El Espacio Protegido Del Dialogo
El Espacio Protegido Del Dialogo
El Espacio Protegido Del Dialogo
El proceso de convertir
la crisis en oportunidad
ColecciónAprendeaser,Volumen iv
Rosario Chávez
y Sergio Michel
Título de la obra: El espacio protegido del diálogo.
Familia y pareja. El reto de convertir la crisis en oportunidad.
Colección Aprende a ser, Volumen iv
Diseño editorial:
Ediciones Papiro Omega, S.A. de C.V.
E-mail: papiroomega@yahoo.com.mx
© Copyright
ISBN: 978-607-7852-03-2
In tro d u c c ió n .................................................................................................... 13
II. E x p re s a r .................................................................................................. 51
G losario............................................................................................................. 185
2 Clare Graves es un autor connotado que se ha referido a los niveles de conciencia y a sus
implicaciones en el marco del desarrollo social y hum ano en diferentes niveles (individual,
com unitario y global).
em igra al norte en busca de o po rtun id ades de un trabajo ausente en su
p ro pio p aís- hasta las familias urbanas cuyos padres con variados niveles
de ingreso viven igualm ente horarios de trabajo exhaustivos y p o r tanto
con u n a disposición limitadísima de tiem po y energía p ara la convivencia
familiar de calidad.
No im porta pues la ocupación -pro feso res de educación media
o básica, funcionarios públicos, campesinos, jornaleros, burócratas,
académicos, profesionistas independientes, com erciantes o empleados
diversos- la gran m ayoría de los p adres de familia, saturados de trabajo y
p o r lo general totalm ente absortos en la lucha p o r com pletar sus ingresos,
cu and o ocasionalmente logran d isponer de tiem po p ara “disfrutar” a
sus hijos, no saben hacer otra cosa que relacionarse con las mismas viejas
fórmulas que aprendieron en la infancia a través de sus propios padres. Un
n ú m ero creciente de cabezas de familia trabajan turnos dobles y cada vez es
más frecuente -sobre todo en algunos gremios como el de los empleados de
gobierno y el magisterio- que la m ujer divida sus actividades entre el hogar
y el trabajo: 1
Q uerem os darles lo mejor a nuestros hijos y p or eso trabajamos
tanto -suelen decir con impotencia muchos p ad res- y no tenemos
tiempo disponible para estar con ellos, y cuando lo tenemos nuestra
energía está tan d re n a d a que apenas nos alcanzan las fuerzas para
vegetar penosam ente frente al aparato de televisión o, peor aún, nos
dedicam os a descargar todo el cansancio y frustración en nuestros
hijos con rep roch es, sermones: d esp ro p o rcio n ad o s y en ocasiones
hasta golpes.
A brum ados p o r diversas presiones -p a sa n d o p o r la económ ica- aun los
p a d re s prófugos del televisor cuando eventualm ente logran disponer de
algún tiem po para sus hijos, conviven de una m anera pobre y limitada.
Después de largas jo rn ad a s en trabajos poco estimulantes que con
frecuencia apenas dan para solventarlos gastos más aprem iantes, muchos
p adres de familia al llegar a casa se encu entran cargados de intolerancia
y malhumor. Ellos creen en un p rim er m om ento que tal estado es debido
a que los hijos pelean dem asiado entre sí, desobedecen, no cooperan
en labores de la casa, no estudian, son flojos, vagos, irresponsables o
impuntuales, pero en realidad no se han dado cuenta de que en u n nivel
más p ro fu n d o se en c u en tran indispuestos al llegar a casa, más bien por
razones de su estado emocional que por las conductas propias de sus hijos.
El hecho de que un niño sea travieso e inquieto con frecuencia no es un
p roblem a del pequeño, sino del p ad re y de su intolerancia. Un padre que
realiza un trabajo poco estimulante y mal re m u n e ra d o con frecuencia, sin
'sfe'r muy conciente de ello, se encontrará resentido y lastimado p o r la vida e
inevitablemente exp erim en tará falta de consistencia y de energía am orosa
y aceptante para con sus hijos y su pareja. Un p a d re ansioso, inseguro,
frustrado, y para colmo de males de conciencia p equ eñ a, con frecuencia no
distingue entre un a falta seria y una travesura irrelevante; sus reacciones
y castigos d ep e n d erán más de su estado de ánim o en ese m om en to o
de sus propias heridas que de la gravedad de la falla. La capacidad de
autoobservación -el desarrollo de su conciencia- le p erm ite a u n p ad re
dar la respuesta adecuada en el m om ento adecuado, es decir atreverse a
poner y sostener límites razonables cuando así toca y a escuchar con total
atención y respeto cuando es tiempo de hacerlo. U n p a d re de conciencia
primitiva, es decir u n pad re sin capacidad de autoobservarse, funciona de
m anera totalm ente reactiva y su m ente no cesa de “brinco tear”: C uan do es
tiempo de p o n er límites se siente culpable y se falta a sí mismo al respeto
aLprom eter p ero no cum plir y cuando es tiem po d e escuchar tam poco lo
hace bien, term ina reg añan do y reclamando.
Por otra parte, indep en dientem en te de sus condiciones económicas
y laborales, los padres se conducen con intolerancia y torpeza simple y
llanam ente por imitación -esa tendencia h u m a n a ai repetir patrones de
relación observados d u ra n te la infancia-. En otras palabras, p apá y m am á
no p u e d e n darles a sus hijos lo que ellos mismos no a p re n d ie ro n ni están
dispuestos a aprender. Los padres h ered a ro n de sus propios p adres su
historia, sus heridas personales y sus carencias, que llegado el m om ento
tam bién depositarán en sus hijos. U na hija de p a d re alcohólico, m ujeriego
o golpeador de pronto, sin saber por q u é,'se en c u en tra siendo atraída
por pretendientes muy parecidos a papá y que tarde o te m p ra n o repiten
el patrón y “sacan el cobre”. Los hijos de m adres sumisas o autoritarias
también “inexplicablemente” se ven atraídos p o r u n a especie de esposa-
mamá similar. Pareciera que todo es cuestión de una fatídica química
de la atracción, sin em bargo dicha química no es más que parte de un
aprendizaje, que, aunque manifiesto de generación en generación, no es
inevitable ni irreversible.
No basta pues que un hijo en su infancia o adolescencia se diga a sí
mismo: “esto que hacen mis padres yo jamás lo voy a hacer con mis hijos”.
Para revertir el proceso, para escapar de estos tristes patrones repetitivos, de
esta herencia desafortunada que suele transmitirse silenciosamente a través
de generaciones y generaciones, en algo que Bozormengy-Nagy ha llamado
“lealtades invisibles” (o “memes” según Cziczenmilháyi) es necesario mucho
más que una simple buena intención; es necesario Un proceso de desarrollo
de la conciencia personal y una disposición a invertir cada vez más atención
en observarse a sí mismos. La buena intención de no repetir lo mismo con
los hijos no basta para actuar diferente, pues además de ella es necesario
desarrollar la capacidad de mirar hacia adentro. Quien no ha aprendido a
observarse a sí mismo y a dedicarle tiempo y energía a su propio crecimiento
está condenado a repetir los mismos patrones que aprendió: quien fue
abandonado suele abandonar, quien sufrió abuso sexual suele abusar, quien
fue agredido física o mentalmente suele asimismo ser agresivo.
Ante los problemas interpersonales cotidianos el ser hu m an o sin desarrollo
de conciencia suele utilizar el único recurso a p ren d id o y disponible: en lu
gar de voltear hacia adentro, le echa la culpa al mundo: se convierte en experto en el arte
de mirar hacia el otro en busca del error y la falla; hada ese prójimo de “allá afuera” que
hizo o dejó de hacer. Por ejemplo, niños'con déficit de atención -conocidos
inicialmente como hiperactivos- se convierten en fuertes candidatos a delin
cuentes del futuro si papá o m am á no son capaces de ir más allá de sus
viejas, respuestas, de d ar más de lo mismo, más castigos, más regaños y más
représión. En contraste, la alternativa del Desarrollo H um ano consiste “en
voltear hacia a d e n tro ” p ara revisar lo que ya no sirve y program ar, p or
ejemplo, más actividades constructivas y sobre todo más tiempo de calidad
para escuchar - n o en lugar, sino además del establecimiento consistente
de límites y consecuencias razonables.;
U na m a d re que reniega constantem ente del m arido p o rq ue no la cuida,
p o rq u e no la atiende, p orq u e ya no tiene los detalles de antes, porque
es desobligado, es probable que u n día observe a su hija sintiéndose
ab a n d o n a d a p o r el novio que por trabajar fuera viene poco a visitarla.
Sentirá enojo contra ese “desgraciado aspirante a y erno” que no le da
lugar a su hija. Sin em bargo tal vez nunca se dé cuenta de algo que sólo
aparece con el desarrollo de la conciencia: que paralelam ente a la realidad
tangible de “mi pareja no me cuida” existe también otra realidad menos
visible pero igualm ente real: “yo tampoco me cuido”. La m am á prim ero
y después también la hija esperan que el “o tro ” las cuide, pues no son
capaces de tom ar la responsabilidad de hacerse cargo de la persona más
im p o rtan te -ellas mismas- y llevarlas al concierto, al curso, al cine, al viaje,
a la conferencia y a todo lo que para eljas es v erd aderam ente significativo:
“estoy tan ocu pad a viendo todo lo que tú no me cuidas que no alcanzo
a ver todo lo que yo me descuido” -p arece ser la consigna de la m ujer
“descu id ada”.
O tro de los escenarios trágicos, que trataremos más adelante en este
libro, se refiere a los padres que viviendo ju nto s o separados no han resuel
to ni hablado suficientemente sus problemas de pareja, son incapaces de
escucharse a través de un verd ad ero diálogo y entonces convierten a sus
hijos en rehenes de sus conflictos constantes. Este fenóm eno, llamado
triangulación, o cu rre cuando los esposos le depositan - o m ejor dicho le
em barran y co n tam in an - al hijo lo que no p u d ie ro n hablar en tre ellos:
la m adre, p o r ejemplo, frente a los hijos ofende, desacredita y habla mal
del p ad re y éste a su vez contesta de la misma forma: ofende e invalida a
la m adre de m an era pública. La triangulación p u e d e ser asimismo más
discreta p ero igualm ente destructiva: la m ad re se lleva al hijo a la cocina
y le sirve su desayuno especial m ientras “am o ro sa m en te” le p on e la mano
sobre el ho m b ro y le com enta que su pad re ya an d a con otra mujer, o que
su p a d re sigue tom ando, o que su p ad re no le d a dinero. El joven term ina
odiando al p a d re m ientras la m ad re en m edio de sus sollozos sonríe
(interna, casi inconscientemente) p o r “su triu n fo ”: se vengó del marido a
costa de embarrarle mierda a su hijo .
, En u n escenario menos trágico pero más cotidiano, no necesariamente
existe u n a g u e rra abierta en tre p ap á y mamá. La no agresión no significa
paz y armonía. El distanciamiento, el silencio, el sarcasmo, los comentarios
casi im perceptiblem ente agresivos o el simple alejamiento afectivo son
también formas de intercam biar rechazo en tre los p ad res que los hijos
finalmente perciben y “cargan en sus espaldas”.
Los padres de corazón grande y conciencia pequeña suelen creer inocen
temente en el poder absoluto de la buena intención y del “amor romántico”;
con frecuencia se preparan en escuelas técnicas, universidades y centros de
capacitación para el trabajo con el fin de adquirir herramientas para su vida
laboral. Algunos de estos padres leen libros y hasta asisten a conferencias y
cursos, pero con muy raras excepciones están dispuestos a invertir algo más
que esporádicas acciones en desarrollar con disciplina su conciencia. Eso de
“disciplinar y promover su conciencia” suena extraño y hasta esotérico, no
tiene nada que ver con la educación de sus hijos, de plano no entra en sus
planes pues “siempre hay cosas más importantes o urgentes que hacer”.
Q uieren ser mejores pero con p u ra buena intención. Estos p adres de
buena voluntad y conciencia pequeña fomentan muy a su pesar ambientes
familiares con una calidad de “convivencia” no solamente deficiente
sino a m en u d o hasta destructiva, tanto que a veces parecería preferible
no p ro m o ver relación alguna. Con la b and era de la bu en a intención, de
hacer lo m ejor p o r los hijos, muchos padres caen en “la educación del
dem asiado”; según les fue en la vida de pro nto son dem asiado estrictos o
suaves, dem asiado disciplinadores o consecuentes, dem asiado preocupados
o protectores; no se dan cuenta - a u n q u e para el resto del m u nd o sea más
que ev id ente- que no obstante lo bien intencionado, “el dem asiado” en
cualquier dirección es contraproducente. Tampoco tienen la más rem ota
idea de que p ara reconocer su propio demasiado es necesario m irar no hacia
fuera, sino hacia adentro.
