Elí Elí J Lemá Sabactaní

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Elí, Elí, Lemá Sabactaní

OBJETIVO: Meditar con los jóvenes, por medio de una analogía entre su propio calvario
y el de Jesucristo, para que comprendan el verdadero valor del sufrimiento.
EXPERIENCIA O MOTIVACIÓN
1. MI CONCEPTO DE DOLOR Y SUFRIMIENTO
• Realizar una lluvia de ideas por medio de las siguientes interrogantes:
Sufrimiento… ¿sentimiento o sensación?
¿Son sinónimos la palabra dolor y sufrimiento?

2. MI DOLOR
• Entregar a los jóvenes una hoja de papel doblada como un tríptico y un
lápiz o pluma.
• Solicitarle que escriba una respuesta de las siguientes preguntas en
cada uno de los dobleces del tríptico:
¿Cuál es el momento o acontecimiento más doloroso que has vivido?
¿Cuál era tu sentir en ese momento?
¿Quién es la persona que estuvo acompañándote y te brindó su apoyo
incondicional?
• Se puede apoyar la actividad con alguna música de fondo que facilite la
introspección.
• Al terminar la actividad, hay que indicar que doblen bien su tríptico y lo
conserven, ya que será utilizado al final de la catequesis.

3. EL SUFRIMIENTO DE HOY
• A manera de plenario dar respuesta a las siguientes interrogantes:
a) ¿Alguien de tu entorno está viviendo o pasó por algo difícil?
b) ¿Qué has hecho tú, para ayudarle?
c) ¿Has sido indiferente y le has abandonado?
d) ¿Has sido tú el protagonista en una situación parecida?
e) ¿Cómo defines la palabra sufrimiento? ¿Por qué? CASTIGO,
PRUEBA o MEDIO DE CONVERSIÓN

4. PALABRA DE DIOS O ILUMINACIÓN


MEDITEMOS CITA BIBLICA: MT 27, 45 – 50.
PROFUNDIZACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS O ILUMINACIÓN
El mismo Jesús, el propio hijo de Dios, tuvo el sentimiento de llamar en vano a
su Padre, pero en medio de estas tinieblas, hay en él una certeza que no puede
vacilar. Sabe que, a pesar de su silencio, el Padre está siempre con él. Los
últimos minutos en la vida de Jesús comienzan con un grito de desesperación,
pero terminan con la certeza del triunfo. Ese grito de Jesús al morir encierra un
misterio, pues un crucificado que moría por agotamiento y asfixia; no podía
gritar así, ¿era ese grito de vencido o de vencedor? Estas palabras de
desesperación en boca de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” (Mt 27, 46) nos ayudan a comprender un poco más su Espíritu,
que lleno de confianza, ora a su Padre con esa confianza inquebrantable clama
que no se quede lejos, que permanezca con él. Estas palabras nacen de esa
inseparable unión del Hijo con el Padre, y nacen porque el Padre «cargó sobre él
la iniquidad de todos nosotros. A quien no conoció el pecado, le hizo pecado
por nosotros». Junto con este horrible peso, midiendo «todo» el mal de dar las
espaldas a Dios, contenido en el pecado, Cristo, mediante la profundidad divina
de la unión filial con el Padre, percibe de manera humanamente inexplicable
este sufrimiento que es la separación, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios.
Pero precisamente mediante tal sufrimiento Él realiza la Redención, y expirando
puede decir: «Todo está acabado». (Carta Apostólica Salvifici Doloris, Juan
Pablo II, (SD 48-50)).
En este momento del culmen del sufrimiento de Jesucristo se ha cumplido todo
aquello que dice la Escritura, y así, el sufrimiento humano ha alcanzado su
culmen en la pasión de Cristo. En la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la
redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha
quedado redimido. Cristo sin culpa alguna cargó sobre sí «el mal total del
pecado». La experiencia de este mal determinó la medida incomparable de
sufrimiento de Cristo que se convirtió en el precio de la redención. ¿Cuántas
veces nos hemos encontrado en los abismos más profundos de la
desesperación? ¿Me he sentido abandonado por Dios? ¿Tiene sentido mi
sufrimiento? Para encontrarle respuesta a la última interrogante, es necesario
poner nuestra mirada en la revelación del amor divino, en la misma donación
amorosa del Padre para con la humanidad entera, Dios da a su Hijo al mundo
para librar al hombre del mal: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su
unigénito Hijo, para que todo el que crea en él, no perezca, sino que tenga la
vida eterna”. (Jn 3, 16). Ese amor, es la fuente que da sentido al sufrimiento, pues
esta respuesta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo. La vida
cristiana es un paso de la muerte a la vida. Lo maravilloso es que por medio de
Jesús siempre podemos sacar el bien del mal, la felicidad del sufrimiento y de
la muerte misma.
Este es el sentido del sufrimiento, verdaderamente es sobrenatural, porque se
arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también
profundamente humano, porque en él, el hombre se encuentra a sí mismo, su
propia humanidad, su propia dignidad y misión. Es una verdad, como lo afirma
San Juan Pablo II, el sufrimiento nos conduce al encuentro de sí mismo, de la
propia esencia y razón de ser del hombre en cuanto a sufrimiento propio, nos
lleva al autoconocimiento y a redescubrirnos como seres frágiles y necesitados
de la misericordia de Dios; pero también, nos hace más cercanos con el otro,
con el prójimo sufriente. El sufrimiento nos vuelve más humanos, puede
hacernos mejores personas. ¡Cuántas personas conocemos que tras un gran
golpe en la vida han sido capaces de dar un giro a su vida y a valorar la vida
misma!, siendo más agradecidos, más comprometidos consigo mismos. Tras
una etapa de sufrimiento, el hombre tiende a acercarse al alma de otras
personas. Empatiza, entiende mejor a los que les rodean siendo capaz de
ponerse en el lugar de otro, para comprenderlos y aceptarlos como son. El
sufrimiento, por tanto, transforma el corazón.
Cuando alguien se siente amado, su vida cambia, se ilumina y transmite esa luz,
ese amor en Cristo: Ese amor auténtico se potencia con el dolor sanamente
aceptado que nos libera del egoísmo. Quien gana en empatía, es más amable
(se deja amar) y convierte su entorno en un lugar más acogedor. Asaltan a una
persona en la calle, y muchos escapan como si no hubieran visto nada.
Frecuentemente hay personas que atropellan a alguien con su automóvil y
huyen. Sólo les importa evitar problemas, no les interesa si un ser humano
muere por su culpa. Además, como todos estamos muy concentrados en
nuestras propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos molesta, nos
perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los
problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca
construirse de espaldas al dolor. (Carta Encíclica Fratelli Tutti del Santo Padre
Francisco (FT 65)) ¿Cómo actúo ante la pena, angustia, dolor o necesidad del
otro? ¿Me hago cercano con aquel que necesita una palabra de aliento, un
abrazo que le reconforte, un oído que le escuche y una mano que lo levante?
¿Salgo al encuentro de quien clama ayuda? ¡Esa es nuestra misión como hijos
de Dios y copartícipes de la redención! Quienes participan en los sufrimientos
de Cristo tienen ante los ojos el misterio pascual de la cruz y de la resurrección,
en la que Cristo desciende, en una primera fase, hasta el extremo de la debilidad
y de la impotencia humana; en efecto, Él muere clavado en la cruz. Pero si al
mismo tiempo en esta debilidad se cumple su elevación, confirmada con la
fuerza de la resurrección, esto significa que las debilidades de todos los
sufrimientos humanos pueden ser penetrados por la misma fuerza de Dios, que
se ha manifestado en la cruz de Cristo.
En esta concepción sufrir significa hacerse particularmente receptivos,
particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas
a la humanidad en Cristo. No es una opción vivir indiferentes ante el dolor, no
podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida”. Esto nos debe
indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el
sufrimiento humano. Eso es dignidad. En muchos lugares del mundo hacen
falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos
de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio
y audacia. Jesús quiere que estemos cerca de los que sufren, que los
acompañemos. Ayudando a los que pasan necesidad, nos convertimos para
ellos en fuente y signo de esperanza. Hacer frente, juntos, a los retos de la vida;
estar preocupados unos por otros y permanecer unidos en la lucha por alcanzar
las metas de la vida. Vivir las obras de misericordia espirituales y materiales nos
llevan a olvidarnos de nuestro propio sufrimiento para enfocarnos en los
demás. San Juan Pablo II afirma que “aquellos que sufren son protagonistas
privilegiados del Evangelio del Dolor, que Jesucristo en persona comenzó a
escribir con su propio dolor”. Cada persona que sufre trae este Evangelio a la
vida con su propio dolor personal. Es un Evangelio vivo, que nunca
terminaremos de escribir, y que verdaderamente nos capacita para reconocer a
Dios mismo en cada uno de los que sufren. Joven vayamos al encuentro de las
familias desgarradas por el dolor de lo que ha ocurrido con sus parientes
desaparecidos, vayamos con los violentados, reconozcamos el dolor de las
mujeres víctimas de violencia y de abusos. Cada violencia cometida contra un
ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta
nos disminuye como personas.
La violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más
muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible
(Papa Francisco). Todos tenemos derecho a la dignidad humana, somos
llamados a ser empáticos, a ser hermanos y a vivir como hermanos, buscando
siempre encontrar juntos la paz, la caridad y el bien común. ¡Seamos
protagonistas en un mundo que pide auxilio y piedad, teniendo siempre como
estandarte la cruz de Jesucristo, que nos cura las heridas del sufrimiento y nos
lleva a la felicidad!

