Bates Matthew W. 2024. Por Que El Evangelio

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«Matthew Bates llama a la iglesia a recuperar el evangelio de Jesús el Rey, un

evangelio que es hermoso, generoso y transformador. Bates muestra magistralmente


cómo el evangelio plenamente orbitado del testimonio bíblico sigue siendo una
buena noticia para los “nones” y los “dones”, los que carecen de religión y los que
se han alejado de ella. Un libro ideal para grupos de estudio bíblico que deseen que
se les recuerde por qué el evangelio es realmente una “buena noticia”».
—Michael F. Bird
decano académico y profesor de Nuevo Testamento,
Ridley College

«Es un libro provocador porque la iglesia necesita este tipo de provocación, ¿Por
qué el evangelio? se basa en investigaciones complejas y vanguardistas para
presentar verdades atemporales con una claridad que invita a la reflexión. Aquellos
que perciban que el evangelio que han recibido es una versión tibia e ineficaz de la
revelación de la gracia y el poder de Dios se verán beneficiados por el valiente
recordatorio de Bates: Jesús es el Rey».
—Amy Peeler
profesora asociada de Nuevo Testamento,
Wheaton College

«Bates nos recalca que el corazón del evangelio se relaciona con el reino de Jesús.
Esta perspectiva nos ayuda a reorientar la razón de ser del evangelio. Con demasiada
frecuencia simplificamos el mensaje del cristianismo y olvidamos que el evangelio
abarca toda la vida, no solo la renovación interior. Aunque podemos describir el
evangelio de diversas maneras, este libro nos ofrece acertadamente la imagen
cósmica de lo que Dios está haciendo en este mundo».
—Patrick Schreiner
profesor asociado de Nuevo Testamento,
Midwestem Baptist Theological Seminary;
autor de The Ascension of Christ
«En ¿Por qué el evangelio?, Matthew Bates pretende demostrar que el reinado de
Cristo es central en el evangelio y es la razón del mismo. Aunque es posible que no
se esté de acuerdo con todos los planteamientos de Bates, el objetivo subyacente del
libro es oportuno para este momento histórico de la Iglesia: desafía al lector a pensar
de nuevo en qué es el evangelio y por qué es importante para nuestro tiempo. Una
lectura estimulante».
—Lisa Bowens
profesora asociada de Nuevo Testamento,
Princeton Theological Seminary

«Las generaciones precedentes se preguntaban si había pruebas que respaldaran las


afirmaciones del cristianismo. Se crearon montañas de recursos apologéticos para
abordar esta cuestión. Pero ha surgido una nueva generación que no se centra en la
credibilidad del evangelio, sino en su plausibilidad. Antes de preguntarse si es
verdad, quieren saber por qué importa el evangelio. Matthew Bates ha escrito el libro
que nuestra generación necesita. No sólo nos ayuda a redescubrir el mensaje radical
de Jesús y sus apóstoles, sino que muestra por qué este evangelio es mucho más
amplio que una estrecha llamada a la salvación individual. Es el mensaje que la
iglesia y el mundo han estado esperando».
—Skye Jethani
autora y copresentadora del podcast The Holy Post

«Recomiendo este libro porque desafiará al lector a desarrollar su propia teología


práctica del discipulado. Para respaldar los movimientos de discipulado,
necesitamos una base bíblica sólida. Bates nos insta a examinar las Escrituras para
descubrir por qué Jesús, el Rey, nos rescata. Al entender el propósito, estamos mejor
equipados para vivir y compartir el evangelio con determinación en la actualidad.
Les animo a que lean y reflexionen con este libro; personalmente, me alegra haberlo
hecho».
—Bobby Harrington
pastor y director general de discipleship.org y renew.org
«Matthew Bates utiliza expertamente la Escritura para renovar el evangelio. Pero no
estaciona el evangelio a lo largo de una carretera académica, insiste: Dios tiene la
intención de una acción restauradora. ¡Vamos a conducir! Bates invita a los lectores
a emprender un viaje para conocer al Rey que es la buena noticia».
—Nijay Gupta
profesor de Nuevo Testamento, Northern Seminary
¿POR QUE EL
EVANGELIO?

MATTHEW W. BATES

PUBLICACIONES
KERIGMA
CONTENIDO

PRÓLOGO por Scott McKnight


INTRODUCCIÓN
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN
1 PRIMERO EL REY
Simplemente un rey
Por qué «Cristo» determina el propósito del evangelio
Llamar a Jesús el Cristo: entonces
Llamar a Jesús el Cristo: ahora
La esperanza de un Rey-Mesías
La promesa de Dios a David
¿El fracaso de la promesa de Dios?
Las promesas de Dios renovadas
El incomparable rey venidero
Diversas esperanzas mesiánicas
El Rey se proclama a sí mismo
El rey salvador
El rey emergente
¿Y qué hay de la cruz y la resurrección?
Por qué el reinado debe venir primero
Responder al reinado de Jesús
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN
2 FAMOSO EN ALGÚN LUGAR
Seis evangelios y propósitos distorsionados
El evangelio distorsionado: creer para ir al cielo
El evangelio distorsionado: libres de reglas
El evangelio distorsionado: dejar de afanarse y descansar
El evangelio distorsionado: la mejora de la sociedad
El evangelio distorsionado: reencuentro con Dios
El evangelio distorsionado: participar en los Sacramentos
¿Qué tienen de malo estos evangelios distorsionados?
El rey ausente
El argumento ausente
Lealtad ausente
Fama ausente
Hacerse famoso
La fama del evangelio
Ella es famosa por el evangelio
Por qué Doyle es famoso en el evangelio
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

3 LAS DOS CARAS DE LA GLORIA


La doble cara de la gloria
La gloria intrínseca
Gloria reconocida
Introducción al ciclo de gloria
Etapa 1: La gloria de Dios
Etapa 2: Los humanos reciben la gloria para gobernar
Etapa 3: Fracaso en llevar la gloria
El problema de Dios magnificado
Los resultados del intercambio de gloria
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

4 LA RECUPERACIÓN DEL EVANGELIO


Etapa 4: El Evangelio inicia la restauración de la gloria
1. Encarnación
La gloria resplandece
La trayectoria real de la encarnación
Independientemente de la encarnación
2. Muerte por los pecados
(1) Sustitución
La teoría del rescate
La expiación sustitutiva penal
La obra de la cruz dentro de la entronización
Matizando el término penal
La teoría gubernamental
La teoría de la satisfacción
(2) El reinado victorioso
¡Christus Victor!
Los verdaderos enemigos
Gobierno victorioso
(3) Influencia moral
El discipulado salva
¿Primero la justificación personal?
Justificados por la influencia moral
(4) Reconciliación
3. Resucitado para reinar
La resurrección importa
Resucitado para reinar
Por qué el Rey necesita un cuerpo
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

5 TRANSFORMACIÓN REAL
Etapa 5: Visión transformadora
Los cinco pasos de la visión transformadora
1. Aparece la imagen impecable
¿Impecable de qué forma?
Representación dinámica
2. Contemplar la imagen ideal
Presentes para ver
Ver intencionalmente
Discipulado para la sabiduría relacional
Un camino en forma de cruz
No es genérico sino para Jesús
Un coste diario y para toda la vida
Obedecerle como Rey
Obedecer a la persona de Jesús
Obedecer el mandato de Jesús
Jesús el Rey como encarnación de la Ley
Amar en lugar de asesinar
Pureza sexual en lugar de adulterio
Perdón en lugar de venganza
Amar a Dios y guardar la regla de oro
Tener una sola determinación
Dar testimonio de su gobierno
Dar testimonio entonces y ahora
3. Capacitados para ver
4. Transformamos juntos a su imagen
5. Conformados a su imagen
Contemplar el esplendor revelado
Adoración, adoración, adoración
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

6 BUENAS NUEVAS PARA LOS NONES


¿Por qué usted no es cristiano?
Una preocupación preliminar: La esclavitud al pecado
Repeler y atraer
Esforzarnos por el bien
Obstáculos específicos de los no cristianos
Problemas de imagen y el propósito del evangelio
1. Hipócritas
Cambiando a la imagen real
Mente y cuerpo reconectados
Más que un dispensador de perdón
2. Políticos
Coacciones políticas
El verdadero evangelio político
El cómo del reinado de Jesús
El dónde del reinado de Jesús
¿Políticos de qué forma?
3. Contabilizar conversos
Fracaso con los iniciados
El fracaso básico del discipulado
Lealtad y tiempo
¿Y el ladrón?
¿Cristianos vampiros?
Ausencia de relaciones auténticas
La formación de discípulos es relacional
Reprogramar para hacer discípulos
Falta de sabiduría
Curar la información para la sabiduría
Buenas nuevas para los que dudan
Menos que seguro
Hacer de las dudas una oportunidad
Falta de vocación holística
El evangelio y la gloria del trabajo
Etapa 6: Reinar gloriosamente con el Rey
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

7 EVANGELIZANDO AL REVÉS CON PROPÓSITO


Invertir nuestra invitación al evangelio
Invertir el contenido
Reorientar el punto de decisión
Volver a dar prioridad al individuo y al grupo
Recalibrar el objetivo principal del evangelio
Invertir una presentación completa del evangelio
Belleza empañada
El problema de las dificultades personales
El amor restaurador de Dios
Belleza, bondad y verdad
Personalizar la restauración
Cómplices
Detectar la gloria a través de Jesús el Rey
Lealtad para la restauración de la gloria
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

RECURSOS RECOMENDADOS
Introductorios
Intermedios
Avanzados
PRÓLOGO

Esta nueva y formidable exploración del evangelio realizada por Matthew Bates nos
conduce a lugares que con demasiada escasez hemos explorado hasta ahora, al
porqué del evangelio. Sin embargo, por el bien de la salud y la misión de la Iglesia
actual, es exactamente el lugar al que tenemos que ir. Necesitamos adentrarnos en
los propósitos del evangelio. El libro de Bates señala un nuevo camino y luego nos
guía sabiamente a través de él.
El porqué es urgente, ya que el evangelio que muchos aceptaron, que muchos
creen, que muchos predican y enseñan, y que muchos han inscrito en las
declaraciones oficiales de la iglesia está deconstruyendo la iglesia. En otro lugar he
descrito este evangelio como «soteriano» porque se ocupa estrechamente de la
salvación asociada al perdón personal. Puede que la gente ya no acuda a la iglesia
con sus mejores galas dominicales, pero muchos se sientan en los bancos cada
domingo, demasiado cómodos, porque confían en que el evangelio significa que
están «salvados», «justificados» o que «irán al cielo cuando mueran».
Este sentimiento de comodidad excesiva proviene de una comprensión deficiente
del evangelio en la Biblia. Sin embargo, millones de personas han aceptado esas
ideas como la plena verdad del evangelio y las han consagrado en tratados
evangélicos, sermones evangélicos y métodos evangelísticos. Han sido más
profundamente institucionalizados a través de servicios religiosos que se centran
principalmente en los beneficios salvíficos de la muerte de Jesús, abordando
escasamente otros temas. Pero un evangelio que pone en primer plano el perdón
personal no es el evangelio de Jesús, ni el evangelio de Pedro, ni el evangelio de
Pablo, y no es el evangelio de nadie más en el Nuevo Testamento.
Esta es la razón por la que el estudio de Matthew Bates sobre el porqué del
evangelio es apremiante para la iglesia y práctico. Bates tiene una sección
maravillosa en este libro sobre varios «evangelios distorsionados». Además, sus
capítulos promoverán numerosas conversaciones al desvelar, de manera innovadora
pero fiel, lo que las Escrituras expresan acerca del porqué del evangelio. Analiza el
ciclo de gloria, la restauración holística, la transformación personal, por qué los
«nones» se desinteresan del cristianismo y cómo atraerlos nuevamente, y muchos
otros temas.
Dado que el argumento sobre el porqué del evangelio es cautivador, y no quiero
revelar demasiado, le dejaré que lea lo que Bates tiene que decir por sí mismo. Pero
para proporcionar un marco, retrocedamos y discutamos por qué el evangelio en las
Escrituras trata de algo más que simplemente la salvación personal. El evangelio de
Jesús en los Evangelios trata del reino de Dios, no ante todo de sus pecados o de los
míos, sino de cómo llega el reino de Dios a través del gobierno de Jesús. Hay cuatro
Evangelios pero un solo mensaje. Ese mensaje es el evangelio, por eso los llamamos
«Evangelios».
Una y otra vez en los Evangelios, se extiende una invitación al lector para que
responda a una sencilla pregunta: ¿Quién es este hombre? La pregunta principal no
es: ¿Cómo puedo salvarme? Ni tampoco: ¿Cómo puedo ir al cielo cuando muera?
No, una y otra vez la pregunta es sobre la identidad de Jesús.
El hecho de que la identidad de Jesús es una cuestión evangélica es evidente en
cómo comienza cada Evangelio. Tomemos la genealogía inicial del Evangelio de
Mateo: nos conduce nombre por nombre hasta «Jesús quien es llamado el Mesías»
(1:17 NTV), y así concluye. A continuación, consideremos el primer versículo de
Marcos: «Esta es la Buena Noticia acerca de Jesús el Mesías, el Hijo de Dios» (1:1,
NTV). Marcos inicia eficazmente con el final. Expone su conclusión en la
introducción para enseñar al lector a interpretar el conjunto: el evangelio trata de
Jesús, y él es el Hijo real de Dios. En tercer lugar, observe cómo Lucas presenta una
narración ordenada de «las cosas que se han cumplido entre nosotros» (1:1, NVI),
pero trata de Jesús o lo señala una y otra vez. Por último, está Juan, y no creo que
exista algo más centrado en Jesús que esto: «En el principio ya existía el Verbo, y el
Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (1:1, NVI). Más allá de su introducción,
los famosos «Yo Soy» del Evangelio de Juan son puros anuncios, invitaciones y
articulaciones evangélicas. Jesús Es; por tanto, el evangelio es proclamado.
El contenido del mensaje de los Evangelios es que el reino de Dios se ha acercado
porque Jesús es el rey. De ahí procede el propósito esencial del evangelio:
necesitamos saber quién es el rey y convertirnos en sus fíeles seguidores. Como rey
establecido, el rey Jesús salva, rescata, justifica, santifica y glorifica. Esos actos no
lo convierten en el rey. Esos actos se deben a que él es el rey. Bates tiene razón: el
primer rey.
Bates y yo —y estamos al lado de N. T. Wright y otros eruditos de ideas afines—
no tenemos ningún deseo de empujar la redención o el perdón a un rincón de la sala,
para que el gobierno pueda ocupar su lugar en el centro. Nuestra posición siempre
ha sido un «tanto-como». Es decir, tanto Sí al reinado como Sí al perdón. Pero el
orden importa. Si descuidamos el orden, entonces Jesús el Rey se convierte en una
herramienta para algún otro fin en lugar de ser la esencia del evangelio. Predicamos,
como lo dice el propio Pablo, «El Cristo crucificado» o «El Rey crucificado». Jesús
no es un lacayo, sino el Señor cósmico que se ha entregado generosamente para que
podamos recibir beneficios.
Queremos estar equipados para vivir y compartir la buena nueva. Si el Evangelio
consiste en que Jesús es el Rey, entonces el discipulado consiste en la lealtad a Jesús
el Rey. ¿Por qué el evangelio?, de Matthew Bates, le ayudará a descubrir los
propósitos evangélicos más profundos de Dios, para que usted y los demás puedan
abrazar más a fondo un estilo de vida de discipulado leal.

Scott McKnight
Profesor de Nuevo Testamento
Northern Seminary
INTRODUCCIÓN

No qué, sino, por qué. Las preguntas que nos hacemos determinan lo que vemos.
Numerosos libros se preguntan: ¿Qué es el evangelio? Y con razón. El evangelio
es el mayor regalo que Dios podría hacernos. ¡Alabado sea Dios por su generoso
rescate! Además, es urgente que nos aferremos al evangelio que encontramos en la
Biblia.
Me sigue apasionando que la iglesia salvaguarde y comparta el verdadero
evangelio. He contribuido a esta labor sobre lo que es el evangelio a través de libros
anteriores, especialmente Gospel Allegiance y The Gospel Precisely. Estos libros, y
otros de naturaleza similar, se centran principalmente en describir el mensaje
salvador del evangelio y su contenido.
Pero este libro es único. Es único no porque todo el mundo ignore lo que las
Escrituras enseñan sobre el evangelio —aunque lamentablemente muchos lo
hacen—, sino porque permite que surjan nuevas respuestas al plantear nuevas
preguntas. Innumerables libros se preguntan qué es el evangelio. Pero según yo,
nunca se ha escrito un libro sobre el evangelio que afronte lo que puede resultar ser
una pregunta aún más importante: ¿Por qué el evangelio?
Si queremos conocer el corazón de Dios, el porqué del evangelio es aún más
esencial que el qué, porque atiende cuidadosamente a los motivos de Dios. Dios nos
ha dado el evangelio. Pero, ¿con qué propósitos últimos y razones finales? ¿Y qué
pasos intermedios utiliza Dios para alcanzar esos objetivos finales? Si queremos una
relación profunda con Dios, necesitamos conocer no sólo el qué del evangelio, sino
también el porqué.
¿Por qué el evangelio? también sugiere una serie de preguntas diferentes pero
relacionadas que este libro abordará. Teniendo en cuenta el sinfín de opciones de
estilo de vida disponibles en el mundo actual, ¿por qué debería alguien responder a
esta extraña historia de cruz y resurrección? Y cuando una persona responde, pero
descubre que viajar con Jesús implica realmente la muerte propia, ¿por qué seguir
aferrándose a esta supuesta «buena nueva»? En otras palabras, ¿por qué el evangelio
sigue siendo convincente en el mundo contemporáneo? Estas preguntas adicionales
son especialmente pertinentes para la misión y la evangelización, aunque los
cristianos con discernimiento reconocen que la propia iglesia forma parte del campo
de la misión. Todos necesitamos que Jesús nos seduzca una y otra vez.
Incluso si nunca se ha planteado estas preguntas, sin duda ya tiene ideas
preliminares sobre por qué Dios dio el evangelio y por qué sigue siendo atractivo.
Pero, ¿hasta qué punto coinciden sus ideas con lo que la Biblia enfatiza en todo su
consejo? A medida que he ido enseñando sobre la salvación a lo largo de los años,
he descubierto que las respuestas que más a menudo se proponen sobre el porqué
del evangelio o bien son totalmente erróneas desde un punto de vista bíblico, o bien
son parcialmente correctas, pero están desconectadas de lo que dicen las Escrituras
sobre los propósitos más amplios y los objetivos últimos del evangelio.

