El Espacio Protegido Del Dialogo

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Familia y pareja.

El proceso de convertir
la crisis en oportunidad

ColecciónAprendeaser,Volumen iv

Rosario Chávez
y Sergio Michel
Título de la obra: El espacio protegido del diálogo.
Familia y pareja. El reto de convertir la crisis en oportunidad.
Colección Aprende a ser, Volumen iv

la. edición, octubre de 2009

Diseño editorial:
Ediciones Papiro Omega, S.A. de C.V.

E-mail: papiroomega@yahoo.com.mx

D.R. Todos los derechos reservados.


Prohibida la reproducción total o parcial
de esta obra, sin previa autorización
escrita de los autores

© Copyright

Rosario Chávez Ríos y Sergio Michel Barbosa


cip reme x@yahooxom

ISBN: 978-607-7852-03-2

Printed in Mexico - Impreso en México


Agradecemos profundamente el apoyo
de Ediciones Papiro Omega, S.A. de C. V.
para la edición de esta obra.

Nuestra gratitud también para Clementina Gutiérrez


y José Luis Horta.
Presentación .................................................................................................... 11

In tro d u c c ió n .................................................................................................... 13

I. E n trar al m u n d o del otro................................................................... 37

II. E x p re s a r .................................................................................................. 51

III. El funcionam iento a u to m á tic o ...........................................................67

IV. El autoconocim iento o desarrollo de la concien cia..................... 81

V. Asuntos inconclusos y com unicación....................................... ..... 105

VI. El pasaje a la acción............................................................................. 125

VIL L a triangulación: “el arte de em b arra r”.......................................... 133

V III. El d iá lo g o .............................................................................................. 153

G losario............................................................................................................. 185

B ibliografía......................................... :......................................................... 189


1 a lectura de El espacio protegido del diálogo me dejó u n a agradable sensación
JLDy la certeza de que Sergio y Rosario han tocado de m anera magistral
el tema, tanto del origen com o de la salida del caos fragm entado que en
nuestras relaciones vivimos actualm ente los hum anos en el planeta T ierra.
Me parece que retratan el conflicto h u m a n o fu ndam ental en tre el ten er
y él ser de m an era m uy directa, p ro fu n d a y tan sim ple com o sucede en
la cotidianeidad, desde el nivel individual hasta el global, pasando p o r el
fam iliar y el com unitario.
Ponen el dedo en la llaga al afirm ar con claridad y contundencia, tal vez
de m an era despiadada au n q u e necesaria, que p ara revertir los patrones
dolorosos, destructivos y tristem ente repetitivos presentes en todos los
niveles de la relación h u m an a, es necesario m ucho más que una sim ple
buen a intención, es necesario invertir en un proceso de desarrollo de la
conciencia personal. M irar hacia ad en tro y observarse a sí mismo son
las claves para sortear la tentación de la salida fácil: voltear hacia fuera
y culpar a todo y a todos p o r lo que no podem os obtener. “Los padres de
corazón grand e y conciencia chiquita suelen creer inocentem ente en el
p o d er absoluto de la b u en a intención y del am or rom ántico” o en el favor
divino que solucione los conflictos más terribles sin que haya que tom ar
decisiones o ex p e rim en ta r procesos difíciles y dolorosos. Los autores
tam bién denu n cian la triangulación en la que los p adres in c u rren al
utilizar a los hijos como reh en es y “em b arrarlo s” abierta o sutilm ente de
sus limitaciones al m om ento de en fren ta r sus diferencias.
En general veo que su descripción sobre la g u erra cotidiana, ab iertam en ­
te enconada o hábilmente soterrada, tanto en el nivel familiar como en el de
pareja, es una copia fiel del conflicto de la dualidad, que nos im pregna a nivel
social, nacional e internacional en esta época. A través del texto puedo ver la
forma en que la experiencia cotidiana refuerza el modelo fragmentado y dual, y
puedo inferir cómo éste, a su vez, configura las relaciones hum anas cotidianas.
Me parece que Sergio y Rosario e x p o n e n perfectam ente tanto la
ignorancia ingenua como la pobreza de comunicación en la vida cotidiana
de las parejas y de las familias. Ignorancia y pobreza que a su vez son
estimuladas p o r un sistema que pro m ueve el vivir más hacia fuera.
En cuanto a la p ro pu esta para ro m p e r este círculo destructivo, veo
que va dirigida directam ente al origen del problem a, ju sto al espacio-
territorio en el que el caos p u ed e ser neutralizado de m an era sustentable
y efectiva: el espacio interior de cada individuo y el territorio de su propia
experiencia, es decir su propio organismo, d ad o que a través de éste entra
en relación con su m u n d o interno y con todo lo que le rodea. La form a en
la que se concatenan los ocho temas p ara el desarrollo de u n a conciencia
facilitadora me clarificó y me gustó especialmente.
El planteam iento de prom over a la familia como u n sistema inteligente
y autorregulable, en proceso de mejora continua y crecimiento sostenible,
m e parece sum am ente estimulante, necesario e inspirador. Sólo enfatizaría
que el origen de un sistema de esta m agnitud, en mi opinión personal, se
en c u en tra en el sistema de la pareja form ada a p a rtir del autoconocimiento
personal.
El capítulo uno me pareció u n com pendio muy sencillo, claro y signifi­
cativo d e la comunicación h u m a n a efectiva, esa que se basa en la intención
sana y real de e n tra r en contacto con el m u n d o del otro, partien do de
sus antecedentes, características y elementos básicos. Algo que tuve la
o p o rtu n id a d y el privilegio de vivir y a p re n d e r directam ente con Sergio
y Rosario como su alum no en el en trenam ien to p ara Facilitador del
A prendizaje, en la maestría en Desarrollo H u m a n o y en los talleres de Paz
Interior, adem ás de vivirlo como un conspirador en la aplicación de este
conocimiento en u n a experiencia pionera en el cam po guanajuatense.
Como alum no, lector y conspirador de ese m u n d o que Sergio y Rosario
avizoran en este excelente libro, me siento muy agradecido, estimulado e
inspirado tanto p o r el contenido, claridad y sencillez en la exposición de
las ideas y vivencias, com o p o r el co m p ro m iso y testim onio profesional
y díe vida de sus autores.

Gonzalo Díaz Garmendia


C onsultor en Desarrollo Com unitario,
C o m u n id ad Educativa del Bosque: Irapuato, Gto.
Septiem bre de 2009
I as crisis que en diferentes niveles vive hoy el ser h u m a n o impactan
JLDde diversas maneras. Hay quienes ven tocadas sus conciencias p o r las
condiciones de pobreza ex tre m a de u n a g ran p rop o rció n de pobladores de
nuestro país y de nuestro m un d o; hay quienes ven con alarma los cambios
climáticos y la contaminación que nos desborda con sus múltiples orígenes
y manifestaciones; en el nivel social a b u n d a la corrupción, la drogadicción,
el pandillerismo, el suicidio, la violencia intrafamiliar, el abuso sexual, la
inestabilidad. Como com ún denom inador, a través de los diferentes ni­
veles socioeconómicos, los seres hum anos m uestran un a gran dificultad
para m a n ten e r relaciones interpersonales, p o r lo menos m edianam ente
estimulantes y constructivas, especialmente en la pareja y la familia.
Los caminos explorados han sido igualm ente variados: hay quienes
buscan con urgencia cambios en el m u n d o exterior; p ro m uev en vivienda
digna, m ayor productividad, creación de fuentes de trabajo, leyes y p r o ­
tocolos p ara la protección ecológica, hábitos de consumo m oderados,
reto rn o a los valores tradicionales, práctica de la oración, leyes y castigos
más severos contra los infractores y corruptos, p en a de m uerte a los
secuestradores, etc.
Como observadores de los medios de comunicación ya no nos so rp re n d e
la pobreza de los modelos de interacción h u m a n a ahí exhibidos. Basta
con asomarnos a cualquier hogar con televisor y seguir, p o r ejemplo,
alguno de esos concursos dirigido p o r buenas conciencias primitivas que
en su búsqueda de audiencia m ontan m odernos circos rom anos y de
m an era “sana e inofensiva” m altratan, ofenden, hostigan o expulsan a los
aspirantes a convertirse u n día en el nuevo ídolo o cantante de moda. Esta
es la m anera de prepararlos para la vida; entre mayor es el hostigam iento
m ayor es la popularid ad del p ro g ra m a cuyo “modelo educativo” p rom u ev e
y a la vez se alimenta de conciencias primitivas.
Cualquier espacio público o privado - u n a cenaduría, un parque, el
com edor de algún h o g a r- es testigo silencioso de las pobres relaciones
familiares. La familia puede estar físicamente cercana p ero distante en
el afecto y la confianza. Usualmente papá está distraído, m am á ocupada
corrigiendo a los hijos que a su vez term inan lo más p ron to posible sus
alimentos para buscar un lugar más atractivo dó n d e estar. Detrás de esta
serie de interacciones cotidianas y aparentem ente inofensivas, se encuentra
en juego, como un virus destructivo, una serie de heridas, hábitos,
creencias y miedos transmiddos con sigilosa eficiencia de padres a hijos por
generaciones y generaciones.
La velocidad con la que se lleva a cabo esta transm isión de patrones des­
tructivos cargada de dolor, soledad, violencia, abandono, inseguridad, es
tal que cualquier tratam iento terapéutico individual o familiar representa
tan sólo un grano de aren a de una inm ensa playa social infectada. Algunos
casos tratados individualm ente tal vez llegan a ser “curad os” de vez en vez,
p e ro eventualm ente su impacto se pierde en la inm ensidad. La eficiencia
con la que un terapeu ta tal vez sane una herid a es insignificante cuando
se com para con la rapidez epidémica con la que se p ro p ag a “el trau m a
familiar y social” en todos los niveles.
Prácticamente en cada familia de cada pueblo y de cada país -ad em ás de
la ya de p o r sí grave inseguridad social y de la contam inación de los medios
masivos de com unicación- existe un hijo lastimado y/o ab and on ad o, un
p ap á ausente, alguien que m anipula, alguien que es m anipulado, alguien
que lastima, alguien que es herido, alguien que prefiere no decir la verdad de
sus sentim ientos, alguien que se calla con la boca p ero ejerce la violencia
de obra u omisión, alguien que desconfía, alguien que invalida, alguien
que, como si fuera un deporte, practica el hostigam iento o co rro m p e con el
chantaje. ¿Quién p u ed e decir que de m an era intencional o involuntaria no
ha ju g a d o algunos o seguram ente varios de estos papeles? G eneralm ente
el que lastima es el mismo que fue lastimado. Las terapias, consejos, libros,
conferencias, serm ones dominicales y num erosos “p ro g ram as preventivos”
a>pi£^as rascan la superficie de una “salud m ental” - d e la familia en lo
particular y de la sociedad en lo g en e ra l- tan cotidianam ente pobre que
ya nos parece normal.
Finalm ente, una familia atrapada en sus propias relaciones destructivas
es el p rim er eslabón de un ciclo más que se recrea p o r generaciones y
se manifiesta en todas las esferas: lo que somos y aprendemos en la familia,
finalmente lo reproducimos en todos los ámbitos de nuestras relaciones posteriores.
Ahora bien: ¿qué nos toca haccr más allá de sentirnos objetos lanzados
por la inercia de tantos hábitos destructivos en esta nuestra com unidad,
nuestro país y nuestra aldea global? iEste es el reto que nos ocupa en este
libro!
Sugieren los pioneros del movimiento Simple living: piensa globalmente
pero actúa localmente.
Para nosotros, ac tu ar localm ente significa com enzar ya, de u n a
m an era h u m ild em e n te p od ero sa y concreta, a p artir del hogar. Se
trata de convertir a la familia en u n espacio de crecim iento em ocional
s u ste n ta b le. Sí, de crecim iento sustentable, lo cual quiere decir - q u e nos
p e rd o n e n p o r la blasfemia nuestros colegas profesionales de la salud
m e n ta l- qu e no se req u ie re construir u n a d ep e n d en c ia, otra más, de
un especialista o agente ajeno p a ra m a n te n e r u n proceso de sanación
y desarrollo continuo en la familia. Sostenemos qu e la familia posee un
gran potencial, la capacidad de salir adelante p o r sí misma y re e n c o n tra r
su función original de ser espacio privilegiado de desarrollo a través
del recurso viable y de g ran impacto, tem a de este libro: “el espacio
p rotegido del diálogo” (ver Cap. vm).
v La historia de la h u m a n id ad da cuenta de revoluciones gestadas en
la esperanza de cambios profundos y de la construcción de un m u n d o
mejor. Sin em bargo cuando dichas revoluciones bien intencionadas con
su p rete n d id a transform ación de estructura (social, política, económica,
religiosa, entre otras) no ocu rren en paralelo con un desarrollo de
la conciencia personal, el cambio p retend id o se diluye en la retórica.
Observamos discursos brillantes e ideas innovadoras en boca de personas
atrapadas y limitadas p o r sus propias áreas ciegas, p o r sus propias
limitaciones modeladas tem pran am ente en el seno familiar. Hay líderes
que hacia afuera predican el camino de los valores, de la democracia,
de la emancipación, de la defensa de los derechos fundam entales, de la
h erm a n d ad , del amor, pero al interior de su organización y de sus propios
hogares resultan autoritarios, adictos al poder, incapaces de escuchar, de
resolver conflictos de m an era v erdaderam ente constructiva y respetuosa.
En las cámaras legislativas aparecen iniciativas, proyectos de ley y
reformas m uchas veces valiosas e interesantes, y surgen debates que
eventualm ente d e g e n e ra n en espectáculos deplorables. En la televisión
las declaraciones de los bandos políticos enem igos m uestran que cada
bando, desde su paranoia, ve con toda claridad sólo al “gandaya de
a fu e ra ”. La v erd ad era ansia de p o d er desm edido está en el otro, en el malo
de enfrente. Cada estación del año trae versiones nuevas o recicladas de
pugnas en tre figuras públicas ju g a n d o el ancestral “pleito de v erdu leras”.
D esafortunada y trágicamente, ninguna de las partes en pu g n a es capaz
de verse en el espejo del enemigo;' ninguno de los contrincantes está
dispuesto a reconocer su realidad interior. Los hum anos parecem os
desarrollar u n a conciencia muy parcial y sobré todo proyectada hacia el
exterior, lo cual alimenta la percepción de ser organism os separados con
m em bresía en diferentes partidos, ideologías, prácticas religiosas, nivel
socioeconómico, color de piel, e n tre otros. El ser h u m a n o de conciencia
prim itiva no se reconoce en m uchos aspectos que sólo “ve afu e ra ”. En
el fon do los adversarios políticos se la pasan p elean d o con el reflejo
de sí mismos; se reconocen y no se so p o rtan p o rq u e pad ecen de lo
mismo, incluidas sus conciencias primitivas. Los no m b res p u e d e n variar
y asimismo las formas del conflicto y hasta los partid o s protagonistas,
p e ro en el fondo la queja es la misma: ¡cuidado con el otro!, es peligroso, ha
secuestrado al país , tiene ansias de poder desmedido, es tramposo, es deshonesto, es
hipócrita e incongruente, es manipulador, sólo quiere su propio beneficio. Es tan
fácil ver todo esto afuera y tan difícil reconocerlo en sí mismo, reflejado en
el mismísimo espejo del enem igo aparente. En las cámaras legislativas es
bastante com ún observar como lo más natural la cultura del antidiálogo.
El debate de ideas de p ro n to se convierte en u n a v erd ad eram en te grotesca
tertulia en tre los oyentes que alegres hablan p o r su teléfono móvil o dan
cam p an tem en te la espalda al o ra d o r en turno, discuten, se ríen, se rascan
las orejas y se sacan discretam ente los mocos, en fin hacen todo menos
escucharse con respeto.
En el discurso, tal como se m uestra en sus promocionales desplegados
con m ercadotecnia impecable, se, m encionan orgullosam ente los valores
de la democracia, de la tolerancia y la pluralidad, sin em bargo cuando se
trata de trad ucir los conceptos a conductas observables, aparece el lado feo
de la incongruencia. Las entrevistas y disertaciones públicas p u ed e n ser
bonitas y conm ovedoras; finalm ente se p u e d e n pulir, pensar y repensar
con inteligencia p ara el m om ento de salir al escenario; no obstante las
reacciones de irrespeto e intolerancia son tan automáticas, tan cotidianas
y tan indiscretam ente auténticas y reveladoras que finalmente term inan
deslizándose en el m om ento menos oportuno. Se habla con quisquillosa
certeza de la esquizofrenia, del autoritarism o, de la intolerancia, del ansia
cíe p o d e r del otro, pero qué difícil es reconocer todo ello como propio.
Sólo el desarrollo de la conciencia -el a u to co n o cim ie n to - es capaz de
e n fre n ta r a cada quien con sus propias reacciones autom áticas -c o n sus
p ropias áreas ciegas- p ara trascenderlas. El ejercicio del p o d e r corroe
de m a n e ra silenciosa a las personas y las convierte sin su consentim iento
en verdaderas adictas a él. Sin embargo cuando ni siquiera se es capaz de
reconocer las propias adicciones, como le o cu rre al alcohólico, difícilmente
se p u e d e aspirar a la “desintoxicación”.
No nos sirve de n ada escandalizarnos p o r la corrupción que nos ha
p en e tra d o p ro fu n d am en te como sociedad desde los niveles más bajos
hasta los más altos. No basta vociferar con indignación ante la violencia
y la in s e g u rid a d del s e c u e s tra d o r y del n a rc o tra fic a n te d e afu era,
te n e m o s la obligación y la op o rtu n id ad de reconocer con la claridad
ique surge de la conciencia que la co rru p ció n , el tráfico d e influencias,
la m anipulación, la deshonestidad se maman en la familia, pero no en la
familia del vecino sino en la propia. Por ejemplo, yo no tengo derecho
de señalar con indignación la falta de transparencia de un funcionario
que oculta información p ara p ro teger a su p ad rin o o com p añero de
partido, cuando al interior de mi propio hogar, mi pareja, p o r ejemplo,
m e p reg u n ta qué me pasa y yo, no obstante mi resentim iento, digo
“nada”. C uan do veo la falta d e transparencia afuera, pero no veo la mía
propia, y entonces ju e g o al “m u do que oculta inform ación” y en lugar
de confesar m ínim am ente que “no estoy en este m om ento dispuesto a
abrirme contigo”, con la m ayor im pu nidad digo “n a d a ” y después de u n
par de horas aparece inadvertidam ente la p rim era manifestación de mi
corrupción; se m e sale “sin q u e re r” -com o si fuera u n pedo in o p o rtu n o -
u n com entario sarcástico o agresivo contra la persona con la que no p u d e
expresarm e de m an era constructiva y transparente. ¡Claro!, cuando tengo
tanto tem or a ser rechazado, criticado, señalado, prefiero callar con mi
boca au n q u e después mi conducta hable de m an era destructiva. Q uienes
practican alguna form a de cristianismo probablem ente han oído de una
consigna bíblica curiosa y desde luego aplicable exclusivamente a los
demás: “Si tu h erm a n o te ofendió no dejes que se m eta el sol sin ir a hablar
con él”. ¿Cómo voy a hablar con el herm ano que me ofendió si ni siquiera
estoy conectado con mi conciencia?, es decir, si ni siquiera la reconozco, si
no me doy cabalm ente cuenta de lo que me ha lastimado.
El camino p ara iniciar la construcción de u n m u n d o menos co rru p to ,
más transparen te y constructivo; el camino de la sanación de las relaciones
fracturadas; el camino del autoconocimiento curiosam ente están más
cerca de lo que las personas se imaginan. Está precisam ente en el espacio
privilegiado del diálogo con quien tenemos a un lado. Quienes nos p ro ­
ducen más escozor, más dificultad, más sentimientos incómodos, son
potencialm ente nuestros mejores maestros en el camino del desarrollo de
la conciencia.
Para nosotros, autores de esta obra, los problemas referidos, incluida la
d epredación ecológica - e n todas sus manifestaciones-, han sido fabricados
p o r el h om b re y p or ello un a cuestión fundam ental es iniciar el proceso
de ad en tro hacia fuera, ex p lo rar y buscar soluciones a p artir del hom bre
mismo. Todos los problemas m encionados de diferente m anera son a la
vez síntomas y causas. Algunos de ellos requieren desde luego atención
inm ediata, sin em bargo llegar a la raíz requiere algo más que soluciones
urgentes, requiere de u n trabajo de tejido p e rm a n e n te y silencioso con los
hilos “mágicos” de la conciencia y el diálogo.
Gabriel Marcel y de m an era casi sim ultánea Erick From m , y después
otros m uchos pensadores, han ap u n ta d o á las dos orientaciones existen-
ciales básicas de la conciencia hum ana: el ten er o el ser. Los hum anos
solemos evaluar a los dem ás y a nosotros mismos p o r lo que tenemos
en térm inos de la apariencia, el dinero, el estatus o el grado académico.
Gastamos nu estra energía en la vida buscando cosas y logros que
ciertam ente tienen su im portancia relativa, p ero perd em o s de vista lo
esencial: in d ep en d ien tem en te de cuanto tenem os, llevamos a cuestas exis­
tencias pobres cargadas de relaciones pobres, d o n d e ni siquiera parecemos
ten er perm iso de ser nosotros mismos.
Este libro resp o n d e a la inquietud surgida de observar un fenóm eno
que p o r cotidiano y “n o rm al’’ poco a poco ha dejado de sorprendernos:
las relaciones de familia y de pareja - n o solamente son pobres sino con
frecuencia francam ente destructivas-. Violeta Parra cantaba en los años
setenta “sólo le pido a Dios que la g u e rra no m e sea indiferente”. Para
nosotros la construcción de una cultura de la paz, de la solidaridad,
de la convivencia constructivá y respetuosa, se lleva a cabo cotidiana e
inadvertidam ente al interior de las relaciones familiares. Por eso nuestra
propia canción inspirada en aquel viejo tem a diría:
Q u e la g u e rra cotidiana e invisible al in te rio r de mi familia no
me sea indiferente; q u e no llegue u n día a co n sid erar como algo
n atural, a u n q u e estadísticamente sea “norm al”, el relacionarme con
los míos a la defensiva; que jam ás acepte al interior de mi familia
como algo irremediable la agresión - e n tr e padres, hijos y herm anos-
a veces explosiva que hiere abiertamente, o en ocasiones encubierta
pero igualmente destructiva con sus múltiples modalidades como:
la invalidación y el juicio sistemático, el chantaje, la desconfianza, el
distanciamiento, el sarcasmo, el reclamo perm anente, la indiferencia.
Resultan tan limitados, no obstante las buenas intenciones de los
padres, los intentos p o r construir al interior de sus familias un ambiente
estimulante, de respeto y a la vez de libertad para expresar, escuchar, sentir
y p erm itir el desarrollo de lo m ejor de cada quien -es decir su vocación,
su capacidad de disfrutar la vida, el acceso a relaciones constructivas con
los d e m á s- In d ep e n d ie n te m e n te de los ingresos y del nivel educativo, la
m ayoría de las familias viven relaciones poco gratificantes y de una triste
pobreza emocional.
Com o autores de esta obra, nos confronta p ro fu n d a m e n te constatar
cómo los seres h u m ano s - d e todas las condiciones- viven inm ersos en u n a
ca rrera sin freno tra ta n d o su pu estam en te de “m e jo ra r”. Finalm ente, las
personas en c u e n tra n al alcanzar cada p eq u e ñ a o gran m eta -a l a u m e n ta r
sus ingresos, al a d q u irir el ansiado auto, la casa, el título, el ascenso, el
viaje a n h e lad o o el en c u en tro con la pareja ideal, al s u p e ra r la últim a
crisis eco nó m ica- qu e el esfuerzo realizado no se tradu ce, tristem ente,
más allá del instante efím ero, en m ejoría alguna en su calidad de vida.
C u and o el resultado anhelado no llega, nos sentimos justificadam ente
desdichados; pero, p o r otro lado, cuando logramos algo y el futuro
anhelado se convierte finalmente en presente... igualm ente seguimos
ex perim en tan do la misma miseria del pasado. Parece ser que buscamos
soluciones en el lugar equivocado. El vacío y la falta de sentido interior no
se p u ed e arreg lar con intentos bien intencionados de cam biar el m u n d o
exterior. No pretendem os con nuestra propuesta pro m o v er la calidad
dé vida ignoran d o las condiciones estructurales de inequidad d o n d e la
distribución de la riqueza y la explotación de seres h u m ano s y recursos
naturales son sólo dos de los principales síntomas de nuestra m anera
de funcionar como sociedad global. Sin em bargo coincidimos con el
planteam iento hecho p o r D uanne Elgin, que en su libro ya clásico Simple
Living invita a una vida “interiorm ente rica y ex terio rm en te sencilla”
como la opción aprem iante para m antener un equilibrio saludable en la
búsqueda de la calidad existencial, tanto en el nivel individual como en el
familiar y el global. 0
Buscamos, en otras palabras, pro m o v er la construcción sustentable
de u n m u n d o con viviendas mejores y más accesibles, con mejores
leyes de salud y seguridad, con m ejor educación y menos violencia, con
más dem ocracia y equidad, pero... com enzando ya, sim ultáneam ente,
justo ahora en el nivel micro o individual y no hasta que llegue la nueva
legislación y mejore la impartición de justicia ni cuando cambiemos de
presidente o se resuelva la última crisis financiera, o cuando estemos más
legítimamente representados todos los países en las Naciones Unidas (y
deje de estar secuestrada por el g ru p o elite de naciones o “consejo de
seg u rid ad” que dém ocráticam ente decide y veta).
Sociedades de padres de familia, maestros, líderes e instancias g u b e r­
nam entales de “Desarrollo” (hum ano, social, rural, económico) han
intentado prom over la calidad de vida a partir del acceso a recursos
financieros, proyectos productivos y capacitación para el trabajo de las
personas, pero sin transitar antes o por lo menos paralelam ente p o r el
desarrollo auténticam ente hum ano. Familias em igradas de pron to tienen
cosas que n u n c a antes tuvieron; pueblos y com unidades un día se llegan
a ver “beneficiados” con im portantes derram as económicas: a partir de un
nuevo camino pavim entado, del establecimiento d e una nueva em presa, de
un nuevo p ro g ra m a de apoyo gubernam ental, de un maravilloso “crédito
a la palabra”, de un apoyo a proyectos productivos o de la aparición de
un yacimiento. Los habitantes de u n a com unidad, rural o urbana, u n día
viven u n a efímera bonanza, multiplican sus ingresos significativamente
pero a nivel individual siguen funcionando desde su conciencia primitiva,
n unca crecieron in tern am en te y ahora se enfren tan a problem as muchas
veces más serios de desintegración, alcoholismo, violencia com unitaria, e n ­
redos, envidias y riñas que finalm ente destruyen el espíritu com unitario
existente antes del “afortunado evento”.
Los pro gram as oficiales de.desarrollo, participación social y apoyo a la
familia con frecuencia tienen u n impacto pobre en la realidad cotidiana,
en la calidad de vida d e las familias y en el desarrollo de la conciencia de
sus miembros.
Las relaciones interpersonales de pareja, p o r ejemplo, siguen la inercia
de generaciones; suelen tornarse con el transcurso del tiem po y un a vez
pasada la luna de miel en conflictivas y pobres; la conciencia de cada
m iem bro d e la familia sólo alcanza para culpar y q u erer cambiar al otro
p e ro no p a ra voltear hacia adentro, para autodescubrirse y a p re n d e r de
sus propios errores y áreas ciegas.
En obras anteriores hem os tocado estas cuestiones en el contexto de la
organización y la escuela.1 En esta ocasión nos toca explorar la dimensión
de las relaciones interpersonales y el “desarrollo h u m an o con conciencia”
en el seno del hogar a través de u n recurso viable y poderoso: “el espacio
p rotegido del diálogo”.
En general los criminólogos sostienen que las cárceles, no obstante su
intención rehabilitadora, term inan convirtiéndose en escuelas del crimen;
con los hogares disfuncionales ocurre lo mismo. Si bien la familia es el
espacio privilegiado d o n d e se fomenta de diversas m aneras la autoestima,
la confianza en sí mismo y en los demás, la seguridad, los valores de
justicia, la honestidad, la solidaridad y el respeto, es también en la familia
d o n d e llegan a ocurrir gran parte de los aprendizajes más destructivos y
las g randes heridas de la infancia que difícilmente se b o rran con el paso
del tiem po para convertirse tarde o tem p rano en herencias invisibles, en
problem as que contam inan a toda la sociedad a través de generaciones

1 En el ámbito laboral y organizacional: S. M icheL £n busca de la comunidad. Segunda edición.


Editorial Trillas, 2008. En el ámbito escolar: Cliávez y Michel. El maestro facilitador. Editorial
Norte-Sur, 2003.
^generaciones. Los p ad res finalmente transm iten a sus hijos de diversas
tnaneras, no obstante su b uena intención, toda su inseguridad, ansiedad,
depresión, falta de sentido de vida, baja autoestima, ausencia de reglas
in s is te n te s y razonables, propensión a la violencia intrafamiliar y a las
adicciones. Hay un descubrim iento harto com ún p ara cualquier adulto
:on u n m ínim o de capacidad de autoobservación:
De p ro n to m e doy cuenta con h o rro r que en m om entos de crisis, de
tensión, de frustración, repito con mis hijos esas conductas que tanto
me lastimaron durante mi infancia; me sorprendo a mí mismo cu a n d o
ag red o , soy impulsivo, grito, desconfío, critico, juzg o, ofendo, hablo
mal de mi p areja frente a mis hijos, exijo desm esuradam en te..,
exactam ente com o lo hicieron conmigo, exactam ente como u n día
me ju r é a mí mismo jam ás repetir.
Por lo pronto, nos damos cuenta de que ante la dimensión y complejidad
del problem a no podem os quedarnos regodeándonos en el pesimismo; nos
vemos invitados a enfrentar el reto, desde nuestra trinchera, con audacia,
creatividad, consistencia y esperanza.
Hace algunas décadas los indicadores internacionales de desarrollo
de un país giraban alred ed o r de su p ro d ucto in tern o bruto o de su
ingreso per cápita. Posteriorm ente se establecieron en Naciones Unidas
indicadores más completos de educación, salud y servicios básicos para
conform ar u n índice general que representase un a apreciación más
com pleta del desarrollo de cada nación. Más recientem ente se han hecho
esbozos de propuestas que ubiquen tanto a las personas como a los países
en un continuo que trascienda los indicadores clásicos de educación y
salud para llegar a un modelo aún más evolucionado, a una perspectiva
que incluya a la conciencia como indicador del desarrollo de personas y
países. La consolidación de un “Desarrollo H u m a n o ” desde un enfoque
de la conciencia, sin embargo es todavía muy incipiente y poco conocida,
incluso para los responsables de programas gubernam entales de desarrollo
social y h u m ano .2
Antes de esbozar propuestas para la creación de un clima de desarrollo
en los hogares, es necesario reconocer que éstos han sido severam ente
golpeados en sus diferentes estratos socioeconómicos; desde la familia
cam pesina -especialm ente vulnerable a la desintegración cuando el p ad re

2 Clare Graves es un autor connotado que se ha referido a los niveles de conciencia y a sus
implicaciones en el marco del desarrollo social y hum ano en diferentes niveles (individual,
com unitario y global).
em igra al norte en busca de o po rtun id ades de un trabajo ausente en su
p ro pio p aís- hasta las familias urbanas cuyos padres con variados niveles
de ingreso viven igualm ente horarios de trabajo exhaustivos y p o r tanto
con u n a disposición limitadísima de tiem po y energía p ara la convivencia
familiar de calidad.
No im porta pues la ocupación -pro feso res de educación media
o básica, funcionarios públicos, campesinos, jornaleros, burócratas,
académicos, profesionistas independientes, com erciantes o empleados
diversos- la gran m ayoría de los p adres de familia, saturados de trabajo y
p o r lo general totalm ente absortos en la lucha p o r com pletar sus ingresos,
cu and o ocasionalmente logran d isponer de tiem po p ara “disfrutar” a
sus hijos, no saben hacer otra cosa que relacionarse con las mismas viejas
fórmulas que aprendieron en la infancia a través de sus propios padres. Un
n ú m ero creciente de cabezas de familia trabajan turnos dobles y cada vez es
más frecuente -sobre todo en algunos gremios como el de los empleados de
gobierno y el magisterio- que la m ujer divida sus actividades entre el hogar
y el trabajo: 1
Q uerem os darles lo mejor a nuestros hijos y p or eso trabajamos
tanto -suelen decir con impotencia muchos p ad res- y no tenemos
tiempo disponible para estar con ellos, y cuando lo tenemos nuestra
energía está tan d re n a d a que apenas nos alcanzan las fuerzas para
vegetar penosam ente frente al aparato de televisión o, peor aún, nos
dedicam os a descargar todo el cansancio y frustración en nuestros
hijos con rep roch es, sermones: d esp ro p o rcio n ad o s y en ocasiones
hasta golpes.
A brum ados p o r diversas presiones -p a sa n d o p o r la económ ica- aun los
p a d re s prófugos del televisor cuando eventualm ente logran disponer de
algún tiem po para sus hijos, conviven de una m anera pobre y limitada.
Después de largas jo rn ad a s en trabajos poco estimulantes que con
frecuencia apenas dan para solventarlos gastos más aprem iantes, muchos
p adres de familia al llegar a casa se encu entran cargados de intolerancia
y malhumor. Ellos creen en un p rim er m om ento que tal estado es debido
a que los hijos pelean dem asiado entre sí, desobedecen, no cooperan
en labores de la casa, no estudian, son flojos, vagos, irresponsables o
impuntuales, pero en realidad no se han dado cuenta de que en u n nivel
más p ro fu n d o se en c u en tran indispuestos al llegar a casa, más bien por
razones de su estado emocional que por las conductas propias de sus hijos.
El hecho de que un niño sea travieso e inquieto con frecuencia no es un
p roblem a del pequeño, sino del p ad re y de su intolerancia. Un padre que
realiza un trabajo poco estimulante y mal re m u n e ra d o con frecuencia, sin
'sfe'r muy conciente de ello, se encontrará resentido y lastimado p o r la vida e
inevitablemente exp erim en tará falta de consistencia y de energía am orosa
y aceptante para con sus hijos y su pareja. Un p a d re ansioso, inseguro,
frustrado, y para colmo de males de conciencia p equ eñ a, con frecuencia no
distingue entre un a falta seria y una travesura irrelevante; sus reacciones
y castigos d ep e n d erán más de su estado de ánim o en ese m om en to o
de sus propias heridas que de la gravedad de la falla. La capacidad de
autoobservación -el desarrollo de su conciencia- le p erm ite a u n p ad re
dar la respuesta adecuada en el m om ento adecuado, es decir atreverse a
poner y sostener límites razonables cuando así toca y a escuchar con total
atención y respeto cuando es tiempo de hacerlo. U n p a d re de conciencia
primitiva, es decir u n pad re sin capacidad de autoobservarse, funciona de
m anera totalm ente reactiva y su m ente no cesa de “brinco tear”: C uan do es
tiempo de p o n er límites se siente culpable y se falta a sí mismo al respeto
aLprom eter p ero no cum plir y cuando es tiem po d e escuchar tam poco lo
hace bien, term ina reg añan do y reclamando.
Por otra parte, indep en dientem en te de sus condiciones económicas
y laborales, los padres se conducen con intolerancia y torpeza simple y
llanam ente por imitación -esa tendencia h u m a n a ai repetir patrones de
relación observados d u ra n te la infancia-. En otras palabras, p apá y m am á
no p u e d e n darles a sus hijos lo que ellos mismos no a p re n d ie ro n ni están
dispuestos a aprender. Los padres h ered a ro n de sus propios p adres su
historia, sus heridas personales y sus carencias, que llegado el m om ento
tam bién depositarán en sus hijos. U na hija de p a d re alcohólico, m ujeriego
o golpeador de pronto, sin saber por q u é,'se en c u en tra siendo atraída
por pretendientes muy parecidos a papá y que tarde o te m p ra n o repiten
el patrón y “sacan el cobre”. Los hijos de m adres sumisas o autoritarias
también “inexplicablemente” se ven atraídos p o r u n a especie de esposa-
mamá similar. Pareciera que todo es cuestión de una fatídica química
de la atracción, sin em bargo dicha química no es más que parte de un
aprendizaje, que, aunque manifiesto de generación en generación, no es
inevitable ni irreversible.
No basta pues que un hijo en su infancia o adolescencia se diga a sí
mismo: “esto que hacen mis padres yo jamás lo voy a hacer con mis hijos”.
Para revertir el proceso, para escapar de estos tristes patrones repetitivos, de
esta herencia desafortunada que suele transmitirse silenciosamente a través
de generaciones y generaciones, en algo que Bozormengy-Nagy ha llamado
“lealtades invisibles” (o “memes” según Cziczenmilháyi) es necesario mucho
más que una simple buena intención; es necesario Un proceso de desarrollo
de la conciencia personal y una disposición a invertir cada vez más atención
en observarse a sí mismos. La buena intención de no repetir lo mismo con
los hijos no basta para actuar diferente, pues además de ella es necesario
desarrollar la capacidad de mirar hacia adentro. Quien no ha aprendido a
observarse a sí mismo y a dedicarle tiempo y energía a su propio crecimiento
está condenado a repetir los mismos patrones que aprendió: quien fue
abandonado suele abandonar, quien sufrió abuso sexual suele abusar, quien
fue agredido física o mentalmente suele asimismo ser agresivo.
Ante los problemas interpersonales cotidianos el ser hu m an o sin desarrollo
de conciencia suele utilizar el único recurso a p ren d id o y disponible: en lu­
gar de voltear hacia adentro, le echa la culpa al mundo: se convierte en experto en el arte
de mirar hacia el otro en busca del error y la falla; hada ese prójimo de “allá afuera” que
hizo o dejó de hacer. Por ejemplo, niños'con déficit de atención -conocidos
inicialmente como hiperactivos- se convierten en fuertes candidatos a delin­
cuentes del futuro si papá o m am á no son capaces de ir más allá de sus
viejas, respuestas, de d ar más de lo mismo, más castigos, más regaños y más
représión. En contraste, la alternativa del Desarrollo H um ano consiste “en
voltear hacia a d e n tro ” p ara revisar lo que ya no sirve y program ar, p or
ejemplo, más actividades constructivas y sobre todo más tiempo de calidad
para escuchar - n o en lugar, sino además del establecimiento consistente
de límites y consecuencias razonables.;
U na m a d re que reniega constantem ente del m arido p o rq ue no la cuida,
p o rq u e no la atiende, p orq u e ya no tiene los detalles de antes, porque
es desobligado, es probable que u n día observe a su hija sintiéndose
ab a n d o n a d a p o r el novio que por trabajar fuera viene poco a visitarla.
Sentirá enojo contra ese “desgraciado aspirante a y erno” que no le da
lugar a su hija. Sin em bargo tal vez nunca se dé cuenta de algo que sólo
aparece con el desarrollo de la conciencia: que paralelam ente a la realidad
tangible de “mi pareja no me cuida” existe también otra realidad menos
visible pero igualm ente real: “yo tampoco me cuido”. La m am á prim ero
y después también la hija esperan que el “o tro ” las cuide, pues no son
capaces de tom ar la responsabilidad de hacerse cargo de la persona más
im p o rtan te -ellas mismas- y llevarlas al concierto, al curso, al cine, al viaje,
a la conferencia y a todo lo que para eljas es v erd aderam ente significativo:
“estoy tan ocu pad a viendo todo lo que tú no me cuidas que no alcanzo
a ver todo lo que yo me descuido” -p arece ser la consigna de la m ujer
“descu id ada”.
O tro de los escenarios trágicos, que trataremos más adelante en este
libro, se refiere a los padres que viviendo ju nto s o separados no han resuel­
to ni hablado suficientemente sus problemas de pareja, son incapaces de
escucharse a través de un verd ad ero diálogo y entonces convierten a sus
hijos en rehenes de sus conflictos constantes. Este fenóm eno, llamado
triangulación, o cu rre cuando los esposos le depositan - o m ejor dicho le
em barran y co n tam in an - al hijo lo que no p u d ie ro n hablar en tre ellos:
la m adre, p o r ejemplo, frente a los hijos ofende, desacredita y habla mal
del p ad re y éste a su vez contesta de la misma forma: ofende e invalida a
la m adre de m an era pública. La triangulación p u e d e ser asimismo más
discreta p ero igualm ente destructiva: la m ad re se lleva al hijo a la cocina
y le sirve su desayuno especial m ientras “am o ro sa m en te” le p on e la mano
sobre el ho m b ro y le com enta que su pad re ya an d a con otra mujer, o que
su p a d re sigue tom ando, o que su p ad re no le d a dinero. El joven term ina
odiando al p a d re m ientras la m ad re en m edio de sus sollozos sonríe
(interna, casi inconscientemente) p o r “su triu n fo ”: se vengó del marido a
costa de embarrarle mierda a su hijo .
, En u n escenario menos trágico pero más cotidiano, no necesariamente
existe u n a g u e rra abierta en tre p ap á y mamá. La no agresión no significa
paz y armonía. El distanciamiento, el silencio, el sarcasmo, los comentarios
casi im perceptiblem ente agresivos o el simple alejamiento afectivo son
también formas de intercam biar rechazo en tre los p ad res que los hijos
finalmente perciben y “cargan en sus espaldas”.
Los padres de corazón grande y conciencia pequeña suelen creer inocen­
temente en el poder absoluto de la buena intención y del “amor romántico”;
con frecuencia se preparan en escuelas técnicas, universidades y centros de
capacitación para el trabajo con el fin de adquirir herramientas para su vida
laboral. Algunos de estos padres leen libros y hasta asisten a conferencias y
cursos, pero con muy raras excepciones están dispuestos a invertir algo más
que esporádicas acciones en desarrollar con disciplina su conciencia. Eso de
“disciplinar y promover su conciencia” suena extraño y hasta esotérico, no
tiene nada que ver con la educación de sus hijos, de plano no entra en sus
planes pues “siempre hay cosas más importantes o urgentes que hacer”.
Q uieren ser mejores pero con p u ra buena intención. Estos p adres de
buena voluntad y conciencia pequeña fomentan muy a su pesar ambientes
familiares con una calidad de “convivencia” no solamente deficiente
sino a m en u d o hasta destructiva, tanto que a veces parecería preferible
no p ro m o ver relación alguna. Con la b and era de la bu en a intención, de
hacer lo m ejor p o r los hijos, muchos padres caen en “la educación del
dem asiado”; según les fue en la vida de pro nto son dem asiado estrictos o
suaves, dem asiado disciplinadores o consecuentes, dem asiado preocupados
o protectores; no se dan cuenta - a u n q u e para el resto del m u nd o sea más
que ev id ente- que no obstante lo bien intencionado, “el dem asiado” en
cualquier dirección es contraproducente. Tampoco tienen la más rem ota
idea de que p ara reconocer su propio demasiado es necesario m irar no hacia
fuera, sino hacia adentro.
Así, m ientras más prisioneros y a la vez ignorantes de sus propios d em a­
siados estos padres tratan de cambiar y mejorar a sus hijos, no sólo fracasan
más en sus intentos de ayudarlos a crecer, sino que deterioran .cada vez más
la relación con ellos. Las intenciones suelen ser buenas, pero las formas son
pobres. La buena intención ya no es suficiente. Un p adre que, p o r ejemplo,
cuando niño sufrió acoso sexual, generalmente presenta u n a de dos
posibilidades: estará condenado, como ya se mencionó, a repetir con otros
niños el mismo patrón de acoso que en su m om ento tanto lo lastimó o, por
el contrario, tratará demasiado de proteger a su hija de posibles agresiones
y peligros, la cual term inará siendo un a niña sobreprotegida e insegura
ante la vida y p or lo tanto, paradójicamente, más expuesta a algún tipo de
hostigamiento.
U n p a p á q u e vivió privaciones -y sabe que su única m an era de sobre­
vivir fue el trabajo d u r o - será probablem ente estricto con su hijo y no
escatimará en usar agresiones físicas o psicológicas, claro, con la b uen a
intención de que el niño a p re n d a algo útil. O tro p ad re que fue golpeado o
a g re d id o vferbalmente elegirá u n a de dos opciones: ag re d irá dem asiado
a sus hijos ó p o r el contrario no se atreverá a ponerles reglas razonables, ni
siquiera a interpelarlos “p o rq ue p u ed e n sufrir dem asiado como yo sufrí”.
Los “dem asiados” dan lugar a patrones de relación extrem os y obsoletos.
Ser dem asiado estricto o demasiado blando se originan p or igual en heridas
o experiencias del pasado que el padre jam ás será capaz de reconocer y
menos de liberarse de su carga si no voltea hacia adentro justo en esos
momentos en los que está experim entando un sentimiento perturbador.
Reconocer, com partir y ex plo rar en u n am biente de respeto -com o se
verá más a d e la n te - estos m om entos de “sentimiento fuerte” es uno de los
recursos más p o d ero so s p a ra crecer en la conciencia, p a ra d eshacer
los nu dos de tantas “lealtades invisibles” y de tantos patrones destructivos
en las relaciones familiares. En los próximos capítulos describiremos y
elaborarem os más sobre los elementos de este proceso, los cómo de la
creación de espacios protegidos para crecer en el diálogo.

Las relaciones cotidianas

In d e p en d ien te m en te de la existencia de conflictos en la familia resulta


trágico que el reducidísim o espacio disponible aun a los padres bien inten-
[donados p ara “convivir” con sus hijos, sea totalm ente desperdiciado con
intervenciones interpersonales totalm ente irrelevantes y pobres.
—Ya llegué.
— ¿Dónde andabas?
— En casa de Chepe.
' — ¿Quiénes más fueron?
:— Los de siempre.
— ¿Qué hicieron?
— Lo mismo.
— ¿Cómo se la pasaron?
— Equis.
— Tá bueno.

— Nos vemos.
* El factor económico también interviene en el deterioro de las relaciones.
Con frecuencia observamos una carencia creciente de tiempo en las
familias d o n d e ambos padres tienen que trabajar p ara aportar recursos
económicos al sustento del h og ar y para m a n te n e r con gran esfuerzo “un
nivel de vida” siempre insuficiente. Aveces con un gran esfuerzo, robando
tiempo a sus apretados horarios, u n padre o esposo logra dedicarle a su hijo
o a su pareja cinco minutos, media hora o excepcionalmente toda un a tarde
a la semana y, sin embargo, el tiempo cronológico invertido en “los tiempos
libres” resulta ser, con honrosas excepciones, un espacio conflictivo, tenso,
frío o en el mejor de los casos simplemente insípido y poco estimulante.
Algunas familias y parejas “afortunadas” a lo más que llegan cuando
disponen de unas vacaciones o fines de semana para convivir de manera
agradable y constructiva es a ver algún program á o película juntos o a la
distracción del juego: juegan a las cartas, al dominó, a la pelota o al turista.
Desde luego que el juego tiene su parte atractiva y divertida, el juego tiene
ciertamente la función de compartir momentos agradables y fom enta
la interacción social, sin em bargo el ju e g o y la distracción también en
ocasiones sólo sirven para m atar el tiem po o hacerlo tran scu rrir sin
dem asiado aburrim iento. El ju e g o y la distracción con frecuencia fungen
como el único recurso disponible de convivencia y funcionan en lu g a r de,
no adem ás del diálogo. La gente que sólo sabe ju g a r y distraerse en el
fondo tal vez tiene miedo de abrirse y arriesgarse y entonces, por decirlo
metafóricamente, eligen la joyería de fantasía, las perlitas de plástico
en lugar del regalo de los diamantes; toman las migajas y renuncian al
banquete de com partir experiencias significativas, de conocerse, de sanar
resentim ien os, de perd on arse, de acercarse y estrechar lazos, de a p re n d e r
y crecer en las diferencias y de tantas experiencias gratificantes q ue se dan
n atu ra lm en te al calor estimulante del diálogo.

¡Cada familia tiene derecho al banquete g ran d e de la vida,


al pastel com pleto... y no nada más a las migajas!

El g ru p o musical de prom oción h u m an a “Viva la G en te” cantaba el


siglo pasado en un a de las estrofas de su tem a musical: “ ...las cosas son
im p o rtan tes pero la gente lo es más”. Con frecuencia los p ad res atrapados
en su exceso de trabajo, en sus propios aprendizajes dolorosos y obsoletos,
en su incapacidad para escuchar, en sus exigencias e inseguridades
llegan, no obstante todo su amor y buena intención, a enviar un mensaje
contradictorio a sus hijos - o a sus parejas-: las cosas son más importantes que
tú. Muchos hijos a través de toda su vida p u ed e n contar con los dedos de
u n a sola m ano las veces que han experim entado un m om ento de cercanía
e intim idad con sus padres, es decir un a v erd ad era experiencia de
com unicación h u m a n a cuya lectura implícita es soy importante, soy aceptado,
soy querido, soy profundamente entendido. De estos de p o r sí escasos m om entos
valiosos, la mayoría suelen o cu rrir solamente en crisis dolorosas o en
la cercanía de la m u erte cuando ante la inminencia del último día hay
finalm ente una disposición para expresar, escuchar, p e rd o n a r y pedir
p erd ó n . Es triste tal escasez de m omentos significativos al interior de
las familias. Inclusive en ocasiones ni siquiera al final de la vida se da el
espacio para cerrar asuntos inconclusos, sanar heridas añejas, o propiciar
la reconciliación. Todo un campo de aplicación terapéutica, de hecho, se
ha desarrollado recientem ente alrededor de esta cuestión: la tanatología
(el arte de despedirse y de ce rrar ciclos para el bien morir).
Los padres pues - e n función de su propio estilo e historia personal
y de sus propios aprendizajes cuando fungieron como hijos- no hacen
otra cosa que desaprovechar, exactam ente igual que sus padres lo hicieron
con ellos, las escasas oportunidades de “convivencia familiar” que se
p resentan. En lugar de construir espacios de calidad y desarrollo hum ano,
es decir en lugar de escuchar cuando llega el tiem po de hacerlo, de
m an era respetuosa, estimulante y cálida, se dedican alegrem ente y con la
mejor intención a persuadir, fiscalizar, cuestionar, d ar regaños, invalidar,
serm onear, aconsejar, criticar y a ofrecer sugerencias y cátedras profusas
co n tu n d en tes y eruditas acerca de diversos temas.
Al igual que lo hacen sistemáticamente m uchas parejas entre sí, los
padres, sin ser plenam ente conscientes de ello, transm iten desconfianza a
través de su m anera de “no escuchar”, es decir a través de sus interrogatorios
fiscalizadores y de otras muchas y variadas formas naturales y cotidianas de
bloquear la comunicación interpersonal de calidad. Lo paradójico de este
tipo de respuestas es que aunque de m anera verbal, como es el caso de las
p reg u n tas, se haga u n a invitación a e x p r e s a r y d ialo g ar con libertad,
la form a de hacerlo transm ite exactam ente lo contrario: “no expreses, no
sientas, no seas”. C uando u n a persona expresa u n sentimiento positivo
o negativo, o una preocupación cualquiera y a cambio recibe un consejo, una
crítica, u n sermón o un a p re g u n ta p ara distraer, es como si le dijeran “en
este m om ento tus sentimientos no son im p o rtan tes”. Hay esposos, esposas,
padres que se quejan am argam ente de que el “o tro ” no com parte nada,
que está casi mudo, sin embargo si se pudieran grabar -ojalá lo pudieran
hacer- se darían cuenta con h o rro r que la última vez que él o ella intentó
expresar “es que no me quieres, quieres más a mi h erm a n a que a mí,
me siento decepcionada”, enviaron el mensaje de no escuchar, ofrecieron
de todo menos “el regalo” de un hum ilde “platícame más de eso para
en ten d erte”, seguido de u n maravilloso si-len-cio acogedor para perm itir
que el otro term ine de exp resar lo que siente, no lo que “debería sentir”.
Si pud ieran grabarse y observarse p o d rían ver con claridad no sólo un
lado de la moneda: el hecho de que el otro no habla sino también el reverso
interior: “cuando él eventualm ente lo ha hecho yo no lo escucho”.
Este libro no pretende disuadir a nadie sobre las virtudes de la tenacidad,
el conocimiento, el trabajo arduo, la disciplina, la organización, la nego­
ciación y otros recursos variados e importantes para el desarrollo de la
familia y la obtención de logros materiales, académicos o de otro tipo. El
reconocimiento y la adquisición no d e p re d a d o ra de bienes materiales
del medio ambiente p u ed e ciertam ente contribuir a una vida de mayor
calidad, pero no nos podem os engañar: es más factible acceder a un a vida
de calidad sustentada en una b uen a y estim ulante relación interpersonal
aun qu e con condiciones económicas modestas, que con grandes recursos
económicos y una pobre comunicación y conciencia personal.
En este libro nos proponem os como objetivo invitar al lector a p o n er su
disciplina, su tenacidad, su disposición -su co raz ó n - en aras de construir
relaciones de calidad. Es decir, presentam os u n a pro p u esta básica y de un
alto potencial de impacto para desarrollar de m an era sistemática y viable
espacios de interacción estimulantes, significativos y enriqueced o res al
seno de la familia - d e n tr o del espíritu del diálogo, de la comprensión y
de la expresión honesta de necesidades (ver Lafarga 1976; D. Bohm, 1994;
Rosenberg, 2002). A unque no tratamos de m anera explícita en esta obra
sobre temas como la negociación, la disciplina, los valores o la respon­
sabilidad, creemos que el diálogo es, como diría Bergson, el Elain o impulso
vital de la evolución de la conciencia, de las personas y de las sociedades.
Para Gabriel Marcel el “vacío existencial” tan presente en la sociedad
es precisam ente u n a de las consecuencias de estar o rientada al tener - e n
contraste con la orientación al se r- de los seres hum anos. Gary Forem an
h a sostenido que existe en nuestras sociedades u n a epidem ia caracterizada
p o r la b úsqu eda crónicam ente insatisfecha de ten er más y más. Este mal
social llamado “afluencia” representa u n a verdad era adicción que todo
lo consum e con graves síntomas como la soledad, deudas en constante
au m en to , periodos más y más largos de trabajo, contam inación ambiental,
conflictos familiares y u n consumismo y comercialismo frenéticos.
La calidad de vida pues, no es un producto natural de la acumulación
cualquiera que ésta sea de: bienes, prestigio, poder, conocimientos o grados
académicos. La vida de calidad - p o r encima y en contra de todo lo enseñado
en n u estra cultura “del te n e r”- se construye con el trabajo interior, con
el desarrollo de la conciencia, de la capacidad de autoobservarse y de la
capacidad de aprovechar, disfrutar y vivir en com unidad experiencias
cotidianas “en el p resente”. U na relación de calidad no es el fruto natural
del am o r rom ántico con el que llegan tantas parejas al m atrim onio para
al cabo de unos pocos meses o años descubrirse decepcionados, frus­
trados, en g a ñ a d o s. El am o r rom ántico, com o sentim iento, d esde luego
q u e es h erm o so , tie rn o e incluso deseable sobre to do al inicio de la
constru cción d e u n a relación de ca lid a d ,pero no es en lo absoluto suficiente .
U n a relación de calidad re q u ie re m u cho más que u n a b u e n a intención,
u n a “b u e n a q u ím ica” o u n estado de e n a m o ra m ie n to inicial. La historia
de las fam ilias está plagada de ejemplos de parejas enamoradas que al cabo de
los años parecen deteriorarse irremediablemente.
U na relación de calidad sólo p uede cultivarse en el interior de la familia
cu an d o hay disposición para establecer con regularidad espacios de
intim idad, confianza y respeto, es decir, espacios de lib ertad p a ra e x p r e ­
sar y de g en u in o interés p ara escuchar. Estos dos elementos (escuchar
y expresar) son básicos e imprescindibles en cualquier relación de cali­
dad, tanto en tiempos de paz y arm onía como de crisis y desacuerdos.
D esafortunadam ente, tanto escuchar como ex presar son elementos esca­
sam ente prom ovidos al interior de “la com unidad familiar” tradicional.
La capacidad de una familia para establecer relaciones estimulantes o,
en con trap arte, pobres, deterioradas y destructivas, d eterm in a de m anera
im portantísim a la calidad de vida de cada uno de sus miembros.
En este libro nos concentram os especialmente en ex p lorar las
. condiciones para prom over am bientes de calidad en la familia. Reiteramos
pues nuestra propuesta: sin ren u n ciar a m ejorar - d e m an era sustentable-
huestras condiciones materiales necesitamos construir con urgencia,
¡ya!, espacios protegidos de diálogo d o n d e las personas dejen de destruirse y
comiencen a crecer al calor de relaciones constructivas.

