Artgo - Martha Lusbaum

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ISSN 1984-8234

Unisinos Journal
of Philosophy
Filosofia Unisinos
Unisinos Journal of Philosophy
22(2): 1-13, 2021 | e22202

Unisinos – doi: 10.4013/fsu.2021.222.02

Artículo

Martha Nussbaum y la literatura como


filosofía moral
Martha Nussbaum and Literature as Moral Philosophy

Hernan Medina-Botero
https://orcid.org/0000-0003-2614-8102
Universidad El Bosque, Bogotá, Colombia. Email: hcmedinab@gmail.com.

RESUMEN
Martha Nussbaum ha defendido la tesis de que la literatura puede ser filosofía moral. Esta idea, poco
popular en los círculos filosóficos, ha sido atacada desde distintos frentes. Una de las objeciones fun-
damentales es que la literatura no cumple con las labores tradicionalmente filosóficas. En particular,
se dice que la filosofía se encarga de hacer un trabajo conceptual sistemático y de argumentar para
mostrar la verdad de un punto de vista. Este texto defiende que la literatura puede cumplir justamente
esas labores, de manera que una obra literaria puede ser, a la vez, un trabajo de filosofía; en particular,
de filosofía moral. El argumento central se basa en dos ideas de corte wittgensteiniano. En primer lugar,
que una forma de sistematizar es brindar una visión panorámica que aclara el campo problemático. En
segundo lugar, que algunas verdades, especialmente en el ámbito moral, no pueden capturarse me-
diante el lenguaje, pero que pueden mostrarse a través de él.

Palabras clave: Ética, filosofía, literatura, moral, Nussbaum, Wittgenstein.

ABSTRACT
Martha Nussbaum claims that literature can be moral philosophy. This thesis, not so popular among phi-
losophers, has been the target of different attacks. One of the most fundamental objections to the the-
sis is that literature do not do some traditional philosophic work. Specifically, it is said that philosophy
does systematic conceptual work, and that philosophy shows truths by arguing. This paper claims that
literature can indeed do systematic work and argue. Therefore, a literary work can be, at the same time,

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a philosophical work; more precisely, it can be moral philosophy. The main argument for this is based on
two ideas inspired by Wittgenstein’s work. First, that a way of systematize is to offer a panoramic view
that illuminates the problem field. Second, that there are some truths, particularly moral truths, that
language cannot grasp, but can show.

Keywords: Ethics, philosophy, literature, morality, Nussbaum, Wittgenstein.

En el seno de la filosofía, el debate acerca de la relación entre filosofía y literatura ha sido recurren-
te. Aunque hay una clara diferencia entre las dos disciplinas, diversas autoras y autores han defendido
que hay puntos esenciales de convergencia entre ambas. Más específicamente, autores como Martha
Nussbaum y Richard Rorty han defendido que ciertas obras literarias son también obras de filosofía mo-
ral. Este escrito aporta dos argumentos al debate y defiende que, en efecto, las obras literarias pueden
ser obras de filosofía moral. Los argumentos se inspiran en el trabajo filosófico de Ludwig Wittgens-
tein y ofrecen una interpretación de lo que es sistematizar y argumentar en filosofía. Al hilo del texto
“Flawed Crystals: James’ The Golden Bowl and Literature as Moral Philosophy” de Martha Nussbaum,
mostramos cómo una obra literaria puede cumplir esas dos funciones filosóficas centrales.

Filosofía y literatura
En busca de su identidad, la filosofía ha intentado distinguirse de otras disciplinas que amenazan
con el retrato que las y los filósofos hemos forjado de nosotros mismos; un retrato enaltecido y frágil
a la vez. Platón veía en la filosofía la búsqueda de la verdad. Una tarea ardua que requería de almas
fuertes y bien preparadas (no es gratuito que la educación del filósofo-rey tomara gran parte de la vida
de una persona). La búsqueda de la verdad es, por supuesto, un trabajo honroso. El trabajo de quien se
aparta de las sombras, las apariencias, de las trampas que por doquier acechan al intelecto y lo distraen
de su meta. No tiene nada que ver con la mera ejercitación en el discurso de la retórica, o con el en-
tretenimiento por medio del lenguaje que nos proveen las obras de teatro y la poesía. De allí la mirada
suspicaz y el trato recio contra los poetas que bien se lee en la obra platónica.
Siglos después, como respuesta a un movimiento romántico y a la investigación metafísica que
parecía estar cada vez más del lado de las artes literarias que del retrato del filósofo, el movimiento
positivista vino a recordarnos el lugar de la filosofía. Sin tener que retomar los postulados de Platón
(quien, paradójicamente, para algunos filósofos contemporáneos no hizo otra cosa que literatura), el
positivismo quería poner de nuevo en el centro de la discusión la labor filosófica. En tanto que disciplina
orientada a la verdad, la filosofía debía reflejar dentro de sí un modelo científico. Ella debía tener claro
que la verdad no se consigue por medio de frases enrevesadas, estéticamente agradables, pero sin
un sentido claro; sino por medio de proposiciones que se refieren al mundo de un modo diáfano para
encontrar en él su verificación. Esto es lo que las ciencias debían hacer, y la filosofía no podía quedarse
atrás en su persecución de la verdad.
De este movimiento positivista, que se sumó al interés por el lenguaje que marcó a la filosofía
contemporánea, surge una fuerte corriente analítica y empirista. En esta corriente, las cuestiones epis-
temológicas y del lenguaje (en otras palabras, las cuestiones de cómo el lenguaje puede decirnos algo
verdadero acerca de la realidad) se conjugan para determinar un nuevo rechazo al poeta y al literato.
Los enunciados sin sentido son la marca de la metafísica. Por su parte, los enunciados de la literatura
(al menos la de ficción) no tienen nada que aportar a la digna y vetusta labor de perseguir la verdad.
Por supuesto que el goce estético, el cultivo de la imaginación, y otras tantas funciones que los textos
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no filosóficos pueden cumplir tienen su propia dignidad. Pero, comparada con la de la filosofía, que
busca verdades profundas acerca del mundo (y de nosotras y nosotros mismos), dicha dignidad ocupa
un segundo lugar. En resumidas cuentas, la filosofía no debe confundirse con la literatura.
Más allá de los diferentes rechazos de la literatura que ha habido en la historia filosófica, no es di-
fícil mostrar que algo de verdad hay en la distinción de las labores de la filosofía y la literatura. Cuando
leemos una novela, una serie de cuentos o poemas, no esperamos encontrar en ellos un examen con-
ceptual exhaustivo sobre temas centrales de política, moral, ciencia, lógica o, en fin, cualquier asunto
del que la filosofía se ocupe. La labor de esas obras literarias es otra: narrar una historia ficticia (pero
también un suceso real), implicar al lector en una trama, entretenerlo, evocar algunos de sus sentimien-
tos. Pero, incluso cuando la historia se quiere contar de un modo apegado a los hechos, la narración
literaria no intenta ofrecer un aparato conceptual articulado, a la manera de la filosofía tradicional,
para dar solución a, o explorar, un problema. Las obras literarias también pueden experimentar con el
lenguaje mismo, causar gozo, indignación, angustia, amor. Pero, de nuevo, incluso si se logran estos
objetivos, difícilmente se dirá que las obras literarias intentan abordar esos sentimientos y tratarlos con
el rigor conceptual que se le atribuye a la filosofía.
Por su parte, la filosofía parece tratar sus problemas mediante un riguroso análisis conceptual y
el desarrollo de argumentos. Los grandes sistemas filosóficos de la historia son tratados en los que se
definen conceptos, se los articula, y se intenta dar evidencia (ya sea intuitiva o argumental) para sos-
tener sus bases. Con esta base sólida, los sistemas filosóficos plantean resoluciones a problemas de
lógica, epistemología, moral, política, estética, el lenguaje, la mente, entre otros que definen el campo
filosófico. Más allá de contar una historia, las diferentes ramas de la filosofía intentan ofrecer teorías
que capturan ciertas verdades esenciales. No es usual encontrar en un texto filosófico una narración, a
menos que sea para ilustrar una idea. Mucho menos usual es encontrar una pieza de poesía, a menos
que se quiera ofrecer un análisis lingüístico, estético o moral de ella.