Así, m ientras más prisioneros y a la vez ignorantes de sus propios d em a
siados estos padres tratan de cambiar y mejorar a sus hijos, no sólo fracasan
más en sus intentos de ayudarlos a crecer, sino que deterioran .cada vez más
la relación con ellos. Las intenciones suelen ser buenas, pero las formas son
pobres. La buena intención ya no es suficiente. Un p adre que, p o r ejemplo,
cuando niño sufrió acoso sexual, generalmente presenta u n a de dos
posibilidades: estará condenado, como ya se mencionó, a repetir con otros
niños el mismo patrón de acoso que en su m om ento tanto lo lastimó o, por
el contrario, tratará demasiado de proteger a su hija de posibles agresiones
y peligros, la cual term inará siendo un a niña sobreprotegida e insegura
ante la vida y p or lo tanto, paradójicamente, más expuesta a algún tipo de
hostigamiento.
U n p a p á q u e vivió privaciones -y sabe que su única m an era de sobre
vivir fue el trabajo d u r o - será probablem ente estricto con su hijo y no
escatimará en usar agresiones físicas o psicológicas, claro, con la b uen a
intención de que el niño a p re n d a algo útil. O tro p ad re que fue golpeado o
a g re d id o vferbalmente elegirá u n a de dos opciones: ag re d irá dem asiado
a sus hijos ó p o r el contrario no se atreverá a ponerles reglas razonables, ni
siquiera a interpelarlos “p o rq ue p u ed e n sufrir dem asiado como yo sufrí”.
Los “dem asiados” dan lugar a patrones de relación extrem os y obsoletos.
Ser dem asiado estricto o demasiado blando se originan p or igual en heridas
o experiencias del pasado que el padre jam ás será capaz de reconocer y
menos de liberarse de su carga si no voltea hacia adentro justo en esos
momentos en los que está experim entando un sentimiento perturbador.
Reconocer, com partir y ex plo rar en u n am biente de respeto -com o se
verá más a d e la n te - estos m om entos de “sentimiento fuerte” es uno de los
recursos más p o d ero so s p a ra crecer en la conciencia, p a ra d eshacer
los nu dos de tantas “lealtades invisibles” y de tantos patrones destructivos
en las relaciones familiares. En los próximos capítulos describiremos y
elaborarem os más sobre los elementos de este proceso, los cómo de la
creación de espacios protegidos para crecer en el diálogo.
— Nos vemos.
* El factor económico también interviene en el deterioro de las relaciones.
Con frecuencia observamos una carencia creciente de tiempo en las
familias d o n d e ambos padres tienen que trabajar p ara aportar recursos
económicos al sustento del h og ar y para m a n te n e r con gran esfuerzo “un
nivel de vida” siempre insuficiente. Aveces con un gran esfuerzo, robando
tiempo a sus apretados horarios, u n padre o esposo logra dedicarle a su hijo
o a su pareja cinco minutos, media hora o excepcionalmente toda un a tarde
a la semana y, sin embargo, el tiempo cronológico invertido en “los tiempos
libres” resulta ser, con honrosas excepciones, un espacio conflictivo, tenso,
frío o en el mejor de los casos simplemente insípido y poco estimulante.
Algunas familias y parejas “afortunadas” a lo más que llegan cuando
disponen de unas vacaciones o fines de semana para convivir de manera
agradable y constructiva es a ver algún program á o película juntos o a la
distracción del juego: juegan a las cartas, al dominó, a la pelota o al turista.
Desde luego que el juego tiene su parte atractiva y divertida, el juego tiene
ciertamente la función de compartir momentos agradables y fom enta
la interacción social, sin em bargo el ju e g o y la distracción también en
ocasiones sólo sirven para m atar el tiem po o hacerlo tran scu rrir sin
dem asiado aburrim iento. El ju e g o y la distracción con frecuencia fungen
como el único recurso disponible de convivencia y funcionan en lu g a r de,
no adem ás del diálogo. La gente que sólo sabe ju g a r y distraerse en el
fondo tal vez tiene miedo de abrirse y arriesgarse y entonces, por decirlo
metafóricamente, eligen la joyería de fantasía, las perlitas de plástico
en lugar del regalo de los diamantes; toman las migajas y renuncian al
banquete de com partir experiencias significativas, de conocerse, de sanar
resentim ien os, de perd on arse, de acercarse y estrechar lazos, de a p re n d e r
y crecer en las diferencias y de tantas experiencias gratificantes q ue se dan
n atu ra lm en te al calor estimulante del diálogo.
El silencio interior
fíí ¿Te hubiera gustado que yo le dedicara más tiem po a nuestro hijo,
verdad?
*2; ¿Te sientes ignorada y poco im portante p a ra mí cu and o llego tan
tarde? *
3. ¿Te duele? i
.4. ¿Te gustaría que estuviera aquí?
5. ¿Te molestó lo que dije, te sentiste ofendida, verdad?
6. ¿Te molesta v erd aderam ente su m an era de hablarte?
7. ¿Te gustaría que estuviera más contigo?
8. ¿Ya tienes hambre?, ¿ya estás cansado?
$|*?scuchar es apenas la mitad del paquete del diálogo. La comunicación
:\L> constructiva sólo llega a completarse cuando se d a la seg u nd a com pe
tencia básica p ara el diálogo. Además de ser buenos receptores es necesario
tanibién ser emisores afinados o asertivos, es decir con capacidad de expre-
SatJVy com partir sentimientos, deseos y percepciones de m a n era clara,
|ire c ta y personal. Al parafrasear el pasaje bíblico del “Eclesiastés”: “Hay
un tiempo para sem brar y un tiempo p ara cosechar...”, se nos ocurre, con
el mismo espíritu, el equivalente “bíblico de la com unicación”: hay un tiempo
para escuchar, para reflejar, para dar un eco, para salirme de mi postura y ponerme
en los zapatos del otro... y hay también un tiempo para regresar a mí mismo; a
conectar y expresar mi experiencia interna; para sacar a la luz, para no dejar
como agua estancada que se pudre y se hace tóxica, los sentimientos guardados: hay
un tiempo para hablar con honestidad, claridad y “sin andar con rodeos” Sólo
pues, cuando se dan y se respetan ambos tiempos -e l de hablar y el de
escuchar- es posible construir el recurso central y tem a de este libro que
ya elaboraremos más adelante: el espacio pro teg id o del diálogo.
La comunicación familiar fracasa ro tu n d am e n te cuando un o de los
interlocutores, en lugar de g u a rd a r silencio para escuchar, comienza a d a r
su opinión. Un hijo, p o r ejemplo, después de algunos meses de haberse
ido de su casa un día, no obstante el trabajo que le cuesta, se anima a
hablar p o r teléfono con su padre y explicarle sus razones para h u ir de la
casa.
— Papá, soy José, te estoy hablando de la capital -e x p re sa el joven
tím idam ente. *
— Q uiero que regreses inm ediatam ente, ésas no son m aneras de
largarse, no puedes dejar la escuela así nomás tirada, no es un buen
ejemplo el que le das a tus herm anos m enores -el p a d re lo in te rru m p e
atropelladam ente sin dejar espacio al joven para te rm in a r su frase.
El joven se queda callado m ientras su pad re deja fluir todos sus
reclamos (válidos p o r cierto pero expresados en el m om ento inoportuno7),
Finalmente, después de algunos segundos de silencio, el joven siente
que en esta ocasión es inútil explicar más nada y sim plem ente termina
colgando el teléfono para desaparecer por algunos años más de la escena
familiar.
De la misma im portancia que el e r r o r com etido p o r dicho padre
de “hablar e in te rru m p ir cu a n d o es tiem po de escu ch ar”, es el erroi
contrario que abordam os en este capítulo: quedarse callado cuando el
tiempo de hablar ha llegado. El ciclo ele la com unicación constructiva
se qued a inconcluso cuando la persona se queda callada o espera a que el otre
adivine lo que ella misma no ha sabido expresar con claridad . Si bien escuchar
es de gran im portancia para el diálogo,' no sirve de gran cosa cuando la
otra p arte no está dispuesta -al llegarle el tu rn o de h a b la r- a cumplii
con la p arte com plem entaria del proceso.
C uando en un clima de confianza la persona se ha arriesgado a expresar
temas difíciles (como decepciones y viejos o nuevos resentimientos) el efectc
es profundam ente facilitador y liberador en la m edida que la experiencia
com partida se expresa de m anera transparente, descriptiva y personal. En
otras palabras, las heridas em piezan a sanar y los “asuntos inconclusos’
comienzan a cerrarse cuando un m iem bro de la familia p ued e expresar
su mensaje y es capaz sim plem ente de re p o rta r y describir con honestidad
y en prim era persona su propia experiencia frente a su com pañero de
diálogo.
Marshall Rosenberg, líder m undial en la promoción de la “comunicaciór
no violenta”, ha enfatizado la importancia de conectar y expresar las ne
cesidades propias y las emociones básicas para que la contraparte las pueda
entender. Me sentí herido, me sentí lastimado, me sentí frustrado, me senú rechazado,
son for ni as honestas y constructivas de iniciar un proceso de diálogo y
enfrentar el conflicto. En lugar de ello, desde nuestra conciencia primitiva,
los humanos utilizamos modalidades “más desconectadas” y clisfuncionales;
utilizarnos la segunda persona y atacamos; ponem os etiquetas al otro:
“tú eres un desgraciado, un desconsiderado, eres un flojo, irresponsable,
agresivo, deberías haber hecho, nunca debiste haber dicho”. De acuerdo
con Rosenberg, los conflictos surgen ante la no expresión e insatisfacción ele
las necesidades particulares. Una necesidad no expresada inevitablemente
produce depresión o agresión (L afarga, 2008).
'I:‘l m om ento inoportuno para expresar una molestia se p uede en ten d er en contraste con
nuestra propuesta, que en el último capítulo describimos corno el espacio protegido del
diálogo.
$|La resolución no violenta del conflicto req u ie re necesariam ente del
^ c o n o c im ie n to y la escucha respetuosa de las necesidades del otro p o r
incom patibles que parezcan con las mías. La ex presió n, form ulada en
p r i m e r a p erso n a , de u n a necesidad no es p u es algo pasado d e m oda
f e un a su n to form al de m e n o r im po rtan cia, es algo fu n d a m e n ta l y
fa c ilita d o r en el proceso de hacerle saber al otro lo que yo siento y lo
m y °- necesito sin ser invalidado.
C uando u n m iem bro de la pareja deja de ex p resar sus sentimientos
jlfcnecesidades, aduciendo motivos de introversión -soy callado, soy
||irn id o , no m e gusta exp resar mis sentimientos, soy seco, la última vez
¡Sjiie lo intenté m e fue p eo r-, la relación no solamente deja de crecer
ilin o comienza a deteriorarse. Con frecuencia la m ujer se queja de que su
p a r e j a es como u n a tapia que no expresa. Tal vez p o r razones “culturales
pdé género”, au n q u e no es u n a regla, es más co m ú n observar a la m ujer
$)ijzbI¡ando demasiado y al hom bre m etido en su p ro pio m u n d o , callando
¡r'tkwiasiado.
.'Expresar “algo que la persona tiene guardado” con relación a alguien más,
^recibe el nom bre de retroinformación o retroalimentación. Las consignas
ffeblicas: “Si tu herm ano te ofendió no dejes que se meta el sol sin ir a hablar
¡fcon él” y “...antes de dejar tus ofrendas al Señor reconcilíate con tu herm ano”,
tr é p r e s e n ta n el espíritu de la retroalimentación. Si en el idioma hebreo
¿1del antiguo testam ento hubiera existido el verbo “retro alim en tar”, la cita
^exacta sería:
Antes de venir a mi altar a traerme flores u oraciones retroalimenta
y déjate retroalimentar por tu prójimo. Atte. Jehová.
^ La retroalim entación incluye lo positivo y lo negativo en el mismo
nivel de importancia. En otras palabras, es tan im p ortante decir lo que
me molesta, como lo que me agrada del otro. Con frecuencia nos callamos
•f tanto los aspectos agradables como los desagradables de una relación y así, al
caer en la tentación de callarnos fy guardarnos nuestros sentimientos,
al hacerlo le restamos riqueza y “salud mental” a una relación y la
condenamos, sin darnos cuenta, a una muerte gradual.
Decir y escuchar especialm ente sentim ientos desagradables - d e
incom odidad, frustración o de d o lo r - p u e d e ser u n a experiencia
dolorosa al interior de cualquier relación con sid erada im p o rtan te: sin
embargo, lo que realmente destruye una. relación en el largo plazo no es tanto lo
que se habla sino lo que se calla .