_________________________________

Este libro está diseñado para complementar los estudios que hacen hincapié en el
contenido del evangelio, ofreciendo una exploración novedosa de una cuestión
diferente pero relacionada: el propósito del evangelio. Está escrito para un público
general —¡cualquiera!— pero se ha elaborado especialmente para estudios de toda
la iglesia, grupos pequeños, clases de cristiandad, pastores y líderes eclesiásticos.
Las preguntas al final de cada capítulo pueden facilitar la conversación en grupo o
la reflexión individual.
¿Puedo pedirle un favor? Si este libro le resulta útil, por favor, corra la voz.
Comparta lo que está aprendiendo con los demás aplicando sus ideas en la
conversación. Menciónelo en las redes sociales. Utilícelo en grupos de debate. Dele
una valoración positiva con estrellas o una reseña en la página web de Amazon. Estas
cosas ayudan a que un libro tenga éxito en el mundo editorial actual.
Independientemente de la forma en que opte por ayudar, por favor hágalo de una
manera que exalte a Jesús el Rey.
Queremos vivir vidas centradas en el evangelio en nuestras iglesias y familias, y
como individuos. Anhelamos que las heridas sean curadas. Anhelamos que los
avaros sean dadores sacrificados, que los adictos al sexo sean fieles, que los
ventajosos sean líderes que sirven. Nos duele porque nosotros mismos somos
cómplices de la ruptura. Pero hemos empezado a experimentar la reparación.
Sabemos que el evangelio es la fuente de sanidad para nosotros mismos y para
nuestro mundo herido. Así que nos alegramos. El evangelio es, en efecto, la mejor
noticia de todas.
Pero es innegable que existe mucha confusión sobre el evangelio en la iglesia.
Este libro trata del propósito del evangelio —o mejor dicho, de cómo el propósito
principal del evangelio se relaciona con sus muchos propósitos. La confusión se
disipa al explorar sus objetivos, y obtenemos aún más claridad.
Prestar atención al porqué del evangelio también nos ayuda a ver su contenido
con mayor claridad. Saber el porqué nos posiciona para responder nosotros mismos
al evangelio de la forma más plena posible. También nos prepara para que podamos
contar la buena nueva a los demás de una manera verdadera y eficaz. En otras
palabras, al responder ¿Por qué el evangelio? también obtenemos nuevas
perspectivas sobre las preguntas relacionadas: ¿Qué es el evangelio?, ¿Cómo
debemos vivir el evangelio hoy? y ¿Cómo puedo compartir el evangelio con los
demás?
Mi mayor esperanza para este libro es que origine una revolución en torno a Jesús
como Rey, logrando que cada vez más personas encuentren su gloria divina para que
puedan honrar plenamente al único Dios verdadero.

PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

1. Describa algunos de sus primeros recuerdos al escuchar el evangelio. ¿Quién


lo compartió? ¿En qué se hizo hincapié?
2. ¿Qué es el evangelio? ¿Cómo demostraría con las Escrituras que su
descripción del evangelio es correcta? (Aunque este libro se centra en el
porqué del evangelio, si está ansioso por ver cómo resume el qué, puede echar
un vistazo al capítulo 4).
3. ¿Cuáles son algunas de sus ideas preliminares sobre por qué Dios dio el
evangelio?
4. ¿Qué cree que motiva a la gente a responder al evangelio en la actualidad?
5. ¿Cuál es su propia historia con respecto a la respuesta al evangelio? Piense en
el pasado y en el presente.
1
PRIMERO EL REY

No estaba desobedeciendo a Dios deliberadamente. No me malinterprete; lo he


hecho más veces de las que me gustaría admitir. Pero esta vez no. Estaba tomando
la mejor decisión dadas las circunstancias; al menos eso creía.
Sí, era un egocéntrico de veinticinco años. Pero estaba haciendo un esfuerzo por
escuchar la voz de Dios. Sin embargo, en el fondo, allí donde el corazón está
inflamado por el Espíritu, sabía que mi elección no era la correcta. Necesitaba lo que
sólo el evangelio podía darme. Pero como había malinterpretado la forma y el
propósito del mismo, no lo sabía en ese momento.
Dieciocho meses antes, mi esposa y yo nos habíamos marchado a Canadá con
grandes esperanzas y mucho dinero para pagar los estudios. Yo estaba cursando un
máster en estudios bíblicos en el Regent College de Vancouver. Pero había invertido
el dinero en acciones tecnológicas. Durante mi primer año en Regent, lo único que
caía más rápido que la bolsa era la boca de mi estómago. ¿Tendríamos suficiente?
¿Podría siquiera terminar los estudios?
Sin terminar la carrera, nos quedamos sin dinero y tuvimos que irnos de Canadá.
Pusimos nuestro U-Haul en una tarjeta de crédito porque ni siquiera teníamos
suficiente efectivo para volver a Estados Unidos. Sabiendo que al menos podría
encontrar trabajo en la silvicultura y disfrutar de la familia, nos dirigimos a mi ciudad
natal en el norte de California.
Pero Dios me había dado un sueño; mi vida se había transformado cuando era
estudiante. Estudiaba física e ingeniería cuando un curso sobre el Nuevo Testamento
dio la vuelta a mi mundo. Después de aquello, supe que estaba llamado a enseñar las
Escrituras para poder ayudar a otros a experimentar a Jesús. Enseñar la Biblia era mi
vocación, algo que siempre haría, aunque nunca me proporcionara un sueldo.
Ahora, de regreso en mi ciudad natal, me encontraba reflexionando sobre qué
camino tomar en mi vida. El trabajo forestal pagaba las facturas, pero no hacía cantar
a mi corazón. Nunca podría ser más que un parche. ¿Debía volver a la ingeniería?
¿O a otra cosa? Necesitaba orientación. Supliqué a Dios con urgencia.
Entonces cometí una serie de errores. Como oirán, Dios fue misericordioso a
pesar de todo. Pero si hubiera comprendido mejor el evangelio, podría haber servido
mejor a los demás y haberme evitado muchos problemas personales.

Simplemente un rey

En esa etapa de mi vida, apenas empezaba a comprender el evangelio. O mejor dicho,


el evangelio apenas empezaba a atraparme. En los círculos cristianos hablamos del
evangelio con tanta frecuencia, pero tan vagamente, que lo que debería estar claro
se ha vuelto turbio.
¿Por qué Dios nos dio el evangelio? La cultura cristiana popular y gran parte de
la teología académica nos instan a pensar que recibimos algo más antes que el
evangelio. Pronto exploraremos por qué poner algo más en primer lugar ha tenido
un efecto devastador en nuestras iglesias y esfuerzos evangelizadores.
Qué podría ser ese algo más varía entre los grupos cristianos, pero hay una
respuesta más común. Hace un par de meses estaba enseñando a un grupo de
pastores. En ese momento estaba empezando a redactar este libro, así que a modo de
prueba decidí preguntarles: ¿Por qué el evangelio? Como era de esperar, dieron la
respuesta que más a menudo veo y escucho: «el perdón de los pecados». Por un lado,
es una respuesta correcta, ya que el perdón de los pecados se menciona con mucha
frecuencia en las Escrituras como un propósito o resultado previsto cuando se
proclama el evangelio (e.g., 1 Cor. 15:3; He. 2:38; 5:31; 10:43). Así que esta
respuesta es parcialmente correcta. Pero, por otro lado, como veremos, el perdón no
es el punto de partida más acertado.
Así que después de afirmar las sensibilidades básicas del grupo, les presioné:
«Pero, ¿por qué necesitamos ser perdonados?». Es casi imposible conseguir que una
sala llena de pastores deje de hablar, pero cuando pregunté esto, se callaron. Habían
dado por sentado que el objetivo principal del evangelio es el perdón por sí mismo,
así que se quedaron mudos.
Hace diez años, cuando preguntaba por el objetivo principal del evangelio, los
líderes eclesiásticos respondían inevitablemente: «Para que podamos ir al cielo».
Pero cada vez es más conocido que la Biblia nunca dice directamente que el
propósito sea el cielo. Este grupo de pastores era lo suficientemente inteligente como
para evitar decir que el evangelio o el perdón tienen como propósito principal
conseguir que una persona vaya al cielo, pero no estaban seguros de cuál podría ser
una respuesta mejor.
¿Por qué la incertidumbre?
Porque estamos convencidos de que recibimos algo más antes que el evangelio.
¿Qué es ese algo más? Más allá del perdón de los pecados para el cielo, he oído
otras sugerencias: un corazón nuevo, un nuevo nacimiento, justificación, rectitud,
santidad, regeneración, vida nueva, estar con Dios para siempre, escapar del infierno.
Sin embargo, nada de esto es lo que nos dicen las Escrituras.
También he oído «estar con Jesús» como respuesta. Eso está más cerca, pero no
exactamente. El propósito del evangelio es conectarnos con Jesús. Pero debemos
preguntar: ¿Jesús en calidad de qué?
Jamás, al enseñar este material a grupos, alguien ha dado inmediatamente la
respuesta más clara de las Escrituras. Desde un punto de vista bíblico, ¿por qué Dios
nos dio el evangelio?
Por un rey.
Dios nos dio el evangelio en primer lugar porque necesitamos un rey.
El evangelio se trata de un rey en primer lugar. Cuando la Biblia describe la
proclamación de la buena nueva, el mensaje que resume una y otra vez es
simplemente que Jesús es el Cristo.

Y día tras día, en el Templo y de casa en casa, no dejaban de enseñar y


anunciar las buenas noticias «Jesús es el Cristo». (He. 5:42, NVI) Los
que se habían dispersado predicaban la palabra por dondequiera que
iban. Felipe bajó a una ciudad de Samaría y les anunciaba al Cristo.
(He. 8:4-5, NVI)
Pero Saulo cobraba cada vez más fuerza y confundía a los judíos que
vivían en Damasco, demostrándoles que Jesús es el Cristo. (He. 9:22,
NVI)
Como era su costumbre, Pablo entró en la sinagoga y tres sábados
seguidos discutió con ellos. Basándose en las Escrituras, explicaba y
demostraba que era necesario que el Cristo padeciera y resucitara.
Decía: «Este Jesús que les anuncio es el Cristo». (He. 17:2-3, NVI)
Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se dedicó
exclusivamente a la predicación, testificándoles a los judíos que Jesús era el
Cristo. (He. 18:5, NVI)
Según las Escrituras, la mejor forma de comprender el evangelio no es mediante
la afirmación de que Jesús es nuestro Salvador, la fuente de nuestra regeneración,
nuestra rectitud, nuestro sacrificio expiatorio o nuestro perdón. Él es esas cosas. Pero
¡el evangelio se resume mejor diciendo que Jesús es el Cristo! Y no nos atrevemos
a sugerir que lo que Dios dio como esencia del evangelio carece de objetivo o es
irrelevante. Es decir, si el evangelio es principalmente que Dios nos ha dado un
Cristo, entonces debe haber tenido excelentes razones.
Si queremos conocer los propósitos salvíficos de Dios y sus motivos al dar el
evangelio, nos corresponde empezar por preguntar: ¿Por qué un mesías?
Ante todo, la buena noticia es ésta: Dios nos ha dado un rey. Cuando
comprendemos mejor lo que significa «mesías» y cómo se desarrolló la esperanza
mesiánica, descubrimos que no necesitamos otra cosa antes de ello. Un rey es
exactamente lo que necesitamos.

Por qué «Cristo» determina el propósito del evangelio

Cuando el Nuevo Testamento afirma que Jesús es el Cristo o el Mesías, esto no


sugiere en sí mismo que salve a la gente de sus pecados personales. En última
instancia, sí lo hace. Pero no debemos perder de vista el punto principal: ¡buenas
noticias! ¡Tenemos un nuevo rey!
Pero la forma en que nuestras traducciones de la Biblia, himnos y libros de texto
de teología hablan de Jesús, oscurece cómo el evangelio es una proclamación real.
Cuando somos más reflexivos sobre cómo nos referimos a Jesús en nuestras
prácticas, empezamos a recuperar el propósito real del evangelio en nuestra vida
cotidiana.

Llamar a Jesús el Cristo: entonces

Jesucristo es una afirmación, no un nombre. Es decir, nunca debemos pensar que


Jesucristo es simplemente su nombre. Es una afirmación, una aseveración sobre la
identidad de Jesús. Jesucristo significa que Jesús es el Cristo. Cuando cantamos una
canción con una letra como «Sólo Cristo, piedra angular», nunca debemos pensar
que «Cristo» significa lo mismo que «Jesús». No es así.
Nuestros autores del Nuevo Testamento no tienen reparos en referirse a Jesús
como el Cristo. El Nuevo Testamento se refiere a «Jesús [el] Cristo» 135 veces.
Mientras tanto, el apóstol Pablo utiliza la alternativa «[el] Cristo, Jesús» 89 veces
más. Esta afirmación es la esencia de la buena nueva. Por ejemplo, lo primero que
aprendemos sobre Jesús en Marcos, el primer evangelio escrito, es que se refiere a
Jesús como mesías: «El evangelio de Jesucristo» (1:1). Llamar a Jesús de Nazaret
Jesucristo es afirmar que es un tipo específico de rey. Jesucristo es una afirmación
de que Jesús es el Mesías, no un nombre.
Las analogías pueden ayudarnos a comprender el significado de Jesucristo.
Consideremos a George Washington. Hay diversas formas de referirse a él con
precisión: El primer presidente de los Estados Unidos de América; Presidente
Washington; General Washington. O simplemente podría llamarle por su nombre de
pila, George. Durante su vida, también acumuló títulos honoríficos no oficiales. Le
llamaban «El padre de su patria» y «Su excelencia». Pero sería una terrible confusión
si pensáramos erróneamente que el nombre George Washington significa lo mismo
que «Su excelencia», o que son intercambiables. Cuando decimos «George
Washington, su excelencia», estamos combinando su nombre con un título
reverencial que honra su estatus social como jefe de Estado. Jesucristo es similar.
______________________________________________
Jesucristo es una afirmación de que Jesús es el Mesías,
no un nombre.
_______________________________________________

Si queremos ser más exactos, podemos buscar analogías en la propia época de


Jesús. Matthew Novenson, en su libro Chist Among the Messiahs, señala algunos
ejemplos. Un guerrero llamado Judas, hijo de Matatías de Modein, llegó a llamarse
Judas Macabeo. Macabeo no era su nombre, sino que significa «el martillador».
Llamarle Judas Macabeo combinaba su nombre con un título reverencial para
celebrar su poderío militar.
O considere al emperador romano que reinaba cuando nació Jesús. Se llamaba
Octavio. Pero Octavio fue honrado por el Senado romano en el año 27 a.C. cuando
fue declarado «Augusto», es decir, exaltado o venerable. Este título llegó a asociarse
tan estrechamente con Octavio que hoy en día se le llama con frecuencia César
Augusto. Cuando se llama a Octavio César Augusto, se está haciendo una afirmación
sobre su estatus venerable.
Originalmente ocurría lo mismo cuando a Jesús se le llamaba en su lugar
Jesucristo. Es correcto llamarle Jesús de Nazaret o Jesús hijo de José (legal) o Jesús
hijo de María (real). Pero estos títulos no lo reverencian. Al llamarle Jesucristo,
nuestros autores del Nuevo Testamento afirmaban que Dios le honraba con el
gobierno supremo. Dios ha exaltado a Jesús a su diestra, donde reina como el Mesías.

Llamar a Jesús el Cristo: ahora

Debemos dejar de tratar a Jesús y a Cristo como si fueran palabras intercambiables.