La literatura como filosofía moral


Autores como Martha Nussbaum y Richard Rorty, sin embargo, han defendido vigorosamente la im-
portancia de la literatura en filosofía. De entrada, se podría pensar que esto no riñe con la separación entre
filosofía y literatura que grosso modo se ha presentado. Después de todo, la filosofía se podría valer de
textos literarios para ilustrar algunas ideas o pensamientos complejos, o podría ayudar a sensibilizar a la
audiencia de modo que se interese por los problemas filosóficos. No es este, sin embargo, el trabajo que
estos dos filósofos le otorgan al texto literario. De hecho, no es siquiera correcto hablar de “la importancia
de la literatura en (o para) la filosofía” para estos autores, sino de la literatura como filosofía.
Para Rorty, la filosofía no es más que el intento de establecer puentes de comunicación que nos
permitan entendernos con los demás y que sean la base de una política democrática. La política demo-
crática es aquella que favorece el logro de comunidades incluyentes, comunidades que se enorgulle-
cen de la diversidad que acogen en su seno, que se caracterizan por establecer lazos de unión entre sus
miembros, más que separaciones. Estas son comunidades que no se basan en distinciones de antaño,
como las distinciones entre quienes adoran al dios correcto y quienes no, o entre las personas que
siguen el modo de vida adecuado y las que no, o las que pertenecen a la etnia elegida, en vez de a las
inferiores (Rorty, 2000, p. 1). El establecimiento de esos puentes y la garantía de una cultura democrática
dependen, para Rorty, de la ampliación de círculos de solidaridad (Rorty, 1995c). Como sentimiento que
dirigimos a las personas más cercanas a nosotros, la solidaridad nos inclina a tener en cuenta su bien-
estar, a entenderlas y apoyarlas en cuanto podamos. En la medida en que ampliemos el sentimiento
de solidaridad hacia personas de nuestra ciudad, de nuestro país y, en últimas, a cualquier ser sintiente,
estaremos favoreciendo el proyecto democrático.
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La filosofía se ocupa, entonces, de lograr esa expansión solidaria que se apoya en un sentimiento
muy básico que nos une: queremos evitar el sufrimiento. Aquí es donde la literatura (no toda ella, por
supuesto) se puede considerar plenamente como filosofía. El proceso de sensibilización que empren-
den las y los filósofos (y que se puede llevar a cabo de las más variadas maneras —ya sea argumentando
por medio de un sistema metafísico, persuadiendo mediante una retórica apoyada en evidencia, o por
medio de la apreciación y exaltación estética—) puede ser llevado a buen término mediante textos lite-
rarios. Rorty se apoya principalmente en textos como el Diario de Anna Frank o La cabaña del tío Tom,
pues ellos permiten retratarnos realidades diferentes a las nuestras, el sufrimiento de otras personas, y
nos pueden llegar a convencer así de que podemos (y de que deberíamos) ser solidarios con personas
muy distintas a nosotras1. Es de ese modo que la literatura es filosofía.
Nussbaum, por su parte, recalca la importancia del texto literario en tanto que puede mostrarnos
concepciones alternativas de la vida buena, presentándolas ante las intuiciones del lector para que sean
evaluadas y se gane con este ejercicio una visión moral (Nussbaum, 1983a). En algunos de sus textos,
Nussbaum afirma, de hecho, que las obras literarias pueden expresar verdades morales que de otro
modo muy difícilmente podrían ser expresadas (Nussbaum, 1983b, p. 44; 1985, p. 521). Es decir que, tal
como la filosofía pretende hacer, los textos literarios pueden revelarnos verdades profundas y complejas
sobre la realidad humana. En este caso, verdades sobre el ámbito moral, sobre lo que es la buena vida
para un ser humano2.
De lo dicho por Rorty y Nussbaum se desprende la tesis que este texto defiende: la literatura puede
ser filosofía moral. Hay que hacer dos aclaraciones preliminares, sin embargo. Empezamos hablando de
la literatura como filosofía, en general. Sin embargo, lo dicho respecto a Nussbaum y Rorty no se com-
padece de esa generalidad inicial. Ninguno de ellos está hablado de cómo la literatura puede hacer el
trabajo filosófico en todas y cada una de las ramas de esta disciplina. El primero dedicó buena parte de su
vida a hacer filosofía política y social, mientras que la segunda habla específicamente de la filosofía moral.
De hecho, una mirada a los dos autores nos muestra que es en este campo de la filosofía en el que está
en juego con más claridad la importancia de la literatura. La labor filosófica de ampliación de los círculos
de solidaridad, en Rorty, no es más que una tarea centrada en la creación y el sostenimiento de un senti-
miento de deber hacia los otros. Esta es, por supuesto, una tarea moral. Por su parte, Nussbaum hereda
de Aristóteles la preocupación por la buena vida y por las virtudes que los seres humanos deberíamos
cultivar, claro está, adaptada al contexto contemporáneo y sumada a la exaltación de los sentimientos
morales y su aspecto evaluativo como bases de la justicia social (Nussbaum, 2013). Por esta razón, y como
primera aclaración, este texto se refiere específicamente a la filosofía moral (y no a la filosofía, en general).
En segundo lugar, definiremos con más precisión el tipo de relación que, sostenemos, puede haber
entre literatura y filosofía. Aunque más arriba se resaltó que no debe entenderse que la literatura sirve
a la filosofía a modo de ejemplificación o ilustración, es preciso señalar que hay al menos cuatro formas
en las que estas dos disciplinas se podrían relacionar.
Primero, la literatura puede hacer uso de la filosofía moral (Voice, 1994, p. 125; Raphael, 1983, p. 1).
Algunas de las novelas de Iris Murdoch se alimentan de sus ideas como filósofa moral. En estas novelas,
Murdoch encarna las ideas abstractas de la filosofía moral en personajes imaginarios (Raphael, 1983, p.
2). De igual modo, algunas obras de Jean Paul Sartre expresan sus ideas existencialistas de un modo
literario. Lo que sucede en este caso es que las teorías morales desarrolladas por la filosofía se encarnan
en una obra literaria. Esto se puede deber a que el autor o la autora de la obra tiene alguna formación
filosófica, o simplemente porque posee el conocimiento moral suficiente para reflejarlo en sus escritos.
Sobra decir que el conocimiento moral no es propiedad exclusiva de las y los filósofos morales.