En muchas ocasiones las condiciones experim entadas por una persona
para no conectar lo que siente son poco claras. Pueden pasar semanas sin
que u n miem bro de la pareja -el varón p ro b ab le m en te - reconozca qu(
algo le ha incomodado. Se siente tenso, irritable, distante o muy serie
y sigue respondiendo “honestam ente”: no tengo nada. Tal vez sea cierto )
no tiene nada pero también és posible, muy posible, que lo que se callc
ayer o anteayer lo tenga distante -y ha resultado peor el rem edio que h
en ferm e d ad -. La intención es buena - m e callo para no hacer olas, para nc
salir peo r librado, para no incom odar a mi pareja con temas espinosos qu<
usualm ente acaban en trag e d ia - pero el efecto es la m u erte gradual de k
relación. Callarse y tragarse los sentimientos, p u d o haber sido aprendide
y copiado directam ente de los padres mudos, o a través de la experiencia
directa d u ran te la niñez y ju v e n tu d , p or ejemplo cuando después át
haber expresado algo d u ra n te un intento de diálogo fue posteriormente
sacado su com entario de contexto y utilizado como chisme, brom a, burk
o reclamo.8 Es posible también que la persona en su infancia haya vivide
experiencias de violencia intrafamiliar, o pérdidas im portantes de algunc
o de ambos padres, de tal m an era que ap ren d ió a sobrevivir siendo fuerte
y dura: “si me pongo a llorar y a lam entarm e, si d em uestro debilidad er
ese am biente tan hostil y adverso me va a ir p e o r ”. Ser fuertes y duroí
para aquellos niños en condiciones de carencia representó en su momentc
tal vez un recurso desesperado; la única form a de sobrevivir. Ahora la:
condiciones ya cambiaron, esos niños de antaño ahora padres tiener
hijos pequeños y sin em bargo transm iten la misma regla de ayer: “nc
sientas, no expreses, no hables”. Lo que ayer fue útil ahora ya es obsoletc
y destructivo. Los p ad res con incapacidad p a r a e x p re s a r tran sm iten e
m ensaje de “es peligroso o in a p ro p ia d o h ab lar de ti”. Los hijos de esto:
m odelos p o r su p a rte suelen p re s e n ta r diversos tipos de trastorno:
co nd uctuales y/o psicosomáticos. C u a n d o la boca no p u e d e hablai
finalm ente, como se verá más a d e lan te en el capítulo correspondiente
al acting out, el c u e rp o lo hace a través de ansiedades, depresiones
agresiones y diversos síntom as psicosomáticos. M uchas veces gracia!
a la aparición de estos p ro b lem as en sus p rop io s hijos, los p ad res poi
p rim e ra vez se ven invitados -m a s bien dicho a r r a s tr a d o s - p o r la vidz
p a ra revisar y cu estion ar sus viejas form as de com unicarse, es decir su:
form as de “no escucharse ni e x p re s a rs e ”.
sl:.l reclamo es de hecho una manifestación de molestia expresada en forma de lenguaje “tú”
lis importante hacer notar que la expresión de cualquier molestia es vàlici a, importante )
necesaria para mantener una relación saludable, sin embargo la forma no personal es la que
resulta ser poco facilitadora del diálogo.
¡Síártín y Marta
•Lo-íin. 1979.
aj lector sobre los mecanismos y modelos del aprendizaje de lo
a U n im a r
Sin darnos cuenta hacemos cosas para que nos pateen y luego nos
quejamos am argam ente. En automático nos ponem os de pechito y luego
también en automático nos defendemos: Jorge le contaba a Maribel, desde
que eran novios, dos o tres m entiras a la semana, y luego ya de casados un
día le reclam a todo indignado:
— i Es qu e tú no me has sabido d ar confianza!
Los estímulos que Jo rg e percibe en su relación de pareja son a su
vez respuestas condicionadas-automáticas de Maribel. E ntre ellos, como
esposos, parece establecerse, como en tre las naciones, una especie de
zona de libré comercio d o n d e se intercam bian con abundancia estímulos
y reacciones; Al final todo parece una madeja difícil de desenredar: las
conductas o reacciones de José, sus gestos, sus comentarios, hasta el tono
de su voz, estimulan en María sus propias reacciones (gestos, comentarios,
expresiones) y viceversa. En otras palabras, lo que para un o es una
simple reacción autom ática p ara el otro es un estímulo que provoca su
propia reacción. Watzlawick, u n o de los más im portantes estudiosos de la
comunicación h u m a n a se refería, p or ejemplo, en u n o de sus “axiomas”
a que Cada persona tiene su propia puntuación, es decir su m anera de
colocar las causas y los efectos, los estímulos y los reforzadores -lo que
yo hago lo refuerza a él y lo que él hace me refuerza a m í-. C uando al
alcohólico, p o r ejem plo, se le p re g u n ta p o r qué tom a, éste contesta que
p ara olvidar a la metiche insoportable de su mujer. Al p reg u n tarle a ella
p o r qué es tan metiche e insoportable ella pide que no la m alinterpreten,
que definitivam en te no es m etiche, qu e sim p lem en te está haciendo
algo heroico y altruista; está cu id a n d o y vigilando a su esposo p a ra que
no tome.
— Si con toda esta vigilancia él de todos modos toma, imagínese si no lo
cuido -se queja am argam ente la mujer.
Esta pareja como muchas otras, de diferentes formas, están atrapadas en
este juego, en este intercambio de automaticidades p ro fu n d a m en te agotador
que nosotros llamamos de p rim er orden. Las conciencias primitivas de
p rim er o rd en precisam ente perciben de m anera automática y le echan la
culpa sólo al estímulo de afuera que las provocó. .
—T ú me hiciste gritarte.
—T ú me provocaste.
— N unca te hubiera golpeado si fueras más cariñosa conmigo.
Las conciencias de prim er orden se e'nredan más y más en sus madejas
automáticas en la medida de su propia incapacidad de dialogar y de aso
marse a la experiencia del otro. En la historia de ese intercambio inter
minable de reclamos es posible que la memoria no alcance a detectar quién
Eóinenzó primero, quién inició todo: ¿el huevo o la gallina? Finalmente, no
importa si él comenzó con su alcoholismo o ella con su metichismo o los dos al
gfismo tiempo. Su única salida del embrollo es cuando u n día crecen y se dan
^Jerita de que “el otro” lo único que puso fue el d ed o p ara apretar el botón,
pero la automaticidad ya la traían adentro (el sentimiento de ser ignorado,
u i'n o ser querido, de ser atacado.). A unque con “buena intención” quiere
lifiibiar al marido, el efecto contraproducente sólo p o d rá ser descubierto
p | r la esposa cuando su conciencia se ex p an d a y p u e d a ver p o r fin lo que
¡ ^ p e r m a n e c i d o invisible -obvio para todos m enos p ara ella-. E ntre más
Quiere cambiar al otro, más se en re d a la madeja; en la m edida que ella es
jlSiétiche, él más toma y en la m ed id a qu e él to m a ella es más metiche; en
Jlaímedida que él se siente más rechazado más reclama, en la m edida que
I f á s reclama ella más se aleja y entonces él más arrem e te, y así continúan,
gjpfel libre intercambio en tre m arido y m u jer se da en la siguiente secuencia:
h) Cuando Ju a n en automático funciona con sus amigos como la monedita
~ de oro y con todos quiere quedar bien y p or ejemplo le presta a su
com padre Jacinto u n dinero que hace falta en la casa o llega tarde
p o r no poderse negar a la invitación hecha p o r “su m ero co m pa”:
b) María en automático se siente desplazada, poco im portante, no tom ada
en cuenta por su esposo y ante esa sensación, tam bién de m anera
automática:
c) Suelta más reclamos.
i) Él, p ara evadir las críticas de su m u je r com ienza a contar m entiras
cuando visita a su com padre Jacinto, le dice a su m ujer que está
trabajando horas extras, pero cuan do su m ujer finalmente se entera:
?) María también autom áticam ente ex p erim en ta más enojo y le d u p li
ca a Ju a n la dosis de crítica. Así, en la m ed ida que ella más lo critica:
f) Él más se cierra y en tre él más se cierra:
£•) Ella más lo critica.
h) Cinco veces al día d u ran te cincuenta años ella regaña y él se
defiende... y así hasta que la m uerte los separa.
Más de lo mismo
El intercambio interminable
^’
£
!■
^fíian Antonio tenía siete años cu and o se dio cuenta de que su papá era
IpJiTiuy seco y no lo acom pañaba a los festivales de fin de año, tampoco
|[alía con ellos, como su tío Luis lo hacía con sus hijos. Un día se atrevió
fcpnio p u d o - e n forma de p reg u n ta -rec lam o - a expresarle su percepción,
decir su realidad de niño:
iy>'-
Papá, ¿por qué tú no nos quieres?
g ^ ^ - P a p á , ¿por qué mi tío Luis sí saca a mis prim os y tú nunca nos sacas?
—Papá, ¿por qué...?
No se supo cuál fue exactam ente la p re g u n ta que hizo J u a n Antonio,
íjpudo haber sido cualquiera; la respuesta que recibió, sin embargo, fue lo
v e rd a d e ra m e n te im portante. Papá se sintió tenso con dicha intervención
de su hijo y al sentirse así, en lugar de abrirse y escuchar, su corazón se
Cerraba y se ponía a la defensiva. Parecía que m en talm en te abría alguno
£de los cajones de su cerebro, d o n d e guard ab a sus viejas y conocidas
¿respuestas automáticas bloqueadoras, esas que él mismo había apren d ido
*de sus maestros y padres. Ese día no fue la excepción y cuando su hijo
lo confrontó papá echó m ano de Un soberano rollo; bien intencionado y
^razonable pero también bastante mareador.
—Ay, hijo, un día, cuando seas g rande, te darás cuenta de que no es
Fácil ser padre; ahora no entiendes n ada de la vida, sí te quiero, pero lo
que pasa es que tengo que trabajar m ucho... bla, bla. bla.
A treinta años de dicho incidente, Ju a n Antonio, después de haber
tomado algunos cursos y hecho algunas lecturas, finalmente “ya sabía
cómo escuchar”. Un b u en día, ya como p ad re, su propio hijo le hace
unas p reg u ntas más o m enos parecidas y a u n q u e ahora Ju a n Antonio
aparentem ente es capaz de escuchar con em patia, es decir “d ar acuse de
recibo o reflejar a la otra persona de m an era im pecable”, en esta ocasión
sus conocimientos parecen insuficientes; está a p u n to de rep etir el mis
mo patrón frente a su hijo, se da cuenta de que está tentado a utilizar la
misma h erra m ie n ta de su p ad re, reflexiona, ex p e rim en ta en su interior
-en automático- la im periosa necesidad de convencer a su hijo de que “eso
no es cierto”, está a punto de recetarle una serie de razones lógicas, está
por vomitar el mismo rollo marcador que hace veinte años había escuchado de
su p ad re. Ya tiene la técnica suficiente para escuchar, sin em bargo ahora
por prim era vez también tiene la conciencia suficiente para observarse a
sí mismo y so rpren derse con las manos en la masa, en ese justo instante,
con ese viejo y conocido pensam iento de q u e re r cambiar, convencer y
p ersu ad ir a los demás.
Más allá de esbozar un buen reflejo al estilo Rogers -q u e finalmente
no es realm ente difícil- ahora Ju a n Antonio p u ed e observar sus voces
como trenes llenos de merolicos parlanchines. U na luz en su conciencia
le perm ite e n te n d e r el significado de no subirse a sus pensamientos y por
fin ro m p er esa cadena, esa especie de herencia, de lealtad invisible que
p o r generaciones había acom pañado a los López “que nunca escuchan a
sus hijos”. Frente a su hijo p u ed e p or prim era vez escuchar con silencio
interior e iniciar una nueva generación de relaciones constructivas entre
p adres e hijos. Por fin logra esbozar un reflejoj-algo tan fácil y tan difícil
a la vez:
-M e imagino, hijo, que te gustaría que yo fuera más cariñoso contigo,
que conviviera y ju g a ra más contigo, como lo hace tu tío con sus hijos,
¿verdad?
T anto la expresión como la escucha facilitadora implican algo más
que el desarrollo de habilidades técnicas. C om unicarse de manera
constructiva va más allá de reflejar o e x p resar un sentim iento de forma
mecánica. No basta con conocer el cómo, cu ánd o y dónde. Cuando
consideram os el desarrollo de la conciencia de la persona -e s decir, el
grado de evolución en la form a de ser. sentir, actuar v/ i percibir' al m u n d o -
O
el reto de la com unicación se convierte en algo más complejo que el
dom inio técnico de la asertividad y em patia, ad q uirido en un buen curso
de relaciones hum anas.
