La Comedia de Las Equivocaciones Autor - William Shakespeare
La Comedia de Las Equivocaciones Autor - William Shakespeare
La Comedia de Las Equivocaciones Autor - William Shakespeare
WILLIAM SHAKESPEARE
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PERSONAJES
EMILIA, esposa de ÆGEÓN.-, abadesa de una comunidad de Efeso.
UNA CORTESANA
BALTASAR, mercader.
ANGELO, platero.
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COMEDIA DE
EQUIVOCACIONES
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ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
SALA EN EL PALACIO DEL DUQUE
EL DUQUE DE EFESO, AEGEON, un ALCAIDE, oficiales y otras gentes del séquito del
duque.
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obligó a sustraerme de los tiernos abrazos de mi esposa. Apenas habían pasado seis meses de
ausencia, cuando casi desfallecida bajo la dulce carga que llevan las mujeres, hizo sus
preparativos para seguirme, y llegó con prontitud y seguridad a los lugares donde me hallaba.
Poco tiempo después de su llegada hízose la feliz madre de dos hermosos niños; y, lo que hay
de extraño, tan parecidos entre sí, que no se podían distinguir sino por sus nombres. A la
misma hora y en la misma hostería, una pobre mujer fue desembarazada de una carga
semejante, dando al mundo dos gemelos varones, igualmente parecidos. Compré estos dos
muchachos a sus padres, quienes se encontraban en ex; Crema indigencia, y los crié para
servir a mis hijos. Mi mujer, que no estaba poco orgullosa de estos dos niños, me instaba cada
día para volver a nuestra patria. Consentí a pesar mío ;ay? demasiado temprano. Nos embar-
camos.-Estábamos a una legua de Epídoro, antes que la mar, siempre dócil a los vientos, nos
hubiese amenazado con algún accidente trágico; pero no conservamos mucho tiempo la
esperanza. La escasa claridad que nos prestaba el cielo no servía sino para mostrar a nuestras
almas aterradas, el mandato dudoso de una muerte inmediata. En cuanto a mí, yo la habría
abrazado con alegría, si las lágrimas incesantes de mi esposa, que lloraba de antemano la
desgracia que veía venir inevitablemente, y los gemidos lastimeros de los dos niños que
lloraban por imitación ignorando lo que era de temer, no me hubiesen forzado a buscar el
modo de retardar el instante fatal para ellos y para mí: y hé aquí cuál fue nuestro recurso; no
quedaba otro:-Los marineros buscaron su salvación en nuestro bote, y nos abandonaron
dejándonos el barco ya a punto de hundirse. Mi esposa, más atenta a velar sobre mi último
nacido, lo había ligado al pequeño mástil de reserva del cual se proveen los marinos para las
tempestades; con él estaba ligado uno de los gemelos esclavos; y yo había tenido que hacer lo
mismo con los otros dos niños. Hecho esto, mi esposa y yo con las miradas fijas en aquellos
en quienes estaban fijos nuestros corazones, nos atamos a cada uno de los extremos del palo;
y flotando en seguida a voluntad de las olas, fuimos llevados por ellas hacia Corinto, a lo que
nosotros habíamos pensado. Al fin, el sol, mostrándose a la tierra, disipó los vapores que
habían causado nuestros males; bajo la influencia benéfica de su luz deseada, los mares se
calmaron gradualmente, y descubrimos en lontananza dos barcos que navegaban sobre nos-
otros; de Corinto el más lejano, y el otro de Epídoro. Pero antes de que nos hubiesen
alcanzado. ¡Oh! no me obliguéis a decir más; conjeturad lo que aconteció por lo que acabáis
de oír.
DUQUE.-Prosigue. anciano: no interrumpas tu relato; podemos al menos compadecerte
si no podemos perdonarte.
ÆGEÓN.-.¡Oh! ¡Sí los dioses nos hubiesen compadecido, no les llamaría ahora con
tanta justicia desapiadados hacia nosotros! Antes que los dos barcos hubiesen avanzado a diez
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leguas de nosotros, dimos contra una grande roca; e impulsado con violencia sobre este esco-
llo, nuestro mástil de socorro fue roto por el medio; de tal modo que, en esta nuestra injusta
separación, la fortuna nos dejó a los dos de qué recocijarnos y de qué afligirnos. La mitad que
llevaba a la infeliz y que parecía cargada de menor peso, aunque no de menor infortunio, fue
impulsada con más velocidad por los vientos: y fueron recogidos los tres a nuestra vista por
pescadores de Corinto, a lo que nos pareció. Finalmente, otro barco se había apoderado de
nosotros; y llegando a conocer sus tripulantes quiénes eran aquellos que la suerte les había
conducido a salvar, acogieron con benevolencia a sus náufragos: y hubiesen alcanzado a
quitar a los pescadores su presa a no haber sido el buque tan mal velero, Se vieron, pues,
obligados a dirigir su rumbo hacía la patria.,Habéis oído cómo he sido separado de mi dicha y
cómo mí vida ha sido prolongada por adversidades para haceros el triste relato de mis
desventuras.
DUQUE.-Y, en bien de los que lloras, hazme el favor de decir detalladamente lo que os
aconteció a ellos y a ti hasta ahora.
ÆGEÓN.-.--¡Mi hijo menor, que es el mayor en mi cuidado, cumplida la edad de diez y
ocho años, se ha mostrado deseoso de buscar a su hermano, y me ha rogado con importunidad
permitirle que su joven esclavo (pues los dos muchachos habían compartido la misma suerte,
y éste, separado de su hermano, había conservado el nombre) pudiese acompañarle en esta
investigación. Para poder encontrar uno de los objetos de mi atormentada ternura, yo
arriesgaba perder el otro. He recorrido durante cinco veranos las extremidades más apartadas
de la Grecia, errando hasta más allá de los límites de Asia; y costeando hacia mi patria, he
abordado a Efeso, sin esperanza de encontrarlos, pero repugnándome pasar por este lugar o
cualquiera otro donde habitan hombres, sin explorarlo. Es aquí, en fin, donde debe terminar' la
historia de mi vida; y sería feliz de esta muerte oportuna, si todos mis viajes me hubiesen
asegurado al menos que mis hijos viven.