1
También se pueden consultar sus reflexiones sobre Nabokov y Orwell en Rorty (1995a y 1995b).
2
En este aspecto, Nussbaum concuerda con Rorty en que el cultivo de la imaginación es uno de los más importantes ingredientes
del desarrollo y progreso moral (Nussbaum, 2007).
Hernan Medina-Botero
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Segundo, la filosofía moral puede hacer uso de la literatura. En general, esta es la idea de que los
relatos literarios pueden servir como ejemplos o ilustraciones de los conceptos que se desarrollan en fi-
losofía moral3. Un análisis de un texto literario o del carácter de uno de sus personajes puede servir para
iniciar un análisis filosófico sobre problemas complejos como el de la identidad, o el de los diferentes
dilemas morales que un ser humano puede enfrentar en su vida. Igualmente, puede ser que la literatura
estimule a las y los filósofos para iniciar sus investigaciones sobre estos temas complejos, temas que en
la obra literaria se exploran de otro modo; digamos, de un modo no filosófico.
Tercero, la filosofía moral puede ser una obra literaria. En este caso, el estilo en el que se escribe la
obra filosófica, que analiza de un modo más bien sistemático un problema específico, hace que, ade-
más de ser filosofía, sea una obra literaria. En este caso, el texto tiene elementos estilísticos y narrativos
que hacen que pueda ser tratado sin ningún problema como una pieza literaria. Se puede pensar en los
diálogos de Platón o los Tres diálogos entre Hilas y Filonús, escritos por Berkley.
Finalmente, la literatura puede ser una obra de filosofía moral. Por contraste con la relación ante-
rior, aquí nos referimos a una obra que es claramente reconocida como literaria principalmente. Esta
obra puede ser una obra de filosofía moral no porque ejemplifique un pensamiento desarrollado por
un filósofo o filósofa, o porque ella hubiera decidido que la mejor forma de articular sus ideas sobre
un tema específico era mediante un diálogo, una novela, un cuento corto, entre otros, sino porque la
obra literaria misma, escrita y concebida como una obra literaria, es además una obra de filosofía moral.
Esta última relación es la que sostenemos, al lado de Nussbaum y Rorty, que puede haber entre la
literatura y la filosofía. El análisis se centrará principalmente en el texto de Martha Nussbaum “Flawed
Crystals: James’ The Golden Bowl and Literature as Moral Philosophy”. A partir de él, y respondiendo
a dos objeciones centrales contra la idea de que la literatura pueda ser filosofía moral, se desarrollará
lo que resta de este escrito.