Escuchar y e x p re sa r sentim ientos de. m anera verdaderam ente
constructiva está d e te rm in a d o en últim a instancia p o r el estado de
co n cien cia y lib e rtad in te rio r-v in c u la d o s e n tre sí de m an era inevitable-.
En este libro llam arem os autoconocim iento y desarrollo ele conciencia al
proceso de crecer en libertad interior, observarse a sí mismo y darse
cu enta de más y más elem entos previam ente ocultos a la conciencia
acerca de cómo la m ente repite in te rn a m en te y de m anera automática sus
propios cuentos para con tro lar o complacer, para sentirse decepcionada
o decepcionar, para exigirse o exigir al otro, para culparse o resentir.
jfe,£l autoconocimiento lo construyo básicamente sobre la capacidad de
Observarme en el justo instante en que aparecen esas vocecillas autoritarias.
^Cuando justam en te las p u e d o observar como lo que son -sólo el eco de
aprendizajes, m andatos y consignas de mi p asado -, entonces p o r prim era
|¡ez en mi vida pu ed o decidir no subirm e a ese tren y no darle más el
poder de convertirm e en él.
El au tocon ocim ien to rep resen ta el lugar p r e p o n d era n te del con ocim ien to
h u m ano... yo soy lo m ás im portante para m í... El co n o cim ien to p rofu n d o d e
¡§jjh lo que soy p u e d e p on er un sello d iferen te a m is relacion es p erso n a les... ¿Cóm o
fe, amar y darm e a los dem ás si no m e conozco?, y así esta cu estión se convierte en el
l& p u n to de partida para p ro p o n er h u m a n a m en te una n u eva socied ad , un en torn o
fe más favorable (M oreno, 2006).
En un g r u p o nos p odrá d o le r lo d o lo que nos decim os; nos podrán lastimar los
rese n tim ien to s acum u lad os, y las fricciones del cam ino; p ero lo qu e realm en te
nos d estruye es lo que nos dejam os de decir y 1o qu e nos d ejam os de escuchar...
(En busca de la com unidad; pág. 85: 2008).
Niveles de conciencia
Teresa de Ávila
En su libro Las moradas del castillo interior esta religiosa describe el camino
hacia los estados de mayor conciencia o desarrollo espiritual. Para
Teresa de Avila la p rim era m o rad a rep rese n ta la condición del hom bre
d o rm id o e inconsciente qu e vive fuera del castillo del alma. En esta
p rim e ra etap a el ser h u m a n o es p risionero, está tan inm erso en las
cuestiones m u n d a n a s y m ateriales que se m a n tie n e d o rm id o ; el alma
está em b rollad a, está tan “metida en las cosas del m u n d o y tan em papada
en la hacienda u h o n ra o negocios” que no pu ede “descabullirse de tantos
im pedim entos y gozar de su propia h e rm o su ra ”.
Al en tra r a la siguiente m orada el hom bre deja su ser ordinario e inicia
su proceso de d esp ertar v erdadero que lo lleva de regreso a su esencia es
piritual. En la segunda inorada, el hom bre enfrenta la resistencia del ego o
^naturaleza h u m a n a inferior que insiste en m antenerse dorm ida y apegada
Itl'flas cosas del m u n d o . A unque el ego “con sus cosas del m u n d o ” pu ed e
pffolver a atrap ar al ser hurnano, éste está ah o ra despierto, y eso hace u n a
f e r a n diferencia.
gfe La tercera m o rad a represen ta u n tránsito m ucho más fluido hacia la
¡fésencia espiritual, pues ya se ha ganado la batalla contra la naturaleza
¡ fe fe rio r (o ego). En ésta y en la siguiente etapa la persona avanza en la ca-
lipacidad interior de vivir “el silencio”. En las tres últimas etapas el camino
gl^britinúa hacia el éxtasis y la experiencia de unidad. Desde la óptica de
§§}&' prim era m o rad a o etapa d e l adorm ecim iento pareciera que quien
felifega a las últimas m oradas, o estados avanzados de conciencia lo hace
f e h u n estado de privación dolorosísima, pero no es así, en realidad la
E x p e r ie n c ia in tern a que Teresa de Ávila rep o rta es de profundo júbilo,
f c i i i d a d y arm onía. f
f e .
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>i< [1
Av
^Ouspenski
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jjH. „ h
| % principios del siglo xx este autor m encionaba cuatro estados de con
c i e n c i a en el proceso de desarrollo interior de u n a persona: en el p rim er
^ estado O uspenski hace referencia! a la conciencia de las personas mientras
I^Vluermen. En este estado la m ente conciente cotidiana se desconecta y
|:á p e n a s deja lugar a algo de actividad d u ra n te los sueños que aun qu e de
| utilidad terapéutica parecen ocurrir a m en or volum en o intensidad, pues
^difícilm ente son recordados cuantió la persona vuelve al estado de vigilia.
El segundo estado se refiere a la vigilia, do n d e la persona, aunque ap a
rentem ente está despierta, manifiesta un funcionam iento mecánico, o pera
; de m anera totalm ente reactiva. La mente en este estado se rige p o r las
" leyes de la repulsión y la atracción, es decir está ocupada en evitar algunas
; cosas y perseguir otras. Este segundo estado de Ouspenski es en esencia
‘ parecido a la p rim era m orad a de'fSanta Teresa de Avila donde la persona
funciona como un robot atrapado^ en las cosas del m undo. La persona está
i. convencida de estar despierta, pero p erm a n en te m en te no se da cuenta de
su estado de adorm ecim iento. r
En su búsqueda p o r e n te n d e r el funcionam iento h u m an o y sus tram pas
para acceder a estados más despiertos y libres, Ouspensky, después de
• viajar por todo el m u n d o y estudiar lo que en su m om ento existía de co
nocimiento sobre el tema, llegó a una conclusión básica, a un p un to de
partida: las personas no tienen una sola identidad, no son una* sola cosa.
C u and o una persona hace algo inapropiado, cuando pierde los estribos y
ofende, cu and o se toma unas copas de más y hace desfiguros, es posible
que a los días del incidente vaya con el agraviado y diga algo así como “no
fue mi intención, no lo quise hacer”.
Esta m a n era de ex p resar es p arte im portantísim a del problem a, pues
refleja un a p o b re conciencia p ara reconocer que p or lo m enos u n a parte
de sí mism o - d e su ego, de su id entid ad- hizo lo que hizo y dijo lo que dijo,
aunque otra parte no se atreve - p o r lo menos cuando está sobria- a decir
lo que siente y piensa por temor a ser rechazada. Alvin M ahrer (1996, 1989)
le llama a estas partes potenciales de experiencia, otros le llaman estados del
ego (Watkins y Jo h n so n , 1986) o partes interiores (Zalaquet, 1986). Sólo una
persona capaz de reconocer sus diferentes partes -los lugares internos de
d o n d e vienen diferentes tipos de voces y sentim ientos- es capaz de ser
honesto y tran sp aren te y no negar a los demás ni m ucho menos a sí mismo
lo que realm ente siente y piensa en alguna de sus varias “identidades” o
como quiera que les llamemos.
El tercer estado de conciencia representa el inicio del verdadero
despertar, lo cual implica m antener la posición de observador de los propios
sentimientos y pensamientos mientras fluyen constantem ente. La persona
logra a través de observarse, el ser consciente de sí misma. Cada vez que la
persona se identifica con su ego es decir, se sube en el tren de sus propios
pensam ientos p ara “convertirse en ellos”, olvida flagrantem ente algo
básico y poderoso: su función de observador desapegado correspondiente
al tercer estado. Los momentos de observación suelen ser esporádicos, pues
inm ediatam ente la persona vuelve a dejar de “recordarse a sí misma”, es
decir de observarse a sí misma y es de nuevo atrap ad a p o r sus emociones
y pensamientos. Las personas comunes y corrientes -habitantes cotidianos
de las dos prim eras etapas- difícilmente llegan a perm anecer más de cinco
o seis segundos observándose a sí mismas, pues inm ediatam ente vuelven a
“convertirse en sus pensam ientos”.
En el contexto de nuestra propuesta, el diálogo requiere de un emisor
y ele un receptor. Ser observador de los propios brincos de un ego a otro
es vital especialmente cuando llega el tiempo de hablar. C um plir con la
función del emisor se logra cuando una persona aun cuando no haya
alcanzado la iluminación total “del cuarto estado de conciencia” -n i la
llegue a alcanzar en los próximos cincuenta años-; es capaz de no excluir
a ning un o-d e sus pequeños o grandes egos y a todos ponerles el micró
fono y permitirles hablar justamente en un lenguaje: ‘‘yo”.
Algún día. cuando la iluminación sea total, la persona tal vez llegue a
ver a todos sus egos sin subirse a ellos, pero mientras ello sucede puede
effiiénzar ya, desde ahora, a iniciar diálogos constructivos y sanadores sin
fflfer q u e ju g a r al m u do , sin tener que decir no me pasa n ad a cuándo en
rfáíidad estoy m uy lastimado:
Q uiero p ed irte qu e m e escuches sin in te rru m p irm e hasta que
term in e y te ofrezco yo hacer lo mismo cu and o sea tu m o m en to de
hablar: u n a p a rte mía se siente muy ig n o rad a c u a n d o decides irte
sin co n su ltarm e... o tra p a rte tiene m iedo de decírtelo, pues pienso
que te vas a en o jar... con o tra p arte tengo ganas de estar más
tiem po contigo... con o tra p a rte me da coraje y decido esco nd erte
las llaves p a r a que no las en c u en tres... con o tra p arte m e da p en a
hacer esas cosas que considero in m a d u ra s y cu a n d o m e lo reclam as
la v e rd a d ... con o tra p a rte p refiero negarlo, p u es m e siento
descubierto en algo que m e avergüenza.
3. Consolidación de potenciales
2. Formación de potenciales
Figura 1
^ D is t r ib u id a e n e s p a ñ o l c o m o N och e de Paz.
p ara co m p artir y dialogar, p ara escucharse y e n tra r al m u n d o de m anera
h u m ild e m e n te poderosa, para reconocerse com o seres h u m a n o s tan
distintos en un nivel y tan semejantes en otro; con frío, con madres,
esposas e hijos e sp eran d o y o ran d o p o r ellos en algún lugar. Sus vidas
son tocadas p o r la conm ovedora experiencia de la u n id ad . Este trozo de
u to pía d u r a hasta que las conciencias primitivas de alto ran g o ro m pen
con “sem ejante e inconcebible atro c id ad ”. Soldados rasos, capitanes y uno
que o tro capellán vivieron p o r unos días algo que transform ó sus vidas
y sus conciencias: algo que, con sus conciencias chiquitas y saturadas,
con las voces de todos sus egos ancestrales, sus obispos y generales,
difícilmente serían capaces de tocar tal vez ni siquiera p o r un instante
en sus vidas. No p o d rían ver h erm an o s en el “p ró jim o ” sólo enemigos
ideológicos, irreconciliables y peligrosos.
Figura 2
Y la otra área, la de la pequ eña “e ” representa, en contraparte, el
elemento no atribuible a padres, m adres u otras influencias significativas
fquivalentes (maestro, tutor, modelo, líder, jefe de la pandilla). Algunos
autores se han referido de diferente forma a esta parte: esencia (Michel y
^liávez, 2004); alma (Zukav, 2002); vocación (Jean M onbourquette, 2002).
feC uando la personalidad tiene: su conciencia totalm ente habitada de
¡¿ftuidos” mentales producidos por esos inquilinos ancestrales de la “p ” y la
SM”, entonces la esencia no se escucha, desaparece e n tre las dos grandes
¡ $ a:sas que no le perm iten ni respirar, como lo m uestra la figura 2. La
Persona p ierd e grad ualm ente su capacidad de ser d u eñ a de sí misma y
ííínciona solamente como un ed red ó n d o n d e los p ad res biológicos y otros
jplpás y mamás simbólicos han colocado “sus p arch es” a través del tiempo.
íBaí p erso n a se hace e x p e rta en percibir lo q u e los o tro s e sp eran , lo q u e
Píjps otros les m olesta y les gusta, p e ro no tiene ni idea de lo qu e ella
| | | n t e y quiere. í
fe -L a persona se convierte eventualm ente en una colección de copias
[fotostáticas o de retazos heredados p o r diversos tutores: de m am á a p r e n
d ió , por ejemplo, a ser pesimista y chismosa; de p ap á apren dió a censurar
fy-a rep ro b ar todo; de la relación con su abuela ap rend ió a ju g a r a la
[víctima, pues sólo al quejarse obtenía algo d e atención. Todos esos pedazos
fcQñ los que está m anufacturada la m anta de la personalidad o ego con
•frecuencia no sólo no facilitan la expresión de la esencia sino que a m en u d o
*la; bloquean. G. Zukav afirma que la personalidad está desalineada del
pilma precisam ente cuando el ego* o el resto de la persona ap u n ta en una
pdirección y el alma o vocación personal ap u n ta en otra.
