarme. No lo sé. Pude escuchar cada una de sus palabras, me limité a eso cuando realmente tenía tantas
ganas de plantarme frente a ellos y reclamar a quien era mío. Al percatarme de que irían a otro lugar, anduve
detrás de ellos hasta que él cerró la cortina. Escuché el murmullo de su voz y sentí que me ardía el pecho cuando
dijo «apartado número tres».

Me detuve ahí, agitado, cuidándome la espalda para no ser visto hasta que escuché como una puerta se cerraba.
Corrí la cortina y me dirigí a paso veloz por el pasillo que decía «cabinas». Lucho por controlar lo que se intensifica
en mi interior y sin llamar a la puerta, me precipito dentro. Para mi suerte no hay nadie.

—Bien…

Cierro colocando el seguro e intento tranquilizarme. Suelto la respiración y me vuelvo. Veo una luz tenue
traspasar el cristal y algo se remueve en mi interior. Me acerco con lentitud al sillón cómodo que yace a una
distancia considerable del cristal. La luz roja que se encuentra debajo del borde, permanece apagada. Ellos aún
no han decidido si permitirán que se les escuche, lo cual me mortifica. Les veo mover los labios, pero bajo ningún
ángulo puedo deducir lo que dicen.

Me siento mucho peor ahora al verles así de cerca. Toda la noche me he cuidado para que nadie me viera y ahora
qué más quisiera que él supiera que estoy aquí. Que estoy siendo presa de la rabia porque él solía mirarme de
esa manera, como diciéndome que esperaba sentirme, así como que también le sintiera. Era una mirada real la
que él me dirigía cuando estaba a punto de hacerle mío, era tan real y jamás podrá negar lo mucho que lo
disfrutaba. Él solía también temblar ante mis caricias, gozaba de mi tacto y de lo que le decía al oído, justo como
ese otro lo hace ya mismo.

¡No puedo!

Frustrado, me muevo para rodear el sillón. No puedo controlarme y suelto un par de golpes a la acojinada
superficie antes de siquiera considerar el salir de aquí e ir al apartado para detenerles sin importarme nada.

«No es necesario» Me digo en el pensamiento.

Me exijo autocontrol y después de lanzar varias respiraciones profundas, escucho murmullos y levanto la mirada.
Ellos ya han permitido ser escuchados.

«Quiero llevarte al exceso, Precioso»

Me pone terriblemente mal escuchar que se dirija a él de esa manera. Bill, objeto de mis parafilias, será tomado
por alguien más frente a mis ojos. Ver como Tom pretende profanar su cuerpo, mintiéndole al decir lo que ya
acabo de escuchar cuando en realidad nadie podrá hacerle sentir como yo lo hice.

—Oh, Bill… pobre iluso. Ni siquiera nuestra última vez juntos podrá ser igualada por él.

Me acomodo en el sillón, inclinándome hacia en frente para apoyar los codos en las rodillas y entrelazar los dedos
frente a mí.
El día de la celebración de Jace y Amara, noté algo extraño en él. No sé qué le haya dicho ella, si le metió ideas
en la cabeza o si incluso Jace tuvo algo que ver. No soy de involucrarme en lo que terceras personas dicen o no,
pero esa noche sí que algo había sucedido. No me he tomado la molestia en averiguar qué fue exactamente
porque eso no va conmigo, pero si hubiese podido evitar escuchar a Jace decirme que Tom buscaba la manera de
dar con Bill, la verdad, estaría mejor.

Ahora sólo puedo sentir la angustia instalada en mi pecho día y noche, se sacude mi interior al pensar en la
posibilidad de que él llegue algún día reclamando a alguien que ya no le pertenece o bien, que Bill decida irse en
algún momento.

Esta noche ese presentimiento ha vuelto a atacarme, pero me atrevería a decir que en su máxima expresión. Me
hago de respiraciones profundas para no perder la calma o llegar con un aire hostil a casa.

Puedo controlarlo.

Recién me estaciono frente a la mansión, bajo de mi vehículo tan rápido como puedo sin importarme que haya
dejado mis pertenencias adentro y ando hasta la entrada.

—Señor Morgan, buenas noches…

—¿Dónde está él? —cuestiono al empleado que me recibe sin darle importancia a su saludo.

—No ha salido en todo el día.

Le aviento las llaves y las atrapa al vuelo. Acelero el paso al entrar a la casa, subo las escaleras de dos en dos y al
llegar al pasillo, veo que absolutamente todo el lugar yace en penumbra menos nuestra habitación. La puerta
está entreabierta y una luz tenue atraviesa solo la mitad del pasillo.

Sin aliento, avanzo y me precipito al entrar, localizo a Bill con la mirada hasta que le veo en el alféizar de la
ventana. Éste se pone de pie apenas y me escucha.

Podría decirse que toda sensación es reemplazada por el alivio que me provoca verle, pero una chispa de
extrañeza y asombro se instala en mí durante unos instantes.

—¿Bill? —le analizo de pies a cabeza y entrecierro los ojos al ver el cambio—. ¿Por qué?

Me parece algo extraño verle teñido de negro. No sé por qué me recuerda a cuando recién había llegado conmigo,
incluso me mira de esa manera tan peculiar como lo hacía al inicio. Su mirada me pide mi aprobación para algo,
no sé qué será y no sé por qué sigue viéndome de esa manera.

—Leo…

—¿Por qué? —interrumpo sus palabras al insistir. Me dirijo hasta él y le rodeo con el fin de observarle más de
cerca, pero luce aún más tenso con mi presencia—. Sigo esperando, Precioso. ¿Por qué te has teñido de negro?

No puedo negarlo, me gusta como se ve. Luce peligroso y ahora mis fantasías vuelan. Él siempre ha logrado que
pierda el autocontrol a la primera, claro, eso hasta que entro en mi rol como dominante. Bill me provoca infinidad
de cosas con su simple pero deliciosa presencia. Yo nunca me he ablandado con él, tal vez en un par de ocasiones
esa fue la impresión que quise darle, pero sólo fue para que accediera a todo lo que me apetecía.

Ya sea a la buena o a la mala, de alguna manera siempre accedía.

Me he detenido detrás de él, le tomo por los hombros para relajarle y es entonces que me acerco a su oído para
poder hablarle con la confidencialidad que a él tanto le encanta.

—¿Qué sigue después?


—Nada, solo pensé que te agradaría.

—No solo me agrada, me enciende.

Mis labios se estiran para formar una sonrisa cargada de perversión y deseo. Necesitaré pronto atarle a la cama.

—¿Imaginas que viene ahora? Delicioso pelinegro...

—Y si tú…

A Bill le sale la voz como en un susurro. Siento como la tensión abandona su cuerpo cuando le rodeo con los
brazos. Se convierte en alguien maleable, sigue muy bien los movimientos de arrullo en los que le envuelvo para
hacerle confiar y le hago volverse.

—¿Esperabas por mí?

—Como todas las noches.

Hay algo en su mirada, no es la misma perversión que hay en la mía, sino que se trata de la lujuria. Hasta pareciera
que también me suplica con la mirada. Ese brillo especial en sus ojos me recuerda por qué quise tenerlo en cuanto
lo vi por primera vez.

Me atrevo a cortar la distancia que separa sus perfectos labios de los míos. Bill contiene la respiración en los
pocos segundos que dura nuestro beso, pone distancia para dejar escapar la respiración. Escuchar cuando hace
eso, me incita a besarle con fuerza. Si me acerco ahora para saciar mi necesidad de sentir sus labios abiertos y
dispuestos a recibirme, probablemente le hiera al devorarle. Su boquita quedaría húmeda, hinchada y con marcas
de mis dientes o gotitas de sangre.

El corazón ya se me ha descolocado y no existe manera de tenerlo sosiego aún sin que esté en su lugar.

—Como todas las noches— repito sus palabras. Eso me hace recordar el fuerte presentimiento que tuve—. No te
creo.

—Te lo juro. Solo pienso en cuándo volverás y si es que vienes dispuesto a tomarme.

—¿Te atreves a jurar?

Parece ansioso. Sus manos van a mi camisa para abrir los botones uno a uno hasta que se detiene, estrujo su
cuerpo contra el mío y él cierra los ojos de inmediato.

—Te necesito, Leo.

De un tirón le quito los pantaloncillos de dormir, estrujo sus nalgas y encajo mis dedos en su piel. Escucho sus
jadeos, le llevo contra la pared y termino por desnudarlo.

Mis labios y los suyos no vuelven a tocarse de momento. Comienzo a estimularle en un arrebato por seguir
escuchando aquella sinfonía de placer que me dedica, pero tan pronto vuelve su juramento a mi pensamiento,
siento las ganas de advertirle qué pasaría si al llegar él no está para mí.

Mis ideas cambian repentinamente y se vuelve desagradable lo que provocan. Me aparto de él tan abruptamente
que casi cae al suelo. De manera inconsciente, recorro su cuerpo con la mirada, siendo incapaz de apartarla y
reaccionar para decirle algo. No es normal en Bill actuar con el mismo pudor con el que lo hace ahora.

—Leo…

—De rodillas— exijo.


Retrocedo aun mirándole y saco una caja plateada que yace debajo de la cama. Bill me mira sin comprender qué
es lo que tengo en las manos cuando él, dubitativo, se arrodilla en el suelo.

Al abrirla tomo principalmente dos objetos, cuando vuelvo a Bill, éste me dedica una sonrisa apenas visible. Con
movimientos desesperados, le coloco el antifaz que cuelga de mi mano y ajusto las esposas a sus muñecas. Le
veo morderse el labio y le escucho chillar cuando las esposas pellizcan su piel.

Soltando la respiración de manera ruidosa, camino de un lado a otro antes de determinar qué haré con él.
Aquellas ideas vuelven a sacudir mi mente, intento evadirlas, pero vuelven a hacerse presentes.

—Precioso… ¿En serio esperas por mí?

—Todas las noches— responde entre jadeos leves.

Me acerco a la cama en un par de pasos y tomo la caja, sacando el fondo falso y sosteniendo sin problema alguno
el objeto que jamás hubiese querido sostener frente a Bill.

Cierro los ojos al acercarme y rodearlo.

—Y dime, entonces ¿es a mí a quien sientes o es alguien más?

Tarda escasos segundos en responder, lo cual me impacienta. Me detengo frente a él y me pongo en cuclillas
para acariciar las facciones de su rostro con la punta del objeto, usando la delicadeza que él merece. Me detengo
en su mentón y subo hasta sus labios.

—Lámelo, Precioso— le pido.

Bill confía en mí a pesar de que no sabe qué es lo que tiene delante suyo y lame con tanta dedicación,
deleitándome con esa candente muestra de una felación imaginaria.

—Te ves tan delicioso haciéndolo— menciono apenas moderando mi voz—. ¿Sabes de qué otra manera luces
delicioso?

—Bésame…— pide en un susurro solo para distraerme.

—¡Shhht! —le acallo al posar un dedo sobre sus labios—. Recuerda cuando solíamos jugar, Precioso. Sabes que
me gustaba la manera en que me mirabas a los ojos y me pedías más. Lo disfrutabas tanto, pero si no es a mí a
quien sientes en la cama…— llevo el antifaz sobre sus ojos y cae en cuenta de lo que nos prohíbe chocar las narices
es el arma que sostengo—. ¿Soy yo o es alguien más?

Me mira sin parpadear cuando me pongo de pie y apunto a su cabeza. El interior se me remueve. Me pesa el
haber recurrido a esto, pero me dirá la verdad sí o sí.

—Leo…

Su voz insistente tiembla un poco. Bill está asustado tan solo de mirar el arma al elevar la vista.

—No te pongas nervioso, Bill— vuelvo a rodearlo, llevando ahora la boca del arma sobre sus hombros y su
cuello—. Ya respóndeme, si no quieres que…— vuelvo frente a él.

Sus ojitos acuosos imploran que aleje el arma cuanto antes, pero esto no debería frenar su excitación. Diversos
objetos han acariciado su piel mientras me pedía más en el sado, no veo mucha diferencia entre eso y el arma
que sostengo. Si le gustaba el peligro e ir tan lejos fuese posible, ahora debería entender que aceptarme a mí es
eso y ya. Solo puedo ser yo.
Me muevo por la habitación, pero él sigue mirándome. Cuando llego a la puerta, escucho que ha soltado la
respiración, pero me vuelvo de inmediato, ya sin apuntarle. Pongo el seguro de la puerta y finalmente vuelvo
sobre mis pasos. Bill se ve demasiado tenso. A que creyó que me iría, así como si nada.

—Oh… Tranquilo, Precioso. No está cargada— me acerco para ayudarle a ponerse de pie—. Es solo un juguete
como los muchos otros que me has pedido usar contigo.

Arrojo el arma tan lejos es posible y le empujo a la cama. Bill se remueve debajo de mí cuando intento ir a por un
broche especial para sujetar las esposas al cabezal. El broche hace 'click' y él lucha por zafarse. Me pide que me
detenga porque mi arrebato le ha provocado un susto tremendo, dice que le de un momento a solas y que de
paso piense bien las cosas, pero yo sé lo que quiero justo ahora. Y lo que quiero es no detenerme. Me tiene
totalmente encendido desde que se dejó atrapar por mi hasta cuándo me miró con sus ojitos llenos de lágrimas.
Para mí, Bill solo está interpretando un rol como mi sumiso y ambos estamos en un juego donde ahora yo soy un
perverso increíblemente ansioso por saber él que sólo piensa en mí cuando estamos juntos. Claro que Bill no
estaba enterado, he improvisado el juego en cuanto dudó en responder.

—Siempre has sido tú— logra decir.

—No sé si creerte—llevo una mano a su quijada y aprieto un poco.

Siento como me hierve la sangre y ésta corre a gran velocidad por mis venas. No puedo evitar el expresar lo que
está por explotar dentro de mi pecho gracias a él.

—Siempre, Leo— responde acelerado, pero aún con la voz temblorosa—. Siempre lo serás, lo juro.

Dirigiéndole un gesto duro, me siento cada vez más omnipotente a comparación de la ira que latigueaba en mi
interior.

—¿Seguro que ver aquello no cambió tu respuesta? ¡Eh! —alzo la mano con la que le sostengo y la llevo con
fuerza a su mejilla. Haberle dado ese bofetón es algo que de momento me pesa.

—¡Te lo juro, Leo! ¡Te lo juro! —responde entre sollozos.

Suelto la respiración y convencido por su respuesta, le dedico una media sonrisa.

—Me alegra saberlo, Precioso— me acerco para verle de cerca y limpiar sus ojitos—. Ahora, si me permites, nos
haré disfrutar mucho con este juego.

Le doy un beso antes de bajar el antifaz a su boca y convertirlo en una mordaza.

Cuando desperté la mañana siguiente, Bill permanecía lánguido, lo más alejado posible, justo en la orilla de su
lado de la cama. Encogido y abrazando las almohadas, respondió a mi cuando le di los buenos días. Cuando
acerqué para rodearle con los brazos y atraerle a mi cuerpo, vi las marcas de mis manos y mordidas leves que
adornaban de mala manera la tersa piel de su espalda.

Jamás le dije que nunca quise mostrarle el arma. No hablamos en días hasta que me fui a Australia y tuve que
volver antes cuando me enteré que él había salido de casa.

Ahora entiendo qué fue lo que sucedió realmente. Sin importar que a mí me haya jurado hasta lo inimaginable,
él siempre pensó en Tom cuando estábamos juntos. En realidad, siempre presentí que así era, pero trataba de
no darle importancia y disfrutar de él antes de que todo acabara. Después de todo, me había escogido a mí. Hice
de él lo que quise que fuera. Bill me brindó tanto placer que no me arrepiento de nada. Solo que no puedo dejarlo
ir tan fácilmente.

Yo tenía el arma esa ocasión, pero finalmente él me disparó noche tras noche. Durante meses hasta el final. No
hay cosa que me haya dolido más que eso. Y no hablo totalmente de mi orgullo, sino de mí como persona. Su
partida sí que rompió parte de mi corazón.

«Se fue sin decir adiós. Se fue y no tuvo tiempo ni para mentir»

Me levanto de mi asiento y al ver como Tom degusta las exquisitas texturas de la piel de Bill, y como reparte
besos y mimos en su espalda, me doy cuenta que he tocado el cristal. La añoranza de estar con Bill una vez más,
destruye todo en mi interior.

Del bolsillo interno en mi saco, ese que yace cerca del corazón, tomo un papel en el que escribí tres frases que
quería que el supiera. Cuando escucho a Bill declarar lo que siente por Tom, mi gesto se endurece y rompo en
pedazos lo que le escribí.

Salgo de la cabina sin volver la mirada y regreso por donde he venido.

Tan pronto estoy afuera, tengo una llamada entrante que dudo en atender. Tras maldecir, respondo después de
varios tonos.

—Te dije que no volvieras a llamar— soy capaz de decir mientras aprieto los dientes. Lo último que quiero es
que las cosas salgan mal si ella se inmiscuye nuevamente.

—Estuve esperando tu confirmación todo el día. Están o no en Roma. ¡Dime! —escuchar su voz me hace perder
la poca paciencia que me queda.

—No. No, Alina. Ellos no están en Roma— respondo alterado—. Y te advierto de una vez...

—¡Teníamos un trato! —me interrumpe—. Quedamos en que yo te daría lo que necesitaras para que tu Precioso
de Fuego volviera a ti y tú me dirías…

—¡Cállate! —me esfuerzo por no estrujar el móvil en las manos—. No me cabe en la cabeza cuán estúpida eres,
Alina. Y escúchame bien, olvídate de cualquier maldito trato que hayamos tenido.

—¡Pero qué idiota! Tú sin mí…

—¡Cierra la boca! —estoy conteniendo un fuerte grito frustrado—. Ahora entiendo porque cambias de amante
tan seguido, ellos no pueden ayudarte a comprar una vida para que dejes en paz al resto del mundo. Así que
graba esto muy bien en tu memoria; no quiero que vuelvas a llamar, tampoco me busques y mucho menos te
acerques a Bill. Mis asuntos los atenderé yo mismo, ¿te queda claro?

—No te será tan fácil, Leo. Te arrepentirás…

—Anda, pruébame. Que si quiero puedo hacer lo que Tom no hizo. Saldrías del mapa antes de que alguien se
diera cuenta. Sabes que digo la verdad.

Termino la llamada y me encamino al auto.

—Algún día te arrepentirás también, Precioso.


Capítulo 24

Me sentí desfallecer. Estoy que me parto en dos. Juro que aún siento un dolor punzante en el interior. Necesito
descansar unos minutos y controlar la respiración o voy a desvanecerme.

Tom detuvo las penetraciones, salió de mí y soltó mi longitud poco después de que pudiese salpicar con fuerza
mis fluidos, conteniendo un gemido al morderme los labios, y fue como si aquello me robase las energías y me
hiciera salir de mi propio cuerpo. Me dio un subidón después de haberme corrido y sentí la humedad deslizarse
por mí miembro. Mi pene se sacudió y la punta chocó contra el muro. Las piernas me temblaban por haber
permanecido tanto tiempo casi en las puntas de los pies y no era capaz de respirar con normalidad justo ahora.

Cerré los ojos, podía sentir que me deshacía por dentro.

Vaya orgasmo.

Tom presionó mi cuerpo con el suyo para tenerme totalmente contra el muro. Su calor incrementaba el mío y
este se dirigía a mi entrepierna, haciendo que doliera un poco.

Por un momento creí que empezaría a tocarse a sí mismo hasta lograr correrse sobre mi hendidura o separaría
mis nalgas y jugaría con su pene en mi entrada, pero no lo hizo. Sus manos subieron por mis costados mientras
él besaba el espacio entre mi cuello y hombro hasta que los movimientos de sus labios se detuvieron, sentí sus
dientes encajarse en mi piel hasta que chupó la zona con tanto ímpetu que pude imaginar de qué color quedaría
esa marca. Sentí un ligero pinchazo cuando apartó su boca y sus manos recorrieron mis brazos hasta llegar a mis
muñecas. Batalló para separar las esposas del gancho que estaba fijo en el muro y una vez libre, mis pies
descalzos sintieron el suelo por completo y traté de mantenerme firme. Mis brazos cayeron como si fuesen de
plomo. Mi cuerpo entero tembló entre espasmos de placer y algo de dolor al haber permanecido colgado todo
el tiempo en que Tom jugó conmigo.

—Precioso…— murmuró en mi nuca—. Quiero que hagas algo para mí.

—L-Lo que… Lo que quieras— digo apenas. El tono de mi voz ha sido tan leve y un poco ronco.

Me dio un guantazo sonoro y sentí la piel arderme. Con brusquedad me dio la vuelta y sus manos me tomaron
con fuerza por los codos.

—Me gusta que estés dispuesto a hacer lo que te pido— dice sonriente. Me mira con lascivia y lame sus labios.

Sus manos suben hasta mis hombros sin apartarse de mi piel, hace un poco de presión y poco a poco me arrodillo
frente a él. Levanto la vista hasta mirarle sobre mis pestañas, su sonrisa no desaparece y eso me hace sentir un
tanto ido. A que quiere que mi boca le de placer. Mi vista recorre su cuerpo, apreciando su desnudez hasta
encontrarme con su erección frente a mí rostro. Hago ademán de acercarme, pero me detiene al tomar mi rostro
con una mano. Se pone en cuclillas frente a mí y extiende el brazo en el suelo para alcanzar algo. No sigo su
movimiento con la mirada porque mantener el contacto visual me enciende a un nivel inexplicable. Instantes
después me muestra el moño que adornaba su cuello está noche. Sin decir nada, me lo coloca y hace el nudo.

—Vamos…

Introduce dos de sus dedos en la cinta del moño para jalar de ella y hacerme seguirle hasta la cama donde me
empuja y caigo sin cuidado con la mirada desorientada. Sube sobre mí, me mira y lleva ambas manos a mi rostro.
Ahora el calor en mis mejillas es más intenso gracias a su tacto.

—Sé que aún guardas un suspiro para mí.


Escucharle decir eso me hace pasar saliva con pesadez. Tal vez haga que le de la espalda y me ponga en cuatro
para saciar sus ganas de mí y por fin caer a mi lado.

Sus labios aplastan los míos y me besa con mayor desenfreno. Muero de ganas por atraerle a mí, aferrarme a él
y darle placer, pero aún llevo las esposas y mis manos ahora están entre su pecho y el mío. Tan solo puedo
arañarle la piel y moverme bajo su cuerpo. Instantes después rompe el beso y se incorpora, sus manos van a mis
piernas para separarlas y hacerse espacio entre ellas. Me mira con malicia y toma mi miembro entre sus manos.

—No…— me encuentro sensible y él ha vuelto a tomarme.

—Sí.

Me encojo, cierro los ojos y llevo las manos a las suyas para detenerlo, pero me aparta de un manotazo. Insisto
y él lleva mis manos sobre mí cabeza. Escucho un 'click' y ahora soy incapaz de bajar los brazos. Me ha asegurado
a la cama con un broche que ni siquiera había visto. Miro hacia arriba y entonces todo se oscurece. Ha puesto
algo sobre la mitad de mi rostro y yo lucho por quitármelo.

—Que difícil te pones— le escucho decirme al oído y da un lametón al lóbulo de mi oreja—. Me gusta.

Se separa de mí por algunos instantes solo para acomodarse nuevamente entre mis piernas y al sentir su peso
sobre mí, vuelve a aplastar mis labios con los suyos mientras me toca, pero no soy capaz de moverlos y no puedo
seguir el ritmo del beso. Me remuevo debajo de él a causa del placer y temo que no pueda soportarlo. Separo
los labios y dejo escapar mis jadeos en su boca. Ya ni siquiera puedo respirar. Me cuesta trabajo mantener el aire
en los pulmones.

Él toma distancia y reparte besos húmedos por mí cuello. Desciende un poco más y sus labios jalonean el aretillo
en mi pezón hasta dar un par de lametones. Un gemido sale de mi garganta cuando sus dientes aprisionan mí
pezón y lo introduce a su boca para chuparlo.

Mi cuerpo se tensa por completo pese a que me gusta el cómo se dedica a aumentar mi placer. Aquello se vuelve
cada vez más fuerte.

Aferra las manos a mis nalgas y tira de mí hacia abajo. No puedo estirar los brazos, me duele. Intento volver a
como estaba antes pero no me lo permite. En la acción, eso que puso en mi rostro para que no pudiese ver nada,
se ha deslizado un poco hacia mi frente. Bajo la vista y veo como se acerca a mi tatuaje. Ajeno a mi mirada, lame
y muerde la piel entintada diciendo que su deseo por mí también va desde mi estrella y de regreso.

Esto me está superando.

Una de sus manos toma mi miembro y lo acerca a su boca. La sensación es aún más caliente cuando deja escapar
el aliento sobre mi punta y sus labios se cierran en el mismo. Me ha hecho temblar, encojo las piernas tanto
como puedo y contengo el aire cuando su lengua pasea por mí longitud. Va de arriba-abajo, se detiene a chupar
el glande y deja escapar el calor de su boca para ponerme al cien. Soy incapaz de contener lo que estalla en mi
interior y se expande en mi pecho, deteniéndome el corazón para luego subir hasta mi garganta, dejándome sin
habla.

Él se detiene. Soy consciente en esas fracciones de segundos de cómo sube y baja mi pecho, el dolor palpitante
en mis manos al haber cerrado tan fuerte los puños hasta clavarme las uñas en la piel y dejar una marca, es leve
comparado con las palpitaciones de mi miembro en su boca.

Hundo la cabeza en uno de los cojines y volteo el rostro.

—¿Estuviste mirando todo este tiempo? —pregunta en un tono casi ronco—. ¿Merecerá eso algún castigo?
No respondo. Por dentro estoy que me muero ante su segunda pregunta. En otras circunstancias no dudaría en
decir que sí para que castigara mis faltas y dejase mis nalgas en un tono rojizo, tal como le gusta, pero no ahora.