ADVERTENCIA : sólo si el lector está dispuesto a re c o rre r el camino


con consistencia, disciplina y com promiso, este libro, ¡desde luego!,
le ofrece la posibilidad real de establecer con su pareja y familia una
relación estimulante de calidad y sobre todo p ro m o to ra del ser hum ano.
Sin em bargo si el lector está p e rm a n e n te m e n te ocupado en cosas más
“im portantes y urgentes”, si no está dispuesto a invertir de m an era
sistemática un espacio semanal o p o r lo m enos quincenal para ejercitar la
comunicación constructiva al interior de su relación de pareja y de familia,
le aconsejam os am isto sam ente que no p ie rd a su precioso tiem po ni
gaste su d in e ro en la obtención de este m aterial ni en la b ú sq u e d a
de espacios de d esarro llo a través del diálogo o cosas parecidas. Los
cambios no o c u rre n d e m a n e ra mágica. Le recom endam os que siga con
su vida conyugal y acepte con cristiana resignación el intercambio más o
menos frecuente de reclamos, manipulaciones, mentirillas, resentimientos,
distanciamientos emocionales, agresiones de diversos tipos -incluida la ley
del hielo, el enfriamiento sexual, el sarcasmo, las indirectas, la descalifica­
ción, las invasiones “metiches” a la privacidad del o tr o - y otras tantas
formas de convivir perfectam ente habituales e n tre las parejas com unes
y corrientes de este m u ndo. La m ayoría de las parejas finalm ente son
“comunes y corrientes” y usted, lector, ciertam ente no tiene la obligación
de ser ni m enos com ú n ni m enos c o rrie n te qu e el resto de la p o b la­
ción. Después de todo el té rm in o “n o r m a l” viene de “n o r m a ” qu e en
el lenguaje estadístico se refiere a ese rasgo p re se n te en la m ayor p a rte
de la gente.
Es posible asimismo que el candidato a lector de esta obra sea una
persona verdaderam ente capaz y p re p a ra d a y conozca de física cuántica,
negocios, finanzas, medicina molecular, filosofía, postm odernism o, lite­
ratu ra contem poránea, agricultura, informática, mecánica, arte... sin
em bargo si la soberbia lo ha intoxicado y le impide reconocer su incapa­
cidad para relacionarse con sus seres queridos con cercanía, calidez,
respeto, es decir con un mínimo de calidad y paz interior, entonces -si
no es capaz de reconocer sus limitaciones- no tiene nada que aprender,
p o rq u e p ara hacerlo se requiere de hum ildad p ara aceptar que detrás de
los errores existen verdaderas áreas de op ortu n id ad .
O tal vez este libro tam poco sea p a ra usted - in d e p e n d ie n te m e n te de
sus pocos o m uchos años de escuela fo rm a l-, si está a fe rra d o a eso que
a p r e n d ió m uy en el fondo y en algún p e rio d o de su infancia: qu e u n a
relación de calidad es un lujo al que usted no tiene acceso ni d e re c h o ...
y lo q u e u n o cree con convicción do gm ática com o u n a declaración
s a g ra d a e intocable, se convierte en realidad.
Finalm ente, tampoco este material es p ara el lector que no está
dispuesto a revisar y cuestionar esa creencia p ro fu n d a que supone, el am o r
es cuestión de u n a cierta atracción que “se siente o no se siente” pero no se
p u ed e forzar. Este no es un libro para quien cree que irrem ediablem ente a
veces “p o r esas extrañas cosas de la vida” el a m o r se acaba y entonces ya
no hay más que hacer excepto buscar nueva pareja para volver a sentir por
u n tiem po esas mariposas en el estómago p ro d u cto del enam oram iento.
Nosotros cuestionamos esta posición. Creem os que ciertam ente el am or
se acaba y se va m uriendo, pero ello no es algo mágico o fatal ni se debe
a que así son los hom bres... y las mujeres. U sualm ente el am or se acaba
c u a n d o o c u rre algo muy con creto y observable - a lg o d e lo qu e la p areja
es resp o n sa b le-: dejar de atreverse a e x p re s a r con h o n e stid a d y a
escu ch a r con resp eto y em patia.
J Así pues, ten er una pobre relación de pareja con su correspondiente
p obre capacidad de diálogo es algo, por desgracia, absolutam ente norm al
en los cinco continentes; algo qué usted p u e d e ex p e rim en ta r com o
ciud adan o del m u n d o sin sentirse bicho extraño. Si éste es su caso pues
le recom endam os darle servicio de m antenim iento a su auto -c a d a cinco
o quince mil kilómetros más o menos-, a su casa hay que cambiarle llaves o
em paques cuando empiecen a gotear, a la azotea im perm eabilizante, ¡por
favor!, dele m antenim iento a sus variadas pertenencias, a su bicicleta o a
su moto, pero no a su relación. Después de todo, u n a relación com ún y
sobre todo corriente no necesita de gran cosa p ara seguir siendo como es.
Si el lector, p or otro lado, de verdad qu iere c o n stru ir nuevas reali­
dades; si está dispuesto a invertir de m an era consistente, es decir dis­
ciplinadam ente, un tiempo y una serie de recursos qu e ya describiremos
más adelante para construir y para darle m antenim iento a su relación,
entonces este libro es para él-ella.
AI escribir este libro, entendem os que cada historia es diferente, sabe­
mos que cada m iem bro de la pareja -lo reconozca o n o - tiene sus propias
heridas y aprendizajes producto de su historia. Estos aprendizajes - q u e
clan form a a las distintas m aneras de ex p e rim en ta r el m u n d o - se repiten
ryven; algún nivel de la conciencia siguen vigentes a u n q u e ya no sirvan,
[affngue ya no resulten útiles como tal vez lo fueron en el pasado. A prendió
Píjpadre de familia en su infancia, p o r ejemplo: a desconfiar, a hacerse el
m é fte , a no exp resar sentimientos y quedarse callado, a esperar a que
llffotro adivine, a esperar el abandono, a autoexigirse de m an era brutal
I n ú til, a culparse de todo, a com petir e n tre herm anos, a ex p e rim en ta r
fiflibs, inseguridades, a controlar al otro - p o r su bien, desde luego-, u
(Tífás conductas destructivas. En este libro no negam os ni minimizamos
[dlfchas huellas de la historia personal, p o r el contrario, p ro po n em os el
Establecimiento de condiciones p a ra que dichos elementos de la p rop ia
fiistória - q u e se manifiestan en el p resente a través de los sentim ientos-
Ipüedan expresarse con a p e rtu ra y honestidad en la form a y el m om ento
Adecuados. C uando el intercam bio de sentimientos “difíciles” se desarrolla
eñíun espacio protegido de diálogo;3 entonces su expresión se transform a
Verdaderam ente en u n maravilloso elem ento de acercamiento, de
'Tí
|a?ecimiento m u tu o y en ocasiones de sanación de viejas heridas, en lugar
dé lo que en la vida de la pareja a través de generaciones y generaciones ha
llegado a represen tar u n preám bulo para el distanciamiento y la ru ptura.
3;.' En este libro el lector en c o n tra rá pautas qu e le p u e d e n ser de gran
utilidad, de m a n e ra que u n día, después de a n d a r el camino aquí
propuesto, p u e d a identificarse p le n a m e n te con el testim onio de un
“g ra d u a d o ” de los espacios protegidos:
Por m ucho tiem po estuve convencido qu e hablar de ciertos temas
resultaba p eo r p ara la relación; cada vez que los tocábamos, salíamos
más lastimados, más alejados. D u ran te m ucho tiem po preferí
evitarlos, al grado de que a veces nom ás me paraba de la silla y me
iba. Sim plem ente le decía todo indignado “si vas a volver con tu
mismo tema de siempre, m ejor me voy”. Y me largaba sin im portar
dejar toda trabada a mi pareja. Mi relación, cuando “estaba bien”
era pobre y distante; cuando estaba mal era francam ente dolorosa y
hasta violenta: en cualquier m om ento inevitablemente podía alguno
de los dos decir, hacer o dejar de hacer algo que nos disparaba una
peq ueñ a o gran crisis y al final sólo nos quedaba, un a vez más, el
sabor de la am argu ra y la impotencia.
Nos asomamos al principio con escepticismo a esto del espacio
protegido del diálogo; finalmente, ¿qué podíamos perder?, ya
p eo r no podíam os estar. Poco a poco, sin em bargo, nos pu dim o s
3La propuesta m etodológica de este libro “el espacio protegido del diálogo” gira alrededor
de este recurso que será descrito más adelante, especialm ente en el Cap. viu.
escuch ar y acompañar. A prendim os a dialogar p rim ero en m om en­
tos cotidianos y agradables de nuestra vida, de m an era que cuando
fueron llegando las crisis los verdaderos m om entos difíciles, los
temas espinosos e incómodos - d e esos que usualm ente destruyen
o dañan irreversiblem ente una relación- estábamos preparados, no
obstante la crisis, o tal vez gracias a ella, para seguir creciendo como
pareja y sentirnos, para sorpresa nuestra, de m an era natural más
cercanos y a gusto el uno con el otro. Descubrimos algo mágico, que
podíam os construir espacios protegidos para nuestra comunicación
au n en los m om entos difíciles.
i
En este libro reconocemos ciertamente los múltiples factores que inciden
en la calidad de una vida -salud, vivienda, recreación, educación-, sin
em bargo elegimos concentrarnos en uno especialmente poderoso y viable:
un recurso que tenem os a la m ano tódos los seres h u m an o s aquí y
ahora. N uestra propuesta no implica renunciar a la búsqueda de bienestar
económico y material y, sin embargo, no está supeditado a conseguir algo de
afuera “para yo ser feliz”. Si alguien, motivado por alguna lectura de moda,
quiere dejar de ser un padre pobre para convertirse en padre rico, está
perfecto. Esta invitación, sin embargo, va en otra dirección, se refiere más
bien a la riqueza interior a través de la calidad de relación. Algo poderoso y
simple, ambicioso y a la vez tan viable, tan difícil y a la vez tan posible, que
cualquier persona, familia o pareja puede iniciarla independientem ente de
su actual situación social y financiera, independientem ente de si son padres
pobres o ricos, si están en crisis o en arm o n ía tem po ral, si tienen hijos
p eq u e ñ o s o grandes, si están em pezando o term inando el ciclo de la vida,
si tienen o no casa propia, si son gordos ó flacos, conservadores o liberales,
leídos o rústicos, cristianos, budistas o m usulm anes. P ro p o n e m o s una
ex p e rien cia de im pacto que ¡sí d ep e n d e! de cada p e rso n a y familia,
cuyo cambio p u e d e iniciarse no m añ an a, sino hoy mismo. Invitamos
al le c to r a través de la lectura de las siguientes p áginas a com enzar un
proceso de d esarro llo de su p erso n a y su conciencia, a la construcción de
“sistemas inteligentes” . Lo retamos a hacer un viaje p o r los estimulantes
y sanadores espacios protegidos del diálogo.

Distribución del contenido

Presentamos en este libro siete capítulos referentes al desarrollo de una


comunicación facilitadora: los dos primeros se refieren a las competencias
básicas -escuchar y expresar- que no obstante ser ampliamente referidas
BrJ-tííúltiples autores especialistas en comunicación interpersonal y ser
upieStamente conocidas p o r cualquier persona común, en realidad son
'njxiy- raramente entendidas.y manejadas en su significado más profundo
I n f e r io r de un a relación “común y corriente”. Los cinco siguientes vin-
£5lSfi las competenciás básicas con el desarrollo o subdesarrollo de la con-
lilfféiá personal En ellos se exploran recursos o limitaciones internos que
a g i l i t a n , dificultan, matizan la práctica del diálogo y del “antidiálogo” en

uiiñúltiples versiones. El lector está invitado a explorar siete temas, todos


interconectados, que nos perm iten indagar diferentes perspectivas de la
jfíünicación interpersonal en la familia. Finalmente, el último capítulo está
peiisado como una recapitulación, pero también como el momento del cómo.
ÁHeniás de estos siete capítulos incluimos uno final de recapitulación de los
ftMias tratados, el cual es también para aquellos lectores más impacientes con
béseos de ir directo al grano y probar a través de su propia experiencia si este
O curso es en realidad tan “humildemente poderoso” como se pregona. Para
^JlSs es una invitación y un reto, no basta leerlo hay que probar con alguien
f e c a n o la experiencia deliciosa de los espacios protegidos del diálogo. No crean
fedó lo que decimos pero dense la oportunidad p o r lo menos de realizar una
práctica... y después decidan si vale la pena.
Todo el libro, a u n q u e construye sobre lo básico de la comunicación
ínterpersonal, representa el proceso de cambio de paradigm a de dos
terapeutas, los autores, cuyo proceso nos ha llevado a pasar de la terapia
individual - q u e au n q u e seguimos practicando con vocación sabemos
es totalmente insuficiente si aspiramos a dejar un a huella mayor en la
sociedad-, al hecho de plasm ar nuestras experiencias en u n libro. En
nuestra formación académica, p o r ejemplo, aprendim os que cualquier
“terapia seria” no p u e d e hacerse con los parientes cercanos, que un hijo
no puede dar terapia a su m ad re ni un esposo a su esposa ni un h e r ­
mano a su herm ana. En un sentido y en un rango de aplicación esto es
cierto sólo relativamente. .En otro nivel, in d ep en d ien tem en te del nom bre
que le demos a este proceso, hem os constatado un v erd ad eram en te in­
sospechado potencial de sanación y crecimiento d en tro de la pareja y
de la relación familiar cuando se respetan las condiciones mínimas para
el diálogo protegido descritas en el capítulo vm. Este efecto sanador lo
hemos verificado también en los salones de clase, cuan do p o r ejem plo
algún m aestro, inicialm ente de conciencia p e q u e ñ a y lim itada com o
cualquier otro p o b la d o r de n u e s tro sistema educativo, pone en práctica
los Círculos de Aprendizaje In terperson al4 y después de un par de meses,
lEl libro El maestro facilitador se elabora sobre este recurso de aplicación escolar com o precursor
de los espacios protegidos del diálogo. S. Michel y R. Chávez, Editorial Cipremex, 2004.
cu and o regresamos a visitar su com unidad, encontram os u n a agradable
transform ación de conciencia gradual, un cambio positivo en la m anera de
ver el m u ndo, de percibir a los dem ás y a sí mismo. Eventualm ente estos
maestros, en proceso de transform ación a través del diálogo sostenido
con sus alumnos, dejan de sentirse víctimas indefensas de las condiciones
de carencia circundante y comienzan a ser cada vez más protagonistas
e ind ep en d ien tem en te de las contradicciones del sistema comienzan a
hacer la diferencia ahí d o n d e están.
Los ocho temas tratados en el libro son los siguientes:
1. La capacidad de e n tra r al m u n d o del otro (escuchar experiencial-
m ente, es decir de m a n era em pática a través de recon ocer y reflejar
sentimientos).
2. La capacidad de expresarse de m an era clara, directa y personal,
tam bién conocida como comunicación asertiva.
3. El funcionam iento automático y adictivo.
4. La dimensión básica del autoconocim iento o conciencia.
5. La presencia de asuntos inconclusos y resentim ientos no expresados.
6. El pasaje o tránsito a la acción, es decir: “lo que no se habla se actúa”.
7. Triangulación.
8. La alternativa: el diálogo en espacio p ro teg id o y el lenguaje expe-
riencial.

En resum en, el libro considera el potencial d e la familia com o un sistema


inteligente y autorregulable, en proceso de crecimiento continuo. En esta
obra proponem os un camino alternativo que contrasta, como ya lo hemos
m encionado, con la función tristem ente típica de la familia, más bien y
no obstante las buenas intenciones y excepciones, como la p erp etu ad o ra
de conductas disfuncionales, h ered e ra y transm isora de experiencias
traumáticas, pobre autoestima y comunicación deficiente. Este libro
plantea las dos opciones posibles que los padres de familia tienen entre sí
y para sus hijos: facilitan y contribuyen a, formar mejores personas, o contagian de
sus carencias, heridas y miedos a quienes tienen cerca no obstante todo su “amor”.
Finalmente, nos referimos con mayor frecuencia a las relaciones familiares,
sin embargo aunque el contexto es m ayorm ente de pareja, la propuesta
es aplicable en general a la construcción de relaciones significativas en
diferentes contextos (entre padres e hijos, hermanos, socios, amigos).
W ñ n o de los pio nero s más destacados en el ám bito de la psicoterapia
de la psicología hu m an ista, Carl Rogers, estudió a m ediados del
| | 1 ° xx u n recurso de gran valor y vigencia p ara el m un do de la psi­
coterapia actual. Las investigaciones de Rogers sobre las condiciones
|í|¿esarias y suficientes p ara el cambio constructivo de la personalidad
iltablecen que cu and o tres elementos básicos -congruencia, empatia y
aceptación incondicional- están presentes con u n mínimo de consistencia
e n u n a relación, se estimula un cambio positivo (ver Lafarga y Gómez del
'Campo, 1978, 1986), La prom oción de dichas condiciones en el campo de
i¿ psicoterapia dio a Rogers ren om bre m undial como líder en la ciencia
y en el arte de pro m ov er el cambio a través de u n recurso poderoso y
sencillo a la vez: la creación de u n clima de seguridad psicológica. Marshall
Rosenberg, au to r y líder m undial en el área de la comunicación no
Violenta, y J u a n Lafarga, p ro m o to r y pionero del Desarrollo H u m an o en
México, son sólo dos ejemplos del impacto de Rogers en el surgim iento de
la segunda generación de form adores del diálogo con conciencia social.
La psicoterapia de Rogers, de hecho, consiste en un ejercicio básico,
eficaz y hum ilde. Sesión tras sesión el te rap eu ta no hace otra cosa más
que escuchar; su atención com pleta está puesta en la experiencia de la
persona. A lo largo de todo el proceso, el te ra p eu ta se limita a re p ro d u c ir
lo que escucha, es decir a ofrecer un a especie de eco de la experiencia del
otro. No hay consejos, juicios, interpretaciones ni siquiera preguntas. El
te ra p eu ta g ra d u a d o en este m odelo llamado “C en trad o en la p erso n a” se
limita a hacer algo p o d ero sam en te hum ilde: acom pañ a la experiencia del
paciente, quien poco a poco, al reconocer sus sentimientos y necesidades,
va aclarando y en con tran do su propio camino, sus propias soluciones. La
persona va develando d en tro de sí respuestas, va descubriendo mayor
arm onía, aceptación e integración personal. El recurso básico utilizado
en el proceso de escuchar es el “ Reflejo” -té rm in o utilizado p o r Cari
Rogers en su terapia de la em patia-. Autores diversos d en tro y fuera de
la psicología hum anista como Kohut, G endlin o Rimm, han reconocido
p o r igual la im portancia básica de la em patia en el trabajo terapéutico.
Más recientem ente M ah rer (1997) ha utilizado el térm ino escuchar
experiencial para ir “dos pasos más allá de la em p atia” y resonar aún más
con el m u n d o del otro.
C u a n d o u n adolescente llega a su p r im e r a sesión d e te ra p ia “centrad a
en la p e r s o n a ”, agobiado p o r algú n p ro b le m a p ro p io de su ed ad , de
m a n e ra g ra d u a l e im p ercep tib le cada vez^que e x p re sa algo - q u e en
o tro co n tex to sería cuestion ado , cen su rad o , criticado o sim plem ente
recibido con un b on ito y bien in te n cio n ad o consejo o p e q u e ñ o s e rm ó n -
de p r o n to se e n c u e n tra an te u n a in e sp e ra d a resp u e sta de escucha
em pática. El jo v e n recibe u n a resp u esta de aceptación y reconocim iento
a su ex perien cia, no im p o rta si e x p re sa u n se n tim ien to positivo o
negativo, claro o confuso, m a d u ro o in m a d u ro , razo nab le o irracional
- “O d io la escuela, a la m aestra T eresa, no so p o rto a mi m am á, a mi
herm ana, todo m u n d o me rechaza, no^me gusta que critiquen a mi amigo
Ju a n , mi novio es el único que me entiende”, etcétera- El reflejo no trans­
mite aprobación ni tampoco censura, simplemente aceptación incondicional.
Al final de su sesión de terapia el joven “x” es capaz sorpresivam ente de
e x p resar sentimientos difíciles, de abrir su corazón con ese “desconocido”
que se limita a tratar de entender, y se abstiene de juzgar. C uando el
terap eu ta al final de la sesión pregunta:
— ¿Has po dido platicar de esto con tu p ad re o con tu m adre?
— ¡Claro que no! - re s p o n d e el jo v e n -, cuan do intento hablar de ello
me critican o me serm onean y mejor m e callo, m ejor “les doy el avión”;
“de estas cosas no se p u ed e hablar con ellos”. A mi m am á no le gusta mi
novio, a mi papá no le gusta mi música o mis amigos. Mi papá el otro día
me dijo muy serio: “a ver mijito dime con confianza qué te molesta de
m í”; yo al principio le dije que nada pero luego me insistió y me insistió
y pues me animé a decirle “me molesta que prefieras a mi herm ana, y le
des tantos privilegios”. El, antes de cinco segundos de yo haber empezado
a hablar, me interrum pió, me dijo que no era cierto, que no era justo que
yo pensara así, que a los dos nos ofrecía los mismos prem ios pero yo los
desaprovechaba con mi flojera y mi irresponsabilidad para estudiar. Lo vi
cómo gesticulaba y hablaba, hablaba y hablaba. Después de más de veinte
minutos volvió a hacer una pausa y me volvió a preg u n tar: “¿o no crees
que tengo razón?” Entonces yo me quedé callado y alcé los hom bros como
diciendo no sé... o más bien, como diciendo “tú no quieres que conteste lo
[afle yo siento, tú quieres que conteste lo que p ara ti es lógico, razonable y
Lválido”. Mis sentimientos a lo m ejor son inm aduros, irracionales y pendejos,
p¿ro p o r lo p ro n to así son y tal vez me gustaría que los entendiera antes
H e q u e r e r l o s cambiar. A veces siento que con sus palabras me dice había con

'libertad, pero “p o r debajo de la m esa” -c o n su m an era de in te rru m p irm e


S id a cinco seg u n d o s- me dice: “no expreses, no sientas lo que sientes”.
Éntonces me vuelvo a q u ed a r callado y resp on do con u n gesto, con un
|§equis”, con u n “no sé” o algo así. Papá entonces de nuevo se molesta y me
íSice: “ya ves cóm o n u n c a quieres hablar; no nos tienes confianza”. Siento
Ijue si hablo me calla, y si no hablo me regaña; haga lo que haga estoy mal.
[feo peo r es que ni siquiera se da cuenta de lo que sin decirm e me dice p o r
‘debajo de la mesa.
Muchas personas, brillantes profesionistas, exitosos em presarios y co­
merciantes, em pleados dedicados y talentosos, esposos proveedores y
padres com prom etidos, casi todos no obstante su capacidad indiscutible
efi; múltiples áreas de su funcionam iento, resultan estrepitosam ente
torpes, totalm ente reprobados en él manejo de u n a de las áreas básicas
de la inteligencia emocional: la em patia -so b re todo cuando se trata de
aplicarla en el seno de la pro p ia familia.
La respuesta d e escucha em pática llamada reflejo, como su nom bre
lo sugiere, funciona como un espejo frente a la persona que expresa sus
sentimientos, percepciones, incongruencias, deseos, intenciones, peti­
ciones, puntos de vista y hasta reclamaciones. El espejo tiene la función de
reflejar lo que ve, de repetir los sentimientos que se escuchan sin quitar ni
agregar nada. El reflejo se m antiene fiel a lo que la otra persona expresa.
El reflejo es u n a de las manifestaciones más p uras de la empatia.
Para quienes p refieren u n a m etáfora más auditiva que visual el térm in o
p ro pu esto para la escucha em pática es “eco”. La función del eco o reflejo
está pues lim itada a rep etir o reflejar lo que se escucha, a amplificar los
sentimientos que a m e n u d o se en c u en tran p o r debajo de las palabras, en
los gestos, en el tono de voz, en la postura. Así, en el proceso de escuchar
por m edio del reflejo, poco a poco se van elucidando los sentim ientos
ex p erim en tad o s con la m ayor precisión posible. El reflejo no quita ni
pone, tam poco in te rp re ta , no ap ru e b a ni rep ru eb a, sólo rep o rta y acepta.
Al principio, sin em bargo, cuando se está desarrollando la capacidad
de escuchar es posible que los eco-reflejos sean demasiado literales y que de h e ­
cho parezcan más bien un a repetición a c arto n ad a y fría, u n a especie de
perico repitiendo el mensaje literal del emisor. Al principio, por ejemplo,
citando la adolescente expresa espontáneam ente a la m adre:
—La maestra de Biología es una vieja regañona e injusta .
La m adre contesta casi de m an era literal:
—Es regañona e injusta tu maestra,
G radualm ente los ecoreflejós se van haciendo más sintéticos y sensibles
especialmente a los sentimientos, incluso a aquellos no expresados de
m an era verbal. E ventualm ente la m ad re es capaz de resp o n d e r más bien
al sentim iento que al contenido: -i
— ¿Estás enojada con la maestra, hija?
O tal vez:
— ¿Realmente te molesta la maestra ?
U na de las instrucciones básicas i p ara desarrollar u n a verdadera
escucha facilitadora es precisam ente la de centrarse especialmente en los
sentimientos -m á s que en el contenido literal y en los detalles externos
del relato-. La escucha fracasa cuando la perso na deja de estar atenta a la
experiencia del otro, cuan do deja de percibir y reconocer los sentimientos
de la person a - p o r irracionales y arbitrarios que parezcan.
C u and o en el caso arriba m encionado el jov en le dice a su padre:
— T ú siem pre prefieres a mi herm ana.
Papá tiene ciertam ente la opción de resp o n d e r con la vieja y conocida
respuesta de d a r argum entos lógicos, es decir de contestar en lugar de
reflejar. Por otro lado, p u e d e intentar la alternativa inversa: reflejar en
lugar de contestar:
— Me imagino que te molesta, o tal vez te duele cuando tú sientes un
trato que no es parejo.
En dicho m o m e n to hipotético tal vez el jo v e n p o r p rim e ra vez en su
vida escucha de su p a d re , no del te ra p e u ta , p o r m edio de un reflejo
de sen tim ien to , u n algo no verbal que si se p u d ie r a tra d u c ir diría:
“p o r un m o m e n to in d e p e n d ie n te m e n te de mi op in ió n o percepción,
resp e to tus sentim ientos, sólo q u iero e n te n d e rlo s, no q u ie ro cam biarte
ni co n ven certe de lo c o n tra rio ”. ,
El espíritu de este mensaje, enviado a través de un ecoreflejo empático,
transm ite pues respeto, aceptación y confianza; dicho mensaje se
en cuen tra más allá de las palabras - e n algo que m etafóricam ente llamamos
“debajo de la mesa”- y p u e d e también ser traducido como: “no necesito
cambiarte para quererte’’.
La capacidad de escuchar de m anera técnicam ente apropiada como
cualquier otra habilidad se p u ed e adquirir a través del estudio y de la
práctica disciplinada. Con relación en la habilidad de escuchar hay
suficiente material de referencia (ver pet de G ordon, Rogers y otros, Michel
y Chávez, 2002). Desgraciadamente, no obstante la amplia variedad de
material disponible en el tem a de la em patia, vivimos inm ersos en u n a
cultura de “antiescucha”, cuyas raíces no p u e d e n ser rem ovidas con la
sola com prensión intelectual o el dom inio técnico del reflejo em pático.
La cu ltura de antiescucha está más directam ente relacionada con las
etapas primitivas del desarrollo de la conciencia en el ser h u m a n o . U n a
conciencia subdesarrollada, tam bién llamada prim itiva o d e p r im e r o r ­
den, es bastante com ú n y, como ya se verá más adelante, se caracteriza
por el énfasis en q u e re r cam biar al m u n d o de afu era antes d e iniciar
siquiera p eq u e ñ as dosis de observación interio r y reconocim iento de los
propios sentim ientos, carencias y heridas.
Así p o r ejemplo, cuando u n m iem bro de la.familia expresa cualquier
esbozo de sentimiento honesto, la respuesta automática de la contraparte
suele ser, no obstante la bu en a intención: de bro m a -c u a n d o no de
burla-, de crítica, de consejo, de sugerencia o de contraataque. C uan d o la
joven adolescente del ejemplo previo expresa su opinión y sentimientos
d e 'in c o m o d id a d sobre la maestra de Biología, su m a d re p u ed e estar
¿étnicam ente e n tre n ad a y p re p a ra d a p ara resp o n d er con u n a respuesta
empática de reflejo al sentimiento.
—Me imagino, hija, que no te sientes nada bien con esa maestra,
¿verdad? f
Sin em bargo igual que en el p rim er caso del p a d re serm oneador, si
dicha m ad re no h a e x p e rim e n ta d o ' u n proceso m ínim o de desarrollo
interior, es probable que en u n instante desaparezca de su m ente todo lo
ap ren d id o e insista, sin darse cuenta, en sus viejas respuestas automáticas
-com prensibles pero finalm ente bloqueadoras- de q u e re r cam biar al otro,
de cuestionarlo, de desconfiar:
—Algo has de haber hecho.
—Tienes que p o n e r más de tu parte para no m eterte en problemas.
— ¿Y de verdad estudiaste?
—Todo el fin de semana no tocaste un libro.
— Ya vamos a em pezar con problemas otra vez.
Así pues, un a de las dificultades im portantes que surgen en el m o m e n to
de tra ta r de p o n e r en práctica el arte de la escucha p a ra el diálogo, no
es p recisam ente la falta de com prensión intelectual del concepto de
em patia. Después de todo reflejar consiste básicam ente en re p ro d u c ir
con la m ayor precisión lo que dice el otro; sólo parece cuestión de ech ar
m ano de un poco de atención y de la m em oria suficiente para re p ro d u c ir
en form a de reflejo lo recién escuchado. Reflejar, pues, no req u iere
de com plicadas operaciones ni mayores d em an d as intelectuales. Sin
em bargo cu and o estamos frente a una persona especialm ente cercana
e im p o rta n te en n u estra historia, dicha facilidad se desvanece y aun la
p erso n a más brillante y em pática se llega a co m p o rta r como el más torpe
escuchador.
O tro de los obstáculos en el proceso de escuchar es la creencia de con­
siderar como sinónimos la aprobación y la aceptación. Q uien escucha de
verdad es capaz y libre totalm ente de aceptar que el otro p ued a tener sus
propios sentimientos, creencias y m aneras de pensar, sin que ello implique
el estar de acuerdo o aprobar. En otras palabras, se p u ed e escuchar a
alguien -y en consecuencia aceptarlo- solamente cuando se es capaz de
renunciar a cambiarlo/a. Con gran frecuencia naufragan los intentos
de diálogo cuan do alguno de los m iem bros involucrados cae en la ten­
tación de deslizar in ocen tem ente cualquiera de las llamadas respuestas
autom áticas bloq ueado ras rab’s (aconsejar, sugerir, serm onear, bromear,
consolar, p o r m en cio nar algunas), cuyo m ensaje implícito es finalmente
“para mí es mucho más importante cambiarte que entenderte” .
C u a n d o el diálogo, como form a de relación, fracasa, las familias se
q u ed a n instaladas en formas automáticas disfuncionales y pobres. Las p a­
rejas en especial se limitan a utilizar los recursos disponibles y preferidos
p o r las conciencias primitivas: la agresión abierta o soterrada, verbal o
física, el sarcasmo,' el distanciamiento emocional, en tre otras. Este tipo
de intercambios disfuncionales p ro d u cen cotidiana e inadvertidam ente
heridas cada vez más dolo rosas que a su vez reducen aún más la capaci­
d a d de escucha.
C u and o me siento dolido, no te escucho, entonces tú te sientes
dolida al no ser escuchada y un a vez más tam poco me escuchas y al
tú no escucharm e yo aú n menos te escucho... y así hasta el infinito
en un cuento de nunca acabar.
Este círculo vicioso term ina por asfixiar cualquier relación, espe­
cialmente la de pareja. Entre más se siente lastimada una persona al no
ser escuchada, menos calidad de diálogo es capaz de proporcionar y entre
menos diálogo exp erim enta es menos capaz de escuchar a su vez, pues
está más e n red a d a en procesar las ofensas, íos roces y las heridas que
inevitablemente surgen al calor de cualquier relación, que en la relación
en sí misma.
Para en te n d e r el m u n d o del otro no se requiere de una formación
académica como terapeuta, ni siquiera de largos y costosos entrenamientos:
se requiere sim plem ente ele crecer como persona y paralelamente
desarrollar una cualidad básica: escuchar con respeto. Escuchar verdade­
ram en te no significa com placer al otro ni resolverle sus problemas, no
significa tampoco estar de acuerdo con su m a n era de ver las cosas ni cargar
con sus problemas.

Escuchar experiencialm ente significa que p u e d o resonar con el K


otro, e n tra r a su m u n d o y en ten d er que se sintió lastimado cuan do K
yo hice, dije, dejé de hacer o de decir algo. Escuchar significa B
asom arm e al dolor, frustración, decepción del otro, de u n a m an era B
concentrada exclusivamente en en ten d er cómo se sintió - a u n q u e B
ello sea totalm ente diferente a como “yo supongo qu e se debería de B
sentir”. - p

En otras palabras, en e l'm o m en to de escu ch a r a mi pareja, a mi hijo


ó a mi p a d re , es mucho más importante e n te n d e r su ex p erien cia, e n tr a r
•asu m u n d o , p o n e rm e en sus zapatos, im a g in a rm e a mí mismo vestido
•con sus sentim ientos y sus pensam ientos que intentar cambiarlo . iSí!,
e n te n d e r los sentim ientos del o tro es m uchas veces más im p o rta n te q u e
convencerlo de su e r r o r o sen tirm e culpable y d e fe n d e rm e .
C uando al tratar de escuchar al otro me siento culpable, entonces
probablemente me ponga a la defensiva y no podré hacerlo, pues d efen der­
me o justificarme es algo totalmente incompatible con escuchar. Reiteramos:
escuchar no significa estar de acuerdo ni cargar la culpa del sentimiento
ajeno, significa simplemente reproducir lo que el otro expresó de m anera
provisional; escuchar significa entender a alguien con inocente frescura;
alguien a quien quiero descubrir y veo con profundo interés. C uando
escucho me asomo al m un do del otro como lo haría si fuese la prim era vez
que veo y escucho á dicha persona, como lo haría ante alguien que no me
ha lastimado y a quien tampoco he lastimado; como lo haría finalmente
ante quien no quiero -verd ad eram en te no m e in te re sa - cambian C uando
quiero cambiar al otro a toda costa, pronto empiezo a sugerir, aconsejar o
criticar, y entonces difícilmente lo escucho. Escucharlo y quererlo cambiar
son funciones incompatibles: la energía que pongo en tratar de cambiar al
prójimo es aquella que dejo de utilizar en entenderlo y viceversa: cuando
yo empiezo a querer cambiar al otro, ya sea abierta o sutilmente, dejo de
escuchar; y de m anera complementaria, cuando me concentro en escuchar
con auténtico interés, cuando estoy absorto en la experiencia del otro, en
esa m edida me olvido de querer cambiarlo “por su bien”.
Al q u erer cambiar al otro, dejo de escucharlo y al no ser escuchado de
m anera paradójica el otro experim enta más resistencia al cambio: ésta es
la tragedia de las interacciones entre conciencias primitivas: se estimulan
en tre sí p ara no escucharse, p ara resistirse al cambio a fuerza de quererse
cambiar m utuam ente.
C u a n d o pu ed o escuchar bien a alguien con total atención, soy capaz de
fre n ar provisionalm ente mis bien intencionadas rab ’s (respuestas au to m á­
ticas bloqueadoras5) y entonces ambos interlocutores .experim entam os
a p e rtu ra y accedemos de m an era natural a u n nuevo aprendizaje.

Cualquier experiencia ilum inada y p en e trad a con el faro d e la


escucha respetuosa y aceptante se transform a en o p o rtu n id ad
de aprendizaje y crecimiento p ara la relación.

Escuchar p u ed e ser un ejercicio so rp re n d en te m en te fácil sólo si existe


la disposición de asom arm e al m u n d o del otro sin p reten d erlo cambiar
d u ra n te al m enos algunos hum ildes y poderosos minutos. Escuchar es
asomarse al m u n d o de alguien - a u n q u e sea mi pareja de toda la vida-
provisionalm ente “como si fuera la prim era vez”, como si nos acabáramos
de conocer, como si n un ca hubiésemos esperado nada ni nos hubiésemos
lastimado ni presionado. D u rante el tiem po de escucha es más im portante
captar el m u n d o del otro desde su realidad - p o r distorsionada e irracional
que me parezca- que d efen d e r la mía propiá. Escuchar, p o r otro lado,
p u e d e ser la labor más difícil si la persona se m antiene obsesionada en
cambiar al otro; si insiste en corregirlo, en informarlo, en defenderse,
en seguir viendo el m u n d o desde los propios zapatos p ara ni siquiera
provisionalmente intentar meterse en los zapatos del otro.
*

T ú tienes derecho a tener expectativas acerca de mí


T ienes derecho a esperar que te ayude
O que te aplauda
O que te adivine el pensam iento
Pero lo qu e tú esperes de mí,
Te pertenece a ti
Y así p u ed o verlo
Como algo tuyo

"“Son respuestas que ocurren de manera automática y dificultan la comunicación: regañar,


aconsejar, burlarse, discutir, cambiar de tema, (la docena sucia de T h om as G ordon es una
versión de r a b ’ s ).
Y como algo tuyo ;
Puedo aceptarlo.
Por mi parte, lo que yo p uedo hacer
Es escucharte con respeto, atención y em patia
Y escucharte de esta m anera
No significa un a adhesión
No significa que apruebo, que estoy de acu erdo
Significa algo m ucho más im portante
Significa que p u ed o e n tra r a tu m undo.
, Y entenderlo tal como existe p ara ti,

R. Chávez y S. Michel (Aprender a ser; vol . i ., 2002).

Con frecuencia la person a “que su p u e stam en te escucha” no está


dispuesta in te rn a m en te a “e n te n d e r antes que ca m b ia r” el dolor
emocional ajeno, y entonces clasifica au to m áticam en te cualquier e x p r e ­
sión de incom odidad del otro como u n a o p o rtu n id a d p a ra sacar a relucir
al rescatador o a la doctora “corazón in te rio r”. En algunos casos, cuán d o
la p erso n a quejosa se siente com padecida o rescatada inicia entonces el
ju e g o interior de “la p o b re víctima”.
—T ú eres u n a gente valiosa, échale ganas. '
— No, no es cierto, soy u n estúpido, no sirvo p ara nada.
— No es cierto.
— Sí es cierto...
En otras ocasiones la persona que supuestam ente escucha “la expresión
emocional del o tro ’.’ se siente más bien atacada, acusada, reclamada:
— Siento que no te im porto nada, ayer estuve esp erand o tu llamada
todo el día y nunca te dignaste llamarme como habíamos quedado, me
dijeron que te vieron con...
Internam en te se desliza entonces p o r inercia un a especie de diálogo
interior, ocupado totalmente en defenderse, justificarse y contraatacar.
— Me dices estas cosas para hacerm e sentir mal, o tal vez me lo dices
p o rq u e te aconseja tu mamá o tu h erm a n a o alguna de tus amigas
controladoras y chismosas que quieren tener a sus m aridos vigilados... todo
lo que me expreses lo interpreto con un a intención de controlarm e o de
lastimarme, de meterte en mi vida, y siendo así cualquier cosa que m e digas
no me sirve para nada. C uando tú te diriges a mí de esa form a yo no me
siento dispuesto a revisar ni m ucho menos a cambiar mi com portam iento.
Por el contrario, debo pro teg erm e de ti, debo defenderm e, justificarme,
contraatacar. O tras veces, cuando mi estado de ánimo se en cu en tre menos
contestatario y rebelde, entonces en lugar de sacar la espada op taré
sentirm e mal conm igo, me sentiré basura, víctima, in c o m p re n d id o ... en
fin, estaré tan ocupado escuchando mis propias vocecillas internas, tan
obsesionado en la defensa de mi ego, tan en redad o en mis sentimientos
de insuficiencia, depresión, estado de víctima o enojo, que podrá suceder
cualquier cosa menos que yo escuche que simplemente te sientes mal y menos
aú n podrá suceder que yo esté dispuesto a revisar, reconocer y cambiar.
La perso n a que escucha un reclamo suele en tra r en contacto, en algún
lugar de su conciencia, con su propia experiencia de ser atacada, exigida
o tal vez hum illada o lastimada en algún m om ento lejano o cercano de
su historia. Desde ese lugar, lleno de ruido interior, no pu ed e entonces
percibir la expresión de u n sentimiento ajeno como el simple acto de
expresión de un sentimiento', no p u e d e hacer algo aparen tem en te tan sencillo:
limitarse a ofrecer un hum ilde acuse de recibo, escuchar y reflejar los
sentimientos del otro y después g u ard ar silencio, n ada más:
— Me imagino que te quedaste muy preocupada y hasta enojada, llena
de d ud as con todo lo que te dijeron d u ran te todo ese día que no recibiste
ni u n a llam ada mía.
Más bien resp o n d e desde la única forma automática e inevitable a su
alcance: de manera defensiva, de acuerdo con sus propias voces, ruidos y heridas.
Así, desde su diálogo interno se deslizan algunas frases que contam inan al
diálogo ex terio r -c o n lo cual a su vez se estimulará más frustración en la
otra parte:
—T ú nun ca confías en mí.
— Ya vas a empezar.
— Le crees más a la gente que a mí.
— Me ro b aro n el celular.
— De seguro que tu h erm an a te fue con ese chisme, ella cree que todos
son como su marido.
Desde dicho espacio, la pareja se encuentra de pronto tan e n re d a d a en
sus propias reacciones emocionales de “santa indignación y ju sta cólera”,
que le resulta imposible llevar a cabo una revisión in terna honesta, un
aprendizaje constructivo, un verdadero diálogo reparador.
Los sentimientos desagradables que las personas exp erim en tan en el
transcurso de una interacción h u m a n a - u n a conversación, un intercambio
de m ira d a s- tienen que ver en última instancia con su historia, con sus
propias heridas, con sus abandonos, con sus carencias, con sus apegos.6
Én otras palabras, lo ofensivo, lo “fuera de contexto y de to no ” que “a
Illa, en la última fiesta, le pareció mi com entario” p u e d e ser que no tenga
absolutamente nada que ver con mi intención - d e divertir, distraer, cambiar
Ue canal y alejarme de temas dolorosos o incómodos, hacer sonreír-. Así,
cuando u n m iem bro de la pareja expresa p or ejemplo:
1. N unca le dedicaste tiem po a nuestro hijo.
2. Ya no te importo.
3. Me siento deprim ida.
4. Extraño a mi hijo.
5. Estoy enojada contigo.
6. Tu hijo es un grosero, un desconsiderado.
7. ¿Por qué tienes que ir a visitar a tu m am á todos los días?
8. ¿Cuánto falta para llegar?

Quien recibe el mensaje cae red o n d o en la tentación de contestar p o ­


brem ente con alguna respuesta “bien intencionada” de tipo rab’s .
1. Todo se te hace tan fácil, ¿y quién iba a ate n d e r el negocio mientras
yo me iba a jug ar? T ú nunca ves lo b u en o que sí hago.
2. No exageres.
3. Te voy a reco m end ar un a película muy buena.
4. Es bueno que se haya ido, no te preocupes.
5. ¿Y qué querías?, ¿que te aplaudiera cuando m e perdiste mi libro?
6. También tú lo provocas.
7. Está enferm a y no tiene quién la visite.
8. Dos horas.

El reto del diálogo: ¿contestar o escuchar?

Una persona capaz de verdaderam ente convertir el conflicto de pareja en


oportunidad, inclusive ante la expresión de un “reclamo”, se dispone,
como p a n e de un ejercicio de diálogo, a cam biarse de lugar, a salirse
provisionalmente de sí misma, a desaparecer m o m en tán eam en te de
6La palabra apego significa pegada al ego. Cada estado interior del e go es de alguna manera un
adicto a controlar, complacer, demostrar, sentirse superior con sus sermones.
su id en tid ad y convertirse poderosa y h u m ildem ente en el eco de la
experiencia del otro.
El uso del reclamo es p ara muchas parejas la única form a conocida de
e x p resar sentimientos guardádos. C uando así ocurre, el efecto es más que
ap ertu ra: resistencia al cambio. El reclamo es percibido como u n ataque
personal y no como u n a maravillosa o po rtu n id ad de crecimiento. La p e r­
sona entonces reacciona de m an era automática y poco facilitadora:
“Ya em pezaste a quejarte, ya com enzaron los reclam os” es u n a expresión
in te rn a qu e surge d e quien comienza a oír expresiones de incom odidad
p o r p arte de su pareja (llegas tarde, no m e tomas en cuenta, cuidas más a
los dem ás que a mí, tus amigos-amigas son unos tales p o r cuales).
Con frecuencia, la m anera, el m om ento y el tono usados al expresar
molestias no son, como lo veremos más adelante, de lo más adecuado
y facilitador, sin em bargo -in d e p e n d ie n te m e n te de la m an era pobre y
limitada utilizada p ara exp resar experiencias generalm ente de origen
a ñ e jo - u n a gran dificultad p ara el diálogo reside básicamente en la
incápacidad de escuchar los sentimientos desagradables especialmente de
las personas cercanas.

Escuchar significa en te n d e r el m undo, la opinión y los


sentimientos del otro sin cargarlos o tenerse que aliar,
sin sentirse culpable, sin defenderse de ellos.

El silencio interior

E scuchar es reconocer los sentimientos del otro -sin im p o rta r la forma


o las palabras utilizadas-, es enviar a través del hu m ild e acuse de
recibo un m ensaje pod ero so e invisible^de aceptación y respeto. Q uien
reconoce sentim iento del otro -m anifiesto o esco n d id o - con todos sus
detalles y matices, ex p resa a veces en u n a sola frase o palabra-reflejo,
u n a ex p erien cia de co m pren sió n p rofu nd a. Para ello es necesario p e r ­
m a n ece r en silencio no sólo ex terior -e l cual o c u rre cu a n d o la p ersona
no in te rr u m p e y p erm ite al otro term in ar dé decir su ex p e rien cia-
sino tam bién en silencio interior, es decir con el botón en pausa de las
vocecitas, de todos los pensam ientos, de todos los pericos mentales
que in te rn a m e n te no cesan de in te rru m p ir ei diálogo. La Meditación
/ipasanna es de hecho u n a práctica ancestral de silencio interio r que
íonsiste en observar los pensam ientos sin subirse a ellos. Sí, solam ente
ste espíritu de observar los pensam ientos “sin subirse a ellos”
fSposible u n v e rd a d e ro acto d e escucha d o n d e el yo con to d a su
is t ò r i a y prejuicios d e sa p a re c e p a r a c o n v e rtirse en la e x p e rie n c ia
JfliM. Y así, el silencio in te rio r de p r o n to desp laza a tod as esas res-
55flstas autom áticas b lo q u e a d o ra s q u e i r r u m p e n con sus variadas
Afínas -criticar, aconsejar, co n fo rtar, se rm o n e a r, c u e s tio n a r-; q u ie n
?sSucha al o tro no p r e te n d e convencer, explicar, razo n a r, aconsejar,
nilsiquiera calmar. La escucha em pática tiene com o objetivo, simple y
Binam ente, e n te n d e r Como una alternativa a las anteriores ocho respues­
ta!^ automáticas bloqueadoras, las siguientes son ejemplos de respuestas
empáticas reflejas surgidas del silencio acogedor.

fíí ¿Te hubiera gustado que yo le dedicara más tiem po a nuestro hijo,
verdad?
*2; ¿Te sientes ignorada y poco im portante p a ra mí cu and o llego tan
tarde? *
3. ¿Te duele? i
.4. ¿Te gustaría que estuviera aquí?
5. ¿Te molestó lo que dije, te sentiste ofendida, verdad?
6. ¿Te molesta v erd aderam ente su m an era de hablarte?
7. ¿Te gustaría que estuviera más contigo?
8. ¿Ya tienes hambre?, ¿ya estás cansado?
$|*?scuchar es apenas la mitad del paquete del diálogo. La comunicación
:\L> constructiva sólo llega a completarse cuando se d a la seg u nd a com pe­
tencia básica p ara el diálogo. Además de ser buenos receptores es necesario
tanibién ser emisores afinados o asertivos, es decir con capacidad de expre-
SatJVy com partir sentimientos, deseos y percepciones de m a n era clara,
|ire c ta y personal. Al parafrasear el pasaje bíblico del “Eclesiastés”: “Hay
un tiempo para sem brar y un tiempo p ara cosechar...”, se nos ocurre, con
el mismo espíritu, el equivalente “bíblico de la com unicación”: hay un tiempo
para escuchar, para reflejar, para dar un eco, para salirme de mi postura y ponerme
en los zapatos del otro... y hay también un tiempo para regresar a mí mismo; a
conectar y expresar mi experiencia interna; para sacar a la luz, para no dejar
como agua estancada que se pudre y se hace tóxica, los sentimientos guardados: hay
un tiempo para hablar con honestidad, claridad y “sin andar con rodeos” Sólo
pues, cuando se dan y se respetan ambos tiempos -e l de hablar y el de
escuchar- es posible construir el recurso central y tem a de este libro que
ya elaboraremos más adelante: el espacio pro teg id o del diálogo.
La comunicación familiar fracasa ro tu n d am e n te cuando un o de los
interlocutores, en lugar de g u a rd a r silencio para escuchar, comienza a d a r
su opinión. Un hijo, p o r ejemplo, después de algunos meses de haberse
ido de su casa un día, no obstante el trabajo que le cuesta, se anima a
hablar p o r teléfono con su padre y explicarle sus razones para h u ir de la
casa.
— Papá, soy José, te estoy hablando de la capital -e x p re sa el joven
tím idam ente. *
— Q uiero que regreses inm ediatam ente, ésas no son m aneras de
largarse, no puedes dejar la escuela así nomás tirada, no es un buen
ejemplo el que le das a tus herm anos m enores -el p a d re lo in te rru m p e
atropelladam ente sin dejar espacio al joven para te rm in a r su frase.
El joven se queda callado m ientras su pad re deja fluir todos sus
reclamos (válidos p o r cierto pero expresados en el m om ento inoportuno7),
Finalmente, después de algunos segundos de silencio, el joven siente
que en esta ocasión es inútil explicar más nada y sim plem ente termina
colgando el teléfono para desaparecer por algunos años más de la escena
familiar.
De la misma im portancia que el e r r o r com etido p o r dicho padre
de “hablar e in te rru m p ir cu a n d o es tiem po de escu ch ar”, es el erroi
contrario que abordam os en este capítulo: quedarse callado cuando el
tiempo de hablar ha llegado. El ciclo ele la com unicación constructiva
se qued a inconcluso cuando la persona se queda callada o espera a que el otre
adivine lo que ella misma no ha sabido expresar con claridad . Si bien escuchar
es de gran im portancia para el diálogo,' no sirve de gran cosa cuando la
otra p arte no está dispuesta -al llegarle el tu rn o de h a b la r- a cumplii
con la p arte com plem entaria del proceso.
C uando en un clima de confianza la persona se ha arriesgado a expresar
temas difíciles (como decepciones y viejos o nuevos resentimientos) el efectc
es profundam ente facilitador y liberador en la m edida que la experiencia
com partida se expresa de m anera transparente, descriptiva y personal. En
otras palabras, las heridas em piezan a sanar y los “asuntos inconclusos’
comienzan a cerrarse cuando un m iem bro de la familia p ued e expresar
su mensaje y es capaz sim plem ente de re p o rta r y describir con honestidad
y en prim era persona su propia experiencia frente a su com pañero de
diálogo.
Marshall Rosenberg, líder m undial en la promoción de la “comunicaciór
no violenta”, ha enfatizado la importancia de conectar y expresar las ne­
cesidades propias y las emociones básicas para que la contraparte las pueda
entender. Me sentí herido, me sentí lastimado, me sentí frustrado, me senú rechazado,
son for ni as honestas y constructivas de iniciar un proceso de diálogo y
enfrentar el conflicto. En lugar de ello, desde nuestra conciencia primitiva,
los humanos utilizamos modalidades “más desconectadas” y clisfuncionales;
utilizarnos la segunda persona y atacamos; ponem os etiquetas al otro:
“tú eres un desgraciado, un desconsiderado, eres un flojo, irresponsable,
agresivo, deberías haber hecho, nunca debiste haber dicho”. De acuerdo
con Rosenberg, los conflictos surgen ante la no expresión e insatisfacción ele
las necesidades particulares. Una necesidad no expresada inevitablemente
produce depresión o agresión (L afarga, 2008).
'I:‘l m om ento inoportuno para expresar una molestia se p uede en ten d er en contraste con
nuestra propuesta, que en el último capítulo describimos corno el espacio protegido del
diálogo.
$|La resolución no violenta del conflicto req u ie re necesariam ente del
^ c o n o c im ie n to y la escucha respetuosa de las necesidades del otro p o r
incom patibles que parezcan con las mías. La ex presió n, form ulada en
p r i m e r a p erso n a , de u n a necesidad no es p u es algo pasado d e m oda
f e un a su n to form al de m e n o r im po rtan cia, es algo fu n d a m e n ta l y
fa c ilita d o r en el proceso de hacerle saber al otro lo que yo siento y lo
m y °- necesito sin ser invalidado.
C uando u n m iem bro de la pareja deja de ex p resar sus sentimientos
jlfcnecesidades, aduciendo motivos de introversión -soy callado, soy
||irn id o , no m e gusta exp resar mis sentimientos, soy seco, la última vez
¡Sjiie lo intenté m e fue p eo r-, la relación no solamente deja de crecer
ilin o comienza a deteriorarse. Con frecuencia la m ujer se queja de que su
p a r e j a es como u n a tapia que no expresa. Tal vez p o r razones “culturales
pdé género”, au n q u e no es u n a regla, es más co m ú n observar a la m ujer
$)ijzbI¡ando demasiado y al hom bre m etido en su p ro pio m u n d o , callando
¡r'tkwiasiado.
.'Expresar “algo que la persona tiene guardado” con relación a alguien más,
^recibe el nom bre de retroinformación o retroalimentación. Las consignas
ffeblicas: “Si tu herm ano te ofendió no dejes que se meta el sol sin ir a hablar
¡fcon él” y “...antes de dejar tus ofrendas al Señor reconcilíate con tu herm ano”,
tr é p r e s e n ta n el espíritu de la retroalimentación. Si en el idioma hebreo
¿1del antiguo testam ento hubiera existido el verbo “retro alim en tar”, la cita
^exacta sería:
Antes de venir a mi altar a traerme flores u oraciones retroalimenta
y déjate retroalimentar por tu prójimo. Atte. Jehová.
^ La retroalim entación incluye lo positivo y lo negativo en el mismo
nivel de importancia. En otras palabras, es tan im p ortante decir lo que
me molesta, como lo que me agrada del otro. Con frecuencia nos callamos
•f tanto los aspectos agradables como los desagradables de una relación y así, al
caer en la tentación de callarnos fy guardarnos nuestros sentimientos,
al hacerlo le restamos riqueza y “salud mental” a una relación y la
condenamos, sin darnos cuenta, a una muerte gradual.
Decir y escuchar especialm ente sentim ientos desagradables - d e
incom odidad, frustración o de d o lo r - p u e d e ser u n a experiencia
dolorosa al interior de cualquier relación con sid erada im p o rtan te: sin
embargo, lo que realmente destruye una. relación en el largo plazo no es tanto lo
que se habla sino lo que se calla .
En muchas ocasiones las condiciones experim entadas por una persona
para no conectar lo que siente son poco claras. Pueden pasar semanas sin
que u n miem bro de la pareja -el varón p ro b ab le m en te - reconozca qu(
algo le ha incomodado. Se siente tenso, irritable, distante o muy serie
y sigue respondiendo “honestam ente”: no tengo nada. Tal vez sea cierto )
no tiene nada pero también és posible, muy posible, que lo que se callc
ayer o anteayer lo tenga distante -y ha resultado peor el rem edio que h
en ferm e d ad -. La intención es buena - m e callo para no hacer olas, para nc
salir peo r librado, para no incom odar a mi pareja con temas espinosos qu<
usualm ente acaban en trag e d ia - pero el efecto es la m u erte gradual de k
relación. Callarse y tragarse los sentimientos, p u d o haber sido aprendide
y copiado directam ente de los padres mudos, o a través de la experiencia
directa d u ran te la niñez y ju v e n tu d , p or ejemplo cuando después át
haber expresado algo d u ra n te un intento de diálogo fue posteriormente
sacado su com entario de contexto y utilizado como chisme, brom a, burk
o reclamo.8 Es posible también que la persona en su infancia haya vivide
experiencias de violencia intrafamiliar, o pérdidas im portantes de algunc
o de ambos padres, de tal m an era que ap ren d ió a sobrevivir siendo fuerte
y dura: “si me pongo a llorar y a lam entarm e, si d em uestro debilidad er
ese am biente tan hostil y adverso me va a ir p e o r ”. Ser fuertes y duroí
para aquellos niños en condiciones de carencia representó en su momentc
tal vez un recurso desesperado; la única form a de sobrevivir. Ahora la:
condiciones ya cambiaron, esos niños de antaño ahora padres tiener
hijos pequeños y sin em bargo transm iten la misma regla de ayer: “nc
sientas, no expreses, no hables”. Lo que ayer fue útil ahora ya es obsoletc
y destructivo. Los p ad res con incapacidad p a r a e x p re s a r tran sm iten e
m ensaje de “es peligroso o in a p ro p ia d o h ab lar de ti”. Los hijos de esto:
m odelos p o r su p a rte suelen p re s e n ta r diversos tipos de trastorno:
co nd uctuales y/o psicosomáticos. C u a n d o la boca no p u e d e hablai
finalm ente, como se verá más a d e lan te en el capítulo correspondiente
al acting out, el c u e rp o lo hace a través de ansiedades, depresiones
agresiones y diversos síntom as psicosomáticos. M uchas veces gracia!
a la aparición de estos p ro b lem as en sus p rop io s hijos, los p ad res poi
p rim e ra vez se ven invitados -m a s bien dicho a r r a s tr a d o s - p o r la vidz
p a ra revisar y cu estion ar sus viejas form as de com unicarse, es decir su:
form as de “no escucharse ni e x p re s a rs e ”.