C uando se da este fenóm eno tan com ún de desalineación, la p erso n a
ípierde energía exactam en te como o cu rriría con un automóvil cuyas
■llantas están alineadas en dirección del este y el m otor en dirección
•del norte. “El estrés más g ran d e que p u e d e vivir u n a perso n a es el de
^permanecer d esarro llan d o actividades ajenas a su vocación” (Michel,
^2008). Para Zukav u n o de los objetivos básicos en la vida es p o n e r las
condiciones para lograr que la personalidad - o conjunto de egos o
potenciales de experiencia~ se ponga al servicio de la vocación, es decir para
|:(j.ue las actividades que la persona desarrolle estén alineadas con su alma
/o esencia.
P* Cuando la personalidad y la vocación no están alineadas, es decir
'cuando el funcionam iento cotidiano, por ejemplo, la relación de pareja
,o de familia no perm ite el ejercicio de la esencia de la persona, ésta,
_sin saber p lenam en te “la razón”'d e su funcionam iento, vive de m anera
desvitalizada, triste y deprim ida (o haciendo cosas destructivas, como s
verá en el capítulo del Pasaje a la acción).
En u n trabajo previo hem os utilizado el té rm in o “tercer o r d e n ” par
referirnos al cambio v e rd ad e ra m en te p o d ero so qu e un a p erso n a pued
hacer al co n cen trar su energía e inteligencia en llevar a cabo actividad*
- n o im p o rta si sencillas o com plejas- relacionadas con su vocaciói
C u a n d o la persona se regala a sí misma el privilegio de escucha
reconocer, ate n d e r y ejercer algo de su vocación, es capaz entonces d
trasc en d e r u n a serie de m andatos adictivos, cuya consigna había sid
hasta entonces implacable: hacer cosas y más cosas p ara sobrelleva
la ansiedad y lograr algo de poder, prestigio, afecto, lástima, contro
atención, bienes materiales o conocim iento ácadémico.
Las personas desconectadas de su vocación viven de las migaja
atrapadas en el m u nd o del ego d o n d e nada es suficiente. En el ámbit
del,ejercicio de la vocación, p or el contrario, las ganancias artificiales d<
ego son totalm ente secundarias: la experiencia de ejercer, de hacer c o s í
cercanas a los intereses auténticam ente propios es tan gratificante que ]
gente p od ría hasta pagar por hacer lo que hace cu an do lo hace justamenl
desde ese lugar llamado “vocación”.
Cada m iem bro de la pareja enfrentá a fin de cuentas una pregunl
fundam ental: ¿construyes o destruyes?, ¿te dedicas a facilitar o a dificulte
la vocación de tu pareja? O, en otras palabras, dte relacionas con tu parej
a través de tu ego o lo haces también a través de tu vocación?
rritz Perls, en una expresión dem oledora p ara la visión romántica del
>r que tanto ha inspirado a poetas y cantores, inspira nuestra propia
¡ion de “su oración” que en él fondo de su ap aren te desamor, nos
“ce una de las grandes pistas -la libertad de ex p re sió n - para recup erar
mor.
i
Yo no vine a este m u n d o a cum plir tus expectativas
Ni tú viniste a cum plir las mías
Tal vez podam os acceder a una forma de am or
Más evolucionado ' ;
Y romántico aunque de diferente forma
No vine a cum plir tus expectativas
Vine a acom pañarte en el descubrim iento de ti misma
En tu desarrollo como persona,
Porque el camino del alma
Atraviesa p o r el m u n d o de los sentimientos.
T ú , p o r tu parte,
Tampoco viniste a este m u n d o a cum plir mis expectativas.
Si después de escucharnos podem os coincidir en lo esencial
¡Qué bueno!
Si no... Ni modo.
¿n los dos prim eros capítulos nos referimos a las dos competencias
>básicas d e la comunicación interpersonal: ex p resar y escuchar. En
i ocasión profundizarem os sobre las mismas ahora d esde la perspectiva
gran obstaculizador del diálogo: el ru id o interior prod ucid o po r los
ntos pendientes. La ya referida consigna bíblica, “Si tu herm ano te
ndió no dejes que se m eta el sol sin ir a hablar con él”, es difícil de
nplir en u n a relación d o n d e existen múltiples asuntos inconclusos, que
ique ocurrieron “ay er” d e p ro n to b ro tan en pleno presente e im piden
uchar a la persona de enfrente con nitidez y frescura.
Los asuntos inconclusos -reconocidos o no p o r la conciencia- se
ieren a lo siguiente: a) experiencias recientes y directas; b) experiencias
notas y ajenas, ye ) experiencias mixtas.
El reclamo
C uando el diálogo es p arte ele la convivencia cotidiana al interior de la
pareja o del gru po familiar, usualm ente la p ersona que llega a ex peri
m entar molestias de m an era natural expresa sus sentimientos que al ser
escuchados le perm iten “darle vuelta a la hoja” y ce rrar el asunto. Sin
em bargo esta cultura y práctica del diálogo es más bien excepcional: con
frecuencia la persona que se ha sentido en algún m om ento de su historia
lastimada por algo, no tom ada en cuenta, ig n o rad a u ofendida, q ueda
predispuesta a e x p resar dicho asunto inconcluso o dicha h erid a de una
m an era indirecta y pobre. C u and o la familia no vive la cultura del diálo
go -com o suele o c u rrir c o m ú n m e n te - dicha herid a o asunto inconcluso
se manifiesta a través de diferentes conductas o incluso paradójicamente “se
ex p resa a gritos”, a través de silencios y distanciam ientos.
La utilización del reclamo representa u n a de las tantas modalidades
más utilizadas por quien alberga en su interior “asuntos inconclusos” que
no ha podido expresar en espacios protegidos. Toca reconocer y finalmente
expresar con transparencia y honestidad los verdaderos sentimientos detrás
del reclamo, ello representa v erd aderam ente u n o de los grandes retos
en el proceso del diálogo, tal vez el más difícil. Las heridas del pasado,
existentes en las personas de conciencias com unes y corrientes, con gran
frecuencia son expresadas en una de las formas favoritas apren didas en la
cultura dom inante: el reclamo, cuya form a gramatical utiliza la segunda
perso na del singular o del plural.
La persona lastimada es incapaz de expresarse constructivamente según
la guía del diálogo protegido que enunciamos en el último capítulo: “yo
me sentí dolida cuando hace algunos días te p e d í... y tú hiciste o dejaste de
h a c e r...” En lugar de ello es muy frecuente escuchar p or ejemplo a una
m u jer reclamarle a su marido:
— No m e alcanza p ara com prar lo que necesitamos ¡ah, pero eso sí!,
tú siem pre tienes p ara apoyar a otra gente, a tu m am á, tu herm ana, tu
co m pad re, pero no a mí. Para ti el trabajo siem pre es p rim ero y no tienes
tiem po para acom pañarnos a tus hijos y a mí, etc.
Por el otro lado está la experiencia de quien se en c u en tra “escuchando”,
que en realidad más bien está tocando su p ro p ia herida. En otras palabras,
m ientras oye el reclamo de su pareja la persona está ex p erim en tan d o en su
cu erp o u n a incóm oda sensación de ataque: se siente atacado y de m anera
autom ática se pone a la defensiva.
— Fui al superm ercad o y a la salida estaba u n a tienda de ropa de m ujer
y vi u n a blusa qu e me hace falta y pues claro no traigo dinero ni para com
p ra rm e unos calzones, pero eso sí, tú le estás ayu d an d o a tu herm an o con
los gastos de su accidente. •
— ¿Y qué quieres?, ¿que lo deje ahí p ara que lo m etan a la cárcel?
— Pues claro, tu h erm a n o y tu m am á siempre h an sido más im portantes
que nosotros.
— ¿No acabo de pagar el mes pasado la rem odelación de la cocina?
Son las formas de resp o n d er ante un reclamo por p arte del hombre,
au n q u e también es posible que ‘sean de parte de un a m ujer de un
“reclam ón”, lo que rara vez incluye la escucha empática; en lugar de ello
más bien:
• Se queda callado.
• Se aísla.
• R esponde con furia, contraataca.
• Se cierra, evade, le da sueño.
tra m anera de e n te n d e r los circuitos repetitivos o intercambios
O interminables automáticos y destructivos qu e llegan a form ar más
de 90 p or ciento de una relación de pareja es el Pasaje -a la acción. Este
término, propio de la psiquiatría francesa a principios del siglo xx, inspiró
a Ereud a desarrollar un concepto cercanam ente relacionado: el acting out
o descarga de conflictos mentales, que o cu rre no a través de la expresión
verbal sino a través de acciones o conductas frecuentem ente agresivas. Lo
que no se habla se actúa: es pues la formulación p o p u la r de este fenómeno.
Cualquier relación, por armoniosa que sea, de m anera frecuente o
esporádica, trae consigo roces inevitables. C uando dichas pequeñas y
grandes fricciones son silenciadas, se convierten de m an era gradual y casi
imperceptible en heridas, resentimientos y en los ya referidos asuntos
inconclusos. Al paso del tiempo la incapacidad para comunicarse se va
acumulando silenciosamente hasta que la relación comienza a morir.
Sin embargo, reiteramos, no es la presencia de conflictos y roces lo que
mata una relación, sino la incapacidad p ara construir un diálogo y d ar
una salida verdaderam ente constructiva y sana a lo no expresado. En
el modelo topográfico de la personalidad de Sigm und Freud, llamado
precisamente psicodinámico, se considera a las conductas observables
como manifestaciones de una dinámica mental interior o “inconsciente” .
En términos de la prim era ley de la term odinám ica que inspiró a Freud
-la energía no se destruye sólo se transform a- el acting out se refiere a la
expresión de conflictos no expresados. En el contexto de cualquier relación
interpersonal, el conflicto es prácticamente inevitable. Ante las diferencias y
los conflictos las personas enfrentan las opciones del diálogo o del acting out:
SEGUNDO ACTO
Vuelve a llegar a las ocho de la noche la señora mientras el marido está
viendo la televisión al tiempo de em pinarse la última cerveza de su six.
— Hola mi amor, ¿otra vez tom ando?
— Y a ti que te im porta, ¿de d ó n d e vienes?
—De ver a mi mamá.
— Cada vez que vas a casa de tu m am á, tu herm an ita divorciada te mete
sus ideas raras.
— ¿Y qué tiene de malo que vea a mi familia?
—Tu h erm an a es u n a zorra hipócrita que m ete a sus amiguitos a su casa
y ya me imagino, has de h ab e r an d a d o de loca igual que ella -justo en ese
m om ento el hom bre se p on e de pie bruscam ente y la ag arra del brazo.
—Suéltame, idiota. ..
— ¿Qué andabas haciendo a esta hora, pendeja?
— Q ue me sueltes. É
—A mí nadie me grita ni menos un a vieja zorra como tú: Pum ...
TERCER ACTO
Al siguiente día la m ujer no se quita los lentes oscuros con el fin de tapar el
ojo m orado que su esposo le dejó. Ella anda todo el día seria y callada y no
le dirige palabra. El, por su parte, está distante; se siente entre ofendido
y culpable.
CUARTO ACTO
El h om bre Je lleva flores al quinto día de la golpiza y tal vez le regala un
anillo, un auto o la invita a salir al mejor restau rante a su alcance -to d o en
función de su situación económica-. Ella se conm ueve toda p o r el detalle
y comienza a darle permiso de acercarse. Esa noche hacen el am or y todo
q ued a “p e rd o n a d o ”.
Q U IN T O ACTO
Tres meses después, se term ina la luna de miel y el h o m bre vuelve por
enésim a ocasión “sin darse cuenta” al ju e g o ancestral “del m u dito ”.
— ¿Qué te pasa, mi amor? -p re g u n ta la mujer.
— Nada.
— Estás muy serio.
— No tengo nada.
— Ta bueno pues. , '
En el nivel legislativo se han hecho esfuerzos para enfrentar uno de los fe
nóm enos sociales más dolorosos y de efectos más devastadores en todos los
niveles. Leyes co ntra la violencia intrafam iliar h an ap a re c id o po r todo
el país. En Guanajuato fue publicada la propia en el año 2005, y sin embargo
el problem a sigue invadiendo los hogares de todos los estratos. A unque
las leyes tienen su importancia, difícilmente se p u e d e aspirar a erradicar
este hábito social con decretos y castigos. Para comenzar, es sum am ente
difícil d ocu m en tar y llevar ante la justicia innum erables casos que a diario
ocurren en prácticam ente todas las familias. Con la excepción de los casos
d o n d e la violencia culm ina en un crim en o delito grave, en el resto de las
ocasiones el proceso de la violencia es sigiloso; el ag red ir y no escuchar
al otro parece ser algo totalm ente n atural e inevitable.
