Textos para Clase 2024

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1.

José María Merino


Perseguido por el Canon, el Corpus llegó a un callejón sin salida. ‘¿Por qué me acosas?’,
preguntó el Corpus al Canon, ‘no me gustas’, añadió. ‘El gusto es mío’, replicó el Canon
amenazante.

2. Harold Bloom
…la elección estética ha guiado siempre cualquier aspecto laico de la formación del
canon, pero resulta difícil mantener este argumento en unos momentos en que la defensa
del canon literario, al igual que su ataque, se ha politizado hasta tal extremo. Las defensas
ideológicas del canon occidental son tan perniciosas en relación con los valores estéticos
como las virulentas críticas de quienes, atacándolo, pretenden destruir el canon o ‘abrirlo’,
como proclaman ellos. Nada resulta tan esencial al canon occidental como sus principios
de selectividad, que son elitistas solo en la medida en que se fundan en criterios puramente
artísticos. Aquellos que se oponen al canon insisten en que en la formación del canon
siempre hay una ideología de por medio.

3. Blas Nasarre
El artificio, y afeite con que hermosea los vicios, es capaz sin duda de corromper los
corazones de la juventud. A más de que la ingeniosidad de la maraña es casi siempre
inverosímil y la dicción elegante y fluida, no corresponde por sus elevados conceptos, y
afectadas erudiciones a este poema: serían para lo lírico y trágico, aún dignos de
corrección. Los anacronismos, la falta de geografía, de mitología, de historia se dejan ver
a cada paso; y, cuando quiere hablar de las artes, ¡qué impropriedades y desvarios no se
le notan! Muchas escenas y episodios son del todo impertinentes, y nada interesan a la
acción, ni a los oyentes. Lo que llaman relaciones, substituidas a los prólogos, y que
algunas veces son necesarias para que los oyentes entiendan la comedia y se pongan en
la expectación y pendientes del enredo, son casi siempre en este poeta fuera del propósito,
pero muy hinchadas y altas y con pinturas impertinentísimas, ensartadas en metáforas
enormemente atrevidas.

Es verdad, que a Calderón le levantaron altares como a un dios del teatro, y que su ingenio
superior tropezaba algunas veces con cosas inimitables, pero acompañadas con otras tan
poco nobles que se puede dudar si la bajeza de ellas ensalza lo sublime, o si el sublime
hace menos tolerable su bajeza. A nadie imitó cuando escribía de propósito, todo lo
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sacaba de su propia imaginación; abandonó sus obras al cuidado de la fortuna, sin elegir
las circunstancias nobles y necesarias de sus asuntos, y sin descartar las inútiles.
Despreció el estudio de las antiguas comedias; sus personas vagan desde el oriente al
occidente, y obliga a los oyentes a que vayan con ellas ahora a una parte del mundo, ahora
a la otra. La ufanía, el punto de honor, la pendencia y bravura, la etiqueta, los ejércitos,
los sitios de plazas, los desafíos, los discursos de estado, las academias filosóficas y todo
cuanto ni es verisímil ni pertenece a la comedia, lo pone sobre el teatro. No hace retratos,
espejos, ni modelos, si no decimos, que lo son de su fantasía. Es verdad que para
disculparle quieren decir que retrata la nación, como si toda ella fuese de caballeros
andantes, y de hombres imaginarios. Pues ¿qué diré de las mujeres? Todas son nobles,
todas tienen una fiereza a los principios que infunden, en lugar de amor, miedo; pero
luego pasan de este extremo (por medio de los celos) al extremo contrario, representando
al pueblo pasiones violentas y vergonzosas, y enseñando a las honestas e incautas
doncellas los caminos de la perdición y los modos de mantener y criar amores impuros,
y de enredar y engañar a los padres, y de corromper a los domésticos, esperanzándolos
con el fin de casamientos desiguales y clandestinos, en desprecio de la autoridad de los
padres, disculpados sólo con la pasión amorosa y extremada, que se pinta como honesta
y decente, que es la peste de la juventud y el escarnio de la edad provecta. Es verdad, que
en esta parte retrata más de lo que era razón que se viese, pero retrata como honesto, y
aun heroico, lo que no es lícito representar sino como reprehensible. Da al vicio fines
dichosos y laudables, endulza el veneno, enseña a beberlo atrevidamente y quita el temor
de sus estragos.

4. Sor Juana Inés de la Cruz

Miró Celia una rosa que en el prado


ostentaba feliz la pompa vana
y con afeites de carmín y grana
bañaba alegre el rostro delicado;
y dijo: Goza, sin temor del hado,
el curso breve de tu edad lozana,
pues no podrá la muerte de mañana
quitarte lo que hubieres hoy gozado.
Y aunque llega la muerte presurosa
y tu fragante vida se te aleja,
no sientas el morir tan bella y moza;

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mira que la experiencia te aconseja
que es fortuna morirte siendo hermosa
y no ver el ultraje de ser vieja.

5. Cátulo

Viuamus, mea Lesbia, atque amemus,


rumoresque senum seueriorum
omnes unius aestimemus assis.
Soles occidere et redire possunt:
nobis, cum semel occidit breuis lux,
nox est perpetua una dormienda.
Da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
Dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut nequis malus inuidere possit,
cum tantum sciat esse basiorum.

6. Pierre de Ronsard
Quand vous serez bien vieille, au soir, à la chandelle,
Assise auprès du feu, dévidant et filant,
Direz, chantant mes vers, en vous émerveillant :
Ronsard me célébrait du temps que j’étais belle.

Lors, vous n’aurez servante oyant telle nouvelle,


Déjà sous le labeur à demi sommeillant,
Qui au bruit de mon nom ne s’aille réveillant,
Bénissant votre nom de louange immortelle.

Je serai sous la terre et fantôme sans os :


Par les ombres myrteux je prendrai mon repos :
Vous serez au foyer une vieille accroupie,

Regrettant mon amour et votre fier dédain.


Vivez, si m’en croyez, n’attendez à demain :
Cueillez dès aujourd’hui les roses de la vie.

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7. Bernardo Tasso
Mentre che laureo crin v’ondeggia intorno
a l’amplia fronte con leggiadro errore;
mentre che di vermiglio e bel colore
vi fa la primavera il volto adorno;

mentre che v’apre il del più chiaro il giorno,


cogliete ô giovenette il vago flore
de vostri più dolci anni; e con amore
state sovente in lieto e bel soggiorno.

Verrà poi’l verno, che di bianca neve


suol i poggi vestir, coprir la rosa,
e le piagge tomar aride e meste.

Cogliete ah stolte il flor; ah siate preste,


ché fugaci son l’hore, e’l tempo lieve,
e veloce a la fin corre ogni cosa.

8. Martin Opitz

Ich empfinde fast ein Grauen,


dass ich, Plato, für und für
bin gesessen über dir.
Es ist Zeit hinauszuschauen
und sich bei den frischen Quellen
in dem Grünen zu ergehn.
wo die schönen Blumen stehn
und die Fischer Netze stellen!

Wozu dienet das Studieren


als zu lauter Ungemach!
Unterdessen läuft die Bach
unsers Lebens, das wir führen,
ehe wir es inne werden,
auf ihr letztes Ende hin;
dann kömmt ohne Geist und Sinn
dieses alles in die Erden.

Holla, Junger, geh und frage,


wo der beste Trunk mag sein,
nimm den Krug und fülle Wein!
Alles Trauren, Leid und Klage,
wie wir Menschen täglich haben,
eh uns Clotho fortgerafft,
will ich in den süßen Saft,
den die Traube gibt, vergraben.
(…)

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9. Robert Herrick

Gather ye rosebuds while ye may,


Old time is still a-flying;
And this same flower that smiles today
Tomorrow will be dying.
The glorious lamp of heaven the sun,
The higher he's a-getting,
The sooner will his race be run,
And nearer he's to setting.
That age is best which is the first,
When youth and blood are warmer;
But being spent, the worse, and worst
Times still succeed the former.
Then be not coy, but use your time,
And, while ye may, go marry;
For, having lost but once your prime,
You may forever tarry.

10. Rosalía de Castro

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,


Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,


Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,


Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

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11. Joan-Salvat Papasseit

Si en saps el pler no estalviïs el bes


que el goig d´amar no comporta mesura.
Deixa´t besar, i tu besa després
que és sempre als llavis que l´amor perdura.