sl:.l reclamo es de hecho una manifestación de molestia expresada en forma de lenguaje “tú”
lis importante hacer notar que la expresión de cualquier molestia es vàlici a, importante )
necesaria para mantener una relación saludable, sin embargo la forma no personal es la que
resulta ser poco facilitadora del diálogo.
¡Síártín y Marta

[Sl&rtín era un hom bre trabajador y razonablem ente responsable. Era u n a


J31rsona bastante parecida al resto de sus com pañeros. C u a n d o se trataba
He;hablar de sus sentimientos resultaba bastante parco, n u n ca supo exac-
taínente d ó n d e aprendió a ser de esa m anera, tal vez lo ap ren d ió de su
f & l r e que tampoco era muy expresivo de sus sentimientos, o tal vez lo copió
m ad re cuando los sábados al m om ento de desayunar le preguntaba:
quieres de desayunar? Entonces el jov en respondía “no sé”, a lo que
(lávmadre agregaba una lista de posibilidades: “¿Quieres unos huevitos
devueltos o estrellados, o te hago unas quesadillas o prefieres chilaquiles?”
m a m á le adivinaba el pensam iento y el niño tal vez creció creyendo
t t s i h saber que tenía tal creencia- que la gente que v erd ad eram en te lo
íq u é ría le podría y debería adivinar el pensam iento pues después de todo
Ip arecía tan obvio, tan evidente lo que él deseaba. El niño sólo tenía que
t^ é c ir “bueno, está bien” cuando la m am á le preguntaba: “¿prefieres unos
|ctiíláquilitos con queso?”
gdjn viernes al atardecer llegó M artín a su casa con ganas de platicarle a su
ífesposa acerca de u n reconocimiento que le habían hecho en la em presa. A
¡fías siete d e la noche que él llegó, su esposa estaba de visita con su m adre.
£E1 tiempo que transcurrió hasta las ocho y m edia - h o r a d e llegada de su
^esposa- le pareció eterno. Ella era una m u je r cariñosa p ero nun ca fue
í 0£itrenada como adivina profesional y p o r lo tanto no tenía la m en or idea
v-.áe lo que había ocurrido ese día en el trabajo de Martín. C u and o llegó a
I caisa besó a su esposo y le p reg u n tó inocentem ente:
—Hola mi amor, ¿cómo estás hoy?, ¿llegaste más tem prano?
-^Llegué como siempre -re sp o n d ió él secamente.
—Hablé como a las siete y media y nadie contestó.
—Yo aquí estaba.
— ¿Quieres cenar algo?
■—No traigo hambre.
— ¿Ni unas quesadillas?
—Q ue no traigo hambre.
Esa noche Martín se va a la cama con tod o y ham bre. Está tan molesto
con su m u je r que no se digna aceptarle ni esas simples quesadillas que
tanto le gustan. Más tarde, ya acostados, ella le busca la m an o y él la p o n e
tiesita ni la mueve; ella insiste y él de m a n era discreta se da la vuelta. Ella
después de un rato hace lo mismo.
—¿Qué te pasa? -p re g u n ta ella.
— Nada - re sp o n d e él, como de costumbre.
AJ otro día el hom bre sigue serio y tampoco le acepta el licuado
m atutino de todos los días. D urante toda la jo rn a d a laboral Martín se la
pasa dándole vuelta en la cabeza a sus sentimientos. No se siente cómodo,
sabe que tal vez esa noche o para el siguiente día, ella sea la que esté
enojada o molesta y resentida con él y entonces los dos probablemente
van a d u ra r así unos tres, cuatro o cinco días ju g a n d o al ju e g o de “cuando
yo me acerco tú te alejas y cuando tú te acercas yo me alejo” -hasta que ’
probablem ente alguno de los dos, sin necesidad de hablar más del asunto,
ro m p a la b arrera del silencio y se acerque al otro para finalmente coincidir
y entonces tal vez hasta hagan el a m o r- Este patrón de ju eg o de pronto
les parece tan norm al, tan inevitable, tan cotidiano. Los días de estar
contentos y cercanos son tan poquitos d u ra n te u n mes pues casi siempre
algo “fuera de control” ocu rre -co m o ese día que ju stam e n te él llega a lasr
siete y ella a las ocho y m edia-. Parece que tal es el destino de la relación:
sólo tres ó cuatro buenos días al mes y el resto pu ras caras chuecas y
re.clamos silenciosos. C ualquier evento p u ed e destapar u n a crisis, hasta
una inofensiva canción o p ro gram a de televisión sirve de estímulo para
invocar viejas heridas:
— Seguro tú piensas igual que el gigoló ese de la película que hasta
se siente orgulloso de sus conquistas, ¿verdad? -m ás de alguna vez le
p reg u n tó Mariana a su esposo.
Esa noche, p a ra variar, M artín llega a su casa p r e p a r a n d o u n a cara
de m a rid o h e rid o a p ro p ia d a p a ra la ocasión p o r la reciente llegada
ta rd e de su mujer. Se im agina que al e n tra r a la cocina con su esposa
d etrá s de él siguiendo sus pasos, dejaría sin d e te n e r la p e q u e ñ a p u erta
tipo cantina que divide la cocina del com edo r: “si se p ega en la cara
pos ni m odo, al cabo no lleva tanta fuerza, ise lo merece! -p e n s ó para
sus a d e n tro s de una m a n e ra casi im p ercep tib le-. Por una p arte quiero
ag red irla, pero si ella me reclam a yo le digo: “Ay, no me fijé”. Como
soy una p erso n a “civilizada” desde luego que no voy a reconocer que la
p u e rta se suelta “sin q u e r e r q u e r ie n d o ”. . .
Mientras se desarrolla de m anera vacam ente consciente todo este
diálogo interior, otra p arte de Martín se comienza a sentir harta de ju g ar
ese ju e g o y de repetir la misma respuesta: “n a d a ”, cuando su mujer
pregunta: “¿Qué te pasa?”
Hacía un par de semanas que a Martín le había caído en su mano el
libro de Sara Sevcovich País de. mentiras. Alguien lo dejó olvidado en la
p e lu q u ería y J u a n ito le dijo am ab le m en te “pos lléveselo si le gu sta”.
Él realm ente prefería leer esto y las reseñas interminables de los partidos
<jel dom ingo que daban cuenta cabal del desem peño de sus queridas
chivas rayadas. Tenía dos semanas de no leer el periódico; el libro lo tenía
Atrapado. Se sentía furioso m ientras lo ojeaba en sus breves estancias en
Ife/escusado ju sto después de tom ar su baño, de siete a siete veinte de la
mañana.
jSL — ¡Todo m u nd o está mal!, ciertamente esa Sara Sevcovich es algo negativa
^puntillosa, pero p or otro lado todo lo tiene bien docum entado la canija. El
gobierno, los medios de información que sólo publican mentiras o verdades
^maquilladas, los funcionarios públicos, el imss, el pri, el pan, el prd, la Iglesia;
nadie se salva en este país de m ierda -p en só para sus adentros.
fE iQ ué gacho vivir en u n país así!, se decía a sí mismo cada vez que tenía
Ijue cerrar el libro p o rq u e su hija de quince años le tocaba ap u rad am en te
la p u erta en espera de to m ar su baño m atutino antes de irse corriendo a la
íprepa. M artín cerraba con el señalador en la última página leída y salía del
baño refu n fu ñ an d o m ientras se dirigía a la cocina a tomarse su licuado.
Í)u ra n te algunos m inutos m ientras term inaba de arreglarse Martín
^experimentaba una leve sensación de desasosiego, de desesperanza por
ftodo lo leído. Se sentía indignado y ultrajado p o r tantas m entiras y dobles
estándares docum entados en la obra. Pensaba en la última entrevista de
la Gordillo, a la que p o r u n lado ad m ira b a p o r fajarse los pantalones
y sostener su lucha p o r la calidad educativa. T extualm ente declaraba la
lideresa que tenía que term in ar la época del amiguismo. Y sin em bargo ella
tenía a un yerno -b astan te gris y m ediocre- en un puesto im portante. Tal
vez el amiguismo y el yernismo son cosas diferentes, o tal vez el amiguismo
sólo existe en la casa del vecino - e n tr e la am argu ra y el sarcasmo su m ente
oscilaba m ientras se le d erru m b ab a otro de sus ídolos. Pero si yo fuera
presidente acabaría con todo esto, m etería a la cárcel a tanto mentiroso y
los fusilaría -se decía internam ente mientras se dirigía al baño a lavarse los
dientes antes de partir a su jo rn a d a de trabajo.
Su indignación y su toma de conciencia social transcurría exclusivamente
en las m añanas y hasta su llegada al trabajo. Allí su mente cambiaba de
canal a los asuntos cotidianos de la chamba. Ya en la tardé noche llegaba
a su casa más bien conectado con esa sensación de distanciamiento con su
m ujer y ese viejo y difuso resentim iento de “le im porta más su m am á que
nosotros”. Lo de la m añan a y lo de la noche parecían asuntos totalmente
ajenos en tre sí, harinas de diferente costal.
Ese día a las nueve de la noche Martín estaba viendo una película inte­
resante. A la derecha del sofá le molestaba cómo su esposa daba sorbitos
a su té. Una vez más había rechazado su invitación cuando ella le ofreció:
“¿te sirvo una tacita?”
De p ro nto cayo el veinte . Tal vez fue alguna escena de la película o
tal vez algo en su sabiduría interior, se resistía a com p rar el boleto de
ese p atró n estúpido que de m anera sorpresiva ahora podía reconocer
jocosam ente como “el ju e g o del m udito resentido”. Por más com ún y
corriente que pareciera ¡no tenía que ser el destino inevitable para él y para
todas las parejas del,m undo!: tomó plena conciencia de estar frente a una
opción viable. En alguna ocasión había escuchado a su maestro H éctor de
la Rosa decir - a h o r a lo podía reco rd ar con nitidez-:” la vida es como una
alberca de posibilidades d o n d e tú eliges”. En ese m om ento finalmente
entendió toda la im portancia de aquel dicho de su profe de la Universidad
de G uanajuato. En ese m om ento p u ed e hacer lo mismo de siem pre para
conseguir los resultados de siem pre o p u ed e también, en un maravilloso
instante de libertad interior, resp o n d e r de u n a m anera diferente...
hum ilde y p oderosam ente diferente.
Así, cuando al llegar a su casa su m ujer le hace la misma inocente e
inofensiva p reg u n ta de siempre: “¿qué te pasa?”, M artín se acicatea a sí
mismo en voz baja y a la vez enérgica: “¡No te hagas pendejo, Martín! ¡Claro
que sí te pasa algo!... ¡Dilo!”
Ju sto entonces se da cuenta de que su vida cotidiana y la situación del
país están totalm ente conectadas, que todos esos funcionarios y demás
gente im p o rta n te que m ie n te n no son tan diferentes a él; tal vez quieran
decir la v erd ad p ero están atrapad os en u n ju e g o qu e no reconocen y
ven hasta norm al. Decirle “n a d a ” a su esposa es u n a form a de m entir
p o rq u e no es verdad: “isí le pasa algo!” Ese día decide com enzar a
cam biar su país desde un lug ar h u m ild em e n te poderoso: desde aden tro
de su persona.
Ese día Martín ya no utiliza su vieja y conocida respuesta de “n a d a ”; ese
día M artín se atreve a decirle a su mujer:
—Claro que me pasa algo y quiero decírtelo, me cuesta trabajo hacerlo,
pues estoy acostum brado a negar mis sentimientos, p o r lo que te voy
a pedir que hasta que term ine p o r favor no m e in te rru m p a s, no me
cuestiones, no me resp o n d as, sólo guarda silencio y al final sólo te voy a
pedir que me repitas lo que me has entendido. ¿Puedes hacerlo?
Ese día se rom pe el prim er eslabón de la cadena social de mentiras, se
rompe el viejo y conocido juego del “mudito resentido” que parecía se repe*
til ia sin rem edio hasta las bodas de oro de la pareja. Ese día después de
ser escuchado y de escuchar a su vez a su mujer, pu ede volverla a tocar,
puede dejarse ahora sí tomar la mano y sentirse cerca de ella sin cuentas
pendientes.
¡¡Jéltóilencio al mutismo

tip ie n es cierto que el silencio es un preciado don, especialmente cuando es


R ggpo de escuchar, existe el m utism o -d e l ya referido mudito resentido-
fih ad a tiene que ver con el verd ad ero silencio interior, como lo apunta
jjo d a claridad Alvear (2007). C u a n d o es tiem po de hablar pueden
lyii' distintos tipos de mutismo: p o r complicidad, envidia, recelo, miedo
impotencia. No im porta la clase, el efecto es el mismo: un diálogo
ftflSimpleto y un a relación pobre. Ni el p e rd ó n , ni la reconciliación, ni
S||cíesahogo, ni -mucho m enos la deliciosa ex periencia de conexión
iffrre el “Yo y T ú ”, p ro p u esta p o r M artin Buber, el gran filósofo del diá-
son posibles si la persona se niega la o p o rtu n id a d de arriesgarse
i p é r transparente, de sacar eso que au n q u e suene ilógico, irracional,
l ^ a d u r o , no desaparece al ser negado. Un diálogo re p a ra d o r requiere
j p í h s p a r e n c i a . Q uien es capaz de hablar y recibe el regalo de la escucha,

¡experimenta algo que a quienes nos dedicam os a la facilitación del diálogo


| p | s i g u e conm oviendo p ro fu n d am en te; algo q ue va más allá del concepto
.bonito que experim enta el significado de aquella consigna bíblica signada
fo m o lema por más de alguna universidad: “La verdad os hará libres”.

íjje la expresión al desahogo

m acuerdo con Bessel (1972) y Jackins (1965) las heridas p o r experiencias


ídéí pasado, fenóm eno conocido como “trau m a psicológico”, se dan “no
¡tanto p o r el dolor ocurrido cuan do algo nos faltó o cuando alguien nos
lastimó”. La huella de una herida del pasado p erm an ece de alguna m anera
-a u n q u e por m omentos pareciera olvidarse- como u n a especie de grieta
por la que se nos escapa la energíá y la vitalidad ante la imposibilidad de
expresión y desahogo. Con un a gran frecuencia la expresión y el desahogo
;éri 'condiciones de seguridad psicológica son suficientes p ara facilitar
la'1integración constructiva de cualquier experiencia por dolorosa que
Aparezca. Dado que la experiencia del trau m a con sus diferentes variedades
py matices es prácticamente condición h um an a, cada m iem bro de la pareja
tiene ante sí d u ran te todo el proceso de su relación la posibilidad de fungir
•fcómo un facilitador o como un dificultador activo de la expresión y el
^desahogo. :
Los seres hum anos a través de la comunicación interpersonal - d e
m anera vicaria, es decir con el ejemplo de lo que vemos que otros hacen-
aprendem os de las conductas observadas más que de los consejos y de
las palabras pronunciadas: las acciones hablan más fuerte que los discursos
o la manera como me lo dices expresa tanto que no alcanzo a escuchar lo que
me dices. D esgraciadam ente el aprendizaje te m p ra n o -las experiencias
vividas en la familia de origen de cada m iem bro de u n a nueva p a re ja -
suele p ro p o rc io n a r u n muy p ob re m odelo de com unicación. De niños
u su a lm en te los varones a p r e n d e n a no escuchar tanto com o a no e x p r e ­
sar sentim ientos. Los p ad res de quienes a h o ra son padres, que a su vez
tu vieron a sus propios p ad res, recibieron en su m om ento u n pobre ejem plo
y p o r consecuencia u n p o b re aprendizaje tanto en el arte de escuchar
com o en el de e x p re s a r sentimientos, necesidades y preferencias. Así
entonces, la adquisición de nuevas formas de com unicación constructiva
-e sc u c h a r con em patia y e x p re sa r con respeto, hon estidad y c la rid a d -
se convierte en la vida adulta en algo tan difícil, no tanto p o r lo que
hay que a p r e n d e r sino p o r todo lo que req u iere ser d esapren dido . La
com unicación deficiente en la infancia suele ser el p rim er eslabón p ara que
:el día de m añ ana esos niños -al convertirse en padres de familia- lleguen
a su vez a ser prom otores de experiencias traumáticas, facilitadores de un
pobre desarrollo emocional, modelos de triangulaciones, incapaces de
m anejar los conflictos cotidianos de m anera saludable, etc.
E ntre las herencias invisibles del aprendizaje en el seno familiar,
podem os resum ir: la incapacidad para escuchar, expresar sentimientos y pedir. Si
el hijo observa que su p ad re raram ente expresa lo que le pasa, de m anera
inadvertida irá asum iendo que esa es la forma natural de com portarse
en las relaciones. El p ad re transm ite así implícitamente a su hijo una
creencia: “quien de verdad te quiere sabrá lo que te ocurre, adivinará tus
necesidades sin esperar a que tú lo com uniques”.
C uando, ante un incipiente conflicto familiar, un m iem bro expresa una
molestia o un sentimiento desagradable y entonces obtiene como única
respuesta un a reacción defensiva y de resistencia po r parte deí “supuesto
escuchad or”, g eneralm ente la persona que se atrevió a hablar como mejor
p u d o - a u n q u e sea en forma de reclam o- opta a p artir de entonces por
callarse y refugiarse en una postura cómoda, destructiva y “victimezca”:
La última vez que hablé y expresé mis resentimientos me fue mal.
Mejor me callo y respondo con un totalmente falso “estoy bien, no me
pasa nada, estoy llorando p orque se me metió el hum o en los ojos.
L en g u a je Yo versus len gu aje T ú: los sentim ientos de enojo, decepción,
rechazo o soledad, g en e ra lm e n te no se exp resan com o tales, se e x p re ­
san más bien in directam ente en un lenguaje de reclamo y agresión;
n

ie ex presan en form a de “tú eres” y no de “yo me siento”. A trapados


tn la com unicación indirecta la pareja o el hijo con frecuencia “hacen
í:osas destructivas a través .de su co nd u cta” pero no expresan con su boca
cuando se les p re g u n ta si algo les molesta; inicialmente sólo atinan a
ÍJecir: “no tengo nada, no siento nada, no me pasa n a d a ”, suelen echar
ía responsabilidad al otro: “ustedes tienen la culpa de todo, tú eres muy
exagerada; tú eres muy egoísta, tú eres m u y ...” C ulpar a otros - n o tom ar
la responsabilidad de conectarse con los propios sentim ientos-, prom ueve
aún más la defensividad y contribuye al deterioro g radual de las relaciones.

Los elementos básicos de una comunicación interpersonal: al
deferirnos a la retroalim entación hacemos uso básicamente de la descrip­
ció n de hechos y de la expresión de sentimientos. Sin em bargo aunq ue
^contactar y describir sentim ientos es especialm ente im p o rta n te en lo
que más ta rd e llam arem os el diálogo ex perien cial, q u erem o s incluir a
-los ya m en cio n ad o s otros dos elem entos qu e fo rm a n el re p e rto rio de lo
(jue p u e d e ser c o m p a rtid o d u r a n te u n proceso de diálogo. En síntesis,
lós cu a tro elem en to s del diálogo son:
a) Los eventos que o curriero n y son descritos como realidades
externas a mí (cómo, cuándo y dónde).
b) Q u é siento (molestias y agrados).
c) Q ué pienso (qué imagino, qué interpreto, qué supongo).
d) Q u é espero, necesito o quiero que tú hagas.
Describir u n a realidad pertenece a la dim ensión de los hechos. Los
hechos son como son; son, p o r así decirlo, lo más cercano a la realidad y
como tal no son debatibles. Las interpretaciones o pensam ientos p u ed e n
ser discutidos pero los hechos sólo p u ed e n ser observados y descritos. No
obstante que existen visiones radicales, “cuántica-postm odernistas” de la
ciencia, que sostienen que no es posible ser objetivos en la descripción
de un hecho, pues prácticam ente todo es subjetivo, nosotros proponem os
que para ñnes de un diálogo sí es viable hacer descripciones objetivas
parcialmente independientes del observador. De cualquier m anera, la
importancia de esta distinción más que de o rd en teórico es de valor estric­
tamente práctico, pues el no distinguir claramente entre las diferentes categorías
propuestas resulta en una comunicación extremadamente pobre y enmarañada.
Uno de los errores cotidianos más com unes que impide el proceso de
diálogo resulta cuando las personas por ejemplo tratan lo que piensan o
interpretan como si fuera una realidad:
— Me ves con odio.
— Me rechazas.
—Te vale un cacahuate mi opinión.
—Te caigo mal.
— Ya no m e quieres.
Es imprescindible, en aras del diálogo, separar los hechos de los pensa­
mientos o interpretaciones. Decir, por ejemplo: “cuando llegas tarde del
trabajo yo comienzo a pensar, a im aginar que no te soy im portante, m e em ­
piezo a sentir insegura e imagino cosas que no pu ed o evitar: p or ejemplo
que tal vez andes con alguien más”, es muy diferente a decir - a u n q u e se
refiera al mismo suceso-: “seguro que andas con otra m ujer... que ya no
te im p orto... que eres u n mentiroso, siempre llegas ta rd e ”.
La im portancia de distinguir categorías, reiteramos, es vital para
facilitar que la otra person a realm ente escuche y se p u e d a así construir
un v erd ad ero diálogo. C uando u n a persona dice: siento que no me quieres,
de alguna m anera p on e al otro en una gran tentación de discutir ese
sentim iento al presentarlo como un hecho pues quien escucha puede
justificadam ente replicar desde una perspectiva lógica: “no es cierto si te
quiero, lo que pasa es que tú nunca ves lo que hago, bla bla bla b la ,..”
Por otro lado: la descripción cuidadosa tanto de sentimientos como
de hechos invita al interlocutor a simplemente asomarse al mundo
referido, pues ni los sentimientos ni los hechos descritos son discutibles,
simplemente son como son y como tales pueden ser expresados y
escuchados.
Lo que el otro espera o quiere de mí igualmente tam poco es discutible;
esa p erso n a quisiera que yo Regase más tem prano, que saliera más con
mi hijo, que hiciera o dejara de hacer cosas. Es especialmente im portante
en la construcción de un espacio protegido de diálogo tener en cuenta
que las expectativas y deseos de la otra persona los p u ed o escuchar y, sin
em bargo, ello no implica cambiar ni prometer. Una condición básica para
el diálogo es precisamente su renuncia al cambio. “¿Para, qué dialogamos si.
nunca vas a cambiar?”, parece ser un argumento contundente capaz de boicotear el
proceso reparador del diálogo. Una conciencia pmmtiva, com,o lo abordaremos más
tarde, se rige por la obsesión de querer cambiar al otro y en el pecado lleva la penitencia:
por estar tan ocupado en cambiar ai otro deja ele escuchar y con ello promueve más
la, resistencia al cambio. Los testarudos del cambio repiten lo que muchos marineros
hicieron antes de Cristóbal Colón, se regresan a las primeras millas de viaje y nunca
llegan a ver las magníficas tierras del nuevo continente; nunca llegan a probar los
deliciosos frutos del. diálogo.
En el diálogo, la prioridad la tiene entender al otro por sobre todo
lo demás, especialmente sobre la presión al cambio a veces implícita
cu a n d o u n a persona expresa una necesidad o expectativa. La p ersona
que v erd ad eram en te escucha lo hace desde u n a p ostura de “no sé si p o d ré
cambiar y ajustarm e a lo que tú necesitas de mí, pero lo que sí te ofrezco
esique p o n d ré toda mi atención y energía en salirme de mí p ara entrar,
contactar y e n te n d e r tu experiencia, sentimientos y expectativas”.
Desde esta perspectiva ex p resar u n a expectativa en lenguaje imperativo:
deberías d arm e mi lu g a r”, resulta m ucho m enos facilitador que simple-
rnente reconocer “que la expectativa es mía y p o r lo tanto p u edo separar,
diferenciar y com partir: lo que siento, lo que espero, lo que interpreto y lo que
describo como hechos”, p o r ejemplo:
a) C uando estamos en la fiesta y tú me das la espalda para platicar
con tu com p ad re y así te quedas d u ra n te más de diez m inutos...
(descripción de hechos).
b) Yo me siento ignorada, no tom ada en cuenta, muy incóm oda
(sentimientos).
c) Me imagino en ese m om ento que no me quieres, que no soy
im portante p ara ti (pensamientos, interpretación... reconozco en
este m om ento “eso” que em piezo a imaginar, ind ep end ien tem en te
de que sea o no verdad).
d) Me doy cuenta de que en ese m o m en to yo espero, necesito que
platiques conmigo, que me incluyas en la conversación (expectativas
y deseos que in d e p en d ie n tem en te de que tú estés en condiciones de
satisfacer, yo tengo derecho a ten er y a expresar).
j

Los sentimientos, como ya lo hemos ap u n tad o , p u ed e n ser ciertam ente


discutidos y cuestionados como irracionales, ilógicos o inm aduros, sin
embargo se rigen precisam ente p or la “lógica de las em ociones” y como tal
cuando son cuestionados y se les quiere cambiar con argum entos y razones
aunque ap aren te y m om en tán eam ente desaparezcan y se escondan,
finalmente vuelven a emerger.
Invitamos pues al lector a observar con cuidado sus propios vicios
de comunicación y, como diría Miguel Ríos, a ser impecable cuando se
comunica. Lo invitamos a darse cuenta de que al “describir los hechos y
poseer, es decir, ex p resarm e en p rim era persona y hacerm e responsable
de lo que .siento, pienso y quiero, entonces contribuyo g ran d em en te a una
comunicación facilitadora”. Invitam os sobre todo al h o m b re a observarse
en una p a u ta ele com unicación que suele aco m p añ a r más a su género:
h ab lar dem asiado “de lo que pienso y espero” -có m o tú deberías actuar
p o r lógica, por educación, p o r sentido com ún y por otras mil “razones
razonables”- y muy poco hacer referencia de qué siento. Es muy frecuente,
p o r ejemplo, que el varón de la pareja de plano habla n ad a o, cuando io
hace, p o r cada sentimiento que m enciona se acom paña de cien razones -
hábito conocido como echar rollo-. Así, cuando un sentim iento es escoltado
de tantas razones, justificaciones, deberías y dem ás rollos marcadores, el
mensaje se diluye tanto que difícilmente llega a ser sim plem ente en tendido
y respetado p or la otra parte. El h om bre “de las cien razo n e s” no se da
cu en ta d e sus hábitos y, así, en tre más ve que ella p o n e su cara de ab u rrid a
o de niña regañada, él echa más consejos, sugerencias, rollo:
— Me da coraje cuando llego a la casa y no está hecha la comida, pues creo
que deberías hacerte más responsable, pues claro, en la m añana te sales a
ayudarle a tu mamá y a tus hermanas y pues llegas ya toda cansada y claro tu
herm an a es u n a huevona que no hace nada y ahí estás tú, portándote como
la sirvienta de ellos y... deberías darte tu lugar y decirles que bla bla bla...
Un día, tal vez después de tanto observarse y darse cuenta de lo contra­
p ro d u cen te de su rollo mareador, él - o ella- se limita a la prim era línea
del diálogo, a ex presar su sentimiento y luego se calla, g u ard a silencio,
se abstiene p o r p rim era vez en su vida de decir lo que piensa que el otro
debería hacer. Al aho rrarse todo el rollo tal vez descubra con sorpresa que su
m ensaje llega más lejos:
— Me dio coraje y me sentí triste, poco im portante, cuando ayer llegué
a casa y no estaba hecha la comida, pu n to .
Para llegar a este espacio verdaderam ente facilitador, de transm itir con
transparencia y hum ildad su mensaje, ha tenido que a p re n d e r a observarse
en diferentes momentos:
• Tú ya no me quieres: es una m anera de tratar un sentim iento como
si fuera un hecho.
• Siento que no me quieres: es una m anera de disfrazar un pensam iento
como si fuera sentimiento (cuando se inicia una frase con siento
que generalm ente estamos queriendo decir p ienso que...)
• Tú deberías llegar más temprano: es una m anera de disfrazar lo que
yo espero o necesito como una obligación y al hacerlo estimulo
clefensividacl.
• Pienso o imagino que no me quieres: cuando le veo llegar larde iodos los
días me siento no querida y tengo ganas de verte más temprano...', es
u na m anera de tratar los hechos como hechos, los pensamientos
o interpretaciones como tales y de com partir con honestidád y
claridad lo que “yo necesito”. En síntesis, es u n a form a más precisa,
facilitadora y tran sp aren te de com unicarm e y construir un diálogo.

IPensar, sentir y esperar de m an era diferente no implica que u n o de los


esté mal y el otro bien. Con frecuencia, en el consultorio del terapeuta
fiíniliar u n o de los esposos que acuden en busca de ayuda profesional
Üepresa al especialista: “venimos p ara que usted nos diga quién de los dos
Bstá mal”. Un día descubren que no es cuestión de que él esté mal p o r decir
s u s comentarios ni ella p o r tomarlos tan a pecho y considerarlos ofensivos.

¡jrídía descubren que lo importante no radica en encontrar la ‘verdadera realidad”


tino entender las varias realidades presentes en un intercambio entre personas
historias diferentes. Aristóteles, uno de los pensadores más influyentes
de la cultura occidental con sus leyes.de los silogismos, nos enseñó que
nada p u ed e ser y no ser, que lo que se niega en u n a premisa no se puede
afirmar en otra, que hay categorías excluyentes, qu e algo no pu ed e ser
negro y blanco a la vez. En las filosofías orientales, p o r otro lado, se puede
aceptar que las cosas p u e d e n ser blancas y negras a la vez, es decir que
tu.yerdad p u e d e ser verdad y a la vez la mía también, p o r incompatible
que ello parezca. Los conflictos son finalmente la mejor oportunidad de
Crecimiento de cualquier relación precisamente p orque abren, cuando
sbn enfrentados p o r la vía del diálogo, ¿la posibilidad de ampliar la manera
cié percibir y de funcionar en el m un do y porque abren la posibilidad de
integrar nuevos aspectos a la visión individual, porque de m anera totalmente
nátural y poderosa facilitan la transformación de la conciencia hacia estados
mas complejos y evolucionados. El conflicto representa pues una gran
oportunidad de crecimiento, con una condición: ser enfrentado a través
del diálogo. De lo contrario el conflicto puede tener efectos fatales para una
relación. Lo que nos decimos nos puede incomodar y hasta doler, pero sólo
lós resentimientos que nos callamos pu ed en destruir nuestra relación:
Lo que tú me digas me podrá ofender, lastimar o enojar en un primer m om ento,
pero cuando p u e d o escuchar tus sentimientos como algo válido y entendible a la luz
de tu historia, nada de lo que m e dices pone en peligro nuestra relación, com o por el
contrario sí la p on e todo lo que en aras'de una supuesta y malentendida prudencia
te callas, todo eso que habiéndote dolido, te guardas para ti mismo y lo conviertes
en mutismo hasta que tu cuerpo, a través de tus sentimientos, va manifestándose
en forma de alejamiento y resentimiento crónico. Todo eso que te callas, todo ese
exceso d e prudencia educada es lo que finalmente llega a matar nuestra relación:
(Cartas a mi amiga, R. Ch. R., 1993, fragmento).
La automaticidad en las relaciones interpersonales

|2>1 estudio del funcionam iento automático ofrece u n a perspectiva de


S a gran utilidad para, antes del diseño de cualquier estrategia de cambio,
en ten d er esa inm ensa gam a del funcionam iento h u m a n o que no obstante
&éf autodestructivo y disfuncional se m antiene con frecuencia d u ran te la
mayor p arte de la vida de la persona sin control alguno de su voluntad.
En el contexto de las relaciones interpersonales - d e pareja, familia y
am istad- es notoria la disfuncionalidad en la form a de resp o n d er ante
£1 conflicto y las diferencias con las ya esbozadas RAB’s (respuestas
automáticas bloqueadoras), que no solamente resultan poco útiles p ara
prom over el cambio sino con frecuencia son francam ente destructivas,
ttespués de algún tiempo de intentar cambiar los malos hábitos del hijo
o de la pareja no sólo im piden que el otro deje de b eber o de frecuentar
á “x ” o “y” persona; sino que además del p rim ero logran u n segundo
fracaso: d eterio rar la relación aún más.
Ju a n - o J u a n a - se queja de que su hijo se q u eda m udo, que nunca com ­
parte nada personal y que nunca habla de sus sentimientos. Un buen día,
inesperadam ente, el joven se arriesga a abrir u n poco de sus sentimientos
y expresa:
—Estoy cansado de que...
V entonces J u a n o Ju a n a responde en automático con alguna r a b .
— ¿Y cómo quieres que me sienta yo?
En ese m om ento se inicia una serie de com entarios sarcásticos agresivos
y similares. En un análisis de las secuencias conductualés se p u ed e n
observar respuestas que funcionan como reforzadores de ciertos estímulos.
En otras palabras, indep end ientem ente de su intención o contenido verbal
hay respuestas cuya ocurrencia refuerza o increm enta las probabilidades
de que el estímulo previo vuelva a aparecer. C o m p rarle su paleta para
callar a un niño en pleno berrinche au nq u e sea con palabras de no vuelvas
a hacerlo, finalm ente aum en ta la probabilidad de que el berrinche se
vuelva a rep etir posteriorm ente en el superm ercado. El llamado Análisis
Experim ental de la C onducta describe los patrones de contingencias, es
decir las formas regulares de resp o n d er y sus consecuencias en la conducta
“problem ática”. E n ten d e r que hay respuestas que -in d ep e n d ien te m e n te
de su inten ció n - a u m en ta n las probabilidades de que aparezcan ciertas
conductas, y otras que p ro m uev en que desaparezcan o se extingan las
mismas conductas pareciera ser suficiente para aplicar o dejar de aplicar
inteligentem ente un reforzador.
La realidad d e las relaciones interpersonales cercanas, sin embargo,
pareciera no te n er nada que ver con la aplicación inteligente de refor­
zadores. Cada vez que yo contesto con un reclamo o sarcasmo o con
cualquier rab estoy au m e n ta n d o la probabilidad de que mi interlocutor
conteste con u n a respuesta de cerrazón.
Por estúpido y disfuncional que esto parezca las relaciones viciadas
suelen ser verdaderas orgías de ataques y contraataques. Lo que Watzalwick
ha llamado cambio de prim er orden y Michel y Chávez “cambio primitivo”,
como veremos más adelante no es otra cosa que intercambios interminables
de “más de lo mismo”, es decir, yo le aplico a mi hijo o a mi pareja una
dosis cada vez mayor exactamente de eso cuyo efecto conductual en él
es precisamente hacerlo más callado, más rebelde, más mentiroso, más
habitador de la calle y menos de la casa.
Le pido p rim ero que hable y cuando 16 hace lo atiborro de palabras blo-
queadoras, luego le vuelvo a p edir que me tenga confianza, que comparta
sus sentimientos y entonces me responde “no tengo n a d a ” y finalmente
yo le reclamo “¿ya ves cómo no me tienes confianza?”. P ueden pasarse
toda una vicia sin darse cuenta que funcionan como un auto atascado en
el fango del cambio primitivo; entre más acelera más se hunde. La vida
pareciera m antenerse sin control directo de la voluntad. En los intentos de
acercarse o resolver el problem a los interlocutores hacen de todo menos
escuchar y expresarse con transparencia - d e “lo que yo siento”, no de lo
que “tú deberías de h acer”.
La automaticidad ha sido objeto de estudio prácticamente desde el
nacimiento ele la psicología como ciencia. Primero James a finales del siglo
antepasado, después Pavlov a comienzos del siglo veinte y muchos otros des­
pués se han referido a esas respuestas que desarrolla el organismo a partir
ele ciertas condiciones de aprendizaje consistentes y repetitivas? Sin pretender

•Lo-íin. 1979.
aj lector sobre los mecanismos y modelos del aprendizaje de lo
a U n im a r

SHtomático, creemos básico referirnos a los rasgos más destacados del fu n ­


cio n a m ien to automático: inconsciente, rígido e involuntario.10
5tJno de los elem entos que define autom aticidad es precisam ente su
o lü rren cia sin el concurso de la conciencia. La p e rso n a se d a cu en ta de lo
qffe hizo cu a n d o ya hizo “la ta ru g a d a ”: cu a n d o ya gritó, ya se deprim ió,
^ s e reg añ ó a sí mismo o al otro.
¡lifel otro elemento que define el funcionam iento autom ático es su
llridición de ser vivido como “arrollado p o r algo fuera de la voluntad
y^él control personal”: En otras palabras la respuesta autom ática depende
fdftia aparición de un estímulo y ocurre independientemente de la voluntad: no
¡litó controlada por la persona sino p o r el estímulo -y a sea externo o
Im terno-. U na respuesta automática asimismo tam poco es modificable con
¡pura información. La fobias son un ejemplo claro de que un a conducta
ítíe tem or - u n m iedo - no cambia con buenas razones. Ante u n estímulo,
fey h o p u ed e ser una palabra en forma de reclamo, u n a p re g u n ta o algún
|£ V » "i t ( '

E lem ento típico como un ratón, la p erso n a no p u e d e evitar reaccionar


icón u n a agresión, con una sensación de in se g u rid ad o con un grito
Sescandaloso respectivam ente... ¡esto es autom aticidad! Las respuestas
^automáticas se manifiestan de m an era m otora (un brinco), em ocional
|fun a sensación de miedo o am enaza) o cognoscitiva (un p ensam iento de
l*ya no me q u ie re ”). N uestro objetivo en este capítulo es p recisam ente
^explorar la influencia del funcionam iento autom ático en las relaciones
¿familiares.
| * Si consideramos que de m anera conservadora p o r lo m enos el noventa
fpor ciento de las interacciones entre las personas pertenece a la d im e n ­
sión automática, resulta entonces posible, con u n poco de conciencia,
reconocer los patrones en los que se en re d a n con total inocencia las
parejas y las familias: una conducta automática p o r estúpida y destructiva
>que parezca - e n la pareja o hijo- no p u ed e ser resuelta con respuestas
igualmente automáticas de invalidación, regaño, juicio o crítica. El castigo,
la crítica, p o r ejemplo, suelen ser reacciones igualm ente automáticas
ante la aparición de conductas inadecuadas. Con frecuencia el efecto
del castigo es contraproducente, en el mejor de los casos es sim plem ente
efímero: niños, jóvenes o esposos en ocasiones se p o rtan bien sólo cuando
están siendo observados. Los cambios logrados en dichas condiciones de
vigilancia son posibles ¡claro!, pero temporales, totalm ente pasajeros. Se
quiere cambiar algo automático con algo más automático. Al cabo de un

10Di xo n, 19S1; N o r m a n , 1976; Shevri n v Di ckman, 1 9 80 y Neisser, 1976.


tiem po no sólo ha au m en tad o la resistencia al cambio sino que la relación
se ha d eteriorad o visiblemente.
Alejandro, de 16 años, había salido entre semana p o r la tarde un par
de horas con la prom esa dé regresar antes de las nueve para cenar todos
juntos. De regreso a casa se encontró a un a amiga en crisis y “se tuvo que
q u ed ar a escucharla y consolarla”. Mamá p o r su parte había cocinado una
cena m odestam ente especial al gusto de su hijo. Todo estaba p re p a ra d o a
las nueve. E speraron quince minutos y Alejandro no llegaba. Pasaron otros
quince m inutos y quince más. Mamá estaba furiosa, se sentía frustrada y
no tom ada en cuenta por su hijo al que había querido de sorpresa regalar
su guiso favorito. A las diez y cuarto sale a buscarlo y lo en cuen tra a unas
cuadras de la casa, ya de camino de regreso:
— Súbete al coche.
— Mamá, déjam e explicarte, es que me encontré a Carla llorando.
— No quiero oír nada, estás castigado.
— Pero m am á, déjam e explicarte.
—Ahorita no quiero oírte y toda esta semana olvídate de salir.
— Mamá p ero es que Carla...
—T ú siem pre tienes un pretexto para no cumplir.
— Mamá, p ero es que Carla...
— Estás castigado, no quiero oírte, estoy cansada de tu mentiras.
Tal vez diez o quince veces Alejandro intenta -en automático- explicarle
a su m am á y las mismas diez o quince veces la mamá con un sentimiento
de no ser respetada p o r su hijo le contesta -tam bién en automático- con una
negativa. A hora Alejandro, que reacciona con rabia ante la sensación de
ser ignorado, es quien persigue a mamá.
— Q ue me escuches, te digo que me escuches -la sangre le hierve; de
pronto está totalmente alterado tocando un a sensación de impotencia
que se manifiesta en una voz cada vez más subida de tono. Hasta que
interviene papá.
—A tu m am á no le grites.
— Contigo no estoy hablando.
— Pos no íe grites.
— Este es un problem a entre ella y yo.
Papá también se siente autom áticam ente no respetado, ignorado por
su hijo, y así también autom áticam ente comienza a subir el tono.
Papá le tira un golpe. Alejandro alcanza apenas a esquivar la mano
agresora pero se resbala y cae al piso. Papá está frente a él con los puños
cerrados y la cara roja de rabia cuando atropelladam ente llegan, entre
ígnitos y sollozos, el h erm a n o m eno r y la m am á, interponiéndose en tre los
^Hos. La cena resulta todo u n fracaso y así d u ra n te los siguientes días en la
|§isa sólo hay caras largas y silencio.
SÉ Santiago Ramírez observa que los seres h u m ano s tendem os a vivir las
[mismas emociones de la infancia u n a y otra vez como en la pieza musical del
[jjplero de Ravel, d o n d e la m elodía a u n q u e con diferentes instru m en to s
[ | j repite constantem ente d u ra n te toda la vida de la pieza. Así soy yo y
¡fsí es mi p areja -p a re c e ser la conclusión-; ni m e p u e d o se p arar bien ni
[puedo convivir arm oniosam ente. Ni lo p e r d o n o ni lo dejo ir, tal com o
Rugiere aquella vieja canción popular: “contigo p o rq u e m e matas y sin ti
j o r q u e me m u e ro ”.
tó El gran d ram a de los círculos viciosos se inicia precisamente cuando
||u ie n expresa un conflicto interno, u n a necesidad no satisfecha o un
jfentimiento fuerte cualquiera, lo hace sin las condiciones mínimas, de
M anera tan indirecta, tan poco clara, tan agresiva, tan fuera de lugar, tan
|¿yovocadora, tan sarcástica... tan automática. En los siguientes capítulos
fios referimos asimismo a la triangulación y al Pasaje a la acción, como
ftúécanismos automáticos de “relación h u m a n a ”. Por ejemplo, la mamá de
5\lejandro ante la llegada tarde de su hijo experim enta automáticamente
'esa vieja y conocida sensación de ser ignorada -y desde ese lugar no puede
escuchar, sólo atina a am enazar-. A su vez, quien recibe el reclamo, sólo atina
fftambién de m anera totalmente autom ática- a defenderse, a justificarse, a
^contraatacar; es incapaz de escuchar más allá de la forma, más allá de lo
aparente. U na respuesta automática de agresión generalm ente responde a
una experiencia interna de dolor, de rechazo, de abandono, de exclusión.
,E1 camino del diálogo que term inarem os de ex po ner en el último capítulo
precisamente nos invita a registrar y aprovechar la prim era oportunidad
“protegida” - n o precisamente en el m om ento de la crisis, cuando Alejan­
dro sube al auto y comienza el intercam bio- para com partir u n a escena del
sentimiento fuerte y explorarla con mayor detalle y p rofundidad.

Quien más lastima al otro, probablem ente es quien más


necesita ser entend id o y, a su vez, quien menos capaz es
de expresar con claridad lo que le o cu rre internam ente.

Sin darnos cuenta hacemos cosas para que nos pateen y luego nos
quejamos am argam ente. En automático nos ponem os de pechito y luego
también en automático nos defendemos: Jorge le contaba a Maribel, desde
que eran novios, dos o tres m entiras a la semana, y luego ya de casados un
día le reclam a todo indignado:
— i Es qu e tú no me has sabido d ar confianza!
Los estímulos que Jo rg e percibe en su relación de pareja son a su
vez respuestas condicionadas-automáticas de Maribel. E ntre ellos, como
esposos, parece establecerse, como en tre las naciones, una especie de
zona de libré comercio d o n d e se intercam bian con abundancia estímulos
y reacciones; Al final todo parece una madeja difícil de desenredar: las
conductas o reacciones de José, sus gestos, sus comentarios, hasta el tono
de su voz, estimulan en María sus propias reacciones (gestos, comentarios,
expresiones) y viceversa. En otras palabras, lo que para un o es una
simple reacción autom ática p ara el otro es un estímulo que provoca su
propia reacción. Watzlawick, u n o de los más im portantes estudiosos de la
comunicación h u m a n a se refería, p or ejemplo, en u n o de sus “axiomas”
a que Cada persona tiene su propia puntuación, es decir su m anera de
colocar las causas y los efectos, los estímulos y los reforzadores -lo que
yo hago lo refuerza a él y lo que él hace me refuerza a m í-. C uando al
alcohólico, p o r ejem plo, se le p re g u n ta p o r qué tom a, éste contesta que
p ara olvidar a la metiche insoportable de su mujer. Al p reg u n tarle a ella
p o r qué es tan metiche e insoportable ella pide que no la m alinterpreten,
que definitivam en te no es m etiche, qu e sim p lem en te está haciendo
algo heroico y altruista; está cu id a n d o y vigilando a su esposo p a ra que
no tome.
— Si con toda esta vigilancia él de todos modos toma, imagínese si no lo
cuido -se queja am argam ente la mujer.
Esta pareja como muchas otras, de diferentes formas, están atrapadas en
este juego, en este intercambio de automaticidades p ro fu n d a m en te agotador
que nosotros llamamos de p rim er orden. Las conciencias primitivas de
p rim er o rd en precisam ente perciben de m anera automática y le echan la
culpa sólo al estímulo de afuera que las provocó. .
—T ú me hiciste gritarte.
—T ú me provocaste.
— N unca te hubiera golpeado si fueras más cariñosa conmigo.
Las conciencias de prim er orden se e'nredan más y más en sus madejas
automáticas en la medida de su propia incapacidad de dialogar y de aso­
marse a la experiencia del otro. En la historia de ese intercambio inter­
minable de reclamos es posible que la memoria no alcance a detectar quién
Eóinenzó primero, quién inició todo: ¿el huevo o la gallina? Finalmente, no
importa si él comenzó con su alcoholismo o ella con su metichismo o los dos al
gfismo tiempo. Su única salida del embrollo es cuando u n día crecen y se dan
^Jerita de que “el otro” lo único que puso fue el d ed o p ara apretar el botón,
pero la automaticidad ya la traían adentro (el sentimiento de ser ignorado,
u i'n o ser querido, de ser atacado.). A unque con “buena intención” quiere
lifiibiar al marido, el efecto contraproducente sólo p o d rá ser descubierto
p | r la esposa cuando su conciencia se ex p an d a y p u e d a ver p o r fin lo que
¡ ^ p e r m a n e c i d o invisible -obvio para todos m enos p ara ella-. E ntre más
Quiere cambiar al otro, más se en re d a la madeja; en la m edida que ella es
jlSiétiche, él más toma y en la m ed id a qu e él to m a ella es más metiche; en
Jlaímedida que él se siente más rechazado más reclama, en la m edida que
I f á s reclama ella más se aleja y entonces él más arrem e te, y así continúan,
gjpfel libre intercambio en tre m arido y m u jer se da en la siguiente secuencia:
h) Cuando Ju a n en automático funciona con sus amigos como la monedita
~ de oro y con todos quiere quedar bien y p or ejemplo le presta a su
com padre Jacinto u n dinero que hace falta en la casa o llega tarde
p o r no poderse negar a la invitación hecha p o r “su m ero co m pa”:
b) María en automático se siente desplazada, poco im portante, no tom ada
en cuenta por su esposo y ante esa sensación, tam bién de m anera
automática:
c) Suelta más reclamos.
i) Él, p ara evadir las críticas de su m u je r com ienza a contar m entiras
cuando visita a su com padre Jacinto, le dice a su m ujer que está
trabajando horas extras, pero cuan do su m ujer finalmente se entera:
?) María también autom áticam ente ex p erim en ta más enojo y le d u p li­
ca a Ju a n la dosis de crítica. Así, en la m ed ida que ella más lo critica:
f) Él más se cierra y en tre él más se cierra:
£•) Ella más lo critica.
h) Cinco veces al día d u ran te cincuenta años ella regaña y él se
defiende... y así hasta que la m uerte los separa.

■; La historia de las interacciones en tre las parejas au n q u e con algunas


variaciones, en el fondo son muy similares: ella reclama en automático
y luego él contesta con sarcasmo en automático y luego ella se retira en
automático y luego éi se siente culpable en automático. Ella grita en automático
y luego él da un portazo en automático. In te rn a m e n te él se siente vigilado,
oprim ido, fiscalizado y ella también en lo interior se siente aban do n ada
y poco im portante. Las reacciones automáticas, como lo hem os anotado,
d e p e n d e n totalm ente de un estímulo, ya dejaron de ser voluntarias
y p o r lo tanto difícilmente p ued en ser cambiadas con instrucciones
verbales: cada vez que él o ella, el padre, la m ad re o la pareja dicen “tú
d eb e rías...” no se dan cuenta de que en ese m om ento en lugar de un
cambio constructivo están estimulando un a invisible pero real respuesta
autom ática de resistencia, cerrazón, retraim iento u hostilidad soterrada en
el otro. Así p o r ejemplo, la expresión tú deberías rep rese n ta u n a especie
de cam panita de Pavlov cuyo mensaje es el siguiente: tú estás mal por ser así,
si quieres que yo te apruebe así no lo vas a lograr, yo te apruebo y tal vez te quiero
sólo si cambias, así como eres no te puedo querer
Cada miembro involucrado en una relación conflictiva ejerce pues de
m anera impecable, a través de un comentario, gesto o tono de voz, el poder
de ap retar el botón en el otro y “estimularle” una reacción automática; un
“hacerlo sentir bien o mal”. Pareciera que el dedo que aprieta el botón de
nuestras conductas y reacciones emocionales está en p oder de alguien “fuera
de nuestra piel”, alguien que al aparecer logra “cambiarnos de canal” y
“hacernos reaccionar”, o “hacemos sentir” inseguros, competitivos, asustados,
frustrados, humillados, poco im portantes o culpables. El resp o n d e r con
gestos, com entarios de crítica, invalidación y otras rab’s , pertenece pues a
la dim ensión del funcionam iento no controlado p o r la voluntad.

Más de lo mismo

Es p o r esta razón que en las relaciones familiares a veces la m adre, el hermano


o el esposo tienen un aparente gran poder de hacer sentir mal a la otra
persona con sólo un gesto o con emitir una inocente palabra o comentario.
G ran parte de los estímulos que aprietan el botón de lo automático son,
como ya lo hemos mencionado, de origen interpersonal. Las respuestas
automáticas bloqueadoras (raií’s) referidas son utilizadas abundantem ente
como dedos que aprietan el botón y estimulan la resistencia; quienes la
utilizan no son capaces de reconocer el círculo vicioso y sólo aciertan a uti-
. lizar la estrategia de las conciencias primitivas: a d ar más de lo mismo: “si no
lo cambié con una crítica, dos consejos y tres rollos marcadores, ahora le voy a
echar dos críticas, tres consejos y nueve rollos marcadores y si con eso no basta
pues le voy a recatar diez consejos y; ve in te rollos marcadores. Al final tal vez él
no cambie pero terminará odiándom e”.
Los intentos de solución resultan ser el peo r problema;
la medicina resulta p e o r que la enferm edad.

A esta conclusión, al final de muchos años, han llegado las personas


^cambiadoras del prójimo. Esta tom a de conciencia sobre la inutilidad de la
¡medicina llega a veces dem asiado tarde, es decir cuando las relaciones “con
líos seres queridos” ya se deterioraro n casi irreversiblemente. La resistencia
| | j cambio es un ejemplo en tre gracioso y patético de cómo entre más una
"persona, en lugar de escuchar, se aferra a cambiar - p o r su b ie n - ciertas
^conductas del com pañero, éste más se aferra a su vieja respuesta, más se
Resiste al cambio. Finalmente, tan automático es quien quiere cambiar al
Iprojimo como éste que se resiste a ser cambiado.
||:í Én los años sesenta los niños de prim aria -a u to re s de este libro- solían
tieer un cuento en su libro de texto de Español sobre la conversación del
Jyiento fuerte con la brisa: ambos personajes de la naturaleza observaron
I p el parq ue a u n hom bre con u n pesado abrigo de lana.
—Te apuesto a que le quitaré rápidam ente a ese caballero su abrigo con
el poder de mi fuerza -dijo desafiante el viento fuerte a la brisa al tiempo
vque comenzó a soplan
% , Entre más soplaba el viento fuerte, el h om b re no sólo no soltaba su
í abrigo, sino que comenzó a abotonárselo y a aferrarse más a él. Después
de varios intentos, finalm ente el viento fuerte se dio p o r vencido al ver
fque, p o r más fuerte que soplaba, el hom bre no descruzaba los brazos ni
' soltaba su abrigo. ,
, —Ahor a es mi turno -su su rró la brisa y comenzó apaciblemente a soplar.
Suavemente el cielo se fue despejando y las nubes dieron paso a los rayos
del sol que comenzaron a su vez a producir calor. El hom bre sentado en una
banca comenzó entonces a sudar y pronto se desabotonó y finalmente se quitó
el abrigo y hasta la corbata mientras se dejaba refrescar por la brisa que,
como la empatia suave y aceptante, resultó ser de lo más hum ildem ente
poderosa.
Q u erer con pu ra información consejos, sugerencias, críticas y demás
rab’s , que las personas cambien algo que pertenece a la dimensión de
lo automático es utilizar no solamente una estrategia equivocada, sino
contraproducente: en lugar de eliminar algo se estimula. C uando en,el
m undo de las terapias estratégicas algunos autores han utilizado el térm i­
no de más de lo mismo se suelen referir a este fenómeno, tan agotador en
cualquier relación, d onde una persona, como el viento fuerte, al q u e re r
cambiar algo automático insiste en au m en ta r la crítica, el control, el castigo
y la fiscalización, y al final sólo consigue una mayor reacción de cerrazón y
defensividad.