Silenciosamente estamos construyendo y m an teniend o con nuestra
m anera de no comunicarnos y de no dialogar, una cultura de la guerra:
de la no paz, de la no participación, de la violencia intrafamiliar. C uando
la manifestación de u n a mala com unicación lleva a las personas al
ex trem o de co m eter u n crim en, el escándalo y la nota roja surgen p o r
unos instantes, sin em bargo al final las “personas n o rm ales” term inam os
creyendo que somos diferentes, que no tenem os n a d a que ver con ese
h o m b re que m ató a su m u je r y luego se mató, o con esa familia d o n d e un
niño de doce años se suicidó.
t
—Mi m adre descubrió que mi p apá tenía un a novia y un día me pidió que la
acom pañara a las siete de la m añana a buscarlo a la casa de la fulana -M aría
Elena comenzó a recordar, d u ran te el proceso de su terapia.
— Ese día p a p á no había ido a d o rm ir y m a m á ya había sido avisada,
p o r u n a de sus am igas, acerca del lu g a r d o n d e mi p a d re se q u ed a b a en sus
, escapadas n octurnas. Fuimos m uy te m p ra n o y mi m am á estuvo tocando
en la casa de rejas verdes. En la p la n ta alta se vio un m ovim iento en las
cortinas y de p ro n to tod o se q u e d ó en silencio. N ad ie salía a abrirnos.
M am á tom ó u n a p ie d ra y ro m p ió el vidrio d e u n a v en tan a de la plan ta
alta. N adie se asom ó p o r más qu e m a m á c o n tin u ó g rita n d o groserías.
La tal J u a n a - e s a vieja ra m e ra a decir de mi m a m á - n u n ca se anim ó a
d a r la cara. Yo estaba asu stada y, sin em bargo, con el tiem po pasé del
m iedo al más p r o fu n d o de los resentim ientos. Mi m am á lo decía y yo
sim p lem en te lo tom aba com o un h echo “Papá nos había traicio n ad o ”.
A ceptar y hacer p ro p ia la versión de m a m á era u n a inevitable y a la vez
muy dolorosa m u estra de mi lealtad hacia ella.
La fulana resultó ser una maestra que trabajaba en el mismo lugar
d o n d e lo hacía mi padre. C uando yo salía de la escuela mi m adre me pedía
constantem ente que me fuera de m an era discreta a la salida del trabajo de
mi papá para ver si se iba con ella. O tras veces me pedía que en mi bicicleta
pasara p or la casa de la fulana para ver si el auto de mi pad re estaba por
ahí. Cada vez que mi m am á me preg un tab a sobre mis “investigaciones" yo
sentía un nudo en la garganta, ya fuese que efectivamente hubiese visto a
mi pad re con esa m ujer o que sim plem ente no hubiese encontrado nada
sospechoso. No me atrevía a pedirle que se abstuviera de hacerm e esos
encargos. Mi pobre m ad re sufría tanto que p o r lo m enos yo no podía
fallarle; sentía que era mi obligación convertirm e en su emisaria, en
su cómplice. En aras de la lealtad a mi m adre finalm ente me estaba
convirtiendo en su aliada primitiva: “los que no están conmigo, están
co n tra m í” -decía con frecuencia-. Yo la quería p ro teg e r y acom pañar
cu and o la veía triste, cuando la veía sola. Yo hubiese querido, p o r otro
lado, no ten er que to m ar partid o y funcionar simplemente como u n a hija
“no rm al” y como tal dedicarme a vivir mi vida, a hacer mis tareas de la
escuela y a ju g a r con mis amigas. Sin embargo a mis nueve años sentía
ya la responsabilidad de cuidar a mi m adre. Mis padres finalmente se
reconciliaron, pero yo siem pre fui muy fría y seca con él y cuando alguna
vez me p reg u n tó qué tenía, yo sim plem ente le dije que no tenía nada, que
así era yo. Muy en el fondo m e hubiese gustado ser más cariñosa con él y
que él lo fuese conm igo... pero no sabía cómo hacerlo. Mi única respuesta
maqifiesta ante él era esa cierta frialdad con la cual, en el fondo, logré
en cub rir exitosam ente mis ganas ocultas de tener algo de su afecto.
— R ecuerdo todavía -c o n tin u ó con su relato la jo v e n - mi reacción de
molestia tan fuerte cuando observaba a mi herm ana m e n o r que se acercaba
con tanta facilidad a mi padre, que a su vez le respondía afectuosamente con
gran disponibilidad. En ese entonces me caían tan gordos los dos; me p a re
cían tan empalagosos, tan ridículos y tan cursis, tan estúpidos. ¡Los odiaba
con todas mis visceras! U na noche después de leer en algún lado que los
se n tim ien to s f u e r te s 18 son los g ra n d e s m aestros del a u to c o n o c im ie n to
m e q u ed é pensando en ese sentimiento fuerte que me producía el ver a
mi h e rm a n a “haciéndole la barba a mi p a d re ”.
La p reg u n ta que en ese m om ento traté de hacerm e con honestidad
fue: dqué tiene ella de mí que yo no acepto? Siem pre había creído que
desde luego, iyo no tenía n ada que ver con esas reacciones ridiculas y
estúpidas de mi herm ana! Para contestar la p re g u n ta incómoda mé
imaginé p o r un m om ento, estrictamente a m anera de ju e g o inofensivo,
que yo era mi h erm an a e imaginé también, insisto: estrictam ente a m an era
de ju e g o inofensivo, la experiencia interna de mi h erm ana, es decir sus
sentimientos m ientras abrazaba a papá. Así, “ju g a n d o , ju g a n d o ”, em pecé
a sentir fugazmente, casi a escondidas, un a sensación de gran gozo ante el
abrazo imaginario de papá. Era como ex perim en tar u n gozo que po r otra
p arte m e apen ab a reconocer. Si en otro m om ento alguien m e hubiese
so rp re n d id o o “cachado” en ese efímero instante de e x p e rim e n ta r desca-
Marco Antonio, otro joven tr iangulado del grupo, com parte su experiencia:
— Mi caso es diferente p ero a la vez parecido al de María Elena.
Yo recu erd o, como si estuviera o cu rrien d o ahorita, una tarde cu an d o
acom pañé a mi m am á de com pras a un centro comercial. Veníamos de
regreso en el auto de u n a de sus amigas cuan do en tró u n a llam ada a
su teléfono celular. Al colgar ella se puso a hablar de m an era alterad a
con su amiga en voz baja. Mi m a d re le pidió a su amiga que la llevara al
lugar de trabajo de mi p a d re y cu and o yo me disponía ca m p an tem e n te
a bajarm e del auto con mi m ad re p ara acom pañarla, como siem pre lo
había hecho, me inform a que su am iga me llevaría a su casa y que más
>tard e ella pasaría p o r mí.
Esa tarde fue eterna para mí. Estuve en un a casa totalm ente ajena
viendo la televisión en un rincón sin saber p o r qué mi m a d re de pro n to
había decidido m and arm e con alguien tan ajena y desconocida p ara
mí. Lo único que sabía era que esa llamada telefónica habría tenido que
ser acerca de algo terrible. Yo me sentía como un objeto que no tenía la
m ayor importancia, alguien que no merecía ser inform ado, alguien que
sim plem ente era depositado en cualquier lugar. No sabía el p o rq u é p ero
sí estaba seguro que yo en ese m om ento le estorbaba a mi m adre. Y no
estaba tan equivocado. C uando llegué a mi casa -la am iga de mi m a d re
me llevó ya de n o c h e - el am biente se sentía denso, mi m a d re tenía los
ojos rojos. Su cara me decía que algo grave y doloroso estaba ocurriendo,
pero su boca sim plem ente repetía que no pasaba nada. Yo estaba todo
confundido..
Dos días después entro al cuarto de mis padres después de escuchar el
escandaloso ruido de una lámpara que cae al piso. Veo a mi m adre tirada
en el piso con la m irada p erdida musitando la frase “me quiero m orir”.
Me agacho y al verla tengo la convicción de que mi m adre está al borde
de la muerte. Sólo tengo diez años y volteo desesperado con mi papá para
pedirle que me ayude y él sólo dice: “está loca”. Yo siento verdaderam ente
que mi m adre se va a morir y a nadie parece importarle. Papá seguram ente
sabía que las pastillas que se había tomado no la iban a matar, pero yo eso
lo ignoraba; estaba viendo a m am á con la m irada p erdida y hablando con
la lengua arrastrada. Olía a vino y tenía u n frasco de pastillas vacío en su
mano derecha.
En ese m om ento, sin darm e cuenta, tomo una decisión que habría de
cargar durante un largo tiempo: “si mi m adre no tiene u n esposo que la
proteja sí tiene un hijo que nunca la va a dejar sola”. Me convierto ese día
-sin ser plenam ente consciente de ello- en una especie de esposito para mi
m adre y también ese día decido, dentro de mi confusión, odiar a mi padre.
Inicia una tem porada larga de agresiones contra mi padre. Ese día renuncio
emocionalmente a mi padre para identificarme totalmente con mamá. Yo
me convierto en su confidente y ella es para mí el tesoro más preciado del
m undo.
Un día la escucho hablar por teléfono con mi tía Cuca: le dice que yo
soy u n gran apoyo, que soy como una bendición. Tengo totalm ente com
p rad o el boleto de ser la salvación de mamá; en ese m om ento lo siento
como un romántico privilegio, sin embargo hasta ah o ra me doy cuenta
de lo pesado e injusta que resultaba esa carga para mi edad. Tuve pocos
amigos varones. La mayoría de mis com pañeros m e hacían burla por
ser tan consentido de m am á. Mi m am á era mi amiga y confidente. Por
m om entos sentía que n ad a me faltaba, yo no necesitaba de u n papá.
A h o ra m e doy c u e n ta de qu e con mi m ejor in ten ció n al to m a r p a rtid o
con m a m á p e rd í el contacto y tal vez la posibilidad de identificarm e con
mi p ap á. A h o ra soy h o m o se x u al y no m e a rre p ie n to , p e ro en alg ún
rin có n m e p r e g u n to cóm o sería mi vida si no hubiese ten id o q u e to m a r
p a rtid o , si hubiese p o d id o m a n te n e rm e al m a rg e n de sus broncas, q u e
riéndolos a los dos au n q u e ellos a ratos no se quisieran entre sí. No lo sé.
Carta a mi m adre
Q u erid a mamá:
Ahora que soy pad re de tres hijos y te veo ya grande y con caminar
cansado p o r todo lo que tuviste que enfrentar en la vida, quiero que
sepas -p u e s tal vez nunca te lo dije como hoy quiero hacerlo, con total
claridad- que estoy p rofundam ente agradecido p o r uno de los más
grandes regalos que p u d e recibir de ti. De hecho mi agradecimiento
no es por algo que me hayas dado o p o r algo que m e hayas dicho o
expresado de m an era verbal. Lo que tú me diste, m adre, fue algo que
con el paso del tiempo cada vez valoro más: tuviste muchas ocasiones
más que justificadas para desacreditar la imagen de p apá ante mis
ojos; muchas veces te sentiste ofendida, engañada por mi padre,
incluso hubo u n p ar de ocasiones en las que mi padre te golpeó
después de alguna discusión, y sin embargo no caíste en la tentación de
triangularme, es decir no te fuiste p o r la salida fácil de tantas madres
que conozco de mis amigos, que se sienten con todo el derecho de
cobrarle al papá a través de los hijos; m adres que probablemente
d en tro de su dolor y sufrimiento hasta experim enten un placer oculto
cuando se alian al hijo con frases como:
—Tu pad re no nos quiere, se va con sus viejas.
—A tu p ad re le im porta más el fútbol que nosotros.
—Ten cuidado cuando tu papá está enojado, que no te vaya a pegar
como lo hizo conmigo ayer.
— Pídele a tu p apá que nos dé lo del gasto de esta semana, si es
que no se lo ha gastado en sus parrandas.
—Asómate a su escritorio a ver si no tiene un a carta.
—T ú que sabes de esas cosas, mira su celular a ver si no tiene
mensajitos de esa fulana.
—T ú que sabes asómate a su co m p u tado ra a ver si no se está
escribiendo con la vieja lagartona esa.
— Le im portan más sus amigos que nosotros.
— Se com pró una camisa nueva pero no tiene p ara tus zapatos
que te hacen falta.
—Acom páñam e, hijo, a ponerle una dem anda.