Siento su peso sobre mí y me hace volver el rostro en su dirección al tomarme desde la barbilla.

—No, castigos no— quita por completo lo que cubría mi rostro y me mira, se lame los labios y repasa con lentitud
el gesto que le dedico—. Déjame hacerte disfrutar...

Su mano vuelve a mi pene, toma el suyo para hacerlo en conjunto y ahora sus movimientos son cada vez más
frenéticos.

Sé que he de estar gimiendo, pero no puedo escucharme, tampoco puedo sentir la respiración acelerada que
dejo escapar por la boca, dándole mi calor mientras me besa con fuerza. Siento vibrar mi cuerpo, todos y cada
uno de mis músculos se contraen instantes después y abro los ojos para ver cómo es que juega conmigo.

Abandono absolutamente todos mis sentidos. La sensación es tan fuerte que ni siquiera puedo determinar los
movimientos de mi cuerpo; si me encojo o arqueo la espalda. Me es difícil saber si he gritado tan fuerte o si me
contuve en hacerlo, es como si tuviese algo atorado en la garganta y quemara hasta extinguirse.

Tal vez este era mi punto máximo. Y no me había imaginado que algo me esperaba más allá de un orgasmo.

Me cuesta respirar.

Él aún busca un poco más de mí y no se detiene hasta que en efecto, se lleva mi último suspiro y logra correrse
sobre mi abdomen. Se acerca y abro los ojos para verle, pero lo único que veo son destellos borrosos a través de
las lágrimas. Limpia mis ojos y entonces le veo más claramente. Me besa antes de que pueda decirle algo y al
poner distancia, introduce dos de sus dedos en mi boca, los chupo percibiendo lo que él conoce como "el
verdadero sabor del sexo".

—Mrg…

Me gusta.

Exhausto, cierro los ojos y suelto la respiración. Cuando tomo aire, las sensaciones en mi cuerpo quedan en
pausa. Muerdo mi labio inferior y siento su sabor. Abro los ojos para verle, me sorprende que no me quita la
mirada de encima. Grabo su gesto en mi mente.

—Tan inocentón que te ves cuando caes rendido.

—Soy tuyo— respondo débilmente. Claro que eso no iba al caso.

—Lo sé, Precioso.

El simple hecho de pensar que ahora Tom me acomoda sobre su cuerpo, hace que me duelan los músculos. Me
pienso a fondo cuánto tiempo creo demorar en volver a mis cinco sentidos y ser capaz de hablar o siquiera
mirarle, pero no puedo terminar de procesarlo, mi mente no reacciona.

Mi cuerpo me hace sentir esa mezcla entre espasmos de dolor y placer.

«Soy tuyo» recuerdo mis palabras.

Me da un vuelco el interior al ser consciente de que he dejado todo de mí en este encuentro y lo mucho que Tom
disfrutó desde un principio.

•••
Tom decía tener planes para cuando llegásemos al hotel. No podía esperar, creo que lo ocurrido hace un rato en
verdad ha dejado su llama encendida.

Nos volvimos al bar. No esperábamos encontrarnos a Andrew y su pareja aun esperando donde estábamos,
ahora veo rostros nuevos, parece que todos se han ido a los apartados y otras zonas del club y los que estaban
ahí, ahora vienen para relajarse un rato y pescar a otros cachondos.

Tom ha pedido unas rondas de cócteles para nosotros y me he bebido hasta los que eran de él cuando se distrajo.
El mismo sujeto que se me había acercado cuando recién llegamos, le ha pedido que asistiésemos juntos a una
habitación llamada «Violet & Red». Intentaba imaginarme por qué diablos tenía ese nombre, pero mis ideas no
lograban conectarse de forma lógica.

—No más alcohol para ti— dice al darse cuenta de que he tomado su copa y me la quita de inmediato.

—Por favor…— resoplo—, no exageres. No he bebido tanto— me estiro para alcanzar la copa, pero alza la mano
para alejarla de mí.

—Tal vez ahora no lo parece, pero sí que lo hiciste recién llegamos— me recrimina y empuja con suavidad hasta
la esquina del asiento—. Nunca has sabido beber.

—Mentirosillo…— me incorporo y extiendo la mano para tomar una fresa del fondo de una copa ya sin alcohol.

—No creo que lo recuerdes, pero en este instante me pareciste el mismo chico con rastas que se había
embriagado para darse valor y complacerme por primera vez— dice al acercarse.

Deja su copa sobre la mesa y yo me quedo inmóvil después de escucharle. Me quita la fresa que iba a llevarme
a la boca y la acerca a sus labios.

—No estoy ebrio— menciono totalmente ido—. Puedo ser ese chico de nuevo y complacerte.

—Mejor hazte el difícil…

La manera en la que se ha acercado, en la que dijo aquello y como me mira justo ahora, me ha seducido por
completo. Esta noche solo quiero embriagarme de él y punto. Sentirlo tan cerca y caliente posible.

Idiotizado, me acerco a él. Su mano se posa en mi pierna y antes de que me percatara, se encuentra
estimulándome. Pone la fresilla en medio de mis labios, cierro los ojos cuando le siento a muy poca distancia y
él come la mitad de un mordisco pequeño. Me ha robado el aliento y entreabro los labios, la fresa se ha
deslizado a la punta de mi lengua, Tom vuelve a acercarse, me toma de la barbilla e introduce su lengua para
retirar la frutilla y su sabor.

Me ha parecido delicioso. En serio que he contenido la respiración. El calor se acumula en cada centímetro de
mi cuerpo y parece desvanecerse cuando él retira su mano de mi entrepierna.

—Por favor— atraigo de nuevo su mano y me muevo para que me toque justo como quiero—. Vuelve al sado
conmigo— digo cerca de sus labios. Tom suelta un jadeo tembloroso y junta su frente con la mía. En estos
momentos siento que él podría acceder. Quiero que haga conmigo lo que se supone que hace en el sado—. Por
favor, tómame.

—¿Por qué?

—Porque te gusta— le invito a desabrochar mis pantalones.

—Supongo que siempre insistirás sobre volver al sado, ¿no es así?

—Pero en serio lo disfruté, solo olvida lo último que pasó.


Siento el calor de su boca chocar contra mi mejilla hasta llegar a mi oído. Su mano se mueve debajo de mis
pantalones y me arrincona un poco más.

—¿Lo disfrutaste?

—Mucho, te lo juro— respondo al soltar la respiración. Mi mano va sobre la suya y cambio el ritmo—. Yo estoy
dispuesto a todo.

—Shhht… puedes arrepentirte.

—Sólo hazme disfrutar.

—¿Qué te parece si lo considero? Ahora ven a la habitación de lapdance conmigo.

Excitado, le dedico un asentimiento apenas termina de hablar. Ni siquiera soy capaz de volver a insistir con el
sado.

Acomoda mis prendas, me toma de la muñeca y me guía hacia allá. Cuando entramos, noto la presencia de quizás
unas diez personas, yo no podía hacerlo frente a todos ellos. Tanto había mencionado que quería estar encima
de Tom, tentándole y llevándole al exceso, que le ofrecería ese momento, pero tenía que ser a solas.

Estaba encendido. Quería que Tom me tocara o que me hiciera tocarle, pero no con todos observando. Sé que
nos han visto antes, pero no lo hacían directamente como ellos estaban ahí dispuestos a no apartar sus miradas.
Cuando nos han visto, ha sido detrás del cristal en los apartados o en ocasiones yo he tenido los ojos cubiertos
con un antifaz.

Negué antes de adentrarnos aún más y volví sobre mis pasos, pero Tom me impidió regresar a la mesa y me llevó
entre pasillos hacia la misma piscina techada en la que ya habíamos estado. No entiendo cómo es que sigue libre,
creí que al menos encontraríamos a alguien, pero no, somos los únicos aquí.

Pongo distancia y me recargo en el muro.

—Nada más de verte me dan ganas de hacerte mío otra vez. ¿Te molestan mis impulsos? —termina diciendo en
broma y contiene una carcajada.

—Me molesta que no lo estés intentando ahora— respondo en jugueteo y él se acerca. Me alegra que no saltaran
las preguntas por lo de hace unos instantes—. ¿Ya lo consideraste?

—¿El qué?

—Volver al sado conmigo— digo antes de morderme los labios.

—Podríamos arreglarlo— toma mi mano, la lleva a la altura de su rostro y besa desde mi muñeca hasta la palma.

—¿En serio?

Será que el bochorno me vuelve idiota, pero creo que ha aceptado.

¡Que no me lo creo!

—Pero no aquí. No tengo cabeza para plantearme un encuentro así, quiero soltar mis instintos ahora y follarte,
¿entiendes? No me hagas pensar en otras cosas y tampoco tomes ventaja— termina por advertir.

¡Ha aceptado!¡Joder, si! ¡Finalmente ha dicho que sí!

Me hubiese arrojado a él para hacerle ver la emoción que me hacía sentir su respuesta, pero en su lugar, me
besa con fuerza, mi cabeza ha chocado contra el muro y su cuerpo me aplasta. Vuelvo a quedarme sin aliento y
me fricciono contra él. Mis mejillas comienzan a arder y separo los labios al sentir su mano en mi entrepierna.
Me dejo llevar por el frenético momento hasta que él se detiene. Dice que quiere tomarme, pero no lo hará
nuevamente en un muro. Lleva la mano a mi rostro, su pulgar acaricia mis labios húmedos y poco hinchados, y
me da un lametón y un mordisco.

—Sabes tan bien…

De repente el móvil suena en su bolsillo y lo toma para ver quién ha intentado localizarlo. Me mira en modo de
disculpa para después ver la pantalla del teléfono.

—Es un mensaje de Andrew, se ha ido ya— dice mientras textea la respuesta a él.

—¿Cómo que se ha ido?

—No te pongas así— se burla y guarda el móvil en el otro bolsillo—. Llamaré al hotel y pediré que nos recojan.

Ha de creer que soy un dramático, pero yo no lo decía por el auto y regresar juntos, lo decía por aquello de que
ya habían consensuado y ahora no sé qué planes tenga para pasar un rato más aquí. Queda claro que sado no,
aunque podría intentar convencerlo, o quizás algo más porque es obvio que le jodí lo último que tenía pensado.

—¿Nos iremos ya?

—Puede que sí— se encoje de hombros. Sé que lo dice por cómo le corté la excitación del momento en el
lapdance, supongo. Debo hacer algo al respecto. Acorto aún más la distancia y cubro sus ojos con una mano—.
¿Qué crees que haces, Precioso?

—Estamos solos— hago una pausa y junto el valor para seguir hablando—. Tom… lamento lo de hace rato en esa
habitación.

Escucho una risa por su parte. No me va que se burle de mí, estaba por proponerle algo con el sado.

—¿Estabas nervioso?

—Había mucha gente— me apresuro a decir.

—¿Entonces avergonzado?

—No realmente.

—¿Intimidado?

—Mmm…

—Es la primera vez que te noto algo torpe a la hora de…

—Yayayaya— le callo—. ¡Shhht! No tienes por qué burlarte.

—No me estoy burlando.

Aparto la mano de su rostro y sus ojos se fijan a los míos. Me da un subidón pues sé que es lo que quiso decir
con esa simple mirada.

—Me conoces y no soy tan bueno como para dar segundas oportunidades, pero contigo haré una excepción. Ya
te dije, quiero follarte y me apetece otro lugar, no el muro.

—¡Gracias! No te hubieses molestado, en serio— respondo con aires sarcásticos y hago ademán de rodearlo,
pero me detiene y lleva contra el muro.
—¿Qué? En verdad quiero que lo hagamos de nuevo, te veías incómodo por todos los que estaban ahí, lo noté
en cuanto entramos. No era lo que esperabas, ¿verdad?

—Quería que estuviésemos a solas.

—Y ahora lo estamos— responde y me acerca a su cuerpo—. No creerás que alguien más pueda aparecerse e
interrumpirnos, ¿cierto? —pregunta en medio de un susurro.

Sí, habíamos estado rodeados de unos cuantos, pero en la habitación de lapdance se sintió diferente.

—Ya, ¿entonces quieres darme también en la piscina? —levanto la ceja. Contengo una risa y mi índice va a sus
labios para volverlos planos—. En el bar, el supuesto jardín que no hemos encontrado e incluso en la recepción.

—Sí, claro que te daría en esos lugares, pero no prefieres mejor…— se acerca para darme un beso en las
comisuras de los labios. Inclinándose un poco más, acaricia mi mejilla con la suya y llega a mi oído—, entrar a la
piscina conmigo, ¿uh?

Se me eriza la piel y me estremezco entre sus brazos. Cierro los ojos, me mantengo inmóvil y en silencio, escucho
cuán irregular se vuelve mi respiración mientras sus manos estrujan mis nalgas hasta que su diestra va a la
cinturilla de mis pantalones y los desabrocha. Suelto un suspiro e inclino la cabeza hacia un lado. Tom pone
distancia, entreabro los ojos, él mira alrededor como buscando algo, pero finalmente sus ojos conectan con los
míos.

—Ven conmigo— insiste y deja de tocarme—. Este lugar…— empieza a decir, pero se detiene en seco al escuchar
risas. Se tensa de inmediato tanto como yo, pero nadie se acerca a donde estamos.

—¿Lo haces tú o lo hago yo? — le pregunto en voz baja instantes después.

Me mira un tanto confundido. Paso de él y en una de las esquinas comienzo a desvestirme rápidamente y sin
quitarle la mirada de encima. Se acerca y hace lo mismo, pero a diferencia de mí, lo hace con lentitud. Le esquivo
cuando intenta tomarme, recién está por bajarse los pantalones y antes de acercarme a la piscina, extiendo la
mano para darle un pequeño pellizco en la nalga. Se vuelve a verme, está molesto por lo que he hecho, pero sé
que en el fondo ha de sentirse tentado.

Me gusta coquetearle de esta manera. Es excitante verle molesto, luce realmente sensual estando así. Me puede.

Me agacho sin dejar de mirar cómo me da la espalda y se saca la camisa, veo sus músculos torneados, pero no
exagerados, y me dan unas ganas de delinearlos con la lengua o garabatear mi nombre en la espalda baja. Me
meto al agua casi por completo y está jodidamente fría. Se me eriza la piel, dejo escapar un gemido por lo bajo
y me quedo tieso y tiritando. Debí tocarla antes de meterme, pero no, Tom me tenía fantaseando.

Me abrazo a mí mismo cuando él se vuelve a mí. Está riéndose por lo estúpido que debo verme, pero ni el agua
fría logra calmar la sensación caliente que se remueve dentro de mí cuando le veo desnudo y acercarse a las
escalerillas de un costado para adentrarse con lentitud. Acorta la distancia y las florecillas que yacen en la
superficie, se adhieren a su piel. Por un momento me lo imagino tal cual estaba conmigo en la tina de champán
y sin evitarlo, chupo mis labios.

—¿Con qué fantaseas? —pregunta al rodearme con sus brazos y usando algo de fuerza para retenerme.

—Contigo— digo con simpleza.

—Dame detalles…

—Solo puedo darte una pista; Milán.


Le dedico una media sonrisa. Su mirada cambia. Parece que el color de sus ojos se hace más intenso, así como
su deseo. Estoy carbonizándome por ello.

—Ya veo…

—Adivina lo que tengo en mente.

—No sé, ¿el champán de la tina? —intenta adivinar.

—Frio.

—¿Lo de la lista o la canción? —se acerca peligrosamente a mis labios para acariciarlos con los suyos, tentándome
con besarme.

—Frio

—¿Las fotos?

—Caliente…

—La foto que me tomaste— atina a decir.

—Muy caliente— suelto una leve carcajada. Ha dado en el blanco.

Insistió en que esa foto no era parte de lo planeado, pero es que en serio me gusta. Estaba descansando en la
cama, apenas le cubría la sábana cuando me di cuenta y, tentado, le dejé al descubierto. Entonces la cámara
instantánea me mostró aquella sensual perfección unos segundos después.

—Entonces asumo que quieres volver— dice de repente.

—Mil veces— intento alcanzarlo, pero me esquiva.

¡Quiero besarle ya! Siempre me hace lo mismo.

—No tenía planes de volver tan pronto, pero si quiero ir a otro lugar contigo.

—¿A dónde? —rodeo su cuello con los brazos y pongo un poco de distancia para verlo.

Siento como destella mi mirada y la sonrisa que se enmarca en mis labios se hace más grande. ¡Tom me tenía
una sorpresa! No puedo con ello, ahora la curiosidad está matándome.

Empieza a dar vueltas conmigo en brazos y entonces me impulsa hacia arriba para que pueda abrazar las piernas
a su cintura. Me escanea con la mirada, entre juguetón y perverso.

Me pone.

Quiero que me diga cuál es ese lugar al que quiere que vayamos y que me tome mientras lo hace.

Ya, que estoy realmente insaciable y él también, eso me pone al mil. Me siento como un idiota desesperado,
pero es que había querido llegar a esto desde hace tiempo y quiero tener tanto de él antes de que decida cambiar
a un ritmo más lento entre nosotros.

—Quiero llevarte a un lugar especial. Más bien, a dos lugares— repone de inmediato.

—No des más vueltas al asunto— le pido.

Siento como mi espalda choca contra el borde de la piscina y entonces me baja. En la acción, nos hemos
friccionado y, ¡Joder! Quiero que vuelva a hacerlo.
—Tus deseos son órdenes, Precioso— dice en un susurro cerca de mi oído.

Me da un beso en la parte de abajo y desciende a mi cuello. Ladeo la cabeza, invitándolo a seguir. Cierro los ojos
y me quedo inmóvil. Debajo del agua, sus manos estrujan mis nalgas y acarician mi espalda. Respingo cuando él
me muerde entre el cuello y el hombro, succiona la piel y finalmente me da un beso diminuto.

—Perdón— se disculpa por ello. No lo creo necesario, quiero que vuelva a hacerlo. Es el segundo chupetón que
me hace.

—Si mis deseos son órdenes, entonces yo quiero…

—Shhht…— me corta. Aparta mis manos de sus hombros y hace que me dé la vuelta, coloca mis manos en el
borde de la piscina y junta el pecho a mi espalda—. Yo sé lo que deseas.

—Ah, ¿sí?

—Por eso iremos a esos dos lugares.

—¿Cuáles? —pregunto al volver el rostro hacia él. Me da un beso y aferra las manos a mi cintura.

—El primero será Venecia. Sé que adoras ese lugar.

—¿Y el segundo?

—Te digo después de follarte. Ahora quiero cumplir otros de tus deseos y los míos también.

•••

Siento que mi cuerpo ya no responde como debería. Ciertas partes duelen más que otras. He notado líneas rojas
en mis muñecas y un rasguño en el brazo. No sé cuándo me lo hice. Miro a Tom por el rabillo del ojo, luce igual
de exhausto que yo. Nos ahogamos en tanto placer que, si lo pienso bien, ha sido suficiente de momento. Tal
vez consideraría en otra ocasión tener una maratón de sexo como el de esta noche, que después de haber dejado
la piscina, volvimos al bar, después conocimos otras secciones del lugar hasta consensuar con alguien.

El recuerdo y las sensaciones de lo experimentado, vuelven a mí de manera fugaz. Lucho por no carbonizarme
mientras eso sucede.

Al fin el auto se detiene frente al hotel, creí que no llegaríamos nunca. El trayecto se me hizo eterno.

Vuelvo el rostro a Tom, me lanza una sonrisa pequeña, apenas levantando las comisuras de los labios y sale del
auto para que lo haga después de él. Entramos al hotel, atravesamos el recibidor para ir al ascensor y casi me
quedo de piedra al verla a ella. Amara. ¡Oh, mierda! Jace permanece atrás y entrecierra los ojos cuando nuestras
miradas se unen. ¡Joder! Si Jace está aquí, significa que… ¡No! Nonono, es ridículo. Y donde ella le diga a Tom lo
que mandó a decir con Noa, todo habrá sido en vano.

Paso saliva con pesadez. Estamos frente a ellos, Tom desliza sus dedos en mi mano para poder entrelazarlos a
los míos, pero me suelto de él y oculto las manos en los bolsillos.

—¡Tom! — una sonrisa se acentúa en sus labios y se acerca a besarle las mejillas, Jace hace un gesto
simplemente.

—Hola— saluda Tom en un tono bajo, se aclara la garganta y me mira desconcertado—. No sabía que vendrías,
no te vi en la reunión hace un rato.
—Jace no quiso que asistiésemos, se vuelve algo tedioso cada año— responde un tanto incómoda por mí
presencia—. Yo pensé que tú…

—¿Que me disgusta hacerlo cada año? Realmente no— responde.

—Ya veo… Pero haz de saber que me da gusto verte, lo digo en serio. Pasó tiempo desde la última vez— me
dirige una mirada por escasos segundos y sonríe—. ¿Vieron a Noa?

Me encojo de hombros y Tom no dice nada de momento, las puertas del ascensor se abren y entramos los cuatro.
Jace me mira como queriendo decir algo, no sé qué quiere conmigo y no pienso averiguarlo.

—Lo vimos al inicio, pero después se fue. ¿Por qué preguntas?

—Bueno, es que yo no estaba segura de que asistirías y le pedí que te dijera algo. Tal vez se lo dijo a Bill en vez
de a ti.

—Sí, eso fue. Pero bueno…— Tom interrumpe y pasa su brazo detrás de mi espalda—, tal vez nos veamos
después.

—Quizás podamos tomar el almuerzo mañana— toma su mano libre y él le da un leve apretón.

Alarmado, miro a Tom, pero él no se da cuenta de que le ruego con la mirada que le diga que no. Me siento
incómodo frente a ellos, ahora lo imagino compartiendo la mesa. ¡Absolutamente no!

—Claro que sí, escríbeme un texto para saber dónde nos encontraremos.

No puedo creer que haya aceptado. Me esfuerzo por no mostrar un gesto que revele mi disgusto.

Llegamos a nuestro piso y antes de que Tom pueda despedirse, ella le detiene.

—Quisiera unos minutos contigo, si se puede.

¡Mierda!

Mi corazón cae con pesadez y se me revuelve dentro del estómago.

Que no diga lo que estoy pensando que dirá, o mejor aún, que Tom no acepte.

—Bueno, estamos terriblemente cansados y…

—Entiendo— dice ella resignada—. Será mañana cuando nos veamos, entonces.

—Claro— le da un beso y salimos del ascensor.

Andamos por el pasillo hasta la habitación. Tom va diciéndome que no esperaba verla aquí, mucho menos que
le dirigiera la palabra después de lo que sucedió entre ellos —cosa que ignoro totalmente—, pero al ver que no
he comentado nada al respecto, me detiene justo después de haber dado algunos pasos dentro de la habitación.

—¿Bill? — me hace volver el cuerpo y quedamos frente a frente.

—¿Ajá?

—Lo siento, fue incómodo para ti, ¿cierto?

No le respondo, desvío la mirada y muerdo el interior de mis mejillas.

—Bill— insiste y me hace verle.


—¿Sirve de algo si te pido que no les veamos?

—¿Por qué?

Guardo silencio y aprieto los labios.

Intento ir tras los pasos de Tom, pero Noa me detiene.

—Tengo que hablar contigo.

—Por favor, déjame— le aparto sin mirarle. Temo que me haga volver y me juzgue por aparecerme aquí con Tom.

—Sólo escúchame— su agarre v se vuelve algo fuerte y me suelto de él—. Amara cree que Leo puede estar aquí.
Jace recibió una llamada de él, pero se negó en darle santo y seña de donde estaban. Dudo que se haya quedado
de brazos cruzados, así que…

No. Él no puede estar buscándome ahora.

—Donde ella está, es obvio que Tom también. Son muy amigos, ¿entiendes?

—Claro que no…

—Así puede dar contigo— me interrumpe.

—Inventas cosas— niego con la cabeza. No sé qué pensar y miro a Tom—. No te creo— le digo y vuelvo la vista
a él.

—Díselo a Tom. Mejor que lo sepa de ti.

Se me vienen a la mente las palabras de Noa y no sé qué hacer. Si se las digo, puede que me odie por no haberlo
hecho cuando me preguntó, y si Amara lo hace, puede que me odie al doble por haberle ocultado eso y hacer
que se enterara por alguien más. No sé qué es peor.

Le hago seguirme a la cama.

—Ya no debería incomodarte. Si es por lo de aquella ocasión, ella entiende que estabas negándote a lo que
realmente querías. Solo me ayudó a verte y…— se apresura a decir, pero le corto.

—Es otra cosa.

—Ah, bien— hace una breve pausa e instantes después se saca los zapatos—. Pues entonces dime— su gesto se
relaja. Hasta luce más tranquilo.

—N-No me sentiría cómodo con ellos, ¿sabes?

Me vuelvo para ir al baño, pero un sentimiento en particular hace que me detenga de golpe al darle la espalda.
Pienso que por lo menos alguna vez debería decirle lo que sucede, quizás no resulte tan catastrófico como veces
anteriores. No tengo la seguridad de que eso sea así, pero al menos sería un cambio de mi parte en esto que
recién tenemos.

Me vuelvo a verle, suelto la respiración y entonces sumamente nervioso, le digo: —También es por Leo y hay
algo que tengo que decirte sobre él.
Capítulo 25

Bill se ve más nervioso que antes. Pensé que lucía así por el momento incómodo en el ascensor, incluso cuando
Amara nombró a Noa, supuse que diría lo mismo que él, pero no fue así.

Entrecierro los ojos, incapaz de comprender a que viene eso justo ahora e intento hacer memoria, pero nada
conecta para mí. Desvío la mirada por algunos instantes, pero Bill se acerca aún más, su mano va sobre el dije
que pende de mi cuello, ese que me regaló, y entonces su mirada conecta con la mía. Sé que teme a lo que diré,
pero me ha tomado por sorpresa y no sé qué se supone que tenga que decir. Me suplica con la mirada, pero no
veo para qué, no entiendo nada, me siento algo ido gracias a la última combinación de tragos que bebí en el Flirt.