No besis, no, com l´esclau i el creient,


mes com vianant a la font regalada;
deixa´t besar -sacrifici fervent-
com més roent més fidel la besada.

¿Què hauries fet si mories abans


sense altre fruit que l´oreig en ta galta?
Deixa´t besar, i en el pit, a les mans,
amant o amada -la copa ben alta.

Quan besis, beu, curi el veire el temor:


besa en el coll, la més bella contrada.
Deixa´t besar i si et quedava enyor
besa de nou, que la vida és comptada.

12. Luis Alberto de Cuenca

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.


Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlete los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.

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13. Francisco Brines

Estás ya con quien quieres. Ríete y goza. Ama.


Y enciéndete en la noche que ahora empieza,
y entre tantos amigos (y conmigo)
abre los grandes ojos a la vida
con la avidez preciosa de tus años.
La noche, larga, ha de acabar al alba,
y vendrán escuadrones de espías con la luz,
se borrarán los astros, y también el recuerdo,
y la alegría acabará en su nada.
Mas, aunque así suceda, enciéndete en la noche,
pues detrás del olvido puede que ella renazca,
y la recobres pura, y aumentada en belleza,
si en ella, por azar, que ya será elección,
sellas la vida en lo mejor que tuvo,
cuando la noche humana se acabe ya del todo,
y venga esa otra luz, rencorosa y extraña,
que antes que tú conozcas, yo ya habré conocido.

14. San Juan de la Cruz

Que bien sé yo la fonte que mana y corre


aunque es de noche.

Aquella eterna fonte está ascondida,


que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.

Su origen no lo sé, pues no le tiene,


mas sé que todo origen della viene,
aunque es de noche.

Sé que no puede ser cosa tan bella,


y que cielos y tierra beban della,
aunque es de noche.

Bien sé que suelo en ella no se halla,


y que ninguno puede vadealla,
aunque es de noche.

Su claridad nunca es escurecida,


y sé que toda luz della es venida,
aunque es de noche.

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15.
Ciego que apuntas y atinas,
caduco Dios y rapaz.
Vendado que me has vendido
y niño mayor de edad.
Por el alma de tu madre,
que murió siendo inmortal,
de envidia de mi señora,
que no me persigas más.
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.
Amadores desdichados
que seguís milicia tal,
decidme qué buena guía
podéis de un ciego sacar,
de un pájaro qué firmeza,
que esperanza de un rapaz,
que galardón de un desnudo,
de un tirano, ¿qué piedad?
Déjame en paz, Amor tirano,
déjame en paz.

16.
Estoy continuo en lágrimas bañado,
rompiendo el aire siempre con sospiros;
y más me duele nunca osar deciros
que he llegado por vos a tal estado,
que viéndome do estoy y lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros,
si me quiero tornar para huiros,
desmayo viendo atrás lo que he dejado;
si a subir pruebo en la difícil cumbre,
a cada paso espántanme en la vía
ejemplos tristes de los que han caído.
Y, sobre todo, fáltame la lumbre
de la esperanza, con que andar solía

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por la oscura región de vuestro olvido.

17. José Luis Velázquez


[Nuestra poesía] se puede dividir en cuatro edades. La primera será desde su principio
hasta el tiempo del Rey O. Juan el II. La segunda desde O. Juan el II hasta el Emperador
Carlos V. La tercera desde el tiempo de Carlos V hasta el de Felipe IV. Y la cuarta desde
entonces hasta el presente. En la primera edad se puede contemplar la poesía castellana
como en su niñez; en la segunda como en su juventud; en la tercera como en su virilidad;
y en la cuarta como en su vejez». Y al plantearse la caracterización del periodo tercero
aclara: «Esta tercera edad fue el siglo de oro de la Poesía castellana; siglo en el que no
podía dejar de florecer la buena Poesía, al paso que habían llegado a su aumento las demás
buenas Letras. Los medios sólidos de que la Nación se había valido para alcanzar este
buen gusto no podían dejar de producir tan ventajosas consecuencias. Se leían, se
imitaban, y se traducían los mejores originales de los griegos y latinos; y los grandes
maestros del Arte, Aristóteles y Horacio, lo eran asimismo de toda la Nación.»

18. Jovellanos
Empezaron estos a imitar los grandes modelos que había producido Italia, así en tiempo
de los Horacios y Virgilios, como en el de los Petrarcas y los Tasos. Entre los primeros
imitadores hubo muchos que se igualaron a sus modelos. Cultiváronse todos los ramos de
la poesía, y antes de que se acabase el dorado siglo XVI había ya producido España
muchos épicos, líricos y dramáticos comparables a los más célebres de la Antigüedad.
Casi se puede decir que estos bellos días anochecieron con el siglo XVI. Los Góngoras,
los Vegas, los Palavicinos, siguiendo el impulso de su sola imaginación, se extraviaron
del buen sendero que habían seguido sus mayores.

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19. José Cadalso

El siglo pasado no nos ofrece cosa que pueda lisonjearnos. Se me figura España desde fin
de 1500 como una casa grande que ha sido magnífica y sólida, pero que por el discurso
de los siglos se va cayendo y cogiendo debajo a los habitantes. Aquí se desploma un
pedazo del techo, allí se hunden dos paredes, más allá se rompen dos columnas, por esta
parte faltó un cimiento, por aquella se entró el agua de las fuentes, por la otra se abre el
piso; los moradores gimen, no saben dónde acudir; aquí se ahoga en la cuna el dulce fruto
del matrimonio fiel; allí muere de golpes de las ruinas, y aún más del dolor de ver a este
espectáculo, el anciano padre de la familia; más allá entran ladrones a aprovecharse de la
desgracia; no lejos roban los mismos criados, por estar mejor instruidos, lo que no pueden
los ladrones que lo ignoran. Si esta pintura te parece más poética que verdadera, registra
la historia, y verás cuán justa es la comparación. Al empezar este siglo, toda la monarquía
española, comprendidas las dos Américas, media Italia y Flandes, apenas podía mantener
veinte mil hombres, y ésos mal pagados y peor disciplinados. Seis navíos de pésima
construcción, llamados galeones, y que traían de Indias el dinero que escapase los piratas
y corsarios; seis galeras ociosas en Cartagena, y algunos navíos que se alquilaban según
las urgencias para transporte de España a Italia, y de Italia a España, formaban toda la
armada real. Las rentas reales, sin bastar para mantener la corona, sobraban para aniquilar
al vasallo, por las confusiones introducidas en su cobro y distribución. La agricultura,
totalmente arruinada, el comercio, meramente pasivo, y las fábricas, destruidas, eran
inútiles a la monarquía. Las ciencias iban decayendo cada día (…)

Aun los hombres grandes que produjo aquella era solían sujetarse al mal gusto del siglo,
como hermosos esclavos de tiranos feísimos. ¿Quién, pues, aplaudirá tal siglo? Pero
¿quién no se envanece si se habla del siglo anterior, en que todo español era un soldado
respetable? Del siglo en que nuestras armas conquistaban las dos Américas y las islas de
Asia, aterraban a África e incomodaban a toda Europa con ejércitos pequeños en número
y grandes por su gloria, mantenidos en Italia, Alemania, Francia y Flandes, y cubrían los
mares con escuadras y armadas de navíos, galeones y galeras; del siglo en que la academia
de Salamanca hacía el primer papel entre las universidades del mundo; del siglo en que
nuestro idioma se hablaba por todos los sabios y nobles de Europa. ¿Y quién podrá tener

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voto en materias críticas, que confunda dos eras tan diferentes, que parece en ellas la
nación dos pueblos diversos? ¿Equivocará un entendimiento mediano un tercio de
españoles delante de Túnez, mandado por Carlos I, con la guardia de la cuchilla de Carlos
II? ¿A Garcilaso con Villamediana? ¿Al Brocense con cualquiera de los humanistas de
Felipe IV? ¿A don Juan de Austria, hermano de Felipe II, con don Juan de Austria, hijo
de Felipe IV? Créeme que la voz antigüedad es demasiado amplia, como la mayor parte
de las que pronuncian los hombres con sobrada ligereza.