DUQUE.-¡Desventurado ÆGEÓN, a quien los hados han marcado para probar el colmo
de la desgracia! Créeme: mi alma abogaría por tu causa sí pudiese hacerlo sin violar nuestras
leyes, sin ofender mi corona, mi juramento y mi dignidad, que los príncipes no pueden anular,
aun cuando lo quieran. Pero aunque tú seas destinado a la muerte, y que la sentencia
pronunciada no pueda revocarse sin grave daño de nuestro honor, sin embargo te favoreceré
en lo que pueda. Así, mercader, te concederé este día para buscar tu salvación en un socorro
bienhechor: acude a todos los amigos que tienes en Efeso, mendiga o toma prestado para
recoger la suma y vive; si no, tu muerte es inevitable.-Alcalde, tómalo bajo tu custodia.
ALCAIDE.-Sí, mi señor. (El duque sale con su séquito.)
ÆGEÓN.-.-ÆGEÓN.- se retira sin esperanza y sin socorro, y su muerte no es sino
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diferida. (Salen) .
ESCENA II
PLAZA PUBLICA ANTIFOLO y DROMIO de Siracusa; UN MERCADER
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tarde. El capón se quema, el lechón se cae del asador; la campana del reloj ha dado las doce
y mi dueña las juntó en la una sobre mi mejilla. Ella está tan acalorada porque la carne está
fría: la carne está fría porque no venís a casa; no venís a casa porque habéis almorzado;
pero nosotros, que sabemos lo que es ayunar y rogar, estamos en penitencia hoy por vuestra
culpa.
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DROMIO.-¡ Eh ! ¿Qué queréis decir, señor? En nombre de Dios, tened vuestras manos
tranquilas; o si no, voy a pedir socorro a mis piernas. (Dromio huye)
ANTÍFOLO.-Por vida mía, de una manera u otra, este pícaro se habrá dejado
escamotear todo mí dinero. Dícese que esta ciudad está llena de pillos, de escamoteadores
listos, que engañan la vista; de hechiceros que trabajan en las sombras y cambian el espíritu;
de agoreras asesinas del alma, que deforman el cuerpo; de bribones disfrazados, de
charlatanes y de mil otros criminales autorizados. Si es así, no partiré sino lo más pronto.
Voy a ir al Centauro para buscar a ese esclavo: temo mucho que mi dinero no esté en
seguridad. (Sale. )
ACTO SEGUNDO
ESCENA PRIMERA
HABITACIÓN EN CASA DE ANTIFÓLÓ DE EFESO
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inteligencia, de un rango más elevado que los peces y los pájaros, son los dueños de sus
esposas y sus señores. Que vuestra voluntad sea, pues, sometida a sus acuerdos.
LUCIANA.-Vamos, quiero casarme algún día, aunque no sea sino para hacer la
prueba.-Pero, hé aquí a vuestro esclavo que vuelve; vuestro marido no está lejos.
(Entra Dromio de Efeso . )
ADRIANA.-¡Y bien! ¿Tu tardío amo está. ya cerca?
DROMIO.-Verdaderamente, está a diez dedos de mí: lo cual pueden atestiguar mis
orejas.
ADRIANA.-Dime ¿le has hablado? ¿Sabes su intención?
DROMIO.-Sí, sí; ha explicado su intención a mi oreja. Maldita sea su mano. ¡Trabajo
he tenido para comprenderla!
LUCIANA.-¿Ha hablado de una manera tan equívoca, que no hayas podido sentir su
pensamiento?
DROMIO.-¡Oh! ha hablado tan claro, que no he sentido sino demasiado bien sus
golpes; y a pesar de esto tan confusamente, que apenas los he comprendido.
ADRIANA.-Pero, te ruego decirme ¿está en camino para volver aquí? ¡Parece que se
cuida bien de agradar a su esposa!
DROMIO.-Ama, mi amo es seguramente del orden del creciente ¿estáis?
ADRIANA.-¡Del orden del creciente, pícaro!
DROMIO.--No quiero decir que sea deshonrado; pero ciertamente, es de todo punto
lunático.-Cuando le he dado prisa de venir a comer, me ha pedido mil coronas de oro.-"Es
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cosa que me negara! No desertaría entonces de su lecho legítimo. Veo que la joya mejor
esmaltada ha de perder su hermosura; que si el oro resiste largo tiempo al frotamiento, al fin
se gasta con el roce; del mismo modo no hay hombre, que tenga un nombre sin que la
falsedad y la corrupción lo degraden. Puesto que mi belleza no tiene encanto a sus ojos,
llorando consumiré lo que me queda de ella, y moriré en el llanto.
LUCIANA.-¡Cuántas amantes insensatas se esclavizan a celos furiosos!
(Salen.)
ESCENA II
PLAZA PÚBLICA
ANTÍFOLO.-El oro que envié con Dromio está colocado con seguridad en el
Centauro, y el solícito esclavo ha ido a vagar por la ciudad en busca mía ... Según mi cálculo
y la relación del hostelero, no ha podido hablar a Dromio desde que al principio lo envié del
mercado … Pero, héle aquí que viene. (Entra Dromio de Siracusa.) ¡Y bien! señor, ¿habéis
perdido vuestro buen humor? Ya que os agradan los golpes, no tenéis sino empezar de
nuevo vuestra broma conmigo. ¿No conocéis el Centauro? ¿No habéis recibido el oro?
¿Vuestra ama os ha enviado a buscarme para comer? ¿Mi alojamiento era en el Fénix? ¿Has
perdido la razón para darme respuestas tan descabelladas?
DROMIO.-¿Qué respuestas, señor? ¿Cuándo os he hablado así?
ANTÍFOLO.-Hace apenas un momento, aquí mismo; no hace media hora.
DROMIO.-No os he visto desde que me habéis mandado de aquí al Centauro con el
oro que me habíais confiado .
ANTÍFOLO.-Pícaro, me has negado haber recibido este depósito, y me has hablado de
una ama y de una comida, lo que me desagradaba demasiado, como habrás sentido, lo
espero.
