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Nora Levinton - Superyó Femenino

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Inicio / Presentación

NÚMERO

El superyó femenino
Autor: Levinton, Nora

Palabras clave

Amenaza de perdida del amor, Apego e identidad femenina, Cuidado de la vida, Cuidado de
las relaciones, Culpa, Fundamentos preedipicos del superyo femenino, Genero como
organizacion simbolica..

Este texto corresponde a la defensa oral de la Tesis Doctoral "El superyó


femenino", por la cual la Licenciada Nora Levinton obtuvo el título de Doctora en
Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid dentro del Programa de
Doctorado “Fundamentos y desarrollos Psicoanalíticos” (programa conjunto de las
Universidades Autónoma de Madrid, Complutense de Madrid y Universidad
Pontificia Comillas (Madrid). Directora de tesis: Emilce Dio Bleichmar

Este trabajo de tesis refleja mi interés en revisar algunos temas que abordan la cuestión
de la construcción de la subjetividad femenina, privilegiando como eslabones principales la
modalidad de internalización de las normas, su articulación con el sentimiento de culpa y
aquellas problemáticas que atañen a lo que define en psicoanálisis al superyó como
instancia. La propuesta se basa en dos líneas fundamentales de revisión: el concepto de
feminidad y el de superyó femenino. Se trata de una ampliación sobre los fundamentos
psicoanalíticos que darían origen y desarrollo a las estructuras intrapsíquicas normativas.

Tomo como referencia privilegiada la obra de E. D. Bleichmar, cuyo aporte es el


basamento de este trabajo para considerar la especificidad de los fundamentos de la
estructura normativa femenina.

En relación a la conceptualización sobre el psiquismo, actualmente son muchos los


autores que desde el interior mismo del psicoanálisis plantean y trabajan con modelos que
amplian el concepto de fuezas motivacionales que estructuran la subjetividad. Entre ellos:
Hugo Bleichmar (Avances en Psicoterapia Psicoanalítica, Paidós,1997), Joseph Lichtenberg
(Psychoanalysis and Motivation,The Analytic Press, 1989), Fred Pine (Drive, Ego, Object

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and Self. A Synthesis for Clinical Work, Basic Books, 1990), Daniel Stern (El mundo
interpersonal del infante. Paidós, 1985), Drew Westen (A revised theory of motivation Int. J.
Psycho-Analysis, 1997, 78:521-548)

En este trabajo el punto de partida es el cuestionamiento de los cimientos teóricos que


categorizan al superyó freudiano, en tanto éste se concibe como legislador de una única
dimensión del psiquismo, la sexualidad, y cuyos elementos constitutivos giran en torno a
una estricta y pre-determinada configuración que se establece como las consecuencias
psíquicas de la diferencia a partir de una teoría sexual infantil

Dado que la explicación clásica se circunscribe a la ley de la prohibición del incesto


como respuesta a la necesidad de regular los deseos sexuales dentro del ámbito de la
célula familiar, se instituye a aquélla como norma privilegiada para la organización de la
subjetividad. Los avatares del complejo de Edipo, de la circulación del deseo sexual, de los
sentimientos de culpa y temores a la castración se consideran los desencadenantes que
promueven la identificación del sujeto con la norma que pondría en marcha los mecanismos
de represión y sublimación, bases del desarrollo de la individuación hacia la exogamia. El
fundamento del superyó sería, entonces, el abandono de los deseos incestuosos tanto hacia
la madre como hacia el padre.

Este modelo sobre el origen y desarrollo de la norma ha sido cuestionado en numerosa


oportunidades por su carácter reduccionista, pero tales cuestionamientos han sido
considerados, por lo general, como intentos desviacionistas.

Ya en 1933, K. Horney fue una de las primeras psicoanalistas que pusieron en tela de
juicio tanto la conceptualización sobre la denominación de “etapa fálica” como al papel
otorgado a la envidia del pene como consecuencia del reconocimiento de la diferencia
anatómica y la idea del supuesto reproche a la madre por la afrenta de la castración.
Cuestiones todas ellas de una enorme complejidad conceptual que han llevado a
deslizamientos desde categorías biológico-anatómicas (la vagina como cavidad) a
articulaciones que organizan contenidos del psiquismo como la pasividad o el masoquismo.