Nussbaum y The Golden Bowl


En el texto recién mencionado, Nussbaum presenta un análisis de la novela de James que resalta
la historia del desarrollo moral de una de sus protagonistas, Maggie Verver. Maggie empieza como un
personaje que busca llevar una buena vida cumpliendo con sus deberes y obligaciones morales de
un modo estricto. Sin embargo, a lo largo de la novela se da cuenta de que no puede llevar una vida
completamente feliz mientras que es fiel a sus valores, ideales y a las personas a la vez. La tensión y los
dilemas que le revelan esta verdad a Maggie provienen de su matrimonio con Amerigo, compromiso
que le exige alejarse de su padre, a quien siempre ha sido fiel como hija. Si cumple con su compromiso,
Maggie abandona la fidelidad a su padre. Pero si es fiel a su padre y se queda con él, debe incumplir
sus compromisos como esposa.
¿Por qué The Golden Bowl es una obra de filosofía moral, según Nussbaum? En la respuesta a esta
pregunta se conjugan tres elementos. Primero, la obra de James retrata finamente diferentes concep-
ciones de la moral. Segundo, la obra literaria ofrece, a su modo, “una buena candidata a verdad moral”.
Finalmente, ella contribuye el desarrollo moral de los lectores mediante el cultivo de las emociones. Es
decir que una obra literaria hace el trabajo filosófico de buscar y mostrar verdades morales mediante
la consideración de diferentes sistemas morales y, a la vez, incentiva el desarrollo moral del lector4. En
particular, The Golden Bowl retrata las formas de filosofía moral aristotélica y kantiana y, mediante la
exploración continuada y profunda de los personajes, ofrece un modo de argumento a favor de dichas

3
Para Raphael (1983, p. 2), este es quizás el uso más obvio, rico y satisfactorio en el que la literatura y la filosofía moral se conectan.
4
Nussbaum describe la cuestión de un modo ligeramente diferente. Para ella, una obra literaria puede ser filosofía moral debido
a (1) su contenido moral y (2) la naturaleza de las habilidades morales involucradas al leer e interpretar el texto (Nussbaum,1991,
y 1995, p. 1481).
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verdades morales; al presentar el misterio, el conflicto y el riesgo de la situación deliberativa vivida, la


obra literaria puede transmitir el valor y la belleza peculiar de elegir humanamente bien.
Esta forma de entender el trabajo de la filosofía moral se desprende del tipo refinado aristotelismo
que Nussbaum misma defiende. El problema central de la filosofía moral, para Nussbaum, es la vida
buena. La manera de alcanzarla, por otra parte, tiene que ver con el cultivo de las emociones. Este de-
sarrollo de las emociones puede lograrse únicamente a través de la experiencia, y no a través de unas
reglas dadas con anterioridad y de aplicación universal.
La novela de Williams retrata las intuiciones o verdades morales que variados sistemas filosóficos
han intentado retratar, pero lo hace con los recursos propios de una obra literaria. Además de eso, nos
lleva a tener un entendimiento más fino y profundo de los dilemas de la moralidad y, de una forma
clara, nos involucra como lectores de un modo que permite que nos desarrollemos moralmente. Así
como Maggie termina siendo ricamente consciente y responsable, nosotros debemos serlo con la obra
misma para captar todo su valor. Leyendo cuidadosamente la novela entendemos, e incluso llegamos
a compartir, el punto de vista que Maggie alcanza en su proceso de desarrollo moral, habiendo atra-
vesado nosotros mismos algunas etapas de ese desarrollo en la persona de Maggie. De este modo,
la riqueza de la obra literaria nos muestra una buena candidata a verdad moral, y lo hace mediante la
consideración de diferentes puntos de vista y alternativas morales, mediante el desarrollo de una visión
atenta que nos permita responder apropiadamente a las circunstancias5. En últimas, la lectura de este
tipo de obras puede hacer parte del desarrollo moral de una persona.
Para aclarar un poco el análisis que Nussbaum hace de la obra de James podemos valernos de una
breve descripción de los sistemas éticos desarrollados por Kant y por Aristóteles. Es importante recordar
que el punto central de Nussbaum es que la obra misma ofrece una caracterización de estas formas de
concebir la moral, por lo que un entendimiento previo de estas teorías no es necesario para entender el
alcance moral de la obra literaria. Sin embargo, la caracterización de ellas nos servirá para tener una me-
jor idea del trabajo moral de la obra desde un punto de vista netamente filosófico, con lo que podemos
resaltar, justamente, la importancia filosófica de la obra, sin entrar detalladamente en un análisis literario.

Entre el deber y la sabiduría práctica


El sistema moral kantiano se basa en su conocido imperativo categórico. En su Fundamentación de
la metafísica de las costumbres, Kant espera encontrar la característica que le otorga un valor moral a
las acciones de una persona. En otras palabras, quiere caracterizar lo que es moralmente bueno. En una
oda a la autonomía, Kant desliga la moralidad de la búsqueda de la felicidad. Si las acciones morales son
aquellas que nos conducen a una vida feliz, entonces el valor de nuestras acciones queda determinado
por lo cambiante de nuestra sensibilidad, pues lo que un día creemos que puede hacernos felices al cabo
de un tiempo puede parecernos totalmente indigno de valor alguno. Además, difícilmente podría deter-
minarse qué es la felicidad para un ser humano; el valor moral de las acciones cambiaría en circunstancias
específicas, dependiendo de los ideales de vida buena que una comunidad tenga, por ejemplo, o de los
que un individuo específico persiga. Pero el valor moral de una acción no puede estar sujeto a dichas
contingencias, este es un rasgo intuitivo de lo que llamamos una acción moralmente buena.
De hecho, se puede decir que la persecución de la felicidad, en la mayoría de los casos, es cierta
forma de esclavitud. Perseguimos unos fines, queremos alcanzar unos deseos, que de cierta forma nos
dominan, son impuestos por nuestras inclinaciones animales y determinan lo que debemos hacer o no.
Pero, en esa situación, no somos nosotros quienes propiamente estamos al mando. No puede darse