Procuremos ser intencionales y precisos en cómo nos referimos a él. He aquí cuatro
sugerencias sobre cómo podemos hablar mejor de Jesús como nuestra esperanza
evangélica hoy. En primer lugar, dado que el significado de Cristo no es fácilmente
distinguible para la persona corriente, pero el significado de rey sí lo es, llamémosle
en su lugar Jesús el Rey. Llamarle Jesús el Rey es una forma de predicar el evangelio
cada vez que se refiera a él.
Como alternativa, pruebe con el Mesías Jesús o Jesús el Mesías. Dado que mucha
gente reconoce el término «mesías» como un salvador o líder definitivo anunciado
en el Antiguo Testamento (la Biblia hebrea), eso ayuda a discernir mejor el
significado de Jesús como parte de los propósitos más amplios de Dios para el
mundo a través de Israel como pueblo elegido de Dios.
En tercer lugar, en lugar de Jesucristo, diga Jesús el Cristo. No significa algo
diferente a Jesucristo. De hecho, es una pena que las traducciones de la Biblia más
comunes no opten por él. Pero es disruptivo. Obliga a los oyentes a detenerse en el
oficio y el título de Jesús.
En cuarto lugar, cuando sea apropiado, lleve a los demás más lejos. Nuestros
esfuerzos por enfatizar el gobierno de Jesús se ven reforzados cuando podemos
explicar cómo «Cristo» se convirtió en un título reverencial. Considere esta siguiente
sección como una guía de la información más importante. Recurra a ella para
completar su propia comprensión en preparación para compartir las buenas nuevas
con los demás.

La esperanza de un Rey-Mesías

En primer lugar, ¿qué significa Cristo o Mesías? Ungido. ¿Recuerda cómo Samuel
indicó que David había sido elegido como nuevo rey de Dios? Pasaron delante de él
sus otros siete hijos, pero cuando David se presentó, Samuel derramó aceite sobre
su cabeza (1 Sam. 16:11-13). La unción con aceite lo distinguió.
En hebreo el término para ungir es mashach. Mientras tanto, una persona ungida
es un meshiach, de donde se deriva mesías. Lo mismo ocurre en el Nuevo
Testamento. La palabra griega para unción es chrio y una persona ungida es un
christos; de ahí el título de Cristo.
En el Antiguo Testamento, ciertos individuos eran ungidos con aceite para ser
apartados para un servicio especial a Dios. Esto incluía a sacerdotes, reyes y profetas
(Éx. 40:13; 2 Sam. 2:4; 1 Re. 1:34; 19:16). Sin embargo, como veremos, en el
período de tiempo del Antiguo Testamento el mesías llegó a asociarse especialmente
con un rey venidero.
La promesa de Dios a David

Dios habla de humanos gobernando desde el principio. Los humanos están hechos a
imagen de Dios para gobernar la creación en su nombre. Pero los humanos optaron
por decidir por sí mismos lo que es bueno y malo. Al hacerlo, rechazaron el gobierno
de Dios sobre sí mismos y, por extensión, rechazaron el gobierno de Dios a través
de ellos sobre la creación. Puesto que es crucial para el propósito del evangelio en
las Escrituras, exploraremos esto más a fondo en capítulos posteriores. Para nuestros
propósitos actuales, podemos adelantarnos a los acontecimientos posteriores en la
relación de Dios con su pueblo.
Los pactos de Dios con su pueblo configuraron enérgicamente los límites de su
futuro gobierno. Concretamente, Dios prometió bendecir a todas las naciones de la
tierra a través de la descendencia de Abraham (Gén. 12:3; 18:18; 22:18). Luego,
mucho más tarde, Dios hizo eco de la promesa a Abraham a través de una promesa
más específica al rey David:

Cuando tu vida llegue a su fin y vayas a descansar entre tus


antepasados, yo pondré en el trono a uno de tus propios descendientes
y afirmaré su reino. Será él quien construya una casa en honor de mi
Nombre y yo afirmaré el trono de su reino para siempre. Yo seré su
Padre y él será mi hijo. Así que, cuando haga lo malo, lo castigaré con
varas y azotes, como lo haría un padre. Sin embargo, no le negaré mi
amor, como se lo negué a Saúl, a quien abandoné para abrirte paso. Tu
casa y tu reino durarán para siempre delante de mí; tu trono quedará
establecido para siempre (2 Sam. 7: 12-16, NVI)

Observe que Dios prometió dar a este vástago de David algo bastante específico.
No se trata de una vaga promesa de que Dios obrará a través del linaje de David.
Más bien, el reino davídico perdurará para siempre mediante el establecimiento de
un trono eterno.
Esta promesa del establecimiento de un trono eterno para la descendencia de
David fue celebrada en varios salmos:
«He hecho un pacto con mi escogido; le he jurado a David mi siervo:
‘‘estableceré tu descendencia para siempre y afirmaré tu trono por todas
las generaciones”» (Salmo 89:3-4, NVI; véase también 89:20, 27-29)
El Señor ha hecho a David un firme juramento que no revocará: «A uno
de tus propios descendientes lo pondré en tu trono» (Sal. 132:11, NVI)

Como parte del plan de Dios de restaurar a los seres humanos para que gobiernen
la creación por él, Dios hizo promesas extraordinarias a David. Dios dijo que la
descendencia de David poseería un trono eterno.

¿El fracaso de la promesa de Dios?

Pero entonces la promesa de Dios fracasó... o eso parecía. Primero los asirios
conquistaron y dispersaron a Israel en el 722 a.C. Luego los babilonios derrotaron a
Judá en el 586 a.C., destruyendo el templo y llevándolos cautivos. Después no hubo
ningún rey davídico en el trono. Sólo quedaba un tenue atisbo de esperanza: al menos
el legítimo rey davídico, Joaquín, seguía vivo. Pero estaba en Babilonia, ya no
gobernaba (2 Re. 25:27-30).
Finalmente, algunos de los cautivos de Judea regresaron del exilio para volver a
habitar la tierra prometida, pero no surgió ningún reinado davídico. En su lugar, los
descendientes de Judá fueron gobernados por potencias extranjeras y un sumo
sacerdote local. La independencia se recuperó brevemente tras el éxito de la revuelta
macabea (164 a.C.), pero nunca arraigó una dinastía davídica.

Las promesas de Dios renovadas

Sin embargo, las promesas de Dios no fallan. Él dice: «así es también la palabra que
sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con
mis propósitos» (Isa. 55:11 NVI). En estas oscuras épocas de dispersión y exilio,
Dios envió a múltiples profetas para anunciar que las anteriores promesas davídicas
no eran falsas profecías. En su lugar, hablando en nombre de Dios, los profetas
redoblaron la confianza infinita de Dios.
En medio de circunstancias sombrías, Dios anunció que sus promesas a David de
un trono eterno para su familia se cumplirían en el futuro:

Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía


reposará sobre sus hombros y se le darán estos nombres: Consejero,
Admirable, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Se extenderán
su soberanía y su paz y no tendrán fin. Gobernará sobre el trono de
David y sobre su reino, para establecerlo y sostenerlo con justicia y
rectitud desde ahora y para siempre. Esto lo llevará a cabo el celo del
Señor de los Ejércitos. (Isa. 9:6-7, NVI)
«Vienen días», afirma el Señor, «en que de la simiente de David haré
surgir un Renuevo justo; él reinará con sabiduría en la tierra, y practicará
el derecho y la justicia. En esos días Judá será salvo, Israel morará
seguro. Y este es el nombre que se le dará: “El Señor es nuestra
justicia”». (Jer. 23:5-6, NVI; véase también 33:14-16)
Mi siervo David será su rey y todos tendrán un solo pastor. Caminarán
según mis leyes, cumplirán mis estatutos y los pondrán en práctica.
Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, donde vivieron sus
antepasados. Ellos, sus hijos y sus nietos vivirán allí para siempre y mi
siervo David será su príncipe eterno. (Ez. 37:24- 25, NVI)

Mediante estas profecías, Dios no sólo afirmó que cumpliría su promesa a David,
sino algo más. Habría un rey futuro. Oh, ¡pero qué rey!

El incomparable rey venidero

Los profetas de Dios anunciaron que el reinado del mesías sería maravilloso: traería
justicia, paz, seguridad, prosperidad y bendiciones. En pocas palabras, el reinado y
el gobierno del mesías serían incomparables. De hecho, el reinado del mesías tendría
un significado universal, alcanzando también a los de fuera: las naciones gentiles. El
mesías sería un rey judío de una estatura internacional tan grande que su gobierno
beneficiaría en última instancia a las naciones.

Diversas esperanzas mesiánicas

Al despuntar el siglo I d.C., la expectativa de un futuro rey era palpable pero incierta.
Por ejemplo, los que vivían en Qumrán, cerca del Mar Muerto, anticipaban dos
mesías. La comunidad debía regirse por una regla estricta y hacerlo hasta la llegada
de «los mesías de Aarón e Israel».1 En otras palabras, esperaban la aparición tanto
de un mesías sacerdotal como de uno real.
Aunque conservaban la esperanza mesiánica, otros grupos la reformularon
circunstancialmente. Los celosos de una revolución militar contra los romanos
impulsaron posibles mesías reales. Sabemos de ellos por el historiador judío Josefo,
que escribió poco después de la época de Jesús. Entre ellos figuran hombres como
Judas el Galileo, Simón (un siervo de Herodes), Antroges, Menahem y Simón bar
Giora.2 No eran de descendencia davídica, por lo que no encajaban del todo en lo
que Dios había prometido. Pero como eran líderes poderosos a mano, ciertos
revolucionarios estaban dispuestos a insistir en sus pretensiones mesiánicas.
Pero Dios había hecho promesas específicas que limitaban la inestabilidad, por
lo que para la mayoría de los judíos la principal esperanza mesiánica seguía siendo
real y davídica. Por eso los Evangelios del Nuevo Testamento anuncian que Jesús
nace en la simiente de David. Así se cumple la profecía. Pero al nacer, Jesús no
cumplió la esperanza mesiánica inmediatamente.
Jesús anunció la buena nueva como un proceso en desarrollo: El gobierno
celestial de Dios empezaba a incidir en la tierra de una forma inesperada. Era como
una semilla que crecería de forma inesperada (Mt. 13:1-43; Mc. 4:1-34). Como
veremos, el reinado salvador de Jesús incluye la cruz, la resurrección y mucho más.

1
1QS 9:11 en The Dead Sea Scrolls: A New Translation, trad. Michael Wise, Martin Abegg Jr. y
Edward Cook, ed. rev. (San Francisco: HarperSanFrancisco: 2005), 131.
2
Véase Josefo, War 2.433-34; 2.56; 2.652-53; 4.507-13; 7.29-31; y Antiquities 17.271-85; 20.97-
98.
Pero este es el punto que quiero dejar claro: La salvación última de Dios no viene
simplemente a través de Jesús, sino a través de Jesús en su capacidad específica
como el rey entronizado a la diestra de Dios. Desde esa posición gobierna la obra de
la nueva creación de Dios. Los beneficios salvíficos de Jesús sólo están disponibles
porque él es, ante todo, el Rey.

El Rey se proclama a sí mismo

Mientras Juan el Bautista aún predicaba, Jesús de Nazaret comenzó su ministerio


público «proclamando el evangelio de Dios» (Mc. 1:14). ¡No lo pase por alto! Jesús
mismo fue heraldo del evangelio antes de su muerte.
Cualquier explicación válida del contenido y los propósitos del evangelio debe
ser capaz de explicar cómo y por qué Jesús anunció el evangelio antes de su muerte
por los pecados. Es decir, aunque el evangelio de Jesús incluyera en última instancia
la cruz y el perdón en previsión de esos acontecimientos, no puede haberse referido
exclusivamente a ellos. Jesús estaba llamando a los oyentes al arrepentimiento y a
un compromiso de fe como respuesta en tiempo presente al evangelio unos tres años
antes de su muerte.
La proclamación del evangelio de Jesús no consistía principalmente en confiar
en su muerte para obtener el perdón personal de los pecados. ¿Qué evangelio
proclamó Jesús? «Se ha cumplido el tiempo —decía— . El reino de Dios está cerca»
(Marcos 1:15, NVI). El marco básico del evangelio es «el reino de Dios».
Independientemente de cómo encajen la cruz y la resurrección en el evangelio —y
de hecho forman parte integral de él—, debemos contextualizarlas dentro de la
proclamación de buenas nuevas que pertenece a los propósitos más amplios del reino
de Dios.
Más concretamente, el contenido del evangelio de Jesús pertenece al
cumplimiento de los tiempos y a la cercanía del reino de Dios. ¿Cómo podemos
desentrañar el significado exacto de Jesús? Dejando que la Escritura interprete a la
Escritura, podemos buscar pistas en otros lugares. Un pasaje ideal para ayudarnos a
entender las palabras de Jesús incluirá (1) lenguaje evangélico, (2) Jesús hablando
sobre el cumplimiento del tiempo, (3) Jesús explicando la cercanía del reino de Dios
y (4) Jesús interpretando su propio ministerio con respecto al de Juan el Bautista.
Consideremos Lucas 7:17-28. El ministerio de Jesús estaba atrayendo la atención
y la oposición. Mientras tanto, Juan el Bautista había sido encarcelado por decirle a
Herodes que era ilegal divorciarse de su mujer para huir con la mujer de su
hermanastro Felipe. El intercambio de esposas de Herodes fue tan notorio que no
sólo se describe en la Biblia (Lc. 3:19-20), sino que Josefo lo relata con mayor
detalle.3
Mientras Juan estaba en prisión por enfrentarse a Herodes, envió a dos de sus
discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a
otro?» (Lc. 7:20, NVI). Esta pregunta sobre el que ha de venir es una forma oblicua
de preguntar si Jesús es de hecho el mesías real (véase Lc. 19:38). Juan ya había
identificado a Jesús como el mesías venidero (Lc. 3:15-17), pero dadas las
desalentadoras circunstancias, Juan había empezado a dudar.
Lucas describe la ingeniosa forma en que Jesús trató de calmar el temor de Juan:

En ese mismo momento Jesús sanó a muchos que tenían enfermedades,


dolencias y espíritus malignos, además dio la vista a muchos ciegos.
Entonces respondió a los enviados: —Vayan y cuéntenle a Juan lo que
han visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen alguna
enfermedad en su piel son sanados, los sordos oyen, los muertos
resucitan y a los pobres se les anuncia el evangelio. Dichoso el que no
tropieza por causa mía. (Lc. 7:21-23, NVI, ligeramente modificado)

El ministerio activo de Jesús sienta las bases de su respuesta a Juan. Jesús indica
que la sustancia de su ministerio demuestra que él es realmente el «que viene» tan
esperado, el rey real. Jesús declara que sus propias obras son una proclamación del
evangelio (véase también Lc. 4:16-21).
En resumen, Jesús anuncia que él es el rey que viene. Sin embargo, su respuesta
a Juan es indirecta. Jesús quiere que Juan sepa que, en efecto, él es el rey emergente
—y que las señales de su reinado están floreciendo por todas partes para los que
tienen ojos para ver—, pero prefiere decirlo indirectamente en ese momento, dada

3
Josefo, Antiquities 18.109-119.
la tensa dinámica política entre Juan y el «rey» Herodes. (Heredes era en realidad
sólo un tetrarca, pero ansiaba el título de «rey»). Si Jesús le hubiese dicho: «Yo soy
el mesías que viene» en este contexto, sería una afrenta a las pretensiones reales de
Herodes (véase Mt. 11:8-15; Lc. 16:16-18). Podría tener como consecuencia la
ejecución prematura de Jesús.
En un fascinante descubrimiento arqueológico encontramos pruebas de que
algunos esperaban que Dios cumpliera en tiempos del mesías exactamente lo que
Jesús dijo a Juan que estaba haciendo. Los Rollos del Mar Muerto, escritos justo
antes de la época de Jesús por un grupo que vivía a unas 20 millas de Jerusalén,
expresan esta esperanza:

Porque los cielos y la tierra escucharán a su Mesías... el fruto de las


buenas obras no se demorará para nadie y el Señor hará cosas gloriosas
que no se han hecho, tal como dijo. Porque sanará a los heridos,
resucitará a los muertos, enviará buenas nuevas [evangelio] a los
afligidos, saciará a los pobres, guiará a los desarraigados, a los
hambrientos dará riqueza.4

Observe las asombrosas similitudes entre la esperanza de esta comunidad en un


mesías largamente esperado y la descripción que Jesús hace de su propio ministerio:
sanidades, resurrección de muertos, evangelio proclamado a los afligidos, saciedad
para los pobres y los hambrientos. Se vislumbra una transición de la era actual a una
nueva época en la que la bondad del reinado de Dios es inmediata y transparente a
través del gobierno del mesías. Los Rollos del Mar Muerto ayudan a confirmar lo
que ya hemos visto en la Biblia: el evangelio de Jesús era una autoproclamación de
que él era el mesías venidero, el rey.
En resumen, lo que significaba para Jesús predicar el evangelio era anunciar que
él —no Herodes ni ninguno de su tipo— era el rey ungido de Dios y llevaría a cabo
el evangelio anunciado en Isaías del sobre el reinado de Dios, es decir, el gobierno
soberano de Dios en el cielo y en la tierra. Jesús era el mesías elegido y alcanzaría
la entronización plena a pesar de los «reyes» altaneros como Herodes que pretenden
gobernar en nombre de Dios.