20. Simon Nicolas Henri Linguet


Los extranjeros son los que verdaderamente estiman el mérito de los escritores. No quiero
decir que todos los hombres de los cuales no se hable fuera de su país no tengan mérito,
pero afirmo que lo tiene necesariamente el hombre cuya reputación haya franqueado las
fronteras de su patria. Ahora bien, como Lope y Calderón tienen esta ventaja, y la tuvieron
casi exclusivamente por encima de todos sus compatriotas, se desprende que ellos son
efectivamente superiores, y que el teatro español no tiene otros escritores a los cuales se
deba más respeto.

21. Adolf von Shack


Es innegable que el espacio comprendido entre los últimos decenios del siglo XVI y los
del. XVII forman el período más rico y más brillante de su historia. Los reinados de los
tres Felipes abrazan la verdadera Edad de Oro de la literatura española, principalmente
de la poesía. Si no, ¿qué significan las aisladas, aunque preciosas producciones de la
época anterior, cuando se comparan con la multitud de obras maestras que se escribieron
desde Cervantes a Calderón?

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22. El cortesano, Castiglone. Libro Tercero, capítulo II.

Pues ves que yo, respondió el Manífico, tengo licencia de formar esta Dama á mi placer,
no solamente no quiero que use esos exercicios tan impropios para ella pero quiero que
aun aquellos que le convienen los trate mansamente, y con aquella delicadeza blanda que,
según ya hemos dicho, le pertenece. Y así en el danzar no querria velia con unos
movimientos muy vivos y levantados, ni en el cantar ó tañer me parecería bien que usase
aquellas diminuciones fuertes y replicadas que traen más arte que dulzura; asimismo los
instrumentos de música que ella tañiere, estoven que sean conformes á esta intincion;
imagina agora cuan desgraciada cosa sería ver una mujer tañiendo un atambor, ó un
pífaro, ó otros semejantes instrumentos; y la causa desto es la aspereza dellos, que encubre
ó quita aquella suavidad mansa, que tan propriamente y bien se asienta en las mujeres.
Pero si alguna vez le dixeren que dance ó taña ó cante, debe esperar primero que se lo
rueguen un poco; y cuando lo hiciere, hágalo con un cierto miedo, que no llegue á
embarazalla, sino que solamente aproveche para mostrar en ella una vergüenza natural de
mujer casta, la cual es contraria de la desvergüenza ; y aun su vestir debe también ayudar
á esto; y así han de ser sus vestidos de manera que no la hagan vana ni liviana. Mas porque
á las mujeres es permitido y debido que tengan más cuidado de la hermosura que los
hombres, y en la hermosura hay muchas diversidades, debe esta Dama tener buen juicio
en escoger la manera del vestido que la haga parecer mejor, y la que sea más conforme á
lo que ella entiende de hacer aquel día que se viste; y conociendo en sí una hermosura
lozana y alegre, débele ayudar con los ademanes, con las palabras y con los vestidos, que
todos tiren á lo alegre. Y también si se conoce ser de un arte mansa y grave, debe seguilla
acudiéndole con las cosas conformes á ella por acrecentar aquel don de naturaleza que
Dios le dio. Asimismo, siendo un poco más gorda ó flaca de lo que conviene, ó siendo
blanca, ó algo baza, es bien que so ayude con saberse vestir corno mejor le estuviere; mas
esto halo de hacer tan disimuladamente, que cuanto más cuidado pusiere en curar su rostro
y en traer su persona aderezada, tanto mayor descuido muestre en ello. Pero porque el
señor Gaspar Pallavicino preguntó poco há cuáles sean aquellas muchas cosas de que ella
deba tener noticia, y qué manera de conversación haya de ser la suya para saber tratar con
cualquier género de hombres honrados, y si deben las virtudes servir á este trato, digo que
yo quiero que esta Dama alcance algún conoscimiento de aquello que estos caballeros
han querido que sepa el Cortesano ; v, aun en aquellos exercicios que hemos dicho no
convenille, será bien que tenga aquel juicio que muchas veces nos acaece tener en las

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cosas, que no sabemos hacellas, aunque sepamos juzgallas ; y esto halo de alcanzar ella
por saber alabar y preciar las habilidades que viere en los galanes, según los méritos de
cada uno ; y por replicar en parte con pocas palabras lo que ya se ha dicho, quiero que
esta Dama tenga noticia de letras, de música, de pinturas ; y sepa danzar bien, y traer,
como es razón, á los que andan con ella de amores, acompañando siempre con una
discreta templanza, y con dar buena opinión de sí, todas aquellas otras consideraciones
que han sido enseñadas al Cortesano; y haciéndolo así, parecerá bien á todos hablando ó
riendo, en juegos, en burlas, y, en fin, en cuanto hiciere, y sabrá entretener discretamente
y con gusto á cuantos tratare ; y puesto que la continencia, la grandeza del ánimo, la
templanza, la fortaleza, la prudencia y las otras virtudes parezca que no hagan al caso para
la buena conversación que hemos dicho, yo quiero que esta Dama las tenga todas, no
tanto por esta buena conversación, no embargante que aun á ésta pueden aprovechar,
cuanto porque sea virtuosa, y porque estas virtudes la hagan tal, que componiendo y
ordenando con ellas todas sus obras, sea tenida en mucho.

23. Juan Boscán

No dejé de entender que tuviera en esto muchos reprehensores. Porque la cosa era tan
nueva en España […], y en tanta novedad era imposible no temer con causa, y aun sin
ella. Cuanto más que luego, en poniendo las manos en esto, topé con hombres que me
cansaron […] Los unos se quejaban que en las trovas de este arte los consonantes no
andaban tan descubiertos ni sonaban tanto como en las castellanas. Otros decían que este
verso no sabían si era verso o si era prosa. Otros argüían diciendo que esto principalmente
había de ser para mujeres, y que ellas no curaban de cosas de sustancia, sino del don de
las palabras y de la dulzura del consonante.

24. Juan de Mena


Quantas mi seruir ganó
De tristezas ganaré
Yo triste, que más seré
Y menos, de quanto só…

…En perder cuanto esperaua


Tantas cuytas cobraré
Qu’en cobrarlas perderé
Quien perderme desseaua

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25. Jorge Manrique
Es amor fuerza tan fuerte
que fuerza toda razón
una fuerza de tal suerte
que todo seso convierte
en su fuerza y afición
Una porfía forzosa
que no se puede vencer
cuya fuerza porfiosa
hacemos más poderosa
queriendo nos defender.
Es placer en cay dolores
dolor en cay alegría
un pesar en cay dulzores
un esfuerzo en cay temores
temor en cay osadía.
Un placer en cay enojos
una gloria en cay pasíón
una fe en cay antojos
fuerza que hacen los ojos
al seso y al corazón.

26. Gutierre de Cetina


Ponzoña que se bebe por los ojos,
dura prisión, sabrosa al pensamiento,
lazo de oro crüel, dulce tormento,
confusión de locuras y de antojos;

bellas flores mezcladas con abrojos,


manjar que al corazón trae hambriento,
daño que siempre huye el escarmiento,
minero de placer lleno de enojos;

esperanzas inciertas, engañosas,


tesoro que entre el sueño se parece,
bien que no tiene en sí más que la sombra;

inútiles riquezas trabajosas,


puerto que no se halla aunque parece;
son efectos de aquel que Amor se nombra.

27. Garcilaso de la Vega

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Como la tierna madre, que el doliente
hijo le está con lágrimas pidiendo
alguna cosa, de la cual comiendo,
sabe que ha de doblarse el mal que siente.

Y aquel piadoso amor no le consiente


que considere el daño que, haciendo
lo que le pide hace, va corriendo
y aplaca el llanto y dobla el accidente,

así a mi enfermo y loco pensamiento,


que en su daño os me pide, yo querría
quitarle este mortal mantenimiento.

Mas pídemele y llora cada día


tanto que cuanto quiere le consiento,
olvidando su muerte, y aun la mía.

28. Garcilaso de la Vega

Cuando me paro a contemplar mi estado


y a ver los pasos por dó me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;

mas cuando del camino estoy olvidado,


a tanto mal no sé por dó he venido:
sé que me acabo, y mas he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.

Yo acabaré, que me entregué sin arte


a quien sabrá perderme y acabarme,
si quisiere, y aun sabrá querello:

que pues mi voluntad puede matarme,


la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

29. Garcilaso de la Vega


En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto
enciende el corazón y lo refrena;

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y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera


el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,


todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.