El reduccionismo aludido respecto al superyó femenino gira en torno a los siguientes


factores :

a) Se ha concebido sobre las experiencias de los varones


b) No se ha tenido en cuenta el contexto interactivo-intersubjetivo con los adultos, a
partir del cual se estructura la subjetividad infantil
c) No se han considerado como ejes del sistema normativo que impera en la
subjetividad femenina el cuidado de la vida y las motivaciones de apego.

En la conceptualización de la teoría freudiana del superyó como heredero del conflicto


sexual infantil partimos de la indagación que Freud propone sobre la conciencia moral y su
relación con el sentimiento de culpa circunscribiéndose fundamentalmente en su origen a la
percepción en el sujeto de un juicio adverso sobre determinados deseos provenientes de
mociones pulsionales tanto sexuales como hostiles. Esta concepción, donde una parte del
psiquismo observa críticamente a la otra como si se tratase de un objeto externo, refleja la
constitución de la instancia denominada superyó a la que se le atribuyen como funciones la
autoobservación, conciencia moral y función de ideal.

En el varón la temida amenaza de castración le empujaría al abandono del


enamoramiento de la madre y a la identificación con el padre, preservando así su preciado
órgano (el pene), lo que favorece la internalización de la prohibición del incesto y, como
consecuencia, en el propio niño se erige el superyó como juez interno. Por lo tanto, se
otorga a la angustia de castración un lazo indisoluble con la configuración superyoica a la
que da lugar. La introducción de la instancia superyoica supone articular una compleja red
de formulaciones, que como pudimos constatar fuerzan la conceptualización del superyó
como heredero del complejo de Edipo.

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Pero, al ser este desarrollo el que se toma como referencia, todo lo que suceda en la
niña se describe en oposición/diferencia a lo que se ha presentado como modelo universal.

Una vez producido este planteo universalizador, el sesgo de género masculino en la


teoría, es decir, la supuesta constitución de la subjetividad femenina al suponerse la
angustia de castración/envidia al pene como decisiva, determinará de antemano los ítems
que se consideran para definir al superyó: la posesión o no del pene, el temor a la amenaza
de castración, la posible identificación con el padre como representante de las leyes y
tradiciones de su cultura, etc.

De modo que sus alcances, planteado en términos de acceder a unas metas


predeterminadas, presentan asimismo la cualidad de desvío, inferioridad -descalificación en
suma- respecto del modelo privilegiado: el masculino. Lo que lleva a concluir que existe en
el hombre un mayor sentimiento de justicia, y en la mujer un menor sentido ético, o
incapacidad para la sublimación o mayor labilidad emocional a la hora de tomar decisiones.
Todo ello sin tenerse en cuenta que los parámetros desde los que se evalúan estas
disposiciones revelan una valoración marcadamente sesgada.

A este respecto nos interesa resaltar el aporte de Ana María Fernández cuando plantea
la necesidad de pensar otra lógica de la diferencia que no traduzca la alteridad en
inferiorización y que, a través de la deconstrucción de categorías conceptuales, reformule la
diferencia no en términos de lo negativo respecto de una unidad de medida positiva
encarnada por el hombre.

Tambien C. Gilligan, cuestiona la supuesta neutralidad con que se evalúan en los


estudios de Kohlberg los datos de las investigaciones que se realizan en psicología
evolutiva, cuyas respuestas son evaluadas sobre la base de la desvalorización y negación
de las características del desarrollo de las niñas.
Desarrollos en la tesis

En la tesis retomo la cuestión del superyó como un organizador intrapsíquico que se


ocupa de reglamentar mediante restricciones, mandatos e idealizaciones todo un delicado
entramado que regulará la relación de la mujer consigo misma y con su entorno,
estructurando un modelo frente al cual se debatirá en permanentes comparaciones que
revelarán fallos, desfasajes entre lo idealizado y lo percibido, y que será causa de dolorosos
conflictos. Y, sobre todo generador, del casi omnipresente sentimiento de culpa.

Como referente para una relectura me apoyo en el par feminidad/masculinidad,


problemática que Freud termina enmarcando en un concepto problemático, como el de los
fines de la pulsión.

En la tesis destaco cómo el concepto de género permite articular la feminidad y la


masculinidad en una dimensión psicoanalítica partiendo de un enfoque intersubjetivo. Utilizo
la definición de John Money de género como “dimorfismo de respuestas ante los caracteres
sexuales externos como uno de los aspectos más universales del vínculo social”.