4
4Q521 Frags 2 + 4 Col. 2 en The Dead Sea Scrolls, 531.
El rey salvador

Como Rey ungido en espera, Jesús ya estaba emprendiendo acciones reales en favor
de los pobres, los quebrantados y los encarcelados en previsión de que alcanzaría
oficialmente el cetro. Un día ocuparía plenamente el trono, gobernando
completamente en nombre de Dios, revirtiendo todo mal. En otras palabras, anunció
y mostró que el nuevo imperio de Dios estaba llegando a través de su propia
presencia real.
Ahora empezamos a descubrir por qué el gobierno de Jesús es realmente la buena
noticia que necesita la humanidad. Como parte de nuestra humanidad común, todos
estamos afligidos por una perjudicial tendencia a ignorar el sabio gobierno de Dios
y a gobernarnos a nosotros mismos. He aquí la condición humana básica en pocas
palabras: Buscaré lo que deseo y lo seguiré sin importar lo que Dios diga acerca de
lo que es bueno para mí y para los demás.
Dado que estamos atrapados en un autogobierno perjudicial, el rescate de Dios
no implica simplemente el perdón por nuestros errores pasados. Como señala N. T.
Wright, «la buena noticia crea una nueva situación y exige nuevas decisiones».5
Significa la liberación a una situación fundamentalmente diferente. La salvación
incluye una nueva situación, la restauración del gobierno propio de Dios sobre los
humanos.
Jesús salvaba al crear una vía a través de la cual el reinado de Dios basado en el
cielo podía ser experimentado por los humanos en su plenitud una vez más. La
restauración del reinado de Dios sobre la humanidad no es algo extra más allá de la
salvación de nuestros pecados. El reinado de Jesús —en todo lo que implica— es la
forma en que los humanos son salvos de sus pecados.
El mensaje evangélico de Jesús era una proclamación de su posición real. Era
fundamental para su misión. De hecho, al lanzar su ministerio público, Jesús lo
identifica como el porqué fundamental, la razón más básica por la que el Padre le
envió. Después de sanar a los enfermos y liberar a las personas de los espíritus

5
N. T. Wright, Simply Good News: Why the Gospel Is News and What Makes It Good (Nueva
York: HarperOne, 2011), 13.
malignos en Capernaúm, la gente trató de impedir que se marchara. Pero Jesús,
después de orar en un lugar solitario, les dijo: «Tengo que anunciar el evangelio del
reino de Dios también a las demás ciudades, porque para eso he sido enviado» «Lc.
4:43).
¿Por qué el evangelio? La propia respuesta de Jesús a esa pregunta es que fue
enviado a proclamar la buena nueva de su posición como rey.

El rey emergente

Jesús y los apóstoles predicaron el mismo evangelio, pero desde distintos horizontes
de la historia. En los Evangelios, el mensaje evangélico de Jesús es que el reino de
Dios se ha acercado, porque Jesús anuncia que está en proceso de convertirse
plenamente en el Mesías. Como veremos, en Hechos y en el resto del Nuevo
Testamento, el evangelio es que Jesús es el Mesías (o el Cristo) porque una vez que
ascendió a la diestra del Padre, el proceso de Jesús de convertirse en el Mesías estaba
entonces completo. Jesús se había convertido entonces en el Cristo en el sentido más
completo.
Podemos describir así todo el proceso por el que Jesús se convirtió en el Mesías:
como Hijo eterno fue elegido por Dios antes de la fundación del mundo como futuro
rey (Ef. 1:4-5). Para ello tomó carne humana. Pero en términos de historia, el proceso
de convertirse en el mesías comenzó formalmente cuando Jesús fue ungido
(«bautizado») en su bautismo, convirtiéndole en «el Cristo». En ese momento era el
mesías-en-espera porque aún no gobernaba oficialmente desde un trono. Como rey-
en-espera ya ejercía la autoridad real —como lo demuestran sus poderosas
hazañas— aunque de forma preliminar. Sin embargo, no había sido instalado en su
cargo oficial como Mesías. Era necesario que experimentara primero la muerte y la
resurrección, ganando la victoria sobre el pecado y la muerte en nuestro nombre.
Luego ascendió a la diestra de Dios, donde se le concedió un trono eterno en
cumplimiento de las promesas de Dios.6

6
Para este párrafo me baso especialmente en mi anterior articulación en Matthew W. Bates, Gospel
Allegiance: What Faith in Jesus Misses for Salvation in Christ (Grand Rapids: Brazos, 2019), 42-
43.
Cuando Jesús se sentó a la diestra del Padre, empezó a ejercer toda la autoridad
de Dios como rey plenamente divino y plenamente humano. Entonces fue el Mesías
completa y oficialmente.

¿Y qué hay de la cruz y la resurrección?

Quizá esté de acuerdo con la necesidad de enfatizar el gobierno de Jesús como una
afirmación clave del evangelio. Pero aún no está convencido de que sea el propósito
principal del evangelio. Jesús como Rey, puede estar pensando, está muy bien. Pero
seguramente la cruz tiene una mayor pretensión de primacía como evangelio puro.
La resurrección también.
¿Está seguro? ¿Puede demostrar con la Biblia que la cruz y la resurrección son
más fundamentales para el evangelio que Jesús como el Rey? Le desafío. Adelante.
Reúna pruebas de que la cruz y la resurrección son más esenciales para el evangelio
que su gobierno.
Esperaré aquí....
¿Terminó?
Veamos qué se le ocurrió.
Quizá sopesó las contundentes palabras de Pablo: «Pues Cristo no me envió a
bautizar, sino a predicar las buenas noticias y eso sin discursos de sabiduría humana,
para que la cruz de Cristo no perdiera su eficacia. Me explico: El mensaje de la cruz
es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir,
para nosotros, este mensaje es el poder de Dios» (1 Cor. 1:17-18 NVI). Este es un
recordatorio conmovedor de que la cruz forma parte ineludiblemente del evangelio.
De hecho, lo es. Amén.
Pero, ¿se ha dado cuenta? ¿O ha caído en el hábito de referirse a Cristo como un
nombre y no como un título real? En primer lugar, Pablo dice que Cristo le envió a
predicar el evangelio. En segundo lugar, el evangelio sí tiene implícita la cruz, pero
Pablo no la describe simplemente como la cruz, ni como la cruz de Jesús. En cambio,
es la cruz del Cristo. En otras palabras, en este pasaje Pablo presupone que Jesús se
ha convertido en el Cristo hasta tal punto que es el Rey entronizado quien envía a
sus siervos a predicar el evangelio en primer lugar, y una vez que son enviados, el
mensaje de la cruz se describe además como del Cristo. Las palabras de Pablo sobre
el evangelio y la cruz se ven a la vez fundamentadas y matizadas por el reinado de
Jesús.
En otras palabras, es cierto que siempre y en todas partes debemos «predicar al
Cristo crucificado» (1 Cor. 1:22), pero no debemos olvidar que el Cristo, el Rey —
no la cruz—, tiene la primacía en cuanto a lo que se predica. Mientras tanto, el
crucificado califica el tipo de rey que se tiene en mente. El reinado es el andamiaje
dentro del cual la obra de la cruz se contextualiza como evangelio en el Nuevo
Testamento.
Quizá haya reflexionado sobre 1 Corintios 15 al pensar en los pasajes que dan
prioridad a la muerte y la resurrección, ya que contiene la descripción más explícita
del evangelio en la Biblia. Dice que el evangelio que Pablo recibió y transmitió es
«que el Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras, que fue
sepultado, que ha resucitado al tercer día, y que se apareció a Cefas y luego a los
doce» (1 Cor. 15:3-5). Ahí está de nuevo: «el Cristo».
Aquí Pablo señala que el alcance del reinado de Jesús es el marco esencial del
evangelio incluso antes de hablar de lo que ocurrió en la cruz o de la resurrección.
Pablo no dice que Jesús de Nazaret murió por nuestros pecados. Dice que el Cristo
murió. No dice que Jesús resucitó. Dice que el Mesías resucitó. En la exposición más
directa que hace Pablo del evangelio, nos señala el oficio mesiánico alcanzado por
Jesús —su reinado— como el marco adecuado para entender la cruz y la
resurrección.
El hecho de que Jesús se convirtió en el Cristo es esencial para el evangelio. Pero
nuestro instinto de dar prioridad a la muerte y resurrección de Jesús como
especialmente fundamentales para el evangelio también es acertado. Pablo identifica
cuatro acontecimientos en su descripción del evangelio en 1 Corintios 15:3-5: la
muerte, la sepultura, la resurrección y las apariciones a los testigos. En otros lugares,
Pablo identifica también otros acontecimientos como parte del evangelio. Pero la
disposición de Pablo demuestra que creía que la muerte y la resurrección tenían un
gran peso teológico.
Sólo la muerte y la resurrección de Cristo son «según las Escrituras», es decir,
anticipadas en el Antiguo Testamento. Además, la muerte de Cristo por los pecados
se comprueba mediante la sepultura y la resurrección por las apariciones, y no al
revés. La cruz y la resurrección son, en efecto, esenciales para el evangelio. Pero no
podemos pasar por alto su gobierno. El hecho de que Jesús se haya convertido en el
Cristo se presupone como el marco evangélico dentro del cual la obra de la cruz y la
resurrección tienen sentido.
Un pasaje complementario hace explícito que la muerte y la resurrección no eran
el final del juego, sino que en última instancia estaban destinadas a algo aún mayor:
la conquista de Jesús de la máxima autoridad. Pablo declara: «para esto mismo murió
Cristo y volvió a vivir, para ser Señor tanto de los que han muerto como de los que
aún viven» (Rom. 14:9-12, NVI). Aquí el propósito de la cruz y la resurrección es la
conquista de Jesús como soberano sobre los muertos y los vivos.
Este pasaje es especialmente útil, porque sitúa la muerte por los pecados y la
resurrección de entre los muertos dentro del relato más amplio de las Escrituras: la
muerte y la resurrección de Jesús no fueron fines en sí mismas, sino que condujeron
al gobierno soberano de Jesús. Una vez que Jesús alcanzó el gobierno soberano a
través de la cruz y la resurrección, entonces los beneficios de la cruz y la resurrección
pudieron ser otorgados sobre la base de su autoridad real y sumo sacerdotal.

Por qué el reinado debe venir primero

En el evangelio no se nos otorga algo previo, como el perdón o la regeneración, para


que posteriormente podamos someternos al gobierno de Jesús. El Rey mismo es lo
primero. Hace varios años, en una serie de artículos publicados en 9Marks y
Christianity Today, respectivamente, un pastor mantuvo un debate de ida y vuelta
con Scott McKnight y conmigo sobre el evangelio. Este pastor (o su editor) dio a
uno de sus artículos el descarado título de «“Jesús es Rey” no es una buena noticia».
Para ser sinceros, a Scott y a mí nos pareció impactante ese título. A muchos otros
también. Dado que la Biblia resume constantemente las buenas nuevas afirmando
que Jesús es el Cristo —lo que significa el Rey—, hubo una considerable reacción
en los medios sociales. Rápidamente, el pastor (o su editor) cambió el título. Fue
prudente, pues sería difícil formular un título que despreciara de manera más
descarada la forma preferida por las Escrituras para hablar del evangelio. La
conquista del reinado de Jesús es la esencia misma de las buenas nuevas de la Biblia.
Primero recibimos la gracia de Cristo como la realidad fundamental del evangelio
(véase He. 5:42; 9:22; 17:2-3; cf. Gál. 1:6; He. 20:24). Sólo después de que su
gobierno haya sido establecido por gracia podemos responder a la plenitud del
evangelio, de modo que participemos de los beneficios salvíficos que el Rey otorga.7
Otros pasajes nos ayudan a comprender por qué el reinado es el propósito más
básico del evangelio, aunque la cruz, la resurrección y otros acontecimientos sean
igualmente esenciales para su plenitud. Cuando atendemos a las Escrituras con
atención, descubrimos que la cruz y la resurrección se propusieron con un fin aún
más grande: damos un rey, para que se puedan experimentar los beneficios de la
cruz y la resurrección que acompañan a su reino. Como dice Pedro, «Dios lo exaltó
[a Jesús] a su diestra como Príncipe y Salvador para que trajera a Israel al
arrepentimiento y perdonara sus pecados» (He. 5:31). Fíjese en el patrón: primero el
reinado a la diestra, luego el arrepentimiento y el perdón.
En otras palabras, no podemos fingir que la cruz y la resurrección funcionan de
forma aislada. Su poder depende de que Jesús alcance la plena soberanía. No hay
perdón para la salvación definitiva sin que antes se establezca y se haga realidad la
realeza de Jesús. Era necesario que Jesús fuera exaltado a la diestra de Dios, su
posición como cabeza de la nueva creación —Rey de reyes y Sumo Sacerdote—
para que el perdón de la salvación final pudiera emanar.
Esta es también la razón por la que cuando en otro lugar Pedro predica sobre la
muerte y resurrección de Jesús, su sermón alcanza el clímax no ahí, sino con lo que
sucedió después: la conquista de Jesús de la máxima posición de autoridad real: «Por
tanto, que todo Israel esté bien seguro de que este Jesús, a quien ustedes crucificaron,
Dios lo ha hecho Señor y Cristo» (He. 2:36). Una vez más, no es únicamente sobre
la base de la cruz y la resurrección como se ofrece el perdón. Más bien, Jesús primero
tuvo que recibir el trono a la diestra de Dios. Una vez que tiene el poder soberano
como Rey crucificado y resucitado, entonces tiene la autoridad para ofrecer

7
Para un resumen y enlaces a la discusión anterior, véase Matthew W. Bates, «Why T4G/TGC
Leaders Must Fix Their Gospel», Christianity Today Blog Forum, 29 de abril de 2020,
https://www.christianitytoday.com/scot-mclmight/2020/april/why-t4gtgc-leaders-must-fix-their-
gospel.html.
clemencia. Por eso Pedro declara: «Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en
el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados» (He. 2:38).

Responder al reinado de Jesús

Nos salvamos cuando respondemos al evangelio de Jesús el Rey. Para entender lo


que eso implica, debemos apreciar la gracia y la fe. El término «gracia» (charis) se
presenta con frecuencia en formas que suenan bíblicas pero que son inadecuadas.
Los mejores estudios sobre la charis en el Nuevo Testamento y su mundo muestran
que el concepto de gracia es polifacético, ya que dentro de un sistema patrón-cliente
los dones varían en tamaño, propósito, momento, grado de merecimiento, efectos
previstos y beneficios finales.8
Sin embargo, al hablar de la salvación final, podemos resumir diciendo que el
propio evangelio es la gracia principal de Dios (He. 20:24; Gál. 1:6). Dios concedió
la gracia salvadora, la buena nueva del don del Mesías, a toda la humanidad hace
unos dos mil años a pesar de que los humanos no habían hecho nada para merecerla
(Ef. 2:1-10). Mientras tanto, la gracia salvadora no nos deja indefensos. Nos cambia
para que nos parezcamos cada vez más a nuestro Rey (Rom. 5:17; 2 Cor. 12:9). La
gracia salvadora es eficaz para producir la transformación final a medida que el
Espíritu suministra los beneficios del Evangelio a quienes expresan «fe» para que
estén «en» Jesús el Rey (Ef. 1:3-14). A través de estos procesos iniciados por Dios,
el don del evangelio sigue siendo hoy la gracia salvadora de Dios.
Dado que el evangelio hace hincapié en el don de la gracia de Dios de Jesús como
Rey, cada persona debe responder con un compromiso de «fe» o «lealtad» (pistis) a
Jesús como Rey o Señor para que el evangelio sea eficaz para la salvación personal
(Rom. 10:9-10; 2 Tes. 1:4-8). En el Nuevo Testamento, aunque pistis tiene una
dimensión mental y volitiva, es principalmente un término relacional que se dirige
hacia el exterior.9 Como dice Nijay Gupta, «La fe obediente es relacionalmente

8
John Barclay, Teología de la Gracia: el don en el pensamiento paulino (Salem: Publicaciones
Kerigma, 2022); y David DeSilva, Patronage, Honor, Kinship, and Purity: Unlocking New
Testament Culture (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2000), 95-120.
9
Teresa Morgan, Roman Faith and Christian Faith: Pistis and Fides in the Early Roman Empire
and Early Churches (Oxford: Oxford University Press, 2015), 14, 23, 503; para estudios recientes,
activa: la fidelidad se entiende en este debate como una forma activa de lealtad y
obediencia».10 Es decir, la «fe» es algo que usted demuestra hacia otro a través de
sus acciones corporales que expresan confianza, fidelidad, obediencia, filiación y
lealtad. Como Santiago afirma tan memorablemente en su carta: «así como el cuerpo
sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (2:26). La fe
salvadora incluye obras de lealtad como parte de su expresión encarnada.
Una persona se salva no simplemente por confiar en Jesús como Salvador, sino
por prometer «fe» (lealtad) al Cristo-Rey. Normalmente, la forma de confesar la fe
a Jesús como Rey es a través del arrepentimiento de las lealtades pecaminosas
previas y a través del bautismo.
El bautismo en Jesús como el Cristo reconoce que el Padre envió al Hijo a tomar
carne humana y que murió por los pecados, resucitó, fue entronizado a la diestra
como Rey eterno, envió al Espíritu Santo y volverá para reinar. De este modo, el
bautismo en el nombre de Jesús como el Cristo resume y salvaguarda el evangelio
del Rey Jesús de forma muy similar al bautismo en el nombre del Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. No es de extrañar que el Nuevo Testamento haga hincapié en ambos
(e.g., He. 2:38; 8:16; Mt. 28:19).
El evangelio revela los dos mayores misterios cristianos: el Rey encarnado y la
Trinidad. Nuestro bautismo es una respuesta leal al Rey Jesús, el Hijo que está en el
corazón de estos misterios como aquél que revela y como el revelado. La salvación
personal sólo llega mediante un compromiso, por imperfecto que sea, de rendir
lealtad al Rey Jesús.
No repitamos los errores pasados de la iglesia pretendiendo que el evangelio trata
primero de otra cosa —como aceptar a Jesús como Salvador para obtener el
perdón— y luego responder a su señorío o gobierno en segundo lugar. Si una persona
no ha prometido su fe a Jesús como Rey o Señor, entonces todavía no ha respondido
al evangelio en su plenitud para recibir el perdón y la liberación. No lo olvide nunca:
el evangelio se trata del rey en primer lugar.
¿Por qué el Evangelio?