5
Chavel (2012) resalta igualmente que es la comprensión de lo particular, y de las emociones adecuadas en el momento adecua-
do, otorgada por la obra literaria, la que brinda la precisión requerida por la filosofía moral. En una línea similar, Vieillard-Baron
(2012) resalta la noción capital de estilo, que es lo que le permite a la obra literaria brindar un acceso a verdades morales.
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allí un sentido correcto a la idea del deber, que es la base de la moralidad. Tal vez pueda afirmarse
que tenemos el deber de llevar a cabo determinada acción que garantizará nuestra felicidad, que nos
llevará a cumplir un deseo que tenemos. En ese mismo sentido, el deber deja de existir si dejamos
de desear el objeto que queremos alcanzar. Pero el deber no puede comportarse de esa forma; no el
deber moral, al menos.
De allí que haya una distinción entre imperativos y tipos de deberes. Los imperativos hipotéticos
que, como afirma Kant, mandan condicionalmente (representan deberes condicionales, por así decir) y
los imperativos categóricos, que ordenan llevar a cabo una acción de modo incondicional. “Si quieres
ser una buen pianista, practica a diario”, aquí tenemos un imperativo hipotético que ordena realizar una
acción como medio para un fin determinado. Por supuesto, este deber no lo tienen todas las personas,
sino solo aquellas que quieren ser buenas pianistas. Son deberes que se refieren a las condiciones
necesarias para cumplir con un objetivo. Pero su fuerza depende de que se quiera el objetivo, así que
estos deberes están condicionados por el objetivo6. Los imperativos categóricos, por su parte, ordenan
realizar o evitar una acción de un modo incondicional. Es en ellos en los que se encuentra el valor moral
de una acción. Estos imperativos no provienen de fines externos a la voluntad racional humana, sino
que son dados y seguidos por ella misma. El ejercicio de la autonomía racional es el que aporta el valor
moral a un deber. Cuando un deber es dado por la voluntad a sí misma, sin condicionante alguno de la
sensibilidad, podemos hablar de una buena voluntad, y esta, para Kant, es lo único incondicionalmente
bueno en el mundo. De allí que sea la fuente de la moralidad.
La teoría moral aristotélica es muy diferente a la kantiana. No se fundamenta en la búsqueda de la
fuente del valor moral de las acciones, se trata más bien de una ética de la virtud. El comportamiento
por deber, o la determinación de lo que moralmente cabe exigirnos como seres humanos, no viene del
seguimiento de unas reglas que racionalmente nos hemos dado a nosotros mismos. Lo que moralmen-
te nos podemos exigir es, en un sentido general, ser virtuosos. La virtud es una condición del carácter
de una persona. Una condición que, por supuesto, se expresa en sus acciones, pero que no puede
reducirse a un sistema de reglas por las que se actúa.
Ser moralmente bueno es, pues, ser un agente virtuoso. Para Aristóteles, la virtud ética se relaciona
con el control que tenemos sobre lo que queremos. Esto es, somos virtuosos cuando garantizamos que
haya una relación adecuada entre nuestros deseos (nuestro aspecto volitivo) y nuestra razón (nuestro
aspecto racional, que se encarga de encauzar correctamente a los deseos). La experiencia es central en
el desarrollo de este carácter virtuoso. Aprendemos a actuar virtuosamente mediante la constante de-
liberación sobre lo que deberíamos hacer. Nuestras decisiones van determinando nuestro carácter por
medio del hábito que formamos. Al mismo tiempo, a través de ellas aprendemos a comportarnos de la
forma adecuada en las circunstancias adecuadas. La cuestión es “estar a la altura de las circunstancias”.
El saber práctico que nos permite comportarnos del modo adecuado, en el momento adecuado, solo
se adquiere mediante el hábito, que nos permite controlar nuestros deseos y darles cumplimiento en
la justa medida. Ninguna regla fija, venga de donde venga, puede darnos ese conocimiento práctico.
El desarrollo moral de Maggie describe un camino que comienza con el seguimiento estricto del
deber encarnado en reglas de incondicional aplicación, pasa por la adaptación e interpretación de este
para ajustarlo a las acciones que, en estricto sentido, no son acordes al deber, y finalmente llega a la
comprensión de que la vida está marcada por las decisiones morales, que siempre implican renuncia e
incluso daño a alguien más, pero ante las cuales lo mejor que tenemos es una visión clara y nuestra inte-

6
Para Kant, aquellos deberes son deberes de la habilidad. Existen otros deberes condicionales, como los de la prudencia. Ellos ya
no dependen de fines particulares que personas particulares persiguen, sino que se refieren a ciertos deberes de conocimiento
común que, suponemos, contribuyen a la felicidad de cualquier ser humano. Por eso mismo Kant los llama consejos (o suge-
rencias), en vez de reglas de la habilidad. Los clásicos consejos de la prudencia son ejemplo de esto: no entablar amistad con
personas de cuestionable actuar, o no decir todo lo que se nos viene a la cabeza. Aunque estos deberes son, de algún modo,
menos condicionados que los de la habilidad, todavía son dependientes de un objeto un tanto difuso que cabe suponer que
perseguimos: la felicidad. Condicionados por el fin de alcanzar la felicidad, no pueden ser los deberes morales.
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ligencia práctica. De allí que Nussbaum hable del ideal moral de ser finamente conscientes y ricamente
responsables (Nussbaum, 1985, p. 516). Cada situación, es lo que descubre Maggie, debe ser enfrenta-
da con una consciencia plena, con una visión detallada que la haga responsable por los resultados de
sus acciones, de sus sacrificios, de modo que con ella dé un trato lo más justo posible a las personas
afectadas. Maggie aprende, en el desarrollo de la novela, a estar a la altura de las circunstancias. En
suma, el relato de progreso moral que relata The Golden Bowl es el paso de una consciencia del deber
kantiano a una apreciación práctica, informada e incluso intuitiva de lo que las situaciones nos deman-
dan (Nussbaum, 1985, p. 522). Una forma de ver el mundo moral de corte aristotélico.
De esta manera, la novela de James, primero, retrata finalmente diferentes concepciones de la mo-
ral. A la vez, mediante el desarrollo estilístico propio de una obra literaria, nos ofrece una verdad moral
significativa: el deber no se encuentra en reglas rígidas, sino en una habilidad práctica7. Finalmente,
la lectura atenta del texto contribuye a que los lectores nos desarrollemos moralmente. Entendiendo
claramente los dilemas y desafíos morales podemos prepararnos para ser más finamente responsables
por nuestras propias decisiones.