—Tengo que contarte algo de él.

Veo que se muerde el labio, lleva la diestra al codo del brazo contrario y escucho sus uñas rasguñar la piel.

—Lo que tenga que ver con Leo no me importa— me encojo de hombros y él lleva ambas manos a los bolsillos—
. Que le den— me levanto de la cama con una sonrisa burlona y acomodo las sábanas, de paso le doy la espalda.

—Pero esto es importante— se apresura a decir. Bill siempre tan insistente.

—Y qué si es o no muy importante, no quiero saberlo, Bill. Te recuerdo que quedamos en no mencionarlo más—
digo medio arrastrando las palabras, le paso una almohada y él la avienta de regreso a la cama.

—Ya sé…

Ahí viene de nuevo.

—Entonces pasemos de esto, Precioso— le pido al darme la vuelta. No quiero volver a tocar el tema.

—No puedo— dice culpable. Noto como se le hace un nudo en la garganta al hablar—. Lo siento mucho, en serio.
Pensaba en resolverlo por mí mismo y… Es que te mentí, Tom.

—¿Respecto a qué?

Bill agacha el rostro y entonces dice:

—Amara cree que Leo…— llevo una mano a la punta de su barbilla y le hago verme. Tiene que hacerlo, esto no
me está gustando—. Cree que él está buscándome y no te dije nada— continuó de manera pausada y en un tono
muy bajo.

—¿Que él qué? —no sé si entendí bien. Sacudo la cabeza y me aguanto soltar una risa diminuta—. Que
mentiroso… ¿Leo te está buscando? Nonono. ¡Leo! Joder… No, Precioso, te equivocas porque ese no es su estilo.

—¡Que lo conozco!

—Tal vez nunca lo hiciste.

Leo no es de los que vayan tras alguien, nadie es lo suficientemente importante para él. Es una locura lo que está
diciendo. No es real, es hilarante.

—¡Que le den! ¡Que le den a Leo! —digo levantando el dedo de en medio, pero me gana la risa porque en realidad
alcé el índice.

Bill cree que me rio para disimular lo mucho que me jode todo lo que dice, puedo verlo en su gesto.

—No hagas eso— me pide, pero no entiendo a qué se refiere.


—¿Por? Estoy enojado. Muy, muy enojado— no puedo controlar la risa al hablar.

—Tom, escucha… Fue Noa, él me dijo que Amara suponía eso, pero no te dije. Estabas ahí y no quería que
supieras, pero hay una buena razón para ello y te la voy a decir.

—Bill, no me metas en chismes— le corto antes de que siga hablando tan rápido, me confunde—. Que él no dijo
lo que Amara le pidió decir, o que sí lo hizo y que tú dijiste y después no…— su gesto preocupado cambia por uno
de sorpresa—. Mira, mejor no digas nada. ¡Shhht! Es agua pasada— suelto una risa leve porque se escuchó
gracioso el cómo lo dije—. Agua… pasada. Agua pasada. Pasada.

—¿Te lo estás tomando a la ligera?

—No creo— paro la carcajada, pero mis labios aún enmarcan una sonrisa. Él está molesto—. No. Definitivamente
no. Ese Leo es todo un caso— rodeo la cama para estirar las sábanas de ese lado. Bill me sigue el paso y hace que
me vuelva a verle.

—¡¿Cómo puedes no decir nada o ser serio respecto a esto?!— bufa desesperado.

—¡Ah! ¿Me querías ver celoso? —mis propias palabras me hacen reír un poco—. A ver, Precioso. Si te pesa el no
haber dicho la verdad…

—Tienes que saber que fue porque no quería que él interfiriera— me corta.

Sin decir nada, tomo su rostro entre las manos, estoy tentado en darle un beso, pero me quedo estático. Miro
como junta las cejas y el color de sus ojos parece intenso, está molesto y sus labios se vuelven planos. Llevo un
dedo a su frente y con lentitud, lo llevo entre sus cejas para que suavice su gesto, lo hace y le dedico una sonrisa
pequeña.

—Siendo así, entonces te perdono.

—¿Te estás burlando? —inquiere al poner distancia—. Tal vez te diga esto mañana porque justo ahora no siento
que lo tomes en serio.

Como no he dicho lo que esperaba, entonces disparo una pregunta que hasta me revuelve el estómago y me deja
un pequeño vacío. Siento un ligero mareo y me sostengo de él antes de caer a la cama

—¿Volverías con él si te lo pidiera?

—¡Por supuesto que no! —se apresura a decir.

—¿Entonces cuál es el problema?

—Estás loco, y aparte de eso, ebrio— hace que me siente y me dejo caer de espaldas momentos después.

—No lo estoy. Y no entiendo cuál esperabas que fuese mi reacción. ¿Querías verme furioso? —se me sale la risa—
. Tal vez… tal vez creíste que tendríamos una discusión, que te haría empacar para volver o que cada quien lo
haría por su lado— menciono en un tono bajo, cansado, y termino negando con la cabeza.

—No creí que estuvieses ido— pasa de lo que he dicho y siento como jala mi ropa, pero puedo quitarme esto y
vestir el pijama por mí mismo—. ¿Cómo se te ocurre preguntarme si volvería con él? Que estúpido eres.

—No estoy ido y te dije eso sólo por saber. ¿O querías que pensara que aún lo quieres?

—Cállate.

—Ya, además…— tomo su mano y le hago detenerse—, no es verdad que te esté buscando. No pienses en él.
—No hables— sus manos van a los botones de la camisa para desabrocharla.

—¡Óyeme! —gruño porque no quiero que me la quite. Con las últimas fuerzas que me quedan, le hago caer a mi
lado y me vuelvo sobre mi costado para verle. Levemente agitado, espero unos instantes en silencio hasta poder
continuar—. No es posible que de la nada te creas problemas que no existen. No creo…, no creo que lo que digas
sea verdad. Y si ya lo habías ignorado toda la noche al quedarte callado…

—¿Sugieres que me quede callado otra vez?

—Mira…— sonriendo, le atraigo hacia mí y siento la punta de su nariz chocar con la mía—, tú quieres que
discutamos y yo no quiero, aunque sí me jode.

—¿Estás en tus cinco sentidos? —pone algo de distancia y le miro apaciblemente.

—No, pero sí en mis cuatro o quizás tres. ¿De verdad importa? —le veo asentir. Guarda silencio y se recuesta
sobre su espalda para mirar el techo. A tientas busco su mano para entrelazar los dedos, pero no se vuelve a
verme—. Oye, dime otra cosa, también creíste que cortaría cabezas de inmediato y sentiría algo de decepción
por haberme ocultado lo que Noa dijo, ¿eh?

Su silencio me dice lo mal que se siente.

—¿Bill?

Suelta la respiración y aprieta los labios segundos después. Vuelve a negar con la cabeza, suelta mi mano y de un
momento a otro se levanta de la cama.

—Tal vez hablemos de esto por la mañana.

Me inclino hacia atrás, juntando la espalda con el respaldo y miro a Amara, ella deja la taza del café de vuelta en
la mesa después de haberle dado un sorbo realmente diminuto.

Le he contado lo ocurrido anoche con Bill. Ella parecía sentirse culpable cuando le dije que ya sabía lo de Leo,
que hubiese preferido que también confiara en mí para decírmelo en persona y no involucrar a Noa. Pero ya está
hecho y comprendo la intención que tuvo para haberlo hecho de ese modo.

—¿No dijo algo más? —inquiere.

Me aclaro la garganta y niego con un cabeceo. Llevo la mano hacia la mejilla y toco mi barba.

—El problema es, Tom, que anoche tú estabas algo ido.

—No voy a negar que sí bebí, pero no estaba tan ido— me defiendo, pero ella insiste.

—Te estabas riendo, lo has dicho. Además, si yo estuviese en los zapatos de Bill, sentiría que no lo tomabas en
serio.

—Y es por qué no merecía que fuera así, ¿entiendes? Tú conoces a Leo, no es para buscar a quien se haya
involucrado con él. Lo sabes, Alina fue de esas personas, y ahora Bill. Ambos sabemos, Amara, que él no lo está
buscando. Escuchaste mal esa conversación que tuvo con Jace— digo controlando el enojo que me causa hablar
de él y aún más, haber tenido que mencionar a Alina—. Solo aguardo por el momento en que eso quede atrás.

—Más bien, ellos— corrige.


Suelto la respiración. Aunque me joda el cómo lo ha dicho, tiene razón. Solo quiero que eso desvanezca de una
buena vez.

—Bueno, por otro lado, lo que te comentaba…— no sigo con lo que hablábamos antes—. He puesto todo de mi
parte, pero él hace las cosas diferentes a como planeamos hacerlo. No sé si se haya acostumbrado más a la
manera en que llevaba las cosas con él o…

—Debes entender que él tampoco acostumbraba eso, no se trata de Leo— me corta, pero repongo mi punto de
vista.

—¿Y tú crees que yo sí? A ver, dime ahora mismo las relaciones que he tenido.

—¿Incluyendo a Alina? —sus cejas se juntan y tuerce los labios cuando niego—. Ya, han sido unas siete. Ocho
con Bill.

—Y ni siquiera fue para tanto en ocasiones anteriores.

—Ese es el punto, Tom. Antes sólo con ciertas personas decidiste apostar por una relación, pero ahora con Bill
lo haces el doble— menciona en tono suave. Sus palabras me hacen recordar ese par de relaciones en las que,
de hecho, lo di todo. Y Alina queda fuera de ello—. Lo que tienen va en serio, tal vez demasiado y… tú no sabes
si él era de esa manera antes de conocerte.

—Ahora me dices que no lo conozco— indignado, la miro detenidamente, juntando las cejas.

—No, no fue lo que dije. Debes entender que tus relaciones no serán las mismas por más que planees las cosas.
Además, es diferente con él, es un chico y tú no habías…, ya sabes, llegado tan lejos con uno— murmura.

—Me estás diciendo que, si estoy con él, hay más cosas que influyan en lo nuestro— casi debí decirlo como una
pregunta, una para mis adentros, pero pensé en vos alta.

—Pero, vamos… ¿Ya le preguntaste si le parecía bien la manera en la que quieres que funcione lo suyo? —vuelve
al verdadero problema.

—Estuvo de acuerdo desde el inicio, aunque, llámame loco, pero siento que algo oculta.

—¿Por qué?

—Bueno, sé bien que le dije que no estaba interesado en saber cómo es que terminó con él, no lo tengo claro,
pero no quiero saberlo.

—Tal vez sea eso— se apresura a decir—, y muy en el fondo si quieres saberlo.

—No, Amara. Prefiero no estar enterado, lo digo en serio. Quizás teme a que lo de Leo sea real o pretende
arreglarlo por su cuenta, después de todo, estuvieron juntos, ¿no? Y a mí no me quiere involucrar.

—Creo que no quiere hacerlo para no decepcionarte.

—Ya lo ha hecho y no quise decírselo.

—Oh, Tom…— dice en un tono lastimero. Lleva su mano a la mía, pero su tacto no podrá calmarme.

—Se quedó callado, no dijo nada y esta mañana fue igual— menciono con algo de frustración al recordar aquello.
Ni siquiera se despidió de mí cuando le dije que saldría para encontrarme con Amara—. Y lo que me preocupa
es… ¡Ahg! No importa, nos iremos esta tarde de todos modos.

—¿Cómo que te vas? La reunión acaba mañana, Tom. ¿Por qué la prisa?
—Pasaremos los últimos días en Venecia. No voy a quedarme aquí a averiguar si es cierto lo de Leo. No voy a
correr el riesgo— me acerco a ella para hablar en voz baja—. Y no se lo digas a Jace.

—¿Por qué crees que se lo diría? Tu advertencia me parece muy infantil. Además, Jace y Leo perdieron el
contacto. Tú no lo sabías, pero a él jamás le pareció que Bill haya ido a con Leo.

—¿Y esa llamada es “perder el contacto” según tú?

—No hablan desde hace mucho— aclara. Aunque lo que dice me toma por sorpresa, también me hace dudar de
Jace.

—No me digas que también cree que Bill es el problema. Noa piensa eso desde hace tiempo— digo molesto.

—Estás retorciendo las cosas— hace una mueca. Lo que he dicho la ha molestado, pero no pude hacer nada para
evitarlo, sólo se me salió—. Debes calmarte.

Suelto la respiración, después de todo ya no estaremos aquí antes de que caiga la tarde, así que eso ya no debería
importarme.

—Mira, no vamos a tener una discusión por eso y tampoco tocaremos más los problemas, confío en que sabrás
resolverlos— me lanza una mirada, sé qué es lo que pretende con ello—. Cambiemos de tema, dime qué
pretendes hacer allá.

Afortunadamente no tengo que responder a lo que ha dicho, el móvil suena junto a mi taza de café y miro la
pantalla. Esto evitará que le hable de lo que tengo planeado para Venecia.

—Espero que no sea Bill— dice con un tono burlesco—. Ojalá no se sienta celoso— menciona antes de que
pudiese deslizar el icono verde hacia la derecha.

—Es Steve— digo al llevármelo al oído—. Steve… No he sabido nada, ¿por? Ahhh… ¿dijo algo más? Ya, tal vez le
llame después. Está bien, gracias. ¡Ah! Por cierto... sí, eso. Entonces todo está listo. Muy bien, gracias de nuevo.
Adiós.

—¿Y bien?

—Keana estaba buscándome, solo eso. Necesitaba que le enviara algunas cosas por mail, ya lo había olvidado. Y
Steve me enviará los datos del hotel en Venecia dentro de poco— me guardo el móvil aun mirándola a ella—.
Tengo que irme.

—Claro. Dejaré que vuelvas con Bill y arregles todo.

—Ya lo arreglamos— digo en seco, pero ella tuerce los labios.

—¿Seguro? Yo no pienso así, y apuesto que Bill tampoco.

•••

Para cuando llegamos a la estación de Roma, falta media hora para que nuestro tren llegue al andén. Bill
permaneció en silencio durante todo el trayecto hasta que llegamos y propuso ir a por algo de comer. Hay una
cafetería pequeña casi en la entrada, vamos ahí y se pide algo. Ni siquiera me mira cuando la mesera se retira,
sube los codos a la mesa circular, ocupando casi la mitad de ésta y sostiene su rostro entre las palmas de las
manos, desviando la mirada hacia la gente que pasa y se tropiezan unos con otros. Yo me acomodo en la silla y
le miro atentamente, intentando averiguar qué piensa, tal vez cruce por su mente lo que ya le había comentado
acerca de Amara y lo que traté con ella. Supongo que es por eso que no había dicho nada mientras llegábamos
aquí.
—Tom— dice mi nombre algunos minutos después, sigue sin mirarme—, ¿alguna vez buscaste a Alina?

—¿Por qué preguntas eso? —me incorporo en la silla y me acerco más a la mesa. Sus palabras me extrañan
demasiado y no sé a donde quiera llegar con eso.

—¿Entonces lo hiciste? —vuelve el rostro y su mirada se une a la mía. No sé definir la clase de gesto que me
dirige justo ahora.

—Si estás tanteando las razones por las que él podría buscarte también...

—No es eso— me corta. Baja los brazos y los cruza por encima de la mesa.

—¿Entonces qué es?

—No te molestes conmigo, sólo te he hecho una pregunta. Además, soy yo quien debería...

—No estoy molesto— respondo de inmediato. No sé de dónde se ha sacado eso.

—Lo estás— dice en un tono bajo.

Siento que me mira tan detenidamente como buscando algún rastro de esa emoción en mí, pero no la hay. Ni
siquiera entiendo por qué ha dicho aquello. No me va en lo absoluto, pero no estoy ni un poco molesto, si no
extrañado.

—Bill, ¿cómo es que no puedes olvidarte de ella? Eso ahora está muy atrás.

—Nunca podré hacerlo.

—A ver... ¿me he perdido de algo? ¿Por qué de repente hablas de ella? —me acerco a él, subiendo los brazos a
la mesa para estar iguales.

—Debiste haberla buscado en algún momento.

—¿Es por lo que mencioné a Amara de mis relaciones en algún punto de nuestra conversación? ¿Es eso?

Bill baja la mirada y medio se muerde el labio inferior. Se aparta de la mesa cuando la mesera vuelve y deja frente
a él una taza de café y un sándwich de tres panes. Él hace ademán de tomar la taza, pero mi mano va sobre la
suya, es entonces que se detiene y me mira nuevamente.

—¿En serio crees que sacando eso a la conversación podrás emparejar las cosas?

—Tengo la ligera sospecha de que sí la buscaste.

Medio frunzo el entrecejo y suelto su mano. Él luce igual de molesto que yo.

—La busqué— confieso, aunque es algo que hubiese preferido no decir—, pero no hice lo que Leo seguramente
hace contigo.

—Está bien, olvidemos a Alina— el enfado se nota en su tono de voz.

—Pero Leo sigue entre tus palabras— digo mordazmente. Le veo detenerse antes de siquiera tomar la taza de
café.

—Entonces hablemos de él y el problema que hay — añade con determinación. Su gesto se vuelve insípido.

No me va tener que tratarlo de nuevo cuando ya sabemos qué hacer al respecto.

—Creí que ya lo teníamos resuelto, por eso es que nos vamos.


—¿No te das cuenta? Si todo eso vuelve es porque jamás lo dimos por terminado.

—Estás mal. Muy, muy mal. Y no voy a discutir de esto contigo otra vez— me cruzo de brazos y desvío la mirada.

—Nosotros somos los que estamos mal. Creímos que habíamos empezado bien, pero en realidad nunca lo
hicimos. Y de seguir así, no podremos estarlo.

—¡Pero qué estupidez dices! —le miro. Bill se queda callado. Veo hacia los lados, hay gente mirándome por el
tono en que he dicho aquello y la mala escena que estoy plantando frente a ellos—. No tiene sentido— murmuro
al volverme a él.

—Lo nuestro está mal— dice en voz baja.

—¡Nada está mal entre nosotros! —hablo casi apretando los dientes para no decirlo en voz alta.

—Por favor, ya no me hagas olvidarme del asunto. Hablemos— me pide.

—No hay nada qué hablar.

—¿Puedes verlo? No me dejas siquiera intentarlo. No me dejas ser honesto contigo— menciona realmente
molesto. Me toma por sorpresa y me quedo en blanco. Sus cejas casi están juntas y la mirada que me dirige causa
un vuelco en mi interior. Quiere ponerme de malas con su insistencia—. Anoche pensé que si era yo quien te lo
decía, las cosas no iban a terminar como siempre terminan entre nosotros. Temía que, si alguien más te lo decía,
en serio ibas a decepcionarte cuando supieras que yo ya estaba enterado desde un principio. Y en serio intenté
hacerlo, Tom, creí que tal vez te darías cuenta de lo que hice para cambiar, pero no fue así. No lo tomaste en
serio.

Es como si cada una de sus palabras me dieran una bofetada, pero claro, pican mi orgullo.

—Eres jodidamente obstinado y no me va que todo el tiempo me hagas empezar de cero. Y sí, eres tú el que me
hace empezar de cero. ¡¿Cuántas veces ya lo hemos hecho?! Admito que en ocasiones fue por mí, pero he
aceptado por ti, para frenar el asunto y estar bien y aun así no lo estamos. No lo estamos porque así es como
quieres que sea— su voz cambia, se hace más tenue y lenta—. Y no pretendo…

—Entonces dímelo— le corto de inmediato. Me mira sin entender—. Si vamos a acabar con el asunto de Leo,
empieza diciéndome porqué le dejaste.

—¿Por qué lo mencionas ahora?

—Porque terminando con él fue que llegaste a mí— menciono apretando los dientes—. Debe ser por eso que
dices que nada está bien con nosotros.

Siento como si algo quemara en mi interior y después se instala en mi pecho. El corazón se me descoloca y me
sube a la garganta. Me he dado cuenta de que aprieto la mano de Bill por encima de la mesa, dejo de hacerlo y
él no aparta su mirada de la mía. Tal parece que se le han olvidado de las palabras y no me va que se demore
tanto en responder.

—Sé que te dije que no quería saberlo...

—¿Por eso estás tan inseguro, Tom? —me interrumpe—. ¿De verdad crees que voy a ir a con él si me lo pudiera?
—indignado, niega con la cabeza. Se lleva una mano a la boca y evita decir algo, escucho que murmura algo, no
lo entiendo. Poco a poco sus ojos se ven acuosos, pero no hay rastro de tristeza, sino de enojo.

—Tal vez el problema…


—Esos te los inventas— vuelve a interrumpirme—. ¿No me dijiste que no me creyera que Leo estaba tratando
de buscarme? Actúas como si en verdad lo hayamos visto o si él haya dicho algo respecto a tenerme con él otra
vez.

—Dime lo que quiero saber— exijo. Intento controlar eso que se hace cada vez más grande en mi interior.

—Apuesto que cuando termines de escucharme, vas a darte cuenta de lo estúpidamente obvio que era— me
lanza una mirada inquisitiva—. Seré franco contigo.

Paso saliva con pesadez. Se me revuelve el interior y me quedo en blanco. Si empieza a hablar, lamentaré tanto
el que lo haya hecho. No, no me siento en condiciones de saberlo. No quiero escucharle. No quería llegar a eso.

—Simplemente…

—Alto— le detengo. Su sorpresa es tanta que se queda boquiabierto—. No me lo digas. No quiero saberlo, en
serio no quiero hacerlo— levanto el índice frente a él para que guarde silencio.

—No me voy a quedar así, Tom.

Llevo una mano sobre mi frente y ojos, agachando el rostro, ocultándolo de él. Siento un nudo en la garganta.
Me cuesta siquiera el carraspear para poder hablar nuevamente. No siento que pueda mirarle ahora, necesito
unos momentos para aclararme y dejar de sentir lo que provocó en mí la idea de saber por qué se alejó de él.

—Algo que se veía tan minúsculo terminó así— hace una pausa. El silencio flota entre nosotros, yo tampoco me
atrevo a hablar. Su mano va sobre la mesa para acariciar mi mano, pero me muevo y junto la espalda a la silla,
mirándole con algo de distancia—. Te estoy disfrutando demasiado, Tom, como no tienes una idea, pero tú solo
te preocupas por los que quieran meterse.

—Solo si se trata de él— me tiembla la voz. Estoy que me deshago por dentro y no sé precisamente por qué.

—No te das una idea de cuán divididos podemos estar. Tal vez el sexo sea el único momento en que podamos
estar bien y fuera de eso, al estar juntos lo pasamos tan mal que ni ganas nos quedan de seguir hablando— hay
tanta verdad en sus palabras que, si lo imagino, ni siquiera se podría decir que estamos juntos y que el único
lugar en que podríamos estar bien, sería en la cama—. No vamos a llegar tan lejos, Tom. No quiero que eso pase.

—Entonces no lleguemos a ningún lugar, si así lo quieres— hago ademán de levantarme, pero me detiene.

—No fue lo que dije, lo sabes.

—¿Entonces qué quieres? Porque no creo que sea lo mismo que quiero para nosotros.

—No es posible que no podamos ser capaces de seguir sin que algo nos detenga— dice cansado—. Hemos
cometido errores creyendo que sería lo mejor para nosotros, pero dijiste que estábamos cambiando y no he visto
tanta diferencia de cómo empezamos. Sobrellevamos las cosas, pero no las concluimos y quiero hacerlo ya, más
si se trata de él.

—No sé qué es lo que quieres entonces.

Se pone de pie y se acerca a mi lugar. Le miro de pies a cabeza hasta que soy capaz de imitarle, le encaro y él
deshace el gesto furioso que me dirigía. No comprendo.

—A ti. Te quiero a ti. Quiero que estemos bien, que sea como antes, que dejes de ser tan inseguro porque yo soy
tuyo y lo sabes, y estaré contigo mañana y el día siguiente, y el siguiente, ¿sí? —dice cada vez más cerca de mi
rostro—. Y me dejarás ser honesto y no me harás pasar de lo que sea que intente meterse entre nosotros, no lo
haremos— se corrige—. Probablemente empecemos otra vez cuando estemos mejor, tal vez sea mañana, desde
Venecia y entonces ese desastre no existirá más. Estaremos bien, Tom. Vamos a olvidarnos de este asunto ahora
que ya te lo dije todo.

Me mira y me mira. Tuerce los labios hasta volverlos planos en los instantes en que nos quedamos en silencio.
Bill suelta la respiración, es temblorosa, al igual que sus manos cuando toman las mías y se inclina, cierro los ojos
ante la cercanía y siento el roce de sus labios con los míos. Algo se remueve en mi interior, Bill hace que mis
manos tiemblen y es como si una leve corriente eléctrica subiera desde mis dedos. Algo estalla, no sé si la colisión
me deja vacío o si me tiene en la nada. Todo se esfuma cuando me besa, intenta hacer que le corresponda, pero
me aparto. Su beso hace que confunda esto que hay dentro de mí. Si estoy molesto, confundido, extrañado o
arrepentido por lo sucedido. Todo se mezcla.