véase Matthew W. Bates, «The External-Relational Shift in Faith (Pistis) in New Testament
Research: Romans 1 as a Gospel-Allegiance Test Case», Currents in Biblical Research 18 (2020):
176-202.
10
Nijay Gupta, Paul and the Language of Faith (Grand Rapids: Eerdmans, 2020), 13.
Porque necesitamos un rey.
______________________________

Tras dejar Canadá, de vuelta en mi ciudad natal de California, mi mujer y yo nos


establecimos en la rutina. El trabajo forestal era honrado, pero en mi inmadurez me
avergonzaba volver a mi trabajo del instituto. Me sentí llamado a enseñar las
Escrituras. De alguna manera me las arreglé para terminar mi máster en el Regent
College a distancia (esto fue a principios de la década de 2000, antes de que la
educación en línea fuera una opción viable). Sin embargo, la perspectiva de una
carrera docente profesional era tenue.
Un amigo que era un programador de videojuegos de primera categoría me dio
la oportunidad de aprender el oficio con él. Tenía conocimientos intermedios de
programación, pero tardaría meses, quizá un año, en alcanzar la velocidad suficiente.
Esta es la cuestión: aunque no hay nada inherentemente malo en los videojuegos, al
menos en muchos de ellos, sabía que esto no se alineaba con los sueños
inquebrantables que Dios había puesto en mi corazón. Además, ni siquiera se me
dan bien los videojuegos. Pero acepté la oferta de mi amigo.
No confié, ignoré el llamado de Dios y tomé las riendas de mi futuro profesional.
El Rey me había dado una vocación y unas tareas específicas. Pero temía no tener
perspectivas profesionales «reales». Así que me cubrí las espaldas. Era mi intento
de mitigar la vergüenza social y entrar en una carrera respetable en caso de que mi
verdadera vocación no resultara.
Fracasó estrepitosamente. Pasé medio año aprendiendo, pero nunca llegué a
ninguna parte. Intenté abrir a la fuerza otra ventana arrastrándome de nuevo a mi
carrera de ingeniería eléctrica, aunque odiaba el trabajo y los desplazamientos de
una hora. Me drenaba hasta la última gota de alegría. Si hubiera confiado, el trabajo
forestal habría cubierto nuestras necesidades y dejado mucho tiempo libre. El año y
medio que pasé rebotando entre la programación y la ingeniería en lugar de trabajar
en la silvicultura podría haberlo utilizado para enseñar las Escrituras en la localidad
y formarme para el futuro ministerio. Un enorme despilfarro.
Al ejercer mi propia soberanía, no es que hubiera dejado de ser un cristiano
comprometido. Tampoco había dejado de confiar en el poder salvador de Jesús.
Simplemente aún no había aprendido el propósito principal del evangelio en teoría
y mucho menos en la práctica. Al final, sí surgió algo redentor a través de él. Aprendí
una verdad clave del evangelio, aunque al revés: soy un horrible rey de mi propia
vida.
Era el comienzo que necesitaba. Con el tiempo me impulsaría hacia la sanidad,
un proceso que aún se está desarrollando. Tengo mucho más que decir sobre el
propósito del evangelio. Pero descubrí por las malas que debemos empezar por lo
esencial: la buena noticia es que Dios nos ha proporcionado un rey.
El evangelio se trata de un rey ante todo. Pensamos que la razón principal por la
que Dios nos ha dado el evangelio es para ayudarnos porque estamos atrapados en
el pecado. O que el evangelio se da porque necesitamos el perdón. Estamos atrapados
en el pecado, y sí necesitamos el perdón, pero estos propósitos secundarios sólo
pueden fluir del principal. Por lo que respecta a las Escrituras, la esencia del
evangelio es el don de un rey. No nos atrevamos a olvidarlo nunca, porque cuando
empezamos a experimentar la realeza de Jesús, es una noticia mejor de lo que jamás
hubiéramos podido imaginar.

PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

1. Describa un momento en el que se haya querido autogobernar sin prestar


atención a la soberanía de Dios sobre su vida.
2. Con respecto a lo que recibe en primer lugar a través del evangelio, ¿en qué
se ha hecho hincapié en sus experiencias pasadas con las tradiciones de la
iglesia o la evangelización?
3. ¿Por qué es imperativo reconocer que las Escrituras enfatizan que el evangelio
es en primer lugar sobre el rey?
4. ¿Cómo cambia el significado de la canción «Sólo en Cristo se encuentra mi
esperanza» si se permite que «Cristo» signifique algo más que simplemente
«Jesús»?
5. El libro sugiere cuatro maneras de ayudar a recordarnos a nosotros mismos y
a los demás que Jesucristo no es un nombre. ¿Cuál le parece más útil? ¿Se le
ocurren otras formas?
6. ¿Por qué es vital saber que el Cristo se anuncia en el Antiguo Testamento?
¿Debería afectar esto a la forma en que presentamos el evangelio hoy?
7. ¿Puede describir el proceso por el que Jesús se convirtió plenamente en el
Cristo?
8. ¿Por qué es importante reconocer que el hecho de que Jesús se convirtiera en
el Cristo no fue instantáneo, sino que fue un proceso histórico? ¿Cómo cambia
esto lo que significa para usted responder a Jesús?
9. ¿Qué evangelio proclamó Jesús? ¿Cómo se compara con su interpretación
anterior del contenido del evangelio?
10.¿Cómo debemos responder a la afirmación de que la cruz y la resurrección
son más importantes para el evangelio que el reinado de Jesús? ¿Por qué?
11.¿Cómo interactúan la gracia y la fe con el evangelio de la realeza de Jesús?
12.¿Cuál es la respuesta salvífica ante el evangelio? ¿Cómo se relaciona el
evangelio con el bautismo?
2
FAMOSO EN ALGÚN LUGAR
«Cuando todo el mundo me quiera, entonces nunca me sentiré solo». Adam Duritz
y Marty Jones estaban borrachos en un bar. Observaron a un conocido baterista al
otro lado de la sala. Había conseguido cautivar con sus encantos a tres preciosas
mujeres en una conversación. O más probablemente, eso pensaban, por su fama.
Duritz y Jones eran músicos desconocidos. Soñaban que un día ellos también
serían famosos. Entonces todo sería fácil: confianza en sí mismos, música, chicas,
dinero. Duritz volvió a casa del bar y escribió una canción que incluye la frase de
arriba y otras declaraciones que expresan un anhelo de fama: «Cuando miro la
televisión, quiero que me miren fijamente». La canción expresa una convicción
profundamente arraigada de que la fama conducirá a la felicidad.

Irónicamente, esta canción, «Mr. Jones», sería el gran éxito radiofónico que
catapultaría al grupo de Duritz, Counting Crows, al frente de la escena musical indie
de los años noventa.11 Consiguió lo que quería. ¿O no?
________________________

El brillo de la fama. Es seductor. Aunque no queramos ser Lady Gaga, Leonardo


DiCaprio o Steph Curry —la celebridad puede resultar una molestia—, anhelamos
ser significativos, ser reconocidos, que otros nos conozcan. Para la mayoría de
nosotros, si somos sinceros, cuando publicamos en Twitter, Facebook e Instagram,
más allá de todo lo demás nos guía el mantra: ¡Mírenme! Parece estar programado
en nuestro ADN. Queremos desesperadamente ser importantes.
Buenas noticias. Es un deseo dado por Dios. Es más, Dios ha hecho algo para que
así sea. ¿Sabía que un propósito principal y constante del evangelio en las Escrituras
es hacerle famoso?

Letra de Adam Duritz, «Mr. Jones», del álbum de Counting Crows, August and Everything After,
11

Geffen Records, 1993.


Espere un segundo, dirá usted, ¿es este uno de esos evangelios de salud y riqueza?
No. En este libro encontrará mucho de «toma tu cruz y sígueme». Pero en serio, un
propósito clave del evangelio en la Biblia es hacerle famoso. A mí también.
Hablaré más sobre eso en un momento.
En primer lugar, necesitamos asegurar los cimientos cerrando falsos caminos. El
propósito más básico del evangelio es darnos un rey. Pero a menudo escuchará otras
versiones del evangelio que proponen propósitos erróneos. A continuación,
presentaré seis evangelios distorsionados que siguen siendo populares hoy en día.

Seis evangelios y propósitos distorsionados

La iglesia puede dar pasos hacia un futuro mejor protegiéndose de los errores
pasados y presentes. He aquí seis versiones del evangelio y los propósitos que las
acompañan que han sido populares entre los cristianos durante generaciones. Cada
una de ellas sigue prevaleciendo en la actualidad, incluso entre cristianos maduros y
en iglesias por lo demás sólidas.
Llamo a estos seis: «evangelios distorsionados» porque cada uno tiene elementos
de verdad, algunos más, otros menos. Pero si la Escritura es la norma, todos ellos
fracasan a la hora de identificar con precisión el verdadero contenido y propósito del
evangelio. Están distorsionados. Consideremos lo que está mal en cada uno de ellos.

El evangelio distorsionado: creer para ir al cielo

El evangelio de creer para ir al cielo describe las malas noticias de esta manera: Dios
sólo quiere que crea en Jesús como su Salvador personal, pero parece que la gente
no puede aceptar esta simple verdad, así que siempre añaden otros requisitos.
Los defensores de esta visión distorsionada del evangelio tienden a pensar de la
siguiente manera: usted sólo puede salvarse creyendo personalmente que Jesús
murió por sus pecados. Jesús es el Señor, pero eso no es relevante para su salvación.
Si usted piensa que necesita comprometerse a obedecer a Jesús de cualquier manera
para ser salvo, usted ha intercalado sus propias obras en el proceso. Ha
comprometido la gracia de Dios condicionándola. El evangelio es que Dios quiere
salvarlo puramente a través de creer el hecho singular más importante del universo:
Jesús murió por sus pecados.
El propósito de este evangelio distorsionado es conseguir que usted crea para que
pueda ir al cielo.

El evangelio distorsionado: libres de reglas

El evangelio libre de reglas sostiene que la mala noticia es la siguiente: la gente sigue
imponiéndome sus valores y normas a mí y a los demás. Estas personas afirman que
una persona verdaderamente buena —un verdadero cristiano— no bebería, no diría
palabrotas, no llevaría «esa» camiseta, no se haría piercings en el cuerpo ni vería
ciertas películas. La presión coercitiva de sus falsos valores es horrible para mí y
para el cristianismo.
Los que abrazan este evangelio distorsionado lo describen así: la buena noticia
es que Jesús nos muestra que los que imponen normas legalistas están equivocados.
Jesús anduvo con pecadores y fue duro con quienes juzgaban. Así que ningún
cristiano verdadero podría decirle a otro cómo comportarse. Los que imponen reglas
no sólo están equivocados, sino que además son hipócritas. Los que dicen a los
demás que no vean ciertas películas están haciendo en secreto cosas peores en la
oscuridad. Jesús vino a liberar a cada persona de las reglas, de los que las imponen
y de las tonterías religiosas legalistas. Jesús libera a cada individuo para que viva a
la luz de su propia conciencia ante Dios.
El propósito de este evangelio distorsionado es crear una sociedad tolerante
acabando con la tiranía de las reglas y el enjuiciamiento, para que todos podamos
disfrutar de una libertad personal sin inhibiciones.
El evangelio distorsionado: dejar de afanarse y descansar

La mala noticia dentro de este evangelio es que usted está constantemente intentando
ganarse el favor de Dios con sus obras. Sin embargo, usted sigue sintiéndose
incompetente.
Los partidarios de este evangelio sugieren que la buena noticia es que Dios quiere
liberarle del afán. Todo lo que necesita hacer es confiar en que no hay absolutamente
nada que pueda hacer para ganarse el favor de Dios, sino que Jesús lo ha ganado por
usted. Jesús actúa perfectamente en su favor. Una vez que usted confía en la gracia
que se encuentra en Jesús —confía de verdad— queda libre de su necesidad de
ganarse la aprobación de Dios —o de cualquier otra persona. Por fin puede descansar
seguro sabiendo que Dios le ama por lo que usted es en él, no por su rendimiento o
desempeño. En su nueva libertad, estará más enamorado de Jesús que nunca, así que
ahora querrá hacer buenas obras no para ganarse el favor sino como expresión de su
gratitud.
El propósito de este evangelio es que se dé cuenta de que si realmente confía en
Jesús, se le acepta por ello y no por sus logros, así que por fin podrá relajarse.

El evangelio distorsionado: la mejora de la sociedad

Dentro de este evangelio distorsionado, la mala noticia es que el mundo está lleno
de mezquindad, maldad y violencia. No puedo arreglar los problemas del mundo:
son demasiado grandes.
La buena noticia es que mis amigos y yo vamos casi siempre por el buen camino.
Al menos tenemos los ideales, la agenda y el activismo social correctos. Intentamos
arreglar estos problemas y ayudar a los demás. Por lo general. Es cierto que a veces
comprometemos nuestros propios valores y tomamos decisiones equivocadas. Pero
difícilmente puede evitarse; todo el sistema está corrupto.
Los devotos de este evangelio distorsionado de mejora de la sociedad buscan en
Jesús la renovación social: Jesús proyecta una visión de la sociedad perfecta: una
que ayudará a los pobres, acabará con la violencia y respetará la diversidad.
El propósito de este evangelio es conseguir que todo el mundo adopte los ideales
de Jesús de no juzgar, amar al pecador, aceptar al forastero, poner la otra mejilla,
para que juntos podamos crear una sociedad más justa, diversa y tolerante.

El evangelio distorsionado: reencuentro con Dios

El evangelio del reencuentro con Dios se centra en la búsqueda de la recuperación


de la intimidad con él. Los humanos estaban originalmente en presencia de Dios.
Pero Adán y Eva pecaron, así que la mala noticia es que estamos eternamente
separados de un Dios justo a causa de nuestros pecados.
El evangelio distorsionado del reencuentro con Dios hace hincapié en la
necesidad de reestablecer una relación correcta con Dios para que podamos volver a
entrar en su presencia: la buena noticia es que Jesús ha cargado con sus pecados por
usted, así que, si pone su fe en él y sólo en él, sus pecados pueden ser perdonados.
Ore la oración del pecador y tome la decisión de confiar en Jesús como su Salvador
personal. Ahora usted está bien con Dios, no porque usted sea justo, sino porque la
rectitud de Jesús ha sido acreditada a su cuenta. Ahora es libre para crecer en
santidad. Pero lo más importante es que podrá estar con Dios para siempre.
El propósito de este evangelio distorsionado es conseguir que usted confíe en la
rectitud de Jesús y no en la suya propia para que pueda disfrutar de la presencia de
Dios para siempre.

El evangelio distorsionado: participar en los Sacramentos

Según este evangelio, la mala noticia es que el pecado impide a la gente unirse a la
iglesia y a seguir su camino hacia el cielo.
Para los que proponen esta versión, el evangelio es que Dios ha proporcionado
un camino seguro hacia la salvación final si se participa en las prácticas salvíficas
que Jesús dio a su iglesia. Un hipersacramentalista podría expresar el evangelio de
la siguiente manera: Usted no puede hacer nada para ganarse la gracia de los
sacramentos, sino que Dios se los da gratuitamente como un don. Son efectivos
automáticamente cuando los lleva a cabo el personal eclesiástico que Dios ha
aprobado para realizarlos. Usted debe ser bautizado por una persona que emplee las
palabras y acciones correctas. Posteriormente debe ser confirmado, comulgar y
participar en los ayunos, fiestas y otras actividades eclesiásticas requeridas. Cuando
se equivoque debe confesar sus pecados a un sacerdote con la esperanza de que
puedan ser absueltos, reconciliándole con Dios. La buena noticia es que, si sigue
estos procedimientos sacramentales, Dios le promete que podrá ir al cielo.
El propósito de este evangelio distorsionado es conseguir que usted participe en
los sacramentos salvadores bajo la autoridad de personal aprobado, ya que a través
de ellos Dios promete guiarle al cielo.

¿Qué tienen de malo estos evangelios distorsionados?

Cada uno de los seis evangelios presentados anteriormente toca la verdad. Algunos
más, otros menos. Pero también hay problemas. Una tarea divertida e interesante
sería identificar lo que hay de bueno y de malo en cada uno de los presentados
anteriormente.12 También se podrían haber enumerado variedades aún más radicales,
tales como el evangelio de la salud y la riqueza o el evangelio de Jesús me afirma
pero nunca me corrige. Pero más allá de los errores específicos, ¿notó problemas
comunes en los seis?