30. Garcilaso de la Vega


A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que'l oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían


los tiernos miembros que aún bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,


a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado!, ¡oh mal tamaño!


¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!

31. Garcilaso de la Vega


Pasando el mar Leandro el animoso,
en amoroso fuego todo ardiendo,
esforzó el viento, y fuese embraveciendo
el agua con un ímpetu furioso.

Vencido del trabajo presuroso,


contrastar a las ondas no pudiendo,
y más del bien que allí perdía muriendo,
que de su propia muerte congojoso,

como pudo, esforzó su voz cansada,

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y a las ondas habló desta manera
mas nunca fue su voz de ellas oída:

«Ondas, pues no se excusa que yo muera,


dejadme allá llegar, y a la tornada
vuestro furor ejecutad en mi vida».

32. Garcilaso de la Vega


Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;

mas, cuando del camino estó olvidado,


a tanto mal no sé por do he venido;
sé que me acabo, y más he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.

Yo acabaré, que me entregué sin arte


a quien sabrá perderme y acabarme
si ella quisiere, y aun sabrá querello,

que, pues, mi voluntad puede matarme,


la suya, que no es tanto de mi parte,
pudiendo ¿qué hará sino hacello?

33. Garcilaso de la Vega

En fin, a vuestras manos he venido,


do sé que he de morir tan apretado,
que aun aliviar con quejas mi cuidado,
como remedio, me es ya defendido.

Mi vida no sé en qué se ha sostenido,


si no es en haber sido yo guardado
para que sólo en mí fuese probado
cuánto corta un espada en un rendido.

Mis lágrimas han sido derramadas


donde la sequedad y la aspereza
dieron mal fruto dellas y mi suerte.

Basten las que por vos tengo lloradas.


No os venguéis más de mí con mi flaqueza;
allá os vengad, señora, con mi muerte.

34. Garcilaso de la Vega

Un rato se levanta mi esperanza,


mas, cansada de haberse levantado,

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torna a caer, que deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.

¿Quién sufrirá tan áspera mudanza


del bien al mal? ¡Oh, corazón cansado!
esfuerza en la miseria de tu estado,
que tras fortuna suele haber bonanza.

Yo mismo emprenderé a fuerza de brazos


romper un monte que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso.

Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,


quitarme de ir a veros, como quiera,
desnudo espirtu o hombre en carne y hueso.

35. Garcilaso de la Vega


Hermosas ninfas, que en el río metidas
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en colunas de vidrio sostenidas;

agora estéis labrando embebecidas


o tejiendo las telas delicadas,
agora unas con otras apartadas,
contándoos los amores y las vidas;

dejad un rato la labor, alzando


vuestras rubias cabezas a mirarme,
y no os detendréis mucho según ando;

que o no podréis de lástima escucharme,


o convertido en agua aquí llorando
podréis allá de espacio consolarme.

36. Garcilaso de la Vega

Égloga II

Albanio:
Ora, Salicio, escucha lo que digo,
y vos, ¡oh ninfas deste bosque umbroso!,
adoquiera que estáis, estad comigo.
Ya te conté el estado tan dichoso
adó me puso amor, si en él yo firme
pudiera sostenerme con reposo;
mas como de callar y d’encubrirme
d’aquélla por quien vivo m’encendía
llegué ya casi al punto de morirme,

18
mil veces ella preguntó qué había
y me rogó que el mal le descubriese
que mi rostro y color le descubría;
mas no acabó, con cuanto me dijiese,
que de mí a su pregunta otra respuesta
que un sospiro con lágrimas hubiese.
Aconteció que en un’ ardiente siesta,
viniendo de la caza fatigados
en el mejor lugar desta floresta,
qu’es éste donde ’stamos asentados,
a la sombra d’un árbol aflojamos
las cuerdas a los arcos trabajados;

37. Garcilaso de la Vega


Si para refrenar este deseo
loco, imposible, vano, temeroso,
y guarecer de un mal tan peligroso,
que es darme a entender yo lo que no creo,

no me aprovecha verme cual me veo,


o muy aventurado o muy medroso,
en tanta confusión, que nunca oso
fiar el mal de mí que lo poseo,

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura


de aquel que con las alas derretidas
cayendo fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura llora


entre aquellas plantas conocidas,
apenas en el agua resfriado?

38. Garcilaso de la Vega

SI quejas y lamentos pueden tanto,


que el curso refrenaron de los ríos,
y en los diversos montes y sombríos
los árboles movieron con su canto;

si convirtieron a escuchar su llanto


las fieras tigres y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos

19
majaron a los reinos del espanto,

¿por qué no ablandará mi trabajosa


vida, en miseria y lágrimas pasada,
un corazón conmigo endurecido?

Con más piedad debría ser escuchada


la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.

39. Garcilaso de la Vega

¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,


dulces y alegres cuando Dios quería,
Juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas!

¿Quién me dijera, cuando las pasadas


horas que en tanto bien por vos me vía,
que me habiáis de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?

Pues en una hora junto me llevastes


todo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;

si no, sospecharé que me pusistes


en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.

40. Garcilaso de la Vega

Sospechas, que en mi triste fantasía


puestas, hacéis la guerra a mi sentido,
volviendo y revolviendo el afligido pecho,
con dura mano, noche y día;

ya se acabó la resistencia mía


y la fuerza del alma; ya rendido
vencer de vos me dejo, arrepentido
de haberos contrastado en tal porfía.

Llevadme a aquel lugar tan espantable,


do por no ver mi muerte allí esculpida
cerrados hasta aquí tuve los ojos.

Las armas pongo ya, que concedida


no es tan larga defensa al miserable:
colgad en vuestro carro mis despojos.

20
41. Sor Juana Inés de la Cruz

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,


como en tu rostro y tus acciones veía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.
Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos:
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

42. Garcilaso de la Vega

De aquella vista pura y ecelente


salen espirtus vivos y encendidos,
y, siendo por mis ojos recebidos,
me pasan hasta donde el mal se siente.

Encuéntranse al camino fácilmente


con los míos, que de tal calor movidos
salen fuera de mí como perdidos,
llamados de aquel bien que está presente.

Ausente, en la memoria la imagino;


mis espirtus, pensando que la vían,
se mueven y se encienden sin medida;

mas no hallando fácil el camino,


que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida.

21
43.
DECLARACIÓN DE FRAY BARTOLOMÉ DE MEDINA, DOMINICO.

En la ciudad de Salamanca á diez y siete dias del mes de deciembre de mili é quinientos é setenta
é un años, ante el muy magnífico é muy Rdo. señor maestro Francisco Sancho, comisario deste
Santo Oficio, y por ante mí García de Malla escribano é notario público é apostólico, é familiar
deste Santo Oficio, paresció siendo llamado el muy reverendo padre fray Bartolomé de Medina ,
maestro en sancta theulugía, en la, universidad de Salamanca, del cual se recibió jurgmiento en
forma debida de derecho so carga del cual prometió de decir verdad , y entre las cosas que testificó
en su dicho, dijo é declaró contra el maestro fray Luis de León lo siguiente, é dijo ser de edad de
cuarentaé cuatro años.
ítem declaró que sabe anda en lengua vulgar el libro de los Canticios de Salomón, compuestos
por el muy Rdo. padre maestro fray Luis de León, porque lo ha leido este declarante.
ítem declaró que en esta universidad algunos maestros, señaladamente Grajal y Martinez, y fray
Luis de León, en sus paresceres y disputas quitan alguna autoridad á la edición Vulgata ,
diciendo que se puede hacer otra mejor, y que tiene hartas falsedades. Esto de la edición Vulgata
es público é notorio; y dijo que entiende que otras, proposiciones debe haber oido, pero que no se
acuerda (…)

44. Fray Luis de León


A la salida de la cárcel
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,

y con pobre mesa y casa


en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso.

45. Horacio

Como la encina podada por las duras hachas,


De negra fronda, en el fértil Álgido,
A pesar de daños y cortes, del mismo
Hierro toma fuerzas y vigor.

22
46. Fray Luis de León

Bien como la ñudosa


Carrasca, en alto risco desmochada
con hacha poderosa,
del ser despedaçada
del hierro torna rica y esforçada.