Mis ideas van en todos sentidos justo ahora. No soy capaz de ver con orden todo lo que dijo o de donde es que
sacó tanto, pero está en lo cierto y no pude ver aquello. Tenía la ligera impresión de que Bill no se iba a quedar
de brazos cruzados, pero no me esperaba algo semejante. No es que yo haya quedado mal, como si no lo hubiese
tomado en serio o si lo hice con exageración al adelantar nuestra visita a Venecia para no arriesgarnos a
encontrarnos con Leo. Preferible para mí vivir en la ignorancia si se trata de algo que puede perjudicarnos tanto,
como ahora, que no dejé que me dijera lo que por impulso le exigí que confesara. Para mí es mejor cortar todo
de raíz, cuando recién algo se presenta, y yo sé que eso terminará mal, lo hago valiéndome mierda, pero Bill
tiene razón. Tiene razón, joder, y no le permití que me lo dijera. Le hice callar y fue un error muy grave, le hirió
aquello y la idea de que todo eso volvería en algún momento porque jamás dimos por muerto el asunto. Él quería
que todo marchara bien porque nosotros no estábamos completamente bien, a su parecer. Hice cosas y pensé
que sería lo mejor para nosotros, pero fue al revés. No quiero ni imaginar qué pasaría si él decidiera ponerle fin
a todo lo que tal vez yo hice que quedara inconcluso. No, Bill no podría echarme en cara cosas que pasaron de
un tiempo para acá, lo veo en sus ojos y parece ser que ha sido suficiente. Aún hay cosas que hablar de Leo, pero
supongo que con lo que ha dicho, estaría de más mencionarlas. Ni siquiera hay la seguridad de que sus
intenciones por encontrarse con Bill hayan sido verdaderas. No creará más problemas entre nosotros pese a que
de alguna manera siempre estará en medio, no podemos hacer esto otra vez. Debemos dejar de hacerlo y quizás
ahora si empecemos bien, no desde cero, pero sí de nuevo, justo como habíamos prometido. Y estaremos bien,
estaremos de acuerdo y haremos que funcione.

—No tienes que decir nada si no quieres.

—Alguna respuesta esperas de mí, es obvio, pero no te pediré que me digas lo que quieres escuchar.

—Eso no va conmigo— me da un beso pequeño—. Y tampoco va contigo el preguntar algo semejante.

Suelto la respiración y pongo distancia, sus ojos aún se ven acuosos y las lágrimas parecen inundar cada vez más
su mirada. Llevo una mano a su barbilla, pero él me hace acunar su rostro en mi mano.

—Somos nosotros dos y nada más— digo al fin. Me muerdo el interior del labio, jalándolo un poco hacia adentro.

—Y nadie más— corrige.

—Lo siento, Precioso— me tiembla la voz y me aclaro la garganta. Tengo una sensación incómoda en el interior
y algo vuelve a encenderse en mi pecho—. Tan idiota fui que no pude darme cuenta de que intentaste hacer que
esto no fuese un problema aún más grande. Pese a que habías dejado pasar casi toda la noche, aun así, quisiste
cambiar las cosas, supongo que eso habla mejor de ti que de mí. A estas alturas, ya no sé si hice algo bien, te le
limitado, ¿cierto? No debiste esperar tanto para decírmelo, ¿por qué esperaste?

—Tal vez esperaba que lo descubrieras— se encoje de hombros.


—Escucha, yo sé que no se trata del lugar, sino de lo que hagamos, y entendería si no quisieras…— mis palabras
se hacen lentas hasta que me detengo.

—Si me llevas a China, si volvemos a Londres o si tomamos ese tren a Venecia, créeme que solo significará una
cosa— me dedica una sonrisa pequeña. Veo un destello en su mirada, uno que lanza una chispa y que hace que
las lágrimas estancadas en sus ojos, se desvanezcan. Le estrecho entre mis brazos, Bill se aferra a mí—. Haría
muchas cosas por estar contigo y empezar de nuevo figura como una de ellas. Sea donde sea, Tom, porque te
quiero. Y sé que tú también harías demasiado por mí…

—Porque te quiero conmigo— digo de inmediato—. Y si aceptas...

—Sí, acepto.
Capítulo 26

Todo se sintió diferente al llegar a Venecia. Bill lucía entusiasmado, estar aquí le traía recuerdos de aquella vez
que vinimos. No da señales de querer recordar lo de hace un rato, mencionar algo, ni nada de eso. Le veo
determinado en hacer que esto funcione por su parte y hago lo mejor para que se note que también quiero que
lo nuestro vaya bien, sin hacer caso a las intromisiones de Leo.

Steve me dejó dicho que un bote nos llevaría al hotel, pero Bill no parecía querer ir allá, tenía ganas de perderse
por ahí. Logré convencerlo para hacer mañana todo eso que quería y camino al hotel no dejaba de hablar sobre
lo que fuera que se cruzara en su mirada. Era gracioso verle así de impresionado, no recuerdo la última vez que
algo le asombró tanto. Debe gustarle mucho este lugar, esa expresión que tiene me recuerda a cuando recién
estábamos juntos.

Al llegar al hotel Danieli —donde Steve hizo la reservación—, su impresión vuelve y me dice lo primero que le
viene a la mente de la primera vez que le traje. Me da gracia el cómo lo dice, pero debo procurar no reír. Me
dirijo al mostrador, recibo un saludo de la persona delante de mí, pero no respondo a éste, doy los datos
necesarios y el empleado se toma su tiempo para hacer el procedimiento. Veo a Bill curiosear con la mirada todo
el lobby, mira detenidamente una pintura en el muro, y apuntando con el dedo, sigue las líneas del rostro de la
persona dibujada en óleo y deja de hacerlo cuando algo más llama su atención: yo. Se vuelve a verme un par de
segundos, rompo el contacto visual cuando dirijo la vista al empleado, quien me llama y da la llave de la
habitación. En cuanto la tomo, Bill se planta a mi lado.

—Que mirada tan discreta— dice en voz baja.

—Es la única que tengo— respondo y él me codea.

—No frente a él, que no me apetece… ya sabes, algo de tres— se ríe por lo bajo y toma de mi mano entrelazando
los dedos. Cruzamos miradas y él levanta las cejas más con humor que con picardía.

—Que disfrute la estancia, señor Kaulitz— dice el empleado, interrumpiendo así lo que Bill pretendía y le dedico
un asentimiento leve.

Un botones se acerca para llevarnos el equipaje y guiarnos el camino. Al llegar, a Bill se le escapa un suspiro por
lo impresionado que está. La suite es increíblemente grande y hay tantos detalles que dejarían maravillado a
cualquier persona que pusiera un pie dentro.

Steve se ha lucido con la reservación, espero agradecerle después.

El botones nos deja el equipaje a un lado y se retira instantes después. Bill pasea por la pequeña estancia —
ignorando el salón comedor—, acariciando parte del cabezal de los sillones finos hasta rodearlos. Se dirige a las
puertas altas detrás de las cortinas de tela casi transparente y las abre a la par para salir al balcón. Su
desenfrenado entusiasmo se ve reflejado en la mirada y la sonrisa que me dirige cuando se vuelve a verme.

—¡Esto es perfecto! Vamos, Tom, ven conmigo— me pide haciendo una seña con la mano y entonces voy tras
sus pasos para plantarme detrás de él—. Venecia es nuestra— dice emocionado y se vuelve rápidamente para
darme un beso corto.

Me dedica otra esplendorosa sonrisa y levanta las cejas fugazmente. En su mirada veo ya no solo la emoción que
le causa estar aquí, sino también el brillo de las ya pocas luces encendidas de la ciudad; los colores de éstas, de
las calles, todas esas nubes que van desde el naranja al rosado y se pierden en tonos oscuros donde ya no llegan
los rayos del sol. Pareciera que quedan solo unos segundos para que su mirada cambie al igual que el panorama
que hay detrás de él, pero no es así. Aún puedo ver todos esos colores en sus ojos cuando deja de verme y pasea
la mirada por todos lados, el cielo empieza a caer en tonalidades cada vez más oscuras y ese brillo que adorna
su mirada se intensifica.

—¿Qué? —dice avergonzado cuando se vuelve a verme.

—Siempre estás tan asombrado cuando vamos algún sitio.

—Es que siempre hay algo increíble— dice al mantener contacto visual conmigo—. Ahora que lo pienso, siempre
ha habido por lo menos un balcón a donde sea que vayamos.

—Sí, y siempre es lo primero que haces al llegar a la suite. Las luces no podrán estar encendidas, pero tú ya estás
maravillado mirando lo que hay en el horizonte.

—¿Es que nada te impresiona? ¡Mira esto! Tenemos El gran Canal frente a nosotros— apunta con el dedo.

—Justo lo que pensaba… te encanta todo esto de salir y mirar lo que te rodea.

—Me conoces, Tom. Oye, pensándolo bien, creo que por eso pides esas suites con vista increíble— dice en un
tono suave—. Te gusta verme así.

—Precioso, a mí me gusta verte de tantas maneras— respondo de inmediato, llevándolo con suavidad contra el
antepecho de piedra.

—Lo sé— dice después de una pausa, con aires de grandeza y picardía contenida. Sus manos se abrazan a mi
cintura para atraerme—. ¿Cuál es tu favorita? —un ligero rubor aparece en su rostro. Tan inocentón que se ve
así.

—¿De qué? —pregunto a unos centímetros de sus labios.

—Cuál es tu forma favorita de verme.

—Es una pregunta difícil— juego con la situación y él se acerca un poco, pero no me besa.

Sus labios permanecen entreabiertos al igual que los míos. Estamos tentándonos el uno al otro.

—Puedo darte esta noche para que lo pienses muy bien a cambio de que...

—Sí, niño de las condiciones— digo con humor en un tono bajo. He provocado un suspiro por su parte y se inclina
a la derecha para poder acariciar mis labios—. ¿Qué es lo que pretendes?

—Lo sabrás después.

—Mejor ahora.

—¿No puedes esperar? —se burla de mi impaciencia y me hace poner distancia. No quiero alejarme de él, mis
manos acunan su rostro y le mantengo cerca, esperando por un beso.

—Sabes que no, Precioso.

—Me gusta que seas así— logra decir antes de que me lance a sus labios.

Con la punta de la lengua recorro su labio superior, delineándolo hasta la comisura, le doy un beso corto y vuelvo
a hacer lo mismo. Noto como sus manos se aferran a mí y hace ademán de acercarme todavía más. Entreabre
los labios, me sorprendo cuando su lengua y la mía se encuentran con un ligero roce y enseguida suelta una
sonrisa.
—Me gusta así, lento— susurra—. Y en ocasiones rápido, muy rápido y fuerte.

—¿Y ahora qué prefieres? —pongo algo de distancia para verle.

—Lento— dice después de pensarlo un rato—. Sé que también quieres que sea así, además, estamos empezando
de nuevo.

Se siente extraño que diga eso, aún más el ser consciente de que hemos de actuar como si nada hubiese sucedido
—aunque es lo mejor—, no puedo evitar sentirme ligeramente incómodo al recordar lo que nos puso tensos casi
todo el día. Pero después de todo, estamos empezando de nuevo y es lo que quería. Debo dejarme de estas
cosas, no quiero cagarla.

—Lo dices entre susurros como si fuese un secreto— le imito en cuanto al tono de su voz y al escucharme decir
aquello, su mirada se enciende todavía más.

—Porque eso es, y eso somos… un secreto.

—Vaya…— suelto una risa y él me mira atento—. Empezando de nuevo, yendo lento y teniendo secretos, todo
aquí en Venecia. Me parece que alguien busca romance.

—No es eso— titubea—, es sólo un escape para los dos. Es nuestro, Tom.

—Romance— vuelvo a decir—. No lo disfraces con todas esas palabras, Bill.

—Bien. Quiero romance— admite un tanto temeroso.

No sé si sea porque piense en mi rechazo hacia eso o el cómo vaya a actuar ante lo que ha dicho. Baja la mirada,
observando sus dedos y tocándolos levemente con el pulgar.

—Y yo quiero…— menciono al hacer que me mire otra vez. Sus mejillas arden.

—Dime, ¿quieres romance? —susurra. Se acerca un poco más, la punta de su nariz roza con la mía y después me
da un beso corto.

—Solo quiero que empecemos de una manera más que perfecta.

—¿Y esa sería…?

—Llevarte a la cama, por supuesto.

Suelta una risita avergonzada y desvía la mirada.

—Sólo bromeaba. ¿Ya no puedes sostenerme la mirada, Precioso? —pregunto y le veo sonreír—. Solías hacerlo
muy seguido desde que nos conocimos.

—Sí, lo hacía— se vuelve a mí. Un destello lascivo aparece en sus ojos, dejando esa actitud inocentona—. Ahora
soy capaz de mirarte a los ojos cuando me das placer.

—Y me gusta que lo hagas.

Una sonrisa pequeña se acentúa en sus labios al escucharme decir aquello y levanta los brazos para rodear mi
cuello con éstos. Parece que quiere proponerme algo.

—En el tren dijiste que me dejarías disfrutar de Venecia a mi antojo— termina de decir y doy por hecho lo que
había pensado.

—Eso no fue lo que dije— le sentencio a modo de juego.


—Bueno, no fue eso, pero sí dijiste que yo podría elegir primero y…

—Y no puedes esperar un momento más, ¿cierto? —le quito el habla.

Bill niega con un cabeceo. Se queda en silencio, limitándose solo a verme y tomando de mi rostro con ambas
manos, como si quisiera reconocerlo o grabar el gesto que le dedico no sólo con la vista, sino también con el
tacto.

—Mírame bien, Tom. Mírame en todas y cada una de esas maneras en las que te gusta mirarme— noto la osadía
escondiéndose en su tono de voz.

—Que deleite escuchar esa invitación— murmuro complacido cuando me acerco a sus labios.

—Bésame frente a Venecia— deja escapar un suspiro—. Me tienes para ti, puedes... hacer de mí lo que te
apetezca. Soy tuyo.

—Invítame a hacer algo más contigo, Precioso— le digo antes de darle un beso que le roba el aliento—. Hazlo.

—Quiéreme— musita con voz temblorosa.

Sus palabras encienden algo en mi interior y me encuentro aferrándome a él. Besándole de manera prolongada,
dejándole sin aire, haciendo que su ansia crezca cada vez más hasta faltarnos el aliento y buscarlo a bocanadas
entre besos. Le tomo con fuerza por los costados, estrujando el suéter que lleva puesto, dejándome llevar por
este arrebato.

El interior me da un vuelco arrasador y por momentos solo puedo pensar en detenerme. Quiero esto, pero lo
quiero con calma, sin prisas ni nada.

Mis manos apartan las suyas de mis hombros, las llevo contra su pecho y de un movimiento rápido tomo su
rostro entre mis manos, haciéndole poner distancia. Sus ojos me miran tan profundamente que me hace sentir
culpable por haber extinguido nuestra primera llama.

—Esta noche no me tientes, porque soy capaz de cualquier cosa— advierto con lentitud, recuperándome de ese
beso. Tomo una de sus manos y le doy un besito al interior de su muñeca.

—Haré de todo para que aceptes— murmura queriendo que sus labios y los míos se encuentren de inmediato.

—Shhht… ¿por qué la prisa? ¿No dijiste que querías ir lento hace un rato?

—Sí lo dije, pero…

—Esta noche no, por favor. Justo ahora quiero que todo sea lento, como pediste. ¿Está bien?

—Lento, entonces— dice instantes después, dedicándome un asentimiento.

Cierro las llaves de la ducha, escurro el agua en mi cabello y extiendo la mano para alcanzarme una toalla,
rodeándome la cintura con esta.

—¿Por qué el sexo matutino es el mejor? —pregunta Bill desde el lavabo, mirándome salir de la ducha a través
del espejo. Recién termina de cepillarse los dientes.

Se las arregló para dejarme solo los últimos minutos. Pudo haber sido un excitante encuentro bajo el chorro de
agua y los cristales de la ducha hubiesen terminado más empañados y con marcas de nuestras manos sobre
éstos.
Me encojo de hombros, tomando una toalla pequeña para sacarme el pelo, dedicándole una sonrisa. Me acerco
al mueble que está en la esquina cerca del toilet y tomo los calzoncillos que me trajo hace unos instantes, aun
escaneándole con la mirada, deteniéndome cuando mi mirada se posa sobre su espalda baja y la cinturilla de los
calzoncillos que lleva.

Que ganas de acercarme, bajárselos y follarlo de nuevo; mirar sus muecas de placer reflejadas en el espejo,
introducirme en él con lentitud o brusquedad, llevarlo a la ducha y estimularlo bajo el agua.

Tengo ganas de él. Bill también tiene ganas de mí, me lo dice mediante una mirada.

—Pediré el desayuno en lo que terminas— dice al volverse, quedándose con la vista fija en mí mientras me pongo
la ropa interior.

Su mirada conecta con la mía cuando alza el rostro y noto también sus mejillas ruborizadas. Sale del baño a paso
lento, sonriendo como tonto y dejando el estuche del aseo.

—Vaya que quieres repetir, Precioso— digo para mis oídos al moverme hacia el lavamanos y apreciando mi rostro
en el espejo.

Hoy mejoraré mi aspecto al cien por petición suya, y vaya que fue insistente mientras estábamos en la cama. No
dejaba de despeinarme la barba y hacer comentarios respecto a lo bien que se sentirían los besos en ciertas
zonas de su cuerpo sin cosquilleo o una sensación de picor. Sabía que sus comentarios no eran reales pues él me
había pedido un sin fin de veces que no me detuviera porque le agradaba esa extraña sensación, pero bien, le
complaceré sólo para que reconozca la diferencia.

Del estuche negro que ha dejado, tomo el cepillo de dientes y la pasta, terminando de cepillarme en cuestión de
minutos. Sin ver al interior del estuche, saco la crema de afeitar y una cabecilla con navaja, entonces me tomo
mi tiempo para dejar mi piel lisa.

Detrás de la puerta entreabierta escucho a Bill tararear la misma tonada de una canción que escuchamos ayer,
la cantaba un gondolero al pasar por el canal cuando aún estábamos en el balcón, mirando los botes pasar.
Incluso me preguntó qué decía lo que cantaba. Bill no sabe nada del idioma.

Contengo una risa para no herirme con la navaja, aun escuchando como tararea. No puedo recordar la última
vez que lo hizo.

Aplico una loción al finalizar, guardo la botellita y lo demás en el estuche y paso la toalla por mi rostro, mi cabello
aún escurre y llevo la toalla a éstos una vez más. Salgo del baño después de unos minutos y mi sorpresa es ver a
Bill en medio de la cama, tendido sobre su abdomen, metiendo los brazos bajo una almohada, manteniendo los
ojos cerrados y aun tarareando, ajeno a mí.

Una sonrisa maliciosa se marca en mis labios al ver lo exquisito que luce y me acerco a él sin hacer ruido, cuando
siente la cama hundirse a sus pies, da un respingo y medio oculta el rostro en la almohada.

—Me acordé de tu pregunta— digo al subir sobre él y acercando mis labios a la final de su espalda, dándole un
beso. Bill da otro respingo—. Sé exactamente por qué el sexo matutino es el mejor— digo entre besos, subiendo
por su espalda, encontrándome con sus lunares y lo erizada que se pone su piel.

—Porque es conmigo y te fascina, ¿cierto? —pregunta ahogadamente contra la almohada.

—Es porque después de probarlo vuelves a tener ganas de más— digo cerca de su nuca, le doy un lametón y él
se tensa—. Y si es contigo, ni dan ganas de salir de la cama— le doy otro beso—. Piénsalo así: se tiene todo el día
para nuevos encuentros, superando así el anterior, o los anteriores, más bien.
—¿Ajá? —Bill medio se vuelve hacia mí, pero no abre los ojos.

Me acerco a su oído, dejando escapar el calor de mi boca en un jadeo cuando empujo hacia adelante para
friccionarme contra él. Una de mis manos va a su costado, descendiendo hasta su nalga e introducido dos dedos
debajo de su prenda.

—¿Te apetece repetir, Precioso? —susurro. Bill deja escapar un suspiro y una sonrisa pequeña se dibuja en sus
labios—. Vamos, dime algo— beso su hombro, tentado en morder su piel y dejar una marca.

—¿Cómo harías para superar nuestro primer encuentro?

Pestañea, se vuelve para encontrarse conmigo y me mira con ojos centelleantes. Le dejo moverse debajo de mí
para recostarse sobre su espalda y sus manos van a mi rostro una vez me hago espacio entre sus piernas, Bill
siente lo lisas que están mis mejillas, barbilla y el espacio entre mi nariz y labios.

—¿Quién eres y qué hiciste con Tom? —dice a modo de juego y me rio por sus palabras.

—¿Tom? No sé, no lo conozco— le sigo el juego—, pero estoy seguro de que no le importaría compartirte
conmigo.

—Te equivocas— se apresura a decir—. Es jodidamente celoso.

—Vamos…— le tiento al hacerle creer que voy a su cuello para repartir besos—, se nota que quieres. Sólo olvídate
de él unos momentos, vas a disfrutar mucho conmigo.

—¿Qué harías si digo que sí?

—Lo que me pidas, Precioso.

Voy a sus labios, acariciándolos con los míos, haciendo que los separe y aprovecho para que sea la punta de mi
lengua la que los recorra hasta llegar a las comisuras.

—Tom fue bueno conmigo esta mañana. Podrías tú ser más…

—¿…rudo? —inquiero y él murmura un débil «sí».

Cuando llaman a la puerta de la habitación, Bill me aproxima hacia sí para ocultarse debajo mío, como si alguien
nos hubiese descubierto.

—No vayas.

—Pediste el almuerzo, ¿no? ¿Qué tal una pausa a nuestro juego? —me incorporo y se levanta cuando yo bajo de
la cama.

—Mejor desayúname a mí— dice de repente.

Que le conozco a la perfección como para saber que ahora tiene la sensación de que no debió decir aquello. Lo
veo en su mirada y se reprende al morderse el labio.

—Que tentador suena eso— me acerco para darle un beso, uno de esos que le dejan aguantando la respiración
hasta que pongo distancia cuando llaman de nuevo a la puerta—. No te molestes en vestirte— menciono, por
último.

Me dirijo en cortos pasos al baño para tomar una bata y saliendo de la habitación me anudo el lazo en la cintura.
Abro la puerta principal, permitiendo la entrada al empleado y cierro cuando está adentro.

—Muy buen día, señor Kaulitz. He aquí su servicio de alimentos.


—Gracias— respondo distraídamente, mirando a través de la puerta del dormitorio y notando la ausencia de Bill.

—He traído también un paquete que le enviaron— dice y me vuelvo de inmediato—, y las flores que ve aquí
fueron enviadas por uno de nuestros más fieles huéspedes. Afirmó ser conocido suyo, aquí puede encontrar la
tarjeta, por si le apetece leerla.

En el carrito de servicio veo los platillos de comida, una jarra de café, otra de zumo de naranja, la cesta de pan,
mieles y una docena de rosas blancas de tallo mediano en un florero que es colocado en el comedor antes de ser
colocado el servicio.

Extrañado, me acerco a la mesa, tomando de entre las flores una tarjeta de color lila.

—Señor Kaulitz, le hago entrega de su paquete— me interrumpe el empleado antes de leer la tarjeta y me
entrega una caja rectangular con un envoltorio amarillo.

Lo reviso, no dice quién lo envía, solo puedo ver mi nombre y la dirección del hotel. Quito el envoltorio,
encontrándome con una caja negra con letras plateadas en el centro: «Ciliegia»

Solo puedo pensar en alguien si es que la caja y las flores vienen de la misma persona y me bulle la sangre.
Hacerme de ideas fatales en cuestión de segundos, provoca un torbellino en mi interior, algo que no creo que
pueda manejar si es que estoy en lo cierto.

—¿Se le ofrece algo más?

—No, retírese.

El empleado se va y apenas escucho que se cierra la puerta, quito la tapa a la caja, percibiendo un sutil aroma y
notando la existencia de una nota pegada al reverso de la tapa.

«No concluyas la experiencia. Intensifica tus intenciones.

Andrew Reynolds»

Suspiro casi aliviado. Ya me estaba haciendo de ideas pensando en algún truco sucio de Leo y quien sabe cuántas
cosas más se me ocurrieron que sería capaz de hacer para interferir en mi relación con Bill, y resulta ser que esto
es de Andrew. ¿Por qué?

Rápidamente desdoblo la tarjeta que venía en las rosas y leo la letra escrita a mano: «Disfruta el obsequio. Nos
vemos en la siguiente reunión, supongo. Andrew R.»

¿Regalo? ¿Este regalo?

Quito la tela oscura que cubre el contenido de caja y me encuentro con algo que logra detenerme el corazón y
dejarme sin palabras.

Escucho los pasos de Bill y cierro la caja, dejando la nota y la tarjeta dentro y me dirijo al mueble que está cerca,
metiéndolo todo en el primer cajón. Vuelvo a la mesa para tomar asiento justo antes de que Bill salga del
dormitorio.

—¿Te gusto así? —pregunta al verme.


Se ha vestido de blanco. Me encanta. Se ve precioso… ahora sólo imagino las perfectas orejitas blancas en su
cabeza.

«Conejito…»

—Te ves bien— menciono con normalidad para no levantar sospechas.

Bill no mostró interés en curiosear por la estancia mientras esperaba a que terminara de vestirme, optó por
volver a la habitación y mirarme desde la cama. Me ponía algo nervioso el que no apartara la mirada de mí pese
a que sus intenciones no pintaban para algo que no fuese verme como un tonto y ya.

Lo hemos pasado fuera todo el día, estoy seguro de que atardecerá pronto y vaya que anduvimos por todos
lados; entre calles estrechas que eran perfectas para encuentros fugaces, en comercios donde Bill me besaba
con descaro cuando la gente nos miraba con rostros fruncidos, paseando en góndola y haciendo el recorrido dos
veces —Bill no quería dejar de escuchar las canciones que resonaban por las paredes de pequeños canales—.
Recuperamos las ganas de seguir andando por las calles después de sentarnos en una banca frente al canal y
contando los puentes que cruzamos.

Cuando llegamos a lo que parece un centro de compras, los aparadores atrapan su atención. Entre maniquíes
con vestuarios de épocas pasadas y joyería, Bill no se abstiene de señalar con el dedo lo que sea que haya
cautivado su mirada.

Hay una tienda de máscaras junto a la joyería y los que veo en el aparador lucen increíbles, por aquí mismo veo
a mucha gente con máscaras y vistiendo trajes como los de las tiendas, igual y son para atraer turistas.