Desde esta perspectiva, el género, en tanto organización simbólica, es un preexistente,


en el cual todo niño/a va a estar inmerso. O sea, un mundo lingüístico y de relaciones
humanas impregnadas de distinciones de toda clase: vestimenta, actitudes, gestos,
lenguaje, funciones, roles y valores. Coexistiendo, por lo tanto, en la subjetividad los
fantasmas de género con los fantasmas de sexualidad, a los que los primeros imprimirán su
sello estructurante. En consecuencia, habrá efectos significativos desde y para la
intersubjetividad.

Mi interés durante el desarrollo de la tesis radicó en trabajar fundamentalmente la


incidencia del sistema del género en la organizacióndel sueperyó, dado que, en su versión
psicoanalítica, el género es un aporte conceptual que favorece el poder pensar la
constitución subjetiva de la identidad, la estructura imaginaria del yo no como algo neutro
sino emergiendo femenino o masculino desde sus orígenes. A pesar de que la
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denominación, y el concepto, de género no pertenezcan al psicoanálisis clásico, sin


embargo, retrabajado desde el psicoanálisis, no importándolo mecánicamente de la
sociología, permite reflexionar sobre cómo se constituye la identidad temprana y cómo la
propia historia del complejo de Edipo se inscribe sobre una identidad de género del yo ya
formada. Lo que ha dado lugar a su conceptualización como sistema sexo/género.

Esta problemática colabora para interrogarnos sobre la conveniencia de seguir


otorgándole al complejo de Edipo el valor de núcleo estructurante del psiquismo. La
propuesta consiste en pensar que la intensa fuerza motivacional que se le atribuye a los
temores y hostilidades propios de la etapa fálico-edípica no sean los únicos determinantes
para la estructuración del superyó.

La búsqueda de un referente que pudiese representar en el psiquismo de las mujeres


el equivalente de la amenaza de castración en los hombres me condujo, en los propios
textos freudianos, a la formulación sobre la angustia producida por el temor a la pérdida de
amor surgida, en un primer momento, en la relación con la madre; más tarde proveniente
del superyó y, posteriormente, de los sucesivas relaciones significativas.

De modo que la hipótesis desarrollada es la del temor a la pérdida de amor como la


situación de peligro promotora de angustia más eficaz en las mujeres. Por todo ello, será
necesaria otra formulación tanto para describir el funcionamiento del superyó en la mujer
como para valorar los criterios con que se piensan sus efectos sobre la subjetividad
femenina.

Esta consideración ha orientado mi trabajo a intentar una propuesta que hiciese


extensivos los límites de la cuestión del superyó más allá de lo que se articula respecto de la
sexualidad en torno al complejo de Edipo. Es decir, el rastreo de la constitución del superyó
no como organización secundaria a las primeras relaciones sino correlativa a las mismas. Lo
que me condujo hasta los rudimentos iniciales de relación, en ese primer y determinante
vínculo de la niña con su madre y en la repercusión emocional que para ambas tiene la
pertenencia al mismo género.

Indudablemente la obra de H. Deutsch me permitió encontrar significativas referencias


en cuanto a la relevancia de la fase preedípica de la relación de la niña con la madre y de su
importancia en todas las etapas de la vida de una mujer. Destaco, también, la significación
que esta autora otorga a la influencia represora del medio respecto de la agresividad de las
muchachas e, incluso, de la propia actividad, así como el intento de cuestionar los términos
masculino/pasivo y femenino/activo. Lamentablemente, la densidad de la formulación no
podía quedar resuelta en el reemplazo en los términos anatómicos sugeridos por H. Deutsch
de “giro hacia la pasividad” por “actividad girada hacia adentro”, pero es rescatable su
intento de subrayar las diferencias en forma y contenido del brote de actividad previo al
incremento de pasividad en varones y muchachas, en la prepubertad.

Hoy resulta innegable que muchas de las afirmaciones sobre la feminidad se asentaron
sobre ideas preconcebidas en torno a un “ideal femenino” imbuido de categorías
esencialistas sobre la mujer derivadas de su rol tradicional como esposa y madre.
Actualmente pensamos que si para todo infante su desarrollo está marcado por esa
experiencia primordial de apego que le permite desplegar una disposición biológica que irá
configurando su universo emocional, la especificidad de compartir el mismo sistema
sexo/género, tiene una importancia capital, instituyendo un contenido particular al psiquismo
con el valor de un imperativo categórico: "serás madre y te preocuparás por la vida y las
relaciones". Lo que C. Gilligan denomina “ética del cuidado”que remite a la perspectiva
moral femenina que prioriza como problema el cuidado y la responsabilidad en las
relaciones.