¿Puede la literatura ser filosofía moral?


Contra la idea de que una obra literaria pueda ser una obra de filosofía moral se han levantado
diferentes objeciones. Algunos autores han argumentado que la pretendida filosofía moral de un texto
literario tiene lugar, en realidad, en el comentario del texto, y no en el texto mismo (Wollheim, 1983,
pp. 186-187, Putnam, 1983, p.198). Lo que Nussbaum hace, según esta objeción, es interpretar el texto
para, partiendo de él, hacer filosofía moral. En otros términos, este sería un ejemplo de filosofía que
hace uso de la literatura, pero no de literatura que, por sus características propias, es filosofía moral. Se
ha dicho también que los textos literarios están abiertos a interpretaciones divergentes, lo cual sugiere
que las “verdades morales” son algo que se debe extraer del texto, en vez de algo que el texto ofrece
a quien lo lee , algo que este solo debe notar. Según esta objeción, todavía es trabajo de la filosofía, y
no del texto literario, distinguir lo que es una verdad moral de lo que no (Wollheim, 1983, pp. 190-191,
Gardiner, 1983). Finalmente, se objeta que, si la literatura puede ser filosofía moral, entonces lo que
debe mostrarse primero es que la filosofía opera al modo de las grandes obras literarias; esto es, que
crea un nuevo mundo, en vez de copiar y entender el existente (Putnam, 1983, p. 200). En resumidas
cuentas, el estatuto epistemológico de la filosofía es diferente del de la literatura.
Sin embargo, aquí no consideraremos estas objeciones, pues la misma Nussbaum (1983b) les ha
dado respuesta en un número de la revista New Literary History dedicado a la relación entre filosofía y
literatura. Este escrito se interesa en dos objeciones más particulares que tienen que ver con lo que se
supone que es el trabajo filosófico. Estas objeciones parten de definir lo que un texto filosófico debe
hacer, y muestran que una obra literaria no puede ser filosofía moral por no cumplir con esas labores.
Por una parte, se encuentra la objeción de que la obra literaria no ofrece un trabajo sistemático, un
trabajo de clasificación y aclaración conceptual8. Por otra parte, se dice que la literatura no argumenta
(Voice, 1994).
Según esto, una obra es filosófica si, cuando menos, es un trabajo de análisis y sistematización de
conceptos y, además, ofrece argumentos para sostener algún punto de vista. La argumentación, en
general, está soportada por el trabajo de análisis conceptual. Si una obra literaria no tiene esta forma,
¿cómo podría decirse que es una obra de filosofía moral? Por supuesto, lo primero que hay que resaltar