El rey ausente

Ninguna de estas seis versiones populares pero distorsionadas del evangelio presenta
lo que las Escrituras muestran como su esencia misma: Jesús es el Cristo. Los
elementos de estos evangelios distorsionados pueden ser compatibles con el
verdadero evangelio del reinado de Jesús si se retocan y se vuelven a empaquetar.
Pero ninguno requiere que la autoridad real de Jesús como el Cristo, y su

12
Véase Matthew W. Bates, Gospel Allegiance (Grand Rapids: Brazos, 2019), para un intento de
articular la verdadera relación entre el evangelio, la fe, la gracia, las obras, la rectitud y la vida
eterna.
reconocimiento, sean necesarios como la primera etapa de la salvación. Ninguno
requiere de la aceptación de su reinado como una prioridad.
La gravedad de este error es enorme. Como nos recuerda el erudito bíblico Scot
McKnight, el verdadero evangelio es «el evangelio de Jesús el Rey».13 Pasar por alto
a Jesús como Rey es perderse el evangelio por completo.

El argumento ausente

La ausencia de Jesús como Rey es el primer y más peligroso error de los seis
evangelios distorsionados que hemos analizado anteriormente. Sin embargo, hay
otros problemas significativos.
En segundo lugar, el evangelio completo tiene forma de historia. Pero los seis
evangelios distorsionados presentados anteriormente no siguen esa historia con
exactitud o presentan lagunas, de modo que faltan elementos cruciales del evangelio.
Ninguno de los seis recurre de forma holística a todas las facetas esenciales del
contenido del evangelio bíblico —encarnación, muerte por los pecados,
resurrección, entronización como Rey eterno, llegada del Espíritu y retomo real— a
la hora de identificar el contenido o el propósito del evangelio. El evangelio bíblico
tiene una forma narrativa específica, un argumento.
Tendremos más oportunidad de explorar por qué es necesario sostener el
argumento completo del evangelio —incluidos elementos bastante específicos de
ese argumento— si queremos comprender sus propósitos más precisos a medida que
se desarrolle este libro. En esta coyuntura basta con ver que estas seis versiones del
evangelio están deformadas porque la buena nueva de las Escrituras no es
simplemente Jesús primero. El evangelio es Jesús el Rey primero, y tiene un
argumento trinitario específico que incluye elementos esenciales.

13
Scot McKnight, The King Jesus Gospel: The Original Good News Revisited (Grand Rapids:
Zondervan, 2011).
Lealtad ausente

No sólo el reinado está ausente y el contenido narrativo de estos seis evangelios está
deformado, sino que también habrá notado un tercer problema en ellos. Todos hacen
hincapié en que el evangelio exige una respuesta a Jesús, pero ninguno requiere la
lealtad al Rey como respuesta y propósito principal del evangelio. Todos sugieren
que el evangelio tiene como propósito algo: la liberación del infierno, obtener un
lugar en el cielo, la rectitud, el perdón, la liberación de los afanes, la mejora de la
sociedad, la reunión con Dios o un procedimiento de salvación aprobado. Pero
ninguno señala que el propósito básico del evangelio sea la lealtad a Jesús el Rey.
La lealtad importa. Estamos llamados a responder con obediencia leal a la buena
nueva de que Dios ha instaurado a Jesús como Rey del universo. Las declaraciones
más precisas sobre el propósito del evangelio en las Escrituras se pueden encontrar
en Romanos, redactadas exactamente de la misma manera las dos veces. El
evangelio de Jesucristo es «para la obediencia de la fe en todas las naciones» (Rom.
1:5; 16:26). Puesto que el contexto implica responder a Jesús como Cristo y Señor
(Rom. 1:4-8), la frase «para la obediencia de la fe» (eis hypakoen pisteos) se traduce
mejor aún como obediencia fiel u obediencia leal. La respuesta requerida al
evangelio en la Biblia coincide con su propósito: lealtad a Jesús el Rey.
¿Por qué el evangelio? El propósito más claro del evangelio en las Escrituras es
la lealtad corporativa al Rey Jesús en cada nación.

Fama ausente

Hay un cuarto elemento ausente en estos seis evangelios distorsionados. Aún no lo


hemos discutido, pero es un propósito principal del evangelio en las Escrituras.
Ninguno destaca la restauración de la fama.
¿Qué tiene que ver la fama con el evangelio? Todo. Si esto no se conoce mejor,
es por cuestiones lingüísticas. El problema no es sólo que hablemos español mientras
que el Antiguo Testamento está escrito en hebreo y arameo. O que el Nuevo
Testamento esté en griego. Hablamos una lengua totalmente distinta.
El oscuro lenguaje que hablamos en la iglesia se llama cristiano. Palabras que
originalmente no tenían nada que ver con la iglesia —por ejemplo, bautizar— con
el tiempo llegaron a tener connotaciones claramente religiosas. En la época del
Nuevo Testamento, se bautizaba una prenda para teñirla. Se bautiza un metal en agua
para templarlo. Se bautiza un barco que se hunde. No era una palabra religiosa.
Significaba sumergir o sumergirse. Pero con el tiempo, por el impacto del
cristianismo, llegó a predominar un significado religioso. Hoy en día parecería
irreverente hablar de bautizar su dona en el café antes de comérsela. No era así
cuando vivían Jesús y los apóstoles.

Hacerse famoso

Para entender todo lo que Dios intenta decimos en las Escrituras, tenemos que
deshacernos del cristianismo.
Considere la gloria. Cuando nos hablamos en cristiano, la gloria evoca ciertas
imágenes: el cielo, una luz que lo llena todo, un coro de ángeles, brillo, resplandor,
esplendor, belleza, victoria final, alas blancas y coronas doradas. La palabra griega
doxa, que suele traducirse gloria en nuestras Biblias, tiene algunas de estas
asociaciones en el Nuevo Testamento. Pero si abriera el principal diccionario griego
que cubre el Nuevo Testamento y su mundo, descubriría que doxa significa
grandeza, fama, reconocimiento, renombre, honor y prestigio.14
En el Nuevo Testamento, gloria no se refiere a resplandor celestial
principalmente, sino a fama. Lo mismo ocurre con la gloria en el Antiguo
Testamento, en el que la palabra kabod significa pesadez. Sentimos un peso de
presencia —carga, poder, grandeza, nubosidad— cuando estamos cerca de una
persona conocida, por lo que kabod significa ordinariamente fama también en el
Antiguo Testamento. Aunque podemos dejamos engañar por nuestro cristianismo al
pensar que la gloria se refiere puramente al esplendor celestial, la gloria en la Biblia
está ligada a la reputación, la consideración, el honor... y sí, la fama.

14
BDAG, s.v. doxa, p. 257.
¿Por qué el evangelio? Una razón coherente que dan las Escrituras es la gloria o
la fama. A través del evangelio, Dios quiere hacerle famoso, mejorar su reputación
final.
Pero antes de intentar conseguir un programa de telerrealidad al estilo
Kardashian, pise con cuidado. Adam Duritz anhelaba ser una megaestrella. Pero tras
su meteórico ascenso, descubrió el lado oscuro de la fama. No empecemos a
promocionar mi marca al mundo todavía. En su lugar, aprendamos más sobre la fama
al estilo de Dios. Probablemente no le sorprenderá saber que la fama que Dios
pretende para usted a través del evangelio es diferente y mucho mejor que la mala
imitación del mundo.

La fama del evangelio

Pablo ofrece una descripción concisa del evangelio en su segunda carta a Timoteo.
«No dejes de recordar a Jesucristo, descendiente de David, levantado de entre los
muertos. Este es mi evangelio» (2 Tim. 2:8, NVI). Tendremos más que decir sobre
cómo el Nuevo Testamento resume el evangelio en un capítulo posterior. Aquí nos
interesa lo que podemos aprender sobre el propósito del evangelio. Lo que Pablo
dice a continuación es instructivo. Pero primero, algo de contexto.
El evangelio no tenía precio para Pablo. Lo sabemos porque cuando Pablo
escribió esta carta, estaba en prisión por predicarlo. En realidad, era peor. Pablo sabía
que había llegado el momento de su partida, que estaba a punto de ser ejecutado
(4:6). Había terminado la carrera (4:7). De hecho, sabemos por fuentes ajenas a la
Biblia que Pablo fue ejecutado por el emperador Nerón no mucho después de escribir
esta carta.15
Dado que la sombra de la muerte se extendía sobre Pablo incluso mientras
escribía, sus palabras a Timoteo sobre el evangelio son conmovedoras: «este es mi
evangelio», declara Pablo, «por el que sufro al extremo de llevar cadenas como un
criminal» (2:8-9, NVI). Sin embargo, a pesar de su sufrimiento, Pablo afirmó que
«la palabra de Dios no está encadenada» (2:9, NVI). Es decir, sabía que el evangelio

15
Véase 1 Clemente 5.5-7, cuyo texto puede encontrarse en Rick Brannan, The Apostolic Fathers:
A New Translation (Bellingham, WA: Lexham, 2017), 15.
de Dios no puede ser encarcelado. Pablo había aprendido que las penurias, como el
encarcelamiento, sirven en realidad para «hacer avanzar el evangelio» (Flp. 1:12,
NVI). Los intentos oficiales de sofocar las buenas nuevas de Dios sólo hacen que
broten más fácilmente.
Tras esbozar el contenido del evangelio para Timoteo, Pablo explica por qué está
dispuesto a ir a la cárcel por su causa. Al hacerlo, habla del propósito del evangelio:
«Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también
obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna» (2 Tim. 2:10,
RVR1960).
¿Lo ha captado? «con gloria eterna». Vaya más allá de la jerga cristiana. Un
propósito clave del evangelio es la salvación en Jesús, el Rey, pero con ello viene la
buena reputación, el honor, la fama. Una de las razones por las que Dios dio el
evangelio fue para que nuestra reputación mejore de forma eterna.
En algunos círculos cristianos nos intimidan para que pensemos que nuestra sed
de ser muy apreciados por los demás —de ser importantes, tener una buena
reputación, fama— es perversa. Pensamos que la fama es algo a lo que debemos
morir como cristianos. Pero eso es una verdad a medias. Porque lo que dicen las
Escrituras sobre el propósito del evangelio demuestra que Dios saciará nuestra
hambre de una gran reputación. Alcanzaremos el honor eterno. ¿Cómo? ¿Y qué
aspecto tendrá eso exactamente?
Los versículos siguientes insinúan una respuesta. Pero en este momento, no
estamos listos para el plato principal, así que considere las palabras de Pablo como
un aperitivo: «Este mensaje es digno de crédito: si morimos con él, también
viviremos con él; si resistimos, también reinaremos con él» (2 Tim. 2:11-12, NVI).
Dios pretende para nosotros el honor eterno a través del evangelio. Pero
independientemente de lo que esto signifique y sus implicaciones, no puede
separarse de una identificación íntima con Jesús el Rey.
Cualquier fama de la que disfrutemos vendrá a través de una participación en la
muerte de Cristo, para que podamos encontrar la vida. Requerirá que perseveremos
con el Rey, para que podamos participar en su gobierno real sobre una creación
renovada. Más sobre esto hacia el final de este libro. Ahora mismo, indaguemos más
en cómo las Escrituras hablan de la relación entre el evangelio y la gloria.
______________________________________
Dios pretende para nosotros el honor eterno
a través del evangelio.
______________________________________

El siguiente ejemplo es interesante porque al principio no está claro que Pablo


esté hablando del propósito del evangelio en absoluto. Pero luego descubrimos que
es su punto principal.
En una carta escrita a la iglesia de Tesalónica, Pablo expresa su gratitud por cómo
Dios ha estado obrando en medio de ellos: «Para esto Dios los llamó por nuestro
evangelio, a fin de que tengan parte en la gloria de nuestro Señor Jesucristo» (2 Tes.
2:14, NVI). En otras palabras, Pablo expresa su confianza en que los que están
siguiendo al Señor Jesús en Tesalónica han sido elegidos por Dios como las
primicias, la primera parte. Esto significa que están entre los primeros en ser
reunidos como integrantes de su cosecha salvadora, y que una reunión mayor vendrá
después. Como los primeros en ser reunidos, Pablo recuerda a los tesalonicenses
que, a pesar de sus dificultades, han sido apartados por Dios como su pueblo santo
por el Espíritu Santo y por su adhesión a la verdad de Dios.
A continuación, Pablo revela cómo las acciones salvíficas de Dios —elegir y
santificar a la comunidad— se relacionan con el propósito del evangelio: «A esto
nos llamó mediante nuestro evangelio, para que participemos de la gloria de nuestro
Señor Jesucristo» (2 Tes. 2: 13). De nuevo, el propósito del evangelio es que
podamos participar de la gloria. La elección y la santificación como parte del proceso
de salvación no son fines en sí mismos, sino que tienen como propósito un fin mayor
a través del evangelio: participar de la gloria del Señor Jesús, el Cristo. Un
propósito fundamental del evangelio es nuestra gloria, es decir, nuestra fama, honor
y buena reputación.
Sin embargo, es la gloria compartida. Si somos lo suficientemente narcisistas
como para pensar que la fama y el honor que Dios pretende para nosotros tienen que
ver con marcarme, este pasaje debería desengañarnos de tales delirios egocéntricos.
Se trata de Jesús. El evangelio nos traerá, en efecto, la fama, pero se trata primero
de Jesús el Rey. Además, se trata de su iglesia. Es una fama compartida. Nosotros,
como individuos, disfrutaremos de ella. Pero será una fama para el pueblo de Dios
que depende de la fama de Jesús como Rey y está inextricablemente unida a ella.
Ya tenemos una idea de cómo funciona esto. ¿Está listo para probar suerte en el
Trivial Pursuit? ¿Qué tienen en común NSYNC, Destiny’s Child, No Doubt, The
Jackson 5, Simón and Garfunkel? Sí, todos ellos son grupos musicales. Pero más
aún: todas son bandas que son más conocidas gracias a un intérprete individual de
primera fila: Justin Timberlake, Beyoncé, Gwen Stefani, Michael Jackson, Paul
Simón.
De hecho, una vez que una banda se disuelve, a veces resulta dolorosamente
obvio quién tenía más talento. Tras la separación del dúo, el intento de Art Garfunkel
de hacer carrera en solitario fracasó, mientras que Paul Simón se disparó a una fama
aún mayor. Sin embargo, mientras todos estos talentos individuales estaban juntos
con sus respectivas bandas, el talento y la fama de uno de ellos fue suficiente para
elevar a todo el grupo.
El honor de Jesús funciona de forma similar. Él es el talento humano individual
supremo. De hecho, las Escrituras nos dicen que Jesús, aun siendo humano, es la
imagen misma de Dios (el Padre) y es de hecho una persona divina junto al Padre y
al Espíritu Santo. Él es Dios Hijo. Nunca abandonará a su Iglesia. A través del
evangelio, la gloria que le acompaña recae sobre nosotros, de modo que somos
dignificados. Compartimos su fama.
A continuación, expondré dos historias. Ambas nos animan a pensar en cómo la
fama que Dios quiere que tengamos —la fama del evangelio— surge de una estrecha
identificación con Jesús. Una es antigua, la otra contemporánea.