Ignorando a toda esa gente, mi vista se centra en un antifaz elegante con detalles en color dorado. Bill pasa de
largo, mirando los demás aparadores seguro de que voy detrás de él. Vuelvo mi vista a los antifaces y son
aquellos que me hacen imaginar el rostro de Bill siendo cubierto por uno de éstos. Su mirada luciría totalmente
peligrosa, cargada de morbo y los más profundos deseos que pueda tener para conmigo se reflejarían en un
destello. La caja que ha enviado Andrew contenía —además de las orejitas y el plug de conejito— un antifaz de
color blanco perlado, con algunos detalles dorados con unos cuantos diamantitos, tal vez de fantasía, y una
cadenilla unida a unas pinzas de pezones. También había un frasco diminuto que desprendía un aroma delicioso,
no tuve tiempo de observarlos con detenimiento, pero planeo algo especial para dentro de unos días. La idea
me vino de manera rápida cuando miraba a Bill, imaginándolo con las orejitas puestas hasta que habló sobre
acordar un bote e ir más lejos de los canales. Después del desayuno me puse en contacto con Steve y hará la
reservación.

Muero de ganas por llevarle a donde quiero. Sé que lo disfrutará, estará maravillado ante ello y el par de
sorpresas que ahora le tengo preparadas. Imagino cómo será darle eso especial que tengo para él y mostrarle lo
que Andrew envió. Imagino cómo es que se vería de conejito mientras espera por mí en la cama, mirándome
desde donde está, sin moverse, sólo sonriendo de manera sugerente. Bill esperaría el momento en que ate sus
muñecas con una seda preciosa, justo como las que hay en el aparador. Podría también utilizar una de estas para
sujetar sus tobillos o unirlas y hacer una mordaza lo suficientemente fuerte.

¡Me fascina!

Las ideas sobre el sado me vienen demasiado rápido al pensar en cómo sería verlo tan hermoso, usando sólo los
accesorios de conejito y el antifaz, y lo enrojecida que terminaría su piel. Me pone pensar que volvería a
escucharle nombrar los colores que describen su placer y su sentir al ser castigado.
Bill se ve diferente en mis fantasías cuando está dispuesto a todo que cuando lo está en realidad. Quiero saber
exactamente cómo es que sucede así.

—¿Tom? Creí que me seguías.

La fantasía se esfuma cuando me vuelvo a verle. Él se acerca, mirándome con extrañeza.

—¿Qué estás mirando?

—Ese antifaz— lo señalo, Bill lo mira y segundos después se vuelve a mí.

—¿Qué tiene? Todos aquí los usan.

Pobre, no puede descifrar de qué se trata. No tiene ni idea con lo que puedo fantasear. Es exquisito y su
ingenuidad en este momento me mata.

—¿Te gustaría verme con el? —da en el blanco.

—Por supuesto que sí.

—¿Ahora, Tom?

—¿Es una invitación?

—De…D-Depende…

Suelto una risa corta tras escuchar su tono de voz. ¿Volverá a los tartamudeos?

Me acerco para tomarle de la barbilla y le doy un beso pequeño, luego dos y profundizo un poco, sin prisa.

—Andando— digo al romper el beso—, vayamos a por algo de comer.

—¡¿Es en serio no vamos a entrar y escogerlos?!

—Vayamos a ese lugar que dijiste hace rato, ¿dónde era? En la plaza San Marcos, ¿verdad? Sí, creo que era ese.

Le hago moverse y atravesamos el centro de compras para regresar por la callecilla por la que llegamos, pero
después nos desviamos y terminamos en otro lugar. No sé por dónde es que vamos, los nombres de las calles no
están marcadas en las esquinas y todos los pequeños canales me parecen iguales con sus pequeños puentes.
Cuando seguimos las indicaciones que nos da un vendedor de calle, llegamos a la plaza. Nos movemos rápido
para no ser presas de las palomas que revolotean asustadas por todos lados cuando un chico sale corriendo tras
un papel que el viento le ha arrebatado.

—Vamos, Tom. Aún podemos volver a esa tienda— insiste con un puchero. Le tomo de la mano para atraerle a
mí.

—Lo voy a considerar después de comer algo. Tú me quieres hacer recorrer la ciudad entera en un día.

—No exageres— me da un apretón y me mira con gesto ceñudo.

—Tú eres el que exagera. Ya, ven aquí— le detengo antes de acercarnos a la cafetería y le doy un beso, intentando
mejorar su ánimo—. Comamos algo y ya veremos después.

—Sé exactamente lo que quieres decir con eso— baja la mirada y me hace andar el tramo que nos falta para
tomar asiento en una de las mesas de afuera, techadas por un toldó café—. Está bien, Tom, yo no debería ser
tan impaciente— dice con una sonrisa culpable. No quiero que se sienta así.

Mi mano va sobre la suya, pero no puedo decir algo para reconfortarle, un empleado se acerca.
—Buenas tardes— dice con una sonrisa—, les dejo el menú. ¿Alguna bebida por el momento? Sugiero spritz, la
especialidad...

—Entonces que sean dos, por favor— respondo antes de que pueda seguir hablando y me dedica un
asentimiento antes de retirarse—. ¿Qué quieres comer?

—No lo sé… ¿un postre? —mira fugazmente el menú, su gesto cambia y se da por vencido—. Es que no entiendo,
elije por mí— me entrega la hoja.

—Si eso quieres.

Le dedico una sonrisa y él me corresponde.

Hemos llegado aquí justo a tiempo, ha comenzado a lloviznar.

El mesero vuelve y pone frente a nosotros las bebidas y un platito con aperitivos, dice que son cortesía y procede
a tomarnos la orden. Pido lo mismo para ambos y entonces vuelve adentro.

Bill me pregunta de qué es la bebida solo para romper el hielo. Hablamos un poco de todo y se atreve a preguntar
hasta cuándo estaremos aquí, le cuento sobre el cambio de planes y que, si le parece bien, será una semana la
que permaneceremos en la ciudad. Responde a eso de mejor humor que antes y empieza a planear los días. Me
gusta ver la ilusión que le hace el quedarnos aquí por más tiempo. Señala algunas cosas que le atraen de los
alrededores, comentando la presencia de personas con esos trajes antiguos y elegantes máscaras, como los de
hace un rato. Come distraídamente las patatas de su plato, preguntándome cosas como cuándo fue la primera
vez que estuve aquí, con quien fue y cómo me hubiese gustado hacer algo especial para alguien. Cada vez me
parece que intenta averiguar mis secretos, yo respondo solo algunas cosas y a las otras le doy respuestas
ambiguas, claro que no le van en lo absoluto.

No puedo contarle todo, no ahora. El momento me parece perfecto, hasta nos hemos olvidado de comer,
dejamos a medias lo que tenemos en los platos y terminando nuestras bebidas, pidiéndolas de nuevo en varias
ocasiones.

Me gusta la curiosidad que mantiene Bill ante unos músicos que toman sus lugares no muy lejos de nosotros.
Afinan sus instrumentos hasta que se escuchan las primeras notas de una balada. La música hace más ameno el
momento que pasamos. Cuando la canción acaba, Bill se vuelve a mirarlos, un último integrante se acerca a
tomar su lugar y hace una señal, agitando la mano encima de su cabeza y en unos instantes vuelve a escucharse
la misma melodía, sólo que a la distancia. El café del otro lado de la plaza también tiene músicos y los del local
donde estamos siguen la melodía de los otros, tocando en conjunto. No dudo que esto es algo inusual, pero él
está maravillado.

—¡Cómo es que…!

El gesto de Bill es oro.

Me acerco a él, le atraigo al tomarle de la barbilla y le planto un beso. Uno lento y apasionado.

Ha sido tan espontáneo que, cuando mis labios dejan de moverse sobre los suyos, soy consciente de las miradas
que hay sobre nosotros.

—L'amore è amore— escucho a alguien decir.

Bill mira de un lugar a otro y se detiene al ver que el último integrante —se trata de la voz del grupo—, es quien
me mira y alza su mano en forma de saludo.
—Va a cantar. Espera, ¿por qué te saluda? ¿Qué dijo hace un instante? —su mano va sobre la mía cuando me
mira.

—Questa è dedicata a tutti gli innamorati qua presenti…

—¿Qué dice? —inquiere Bill.

—Creo que cantará por nosotros.

«Tenetevi stretti, e mantenetevi caldi a vicenda questa è la tua occasione finale per mantener la persona che
ami»

Bill ha enrojecido. Algunos rostros nos miran con atención, otros ni siquiera reparan en nuestra presencia o lo
que aquel hombre canta.

Siento algo en el interior, algo que estalla de repente y no puedo ocultar. Miro a Bill, no sabe qué decir y yo
tampoco puedo decir mucho. Creo que no lo necesito.

—¿Te digo algo? —Bill me mira atento—. No tuve oportunidad de confesarte…, la manera en la que más me
gusta verte.

—Cierto, no lo hiciste— me mira con ojos centelleantes.

«Lo sai che hai aspettato abbastanza a lungo…»

No le respondo, en su lugar, me pongo de pie y le tiendo la mano. Me mira ruborizado, confundido y


ensimismado. No sabe qué hacer, muerde sus labios para evitar que éstos le tiemblen al sonreír y finalmente
toma mi mano, aceptando bailar conmigo. Se levanta y me sigue unos cuantos pasos hasta donde el lugar es más
amplio.

«… Quindi, credi che la magia funziona»

Menciona mi nombre débilmente. Tomo sus manos, están frías, las acerco a mis labios para dejar escapar el calor
de mi boca y sin dejar de verle, hago que rodee mi cuello y mis manos se posan en su cintura.

—N-No sé… Tom, no sé hacerlo. No aquí, por favor. No sé… hacerlo...

Me pide casi con urgencia. Intento calmarle con una mirada mientras le hago balancearse con suavidad de un
lado a otro.

«Non abbiate paura di essere ferito. Non lasciate morire questa magia…»

—No los mires a ellos. Mírame a mí— le pido cuando hace ademán de volver la vista hacia los otros.

«La risposta è lì… basta guardare nei suoi occhi»

—Me gustas mucho así, Bill. Es mi manera predilecta de verte.

—¿Cómo? —solo eso es capaz de musitar.

—Así como estas ahora; tan inocentón que te ves cuando la ilusión ya no cabe en ti, cuando te tiembla hasta la
sonrisa de lo dichoso que te sientes. Me gusta mucho cuando luces si, emocionado y sin palabras, ruborizado,
con la mirada centelleante y…

No me deja continuar. Se lanza a mí, callándome con un beso y enseguida me abraza. Siento lo frío que está al
rodearle con mis brazos, insistió tanto en ponerse esa chaqueta ligera y ahora hasta lo siento temblar. Aún está
lloviznando.
—Gracias.

Le hago poner un poco de distancia para poder mirarle. Bill no puede ni sonreír o dejar escapar la risa que creí
que llegaría a escuchar, medio le castañean los dientes. Me quito la chaqueta, él me detiene, pero no por mucho,
sostengo la chaqueta sobre sus hombros y el mete los brazos en las mangas, llevo mis manos al cierre y lo subo
hasta la altura de su pecho.

—No quisiera que te enfriaras aquí, ¿qué dices si ahora nos vamos al hotel? Allá podría...

—Shhht... — no me deja continuar. Me lanza una sonrisa y dice: — Te… a-amo. Te amo, Tom— dice al
inclinarse y darme un corto beso—. Y para ti, todas mis respuestas van a ser «sí»

•••

Versión en español de la canción que cantan para ellos:

Esto es para los amantes de allá…

Sosténganse el uno al otro y manténganse cálidos, esta es la última oportunidad para sostener a la persona que
aman.

Sabe que has esperado por mucho, así que cree que la magia funciona y no tengas miedo de ser herido.

No dejes que muera la magia. La respuesta está ahí, sólo mira sus ojos…
Capítulo 27

Despierto casi de un sobresalto gracias a un sonido insistente. Me quedé dormido con el móvil en la mano, me
doy cuenta y me incorporo en el sillón, restregando mis ojos con el revés de la mano. Soy incapaz de recordar
algo más hasta parecer más lúcido y miro la pantalla del móvil cuando vuelve a sonar, recordándome que aún
no he atendido al primer llamado.

«Todo está listo, señor»

«Ya puede abordar el Tulpe Bello. Éste le espera donde ya sabe»

Termino de leer los mensajes de Steve y voy al dormitorio en cuanto recupero todos los sentidos. Ya recordé, no
dormí con Bill por estar pendiente a este mensaje y los planes que hay para hoy. Me detengo en el umbral al ver
a Bill dormido, escondiendo los brazos debajo de la almohada, mostrando la espalda desnuda y la sábana que le
cubre hasta la mitad. Me gusta cuando se acurruca de esa manera. Se ve exquisito. Me provoca la primera sonrisa
maliciosa y un tanto adormilada del día.

Me acerco a él, poniéndome en cuclillas y le acaricio el pelo, dibujo sus facciones con lentitud, usando las puntas
de mis dedos, admirando lo perfecto que se ve. Bill hace una leve mueca que me da gracia y se remueve bajo las
sábanas, seguro le ha molestado que tocara su nariz, o debe ser algún sueño que está teniendo, de todos modos,
esto último sería mucha coincidencia.

—Despierta...— digo con un tono suave, tocando su hombro repetidas veces—Hey, Precioso, levántate.

—Mrg…

—Bill, vamos, despierta— me pongo de pie y le miro desde arriba, intentando no reír por sus caras.

—¿Q-Qué…? ¿Qué? —dice adormilado y se mueve en la cama.

—Vamos…

—Tom, pero ¿qué crees…? ¿Qué haces vestido para salir? —me mira con ojos achinados y lleva una mano a su
cabeza.

—Te alistaré la ropa, no tenemos mucho tiempo, así que date prisa— me vuelvo hacia el pequeño clóset y tomo
unos pantalones y una camiseta de mangas largas para él.

—¿Qué pasa? ¿Qué hora es? —pregunta en medio de un bostezo.

—Iremos a un lugar.

—¿No podemos hacerlo cuando ya haya salido el sol? Tengo sueño— se queja y tira de las sábanas hacia arriba
para cubrirse, dándose la vuelta a mi lado de la cama.

—Vamos, Precioso… arriba.

Dejo las ropas sobre la cama, me acerco a él y tiro de las sábanas. Bill lanza un gruñido ahogado y se encoje, le
doy unas palmaditas en la nalga para hacerle levantarse de un respingo.

—¡Ahg! ¡Está bien! ¡Está bien…! — vuelve a gruñir y se levanta entre tambaleos.

Voy al clóset para tomar una chaqueta y le digo a Bill que se ponga una de las mías, las suyas son algo ligeras y
estoy seguro que hará un tanto de frío. Después de recordarle que debe darse prisa, me muevo hacia el baño
para asearme un poco y salgo instantes después para encontrarme con él, luciendo desganado y molesto,
saliendo de la habitación sin mirarme. Tomo el móvil y la llave de la suite, reviso si tengo aquello que llevo
guardado durante toda la noche en mi otro bolsillo y salgo con él y afuera del hotel hay un bote esperando por
nosotros.

—¿A dónde vamos? —pregunta abrazándose a sí mismo, poniendo cara de desaprobación mientras mira el bote.

—No preguntes todavía— le tomo por los hombros para hacerle avanzar, ignorando el tono en que lo dice.

—¿Qué tramas?

No respondo. Subimos al bote.

Pese a que anhelaba llegar a los últimos días aquí en la ciudad, deseaba que el tiempo no jugara con nosotros,
pero lo hizo. Todo sucedió en un ritmo peculiar; a veces se sentía muy rápido y otras demasiado lento, de modo
que la semana llegó a su fin y se acercaba el momento de irnos —no quiero imaginar en qué plan se pondrá Bill
cuando eso pase—. Ahora sólo tengo tantas ganas de mostrarle la sorpresa que tengo para él. Después de
haberle dado su estrella, no recuerdo cuando fue la ocasión en que sentí el mismo entusiasmo hacia algo que le
tenía preparado. Intento hacer memoria mientras le miro en silencio, Bill frunce el ceño y se muerde el labio, ni
siquiera me dirige la mirada. Ya le veré en un rato cambiando ese gesto hacia el asombro que suele demostrar.

Al cabo de un rato van apareciendo los primeros rayos de sol y no puedo creer que hayamos tardado tanto en
llegar. Nos encontramos en un lugar distinto, Bill al notarlo, se vuelve para mirar en todas direcciones. A lo largo
de un muelle se encuentran botes grandes y pequeños meciéndose por el ligero movimiento del agua, el aire
casi gélido ondea unas cuantas banderas de colores en los mástiles de las naves cercanas y a su vez, éste se
encarga de despeinarnos. Ayudo a Bill a bajar del bote y me mira sin entender por qué vinimos aquí.

—Ya, es bonito como se ve el horizonte y todos estos botes. ¿Porque estamos aquí?

Le hago seguirme sin darle una respuesta y nos detenemos frente a un mega yate que tiene por nombre Tulpe
Bello.

—Estamos aquí por esto— emocionado, hago un ademán señalando delante de nosotros—. Daremos un paseo
en este yate, almorzaremos y todo lo que tú quieras en el Adriático.

—¿Es un chiste? Me sacas del hotel tan temprano para dar un paseo en… ¿este bote? —abre los ojos tanto como
puede y levanta las cejas.

Bill me mira casi con detenimiento. Había imaginado su sorpresa cuando le contara de esto, pero no tiene ni un
aire de asombro, más bien luce desconcertado. Cree que me estoy inventando todo.

—Señor Kaulitz— escucho a alguien llamarme y me vuelvo de inmediato—, justo a tiempo.

—Ya lo creo, Alonso— le saludo con la mano en el aire y él da zancadas por la plancha para estar con nosotros.

Alonso Occorsi, de mediana estatura; esbelto, pelo azabache, ojos claros y sonrisa confiable, viste un uniforme
casi deportivo de color rojo y blanco. Es un conocido de Jace, Alonso era el capitán en ese entonces de uno de
sus yates. Es una persona muy profesional y de confianza. Steve dio con él cuando le pedí que reservara el yate
para esta ocasión especial. Alonso tiene varios botes, tripulación y colegas en muchos lugares, entonces volvimos
a coincidir y él aceptó con gusto.

—Bill, él es Alonso Occorsi, capitán del Tulpe Bello.

—Il piacere è mio, ragazzo— le da la mano a Bill y éste me mira después porque no sabe qué ha dicho—. Perdón,
es un gusto— repone de inmediato—. Olvidaba que no habla italiano.
—¿Cómo lo supo?

—Yo se lo dije— intervengo antes de que Alonso se justifique—. Bueno, ¿nos vamos ya?

—Claro que sí, señor Kaulitz. Hoy hará buen tiempo, así que doy por hecho que el navegar será de su agrado.
Suban abordo.

Hace un ademán con la mano, adelantándose a subir, ayudando a Bill cuando le aliento en ir primero y finalmente
subo detrás de ellos.

—¿Les apetece ir adentro?

—¿Qué tal ir a la cabina? —me dirijo a Bill y en seguida vuelvo la mirada a Alonso.

—Seguro, es por aquí...

—Me-Mejor nos sentamos— Bill se adelanta a decir y me toma del brazo.

—Bien. Si gustan ir, estaré allá— nos dirige una sonrisa.

Bill se mueve por el corto tramo y se sitúa en el descanso pequeño —con forma de «L»— que se encuentra a la
derecha, moviendo un cojín para sentarse. Mira en todas direcciones, guardando silencio mientras Alonso aún
merodea por aquí. Me acerco a él, notando lo serio que luce ahora y eso me borra la sonrisa.

—No esperaba que me trajeras aquí, creí que me llevarías al campanario de la plaza, te lo he pedido en varias
ocasiones y pensé que… Tom, por qué... ¿Por qué no me dijiste que vendríamos aquí? —pregunta cuando el
capitán sale de nuestra vista.

—Era una sorpresa. ¿No te gusta? —digo extrañado, no esperaba verle reaccionar así.

—¡Qué! No, no dije eso. Es sólo que pudiste decirme y también pude yo haber hecho algo conmigo, es decir,
mírame... aún luzco dormido. Mira mi ropa, mira mi cara…— dice acelerado y consigue hacerme reír.

Por un momento creí lo peor, solo está aturdido. Tal vez piense que eso es demasiado y no me creía capaz de
algo semejante.

—¿Qué tienen que ver tu cara o tu ropa?

—No finjas, Tom.

—Tal vez sí sigues dormido.

—¡Basta! —bufa desesperado, no le ha gustado el tono de broma con el que le he hablado.

—Te vez bien para mí— le calmo, acariciando su mejilla.

—Tú escogiste lo que llevo puesto— entorna los ojos.

—Así es. Y no esperaba que lucieras glamoroso.

—¿No? —le sorprende que le diga aquello y me mira con una sorpresa exagerada, hasta la boca le llega al suelo.

—Claro que no— le atraigo—. Es cierto que te traje por una ocasión especial y pretendo darte más, pero el cómo
te veas no interesa en verdad. Me gustas así, te vez bien.

—Oh, cállate…— me da un manotazo y se pone de pie—. Hubiese preferido saber qué plan tenías para al menos
estar listo o pudiste hacer esto en otro momento, no sé, más tarde.
«Eres todo un caso…» pienso y le tomo una mano, atrayéndole.

—Quería que fuera de mañana, tú sabes, ver el amanecer y eso. Siempre vemos cuando cae el sol, pero no
cuando sale, quería hacerlo diferente. También quería darte algo, y solo podría hacerlo aquí.

—¡¿Qué?! —su repentina sorpresa no es por lo que dije al último, sino por el detalle de hacer esto justo así,
explicándole mis intenciones por darle algo diferente.

—Eso sí que te sorprendió, ¿por qué no el estar aquí?

—Ya, creo que te tomas esto muy en serio.

—Y tú deberías empezar a disfrutarlo.

Bill deja escapar un suspiro, mira en todas direcciones y relaja el rostro tiempo después cuando vuelve a mirarme.
Su gesto cambia, distingo la curiosidad en su mirada, es como si hubiese procesado el haberle traído aquí para
darle la sorpresa y tal parece que ahora quiere saber de qué va esto, aunque también demuestre extrañeza. O
no, tal vez Bill ha caído en cuenta del esmero que puse en esto y ahora deja sus exageraciones de lado.

—Vayamos arriba, ¿te parece? —propongo al ponerme de pie.

—Lo único que me parece, es que estoy dormido o soñando.

—Ya, pues si es un sueño, más vale que sea bonito.

•••

No me siento capaz de responder a lo que ha dicho, si abriera la boca, tal vez diría algo tonto y creo que él
merecía que dijera algo para él, algo que no fuese una estupidez, pero no puedo. Tom me ha dejado en blanco
con eso. Simplemente le dedico una sonrisa diminuta algo apenada. Acorta la distancia casi tanteando sí parece
prudente el que lo haga, se lo permito, me besa y toma de mi mano, entrelazando los dedos. Me separo de él,
mirándole fugazmente y me pienso algo para decirle y reparar la confusión. Se veía emocionado por traerme
aquí y yo me siento como un tonto al exagerar las cosas.

Tom da un tironcito a mi mano, sacándome de mis pensamientos y haciéndome seguirle, subiendo las escaleras
de la derecha.

—Ven, la cubierta superior te gustará— se oye animado.

Cuando llegamos, siento un apretón que Tom me da, entonces suelto su mano y me adelanto, casi achinando los
ojos ante los rayos de sol que iluminan el lugar. Veo unos cuantos jarrones y centros de mesa con tulipanes rojos,
radiantes, muy bonitos.

—A qué te han gustado, ¿verdad? —dice Tom detrás de mí y le dedico un asentimiento.

Tomo uno de los tulipanes del jarrón cercano y lo huelo, pero no siento ningún aroma, debe ser porque tengo la
nariz fría y no percibo ningún olor.

Me pregunto por qué tulipanes. No pensaba que Tom algún día me daría flores, bueno, no me las ha dado en sí,
pero están aquí y me ha preguntado si me gustaron. Entonces quiere decir que él pidió que las pusieran, eso o
que no es nada del otro mundo, pues el mismo bote se llama Tulpe Bello y debería al menos haber una flor de
estas.

Tom echa una mirada al lugar mientras se cruza de brazos. Hay un pequeño comedor; sillones, un mini bar a la
izquierda y un área de cocina mediano, unas escaleras de caracol en medio, casi a un metro del mini bar y una
alacena —éstas bajan, pero no sé a dónde—. De repente mi vista va sobre la mesa, hay un par de platos con
fruta cubiertos por una campana de cristal lo bastante larga para cubrir el plato. Me veo tentado al instante,
hasta el estómago me ruge. Miro a Tom, él hace un ademán, alentándome a tomar algo del plato. Se acerca,
levanta la campana y yo tomo un par de fresas y unas zarzamoras, pero Tom me mira de una manera peculiar y
sé que ha de estar pensando.

«Siempre despiertas con apetito de dos cosas; sexo o comida». Me lo ha dicho los últimos días, claro que también
lo ha hecho durante unas semanas.

—¿De qué te ríes?

—De nada.

Su respuesta me da a entender que él también pensaba en lo mismo que yo.

Le doy la espalda para moverme al otro lado, ocultando una sonrisa. Me sigue cuando voy por el amplio pasillo
de la derecha y terminamos en la otra parte de… ¿cómo dijo que se llama esto? Ah, cubierta.

Hay un área de descanso y, ¡lo veo y no lo creo! Un jacuzzi. ¿Es en serio? ¿Uno aquí? ¡Joder! Que me dan ganas
de meterme, pero no creo que ahora sea el mejor momento para hacerlo. Las camas de sol están en la izquierda
y hay una cama cubierta por una sola sábana y unos cuantos cojines en el centro. ¿Para qué una de estas? ¿No
hay camarotes o cómo se les diga?

—Me viene a la mente una de las reuniones de Jace en el yate y había una parecida a esta— dice Tom
acercándose a mí, deteniéndose a mis espaldas—. Si te lo contara, tal vez te agradaría la idea, pero no sería capaz
de hacer algo similar contigo, Bill, soy consciente de la tripulación que anda en el yate y no me arriesgaría.