DROMIO.-Estoy muy satisfecho de veros en vena de buen humor: pero ¿qué quiere
decir esta broma? Os ruego, mi señor, que os expliquéis.
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naturalmente calvo.
ANTÍFOLO.-¿No puede recobrarlos por multa y recobros?
DROMIO.-Sí, pagando multa por llevar peluca, y recobrando de los cabellos que ha
perdido otro hombre.
ANTÍFOLO.-¿Por qué el tiempo escatima tanto los cabellos, puesto que son una
secreción tan abundante?
DROMIO.-Porque es un don que prodiga a los animales; y lo que quita a los hombres
en cabellos se lo devuelve en cordura.
ANTÍFOLO.-¡Cómo! Si existen hombres que tienen más cabellos que entendimiento.
DROMIO.-Ninguno de esos hombres tiene el talento de perder los cabellos.
ANTÍFOLO.-¡Pues qué! has dicho ahora poco que los hombres de abundantes cabellos
son buenas gentes sin ingenio.
DROMIO.-Cuanto más simple es un hombre, tanto más pronto los pierde. Sin embargo,
los pierde con una especie de alegría.
ANTÍFOLO.-¿Por qué razón?
DROMIO.-Por dos razones, y dos buenas.
ANTÍFOLO.-Te ruego no digas buenas.
DROMIO.-Entonces por dos razones seguras.
ANTÍFOLO.-No, no seguras, en una cosa falsa. DROMIO.-Entonces por dos
razones ciertas.
ANTÍFOLO.-Preséntalas.
DROMIO.-Una, para economizar el dinero que le costarían sus rizos; otra, a fin de que
en la comida sus cabellos no caigan en la sopa.
ANTÍFOLO.-Deberías haber probado en todo este tiempo que no hay tiempo para todo.
DROMIO.-Y así lo he hecho, señor, probando que no hay tiempo para recobrar los
cabellos que se han perdido naturalmente.
ANTÍFOLO.-Pero no has dado una razón sólida para probar que no hay tiempo alguno
para recobrarlos.
DROMIO.-Voy a remediarlo de este modo. El tiempo mismo es calvo; así, pues, hasta
el fin del mundo tendrá un séquito de hombres calvos.
ANTÍFOLO.-Sabía que la conclusión sería calva. Pero despacio, ¿quién nos hace señas
allá abajo? (Entran Adriana y Luciana.)
ADRIANA.-Sí, sí Antífolo; tienes una expresión extraña y adusta: guardas tus dulces
miradas para alguna otra querida: no soy más tu Adriana, tu esposa. Hubo un tiempo en que
sin exigírtelo jurabas que ninguna habla era una música a tu oído sino el sonido de mí voz:
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ningún objeto tan encantador a tus ojos como mis mi-- radas; ningún tacto más lisonjero para
tu mano que el de la mía; ningún manjar delicioso que te agradase sino los que yo te servía.
Cómo sucede hoy, esposo mío, ¡oh! ¿cómo sucede que te hayas alejado tanto de ti mismo? Sí;
digo alejado de ti mismo, porque lo estás de mí; que, siendo incorporada a ti, inseparable a ti,
soy más que la mejor y más amada parte de ti mismo. ¡Ah! no te arranques de mi lado; pues
créeme. mi bien amado, que te sería tan fácil dejar caer una gota de agua en el Océano y
recogerla en seguida sin mezcla, sin adición, ni disminución alguna, como separarte de mí sin
arrastrarme también. ¡Oh! ¿cómo heriría tu corazón en lo más vivo, si oyeras solamente decir
que soy infiel, y que este cuerpo, consagrado a ti, es manchado por una grosera volup-
tuosidad? ¿No me escupirías el rostro? ¿No me arrojarías? ¿No me echarías en cara el nombre
de marido? ¿No desgarrarías la piel teñida de mí frente de cortesana? ¿No arrancarías el anillo
nupcial de mi mano pérfida? ¿Y no le destrozarías con el juramento del divorcio? Sé que no lo
puedes: ¡y bien, hazlo desde este momento... Estoy cubierta con una mancha adúltera; mi
sangre está manchada con el crimen de la prostitución; pues si los dos no formamos sino una
sola carne y tú eres infiel, recibo el veneno mezclado en tus venas y quedo prostituida por tu
contagio.-Sé, pues, constante y fiel a tu lecho legítimo. Entonces viviremos yo sin mancha y
tú sin deshonor
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ADRIANA.-¡Qué mal sienta a vuestra gravedad fingir tan groseramente, de acuerdo con
vuestro esclavo, y excitarlo a que me contraríe! Sea mía la culpa y que de ella no os toque
parte alguna; pero no os hagáis culpable hacia esa culpa añadiendo todavía mayor desprecio.
Vamos, voy a coger tu brazo: tú eres el olmo, esposo mío, y yo soy la vid, cuya debilidad
unida a tu fuerza me da algo de tu vigor; si algún objeto te desliga de mí no puede ser sino una
vil planta, una hiedra usurpadora o un musgo inútil que, creciendo sin cultivo, penetra en tu
savia, la infecta y vive a expensas de tu honor.
ANTÍFOLO.-¡Es a mí a quien habla! Me toma por tema de sus discursos. ¡Qué! ¿La
habré desposado en sueños, o estoy dormido en este momento y me imagino oír todo esto?
¿Qué error engaña nuestros oídos y nuestros ojos? Hasta que haya aclarado esta incertidumbre
quiero entretener el error que se me ofrece.
LUCIANA.-Dromio, aré a decir a los criados que sir - van la comida.
DROMIO.-¡Oh! ¡Si yo tuviese mi rosario! Me santiguo como pecador. Este es el país de
las hadas. ¡Oh enigma de los enigmas! Hablamos a fantasmas, a búhos, a espíritus fantásticos.
Sí no les obedecemos, he aquí lo que sucederá: nos chuparán la sangre o nos pellizcarán hasta
ponernos azules y negros.
LUCIANA.-¿Qué refunfuñas ahí a tus solas en lugar de responder? Dromio, zángano,
caracol, holgazán, imbécil.
DROMIO.-Estoy metamorfoseado, amo; ¿no es verdad?