Ella es famosa por el evangelio

Ella sabía que intentaban asesinarlo. En silencio y en secreto. Sin escándalos


públicos.
Él había enloquecido a las multitudes con su comportamiento osado. «¿Quién se
cree que es?» —decía la gente— «¿Cabalgando por la montaña como un “rey” de
esa manera —la misma montaña que Dios había designado para sus propios
propósitos especiales en el futuro?». Decían: «Ha ido demasiado lejos».
Ella tenía sus propias opiniones.
«¿Qué hay de su escandaloso sacrilegio en los atrios del templo?» — dijeron. Sí,
pensó ella, esos vendedores de animales y cambistas trabajan duro para ayudarnos a
adorar a Dios. Venden sacrificios y mantienen las monedas blasfemas fuera de la
vista. Pero trabajan mucho más para llenarse los bolsillos. Ella sabía que Jesús se
había enfrentado a varias autoridades en los patios del templo. Incluso había oído
rumores de que, después, Jesús había anunciado a sus discípulos que Dios pronto
derribaría todo el templo.
Estaban empeñados en silenciar a Jesús. Ella lo sabía. Mientras las posibles
escenas relacionadas con el futuro de Jesús llenaban su mente —sangrientas y
violentas—, ella tenía que hacer algo. Cualquier cosa.
Iban a matarlo. No inmediatamente. Una vez que las cosas se calmaran. Faltaban
sólo dos días para la Pascua. Jerusalén estaba a rebosar. Oyó que se había escabullido
a la cercana Betania.
Cuando ella se acercó al vendedor, él quedó asombrado. Compró nardos puros
por valor de 50,000 dólares, más de un año de salario para un obrero corriente. Al
enterarse de que estaba en casa de Simón el leproso, encontró a Jesús recostado.
Cogió el frasco de alabastro, rompió la redoma y vertió el nardo sobre su cabeza.
Cuando el olor llenó la habitación, las bocas se abrieron de par en par. La mayoría
se quedaron sin habla, pero unos pocos se disgustaron y dijeron: «¿Por qué se ha
desperdiciado este ungüento? Podría haberse vendido y el dinero haber sido utilizado
para obras de caridad» (Mc. 14:4-5, parafraseado).
Pero Jesús comprendió. Captó inmediatamente el meollo de la cuestión —y
también el corazón de ella. Sabía que ella había discernido que había llegado su hora.
A pesar de sus palabras urgentes y repetidas, los discípulos aún no podían verlo. De
alguna manera ella lo sabía. Y quería ofrecer todo lo que pudiera.
«Déjenla en paz», dijo Jesús. «¿Por qué la molestan? Ella ha hecho una obra
hermosa conmigo» (Mc. 14:6, NVI). Jesús recordó a sus discípulos que su tiempo
con ellos sería breve. Su oportunidad de honrarle directamente era como un reloj de
arena. Los pobres siempre necesitarían ayuda. «Ella hizo lo que pudo», dijo Jesús,
«ungió mi cuerpo de antemano, preparándolo para la sepultura» (Mc. 14:8, NVI).
Luego Jesús dijo algo aún más sorprendente. Aunque no sabemos su nombre, esta
mujer es gloriosa. Honrada. Es famosa por amar a Jesús más que los despistados e
inconstantes discípulos de Jesús. Ellos se disputaban posiciones de privilegio a la
izquierda y a la derecha de Jesús. Ella rindió homenaje a su rey. Ellos le abandonaron
en la noche. Ella lo preparó para la tumba a oscuras. Ellos negaron incluso conocerle.
Ella imprudentemente ungió (mesianizó o bautizó) a un escandaloso hombre
escogido, a pesar de lo que esto significaría para su reputación.
Jesús declaró: «Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique
el evangelio, se contará también, en memoria de esta mujer, lo que ella hizo» (Mc.
14:9, NVI).
La mujer del vaso de alabastro es famosa porque, al elegir rendir homenaje de
esta manera, optó por vincular su identidad a Jesús de forma inquebrantable. Pasara
lo que pasara después, ella sabía que sería recordada como la mujer que eligió honrar
a Jesús de esa extraña manera. Ella vinculó inextricablemente su gloria —su fama,
honor y reputación— con la de Jesús.
Las autoridades veían a Jesús como un peligroso subversivo —peor aún, un
blasfemo traidor— que merecía morir porque era aborrecido por Dios. Ella veía a
Jesús como todo lo contrario —un hombre trayendo buenas noticias. Había
discernido que Jesús era muy apreciado por Dios, y sabía que Dios también la
apreciaría mucho si se unía a él.
Él lo valía todo para ella. Al rebautizar al Cristo, anunció su lealtad a él y a sus
pretensiones mesiánicas, incluso en su vergonzosa muerte. Así fue como eligió ser
inscrita en la historia del evangelio. Con sus acciones entró en las «buenas nuevas»
que Jesús estaba llevando a cabo. La mujer del vaso de alabastro no tiene nombre,
pero es famosa en el evangelio.

Por qué Doyle es famoso en el evangelio

Doyle Canada. Tiene nombre. Sin embargo, es mucho menos famoso que la mujer
del frasco de alabastro. Probablemente él lo preferiría así.
Pasó la mayor parte de su vida en un pequeño pueblo maderero, Burney,
California. Se casó con su novia, Sandy, cuando aún estaban en el instituto. Sólo
tenían diecisiete y quince años, pero no podían esperar. ¿Qué había que esperar? La
universidad era para las élites en ciudades lejanas. El aserradero estaba al final de la
carretera. El curso de la vida estaba bien marcado para Doyle: trabajar en el molino,
pagar las facturas, comprar una casa, cazar, pescar, acampar, ir de fiesta y criar unos
cuantos hijos.
Cuando nos mudamos a Burney, Doyle era capataz en el molino. Mi padre había
sido contratado como director forestal regional del molino. Con un amor compartido
por todas las cosas al aire libre, congeniaron y pronto surgió una rápida amistad entre
nuestras familias. Parecía que cada fin de semana estábamos en su patio trasero, o
ellos en el nuestro.
¿Y la iglesia? Demasiado ocupado con la vida.
Cuando estaba en sexto curso, sobrevino la tragedia. Doyle se había trasladado a
un nuevo aserradero en un pueblo cercano. Cuando pasaban los troncos, una pieza
de maquinaria mal instalada hacía que de vez en cuando salieran disparados de forma
irregular trozos de madera de dos por cuatro. Una astilla dentada salió disparada a
treinta metros por el aire y se alojó en medio del cuerpo de Doyle, perforándole los
intestinos y la columna vertebral. Fue trasladado de urgencia a la UCI, donde estuvo
grave durante semanas. Contra todo pronóstico, finalmente Doyle se recuperó. Pero
nunca volvió a caminar.
Cuando pudimos visitar a Doyle, nos aguardaba una sorpresa. Su capacidad para
cazar, pescar y montar a caballo —todo lo que apreciaba— le había sido arrebatada.
Descubrimos, sin embargo, a un hombre nuevo. Transformado. Radiante. Una vida
notablemente más abundante. No es que nunca se sintiera desanimado o afligido.
Pero estaba bordado con un tejido diferente de alegría.
En el hospital, Doyle había conocido a Jesús. Creía que Dios le había dado una
segunda oportunidad en la vida —totalmente inmerecida— y tenía la intención de
perseguirla de una nueva manera que daba prioridad a Jesús. Se convirtió en
miembro de una iglesia local, junto con su esposa Sandy. Su alegría era contagiosa
y acogedora. Al cabo de un mes, nosotros también estábamos allí.
Fue en esta iglesia —Grace Community Bible Church— donde recibió el
bautismo, asistió al grupo de jóvenes y descubrió una comunidad de personas que
amaban genuinamente a nuestro Señor Jesús. Gracia es una descripción acertada.
Nuestra familia también caía bajo su dulce influjo. Doyle era un hombre que
entendía la gracia.
Doyle murió hace trece años. Después de su accidente, aún pudo cazar y pescar
mucho. Las numerosas escenas de Doyle que pasan por mi mente están unidas por
un hilo común: mi padre siempre recogía a Doyle antes del amanecer. Me refiero a
levantarlo literalmente. Levantaba a Doyle de su silla de ruedas hasta el asiento del
copiloto de nuestra camioneta. Al llegar, papá subía a Doyle a una silla en el Bass
Tracker o en el bote de los patos. Entonces salíamos al lago.
La parálisis era todo un reto. Doyle tendría que introducirse un catéter para orinar.
Papá tendría que ayudar a Doyle de vez en cuando y luego deshacerse del contenido.
Mi padre es un hombre activo, no aficionado a los libros. Aprender a servir a Doyle
de esta forma práctica y desinteresada fue una forma de gracia también para mi
padre.
Esto es lo que quiero decir de Doyle: optó por entrar en la historia del evangelio,
la buena nueva de nuestro Señor Jesús. Vio «la luz del evangelio de la gloria de
Cristo, que es la imagen de Dios» (2 Cor. 4:4). Abrazó el evangelio y se sumergió
en su gloria desbordante. Debido a ello, Doyle se hizo famoso por el evangelio: «en
cualquier parte del mundo donde se predique el evangelio, se contará también, en
memoria de Doyle, lo que él hizo» (Mc. 14:9, personalizado).
Doyle es casi tan anónimo como la mujer del frasco de alabastro y mucho menos
famoso según los criterios terrenales. Pero su lealtad a Jesús y su testimonio
importaron a mi padre, a nuestra familia y a mí. Y quién sabe a cuántos otros a través
de un impacto secundario y terciario.
Doyle es famoso en el evangelio para mí. Y lo que es más importante, estoy
seguro de que es famoso para nuestro Señor Jesús. Hay un gran número de personas
que han cambiado a raíz del testimonio de Doyle. Un propósito clave del evangelio
es la restauración de la gloria de Dios, su fama, y cómo llegamos a compartirla.
¿Quién puede adivinar el «eterno peso de gloria» (2 Cor. 4:17), la fama, que
acompañará el futuro de Doyle en la era de la resurrección? Dado que permitió que
Jesús le cambiara, Doyle es famoso en y por nuestro Señor Jesús.
_________________________

El cantante principal de Counting Crows, Adam Duritz, consiguió lo que quería pero
sufrió un trauma. Cuando la fama le llevó a la primera línea de la escena musical, la
soledad era abrasadora. Duritz cambiaba a veces sus letras durante las actuaciones
en directo como advertencia. Quería lanzar una alerta roja a su público sobre el vacío
de la fama: «Todos queremos ser grandes, grandes, grandes, grandes estrellas, pero
luego nos lo pensamos dos veces» y «cuando todo el mundo te quiere, a veces eso
es lo más ***** que puede pasar».16
Los problemas de salud mental llegaron con la fama para Duritz, problemas que
ha descrito públicamente para ayudar a otros: «Pasas de un escenario delante de
10,000 personas a una habitación de hotel tú solo cada noche». Duritz dijo: «Es una
situación dura y es algo a lo que todos intentamos sobrevivir... pasa factura. La fama
parece la cosa más divertida del mundo todo el mundo quiere ser popular [sic]. Eso
es lo que todo el mundo cree que quiere, pero a veces es un camino duro».17
La fama en los términos del mundo no hizo la vida fácil ni mejor en el sentido
que Duritz había previsto. Todos queremos ser muy apreciados. Podemos seguir el
camino de la fama «yo primero» o hacer una elección diferente.
¿Y usted? ¿Qué va a hacer? Ha oído hablar de la mujer del frasco de alabastro y
de Doyle Cañada. Como ellos, usted también se ha encontrado con Jesús. Usted se
ha enfrentado a su persona, a sus actos, a sus afirmaciones y al estigma que le rodea.
¿Cómo va a elegir ser inscrito en la historia de su evangelio?
Se hicieron famosos no persiguiendo una fama al estilo yo, sino indirectamente
cuando honraron a Cristo y luego encontraron que su gloria redundaba en ellos.
Lenta pero segura, la fama de Dios inundará la tierra.
Espero que usted elija hacerse famoso no persiguiendo el viento, sino confiando
en que el honor vendrá como un subproducto de la lealtad al Rey. Espero que se

16
Cambios en la letra según el álbum, Across the Live Wire, consultado el 1 de junio de 2022,
https://open.spotify.com/album/ltqB9q7YnXgWekLt06wggy.
17
Adam Duritz, «“It Takes Its Toll”», entrevista de Dan Cain, The Sun, 16 de septiembre de 2018,
https://www.thesun.co.uk/tvandshowbiz/7252075/counting-crows-adam-duritz-famous-
musicians/.
haga famoso actuando localmente como agente del Rey. Al hacerlo, alcanzará una
fama virtuosa que perdura: una gloria compartida con el Rey y su pueblo.

PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

1. Se dice que todo el mundo tiene quince minutos de fama. Describa un


momento en el que usted fue el centro de atención de todas las miradas. ¿Qué
le gustó y qué no le gustó de ese momento?
2. ¿Cómo se utiliza de forma diferente la palabra gloria en las siguientes
afirmaciones? «Gloria, aleluya. Es un milagro que Jason esté bien». «Supongo
que Jason está ahora en la gloria». «Jason es un mal compañero de equipo
porque quiere toda la gloria».
3. ¿Dónde está la línea divisoria entre buscar una buena reputación y esforzarse
inapropiadamente por alcanzar la fama?
4. ¿Cuál de los seis evangelios distorsionados le parece personalmente el más
erróneo o peligroso? ¿Cuál le incomoda más? ¿Por qué?
5. ¿Cuál de los seis evangelios distorsionados cree que es el más común en su
contexto más amplio (por ejemplo, en su nación o región)? ¿Cuál es el más
común en sus círculos inmediatos (por ejemplo, entre sus amigos o en su
iglesia local)? ¿Por qué?
6. Los seis evangelios distorsionados se identificaron como distorsionados
porque a todos les faltan (a unos más, a otros menos) cuatro asociaciones que
son clave para el evangelio en las Escrituras. ¿Cuáles son esas cuatro
asociaciones? ¿Cuál de las cuatro le parece que falta con más frecuencia en
las apropiaciones culturales del evangelio en la actualidad?
7. La descripción más directa del propósito del evangelio en las Escrituras es la
«obediencia leal» a Jesús el Cristo en todas las naciones. ¿Qué significa eso
para usted en este momento? ¿Cómo se relaciona con los propósitos del
evangelio que ha abrazado anteriormente?
8. El libro describe cómo la mujer del frasco de alabastro se hizo «famosa por el
evangelio». ¿Qué significa eso?
9. Además de la mujer del frasco de alabastro, elija otro personaje de la Biblia y
describa cómo y por qué cree que esa persona es famosa por el evangelio.
10. El libro cuenta la historia de Doyle Canada. Háblenos de alguien que para
usted personalmente sea famoso por el evangelio. ¿Cómo se entreteje la
historia de esta persona en la historia del Rey Jesús, de modo que cuando usted
cuenta el evangelio, es fácil hacer mención de esta persona también?
11. Servir a Doyle fue una experiencia evangélica importante para el padre del
autor. ¿Cuáles son algunas experiencias que han influido en su apropiación
del evangelio?
12. ¿Qué pasos está dando actualmente en su vida para entrar en la historia del
evangelio, de modo que su viaje personal esté moldeado por el evangelio?
3
LAS DOS CARAS DE LA GLORIA
El capítulo anterior mostró que uno de los propósitos clave del evangelio es hacernos
famosos —aunque sólo con y a través de Jesús— junto con su iglesia. Aunque resulte
atractivo, esto es ciertamente impreciso. ¿Qué forma adopta esto? ¿Cómo se produce
en la práctica?
Pero espere.
Quizá este asunto de que Dios quiere hacernos famosos sea peligroso. Incluso si
contiene una pizca de verdad, ¿no está esa visión problemáticamente centrada en el
ser humano? ¿No es la tendencia humana a usurpar a Dios mediante el orgullo
nuestro error humano básico en lugar de parte de la solución del evangelio?
Sin duda, el verdadero objetivo del evangelio es ensalzar la gloria de Dios. Sólo
Dios es digno. Si tenemos algo es sólo por su gracia. Dios, no los humanos, merece
todo el mérito. Seguramente el propósito del evangelio es sólo la gloria de Dios, no
la nuestra.
Se trata de una preocupación legítima. En Efesios, Pablo bendice a Dios por todos
los beneficios que disfrutamos en el Rey en unión con el evangelio: «en él también
ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la
salvación». Pero ponga atención en lo que dice Pablo a continuación, ya que
pertenece al propósito del evangelio: «Y habiendo creído, fueron marcados con el
sello que es el Espíritu Santo prometido. Este garantiza nuestra herencia hasta que
llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria».
(Ef. 1:13-14, NVI). Un propósito fundamental del evangelio en las Escrituras es, en
efecto, que los seres humanos den gloria a Dios.
Uno de los objetivos del evangelio es que Dios sea alabado por su gloria. La
forma en que Dios lleva a cabo la salvación mediante el evangelio —el don del
Espíritu Santo al pueblo de Dios como pago inicial que garantiza el pago total—
tiene como resultado apropiado una alabanza que ensalza la reputación de Dios. El
evangelio está verdaderamente dirigido a la fama de Dios.
Las Escrituras también sugieren en otras partes que el evangelio está dirigido
hacia la gloria de Dios. Por ejemplo, Pablo dice que la razón misma por la que Cristo
se hizo siervo fue para poder cumplir las promesas de Dios a su pueblo, para que
«los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia» (Rom. 15:9, AT). Como parte
del evangelio, Jesús vino a cumplir las promesas de Dios, para que las naciones lo
reverenciaran y honraran como es debido (véase Rom. 1:1-5; 15:16-20). Es evidente
que un propósito básico del evangelio es que los seres humanos glorifiquen a Dios.
Sería un error sugerir que el propósito del evangelio es principalmente la gloria
humana, ya que es indiscutiblemente cierto que un objetivo final más allá de eso es
glorificar a Dios. Pero quizá sea un error pensar que la fama o la gloria humanas
desmerecen inevitablemente la fama o la gloria de Dios.
¿Y si la gloria de Dios está envuelta con la nuestra, de modo que no podemos
tener del todo una sin la otra? Quizá ambos sean propósitos del evangelio, porque el
honor humano redimido es esencial para la gloria más plena de Dios. Debemos
matizar cuidadosamente si queremos apreciar el consejo completo de las Escrituras.
Para responder mejor a ¿Por qué el evangelio?, debemos llegar a apreciar el ciclo
de la gloria en las Escrituras. Pero antes, dejemos que C. S. Lewis vuelva a entrenar
nuestra imaginación teológica para que estemos en mejores condiciones de apreciar
cómo la gloria de Dios no se ve amenazada por la gloria humana redimida, sino que
se ve realzada por ella.
__________________________