—¿Tripulación? ¿Cuántos…? ¿Por qué no me dijiste…? —pregunto al volverme a verle. Llama más mi atención la
presencia de otras personas que si Tom se toma la libertad de demostrarme para lo que sirve esta cama.

—Hay al menos unas diez personas.

—¿Tantas?

—Sí, cubriendo sus puestos. Verás, están los que…

Empieza a hablarme, señalando varios sitios, haciendo movimientos con las manos y mencionando lo que hace
cada quien, en la tripulación, olvidándose de lo aquello que me contaba. Nos encaminamos a un descanso que
forma el ángulo de la proa —así me ha dicho que se llama—. Mientras como a mordiscos pequeños las frutillas
y el sol se levanta en el horizonte, habla sobre la cabina, los deberes del capitán y lo que se encuentra en el
tablero frente a él. La señala en la segunda y última cubierta —que es la mitad de donde estamos— pero no sé
cómo se llega ahí, quizás haya otras escaleras de caracol por ahí. De repente Tom palmea mi rodilla para llamar
mi atención, habla sobre algo de motores, explicándome cosas que no me molesto en entender. Simplemente le
miro, me gusta hacerlo, luce tan absorto en todo lo que tiene que ver con esto que no se da cuenta de que no le
estoy prestando atención o de la mirada que le dirijo.

No entiendo cómo es que pasa el tiempo tan rápido. Como veo que esto va para largo y me he terminado las
frutillas, subo los pies al sillón, girándome hacia él.

—… a mi padre le encantaban los botes, nunca me dijo por qué, pero hizo que me interesaran. Tenía tal vez unos
ocho años cuando se tomó unas vacaciones; él, Cimone y yo, navegamos una semana o dos.

—¿A dónde fueron?

—Estuvimos en el Mediterráneo. Cuando tuvo que volver al hotel, Cimone y yo continuamos sin él, quedándonos
en Francia días después. Me dio un catamarán cuando volví a casa, ese juguete lo llevaba a todos lados— se ríe.
No lo había visto así de animado al mencionar algo respecto a su padre—. Tuve la idea de que se repetirían unas
vacaciones así y quería…, ya sabes, mostrarle lo que había aprendido. Me esforcé mucho y pude impresionarlo,
repetimos las vacaciones ahora por el Caribe. Fue muy bueno.

Le veo hacer una pausa y la sonrisa se le borra de poco a poco hasta solo dejar el fantasma de una mueca
divertida, baja la mirada y después se vuelve a mí.

—Te soltaste un poco— digo admirándole.

—Sí, eso creo— se encoge de hombros y pareciera que aquella sonrisa que mantenía, vuelve a él en instantes—
. Sigue sin dárseme bien hablar de él. Si las cosas hubieran sido diferentes, tal vez le habrías agradado.

—¿Lo dices en serio? —no puedo evitar sentirme sorprendido e incrédulo ante sus palabras.

—Tal vez un… uno por ciento— se ríe también y su mano va a la mía—. Sinceramente, ni te miraría. Bueno, eso
no importa ahora, aún puedes agradarle a Cimone.

—¿Eso crees?

—Sí, bueno, te dije lo que ella mencionó antes de que fuera a Londres contigo. ¿Ya no te acuerdas?

—Sí— le dedico un asentimiento y Tom me da un apretón—, que no volvieras si no era conmigo. Claro que yo
no te dejaré volver.

—Ya lo veremos...— dice en un tono casi desafiante.

Tom me atrae hacia sí, pero entre jugueteo, me recorro en mi lugar y vuelve a extender los brazos, tomándome
por los lados para hacerme subir sobre sus piernas.

—¿Qué?

—Aun creo que no estás muy convencido de estar aquí.

—No me has dicho por qué vinimos— intento incorporarme, pero no me deja.

—Sólo quiero darte algo para recordar.

Vaya que me ha dado bastante y esto tal vez sea un plus. O no, según él, aún había algo que quería darme.

—Dime… ¿tenías una doble intención al traerme? —medio arqueo una ceja.

Es eso, Tom planeaba algo más. Intento hacerme una idea de qué quería realmente.

—Hay algo que también te quiero decir— dice en un tono sugerente. Tom quiere seducirme y sé que va a poder
conmigo—. Pero también te lo diré después, y no seas insistente, por favor.

—¿Que harás entonces?

Como hubiera querido quedarme callado. Me muerdo el interior de las mejillas sólo para no morderme la lengua
y no decir nada más. Mis palabras logran encender algo en él, lo noto, además, me dirige una sonrisa medio
maliciosa. No estaba dándole realmente esas señales, pero ya lo he hecho y sé que, si intenta algo, no podré
resistirme. Me puede.

—¿Quisieras ir a otro lugar?

—Bueno, no conozco ninguno en especial, ¿cuál propones tú?

Lo he hecho, pero está vez, más conscientemente.


Veo como su mirada se enciende, parece realmente tentado al escucharme que hasta humedece los labios, me
escanea con la mirada y de repente se encuentra mirando alrededor.

—Tal vez un lugar más discreto— murmura antes de que me levante de encima suyo—. Ven…

Me muevo por el lugar, vacilando al mirarle y veo que se pone de pie, cuando le doy la espalda, logro avanzar un
par de pasos hasta que me hace volver a él.

—Te va más el ser un poco descarado.

—Sí, a veces.

—Sabes que me gusta.

Acorta la distancia, pero no me besa, sus manos se aferran a mis costados, luego va a mi espalda, desciende me
toma por las nalgas, cerrando los puños. Nos mantenemos cerca, tentándonos, compartiendo miradas y leves
suspiros, queriendo matar la poca distancia que aún hay entre nosotros. Tom hace que me friccione contra él.
Dejo escapar un jadeo cerca de sus labios, se acerca, siento la tibiez de su boca y empiezo a cerrar los ojos. Sigue
sin besarme y ya me estoy muriendo. Retrocede, a tientas reconoce el descanso y toma asiento, subiéndome de
nuevo sobre él, ahora con las piernas a cada lado de sus costados. Mi corazón pega un salto cuando él se aferra
a mí para hacer que me friccione contra él. Vuelvo a dejar escapar un jadeo cerca de sus labios y él apenas logra
a darme un beso diminuto, lo esquivo un par de veces y pongo distancia. Se inclina un poco para hacerse espacio
y besarme el cuello, bajándome el cierre de la chaqueta, me encojo al sentir un pequeño mordisco y Tom
responde a mi respingo estrujando mi piel debajo de la camiseta, se dirige a mi espalda, me estremezco cuando
acaricia especialmente esa parte, la chaqueta cae por mis hombros y él introduce una de sus manos en mis
pantalones, tocando mi nalga. Le hago apartarse, insiste y vuelvo a alejar sus manos de mí.

—¿Quieres… ir a…?

Pregunta antes de besarme, me muerde el labio y lo libera hasta que sale de entre sus dientes, pellizcándome al
final.

—Ahora no— respondo casi en un ronroneo y vuelvo a besarle. Me ha plantado las ganas de seguir, pero
debemos parar antes de que me baje los pantalones aquí mismo—. ¿Seguro que sólo quieres almorzar aquí? —
le digo ahora que sé para qué otra cosa quería traerme—. Bueno, es lo que dijiste antes de subir y mira donde
nos encontramos ahora— señalo lo lejos que estamos de la ciudad flotante—. Y ya ha amanecido, pero tú quieres
follarme. Es muy temprano…

Tom me mira detenidamente, los rayos de sol acarician su rostro y vuelven su mirada aún más clara y brillante,
por supuesto que aún existen esas intenciones perversas en él y me agrada que sea así.

—Quiero saber algo...— digo entonces para jugar con él solo un poco.

—¿Cómo qué? —su gesto cambia y llevo mi mano a su mejilla, mi pulgar acaricia sus labios y me dedica una
sonrisa.

Antes de que pueda decirle nada, escucho la voz de un hombre.

—¿Señor Kaulitz? —alguien le llama y se vuelve hacia el origen de la voz, luego me mira y me levanto de encima
de él, dándole la espalda al recién llegado—. Eh… El… El desayuno está listo. ¿Dónde le apetece tomarlo?

—Súbalo— dice Tom con un tono que no oculta su molestia. Me doy la vuelta y aún veo ahí al sujeto.

—Enseguida, señor— el hombre hace una leve inclinación y se marcha.


Tom me pide disculpas mediante una mirada, pero realmente no tenía por qué hacerlo.

Me muevo por la cubierta, nuevamente alejándome de él.

—Señor…— me burlo y él mira mis movimientos —. ¿Te gusta que te lo digan cuando realmente no lo eres? Eh,
señor...

—No, no me gusta. Nunca me ha gustado, pero si me lo dices tú, las cosas cambian…

El corazón me da un vuelco.

Estoy fantaseando tan rápido con volver a llamarle así mientras me toma. No sé qué pase por su mente, pero a
juzgar por la manera lasciva en que me mira, trama algo, seguramente sólo para tentarme y tenerme en su mano.

Trago saliva con pesadez y toma el tulipán que había dejado junto a mí hace un rato.

—¿Por qué siento que me dirás algo respecto al sado? —menciona al ponerse de pie y andar tras mis pasos.

—Yo no…, no iba a decir nada.

Se me encoge el interior. ¡Joder! Que no puedo con lo que ha dicho.

—Juraría lo contrario.

Sé que sólo me está orillando a donde quiere y no sé si… ¡Bien! Le atraparé en su juego.

—¿Cuándo volveremos al sado?

—¡Vaya! Esperaba algo como «¿Qué harás de mí cuando llegue a llamarte así otra vez?» menos lo que me has
preguntado.

Parece que no sabe qué decir, tampoco da señales de querer responder mi pregunta. Creo que lo he atrapado
en serio.

Tom me hace seguirle a la otra parte de la cubierta donde ya hay dos personas montando la mesa, colocando
platillos deliciosos, humeantes tazas de café, panecillos y mieles.

Vaya que ahora sí tengo apetito y no son más de las ocho.

Tom se sienta en la silla principal y yo junto a él, quitándome su chaqueta y dejándola en la silla.

—Provecho—dicen ambos empleados al unísono y se van por la escalera de caracol.

—¿Abajo está la cocina?

—Sí, también está el living y una sala de entretenimiento. Los camarotes están más abajo.

—¿Me estás diciendo que esto tiene habitaciones? —digo con sorpresa. No esperaba que fuese tan grande.

—¿Quieres ir después de comer?

—¡Claro! Quiero verlo todo antes de que nos bajemos de esto— emocionado, le miro durante unos segundos,
bajo la vista al plato y tomo el tenedor cuando él me sonríe. Ahora entiendo que he aceptado su invitación a la
cama.

—No nos iremos tan pronto ya que este es mi obsequio para ti.
—¡¿Estás de broma?! ¡¿Vas a regalarme este barco?! —suelto el tenedor antes de siquiera picar un bocado. Tom
solamente se ríe—. ¡Mira que darme esto…! A veces me olvido de lo exagerado que tiendes a ser con los
obsequios y…

—Yate, esto es un yate— insiste con el verdadero nombre—. Éste será nuestro hasta la tarde, así que no es tuyo
en sí. Perdón— calma las risas ante el gesto que le dirijo. Que ha sido feo el sólo emocionarme, me hace sentir
como un tonto—. Y no soy exagerado en cuanto a los obsequios, sólo creo que los mereces y te los doy. Mereces
todo, a decir verdad, pero unos son más especiales que otros— repone al final.

—Creo que ahora hablamos de mi estrella, más bien, nuestra estrella— digo para no hacer notar mi ligera
decepción. Pico la comida y me llevo un bocado.

—Tu estrella, Bill.

—Es nuestra— insisto—, que no se te olvide que te quiero hasta ella y de regreso.

Casi siento que no debí decir eso, mucho menos a medio bocado. Ya siento las mejillas arderme de la vergüenza
que me da.

—No se me olvida— toma mi mano y la acerca a sus labios, dándole un beso a la cara interna de mi muñeca.

El rubor se intensifica, lo siento. Bajo la mirada, sonriendo como tonto y alcanzo un vaso de agua para darle un
sorbo.

—Dime entonces, ¿de qué va esto? ¿Por qué venir aquí?

Le escucho lanzar un suspiro y dice:

—Pensé que sería algo increíble antes de partir, eso y otra cosa que quiero decirte, pero será después. Ahora
come, tienes cara de que no puedes resistirte a los panecillos— termina diciendo medio en serio, medio en
broma.

Mientras comemos, conversamos de tantas cosas, unas incluso que creyó que ya me las había mencionado, pero
en realidad había sido la primera vez. Nos reímos, hizo bromas conmigo hasta llevar la conversación por otro
rumbo, preguntándome qué cosas disfruté en Milán. Tal vez quería tantear el terreno para empezar a hablar del
sado. Estuve a punto de decirle todas y cada una de las cosas que me fascinaron en nuestra estadía allá, pero no
lo hice y su gesto ante la manera en la que pasé del tema, me hizo ver qué tanto le había molestado. Me habló
sobre algunas fantasías fugaces para retomar las intenciones de la charla, pero también pasé del tema.

Quiero hacerle perder la paciencia todavía más, siempre me causa algo especial en el interior, además, pienso
que, si ha tocado el tema de lo ocurrido en Milán y algo del sado, esto que estoy haciendo va por buen rumbo.
Ya me estaba llenando de ideas hasta que me obligué a parar. Tom me miraba como si quisiera descifrar mis
intenciones, o más bien, parece que ya las ha adivinado. Debo hacer algo para no verme tan obvio.

Cuando terminamos de almorzar, me lleva abajo. Tomamos las escaleras por las que subimos, pero nos
detenemos en un mediano pasillo antes de seguir bajando. Él abre la puerta corrediza y me permite el paso
primero. Me adentro al salón y vaya que es amplio. Si viera el yate desde afuera, definitivamente no pensaría
que fuese tan espacioso. Hay un gran televisor con una sala en frente en forma de «L», un sistema de sonido
junto al muro de la izquierda, un mini bar del lado derecho del salón, un tablero con dardos cerca en el muro y
justo en medio de todo, se encuentra una mesa de billar. Tom, para romper el hielo, dice que cuando salió de la
habitación hace unas noches y vio el lugar —de modo que me dejó una noche solo—, pensó que este sitio me
gustaría mucho.
Me muevo por el salón, mirándolo todo mientras él me pregunta si me apetece un juego. Pero al ver la mesa de
billar, lo que me apetece no es precisamente jugar una partida. Mis intenciones sobre tentarle, pasan por mi
mente de manera fugaz. Considero que es un buen momento para poder hacer lo que me plazca.

Estoy plantado frente a la mesa, con las manos en el filo y mirando distraídamente las bolas sobre la superficie,
esperando a que Tom se acerque. Miro mis manos en el filo de la mesa y entonces siento a Tom pegar el pecho
a mi espalda y colocando las manos junto a las mías.

—¿Por qué me das la espalda? —pregunta cerca de mí oído.

—Perdón, ¿lo hice? —digo provocándole.

—Y lo sigues haciendo— hace que me vuelva a verle, acorralándome ahora contra la mesa—. Mucho mejor…

He conseguido ver sus intenciones en esto; junta su cuerpo al mío, haciendo un poco de presión y me inclino
hacia atrás a causa de eso.

—No te alejes.

—¿Por? ¿Estar así de cerca tiene una doble intención?

Durante un par de segundos, Tom arquea una ceja de manera sugerente y después, las comisuras de sus labios
se levantan en una sonrisa maliciosa.

—Las dobles intenciones son mis favoritas— confiesa—. Más bien, tus intenciones son siempre mis favoritas.

Se me detiene el corazón y algo arde en mi pecho. Una sensación caliente recorre mi piel, humedezco mis labios,
pero él me toma por la barbilla, alzando mi rostro y llevando el pulgar a mis labios entreabiertos.

—¿Me estás tentando? —pregunta medio frunciendo el entrecejo.

—¿Me llevarás al camarote?

Mi garganta queda seca después de cuestionar aquello, no pude evitar sacar esa parte de mí tan a la ligera. Verle
así, escucharle y sentir su tacto, me pone de esta manera. Tal vez empiece a carbonizarme. Veo que su mirada
se enciende.

—Ya quieres que te folle, ¿cierto, Precioso? —dice en un murmullo cerca de mis labios. Su mano va a mi nuca y
me acerca a él—. ¿Y quieres que te folle sin besarte antes?

—No, per…

No soy capaz de terminar la oración, Tom asalta mi boca, arrebatándome un suspiro, dejándome casi sin
respiración al poco rato en que empieza un beso prolongado. Mis manos se vuelven torpes, no sé de dónde
sujetarle, siento que el beso me ahoga, pero enciende mi deseo por él. Sujeto el filo de la mesa, intentando
echarme para atrás y romper el beso, necesito aire. Tom no me deja, su mano va nuevamente a mi nuca y no la
aparta, su otra mano va al filo de la mesa, apretando con fuerza, haciendo crujir la madera junto a mí mano
derecha. Junta su cuerpo al mío y la fricción me ha fascinado, deseo que lo haga de nuevo, pero estar así de cerca
oprime mi abdomen al poco tiempo.

—Mhum…

Me muerde los labios, lame la parte superior para atraerme, su lengua se encuentra con la mía y deja de hacer
presión hasta que me libera. Tomo aire a bocanadas aún con los ojos cerrados y llevo las manos a sus hombros
para darme más espacio, pero no lo hago, en su lugar, las mantengo inertes ahí.
—Quiero enseñarte algo— dice después de unos instantes un tanto sofocado—, no puedo hacerte esperar más.

—Creo que yo tampoco.

Tom pone distancia, toma mi rostro para hacerme verle, lo hago, pero primero veo sus labios entreabiertos; algo
rojizos y curveados en una sonrisa sugerente. Le miro a los ojos, éstos tienen ese destello tan característico como
cuando está muerto de deseo.

Toma de mi mano cuando mi respiración casi es estable igual que la suya y me hace atravesar el salón e ir a la
estancia que sigue. No puedo ver a detalle cómo es, él me dirige casi al final, saliendo al exterior por una puerta
corrediza, hay un pequeño balcón y a la derecha se encuentran unas escalerillas, éstas bajan en una especie de
tubo transparente e iluminado con lucecitas azules. Abajo todo cambia, parece un pasillo poco iluminado, sólo
puedo ser capaz de ver el piso de madera, noto un par de puertas con luz sobre el umbral y antes de que pueda
decir algo, doblamos a la derecha, bajamos dos escalones a una pequeña estancia más privada y nos detenemos
frente a una puerta de madera brillante color marrón. Tom suelta mi mano, abre la puerta y me permite el paso.

—Por favor…

Le miro antes de entrar. Me sitúo a unos pasos de la puerta y él la cierra detrás de sí. Enciende las luces y una
cama increíblemente espaciosa, de cubrecama color negro y cojines de satén plateado, aparece frente a
nosotros. En la otomana hay una caja de color negro con unas letras plateadas y hay otro tulipán.

—Todo tuyo— me dice, alentándome a acercarme.

Se me encoge el interior.

Acorto la distancia, tomo la caja entre mis manos y la abro, quitando lo que cubre el obsequio y... Se me va la
respiración. Son las orejitas y el rabito blancos que tanto le gusta verme usar, también hay un antifaz y percibo
un aroma sutil, imagino que viene de la pequeña botella que veo ahí.

Algo se enciende en mi interior y me veo a mí mismo esperándole en la cama, vistiendo eso para él, y dispuesto
a probar para lo que sea que sirva esa botellita.

Ni este yate, ni sus interiores o la cubierta, y mucho menos las flores pudieron sorprenderme tanto como lo que
hay en la caja.

—¿Cómo lo has obtenido? —me esfuerzo para que mi voz no se escuche débil.

—No puedo decirte— se acerca y me toma por detrás—. De lo que sí te puedo hablar, es de cuán impaciente
estoy por volver al sado contigo.

—¿Lo estás? —tapo la caja y hago ademán de volverme, pero Tom no me deja.

—Mucho— dice detrás de mí, hace un camino de besos desde mi nuca, abriendo el cuello de mi camiseta para
llegar a mi hombro y darme un mordisquito al final—. Quiero hacerlo.

El corazón me da un vuelco y me siento excitado de sólo escuchar que habla de volver al sado e imagino cómo
podría él jugar conmigo. Las reglas vienen a mi mente, escucho su voz diciéndomelas, repitiéndose una y otra
vez, y recuerdo el cómo me mostró los límites. Me creo capaz de soportar todo lo que venga ahora. Me enciende.
Se me eriza la piel y siento en el interior una oleada de múltiples sensaciones que me hacen querer derretirme
en él y dejarme hacer.

—Por favor, Conejito… Compláceme— dice, nuevamente cerca de mí oído.

—Siempre— respondo en un susurro.


—Perdón, ¿qué dijiste? No pude escucharte— su mano desciende por mi pecho hasta mi entrepierna, de modo
que quiere hacerme hablar mientras me toca.

—Que siempre te complaceré— ahogo un jadeo, mordiéndome los labios.

—Eso… muy bien— me premia dándome un beso en el cuello.

Me tiene por completo. Mis intenciones por jugar con él y con la situación se van a la mierda en este momento.
He caído.

—¿Te apetece jugar? Vamos, no te quedes mudo. No es momento para eso— dice cuando no le doy respuesta,
me ha desabrochado los pantalones y en cualquier momento introducirá su mano, lo sé—. Quiero que uses
palabras…

—¿Qué harías conmigo? —le corto de inmediato, desvaneciendo el gemido que he dejado escapar.

Mis palabras han hecho efecto en él. Hace que me vuelva a verle y su mirada intensa hace que nazca un calor
que arde en mi pecho.

—Todo...

—¿Me harías todo en este preciso momento? ¿Todo? —la garganta se me seca y hablo entre cortado.

—Sí, Precioso. Todo...

Le dirijo una mirada casi lasciva y él lleva una mano a mi mejilla, haciéndome sentir el calor que emana mi piel
ante su tacto, después de una suave caricia, me toma con poca fuerza por la quijada y dirige una mirada fugaz a
la caja.

—Esta noche lo usarás para mí y voy a jugar contigo. Te haré disfrutar mucho, ya verás— me suelta, toma la caja
de mis manos y va a la mesita de noche para dejarla encima—. Tengo en mente un par de cosas, pero dado a
que en el sado no hay penetración y ahora estás aquí, luciendo tan deseoso porque te haga mío, no dejaré pasar
la oportunidad— menciona al volverse a verme.

En su mirada hay una chispa que enciende todo lo que siente por mí y lo que yo siento por él. Le deseo tanto en
este momento. Quiero que me toque, que use su fuerza, que se introduzca en mí y me haga estremecer del puro
placer.

—¿Harías algo por mí? —inquiere sin moverse de su lugar.

No sé qué le apetece en este momento. Muchas ideas pasan por mi mente y no sé a cuál de todas se referirá.
¿Repasará las reglas conmigo? No, tal vez quiera que me acerque y me incline delante de él, o que le haga una
felación, igual y quiere que me mantenga quieto mientras me toca. No sé.

No puedo resistir su mirada, hace que me derrita por dentro y el calor aumente. El corazón se me acelera y mi
respiración se vuelve irregular. Sé que ha de estar desnudándome con la mirada, la pregunta sería si quiere que
empiece a hacerlo o quiere encargarse él mismo.

Trago con pesadez y le dedico un asentimiento, él se acerca, diciéndome que no le ha hecho gracia el cómo le he
respondido. Me toma por los hombros para llevarme a la cama y hacer que me siente frente a él. Le miro desde
abajo, apretando la orilla del colchón, arrugando el cubrecama. Tom saca algo del bolsillo de su pantalón y me
lo enseña, es una cadenilla con algo en los extremos. Vuelvo a mirarle y me quedo quieto, siendo consumido por
lo que se origina en mi interior.

—Dime dónde van éstos.


—Son pinzas… para los pezones— me siento acalorado. A qué quiere que me los ponga.

De repente me veo siendo aplastado por su peso. Sube sobre mí, lleva mis manos arriba de mi cabeza y con la
otra me enseña más de cerca aquella cosa. Pasea las puntas de las pinzas por mis labios y me hace abrirlos para
darles un lametón, luego deja que las sostenga con los labios. Su mano deja mis muñecas, se incorpora levemente
y lleva la misma mano a la cinturilla de mi camiseta para levantarla un poco, tocando mi estrella, dándome un
pellizco, mirándola y lamiéndose los labios. Desea besarla o morder mi piel, su mirada me lo dice.

—Tienes dos opciones: usarlas ahora y experimentar algo realmente intenso, o esperar a esta noche y conocer
lo hábil que soy con éstas, porque no solo sirven para lo que piensas.

Los labios me tiemblan y Tom quita las pinzas de mi boca, alejando la cadenilla con lentitud, deslizándola por mi
pecho que sube y baja aceleradamente.

—Esperaré a esta noche— respondo sin pensarlo dos veces, mirándole a los ojos.

—Buena elección— se mueve y las deja en la mesita de noche—. Ahora, como no hay más que decir, quiero ser
brusco contigo. Me has tentado ya dos veces, sin mencionar que me dejaste esperando respuestas en medio de
una picante conversación en el desayuno— chasquea la lengua y se acerca para descalzarme—. Muy bien y mal,
Precioso. No te imaginas las ganas que tengo por reprenderte.

Sus manos suben a mis piernas, cierra los puños en mis pantalones y me los quita en dos tirones. Sube
nuevamente a mí, quitándome la camiseta y moviéndose tan rápido para tomarme por los tobillos y hacerme
girar para darle la espalda. Tom hace que me posicione justo en medio, alzando el culo y con los brazos
extendidos, tocando la cama, estrujando la orilla.

—Que bien te ves así.