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despierto, loco o en mi buen sentido? Conocido de éstas y disfrazado para mí mismo. Diré lo
que digan ellas, lo sostendré con perseverancia y en esta niebla me dejaré llevar a todas las
aventuras.
DROMIO.-Amo, ¿ serviré de portero?
ANTÍFOLO.-Sí; no dejes entrar a nadie, si no quieres que te rompa la cabeza.
LUCIANA.-Vamos, venid, Antífolo. Comemos demasiado tarde.(Salen).
ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
SE VE LA CALLE QUE PASA DELANTE DE LA CASA DE ANTIFÓLÓ DE
EFESÓ
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ANTÍFOLO.-Estáis triste, señor Baltasar. Ruego a Dios que nuestro banquete responda
a mi buena voluntad y a la buena acogida que recibiréis aquí.
BALTASAR.--Doy poco valor a vuestro banquete, señor, al lado del alto valor de
vuestra buena acogida.
ANTÍFOLO.-¡Oh! señor Baltasar, sea carne o pescado, una mesa llena de buena
acogida hace parecer pobre el plato más exquisito.
BALTASAR.-La buena vianda es común, señor; se encuentra hasta en la mesa de todos
los rústicos.
ANTÍFOLO.-Y una buena acogida es aún más común; porque no es nada sino palabras.
BALTASAR.-Mesa parca y buena acogida hacen una alegre fiesta.
ANTÍFOLO.-Sí, para un huésped avaro y un convidado aún más mezquino. Pero,
aunque mis provisiones sean exiguas, aceptadlas de buena gracia: podéis encontrar mejor
festín, pero no ofrecido más de corazón.---Pero despacio, mi puerta está cerrada. (A Dromio).
Vé a decir que se nos abra.
DROMIO (llamando) .-Hola, Magdalena, Brígida, Mariana, Cecilia, Giulieta, Juana.
DROMIO DE S. (dentro) .-Silencio, caballo de noria, capón, gañán, idiota. Aléjate de
la puerta o siéntate en el umbral. ¿Andas reclutando mozas que así llaman tal surtido de ellas,
cuando con una sola hay ya una de más? Vamos, véte de esta puerta.
DROMIO DE E.-¿Qué belitre nos han dado de portero?-Mi amo espera en la calle.
DROMIO DE S.-Que se marche por donde vino, no sea que coja frío en los pies.
ANTÍFOLO DE E.-¿Quién habla ahí dentro? ¡Hola! abrid la puerta.
DROMIO DE S.-Bien, señor; os diré el cuándo si me decís para qué.
ANTÍFOLO DE E.-¿Para qué? Para sentarme a comer; no he comido hoy.
DROMIO DE S.-Ni comeréis hoy aquí; volved cuando podáis.
ANTÍFOLO DE E.-¿Quién eres para cerrarme la puerta de mi casa?
DROMIO DE S.-Soy portero por el momento, señor, y mi nombre es Dromio.
DROMIO DE E.-¡Ah! ¡bandido! me has robado a la vez mi empleo y mi nombre. El
uno no me ha dado jamás honra y el otro me ha traído amargos reproches. Si hubieses sido
Dromio hoy y hubieses estado en mi lugar, habrías cambiado con gusto tu facha por un nom-
bre, o tu nombre por un asno.
LUCÍA (del interior de la casa).-¿Qué barullo es ese? ¿Dromio, qué gente es esa que
está en la puerta?
DROMIO DE E.-Lucía, haz entrar a mi amo.
LUCÍA.-No, ciertamente: viene demasiado tarde; puedes decírselo a tu amo.
DROMIO DE E.-¡Santo Dios! Es necesario que ría.-A vos el proverbio. ¿Debo colocar
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mi bastón?
LUCÍA.-Y a vos este otro; quiere decir ¿cuándo? ¿Podéis decirlo?
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vuestra reputación y vais a poner al alcance de las sospechas el honor inmaculado de vuestra
esposa. Una palabra más. Vuestra larga experiencia de su sensatez, de su casta virtud, de sus
años y de su modestia alegan en su favor alguna razón que os es desconocida; no dudéis,
señor; ella os explicará por qué se encuentran hoy cerradas para vos las puertas; dejaos guiar
por mí, apartaos de este lugar con paciencia y vamos a comer juntos a la hostería del Tigre, y
al caer la tarde volved solo para saber la razón de esta extraña sorpresa. Si queréis entrar por
fuerza en medio del movimiento' del día, se suscitarán sobre esto los comentarios del vulgo.
Las suposiciones injuriosas a vuestra reputación, sin mancha aún, se deslizarán hasta vuestra
tumba y se albergarán sobre ella cuando ya no existáis. La calumnia vive de herencias y se
establece para siempre allí donde penetra una vez.
ANTÍFOLO.-Habéis prevalecido. Voy a retirarme tranquilamente, y a despecho de la
alegría, pretenderé estar alegre. Conozco una moza de humor encantador, bonita y espiritual,
un poco extravagante, y, sin embargo, benigna. Comeremos allí; mi esposa me ha movido
querella muy a menudo por ese motivo, pero inmerecidamente, lo protesto.. Iremos a comer
con ella. Volved a vuestra casa y traed la cadena. Sé que ha de estar terminada a esta hora.
Llevadla, os lo ruego, al "Puerco-espín", que es la casa. Voy a regalar esta cadena a mi
hostelera, aunque no se sino para hacer rabiar a mí esposa querido amigo, daos prisa; puesto
que mi esposa cierra las puertas, iré a llamar a otra parte y veremos si me rechaza del mismo
modo.
ANGELO.-Iré a encontraros a esa cita dentro de una hora.
ANTIFOLO.-Hacedlo; esta broma me costará algún gasto.
ESCENA II
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ANTÍFOLO.-No: sino tú misma; tú, la mejor mitad de mi ser; la pura luz de mis
pupilas; el caro corazón de mi corazón; mi alimento, mi fortuna y el único anhelo de mi tierna
esperanza; tú, mi cielo en la tierra, toda mi ambición en el cielo.
LUCIANA.-Mi hermana es todo eso, o al menos, debería serlo.