En la presente revisión del concepto de feminidad que hacemos no se la considera


exclusivamente como un tiempo segundo, una consecuencia del descubrimiento de la
diferencia anatómica de los sexos, de la ansiedad de castración de la niña (y, derivada de
ella, la envidia al pene), del cambio de zona (clítoris por vagina), ni del cambio de los fines
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activos de la pulsión sexual hacia la madre en pasivos hacia el padre, ni tampoco en el


supuesto deseo de recibir un hijo del padre.

Hacemos extensivo el concepto de feminidad a la temprana identidad que tiene toda


niña como igual a la madre y diferente del padre ( lo mismo que, a la inversa, ocurre con el
varón). En otros términos: su feminidad comienza en un proceso del sí mismo, del yo en un
sentimiento del ser, que con posterioridad adquirirá el atributo de la sexualidad.

Mi propuesta de reformulación se basa en la articulación de tres conceptualizaciones


que subrayan el fundamento intersubjetivo de la feminidad en la época preedípica.

La noción de género como un preexistente

Deseos y expectativas fantasmáticas inconcientes de los padres frente al hijo/a


portador de una representación particular de lo que ser niña/o representa para
ellos. Y lo que el conjunto social promueve como formato de feminidad o
masculinidad vigentes.

El género será el fundamento de la identidad, del sentimiento y noción de ser


niña o varón, femenino o masculino.

La especificidad de la subjetividad femenina no como desviación o carencia


respecto de un modelo generador único, el masculino.

Como rasgo fundamental de esta particularidad propia de la subjetividad


femenina el sistema normativo que se va estableciendo singular en su génesis,
contenido, estructura y modalidad.

La línea teórica que destaca la intersubjetividad como fundamento de constitución de lo


intrapsíquico

La interacción recíproca con otros sujetos es el principio de la intersubjetividad

El énfasis puesto no en los derivados pulsionales sino en la configuración de


relaciones

El apego es el trabajo psíquico al que la mente dirige sus esfuerzos

La relación primordial con la madre es el punto de partida que pone en marcha


el proceso de desarrollo de la intersubjetividad.

El enfoque modular- transformacional de H. Bleichmar que describe al psiquismo como


una organización de múltiples sistemas motivacionales que movilizan distintos tipos de
necesidades y deseos (hetero-autoconservación -incluida la regulación psicobiológica-,
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apego, sensual/sexuales, narcisista), sistemas que, en su articulación, generan


transformaciones de un sistema sobre los otros.

Nuestra hipótesis es que lo que confiere especificidad a la feminidad es la prevalencia


de la motivación de apego en compleja articulación con el sistema narcisista, proceso de
articulación que se inicia en la infancia temprana y se reinviste a todo lo largo del ciclo vital.
El reaseguramiento de los vínculos afectivos se constituye en el eje organizador de la
feminidad. Lo que conlleva una enorme dificultad para la regulación psicobiológica cuando
se halla tan sobreenvestido el mundo emocional y las relaciones afectivas en particular.

El siguiente diagrama ilustra cómo he pensado la organización del superyó femenino

Los contenidos temáticos del superyó serán, por una parte, las normas que fijan lo
aceptable y lo reprobable en el orden moral, prescribiendo como mandato de género
privilegiado el cuidado de la vida y las relaciones, la entrega, la capacidad para la empatía.
Rasgos, que por lo tanto, condicionan el comportamiento en relación al objeto, e imponen
imperativos categóricos. Y los ideales que hacen referencia a las aspiraciones
autoimpuestas para tener un sentimiento de sí misma valioso . Por el reforzamiento de los
vínculos, de la primacía jerárquica de la motivación de apego, la sanción más temida será la
amenaza de la pérdida de amor

En cuanto a la estructura del superyó, como conflicto básico destacamos que el


incumplimiento del sistema normativo produce culpabilidad cuando se transgrede y
sufrimiento narcisista cuando no se alcanzan los ideales. El juicio incide sobre la
desaprobación global no por lo que hizo sino por lo que se es (mujer que no cuida la
relación, que permite que se deteriore, que no alivia el sufrimiento del otro, etc).