47. Horacio
Pastor cum traheret per freta navibus
Idaeis Helenen perfidus hospitam,
ingrato celeris obruit otio
ventos ut caneret fera

Nereus fata: 'Mala ducis avi domum


quam multo repetet Graecia milite,
coniurata tuas rumpere nuptias
et regnum Priami vetus.

[Cuando Paris, el pérfido pastor, conducía en las naves del Ida a la robada Helena, Nereo sujetó
con el ocio ingrato los rápidos vientos para anunciarle su cruel destino.
“Bajo auspicios fatales llevas a tu patria a esa mujer, que ha de reclamarte con numerosas huestes
la Grecia, conjurada en romper tus nupcias y destruir el antiguo reino de Príamo.
¡Ay cuánta fatiga rendirá a caballos y caballeros! ¡Cuánta desolación atraes sobre el pueblo de
Dárdano! Ya Palas prepara su yelmo, su égida, su carro y su furor.
En vano orgulloso con la ayuda de Venus peinarás tu cabellera y cantarás al son de la cítara versos
que hechicen a las mujeres. En vano evitarás desde tu tálamo los rudos venablos, las puntas de
las saetas cretenses, el clamoreo de la batalla y la persecución del volador Áyax; aunque tarde,
has de ver manchados de polvo tus adúlteros cabellos.
¿No ves al hijo de Laertes, exterminio de tu gente, y a Néstor, el príncipe de Pilos? Ya te acosa el
impávido Téucer de Salamina [Teucro] y Esténelo, diestro en el combate o impetuoso en el
momento que es preciso fustigar a los caballos. También conocerás a Merión [Meriones]. He aquí
al atroz hijo de Tideo, más valiente que su padre, corriendo enfurecido por alcanzarte; y como
ciervo que se olvida del pasto al divisar el lobo en la otra ladera del valle, así tú le huirás con la
respiración anhelante y muerto de pavor.

23
No es esto lo que prometías a tu Helena. La escuadra del iracundo Aquiles dilatará la ruina de
Ilión y las matronas frigias; mas pasados ciertos años, el fuego de los aqueos abrasará las casas
de Troya.]

48. Fray Luis de León


Oda VII
Profecía del Tajo
Folgaba el Rey Rodrigo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el río sacó fuera
el pecho, y le habló desta manera:

«En mal punto te goces,


injusto forzador; que ya el sonido
oyo, ya y las voces,
las armas y el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.

¡Ay! esa tu alegría


qué llantos acarrea, y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España ¡ay cuán llorosa!,
y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!

Llamas, dolores, guerras,


muertes, asolamientos, fieros males
entre tus brazos cierras,
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales;

a los que en Constantina


rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitaña:
a toda la espaciosa y triste España.

Ya dende Cádiz llama


el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.

Oye que al cielo toca


con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera
que al aire desplegada va ligera.

24
La lanza ya blandea
el árabe crüel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.

Cubre la gente el suelo,


debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y le escurece.

¡Ay!, que ya presurosos


suben las largas naves. ¡Ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden.

El Éolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.

¡Ay, triste! ¿y aun te tiene


el mal dulce regazo? ¿Ni llamado
al mal que sobreviene,
no acorres? ¿Ocupado,
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?

Acude, acorre, vuela,


traspasa la alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.»

¡Ay, cuánto de fatiga,


ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!

Y tú, Betis divino,


de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
¡cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!

El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta, ¡ay!, te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena.

25
49. Fray Luis de León
Oda II
A don Pedro Portocarrero
Virtud, hija del cielo,
la más ilustre empresa de la vida,
en el escuro suelo
luz tarde conocida,
senda que guía al bien, poco seguida;

tú dende la hoguera
al cielo levantaste al fuerte Alcides,
tú en la más alta esfera
con las estrellas mides
al Cid, clara victoria de mil lides.

Por ti el paso desvía


de la profunda noche, y resplandece
muy más que el claro día
de Leda el parto, y crece
el Córdoba a las nubes, y florece;

y por su senda agora


traspasa luengo espacio con ligero
pie y ala voladora
el gran Portocarrero,
osado de ocupar el bien primero.

Del vulgo se descuesta,


hollando sobre el oro; firme aspira
a lo alto de la cuesta;
ni violencia de ira,
ni blando y dulce engaño le retira.

Ni mueve más ligera,


ni más igual divide por derecha
el aire, y fiel carrera,
o la traciana flecha
o la bola tudesca un fuego hecha.

En pueblo inculto y duro


induce poderoso igual costumbre
y, do se muestra escuro
el cielo, enciende lumbre,
valiente a ilustrar más alta cumbre.

Dichosos los que baña


el Miño, los que el mar monstruoso cierra,
dende la fiel montaña
hasta el fin de la tierra,
los que desprecia de Eume la alta sierra.

26
50. Fray Luis de León

Oda XXI

A Nuestra Señora

Virgen, que el sol más pura,


gloria de los mortales, luz del cielo,
en quien la piedad es cual la alteza:
los ojos vuelve al suelo
y mira un miserable en cárcel dura,
cercado de tinieblas y tristeza.

Y si mayor bajeza
no conoce, ni igual, juicio humano,
que el estado en que estoy por culpa ajena,
con poderosa mano
quiebra, Reina del cielo, esta cadena.

Virgen, en cuyo seno


halló la deidad digno reposo,
do fue el rigor en dulce amor trocado:
si blando al riguroso
volviste, bien podrás volver sereno
un corazón de nubes rodeado.
Descubre el deseado
rostro, que admira el cielo, el suelo adora:
las nubes huirán, lucirá el día;
tu luz, alta Señora,
venza esta ciega y triste noche mía.

Virgen y madre junto,


de tu Hacedor dichosa engendradora,
a cuyos pechos floreció la vida:
mira cómo empeora
y crece mí dolor más cada punto;
el odio cunde, la amistad se olvida;
si no es de ti valida
la justicia y verdad, que tú engendraste,
¿adónde hallará seguro amparo?
Y pues madre eres, baste
para contigo el ver mi desamparo.

Virgen, del sol vestida,


de luces eternales coronada,
que huellas con divinos pies la Luna;
envidia emponzoñada,
engaño agudo, lengua fementida,
odio crüel, poder sin ley ninguna,
me hacen guerra a una;
pues, contra un tal ejército maldito,
¿cuál pobre y desarmado será parte,
si tu nombre bendito,
María, no se muestra por mi parte?

27
Virgen, por quien vencida
llora su perdición la sierpe fiera,
su daño eterno, su burlado intento;
miran de la ribera
seguras muchas gentes mi caída,
el agua violenta, el flaco aliento:
los unos con contento,
los otros con espanto; el más piadoso
con lástima la inútil voz fatiga;
yo, puesto en ti el lloroso
rostro, cortando voy onda enemiga.

Virgen, del Padre Esposa,


dulce Madre del Hijo, templo santo
del inmortal Amor, del hombre escudo:
no veo sino espanto;
si miro la morada, es peligrosa;
si la salida, incierta; el favor mudo,
el enemigo crudo,
desnuda, la verdad, muy proveída
de armas y valedores la mentira.
La miserable vida,
sólo cuando me vuelvo a ti, respira.

Virgen, que al alto ruego


no más humilde sí diste que honesto,
en quien los cielos contemplar desean;
como terrero puesto—
los brazos presos, de los ojos ciego—
a cien flechas estoy que me rodean,
que en herirme se emplean;
siento el dolor, mas no veo la mano;
ni me es dado el huir ni el escudarme.
Quiera tu soberano
Hijo, Madre de amor, por ti librarme.

Virgen, lucero amado,


en mar tempestuoso clara guía,
a cuvo santo rayo calla el viento;
mil olas a porfía
hunden en el abismo un desarmado
leño de vela y remo, que sin tiento
el húmedo elemento
corre; la noche carga, el aire truena;
ya por el cielo va, ya el suelo toca;
gime la rota antena;
socorre, antes que emviste en dura roca.

Virgen, no enficionada
de la común mancilla y mal primero,
que al humano linaje contamina;
bien sabes que en ti espero
dende mi tierna edad; y, si malvada
fuerza que me venció ha hecho indina

28
de tu guarda divina
mi vida pecadora, tu clemencia
tanto mostrará más su bien crecido,
cuanto es más la dolencia,
y yo merezco menos ser valido.