ANTÍFOLO.-Toma tú misma el nombre de hermana, mi bien amada, pues es a ti a
quien aspiro; es a ti a quien quiero amar; es contigo con quien quiero pasar mi vida. No tienes
esposo aún, ni yo tengo aún esposa. Dame tu mano.
LUCIANA.-¡Oh! Poco a poco, señor; esperad, voy a traer a mí hermana para pedirle su
consentimiento.
(Sale Luciana.-Entra Dromio de Siracusa.)
ANTÍFOLO DE S.-¡ Y bien! ¿Qué ocurre, Dromio? ¿A dónde corres tan aprisa?
DROMIO.-¿Me conocéis, señor? ¿Soy Dromio? ¿Soy vuestro criado? ¿Soy yo, yo
mismo?
ANTÍFOLO.-Eres Dromio, eres mi criado, eres tú mismo.
DROMIO.-Soy un asno, soy el hombre de una mujer, y todo esto sin ser ud. parte en
ello.
ANTÍFOLO.-¡Cómo! ¿El hombre de qué mujer?' ¿Y cómo sin que seas parte en ello?
DROMIO.-A fe mía, señor, que sin saber cómo pertenezco a una mujer; a una mujer
que me revíndica; a una mujer que me persigue; a una mujer que está resuelta a tenerme.
ANTÍFOLO.-¿Qué derechos alega sobre ti?
DROMIO.-¡Ah! señor, el derecho que alegaríais sobre vuestro cabello; pretende
poseerme como a una bestia de carga: no que quiera tenerme por ser yo una bestia, sino que
siendo ella una criatura enteramente bestial, quiere tener derechos sobre mí.
ANTÍFOLO.-¿ Quién es ella?
DROMIO.-Un cuerpo muy venerable: sí, uno del cual un hombre no puede hablar sin
decir: "Muy reverendo señor." Bien flaca suerte me cabría en esta unión, y sin embargo, es un
casamiento maravillosamente gordo.
ANTÍFOLO.-¿Qué quieres decir con un casamiento maravillosamente gordo?
DROMIO.-¡Oh! sí, señor; es la moza de cocina, y con más grasa que piel. Ni se me
ocurre lo que podré hacer con ella, a menos que sea hacerla arder como una lámpara para
escaparme lejos a favor de su propia claridad. Garantizo que los andrajos con que se viste y el
sebo de que están impregnados calentarían el invierno de Polonia: y si viviese hasta el juicio
final, podría arder una semana más que el mundo entero.
ANTÍFOLO.-¿ Cuál es el color de su rostro?
DROMIO.-Prieto como el cuero de mis zapatos, pero está lejos de tener la cara como
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ellos. ¿Por qué? Porque suda de modo que un hombre tendría que calzar zuecos para andar
sobre esa mugre.
ANTÍFOLO.-Esa es una falta que el agua puede corregir.
DROMIO.-No, señor, está dentro de la piel: el diluvio de Noé no llegaría a limpiarla.
ANTÍFOLO.-¿Cuál es su nombre?
DROMIO.-Ana, señor; pero su nombre y tres cuartos, quiere decir, una ana y tres
cuartos no bastarían para medirla de un cuadril al otro.
ANTÍFOLO.-¿Mide, pues, algún ancho?
DROMIO.-No es más larga de la cabeza a los pies que ancha de un cuadril a otro. Es
esférica como un globo; podría marcar los países sobre ella.
ANTÍFOLO.-¿En qué parte de su cuerpo está la Irlanda?
DROMIO.-A fe mía, señor, en las nalgas: lo he reconocido por las aguas cenagosas.
ANTÍFOLO.-, En dónde la Escocía?
DROMIO.-Lo he reconocido por lo ávida: está en la palma de la mano.
ANTÍFOLO.-¿Y la Francia?
DROMIO.-Sobre la frente, armada y volteada, y en guerra con sus cabellos.
ANTÍFOLO.-¿Y la Inglaterra?
DROMIO.-He buscado las rocas de yeso: pero no he podido reconocer en ellas ninguna
blancura; conjeturo que podrá hallarse sobre la barba, según el flujo salobre que corría entre
ella y la Francia.
ANTÍFOLO.-¿ Y la España?
DROMIO.-A fe mía que no la he visto; pero la he sentido en el calor de su aliento.
ANTÍFOLO.-¿Dónde están las Américas y las Indias?
DROMIO.-¡ Oh señor, en su nariz; completamente adornada de rubíes, escarbunclos y
zafiros, e inclinando su rico aspecto hacia el cálido aliento de la España que envía flotas
enteras a cargar lastre en su nariz.
ANTÍFOLO.-¿Dónde estaban la Bélgica y los Países Bajos?
DROMIO.-¡Oh! señor; no he estado a ver tan abajo. Para concluir: esta fregona o bruja
ha reclamado sus derechos sobre mí, me ha llamado Dromio, ha jurado que estaba
comprometido con ella, me ha dicho las señales particulares que tenía en el cuerpo, por
ejemplo, la mancha que tengo en la espalda, el lunar que hay en mi cuello, la gran berruga que
tengo en el brazo izquierdo; de modo que, absorto y confundido, he huido lejos de ella, como
de una bruja. Y creo que si mi pecho no hubiese estado tan lleno de fe y mí corazón tan
templado como el acero, me habría metamorfoseado en perro rabón o me habría hecho dar
vueltas al asador.
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ACTO CUARTO
ESCENA PRIMERA
LA ESCENA PASA EN LA CALLE UN MERCADER, ANGELO, UN OFICIAL DE
JUSTICIA
ANTÍFOLO.-Mientras voy a casa del platero, vé, tú, a comprar un pedazo de cuerda;
quiero servirme de ella para mi esposa y sus cómplices, por haberme cerrado la puerta en
pleno día.-¿Pero despacio! Veo al platero.-Véte; compra una soga y tráemela a casa. (Sale.)
DROMIO.-¡Ah! ¡Voy a comprar una soga!
ANTÍFOLO.-¡Muy lucido queda un hombre cuando cuenta con vos! Había prometido
vuestra visita y la cadena; pero no he visto ni cadena ni platero. Probablemente pensasteis que
mi amor a mi esposa duraría demasiado tiempo si lo encadenabais; y por lo tanto, no habéis
venido.