— Diles a tus hijos, a ver idiles! con quién andabas el jueves en la
noche.
T ú, probablem ente -estoy se g u ro - te llegaste a sentir frustrada,
engañada, dolida y con ganas de cobrarle de la m an era más fácil y
accesible a tu alcance: a través de nosotros, tus hijos. Sin em bargo
no lo hiciste, te reservaste todo tu dolor, tu enojo, tu rabia para
en fren tarte con él. R ecuerdo p o r ejem plo esa vez cu an d o después
de dos meses de un fuerte pleito con p ap á nos convocaste a todos y
nos dijiste que se iban a separar y sólo nos explicaste en voz pausada
y firme:
“C uando dos personas no se llevan bien y se han dejado de am ar es
m ejor separarse, pues si se quedan ju n tas se p u e d e n hacer mucho
d añ o y hasta los hijos p u ed e n salir lastimados. Luego agregaste: como
papá, él tra ta de darles lo m ejor a su m a n era, yo estoy segura de
q u e los q u iere a su manera; si él se va de mi vida como mi esposo,
como mi pareja, eso no significa que ustedes se tengan que ir de la
vida de él ni él de la de ustedes. Ustedes no tienen que perder a su
padre. Los problemas de nosotros son de nosotros y nos toca a noso
tros resolverlos. Ojalá lo p u ed an q u erer y aceptar como es y asimismo
ojalá sepan tom ar lo bueno que él tiene p ara ustedes. En todo caso les
qu iero decir que si ustedes le tienen que reclam ar algo, reclám enle
algo propio. A ustedes no les toca reclam arle a él su conducta
conm igo ni a ustedes com o hijos les toca reclam arm e mi actuar
con él. Los dos somos adultos y podem os resolver esto en tre él y
yo. Yo p u e d o hacer mis reclamos si los llego a te n er y me p u ed o
d efender, pues conozco la ley y no soy n in g u n a p endeja. Ustedes
tien en derech o a te n er a un p a p á y a u n a m am á y sobre todo tienen
d erec h o a ser libres de q u ere rn o s a los dos sin te n er que tom ar
partid o ; tienen d erech o a e x p e rim e n ta r esa libertad maravillosa de
p o d e r am ar a dos personas, a u n q u e e n tre ellas no se lleven bien”.
Mamá, todavía recu erd o tus palabras, con toda claridad. Nosotros
sabíamos que a veces él te golpeaba p o rqu e un día ocurrió el
zafarrancho justo frente a nosotros. El estaba tom ado y tú le dijiste
con firmeza: “en frente de los niños no voy a discutir contigo”, y te
fuiste al cuarto y él detrás de ti, luego se cerró la p u erta y aun q ue
oímos p or unos m om entos su voz fuerte y enojada, de ahí no pasó a
mayores, y al siguiente día nos sacaste al p arq u e a nosotros y cuando
te p reguntam os por papá nos dijiste que el día de hoy no se sentía
bien. A unque no nos dijiste, toda la verd ad tam poco nos decías
mentiras.
N unca nos pediste que te acom pañáram os a levantar d em andas ni a
ser testigos de nada relacionado con nuestro padre.
Un día llegamos de visitar a mi papá que se quedaba en la casa de su
m adre. Mi abuela y él se habían dedicado a hablar pestes de ti. Cuando
te preguntam os qué opinabas de mi papá nos dijiste: “los problemas
entre él y yo son sólo nuestros y a nosotros nos toca resolverlos; de
mi parte ustedes tienen derecho a q uererlo pues es su padre yo no
voy a hablar mal de él con ustedes. ¿Me en tien den?”
Ya no volvimos a insistir pero hoy aprecio m ad re que ese día que
p apá te provocaba p ara que tú respondieras en ese mismo nivel
primitivo y limitado de “ah o ra que él habla mal de mí, yo tengo
que defenderm e y cobrársela hablando mal de él y echarle tierra
como él lo ha hecho conm igo”. Pero no lo hiciste ni ése ni cualquier
otro día: en esa ocasión nos mostraste tu calidad de m ujer am orosa
y evolucionada: tus problem as con él eran con él y no tenías -así
lo decidiste- p o r qu é em b arrarn o s de dichas broncas. Con gran
gracia y dignidad nos miraste a los ojos y sólo nos volviste a repetir
tu mensaje valiente, digno y amoroso. No lo defendías pero tampoco
lo atacabas:
“Los problem as qu e tenemos son nuestros, no de ustedes. T ienen
derecho a q u erern o s a los dos. C réanm elo, si ustedes quieren m ucho
a su pad re yo no m e siento traicionada ni n ad a p o r el estilo, al
contrario, me da gusto p o r ustedes, pues te n er u n p ap á es algo muy
bonito e im p o rta n te”.
Algunas veces inclusive fui grosero contigo p o r las cosas que mi p apá
me decía de ti, sin em bargo poco a poco me fue ganando tu am o r
incondicional y au n q u e tú no tenías los recursos económicos de mi
padre, que seguido trataba de com prarnos con regalos y viajes, la
verdad es que fuimos descubriendo lo delicioso de estar a tu lado.
Contigo vivíamos algo que no podíam os vivir al lado de papá, no
obstante todo su dinero: la libertad de q u e re r a los dos sin sentirnos
culpables ni traicioneros.
Actualmente, a u n q u e vivo lejos de ti, te quiero decir que cuando
te visito lo hago con gran gusto, no me m ueve el sentim iento de
obligación, la v erd ad no; m e m ueve el gusto p o r ver y estar con esa
m ujer maravillosa, mi m adre, que se am aba lo suficiente a sí misma
como para no necesitar que su hijo llenara el hueco que sólo pu ed e
ser llenado con respeto y estima propia. Agradezco p ro fu n d am en te
el haberte desarrollado lo suficiente como persona como para no
actuar como m ente primitiva y p o n erm e en la disyuntiva de “estás
conmigo o estás contra m í”. Gracias por ese maravilloso regalo de no
em barrarm e. Gracias m am á por todo. Gracias por ser y por dejarm e
ser
n b u e n a p arte de este libro nos hem os dedicado a exp lo rar y definir
23 A sí c o m o e n el C a p ít u lo n m e n c i o n a m o s las r e s p u e s t a s a u t o m á t ic a s b lo q u e a d o r a s ( r a b ' s )
d e la e s c u c h a , e n esta o c a s ió n n o s r e f e r i m o s al m i s m o e f e c t o bloqueador d e d ic h a s r e s p u e s t a s
c u a n d o lle g a el “ t i e m p o d e e x p r e s a r ” .
M U n a crisis c o n su s v ar ia d a s fo r m a s r e p r e s e n t a e n el l e n g u a j e d e P r i g o g i n e u n “b o m b a r d e o
d e in f o r m a c ió n " . Así u n a g u e r r a , u n a c a t á s t r o f e n a t u r a l, u n a m u e r t e , u n c o n flic to ,
u n a e n f e r m e d a d , u n a e x p e r i e n c i a c e r c a n a a la m u e r t e , s o n t o d a s s it u a c io n e s d e crisis,
d e b o m b a r d e o s d e i n f o r m a c ió n q u e t i e n e n el p o t e n c ia l d e lle v a r a la d e s t r u c c ió n o a la
e v o l u c i ó n y d e s a n d i o . En esta m is m a lín e a , p a ra B a r b a r a H u b b a r d ( 1 9 9 3 ) , e n su libro The
R e v d a iio n : ü u r C risis is a Brrlh, c a d a crisis es u n a o p o r t u n i d a d e q u i p a r a b l e a u n ,n a c im i e n t o .
tarse” se inicie un proceso de descomposición. Esto aplicado a sistemas
sociales y en concreto a la familia y a la pareja nos lleva a reflexionar sobre
u n p a r de cuestiones im portantes: la p rim era de ellas relacionada con una
postura de confianza básica en las crisis-conflictos y en sus grandes maestros
o emisarios: los momentos de sentimiento fuerte . La confianza en la riqueza y
utilidad de los sentimientos fuertes hace que éstos sean no sólo tolerados
sino v erd ad eram en te bienvenidos y apreciados. U na p ostura de confianza
básica en las crisis o conflictos hace del diálogo u n a opción natural. Los
sentimientos no se evaden, no se niegan ni se rechazan, en lugar de ello
son bienvenidos, se exploran y se acom pañan hasta que aparece d u ran te
el proceso u n a luz, u n a dirección nueva, u n aprendizaje.
Con frecuencia en la vida cotidiana, y hasta en las telenovelas, cuando
aparecen experiencias difíciles y dolorosas, cargadas de emoción, es
com ún observar a los interlocutores resp o n d e r atropelladam ente de mil
formas todas automáticas y bloqueadoras. Difícilmente se llega a observar
a alguien dispuesto y p re p a ra d o a re sp o n d e r “silenciosamente” con
confianza básica en el proceso y en el contacto emocional que perm ita
reconocer y aprovechar así la o p o rtu n id ad p ara darle la bienvenida más
cordial al m o m e n to de se n tim ie n to fu erte. En lu g a r de ello tiram os
el d ia m a n te al caño; utilizamos u n v an a d o rep erto rio de respuestas que
sólo tienen algo en común: negar, evitar o p o r lo m enos limitar el contacto
y la expresión emocional. Estas intervenciones conllevan un mensaje de
desconfianza básica en los sentimientos fuertes:
—Tranquilízate.
—Todo va a estar bien.
— Relájate.
— No llores, mi amor, se te va a co rrer el rímel.
— Si vas a em pezar a llorar m ejor me voy.
—Yo también me pongo triste cuando te veo así.
—Tienes que ser fuerte.
— No llores.
— No tienes por qué sentirte así.
—Tus hijos tienen que verte fuerte en estos momentos.
Parece ser que en lugar de confianza básica en la exploración y el acom
pañam iento de un sentimiento fuerte, existe más bien desconfianza básica.
De pronto emergen en dichas circunstancias toda una serie de “viejos ap re n
dizajes” cuyo mensaje hablado 0 no hablado pero finalmente transmitido de
mil maneras d u rante la infancia y juv entud , fue: no expreses, no hables, no
toques sentimientos, puede ser peligroso, mejor tranquilízate, ponte la máscara.
Quienes son “pobres exp resad o res” de sentimientos fuertes también
en su m om ento son “pobres escuchadores”: cu an do sus propios hijos o
parejas em piezan a sentir dolor y emociones fuertes, sienten entonces
miedo, se sienten torpes p ara escuchar con la m ente en paz; sienten que
el otro está en riesgo de desm oronarse, de ser arrastrad o p o r la crisis
y entonces, ¿qué va a pasar? Deciden que la m ejor m anera de ayudar
- ta n bien intencionada como prim itiva- es p a ra r cuanto antes dichas
manifestaciones “histéricas, inm aduras e irracionales”.
Alvin M ahrer ha dicho que cada día la vida nos da el regalo de
p roporcionar sentimientos fuertes y cada u n o de ellos es un camino
potencial al crecimiento, pero desgraciadam ente en lugar de a p re n d e r
a registrarlos p ara explorarlos en su o p o rtu n id ad , desaprovechamos
el regalo, los dejamos pasar, los ignoramos, nos enojamos con ellos, los
vemos como u n a maldición pues nos alteran y entonces perdem os la
o p o rtu n id ad de convertirlos en crecimiento p uro . Mahrer, cread or de uno
de los modelos terapéuticos más innovadores, así como de la “última teoría
im po rtan te de la personalidad del siglo xx” (Corsini, 2004) ha vaticinado
que un día la psicoterapia será obsoleta, cuan do las personas a p ren d a n
p o r sí mismas -sin necesidad de especialistas sabios que desde afuera les
digan cuál es su problem a y cuál es su solución- a conectar, integrar y
a p re n d e r de sus sentimientos fuertes.
En el espíritu del diálogo es absolutam ente más im p o rta n te e n tra r
al m u n d o del otro y e n ten d erlo , qu e cambiarlo. Así pues, cu a n d o un
msf es exp resado y escuchado ex p erien cialm en te, es decir cu and o es p e
n etrado, ex plorad o y bienvenido de m a n era incondicional, de p ronto,
p o r ex trañ o que parezca, se ab ren nuevas ventanas a j a percepción y
entonces, con frecuencia de imprevisto, las cosas se com ienzan a ver de
otra m anera, más integrada y constructiva.
Así entonces, la concepción oriental de la crisis como riesgo y a la vez
como o po rtu n id ad de pro n to se convierte en una posibilidad totalmente
accesible y práctica. Alvin M ahrer nos m uestra cuán poderoso y sencillo
p u e d e ser el camino de convertir en realidad concreta un concepto bonito;
cómo hacer de una crisis - u n dolor, un sentim iento desagradable- una
v erd ad era oportunidad.