COMPROMISO

• Para este momento es necesario tener presente una cruz como el


símbolo que da fundamento al sufrimiento del mismo Cristo.
• Hacer un recordatorio breve de las obras de misericordia corporales y
espirituales, por medio de un video, una imagen, un esquema.
• Imprimir la Imagen del Siervo Doliente, tan grande como sea Posible y
dividirla en pequeños recuadros, mismos que deberás repartir a cada
uno de los jóvenes, cuidando que no se pierda ninguna pieza, ya que
tendrás que incluir todas las piezas nuevamente para reconstruir la
imagen.
• Entregar al joven una tarjeta. Tener al centro del lugar algún cofre para
depositar las tarjetas con su compromiso, mismo que será retirado del
lugar al terminar el desarrollo de la catequesis, para posteriormente
comisionar a algunos animadores a reconstruir la imagen del siervo
doliente, para ofrecer como ofrenda en la vigilia Pascual.
• Anímalos a escribir en la parte trasera su compromiso, recomendándole
que tome una de las Obras de Misericordia, para que la tomen como
compromiso personal, aunque también podrán optar de manera libre
por su propio compromiso.
• Mientras el joven redacta su compromiso personal y lo deposita en el
cofre, acompaña el momento cantando o reproduciendo la siguiente
canción:
CANTO SPOTIFY: SIERVO DOLIENTE AUTOR: MARYCARMEN BARRÍA
HTTPS://GOO.SU/JJYCASV
• Finaliza enlazando el momento con la oración:
EL SIERVO DOLIENTE
"Han taladrado mis manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos". No me
mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido; Ni me mueve el
infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el
verte clavado en una cruz y escarnecido; Muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévanme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que,
aunque no hubiera cielo, yo te amara, y, que, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera; pues, aunque cuanto espero no esperara; Lo
mismo que te quiero te quisiera. Amén.

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