ANGELO.-Con permiso de vuestro jovial humor, he aquí la cuenta del peso de vuestra
cadena, hasta el último quilate, la ley del oro y el precio de la hechura: todo lo cual importa
tres ducados más que lo que debo a este señor.-Os ruego, me hagáis el favor de cancelarme
con él desde luego, pues está próximo a embarcarse y no espera sino esto para partir.
ANTÍFOLO.-No traigo conmigo la cantidad necesaria; por otra parte, tengo algunos
negocios en la ciudad.-Conducid a este extranjero a mi casa; llevad con. vos la cadena, y al
entregarla a mi esposa, decidle que salde la suma; quizás estaré allí al mismo tiempo que vos.
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ANTÍFOLO.-Señor mío, os valéis de este pretexto para excusar vuestra falta de palabra,
al no haberla llevado al "Puerco-Espín"; es a mí a quien toca regañaros por esto. Pero, a fuer
de astuto, principiáis por ser el primero en querellarse.
MERCADER.-La hora avanza. Señor, os ruego que os deis prisa.
ANGELO.-¿Veis cómo me importuna? ... Pronto la cadena.
ANTÍFOLO.-¡Y bien! Llevadla a mi esposa, y recibid vuestro dinero.
ANGELO.-Vamos, vamos; sabéis que os la he dado hace un momento. Enviad la
cadena, o entregadme alguna prenda.
ANTÍFOLO.-Veo que lleváis la broma hasta el exceso. Veamos, ¿dónde está la cadena?
Dejadme verla.
MERCADER.-Mis asuntos no permiten estas tardanzas, caro señor, decidme si queréis
satisfacerme o no; sí no queréis, voy a dejar a este señor entre las manos del oficial.
ANTÍFOLO.-¿Yo, satisfaceros? ¿Y con qué satisfaceros?
ANGELO.---Dando el dinero que me debéis por la cadena.
ANTÍFOLO.-No os debo nada, mientras no la haya recibido.
ANGELO.-¡Ah! Sabéis que os la he entregado hace media hora.
ANTÍFOLO.-No me habéis dado ninguna cadena: mucho me ofendéis diciéndome esto.
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ESCENA II
LA ESCENA PASA EN LA CASA DE ANTIFOLO DE EFESO ADRIANA y
LUCIANA
ADRIANA.-i Cómo, Luciana, te ha tentado hasta este punto? ¿Has podido leer
cuidadosamente en sus ojos si sus exigencias eran serias o no? ¿Estaba colorado o pálido,
triste o alegre? ¿Qué observaciones has hecho en ese instante sobre los meteoros de su
corazón que chispeaban en su rostro?
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ADRIANA.-Quería decir que él obraba como si yo no tuviera ninguno. Por esto mismo
estoy aún más indignada.
LUCIANA.-En seguida me ha jurado que era extranjero aquí.
ADRIANA.-Y ha jurado la verdad, pues ha perjurado de su hogar.
LUCIANA.-Entonces he intercedido por vos.
ADRIANA.-¡ bien!, ¿Qué ha dicho él? LUCIANA.-El amor que yo reclamaba para vos,
lo ha implorado de mí para él.
ADRIANA.-¿Con qué persuasiones ha solicitado tu ternura?
LUCIANA.--En términos que hubiesen podido conmover, tratándose de una pretensión
honrada. Primero ha elogiado mí belleza, en seguida mi inteligencia.
ADRIANA.-¿Le has respondido como debías?
LUCIANA.-Tened paciencia, os conjuro.
ADRIANA.-No puedo, ni quiero tenerme tranquila. Es necesario que se satisfaga mi
lengua, si no mi corazón. Es deforme, contrahecho, viejo y marchito, feo de cara, peor
configurado de cuerpo, de todo punto deforme; vicioso, rudo, extravagante, tonto y bruto;
detestable en los hechos, y más detestable aún en los propósitos.
LUCIANA.-¿Y quién podría estar celosa de semejante hombre? Nunca se llora un mal
perdido.
ADRIANA.-¡Ah! Pero pienso mejor de él que lo que hablo. Y, no obstante, quisiera
que fuese aún más deforme a los ojos de los otros. El avefría grita lejos de su nido, para que
se alejen de él. Mientras mí lengua le maldice, mi corazón ruega por él.
(Entra Dromio.)
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ESCENA III
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mi cuerpo. Seguramente que todo esto no es sino encanto, ilusiones, y los hechiceros de
Laponia habitan aquí.
DROMIO.-Sí, señor; he venido a datos la respuesta hace una hora; la barca Expedición
partirá esta noche: pero estabais impedido por el sargento y obligado a retardaras más allá del
tiempo fijado. Hé aquí los dineros que me habéis mandado a buscar para libertaros.
ANTÍFOLO.-Este mozo está loco y yo también; no hacemos sino errar de ilusiones en
ilusiones. ¡Que alguna santa protección nos saque de aquí!
CORTESANA.-¡Ah! ¡Cuánto me alegro de encontraras, señor Antífolo! Veo que
habéis, en fin, hallado al platero: ¿es esa la cadena que me prometisteis hoy?
ANTÍFOLO.-¡Atrás, Satanás! Te prohíbo tentarme.
DROMIO.-Señor, ¿es esta la señora de Satanás?
ANTÍFOLO.--Es el demonio.
DROMIO.-Es aún peor, es la señora del demonio; y viene aquí bajo la forma de una
moza ligera de cascos; y por esto las muchachas dicen: ¡Dios me condene! lo cual significa:
¡Dios me haga una moza de la vida airada! Está escrito que se aparecen a los hombres como
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ángeles de luz. La luz es un efecto del fuego y el fuego quema. Ergo, las mozas de placer
quemarán; no os aproximéis a ella.
CORTESANA.-¡Vuestro criado y vos, señor, estáis de un humor maravilloso. ¿Queréis
venir conmigo? Recobraremos aquí la comida que no hemos podido tomar en casa.
DROMIO.-Amo, sí debéis probar la sopa, pedid de antemano una cuchara larga.