7
Sin embargo, al enunciar esta tesis de forma breve, pierdo los detalles y la profundidad que solo la obra literaria pueden ofrecer.
8
Cora Diamond (1983) resalta que la filosofía moral hace un trabajo puramente conceptual de diferenciación y clasificación de
sistemas morales (no obstante, también resalta cierta seriedad filosófica del texto literario cuando este hace que nuestra expe-
riencia tome una nueva forma). De modo similar, Hilary Putnam (1983) afirma que las filosofías morales son teorías que nos hablan
de cuáles son los fundamentos de la moralidad, o que nos ofrecen metodologías para decidir qué hacer en casos concretos.
Hernan Medina-Botero
Martha Nussbaum y la literatura como filosofía moral 9/13
es que esta imagen de la filosofía no carece de fundamento. La primera parte de este texto muestra
justamente que la historia de la filosofía ha replicado varias veces la idea de que quien filosofa realiza
una compleja labor conceptual y para ello se apoya en la argumentación. Lo que defenderemos en lo
que resta es que las obras literarias sí pueden realizar ese trabajo argumentativo y de sistematización.
Unas secciones atrás, hablamos brevemente de Kant y de Aristóteles para ilustrar el cambio moral que
se da en Maggie. Esta explicitación de los sistemas morales que están en juego es una de las bases que
Nussbaum usa para mostrar que The Golden Bowl es una obra de filosofía moral, pues en ella se presentan
esas dos formas de entender la moral. Por supuesto, el argumento de Nussbaum viene en nuestro apoyo
aquí: si la novela muestra de modo adecuado los sistemas morales kantiano y aristotélico, entonces hay una
primera razón para creer que en ella hay algún tipo de sistematización. La obra literaria no podría presen-
tarlos de buena forma si el uno se confunde con el otro, si en ella no es evidente que hay un cambio moral
por el que transita el personaje de Maggie y cuáles son las diferencias entre el sistema moral que sigue en
primera instancia y el que adopta luego del cambio. Si la obra literaria hace evidente ese cambio y el lector
atento puede notar que sigue principios morales diferentes, entonces hay una forma de sistematización.
No obstante, dejando a un lado este argumento, retomemos a Kant y a Aristóteles para mostrar, esta
vez, que en filosofía hay distintas formas de sistematización. La obra kantiana es el clásico ejemplo de lo
que uno llamaría un sistema: una obra voluminosa que procede cuidadosamente tratando de aclarar los
conceptos básicos y construyendo sobre ellos. Kant articula su obra en torno a cuatro preguntas funda-
mentales (la última de las cuales no alcanzó a responder en vida). Cada una de sus obras centrales intenta
dar respuesta a esas preguntas mediante un análisis conceptual similar, cuidadoso y ordenado que ofrece
las bases para encarar el problema y, una vez comprendidas estas, la solución propuesta.
El análisis moral que ofrece Kant responde a este modelo de sistematización también. Ofrece un
desarrollo de conceptos como la voluntad, el deber, las máximas de acción y procede en complejidad
hasta aclarar su noción de imperativos e introducir ideas como la del reino de los fines para dar sustento
filosófico a la noción de la dignidad humana. Aquí, los ejemplos son usados para ilustrar algún pun-
to previamente definido conceptualmente, más que para hacer análisis casuístico o introducir nuevos
conceptos mediante su análisis. Por supuesto, en su recorrido sistemático, Kant argumenta a favor de
la necesidad de los imperativos categóricos para explicar la idea del deber moral (y de la acción moral-
mente buena) y, con ello, expresa su desacuerdo con visiones utilitaristas o intuicionistas de la moral.
Por su parte, el método usado por Aristóteles es conocido por partir de las opiniones comúnmente
compartidas y, construyendo desde allí, mediante el análisis de posiciones muchas veces contrapues-
tas, llegar a aquello que debe considerarse verdadero. En sus textos morales más importantes, como la
Ética a Nicómaco, Aristóteles emprende un análisis de las ideas comunes acerca de lo que es la virtud
humana y la vida buena. Mediante la consideración de los argumentos en favor de diferentes formas de
entender el asunto, van saliendo a relucir los puntos en los que cada opinión ha dado con un aspecto
de la verdad, así como aquellos que no pueden sostenerse razonablemente. Finalmente, el análisis
argumental sirve para construir una teoría propia que se sostiene en la argumentación que le precede.
Aunque hay también un análisis y sistematización conceptual, Aristóteles no parte únicamente de
unos conceptos básicos que analiza, define o clarifica primero, y sobre los que luego construye toda
su teoría. Los conceptos de los que parte son precisamente los mismos a los que habrá que llegar, la
clarificación se da mediante la puesta en escena de diferentes voces (incluso aquellas que él mismo
rechazará), así como de la consideración de ejemplos que puedan llegar a dar luz sobre el tema tratado.
No se puede poner en duda que las obras de Kant y de Aristóteles son obras de filosofía, y es evi-
dente que ambos sistematizan, aunque de modos distintos. La sistematización, en general, tiene que
ver con presentar las ideas o teorías de tal modo que sea claro en qué se diferencian ellas. En últimas,
al sistematizar estamos presentando un panorama de ideas en el que se enmarca nuestra defensa de
una tesis filosófica. Ese panorama presenta de un modo claro el tema y los problemas o preguntas a las
que la investigación se enfrenta.
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Claro está, si se compara una novela literaria con los textos de Kant o Aristóteles, no basta con
notar que ellos tienen distintas formas de sistematizar sus ideas y teorías. Después de todo, no se ha
mostrado que las obras literarias sigan alguno de estos modos. Volviendo al caso de The Golden Bowl,
no hay allí un sistema que parta de conceptos fundamentales y construya progresivamente un punto
de vista mediante la ilación de esos conceptos, ni tampoco hay una consideración pormenorizada de
las ideas más importantes en filosofía moral y una discusión de ellas que lleve a James a defender su
propia postura.
Sin embargo, si es cierto que no hay un único modo de sistematizar en filosofía, y lo importante es
que la sistematización consiste en presentar un panorama conceptual en el que se enmarca el punto
de vista a defender, no puede exigirse a la obra literaria que se apegue a una u otra forma de sistema-
tización. Lo que sí puede exigírsele es que haga esa presentación panorámica que aclara unas ideas
centrales. Quizás la forma más “natural”, por así decir, en la que una novela sistematiza los conceptos
sea semejante a la wittgensteiniana. Me refiero, por supuesto, al Wittgenstein de las Investigaciones
Filosóficas (2010).