La modalidad de funcionamiento está dada por las reglas de cumplimiento de las


normas e ideales. Correspondería al concepto de "metaideales", propuesto por H.
Bleichmar, que son creencias inconscientes, no formuladas, que determinan el grado en que
al sujeto le es admisible el apartamiento respecto de los ideales.. La severidad del superyó
se basa en esta condición funcional -ideales sobre el cumplimiento de ideales-, y no en las
temáticas de los contenidos de los ideales particulares..
En el caso de la niña vemos como va estableciendo un código de autocensura conforme al
modelo de los metaideales condicionados por el género.

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Conclusiones sobre el papel del género en la constitución del superyó femenino

Primeros atributos en la configuración temprana del superyó

La madre como primera figura de apego, fuente de identificación, soporte de


especularización, es la transmisora, tanto a través de conductas preverbales
como de mensajes explícitos, de un modelo de feminidad: lo que para ella es ser
una mujer y sus fantasmas de género (qué es una niña).

Este modelo es preivo por excelencia, abarca inscripciones diversas y deja su


impronta fundamental en lo que posteriormente constituirá la instancia
superyoica de la niña.

Por lo tanto, la estructura normativa de génesis preedípica establece pautas


normativas estrictas sobre la niña, sobre sus hábitos, reacciones emocionales,
sobre lo que está permitido o censurado hacer, pensar, decir, legislando no sólo
lo que es bueno o malo, sino lo que corresponde para ser mujer.

Desde los adultos se implantan contenidos a la niña que constituyen el soporte


de lo que se proyecta como identidad propia del género femenino y, por
oposición complementaria al género masculino, como lo diferente al igual. En el
discurso parental es donde más constituido está el género como "creencia
matriz pasional", como una estructura que provee de contenidos particulares al
psiquismo.

Es a través de un complejo modelaje que se configurará la identidad de género:


el sentido de un sí misma sobredeterminado por la igualdad de género con la
madre. Este rasgo favorece la no discriminación y refuerza los sentimientos de
fusión.

Por el lugar que ocupan en el mundo simbólico de los adultos, la organización de


la identidad temprana del varón se estructura en torno a la figura de los
mandatos del héroe: despliega sus atributos de fuerza y poder en la ejecución de
una hazaña física o mental (ejecutivo, instrumental, domador de la naturaleza),
en el cual el superyó masculino impone la exaltación del atributo personal (teoría
clásica en torno al falo). Como contraposición, la heroína femenina temprana es
la "gran cuidadora", debido a los mandatos que exaltan atributos morales de
bondad, entrega, y consideración a la vida y relaciones.

Si en la descripción freudiana del superyó se pone el acento en la ley del incesto


como freno social a las ambiciones sexuales narcisistas del varón, en el caso de
la niña deja intactas y, por el contrario, refuerza sus mandatos de género
referidos a la capacidad de relacionarse con otros y al cuidado en términos de
ser responsables de la preservación de estas relaciones, mandatos que
adquieren una suerte de atemporalidad o eternidad ya que son preedípicos,
edípicos y postedípicos.

Una de las condiciones que ejercen más opresión sobre la subjetividad femenina
es que no existe freno simbólico alguno para disminuir la culpabilidad de las
mujeres en torno al desinterés, o a la transgresión del imperativo de
consagración al cuidado.

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Anterioridad temporal de los mandatos de género a la represión de la sexualidad

Los mandatos de género se organizan tempranamente en el psiquismo


femenino, como precursores de lo que configurará la especificidad de su
superyó.

Por lo tanto la normatividad de género se establece ya en la época preedípica,


previamente a los avatares del complejo de Edipo y a la constitución de la
normativa sexual que caracteriza la explicación freudiana para el superyó.

La madre, como persona y figura, será la representante del paradigma que


valoriza como lo propio del género el cuidado de la vida y de las relaciones. Este
rasgo sellará lo prioritario en la jerarquía motivacional.

Como consecuencia de esta fuerte narcisización del apego, su configuración


psíquica, su subjetividad y, por ende, su equilibrio emocional dependerá
privilegiadamente de este foco de atención y preocupación cuya amenaza mas
temida será la perdida de amor. Esta problemática del temor a la pérdida de
amor tendrá una doble dimensión: por el efecto de sostén del sí misma y por la
pérdida de amor y reconocimiento propiamente dicho. Combinatoria que favorece
que perdure el efecto traumático.