ANTÍFOLO.-¿Pues para qué, Dromio?
DROMIO.-Verdaderamente, es menester una cuchara larga al hombre que debe comer
con el diablo.
ANTÍFOLO (a la cortesana) .-¡Atrás, pues, demonio! ¿A qué vienes a hablarme de
cena? Eres como todas las demás, una bruja. Conjúrote a que me dejes y te vayas.
CORTESANA.-Dadme. el anillo que me habéis tomado en la comida; o en cambio de
mi diamante, la cadena que me habéis prometido; y entonces me iré, señor, y no es
importunaré más.
DROMIO.-Hay diablos que no piden sino el recorte de una uña, un junco, un cabello,
una gota de sangre, un alfiler, una nuez, una semilla de cereza; pero ésta, más codiciosa,
quisiera tener una cadena. Amo, tened cuidado: si le dáis la cadena, la diabla la sacudirá y nos
espantará con ella.
CORTESANA.-Os ruego, señor, que me deis mi sortija o mi cadena. Espero que no
tenéis intención de defraudarme de este modo.
ANTIFOLO.-¡Fuera de aquí, gitana! Vamos, Dromio, partamos.
DROMIO.-"Huye del orgullo", dice el pavo; ¿sabéis eso, señora? (Salen Antífolo y
Dromio.)
CORTESANA.-Ahora está fuera de duda que Antífolo está loco; de otro modo jamás se
habría conducido tan mal. Me tiene una sortija que vale cuarenta ducados y me había
prometido en cambio una cadena de oro: y ahora me niega la una y la otra, lo que me obliga a
concluir que se ha vuelto loco. Además de esta actual prueba de su demencia, me
acuerdo de los cuentos extravagantes que me ha endilgado hoy en la comida, como el
de no haber podido entrar en su casa, porque le habían cerrado la puerta.
Probablemente su esposa, que conoce sus accesos de locura, le ha cerrado, en efecto,
la puerta intencionalmente. Lo que tengo que hacer ahora, es llegar pronto a su casa,
y decir a su esposa, que en un acceso de locura ha entrado bruscamente en mi casa, y
me ha quitado de viva fuerza una sortija que se ha llevado. Hé aquí el partido que me
parece mejor escoger, pues cuarenta ducados son demasiado para perderlos.
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ESCENA IV
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CORTESANA (a Adriana).-¡Y bien! ¿qué pensáis ahora? ¿Está loco vuestro marido?
ADRIANA.-Su incivilidad no prueba menos. Buen doctor Pinch, vos que sabéis
exorcizar, restablecedle en su buen sentido, y os daré cuanto pidiereis.
LUCIANA.-¡ Ay! ¡Qué chispeantes y furiosas son sus miradas!
PINCH.-Te adjuro, Satanás, ya que habitas dentro de este hombre, ceder la posesión
a mis santas oraciones y hundirte al instante en tus dominios tenebrosos; te adjuro por
todos los santos del cielo.
ADRIANA.-¡Oh! esposo mío, Dios sabe que habéis comido en casa; ¡y ojalá
hubieseis permanecido hasta ahora al abrigo de esta difamación y de este público oprobio!
ANTÍFOLO.-¿He comido en casa? Tú, tunante, ¿qué dices tú?
DROMIO.-Para decir la verdad, señor, no habéis comido en el alojamiento.
ANTÍFOLO.-¿Mis puertas no estaban cerradas y yo fuera?
DROMIO.-¡Por Dios! Vuestra puerta estaba cerrada y vos fuera.
ANTÍFOLO.-¿Y ella misma no me ha colmado de injurias?
DROMIO.-Sin mentir, os ha dicho injurias ella misma.
ANTÍFOLO.-¿Su cocinera no me ha insultado, zaherido, despreciado?
DROMIO.-Cierto, lo ha hecho; la vestal de la cocina os ha rechazado injuriosamente.
ANTÍFOLO.-¿Y no me he ido todo enajenado de ira?
DROMIO.-En verdad, nada más cierto; mis huesos son testigos de ello, que han sentido
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ACTO QUINTO
ESCENA PRIMERA
LA MISMA Entran EL MERCADER, ANGELO y ABADESA
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MERCADER.-E1 horario de este cuadrante creo que marca las cinco. Estoy seguro de
que en este momento, el duque se dirige en persona hacia la triste llanura, lugar de muerte y
de tristes ejecuciones, que está detrás de los fosos de esta abadía.
ANGELO.-Y por qué causa va allí
MERCADER.-Para ver cortar públicamente la cabeza de un respetable mercader
de Siracusa que ha tenido la desgracia de infringir las leyes y los estatutos de esta
ciudad, abordando a esta bahía.
ANGELO.-En efecto, helos aquí que vienen: vamos a asistir a la ejecución.
LUCIANA (a su hermana) .-Arrojaos a los pies del duque, antes que haya pasado
la abadía. (Entran el duque con su cortejo, ÆGEÓN.-, con la cabeza descubierta, el
verdugo, guardias y otros oficiales.)
DUQUE.-Proclamad públicamente una vez más, que si hay algún amigo que quiera
pagar la suma por él, no morirá, pues nos interesamos en su suerte.
ADRIANA (arrojándose a las rodillas del duque).- ¡Justicia contra la abadesa!
DUQUE.-Es una señora virtuosa y respetable: no es posible que os haya hecho mal.
ADRIANA.-Que Vuestra Alteza se digne oírme: Antífolo, mi esposo, a quien hice
dueño de mí persona y de cuanto poseía, conforme a vuestras cartas presentes, ha sido
atacado, en este día fatal, por un espantoso acceso de locura. Se ha lanzado furioso a la
calle (y con él su esclavo que está loco también) ultrajando a los ciudadanos, entrando
por fuerza en sus casas, llevándose sortijas, joyas, todo lo que agradaba a su capricho. He
logrado hacerlo atar una vez y conducirlo a mi casa, mientras iba yo a reparar los
perjuicios que su furia había causado aquí y allá en la ciudad. Sin embargo, no sé por qué
medio ha podido escaparse; se ha desembarazado de los que le custodiaban, seguido de
su esclavo, alienado como él, ambos, impulsados por una rabia desenfrenada, con las
espadas desnudas, nos han encontrado y han venido a caer sobre nosotras y nos han
puesto en fuga hasta qua provistas de nuevos refuerzos hemos vuelto para detenerlos;
entonces se han escapado a esta abadía, donde los hemos perseguido. Y he aquí que la
abadesa nos cierra las puertas y no nos permite buscarle, ni hacerle salir, con el fin de que
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podamos llevarle. Así, muy noble duque, con vuestra autoridad, ordenad que lo traigan y
lo lleven a su casa, para que allí sea auxiliado.