—Sólo tómame— le pido al medio volver el rostro hacia él y responde dándome un guantazo.

—Vamos, quiero ser brusco, no ir rápido...

—Que sea rápido, Tom. Que sea fuerte— me apresuro a decir y él guarda silencio—. Quiero ambos.

Le siento subir en la cama, sus labios empiezan un camino de besos desde el final de mi espalda, dándome
también unos cuantos mordiscos hasta llegar a mi cuello.

—Estás muy ansioso y yo desesperado. ¿Quién de los dos gana en esto?

—Tú, claro— digo para su deleite. No quiero que se demore más tiempo.

—Eso, Precioso— satisfecho por haberme escuchado, me da un beso en el hombro—. Ahora estate listo, vas a
repetir mi nombre entre gemidos.
Capítulo 28

Tuve unas ganas realmente intensas por adelantar nuestro encuentro después de haber follado. Tom estaba
provocándome con el simple hecho de permanecer tendido en la cama, mirándome, mientras yo aun me
estremecía por espasmos de placer, él estaba ahí descansando, o más bien, esperando alguna señal mía que
dijera que volviera a tomarme, pero no fui capaz de siquiera insinuar nada. De haber dicho algo, tal vez él habría
jugado conmigo como lo hizo la primera vez en el sado.

Sus provocaciones no se detuvieron, continuaron con ese cinismo tan único de él durante el tiempo en que
seguíamos navegando.

—Dime…— exige dando un paso, obligándome a retroceder.

Casi chocamos de narices cuando busca provocarme y me hace retroceder un poco más, luego me acorrala contra
el muro cuando llegamos a éste.

—Estamos así de cerca, pero no me besas— excitado, dejo escapar un suave jadeo cuando oprime su cuerpo con
el mío—. Solo me miras, es como si… me asecharas y me… pides… me pides que me desnude— busco sus labios
para unirlos con los míos, pero esquiva y lleva sus manos a mi camiseta, subiéndola un poco—. Haces que me dé
la vuelta y me pides inclinarme.

—¿Ah, sí? ¿Qué tanto?

—Podría enseñarte, si quieres— respondo en un suave ronroneo.

—No, si lo haces, eso significaría que dejarás de contarme tu fantasía y realmente no te lo voy a permitir. Termina
de hablar, Precioso— me da un único beso en el cuello y me encojo por lo delicioso que me ha parecido, dejando
escapar un suave jadeo.

—Me haces inclinarme… y me tomas por los lados mientras lo hago lentamente para ti. Das un beso al final de
mi espalda, palmeas y estrujas mis nalgas antes de jugar con el rabito en mi entrada…— muerdo mis labios
consiente de que me mira. Quiero tentarlo—. Te gusta mucho verme así y me haces inclinarme otro poquito más…
te gusta verme expuesto... sólo para ti.

Una sonrisa coqueta se dibuja en mis labios intencionalmente, sé lo mucho que le puede.

—¿Y luego…? No te detengas, anda.

—Tan sólo querías ver a tu Conejito excitado y listo para recibir su castigo.

—La verdad, yo tenía más ganas de que te resistieras— menciona con lentitud, poniendo distancia para mirarme.
Una de sus manos va a mi espalda y se introduce por la cinturilla de mis pantalones—. Lo imagino y te ves
jodidamente delicioso.

—¿Resistirme? —logro preguntar, omitiendo un jadeo cuando siento su mano estrujar mi nalga.

—Así es, Precioso. Me hubiera gustado tomarte y que pareciera que te estaba haciendo daño— sus dedos se
acercan a mi hendidura y me encojo ante ello—. Mucho daño, ¿entiendes?

—Explícame…
—Bueno, si aceptaras resistirte, fingirías desagrado hacia lo que sea que hiciera contigo, me apartarías de ti y
hasta me pedirías que me detuviera. ¿Puedes imaginarlo?

—¿Me atarías de manos?

—Incluso usaría una mordaza— responde de inmediato. Su mano se detiene y poco a poco me deja
desatendido*—. Esa fue la fantasía que tuve desde el inicio, pero tú buscas un castigo— deja de presionar su
cuerpo con el mío y toma de mi barbilla para hacer que levante más el rostro.

—Lo quiero— pido en un susurro, haciendole volver a tocarme.

—Entonces, estoy a tu servicio, Precioso.

Prácticamente me tenía en su mano, siguiendo ciegamente el rumbo de sus conversaciones morbosas,


llevándome a los pocos escondrijos que hayamos y dejándome totalmente alborotado antes de avanzar un poco
más hacia algo que ambos queríamos. En algún otro momento, este tipo de juegos por su parte me hubiesen
desesperado, pero ahora no era el caso. No podía evitar recordar las ocasiones en las que se ha portado de esta
manera conmigo y cómo yo también había hecho hasta lo imposible por tentarle en ocasiones pasadas, cayendo
en el juego porque, evidentemente, Tom va uno o dos pasos delante. Pero me encanta. Puede conmigo y me
prende el que detenga las cosas tan de repente, dejándome cada vez más deseoso que antes. Decía que el dejar
a medias nuestro rollo de cinco minutos era mi castigo por pretender hacerle llegar al sado antes de tiempo. No
sé qué tan en serio haya dicho aquello, pero debo confesar que, si en realidad era un castigo —uno pequeño—,
no podía evitar sentir fascinación. Siento que no puedo esperar para demostrarle mi sumisión ahora que estamos
cerca de volver a Venecia y he notado que él se ha visto ansioso por llevarlo acabo. Probablemente sea yo quien
le haga comenzar con nuestro encuentro.

De regreso, Tom dice algo que me hace pensar inmediatamente en si él ya contaba con una propuesta porque
yo tengo algo en mente y quisiera compartirlo con él y, de ser posible, que diga que podremos hacerlo. Pero tal
vez se lo diga estando en el hotel, teniendo por seguro que en cuanto lo mencione, quiera que le haga alguna
demostración. Ahora me dejo tomar por él, sus brazos me rodean y empuja mi cuerpo para que quede
totalmente contra el antepecho de la cubierta superior, siento sus labios posarse sobre mi nuca y sigue en un
camino de besos cortos hasta mi oído, sus labios se estiran en una sonrisa e imagino cuán maliciosa es.

—Y entonces…

—¿Qué cosa?

—Ya no me dijiste eso que tratabas de explicar.

Pienso un momento en sus palabras y hago memoria. Antes de que me quedara mirando lo lejos que estábamos
de Venecia, había tratado de decirle lo increíble que fue estar aquí.

—¡Ah! Sí, eso…— medio me vuelvo a verle, él pone un poco de distancia y me sorprende ver que sostiene un
tulipán. Me vuelvo por completo, apoyando la espalda en el antepecho y le dedico una sonrisa inocentona que
oculta la picardía que se acentuaba en mis labios—. ¿Para mí?

—Sólo si respondes— condiciona. Que lo haga me hace reír.

—Nada más quería hayar la mejor manera para darte las gracias. Hiciste todo esto para sorprenderme…

—Qué puedo decir— me interrumpe—, no haría esto para nadie más.


Tom se queda en silencio, esperando una respuesta por mi parte, pero no sé qué debería hacer ¿Echarle los
brazos al cuello? O de plano balbucear un: «Gracias, Tom».

—De nada— dice de repente. Ahora dudo sobre si le he agradecido en realidad o sólo lo pensé. Me lanza un
guiño y entonces dice:— Toda tuya…— se refiere a la flor que sostiene.

—Gracias— respondo débilmente, pero no tomo el tulipán.

Me gusta que me tenga acorralado. No puedo resistirme a él, a su mirada, a sus labios… la cercanía me tiene
alucinado. Acerca la flor a mi nariz, luego las puntas de los pétalos acarician mis labios, desciende por mi barbilla
y mi cuello.

—Tantas perversiones que se me ocurren hacer con esta flor...— dice mirándome a los ojos y siento como algo
se enciende en mi pecho cuando dibuja algo sobre mi corazón—. Si te sigo mirando así, tal vez me pierda en los
pensamientos que me provocas.

—No sería la primera vez.

Me dedica una sonrisa sugerente y deja caer la flor, llevando ahora ambas manos al antepecho, negándome la
salida, claro que no pretendía moverme de aquí.

—¿Me puedo llevar los tulipanes? —digo de repente, rompiendo lo que pudo ser otro rollo de cinco minutos.
Tom medio frunce el entrecejo, como si no entendiera lo que dije.

—¿Para qué los quieres en el hotel? Son demasiados…

—No me los llevaría todos, tal vez unas…. tres decenas, ¿sí?

—No, son muchas— dice con determinación, pero sé que puedo convencerle.

—Por favor— pido anhelante.

—No, no deberías…

—Vamos… —intento ahora con un tono más soñador.

Me mira en silencio el tiempo suficiente hasta que desvanece su gesto ceñudo y decide hablar nuevamente:

—Que sean dos.

—Tres.

—Dos...— insiste.

—Entonces tres y media— salto de inmediato, interrumpiéndole a media oración.

—Bien, que sean tres, ni una más o…

—¿O qué? —levanto una ceja, no pudiendo* evitar seguirle el juego.

—Te reprenderé.

«¡Joder, sí!»

—Todo por eso me llevaré unos cuantos más— se me sale la risa, pero a él no le va mucho que lo haga—. ¡Ja, Ja,
Ja! Ya, sólo estoy jugando. Pero si me sigues mirando así, tal vez lo haga…

—Seguro…— menciona incrédulo.


—Hoy estoy seguro de todo.

Mis palabras le sacan una fuerte risa momentánea, pero no me afecta.

—Estás algo ansioso— se burla al distanciarse de mí.

—Honestamente, sí— parece que mi determinación es la que le hace detener las carcajadas—. Estoy muy ansioso
por ver y sentir lo que tienes para mí.

Su risa se queda en el aire. Poco a poco, deshace también su sonrisa de millón y me mira con detenimiento. A él
parece encendérsele la mirada, casi podría asegurar que se viene alguna propuesta indecorosa de su parte.

—Siendo así, es justo que sepas que tengo otra cosa para ti. Es… especial, ¿entiendes? Más especial que esto
porque será algo… muy, muy nuestro.

—Estás de broma— ni por un segundo le creo lo que dice. Niego con la cabeza y le miro con escepticismo.

—Es un secreto— asegura y toma de mi rostro para hacerme alzar más la mirada hacia él.

—¡No digas que es secreto! Tom, por favor… quiero saber.

Pasea los ojos por la cubierta, haciendo como que considera lo que le he pedido. Llamo su atención para que se
centre en mí y entonces me sujeta por la cintura, atrayéndome a él.

—Confórmate con saber que tocarás el cielo— menciona lentamente y en un murmullo antes de plantarme un
beso.

Se detiene todo al escucharle decir eso, ahora será muy difícil apartar de mi mente esas palabras.

—Siempre me haces tocarlo— le digo al poner distancia.

No estamos para otros cinco minutos, ni diez o más. Necesito de él plenamente y cuanto antes.

—¿Sabes qué? He cambiado de opinión— menciona de repente.

—No te entiendo.

—Quiero hacer algo diferente en el sado, algo que, estoy seguro, siempre has querido cambiar.

«Oh…»

No tengo queja alguna contra su repentina decisión. Aquello de lo que habla es llegar a la penetración en un
encuentro en el sado.

—¿Hablas en serio?

—Muy en serio, Precioso.

•••

Al llegar al hotel, entro con los tulipanes en una mano y sujetando la caja de «Ciliegia» como si fueran chocolates,
presumiendo a todo el mundo que he estado en una cita. Tom se detiene un momento en la recepción,
recordándole no sé qué al empleado, veo que éste le dedica un asentimiento justo cuando me acerco a Tom y
desvía la mirada escasos segundos hacia mí, pero yo, totalmente impaciente, sujeto la mano de Tom y doy un
par de tirones para hacerle seguirme.

—En cuestión de nada se lo llevarán a la suite, señor Kaulitz— le dice el empleado.


No le doy oportunidad de decirle algo, le aparto de la recepción y nos encaminamos por el lobby. Voy un paso
delante de él, siendo el principal objetivo de las miradas indiscretas de las personas con las que nos encontramos
antes de subir al piso de la suite.

—La gente me mira— digo risueño, volviéndome a él mientras vamos en el pasillo.

Tom no me responde, sólo se ríe y camina a la par. Me siento acalorado gracias a las miradas de hace unos
instantes y lo aprisa que le he hecho ir detrás de mí. Se ve como que quiere decirme algo, quizás quiera hacerlo
al llegar a la suite*.

Después de unos momentos Tom se detiene frente a nuestra puerta, introduce la llave y al abrir, me hace pasar
primero. Suelto la respiración al dar los pocos pasos adentro y aprieto contra mi pecho la caja que me ha dado,
al hacerlo, la idea de ponerme aquello que contiene asalta mi mente de manera fugaz y el corazón me da un
salto.

Permanezco en el living por unos minutos, con algunas ideas alborotándome cada vez más. Dejo los tulipanes y
la caja en la mesita de centro y me quito su chaqueta, echándola en el reposabrazos del sillón antes de dejarme
caer sobre éste. Tom se ha esfumado, le escucho en el dormitorio, pero no vuelvo el rostro para averiguar qué
hace. Miro las flores sobre la mesita y me viene de inmediato aquellas perversiones las cuales dijo que se le
habían ocurrido, no puedo evitar sentir curiosidad o imaginarme qué es lo que quiere realmente, por suerte hay
algo que me aparta de eso. Puedo jurar que han pasado casi cinco minutos desde que llegamos y ya están
llamando a la puerta. Veo a Tom ir a abrir y me lanza un guiño cuando nuestras miradas se unen. Deja pasar a un
empleado quien, después de un corto saludo, le indica que ha traído el champán.

«Más oportuno imposible»

Tom le indica con un ademán el lugar donde quiere que la ponga, éste acomoda la hielera en la mesa con la
botella de champán, deja dos copas en el centro y hace el descorche. Tom le detiene antes de que le pidan la
aprobación de la espumosa bebida y dice al empleado que se retire. Él lo acompaña hasta la puerta y veo que la
asegura con el pasador, cuando se vuelve, me mira detenidamente desde su lugar.

—¿Qué haces ahí? —pregunto, pero no me responde. Se encoge de hombros y vuelve a escanearme con la
mirada—. No lo pasarás de pie en la puerta todo el rato, ¿verdad? Quiero que estés conmigo.

Se ríe quedamente, seguido, hunde ambas manos en los bolsillos y sin dejar de mirarme se acerca a la mesa
vacilando un poco, dirigiéndome una mirada juguetona.

—Entonces... ¿dónde pondrás esas flores? ¿Las llevarás a la habitación y esparcirás por la alfombra? O tal vez…—
se encoge de hombros una vez más—. No lo sé, tal vez quieras que las ponga sobre ti ¿Tú qué sugieres, Precioso?

—Pues yo…

—¿Recuerdas que dije que tenía algo para ti? —me interrumpe a media palabra.

—Dime qué es— reparo mi tono y espero a que diga algo. Me mira y me mira, igual y queriendo ver cómo me
hará actuar la curiosidad.

—Puedo enseñarte, más no decirte*— respone después de unos instantes.

—Muéstrame ahora— hago ademán de levantarme, pero me lo prohíbe con una señal a mano alzada.

—«Violet & Red» —dice con calma. Le veo cerrar el puño dentro de uno de sus bolsillos y sus labios medio se
curvean en una sonrisita morbosa.
—No sé qué es— confieso, sintiéndome algo avergonzado por mi ignorancia, pero por suerte aquello no dura
mucho, verle así provoca un vuelco en mi interior y crecen mis ganas por saber a dónde se dirige esta
conversación.

Tom se mueve de lugar, mirándome ahora ligeramente ceñudo, no creyendo que es real lo que dije y quiero
agregar que no importa lo que sea porque aún así le demostraré mi disposición, pero él habla antes de que yo
pueda separar siquiera los labios:

—¿No te suena familiar? —inquiere y niego con la cabeza, parece más extrañado que sorprendido, pero esa
expresión no dura mucho en su rostro y yo tampoco la reflejo—. Estaba seguro que te dabas la idea.

—No creo que lo haya escuchado antes, pero...

—Shhht…— me calla y le miro atento. No es buena idea seguir, aunque me parece tentador—. Me harás decirte,
¿no es así?

Ahora a quien se le marca una sonrisa es a mí, pero no es morbosa como seguro él esperaba ver, más bien es de
triunfo, dejándome una fuerte sensación de complacencia*. Mi intención no era verle ceñudo y explicándome
qué es lo que quería hacer de mí, pero me gusta que esté así. Si doy en el punto exacto, haré que se enfade, que
pierda poco a poco la cabeza y tome de mí con brusquedad.

La simple idea me tiene absorto y carbonizándome ante ello.

—Ibas a hacerlo de una manera u otra —mis palabras suenan pretenciosas, pero no he dicho más que la verdad.

—¿Eso es lo que crees? Mmm… Precioso, me gusta la seguridad con la que hablas, espero que sea así de ahora
en adelante, pero ay* de ti si llegas a los tartamudeos— su advertencia me provoca un ligero nudo en la garganta,
dejándome sin habla y trago con pesadez para deshacerlo—. «Violet & Red» es algo diferente en el sado, digamos
que va en un segundo nivel, contigo haré un cambio diminuto. Sé que esto te gustará dado que eres ese tipo de
sumiso que encaja a la perfección con esto.

—Y según tú— empiezo a decir, levantándome de mi asiento y dando unos pasos hacia él—, qué tipo de sumiso
soy, ¿eh?

—¿Y esa insolencia a qué se debe? No, no me digas, ya lo entiendo— acorta la distancia que aún hay entre
nosotros y me mira fijamente. Estando así de cerca, sus ojos parecen haberse tornado más intensos que cuando
me veía ante la distancia—. Se trata de tu plan infalible para provocarme, ¿no es así? Por poco me había olvidado
de éste, en algún momento pensé que tu reacción sería diferente, pero ¿sabes una cosa? A esto me refería con
que eres esa clase de sumiso que encaja perfecto en esto, sólo quiero saber qué tan masoquista puedes llegar a
ser.

—Yo no soy masoquista— repongo indignado ante la manera en que lo ha dicho.

Tom pasa de mí, burlándose por ver mi ceño fruncido y me rodea con lentitud. Soy incapaz de quedarme así,
busco su mirada, pero él me esquiva, regocijándose cada vez más.

—No me cabe que no lo hayas notado, Bill— dice entonces—. Es bastante obvio, por eso eres perfecto para esto.

—Yo no…

—Lo eres— me corta de inmediato, deteniéndose frente a mí—. Yo sé muy bien la manera en la que te manejas
y te dejo ser porque verte de tal manera me enciende, pero veamos, Precioso, si no eres masoquista, atrévete a
negar que te fascina llevarme la contraria; ponerme las cosas difíciles, haciendo que la situación vaya a tu favor
sólo para hacerme estallar y que vaya en búsqueda de ti dispuesto a usar la fuerza, que vaya a ti imponiendo un
castigo que asegure el tener las nalgas rojas por los azotitos. Niégamelo, Bill.

El llamarme «masoquista» jamás figuró para mí. Que lo haga él me hace sentir etiquetado y casi vulgar. No me
va que me vea de esa manera, pero me escalda* porque es la verdad y yo siempre voy buscando eso.

¡Me jode!

—Eres de esos que entrega el control absoluto y déjame decirte que me agrada, ¿sabes? Me gusta que te dejes
hacer a mi manera, que te dejes llevar y luego pongas límites. Y eso… eso me pone demasiado, Precioso— dice
al llevar ambas manos a mi rostro para alzarlo ligeramente y pueda acercarse tanto que termina de hablar cerca
de mis labios.

Me llama por mi nombre para algo serio y usa «Precioso» cuando está que se deshace por dentro a llama viva.
Eso me pincha el orgullo, me estalla el interior y sube con fuerza a mi pecho.

No me va.

—Me pone que en ocasiones seas tan egoísta, sólo buscando tu propio placer y dejándome de lado, parece ser
que te olvidas que soy yo quien te provoca tantas cosas juntas, pero cuando reparas en eso, todo se vuelve tan…
excitante.

Estamos tan cerca que es inevitable sentir la necesidad de besarnos, pero ninguno de los dos hace ademán de
acercarse a los labios del otro y mi orgullo herido aún vibra dentro de mí. Es un hecho que el tentarnos y ser
objeto de deseo mutuo me enciende y me hace gozar tanto que necesito de sus perversidades para poder volver
en mí.

«No por mucho, lo sé». Digo para mis adentros.

Vacila un poco al inicio, no me muevo, dejo escapar un suspiro leve y él toma de mis brazos con poca fuerza,
acercándose y alejándose, dejándome con las ganas de un beso. Por fin me trago la indignación* y me atrevo a
tocar sus labios con los míos en un roce ligero y corto, al volver a retomar el beso, esquiva mis labios y me besa
en las comisuras.

—Iré a la habitación a alistar unas cosas— vuelve a esquivarme cuando me acerco—, y cuando te llame ya
deberás estar listo, ¿entiendes?

Mordiendo el interior de las mejillas, le dedico un asentimiento y él se separa de mí, llevándose la hielera y las
copas y vuelve a por la caja y unos tulipanes, cuando regresa a la habitación asomo la cabeza por encima de su
hombro, pero no logro ver mucho, deja la puerta cerrada tras de sí y yo vuelvo al sofá. Sea lo que sea «Violet &
Red» en el sado, éste vendrá más pronto de lo que creía. Tom había dicho firmemente que nuestro encuentro
vendría por la noche, pero después de tantos momentos fugaces en el yate, las conversaciones e intenciones
cargadas de perversión, Tom ha decidido adelantar aquello y quiere que sea algo más fuerte que la primera vez.
Sólo si podría definirlo: «fuerte». Él ni siquiera dijo mucho al respecto, solo que era algo como un segundo nivel
en el sado y no habría mencionado aquello del masoquismo en mí si no tuviese nada que ver. Apuesto que los
azotes vendrán con más fuerza y ya no a mano alzada, sino con algún objeto, quizás el cinturón. Tal vez ahora
sea más violento en vez de brusco*.

Dijo que soy esa clase de sumiso que encaja a la perfección con esto, y aunque las ideas alborotan mi mente y
me acaloran, no sé si hay algo más en mí que le haga pensar en eso. Es cierto que me dejo hacer por él; que le
dejo tomar el control de mí, que soy yo quien busca un castigo, pero no me creo egoísta al solo buscar mi placer,
lo que hago para provocarle es a sabiendas que él también lo va a disfrutar porque esto es mutuo. Me gusta
cederle el control; me gusta que me castigue porque el dolor tiene un fin placentero y claro que hay límites en
éstos, pero quisiera olvidarlos porque me gusta ser quien maximiza su excitación, pero sobre todo, me gusta
complacerlo y quiero que me dé órdenes.

En cuestión de nada va a llamarme y yo sigo sin comprender bien a qué se refería con eso de estar listo. ¿Listo
para qué, exactamente? ¿Solo para obedecer al llamado o que permaneciera aquí esperándole?

«¿O es que espera verme desnudo desde ahora?»

Me pongo de pie y miro las puertas cerradas, el corazón me late con fuerza y pequeñas explosiones se originan
en mi interior. Comienzo a sentir calor cuando decido sacar la primera prenda, imaginando que él me mira desde
el otro sillón y me creo ese sentimiento insaciable que Tom tendrá por mí en cuanto me vea, y la idea vaya que
me puede.

Termino por sacarme los pantalones cuando escucho la voz de Tom decir mi nombre, ya no hago ademán de
sacarme los calzoncillos y mejorar mi aspecto porque estoy seguro de que no quiere que le haga esperar. Avanzo
hacia la puerta y giro la manija cuando escucho nuevamente mi nombre, abro y le veo frente a la cama esperando
por mí vistiendo solo la ropa interior, así como yo.

Tom chasquea la lengua y me mira de arriba abajo así como yo hago con él. Se ve muy apetecible. Me deleita ver
cómo se marcan sus músculos al estar cruzado de brazos, en su pecho veo el chupetón que le he dejado está
mañana tras nuestro acostón en el camarote del yate y en su cuello noto el dije que le he dado y llevo la mano
hacia el mío por puro instinto. Ojalá fuera ajeno a mí presencia, me gusta su espalda, y me gusta más cuando
veo los rasguños que le he dejado, y para reparar mi desenfreno al herirle, lleno de besos su espalda hasta llegar
al final —donde comúnmente suele detenerme—*. Pero me gusta y a él también.

Trago con pesadez cuando le veo llevar los brazos a ambos lados, no pude bajar mi mirada hacia esa zona que es
más de mi interés justo ahora.

—Esperaba que no llevaras eso puesto— señala mi prenda y medio tuerce los labios—. Entra y cierra la puerta.

Lo hago, cuando dejo la puerta cerrada detrás de mí, observo cada detalle en la habitación; las espesas cortinas
están cerradas, las luces apagadas y sólo una lámpara de noche está encendida, tiene lo que parece ser un
pañuelo sobre la campana de tela haciendo que las paredes se tiñan de una luz casi rojiza y en la mesita de noche
que tiene la lámpara apagada hay un par de velas sin encender. Avanzo con lentitud hacia Tom y mi vista baja de
inmediato al sentir algo en los pies, uno de los cogines de la cama está en el suelo, miro ésta y noto que solo las
almohadas permanecen en su lugar, ya no hay cubrecama o sábanas y en la esquina de la cama está la caja de
«Ciliegia» y una tira enrollada de color negro. Tom obstaculiza mi visión, me tiende la mano y suelto la respiración
por lo bajo, acepto su mano y él me hace girar como en un paso de baile.

—Reglas...— dice cuando volvemos a estar frente a frente y lleva sus manos a mi espalda para acercarme más a
él—, está prohibido usar ropa.

«Sí, eso es fácil de deducir» digo para mis adentros.

Tom introduce las manos en mi ropa interior, la baja y jalonea hasta darme un ligazo en las nalgas. Se me escapa
el aliento.