Es sobre este superyó preedípico sobre el que se asientan posteriores


restricciones y determinaciones , y sobre el que las instituciones de lo simbólico
redoblan la prescripción del imperativo.

Alta valoración narcisista de las dos vías que caracterizan el vínculo de apego: cuidar y
ser cuidada, que se inscriben tempranamente como organizadores de la identidad
femenina.

Por lo tanto en la madre recaerá tanto la sede del apego como el papel de
primera figura que genera frustración e insatisfacción, lo que promueve fuertes
sentimientos de ambivalencia. Esta difícil situación supone para la propia madre
ocupar un lugar donde o se la juzga negativamente por ser en exceso
controladora o, peor aún, se le recrimina no ocuparse debidamente de sus hijos.
La máxima descalificación sería”la madre desnaturalizada”, lo que pone de
manifiesto la creencia pasional sobre como debe ser una mujer.

Y a partir de la pubertad la madre será la figura cuestionada y/o repudiada por


una hija que necesita rechazarla para conquistar la autonomía que siente
amenazada en este vínculo. Será esta una separación forzosa de la
madre/persona pero manteniendo el estereotipo de su modelo, ya que las
matrices subjetivas no han sido transformadas.

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Esta incapacidad para reconocer y valorar la sintonía emocional que la relación


entre ambas preserva será una de las causas que lleven a las mujeres
posteriormente en la pareja al reclamo de "cuidado emocional". Cuidado que el
mandato de género masculino reduce al mutilar en su propia socialización la
capacidad de empatía reforzando al mismo tiempo rasgos ligados a la fortaleza
como sinónimo de virilidad y rechazo a la sensibilidad asociada a lo femenino en
términos de fragilidad. Por eso en el reclamo de atención y cuidado los hombres
se sienten exigidos a cumplir una tarea para la que no están preparados: el
contacto afectivo como expresión de la proximidad en la relación. En ellos, la
satisfacción de la motivación sexual refuerza debidamente su sistema narcisista.
Pero en las mujeres se hace necesario el reaseguramiento del vínculo para
lograr este mismo cometido.

Por lo tanto, se sienten decepcionadas por la falta de reciprocidad en el


cumplimiento de la motivación para la que están sujetas por mandato: la
presencia y cercanía emocional; y este desajuste entre las diferentes
necesidades y deseos genera, necesariamente, malestar y conflictos múltiples.

Se consolida así en la identidad femenina una estrecha, permanente y vigorosa


articulación entre dos motivaciones básicas del sujeto: las necesidades de apego
que se convierten en fuertes motivaciones para el establecimiento de vínculos de
cuidado, que ofrece a la mujer la oportunidad de sentirse necesitada, y un
sentido de sí misma: de allí la narcisización del apego.

Esta configuración estructurada en la infancia reencuentra en la cultura un


estatuto ambivalente que regirá la vida de las mujeres: la disociación valorativa
entre la sacralización-denigración de lo maternal y la invisibilidad teórica de lo
maternal en las descripciones y explicaciones de la feminidad.

Continuidad de los contenidos que configuran el superyó a lo largo del ciclo vital, sin
modificación de su severidad.

La identificación primaria a la madre cuidadora se reproduce en forma lúdica en


el juego con las muñecas que anticipa, tempranamente, el predominio
narcisista, en el ámbito doméstico y privado, como la actividad narcisista del yo
femenino.

Este contenido será resignificado en las distintas etapas de la vida. En la época


escolar, la constelación romántica de la novia y sus vestidos, para atravesar en la
adolescencia un intervalo lúcido con el estallido de la sexualidad y su puesta en
acto.

En la configuración de la pareja este contenido se activará nuevamente, ya que


las mujeres por mandato de género se harán cargo del "bienestar y la salud" de
la relación, al menos en la responsabilidad inconsciente de su mantenimiento (lo
que no quiere decir que tengan los instrumentos afectivos adecuados para
hacerlo), ya que puede haber una gran discrepancia entre lo que el mandato
exige y lo que el yo pueda instrumentar. Si su identidad se basa en su capacidad
de relacionarse, estar sola la conduce a la más baja autoestima.

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Potenciación de la maternización de las relaciones.

La maternización de las relaciones como motivación dominante organiza la


identidad femenina y genera un sentido de sí misma autovalorada, narcisizada.