De lo automático a las adicciones

A unque el estudio del fenóm eno de la adicción en el nivel fisiológico-


celular es todavía incipiente, parece ser que las respuestas automáticas
emocionales conducen a patrones adictivos. Automaticidad y adicción
parecen ser procesos íntim am ente vinculados. Existen en el cerebro
unas sustancias llamadas genéricam ente n euro pép tido s -cadenas de
am inoácidos ensambladas en el hipotálam o- producidas justam ente
d u ra n te el desarrollo de distintos estados emocionales. La acción que
ejercen estas sustancias no se limita a las neu ron as -células del cerebro -
como en el caso de los neurotransm isores. Existe u n a gran variedad de
células distribuidas a través de todo el cuerpo, cuyos sitios receptores
especializados se convierten en un a especie de c e rra d u ra d o n d e sólo
determ inad as llaves tienen acceso. Los prim eros n eu ro p éptido s descu­
biertos fueron las enkefalinas o endorfinas -especie de m orfina producida
in te rn a m e n te -, capaces de em bonar en dichos sitios receptores de las
células. La evidencia sugiere que para cada estado emocional autom áti­
co o re c u rre n te se estimula la presencia de un n eu ro p ép tid o específico
que encaja en los sitios receptores de las células. Parece que las células
del cuerpo, a m edida que el ser h u m a n o practica su “estado mental
autom ático favorito”, desarrollan cada vez más y más receptores de dichas
sustancias. Estos receptores suelen rem plazar g radu alm ente el lugar de
otros receptores originales a través de los cuales la célula se solía nutrir
de diversas sustancias necesarias -am inoácidos esenciales, vitaminas,
minerales, en tre otros-.
U no de los efectos de las adicciones es precisamente el deterioro del cuerpo
y la consecuente aparición de enfermedades relacionadas precisamente con
el déficit de dichas sustancias necesarias, que ya no son recibidas o procesadas
por la célula no obstante que la persona ingiera cantidades abundantes (de
vitaminas y nutrientes) que de nada sirven, pues no em bonan con las nuevas
“cerraduras adictivas” que se han ido conform ando y que gradualmente
han remplazado los sitios receptores originales.
Por otro laclo, la persona adicta -a cualquier estado emocional o
sustancia legal o ilegal- experim enta una sensación de incomodidad
(ansiedad, angustia, incertidum bre) ante las condiciones internas de sus
células cuando piden su dosis de enkefalina. Así pues, las personas a través
Reféste mecanismo, po r ex trañ o y autodestructivo que parezca, se han
fiecho adictos (como p u e d e o currir con cualquier otra droga) a ciertos
estados emocionales a través de las sustancias qu e éstos p rod ucen y que a
sSfvez las células “d e m a n d a n ”. ¿Qué significa esto? Q ue paradójicam ente,
f r i q u e un a parte de la perso na -racional y lógica- afirme con honestidad
Spandidez: “odio sentirm e así”, finalm ente se com portará en sentido
trario. Su cuerpo - d e la misma m anera que p u e d e d e p e n d e r del
5goÍío1, de la heroína o de la m o rfin a- en u n nivel celular será adicto
a ía experiencia de ser víctima, inseguro, abandonado, traicionado, con­
solador, en com petencia constante, atacado, hecho m enos o humillado.
í¡l?ser h um ano com ún y corriente -m ás de lo que es capaz de reconocer
[Sara sí m ism o- funciona como u n adicto inconsciente que busca su droga
[m ea d a esquina de la vida, y aunque, p o r ejemplo, p o r u n a parte expresa
| í d i o que me critiquen”, p o r otro lado se pone depechito , saca a pasear a su
p iñ o herido; an d a buscando como si fuera u n hobby m ental con la lupa
Infectiva de su percepción: caras, gestos y personas que tienen la apariencia
[^e hostilidad. La persona adicta es como u n cazador de mortificaciones.
'Así: aunque en un grupo de diez personas nueve me aprueben, me estaré jijando y
%ifiplificando la imagen de la única persona que no lo hizo, la única que me vio
feo o se volteó a otro lado o tal vez enchuecó la boca en señal de desaprobación,
guando llego tarde, asimismo, estaré buscando caras de desaprobación y si no
*tas encuentro -las p erson as con frecuencia tie n en cosas más im p o rta n tes
“que hacer que estar h o s tig a n d o - pues de cualquier manera las inventaré.
|v Las personas que, p o r ejemplo, resp on den con comentarios, sentimientos
ty’ pensamientos de “victimez” -siempre la riego, nadie me quiere, soy de lo peor,
gorda, fea y tonta- lo hacen con todo su cuerp o a través de sensaciones
generadas p o r la química intèrna de las células, que se ve afectada con
la presencia de los neü rop ép tido s que selectivamente en tran en sus
receptores especializados. Parece ser que cada determ in ado tiempo -co m o
ocurre con cualquier otra d ro g a - las células ex p e rim en ta n un estado de
abstinencia que estimula a través de un cierto mecanismo, el bom bardeo,
proveniente del hipotálamo, de la enkefalina correspondiente, p ro d u ce
sensaciones, evoca sentimientos y lleva a conductas... de ser la víctima, el.
abandonado, el inferior o el excluido.

El intercambio interminable

Durante una sesión de terapia de pareja, se describe una escena harto


conocida en cualquier relación: ella está platicando con una querida amiga
que ha venido a visitarla; están tom ándose su café y fum and o un cigarro,
cu and o llega el esposo en u na tarde lluviosa. El ha estado sonando el claxon
p ara que le abran la cochera y nadie parece escuchar. C u an d o finalmente
ella se percata del lejano sonido de la bocina, sale a abrirle m uy quitada
de la pena, muy relajada y hasta con un sentim iento de te rn u ra con ese
esposo impaciente que no se baja del auto, pues está lloviendo.
Al abrir la p u erta se lo encuentra como energ úm en o. El m arido que es
desde hace tiempo adicto a sentirse rechazado y excluido, en ese m om ento
sólo p u e d e ver el estímulo de afuera pero no reconoce ni siquiera rem o ­
tam ente algo que lo hace tan selectivo en su percepción: su propia adicción
a sentirse poco im portante para los demás.
—Aquí estoy como tu pendejo esperánd ote a ver a qué hora te da la
gana abrirm e, pero eso sí, no puedes dejar de a te n d e r ni u n m om ento a
tu amiguita, que ella sí es más im portante que yo.*
En el lapso de unos cuantos m inutos ella pasa de u n estado de relajación
y. disfrute a u n estado de ansiedad y zozobra. Ella también, sin darse
cuenta, es adicta a experim entarse como la víctima a través de sentirse
atacada y culpable. No le gusta sentirse así, ciertam ente, pero po r otro
lado no p u e d e evitar hacerlo. La gran paradoja de la infelicidad hu m ana
es que somos adictos a eso que nos lastima. Esa p eq u e ñ a interacción que
d u ra apenas un p a r de minutos, es suficiente p ara que el señor pase de un
estado a otro. Ahora ella está dep rim ida y siente que el h o m b re le echó a
p e rd e r el día y de plano todo el fin de semana. De esta interacción los dos
esposos no se p u ed e n rep o n er fácil ni rápidam ente. Ella exp erim en ta la
p érd id a instantánea de su estado de alegría y de ello tiene que n o m b rar a
un culpable, su esposo, que cargue todo el peso de su resentimiento.
Desde esta perspectiva, uno de los retos de este libro es el de la búsqueda
de alternativas viables para trascender los patrones automáticos que
o curren cotidianamente en el seno de las familias. No obstante las buenas
retenciones usualmente presentes, lo que hace o dice de m anera automática
y adictiva un miembro de la familia estimula una respuesta igualmente
bien intencionada, automática y tal vez adictiva en la otra persona. Así, la
respuesta de uno se convierte en el estímulo del otro y la respuesta del otro
en el estímulo del uno.
— ¿Te gustó la sopa que hice, Juan?
— Sí.
— Di me la verdad.
— Sí, está buena.
— ¿Por qué pones esa cara?, no lo dices muy convencido.
L __________________________________________________ ______________ —
i
| —Es que estoy cansado.
í; —Se me hace que no te gustó la sopa, ¿verdad?
t —Sí, pues, tu sopa es u n a cochinada, ¿es lo que querías oír?
Cuando en u n a relación de pareja, como lo veremos en el siguiente
ícapítulo, p o r lo menos u n o de los cónyuges ap ren d e a observar internamente
lio previamente no observado a través de un proceso de autoconocimiento, el
[patrón de autom aticidad comienza a diluirse. “No subirse al tren de sus
•pensamientos autom áticos” representa p o r un instante la opción de decidir
[con libertad desde un lugar diferente; m irar a la cara del otro al pro b ar
^u sopa y sim plem ente no seguir el viejo juego, no asomarse más a la vieja
conocida m anera de percibir y entonces sim plem ente abrir u n a nueva
^ventana a la percepción: “Q ué bueno que te gustó la sopa, a mí también
to e gustó” y “tan tan”. C on uno que ro m p a la cadena de adicción - a las
tyíéjas ventanas, a las viejas formas de reaccionar, de sentirse insuficiente,
Atacado, víctima, en tre o tra s- con eso basta para ro m p e r la cadena de
Srttercambios, con lo cual de m anera automática desaparece buena parte
Sel enredo. Se deja de alimentar la respuesta de ataque, control, insistencia
o culpa. Y de pronto la pareja cae en cuenta que el gran problema no es el
problema en sí, sino los intentos automáticos de resolver dicho problema.

^’
£
!■
^fíian Antonio tenía siete años cu and o se dio cuenta de que su papá era
IpJiTiuy seco y no lo acom pañaba a los festivales de fin de año, tampoco
|[alía con ellos, como su tío Luis lo hacía con sus hijos. Un día se atrevió
fcpnio p u d o - e n forma de p reg u n ta -rec lam o - a expresarle su percepción,
decir su realidad de niño:
iy>'-
Papá, ¿por qué tú no nos quieres?
g ^ ^ - P a p á , ¿por qué mi tío Luis sí saca a mis prim os y tú nunca nos sacas?
—Papá, ¿por qué...?
No se supo cuál fue exactam ente la p re g u n ta que hizo J u a n Antonio,
íjpudo haber sido cualquiera; la respuesta que recibió, sin embargo, fue lo
v e rd a d e ra m e n te im portante. Papá se sintió tenso con dicha intervención
de su hijo y al sentirse así, en lugar de abrirse y escuchar, su corazón se
Cerraba y se ponía a la defensiva. Parecía que m en talm en te abría alguno
£de los cajones de su cerebro, d o n d e guard ab a sus viejas y conocidas
¿respuestas automáticas bloqueadoras, esas que él mismo había apren d ido
*de sus maestros y padres. Ese día no fue la excepción y cuando su hijo
lo confrontó papá echó m ano de Un soberano rollo; bien intencionado y
^razonable pero también bastante mareador.
—Ay, hijo, un día, cuando seas g rande, te darás cuenta de que no es
Fácil ser padre; ahora no entiendes n ada de la vida, sí te quiero, pero lo
que pasa es que tengo que trabajar m ucho... bla, bla. bla.
A treinta años de dicho incidente, Ju a n Antonio, después de haber
tomado algunos cursos y hecho algunas lecturas, finalmente “ya sabía
cómo escuchar”. Un b u en día, ya como p ad re, su propio hijo le hace
unas p reg u ntas más o m enos parecidas y a u n q u e ahora Ju a n Antonio
aparentem ente es capaz de escuchar con em patia, es decir “d ar acuse de
recibo o reflejar a la otra persona de m an era im pecable”, en esta ocasión
sus conocimientos parecen insuficientes; está a p u n to de rep etir el mis­
mo patrón frente a su hijo, se da cuenta de que está tentado a utilizar la
misma h erra m ie n ta de su p ad re, reflexiona, ex p e rim en ta en su interior
-en automático- la im periosa necesidad de convencer a su hijo de que “eso
no es cierto”, está a punto de recetarle una serie de razones lógicas, está
por vomitar el mismo rollo marcador que hace veinte años había escuchado de
su p ad re. Ya tiene la técnica suficiente para escuchar, sin em bargo ahora
por prim era vez también tiene la conciencia suficiente para observarse a
sí mismo y so rpren derse con las manos en la masa, en ese justo instante,
con ese viejo y conocido pensam iento de q u e re r cambiar, convencer y
p ersu ad ir a los demás.
Más allá de esbozar un buen reflejo al estilo Rogers -q u e finalmente
no es realm ente difícil- ahora Ju a n Antonio p u ed e observar sus voces
como trenes llenos de merolicos parlanchines. U na luz en su conciencia
le perm ite e n te n d e r el significado de no subirse a sus pensamientos y por
fin ro m p er esa cadena, esa especie de herencia, de lealtad invisible que
p o r generaciones había acom pañado a los López “que nunca escuchan a
sus hijos”. Frente a su hijo p u ed e p or prim era vez escuchar con silencio
interior e iniciar una nueva generación de relaciones constructivas entre
p adres e hijos. Por fin logra esbozar un reflejoj-algo tan fácil y tan difícil
a la vez:
-M e imagino, hijo, que te gustaría que yo fuera más cariñoso contigo,
que conviviera y ju g a ra más contigo, como lo hace tu tío con sus hijos,
¿verdad?
T anto la expresión como la escucha facilitadora implican algo más
que el desarrollo de habilidades técnicas. C om unicarse de manera
constructiva va más allá de reflejar o e x p resar un sentim iento de forma
mecánica. No basta con conocer el cómo, cu ánd o y dónde. Cuando
consideram os el desarrollo de la conciencia de la persona -e s decir, el
grado de evolución en la form a de ser. sentir, actuar v/ i percibir' al m u n d o -
O
el reto de la com unicación se convierte en algo más complejo que el
dom inio técnico de la asertividad y em patia, ad q uirido en un buen curso
de relaciones hum anas.
Escuchar y e x p re sa r sentim ientos de. m anera verdaderam ente
constructiva está d e te rm in a d o en últim a instancia p o r el estado de
co n cien cia y lib e rtad in te rio r-v in c u la d o s e n tre sí de m an era inevitable-.
En este libro llam arem os autoconocim iento y desarrollo ele conciencia al
proceso de crecer en libertad interior, observarse a sí mismo y darse
cu enta de más y más elem entos previam ente ocultos a la conciencia
acerca de cómo la m ente repite in te rn a m en te y de m anera automática sus
propios cuentos para con tro lar o complacer, para sentirse decepcionada
o decepcionar, para exigirse o exigir al otro, para culparse o resentir.
jfe,£l autoconocimiento lo construyo básicamente sobre la capacidad de
Observarme en el justo instante en que aparecen esas vocecillas autoritarias.
^Cuando justam en te las p u e d o observar como lo que son -sólo el eco de
aprendizajes, m andatos y consignas de mi p asado -, entonces p o r prim era
|¡ez en mi vida pu ed o decidir no subirm e a ese tren y no darle más el
poder de convertirm e en él.
El au tocon ocim ien to rep resen ta el lugar p r e p o n d era n te del con ocim ien to
h u m ano... yo soy lo m ás im portante para m í... El co n o cim ien to p rofu n d o d e
¡§jjh lo que soy p u e d e p on er un sello d iferen te a m is relacion es p erso n a les... ¿Cóm o
fe, amar y darm e a los dem ás si no m e conozco?, y así esta cu estión se convierte en el
l& p u n to de partida para p ro p o n er h u m a n a m en te una n u eva socied ad , un en torn o
fe más favorable (M oreno, 2006).

j¡s|?£1 autoconocim iento es u n a condición necesaria p a ra el im pulso de


járeas tan diversas como la econom ía, la educación y el desarrollo social
|oíe tina familia, de una comunidad, de una región, de un país. El intento de
^promover globalm ente cualquiera de estos im p o rta n tes desarrollos,
jjcjüé no considere de m a n e ra prioritaria o p o r lo m enos paralela la
p ro m o c ió n de la conciencia personal, hace que el proyecto fracase. En
'jaos contextos más cotidianos - e n el trabajo, la am istad, la fam ilia- de una
"manera constante e inevitable surgen p equ eño s, m edianos y grandes
'.conflictos que, al no e n c o n tra r la salida del v e rd a d e ro diálogo, term in an
E n v en e n an d o u n a relación.
A cincuenta estudiantes universitarios se les p reg u n tó cuál fue la
^primera escena de distanciamiento de u n a relación de amistad o noviazgo
p<que finalmente se rompió: las respuestas fueron variadas: “me reclamó
talgo injustamente; habló mal de mí con alguien; q u ed a de hablarm e y no
10 hace; le reclamé algo y no me escuchó y se pone a la defensiva; me entero
de que no me dice tod a la v e rd a d sobre algo; no me creyó, no le creí;
no me invitó a una fiesta; no me regresó, o hizo mal uso de algo mío; me
"dijo que no traía dinero y sí traía”. Parece ser simple cuestión de tiempo
;para que la relación comience a deteriorarse y finalm ente m u e ra después
del prim er incidente. La falta de autoconocim iento y autoobservación
¿promueve en la familia u n a cultura del “no diálogo” do n d e se busca
,cambiar al otro sin tener que escuchar ni voltear con honestidad hacia el
interior de uno mismo.
Finalmente, como ya lo hemos enfatizado en otro trabajo11, muchos
esperanzadores program as y proyectos de desarrollo social, económico,
educativo y - d e s d e luego- h u m an o fracasan en el m ediano y largo plazo de
11 En busca de la comunidad (S. Michel, Editorial Trillas. 2008).
m an era ro tu n d a por esa inercia de sus miembros de resp o n d er de forma
destructivam ente automática frente al conflicto. Las personas p ueden ser
intelectualm ente brillantes, pero de conciencia chiquita e incapaces de
autoobservarse. En el contexto de este libro, sostenemos que así como
o cu rre en diversas instancias sociales -la escuela, las organizaciones, los
equipos deportivos y de trabajo, los partidos políticos, los parlam entos-
muchas relaciones de pareja y familias naufragan básicamente p o r su muy
pobre disposición para la autoobservación que a su vez afecta su capacidad
de dialogar.
El conflicto ciertam ente es parte inherente de cualquier relación, sin
em bargo la cuestión relevante está en la form a de ex plorar y tratar el
conflicto. El nivel de diálogo al que tienen acceso los interlocutores es en
gran m edida un reflejo del desarrollo de sus conciencias. U na persona con
p obre o nulo autoconocimiento -referid a como una conciencia primitiva
o de p rim e r o r d e n 12- cuando escucha un reclamo, sólo atina a responder
como ya lo hemos referido, en automático: reactivamente y a la defensiva.
No escucha ni es capaz de hablar con transparencia de lo que siente.
Una conciencia sin autoobservación no es intencionalmente deshonesta,
sim plem ente no está conectada o consciente de sus propios sentimientos
y los proyecta a los demás. Una conciencia primitiva pu ede ser muy hábil
en p ro p o n e r o im poner soluciones, en ganar debates y en manipular
cambios “deseables”, pero será incapaz de ponerle pausa a sus argumentos
para concentrarse en en ten d er la experiencia del otro -a u n q u e no esté
de acuerdo con él-. Una conciencia primitiva al no ser capaz de mirarse y
escucharse a sí misma, vive secuestrada e inundada p o r su inconciencia, por
sus reacciones automáticas.
Lo que callo o trato de ignorar en relación con mis sentimientos sólo lo
transform o en un ruido mental que me impide crear las condiciones
mínimas de silencio interior que me perm itan escucharte.

C u and o es tiempo de hablar, la conciencia primitiva tampoco puede


ser un buen emisor po rqu e está tan alejada de sí misma que difícilmente
es capaz de reconocer lo que siente, lo que espera, lo que le duele; está
tan desconectado de su experiencia interna que se hace bolas con sus
rollos mareadores. Dice lo que cree que piensa, o lo qué imagina que el otro
siente pero sim plem ente no p ued e com partir sus propios sentimientos
y sensaciones. No es capaz de decir: “tengo miedo de p erderte, me sentí
Ver S. M i d i el y R. Cliávez. En busca de la comunidad- v A ¡) yalíder a ser v a dejar ser, vol. r
hdiiorkil G ip r e m c x : 2 003.
jnffjtirnada, me dolió eso que hiciste, necesito apoyo y no sé cómo pedírtelo,
«efígP tem or de que si te digo la verdad tú te alejes”. No es capaz de
■¡¡initarse a compartir, a describir una escena de sentimiento13 fuerte y
fe lsp u és simplemente callarse. Todo eso de hablar de los sentimientos le
Ipargce vil cursilería y p o r lo tanto no form a parte de su repertorio. Puede
fe n íia r irritable y/o distante; p u e d e ser que se limite a proyectar, es decir a
R | | r ; la segunda persona con frases como “te has de q u erer largar, te gusta
R a i m a r m e , ya te cansaste de estar aquí”, pero no es capaz de conectar
itlS ie c h o de que hace dos horas o tres días o cuatro semanas se sintió
gfáftiinado, frustrado o incom prendido.
i f t Á s í pues, u n a de las condiciones fundam entales p ara el desarrollo de
Éuila comunicación v erd ad eram en te pro m o to ra del ser h u m a n o en la
»vida de un a pareja y de u n a familia es en p rim era instancia voltear hacia
» t r o , reconocer las propias reacciones y necesidades emocionales para,
| a | ) a r t i r de ello, ser capaz de ex p resar los propios sentimientos que a su vez
f^puedan ser m ejor escuchados cuando son transm itidos con transparencia
J|y|oportunidad. Sin em bargo la persona com ún y corriente -q u e no ha
Stéhido la o p o rtu n id ad de observarse y desarrollar su conciencia- al
p r e t e n d e r com unicar algo de m an era constructiva, usualm ente lo hace
¿cómo puede, desde sus propias áreas ciegas -sus partes no reconocidas, no
Jf conectadas, no integradas a su conciencia.
U na conciencia no desarrollada es el m ejor caldo de cultivo de fenóm e­
n o s como la proyección, m anipulación, triangulación, comunicación in-
l^ irec ta, violencia física y emocional. E xpresar o escuchar al prójimo de
||oV m a técnicam ente im pecable es p u es im p o rta n te p e ro no suficiente.
|tEs necesario co n sid erar la d im en sió n de “la conciencia p e rso n a l” que
^nos perm ite precisam ente observar el diálogo interno d u ra n te el proceso
de la interacción h u m a n a , es decir d u r a n te los m om entos justos de
* expresar, escuchar o g u a r d a r silencio.
Cada nivel de conciencia tiene su propio paradigm a o forma de
Apercibir - o m ejor dicho de construir la realidad-. Por ejemplo p ara un a
- conciencia menos desarrollada un a ley ap re n d id a y que p o r algún tiempo
ha funcionado es la siguiente:
Si me reclama o si yo reclamo terminamos lastimándonos: es mejor no
tocar estos temas, pues en lugar de resolverse algo nos quedamos peor.

Poco a poco, cuando hay disposición al crecimiento y a la búsqueda, la con­


ciencia se va desarrollando, va descubriendo que las viejas formas aprendidas
13 En el capítulo vni se traca con mayor detalle la importancia en el diálogo de limitarse de
manera hum ildem ente poderosa a compartir escenas de sentim iento fuerte.
- d e no hablar, no escuchar, hacerse la víctima, controlar al otro - finalmente
dejan de servir y se desploman. Aunque en su mom ento dichos aprendizajes,
llamados también lealtades invisibles o viejos paradigmas heredados, parecen
razonables y hasta se disfrazan de valores familiares o de creencias útiles y
válidas, mas de pronto, con el paso del tiempo se van resquebrajando. Cada
vez se hace más destructiva y dolorosa la falta de comprensión y de libertad
para expresar situaciones experimentadas en el pasado. Por muy útiles e #
importantes que hayan parecido en su tiempo, el no escuchar y el no expresar
con libertad (“no chille porque le pierden el respeto ni diga todo porque
luego lo pueden usar en su contra”) dichos aprendizajes, verbales o no, se
convierten tarde o tem prano en obstáculos para el desarrollo de personas y
de relaciones más sanas.
La pareja de conciencia primitiva, p o r un lado, h a evitado crisis y
m om entos incómodos al no tocar ciertos temas prohibidos, sin embargo
de. m a n era gradual, casi imperceptiblemente, se ha ido distanciando. No
hay problemas: no hay crisis; pero tampoco hay cercanía, afecto, intimidad.
Los antiguos novios enamorados, por evitar un pequeño problema de
incom odidad crean otro peor: como los náufragos en alta mar, sin darse
cuenta se van m uriendo silenciosa y lentam ente de inanición.
Hay quienes se m u eren sin jam ás preguntarse: ¿qué parte de mi
conciencia ha q u ed a d o obsoleta? Hay también quienes antes de m orir en
la relación se alcanzan a dar cuenta de esa reacción ap ren d id a y p ru d en te
“ante los problem as”; ele ese hábito de tragarse los resentimientos, de
qued arse callados p o r semanas, de sentirse lejanos -tal como mam á y papá
lo hacían-. Finalm ente reconocen que eí m utism o y la falta de escucha
son la leña que m antiene el fuego del “p ro b lem a”. Las conciencias que
d espiertan un día descubren que el problem a no radica en que “mi pareja
no actúa como yo quisiera”, el único problem a real es que cuan do dichas
diferencias surgen al interior de la pareja no son expresadas ni escuchadas.

En un g r u p o nos p odrá d o le r lo d o lo que nos decim os; nos podrán lastimar los
rese n tim ien to s acum u lad os, y las fricciones del cam ino; p ero lo qu e realm en te
nos d estruye es lo que nos dejam os de decir y 1o qu e nos d ejam os de escuchar...
(En busca de la com unidad; pág. 85: 2008).

Bienvenidas las diferencias

Cada persona tiene su propia historia, sus propios intereses, necesidades y


formas de ver la realidad. Las diferencias marcadas entre dos personas, sin
im b argo , significan desde nuestra perspectiva no u n a desventaja sino un a
tflrd ád era o p o rtu n id ad , significan, en otras palabras, simple y llanam ente
H ferentés historias. ¡Vive la difference!, dicen los franceses; ¡que viva!
® E n el nuevo p arad ig m a del conocimiento, es decir eri las nuevas formas
en ten d er la realidad, propuestas p o r algunos pensadores llamados
^Bstmodernistas, se reconoce que no existe u n a sola realidad, existen
pfrias, tantas como observadores. Cada p ersona crea su propia realidad y
||c>r lo mismo la función del diálogo es de p ro fu n d a im portancia p ara el
íf e a ír o llo de la conciencia y p ara la evolución del ser h u m a n o en general:
Sel diálogo p o r sí mismo, y g en eralm ente sin necesidad de ayuda profesio­
n a l exterior, es capaz de pro m o v er de ttianera p oderosa el crecimiento y
evolución de u n a relación al in teg rar nuevas percepciones o realidades
S|já propia de cada m iem bro.
Por otro lado, la persona convencida de la existencia de un a realidad única
verdadera”,14 separada e independiente del sujeto, es totalm ente incapaz
'Sé 'intentar un diálogo, pues cuando escucha algo qu e no concuerda con
*su verdad, con su significado o con su versión de los hechos, moverá
CaWómáticamente la cabeza en señal de negación o h ará muecas de censura
fcjüé transm itirán al otro inefablem ente él mensaje de: “estás m a r . Las
frases típicas en un intercam bio - q ü e no diálogo- de p rim er o rd en entre
Conciencias con p obre desarrollo* son las siguientes: las cosas no son así como
-;dices; o tú estás distorsionando todo, no tenías por qué haberte sentido mal.
La persona que no escucha no se da cuenta de “que no sabe escuchar”.
Para todo el m u n d o será obvia su carencia menos p ara ella. En lugar de
rréconocer su limitación term inará proyectando, es decir quejándose: “la
?ótra persona no m e escucha”; estará convencida de que el otro “es un terco
con la mente cerrada y totalmente aferrado a su estúpida percepción de los
hechos, pues las cosas definitivamente no son así”.
Como su conciencia se ha q uedado chiquita y no lo reconoce -y esto
li esulta v erdaderam ente trágico- tampoco se d ará cuenta de que ía persona
de enfrente, usualmente su pareja, es un espejo de su, propia cerrazón,
14Aunque esta reflexión podría dar pie a un debate axiológico sobre la universalidad de
palores y verdades, querem os reconocer la existencia de valores universales, sin embargo
: el respeto, la dignidad, por mencionar algunos, sólo pueden ser entendidos en el contexto
dé relaciones entre personas, lo cual implica intercambio de subjetividades -utilizado el
término no en sentido peyorativo- y en este sentido nuestro énfasis y mayor preocupación
.está en la propuesta del diálogo como un camino a una verdad más compleja y evolucionada,
cómo dirían Graves o Wilber, estudiosos del desarrollo de la conciencia global. Quien
m om entáneam ente “le pone pausa” a su obsesión por imponer su verdad, paradójicamente
invita al otro de manera hum ildem ente poderosa a la experiencia de la apertura y de la
verdad en niveles de-mayor complejidad.
alguien que reacciona con los mismos gestos que previam ente recibió del
ofendido. Solamente alguien que desarrolla su conciencia, un día tiene
acceso al conocimiento de la otra mitad de la realidad: si bien es cierto que
la otra perso n a “no me escucha”, o que la otra perso n a “no me tom a en
c u e n ta ”, u n día tom o conciencia de que, sim ultáneam ente, yo tampoco
escucho y yo tam poco la tomo en cuenta. Ese día algo com ienza a ser
diferen te en mi relación con el otro.

Niveles de conciencia

Llevar u n a vida de calidad es u n a decisión p erson al p o r e x tra ñ o que


parezca. Q u ien no ha llegado a descubrir que, en u n nivel profun do
y a la vez accesible, la perso n a decide su p ro p ia historia y sus propias
percepciones, difícilmente p u e d e e n te n d e r que la calid ad de vida es tam­
bién u n a elección que requiere u n proceso gradual de autoobservación; un
cam in ar a través de los distintos niveles de conciencia; u n descubrim iento
e ilum inación de las áreas ciegas que un día finalm ente p erm iten a la
p e rso n a d e ja r de reaccionar en automático y elegir con la m e n te en paz,
es decir, “observar al ego sin subirm e a él” o su equivalente: “escuchar
a mi p areja sin q u e r e r cam biarla o c o rre g irla ”.
A través de la historia, diferentes pensadores ilustres se han referido, a
su m anera y con diferente énfasis, al desarrollo de la conciencia o autocono-
cimiento como u n o de los retos más im portantes de la h um anidad .

Teresa de Ávila

En su libro Las moradas del castillo interior esta religiosa describe el camino
hacia los estados de mayor conciencia o desarrollo espiritual. Para
Teresa de Avila la p rim era m o rad a rep rese n ta la condición del hom bre
d o rm id o e inconsciente qu e vive fuera del castillo del alma. En esta
p rim e ra etap a el ser h u m a n o es p risionero, está tan inm erso en las
cuestiones m u n d a n a s y m ateriales que se m a n tie n e d o rm id o ; el alma
está em b rollad a, está tan “metida en las cosas del m u n d o y tan em papada
en la hacienda u h o n ra o negocios” que no pu ede “descabullirse de tantos
im pedim entos y gozar de su propia h e rm o su ra ”.
Al en tra r a la siguiente m orada el hom bre deja su ser ordinario e inicia
su proceso de d esp ertar v erdadero que lo lleva de regreso a su esencia es­
piritual. En la segunda inorada, el hom bre enfrenta la resistencia del ego o
^naturaleza h u m a n a inferior que insiste en m antenerse dorm ida y apegada
Itl'flas cosas del m u n d o . A unque el ego “con sus cosas del m u n d o ” pu ed e
pffolver a atrap ar al ser hurnano, éste está ah o ra despierto, y eso hace u n a
f e r a n diferencia.
gfe La tercera m o rad a represen ta u n tránsito m ucho más fluido hacia la
¡fésencia espiritual, pues ya se ha ganado la batalla contra la naturaleza
¡ fe fe rio r (o ego). En ésta y en la siguiente etapa la persona avanza en la ca-
lipacidad interior de vivir “el silencio”. En las tres últimas etapas el camino
gl^britinúa hacia el éxtasis y la experiencia de unidad. Desde la óptica de
§§}&' prim era m o rad a o etapa d e l adorm ecim iento pareciera que quien
felifega a las últimas m oradas, o estados avanzados de conciencia lo hace
f e h u n estado de privación dolorosísima, pero no es así, en realidad la
E x p e r ie n c ia in tern a que Teresa de Ávila rep o rta es de profundo júbilo,
f c i i i d a d y arm onía. f
f e .
É'$
4S> •'.♦%
>i< [1
Av
^Ouspenski
s tT*f t
jjH. „ h
| % principios del siglo xx este autor m encionaba cuatro estados de con­
c i e n c i a en el proceso de desarrollo interior de u n a persona: en el p rim er
^ estado O uspenski hace referencia! a la conciencia de las personas mientras
I^Vluermen. En este estado la m ente conciente cotidiana se desconecta y
|:á p e n a s deja lugar a algo de actividad d u ra n te los sueños que aun qu e de
| utilidad terapéutica parecen ocurrir a m en or volum en o intensidad, pues
^difícilm ente son recordados cuantió la persona vuelve al estado de vigilia.
El segundo estado se refiere a la vigilia, do n d e la persona, aunque ap a­
rentem ente está despierta, manifiesta un funcionam iento mecánico, o pera
; de m anera totalm ente reactiva. La mente en este estado se rige p o r las
" leyes de la repulsión y la atracción, es decir está ocupada en evitar algunas
; cosas y perseguir otras. Este segundo estado de Ouspenski es en esencia
‘ parecido a la p rim era m orad a de'fSanta Teresa de Avila donde la persona
funciona como un robot atrapado^ en las cosas del m undo. La persona está
i. convencida de estar despierta, pero p erm a n en te m en te no se da cuenta de
su estado de adorm ecim iento. r
En su búsqueda p o r e n te n d e r el funcionam iento h u m an o y sus tram pas
para acceder a estados más despiertos y libres, Ouspensky, después de
• viajar por todo el m u n d o y estudiar lo que en su m om ento existía de co­
nocimiento sobre el tema, llegó a una conclusión básica, a un p un to de
partida: las personas no tienen una sola identidad, no son una* sola cosa.
C u and o una persona hace algo inapropiado, cuando pierde los estribos y
ofende, cu and o se toma unas copas de más y hace desfiguros, es posible
que a los días del incidente vaya con el agraviado y diga algo así como “no
fue mi intención, no lo quise hacer”.
Esta m a n era de ex p resar es p arte im portantísim a del problem a, pues
refleja un a p o b re conciencia p ara reconocer que p or lo m enos u n a parte
de sí mism o - d e su ego, de su id entid ad- hizo lo que hizo y dijo lo que dijo,
aunque otra parte no se atreve - p o r lo menos cuando está sobria- a decir
lo que siente y piensa por temor a ser rechazada. Alvin M ahrer (1996, 1989)
le llama a estas partes potenciales de experiencia, otros le llaman estados del
ego (Watkins y Jo h n so n , 1986) o partes interiores (Zalaquet, 1986). Sólo una
persona capaz de reconocer sus diferentes partes -los lugares internos de
d o n d e vienen diferentes tipos de voces y sentim ientos- es capaz de ser
honesto y tran sp aren te y no negar a los demás ni m ucho menos a sí mismo
lo que realm ente siente y piensa en alguna de sus varias “identidades” o
como quiera que les llamemos.
El tercer estado de conciencia representa el inicio del verdadero
despertar, lo cual implica m antener la posición de observador de los propios
sentimientos y pensamientos mientras fluyen constantem ente. La persona
logra a través de observarse, el ser consciente de sí misma. Cada vez que la
persona se identifica con su ego es decir, se sube en el tren de sus propios
pensam ientos p ara “convertirse en ellos”, olvida flagrantem ente algo
básico y poderoso: su función de observador desapegado correspondiente
al tercer estado. Los momentos de observación suelen ser esporádicos, pues
inm ediatam ente la persona vuelve a dejar de “recordarse a sí misma”, es
decir de observarse a sí misma y es de nuevo atrap ad a p o r sus emociones
y pensamientos. Las personas comunes y corrientes -habitantes cotidianos
de las dos prim eras etapas- difícilmente llegan a perm anecer más de cinco
o seis segundos observándose a sí mismas, pues inm ediatam ente vuelven a
“convertirse en sus pensam ientos”.
En el contexto de nuestra propuesta, el diálogo requiere de un emisor
y ele un receptor. Ser observador de los propios brincos de un ego a otro
es vital especialmente cuando llega el tiempo de hablar. C um plir con la
función del emisor se logra cuando una persona aun cuando no haya
alcanzado la iluminación total “del cuarto estado de conciencia” -n i la
llegue a alcanzar en los próximos cincuenta años-; es capaz de no excluir
a ning un o-d e sus pequeños o grandes egos y a todos ponerles el micró­
fono y permitirles hablar justamente en un lenguaje: ‘‘yo”.
Algún día. cuando la iluminación sea total, la persona tal vez llegue a
ver a todos sus egos sin subirse a ellos, pero mientras ello sucede puede
effiiénzar ya, desde ahora, a iniciar diálogos constructivos y sanadores sin
fflfer q u e ju g a r al m u do , sin tener que decir no me pasa n ad a cuándo en
rfáíidad estoy m uy lastimado:
Q uiero p ed irte qu e m e escuches sin in te rru m p irm e hasta que
term in e y te ofrezco yo hacer lo mismo cu and o sea tu m o m en to de
hablar: u n a p a rte mía se siente muy ig n o rad a c u a n d o decides irte
sin co n su ltarm e... o tra p a rte tiene m iedo de decírtelo, pues pienso
que te vas a en o jar... con o tra p arte tengo ganas de estar más
tiem po contigo... con o tra p a rte me da coraje y decido esco nd erte
las llaves p a r a que no las en c u en tres... con o tra p arte m e da p en a
hacer esas cosas que considero in m a d u ra s y cu a n d o m e lo reclam as
la v e rd a d ... con o tra p a rte p refiero negarlo, p u es m e siento
descubierto en algo que m e avergüenza.

En el cuarto estado de conciencia se alcanza la percepción de la realidad


tal como es”. S egún O uspenski esta última etapa en el desarrollo de la
apersona es la más avanzada y resulta de la práctica sistemática de auto-
tpisérvarse. La persona, sin la distracción de tanta brincadera, sin el ruido
Lcíe tantas voces, es capaz de percibir cuando se hace el silencio del ego la
tótra realidad, la de la paz interior.

fMährer y su Modelo de las mesetas

El ser hum ano p u ed e desarrollar, a lo largo de su vida, distintas competencias:


puede llegar a convertirse en un excelente abogado, médico, presidente
dé la república o prim era dama, puede asimismo ser senador, exitoso
Comerciante, virtuoso violinista o futbolista de clase m undial. Sin embargo
fexiste otra dimensión: la libertad interior, que no se desarrolla p o r inercia
simplemente con el transcurrir de los. años.
y -v . .
Las personas que no desarrollan esta área - n o obstante sus múltiples
logros en el resto de otros ámbitos: de desarrollo económico, intelectual o
cultural- perm anecen indefinidamente estacionados en la etapa del “campo
primitivo”. Esta etapa representa la prim era fase del desarrollo del ser
huniano, aunque para muchos -com o lo sugieren entre otros Ouspenski
y4a Madre de Avila- llega a ser de una m anera frecuente y trágica la única
etapa conocida en toda su vida.
En la etap a del campo primitivo la conciencia del infante es literalmente
Ocupada po r múltiples elem entos deposiLados inicialmente p o r sus p adres
biológicos. P osteriorm ente el cam po primitivo co ntin ú a su proceso de ser
llenado p o r diversos grupos de p erten encia en la historia de la persona,
Al principio de su existencia el infante se convierte en un e x p e rto lector
de lo qu e p a p á y m am á esp eran de él. Bástele al p e q u e ñ o con m irar las
caras de sus progenitores p ara darse cuenta si está siendo a p ro b ad o o
d esap rob ado .
Sin saber exactam ente cómo ni cuándo, la persona se convierte en
ex p e rta en el arte de complacer, de voltear hacia fuera p a ra im aginar cómo
se siente el otro. N uria po r ejemplo u n día se observa a sí misma volteando
constantem ente a ver si su esposo ponía buena o mala cara en las reuniones
sociales y a estar al p en d ien te de que no se ab u rriera. U n b u e n día se da
cu enta de que ese hábito inocente lo inició sin d arse cu e n ta desde que
era niña y a p re n d ió a q u ed a r bien y com placer p rim e ro a p ap á, después
a su m aestra Josefina, luego a sus amigas de la adolescencia y ahora
desde luego al m arido.
“Sólo en el silencio se escucha lo esencial” (Camile Berguis). Cuando
el niño falla y lo que hace no es suficiente para g an ar la aprobación,
entonces se siente culpable. A través de su propio proceso de socialización
-y alienación- el infante deja cada vez menos espacio al interior de su
conciencia para escucharse a sí mismo; de p ronto, todas esas voces y
aprendizajes del pasado hacen tal ruido, dan tantas órd enes al mismo
tiempo, hostigan de tal m anera a la conciencia con: haz, deja de hacer,
deberías, no deberías, que la persona es incapaz de escuchar. Le falta el silencio
interior, impide a la persona escuchar su propia voz y saber lo que quiere
y reconocer la parte más auténtica y única de su persona: la esencia o alma
(ver Zukav, 2002).
La conciencia primitiva se caracteriza por fungir com o el depósito de
una gran cantidad de aprendizajes del m edio am biente significativo - in i­
cialm ente los p a d re s - d u ra n te el proceso de socialización del infante.
Todo este proceso de interacción en tre el niño y su m edio ambiente
significativo va d an d o pie a su “p erso n alid ad ” que en su etapa primitiva
es básicamente el producto de lo depositado por los demás a través de
“premios, castigos y trau m as”. D urante los prim eros años de la vida, con
el proceso de interacción con alguien que prem ia o castiga van surgiendo
conductas, percepciones y sentimientos diversos.
Este proceso funciona de m anera condicionada. Es decir, acepta algunas
partes, conductas y sentimientos del niño -p artes consideradas virtudes-
y rechaza otras consideradas como defectos o vicios. En otras palabras este
proceso inicial da forma a diferentes yoes (pequeños p rogram as interiores,
[iiJeíitidades relativam ente independientes, formas de o p e ra r en el m u n d o
¡|fpotenciales operativos, como les llama Alvin M ahrer). Algunas de estas
IÍ>íinas del ego son limitadas o restringidas y otras más son estimuladas.
SfCuando la p erson a no avanza d u ra n te su vida más allá d e la etapa del
¡cainpo primitivo su conciencia perm anece estacionada en form a de d e ­
pósito pasivo de expectativas, mandatos, prohibiciones, hábitos, gustos,
srtliédos, contradicciones, sentimientos y pensam ientos variados originados
[<ft?las figuras parentales.

f4. Etapa de integración

3. Consolidación de potenciales

2. Formación de potenciales

1. Etapa del cam po primitivo

Figura 1

La figura 1 m uestra las diferentes etapas, según el Modelo de las


i mesetas, p o r d o n d e p u ed e transitar el ser h um ano . Para llegar a la etapa
de mayor desarrollo (integración) a partir de la etapa del cam po primitivo,
es decir p ara recorrer el rectángulo de abajo hacia arriba, la persona
, puede hacerlo “pegado a la banda izquierda”, atravesando la línea que
; separa cada u n a de las subsiguientes etapas o p u ed e también co n tin u ar su
avance cronológico sin atravesar etapas y sin salirse del cam po primitivo,
llegar “po r la lateral de la d erech a” hasta la parte final de la vida. Así pues
existen personas de ochenta años con grandes logros que p o r otra parte
nunca pasaron de la prim era etapa.
La película Joyeux Noel15 n a rra u n hecho histórico de la Prim era
G u erra M undial: p o r unos días en pleno invierno surge in e sp erad a m en te
una maravillosa experiencia de h e rm a n d a d en tre soldados escoceses,
franceses y alemanes. Más allá de sus nacionalidades se abre un espacio

^ D is t r ib u id a e n e s p a ñ o l c o m o N och e de Paz.
p ara co m p artir y dialogar, p ara escucharse y e n tra r al m u n d o de m anera
h u m ild e m e n te poderosa, para reconocerse com o seres h u m a n o s tan
distintos en un nivel y tan semejantes en otro; con frío, con madres,
esposas e hijos e sp eran d o y o ran d o p o r ellos en algún lugar. Sus vidas
son tocadas p o r la conm ovedora experiencia de la u n id ad . Este trozo de
u to pía d u r a hasta que las conciencias primitivas de alto ran g o ro m pen
con “sem ejante e inconcebible atro c id ad ”. Soldados rasos, capitanes y uno
que o tro capellán vivieron p o r unos días algo que transform ó sus vidas
y sus conciencias: algo que, con sus conciencias chiquitas y saturadas,
con las voces de todos sus egos ancestrales, sus obispos y generales,
difícilmente serían capaces de tocar tal vez ni siquiera p o r un instante
en sus vidas. No p o d rían ver h erm an o s en el “p ró jim o ” sólo enemigos
ideológicos, irreconciliables y peligrosos.

El huevo-de las tres yemas

El estado de conciencia o campo habitado p u e d e ser rep resen tad o como


u n círculo con tres áreas: p y m representan el espacio asignado para el
depósito; que especialmente a través de las prim eras etapas de la vida
llevan a cabo los padres biológicos o sustitutos.

Figura 2
Y la otra área, la de la pequ eña “e ” representa, en contraparte, el
elemento no atribuible a padres, m adres u otras influencias significativas
fquivalentes (maestro, tutor, modelo, líder, jefe de la pandilla). Algunos
autores se han referido de diferente forma a esta parte: esencia (Michel y
^liávez, 2004); alma (Zukav, 2002); vocación (Jean M onbourquette, 2002).
feC uando la personalidad tiene: su conciencia totalm ente habitada de
¡¿ftuidos” mentales producidos por esos inquilinos ancestrales de la “p ” y la
SM”, entonces la esencia no se escucha, desaparece e n tre las dos grandes
¡ $ a:sas que no le perm iten ni respirar, como lo m uestra la figura 2. La
Persona p ierd e grad ualm ente su capacidad de ser d u eñ a de sí misma y
ííínciona solamente como un ed red ó n d o n d e los p ad res biológicos y otros
jplpás y mamás simbólicos han colocado “sus p arch es” a través del tiempo.
íBaí p erso n a se hace e x p e rta en percibir lo q u e los o tro s e sp eran , lo q u e
Píjps otros les m olesta y les gusta, p e ro no tiene ni idea de lo qu e ella
| | | n t e y quiere. í
fe -L a persona se convierte eventualm ente en una colección de copias
[fotostáticas o de retazos heredados p o r diversos tutores: de m am á a p r e n ­
d ió , por ejemplo, a ser pesimista y chismosa; de p ap á apren dió a censurar
fy-a rep ro b ar todo; de la relación con su abuela ap rend ió a ju g a r a la
[víctima, pues sólo al quejarse obtenía algo d e atención. Todos esos pedazos
fcQñ los que está m anufacturada la m anta de la personalidad o ego con
•frecuencia no sólo no facilitan la expresión de la esencia sino que a m en u d o
*la; bloquean. G. Zukav afirma que la personalidad está desalineada del
pilma precisam ente cuando el ego* o el resto de la persona ap u n ta en una
pdirección y el alma o vocación personal ap u n ta en otra.
C uando se da este fenóm eno tan com ún de desalineación, la p erso n a
ípierde energía exactam en te como o cu rriría con un automóvil cuyas
■llantas están alineadas en dirección del este y el m otor en dirección
•del norte. “El estrés más g ran d e que p u e d e vivir u n a perso n a es el de
^permanecer d esarro llan d o actividades ajenas a su vocación” (Michel,
^2008). Para Zukav u n o de los objetivos básicos en la vida es p o n e r las
condiciones para lograr que la personalidad - o conjunto de egos o
potenciales de experiencia~ se ponga al servicio de la vocación, es decir para
|:(j.ue las actividades que la persona desarrolle estén alineadas con su alma
/o esencia.
P* Cuando la personalidad y la vocación no están alineadas, es decir
'cuando el funcionam iento cotidiano, por ejemplo, la relación de pareja
,o de familia no perm ite el ejercicio de la esencia de la persona, ésta,
_sin saber p lenam en te “la razón”'d e su funcionam iento, vive de m anera
desvitalizada, triste y deprim ida (o haciendo cosas destructivas, como s
verá en el capítulo del Pasaje a la acción).
En u n trabajo previo hem os utilizado el té rm in o “tercer o r d e n ” par
referirnos al cambio v e rd ad e ra m en te p o d ero so qu e un a p erso n a pued
hacer al co n cen trar su energía e inteligencia en llevar a cabo actividad*
- n o im p o rta si sencillas o com plejas- relacionadas con su vocaciói
C u a n d o la persona se regala a sí misma el privilegio de escucha
reconocer, ate n d e r y ejercer algo de su vocación, es capaz entonces d
trasc en d e r u n a serie de m andatos adictivos, cuya consigna había sid
hasta entonces implacable: hacer cosas y más cosas p ara sobrelleva
la ansiedad y lograr algo de poder, prestigio, afecto, lástima, contro
atención, bienes materiales o conocim iento ácadémico.
Las personas desconectadas de su vocación viven de las migaja
atrapadas en el m u nd o del ego d o n d e nada es suficiente. En el ámbit
del,ejercicio de la vocación, p or el contrario, las ganancias artificiales d<
ego son totalm ente secundarias: la experiencia de ejercer, de hacer c o s í
cercanas a los intereses auténticam ente propios es tan gratificante que ]
gente p od ría hasta pagar por hacer lo que hace cu an do lo hace justamenl
desde ese lugar llamado “vocación”.
Cada m iem bro de la pareja enfrentá a fin de cuentas una pregunl
fundam ental: ¿construyes o destruyes?, ¿te dedicas a facilitar o a dificulte
la vocación de tu pareja? O, en otras palabras, dte relacionas con tu parej
a través de tu ego o lo haces también a través de tu vocación?

¿Te atreves a ser y a dejar que él-ella sea,


o no eres ni permites ser a tu pareja?

Jarq uín ha expresado en una frase la im portancia de la vocación en


promoción de relaciones facilitadoras: “Sólo prom ueve a ser aquel qu
es”, en otras palabras, cuando la persona ha cam inado en el desarrollo d
su conciencia, ha entrado en contacto con su propia vocación y ha dejad
atrás la etapa del campo primitivo - a u n q u e no tomase cursos de desarroll
h u m an o ni se capacitara de m anera directa en el tema de habilidades c
com unicación- ello finalmente sería suficiente para m a n ten e r una relació
de calidad tanto con sus hijos como con su p areja.16

16 Ver el capítulo correspondiente en él libro Aprender a ser u.


Monedita de Oro

5 Si eátás ejerciendo la esencia de tu vocación


í aunque sea a través de un hobby
i tus ojos van a brillar.

rPero au n q u e tu esencia brille in ternam ente


ÍN o es m onedita de oro
: Para caerle bien a todos.
/ Yo no vine a complacerte a esta vida
¿Tú, tam poco viniste a com placerme
Cada cual tiene u n a misión
vMil veces más im portante
; Q ue recoger o d ar migajas de aprobación
, Cada uno vinimos a descubrir y a seguir
;.El llamado de nuestra vocación
De nuestra misión, de nuestro corazón.
Si
J al final de nuestras vidas T
Después de haber coincidido nuestros caminos
Y com partido como pareja nuestras búsquedas
Puedo decir que en mi contacto contigo fui más yo mismo
Y que mi presencia facilitó y estimuló
Q ue tú fueras más tú misma ,
. Es decir, si fui capaz de prom over
,E1 desarrollo de tu vocación
r De tu crecimiento
Y de tu persona
No señora de Fulano de Tal
Sino Señora de ti misma
Me pu ed o m orir en paz.

Lo mejor que te puede ocurrir


Es que contactes y ejercites tu esencia .
Pues lo que es bueno para ti
Es bueno para el m undo.

S. Michel, del libro Aprender a ser y a dejar ser, vol . i , 2002).


La capacidad de expresar y el desarrollo de la conciencia

Una persona estacionada en la prim era meseta, es decir en la etapa de


campo primitivo, se encuentra imposibilitada por su propio estado de con
ciencia para siquiera reconocer sus más auténticas necesidades. No pued
expresar lo que realmente siente o quiere simplemente porque ni siquier
se da cuenta de ello, está desconectada de sí misma. La persona requier
prim ero apren der a escucharse a sí misma para después aspirar a se
escuchada por el otro. Un “campo primitivo” está más bien conectado
ocupado en percibir lo que otros necesitan y esperan de él o ella.
Las conciencias primitivas, p o r otro lado, tampoco están capacitada
para e n te n d e r algo básico y elemental: que cada persona es, en el nivc
más p ro fu n d o de su experiencia, responsable de sí misma.
El térm ino conciencia parece ya haber p erd id o su significado a fuerz
de ser tan utilizado para referirse a todo y a n a d a a la vez. Par
a p ro x im a rn o s a ella, de m anera metafórica, podem os im aginar un grai
recipiente donde se almacenan las vivencias de la persona a través de si
vida. La capa de encima, es decir la nata, se encu entra en la superficie d
todo el líquido acum ulado de experiencias.
Desde esta área de encima, que podría asemejarse a lo que Chomsl*
llama estructuras lingüísticas ele superficie, la persona responde ante lo
estímulos del presente, por lo que en ese m om ento percibe de su medi
ambiente. La señora Esperanza, por ejemplo, llega cansada de un di
pesado que culmina con un viaje al “sú p e r” de com pras semanales. L
pide al m arido que le ayude y éste con gusto empieza a llevar las bolsa
del m an d ad o del auto a la cocina. Justo en el tercer viaje el esposo d
Esperanza recibe una llamada de un cliente de su negocio que le solicit
un servicio. El hombre toma lápiz y papel y por un m om ento se sient
en el sillón de la sala para tom ar nota y p re p a ra r el pedido solicitadc
Entretanto, todavía quedan varias bolsas pendientes que la mujer “tiene
que seguir transportando. Al pasar por do n d e su m arido está haciend
su llamada la mujer le hace gestos y él le contesta con más gestos com
diciendo “pos estoy ocup ad o”. Ella acentúa más sus gestos como diciend
“yo he estado trabajando todo el día y no eres capaz de pararte un ratito
ayudarm e; tú bien sabes que todavía hay cosas pesadas que bajar del aute
eres un hu evó n”.
La pai te mas superficial, más externa y visible de ese conflicto es prec
sámente un hecho irrefutable: “él se queda aplastaclote mientras ella com
hormiguita que no ha parado tocio el día sigue a las nueve de la noch
jando cosas del au to ”. Pareciera ser que ella se siente mal, frustrada
en ojad a p o rq u e él no le ayuda a bajar las cosas. Sin em bargo ya u n a
h pasado el enojoso incidente, cuando el m arido se atreve a preguntar,
féden surgir a la conciencia las capas más p ro fu n d as del recipiente:
Esperanza, te veo muy contrariada, me gustaría saber si hay algo más
Leste m om ento que te moleste... me gustaría escucharte,
fe—¿Qué más quieres que haya si tú n un ca me ayudas? -re sp o n d e en
üómático y p o r unos segundos g u ard a silencio al ver u n poco so rpren dida
Jé en esta ocasión su m arido está callado, receptivo; parece no estar
apuesto a discutir ni a p e le a r Parece que el hom bre v erdad eram en te
tá escuchando, en lugar de sacar la espada sacó el espejo.
— Pues sí -E sp eranza finalmente agrega-, vengo hasta la madre de h arta
Jspués de todo el día de a n d a r para arriba y p ara abajo, y cuando ya me
ínía, al pasar po r una tienda de ro p a interio r que está a la en tra d a del
¡litro comercial, m e acordé que y^ no tengo ni calzones que ponerm e,
ahora que veo en la tienda unas ofertas ya no traigo ni u n peso p ara lo
ío; ini p ara unos pinches calzones me alcanza!
— Me imagino que te has de sentir bien frustrada cuan do todo el dinero
¿e traes lo gastas para cosas de la casa y al final p ara lo tuyo ya no te
ieda ni u n peso - re s p o n d e el m arido con u n tono pausado y cálido.
Conforme ella es capaz de voltear hacia ad en tro -m ien tra s el esposo
ntiplemente escucha y le sigue p re g u n ta n d o y ex p lo ran d o sus sen-
rnientos- p u e d e al fin com partir nuevos elementos y sentimientos que
en cuentran a mayor pro fu n d id ad en el recipiente de su conciencia, es
*cir más allá de su estructura de superficie.
—Pues sí, esto me provoca esa misma sensación de cuando veía a mi
ama trabajando sin p a ra r p ara que luego mi p apá llegara tranquilam ente
no apo rtara ni un cinco a la casa, y se quedara ahí viendo la televisión
n hacer nada.
—Y en este m om ento me imagino que es una sensación parecida a la
* tu m am á que no para todo el día de trabajar y el h o m bre de la casa
íí aplastado -el m arido se tuvo que m o rd er la lengua para no sacar la
ipada, p ara no contestar con la típica respuesta de defensa personal: “...y
) qué culpa tengo, si yo no soy tu papá, yo sí trabajo.”
— No sabes cuánto se me revuelve el estómago cuando veo eso -co n tin úa
m ujer ex p lo ran d o sus sentimientos a mayor p ro fu n d id a d -. Desde que
ngo d ote años me ponen a c u id a r a mis herm anos y no p u ed o ju g a r con
is amigas. Me veo en esa edad: no pu ed o p e rd e r el tiem po pues tengo
ie estar al pendiente de ellos y muchas veces no tengo ropa decente
que ponerm e, pues a m am á no le alcanza para com prarm e “lujos” y en la
escuela mis com pañeras se burlan de mí p o rq ue traigo los zapatos todos
agujerados.
C onform e avanza el diálogo, en la m edida que Esperanza es escuchada
se atreve a e x p lo ra r a niveles más p ro fu n d o s su experiencia. Avanza así
de la superficie hacia las capas más pro fu n d as del ‘‘c o n te n e d o r”. Poco a
poco cae en cuenta que el atrib uir su e n o rm e molestia al hecho de ver
a su m arido “aplastado sin hacer n a d a ” es sólo la nata del recipiente,
más allá de la cual se e n c u e n tra la frustración de no po d erse comprar
algo p ara ella. Finalm ente, en el fondo de todo está la vieja y conocida
experiencia de sentirse en su calidad de m u jer desde niña, algo así como
la servidora de la casa.
D urante el proceso de ser escuchada se da cuenta de dos cosas: por
un lado, odia con todas sus visceras el ser tratada como la esclava de todo
el m u n d o ; p o r el o tro , se d a c u e n ta fin a lm e n te de que ella sólita se
p o n e de pe chito y aun qu e reniega, suele dejarse “sin q u erer queriendo’
ella misma en último lugar, pues cuando se com pra algo o se da un peque­
ño lujito, inm ediatam ente es atropellada p o r sentimientos de culpa )
entonces se regresa ella sólita al lugar de la Cenicienta. Un día descubre
algo: “quiero que me cuiden pero yo soy la prim era en no cuidarme, en
sentir que no merezco”.
Desarrollar la conciencia rep resen ta pues la capacidad de mirar haci¿
aden tro con más p rofundidad. Conciencia es p o der reconocer que
cuando mi esposo se queda aplastado mi molestia es solamente “h
n ata” de mi experiencia. C uan do al ser escuchada pu ed o reconoce!
y expresar esos sentimientos que han astad o desde antes que m
esposo apareciera en mi vida, e n to n ces, sólo en to n ces, puede
c o n s tru ir d esd e mi conciencia un auténtico diálogo conmigc
misma y con mi pareja.