Sistematizar y argumentar en literatura


Yendo en contra de la forma analítica de hacer filosofía que él mismo había seguido en su Tractatus
Logico-Philosophicus (en donde ofrecía una serie de proposiciones, en un orden lógico en el que las
proposiciones de menor rango venían a explicar o complementar a las de mayor), Wittgenstein (2009)
adopta un modo de hacer filosofía en el que la comprensión se gana a través de una visión global. En
vez de abogar por una filosofía que busca la esencia de los fenómenos, su rasgo único y característico
que los distingue de los demás (pues en eso consistiría la comprensión de la verdad), en las Investiga-
ciones acuña el concepto de “parecidos de familia”.
Cuando queremos entender un fenómeno, un concepto, o lo que diera a lugar, no podemos espe-
rar simplemente dar con su esencia y describirla. Lo mejor que tenemos es la consideración de ejem-
plos, conceptos y formas de hablar similares a la analizada. Esta consideración nos lleva a ver lo que es
común y lo que es diferente, aunque eso común y eso diferente no sea lo mismo de caso a caso. Lo que
se gana así es un entendimiento de los parecidos o aires de familia entre los fenómenos analizados.
Este entendimiento no es más que un entendimiento claro del fenómeno o concepto estudiado.
La sistematización, en este caso (y como lo muestran los análisis que Wittgenstein mismo presenta
en sus Investigaciones), tiene que ver con la consideración de casos concretos, detallados, e incluso
con jugar con los detalles para ganar una visión panorámica de aquello que se quiere comprender. Esto
es, según he dicho, la forma de sistematización que, comúnmente, será esperable de un texto literario.
La caracterización de los personajes, sus circunstancias particulares y la forma en la que enfrentan las
situaciones que transcurren en la novela son las que nos dan un entendimiento y ofrecen una sistema-
tización que, en algunos casos, esclarecen conceptos claves de la filosofía moral. Esto es justamente
lo que sucede en The Golden Bowl. La forma magistral en la que James escribe la obra, desarrolla sus
personajes y situaciones, presenta dos sistemas morales que pueden ser entendidos por el lector a
través de la lectura atenta y sensible de la novela.
Por supuesto, James no escribe una obra con capítulos dedicados a cada uno de los sistemas
morales, en los que explícitamente se ponga por objetivo aclararlos conceptualmente. Pero tampoco
tiene que hacerlo para que su obra haga un aporte significativo a la filosofía moral. Desde el punto de
vista de la sistematización, entendida como esa visión y comprensión panorámica que se gana en la
percepción de los parecidos de familia, al modo wittgensteiniano, la maestría literaria de la obra es pre-
cisamente lo que la hace un trabajo de filosofía moral. No es que la obra trate de ejemplificar conceptos
filosóficos, sino que propiamente hace el trabajo filosófico de sistematización, con sus propios medios.
Hernan Medina-Botero
Martha Nussbaum y la literatura como filosofía moral 11/13
Resta por mostrar cómo es que una obra literaria puede argumentar. Para esto me apoyaré nue-
vamente en el modelo de filosofía del Wittgenstein tardío. Hemos dicho ya que una obra filosófica
sistematiza, hace cierto trabajo conceptual, y que, además, ofrece argumentos para defender un punto
de vista o una tesis. Defender una tesis es, básicamente, dar razones para creer que es verdadera, o
mostrarla como verdadera. Correspondientemente, el punto de la filosofía moral sería llegar a mostrar
las verdades morales.
Ya en el Tractatus mismo, Wittgenstein había apuntado a una diferencia entre aquello de lo que se
puede hablar (aquello que el lenguaje puede reflejar correcta o incorrectamente) y aquello que solo se
puede mostrar; es decir, eso para lo cual las palabras no terminan de ser completamente adecuadas,
de modo que, mediante ellas, podemos a lo sumo apuntar a ello. Cuando puedo articular mediante
palabras una tesis, puedo defenderla argumentativamente mediante herramientas lógicas y mostrar así
su verdad. Pero queda abierta la posibilidad de que haya ciertas verdades que no se pueden capturar
mediante palabras, sino simplemente mostrar. Ese tipo de verdades es a las que Wittgenstein apuntaba
en el Tractatus, aunque no las pudiera simplemente decir mediante las palabras; verdades acerca del
lenguaje mismo y su forma de ser. De allí su conocida proposición 6.54:

Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como absurdas, cuan-
do a través de ellas —sobre ellas— ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que arrojar la
escalera después de haber subido por ella.)
Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo. (Wittgenstein, 2009, 137).

“Ve correctamente el mundo”. No habla aquí Wittgenstein de un modo secundario de verdad, a de una
correctitud por debajo de la que da la precisión del lenguaje. Ver correctamente el mundo, el fenómeno,
aquello de lo que se trate, es simplemente comprenderlo. Esto mismo es lo que Wittgenstein hace luego
en las Investigaciones: trata de presentarnos el mundo de un modo correcto, mostrándonos aquello que
podemos comprender, aunque no podamos argumentar a favor de ello de un modo lógico tradicional.
Ahora bien, que no se pueda argumentar de un modo tradicional (mediante inferencias en el len-
guaje), no significa que no haya aquí una argumentación en el sentido del uso de dispositivos raciona-
les para mostrar la verdad de un punto de vista. Ante la incapacidad del lenguaje de capturar ciertas
verdades de un modo sencillo y directo, lo que tenemos es al lenguaje mismo que nos abre el mundo y
nos lo presenta desde sus diversos matices de modo que ganemos en el proceso una comprensión de
cómo es él, de su verdad. No se trata, por supuesto, de estrategias retóricas de convencimiento (como
apelar a los sentimientos de las personas, o mostrar de un modo favorable la tesis que se quiere defen-
der), sino propiamente de reconocer los límites del lenguaje y operar dentro de esos límites para mos-
trar aquello que es verdadero. El lenguaje puede describir correctamente un fenómeno, o articular un
argumento que muestre la verdad acerca de él; pero, asimismo, puede poner a nuestra consideración
las diferentes aristas del mismo mediante la comparación, puede servirnos para reconocer similitudes,
ganar una visión panorámica y, de este modo, comprender su verdad.
El modo de argumentación es más complejo en este caso, pues se tramita en los límites del len-
guaje; pero, por eso mismo, en su potencialidad. Es esta potencialidad del lenguaje, su potencia para
mostrar la verdad, la que es explotada por la literatura y la que, a su modo, sirve para argumentar en
favor de un punto de vista. En el caso de The Golden Bowl, la sistematización que se da a lo largo de
la novela y la narración misma, que acude a detalles a los que el lector debe prestar atención, le termi-
na por mostrar que la realidad moral no es sencilla, y que lo mejor es estar preparado para asumir los
dilemas morales de un modo perceptivo, a pesar de que no haya una regla previa y fija que nos ayude,
en todos los casos, en su resolución. Una vez que enuncio esta tesis en la forma tradicional filosófica,
pierdo, sin embargo, algunos de los matices y la profundidad que solo el relato literario podría capturar.
Por eso mismo, mal haría en este texto si tratara de defender por medios puramente lógicos dicha tesis.
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Con lo dicho no he tratado, en todo caso, de sostener que cualquier obra literaria es filosófica
ni, mucho menos, que esas obras son principalmente filosóficas. Las obras literarias suelen escribirse
con fines diferentes a los filosóficos y usan un estilo que les es característico. Pero ese estilo mismo las
capacita para hacer una sistematización y efectuar un modo de argumentación para el que la filosofía
tradicional no está muy bien preparada. Debido a la complejidad de algunas verdades morales, la me-
jor forma de mostrar que ellas son verdaderas es justamente mediante el ejercicio de creación literaria.
Mostrar su verdad, por los medios más adecuados a la materia, es lo que las convierte justamente en
obras de filosofía moral.

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Submitted on July 08, 2020.


Accepted on February 10, 2021.

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