Desde el formato de género se potencia el rol maternal en el cual la capacidad


de atención y cuidado del recién nacido es instrumentalmente necesaria, pero a
través de un largo y delicado recorrido esta función es transferida por las
mujeres a todo tipo de relaciones, ofreciendo casi indiscriminadamente ese único
rol.

Como consecuencia, se sienten atrapadas en vínculos que, por una parte, las
refuerzan narcisísticamente al sentirse necesitadas y, por otra, las frustran e
irritan, porque paralelamente registran el abuso en términos de explotación e
intercambios no correspondidos.

Discrepancias entre el mandato de género y la sujeto mujer.

El grado de constricción que sufren las mujeres en la intimidad de sus mentes -la
sujeto mujer- es variable, pero el mandato impone hacerse cargo de la vida de
los otros, lo que, para muchas mujeres, resulta un imposible, ya sea vital por la
dificultad de materializar una familia, o afectivo por la problemática concomitante
al capital afectivo para llevar adelante tal proyecto.

La mayor dificultad reside en la depositación masiva de expectativas derivadas


del apego, lo que obstaculiza que las mujeres se valoren a sí mismas en otros
espacios de experiencias. Surgen aspiraciones de tipo intelectual, y/o laborales,
pero cuyos logros no alcanzan la misma satisfacción narcisista que los que se
vinculan al apego. ( Por ej. : a pesar de tener un adecuado desempeño laboral,
la constante preocupación por “ser querida” incluso por sus compañera/os de
trabajo). Las variaciones en los roles no se constituyen necesariamente en
cambio motivacional o en el mejor de los casos entran en conflicto dentro del
propio sistema narcisista ya que el compromiso emocional en uno u otro caso, es
diferente.

Como resultante de la configuración de las matrices subjetivas moldeadas por el


formato de género aparece la complejidad añadida para poder discriminar entre
deseos e imperativos categóricos, ya que las normas se narcisizan
secundariamente para obtener satisfacción narcisista en su cumplimiento, y los
ideales se normativizan para evitar la persecución superyoica que produce su
incumplimiento.

Un sentimiento que tiñe el universo subjetivo femenino: la culpa

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Cuando la mujer no accede al ajuste correspondiente al formato de género que


impone mandatos de docilidad, obediencia, complacencia para evitar conflicto,
empatía y cuidado de los demás para contar con aprobación, padece la feroz
autocrítica del superyó por infringir los mandatos de género.

Si sumamos el factor de la desvalorización que codifica la emocionalidad de la


mujer que queda asociada a debilidad, descontrol, y dependencia, la
consecuencia directa serán los efectos en términos de autorreproche,
culpabilización y descalificación autorreferencial. Esta combinatoria atenta
inevitablemente contra el cumplimiento con el ideal del yo, creando un
omnipresente sentimiento de inseguridad e inadecuación.

De ahí que la autoinculpación permanente ante cada variación del vínculo


afectivo, en sus dificultades y vicisitudes, pase a ser interpretada como fallas de
la identidad. Esto conlleva una tendencia a la hipervigilancia sobre el estado de
bienestar del vínculo, con aprensión y temor siempre presente, a la separación y
a la pérdida ( lo que no invalida que las relaciones no cursen con reproches
paranoides y todo tipo de psicopatología) .

Se sumarían también los factores de culpabilización exógena, como la


inculpación que las instituciones de lo simbólico realizan sobre la mujer: desde
los mitos (Eva, Pandora); la sociedad (el aborto es una cuestión materna aunque
sea el hombre quien lo exige), y la teoría científica (aludiendo a la madre fálica o
la madre seductora).

Esta atribución a la fragilidad femenina nos impide reconocer la importancia de


la consideración de las necesidades emocionales, como un ítem a valorar
mediante parámetros no sesgados por el tamiz de género masculino, que recurre
a la disociación y negación de estas mismas necesidades, ya satisfechas
habitualmente en ellos por las figuras femeninas de su entorno.

Respecto a las diferencias en relación a la sexualidad, la niña también tendrá


que soportar una mayor censura en cualquiera de las manifestaciones, entre
ellas: la masturbación, la curiosidad por los genitales, y la información que recibe.
Su propio cuerpo le transmite una complicada red de registros sensoriales que
dificulta, incluso, la decodificación de la excitación sexual, lo cual genera un
monto de ansiedad importante.