Una conciencia primitiva igualm ente culpa al otro de su infelicidac


(como en el caso de Marta y M artín-“el ofendidito”) que está dispuesta ¿
sentirse culpable o responsable absoluta de todos los “estados emociónale!
dolorosos” del otro (que bien pu ede ser un simple co m pañero de trabajo
la pareja, el hijo, la suegra o el vecino). Dada esta i tendencia de uno d<
los tantos egos a cargar con la culpa, las conciencias habitadas sufrer
g ran d em en te para expresar de m anera clara, directa v personal, su:
sentimientos y pensamientos. “No sea que vaya a lastimar a los demás s
expreso lo que siento” -p a re c e n decirse a sí mismos-. A los diez minuto:
£>•______ ______________________ ;-----------------------------------¡ ’---------------------------- -

® haberse atrevido a reclamar algo, comienza la brincadera de egos y se


¡siénten la cucaracha más aplastada y desdichada del mundo por haber
íSmetido tal atrocidad.
En otras palabras, las personas que funcionan desde su conciencia
jprimitiva, al responsabilizar o culpar a otros de sus sentimientos o al
Sentirse culpables de los sentimientos de los dem ás, son fácilmente
Inanipulables (cuando m u e rd e n el anzuelo d e “tú me haces sentir asi ’) y al
Hiismo tiem po resultan m anipuladores solícitos e inconscientes al enviar a
|jtros exactam ente el mismo anzuelo.
É Desde la experiencia d e “ser habitado”, todo lo que A dán hace o le dice
•a Eva, “le p ro d u c e ” a ella u n a cierta tensión; y p o r su p arte él tam bién se
siente culpable de lo que a ella le ocurre (“la hice sentir m al”). Su relación
>es tan frágil aparentem en te p o r todas las cosas que él o ella hacen o dejan
de hacer. Ambos p u ed e n quejarse con alguien más, con sus respectivos
confidentes y convertirse en expertos chismosos mitoteros, pero en tre
sí,:al interior de la relación, deciden que es m ejor no hablar, “no vaya a
xom perse el jarrito de Tlaquepaque”. Su m a n era de resolver problem as es
empeorándolos: cada vez que deciden no hablar p a ra no hacer el problem a
mayor, en el fondo y en el largo plazo lo hacen p eo r aún.
—No se vale lo qué me hace, río se vale que me reclame así... no se
¿vale... no se vale...
Su falta de conciencia sólo le perm ite, ver en el otro las conductas
agradables o desagradables pero difícilmente le p erm ite v erdad eram en te
tom ar nota de su propia adicción, de su com pulsión a complacer o a
controlar, es decir a cum plir expectativas o a que el otro las cumpla. Por
ejemplo después de un par de años es muy posible que Berta se queje de
que su m arido ya no tiene detalles con ella, y es capaz de d ocu m entar una
larga lista de formas que su m arido tiene de descuidarla. Por ejemplo, la
deja sola m ientras él se pone a platicar con algún conocido a la entrada
de algún restaurante, en el superm ercado, en la calle, en las fiestas. Otras
veces, cuando se digna tener algo de tiempo p ara conversar, el m arido
es superficial y no com parte n ada personal y ella siente que él no confía
para abrirse más, pero cuando ella reclama más p ro fu n d id a d él contesta
internam ente: ,
— La última vez que me atreví a decirle que me molestaba que se metie­
ra en mis cosas -m i celular, mis amigos, mi secretaria, mi correspondencia,
mi correo electrónico- ella no paró de in te rru m p irm e , de corregirm e, de
cuestionarme, de defenderse, de hacerse la ofendida. Prim ero me pide
que le diga qué me pasa v cuando lo hago no me escucha. Ese día decidí
callarme. Mi boca enm udeció, ahora ya no habla pero mi comportamien
y mi cuerpo sí dicen m uchas cosas, p o r ejemplo, cuando “sin q u e re r” lie
tarde para no oír sus reclamos, cuando prefiero ver la tele que platic
con ella.

E scuchar u n a retro alim en tació n y ser capaz de convertirla | | |


en oportunidad de crecimiento es uno de los indicadores más B
importantes de salud mental y de inteligencia emocional en una H

Escuchar de m anera am orosa y con paz interior - a u n cuando la p an


se en cuen tra en pleno arra n q u e de histeria o de crisis m enstrual o <
a n d ro p a u sia - es una conquista gradual, no de la técnica impecable, sii
de la esencia libre capaz de percibir al otro como realm ente es, con to<
su dolor, su historia, sus egos.
Sólo desde un espacio interior más libre se pueden ver los reclam
y resentimientos del otro sin cargarlos y a la vez sin invalidarlos. U
conciencia “primitiva” al escuchar una retroalimentación, especialmer
cuando ésta viene en forma de reclamo, p ued e deprim irse, agredir
corregir, pero no será capaz de escuchar ni siquiera un poquito “la realid
del o tro ”. Una conciencia primitiva cae irrem ediablem ente en la tentad«
“de ponerse de pechito” p a ra a u to e m b a rra rs e toda la culpa y así hacerse
la vez víctima y cómplice indirecta de sus propias heridas del pasado. P
ejemplo cuando el m arido le dice a su esposa que quiere estar solo, e
en lugar de escuchar algo tan simple inm ediatam ente “saca a pasear a
propia niña ab a n d o n ad a” y desde ese lugar interior responde al maric
“¿Ya te abu rrí verdad?”, y entonces deja de escuchar al m arido que cor
muchos organismos de su género -incluidos los chim pancés- de vez
cuando sienten la necesidad de irse a aislar a su cueva para estar soloí
punto, no es nada personal contra su mujer, es una necesidad de géner
Por otro lado, sólo la persona con una esencia más libre eventual mer
es capaz de p ro bar la deliciosa experiencia de escuchar, con la mente
paz, sin sarcasmo ni falsa prudencia, es decir sin defensividad, con i
profu nd o respeto y con amorosa aceptación hacia el otro y hacia sí misn

Puedo escachar tus sentimientos


Puedo escuchar tus expectativas
Tus necesidades
Todo lo que esperas de mí
P uedo escucharlo con respeto auténtico
Con interés profundo
Y a la vez
Sí, a la vez
Sin sentirm e culpable
Pues au n q u e esto parezca sarcasmo, cinismo o indiferencia
¡No lo es!
T ú eres responsable de tus sentimientos
Y de tu propia “brin cad era”. i
Tanto como yo soy de los míos.

El m ejor regalo que po drem os hacernos m u tu am en te


Es escucharnos
En la expresión de nuestros múltiples sentimientos
Y así
Si yo no te censuro
Tal vez aprendas tú misma a no censurarte
Y si tú no me censuras
Tal vez yo ap ren d a a no censurarm e
Y así, sin censurarnos p o r sentir lo que sentimos
Tal vez aprendam os poco a poco
Prim ero a reconocer nuestros sentimientos
Y después, sólo después [
De haberlos enten dido y aceptado,
Podamos integrarlos y transformarlos.
\
1

rritz Perls, en una expresión dem oledora p ara la visión romántica del
>r que tanto ha inspirado a poetas y cantores, inspira nuestra propia
¡ion de “su oración” que en él fondo de su ap aren te desamor, nos
“ce una de las grandes pistas -la libertad de ex p re sió n - para recup erar
mor.
i
Yo no vine a este m u n d o a cum plir tus expectativas
Ni tú viniste a cum plir las mías
Tal vez podam os acceder a una forma de am or
Más evolucionado ' ;
Y romántico aunque de diferente forma
No vine a cum plir tus expectativas
Vine a acom pañarte en el descubrim iento de ti misma
En tu desarrollo como persona,
Porque el camino del alma
Atraviesa p o r el m u n d o de los sentimientos.

T ú , p o r tu parte,
Tampoco viniste a este m u n d o a cum plir mis expectativas.
Si después de escucharnos podem os coincidir en lo esencial
¡Qué bueno!
Si no... Ni modo.
¿n los dos prim eros capítulos nos referimos a las dos competencias
>básicas d e la comunicación interpersonal: ex p resar y escuchar. En
i ocasión profundizarem os sobre las mismas ahora d esde la perspectiva
gran obstaculizador del diálogo: el ru id o interior prod ucid o po r los
ntos pendientes. La ya referida consigna bíblica, “Si tu herm ano te
ndió no dejes que se m eta el sol sin ir a hablar con él”, es difícil de
nplir en u n a relación d o n d e existen múltiples asuntos inconclusos, que
ique ocurrieron “ay er” d e p ro n to b ro tan en pleno presente e im piden
uchar a la persona de enfrente con nitidez y frescura.
Los asuntos inconclusos -reconocidos o no p o r la conciencia- se
ieren a lo siguiente: a) experiencias recientes y directas; b) experiencias
notas y ajenas, ye ) experiencias mixtas.

Experiencias recientes y directas

talia, la hija mayor, ahora casada, seguía ex p e rim en ta n d o la necesidad


fungir como sostén de sus padres, que vivían en situaciones precarias,
m, el m arido, desde hacía tiem po tenía la sospecha de que su esposa se
aba q u ed a n d o con d in ero de la tienda de rop a q u e los dos atendían. Un
Amalia llega con su esposo a platicarle u n o de sus múltiples problemas
i el hijo mayor adolescente. La atribulada m ad re se encuentra de
)nto con un m arido cuya m ente está totalm ente concentrada en la
Derienda acum ulada de desconfianza hacia ella. Desde dicho estado no
ede escuchar, acom pañ ar y c o m p re n d er lo que su m ujer le comparte.
Para que J u a n sea finalm ente capaz de escuchar con verdadera em patia
espeto a Amalia, es necesario p rim ero hablar con ella de su recelo, de
dudas, de sus sospechas, y a u n q u e suene feo, de su desconfianza; sólo
:onces tál vez desaparezca el ru id o de la suspicacia y así la “m ente” de
J u a n llegue a despejarse y disponerse finalmente para escuchar en el
aquí y en el ahora - e n contraste con el allá y entonces de la d u d a surgida
ayer-. Así, en este caso - d e ruidos de experiencias recientes- la conducta
directa de la esposa (tomar su pequeño porcentaje sin autorización para
com pletar el gasto) estimuló una reacción de desconfianza en Ju a n , quien
p o r su p arte no p o d rá escuchar cosas simples de la relación mientras no
sea capaz de hablar de sus sentimientos.
C hano y Marta, p o r otro lado, tenían sus buenos m om entos por ejemplo
en vacaciones o au n los domingos. Su relación sexual tampoco era mala
p o r lo m enos d u ra n te la p rim era década de su relación de pareja. Sin
em bargo el peso de múltiples pequeños abandonos acum ulados se va
haciendo m ayor y así también su relación íntima se comienza a deteriorar.
U no de los prim eros incidentes que Marta p u ed e recordar fue a los
dos años d e casados cuando su esposo ju stam en te em pezó a trabajar en
la em presa ensam bladora del pueblo. En aquel tiem po casi siempre él
llegaba tarde a casa p o r exceso de trabajo. Un viernes del mes de abril ya
habían q u ed a d o form alm ente de salir a cenar. Ella se había com prado un
herm oso vestido amarillo p ara la ocasión; en la m añana había estrenado
un nuevo tinte y desde las siete de la noche estaba sentada en la sala de la
casa ojeando a p u rad a m en te su revista Vanidades.
Así le dieron las ocho y las ocho y media y las nueve y las diez y las
once y las once y m edia y finalmente se fue a d o rm ir sin recibir ni poder
conectar llamada con Chano, su marido. Dos días después se enteró de
que los teléfonos estaban bloqueados, sin em bargo esa noche subida en su
tren construyó su propio dram a. C uando llegó él, ella escuchó la pu erta
abrirse; estaba tan enojada y a la vez tan triste que no quiso ni siquiera
dirigirle la palabra, se hizo la dorm id a aunque tardó casi dos horas para
conciliar el sueño. Así, cuando Chano se metió en la cama y pronto quedó
p ro fu n d a m en te dorm ido, y em pezó a roncar brevem ente, Marta le dio
“sin q u e r e r ” un cariñoso y bien dirigido codazo en “el hocico”. El se
despertó desconcertado, p ren d ió la luz y volteó a todos lados, m ientras la
inocente de su m ujer fingía estar p rofundam ente dorm ida. El ya no supo
si la agresión había sido imaginaria o real. Finalmente, después de un rato
volvió a quedarse dorm ido.
En la historia de Chano y Marta, esta escena fue solamente la p rim era
de una larga cadena de otras similares. Algunas veces al angelito se le
ocurría recibir carga extra de trabajo justo el día en el que habían quedado
de asistir al festival de los niños o al aniversario de bodas o al cum pleaños
de su hija. C uando su esposo le preguntaba a Martita: “¿qué te pasa mi
am o r?”, ella respondía secamente con un “nada, ¿por qué?” Pero eso sí,
lcada vez que podía de m an era totalm ente “involuntaria” le propinaba
mientras dorm ía certeros codazos o rodillazos en las partes más sensibles
de su masculinidad.
Desde su inconciencia M artita se la pasaba brincando de la ofendidita y
digna, reina del “no me pasa n a d a ”, a la vengadora de agravios, cam peona
de los codazos inocentes.
No obstante las dificultades cotidianas la pareja sigue ju n ta y ahora
que los hijos h an crecido y ella dispone de más tiem po p ara sus cosas,
encuentra nuevas m aneras de practicar su viejo ju e g o de la brincadera
de sentirse frustrada, no en ten d id a y poco apoyada p o r su pareja, espe­
cialmente cuando ésta le reclama sistemáticamente cada vez que ella
regresa de to m ar sus clases de m anualidades, de Biblia, de aeróbics, o de
sus grupos de neuróticos anónimos.
Un día, están “disfrutand o” de u n a fiesta con sus compadres, que
pronto se convierte en u n a especie de terapia alcohólico-musical de pareja.
D urante su último curso de comunicación h u m an a ella se hizo la gran
experta en escuchar con em patia, congruencia y aceptación incondicional.
Técnicam ente sabía a la perfección que el arte de escuchar consistía en
en ten d er el m u n d o interno de la otra persona sin quererla cambiar. En
ese m om ento de la fiesta, sin em bargo, estaba frente a u n a pru eb a difícil.
Ella misma se sentía ato rada y p ro fu n d a m en te descuidada y resentida por
una p erm a n en te falta de apoyo ante dicha persona, su m arido, a quien
supuestam ente tendría que escuchar.
En plena fiesta el com padre, psicólogo aficionado, le dirige al marido
una atenta invitación p ara expresarle a la com adre Marta sus verdaderos
sentimientos.
—Andale com padre clile lo q u e sientes.
El aludido en este m om ento, quizás facilitado p o r u n p ar de copas
y p o r el em pujoncito de su amigo se anim a a trascend er su habitual
estado de m utism o tan p rop io del género masculino, y así, en lugar de
en cerrarse o tra vez en su cueva y callar cualquier expresión emocional,
se atreve a decirle a su am ada sus verdaderos, auténticos y más p ro fu n ­
dos sentimientos.
— Desde hace meses me he estado sintiendo muy solo -ex p resa el
hom bre con los ojos discretam ente mojados de agua de llanto.
Después de soltar en una frase su sentimiento de soledad, se hace un
breve silencio. En ese instante Marta, la experta en facilitar la comunicación
de todo el m undo, se en cuen tra totalm ente incapaz de contestar con un
acto de escucha empática; de pronto se ie olvida algo básico: regresarle a
su propio esposo un gracioso, hum ilde, sencillo y cálido acuse de recibo!
Ella sabe perfectam ente que escuchar es ser capaz de transm itir - a través
de un gesto, u n silencio acogedor o un a p alabra- “p o r debajo de la mesa”
u n poderoso mensaje: te entiendo, te respeto y te acepto. Técnicamente la señora
después de graduarse en su último curso de comunicación en la “escuela de
p ad res” sabe p erfectam ente cómo escuchar con técnica impecable, sabe
cóm o utilizar u n o de esos famosos reflejos de sentimiento. Sin em bargo en
ese m o m en to parece que tiene desconectado su canal de la escuchadora
em pática. En ese m o m en to todo lo que ella ve y siente es u n m a rid o poco
apoyador. Toda su percepción está im p reg n a d a “de p asad o ”, se le queda
pegad a la tecla del resentim iento y ya subida en el c o rresp o n d ie n te tren
del ego es incapaz de e x p re sa r n ad a que no sea u n a fu erte dosis de
con trarreclam o . Así, no obstante su potencial dom inio de la m ateria, en
lu g ar de escuchar a través de u n cálido, hum ilde y p o d eroso reflejo,
arg u m e n ta lo siguiente:
— ¿Te sientes solo y poco im portante para mí desde hace algunos meses
que llegas y yo usualm ente estoy ocupada con los hijos o haciendo alguna
tarea?
Pero ¡no!, en lugar de dicho “acuse de recibo” la m u jer agraviada le
escupe a su esposo un agrio e inevitable reclamo. Está totalm ente subida
-sin darse c u e n ta - en el tren de la víctima reclamona.
— Pos yo tengo quince años sintiéndom e sola, ¡y tú te vienes a quejar de
un p a r de meses!
En ese preciso m om ento tan insignificante y a la vez tan cargado de
tensión, se crea un vacío denso entre los esposos. Existen de pronto
dos personas que al mismo tiempo están ex presando un dolor, un
resentim iento, una experiencia de soledad, mientras del otro lado de la
mesa no hay quien escuche.

b) Experiencias remotas y ajenas

El segundo nivel se refiere a la dificultad para escuchar a la persona que


está enfrente no tanto por lo que dicha persona específicamente hizo, sino
más bien p o r lo que alguien diferente, en algún lugar y tiempo rem oto de
su historia, “realizó en su perjuicio”. Así, a partir de la “herida infligida
original” se establece un patrón de respuesta emocional ante todo lo que
de alguna m anera se-parezca, es clecir ante cualquier estímulo capaz de
evocar esbozos de viejas formas, tonos de voz, colores, sabores y contextos
del m om ento original.
Ilyf*
L Rosario Chávez • S e r g* i o M i c h e l
'-Sí '
---- ---------------- .---------------------------------------------- --------- --------- ---------- ----------- —
é
m, Teresa, por ejemplo, tiene u n asunto pend iente con el papá de ayer
que abandonó a la familia cuando la niña tenía ocho años. Actualmente
¡Teresa está casada y cada vez que su esposo sale afuera p o r su trabajo, Tere
líente u n terrible n u d o en el estómago, siente u n m iedo a ser abandonada;
|ib es plenam ente conciente de todo lo que le pasa. En su conciencia ella
í&mpoco ha volteado nu nca hacia a d e n tro y p o r lo tanto nunca ha crecido
|b suficiente com o p ara distinguir y separar em ocionalm ente a los dos
¡hombres de su historia. M ientras no lo haga, estará destinada a em barrarle
'%“su esposo de hoy” el asunto qu e tiene pend iente con su “p ap á de ayer”.
|^o único que acierta a hacer la pobre Tere frente a su esposo es reclamarle,
%sju g arle a la víctima y saturarlo de advertencias sobre todos los peligros y
tentaciones que existen floridam ente en su fantasía de niña abandonada.
Ifcn el m om ento que su esposo le anuncia el viaje de la pró xim a semana,
Tere no pu ed e evitar ex p e rim e n ta r exactam ente de la misma m anera de
hace treinta años: el piquete en el estómago, con la clara sensación de u n
^abandono p ro fu n d a m e n te doloroso.
£ C uan do u n o de los grandes innovadores de la psicoterapia, Alvin
Mahrer, afirma que construim os afuera lo que traem os adentro, nos
sugiere algo muy. fácil de com probar: si T ere sigue p or ese camino de
‘em b arrarle5a su esposo sus fantasías originadas en la experiencia infantil,
entonces, después de hartarlo con tanta duda, se acercará gradualm ente
a la realidad original, es decir a construir en el m u n d o de afuera, una vez
más, otra experiencia de ab and on o p ara después cantar lastim eramente
la canción: “Sufrir me tocó a mí en esta vida, llorar es mi destino hasta el
morir... Yo ya sabía que así son los h o m b res”.
Puede ser que Tere pase toda su vida echándole la culpa al m u nd o
de los hom bres p or su victimez y entonces al estar tan ocupada con sus
explicaciones mentales alim entada con las historias que le ocurren con
los “hom bres de afu era”, ya no le q uede ni un resquicio de silencio
interior para ver con claridad hacia ad entro y reconocer su propia
adicción, su insistencia a reciclar viejas formas de percibir al m undo y
de ver constantem ente moros con tranchetes y “abandonos en el horizonte”.
Su incapacidad de reconocer su p ro p ia adicción a “ju g a rle a la víctima”,
una adicción que todo m u n d o ve, m enos ella, le impide trascender esa
tram p a a la que se aferra: “echarle la culpa a los dem ás”. Construir afuera
lo que veo ad en tro significa que ante cualquier p equeño retraso Tere va a
reaccionar con u n gran dram a.
— Ya no me quieres, ¿verdad?
— Has de a n d a r con otra vieja.
C u a n d o un a persona es incapaz de voltear hacia adentro, se niega
a descubrir algo del mecanismo de su m ente que funciona de m anera
curiosa; es como si tuviese incrustado en la corteza cerebral un pequeño y
potente proyector desde el cuál pinta imágenes en las caras de los demás.
No obstante que dichas caras tienen sus propios rasgos y expresiones, la
luz del proyector interno es tan poderosa que opaca totalm ente la realidad
de afuera para im ponerle la realidad proyectada desde adentro.
La intención y la buena voluntad son totalmente independientes de la
conciencia. Las conciencias chiquitas o primitivas de p rim e r o rd en que ya
hem os m encionado son excelentes “proyectadoras”; quieren cambiar al
m u n d o de afuera con p u ra b uena intención y con frecuencia sólo cosechan
más resistencia al cambio. Mientras una conciencia proyectadora no se
ex p an d a, es decir m ientras no se asome a reconocer que ella finalmente
es la d u e ñ a del proyector y que la vieja receta utilizada volverá a producir
los mismos pasteles duros y feos, estará condenada a vivir alim entando su
adicción, a echarle la culpa al m undo, a registrar y describir minuciosa­
m ente todo lo que el otro hace y deja de hacer, a q u e re r cambiar al m u n ­
do de afuera sin tener que revisar y transform ar su p ro pio m u n d o interior.
Finalm ente, u n a conciencia chiquita es como u n a p eq u e ñ a traviesa que
carga con su proyector a todas partes y de vez en vez lo p rén d e sin darse
cuenta: las imágenes de la película interior q u ed an entonces plasmadas
en la pantalla de enfrente - q u e pu ed e ser un a cara, u n a pared, una
situación cualqu iera- Dado que la pequeña conciencia no sabe apagar su
proyector, se enoja contra la pantalla de enfrente y reniega contra ella de
mil formas, hasta que la película pasa y la “n iñ a” se qu eda con el mal sabor
de boca d u ra n te algunas horas, días o semanas, y así hasta que “sólita”
vuelve a p r e n d e r el aparato y se reinicia un ciclo más; la misma historia en
diferentes pantallas.
La p eq u eñ a conciencia sólo ve la película que ella misma proyecta y
es incapaz de un verdadero diálogo, es decir de asomarse a la cara y a la
historia del otro, que suele resultar algo totalm ente nuevo y diferente.
C u ando se p ro d u c e el silencio interior se in u n d a de clarid ad la
conciencia y se desvanecen las im ágenes pro yectad as (y sólo entonces
surge la experiencia del otro tal como es y no como “yo espero y al mismo
tiem po tengo miedo de que sea”). Tere, p o r ejemplo, será totalmente
incapaz de escuchar a su esposo cuando él le quiera compartir.acerca de su
p ró xim o viaje, a menos que apague su proyector y p re n d a el “faro de
su a te n c ió n ” -p u e s sólo éste es capaz de escuchar cada palabra como si
fuera la p rim e ra vez y e n te n d e r lo que el otro siente y piensa, a un q u e
ño sea lo que “d ebería” sentir y pensar. Esposos y esposas a m e n u d o
confiesan después de veinte o treinta años de casados y a p artir de su
prim era experiencia de v erdadero diálogo: “Esta es realm ente la prim era
vez que m e siento escuchada/o”.
<

La primera condición del diálogo


En todo diálogo, in d e p e n d ie n te m e n te de lo reciente o rem o to de las
heridas y asuntos inconclusos de los interlocutores, son necesarias,
como ya lo hem os ap u n tad o , la presencia de las dos com petencias b á­
sicas: e x p re s a r y escuchar. La m etáfora de esta p rim e ra condición está
rep re se n ta d a p o r dos sillas frente a frente: u n a p a ra q uien habla y otra
p ara quien escucha. Esta condición parece a p rim e ra vista m uy fácil,
y lo es, y sin em bargo en la práctica resulta p ara algunas parejas casi
imposible de realizar. Con frecuencia, c u a n d o es tiem p o de escuchar -
e$ decir de reflejar sim plem ente los sentimientos del o tr o - en lugar de
ello se responde con u n contrarreclam o. Con esta inofensiva infracción
a la prim era regla, el diálogo se ro m p e totalm ente; la silla del receptor
de p ro n to se q u eda totalm ente vacía. En ese instante hay dos emisores y
nada más; hay dos personas sentadas en la misma silla y nadie en la de
enfrente; hay dos personas usando la boca, pero n in g u n a utilizando la
“oreja”. C iertam ente el am igo metiche p u e d e en ese m om en to e n te n d e r
el sentim iento de soledad de ambos. Sin em bargo ello no sirve de gran
cosa p a r a la pareja. E ntre ellos no se escuchan.
Marta con frecuencia le expresa a su m arido su falta de apertura.
— ¿Qué te pasa?, estás muy serio conmigo y muy distante, no te quedes
como mudo, dime lo que sientes,jtú nunca me expresas lo que sientes.
— Pues es que cuando te digo lo que siento siempre te enojas, siempre
acabas reclamándome. '
— No es cierto, a ver, prueba esta vez.
— ¿De veras quieres oírme sin criticarme?
— Claro, pruébame.
—«Tú sabes que mi papá ha estado muy enfermo y hace buen tiempo
que no lo voy a visitar y la verdad es que me gustaría traerlo a vivir aquí
con nosotros, de hecho cuando construimos el cuarto al fondo del jardín
que tiene una entrada independie nte pensé que podría ser una buena
opción para mi papá. Él ya está muy enfermo de diabetes y si vive aquí yo
lo p u ed o meter al Seguro Social, me siento muy incómodo de saber que
está enfermo y yo ni siquiera le puedo hablar por teléfono tr anquilam en­
te de mi propia casa, pues la última vez que lo hice tú estabas frente a
mí diciéndom e que ya le colgara, que nos iba a salir muy cara la larga
distancia; desde entonces prefiero hablarle cuando estoy fuera de la casa,
pues no me siento libre de hacerlo desde aquí. Reconozco que me siento
resentido contigo p or ya no hablarle a mi padre, y con enojo conmigo
mismo p o r no atreverm e a hacerlo cuando tú estás enfrente, pues aunque
sea muy im perfecto y muy metiche finalm ente él es mi p ap á y yo lo quiero.
— ¿Cómo quieres que yo me sienta - in te r r u m p e el relato del marido
y deja vacía la silla de la oreja p ara pasarse a la de la tr o m p a - si cuando
tu p apá viene, se m ete a la cocina y quiere opinar de todo y tu hermano,
que es un alcohólico, ni siquiera se preocupa de él, ni siquiera lo visita y a
nosotros nos deja toda la carga? ¿Sabes tú cómo me siento cuando a veces
son las diez de la noche y tú llegas cansado del trabajo y yo tengo ganas de
ver una película o de cenar a gusto solos los dos, y entonces tú te vas a ver
a tu papá en su cuarto y te quedas las horas con él, y claro, cuando llegas
yo ya'estoy dorm ida. Parece que en esta casa yo siem pre q u ed o en último
lugar; siem pre tienes tiem po p ara los dem ás pero n u n ca p ara mí.
—Contigo no se p u ede hablar.
— Lo que pasa es que no te gusta que te diga la verdad, a mí me dejas
siem pre en último lugar.
C hano y M arta dan por term inado su diálogo ju stam e n te cuando él
contesta su celular y después de un p ar de m inutos ella se desespera y se
va dan d o un ruidoso portazo. El asunto se q ueda inconcluso y se repite
la misma historia de siempre: en lugar de sentirse m ejor cada uno está
p e o r que antes del seudodiálogo; se sienten más frustrados que cuando lo
iniciaron.
Están tan metidos en el intercambio de dolores acum ulados y de re­
sentimientos que no p ued en ver ni siquiera con un m ínim o de claridad el
ju e g o en el que están enredados: algo tan fácil de detectar p o r cualquier
observador externo pero tan difícil de reconocer cu and o están ahí
atascados en el lodo del intercambio interminable.
1. Ella le dice: “¡expresa lo que sientes!”
2. El comienza a contar su historia tal como la vive.
3. Ella in te rru m p e -las cosas no son así como tú dices-, pues al tocar
su p ro p io dolor deja de escucharlo a él.
4. Él, al no sentirse escuchado en su propia historia y dolor, tampoco
es capaz de escucharla a ella.
5. Ella saca más de su dolor.
6. Él contraataca sacando el suyo propio.
Ella, a u n q u e no se siente escuchada, continúa sacando más dé su
F' dolor acum ulado y expresado cada vez más en form a de reclamo, es
'i: decir en segunda persona: tú... tú... tú...
¡j.
8. Él opta p o r callarse o distraerse y evadirse con algo más.
9. O, en ocasiones, contesta con su vieja y conocida fórm ula “no tengo
f n a d a ”.
Ir.-*'
rlO. Ella le dice “ya ves cómo nunca quieres hablar de lo que sientes”.
V
r.

[El p rob lem a de la com unicación en este caso n o es qu e los dos tengan
¡.necesidades diferentes ni sus propias form as de ver el m un d o , ni
piera es qu e él quiera a su p a d re y ella odie a su suegro. El problema
que cuando él habla ella no lo escucha y viceversa. Con sus palabras
í dice literalm ente con toda la ho n estid ad q ue su conciencia le permite:
¿Éla con confianza”, pero con su- m an era de resp o n d e r lo que ella
presa p or debajo de la mesa es: “lo que sientes son puras estupideces”.
Ella da dos mensajes al mismo tiempo: “dim e con confianza lo que
ntes” pero “ ...no deberías sentir lo que sientes”. Esta incongruencia de
escuchar escuchando es p o r un lado m uy obvia p ara cualquier observador
terno pero, p or otro lado, es muy invisible a los ojos de quien habla,
conciencia chiquita sólo ve las palabras, p ero no reconoce a los otros
os que hablan a través de conductas y gestos. Sólo ve lo de arriba de la
isa pero no lo que ocurre abajo. La conciencia chiquita podría seguir
r el resto de su vida diciendo ¡habla!, pero ju sto cu and o él lo hace
menzará a in te rru m p ir... y no se d ará cuenta de su propia hrincadera, de
propia com unidad interior de egos que se atropellan e invalidan entre
porque ella no es capaz de reconocerlos y darles la palabra cuando es
mpo de hablar, para que a su vez cuando sea tiem po de escuchar pueda
ncentrarse exclusivamente en la historia de C han o (con la enferm edad
su p ad re y con sus intentos de llamarle p o r teléfono).
Como b u en a cocinera de conciencia chiquita, p o d rá reg añ ar a su vecina
r hacer ese pastel que le sale tan duro, porque no bate bien la mezcla y
pone sólo media cucharada de levadura en lugar de p onerle dos cucha-
litas.
—No seas mensa, com adre, si sigues la misma receta de costum bre pues
m pre te va a salir d u ro el pan.
Para Marta, la experta en cocina, es tan clara la forma “tan mensa” de su
:ina de querer hacer un buen pastel siguiendo la vieja fórmula*de media
:harada de levadura, que no ie ha funcionado en el pasado. Sin embargo
M arta, la esposa, está haciendo ex actam ente lo mismo con su pareja:
quiere u n a relación más rica pero siguiendo la misma receta (con la boca
te digo habla y al m inuto con mi conducta te digo no te escucho) y lo que
va a o btener será el mismo resultado: un a relación d u ra y fea tal como los
pasteles de su vecina “la m en sa”.
Ese día, sábado social p o r la noche, la historia se está repitiendo por
enésim a ocasión: ju sto en el m om ento que el m arido habla, ella, en lugar
de escuchar, contesta con su propio d o lo r El dolor de M arta, aunque
ciertam ente es m uy válido y entendible, es exp resado en el m omento
equivocado. De p ro n to en la “mesa del diálogo” hay dos bocas hablando y
n in g u n a oreja p ara escuchar. Al te rm in ar el rispido intercam bio deciden
tam bién d ar p o r term inad a su participación en la “simpática reunión
social” con sus com padres. En el cam ino a la casa se percibe en el auto
u n am biente pesado. Los dos se sienten aú n más solos, a h o ra sí, él está
más instalado y atrin cherado en su cueva y de plano ya no respo nd e nada
cu and o su m ujer en un segundo intento p o r ser com prensiva le pregunta
con em pática calidez: “ ¿tasenojado?, iplatícame qué te pasa!” El ni siquiera
le contesta.
Así, atorada en este p atrón tan “m enso” - d e brincar de u n a reacción
a o tr a - ap a re n tem en te sin salida, en el que han estado enred ado s como
pareja cada tercer día d u ra n te los últimos quince años, M arta finalmente
después de u n p ar de semanas de silencio y reflexión ve con claridad
que si quiere h o rn e a r un pastel más sabroso tiene que p ro b a r u n a receta
diferente. Por p rim era vez en su vida le cae el veinte de que tiene que
cam biar de receta si quiere cocinar un a relación diferente. Por prim era
vez se deja de concentrar en cambiar al m arido, en retenerlo, en hacerlo
en tra r en razón.
A hora está p re p a ra d a para concentrarse en ella misma y en conectar
sus sentimientos detrás de las palabras. Antes de escucharlo a él con
calidad, debe a p re n d e r a escucharse a sí misma. Invierte algunas horas
en la exploración interior de sus sentimientos. Después de dedicarse un
tiem po a la lectura de libros como éste y a la observación de sus sensacio­
nes y pensam ientos, un b u en día logra in te g ra r el rom pecabezas con
todos los pedazos de su aprendizaje. Ese día su conciencia com ienza a
crecer; ese día decide escribirse esta carta:
Si me doy cuenta que, en este momento, no tengo disposición para
escuchar a mi pareja, si nada más de verlo me dan ganas de recla­
marle, si su sola presencia me irrita, entonces es probable que tenga
“asuntos pendientes con él”. Antes de intentar ser u na buena persona,
una com pañera escuchadora e impecable, debo dejar mis buenas
intenciones y voltear hacia a d e n tro p ara buscar alguna experiencia
reciente o rem ota d o n d e me sentí lastimada o molesta p or algo
que hizo o dejó de h acer él, quiero ten er presente que: “antes
de ser em pático necesito ser c o n g ru en te”. Prim ero es requerida
la honestidad y después la com prensión. A veces tal vez me sea
posible dejar a u n lado p equeños detalles pendientes y escuchar
con disposición. Sin em bargo en otras ocasiones sim plem ente no me
será posible dejar d e lado dichos asuntillos pendientes y entonces
con honestidad y h u m ild ad es m ejor decir: “en este m om ento no te
p u e d o escuchar, pues traigo m uy clavada esa espina a ú n ”. Para estar
en el p resente y p o d erm e conectar contigo aquí y ahora necesito
c e rra r ciclos, necesito d ar el micrófono a mis varias partes y dejarlas
hablar, pues au n q u e no se gusten entre sí ahí están.
Necesito hablar de lo que está pen dien te p ara aspirar a dejarlo
atrás, p ara que un día ya no me molesten, p ara que un día ya no
. los sienta com o u n a carga c u a n d o estoy frente a ti y entonces
te p u e d a escuchar, de m anera ligera y fresca, como si fuera la
p rim era vez. Pero m ientras no lo haga, esta reacción ahí está, p o d rá
p arecerte muy in m ad ura, tonta e irracional, pero finalmente así es
y los sentimientos son como son y en este m om ento quiero honrar,
quiero reconocer mi experiencia interna como es, au nq u e ello no
co rresp o n d a a “cómo debería ser”.
Hoy p u ed o reconocer p o r p rim era vez que mis sentimientos, al igual
que los tuyos, no desaparecen ni se transform an con buenas razones,
sino con la experiencia de ser escuchados. C uan do estoy resentida,
en este m om ento, el ruido que produzco con mi m ente es tan fuerte
que sim plem ente no p u ed o escuchar el sonido de tus palabras ni ver
el color de tus sentimientos con claridad, y entonces de cualquier
m an era va a saltar ese ego inconcluso; me va a salir lo reclam ona de
m an era natural. Tal vez en este m om ento necesito pedirte que tú
me escuches prim ero, quiero pedirte que te sientes en la silla “de la
oreja” y no te bajes de ahí hasta que yo termine. Tal vez después de
ser escuchada yo esté un poco - o mucho, no lo sé- más p rep arad a
p ara entonces sí escucharte. Tal vez esto necesite hacerlo una sola vez
o varias veces, no sé cuántas, antes de p o derte escuchar finalmente
con toda mi concentración, es decir con más claridad, em patia y paz.
Cuando tengo asuntos inconclusos; cuando mi hijo, mi esposo, mi amigo
m e hicieron algo ante lo cual no p u d e ex p resar mi molestia, mi dolor
o mi decepción, me quedo con la carga de un asunto pendiente en
mi conciencia; me quedo atorada, asociada, anclada, “con la tecla
p eg a d a” cada vez que el otro me deja caer un com entario, que
a u n q u e sea inofensivo yo lo convierto en ofensivo. Entonces ya no
p uedo escuchar a la persona en el presente, lo que escucho es solamente
el ruido insistente de la deuda pendiente. La palabra que se ahogó, al
no transformarse en voz, se convirtió en resentimiento, distanciamiento
y enojo contenido.
Hoy p ued o reconocer que cuando estoy atorad a ya no oigo el
presente, solamente escucho el pasado. A un qu e teóricamente
escuchar es algo relativamente fácil, de p ro nto se convierte en algo
ex tre m ad a m en te difícil cuando se trata de hacerlo con alguien
a quien llevo tan clavado, p ero tan atorado en la garganta que en
lugar de percibirlo a él lo que percibo es la “canallada” qu e me hizo
o la frustración que me provocó. Para volver a escuchar el presente
quizá sea necesario em pezar a hacer propia aquella consigna bíblica:
. “Si te sentiste ofendida p o r tu h erm a n o no dejes que se meta el sol
p a ra ir a hablar con él”.
En el ámbito po p u lar se escucha decir que cu and o u n a persona
reacciona de m anera desproporcionada ante algún evento: “está res­
p iran d o p o r la h e rid a ”. Igualm ente en el contexto de la comunicación
h u m a n a decimos que cuando una persona tiene una herida, reciente o
rem ota, sin sanar - u n asunto inconcluso-, le es v erd aderam en te difícil
pon erse en los zapatos del otro. Desde sus heridas y asuntos inconclusos
las personas no escuchan, sólo reaccionan. F ernando Savater, filósofo
y escritor, afirma que el p eo r enem igo del diálogo es el fanatismo. Así,
cu an do estamos heridos, los seres hum anos nos solemos co m po rtar como
auténticos fanáticos, totalmente incapaces de dialogar, de escuchar con
respeto y de expresar con honestidad y sin devaluar al otro.
M arta a h o ra p u e d e ver -g racias a su e x p a n sió n de conciencia y
gracias a su vecina, la de los pasteles d u r o s - cada vez con m ayor cla­
rid ad los e n re d o s de su familia. Puede observar sin em b rollarse cuando,
p o r ejem plo, alguno de sus e n c an ta d o re s y exigentes hijitos se fijan a
ratos m uy bien en lo que mamá no les da: el ju g u e te q u e 110 les com pra,
el re s ta u ra n te al qu e no los lleva, el coche que no tiene, la casa o las
vacaciones que no están a la altu ra de sus reales deseos.
Un día de rep en te ante un inofensivo com entario de “no m e gusta esta
so p a” o “necesito veinte pesos”, entonces p ap á explota lleno de cólera y
com ienza a despotricar contra los hijos. Marta, sin em bargo, puede ver
desde afuera pero mirando hacia adentro la película de lo que ella misma
solía practicar con total inconciencia y a lo puro menso: p u e d e ver que
la reacción de su esposo no es del tam año de la gravedad de la falta ni
de lo oneroso del gasto solicitado. La reacción c o rresp o n d e finalmente
a la acum ulación de la tensión, del resentim iento y de las molestias no
habladas.
A hpra se da cuenta, después de algunos años de estar buscando y
ex p lo ra n d o los resquicios de las complejas relaciones hum anas, que
u n a m u je r resentida p o r el engaño de ayer p o r parte de su esposo, un
hijo lastimado p or u n p ad re violento, u n a hija dolida p o r los abandonos
frecuentes de su m adre, u n p a d re resentido p or las dem andas cada vez en
au m en to p o r parte de sus hijos o su mujer, todos ellos te n d rá n serias di­
ficultades p a ra escuchar peticiones sencillas o a u n expresiones amorosas
de quien perciben, en el fondo y aunque no lo reconozcan, como “el autor de
su h e rid a ”. Escuchar a alguien que me “hirió” es sólo posible si antes tuve
la ocasión de ser escuchado en la expresión de mis asuntos pendientes.
Papá en este caso lleva años co m p rand o cosas a sus hijos y endeudándose,
lleva años sintiendo que lo que hace no es suficiente y así de p ron to una
simple petición de veinte pesos para u n cuaderno se convierte en la gota
que derramó el vaso de todas sus molestias acumuladas.
—T ú no tienes llenadero, solamente m e hablas cuando quieres pedirm e
algo, sólo p ara eso te sirvo...
C u a n d o tengo algo atorado es como si estuviera frente a u n a vieja
fotografía de alguien que me lastimó ayer. No p u ed o ver que frente
a mí está u n a persona diferente a la de mi fotografía. Me puedo
conectar y hablar sólo con mi fotografía mental pero no podré
hacerlo con la persona real que ahí está enfrente, pues ni siquiera
la veo. La cara del otro funciona simplemente como un a pantalla
en blanco d o n d e yo em b a rro mi pro p ia proyección. H ablar del
pasado, tal com o se siente en el' presente, frente a alguien que nó
obstante “traerlo atravesado”, sin em bargo me p u e d e escuchar con
tod o su corazón, es paradó jicam en te la mejor m anera de soltar mis
resentimientos, de perdonar, de sanar para finalmente estar libre
p ara concentrarm e ahora sí en el presente.

La persona y sus múltiples egos


Desde la perspectiva del modelo de los potenciales de expeúencia, mencionado
en el capítulo anterior, cada persona posee su propia com unidad interior
de pequeños egos. Los asuntos inconclusos o necesidades no resueltas
p u ed e n ubicarse en este contexto como pertenecientes a algún potencial.
Rosenberg ha sugerido que el conflicto h u m a n o se alimenta precisam ente
de necesidades no escuchadas. La conciencia ante la presencia de n e­
cesidades insatisfechas comienza a brincar alred ed o r del potencial
implicado, como cuando se p ren d e la televisión y aparece un partido
de la selección de fútbol; de m om ento desaparecen todos los problemas
personales p ara d a r lugar al gol. *
Las distracciones, sin embargo, son momentáneas y la parte no escuchada
se quedará cargada e inconclusa y seguirá irrum piendo en la conciencia,
seguirá “llam ando la atención” cada vez que pu ed a. Después de todo,
cualquiera que sea la distracción -el partido de fútbol, la b orrachera o la
película- no p u e d e n d u r a r toda la vida. A un qu e la persona no reconoce
todas las voces o necesidades de su com unidad interior,17 éstas de cualquier
m anera siguen ahí, no desaparecen, se quedan como esos cobradores que
se. van p ara después volver, como representantes de recientes o antiguos
deudores, de asuntos pendientes, siempre acechando a la conciencia,
siem pre irru m p ien d o , siem pre distrayendo.
Cada uno de estos estados del ego o potenciales de experiencia
eventualm ente pu ed en evolucionar y ser integrados, transform ados o
trascendidos. Sin em bargo alcanzar la “integración” -e ta p a de mayor
d esarro llo - d e p e n d e en gran m edida de la aceptación hum ilde de la
realidad como es, es decir del reconocimiento d e las heridas que existen
y de los asuntos inconclusos presentes. Las heridas y los sentimientos no
expresados requieren finalmente para su integración y reacom odo interior
la experiencia de ser respetados, escuchados y honrados.
Q u e re r olvidar y negar algo incómodo que ‘‘ya ocurrió recientem ente o
hace tiem po y de nada sirve reco rd ar” es un a de las tram pas más costosas
en una relación, pues en el largo plazo todo lo no hablado se recicla un a y
otra vez hasta el cansancio. C uando una parte de las muchas que existen
en el interior de la persona es finalmente tom ada en cuenta y es capaz
de exp resar sus necesidades de ser querida, respetada e incluida, deja
entonces de llamar constantemente la atención y provocar esa experiencia
interna de constante “brincadera”, durante la cual la persona pasa del
potencial del herido al del educado, de la m oneditá de oro o del m aduro al
resentido, del callado al agresivo, del m aduro al chismoso criticón, etc.
u La Teoría de ios Potenciales de Experiencia d e Alvin M ahrer se refiere a una especie
de com u nid ad interior que habita en cada persona. N o existe un yo rector sino m últiples
estados d e exp erien cia que se activan y salen al escenario durante la actividad cotidiana.
La persona p u ed e exp erim en tarse alternativam ente com o alguien p od eroso, m iedoso,
en vidioso, insegu ro, generoso, etc.
Un estado del ego no escuchado, como refería Berne, comienza a colectar
estampillas, se va haciendo más y más irritable hasta que su um bral de e x ­
plosión baja tanto que u n día, ante el más inocente y m ínim o estímulo,
explota de m anera desproporcionada como el papá arriba mencionado
-q u e ante la petición de veinte pesos p o r parte de su hijo explota y le
avienta to do u n rollo mareador.
Según la m etáfora d e Berne, la última p eq u e ñ a ofensa representa
ju stam en te la pieza de colección con la que se com pleta el álbum. A
m e n u d o u n a frase dicha de m an era inadvertida, el olvido de u n encargo
minúsculo o u n p eq u e ñ o retraso se convierte en la gota que derramó el vaso ,
y entonces la perso na “o fen dida” se desborda en su dolor; se siente con
todo el d erech o y justificación para "sacar a pasear al niño h erido interior”
y ahora sí explotar, ofender, deprim irse, aislarse y expresar: “Nadie me
quiere; nun ca te im porté; todo el m u n d o es más im po rtan te que yo; te
valgo madre; te importo un cacahuate”.

c) Experiencias mixtas, ¿heridas nuevas o antiguas?