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ANGELO.-¡ Oh mujer perjura! Una y otra juran en falso. Sobre este punto, el loco las
acusa con justicia.
ANTÍFOLO.-Mi soberano, sé lo que digo. No estoy perturbado por los vapores del
vino, ni extraviado por el desorden de la cólera, aunque las injurias que he recibido bastarían
para hacer perder la razón a un hombre más prudente que yo. Esta mujer me ha impedido en-
trar hoy en mi casa para comer; este platero que veis, si no estuviese de acuerdo con ella,
podría atestiguarlo, pues estaba conmigo entonces; me ha dejado para ir a buscar una cadena,
prometiendo traérmela al `Puerco-Espín". donde Baltasar y yo comimos juntos; terminada
nuestra comida y no volviendo él, he ido a buscarle y le he encontrado en la calle en compañía
de este caballero. Allí este platero perjuro me ha jurado descaradamente haberme entregado
una cadena que ¡lo sabe idos! no he visto jamás, ¡y por esta causa me ha hecho prender por un
sargento! He obedecido y he enviado mi criado a mi casa a buscar algunos ducados. Volvió,
pero sin dinero. Entonces rogué cortésmente al oficial que me acompañase él mismo hasta mi
casa. En el camino hemos encontrado a mi esposa, su hermana y toda una caterva de viles
cómplices; traían con ellos a un tal Pinch, un perdido, de cara flaca y aire de hambriento, un
esqueleto descarnado, un charlatán, decidor de buenaventura, escamoteador remendado, un
miserable necesitado, de ojos hundidos y mirada maliciosa, una momia ambulante. Este pillo
peligroso ha osado hacerse pasar por mágico, mirándome los ojos, tomándome el pulso,
despreciándome en mi presencia. El, que apenas es un ente, ha exclamado que yo estaba loco.
En seguida todos han caído sobre mí, me han amarrado, arrastrado y sumergido a mí y a mi
criado, atados ambos, en una húmeda y tenebrosa cueva de mi casa. Al fin, royendo mis lazos
con los dientes, los he roto; he recobrado mi libertad y he corrido en seguida en busca de
Vuestra Alteza; conjúrela que me haga dar una satisfacción amplia por estas indignidades y
las afrentas inauditas que me han hecho sufrir.
ANGELO.-Mi príncipe, en toda verdad, mi testimonio se acuerda con el suyo en que no
ha comido en su casa sino que le han cerrado la puerta.
DUQUE.-¿Pero le habéis entregado o no la cadena en cuestión?
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ANGELO.-La ha recibido de mí, Alteza; y cuando corría en esta calle, esta gente ha
visto la cadena en su cuello
MERCADER.-Además, yo juraré que con mis propios oídos os he oído confesar que
habíais recibido de él la cadena, después de haberlo negado con juramento en la plaza del
Mercado. En esta ocasión es cuando saqué la espada contra vos: entonces os escapasteis a esta
abadía, de donde creo habéis salido por milagro.
ANTÍFOLO.-Jamás he entrado en el recinto de esta abadía; jamás habéis sacado la
espada contra mí; jamás he visto la cadena: ¡tomo por testigo al cielo! Y todo lo que me
imputáis es mentira.
DUQUE.-¡Qué acusación tan enredada! Creo que habéis bebido todos en la copa de
Circeo. Si hubiera entrado en esta casa, allí estaría aún; si estuviese loco, no defendería su
causa con tanta sangre fría. Decís que ha comido en su casa; el platero lo niega. ¿Y tú,
tunante, qué dices tú?
DROMIO.-Príncipe ha comido con esta mujer en el "Puerco-Espín",
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DUQUE.--Hé aquí que principia a confirmarse la historia de esta mañana; estos dos
Antífolo, estos dos hijos tan parecidos, y estos dos Dromio tan semejantes! Hé aquí los padres
de estos dos niños que la casualidad reúne. Antífolo, ¿has venido primero de Corinto?
ANTÍFOLO DE S.-No, príncipe; yo no: vine de Siracusa.
DUQUE.-Vamos, teneos separados; no puedo distínguiros uno de otro.
ANTÍFOLO DE E.-Vine de Corinto, mi bondadoso señor.
DROMIO DE E.-Y yo con él.
ANTÍFOLO. DE E.-Conducído a esta ciudad por
vuestro tío, el duque Menafón, guerrero tan famoso.
ADRIANA.-¿Cuál de los dos ha comido conmigo hoy?
ANTÍFOLO DE S.-Yo, mí bella dama.
ADRIANA.-¿Y no sois vos mi esposo?
ANTÍFOLO DE E.-No, a eso digo yo no.
ANTÍFOLO DE S.--Y convengo con vos; aunque ella me haya dado este título ... y que
esta bella señorita, su hermana, que hé ahí, me haya llamado su hermano.-Lo que os he dicho
entonces, espero tener un día la ocasión de probároslo, sí todo lo que veo y oigo no es un
sueño.
ANGELO.-Hé aquí la cadena, señor, que habéis recibido de mí.
ANTÍFOLO DE S.-Lo creo, señor, no lo niego.
ANTÍFOLO DE E. (a Angelo).-Y vos, señor, me habéis hecho prender por esta cadena.
ANGELO.-Creo que sí, señor; no lo niego.
ADRIANA (a Antífolo de Efeso).-Os he enviado dinero, señor, para serviros de
caución, por Dromio: pero creo que no os lo ha llevado. (Señalando a Dromio de Siracusa.)
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FIN DE LA COMEDIA
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