—Si no está permitido, tú también deberías quitártela— levanto las cejas fugazmente ante el gesto que me dirige.

—¿Eso crees? A ver… ¿si entiendes cuál es tu rol aquí, Precioso? Porque yo pienso…

—Debiste puntualizar— le interrumpo y la impresión en su rostro se acentúa cada vez más, tal vez no se cree
que haya podido hablarle así.
—Alguien está un poco petulante*— menciona antes de plantarme un beso que ni siquiera me tomo la molestia
de corresponder—. Y un tanto difícil también— su tono oculta no muy bien que mi acción le ha jodido—. Quiero
creer que es sólo por tu rol, así que sigamos con las reglas.

Tom se sienta en la cama para tomar el antifaz de la caja y hago mía la oportunidad que me da; tiene unos
instantes de distracción al emparejar la banda elástica del antifaz*, me inclino para acomodar el cojín frente a él
y me pongo de rodillas sobre éste. Tom repara en cómo permanezco arrodillado frente a él, mantenemos el
contacto visual y veo sus intenciones de inmediato; hay un destello fugaz en sus ojos, casi como una chispa que
él sabe provocar muy bien y me contagia. Le dedico una mirada lasciva y hago ademán de llevar las manos a sus
rodillas, pero me detengo justo a tiempo y le entrego mis manos para que las ate*.

—Que entregado, Precioso— dice al acercar su mano a las mías, me hace bajarlas y entiendo que ahora no le
apetece atarme—. Me gustas mucho así.

Toma el antifaz con ambas manos para colocármelo, lleva la diestra a la caja y saca las orejitas, se vuelve y las
pone en mi cabeza, doblando una ligeramente. Su mano acomoda algunos de mis cabellos llevándolos detrás de
mis orejas y alcanzo a tomarla antes de que se retire, sin dejar de mirarle a los ojos beso el interior de su muñeca
y la palma de su mano.

El interior me da un vuelco ante la manera en la que me mira, le he sorprendido con esto y parece que le está
costando creérselo dado a lo que significa.

Siento una oleada de éxtasis impulsar mi deseo por él a niveles que apenas caben en mi mente. Es como si latiera
debajo de mi piel, haciéndome sentir tanto calor al imaginar que está a punto de tocarme. Me hace sentir tanto
calor saber que está por imponerme un castigo.

«Finalmente hemos llegado al sado»

—Este es un buen momento para decirte que estoy dispuesto a todo lo que quieras hacer de mí.

Tom, sin dejar de mirarme o apartar su mano y menciona con determinación:— Tu disposición está por volverme
loco— se aclara la garganta tras una breve pausa y añade:— Aquí no mencionarás los colores que indican que
estás en tu límite y si algo te gusta o no, en esta práctica se dicen números del uno al diez, pero a ti te lo dejaré
hasta el cinco.

—¿Por qué? —cuestiono de inmediato.

No me va en lo absoluto, ha de creer que soy débil y eso vaya que me ofende cuando ya he dicho que estoy
dispuesto a todo.

—No me interesa lastimarte, Precioso. Entiendo esa tendencia masoquista que te cargas, pero estamos aquí por
placer mutuo, no para que te entregues totalmente a la dominación como si fueses un vulgar objeto. ¿Lo
entiendes? —su tono cambia sutilmente por uno más comprensivo. Cuando esa mirada encendida vuelve a él
tras mirarme de arriba a abajo, repone:— Del uno al cinco está bien para ti, así que «Uno» significa algo suave y
«Cinco» es eso en lo que estás pensando— una sonrisa medio burlona y morbosa se dibuja en sus labios—. Ansío
escuchar muchos «Cinco» en la próxima hora.

—¿Una hora?

—Suficiente para probarte y lograr el clímax.

Humedezco mis labios y bajo la mirada, procesando las nuevas reglas algo viene a mí de manera fugaz. Ya que
estoy en verdadero rol de sumiso, lo más obvio es que… debo preguntárselo.
—Supongo que como todas las reglas cambian, también lo hace la manera en que debo dirigirme a ti, ¿cierto?

Levanto la mirada, viéndole sobre las pestañas y esperando una respuesta, pero no dice nada, se acerca
tomándome de la mejilla.

—Sé que puedes deducirlo por ti mismo.

—Claro que sí, amo…

Tom me sostiene la mirada mientras pone distancia y me mira desde arriba. Quiere ocultar cuán complacido está
por la manera en la que le he llamado, hasta a mí me hizo sentir un fuerte subidón el mencionarlo y me dejó con
la garganta seca.

—Sírveme champán— dice con voz demandante. Me levanto y le doy la espalda, soy capaz de dar dos pasos
cuando ya me ha dado un guantazo y el picor me hace detenerme por unos instantes

Acalorado y con la cara ardiendo, ubico la botella en la hielera y la veo sobre el tocador. Con la nalga picándome
por el guantazo, me dirijo ahí y mi sorpresa es ver el plug de rabito de conejo, la punta se encuentra enterrada
entre los hielos y el pompón de pelito blanco sobresale.

«¡Oh, porfavor…!» trago saliva con pesadez entendiendo de inmediato por qué lo dejó aquí.

—No pierdas tiempo— menciona nuevamente con voz demandante.

Saco la botella cuidando que el plug no se mueva lo más mínimo —seguro que si la saco o se hunde, a él no le
gustará— y acerco la única copa que está al alcance, ésta tiene algo en el borde: son las pinzas para los pezones
haciendo de adorno en la copa y dejando colgar su cadenilla.

—¿Obedecerás a todo? —cuestiona de repente. Levanto la mirada para verle por el espejo, no se ha movido de
su lugar.

—Cada cosa que me pidas— atino a decir antes de bajar la mirada y de servir el champán.

—Y si te pido que guardes silencio, que grites o que te resistas... ¿seguro que podrás hacerlo?

—Haría lo que fuera— en estos momentos sólo hay determinación en mi voz. Dejo la botella en su lugar y vuelvo
sobre mis pasos.

—Bueno, entonces moja una de las puntas y póntelo— señala a las pinzas adornando la copa—. Vamos, no te
demores.

En serio quiere verme hacerlo, pero yo jamás he usado estos, además solo me ha pedido que use uno, lo que me
deja pensando qué hará con el otro.

Intentando desaparecer la ligera duda que debe reflejarse en mi rostro, llevo una mano a su hombro echándole
para atrás y me mira sin entender hasta que subo a sus piernas. Una vez cómodo con la posición, bajo la mirada
desprendo las pinzas y la cadenilla hace tintinear la copa, introduzco las puntas de una en la bebida y las saco
escurriendo. Las manos me tiemblan ligeramente, no veo el como ponérmelas porque necesito ambas manos,
con un ademán le pido que sostenga la copa, pero se niega y me dice que lo resuelva porque ahora él sólo está
para ser espectador. Vuelvo a introducir las puntas de las pinzas en la bebida, la acerco a mi pezón y, mirándole
a los ojos, lo pongo a tientas. Me aguanto la respiración cuando siento un pellizco caliente. Tom me mira
apreciando cada detalle, le ha de parecer un verdadero espectáculo ver que mi pezón no solo es pellizcado, sino
que también es jalado por el peso de la otra pinza y la cadenita la hace balancear, y sumándole que luce húmedo
por el champán.
Se lame los labios, imaginándose el sabor de mi piel, tal vez quiera acercarse a degustarlo o terminar el trabajo
de las pinzas y aprisionarlo entre sus dientes aunque creo que yo no podría aguantarlo. La presión es soportable
ahora, la pinza tiene un anillo para recorrer y poner más presión, pero lo dejo donde está. Le miro esperando su
aprobación, pero antes de que me dé cuenta, lleva la diestra hacia mi pezón, ajustando más la pinza. Aprieto los
dientes, cierro los ojos con fuerza y vuelvo a aguantarme la respiración, es como si éste me hubiese dado una
descarga eléctrica, siento un escozor punzante*, pero evito llevarme la mano a éste e impedirle que vuelva a
tocarlo. Se dedica a separar la otra pinza de la cadenilla y ésta la engancha hábilmente al aretillo en mi pezón,
tira de ella y vuelvo a sentir aquel escozor.

—A que se ve bonito, ¿no? —vuelve a jalonear la cadenilla y me trago las sensaciones que eso me produce para
poder responderle.

—Sí, Amo.*

Las mejillas me arden, el, rubor se extiende por el cuello y mi pecho sube y baja un tanto acelerado, dejo escapar
un suspiro por lo bajo como si me hubiese mandado a no ser ruidoso. Toma la copa de mi mano, pero la alcanzo
y, mirándole provocativo, pregunto:

—¿Te apetece el champán?

—Por supuesto que me apetece, ¿me darás a probarlo de una manera peculiar?

No respondo, mantengo el contacto visual con él, llevo la copa a sus labios para que le de un pequeño trago,
pero la retiro antes de lo debido derramando el champán por las comisuras de sus labios. Me reclama mediante
una mirada e intento reparar mi error, deslizando el pulgar sobre su piel llevo las gotas derramadas a sus labios
y me sorprende ver que acepta. La punta de su lengua lame mi dedo, me invade un calor que es capaz de
sensibilizar más mi piel, ésta demanda ser tocada por Tom, pero verle lamer mi dedo me excita toda vía más, es
como si le viera hacerme una felación.

¡Sí! Quiero que lo haga. Me apetece una felación y quiero mirarle mientras lo hace.

Alucinado con esa idea, retiro la mano, acerco la copa e introduzco dos dedos en la bebida. Cuando tengo los
dedos escurriendo, siento como él me aprieta contra su cuerpo y baja mis calzoncillos, dandome pellizcos con la
pinza que tiene y estrujando mi carne con la otra mano. Vuelvo a unir nuestro contacto visual, algo en el interior
me retiene lo suficiente como para apenas ser consciente de que mis dedos se acercan a su boca. Me siento
hipnotizado. Tom separa los labios e introduzco mis dedos impregnados con el sabor del champán, su boca está
caliente y me hace pensar en la felación. Los chupa y mueve la lengua debajo de ellos.

Trago con pesadez al ver la manera tan ávida con la que lame y chupa. Mantengo la copa alzada, no pienso
derramarla por los movimientos con los que me atrae a su cuerpo, aunque en algún momento no me importará
en lo absoluto, pues me fascina la manera en la que me hace friccionarme contra él.

Tom cierra los ojos, disfruta hacer esto y se deleita con el sabor que aún debe permanecer en su boca, pero
quiero darle más. Intento sacar mis dedos de su boca y al hacerlo me da un mordisquito, pero no quiere que me
aparte, con su mano libre toma de mi muñeca, alcanza mi meñique y le da un lametón, atrayéndolo a su boca y
juntando su cuerpo al mío con la brusquedad que le es posible provocar con un solo brazo, nos friccionamos
nuevamente y me hace derramar sobre él mismo algo de champán, entonces me quita la copa. Inmediatamente
suelta su agarre y me mira fugazmente a los ojos.

—Tírate en la cama boca arriba.


«¿Que me qué?»

Reparo en sus palabras cuando me sujeta con fuerza, alzándome en sus brazos para que baje de sus piernas.
Subo a la cama y me recuesto mirando el techo, dice que lleve mis manos sobre mi cabeza y lo hago, cierro los
puños en las esquinas de diferentes cogines, esperando por él.

—Me gustaría reiterarte esa regla que te prohibe llevar ropa.

Le dirijo una mirada fugaz, una de sus manos va a la cinturilla de mi prenda y en la otra sostiene la copa, jala de
la ropa interior ahora solo dejándola abierta para echar un vistazo. Me muerdo el labio mirando sus manos y mi
creciente erección en el interior de los calzoncillos, él también la ve, su mirada se enciende al igual que él, ha de
estar deshaciéndose por dentro. Tom suelta un ligazo justo en la punta de mi miembro con la cinturilla de la
prenda, me arqueo inevitablemente y él me la quita de un tirón, le ayudo a sacarla por mis piernas, él las separa
y se coloca de rodillas en el espacio libre.

—No hables y tampoco te muevas en los próximos cinco minutos, si lo haces, estarás obligado a decir «Diez».*

Su advertencia me deja sin palabras. No respondo, solo le dedico un asentimiento. Tom, complacido, levanta mi
pierna derecha y se inclina un poco para poder dar un beso húmedo en la cara interna del muslo. A los pocos
instantes, su agarre se vuelve fuerte, muerde mi piel y succiona con tal ímpetu* que aquella parte comienza a
hormiguear. Me contengo lo más que puedo, cuando me suelta, veo una marca rojiza. Se incorpora, inclina la
copa y deja caer el líquido desde el chupetón, el champán está frío, intento no encogerme o llevar las manos
delante para frenarlo y tener al menos unos segundos para aceptar lo que pretende, pero me limito a solo mirarle
y entreabrir los labios. Ha derramado la bebida incluso sobre mi erección, subiendo por mi abdomen y mi pecho,
deteniéndose para dejar caer el champán de un hombro al otro. Se me eriza la piel por la frialdad del champán
y echo* la cabeza para atrás, pero él deja caer lo último que hay en la copa directamente en mi boca, volteo el
rostro hacia un lado, tosiendo y respirando aceleradamente para calmar el ahogo. El champán se desliza por mis
mejillas cuando él se encuentra tomándome de la quijada para que levante el rostro.

—No quiero que te muevas, sólo quiero que me mires— su lengua se desliza por mi barbilla y mis labios, luego
pone distancia para verme—. Eso… Ah, ojalá pudieras ver lo intensa que luce tu mirada bajo ese antifaz, Conejito.

Vuelve a mis labios, muerde y jalonea mi labio superior, permitiendo que mis jadeos choquen en su barbilla. Me
da un mordisco fuerte, haciéndome chillar y él se dirige entre lengüetazos y chupetones a mi cuello; probando
el sabor de mi piel, yendo a mis clavículas, mis hombros, descendiendo entre besos a mi pecho, deteniéndose
en mis pezones, no dejando atrás la oportunidad de morder las puntas de las pinzas.

—¡Tom! —su nombre se me sale en un gemido.

No debí.

Vuelve a mis labios y advierte:— A este paso, llegarás a «Diez» antes de que se acabe el tiempo.

Hace que me dé un subidón tremendo, haciendo que el deseo crezca y me consuma con lentitud. Ese número
está muy lejos de la escala que me impuso.

Tom lleva una mano debajo de los cojines que están arriba de mi cabeza y toma algo, ocultándolo en el puño
cerrado y entonces desciende desde mi pecho, acariciando mi piel y lamiendo el rastro del champán en mi
abdomen, acaparando cada centímetro de piel, hundiendo la lengua en mi ombligo donde encuentra un
charquito de champán y lo chupa hasta morderlo. Se dirije a mi estrella, encajándole los dientes. De pronto siento
unos ligeros pellizcos sobre el tatuaje que va de mis costillas a la cadera y reparo en las pinzas que aún lleva en
la mano. Se ha pasado con un pellizco y levanto las rodillas al encogerme.
—Que excitado estás— le escucho decir.

Bajo la mirada, Tom esta frente a mi erección, haciendo como que la toma entre sus manos. Quiero que se
acerque más y que me haga empezar a morirme de placer con el sexo oral, mis ojos se dirigen por fracciones de
segundos a él y a mi miembro, pero no hace nada de lo que mi mirada implora, en su lugar pasea las puntas de
los dedos por mi entrepierna y con las pinzas atrapa y jalonea un poco la piel de mis testículos.

—¡Por favor…! —digo en un gemido.

Hundo la cabeza en la cama, estrujo los cogines en mis manos y junto las rodillas, negándole el tocarme.

—No hagas eso.

Me hace separar y levantar las piernas al acercarse, apreciando el cómo me veo así de expuesto. Se posiciona de
tal manera en que pueda llevar mis piernas a sus hombros y se incorpora, alzándome así. Acaricia mi piel desde
la flexión de mis rodillas, dibujando una línea recta que termina en mi hendidura. Quiere prepararme para
introducir en mí el plug de conejito.

La cara me arde, no quiero ni imaginar en qué tono se encuentra mi rubor o qué tan encendida luce mi mirada.

—Hagamos esto más interesante ahora que se ha acabado el tiempo— dice con una sonrisa perversa.

Caigo en cuenta que aquello que estaba debajo de los cogines y que ocultó en su puño era un pañuelo rojo, me
lo muestra mientras lo desdobla para formar un triángulo, enrollando las esquinas de abajo para hacerlo más
corto. Cuando queda solo una punta más corta, lo toma con ambas manos frente a él.

—Este color te va realmente bien y las intenciones de usarlo son mis favoritas. El pañuelo señala las prohibiciones
, así qué...

—¡No!

Doy un respingo cuando lleva el pañuelo a mi erección para anudarlo, hago que sus manos se queden en el aire
y bajo las piernas de sus hombros.

—Entonces... con que esas tenemos.

Se mueve rápidamente hacia la esquina de la cama, desenrollando aquella cinta negra que, bueno, ahora veo
que se trata de dos corbatas. Vuelve a mí y con brusquedad me hace quedar boca abajo y lleva mis brazos a mi
espalda, enreda una de mis muñecas dándole dos vueltas, luego siento que ata los extremos arriba del codo
contrario y le da otras vueltas hasta apretar un nudo. Repite lo mismo en mi brazo derecho, me hace darme la
vuelta y me acomoda las orejitas cuando la diadema se descoloca un poco.

—¿En qué íbamos, Conejito? Ah, el pañuelo.

Lo ubica en la cama, vuelve a doblarlo como hizo anteriormente y lo lleva a mi miembro haciendole un moño
diminuto. Mi pene ha de lucir demasiado tentador para él, pero realmente es una prohibición, tal y como dijo.

—Ahora ten la bondad de no hacer tanto ruido, en realidad, Conejito, no quisiera amordazarte.

—Sí, amo— respondo instintivamente.

Tom palmea mi mejilla con suavidad y luego se pone de pie, yendo a por la caja y lo último que guarda, la deja
en la alfombra antes de ir a la mesita de noche, encender las velas y quitar algunos pétalos a un tulipán mientras
que al segundo logra trozarle el tallo, dejándolo más corto.

—Esto es algo muy peculiar— señala la botellita mientras la abre—. Entérate por ti mismo.
Deja caer una gotita de aquello en uno de los pétalos y éste lo acerca a mis labios; percibo un aroma muy rico,
pero no sé que es, quizás miel y frutillas, o quizás sea canela y algo más. Tom aparta el pétalo y lo adhiere a mi
hombro, siento algo tibio en los labios, es agradable hasta que comienza a calentarse más, llegando a un punto
en que comienza a arder. Me muerdo el labio para aminorar la sensación, cuando dejo de morderlo, lo chupo,
sintiendo ese sabor desconocido y segundos después parece empezar a enfriarse.

Tom me mira, sabe que descubierto para qué pretende utilizar eso. Estoy deshaciéndome de la impaciencia.
Acerca el tulipán con el tallo corto y me dice que no lo suelte al ponerlo en mis labios. Acerca los pétalos y aplica
algo de ese líquido, va dejándolos sobre mi cuerpo, pellizca mis tatuajes con la pinza y finalmente, sin usar
pétalos, deja caer unas gotas en su mano y la lleva a mi erección. Levanto la pelvis* pidiéndole más, el líquido
empieza a hacer su efecto; calentando, haciéndome arder con sus movimientos ahora bruscos. Pensé que el
moño rojo en mi pene era una prohibición, veo que solo no se me permite disfrutar del sexo oral, la masturbación
es placentera, pero quisiera no tener el moño.

Me ofrezco a él, queriendo que aquella sensación jamás se extinga y que disfrute de verme sentir el placer que
me brinda.

Empiezo a desvanecerme, siento que voy por la recta final y no quiero, mi cuerpo entero arde, se estremece y al
mismo tiempo quiere parar ante lo bien que se siente esto.

Tom suelta de mí. Agitado y encendido, giro el cuerpo sobre mi costado, bajo la mirada y veo el brillo que adorna
mi longitud gracias al líquido estimulante que usó y una gota de mí permanece en la punta.

—Quiero decirte que estoy algo decepcionado, no has mencionado ningún número y eso me hace pensar que
esto no está funcionando, pero si quieres guardar silencio…

Alcanza una de las almohadas para quitarle la funda, la enrolla y sujeta de mano a mano, cuando se acerca para
ponermela en la boca, giro en la cama hacia el otro lado, dándole la espalda.

—¿Ya me quieres dar la espalda? Que ofrecimiento el tuyo, Precioso. Acepto.

Me pone completamente boca abajo, me da un gusntazo* y se acerca a mi nuca, repartiendo besos cuando digo
«Uno» y se dirige a mis hombros, dándome mordiscos pequeños y me encaja los dientes al hacerme chupetones.
Su pecho contra mi espalda incrementa el fuego abrasador que consume mi piel. Es delicioso. Me atrevo a decir
«Tres».

Se fricciona contra mí, sus manos estrujan mis nalgas y usando las pinzas vuelve a darme pellizcos

«Cinco…»

Siento su abdomen sobre mis brazos inmovilizados, estoy tentado en tocarlo, fantaseo con que en realidad lo
estoy haciendo e introduzco una mano en su prenda, tomando su miembro en mi mano. ¡Joder! Lo haría de no
estar atado.

«Uno»

Tom reparte besos en mi espalda, desciende, vuelve a chupar mis dedos cuando se encuentra con ellos y
entonces llega al final de mi espalda. Se separa de mí y me hace alzar el culo. Tengo la mejilla contra la cama y
apenas puedo soportar el estar tan agitado. Me siento incómodo, pero quiero y ansío lo que está por venir.

Siento un par de pinchazos entre los muslos, estos suben hasta mis nalgas donde Tom las estruja y separa. Los
pinchazos se dirigen a mi hendidura, aprieto los dientes para evitar dejar escapar algún gemido, pero no
funciona. Los pinchazos son más intensos después de que Tom me escucha gemir por lo bajo, me muerdo los
labios y hago un buen esfuerzo para no dejar escapar sonido alguno.
Algún líquido resbala por mi piel, cuando éste se siente caliente, doy un respingo. Los dedos de Tom llevan
aquello a mi entrada, jugando* con ella, yendo por mi hendidura, incluso tocando mis testículos hasta que todo
se vuelve realmente caliente. Doy un respingo ante la sensación, pero Tom me mantiene en mi sitio, se acerca,
castiga mi impulso y me pide estar quieto los próximos minutos, que luego podré hacer lo que mi cuerpo
demande.

Siento algo húmedo al final de mi espalda, las manos de Tom se aferran a mi cadera y vuelvo a sentir aquella
humedad; se trata de la saliva que deja al dar lengüetazos. Cuando llega a mi hendidura, me siento más que
carbonizado. Da un mordisquito en mi nalga, la estruja, recibo pinchazos y la humedad de su boca incluso en mi
entrada hasta que algo realmente frío se introduce en mí de poco a poco, paralizando cualquier sensación
experimentada.

Se me escapa la respiración, entreabro los labios y cierro los ojos. Cuando el plug está dentro de mí, una sonrisa
satisfactoria se dibuja en mis labios, pues estoy más que seguro de lo que voy a decir:

—Cinco. Cinco. ¡Cinco…!

—Estoy para complacer ese «Cinco», mi Conejito.

Mi piel recibió de todo; desde azotitos a mano alzada, hasta aquellos en los que el cinturón fue el protagonista.
Los hielos y la cera me hicieron estremecer, gemir y jadear por lo bajo así como hacerlo escandalosamente —
dependiendo la zona en la que Tom los presentaba a mi piel—*. Las caricias fueron profundas, sus manos me
brindaron tanto placer que mi piel ya no podía erizarse más. Me desató, jugó conmigo, me permitió tocarle y
llevar los labios a su cuerpo y darle placer utilizando mi boca. Cada gesto que le vi hacer, se quedaba grabado en
mi mente y me dedicó jadeos y gemidos roncos —dijo mi nombre y dije el suyo—*, incluso la manera en la que
se arqueó me pareció delirante, jamás había hecho eso y significaba que yo hacía muy bien mi tarea hasta que
sus manos tiraron de mi rostro, obligándome a detener la felación.

Me hizo colocarme en cuatro en el centro de la cama, me retiró el plug y su miembro se deslizó por mi hendidura,
me penetró cuando fue suficiente el hacerme esperar por las embestidas. Tom logró incorporarme, sus brazos
me rodearon con fuerza para mantenerme erguido y las penetraciones se volvieron más profundas en esa
postura. Dirigí las manos a sus nalgas, invitándole a seguir con los movimientos y descansé la nuca en su hombro,
con una mano me hizo volverme a él y unió nuestros labios en un beso frenético. Su mano descendió por mi
pecho, jaloneando sin querer la cadenilla en mis pezones, yendo a mi estrella y luego a mi erección,
aprisionándola en su mano, subiendo y bajando, haciendo círculos en mi punta con su pulgar hasta dirigirse a
mis testículos, calentándolos más.

Rompí el beso al estremecerme de placer y llevé las manos a las suyas, entrelazando los dedos y llevando sus
brazos a mí para que me abrazara, conteniendo los ligeros espasmos que estaba teniendo.

Me gustaba sentir el calor que emanaba su piel, se fusionaba con la alta temperatura que invadía mi cuerpo,
haciéndola más sensible.

Nos estábamos extinguiendo.

Llevé una mano a mi rostro, quitándome el antifaz y lanzándolo por algún lugar, aparté las orejitas de mi cabeza
y la dirigí la mano a su nuca, volvió el rostro al mío y asaltó mis labios una vez más. Le atraje con desesperación,
me deshice hábilmente de la liga que sujetaba su cabello, luego le entrelacé los dedos.

Algo estalló en mi interior con tanta fuerza que fue capaz de doblegarme, caí en la cama sosteniéndome en las
manos y arqueé la espalda, en instantes ya no podía sostenerme en las manos ni en las rodillas y me derreti en
la cama.

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