A p arentem en te las heridas p u ed e n clasificarse en nuevas y antiguas,


sin em bargo en la inm ensa mayoría de los casos u n a h erida nueva, p o r
ejemplo, “la vez que me dejaste plantada y no p u d e asistir a esa actividad
tan im p o rtan te p ara mí” resulta con gran frecuencia ser en última
instancia u n a vieja herida reciclada. Aun en los casos d o n d e se pued e
identificar fácilmente el evento que provocó el dolor, éste con frecuencia
está conectado em ocionalm ente con otra aú n más vieja y “em polvada”
experiencia. La esposa, cuyo m arido siempre llega tarde, es potencial
y a p a re n tem en te capaz de hacer algo tan sencillo y funcional como
esperarlo un tiem po razonable y entonces, al ver que no llega -p a r a asistir
al evento, a la reu n ió n familiar o a lo que sea-, procede a dejarle un reca­
do avisándole de m an era respetuosa y a la vez clara que ella lo espera en
el lugar de la reunión.
En lugar de elegir y actuar con la “mente en paz” desde un lugar de
autorrespeto, es posible que la “m ujer plantada” comience a sentir en
el estómago esa misma sensación tan añeja d e no ser tom ada en serio,
de no ser im portante, de ser excluida. A unque probablem ente no tenga
conciencia del m om en to original, d o n d e la sensación de incom odidad
apareció p o r p rim era vez, no p o d rá im pedir la sensación clara de una e x ­
periencia in tern a de dolor emocional, un dolor totalm ente real, tan real
que no pu ede evitar concluir categóricamente ante el estímulo presente:
“tú me haces sentir m al”.
En otras palabras, la esposa tendrá totalmente ocupada su conciencia
percibiendo la pantalla impuesta en el m u nd o de afuera con la película
que ella misma proyecta y ha proyectado desde hace m ucho tiempo. Estará
pues, enojada o lastimada con la pantalla a la que con toda indignación
q uerrá patear y reclamarle. Por otro lado, aun q ue sea parcialmente cierto
todo lo que diga de la pantalla de enfrente, no se d ará cuenta - n o obstante
su buena intención de querer cambiar al o tro - que el problema, como
dice la canción de Arjona, “no es que mientas, el problem a es que te creo”.
Nosotros diríamos: el problema real y profundo no es que tu m arido llegue
tarde -lo cual ¡claro que es cierto!- el problema es que tú tienes un proyector
alimentado por tu adicción a no ser abandonada, a ser querida por otros
para entonces tú quererte.
Chano, el ya m encionado esposo de M arta, a m e n u d o se siente
Utilizado cuando alguno de sus encantadores y exigentes hijitos se fija
sólo en el auto o en la casa que no tienen. En u n a de las.tantas veces
que ellos sim plem ente expresan un honesto, válido y simple deseo
de ten er un nuevo viaje, auto u hogar, el p ap á en tra en cólera p o r su
actitud dem an d an te y entonces es incapaz de escucharlos; revienta y
despotrica contra ellos. A unque ha to m a d o varios cursos de escucha
em p ática y com unicación familiar, en ese m o m e n to se n cillam e n te no
p u e d e escu ch a r a sus hijos. F in alm en te, su in c a p a c id a d d e escu ch a r
no resu lta d e su falta de con ocim ientos ni de c a p a c id a d técnica, sino
del r u id o q u e en su m e n te p ro v o can sus a s u n to s inconclusos, d e su
fru stra ció n p o r sentirse insuficiente y p re s io n a d o a d a r más y más.
En su m a, c u a n d o estalla la crisis él se relacion a no con la p e r s o n a de
e n f r e n te -F e rm in c ito , qu e le pide veinte p eso s-, sino con su p ro p ia
proyección; él no p u e d e sim p lem en te escuchar los deseos de sus hijos.
En ese m om ento no p ued e en ten d er algo en apariencia muy sencillo:
que escucharlos sólo significa asomarse al m u n d o del otro sin ten er que dar,
cargar o complacer. Pero para escuchar al otro necesita verlo y percibirlo;
en trar a su m undo. Escuchar requiere algo tan fácil y difícil a la vez;
requiere apagar el proyector de la mente, silenciar al perico interior para
que entonces aparezca la cara y la expresión del otro, p ara que aparezcan
sus sentimientos y su historia, para que aparezcan sus dolores y desde
luego también eventualm ente sus propias adicciones y sus necesidades
que sólo pu ed en ser com pletam ente entendidas cu and o son escuchadas
en el silencio total de la aceptación, cuando se ren u n cia p o r lo menos
provisionalm ente a satisfacerlas o a tratar de cambiarlas “p o r su bien”:
cuando es más importante entender que cambiar.

t La pareja: el gran reto


Marta, n u estra protagonista, tiene años con sentimientos atorados, no
expresados, no escuchados y así, no obstante su dom inio en el arte de
escuchar, frente a su m arido le brotan en la conciencia, como liebres, sus
asuntos inconclusos; todo lo no hablado suficientemente con su marido
se convierte de p ronto, cuando está frente a él, en un florido y grotesco
ejercicio de invalidación mutua.
Con las personas más cercanas, especialmente con la pareja por razón
de la historia com partida d u ran te u n tiempo prolongado, se generan,
como ya lo hemos visto, inevitablemente más asuntos inconclusos que con
quien acabamos de conocer y con quienes paradójicam ente - n o obstante
ser personas menos significativas- nos resulta con frecuencia más fácil
escuchar de u n a m an era técnicamente impecable.
La vida de pareja es pro bablem en te la aven tu ra más riesgosa y más
difícil de todas las aventuras que p u e d a e m p re n d e r el ser h u m a n o en el
ám bito de las relaciones h u m an as (González, 2005). La pareja rep resen ta
a la h e rm a n a o al h e rm a n o más; próxim o con quien se g e n e ra n más
asuntos p end ien tes, p o r lo cual diversos autores subrayan la im portancia
de dedicarle tiem po a cultivar su m antenim iento y crecimiento. Las p r o ­
babilidades estadísticas de m a n te n e r saludable y estim ulante u n a relación
de p areja son realm en te mínimas. La gente con frecuencia inicia su vida
formal de pareja en un estado de enam oram iento emotivo. La luna de
miel p ara algunas parejas d u ra unos cuantos días, p ara otros la duración
se alcanza a e x te n d e r a algunos años, pero difícilmente este estado
de cercanía estim ulante llega a sobrevivir en condiciones “com unes y
co rrien te s” a través de u n tiem po más prolongado.
La vida útil y de calidad de un a pareja, en el m ejor de los casos,
suele ser de unos pocos años después de los cuales una relación se agota
a p a re n te m e n te sin rem edio. Esta realidad ha llevado a más de algún
p ró fu g o del m atrim onio a afirm ar que alre d ed o r de los cinco años de
convivencia llega el m o m e n to inevitable de e n fre n ta r la realid ad con valor
y cam biar de plano de pareja. Para u n a bu en a p rop orción de la población
ésta es u n a opción válida: cambian de pareja ap ro x im a d a m e n te cada cinco
años sólo p ara en co ntrarse que la historia se repite. J u a n M anuel, por
ejem plo, después de te rm in ar con su cuarta pareja e x p e rim e n ta la misma
película de siempre: se vuelve a sentir herido, traicionado, d e fra u d a d o y,
p o r supuesto, term ina desde su peq u eñ a perspectiva ech ánd o le la culpa
a “ellas”: no es capaz de voltear ni siquiera re m o ta m e n te a reconocer la
p a rte de su pro p ia com plicidad en el fracaso. J u a n M anuel ha llegado a
la conclusión, basado en su p ro p ia experiencia, de que la m u e rte afectiva
de u n a relación de pareja es m era m en te cuestión de tiempo.
E xpresar sentimientos desagradables p u e d e te n er efectos negativos
p ara la pareja, especialmente cuando se hace en la forma y en el momento
inadecuados. La form a se refiere al reclamo, al sarcasmo y, en fin, a las
diferentes m aneras de utilizar el mensaje Tú estás mal. El “m om ento ina­
d ecu ado ” p o r su parte hace referencia a cuando la otra persona no está en
disposición de escuchar. En ambos casos, como ya lo hem os mencionado, se
genera resistencia y defensividad. C uando el intercam bio de sentimientos
fracasa, la pareja sufre un alejamiento emocional. En el intento abortado
de diálogo, el ‘im p ru d e n te ” que se animó a expresar, como pudo, su
mdlestia, llega p ron to a una conclusión: “para la próxim a vez en lugar de
hablar de m an era tan claridosa es m ejor q u ed a rm e calladito para evitarme
problemas y reacciones desagradables”. Está atra p ad o en un dilema: “si
hablo: mal, y si me callo: tam bién”.
\ 1 *

El reclamo
C uando el diálogo es p arte ele la convivencia cotidiana al interior de la
pareja o del gru po familiar, usualm ente la p ersona que llega a ex peri­
m entar molestias de m an era natural expresa sus sentimientos que al ser
escuchados le perm iten “darle vuelta a la hoja” y ce rrar el asunto. Sin
em bargo esta cultura y práctica del diálogo es más bien excepcional: con
frecuencia la persona que se ha sentido en algún m om ento de su historia
lastimada por algo, no tom ada en cuenta, ig n o rad a u ofendida, q ueda
predispuesta a e x p resar dicho asunto inconcluso o dicha h erid a de una
m an era indirecta y pobre. C u and o la familia no vive la cultura del diálo­
go -com o suele o c u rrir c o m ú n m e n te - dicha herid a o asunto inconcluso
se manifiesta a través de diferentes conductas o incluso paradójicamente “se
ex p resa a gritos”, a través de silencios y distanciam ientos.
La utilización del reclamo representa u n a de las tantas modalidades
más utilizadas por quien alberga en su interior “asuntos inconclusos” que
no ha podido expresar en espacios protegidos. Toca reconocer y finalmente
expresar con transparencia y honestidad los verdaderos sentimientos detrás
del reclamo, ello representa v erd aderam ente u n o de los grandes retos
en el proceso del diálogo, tal vez el más difícil. Las heridas del pasado,
existentes en las personas de conciencias com unes y corrientes, con gran
frecuencia son expresadas en una de las formas favoritas apren didas en la
cultura dom inante: el reclamo, cuya form a gramatical utiliza la segunda
perso na del singular o del plural.
La persona lastimada es incapaz de expresarse constructivamente según
la guía del diálogo protegido que enunciamos en el último capítulo: “yo
me sentí dolida cuando hace algunos días te p e d í... y tú hiciste o dejaste de
h a c e r...” En lugar de ello es muy frecuente escuchar p or ejemplo a una
m u jer reclamarle a su marido:
— No m e alcanza p ara com prar lo que necesitamos ¡ah, pero eso sí!,
tú siem pre tienes p ara apoyar a otra gente, a tu m am á, tu herm ana, tu
co m pad re, pero no a mí. Para ti el trabajo siem pre es p rim ero y no tienes
tiem po para acom pañarnos a tus hijos y a mí, etc.
Por el otro lado está la experiencia de quien se en c u en tra “escuchando”,
que en realidad más bien está tocando su p ro p ia herida. En otras palabras,
m ientras oye el reclamo de su pareja la persona está ex p erim en tan d o en su
cu erp o u n a incóm oda sensación de ataque: se siente atacado y de m anera
autom ática se pone a la defensiva.
— Fui al superm ercad o y a la salida estaba u n a tienda de ropa de m ujer
y vi u n a blusa qu e me hace falta y pues claro no traigo dinero ni para com ­
p ra rm e unos calzones, pero eso sí, tú le estás ayu d an d o a tu herm an o con
los gastos de su accidente. •
— ¿Y qué quieres?, ¿que lo deje ahí p ara que lo m etan a la cárcel?
— Pues claro, tu h erm a n o y tu m am á siempre h an sido más im portantes
que nosotros.
— ¿No acabo de pagar el mes pasado la rem odelación de la cocina?
Son las formas de resp o n d er ante un reclamo por p arte del hombre,
au n q u e también es posible que ‘sean de parte de un a m ujer de un
“reclam ón”, lo que rara vez incluye la escucha empática; en lugar de ello
más bien:
• Se queda callado.
• Se aísla.
• R esponde con furia, contraataca.
• Se cierra, evade, le da sueño.
tra m anera de e n te n d e r los circuitos repetitivos o intercambios
O interminables automáticos y destructivos qu e llegan a form ar más
de 90 p or ciento de una relación de pareja es el Pasaje -a la acción. Este
término, propio de la psiquiatría francesa a principios del siglo xx, inspiró
a Ereud a desarrollar un concepto cercanam ente relacionado: el acting out
o descarga de conflictos mentales, que o cu rre no a través de la expresión
verbal sino a través de acciones o conductas frecuentem ente agresivas. Lo
que no se habla se actúa: es pues la formulación p o p u la r de este fenómeno.
Cualquier relación, por armoniosa que sea, de m anera frecuente o
esporádica, trae consigo roces inevitables. C uando dichas pequeñas y
grandes fricciones son silenciadas, se convierten de m an era gradual y casi
imperceptible en heridas, resentimientos y en los ya referidos asuntos
inconclusos. Al paso del tiempo la incapacidad para comunicarse se va
acumulando silenciosamente hasta que la relación comienza a morir.
Sin embargo, reiteramos, no es la presencia de conflictos y roces lo que
mata una relación, sino la incapacidad p ara construir un diálogo y d ar
una salida verdaderam ente constructiva y sana a lo no expresado. En
el modelo topográfico de la personalidad de Sigm und Freud, llamado
precisamente psicodinámico, se considera a las conductas observables
como manifestaciones de una dinámica mental interior o “inconsciente” .
En términos de la prim era ley de la term odinám ica que inspiró a Freud
-la energía no se destruye sólo se transform a- el acting out se refiere a la
expresión de conflictos no expresados. En el contexto de cualquier relación
interpersonal, el conflicto es prácticamente inevitable. Ante las diferencias y
los conflictos las personas enfrentan las opciones del diálogo o del acting out:

Lo que dices me p o d rá doler, pero lo que mata nuestra


relación es todo lo que al callarlo con tu boca, dejas que lo
hable de m an era destructiva tu conducta, tu acting out .
En los capítulos anteriores hemos expuesto u n o de los d en o m in ad o res
de to da relación hu m ana, especialmente la familiar: el conflicto. Cada eta­
pa del desarrollo de la p ersona y del ciclo de la familia tiene sus propios
conflictos. Es lo natural. La presencia del nuevo herm ánito, los pleitos inter­
m inables de los padres, las triangulaciones de p a p á o m am á ya m encio­
nadas, los hostigam ientos en la escuela de p arte de los com pañeros
o m aestros, las pérdidas, las experiencias sexuales traum áticas, los
ab and on os, las decepciones, las traiciones, etc.
U n niño que no ha desarrollado la capacidad de ex p resar sus conflictos
internos se convierte más p ro n to que tarde en u n niño “pro b lem a”, es
decir en u n a fuente inagotable de acíing outs. Los niños, al no haber
a p re n d id o formas constructivas de ex presar sus sentimientos, manifiestan
u n am plio inventario de conductas destructivas que a su vez provocan
p o r p arte de los padres, en un círculo sin fin, u n m ayor hostigamiento. El
niño del acting out, sin motivos aparentes, arrem e te contra sus herm anos,
re p ru e b a exám enes con consistencia, roba, golpea, p ro d u ce accidentes,
se órina en la cama, se p rod uce cortadas en la piel, tom a alcohol, drogas,
en tre otras conductas.
El acting out , los actos fallidos, las triangulaciones y u n a g ran cantidad
de síntom as variados, para el propósito de este capítulo, tienen cabida
todos en la misma categoría de Pasaje a la acción. El Pasaje a la acción
funciona p ues como u n muy socorrido m edio de com unicación indirecta:
c u a n d o la boca falla en e x p resar con claridad las necesidades no
satisfechas aparece u n a m u ltitud de conductas destructivas que a su vez
p rovocan más y más rechazo. La triangulación, p o r ejem plo, se refiere
al acto de enviar mensajes al destinatario equivocado -le decimos al hijo
lo que correspondía decirle al esposo-. El acting out es un térm ino más
general que se refiere tanto al destino del mensaje -e s decir a la persona
in a d e c u a d a - como también a la forma disfrazada de manifestar algo que
duele y causa conflicto.
Esta m an era de expresar con el cuerpo lo que no dice la boca, a su vez,
fom enta un círculo vicioso: entre menos es escuchada la persona, menos
capaz es de expresar con claridad sus necesidades y más censura e intentos
de control de parte del m edio ambiente, más castigos, más rechazo por
actuar como lo hace. Los jóvenes pertenecientes a distintos grupos que
hacen actos destructivos para sí o para los dem ás (bandas, grafiteros y
variadas tribus urbanas), muy, pero muy escasamente han tenido la
experiencia de ser verdaderam ente escuchados.
U na m adre, por ejemplo, rep ren d e a su hija m e n o r p o r no ser tan
aplicada como su herm ana. La afectada responde entonces, al sentirse
com parada, con mayor indisciplina en el estudio; la m am á, a su vez, le
reclama; la hija se rebela, y continúa el ciclo.
Juanito, otro niño del acting out, roba cosas o arrem ete contra su
herm anito. C onform e se conduce de formas reprobables y “extrañas”, los
padres más lo castigan y el pequeño a su vez se hace más rebelde, más
aislado, más indisciplinado, y así hasta el infinito en u n círculo vicioso
que pareciera ser u n destino fatal que m antiene atra p ad a a toda la familia
en u n intercambio de agresión p erm anente: los papás regañan al niño
“p o rq u e ” es desobediente, y éste infringe más las reglas “p o rq u e ” se siente
no com prendido.
Este p atrón u n día se ro m p e al estallar un a crisis y o cu rre algo terrible.
En la película Rapsodia en América , basada en u n a historia verídica, un a
m a d re em igrada de H u n g ría en su intento p or cuidar y proteger a su hija
en la nueva cultura estadounidense, le pone m ayor vigilancia y horarios
más estrictos; la niña se siente en desventaja en relación con el resto de
sus com pañeros y al principio reclama sin m ucho éxito, pues la m am á
invariablemente le resp on de que todo es p o r su bien. La niña opta por
salirse a través de la ventana en las noches y hacer sus escapadas con sus
amigos hasta que la m a d re un día la descubre besándose con un joven y
entonces, alarmada, le aplica como receta disciplinaria “más de lo mismo”.
A um enta el control y la vigilancia: le pone llave a la p u erta y protección a
la ventana p ara que la niña ya no p u e d a escaparse. Su argum ento hones­
to es: “no voy a perm itir que te suceda nada m alo”. La niña encerrada,
h u rg an d o entre los tiliches g uardados en el clóset, encuentra el rifle de
p apá con el cual finalm ente destroza la cerrad u ra, con todo y puerta, que
la m antiene encerrada. Dicho Pasaje a la acción de la niña prisionera pone
en riesgo la vida de los habitantes de la casa, p ero también, al ser una
conducta extrem a, abre la posibilidad de revisar la utilidad de la vieja
medicina.
Las crisis implican el gran riesgo de deterio rar aún más las relaciones
y provocar daños irreversibles... pero también son maravillosas o p o rtu ­
nidades que perm iten, como en el caso de la película mencionada, revisar
dichos patrones repetitivos o escaladas de violencia. Las crisis en su fun­
ción de oportun id ad potencial son variadas e impredecibles: a veces se
presentan en form a de consum o de droga en u n hijo, de un embarazo no
deseado en la “n iñ a”, de u n accidente grave, de la realización de un delito,
de una infidelidad, de una separación definitiva, y hasta de un intento de
suicidio -a veces fallido, otras exitoso.
Es interesante observar cómo el fenóm eno del Pasaje a la acción ha sido
tema im portante de estudio en el cam po de la Criminología Clínica, cuyo
£1 tSpAXj'O pvtlajdo dti dicdcpp
!

objetivo es enten d er la dinámica interna de aquellas personas que terminan


cometiendo de m anera “inexplicable” actos criminales, Mario Aburto,
el asesino del candidato a la presidencia de México en 1994, al igual que
Seung-Hui Cho, joven coreano-americano que acribilló a muchos de sus
com pañeros en una de las peores masacres estudiantiles en la historia de
los Estados Unidos en el tecnológico de Virginia en el año 2007, son ambos
ejemplos representativos de casos extremos d e acting out.
Los dos jóvenes se caracterizaban, p o r ejemplo, p o r su perfil moderado,
poco expresivo y su ausencia de conductas agresivas. El joven Cho, del
Tecnológico de Virginia, era un estudiante hostigado y excluido que pasaba
desapercibido p or la mayor parte de sus com pañeros y aun maestros.
N inguno de los dos jóvenes asesinos tuvo en su-tiempo la ocasión - e n un
ambiente p ro teg id o- de expresar con toda claridad sus sentimientos de
exclusión, sus frustraciones, su aislamiento. Finalmente llegó el día de su
acting out y entonces en un solo acto explotaron los “m uditos”. Explotaron
peor que muchas personas consideradas como explosivas y capaces de
despotricar ante un evento desagradable y también de olvidarlo a los pocos
minutos. Para los “demasiado p ru d en tes”, el proceso es diferente: unas
horas, días, semanas o años antes de explotar, los “m uditos” empiezan a
acum ular presión, empiezan a ju g a r a la ley del pru d en te, del no hagan olas,
del no me pasa nada . Finalmente, ese frágil equilibrio del silencio se rom pe
tarde o tem prano y entonces lo que por prudencia no hablas con tu boca de todas
maneras lo expresas a través de tus actos. Dichos actos en condiciones límite
llegan a ser actos abiertamente violentos y destructivos.
En condiciones m enos extrem as se en c u en tran v erdad eram en te in­
num erables casos de violencia intrafamiliar que tal vez nunca llegan a la
notoriedad de estos dos grandes crímenes y, sin embargo, son de igual forma
experiencias penosam ente dolorosas y cotidianas -m u c h o más com ún de lo
que m uchos quisieran creer-. Por ejem plo la perso n a calladita comienza
a hablar a través de su intolerancia, su comentario sarcástico, su jueguito de
victimita, su silencio ensordecedor, su m utism o y su aislamiento cuando se
encierra a leer su periódico o a ver la televisión y no hace caso de más nada;
comienza a hablar asimismo a través de su desinterés y falta de pasión a
la hora de hacer el amor, a través de su incapacidad de escuchar. La regla
finalm ente se manifiesta: lo que no me pudiste decir con palabras me lo vas a
decir con tus actos. Especialmente los esposos p o r razones de género con
frecuencia sufren de un entrenam iento tem prano, poco p ro m o to r de la
expresión de sentimientos de vulnerabilidad, inseguridad, dolor, rechazo.
Ai no estar entrenados para contactar sus sentimientos y para expresarlos
se da con mayor frecuencia la tragedia de la violencia intrafamiliar:
PRIMER ACTO ¿
El m arido se encuentra viendo la televisión cuando llega la esposa de la calle
a las ocho de la noche y le pregunta:
— Ya llegué, mi amor, fui a ver a mi m am á y sigue enferma.
— Mmmm.
— ¿Qué te pasa, estás enojado?
— M m m m m , no.
— ¿Estás seguro?
— No me dejas oír el p rogram a.
— ¿Te pasa algo?
— No.

SEGUNDO ACTO
Vuelve a llegar a las ocho de la noche la señora mientras el marido está
viendo la televisión al tiempo de em pinarse la última cerveza de su six.
— Hola mi amor, ¿otra vez tom ando?
— Y a ti que te im porta, ¿de d ó n d e vienes?
—De ver a mi mamá.
— Cada vez que vas a casa de tu m am á, tu herm an ita divorciada te mete
sus ideas raras.
— ¿Y qué tiene de malo que vea a mi familia?
—Tu h erm an a es u n a zorra hipócrita que m ete a sus amiguitos a su casa
y ya me imagino, has de h ab e r an d a d o de loca igual que ella -justo en ese
m om ento el hom bre se p on e de pie bruscam ente y la ag arra del brazo.
—Suéltame, idiota. ..
— ¿Qué andabas haciendo a esta hora, pendeja?
— Q ue me sueltes. É
—A mí nadie me grita ni menos un a vieja zorra como tú: Pum ...

TERCER ACTO
Al siguiente día la m ujer no se quita los lentes oscuros con el fin de tapar el
ojo m orado que su esposo le dejó. Ella anda todo el día seria y callada y no
le dirige palabra. El, por su parte, está distante; se siente entre ofendido
y culpable.
CUARTO ACTO
El h om bre Je lleva flores al quinto día de la golpiza y tal vez le regala un
anillo, un auto o la invita a salir al mejor restau rante a su alcance -to d o en
función de su situación económica-. Ella se conm ueve toda p o r el detalle
y comienza a darle permiso de acercarse. Esa noche hacen el am or y todo
q ued a “p e rd o n a d o ”.

Q U IN T O ACTO
Tres meses después, se term ina la luna de miel y el h o m bre vuelve por
enésim a ocasión “sin darse cuenta” al ju e g o ancestral “del m u dito ”.
— ¿Qué te pasa, mi amor? -p re g u n ta la mujer.
— Nada.
— Estás muy serio.
— No tengo nada.
— Ta bueno pues. , '

SEXTO ACTO (m uerte o artrosis degenerativa)


Con algunas cervezas en la cabeza, vuelve a manifestarse el ciclo habitual: el
hom bre golpea a su m ujer a la m enor provocación (algunas veces porque
no estaba la comida caliente, otras porque saludó amablemente al vecino
o al mesero, o porque se arregla demasiado o de plano no se arregla para
nada). La vuelve a agredir y así se inicia un a vez más el ciclo del mudo que
pasa luego al violento, después al culpable y finalm ente al seductor, para de
nuevo regresar con el papel del m u do y así en un “eterno retorno”, hasta
que ocurre una de dos posibilidades: a) el hom bre a la edad de ochenta y
cuatro años con artrosis en todo su esplendor ya no puede levantarle la
mano a la mujer que se le escabulle o, b) finalmente, después de una golpiza
la m ujer fallece de derrames internos.

Siembra invalidación, silencio y triangulación


y cosecharás violencia

En el nivel legislativo se han hecho esfuerzos para enfrentar uno de los fe­
nóm enos sociales más dolorosos y de efectos más devastadores en todos los
niveles. Leyes co ntra la violencia intrafam iliar h an ap a re c id o po r todo
el país. En Guanajuato fue publicada la propia en el año 2005, y sin embargo
el problem a sigue invadiendo los hogares de todos los estratos. A unque
las leyes tienen su importancia, difícilmente se p u e d e aspirar a erradicar
este hábito social con decretos y castigos. Para comenzar, es sum am ente
difícil d ocu m en tar y llevar ante la justicia innum erables casos que a diario
ocurren en prácticam ente todas las familias. Con la excepción de los casos
d o n d e la violencia culm ina en un crim en o delito grave, en el resto de las
ocasiones el proceso de la violencia es sigiloso; el ag red ir y no escuchar
al otro parece ser algo totalm ente n atural e inevitable.
Silenciosamente estamos construyendo y m an teniend o con nuestra
m anera de no comunicarnos y de no dialogar, una cultura de la guerra:
de la no paz, de la no participación, de la violencia intrafamiliar. C uando
la manifestación de u n a mala com unicación lleva a las personas al
ex trem o de co m eter u n crim en, el escándalo y la nota roja surgen p o r
unos instantes, sin em bargo al final las “personas n o rm ales” term inam os
creyendo que somos diferentes, que no tenem os n a d a que ver con ese
h o m b re que m ató a su m u je r y luego se mató, o con esa familia d o n d e un
niño de doce años se suicidó.
t

l fenóm eno del embarre o la triangulación - u n a de las manifestaciones

e más destructivas del acting out- ocurre ante la incapacidad de ex presar


sentimientos de m an era o p o rtun a, dadas las condiciones ya esbozadas: p o r
falta de u n espacio y de disposición para escuchar, p or falta de expresión
asertiva, p o r la existencia de resentimientos guardados, p o r u n limitado
nivel individual de conciencia, en tre otras.
C ualquiera que sea la causa, en cualquier interacción h u m a n a y
especialmente en la relación de pareja, el contacto cotidiano va g enerand o
roces e incomodidades. Al paso del tiempo, la convivencia diaria hace que
dos personas casi inevitablemente vivan la experiencia de ser invalidadas, de
no ser tomadas en cuenta, de ser no atendidas, de ser ignoradas, de ser intencional o
accidentalmente rechazadas o lastimadas. Algunas veces estas experiencias son
expresadas en form a de reclamo: “m e quedé esp eránd ote como idiota más-
de u n a hora a que llegaras”. En otras ocasiones las molestias nunca salen
por la boca, nunca son expresadas con palabras, y entonces, de acuerdo
con el principio p o p u lar de lo que no se habla se actúa , las molestias calladas
se convierten, como ya lo vimos en el capítulo anterior, en resentimientos,
en distancia y especialmente en incapacidad de escuchar.
En u n a prim era instancia pareciera que la triangulación es un fenóm eno
propio sólo de las conciencias más primitivas, es decir de las personas con
poco desarrollo y autoconocimiento, sin em bargo tenemos que reconocer,
que la triangulación es m ucho más generalizada de lo que pareciera e
incluso se presenta eventualm ente en parejas con u n mayor desarrollo,
concretam ente en condiciones de especial frustración, impotencia e
injusticia. La triangulación como u n a versión interpersonal de acting out
es el recurso favorito de muchas personas para lidiar con sus asuntos
inconclusos y heridas personales.
C u a n d o un a persona no alcanza a ex p resar sus molestias e inco­
m odidades, por diversas circunstancias internas o externas, entonces
p u e d e acudir a la ley del hielo, es decir al silencio ex trem o cuyo mensaje
es: “no me pasa n ad a p ero estoy con mi je ta ”. Por lo general, cuando la
person a en su relación de pareja decide callarse y cerrar la llave de salida de
sus sentimientos - p o r irracionales q ue éstos p arezcan - su estado de ánim o
comienza a apagarse y a crearse u n a distancia emocional con el ofensor
percibido. Q uien p o r no hacer el problem a más g rand e decide apru den tar
y callar, y afirma con sus palabras que todo está bien, inevitablemente
con su conducta term in ará m ostrándose distante. La conducta hablará,
de cualquier manera, cuando las palabras no se atreven.
En ocasiones, sin em bargo, el silencio y distanciamiento de p ro n to se
convierten, sin que la persona se dé cabalmente cuenta de lo que hace, en
triangulaciones. En otras palabras, la persona herida, callada, distanciada,
de p ro n to comienza a ex p resar o em b arra r la molestia de m anera verbal
p ero con la persona equivocada. El “e m b a rra d o r” ex p erim en ta deseos
irrefrenables de involucrar al vecino, de decirle de m a n era “totalmente
inocente” a la h erm an a, a la suegra, al amigo* al hijo o a la cuñada todas
las cosas malas “que me hizo mi p areja”. La p ersona que ha cerrado la
llave de expresión abierta y honesta de sus molestias y ha preferido callar­
se para “no meterse en problem as” comienza a hacer algo todavía más
destructivo que la ley del hielo: a sacar su incom odidad a través del chisme
y la triangulación, es decir, a través de actuar la molestia - e n esta ocasión
con palabras, a veces abundantes, a veces escasas.
Expresarle a la persona equivocada una molestia, un resentim iento o
com entario inofensivamente venenoso se convierte en u n ab u n d a n te em-
b a rra d e ro de m ierda que afecta p o r igual a los tres puntos del triángulo:
a quien recibe el chisme, a quién lo hace y a quien es objeto del mismo.
C u ando el hijo funge como el elem ento triangulado o em b arra d o p o r
sus padres, las consecuencias son especialmente funestas. Por desgracia,
muchos padres de ambos géneros y de todas las clases sociales practican
sin darse cuenta de múltiples m aneras el arte de em b a rra r a sus hijos, a
quienes usan como testigos de sus conflictos perm anentes.
Finalmente, la m anera de m anejar una molestia en cualquiera de las
dos versiones mencionadas - e m b a r r a r o practicar la ley del hielo-, solas
o combinadas, tiene un efecto altam ente nocivo para la salud m ental de
quienes son parte del am biente cercano.
En el en to rn o familiar, los conflictos que pap á y m am á no han podido
resolver de m anera evolucionada y responsable, e n re d a n a los hijos, vecinos,
amigos y parientes a tom ar partido. Las hijas em barradas finalm ente le
reclaman al papá - o a la m a m á - de sus errores e infidelidades y tom an
partido con la víctima, con lo cual el desgaste es aún mayor, pues además
del deterioro de la relación de pareja, la hija también pierde a su padre (o
madre), éste(a) a su hija porque en la conciencia del p rim er o rd en existe esa
regla implícita y poderosa que suelen prom over de m anera inconsciente y
sutil tanto los victimarios como las víctimas: “estás conmigo o estás contra
/ jí
mi .
Los padres triangulan y e m b arra n a sus hijos cuando de m an era ino­
cente les hacen algún com entario ap a ren tem en te inofensivo:
—Asómate a ver con quién está papá, a ver si no está platicando con esa
vieja resbalosa.
— Pídele a tu p ap á que nos dé lo de la sem ana antes de que empiece a
tomar.
—A ti que te hace más caso dile que nos saque a pasear.
—Tu p apá no sale con nosotros p o rq u e tiene cosas más im portantes
que hacer, como su fútbol. !
—Tu papá es u n borracho.
—Tu mamá ha de a n d a r de puta.
—Tu m am á no sabe ni cocinar bien.
El fenómeno de la triangulación se manifiesta en diferentes niveles
de interacción hum ana, p o r ejemplo en los ancestrales conflictos entre
musulmanes y occidentales, entre palestinos y judíos, entre católicos
y protestantes irlandeses, entre norte y sur, entre terroristas malos y
terroristas buenos, entre los amarillos, los tricolores y los azules, etc. Tanto
en el nivel internacional como en el doméstico la triangulación es el, arte y
la práctica de embarrar, de involucrar en u n conflicto determ inado al resto
de la hum anidad, que de pronto se ve forzada a elegir de bando y a seguir así
estacionada en las etapas más primitivas del desarrollo de conciencia. Uno
de los principios de las pequeñas conciencias trianguladoras, “estás conmigo
o estás contra mí”, se caracteriza por la tendencia a excluir a las personas y
posturas que han cometido “el pecado de no coincidir conmigo”.
En el contexto de la pareja q u ed a n em b arrad o s princip alm en te los
hijos, a u n q u e tam bién los suegros, amigos, vecinos, parientes cercanos
y hasta uno que otro desconocido que fo rtu itam en te se atraviesa por
el camino. Los com entarios p u e d e n p arecer inocentes o totalm ente
malintencionados. El efecto es el mismo: ensuciar y co n tam inar al
prójim o de un pro blem a que no le pertenece.
Así como la sentencia bíblica reza: “si tu herm an o te ofendió no dejes
que se meta el sol sin ir a hablar con él”, también existe la oración de la
secta de los Trianguladores de Santos Sepulcros Blanqueados ( t s s b ) , cuyas
siglas tam bién representan al-patrono de la secta, que es el santo niño
Tesusubito.

O ración al Niño Tesusubito


Si tu h e rm a n o te ofendió
A un qu e estés en el lecho de tu m uerte
Sé fiel a la consigna y repite
No me pasa nada, no me pasa nada, no me pasa nada.

A un qu e te esté saliendo agüita por los ojos


T ú insiste que es p o r el h u m o del cigarro o el smog
Pero nunca reconozcas que tienes
Algo que te lastimó
Algo que p e rd o n a r
Algo que agradecer
Ni m ucho menos algo de qué pedir perdón.

M ejor visita a tus suegros y diles


Q u e su hijo o hija se ha portado mal.
En los m om entos de m ayor frustración y enojo
Com éntalo con tus hijos
C on sus h erm anas
Con los dem ás parientes y vecinos

E m b arra m ierda a tu alrededor


Con generosa abundancia
En ho no r a los m andam ientos del santo N iño Tesusubito
Patrono de nuestra secta.

Frente a la persona que se siente lastimada


Por algo que hiciste
O mortificada p o r algo que “te hizo”.
No escuches ni expreses lo que sientes
Limítate a las enseñanzas de tus mayores:
Reclamar, juzgar, defenderse.
Sermonear, usar sarcasmo y anexos. v
Líbrate de caer en la tentación del diálogo
¡No lo quiera n uestro patroncito!
El Niño T esu su b ito ..
Ni nuestra señora de los chismosos
La reverenda Pata Chapoya.

Pues si de verdad expresas y escuchas


Con honestidad y respeto
Tal vez descubras con h o rro r
Q u e ya no tienes más m ierda que em barrar.

Caso 1. “Ma. Elena”. HTA (Hijos Triangulados Anónimos)

—Mi m adre descubrió que mi p apá tenía un a novia y un día me pidió que la
acom pañara a las siete de la m añana a buscarlo a la casa de la fulana -M aría
Elena comenzó a recordar, d u ran te el proceso de su terapia.
— Ese día p a p á no había ido a d o rm ir y m a m á ya había sido avisada,
p o r u n a de sus am igas, acerca del lu g a r d o n d e mi p a d re se q u ed a b a en sus
, escapadas n octurnas. Fuimos m uy te m p ra n o y mi m am á estuvo tocando
en la casa de rejas verdes. En la p la n ta alta se vio un m ovim iento en las
cortinas y de p ro n to tod o se q u e d ó en silencio. N ad ie salía a abrirnos.
M am á tom ó u n a p ie d ra y ro m p ió el vidrio d e u n a v en tan a de la plan ta
alta. N adie se asom ó p o r más qu e m a m á c o n tin u ó g rita n d o groserías.
La tal J u a n a - e s a vieja ra m e ra a decir de mi m a m á - n u n ca se anim ó a
d a r la cara. Yo estaba asu stada y, sin em bargo, con el tiem po pasé del
m iedo al más p r o fu n d o de los resentim ientos. Mi m am á lo decía y yo
sim p lem en te lo tom aba com o un h echo “Papá nos había traicio n ad o ”.
A ceptar y hacer p ro p ia la versión de m a m á era u n a inevitable y a la vez
muy dolorosa m u estra de mi lealtad hacia ella.
La fulana resultó ser una maestra que trabajaba en el mismo lugar
d o n d e lo hacía mi padre. C uando yo salía de la escuela mi m adre me pedía
constantem ente que me fuera de m an era discreta a la salida del trabajo de
mi papá para ver si se iba con ella. O tras veces me pedía que en mi bicicleta
pasara p or la casa de la fulana para ver si el auto de mi pad re estaba por
ahí. Cada vez que mi m am á me preg un tab a sobre mis “investigaciones" yo
sentía un nudo en la garganta, ya fuese que efectivamente hubiese visto a
mi pad re con esa m ujer o que sim plem ente no hubiese encontrado nada
sospechoso. No me atrevía a pedirle que se abstuviera de hacerm e esos
encargos. Mi pobre m ad re sufría tanto que p o r lo m enos yo no podía
fallarle; sentía que era mi obligación convertirm e en su emisaria, en
su cómplice. En aras de la lealtad a mi m adre finalm ente me estaba
convirtiendo en su aliada primitiva: “los que no están conmigo, están
co n tra m í” -decía con frecuencia-. Yo la quería p ro teg e r y acom pañar
cu and o la veía triste, cuando la veía sola. Yo hubiese querido, p o r otro
lado, no ten er que to m ar partid o y funcionar simplemente como u n a hija
“no rm al” y como tal dedicarme a vivir mi vida, a hacer mis tareas de la
escuela y a ju g a r con mis amigas. Sin embargo a mis nueve años sentía
ya la responsabilidad de cuidar a mi m adre. Mis padres finalmente se
reconciliaron, pero yo siem pre fui muy fría y seca con él y cuando alguna
vez me p reg u n tó qué tenía, yo sim plem ente le dije que no tenía nada, que
así era yo. Muy en el fondo m e hubiese gustado ser más cariñosa con él y
que él lo fuese conm igo... pero no sabía cómo hacerlo. Mi única respuesta
maqifiesta ante él era esa cierta frialdad con la cual, en el fondo, logré
en cub rir exitosam ente mis ganas ocultas de tener algo de su afecto.
— R ecuerdo todavía -c o n tin u ó con su relato la jo v e n - mi reacción de
molestia tan fuerte cuando observaba a mi herm ana m e n o r que se acercaba
con tanta facilidad a mi padre, que a su vez le respondía afectuosamente con
gran disponibilidad. En ese entonces me caían tan gordos los dos; me p a re ­
cían tan empalagosos, tan ridículos y tan cursis, tan estúpidos. ¡Los odiaba
con todas mis visceras! U na noche después de leer en algún lado que los
se n tim ien to s f u e r te s 18 son los g ra n d e s m aestros del a u to c o n o c im ie n to
m e q u ed é pensando en ese sentimiento fuerte que me producía el ver a
mi h e rm a n a “haciéndole la barba a mi p a d re ”.
La p reg u n ta que en ese m om ento traté de hacerm e con honestidad
fue: dqué tiene ella de mí que yo no acepto? Siem pre había creído que
desde luego, iyo no tenía n ada que ver con esas reacciones ridiculas y
estúpidas de mi herm ana! Para contestar la p re g u n ta incómoda mé
imaginé p o r un m om ento, estrictamente a m anera de ju e g o inofensivo,
que yo era mi h erm an a e imaginé también, insisto: estrictam ente a m an era
de ju e g o inofensivo, la experiencia interna de mi h erm ana, es decir sus
sentimientos m ientras abrazaba a papá. Así, “ju g a n d o , ju g a n d o ”, em pecé
a sentir fugazmente, casi a escondidas, un a sensación de gran gozo ante el
abrazo imaginario de papá. Era como ex perim en tar u n gozo que po r otra
p arte m e apen ab a reconocer. Si en otro m om ento alguien m e hubiese
so rp re n d id o o “cachado” en ese efímero instante de e x p e rim e n ta r desca-

ls La búsqueda del m om ento de sentimiento fu e n e representa la consigna básica de la


Lerapia e x p en en cial y de Ja terapia de reconstrucción experiencial. En el capítulo siguiente
se explora la importancia de los MSF (m om entos de sentim iento fuerte).
rad ain en te dicho gocecillo de ser yo la consentida, si alguien me hubiese
dicho “m iren ella se siente la consentida y le gusta, éjele”, yo me hubiera
indignado, me h u biera sentido ofendida y desde luego lo hubiera negado
ro tu n d am e n te -tal com o lo o rd en a el Niño Tesusubito, patrono de las
conciencias chiquitas-: esa afrenta la hubiese g u ard ad o en mi corazón en
form a de resentim iento p ro fu n d o contra el atrevido que aparentem en te
m e m alinterpretó. Sin em bargo ah o ra estaba en u n m om ento diferente
de mi vida, u n a parte, desconocida para mí, necesitaba crecer; quería
evolucionar más allá de mi círculo vicioso de toda la vida (pasar de sentirm e
víctima de la vida a estar enojada con mi papá, de enojada a víctima y así
atrap ad a en esa brincad era m ental d u ra n te el noventa p o r ciento de mi
vida).
Ahora, en lugar de cam biar de tema me quedé concientem ente en esa
escena disfrutando de m an era furtiva, en tre apen ad a y sorprendida, de la
experiencia gozosa del abrazo. Me di cuenta entonces de que mi h erm a n a
hábía estado fungiendo p ara mí como un espejo. ¡Sí! - q u é p ena p ero
ahora estaba dispuesta a reconocerlo-, ella sólo era la pantalla de afuera
d o n d e yo construía algo que no era capaz de reconocer ad entro de mí.
Yo tenía ganas de ten er el afecto de papá, pero esos deseos profundos los
escondí debajo de mi resentim iento “p o r haber sido traicionada”. A unque
m am á un día parece ser que finalm ente lo “m edio p e rd o n ó ”, yo me quedé
instalada en mi distanciamiento, que m e sirvió p o r m ucho tiempo p ara
ocultar el resentim iento “com p rado a mi m a d re ”. Poco a poco descubrí
que lo e n te rra d o sólo desaparece de la vista pero no de la experiencia
interna. *

Caso 2. Marco Antonio

Marco Antonio, otro joven tr iangulado del grupo, com parte su experiencia:
— Mi caso es diferente p ero a la vez parecido al de María Elena.
Yo recu erd o, como si estuviera o cu rrien d o ahorita, una tarde cu an d o
acom pañé a mi m am á de com pras a un centro comercial. Veníamos de
regreso en el auto de u n a de sus amigas cuan do en tró u n a llam ada a
su teléfono celular. Al colgar ella se puso a hablar de m an era alterad a
con su amiga en voz baja. Mi m a d re le pidió a su amiga que la llevara al
lugar de trabajo de mi p a d re y cu and o yo me disponía ca m p an tem e n te
a bajarm e del auto con mi m ad re p ara acom pañarla, como siem pre lo
había hecho, me inform a que su am iga me llevaría a su casa y que más
>tard e ella pasaría p o r mí.
Esa tarde fue eterna para mí. Estuve en un a casa totalm ente ajena
viendo la televisión en un rincón sin saber p o r qué mi m a d re de pro n to
había decidido m and arm e con alguien tan ajena y desconocida p ara
mí. Lo único que sabía era que esa llamada telefónica habría tenido que
ser acerca de algo terrible. Yo me sentía como un objeto que no tenía la
m ayor importancia, alguien que no merecía ser inform ado, alguien que
sim plem ente era depositado en cualquier lugar. No sabía el p o rq u é p ero
sí estaba seguro que yo en ese m om ento le estorbaba a mi m adre. Y no
estaba tan equivocado. C uando llegué a mi casa -la am iga de mi m a d re
me llevó ya de n o c h e - el am biente se sentía denso, mi m a d re tenía los
ojos rojos. Su cara me decía que algo grave y doloroso estaba ocurriendo,
pero su boca sim plem ente repetía que no pasaba nada. Yo estaba todo
confundido..
Dos días después entro al cuarto de mis padres después de escuchar el
escandaloso ruido de una lámpara que cae al piso. Veo a mi m adre tirada
en el piso con la m irada p erdida musitando la frase “me quiero m orir”.
Me agacho y al verla tengo la convicción de que mi m adre está al borde
de la muerte. Sólo tengo diez años y volteo desesperado con mi papá para
pedirle que me ayude y él sólo dice: “está loca”. Yo siento verdaderam ente
que mi m adre se va a morir y a nadie parece importarle. Papá seguram ente
sabía que las pastillas que se había tomado no la iban a matar, pero yo eso
lo ignoraba; estaba viendo a m am á con la m irada p erdida y hablando con
la lengua arrastrada. Olía a vino y tenía u n frasco de pastillas vacío en su
mano derecha.
En ese m om ento, sin darm e cuenta, tomo una decisión que habría de
cargar durante un largo tiempo: “si mi m adre no tiene u n esposo que la
proteja sí tiene un hijo que nunca la va a dejar sola”. Me convierto ese día
-sin ser plenam ente consciente de ello- en una especie de esposito para mi
m adre y también ese día decido, dentro de mi confusión, odiar a mi padre.
Inicia una tem porada larga de agresiones contra mi padre. Ese día renuncio
emocionalmente a mi padre para identificarme totalmente con mamá. Yo
me convierto en su confidente y ella es para mí el tesoro más preciado del
m undo.
Un día la escucho hablar por teléfono con mi tía Cuca: le dice que yo
soy u n gran apoyo, que soy como una bendición. Tengo totalm ente com ­
p rad o el boleto de ser la salvación de mamá; en ese m om ento lo siento
como un romántico privilegio, sin embargo hasta ah o ra me doy cuenta
de lo pesado e injusta que resultaba esa carga para mi edad. Tuve pocos
amigos varones. La mayoría de mis com pañeros m e hacían burla por
ser tan consentido de m am á. Mi m am á era mi amiga y confidente. Por
m om entos sentía que n ad a me faltaba, yo no necesitaba de u n papá.
A h o ra m e doy c u e n ta de qu e con mi m ejor in ten ció n al to m a r p a rtid o
con m a m á p e rd í el contacto y tal vez la posibilidad de identificarm e con
mi p ap á. A h o ra soy h o m o se x u al y no m e a rre p ie n to , p e ro en alg ún
rin có n m e p r e g u n to cóm o sería mi vida si no hubiese ten id o q u e to m a r
p a rtid o , si hubiese p o d id o m a n te n e rm e al m a rg e n de sus broncas, q u e ­
riéndolos a los dos au n q u e ellos a ratos no se quisieran entre sí. No lo sé.

Caso 3 y 4. José y Yolanda

En 1984 la joven señora Tere Gómez se en tera d e u n affaire de su m arido


con u n a d ie n ta d e la em p resa do n d e trabaja. Ese día arde Troya en la casa
de la familia. Los esposos se encierran más de dos horas en su recám ara
. y d u r a n te ese tie m p o los hijos pegados a la p u e r ta p u e d e n escuchar
gritos y palabras altisonantes. Como a las nueve y media de la noche sale
la m a d re con los ojos rojos de tanto llorar a p repararles la cena. C uando
¡les hijos le p reg u n ta n “¿qué te pasa m am á?”, Tere sólo acierta a resp o n d e r
con u n tono apagado: “nada, no tengo nada; cómanse sus quesadillas que
se les van a e n friar”. Los niños yá no se atreven a p re g u n ta r más, pero
esa noche no p u e d e n d o r m ir Mamá niega que pase algo y a la vez todo
lo observado y escuchado p o r los hijos indica precisam ente lo contrario.
Es com o p ara volverse locos, m am á dice que no pasa nada y ellos están
viendo - a u n q u e no conocen los detalles- que algo grave ocurre. En su
fantasía, que suele ser peor q u e ; la realidad, los niños -q u e en algún
m o m en to pescaron u n a frase del diálogo fragm entado de sus padres: “p o r
mí m u é re te ”- em piezan a especular que quizás su padre la amenazó de
m uerte y que ella no p u ed e decir nada pues p apá la podría matar, o que
tal vez los van a a b a n d o n ar o ya no los quieren p o r ser tan traviesos.
Al siguiente día m am á le pide a p ap á que se vaya de la casa u n cierto
tiem po p o r lo menos. C uan do los hijos inquieren sobre la razón de no
ver más a papá en las noches, la m adre sólo responde: “a p apá ya no
le im p ortam o s”. A unque el m arido eventualm ente regresa, la rela­
ción no m ejora gran cosa. Mamá, p or su parte, continúa dosificando
cuidadosam ente la inform ación sobre p apá en variadas ’’frases inofensivas”
como las siguientes: “tiene cosas más im portantes que nosotros; ha de
a n d a r con alguna puta , con alguna de esas zorras que trabajan con él...
No tenem os ahora para com er p orque se lo ha gastado con alguna de sus
amiguitas. Prefiere an d a r con ella que sacarlos a ustedes a pasear”.
U n día cuando José Jr. tiene diecisiete años -y con la cabeza totalmente
caliente de tantas “quejas inocentes” de m am á sobre la conducta de p a p á -
se le deja ir a su padre a los golpes; los dos se gritan y afortu n ad am en te en
ese m om en to llega de visita el tío Pedro y el pleito es m om entáneam ente
pospuesto. Padre e hijo viven em ocionalm ente muy alejados p o r un
tiempo. Finalmente, el joven se casa y se va a vivir a otra ciudad. No quiere
saber n a d a de su padre: lo odia con el odio que m am á le depositó. ,
Veinte años después, José Jr. está platicando en su g ru p o mensual de
terapia de hijos triangulados anónim os d o n d e asisten sobrevivientes de la
triangulación. En esta ocasión escucha el testimonio de una com pañera
llam ada Yolanda:
—A mi m adre tengo más de u n año que no la visito, la verdad es que
au n q u e p o r u n lado me siento culpable de no hacerlo, cada vez que voy
a verla se m e revuelve el .estómago, tengo la misma sensación de cuando
era niña y mis papás em pezaban a ten er problemas. Mi m ad re empezaba
a h ablar mal de mi papá y yo me angustiaba, sentía en aquel entonces
que p o r lealtad a mi m ad re yo tenía que tom ar partido. Personalmente
no pu ed o decir que yo tuviera un problema causado directamente p o r mi
papá. Conmigo en realidad mi p ad re fue cariñoso, p or lo menos en un
principio. Sin em bargo yo no podía tolerar ver a mi m adre sufriendo.
En aquel tiempo realmente estaba convencido de que sufría por culpa de
mi papá. Ahora sé que ella sufría p or su p rop io ju e g o inconsciente de ser
víctima; p o r su propio apego a tener a un a pareja ju n to a ella -a cualquier
precio-; p o r su dependencia, m ejor dicho p o r su adicción a tener a alguien
ju n to a ella para sólo así creer que valía como perso na y como mujer.
— Siem pre creí que las adicciones tenían que ver con sustancias como
el alcohol x> con drogas ilegales como la heroína -co n tin ú a Yolanda su
m onólogo-, pero nunca imaginé que también hubiese adicciones a las
personas y a las relaciones. Ahora entiendo: mi m adre en aquel entonces
reaccionó de la única m anera que podía, de la única form a que aprendió
de sus propios padres y de su escuela, de sus amigas y de la televisión.
Respondió con su fuerte adicción a tener con ella a su lado a mi p ap á al
precio que fuese. En su lucha por conservarlo p or cualquier medio, llegó
a hablar con mi abuela m aterna y con las herm anas de mi padre. Pronto se
hicieron dos bandos. Mi m am á también nos enseñó a no hablarle a mi tía
Tere ni a mi tío Joaquín, que según ella estaban del lado de mi papá. Aún
ahora -m u c h o tiempo después de la separación- mi m ad re no ha sabido
soltar ni p e rd o n a r a mi papá. Yo por mi parte, poco a poco dejé de ver a
mi padre, que de vez en cuando nos hablaba p o r teléfono pero siem pre le
respondíam os -m is herm anos y yo- con groserías.
— R ecu erd o -prosig uió Yolanda con su descripción detallada- cada
vez qu e yo le colgaba groseram ente el teléfono a “ese seño r”, a mi lado
mi m a d re me hacía u n cariño en el pelo. Yo sabía que en el fondo ella
estaba orgullosa de mí p o rq u e yo había tom ado partid o con ella; po rq u e
no la había traicionado. A prendí muy pro nto a sentirme orgullosa de ser
la defensora de mi madre. Por una parte me sentía como la heroína de la
película, pero otra p arte mía pagaba un precio m uy elevado, un dolor
p ro fu n d o , u n desgarram iento interno que ni siquiera alcanzaba a p o n e r
en palabras; sim plem ente m e sentía, sin saber p o r qué, sola y am argada.
M ientras esto o cu rría en mi interior, en mi relación con el m u n d o de
afuera, cada vez era más natural escuchar a mi m adre hablar mal de mi
p ad re. R ecuerdo h ab er leído un a investigación hecha en la U niversidad
de Pensilvania con mil niños de familias divorciadas: la gran mayoría de
ellos no había visto a su pap á para nada d u ran te el año previo al estudio.
Me daba m ucho coraje saber que no era nomás yo, que para muchos otros
niños de mi ed ad los padres varones e ran u n a bola de desobligados e
irresponsables. Sigo sin justificar a los padres qu e se alejan de sus hijos
p ara evitar problem as, pero ahora sé que la otra m itad de la historia la
construyen m uchas de las m adres m ártires del abandono. A hora sé que
m uchas de estas mamás prefieren sentirse acom pañadas en el abandono.
En lu g ar de decir: “fulano term inó la relación conm igo”, prefieren decir:
“tu p ap á nos dejó”. Se friegan al p ap á y de paso tam bién al hijo y a ellas
mismas. R ecuerdo perfectam ente un dom ingo en u n a reu n ió n de familia.
Después de dos cervezas mi prim a Chela pareció darse cuenta de algo que
yo no era capaz de reconocer en mí misma; me confrontó d e una m anera
que n u n ca voy a olvidar: _
— Oye, prim a, cuando te escucho hablar así, haz de cuenta que estoy
escuchando a tu mamá, usas exactam ente sus mismas palabras. A ti, ¿tu
p apá te traicionó en algo?
— Claro, el desgraciado se fue con otra vieja, con u n a desgraciada puta.
— Sí, yo sé que traicionó a tu m adre, sé que como esposo falló y eso no
lo discuto ni lo apruebo, pero te estoy p reg u n ta n d o si a ti como hija te
traicionó en algo.
Estaba a p u n to de contestar con mi m anera habitual de hacerlo, con
la misma p ero rata im presa en mi m ente; con una especie de “tú también
estás de parte de mi p ap á y de todas sus sinvergiienzadas, ¿verdad?”. Sin
em bargo me callé sin saber por qué. Quizás me sentí descubierta p o r la
p r e g u n ta y me so rp re n d í a mí misma, me vi con h o r ro r en ese m om ento
re p itie n d o algo que me había lastimado, haciendo precisam ente lo que
mi m a d re había hecho toda la vida conmigo: “si no estás conm igo estás
c o n tra m í”, es decir si quieres a tu p a d re no m e p u ed e s q u e re r a mí.
Esa noche no p u d e dorm ir, me daba vueltas y vueltas la p re g u n ta de
mi p rim a Chela. Me sentí expuesta en lo más íntimo; fue com o si me
hubiese d esn u d a d o frente a los dem ás y al ver mis miserias descubiertas
sentía m uch a vergüenza. R ecuerdo que e x p e rim e n té u n odio p ro fu n d o
hacia mi prim a p o r en tro m e tid a e indiscreta. ¿Q uién le había dado
autorización a la muy desgraciada a h u rg a r en mi in te rio r y e x p o n e r sin
n in g ú n p u d o r mis jueg os y alianzas secretas? T am bién re c u e rd o que a
p a rtir de entonces, y p o r u n b u e n tiem po, no le volví a dirigir la palabra.
Sin em bargo tam bién tuve que reconocer, en algún lu g a r p ro fu n d o de
mi conciencia, en alguna partecilla de mi ego, qu e estaba rep ro d u c ie n d o ,
estaba rep itien d o con la gente a mi a lre d e d o r exactam en te el mismo
p a tró n de respuesta que mi m a d re había p racticado conm igo. H abía
a p re n d id o , sin d arm e cabalm ente cuenta, u n a especie de “ecuación
’m erital”: amor es igual a lealtad. Sonaba bonito y rom ántico. Parecía
ü n V erdadero heroico acto de am o r filial eso de to m a r p artid o, eso de
d e fe n d e r a mi m a d re co ntra el “infeliz cabrón ese”. Sin em bargo en el
fondo también resultaba ser algo profundam ente costoso para mí. Me había
d ejad o de escuchar a mí misma, me había con vertid o en u n cam po
habitado, en una conciencia primitiva, en u n a extensión de mi m adre.
Por ser leal a ella me estaba p e rd ie n d o a mí misma. De p ro n to m e di
cu enta de qu e necesitaba un espacio p a ra en c o n trarm e.
C u a n d o Yolanda menciona esta frase tan cotidiana y a la vez tan im ­
p ortante, José se siente totalmente identificado; se tran sp o rta a su propia
historia. Recuerda con absoluta claridad aquel lejano 10 de septiem bre
cuando le llegó por escrito la aceptación de u n a vieja solicitud casi olvidada
para trabajar en una nueva empresa. D esafortunadam ente, algo que no
estaba en sus planes: la invitación implicaba salir a trabajar fuera de su
ciudad.
— Mi m adre me dijo, ide m anera tajante! -re to m a a h o ra su relato José
m ientras Yolanda le cede espacio-, “eso no te conviene”. No obstante algo
desconocido en ese mom ento me hizo aceptar la oferta y así fue que a
pesar de mis culpas p or dejarla y de mis sentimientos divididos, finalmente
decidí yo también tom ar distancia de ella.
— Poco a poco -c o n tin u ó - p u de aclarar aú n más mi principal razón p a ­
ra aceptar el puesto: precisamente la oportunidad de tener un espacio para
intentar pensar por mí mismo. Parecía que escuchar a m am á tan cerca de
mí era como tener una bocina a todo volumen pegada a la oreja que me
impedía escuchar mi propia voz.
' — ¿Y eso cómo ha afectado tu relación con tu m adre? - p r e g u n ta
Yolanda con curiosidad,
—A hora tengo cuarenta y cinco años y ¿sabes u n a cosa?, la verdad me
da m ucha flojera ir a visitarla -confiesa José ante el g ru p o -. La quiero y
en tien do sus sufrimientos, p u ed o im aginar todo lo frustrada, engañada,
desilusionada e im potente que debió haberse sentido. Sin em bargo cuando
voy a visitarla, cada vez que se toca el tema de mi p a p á a u n q u e sea muy
tangencialm ente como no queriendo la cosa, se me hace u n n u d o en el
estómago y siento la misma sensación de ahogam iento de cu and o era ni­
ño. O tras veces cuan do estoy a p u n to de ir a verla en c u en trb u n pretexto
para no hacerlo. Sé perfectam ente que quien en verdad se quedó conmigo
cuando era p equ eño fue mi m adre, que ella estuvo en los m om entos
difíciles; estuvo cu and o me enferm é y en la mayoría de mis fiestas de fin
de cursos. La quiero p o r u n lado y, p o r el otro, p u e d o tam bién reco ­
n ocer y n o n eg a r mi resentim iento hacia ella.
;Con mi p a d re a h o ra he vuelto á reto m ar la relación, lo visito lo más
seguido qu e p u e d o y cu and o lo hago me siento m ovido p o r el p u ro gusto
de verlo y no p o r obligación alguna. Ahora, al paso del tiem po, p u e d o
ver la enorm e diferencia entre mis padres. El nunca, jamás, me habló mal
de mi m a d re ni siquiera p ara referirse a algunos de sus “malos hábitos”
como sus exageraciones, sus juegos de víctima, sus m anipulaciones y su
afición p o r el chisme. v
Papá nu nca me dijo en palabras pero, eso sí, me transm itió a través de
su silencio discreto algo que mi m adre no obstante todo su am or jam ás
p u d o hacer: un mensaje implícito que hasta ahora finalm ente p u ed o des­
cifrar con claridad:
“Los problem as entre tu m adre y yo no son tuyos ni tienes la culpa de
ellos. No tienes que tom ar partido entre nosotros dos, yo p ara qu ererte no
necesito que estés contra tu m a d re ”.
Acto seguido: José saca de la bolsa derecha de su saco u n sobre rotulado
dirigido a su m adre y le pide a Yolanda que le dé lectura frente al grupo.
Se hace el silencio.