¿Cómo se elabora una escena de sentimiento fuerte? D urante el p ro
ceso de escribir este libro fuimos explorand o, aclarando y finalmente
d o cum entand o la im portancia de los msf en el desarrollo de los Espacios
Prolegulas del Diálogo. Descubrimos g rad u alm en te que cuando en un
intercambio los dialogantes se concentran exclusivamente en la expe-
rie n d a de co m p ard r u n sentimiento fuerte -y n ada más-, el p o d er del
diálogo se multiplica sorp rend entem ente. Aun cuando no estén todos “los
cuatro elem entos” (pensamientos, sentimientos, descripción de hechos,
deseos y expectativas), los dialogantes en este atajo experiencial se limitan
con flexibilidad a com partir escenas de sentimientos fu ertes que incluyen
la descripción de escenas o hechos exteriores (el lugar, las personas
presentes, las palabras), así como también la descripción de sentimientos
y sensaciones internas de quien com parte (siento miedo, u n a sensación
de opresión en el pecho, se me cierra la garganta). Reconocer y describir
con honestidad y transparencia estas escenas de sentimientos fuertes sin
quererlos explicar ni justificar, es a la vez s o rp re n d e n te m e n te sencillo y
poderoso. La consigna es simple y directa: sólo describe cómo te sientes en
d eterm in ad a escena “d e sen tim ien to f u e r te ” y p o r u n m o m e n to r e n u n
cia a tra ta r de con v en cer d e n a d a al otro.
Scott Peck, p o r ejemplo, sostiene que en el proceso de convertirse en -
v erd ad era com u nidad -el g rado máximo de desarrollo de un g r u p o - las
personas a p re n d e n a no p erd erse en conceptos e ideologías sino a concen
trarse en com partir h u m ild em ente su experiencia.25 Los conceptos son
debatibles, las experiencias no; sim plem ente son como son.
Así pues, cuando tanto quien escucha com o quien habla es capaz de
enfocar su atención de u n a m an era cuidadosa y especial, en la experiencia
emocional y d en tro de ella, en los m om entos específicos o escenas “de
sentimiento fu erte”, entonces el p o d er transform ador de dicho diálogo se
exp and e.
La exploración de los sentimientos fuertes tal como surgen, en un
espacio de total libertad y seguridad psicológica, pu ede convertirse en un a
experiencia p ro fu n d a de cambio transformacional (Mahrer, 2003) o cambio
de tercer orden (Michel y Chávez, 2004; Chávez y Michel, 2008).
Para ex traer toda la riqueza de un sentimiento fuerte com partido es
necesario realizar de m an era experiencial tanto la función de escuchar
como la de expresar. El lenguaje experiencial es diferente a muchos
otros tipos de lenguaje (causal, narrativo, explicativo, etc.) El lenguaje
experiencial es p ro fu n d a m en te fenomenológico -descriptivo- y utiliza
casi exclusivamente el tiem po presente, a u n q u e se refiera a eventos del
pasado. Evita utilizar adjetivos calificativos, describe la experiencia in te r
na sin matices, sin evaluación, sin juicio, sin crítica, sin aprobación o
Al hacerlo así, perm ite al receptor convertirse en algo más que un tra
ductor de texto, en un decodificador del lenguaje verbal. El diálogo
experiencia! hace m ucho más que eso: el lenguaje experiencial perm ite la
resonancia -¿m órfica?-26 de dos personas diferentes que p or un m om ento
26 P o r u n la d o R u p e r t S h e l d r a k e h a r e c o n c e p t u a l i z a d o los f e n ó m e n o s d e p e r c e p c i ó n
e x t r a s e n s o i ial - c o m o la t e l e p a t í a - c o m o e j e m p l o s d e r e s o n a n c ia m ó r fic a , lo cual s u g ie r e
q u e los o r g a n i s m o s so n c a p a c e s d e r e s o n a r c o m o c a m p o s m ó r f i c o s c o n e c t a d o s e n t r e sí. En
el n iv e l s u b a t ó m i c o o c u á n t ic o d e la m a te r ia a s i m i s m o s e h a d o c u m e n t a d o el f e n ó m e n o
d e in te r c o n e x ió n , c u a n d o en 1 9 9 7 p a r tíc u la s s u b a t ó m ic a s , lla m a d a s f o t o n e s , s e p a r a d a s
a m illas d e d ista n c ia , s i g u e n c o n e c t a d a s : e n el j u s t o in s t a n t e q u e u n o d e los f o t o n e s es
se conectan. Por momentos, tal como lo ha descrito M ahrer en su modelo
terapéutico, ambos están resonando en una misma vivencia, se convierten
en la misma experiencia; p o r u n mom ento el esposo es la experiencia de
angustia y pro fun da decepción de ella cuando el martes pasado -es decir
“hoy martes pasado”- ella se queda esperándolo para salir a cenar. O
cuando el sábado en la noche mientras él está dorm ido de borracho, ella
está revisando su teléfono celular a las dos de la m añana y en él se encuen
tra un recado amoroso dirigido a otra mujer.
— Son las dos de la m añan a y ju stam en te acaba de o cu rrir esto que tanto
he tem ido -c o n tin ú a ella su relato en tono estrictam ente experiencial-,
quisiera que todo fuese u n sueño y, sin embargo, aquí estoy como golpeada
p o r u n rayo viendo el recado en el celular.
Él está escuchando esta experiencia y, en lugar de defenderse o ju s
tificarse, se comienza a im aginar la escena, se mete a ella y permite, sin
saber muy bien cóm o o cu rre el fenóm eno, que la experiencia de ella pase
. a través de su cu erpo y lo atraviese. Por un m om ento no obstante el lapso
de ap aren te antagonism o, dos personas con historias y “formas biológicas”
bien diferenciadas coinciden en una sola conciencia. El, en ese m om ento,
sólo es la caja de resonancia de una m ujer -co n el corazón destrozado y
con unas pro fu nd as ganas de desaparecer de la faz de la tie rra - sentada
en un a silla verde despintada y con el teléfono de su esposo en la mano.
Escuchar y ex p resar experiencialm ente, p o r u n instante, son la misma
cosa: dos personas hablando en tiempo presente, sentados en la silla
verde del baño, con u n teléfono en la mano, con un a gran decepción en
el,corazón. Los dos son de p ron to la misma experiencia, los dos están
sintonizados en algo que a u n q u e ocurrió hace dos semanas o tres meses,
de pro nto... está ocurrien d o aquí y ahora.
—Al ver el celular -refleja él en voz baja- te' estás en teran d o de esa
llamada. Sientes la m andíbula apretada m ientras lees el mensaje enviado
p o r otra mujer: “¿cómo has estado hoy, mi am o r?” No lo puedes creer.
Hoy te das cuenta de que no eres la única persona que m e llama mi amor.
Me imagino una decepción y una rabia profunda.
El escuchar y el expresar experiencial son algo muy cercano a lo que
hacen los grandes novelistas cuando transportan al lector justo a las escenas
de sentimientos fuertes, donde de pronto todo es presente: el lector y la
escena descrita son una misma cosa. Quien habla lo hace en tiempo p rese n
te, y quien escucha lo hace en tiempo presente. Pareciera que los dos son,
i
j c a m b i a d o d e e s t a d o c u á n t ic o - a l g o e q u iv a le n t e a c a m b i o d e p o l a r i d a d - , el o t r o “h e r m a n o
d i s t a n t e '1 h a c e !o c o r r e s p o n d i e n t e .
p o r u n instante, la misma persona. No hay juicio, censura, aprobación ni
aplausos. Sólo la experiencia reconocida y h o n ra d a tal como es.
Utilizar el atajo del diálogo experiencial p u e d e llegar a convertirse en
u n a de las experiencias más gratificantes, más constructivas y de mayor
impacto p ara el desarrollo de la conciencia y del crecimiento personal y
familiar. El diálogo experiencial es increíblem ente sencillo, engañosam en
te fácil y a la vez so rp re n d en te m en te ra ro como recurso cotidiano en la
vida de la familia y la pareja.
In co rp o ra r los espacios protegidos p ara el diálogo ( e p d ) de m anera
sistemática, a una nueva cultura de la relación de pareja familia27 p u ed e
ser u n a experiencia transform adora; p u e d e ser el inicio del cambio de
ad e n tro hacia afuera.
Si bien el e p d es un a práctica estim ulante en tiempos de paz y relativa
ausencia de conflictos y crisis, su establecimiento como un ejercicio
sistemático y de rutina semanal, quincenal o mensual, resulta más que
aconsejable, vital, especialmente ,cuan do aparecen los desacuerdos y
problemas. Si alguna o p o rtu n id a d tiene la relación de crecer a p artir de
lá crisis, es precisamente a p artir de su disponibilidad p ara no dejar pasar
m ucho tiempo y concentrarse h um ild e y p o d erosam en te en la expresión y
escucha experiencial de los sentimientos fuertes que van surgiendo de una
y otra parte. Después de la escena del teléfono, p o r ejemplo, es posible
q ue ah o ra ella comience a escuchar y a conectarse so rp re n d e n te m e n te
con o tra escena: ah ora él está h ab lan d o y ella reso n a n d o en la escena
c u a n d o él llega después de u n viaje largo y su oficina está toda revuelta.
Su secretaria le inform a qu e anteay er llegó su esposa y revolvió todo.
—Ahí estás -d ice “ex p e rie n c ia ím e n te ” la mujer, dirigiéndose al m a
rid o -, sentado sobre tu escritorio todo revuelto, sintiéndote totalm ente
invadido, hum illado en tu pro p ia oficina. Te sientes ante toda tu gente
sin n in g u n a autoridad. Te sientes el centro de la burla. Sientes en el
estóm ago que algo se revuelve; es algo e n tre u n a tristeza p ro fu n d a y un
enojo en orm e. En ese m o m en to quisieras ah o rcarm e, estás tem blando.
Te imaginas la cara de todos en la oficina diciendo: ni su mujer lo respeta. Te
sientes v erd ad eram en te hum illado, d evaluado ante los demás.
Después de reconocer -tal como ella lo hizo en su m om ento con él-
que su m ujer realm ente le describió y reflejó su experiencia aun con
m ayor exactitud y p rofu nd id ad, la sesión del diálogo de ese día se da por
term inada. D urante ese intercambio ambos ren u n ciaro n a cambiar o a
i¿/ En las o r g a n i z a c i o n e s y a m b i e n t e s d e trabajo e s ta m i s m a i d e a e s e x p l o r a d a a partir d e los
c ír c u lo s d e a p r e n d iz a j e i n t e r p e r s o n a l ( c a í ) y d e r e t r o a l i m e n t a c i ó n ( c r ) e s b o z a d o s e n el libro
E n B u s c a de la C o m u n id a d (S. M ic h e l, E d ito r ia l Trillas, 2 0 0 8 ) .
solucionar nada; renu nciaron a hacer y a contestar preguntas. Mientras
él escuchaba a su m ujer en diversos m om entos estuvo tentado a decir pues
mejor terminemos, así no funciona la cosa, si no me respetas mejor me voy, y cosas
p o r el estilo. Ella también se vio tentada a m andarlo al último infierno,
sin em bargo el com prom iso que habían establecido fue de escucharse d u
rante tres meses antes de decidir nada, d u ran te ese tiempo no tenían que
elegir ni siquiera perd on arse, separarse o contentarse. El único c o m p ro
miso fue m a n ten e r el diálogo, lo dem ás se acomodaría p o r sí mismo.
Si en u n a situación de crisis cada persona puede concentrarse e x
clusivamente en com partir u n a experiencia de sentimiento fuerte; si
dicha expresión se hace en lenguaje experiencial, es decir descriptivo,
exento de juicios, explicaciones y análisis, entonces es muy posible que
esas dos o más p erso nas involucradas en el diálogo - q u e xisualm ente
se hubiesen relacionado a través del debate, la agresión, la justificación,
la competencia, y la exhibición de desacuerdos e incom patibilidades-/de
prontcj sin negar o soslayar lo que las hace diferentes, ¡sí!, de p ro n to se
p u e d e n conectar en ese espacio pro fu n d o de unidad y ahí se convierten en
la misma experiencia. Parece algo incompatible y excluyente eso de estar
separados y unidos a la vez, y de pronto es posible. Ceja Gallardo sostenía
que en el m om ento del diálogo una pareja pu ed e alcanzar el máximo de
unidad e individualidad.
Después de u n proceso de diálogo es posible que algunas parejas lle
g uen a la decisión de tom ar caminos distintos, sin em bargo, au n entonces
la separación se lleva a cabo desde un espacio de aceptación y aprendizaje.
Parece u n a utopía tan lejana y a la vez está tan cercana, tan fácil y tan
difícil.
4
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