Virgen, el dolor fiero


añuda ya la lengua, y no consiente
que publique la voz cuanto desea;
mas oye tú al doliente
ánimo, que contino a ti vocea.

51. Fray Luis de León

Oda XI

Al licenciado Juan de Grial

Recoge ya en el seno
el campo su hermosura, el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor, y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja.

Ya Febo inclina el paso


al resplandor egeo; ya del día
las horas corta escaso;
ya Éolo al mediodía,
soplando espesas nubes nos envía.

Ya el ave vengadora
del Íbico navega los nublados
y con voz ronca llora,
y, el yugo al cuello atados,
los bueyes van rompiendo los sembrados.

El tiempo nos convida


a los estudios nobles, y la fama,
Grial, a la subida
del sacro monte llama,
do no podrá subir la postrer llama.

Alarga el bien guiado


paso y la cuesta vence y solo gana
la cumbre del collado
y, do más pura mana
la fuente, satisfaz tu ardiente gana.

No cures si el perdido
error admira el oro y va sediento
en pos de un bien fingido,
que no ansí vuela el viento,
cuanto es fugaz y vano aquel contento.

29
Escribe lo que Febo
te dicta favorable, que lo antiguo
iguala y pasa el nuevo
estilo; y, caro amigo,
no esperes que podré atener contigo.

Que yo, de un torbellino


traidor acometido y derrocado
del medio del camino
al hondo, el plectro amado
y del vuelo las alas he quebrado.

52. Fray Luis de León

Oda I

Vida retirada

¡Qué descansada vida


la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

Que no le enturbia el pecho


de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento


si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río,!


¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño

30
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves


con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,


gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera,


por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.

El aire del huerto orea


y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.

Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada

31
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

53. Fray Luis de León

Oda III

A Salinas

A cuyo son divino


el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.

Traspasa el aire todo


hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.

Ve cómo el gran maestro,


aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega


por un mar de dulzura, y finalmente

32
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.

54. Fray Luis de León

Oda VIII

Noche serena

Cuando contemplo el cielo


de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,

el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente;
Loarte y digo al fin con voz doliente:

«Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?

¿Qué mortal desatino


de la verdad aleja así el sentido,
que, de tu bien divino
olvidado, perdido
sigue la vana sombra, el bien fingido?

El hombre está entregado


al sueño, de su suerte no cuidando;
y, con paso callado,
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.

¡Oh, despertad, mortales!


Mirad con atención en vuestro daño.
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra y de engaño?

¡Ay, levantad los ojos


aquesta celestial eterna esfera!
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto teme y cuanto espera.

¿Es más que un breve punto

33
el bajo y torpe suelo, comparado
con ese gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

Quien mira el gran concierto


de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto
sus pasos desiguales
y en proporción concorde tan iguales;

la luna cómo mueve


la plateada rueda, y va en pos della
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de amor la sigue reluciente y bella;

y cómo otro camino


prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo amado;

—rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro—:

¿quién es el que esto mira


y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
y rompe lo que encierra
el alma y destos bienes la destierra?

Aquí vive el contento,


aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado,
de glorias y deleites rodeado.

Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece.

¡Oh campos verdaderos!


¡Oh prados con verdad frescos y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh deleitosos senos!
¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!»

34
55. Fray Luis de León

Oda XIII

Morada del cielo

Alma región luciente,


prado de bienandanza, que ni al hielo
ni con el rayo ardiente
fallece; fértil suelo,
producidor eterno de consuelo:

de púrpura y de nieve
florida, la cabeza coronado,
y dulces pastos mueve,
sin honda ni cayado,
el Buen Pastor en ti su hato amado.

Él va, y en pos dichosas


le siguen sus ovejas, do las pace
con inmortales rosas,
con flor que siempre nace
y cuanto más se goza más renace.

Y dentro a la montaña
del alto bien las guía; ya en la vena
del gozo fiel las baña,
y les da mesa llena,
pastor y pasto él solo, y suerte buena.

Y de su esfera, cuando
la cumbre toca, altísimo subido,
el sol, él sesteando,
de su hato ceñido,
con dulce son deleita el santo oído.

Toca el rabel sonoro,


y el inmortal dulzor al alma pasa,
con que envilece el oro,
y ardiendo se traspasa
y lanza en aquel bien libre de tasa.

¡Oh, son! ¡Oh, voz! Siquiera


pequeña parte alguna decendiese
en mi sentido, y fuera
de sí la alma pusiese
y toda en ti, ¡oh, Amor!, la convirtiese,

conocería dónde
sesteas, dulce Esposo, y, desatada
de esta prisión adonde
padece, a tu manada
viviera junta, sin vagar errada.

35
56. Fray Luis de León
La perfecta casada
Mas considere vuestra merced cómo reluce, así en esto, como en todo lo demás, la
grandeza de la divina bondad, que pone a su cuenta y se tiene por servido de nosotros con aquello
mismo que es provecho nuestro. Porque a la verdad, cuando no hobiera otra cosa que inclinara a
la casada a hacer del deber, si no es la paz y sosiego y el gran bien que en esta vida sacan y
interesan las buenas de serlo, esto sólo bastaba; porque sabida cosa es que, cuando la mujer -
19- asiste a su oficio, el marido la ama, y la familia anda en concierto, y aprenden virtud los
hijos, y la paz reina, y la hacienda crece. Y como la luna llena, en las noches serenas, se goza
rodeada y como acompañada de clarísimas lumbres, las cuales todas parece que avivan sus luces
en ella, y que la remiran y reverencian, así la buena en su casa reina y resplandece, y convierte
así juntamente los ojos y los corazones de todos. El descanso y la seguridad la acompañan a
dondequiera que endereza sus pasos, y a cualquiera parte que mira encuentra con el alegría y con
el gozo, porque, si pone en el marido los ojos, descansa en su amor; si los vuelva a sus hijos,
alégrase con su virtud; halla en los criados bueno y fiel servicio, y en la hacienda provecho y
acrecentamiento, y todo le es gustoso y alegre; como al contrario, a la que es mala casera todo se
lo convierte en amargura, como se puede ver por infinitos ejemplos.
Que es decir que ha de estudiar la mujer, no en empeñar a su marido y meterle en enojos
y cuidados, sino en librarle dellos y en serie perpetua causa de alegría y descanso. Porque, ¿qué
vida es la del aquel que ve consumir su patrimonio en los antojos de su mujer, y que sus trabajos
todos se los lleva el río, o por mejor decir, al albañar, y que, tomando cada día nuevos censos, y
creciendo de continuo sus deudas, vive vil esclavo, aherrojado del joyero y del mercader?
Dios, cuando quiso casar al hombre, dándole mujer, dijo: «Hagámosle un ayudador su semejante»
(Gén, 2); de donde se entiende que el oficio natural de la mujer, y el fin para que Dios la crió, es
para que sea ayudadora del marido, y no su calamidad y -42- desventura; ayudadora, y no
destruidora. Para que la alivie de los trabajos que trae consigo la vida casada, y no para que
añadiese nuevas cargas. Para repartir entre sí los cuidados, y tomar ella parte, y no para dejarlos
todos al miserable, mayores y más acrecentados. Y, finalmente, no las crió Dios para que fuesen
rocas donde quebrasen los maridos y hiciesen naufragio de las haciendas y vidas, sino para puertos
deseados y seguros en que, viniendo a sus casas, reposasen y se rehiciesen de las tormentas de
negocios pesadísimos que corren fuera dellas.
Y el abrir su boca en sabiduría, que el Sabio aquí dice, es no la abrir sino cuando la
necesidad lo pide, que es lo mismo que abrirla templadamente y pocas veces, porque son pocas
las que lo pide la necesidad. Porque, así como la naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las
mujeres para que encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca; y como las

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desobligó de los negocios y contrataciones de fuera, así las libertó de lo que se consigue a la
contratación, que son las muchas pláticas y palabras. Porque el hablar nace del entender, y las
palabras no son sino como imágenes o señales de lo que el ánimo concibe en sí mismo; por donde,
así como a la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para
los negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico, así les limitó el entender,
y por consiguiente, les tasó las palabras y las razones; y así como es esto lo que su natural de la
mujer y su oficio le pide, así por la misma causa es una de las cosas que más bien lo está y que
mejor le parece.