Carta a mi m adre
Q u erid a mamá:

Quizás te extrañe que te escriba esta carta después de tanto tiem po


de no ten er noticias mías. Sé que te ha lastimado mi distancia miento
y que has com entado a todo el m undo, como es tu costum bre, que
“así son los hijos, unos ingratos después de que uno como m ad re les
ha dado todo”.
Yo sé que gran p arte de tu vida la dedicaste a tus hijos y que
estabas constantem ente al pen d iente de nuestras necesidades. Nos
inscribiste al mejor colegio que estaba al alcance de tu presupuesto.
N unca nos faltó u n techo d o n d e d o rm ir ni ro pa con que cubrirnos
a mi h erm an a y a mí.
Realm ente no obstante algunas épocas relativam ente difíciles en lo
económico, yo no tengo n ad a que reclam arte en el aspecto de los
cuidados básicos. De hecho te p u ed o decir que m e considero un
niño suficientemente feliz hasta la ed ad de los doce años, cuando
em pezaron los pleitos en tre tú y mi p ap á hasta que finalmente se
divorciaron. ^
D urante algunos años antes de la separación - e n tr e mi niñez y
mi adolescencia- no tuviste em pacho en em b a rra rm e tu propio
resentim iento con mi padre. Como p ru e b a de lealtad en aquel
entonces y p o r m ucho tiem po yo fungí, sin d a rm e cuenta, como la
taza del escusado d o n d e tú echabas tu mierda. T ú no tienes idea de
lo que para mí significaba en la noche q u ed a rm e con la convicción
inevitable de que p a ra ser leal a ti, p a r a cu id a rte , tenía que hacer
m ío tu re se n tim ien to con papá. En ese m o m e n to m e parecía lo
más n atural, era u n acto de lógica so lid arid ad el to m ar p artid o
del lado de la víctima, de la o fen d id a - q u e ob viam ente eras tú -.
Ya que tú lo estabas p e rd ie n d o , yo tam b ién tenía que p e rd e rlo
p o r am o r a ti; p o r lealtad a ti, tenía que escoger n ecesariam ente
e n tre tú y él; e n tre él, d esgraciado a b a n d o n a d o r, y tú la pobre
víctima d esp ro te g id a. T enía q u e re n u n c ia r a te n e r papá, tenía
que re n u n c ia r a ser leal a él. Ojalá en aquel entonces hubiese yo
p o d id o decirles con todas mis fuerzas a ustedes:
—A los dos los quiero mucho, muchísimo y p or favor 110 me pidan
que tome partido, si se quieren pelear en tre ustedes háganlo
pero en privado y no me metan en ello. Yo p u ed o acom pañarte
verdaderam ente, p uedo estar contigo pero ello 110 significa que te
cargue, que haga míos a tus enemigos. Yo tengo derecho a quererlos
a los dos aun qu e ustedes no se quieran e n tre sí. Su pleito es de
ustedes, tu pleito con mi p apá “es tu p e d o ”. Perdón, quise decir
“estu p en d o ”. Si quieres ro m p er con una relación destructiva para ti,
eso lo puedo respetar como una decisión tuya.
Con esto no quiero decir que lo hecho p o r mi p ad re estuvo bien,
pero como hijo a mí no me corresponde juzgarlo a él. Hoy quiero
ex p resarte que yo en aquel entonces no me p u d e zafar de tus leyes
internas, de tus reglamentos no hablados de “estás conmigo o estás
co n tra m í”. Ahora lo entiendo de m anera diferente: no tenía que
a p ro b a r a papá, p ero tampoco tenía que tom ar p artid o en una
bron ca que era de ustedes, de u n a bronca en la que siem pre me sentí
en red a d o , involucrado involuntariam ente. R ecuerdo p o r .ejemplo
esas comidas que m e parecían eternas d o n d e nadie hablaba, d o n d e
tú y él no se dirigían lá palabra, pero eso sí, llegado el m om ento
tú m e instruías a acercarm e a papá p ara pedirle d in ero para mis
libros, p ara comer, p ara mi ropa. Yo tenía que hacer lo que a ti te
co rrespo nd ía y, sabes un a cosa, odiaba te n e r que hacerlo.
N un ca p u d e decirte n ad a de esto. Ahora pienso que a u n q u e hubiese
sido agresivo, haberlo hecho en aquel m om en to m e hubiese salvado
d e estarte cobrando hoy con tanto tiem po de distancia la factura de
aquellos viejos resentimientos. Sí, ése es exactam ente mi resentim iento
contigo; el haberm e callado tanto; ése es e l resentim iento que se ha
convertido en una p ro fu n d a ¡resistencia y flojera cada vez que trato
de ir a visitarte. Es curioso, péro con mi p a d re con quien pasé menos
tiem po, m ucho menos tiempo que contigo, ah o ra me siento más
cóm odo. A hora no siento que tengo n ad a que cobrarle. Mi gusto p or
visitarlo con cierta, au nq ue rio dem asiada frecuencia, tiene que ver
con u n a sensación que experim ento cuan d o estoy con él: me siento
respetado, no me siento exigido a cambiar, m e siento aceptado hoy
com o ayer, tal como soy. Con él no tengo qu e tom ar partido.
Contigo fue todo lo contrario. Sabía que me querías y mucho, pero
ese am or tenía un precio. Siempre sentí que si osaba acercarme a mi
papá, tú no me lo perdonarías. Muchas veces m e dijiste sin decírmelo,
es decir de manera implícita, por debajo de la mesa: “te quiero mucho,
muchísimo, pero a condición de que seas como necesito que seas, a
condición de que te pongas de mi lado”. Yo en aquel tiempo no podía
descifrar el mensaje, simplemente me sentía atrapado.
Cóm o es la vida, m am á, ah o ra a mí me toca venirte a hablar de papá.
A hora yo vengo a decirte que ojalá hubieses hablado y resuelto tus
problem as con él en lugar de venir a quejarte conm igo. Esto que
te digo a ti tam bién se lo he dicho a él: mi p a d re me solía decir,
sin palabras, con su m an era de actuar: “no necesito que cambies
o que tomes partid o para que yo te q u ie ra ”. Este m ensaje lo recibí
d é mi p a d re ciertam ente no con m ucha frecuencia pero sí con
consistencia, con claridad cada vez que fue necesario. Eso para mí
fue más q u e suficiente.
El mensaje tuyo, p o r otra parte, n u n ca lo escuché expresado
literalmente en palabras, fue a través de tus gestos, de tus comentarios
indirectos, de tus actitudes, de tu sutil m anera de hacerte la víctima,
desde donde yo valientemente tenía que rescatarte. T u mensaje no
verbalizado es algo que hasta ah o ra p u e d o traducir más o menos así:
“Si de verdad me quieres tienes que estar de mi lado pues ése es el
signo mayor de am or y lealtad a mí. Tienes que tom ar partido del
lado de la justicia y tú sabes: la justicia está de mi lado. Si te acercas a
tu p ad re o si accedes a salir con él, quiere decir que estás contra mí,
quiere decir que tú tam bién m e abandonas, que de alguna m anera
tú también decides traicionarme. En otras palabras mis broncas con
tu papá tú las debes de ab an derar, las debes de hacer tuyas. O estás
conmigo o estás contra m í”.
Q u erid a mamá, antes de desp ed irm e quiero decirte que tengo la
esperanza de u n día p o d e r sentir no sólo con mis palabras, sino con
todo mi corazón, que realm ente ya te p erd o n é , que vuelvo a sentir
ganas de visitarte sin ese antiguo m iedo de sentirme como el depósito
de tu odio por mi papá; quizás u n día p u ed a o cu rrir eso, pero todavía
no lo siento. Antes de hacerlo necesito decirte con todas mis palabras
aquello que en su m om ento me callé: necesito decirte que me sentía
totalmente em b arrado de m ierda; necesito decirte que resiento que
me la hayas echado a mí, que no hayas tenido todo el valor de separarte
bien de mi papá “dizque por nosotros”. Claro que m e hubiera gustado
ser hijo de u n a relación bonita en tre ustedes. Pero eso no existía, y
qu ed arte con mi p apá así como lo hiciste no te lo p u ed o agradecer.
Mamá, tal vez tu intención fue b u e n a p ero , discúlpam e, yo ya no
quiero ni pu ed o creer que la intención justifica todo. Me duele
saber que en esos m om entos tú tenías tu dolor, impotencia, rabia y
no se cuántas cosas más. Pero de este lado de mi piel, en aquel niño
de once y doce años, te lo quiero decir con toda claridad a mí no me
tocaba ser depósito de esa m ierda, yo era tu hijo, no tu depósito. No
p ued o agradecerte que' te quedaras en una relación d o n d e te sentías
'com o víctima: en gañ ad a, no respetada, no apreciada. Me sentía
utilizado y a h o ra pienso que eso de utilizar aliados involuntarios es
algo que viene de tu familia, algo que se ha transm itido desde hace
m uchas generaciones. Yo p or mi parte te confieso que prefiero
mil veces estar bien sep arado a mal ju n ta d o y constantem ente
em barrado.
Hoy entiendo que, cuando fui pequeño, mi p ad re tenía la debilidad
de las mujeres, siempre fue en am o rad o y eso mismo lo llevó a ser
desobligado como esposo y como padre de familia. Me imagino todas
las veces que te sentiste injustam ente tratada p o r él; todas las veces
que sus infidelidades te indignaron y lastimaron. Sin em bargo po r
el m om ento me cuesta trabajo p erd o n arte y disfrutarte, sentirm e
cóm odo contigo.
Después de decirte esto espero que algún día, no sé si cercano o
lejano, p u ed a venir a visitarte y entonces sim plem ente e n te n d e r que
m e diste lo que pudiste y lo que habías aprend ido . Tengo pues la
esperanza de algún día venir a visitarte y hasta, ¿por qué no?, p o d e r
escucharte, sin cargarte, sin sentirme responsable de ti, sin te n er
que d efend er a mi papá, sin tener tam poco que odiarlo. Tal vez
algún día, antes de morir, entiendas que eso de hacerse la víctima
es como com er de las migajas de la vida cuan d o tienes derecho al
pastel grande. Ojalá algún día empieces a cuidarte y a quererte. Sin
em bargo esto no d e p e n d e de mí, tú puedes decidir seguir viendo la
vida desde la misma vieja ventana desde d o n d e hace m ucho tiem po
lo haces como la musa de la canción “sufrir me tocó a m í en esta
vida”.
Yo no pu ed o rem ed iar que insistas en asom arte p ara ver los eventos
de la vida a través del mismo periscopio o que u n buen día, cansada
de tanta victimez, te atrevas a construir u n o nuevo desde d o n d e tú
tam bién te p erdones y perdones a los que te ofendieron, y disfrutes
tu ju g o de naranja de las mañanas y tantas otras cosas. Tal vez esto
sea algo que logres hacer, como dicen los hindúes, en esta vida o
d en tro de unas dos, tres o cuatro existencias, lo harás cuando estés
lista.
Y yo también, p o r mi parte, espero, cuando esté p re p a ra d o y ojalá
sea en esta vida, p o der p erd o n arte y entonces cu and o lo haga sé que
me sentiré liberado, para no repetir con mis hijos lo mismo que tú
hiciste conmigo como madre.
Sabes madre, hace unos años en una borrachera, un amigo de esos
que sólo hablan de asuntos personales y profundos cuando están
tomados, me compartió una carta. Al term inar de leerla, los dos nos
sorprendim os llorando como chiquillos. Le confesé que me hubiera
gustado enviarle una carta así a mi madre.
A hora pienso que tal vez un día p u e d a ag rad ecerte - o tal vez ya
lo estoy com enzando a h ac er- que lo vivido contigo sea parte
de mi preparació n para yo algún día recibir mi p ro p ia carta de
agradecim iento.
U na c a n a diferente
Madre:

Ahora que soy pad re de tres hijos y te veo ya grande y con caminar
cansado p o r todo lo que tuviste que enfrentar en la vida, quiero que
sepas -p u e s tal vez nunca te lo dije como hoy quiero hacerlo, con total
claridad- que estoy p rofundam ente agradecido p o r uno de los más
grandes regalos que p u d e recibir de ti. De hecho mi agradecimiento
no es por algo que me hayas dado o p o r algo que m e hayas dicho o
expresado de m an era verbal. Lo que tú me diste, m adre, fue algo que
con el paso del tiempo cada vez valoro más: tuviste muchas ocasiones
más que justificadas para desacreditar la imagen de p apá ante mis
ojos; muchas veces te sentiste ofendida, engañada por mi padre,
incluso hubo u n p ar de ocasiones en las que mi padre te golpeó
después de alguna discusión, y sin embargo no caíste en la tentación de
triangularme, es decir no te fuiste p o r la salida fácil de tantas madres
que conozco de mis amigos, que se sienten con todo el derecho de
cobrarle al papá a través de los hijos; m adres que probablemente
d en tro de su dolor y sufrimiento hasta experim enten un placer oculto
cuando se alian al hijo con frases como:
—Tu pad re no nos quiere, se va con sus viejas.
—A tu p ad re le im porta más el fútbol que nosotros.
—Ten cuidado cuando tu papá está enojado, que no te vaya a pegar
como lo hizo conmigo ayer.
— Pídele a tu p apá que nos dé lo del gasto de esta semana, si es
que no se lo ha gastado en sus parrandas.
—Asómate a su escritorio a ver si no tiene un a carta.
—T ú que sabes de esas cosas, mira su celular a ver si no tiene
mensajitos de esa fulana.
—T ú que sabes asómate a su co m p u tado ra a ver si no se está
escribiendo con la vieja lagartona esa.
— Le im portan más sus amigos que nosotros.
— Se com pró una camisa nueva pero no tiene p ara tus zapatos
que te hacen falta.
—Acom páñam e, hijo, a ponerle una dem anda.
— Diles a tus hijos, a ver idiles! con quién andabas el jueves en la
noche.
T ú, probablem ente -estoy se g u ro - te llegaste a sentir frustrada,
engañada, dolida y con ganas de cobrarle de la m an era más fácil y
accesible a tu alcance: a través de nosotros, tus hijos. Sin em bargo
no lo hiciste, te reservaste todo tu dolor, tu enojo, tu rabia para
en fren tarte con él. R ecuerdo p o r ejem plo esa vez cu an d o después
de dos meses de un fuerte pleito con p ap á nos convocaste a todos y
nos dijiste que se iban a separar y sólo nos explicaste en voz pausada
y firme:
“C uando dos personas no se llevan bien y se han dejado de am ar es
m ejor separarse, pues si se quedan ju n tas se p u e d e n hacer mucho
d añ o y hasta los hijos p u ed e n salir lastimados. Luego agregaste: como
papá, él tra ta de darles lo m ejor a su m a n era, yo estoy segura de
q u e los q u iere a su manera; si él se va de mi vida como mi esposo,
como mi pareja, eso no significa que ustedes se tengan que ir de la
vida de él ni él de la de ustedes. Ustedes no tienen que perder a su
padre. Los problemas de nosotros son de nosotros y nos toca a noso­
tros resolverlos. Ojalá lo p u ed an q u erer y aceptar como es y asimismo
ojalá sepan tom ar lo bueno que él tiene p ara ustedes. En todo caso les
qu iero decir que si ustedes le tienen que reclam ar algo, reclám enle
algo propio. A ustedes no les toca reclam arle a él su conducta
conm igo ni a ustedes com o hijos les toca reclam arm e mi actuar
con él. Los dos somos adultos y podem os resolver esto en tre él y
yo. Yo p u e d o hacer mis reclamos si los llego a te n er y me p u ed o
d efender, pues conozco la ley y no soy n in g u n a p endeja. Ustedes
tien en derech o a te n er a un p a p á y a u n a m am á y sobre todo tienen
d erec h o a ser libres de q u ere rn o s a los dos sin te n er que tom ar
partid o ; tienen d erech o a e x p e rim e n ta r esa libertad maravillosa de
p o d e r am ar a dos personas, a u n q u e e n tre ellas no se lleven bien”.
Mamá, todavía recu erd o tus palabras, con toda claridad. Nosotros
sabíamos que a veces él te golpeaba p o rqu e un día ocurrió el
zafarrancho justo frente a nosotros. El estaba tom ado y tú le dijiste
con firmeza: “en frente de los niños no voy a discutir contigo”, y te
fuiste al cuarto y él detrás de ti, luego se cerró la p u erta y aun q ue
oímos p or unos m om entos su voz fuerte y enojada, de ahí no pasó a
mayores, y al siguiente día nos sacaste al p arq u e a nosotros y cuando
te p reguntam os por papá nos dijiste que el día de hoy no se sentía
bien. A unque no nos dijiste, toda la verd ad tam poco nos decías
mentiras.
N unca nos pediste que te acom pañáram os a levantar d em andas ni a
ser testigos de nada relacionado con nuestro padre.
Un día llegamos de visitar a mi papá que se quedaba en la casa de su
m adre. Mi abuela y él se habían dedicado a hablar pestes de ti. Cuando
te preguntam os qué opinabas de mi papá nos dijiste: “los problemas
entre él y yo son sólo nuestros y a nosotros nos toca resolverlos; de
mi parte ustedes tienen derecho a q uererlo pues es su padre yo no
voy a hablar mal de él con ustedes. ¿Me en tien den?”
Ya no volvimos a insistir pero hoy aprecio m ad re que ese día que
p apá te provocaba p ara que tú respondieras en ese mismo nivel
primitivo y limitado de “ah o ra que él habla mal de mí, yo tengo
que defenderm e y cobrársela hablando mal de él y echarle tierra
como él lo ha hecho conm igo”. Pero no lo hiciste ni ése ni cualquier
otro día: en esa ocasión nos mostraste tu calidad de m ujer am orosa
y evolucionada: tus problem as con él eran con él y no tenías -así
lo decidiste- p o r qu é em b arrarn o s de dichas broncas. Con gran
gracia y dignidad nos miraste a los ojos y sólo nos volviste a repetir
tu mensaje valiente, digno y amoroso. No lo defendías pero tampoco
lo atacabas:
“Los problem as qu e tenemos son nuestros, no de ustedes. T ienen
derecho a q u erern o s a los dos. C réanm elo, si ustedes quieren m ucho
a su pad re yo no m e siento traicionada ni n ad a p o r el estilo, al
contrario, me da gusto p o r ustedes, pues te n er u n p ap á es algo muy
bonito e im p o rta n te”.
Algunas veces inclusive fui grosero contigo p o r las cosas que mi p apá
me decía de ti, sin em bargo poco a poco me fue ganando tu am o r
incondicional y au n q u e tú no tenías los recursos económicos de mi
padre, que seguido trataba de com prarnos con regalos y viajes, la
verdad es que fuimos descubriendo lo delicioso de estar a tu lado.
Contigo vivíamos algo que no podíam os vivir al lado de papá, no
obstante todo su dinero: la libertad de q u e re r a los dos sin sentirnos
culpables ni traicioneros.
Actualmente, a u n q u e vivo lejos de ti, te quiero decir que cuando
te visito lo hago con gran gusto, no me m ueve el sentim iento de
obligación, la v erd ad no; m e m ueve el gusto p o r ver y estar con esa
m ujer maravillosa, mi m adre, que se am aba lo suficiente a sí misma
como para no necesitar que su hijo llenara el hueco que sólo pu ed e
ser llenado con respeto y estima propia. Agradezco p ro fu n d am en te
el haberte desarrollado lo suficiente como persona como para no
actuar como m ente primitiva y p o n erm e en la disyuntiva de “estás
conmigo o estás contra m í”. Gracias por ese maravilloso regalo de no
em barrarm e. Gracias m am á por todo. Gracias por ser y por dejarm e
ser
n b u e n a p arte de este libro nos hem os dedicado a exp lo rar y definir

e las variadas modalidades y consecuencias de la comunicación d e ­


ficiente. Muchas familias y parejas después del m atrim ònio -y a lo hemos
m en cio n a d o - p u eden contar con los dedos de sus manos las ocasiones
d ó n d e existió un a comunicación realm ente significativa, honesta, cercana
y a la vez libre. Conform e tran scurre u n a relación, las ocasiones de co­
municación significativa se van haciendo m enos y m enos frecuentes.
U na p rim era reacción ante las relaciones familiares tan cotidianamente
pobres, nos conecta con el pesimismo. Para d o n d e volteemos encontram os
u n a comunicación deficiente cuando no miserable y francam ente des­
tructiva. Q u é difícil parece ser cambiar lo adictivo y lo automático de
las relaciones hum anas, qué difícil es v erd ad e ra m en te escuchar espe­
cialmente a aquellos que más querem os. Cóm o zafarnos del dolor que
provocam os y nos provocan, con las triangulaciones y los acting outs,
nuestros seres cercanos. ¿Quién se escapa? De p ro n to parece inevitable
sentirnos prisioneros - “atrapados y sin salida”- de esos estados primitivos,
repetitivos, mecanizados, automáticos.
En este último capítulo de síntesis, elaborarem os aú n más y recapi­
tularem os sobre lo ya expuesto en los anteriores: ante el acting out, la
triangulación, el conflicto, la crisis, com partim os nuestra alternativa es-
peranzadora, poderosa y viable para la prom oción de la salud mental,
com partim os nuestra confianza básica en el diálogo p ro m o to r de la familia,
del desarrollo de la conciencia y de la inteligencia em ergente.

Diálogo versus debate: David Bohm y J u a n Lafarga desde diferentes pers­


pectivas han señalado la diferencia y el contraste en tre las dos maneras
clásicas de intercambiar información de los seres hum anos. El diálogo
versus la controversia o el debate.
El debate es el instrum ento d o n d e chocan argum entos y p red o m in a la
consigna de cambiar al otro. En la construcción de un sistema democrático,
el debate es un ejercicio muy socorrido, supuestam ente dignificante
y esclarecedor. Sin em bargo el debate representa en el fondo un pobre
modelo de relaciones hum anas, implica una lucha p o r g anar aprobación
pública a través de convencer, p ersu ad ir o disuadir Debatir es un depo rte
practicado én un m u n d o im p regn ado p o r la cultura de la competencia,
cuyo objetivo principal es d e rro ta r al adversario con argumentos. El
debate busca, en otras palabras, cambiar al otro que está “equivocado” - a
quien por supuesto, al estar en el e rro r hay poco que escucharle y mucho
que rebatirle-. U na pobre caricatura del debate se p u e d e observar en los
intercambios verbales de las cámaras legislativas -basta observar el canal
del congreso mexicano o de cualquier otro país- cuando un legislador
está en trib un a ex po niend o sus ideas, muchas veces de m an era agresiva
y descalificadora otros miembros de la audiencia aparecen en pantalla
en pleno acting out. En u n a práctica descaradam ente norm al del diálogo
legislativo [sic] y del quehacer democrático, los diputados y senadores,
representantes del pueblo, platican cam pantem ente entre sí, hablan por
su teléfono celular, dan la espalda, se d u erm e n y hasta mastican chicle
mientras u n com p añero generalm ente del otro partido expone sus ideas.
El espacio protegido del diálogo desgraciadamente nada tiene que ver
con la práctica legislativa. El verdadero diálogo, tal como lo entienden Bohm
y Lafarga, implica u n a renuncia a cambiar al interlocutor, y en lugar de ello
se concentra exclusivamente en entend er su significado y su experiencia.
Finalmente, en un intercambio interpersonal al practicar el debate o el
diálogo, los interlocutores -legisladores, pueblo, empleados o directores,
padres, esposos o hijos- toman una decisión consciente.o inconscientemente
de profundas implicaciones:
Ponen su energía y su atención ya sea en cambiar al otro o en en tra r
a su m u n d o y en te n d e r su experiencia
En el debate la solución que se quiere im poner generalm ente se lleva
p rep arad a desde antes de iniciar el intercambio; el diálogo, por otro lado,
se inspira en u n paradigm a totalm ente diferente: el paradigm a del cambio
transformacional de M ahrer (1997, 2003):

La dirección del cambio aparece d u rante el proceso.


En el contexto educativo, p o r ejemplo, a m e n u d o se rep o rtan casos de
maestros que llevan a cabo con regularidad la versión escolar de los espacios
protegidos del diálogo: “Los Círculos de A prendizaje Interp erso nal”.
Después de algunos meses de dicha práctica del caí en escuelas públicas
del estado de Guanajuato, es notable la transformación de la conciencia de
los participantes -alu m no s y m aestro-; al p o n e r la energía y la atención
no en cambiar al prójimo, sino en entenderlo, poco a poco se va transfor­
m an d o la m an era de percibir al “o tro ”, de entenderlo, de relacionarse
en tre sí, de m anejar sus conflictos, de dejarse de hostigar m utuam ente. En
la program ación de dicha actividad no hay u n plan específico de mejora
continua, de reducir la violencia, de errad icar errores, de establecer metas
e indicadores ni cosa p o r el estilo, sin em bargo la transformación se va
gestando desde u n lugar diferente: el intercam bio respetuoso de ex pe­
riencias. La práctica regular de las reglas básicas del diálogo “u n tiempo
p ara hablar y u n tiempo para escuchar” va haciendo em erger un “sistema
inteligente”. Estos cambios tal vez no aparezcan, o tal vez sí, reflejados
en las pruebas nacionales de evaluación del desem peñ o académico, sin
e m b arg o el maestro en su corazón sabe que su trabajo está haciendo la
diferencia en el desarrollo de sus alum nos como personas.

Dialogar o poner límites: algunos lectores tal vez se p reg u n te n sobre


las m edidas correctivas necesarias en algunos de los casos, “d onde el
otro manifiesta conductas reprobables” que “req u ieren urgen tem ente”
p o r p arte del ofendido - u n padre, una madre, u n esposo, un maestro,
la auto ridad - de límites, sanciones y o tro tipo de “consecuencias
disciplinarias”. Existen num erosas obras relacionadas con la m anera de
p o n er límites, de ser consistentes, de atreverse a disciplinar, a ser asertivo...
“po rq u e soy tu p a d r e ”, etc. N uestra propuesta representa un enfoque
alternativo, de integración no de exclusión. No sugerimos que los padres
y esposos ren un cien a p o n e r límites y consecuencias. ¡Desde luego que no!
Creemos que el aprendizaje de la resp on sab ilid ad consiste precisam ente
en e n fre n ta r “la consecuencia de mis actos”: cuan do robo p u ed o ir a
la cárcel o ser llevado a procesos legales y dem andas, cuando miento es
posible que a los demás les cueste trabajo creerm e en el futuro, etc.
La necesidad de tom ar m edidas ante los actos del otro, aunque no es
algo m ayorm ente tratado como tema en este libro, sabemos que ha de ser
aplicado con consistencia, sin culpas y en el m om ento correspondiente.
La consistencia se logra cuando un p a d re de familia le dice a su hijo “si
repru eb as te cambio de escuela o te pongo a tra b a ja r...” y lo hace; cuando
u n a esposa le dice a su m arido “si me sigues gritando me bajo del a u to ...”
y lo hace; “si me vuelves a golpear te d e m a n d o ...” y lo hace; “si vuelvo a
saber de u n a aventura tuya, d em an d o divorcio...” y lo hace. Sin em bargo
m ientras no llegue el m o m en to de despedirse de u n a relación y ésta siga
viva, el m om ento de “aplicar consecuencias” ha de hacerse no en lugar de,
sino además de la práctica de la escucha en u n espacio protegido p a ra el
diálogo.

La dirección del cambio se clarifica durante el proceso. El transitar p o r los


caminos del diálogo con frecuencia lleva a “los dialogantes” de m a n era
n atural a establecer nuevos límites y nuevas formas de relacionarse desde
u n lugar totalm ente diferente al habitual. No desde la coerción y el castigo
im pu esto d esd e afuera com o “m edida correctiva y necesaria”, sino desde
u n lugar so rp re n d e n te de libertad y responsabilidad. Así, la construcción
,del diálogo, especialmente en medio de circunstancias conflictivas y difíciles,
;hace surgir, de m a n era a veces inesperada, nuevas formas de c o m p re n d e r
la realidad, de ver las cosas y de plantear y resolver “el p roblem a”.

1El diálogo:, irenunciar al cambio para cambiar? Las teorías, m odelos y


p arad ig m as de la ciencia, al igual que las creencias personales y otras
form as autom áticas - d e percibir, p en sar y a c tu a r- suelen desplom arse
m e d ian te u n proceso ab ru p to , no gradual, de exp ansió n de conciencia.19
En la ex perien cia personal las estructuras se ro m p e n cu a n d o se toca
fondo, se p ierd e o se está a p u n to de p e r d e r a un ser qu erid o , surge
u n a vivencia cercana a la m u e rte o u n a conversión de fe. Las personas,
en u n a sacudida de conciencia, de p ro n to e x p e rim e n ta n u n cambio;
re p e n tin a m e n te dejan de re n e g a r de la vida, de controlar, de juzgar, de
tenerle m iedo a hacer el ridículo, de tem er la desaprobación, de estar
atrap ad o s en la p e rm a n e n te e insaciable exigencia, etc.
Un día, p o r ejemplo, M arta entiende, a través de un diálogo honesto con
su pareja, que su problem a no es tanto que el m arido tome, su verd adero
p ro b le m a -q u e por fin Marta ahora pu ede reconocer, después de escuchar,
escuchar y escuchar a su J u a n y de escucharse a sí m ism a- es su adicción
a controlar, es decir a q u e re r a fuerza que su m arido deje d e tomar.
N o rm alm en te cu a n d o el h o m b re tom aba y llegaba crudo, ella, a u n q u e
de mal modo, le p rep arab a sus chilaquiles; cuando necesitaba d inero
le pagaba sus deudas, lo sacaba de la cantina, lo llevaba al hospital, lo
recogía del hospital... ¡Claro!, luego ella ante tanto sacrificio le reclamaba

]9Terapia de Reconstrucción Experiencia! (Michel y Chávez, 2005). Ver capítulos 7 y 8.


de todo lo que hacía p o r él sin tener respuesta. Ahora, sin embargo, todo
es diferente p ara Marta, que de p ro n to llega a u n a conclusión liberadora:

Puedo quererlo como es y dejar.de abrigar la esperanza de cambiarlo


como u n a condición p ara “ah o ra sí ser feliz”; o si de plano no pu ed o
convivir con sus conductas y lo que él hace me parece tan grave,
tan destructivo, tan intolerable, tengo la opción de separarm e por
respeto a mí misma. Hoy dejo de ju g a r a la víctima que no pu ede
cambiar, aceptar ni dejar al m arido y entonces se dedica a joderlo.
A Marta le llevó m ucho tiem po hacerse cargo no de la responsabilidad
de su m arido, sino de la suya propia. Le hubiera gustado en te n d e r esto
hace veinte años, pero tal vez hasta ah o ra estaba p re p a ra d a para asimilar
esa nueva forma de percibir... y eso no tiene remedio. Ahora que Marta
ya no está obstinada en cambiar a su m arido, ahora que ya no enchueca
la t o c a , ni mueve la cabeza, ni discute, ni hace com entarios sarcásticos
cada vez que él com enta “lo chévere qu e se la pasó con sus amigos en la
última re u n ió n ”; ah o ra que ella escucha con v erd ad e ra atención y como
si fuera la p rim e ra vez, a h o ra él com ienza a llegar más te m p ra n o a su
casa, p o rq u e la v erd ad -les h a platicado a sus cuates cu a n d o le reclam an
su grad u al ausencia de las cantinas-: “es maravilloso llegar a tu casa y
platicar con alguien que te escucha, q u e te e n tie n d e ”.
Cuántas veces había leído M arta esa graciosa frasecita... y hasta ahora
le cae el veinte: “cuando te escucho te digo sin decírtelo ‘no necesito
cambiarte para q u e re rte ’”. M arta ah o ra entiende p o r qué a su m arido
le encantaba escuchar esa canción del siglo pasado cantada p o r Daniela
Romo que en un párrafo dice: Quiero avianecerton alguien que no me quiera
cambiar, qm me acepte como soy. ;

El espacio protegido del diálogo

La diferencia entre una relación v erd ad eram en te constructiva y una des­


tructiva, descansa en gran m edida no en la cantidad de conflictos que
en fren tan sus miembros, sino en su capacidad de prom over espacios
protegidos y de calidad p ara el intercambio. Para Christlieb (1973) la
opción se llama diálogo y consiste en:

Ser capaz de d a r a las ideas y sentim ientos del otro una p


im p o rtan cia sem ejante a la qu e daríam o s a los nuestros. ^
En este capítulo retom am os los elementos ya esbozados de la co­
m unicación constructiva p ara p ro p o n e r algunos “cornos” poderosos y
viables. El diálogo, como ya lo hemos indicado, está com puesto de u n
tiem po y un espacio d o n d e de m anera protegida interactúan los dos
recursos básicos de la comunicación interpersonal: escuchar y expresar.
El diálogo tiene como objetivo la construcción de u n sistema inteligente
y de u n espíritu de comunidad. El diálogo es un poderoso m edio capaz de
trascender las profundas e inevitables diferencias individuales en tre los
seres h u m an o s en sus diferentes contextos y relaciones: de pareja, familia,
trabajo* etc.
El diálogo, c u a n d o es aplicado disciplinada y sistem áticam ente, tiene
el p o d e r d e co n v e rtir “las diferencias irreconciliables”, los conflictos,
las crisis y las ex periencias dolorosas en auténticas y maravillosas
o p o r tu n id a d e s d e crecim ien to y de cercanía respetuosa. Pero el diálogo,
insistimos, n o p u e d e su rg ir e s p o n tá n e a m e n te de la b u e n a vo lu ntad ni
del afnor ro m án tico p o r m uy bonito que parezca. Ciertas condiciones*
m ínim as p e r o im prescindibles hacen dél diálogo u n v e rd a d e ro
catalizador p a ra el d esarro llo de la conciencia y la tran sfo rm ació n
interior.
A menos que o cu rran condiciones mínimas y accesibles de “diálogo en
espacios protegidos”, ni u n a bien intencionada p re g u n ta ni m uchas ganas
de com unicarse bastan p ara sacar la verdadera sopa para c u rar las heridas ni
p ara p ro m o v er el acercamiento respetuoso. La persona a p re n d e á hablar,
a conectar y a reconocer sus verdaderos sentimientos, poco a poco, en la
m edida que se siente escuchada y entendida.
La única m anera de ro m p er patrones y trascender formas repetitivas
de actuar y de responder, la única forma de desembarazarse del yugo de
tantas automaticidades irracionales y destructivas que saturan el repertorio
h um ano y lo atrapan en conflictos interminables, es a través de experiencias
concretas y vivas de expansión de conciencia... y precisamente un a m anera
privilegiada y viable de prom over la expansión de la conciencia y liberarse
de dichos patrones automáticos en el seno de la familia es a través de la
hum ilde y poderosa práctica del diálogo.20 El diálogo, en otras palabras,
perm ite de m anera sorprendente un proceso de evolución de un sistema
hum ano -llámese pareja, familia o g ru p o - hacia niveles de mayor inte­
ligencia, comunicación y armonía.
¿0 Nuestra propuesta de diálogo está inspirada en la práctica de los círculos de aprendi­
zaje interpersonal, así com o en las ideas de autores coino: Rosenberg. Rogers, La fa rga,
Mahrer y David Bohm.
El diálogo prom ueve u n proceso p erm a n en te de desarrollo y evolu­
ción, d o n d e p o r u n m om ento se trascienden viejos juegos dé comunicación,
patrones21 com plem entarios, simétricos o cruzados de poder, sumisión,
manipulación, m entira: la esposa ju e g a p rim ero a la m am á b u ena que se
sacrifica y luego a la m am á mala que reclama y controla; la niña o niño-
esposojuega a “si te digo la verdad te enojas” y entonces “te miento mientras
m e pescas y me reg añ as”. De p ronto, ante u n a práctica inofensivamente
p oderosa cuya consigna provisional es renu nciar a cambiar al otro y
p o n e r toda la energía en entenderlo, la relación se mueve a u n lugar
inesperado de integración, intercam bio y fluir de inform ación que a su
vez p ro m u e v e n en el sistema -llám ese familia, p areja u organización-
u n a transform ación hacia estados más evolucionados, “com plejos” e in­
teligentes (ver nota 24).
Al no invalidarse la experiencia del otro, se descubren así otras formas
de,.yer el m u ndo, otras m aneras de percibir y construir la realidad. El
diálogo conduce pues a la construcción de un nuevo conocimiento de
o rd e n superior con la aportación de distintas experiencias y “realidades”.
Por o tro lado, u n sistema h u m a n o que no dialoga term in a tarde o
te m p ra n o fu ncio nan do “e s tú p id a m e n te ”, pues a u n q u e esté com puesto
de personas inteligentes, lo inteligente no quita lo automático.
Por último, querem os consignar que con frecuencia las personas
que inician u n a vida de pareja term in an separándose al descubrir que
sus diferencias son irreconciliables. Creemos que la vida en pareja tiene
límites y que si u n a relación en lugar de prom over el desarrollo de sus
miembros los devalúa y lastima, deja de cum plir su misión. Entendem os y
respetam os que hay un m om ento p ara decir adiós, sin em bargo también
creemos que u n a gran mayoría de dichas separaciones son debidas más
que a las diferencias irreconciliables, a la p ro fu n d a incapacidad de dialogar y
el precio de ello lo paga tanto la pareja como los hijos.
Los adictos al en am o ram ien to cada cinco o diez años vuelven a sentir que
necesitan una nueva pareja “que sí me c o m p re n d a”. Como no ap ren d iero n
a dialogar, tarde o tem pran o llegan a la conclusión irreversible de que “el
am o r se acabó”. Para un a conciencia pequeña, el reto del amor, como diría
Erick From m , es en co n trar a la persona adecuada. Un día la conciencia
crece y se da cuenta de que tal v ez -só lo tal vez- es tan im portante, o au n
más, ser la p ersona adecuada como en c o n trar a la persona adecuada;
un día se da cuenta de que la m uerte del am or no es nada mágico ni está

21 Watzahvick en sus axiomas ele la comunicación dn cuenta de los niveles y patrones de


com unicación en la interacción humana.
fuera de control de las personas; un día finalmente se da cuenta de que el
principal virus qu e m ata al am or es la ausencia del diálogo.

Guía para el diálogo

Mirar hacia adentro: cuando es m om ento de expresar, comienza p o r voltear


hacia aden tro y conectarte contigo misma, es decir, observa cuáles son tus
sentimientos y sensaciones; identifícalos y descríbelos prim ero para ti mis­
ma para después comunicarlos al otro. Trata de concentrarte inicialmente
más con lo que sientes y distraerte lo menos con lo que piensas (demasiados
pensamientos desconectan la experiencia de sendmientos y sensaciones).
Observa y decide: cada vez que aparece fugazm ente p o r tu m ente
la tentación de iniciar u n a frase, com en zand o con expresiones
“b lo q u e a d o ra s” - q u e p ro m u ev e n en tu c o m p añ ero la resistencia psico­
lógica a escuchar con v e rd a d e ra disponibilidad- como: “tú deberías de
llegar más te m p ra n o ; tú tienes que...; tú n u n ca debiste...; no se vale...;
no te im porto; te valgo u n cacahuate; te im p o rta n más tu trabajo y tus
amigos qu e yo.
Para ex p resar de m an era facilitadora se requiere distinguir, como ya
se m encionó, p o r lo m enos cuatro categorías y expresarlas de m a n era
diferenciada, inequívoca y clara: a) descripción de hechos; b) pensam ientos
o interpretaciones; c) deseos o expectativas; y d) sentimientos. Así p o r
ejemplo, la siguiente expresión: “ayer en la noche que no llegaste” se refiere
a la descripción de hechos que ocurre de m a n era “objetiva”. U n hecho
es p o r así decirlo la realidad que cualquier persona observadora podría
describir, es algo que no tiene discusión. Los sentim ientos son tristeza,
enfado, enojo, p o r m en cio n ar algunos. Los p ensam ientos son la m anera
como yo interpreto la realidad, es decir representan mi realidad! interior NO
LA REALIDAD EXTERIOR, OBJETIVA Y ÚNICA. En otras palabras es
válido decir: yo pienso -cuando veo que no llegas- que no me quieres; me imagino
que no te importo. Sin em bargo lo que resulta disfuncional, b lo qu eado s
poco facilitador, es cuando trato la realidad interior -sentim ientos,
pensam ientos y expectativas- como si fueran la realidad exterior (como
en las expresiones arriba mencionadas). C uando en lugar de apeg arm e a
hablar en p rim era persona “de lo que yo siento, pienso y espero cuando
tú haces o dejas de hacer algo” utilizo la vieja fórm ula de tú deberías y a ti­
no te importo , finalmente no obstante la mejor de las intenciones conseguiré
m a y o r resistencia y cerrazón. En síntesis, un a e x p re s ió n m u c h o más
cercana a tu experiencia y a tu corazón y p o r lo tanto más facilitadora
y capaz de p ro m o v er la a p e rtu ra y disponibilidad en el o tro es: espero,
deseo, tengo ganas de verte a la hora acordada y me sentí muy decepcionada -
triste, sola, enojada , irritada , desesperada , angustiada- ayer en la noche que no
ocurrió así, y entonces pienso que no te importo, no rae quieres, que no...
Respetar cada tiempo: como ya se m encionó en el capítulo iv, el problem a
de la relación de pareja no es que cada u n o tenga sus propias necesidades
y su form a de ver el m u nd o: el problem a surge cuando él habla y ella no lo
escucha o cu a n d o ella habla y él tam poco escucha. La p rim era regla p ara
el diálogo es pues una regla de orden mínimo. Iniciar u n diálogo en espacio
protegido, como ya lo hem os bosquejado, consiste en acordar quién va a
hablar y quién va a escuchar. N unca ha de iniciarse u n diálogo protegido
si no se ha llegado a este p rim e r acuerdo p or obvio y ocioso que parezca.
C u an d o dos personas, cargadas de historia, intentan dialogar, el o rd en es
lo p r im e r o que se ro m p e y de p ro n to hay dos bocas hablando desde sus
heridas y del otro lado de la mesa las orejas están desconectadas; nadie
está dispuesto a escuchar.
Pueden transcurrir así horas y la pareja no se da cuenta de que al haber
roto esta prim era regla los resultados en el mejor de los casos son pobres y
en el peor de los casos francam ente destructivos. De hecho, en la mayoría
de los casos cuando u n a pareja com ún y corriente intenta hablar de cosas
im portantes, de temas sensibles y difíciles, lo hace con b u en a intención
p ero con u n a p o b re prep aració n p ara el diálogo protegido.
C u a n d o en lugar de diálogo se establece un debate -exceso de e x p re ­
sión y ausencia de escucha- usualm ente la pareja o familia term ina en un
estado deplorable de m ayor distancia y resentimiento. Lo que pretendía
ser un diálogo term ina en un a agria discusión d o n d e cada quien habla
en automático cuan do se le pega la gana. Es como u n a obra de teatro en la
carnicería de d o n Chem a, d o n d e salen a escena muchas trom pas y ninguna'
oreja. La conclusión al final de dichos intentos tan desproporcionados
suele ser tajante y llena de desesperanza: lo mejor hubiese sido jamás tocar
estos temas con él-ella. Estas parejas están condenadas a una m uerte lenta
p o r indigestión d e tro m p a, pues si habían, mal, y si se callan, peor. Así
pues, en un intento de diálogo, cu a n d o el p rim er ac u erd o relativo al
“o r d e n ” es pasado p o r alto y ambas partes hablan al vacío, la inteligencia
y la capacidad de escucha que p u d ie ra n existir resultan contam inadas y
sirven de muy poco.
El prim er paso al iniciar un diálogo es establecer quién va a hablar primero
y quién va a escuchar. C u and o qued a establecido el o rd en para expresar,
es im po rtan te m a n ten e r los dos lugares claramente definidos: el de quien
habla y el de quien escucha. Ambas partes han de resp e tar su tu rn o , han
de p erm an ecer en su función hasta cerrar p or lo menos un ciclo o ro n d a de
intercambio. Reiteramos, si al mismo tiem po hay dos personas que hablan
y no hay nadie sentado en la silla del escuchador, no hay diálogo. Tampoco
lo hay “cuando hay p u ra oreja”, es decir, cuando están las dos personas
dispuestas a escuchar pero ninguna de ellas a co rrer el riesgo de e x p r e s a r /
Q uien escucha no puede, p or muy razonable que parezca, in te rru m p ir
para hacer precisiones, aclaraciones o cuestionamientos. Q uien escucha
-h asta que le toque su tu rn o de hab lar- “desaparece” como perso na y se
convierte en u n eco fiel, en un espejo cuya función no es aprobar, aclarar,
refutar, ju z g ar ni d ar su opinión. Su función es sólo reflejar de m anera
aceptante los sentimientos que la otra persona e x p e rim en ta (en los dos
prim eros capítulos hemos explorado ya con am plitud la función de las
dos competencias básicas y hemos hecho referencia a esta consigna: hay un
tiempo para hablar y un tiempo para escuchar).
La confianza básica en la expresión de momentos de sentimiento fuerte: u n a de las
consignas básicas en la búsqueda del cambio transform acional o de tercer ...
o rden indica que la dirección del cambio aparece sólo durante el proceso.
Este m andato requiere que los actores de la comunicación interpersonal
pued an creer v erd aderam ente en la riqueza de "sus sentimientos fuertes
y en la sabiduría o inteligencia que emerge de m a n era n atural al calor
del v erdadero diálogo. Sólo desde un lugar de confianza básica en este
proceso podrem os ver em erger el o rd en detrás del supuesto caos, y el
cambio que paradójicam ente surge cuando se renuncia al cambio:
C uando aparentem ente no vamos a ningún lado con el intercambio
de “experiencias difíciles”, la práctica sistemática del diálogo, de m anera
suave y sabia, nos entrega un verdadero regalo: nos lleva finalmente por un
proceso gradual de desarrollo interpersonal y de inteligencia emergente. Por otro
lado, si no hemos desarrollado esa confianza básica en el proceso del diálogo
y específicamente en la riqueza de los sentimientos fuertes como maestros
del crecimiento, es muy posible que antes de dos minutos de intercambio
caigamos en la tentación de interrumpir, juzgar o criticar, terminemos
totalmente indignadas por 'las estupideces que el otro está diciendo”.
Abrir y explorar crisis sólo en espacios protegidos: ciertam ente no es posible
estar en condiciones ele escuchar experiencialm ente cada vez que surgen
crisis y sentimientos fuertes, sin embargo es im portante tener muy presente
la opción de pro g ram ar en un tiempo razonablem ente cercano y factible
un espacio protegido de diálogo. Ventilar algo im portante y fuerte en espacios
no protegidos, p o r otro lado, es decir cuando no se han establecido ni
respetado las condiciones mínimas de o rd en y seguridad psicológica,
p u e d e convertirse en una experiencia destructiva p ara la relación, pu ed e
reavivar la tentación de regresar a la vieja y conocida postura de la
conciencia primitiva: mejor ni hablar.
Ilya Prigogine se refiere, en el cbntexto de la term odinám ica, a u n a de
las dos direcciones posibles ante la crisis o “indigestión de inform ación”:
el deterioro del sistema o la evolución del mismo hacia niveles-de mayor
com plejidad e inteligencia. En el, contexto interpersonal, un a persona
p u e d e sentirse totalm ente apabullada al en tra r en contacto con el
abandono, el rechazo, la decepción, la infidelidad, el engaño p o r p arte de
su pareja. A p a rtir de dicho evento, el bom bardeo de información -difícil
de asim ilar- de dicha experienciaíatizada en u n a discusión p u e d e ser el
inicio, com o lo hem os m encionado, de un d eterio ro inexorable d o n d e
ella reclam a y a rre m e te con tra él.!, y él más se defiende y se aleja.
■El d o lo r p ro d u c id o p o r alguno de los cónyuges, cuan d o no se han
d a d o las condiciones de diálogo; prom ueve, como ya lo ap un tam os,
triangulaciones y pasajes a la acción. U na crisis no resuelta a través del
diálogo d e g e n e ra en discusiones y distanciam ientos de diversos tipos,
p ro m u e v e asimismo con frecuencia que a los hijos se les triangule y se
les p resio n e a to m a r p artid o hasta q u e d a r en posición de “haga lo que
haga p ie rd o ... si elijo a p a p á traiciono a mamá; si elijo a m am á traiciono
a p a p á ”.
La seg un da opción consiste en explorar las experiencias difíciles en u n
espacio protegido sin esperar siquiera que ella p erd o n e y él “no lo vuelva
a h ac er”. E n fren tar constructivamente una crisis requiere de un p rim er
paso, de algo básico y simple: ren un ciar a cambiar al otro y concentrarse
en entenderlo. La práctica del diálogo requiere de un com promiso
mínimo: aplicar las reglas de “un tiempo para hablar y un tiempo para
escuchar” d u ra n te un periodo mínimo, hasta que del mismo proceso
surja u n a solución con frecuencia1difícil de predecir. No se descarta la
eventualidad de una separación constructiva, aunque en muchos casos
cu a n d o la pareja perm anece -pase! lo que pase- p o r lo menos u n p ar de
meses com p rom etida en el processo del diálogo sistemático, ocurre que
ambos se m ueven, “como sin darse c u e n ta”, en la dirección de los sistemas
inteligentes. 1
El p u ro proceso de intercambiar e integrar información difícil y
a p a re n tem en te incompatible lleva, a la pareja a lugares de evolución
inesperados: después de un episòdio de infidelidad, p or ejemplo, es
d esde luego posible que la pareja ro m p a definitivam ente, pero tam bién
es posible que a p a rtir del diálogo surgido ante la crisis, ella finalm ente
se dé cu en ta de su hasta entonces “p arte ciega”: su m a n era de tratarlo

com o niño, de controlarlo, de “no dejarlo” salir con sus amigos. El a
su vez, quizá se dé cuenta, gracias al diálogo, de su form a cotidiana de
g u a r d a r silencio, d e q u ed arse callado p ara no e m p e o ra r la bronca, de su
p ap el de n iñ o g uerrillero que se sale a escondidas de m am á, de su “ju e g o
del m u d ito ” qu e term in a habland o con su conducta las inconform idades
que no h a sido capaz d e ex p re s a r con la boca. La p areja tal vez descubra
-y estén p o r p rim e ra vez en sü vida en condiciones de asimilar u n a
maravillosa y dolorosa lección- que ha estado ju g a n d o a la m am á y al
hijo, ju sto hasta que el niño es finalm ente pillado p o r su mami-esposa.
Tal vez d escub ran que no h an sido capaces de fu ncion ar como adultos
responsables y que a h o ra las cosas ya no p u e d e n seguir com o antes
p o rq ú e el ju e g o de m am á-hijo ya se agotó, ya tronó.
Ahora q u ed a n sólo tres caminos: a) se separan con la sensación, cada
uno, de que el otro “de afuera” tuvo la culpa y p o r lo tanto no hay nada
que cambiar in tern am en te (con su siguiente pareja, ella seguirá siendo
u n a m am á controladora y él seguirá siendo un irre d en to y mentiroso
buscador a escondidas de aventuras); b) se separan p o r considerar la
herid a irreparable y pierden a su pareja, pero no p ie rd e n la lección, no
p ierd en la o p o rtu n id ad de voltear hacia ad en tro y a p re n d e r a ser mejores
p ara lo que venga; c) ap re n d e n la lección -c a d a quien la suya p rop ia - y y a
no tratan de volver atrás a lo que ya se agotó, más bien inician u n a relación
nueva; más vital y saludable, u n a relación que con el paso del tiem po tal
vez les perm ita agradecer “la bendita crisis que la vida les regaló”.
El diálogo en espacio protegido es pues un espacio de renovación
d o n d e las diferencias, cualesquiera que sean, son procesadas hasta
convertirse en evolución pu ra. Así, p o r ejemplo, a ella le gusta visitar a
su m am á, a él le incom oda que ella visite a su m ad re; a él le gusta salir
con sus amigos, a ella le p ro d u cen m ucha in seg uridad dichas salidas;
ella ya quiere po n erle un n o m b re a su hijo recién nacido, él prefiere
esperarse p a ra estar seguro; él quiere p o n e r u n n uevo negocio, ella tiene
miedo a los cambios y lo desanima; a él no le gusta como ella hace el amor,
a ella no le gusta como huele él; ella quiere pasar Navidad en la ciudad de
México, él prefiere quedarse en provincia; ella quisiera que él lo apoyara
más y de vez en cuando le adivinara el pensam iento y a él le gustaría que
ella pidiera las cosas con más claridad, etc.
Después de escuchar con interés y sin invalidación dichas diferencias,
la relación se transform a. La información intercam biada en espacios de
diálogo p ro tegido se convierte en algo nuevo, útil, transform ador: “el que
tú prefieras algo diferen te a mí, es sim plem ente p o rq u e eres diferente
y resulta no ser algo personal en mi co n tra ...” Esa p eq u e ñ a diferencia ya
hace u n a gran diferencia.

Cuando es tiempo de hablar:


• Privilegiar la expresión de escenas concretas -específicas de
sentim iento fuerte.
• Descripción del contexto o en to rn o de m an era suficiente pero no
excesiva.
... ©Descripción de la experiencia interna de sentimientos y sensaciones
físicas.
• Si tienes u n pensam iento que com partir reconócelo p ro piam en te
como tal: qué espero, qué interpreto, qué imagino, qué pienso, qué fantasía
tengo.., cuándo sales,
• Procura hablar en p rim era persona.
• C u a n d o estés a p u n to de d ar u n consejo, sugerencia, órdenes,
advertencias o reclamos, opiniones ~y especialmente p reg u n ta s-,
trata de reconocer lo que hay detrás de ello (sentimientos,
expectativas o deseos, fantasías o pensamientos). Decir: “me siento
inseguro cu an do llegas tarde, tengo miedo de que te pase algo”,
es u n a form a más conectada, transparente, y po r lo mismo faci­
lita m ucho más el ser entendida y escuchada que cuando está
disfrazada de pregu nta, regaño o reclamo.
o Refiere tus sentimientos, descríbelos sin juzgarlos y sin quererlos
explicar con razones. Si tratas de explicar o justificar tus senti­
mientos es posible que termines desconectándolos y ahogándolos
en un m ar de palabras y de racionalizaciones.
• Si eres mujer: no se te o cu rra q u erer p ro g ra m a r u n espacio
protegido para hablar de tus sentimientos fuertes justo cuando
está ju g a n d o la selección mexicana, o su equipo o personaje de su
d ep o rte favorito.
• Si eres hom bre: no se te ocurra q u e re r p ro g ra m a r un espacio
protegido m ientras tu pareja no está totalm ente dispuesta para
hablar y para escuchar (si está p o r llegar el gas, si se están cociendo
los frijoles, si tu hijo tiene calentura).
• Si hace más de un mes que no haces tu diálogo p o r q u e siem p re hay
cosas urgentes “más im portantes”, no te quejes d e qu e tu relación
continúe deteriorada.
• Los sentimientos son como son. Reconoce con h on estid ad su
existencia aun q ue no te gusten (celos, in se g u rid a d , envidia). A los
sentimientos, prim ero es necesario h o n rarlo s, es decir contactar­
los, expresarlos y aceptarlos como son y después -solamente
después- es posible transform arlos (a p a rtir de su reconocim iento,
no de su negación ). En otras palabras, r e c u e rd a q u e en este diálogo
es más im portante reconocer que negar; ac ep ta r que reprimir.
Por ejemplo si te sentiste celoso, inseguro, solo, no entendido,
abandonado, excluido, sim plem ente reconoce an te tu pareja eso
que estás sintiendo. Insistimos, los sentim ientos p u e d e n no ser
en lo absoluto lógicos, m aduros ni razonables. Los sentimientos
sim plem ente s o n . Si no los reconoces tal cual, son peo r p a ra ti.
• Veinte, veinte, veinte, cuarenta: no es u n teléfono de em ergencia,
es nuestra propuesta p ara que distribuyas de m a n e ra ap ro x im a d a
el tiempo en las cuatro categorías m encionadas. Algunas personas
tienden a referir con todo detalle la descripción de hechos: “yo
llegué a las seis y a los quince m inutos te p asan la llam ada y es
tu tía de Tijuana, y luego ella te dijo, y tú le contestaste, en eso
sonó el tim bre de la puerta.*.” Decimos q u e estas personas utilizan
el ochenta por ciento o más de su tiem po de intercam bio verbal
en describir las cosas de afuera y m enos del diez por ciento en
describir su experiencia interna, es decir sus sentim ientos tal
como son experim entados en los m om entos d e m ayor intensidad.
Te sugerimos tratar de en co n trar una escena en tu experiencia
personal reciente o remota y describir so lam ente lo suficiente del
contexto en el que ocurre (cómo, cuándo, d ó n d e , quién), lo cual
requiere un veinte p o r ciento del tiempo total. O tro veinte puedes
distribuirlo en referir lo que piensas o in te rp r e ta s -im a g in o que
estás con alguien más, im ag in o o p ie n so q u e n o me qu ieres,
q u e no te gusto, que me en g a ñ as-, otro veinte p u e d e ser utilizado
en referir lo que .deseas o esperas y luego co n cén trate p o r lo
m enos un cuarenta p o r ciento del tiem po en describir lo que pasa
ad en tro de ti:22 sentí un nudo en la garganta , se me apretó el estómago
y experimenté mucho enojo; me sentí totalmente desplazada, ignorada ...
pensé, imaginé como si lo mío no fuera importante en ese momento en el
que te quedaste callado y no me defendiste cuando tu hermano me pidió que
me largara, me sentí poco importante para ti cuando me dijiste: b ueno ,
y ¿qué quieres que haga? ¡ya olvídalo!
• C u a n d o estás tocando un tem a difícil y recu rren te, de esos que
estimulan com entarios como “ya vas a em p eza r”, “otra vez con
e so ...”, concéntrate en tu escena de sentimientos fuertes y limítate
a u n máxim o de quince m inutos en total p ara la expresión de tu
experiencia. Si no respetas el límite de tiempo te expones a rebasar
la capacidad de procesar información en tu com pañero, que p o r
ser actor de la misma escena y debido al ruido emocional que esto
provoca, le será prácticamente imposible quedarse en tus zapatos
sin salirse a los de él - a u n q u e haya rezado devotam ente la oración
de la b uen a escucha- (m añana o pasado tendrás ocasión de sacar
nuevos temas y escenas de sentimientos fuertes).