Y en su propio crecimiento, percibe la mirada del adulto varón que convierte


precozmente su cuerpo en un objeto erótico lo cual la culpabiliza por sentirse
provocadora respecto de algo que escapa a su intención y a su control. Como
consecuencia, irrumpirán el miedo, la vergüenza y la culpa, ya que a pesar de
los cambios en la mentalidad del fin de siglo, las nuevas generaciones siguen
recibiendo un doble mensaje: por una parte no está totalmente superado el
modelo de las madres con sus propias represiones e inscripciones en que se
ponderaban los sagrados valores de la virgindad, fidelidad y la preservación del
“buen nombre y honor”; pero, por otra, se les demanda, para ser aceptadas y
valoradas entre su grupo de pares, que sean un objeto sexual atractivo y
presenten un grado de disponibilidad, que puede operar como un" boomerang"
volviéndose en su contra bajo el epíteto de ser “una salida”. Atributo- el de la fácil
predisposición a una relación sexual - que, en cambio, es positivamente valorado
en los varones.

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Todo este entramado produce fuertes impactos en la construcción de la subjetividad


femenina y muestra la cara más inclemente del superyó y sus poderosos efectos sobre el
psiquismo de la mujer. Teniendo en cuenta ambos factores: la mayor inhibición de la
expresión de agresividad impuesta por las restricciones que se van formalizando en el
proceso que configura la subjetividad de las niñas, y el hecho de que dejar aflorar la
hostilidad promueve el sentimiento de “ser mala”, codificado como un rasgo incompatible
con “ser femenina”, dicha agresividad se reprime en su expresión por partida doble, ya que
al mismo tiempo se estimula la narcisización de la frustración, bajo la forma de la renuncia y
la disponibilidad. Porque, en primera y última instancia, lo que se debe evitar a cualquier
precio es la pérdida de amor, es decir, garantizar el apego.

Como síntesis, el siguiente esquema plantea los rasgos principales a los que nos
hemos referido como componentes de la subjetividad femenina

Pérdida del ideal femenino primario alude a que:

En un primer momento, la madre será el modelo de identificación privilegiado en


cuanto a los atributos de género reforzados por la pertenencia al mismo sistema
sexo/género, y encarnando al ideal. Proveedora de amor, cuidados, y figura de
apego por excelencia.

Ya en un segundo tiempo, la captación de la diferencia de valoración adscrita a


cada uno de los géneros se traslada a la diferencia anatómica, a la que marca.
Lo que la niña registra es una imagen devaluada de su género, no restringida a
la posesión o no de un pene

Por represión de la agresividad entiendo que es mucho mayor en el caso de la niña, y


el “ser buena”, en términos de complacencia y docilidad, queda incorporado al formato de
género, lo que trae como consecuencia que la frustración bajo la forma de renuncia,
esfuerzo y dedicación a los otros quede narcisizado.
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Dificultades para la discriminación que, dado lo preivo del género, redoblan las
dificultades para discriminar entre los mandatos y/o imperativos categóricos en tanto
normativas ya incorporados y los posibles deseos. Por ej.: el deseo de maternidad

El reinvestimiento explica que al quedar especialmente jerarquizada la motivación de


apego ,y bajo la condición amenazante de la pérdida de amor como causa de angustia más
eficaz, se facilita la disposición a la dependencia amorosa.

En cuanto a la maternización, el prolongado ”entrenamiento “ en el ejercicio de las


capacidades instrumentales de la maternidad precipita la estereotipia de este rol.

Para finalizar, quisiera destacar la importancia de resignificar registros que permitan a


las mujeres acceder a posiciones de autonomía en el sentido de individuación y control de
su propia realidad, con ideales que puedan estar tan valorizados como la concreción de
una pareja o la maternidad. La propuesta es que en tanto puedan transformarse los deseos,
o sea, las motivaciones ya subjetivadas, podrán cobrar relevancia otros factores de
narcisización, y la identidad femenina no estará tan a merced de los avatares exclusivos de
sus vínculos. Se trata no sólo de ejercitar nuevos roles, sino de ampliar las motivaciones
para un reequilibrio del compromiso emocional y cognitivo con menor pregnancia del apego,
de mejorar las condiciones del encuentro con los otros sujetos para sostener menos
traumáticamente la tensión constante entre el sí mismo y el reconocimiento del otro.

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(Se selecciona de la bibliografía de la tesis aquella que corresponde a la presentación de la
defensa oral)

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