57. Santa Teresa de Jesús

¡Oh hermosura que excedéis


a todas las hermosuras!
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.

Oh ñudo que así juntáis


dos cosas tan desiguales,
no sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.

Juntáis quien no tiene ser


con el Ser que no se acaba;
sin acabar acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada.

58. Santa Teresa de Jesús


Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado
izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me
representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión
quiso el Señor le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido
que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman
querubines, que los nombres no me los dicen; mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia
de unos ángeles a otros y de otros a otros, que no lo sabría decir. Viale en las manos un dardo de
oro largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el

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corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo
y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.

59. Santa Teresa de Jesús

VERSOS QUE COMPUSO NUESTRA MADRE SANTA TERESA DE JESUS, CON


MOTIVO DE LA TRANSVERBERACION DE SU CORAZON

En las internas entrañas


Sentí un golpe repentino:
El blason era divino,
Porque obró grandes hazañas.
Con el golpe fuí herida,
Y aunque la herida es mortal,
Y es un dolor sin igual,
Es muerte que causa vida.

Si mata, ¿cómo da vida?


Y si vida, ¿cómo muere?
¿Cómo sana, cuando hiere,
Y se ve con él unida?
Tiene tan divinas mañas,
Que en un tan acerbo trance
Sale triunfando del lance,
Obrando grandes hazañas.

60. Santa Teresa de Jesús

Vivo sin vivir en mí,


y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.
Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;

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y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

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61. Sor Marcela de San Félix
Romance de un alma que temía distraerse al salir de un retiro
Dulce querido mío,
hechizo de mi alma,
si enamorarme intentas,
ya estoy enamorada.
Si pretendes, mi bien,
con amorosas trazas,
con cautelas divinas,
probar mi fe y constancia,
excesiva es la prueba,
más parece amenaza,
pues dices que mi amor
admitirá mudanza.
Aunque te niegues luego,
tu presencia a mi alma
estará firme en todo,
con la misma constancia,
aunque por tus desdenes,
desvíos y amenazas,
crezcan las aflicciones
sin término ni pausa.
Aunque no quede en mí
señal de que me amas,
me tendrás, vida mía,
guardando tus espaldas.
Aunque me diga todo
que me tienes dejada,
y que dejar la empresa
puedo por olvidada,
tierna te buscaré
desde la noche al alba,
desde el alba a la noche
sin dar fin a mis ansias;
es muy grande el incendio
en que yace mi alma,
para que se consuma
aunque le cerquen aguas.
Tú, que en mi corazón
vives como en tu casa,
sabes de mis amores
los efectos y causas.
Sabes que es ya tan tuyo
que en ti solo descansa,
en ti solo se alegra
y lo demás le cansa.

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Sabes que por tenerte
mil suspiros exhala,
mil congojas padece
con infinitas ansias,
pues hallado una vez
el bien que deseaba,
¿cómo le ha de olvidar
por más que le combatan
si con dulces violencias
tus amores me enlazan,
tus caricias me obligan,
tu hermosura me mata,
si sabes que me tienes
cautiva y hechizada,
y de amor por tus ojos
ardiendo en vivas llamas?
Y que en dejando yo
tu soledad sagrada
y en volviendo a la aldea,
mitigaré mis ansias,
que el confuso tropel
de criaturas tantas,
con las ocupaciones,
apagarán la llama.
Y si tú te retiras
y haces ausencias largas,
faltará la memoria
de finezas pasadas,
y sin ella, el afecto
es fuerza tenga pausa,
y todo el bien se acabe
en voluntad templada.
Si yo, de presumida,
con loca confianza,
esperara en mis fuerzas,
sin duda me faltaran,
pero si pongo en ti
todas mis esperanzas,
¿por qué he de persuadirme
que se han de ver frustradas?
¿Tengo yo de pensar
que de burlas me amas,
que por juego acaricias,
por donaire regalas?
Y después, dueño mío,
que con veras tan claras,
con finezas tan tuyas
me obligas y dilatas,

41
no puedo yo creer
que amistad tan fundada
acabe un accidente,
de fin tan leve causa.
Pues en ti presumida
y en tu amor alentada,
prometo a tu belleza
que no ha de haber mudanza.
Tu esposa fiel seré,
mi bien, aunque te vayas
y ausentes tantas veces
cuantas te doy el alma,
y aunque tu sierva inútil,
tu puntual esclava,
estaré ejecutando
tu voluntad sin falta.
(…)

62. Sor Marcela de San Félix


Romance a una soledad
En ti, soledad amada,
hallaba mi compañía,
en ti los días son glorias,
en ti las noches son días.
En ti cogí de mi amor,
con abundancia excesiva,
fértil cosecha del alma,
dulce agosto de mi vida.
En ti gocé de mi esposo
las pretendidas caricias,
los halagos sin estorbos,
los regalos sin medida.
En ti vi de su belleza,
aunque en tiniebla, divina,
con cuánta razón me prende,
con cuánta causa cautiva.
En ti me vi alguna vez
anegada y sumergida
en el mar de dulces aguas
y riquezas infinitas.

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En ti, con los imposibles,
satisfice mi codicia,
que, con lo posible, amor
nunca llena sus medidas.
En ti me vi, felizmente,
muy negada y muy vacía
de criaturas y afectos,
y muy lejos de mí misma.
En ti gocé libertad
de tanto precio y estima,
que darlo todo por ella
no será paga cumplida.
En ti celebró mi esposo,
en aquel dichoso día,
en amoroso himeneo,
las bodas de mi alegría
En ti estuve tan gozosa,
contenta y entretenida,
que no podré encarecer
lo menos que en ti sentía.
En ti, con dichas tan grandes,
las horas, noches y días
dulcemente se pasaban,
instantes me parecían.
En ti, ¡qué corto mi sueño
y qué larga mi vigilia,
qué penoso fue el descanso,
qué gustosa la fatiga!
En ti le dije a mi amante
lo tierno que le quería,
lo mucho que me obligaba,
lo poco que le servía.
En ti le solicitaba,
con finezas y caricias,
a que me diese su amor
pues el mío conocía.
En ti pudo conocer
cómo le estaba rendida
mi alma, que está colgada
de su voluntad divina.
En ti le pedí su unión,
con ansias de amor tan vivas,
que no sé si le obligaron;
él lo sabe y él lo diga.
En ti procuré entregarle
tan por suya el alma mía,

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los sentidos y potencias,
que él los mande y él los rija.
(…)

63. Sor Marcela de San Félix


A unas ansias amorosas
Pues no puedo callar
ni hablar tampoco puedo,
entre callar y hablar
desahogarme intento.
Y callando lo más
y diciendo lo menos,
podré cumplir en parte
con estos dos afectos.
Yo me abraso de amores,
sin duda yo me quemo,
que me ha llegado así
un infinito fuego.
De cerca pudo herirme
si bien estaba lejos,
y en calor tan activo
se deshizo mi hielo.
Es el amante mío
fino por todo extremo,
y agora, por mi dicha,
ha dado en estar tierno.
Causan efectos tales
sus regalos del cielo,
que cuando me da vida,
me la quite deseo.
Yo no entiendo sus obras,
y sólo decir puedo
que con razón le llaman
artífice de enredos.
No sabré encarecer
lo mucho que padezco
ni lo mucho que gozo,
todo en un mismo tiempo.
Para matar de amores
y hacer otros excesos,
sus gracias sólo bastan,
que es hermoso y discreto,

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liberal y apacible,
caricioso y risueño,
y también le hace gracia
un poquito de ceño.
Éste se quita al punto
en un abrazo estrecho,
y queda serenado
todo el hermoso cielo.
(…)

64. Sor Marcela de San Félix

Romance al buen empleo del tiempo

¡Oh cuánto pierde quien pierde


el preciosísimo tiempo!
¡Oh cuánto gana quien gana
sus instantes y momentos!
Toda la plata y el oro
y diamantes de más precio
no valen lo que un instante
que se gasta para el cielo.
¡Oh tiempo, riqueza suma
a quien te estima! Yo creo
que ni un solo respirar
no le exhale sin provecho.
¡Oh infelicísima vida
la que he gastado sin miedo
de la cuenta que he de dar
del instante más pequeño!
Las coronas y las mitras,
y aun las tiaras, es cierto
que son la misma desgracia
si desperdician el tiempo.
¡Oh si licencia les dieran
a los que gastaron, necios,
el tiempo, sin granjear
que volviesen a sus cuerpos!
Con provechosa codicia,
divinamente avarientos,
guardarían los instantes
como antes los dineros.
Para adquirir y ganar
vivimos este destierro,
y nuestros censos y juros
son los espacios del tiempo.