La oración de la buena escucha

Señor: p erm ítem e disponerm e a iniciar en este diálogo en mi función de


escucha y p u e d a yo aquietar a los loros de mi m ente en este lugar sagrado
del diálogo protegido, y ponerle pausa a mis sentimientos, pensam ientos
y a todo aquello que me estorbe. Permíteme, p or lo m enos d u ra n te este
espacio, suspender mis respuestas automáticas bloqueadoras que distraen
mi atención de la experiencia de mi compañera/o.
Perm ítem e conectar mi corazón y todos mis sentidos en la experiencia
de mi com pañero/a, no en mis propias expectativas, heridas, opiniones y
preferencias personales.
Q ue mis oídos sean como antenas parabólicas totalm ente orientadas a
lo que mi pareja siente, espera y piensa.
A u n q u e nada de esto coincida con lo que él/ella deb ería...; es decir
con lo que yo quisiera que sintiera, p en sara y quisiera.
22 C o m p a r t i r u n s e n t i m i e n t o fu e r t e , p o r sí s o lo p u e d e ser el r e c u r s o m á s p o d e r o s o d e l
d i á l o g o . M u c h o s h o m b r e s y a lg u n a s m u j e r e s t i e n e n d if ic u lt a d p a r a c o n e c t a r su s s e n t i ­
m i e n t o s y les es m u c h o m á s fácil h a b la r d e lo q u e p ie n s a n q u e d e lo q u e s i e n t e n . Para e llo s
es u n a e x p e r i e n c i a p o d e r o s a y a la v e z facilitadora el s i m p l e m e n t e c o m p a r t i r u n a e s c e n a
d e s e n t i m i e n t o f u e r t e sin m á s n a d a , sin q u e r e r la e x p lic a r , ni ju stifica r , sin u sa r deberías.
I n v i t a m o s al le c to r a d a r s e la o p o r t u n i d a d d e ir d i r e c t a m e n t e al g r a n o y s i m p l e m e n t e
c o m p a r t i r u n M .sr-en un e s p a c i o p r o t e g i d o - y e n t o n c e s d e c id ir si v ale o n o la p e n a .
C u and o me diga que Je molesta eso que yo hice o dejé de hacer.
Ayúdame a dejar bien g u ard ad a p ara otras ocasiones y otros debates mi
am etralladora de las mil respuestas.
No me dejes caer en la tentación de contestar antes de haber escucha­
do y entendido hasta el último detalle y significado.
Libéram e p o r lo menos d u ra n te este m om ento de repetir mi vieja y
conocida respuesta: “pues si no te gusta... yo lo hacía p o r ayudarte; óyelo
bien, es la última vez que lo hago, no tienes razón de sentirte así, y ¿qué
quieres qu e haga?”.
Hoy no tengo qu e contestar, criticar, d a r razones, ser lógico; hoy p o r
u n m o m e n to ni siquiera tengo qu e solucionar nada.
Permíteme sostener firm em ente mi atención en su experiencia, no en
la mía.
Ayúdame a ten er presente: que p o r lo m enos aquí y ahora no tengo
que cambiarla/lo.
. Qtie p o r u n m om ento no me im porte si lo que m e dice es ilógico,
inm ád uro , fuera de lugar, incongruente, egoísta o tonto.
Q ue p o r un m om ento p ued a p o n er toda mi energía en imaginar, entender
y sintonizarme con ese m om ento cargado de sensaciones, sentimientos,
percepciones y pensamientos, tal cual es descrito p o r mi pareja.
Ayúdame a ser capaz de dejar todo mi pasado, todas mis ideas y formas
de percibir el m undo, y en ese justo m om ento, cu and o me com parte lo
suyo - q u e se sintió bien o mal, decepcionado o agradecido, desecha o
conm ovida- ayúdam e a desaparecer para escuchar experiencialm ente,
para convertirm e (sin apro bar ni reprobar) todo yo en esa escena y como
tal po d erla rep ro d u cir a través de sim plem ente resonar, reflejar, escuchar
experiencialm ente lo recién expresado:
Ayúdame a humildemente ser un eco de su experiencia: me imagino ese
momento cuando yo hago ese conientano frente a todos los asistentes y ellos se ríen, tú te
sientes verdaderamente lastimada, burlada, sola, engañada, agredida, atacada y triste.

Cuando es tiempo de escuchar:

• Recuerda que en este m om ento tú sólo funcionas como el eco de la


voz de tu pareja o el espejo que rep ro d u ce la experiencia del otro
tal como el otro la vivió, no tal como tú la interpretas.
• Escuchar es como sacar un espejo y concentrarte en reflejar con él
la experiencia del otro, sin quitarle ni ponerle nada. La experiencia
del otro sólo requiere ser reflejada.
Rosario Chavez • Sergio Michel
y

• Si p o r u n m om ento te sientes atrap ad o p o r la tentación de in­


te rru m p ir con u n razonable “p ero es que las cosas no fueron así
o no estás diciendo toda la v erd ad ”, recu e rd a todas las veces que
tengas que reco rd ar que no existe un a sola realidad sino varias,
tantas como personas: que cada p erso na vive su propia realidad y
entonces la función del diálogo es básicam ente e n te n d e r y e n tra r
a la realidad del otro. La función del diálogo N O ES E N C O N ­
TRA R LA VERDADERA Y Ú N IC A REALIDAD (“ ...es que yo no
te dije esto, es que no fue así, es que tú exageras, no tienes p o r
qué sentirte así, no llegué a las doce, llegué a las once y m e d ia ...”
son todas form as de n eg ar qu e la realid ad del o tro es tal como él
la e x p e rim e n ta y describe...).
• Utiliza básicamente la segunda p erso na p a ra repetirle a tu pareja
lo que escuchaste: “T ú me dices que ese día que llegué tarde tú
estabas muy angustiada, tú m e estabas esp eran d o desde las o c h o ..
• Si tu pareja te hace u n a p reg un ta, es im p o rtan te concentrarte en
reflejar la inquietud o el sentimiento detrás de la p re g u n ta (“en ese
m o m en to te preg un tas d ó n d e estoy yo; en ese m om ento tienes d u ­
das de si te quiero; cuando m e ves enojado te im aginas...”). No tie­
nes que contestarla, no p orque no quieras ser honesto, sino p o rq u e
al contestar una p re g u n ta cuando estás en u n espacio protegido y
te toca la función “de oreja”, rom pes el principio básico de orden:
hay u n m o m ento p ara hablar y otro p ara escuchar. Contestar una
p re g u n ta cuando es tiempo de escuchar es u n a de las tram pas más
com unes. C u an d o caes en ella todo el ciclo se rom pe.
• No tienes que responder, justificar ni defender a tu persona, a tu ego.
En este m om ento te conviertes sólo en el eco o reflejo de lo que el
otro dice, aun qu e lo que el otro dice sea diferente a lo que tú viviste
o a lo que tú percibiste en la misma ocasión. En otras palabras,
tu ego, que tiene su propia historia, percepciones, opiniones y
sentimientos, d esap arece pro visio nalm en te y te conviertes en la
experiencia del otro. Cualquier aclaración, reclamación, correc­
ción, explicación TUYA la guardas para cuando sea tu turno de
expresar. Recuerda, hay ttn m om ento p ara expresar y otro para
escuchar y justo ahora es tu tiempo de escuchar. Abre tus oídos y la
boca sólo úsala para reflejar. Si rompes esta regla rom pes el diálogo.
• Ten muy presente que escuchar la experiencia del otro no quiere
decir que estés de acuerdo, no quiere decir que estás apro ban do lo
q u e el o tro hace o deja de hacer; ta m p o c o significa q u e ello te
c o m p ro m e ta a cam biar y a no volver a h a c e r esa c o n d u c ta que
al otro/a le molesta. Escuchar significa algo m ucho más h u m ild e y
p o d ero so a la vez: que pu ed es e n te n d e r el m u n d o , p o r lo m enos
p o r un instante, tal como el otro lo vive... ni más ni m enos.
• De todo el relato escuchado, au n q u e p u e d e n ciertam ente ser n e­
cesarios los detalles del cómo o curriero n las cosas, es especialmente
im portante p o n er atención y reconocer los momentos donde
aparecen los sentimientos -especialm ente los fuertes-. C uando
los encuentres, no los juzgues, solamente refléjalos.
• Por u n m om ento olvídate de q u erer cam biar o responsabilizar
a tu com pañero/a de tus expectativas frustradas, concéntrate en
el hum ilde y poderoso arte de sim plem ente observar e imaginar
esce-nas concretas d o n d e aparecen sentimientos fuertes en tu
pareja. Escucha con tu corazón abierto todas las expresiones de
sentimientos, cualesquiera que éstos sean, p o r absurdas, ridiculas,
: cuestionables, irracionales, tontas, ilógicas o in m adu ras que te
parezcan. Escucha como si fuera la p rim era vez que te asomas a
la experiencia del otro. Escucha como si la perso na que lo hace
se expresara p o r p rim era vez. Im agina sólo p o r u n m om ento que
nunca antes nadie lo/la había escuchado y que él o ella nunca antes
había expresado esto -a u n q u e el perico de tu m ente te susurre al
oído “otra vez la misma historia c h in ...”. C u a n d o u n sentimiento
p u ed e ser expresado de m an era com pleta y con total aceptación
entonces está mucho más cerca de ser transform ado. Por otro
lado, si la expresión de un sentimiento recibe como respuesta
sistemática -autom ática- de parte del interlocutor, fmás de lo
mismo, es decir más de las conocidas respuestas de juicio, reclamo,
cuestionamiento, aplauso, apoyo o indiferencia, es posible que
dicho sentimiento se quede aún más atorado o se transform e en
algo defensivo, destructivo. C uando un esposo dice “es la misma
cantaleta de siempre, eso ya m e lo ha repetido cinco mil veces” es
muy posible que las mismas cinco mil veces que ella toca el tema él
repite la misma receta -contesta, aclara, juzga, serm onea, regaña,
da soluciones-, PERO NO ESCUCHA. Tal vez la m ujer necesita
diez veces de escucha auténtica para d a r el asunto p o r concluido y
el mejor m om ento para iniciar la cuenta de esas diez experiencias
ES AHORA MISMO. Si comienzas hoy tal vez puedas com enzar a
ah o rrarte para el futuro las siguientes totalm ente inútiles cinco mil
cantaletas con sus respectivas y anunciadas cinco mil invalidaciones.
• Recuerda, lo que te expresan con honestidad y transparencia te
p u e d e lastimar en un inicio pero al final, cu and o es debidam ente es­
cuchado, se convierte en el m ejor combustible p ara el crecimiento,
p ara la evolución de la relación.
• Lo que p or otro lado no se expresa, eso sí p u e d e destruir la rela­
ción, pues “lo que no se habla con la boca se actúa de múltiples
formas”.
• Además de escuchar “como la prim era vez” imagina que la “queja”,
si es que se refiere a tu persona, en el fondo viene de u n lugar más
p ro fu n d o y de alguna m anera ajeno a ti. Sólo p o r u n m o m ento no
lo tomes como algo personal. Si te sirve p uedes im aginar que se
habla de alguien a quien hoy no tienes que defender, a u n q u e esa
persona a quien “se acusa” tenga tu mismo n o m b re y apellido.
• Concéntrate en escuchar y e n te n d e r Iqs sentimientos y no en
discutir los hechos.
• Hoy no tienes que defender ni justificar a tu persona. C u and o te
toque el m om ento de hablar expresarás tu experiencia y podrás
hablar, si quieres, de lo que te pasa en relación con sus pregu n tas
y dudas. Pero en este m om ento no es aú n tu tu rn o de h ab lar
CUANDO ES M O M EN TO DE ESCUCHAR ES M O M E N T O DE
ESCUCHAR Y CUANDO ASÍ ES T U PERSONA DESAPARECE
PARA CONVERTIRSE EN EL ECO FIE L Y ACEPTANTE DE LA
EXPERIENCIA DEL OTRO, TAL C O M O EL O T R O LA VIVE.

La oración de la buena expresión

Señor, cuando llegue el momento de expresar ayúdame a tener conectada la


boca con mi corazón, con mis sentimientos, con mis emociones. Ayúdame a
no usar mi silencio como un castigo contra mi pareja por haberse “portado
m a r’; ayúdame a ver mi profunda y olvidada necesidad de hablar, especial y
paradójicam ente cuando más ganas tengo de aplicar la ley del hielo; de
callarme; de hacerm e el ofendidito; de decir victim ezcam ente con cara
de p e r r o atropellado: “no tengo n ad a”.
Dame el valor para salirme de ese juego con el que al mismo tiem po
hago dos cosas: agred o a mi co m pañero y especialm ente me lastimo a
mí mismo. Señor, mi destino no es vivir como víctima callada; quiero
con valor -co n ése que se requiere para d ejar viejos ju e g o s conocidos
p e ro destructivos- reconocer que m erezco algo m ejor que este patrón de
castigarlo a él castigándom e a mí. A yúdam e a reco rd ar qu e cu and o más
ganas tengo de hacerm e el ofendidito, es seg u ra m en te cu an d o más me
p u e d o beneficiar del diálogo si me arriesgo. A yúdam e ante la tentación
del silencio a decirme con toda la auto rid ad -y con todo el deseo de crecer
y de m erecer una relación m ejor-: “no te hagas pendeja, ¡claro que sí traes
algo!... hoy voy a com partir un a escena de sentimiento fuerte y tengo
el derecho de pedirle a mi pareja que m e escuche sin interrupciones ni
juicios”.
Ayúdame a ver hacia aden tro de mí y a conectarm e con lo que siento,
pienso, imagino y espero desde cualquier lugar de mi experiencia. Es
posible que alguna parte de mi ego p u e d a ju z g ar dichas experiencias como
algo inválido, no razonable, injusto ilógico, inm aduro; no obstante ello,
dam e el coraje para conectar lo que siento y expresarlo con honestidad y
transparencia. Tal como es, no tal como debería de ser.
Señor, tal vez tengo la tendencia, sin darm e cuenta, a conectar mi cabeza
en lugar de mis sentimientos, y así cuando alguien me p reg u n ta cómo me
siento o qué siento, quizás term ine diciendo cam pantem ente qué pienso,
cómo deberían de o cu rrir las cosas o de quién es la culpa de todo. Tal vez
a p ren d í a sentirm e más cómodo al hablar de lo que pienso y más torpe
cu an d o se trata de e x p resar simple y sencillam ente lo que siento. Tal vez
sin d a rm e cuenta he hecho tra m p a en mi vida y así, cu a n d o comienzo
alguna frase esforzándom e p o r decir lo que siento, term in o diciendo sólo
lo que pienso. C ada vez que inicio u n a frase con “siento q u e ” en realidad
estoy diciendo “pienso q u e ” ... sólo que con el verbo equivocado.
Tal vez no me sea fácil hablar de mí, p o r eso: ayúdam e a registrar,
a escribir si es necesario, esos m om entos im pregnados de sentimientos
fuertes que vivo durante el día. Ayúdame a reconocerlos como un tesoro
detrás de la apariencia de “castigo”. Ayúdame a ver más allá de lo molesto
o incómodo. Ayúdame a reconocerlos como un regalo de la vida, como un
impulso natural al crecimiento y a la evolución. Ayúdame a confiar en el
poder sanador e integrador que surge cuando un sentimiento fuerte es ver­
daderam ente escuchado.

Los momentos de sentimiento


*
fuerte (m s f )

Para en te n d e r el proceso de construcción de un espacio protegido de


diálogo, es necesario elaborar sobre El Momento de Sentimiento fuerte ( m s f ).
Tanto la Terapia Experiencial de A. M ahrer (1997) como el modelo de
Reconstrucción Experiencial (Chávez y Michel, 2003, 2008) le dan un
valor especial como p u nto de partida a los m s f en el proceso de cambios
p rofundos. U n a de las aportaciones de M ah rer (Premio anual al mérito
profesional en 1997 por la Asociación de Psicología Americana) al m un do
de la psicoterapia, es justam en te su convocatoria, simple y revolucionaria
a la vez, de iniciar cada sesión, cada proceso de cambio, con un a invita­
ción h um ild em en te poderosa: “Descríbeme u n m o m ento de sentimiento
fuerte, el p rim ero que se te venga a la m e n te ”. Así d a inicio u n a sesión de
terapia experiencial, desconcertante p ara aquellos practicantes ortodoxos
d e diferentes escuelas terapéuticas que prefieren hacer largas historias
clínicas y diagnósticos p ara “enfren tar a p ro p ia d am e n te u n problem a”.
Todo ello de pronto, en el modelo Experiencial de Mahrer, se convierte
en obsoleto, innecesario, largo y costoso.

La dirección del cambio aparece en el proceso


y los momentos de sentimiento fuerte son el camino

El nuevo p aradigm a del diálogo en espacio protegido te convoca, cuando


es tiem po de expresar, a concentrarte especialm ente en las escenas de
sentim iento fuerte, en el proceso, en la experiencia que fluye. C uando
el tiem po de hablar llega, la consigna parece ser tan fácil :,deja salir tus
sentimientos, expresa lo que traes adentro. Sin em bargo en la m ente de pronto
se agolpan razones, explicaciones, reclamos, “deberías” y “no deberías”
-sólo p o r m encionar algunas respuestas autom áticas23 que obstaculizan la
expresión ágil y facilitadora. (
Algunos modelos recientes sobre el cambio sugieren precisam ente que
detrás del caos existe un exquisito o rden y detrás del o rden también se
comienza a gestar el caos en un continuo círculo dialéctico. Ilya Prigogine,
p rem io Nobel, con su teoría de las estructuras disipativas sugería ya en
1977 que el bom bardeo de inform ación24 p u e d e hacer que un sistema “al
digerirla” se organice en un a estructura más evolucionada o al “indiges­

23 A sí c o m o e n el C a p ít u lo n m e n c i o n a m o s las r e s p u e s t a s a u t o m á t ic a s b lo q u e a d o r a s ( r a b ' s )
d e la e s c u c h a , e n esta o c a s ió n n o s r e f e r i m o s al m i s m o e f e c t o bloqueador d e d ic h a s r e s p u e s t a s
c u a n d o lle g a el “ t i e m p o d e e x p r e s a r ” .
M U n a crisis c o n su s v ar ia d a s fo r m a s r e p r e s e n t a e n el l e n g u a j e d e P r i g o g i n e u n “b o m b a r d e o
d e in f o r m a c ió n " . Así u n a g u e r r a , u n a c a t á s t r o f e n a t u r a l, u n a m u e r t e , u n c o n flic to ,
u n a e n f e r m e d a d , u n a e x p e r i e n c i a c e r c a n a a la m u e r t e , s o n t o d a s s it u a c io n e s d e crisis,
d e b o m b a r d e o s d e i n f o r m a c ió n q u e t i e n e n el p o t e n c ia l d e lle v a r a la d e s t r u c c ió n o a la
e v o l u c i ó n y d e s a n d i o . En esta m is m a lín e a , p a ra B a r b a r a H u b b a r d ( 1 9 9 3 ) , e n su libro The
R e v d a iio n : ü u r C risis is a Brrlh, c a d a crisis es u n a o p o r t u n i d a d e q u i p a r a b l e a u n ,n a c im i e n t o .
tarse” se inicie un proceso de descomposición. Esto aplicado a sistemas
sociales y en concreto a la familia y a la pareja nos lleva a reflexionar sobre
u n p a r de cuestiones im portantes: la p rim era de ellas relacionada con una
postura de confianza básica en las crisis-conflictos y en sus grandes maestros
o emisarios: los momentos de sentimiento fuerte . La confianza en la riqueza y
utilidad de los sentimientos fuertes hace que éstos sean no sólo tolerados
sino v erd ad eram en te bienvenidos y apreciados. U na p ostura de confianza
básica en las crisis o conflictos hace del diálogo u n a opción natural. Los
sentimientos no se evaden, no se niegan ni se rechazan, en lugar de ello
son bienvenidos, se exploran y se acom pañan hasta que aparece d u ran te
el proceso u n a luz, u n a dirección nueva, u n aprendizaje.
Con frecuencia en la vida cotidiana, y hasta en las telenovelas, cuando
aparecen experiencias difíciles y dolorosas, cargadas de emoción, es
com ún observar a los interlocutores resp o n d e r atropelladam ente de mil
formas todas automáticas y bloqueadoras. Difícilmente se llega a observar
a alguien dispuesto y p re p a ra d o a re sp o n d e r “silenciosamente” con
confianza básica en el proceso y en el contacto emocional que perm ita
reconocer y aprovechar así la o p o rtu n id ad p ara darle la bienvenida más
cordial al m o m e n to de se n tim ie n to fu erte. En lu g a r de ello tiram os
el d ia m a n te al caño; utilizamos u n v an a d o rep erto rio de respuestas que
sólo tienen algo en común: negar, evitar o p o r lo m enos limitar el contacto
y la expresión emocional. Estas intervenciones conllevan un mensaje de
desconfianza básica en los sentimientos fuertes:
—Tranquilízate.
—Todo va a estar bien.
— Relájate.
— No llores, mi amor, se te va a co rrer el rímel.
— Si vas a em pezar a llorar m ejor me voy.
—Yo también me pongo triste cuando te veo así.
—Tienes que ser fuerte.
— No llores.
— No tienes por qué sentirte así.
—Tus hijos tienen que verte fuerte en estos momentos.
Parece ser que en lugar de confianza básica en la exploración y el acom­
pañam iento de un sentimiento fuerte, existe más bien desconfianza básica.
De pronto emergen en dichas circunstancias toda una serie de “viejos ap re n ­
dizajes” cuyo mensaje hablado 0 no hablado pero finalmente transmitido de
mil maneras d u rante la infancia y juv entud , fue: no expreses, no hables, no
toques sentimientos, puede ser peligroso, mejor tranquilízate, ponte la máscara.
Quienes son “pobres exp resad o res” de sentimientos fuertes también
en su m om ento son “pobres escuchadores”: cu an do sus propios hijos o
parejas em piezan a sentir dolor y emociones fuertes, sienten entonces
miedo, se sienten torpes p ara escuchar con la m ente en paz; sienten que
el otro está en riesgo de desm oronarse, de ser arrastrad o p o r la crisis
y entonces, ¿qué va a pasar? Deciden que la m ejor m anera de ayudar
- ta n bien intencionada como prim itiva- es p a ra r cuanto antes dichas
manifestaciones “histéricas, inm aduras e irracionales”.
Alvin M ahrer ha dicho que cada día la vida nos da el regalo de
p roporcionar sentimientos fuertes y cada u n o de ellos es un camino
potencial al crecimiento, pero desgraciadam ente en lugar de a p re n d e r
a registrarlos p ara explorarlos en su o p o rtu n id ad , desaprovechamos
el regalo, los dejamos pasar, los ignoramos, nos enojamos con ellos, los
vemos como u n a maldición pues nos alteran y entonces perdem os la
o p o rtu n id ad de convertirlos en crecimiento p uro . Mahrer, cread or de uno
de los modelos terapéuticos más innovadores, así como de la “última teoría
im po rtan te de la personalidad del siglo xx” (Corsini, 2004) ha vaticinado
que un día la psicoterapia será obsoleta, cuan do las personas a p ren d a n
p o r sí mismas -sin necesidad de especialistas sabios que desde afuera les
digan cuál es su problem a y cuál es su solución- a conectar, integrar y
a p re n d e r de sus sentimientos fuertes.
En el espíritu del diálogo es absolutam ente más im p o rta n te e n tra r
al m u n d o del otro y e n ten d erlo , qu e cambiarlo. Así pues, cu a n d o un
msf es exp resado y escuchado ex p erien cialm en te, es decir cu and o es p e ­
n etrado, ex plorad o y bienvenido de m a n era incondicional, de p ronto,
p o r ex trañ o que parezca, se ab ren nuevas ventanas a j a percepción y
entonces, con frecuencia de imprevisto, las cosas se com ienzan a ver de
otra m anera, más integrada y constructiva.
Así entonces, la concepción oriental de la crisis como riesgo y a la vez
como o po rtu n id ad de pro n to se convierte en una posibilidad totalmente
accesible y práctica. Alvin M ahrer nos m uestra cuán poderoso y sencillo
p u e d e ser el camino de convertir en realidad concreta un concepto bonito;
cómo hacer de una crisis - u n dolor, un sentim iento desagradable- una
v erd ad era oportunidad.
¿Cómo se elabora una escena de sentimiento fuerte? D urante el p ro ­
ceso de escribir este libro fuimos explorand o, aclarando y finalmente
d o cum entand o la im portancia de los msf en el desarrollo de los Espacios
Prolegulas del Diálogo. Descubrimos g rad u alm en te que cuando en un
intercambio los dialogantes se concentran exclusivamente en la expe-
rie n d a de co m p ard r u n sentimiento fuerte -y n ada más-, el p o d er del
diálogo se multiplica sorp rend entem ente. Aun cuando no estén todos “los
cuatro elem entos” (pensamientos, sentimientos, descripción de hechos,
deseos y expectativas), los dialogantes en este atajo experiencial se limitan
con flexibilidad a com partir escenas de sentimientos fu ertes que incluyen
la descripción de escenas o hechos exteriores (el lugar, las personas
presentes, las palabras), así como también la descripción de sentimientos
y sensaciones internas de quien com parte (siento miedo, u n a sensación
de opresión en el pecho, se me cierra la garganta). Reconocer y describir
con honestidad y transparencia estas escenas de sentimientos fuertes sin
quererlos explicar ni justificar, es a la vez s o rp re n d e n te m e n te sencillo y
poderoso. La consigna es simple y directa: sólo describe cómo te sientes en
d eterm in ad a escena “d e sen tim ien to f u e r te ” y p o r u n m o m e n to r e n u n ­
cia a tra ta r de con v en cer d e n a d a al otro.
Scott Peck, p o r ejemplo, sostiene que en el proceso de convertirse en -
v erd ad era com u nidad -el g rado máximo de desarrollo de un g r u p o - las
personas a p re n d e n a no p erd erse en conceptos e ideologías sino a concen­
trarse en com partir h u m ild em ente su experiencia.25 Los conceptos son
debatibles, las experiencias no; sim plem ente son como son.
Así pues, cuando tanto quien escucha com o quien habla es capaz de
enfocar su atención de u n a m an era cuidadosa y especial, en la experiencia
emocional y d en tro de ella, en los m om entos específicos o escenas “de
sentimiento fu erte”, entonces el p o d er transform ador de dicho diálogo se
exp and e.
La exploración de los sentimientos fuertes tal como surgen, en un
espacio de total libertad y seguridad psicológica, pu ede convertirse en un a
experiencia p ro fu n d a de cambio transformacional (Mahrer, 2003) o cambio
de tercer orden (Michel y Chávez, 2004; Chávez y Michel, 2008).
Para ex traer toda la riqueza de un sentimiento fuerte com partido es
necesario realizar de m an era experiencial tanto la función de escuchar
como la de expresar. El lenguaje experiencial es diferente a muchos
otros tipos de lenguaje (causal, narrativo, explicativo, etc.) El lenguaje
experiencial es p ro fu n d a m en te fenomenológico -descriptivo- y utiliza
casi exclusivamente el tiem po presente, a u n q u e se refiera a eventos del
pasado. Evita utilizar adjetivos calificativos, describe la experiencia in te r­
na sin matices, sin evaluación, sin juicio, sin crítica, sin aprobación o

23 Por e j e m p lo , e n u n in t e r c a m b i o , e n lu g a r d e h ab lar y d isc u tir s o b r e el d iv o r c io e n


t é r m i n o s d e se r a lg o b u e n o o m a l o “q u e y o d e f i e n d o o c o n d e n o ”, las p e r s o n a s se lim it a n
e x c l u s i v a m e n t e a c o m p a r t i r “c ó m o m e fu e a m í. c u á l fu e m i e x p e r i e n c i a c u a n d o y o o m is
p a d r e s se d i v o r c i a r o n ”.
rechazo. El lenguaje experiencial no utiliza térm inos de causalidad - p o r tu
culpa, porque, a causa d e-, sim plem ente describe en tiem po presente una
secuencia - d e hechos externos y de experiencias internas: sentimientos,
sensaciones, emociones- sin establecer relaciones “determinísticas”. Utiliza
más el cuando que el p o r qué. Por ejemplo en lugar de expresar: me sentí mal
por tu culpa, porque no llegaste; has de andar con otra , describe en el aquí y ahora
una secuencia: por teléfono a mediodía te escucho decir (íahí estoy temprano antes de
las ocho para ir a cenar... ” cuando veo el reloj en la tarde, ya son las siete y media;
me comienzo a arreglar para estar lista para cuando tú llegues. Estoy esperando que
llegues desde las siete cincuenta de la noche; dan las ocho y las nueve y las diez y ahí
estoy con un sentimiento de enojo y tristeza, me doy cuenta de una opresión en el pecho
y comienzo a imaginar que andas con alguien más. M i momento de sentimiento
más fuerte es cuando estoy tirada en la cama, toda ansiosa, con el control de la tele
cambiando de un canal a otro, no me puedo concentrar en nada y en eso -cuando-
suena el teléfono, creo que eres tú... pero ¡no!... es mi amiga Tere que me pregunta:
■¿otra vez te plantaron? Siento crueldad; me da mucha vergüenza... ése es el
momento más fuerte, p u n t o .
Al comunicarse en lenguaje experiencial el emisor -sin im portar
cuán verborreico o escueto sea en su vida cotidiana- se ve grand em en te
facilitado p o r este sencillo y poderoso recurso; se m antiene conectado a su
experiencia, no tiene que explicar, justificar, cuestionar nada; no tiene que
desconectarse de sus sentimientos p ara conectarse con su m ente analista y
racional, tan d ad a al juicio y a la lógica. ¡Por el contrario! Sólo tiene que,
p o r u n m om ento al menos, “desconectarse de su cabeza p ara conectarse
con su corazón”; sólo tiene que describir sim plem ente lo que pasó afuera y
lo que sintió aden tro (no,lo que debió h aber pasado ni lo que tendría que
haber sentido).

En él lenguaje experiencial el emisor describe y punto

Al hacerlo así, perm ite al receptor convertirse en algo más que un tra ­
ductor de texto, en un decodificador del lenguaje verbal. El diálogo
experiencia! hace m ucho más que eso: el lenguaje experiencial perm ite la
resonancia -¿m órfica?-26 de dos personas diferentes que p or un m om ento
26 P o r u n la d o R u p e r t S h e l d r a k e h a r e c o n c e p t u a l i z a d o los f e n ó m e n o s d e p e r c e p c i ó n
e x t r a s e n s o i ial - c o m o la t e l e p a t í a - c o m o e j e m p l o s d e r e s o n a n c ia m ó r fic a , lo cual s u g ie r e
q u e los o r g a n i s m o s so n c a p a c e s d e r e s o n a r c o m o c a m p o s m ó r f i c o s c o n e c t a d o s e n t r e sí. En
el n iv e l s u b a t ó m i c o o c u á n t ic o d e la m a te r ia a s i m i s m o s e h a d o c u m e n t a d o el f e n ó m e n o
d e in te r c o n e x ió n , c u a n d o en 1 9 9 7 p a r tíc u la s s u b a t ó m ic a s , lla m a d a s f o t o n e s , s e p a r a d a s
a m illas d e d ista n c ia , s i g u e n c o n e c t a d a s : e n el j u s t o in s t a n t e q u e u n o d e los f o t o n e s es
se conectan. Por momentos, tal como lo ha descrito M ahrer en su modelo
terapéutico, ambos están resonando en una misma vivencia, se convierten
en la misma experiencia; p o r u n mom ento el esposo es la experiencia de
angustia y pro fun da decepción de ella cuando el martes pasado -es decir
“hoy martes pasado”- ella se queda esperándolo para salir a cenar. O
cuando el sábado en la noche mientras él está dorm ido de borracho, ella
está revisando su teléfono celular a las dos de la m añana y en él se encuen­
tra un recado amoroso dirigido a otra mujer.
— Son las dos de la m añan a y ju stam en te acaba de o cu rrir esto que tanto
he tem ido -c o n tin ú a ella su relato en tono estrictam ente experiencial-,
quisiera que todo fuese u n sueño y, sin embargo, aquí estoy como golpeada
p o r u n rayo viendo el recado en el celular.
Él está escuchando esta experiencia y, en lugar de defenderse o ju s ­
tificarse, se comienza a im aginar la escena, se mete a ella y permite, sin
saber muy bien cóm o o cu rre el fenóm eno, que la experiencia de ella pase
. a través de su cu erpo y lo atraviese. Por un m om ento no obstante el lapso
de ap aren te antagonism o, dos personas con historias y “formas biológicas”
bien diferenciadas coinciden en una sola conciencia. El, en ese m om ento,
sólo es la caja de resonancia de una m ujer -co n el corazón destrozado y
con unas pro fu nd as ganas de desaparecer de la faz de la tie rra - sentada
en un a silla verde despintada y con el teléfono de su esposo en la mano.
Escuchar y ex p resar experiencialm ente, p o r u n instante, son la misma
cosa: dos personas hablando en tiempo presente, sentados en la silla
verde del baño, con u n teléfono en la mano, con un a gran decepción en
el,corazón. Los dos son de p ron to la misma experiencia, los dos están
sintonizados en algo que a u n q u e ocurrió hace dos semanas o tres meses,
de pro nto... está ocurrien d o aquí y ahora.
—Al ver el celular -refleja él en voz baja- te' estás en teran d o de esa
llamada. Sientes la m andíbula apretada m ientras lees el mensaje enviado
p o r otra mujer: “¿cómo has estado hoy, mi am o r?” No lo puedes creer.
Hoy te das cuenta de que no eres la única persona que m e llama mi amor.
Me imagino una decepción y una rabia profunda.
El escuchar y el expresar experiencial son algo muy cercano a lo que
hacen los grandes novelistas cuando transportan al lector justo a las escenas
de sentimientos fuertes, donde de pronto todo es presente: el lector y la
escena descrita son una misma cosa. Quien habla lo hace en tiempo p rese n ­
te, y quien escucha lo hace en tiempo presente. Pareciera que los dos son,
i
j c a m b i a d o d e e s t a d o c u á n t ic o - a l g o e q u iv a le n t e a c a m b i o d e p o l a r i d a d - , el o t r o “h e r m a n o
d i s t a n t e '1 h a c e !o c o r r e s p o n d i e n t e .
p o r u n instante, la misma persona. No hay juicio, censura, aprobación ni
aplausos. Sólo la experiencia reconocida y h o n ra d a tal como es.
Utilizar el atajo del diálogo experiencial p u e d e llegar a convertirse en
u n a de las experiencias más gratificantes, más constructivas y de mayor
impacto p ara el desarrollo de la conciencia y del crecimiento personal y
familiar. El diálogo experiencial es increíblem ente sencillo, engañosam en­
te fácil y a la vez so rp re n d en te m en te ra ro como recurso cotidiano en la
vida de la familia y la pareja.
In co rp o ra r los espacios protegidos p ara el diálogo ( e p d ) de m anera
sistemática, a una nueva cultura de la relación de pareja familia27 p u ed e
ser u n a experiencia transform adora; p u e d e ser el inicio del cambio de
ad e n tro hacia afuera.
Si bien el e p d es un a práctica estim ulante en tiempos de paz y relativa
ausencia de conflictos y crisis, su establecimiento como un ejercicio
sistemático y de rutina semanal, quincenal o mensual, resulta más que
aconsejable, vital, especialmente ,cuan do aparecen los desacuerdos y
problemas. Si alguna o p o rtu n id a d tiene la relación de crecer a p artir de
lá crisis, es precisamente a p artir de su disponibilidad p ara no dejar pasar
m ucho tiempo y concentrarse h um ild e y p o d erosam en te en la expresión y
escucha experiencial de los sentimientos fuertes que van surgiendo de una
y otra parte. Después de la escena del teléfono, p o r ejemplo, es posible
q ue ah o ra ella comience a escuchar y a conectarse so rp re n d e n te m e n te
con o tra escena: ah ora él está h ab lan d o y ella reso n a n d o en la escena
c u a n d o él llega después de u n viaje largo y su oficina está toda revuelta.
Su secretaria le inform a qu e anteay er llegó su esposa y revolvió todo.
—Ahí estás -d ice “ex p e rie n c ia ím e n te ” la mujer, dirigiéndose al m a ­
rid o -, sentado sobre tu escritorio todo revuelto, sintiéndote totalm ente
invadido, hum illado en tu pro p ia oficina. Te sientes ante toda tu gente
sin n in g u n a autoridad. Te sientes el centro de la burla. Sientes en el
estóm ago que algo se revuelve; es algo e n tre u n a tristeza p ro fu n d a y un
enojo en orm e. En ese m o m en to quisieras ah o rcarm e, estás tem blando.
Te imaginas la cara de todos en la oficina diciendo: ni su mujer lo respeta. Te
sientes v erd ad eram en te hum illado, d evaluado ante los demás.
Después de reconocer -tal como ella lo hizo en su m om ento con él-
que su m ujer realm ente le describió y reflejó su experiencia aun con
m ayor exactitud y p rofu nd id ad, la sesión del diálogo de ese día se da por
term inada. D urante ese intercambio ambos ren u n ciaro n a cambiar o a
i¿/ En las o r g a n i z a c i o n e s y a m b i e n t e s d e trabajo e s ta m i s m a i d e a e s e x p l o r a d a a partir d e los
c ír c u lo s d e a p r e n d iz a j e i n t e r p e r s o n a l ( c a í ) y d e r e t r o a l i m e n t a c i ó n ( c r ) e s b o z a d o s e n el libro
E n B u s c a de la C o m u n id a d (S. M ic h e l, E d ito r ia l Trillas, 2 0 0 8 ) .
solucionar nada; renu nciaron a hacer y a contestar preguntas. Mientras
él escuchaba a su m ujer en diversos m om entos estuvo tentado a decir pues
mejor terminemos, así no funciona la cosa, si no me respetas mejor me voy, y cosas
p o r el estilo. Ella también se vio tentada a m andarlo al último infierno,
sin em bargo el com prom iso que habían establecido fue de escucharse d u ­
rante tres meses antes de decidir nada, d u ran te ese tiempo no tenían que
elegir ni siquiera perd on arse, separarse o contentarse. El único c o m p ro ­
miso fue m a n ten e r el diálogo, lo dem ás se acomodaría p o r sí mismo.
Si en u n a situación de crisis cada persona puede concentrarse e x ­
clusivamente en com partir u n a experiencia de sentimiento fuerte; si
dicha expresión se hace en lenguaje experiencial, es decir descriptivo,
exento de juicios, explicaciones y análisis, entonces es muy posible que
esas dos o más p erso nas involucradas en el diálogo - q u e xisualm ente
se hubiesen relacionado a través del debate, la agresión, la justificación,
la competencia, y la exhibición de desacuerdos e incom patibilidades-/de
prontcj sin negar o soslayar lo que las hace diferentes, ¡sí!, de p ro n to se
p u e d e n conectar en ese espacio pro fu n d o de unidad y ahí se convierten en
la misma experiencia. Parece algo incompatible y excluyente eso de estar
separados y unidos a la vez, y de pronto es posible. Ceja Gallardo sostenía
que en el m om ento del diálogo una pareja pu ed e alcanzar el máximo de
unidad e individualidad.
Después de u n proceso de diálogo es posible que algunas parejas lle­
g uen a la decisión de tom ar caminos distintos, sin em bargo, au n entonces
la separación se lleva a cabo desde un espacio de aceptación y aprendizaje.
Parece u n a utopía tan lejana y a la vez está tan cercana, tan fácil y tan
difícil.

Resultados de la práctica del diálogo protegido

Para do cu m en tar el efecto de la práctica del diálogo en el interior del


hogar, realizamos una investigación prelim inar con un grup o de trein ­
ta parejas que solicitaron ayuda profesional ante la aparición de algún
tipo de crisis en relación con un hijo problema, con u n a infidelidad, con
una experiencia de violencia física o psicológica, con un amargo caso de
divorcio, etc. En este estudio las trein ta parejas invitadas a practicar
“el diálogo experiencial pro teg ido ” fueron posteriorm ente clasificadas, de
acuerd o con su evolución, en cinco grupos de seis pares. Cada uno de estos
cinco grupos representó pues un diferente nivel de cambio, registrado
después del tratam iento en la calidad de su relación (en términos de
cercanía con el cónyuge, satisfacción personal, gusto e iniciativa po r buscar
y pasar tiem po con la pareja, m ayor libertad p ara com partir -escuchar y
e x p re s a r- experiencias significativas).
Un hallazgo especialmente significativo p ara nosotros fue que el grupo
de mejores resultados en su calidad de relación fue asimismo el gru po con
significativamente m ayor prom edio de diálogos protegidos p o r semana
(1,4). De este g ru p o de alta calidad, la pareja que más diálogos tuvo,
p ro m ed ió 2,3 p or semana; y la pareja que registró menos diálogo fue de
0,8 p or semana. En otras palabras, cada una de estas seis parejas “de alto
rendimiento” llevó a cabo su diálogo en espacio protegido por lo menos
una vez cada quince días. Por otra parte, el g ru p o p eo r evaluado -con las
calificaciones más bajas en calidad de relación- en p rom edio sólo llevó su
diálogo protegido en prom edio 0,3 veces al mes, es decir solamente una
vez cada tres meses. En el periodo de tres meses que d u ró el proceso de
tratam iento e investigación de este último g ru p o de “parejas rep rob adas”
hub o quienes no fueron capaces de hacer p o r su cuenta ni una sola vez
su diálogo en espacio protegido. La m ejor pareja en este grup o de bajo
ren dim iento apenas hizo dos prácticas en tres meses.
En otras palabras, el cambio re p o rta d o p or las parejas no m uestra
relación significativa con otros aspectos o variables, como lo es la
gravedad de su problem a, lo cerca qu e habían re p o rta d o estar del
divorcio, el g rado de agresión, de distanciam iento. Tam poco la edad
ni el tiem po de vivir en pareja fue d eterm in an te: hu bo parejas de más
de setenta años de ed ad p ro m ed io y de m enos de treinta en ambos
g ru p o s (tanto en el de alto como en el de bajo rendim iento). El éxito del
tratam ien to , que finalm ente no lo hizo el te ra p eu ta sino la misma pareja,
estuvo relacionado básicam ente con el establecim iento sistemático de los
espacios de diálogo protegido, cuyo en tre n am ie n to no requiere de más
de un p a r de sesiones (o tal vez de la lectura conjunta y minuciosa de este
libro o de algún otro material autodidáctico).
El hallazgo de esta investigación nos ha llevado, en nuestra práctica
como terapeutas de pareja, a decirles a nuestros clientes: tienes que hacerlo
llueva, truene, relampaguee, estés contento, sentido, con ganas de castigarlo, tierno,
furioso o desconfiado con ella, si no puedes hacer esta práctica por lo menos unas
cuantas sesiones, mejor ya no vengas, mejor no desperdicies tu dinero ni tu tiempo,
ni el nuestro. Luego les advertimos que si llegan a la quinta o sexta sesión
“sin rajarse ” probablem ente comiencen a vislumbrar la dirección del
cambio y a cosechar los frutos de hablar con libertad y en te n d e r cosas que
jam ás habían entend id o cabalm ente del otro. Finalmente, les advertimos
con toda claridad que tal vez en la segunda, tercera o cuarta sesión, u no
de ellos se en cu en tre m uy pero muy tentado a usar la invitación al diálogo
como in stru m en to p ara castigar al otro -com o u n resabio de conciencia
primitiva, com o un acting ouí ni más ni m enos-: “si no vas a cambiar; ¿para
qué sirve esto?, si no me vas a pedir p erd ón , ¿cuál es la utilidad? T ú , el
diálogo y ese estúpido libro no sirven para n a d a ”. Este es ju stam e n te u n
m o m ento crítico p a ra seguir o no con la nueva consigna de “sólo p o r hoy
renuncio a cam biarte y sólo p or hoy pongo mi energía en e n te n d e rte ”.
E specialm en te c u a n d o a p a r tir de u n a crisis la p a re ja hace p o r
p rim e ra vez en su vida el in te n to d e dialogar, se le p id e to m arse unos
m in u to s en la lectu ra de las oraciones descritas en p áginas an terio re s
(de la escucha y d e la exp resión ). Este ritual de lectura p revia se sugiere
p o r lo m en os p a r a las diez p rim e ra s sesiones de diálogo.
No'renuncies ni te comprometas a cambiar nada, ni siquiera a quedarte... o
a irte; durante seis o quizás diez sesiones dispon toda tu atención a contactar
iu experiencia y a entrar al mundo del otro; honra el tiempo de hablar y el
tiempo de escuchar. Permite que la dirección del cambio se vaya esbozando
suavemente.
El desarrollo, la investigación y el seguimiento prelim in ar de esta
p ro p u esta nos estimula p ro fu n d a m en te a continuar en nu estra búsqueda
sobre el im pacto del diálogo en la calidad de la relación de pareja. Vemos
asomarse u n a nueva posibilidad en la prom oción de u n recurso poderoso
en m anos de la familia: “el espacio protegido del diálogo” p ara la prom oción
de la conciencia individual, sin la cual cualquier cambio social es efímero.
Por décadas algunos celosos profesionistas de la salud m ental han
defendido la exclusividad en el tratam iento de los problemas emocionales.
Muchos de ellos se hacen especialistas en la patología a u n q u e desconocen
tanto el térm ino como la aplicación de la fonología y de la nueva
psicología positiva ocupada en el estudio y la prom oción de los recursos
de la persona. Por nuestra parte podem os e n te n d e r u n a preocupación
válida de ser profesionales y hacer las cosas bien. Reconocemos la utilidad de
especialistas con experiencia p ara acom pañar y ayudar a las personas a
su p e ra r sus problem as y carencias emocionales. Sin em bargo p o r nuestra
parte nos inclinamos a propuestas más ambiciosas en la prom oción de la
salud mental, en contraste con enfoques centrados tanto en la patología
como en el tratam iento individual. Nuestra propuesta le regresa a la gente
el p o d er de san arse y de crecer en conciencia en el mismísimo seno de
u n a relación d e p areja y de familia.
C om o ya lo hem os consignado, resulta a b ru m a d o ra la velocidad con
la que se transm iten las experiencias traumáticas - d e padres a hijos,
de m aestros a alum nos, de mayores a m enores, de fuertes a débiles, de
h om bres a m u je re s- De diferentes formas cada día millones de niños,
jóvenes y adultos son abusados, invalidados, no escuchados, agredidos,
hostigados en el seno de la familia, dejándoles huella. La prom oción de
la salud m ental de p ro n to resulta p ro fu n d a m en te elitista e insuficiente.
Aun las cuotas más módicas que p u d ie ra n cobrar algunos terapeutas,
p a ra m uchas personas están fuera de su alcance, am én de que u n a g ran
variedad de tratam ientos -farmacológicos y psicológicos- m uestran con
frecuencia resultados raquíticos.
Con esta propuesta, accesible a cada pareja y familia dispuesta a probar,
tal vez - ¿ p o r qué n o ? - estemos acariciando la posibilidad vaticinada p o r
M áhrer cu and o en el año 2005 sentenció que u n día la psicoterapia sería
obsoleta cuan do las personas viviéran transformaciones profundas en
su conciencia, a través de hacer sus propios viajes p o r los senderos de la
exploración p ro fu n d a de sus sentimientos.
A ceptación . U na de las condiciones consideradas p o r Rogers como
necesarias y suficientes p ara el cambio personal constructivo, se re ­
fiere a la cualidad del acto de escuchar que trasm ite un respeto p o r
los sentimientos del otro tal como son experim entados. En contraste,
*’ con aprobación* la aceptación implica respeto incondicional, no
requiere adhesión.
A c tin g o u t . Conductas destructivas (generalm ente agresiones directas o
indirectas, físicas o verbales), entendidas como manifestaciones de
conflictos, incomodidades y heridas atribuidas a personas o grupos.
El acting out es un a alternativa cuando no hay condiciones p ara que
la comunicación sea clara directa y personal.
A ctos Es una m odalidad de acting out. T érm in o utilizado en la
fa llido s.

literatura psicoanalítica para referirse a actos que p o r un lado p r o ­


ducen pena - u n olvido involuntario, el uso de u n a palabra p o r otra
o cualquier otro accidente como el d e rra m a r u n líquido sobre el
vestido nuevo de “alguien”—y p or el otro se manifiestan a través de
u na conducta inconsciente lo que la boca no se atreve a decir.
D ig e r ir(una situación). Se refiere al concepto piagetiano de acomodación,
d o n d e la nueva información que recibe un sistema o un organism o
impulsa a ésta a transform arse de tal m an era que p u ed a ser integrada
en una estructura más compleja.
A prudentar. Acción de ser p ru d en te en un a relación interpersonal, es decir
de trasmitir un mensaje o hacer llegar una inform ación de m an era
menos clara, directa y personal, con el fin de evitar el conflicto y la
incomodidad en el corto plazo. En el largo plazo el aprudentar como
hábito de relación hace que las relaciones significativas se vayan
distanciando y m uriendo.
Asunto s Sentimientos, conflictos, deudas, ofensas e inco­
in c o n c l u s o s .

m odidades diversas no expresadas que perm an ecen latentes en la


m em oria emocional de la persona y se convierten en u n distancia-
miento con el presunto ofensor. Los asuntos inconclusos se transforman
en p e rd ó n y o en aprendizaje constructivo cuando el “ofendido” es
capaz de expresar suficientemente sus sentimientos.
C antaleta. Se refiere a un reclamo que al no ser escuchado vuelve a surgir
con frecuencia en una relación.'
U na reacción -acción u om isión- ante u n a conducta incóm oda
C a s t ig o .
llevada a cabo con la intención de controlar o cambiar a la persona.
En el co n tex to de este trabajo implica la trasm isión de cen su ra
y reprobación. La filosofía del castigo establece: “p rim ero trata de
cam biar al o tro ”, en contraste con la filosofía de la escucha que
establece “p rim ero escucha y explora; después decide”.
D arle vuelta a la En esta expresión yo com pletaría en el texto
h o ja .

original del libro, la frase “darle vuelta a la hoja y d a r p o r concluido


el a s u n to ...” Me parece que no requiere de más explicación.
/
Eje l e . Expresión juvenil coloquial que significa “te pillé”; “descubrí tus
intenciones ocultas”.
E l e g ir bando. T om ar partido, declarar preferencia p or una persona o pos­
tu ra a costa de excluir a la contraria.
E m barrar (mierda). Es una form a de acting out. Significa también trian­
gular: involucrar a un a persona ajena -n o rm a lm e n te involucramos
a los hijos- a través de expresar quejas o comentarios' negativos
sobre una persona con la que no se ha podido hablar directamente.
E m p a t ía . E s u n a de las condiciones necesarias y suficientes p ara el cambio
constructivo p ropuesto p o r Cari Rogers. Se refiere a la cualidad
subyacente en el acto de escuchar que trasmite la com prensión de
los sentimientos del otro tal como son experim entados. Se refiere a
pon erse en los zapatos del otro.
En Dícese de la m anera de resp on der reactiva o.visceralmente;
a u t o m á t ic o .

la respuesta emitida es predecible y rígida, a u n q u e ya no sea fun­


cional, útil o inteligente.
Gacho. Feo, desagradable.
H acer o l a s. Hacer ruido o pro d u cir incom odidad y eventualm ente con­
flicto.
H uevona. Floja, in ú til, perezosa, haragana.
Ir al g rano . T ratar un tema directam ente, sin rodeos, sin preám bulos.
M e t ic h is m o . Acción de ser metiche, controlador, entrom etido, im prudente.
M ' ij it o . Contracción coloquial de “mi hijito”.
Locuaz, persona o entidad verborreica qu e al hablar m ucho
P a r l a n c h ín .
no d a espacio al silencio.
P a sa je a la a c c ió n . Es usado como sinónimo de acting out.
P e c h it o(ponerse de). Expresión coloquial referida a u n a especie de ju e g o
interior d o n d e u n a parte de la persona afirm a que le molesta ser
. tratada de cierta forma y, en lugar de evitar dicha incom odidad, otra
parte de su m ente al mismo tiempo provoca, busca y cosecha “eso
que no le gusta”, sin reconocer abiertam ente su pro p ia responsabili­
dad en ello. Es u n a m anera de llamar al proceso m ediante el cual la
persona construye eso que ap a ren tem en te quiere evitar.
P edo. En sentido literal significa flatulencia socialmente incóm oda p r o d u ­
cida p o r los gases de la digestión. Coloquialm ente significa también
conflictos o problemas que una perso n a ha de en fren tar o asum ir
como responsabilidad propia.
P r o y e c c ió n .Concepto de origen psicoanalítico y retom ado más tarde
p or la Terapia Gestalt. Se refiere en el contexto de esta obra al
fenóm eno de atribuir a personas externas características, deseos,
necesidades, heridas y sentimientos propios. La proyección es
propia de conciencias no desarrolladas y p o r en d e incapaces de re ­
conocer ad en tro lo que sólo p u ed e n ver proyectado en el m u n d o
exterior. La proyección se diluye cuando la persona en su proceso
de crecimiento comienza a conectarse y describir como propios sus
sentimientos fuertes.
R ajarse. Darse p or vencido; dejar inconclusa una tarea.

R echazo. Desaprobación hostil.

R eflejo (también conocido como reflejo de sentimiento). T érm ino introducido


por Rogers en el lenguaje terapéutico para designar una respuesta
de escucha. H ace alusión a la acción del espejo que refleja sin quitar
ni p o n e r lo que está enfrente.
R ollo (rollo m areador, soberano rollo). M anera de a b ru m a r al in te r­
locutor con inform ación o con discursos moralistas, lógicos y r a ­
zonables p a ra cam biar su form a de percibir y de actuar. Q uien echa
rollo lo hace a expensas de escuchar y parad ójicam ente p ro m u ev e
poca disponibilidad al cambio.
S acar la s o p a . O b ten er inform ación personal y significativa de otra persona.
Six. Paquete de seis cervezas (del inglés sixpack).
‘T a bueno . De acuerdo; está bien.
T Utilizar a u n a tercera persona como receptor y depósito de
r ia n g u l a r .

► un conflicto que no le pertenece (ver también “e m b a rra r”).


V ie j a .. Antigua y obsoleta, tam bién se refiere a m ujer anciana.

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