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Depende una eternidad
de solo un instante incierto:
¿Pues cómo se pasa instante
sin dar pasos a lo eterno?
¡Oh si me diesen a mí
tiempo en que llorar el tiempo
que tan sin cuenta he gastado
todo lo mejor del tiempo!
De mi tiempo mal gastado,
Dios mío, [a] aquel tiempo apelo
que dispuso tu piedad
el que yo llegase a tiempo.
A sus vanas alegrías
llama el malo pasatiempos,
y tiempos que así se pasan
traerán tristeza a su tiempo.
¡Oh si todos entendiesen
el que no es ahora tiempo
de gozar! Que al padecer
sea dedicado este tiempo.

65. Luis de Góngora

Mientras por competir con tu cabello,


oro bruñido al sol relumbra en vano,
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o víola troncada
se vuelva, mas tú y ello, juntamente,
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

66. Francisco López de Zárate

A un esqueleto

Tú, tú eres este mesmo, tú, si adviertes


a la fraterna unión que te apercibe;
que si no para sí, para ti vive,
pues en él te hallarás, si te diviertes.

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Que una, aunque varias, son todas las suertes
que en el compuesto polvo el tiempo escribe;
ni ser rey ni plebeyo se percibe:
menos, o más, en eso te conviertes.

No huyas de temor, que no das paso


que no te lleve a ser lo que te espanta
y desprecias el bien de la memoria.

Humano sol, aquí tienes ocaso;


docto este bronce el tiempo te levanta;
monarca, esto es lo cierto de tu historia

67. Lope de Vega

A una calavera de mujer

Esta cabeza, cuando viva, tuvo


sobre la arquitectura de estos huesos
carne y cabellos, por quien fueron presos
los ojos que mirándola detuvo.
Aquí la rosa de la boca estuvo,
marchita ya con tan helados besos;
aquí los ojos, de esmeralda impresos,
color que tantas almas entretuvo;
aquí la estimativa, en quien tenía
el principio de todo movimiento;
aquí de las potencias la armonía.
¡Oh hermosura mortal, cometa al viento!
¿En donde tanta presunción vivía
desprecian los gusanos aposento?

68. Luis de Góngora

Ayer naciste, y morirás mañana.


Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida,
y para no ser nada estás lozana?

Si te engañó tu hermosura vana,


bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.

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Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.

No salgas, que te aguarda algún tirano;


dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.

69. Sor Juana Inés de la Cruz

Este que ves, engaño colorido,


que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

70. Francisco de Quevedo

¿Qué tienes que contar, reloj molesto,


en un soplo de vida desdichada
que se pasa tan presto?
¿En un camino que es una jornada
breve y estrecha de este al otro polo,
siendo jornada que es un paso solo?
Que si son mis trabajos y mis penas,
no alcanzaras allá, si capaz vaso
fueses de las arenas,
en donde el alto mar detiene el paso.
Deja pasar las horas sin sentirlas,
que no quiero medirlas,
ni que me notifiques de esa suerte
los términos forzosos de la muerte.
No me hagas más guerra,
déjame y nombre de piadosa cobra,

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que harto tiempo me sobra
para dormir debajo de la tierra.
Pero si acaso por oficio tienes
el contarme la vida,
presto descansarás, que los cuidados
mal acondicionados
que alimenta lloroso
el corazón cuitado y lastimoso,
y la llama atrevida
que amor, ¡triste de mí!, arde en mis venas
(menos de sangre que de fuego llenas),
no sólo me apresura
la muerte pero abréviame el camino:
pues con pie doloroso,
mísero peregrino,
doy cercos a la negra sepultura.
Bien sé que soy aliento fugitivo;
ya sé, ya temo, ya también espero
que he de ser polvo, como tú, si muero;
y que soy vidrio, como tú, si vivo.

71. Francisco de Rioja

Como se van las aguas deste río


para nunca bolver, assí los años,
i sólo dejan infalibles daños
que reparar no puede voto pío.

Fundamos esperanças al estío


desde el ivierno, ¡ó ciego error, ô engaños!,
i húyennos los tiempos por estraños
modos, i huye el floreciente brío.

La dulce atrocidad de aquellos ojos,


ante quien ia perdí color i aliento,
tras sí la lleva a más andar el día.

Vive tú a la opinión de onor sediento,


que io al ocio plebeio viviría
si apenas ai de lo que fui despojos.

72. Francisco de Quevedo

Rostro de blanca nieve, fondo en grajo;


la tizne, presumida de ser ceja;

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la piel, que está en un tris de ser pelleja;
la plata que se trueca ya en cascajo;

habla casi fregona de estropajo;


el aliño, imitado a la corneja;
tez que, con pringue y arrebol, semeja
clavel almidonado de gargajo.

En las guedejas, vuelto el oro orujo,


y ya merecedor de cola el ojo,
sin esperar más beso que el del brujo.

Dos colmillos comidos de gorgojo,


una boca con cámaras y pujo,
a la que rosa fue vuelven abrojo.

73. Francisco de Quevedo

Bermejazo Platero de las cumbres


A cuya luz se espulga la canalla:
La ninfa Dafne, que se afufa y calla,
Si la quieres gozar, paga y no alumbres.
Si quieres ahorrar de pesadumbres,
Ojo del Cielo, trata de compralla:
En confites gastó Marte la malla,
Y la espada en pasteles y en azumbres.
Volviose en bolsa Júpiter severo,
Levantose las faldas la doncella
Por recogerle en lluvia de dinero.
Astucia fue de alguna Dueña Estrella,
Que de Estrella sin Dueña no lo infiero:
Febo, pues eres Sol, sírvete de ella.

74. Francisco de Quevedo


«Tras vos un Alquimista va corriendo,
Dafne, que llaman Sol ¿y vos, tan cruda?
Vos os volvéis murciégalo sin duda,
Pues vais del Sol y de la luz huyendo.
ȃl os quiere gozar a lo que entiendo
Si os coge en esta selva tosca y ruda,
Su aljaba suena, está su bolsa muda,
El perro, pues no ladra, está muriendo.

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»Buhonero de signos y Planetas,
Viene haciendo ademanes y figuras
Cargado de bochornos y Cometas.»
Esto la dije, y en cortezas duras
De Laurel se ingirió contra sus tretas,
Y en escabeche el Sol se quedó a oscuras.

75. Luis de Góngora

La dulce boca que a gustar convida


un humor entre perlas distilado,
ya no invidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

amantes, no toquéis, si queréis vida;


porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas que a la Aurora


Diréis que, aljofaradas y olorosas
Se le cayeron del purpúreo seno;

Manzanas son de Tántalo, y no rosas,


que pronto huyen del que incitan hora
y sólo del Amor queda el veneno.

76. Lope de Vega

Desmayarse, atreverse, estar furioso


Áspero, tierno, liberal, esquivo
Alentado, mortal, difunto, vivo
Leal, traidor, cobarde y animoso
No hallar fuera del bien centro y reposo
Mostrarse alegre, triste, humilde, altivo
Enojado, valiente, fugitivo
Satisfecho, ofendido, receloso
Huir el rostro al claro desengaño
Beber veneno por licor suave
Olvidar el provecho, amar el daño
Creer que un cielo en un infierno cabe
Dar la vida y el alma a un desengaño
Esto es amor, quien lo probó lo sabe.

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77. María de Zayas

Amar el día, aborrecer el día,


llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegría.
Estar juntos valor y cobardía,
el desprecio cruel y el blando ruego,
tener valiente entendimiento ciego,
atada la razón, libre osadía.
Buscar lugar en que aliviar los males
y no querer del mal hacer mudanza,
desear sin saber qué se desea.
Tener el gusto y el disgusto iguales,
y todo el bien librado en la esperanza,
si aquesto no es amor, no sé qué sea.

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