El viaje en autobús más extraño que hizo C. S. Lewis le presentó a una mujer
espectacular. Partiendo de la grisácea penumbra de una calle inglesa, Lewis iba en
un autobús que se levantaba a través de una luz arrolladora. El autobús sólo se detuvo
cuando por fin había llegado al cielo.
La mayoría de los pasajeros no estaban especialmente contentos con el
inesperado destino. Los alrededores del cielo eran hermosos pero intimidantes. Los
pasajeros descontentos se bajaron del autobús, al menos los que estaban dispuestos
a ponerse a prueba con el paisaje.
Así transcurre la historia en la obra maestra de ficción de Lewis, El gran divorcio.
Lewis no está especulando sobre los detalles de nuestra futura morada. Está
sondeando en qué tipo de personas debemos convertirnos ahora mismo para ser aptos
para la vida en presencia de Dios.
Lewis opta por desembarcar en el cielo. Mientras Lewis va deambulando a
tientas, tratando de aclimatarse a este doloroso pero encantador nuevo mundo,
finalmente se encuentra con una criatura de un esplendor tan asombroso que resulta
casi imposible no adorarla: una mujer radiantemente hermosa.
En un débil susurro, Lewis se atreve a preguntar a su guía: «Ella parece ser...
bueno, ¿una persona de especial importancia?».
Se llama Sarah Smith y es de Golders Green, un típico suburbio londinense de la
época de Lewis. La cuestión es que, en términos de fama humana, entre todas las
mujeres posibles ella fue totalmente anodina durante su vida, aburrida y ordinaria.
Sin embargo, el guía de Lewis responde: «Sí, es una de las grandes. Habéis oído que
la fama en este país y la fama en la Tierra son dos cosas muy diferentes».18
La primera lección de Lewis es que la fama en la Tierra y con Dios son distintas.
La fama de este mundo es mezquina y exclusiva: si yo soy famoso y tu fama crece,
entonces la tuya podría eclipsar la mía, robándome la gloria. Así que, además de que
Dios cambie nuestra perspectiva, buscamos construir nuestra propia fama personal
empujando a los demás hacia abajo. La fama de este mundo es un bien escaso que
los individuos acaparan celosamente. Aquellos atrapados en la cultura «cristiana» de
la celebridad de hoy —la obsesión por la plataforma, los seguidores y la influencia—
deberían tomar nota de su mundanalidad y peligro.
Mientras tanto, la fama al estilo de Dios es abundante y desbordante. Mientras
dialoga con su guía, Lewis descubre que la fama en el cielo proviene de ayudar a
otros a ser también gloriosos. Lewis pregunta: «¿Y quiénes son todos estos jóvenes
de uno y otro lado?». Su guía responde: «Son sus hijos e hijas». Lewis afirma:
«Debía tener una familia muy numerosa, señor». Entonces su guía le explica la
dinámica de la fama celestial:

Cada joven o niño que la conocía se convertía en su hijo, aunque sólo


fuera el que le llevaba la carne a la puerta de su casa. Cada chica que la
conoció se convirtió en su hija... Aquellos sobre los que recaía [su

18
C. S. Lewis, The Great Divorce (Nueva York: Touchstone, 1996), 105.
maternidad] volvían a sus padres naturales amándolos más. Pocos
hombres la miraban sin convertirse, en cierto modo, en sus amantes.
Pero era el tipo de amor que les hacía no menos fieles, sino más fieles,
a sus propias esposas... Cada bestia y pájaro que se acercaba a ella tenía
su lugar en su amor. En ella se convirtieron en ellos mismos. Y ahora
la abundancia de vida que ella tiene en Cristo del Padre fluye hacia
ellos.19

Lewis se asombra cuando descubre cómo Sarah Smith se hizo famosa ante Dios:
al fundir su vida en la gloria de Cristo, su propia gloria había empezado a derramarse
sobre los demás. Pero la gloriosa fama de Sarah no resta valor a la de los demás.
Sólo realza la gloria de los demás, ya que la fama ondea siempre hacia fuera:

Es como cuando tiras una piedra a un estanque, y las ondas concéntricas


se extienden cada vez más. ¿Quién sabe dónde acabará? La humanidad
redimida es aún joven, apenas ha llegado a su plenitud. Pero ya hay
alegría suficiente en el dedo meñique de una gran santa como aquella
dama para despertar a la vida todas las cosas muertas del universo.20

Como veremos, la representación que hace Lewis de la gloria de Sarah Smith


capta verdades bíblicas básicas.
Un propósito clave del Evangelio es concedernos fama. Pero no es una fama
egocéntrica. Tampoco es una fama independiente del reinado de Jesús. En cambio,
tiene su origen en Cristo y se desborda por otras personas para que puedan llegar a
ser más de lo que Dios desea que sean. Mientras nuestra gloria es restaurada en y a
través de Cristo, llenamos los estanques de muchos otros, reabasteciendo también su
gloria. Esto honra a Dios.
__________________________

¿Está preparado para una noticia sorprendentemente buena? Contrariamente a la


creencia popular, en las Escrituras Dios no es celoso con su gloria. Quiere
compartirla con los humanos. De hecho, ya lo ha hecho, y quiere hacerlo cada vez

19
Lewis, The Great Divorce, 106.
20
Lewis, The Great Divorce, 106-7.
más (e.g., Jn. 17:10; 17:22; Rom. 8:30). Todo esto no sólo nos honra a nosotros, sino
también a Dios.
Pero hay un problema: la gloria humana se ha opacado, ha caído y está en
bancarrota. Dios debe ayudar a los humanos a recuperar su gloria perdida. Es a través
de este proceso que, en última instancia, Dios es más glorificado. ¿Cómo funciona
esto? Tenemos que descubrir el ciclo de la gloria en las Escrituras.
Un propósito fundamental del evangelio es la recuperación de la gloria. Pablo no
está hablando al azar cuando describe el evangelio como «el evangelio de la gloria
de Cristo, que es la imagen de Dios» (2 Cor. 4:4). Tampoco habla a la ligera cuando
dice que en el Rey disfrutamos actualmente de «la luz del conocimiento de la gloria
de Dios manifestada en Cristo» (2 Cor. 4:6). Ya participamos de la gloria de Dios a
través de Jesús el Rey. Además, la gloria que experimentamos ahora aumentará en
el futuro (2 Cor. 3:18).
Como veremos, debido a que todos están entrelazados, el evangelio tiene como
propósito tanto la fama humana como la de la creación y la de Dios. Cuando Dios
comienza a restaurar la gloria humana a través del evangelio, se produce un ciclo
de recuperación de la gloria para toda la creación, y esto restaura simultáneamente
la propia gloria de Dios.

La doble cara de la gloria

Si todo el mundo dejara de alabar a Dios, ¿sería Dios menos glorioso? Esta pregunta
nos ayuda a ver la complejidad de la gloria, ya que la gloria está ligada al valor, la
valía, el honor y la reputación. Nuestro instinto nos dice que ¡No! que es imposible
restarle gloria a Dios. Su gloria no depende de nosotros. Por otro lado, intuimos
correctamente que, si la gente no está alabando a Dios, entonces él no está recibiendo
la gloria que merece, lo que resulta en un déficit de gloria. Entonces, ¿cuál es?
Una moneda tiene una cara y una cruz. Así también la gloria. No podemos
entender la gloria tanto para Dios como para los humanos en las Escrituras a menos
que reconozcamos que sus dos caras están inextricablemente unidas.
La gloria intrínseca

La gloria intrínseca es el valor que una persona o cosa tiene por su naturaleza o
esencia totalmente independiente de la opinión o percepción pública. Cada sustancia
—viva y sin vida— tiene un valor intrínseco distinto, porque sus propiedades la
hacen única en comparación con otras sustancias. La gloria intrínseca es el valor que
alguien o algo tiene porque posee cualidades distintivas, incluso cuando nadie es
consciente de esas cualidades.
Consideremos las sustancias agua y oro. Cada una tiene un valor relacionado con
sus propiedades que no tiene nada que ver con la opinión personal. No importa dónde
se tome la medida —en la tierra, la luna o Júpiter— e incluso si nadie está midiendo
en absoluto, el oro es 19.3 veces más pesado que el agua. (El agua pesa
aproximadamente 8.3 libras por galón en la Tierra, ¡pero el oro 160!) El oro y el
agua también son intrínsecamente distintos en otros aspectos: el agua es líquida a
temperatura ambiente, pero el oro es sólido; el agua es un disolvente, pero no el oro;
el oro sólido es maleable, pero el agua congelada es quebradiza.
En otras palabras, el oro y el agua tienen características como objetos que no
tienen nada que ver con juicios subjetivos o privados. Así pues, el valor intrínseco
también puede denominarse el lado objetivo de la gloria. Dado que las propiedades
que posee cada sustancia la hacen única, el oro y el agua tienen su propia gloria
intrínseca u objetiva.

Gloria reconocida

Pero le daré a elegir. ¿Quiere un cubo de agua o de oro? Sin duda elegiría el oro,
porque lo valoramos más.
El oro tiene un valor atribuido superior al del agua. Pero, ¿es esto siempre cierto?
¿Valdría más el oro si estuviera usted varado dos semanas en el desierto? ¿Si
estuviera en una misión espacial a Marte? Algún día, en el futuro de nuestro planeta,
una onza de agua bien podría valer más que una onza de oro para el ciudadano
promedio.
Somos conscientes del inmutable valor intrínseco (gloria) de ciertas cosas. El
agua es siempre más gloriosa que el oro para saciar la sed física. Sin embargo, el oro
es más glorioso para fabricar bienes duraderos. Sin embargo, nuestra valoración
personal del valor total depende de la cultura y de las circunstancias. Dado que el
sujeto humano es quien determina cuánto valor tiene algo para él personalmente, la
gloria reconocida también puede denominarse el lado subjetivo de la gloria.
En resumen, la gloria tiene dos caras:

1. Gloria intrínseca = valor inherente, valor verdadero; objetiva, basada en las


propiedades distintas e inmutables de una sustancia.
2. Gloria reconocida = valía circunstancial, valor percibido; subjetiva, atribuida,
basada en lo deseables que yo o mi sociedad consideremos las propiedades
distintas inmutables de una sustancia.

Como descubriremos, tanto Dios como los humanos son descritos en la Biblia
como poseedores de niveles diferentes pero apropiados de gloria intrínseca y
reconocida.
Para responder mejor a ¿Por qué el Evangelio? debemos llegar a apreciar el ciclo
de la gloria en las Escrituras.

Introducción al ciclo de gloria

Comencemos con una visión general del ciclo de gloria. Luego podremos explorar
cada paso del proceso en este capítulo y posteriormente. El propósito del evangelio
es llevar a la humanidad a un círculo completo —y más allá. Pero no sólo por nuestro
propio bien. El Dios de la gloria tiene objetivos aún más amplios.
El ciclo de gloria tiene seis etapas distintas. Puesto que es vital para el argumento
de este libro, le pedimos que examine detenidamente la figura adjunta que enumera
e interrelaciona cada etapa. Es importante darse cuenta de que el ciclo de gloria
pertenece a la humanidad en su conjunto, dentro de las épocas de la historia, pero es
relevante para cada uno de nosotros personalmente. Cada uno de nosotros está
atrapado en alguna parte del proceso.

Si el evangelio es la buena noticia, entonces ¿cuál es la mala noticia? No es sólo


el pecado de Adán y Eva. La mala noticia es que hace mucho tiempo la humanidad
en su conjunto perdió la gloria y quedó atrapada en esa condición, haciendo que la
creación y Dios también la perdieran.
Pero ¡buenas noticias! El evangelio ha puesto en marcha la recuperación de la
fama. Como quedará claro, para recuperar la gloria se necesitaba un rey humano
perfecto, no sólo un sacrificio perfecto por los pecados. Cuando ocurrieron los
acontecimientos que constituyen el evangelio, hace dos mil años, algunas personas
enloquecieron: la iglesia de Jesús es el Rey. Aquellos que han dado su lealtad a un
nuevo Rey — aquellos que han declarado tener «fe»— están oscilando hacia arriba
nuevamente en honor. De hecho, hasta tal punto que toda la creación encontrará de
nuevo la fama de Dios.
¿Por qué el Evangelio? Para recuperar la gloria. La gloria de la humanidad y la
gloria de Dios son interdependientes. Dado que la gloria tiene dos caras, que
implican tanto el valor intrínseco como el reconocido, una no puede estar
plenamente presente sin la otra. Cuando Dios comienza a restaurar la gloria
humana a través del evangelio, se produce un ciclo de recuperación de la gloria
para toda la creación, y esto restaura simultáneamente la propia gloria de Dios.
Sin embargo, dado que un objetivo fundamental del evangelio es la restauración
de la gloria que procede de Dios y vuelve a él, debemos añadir una precisión. El
fundamento del ciclo de gloria —su punto de partida— es la propia gloria de Dios.
Pero al comenzar a explorar juntos sus seis etapas, debemos tratar de responder a
una pregunta esclarecedora: ¿Cómo está vinculada la gloria de Dios a las cualidades
de su carácter?

Etapa 1: La gloria de Dios

La gloria intrínseca de Dios. El ciclo de la gloria comienza con la gloria de Dios.


Dios tendría la misma gloria intrínseca intacta, aunque nunca hubiera optado por
crear a los seres humanos ni ninguna otra cosa. La gloria intrínseca de Dios nunca
puede verse disminuida ni estar ausente.
Las Escrituras hablan a menudo de la gloria intrínseca de Dios, la gloria que es
esencial a la naturaleza de Dios independientemente del juicio humano. Por ejemplo,
cuando Moisés pide ver la gloria de Dios, Dios accede. Luego, descubrimos por qué
Dios es digno al proclamar la bondad de su nombre divino, YHWH, revelando su
gloria (véase Éx. 33:22).
Considere este episodio con atención. Según el propio informe de Dios, él está
revelando su gloria intrínseca. Si tuviera que elegir sólo dos palabras para describir
la autorrevelación de Dios en este pasaje, ¿cuáles seleccionaría?
Y pasó delante de Moisés proclamando: «YHWH, YHWH, Dios
compasivo y misericordioso, lento para la ira y grande en amor y
fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después y que
perdona la maldad, la rebelión y el pecado; pero no tendrá por inocente
al culpable, sino que castiga la maldad de los padres en los hijos hasta
la tercera y cuarta generación». (Ex. 34:6-7, NVI ligeramente
modificado)

¿Qué palabras eligió?


Dado que este pasaje es central en la autorrevelación de Dios en el Antiguo
Testamento, suelo hacer esta pregunta a mis estudiantes universitarios. La mayoría
de las veces eligen amoroso y justo. También hay otras buenas respuestas. Recuerdo
a mis alumnos que el deseo de Dios de mostrar misericordia, perdón y bondad
amorosa es extenso: mil generaciones. Mientras tanto, el castigo de los malvados es
real y urgente, pero más limitado: sólo alcanza a la tercera y cuarta generación.
A través de la repetición, el texto hebreo enfatiza especialmente el hesed de Dios
—una palabra difícil de traducir pero que utiliza más a menudo como «amor». El
amor en español tiene fuertes connotaciones emocionales, psicológicas,
individualistas y sexuales que no se pretenden en el hebreo. El hecho de que sienta
que su corazón va a estallar o que esté locamente enamorado es irrelevante; el amor
hesed no implica necesariamente que le guste otra persona. Hesed tiene que ver con
el cuidado: acciones que muestran lealtad, fidelidad a las promesas y preocupación
práctica por el bienestar de los demás.
¿Qué incluye entonces la gloria intrínseca de Dios según la propia
autorrevelación de Dios en las Escrituras? Como mínimo, su amor pactual, su
naturaleza perdonadora y su justicia. Estos atributos hacen que Dios sea digno de
alabanza incluso cuando los humanos no lo valoran ni se glorían en él. La gloria
inherente de Dios nunca puede ausentarse, disminuir o desvanecerse. Pero, por lo
que respecta a las Escrituras, la gloria intrínseca de Dios no es la suma total de la
gloria de Dios, pues tiene otra cara.
La gloria reconocida de Dios. Dios es intrínsecamente glorioso. Por eso, cuando
el pueblo de Dios sintoniza con la realidad, no puede evitar exclamar: «¿Quién es él,
este Rey de gloria? YHWH Todopoderoso: él es el Rey de la gloria» (Sal. 24:10).
De hecho, los que se han encontrado con la fama de Dios no pueden hacer otra cosa
que alabarlo, invitando a toda la creación a unirse al poderoso coro. En un salmo de
David encontramos el estribillo: «Ensálzate, oh Dios, sobre los cielos; que tu gloria
sea sobre toda la tierra —¡no una sino dos veces!» (Sal. 57:5 y 57:11, NVI) Los que
se han dejado atrapar por la visión del honor de Dios se suben a la ola de la alabanza
mientras se estrella contra la costa: «La voz del Señor está sobre las aguas; resuena
el trueno del Dios de la gloria; el Señor está sobre las aguas impetuosas» (Sal. 29:
3).
Pero la Biblia también reconoce que los humanos — individualmente y dentro de
la cultura— no valoramos a Dios como deberíamos. Por eso dice el Señor: «¡Yo soy
YHWH; ése es mi nombre! No daré mi gloria a otro ni mi alabanza a los ídolos» (Is.
42:8, TA). La tensión entre la gloria intrínseca y la reconocida se revela en este
pasaje. Dios afirma que tiene una gloria o valor intrínseco, relacionado con su
nombre YHWH, del que carecen por completo los ídolos. Pero al mismo tiempo la
gente está adorando a los ídolos en lugar de al Dios vivo. Están dando el honor que
pertenece apropiadamente a YHWH a imágenes sin valor. Sabiendo que esto no nos
conviene ni a nosotros ni al mundo, ¡Dios se opone enérgicamente! El actuará para
salvaguardar el reconocimiento de su gloria.
Dado que no reconocemos ni apreciamos plenamente las cualidades del carácter
de Dios, debemos ser llamados para dar a Dios la gloria completa que se merece.
Las Escrituras nos invitan una y otra vez a reconocer la gloria de Dios apreciando su
gloria intrínseca: «Tributen al Señor la gloria que merece su nombre; adoren al Señor
en la hermosura de su santidad» (Sal. 29:2, NVI; véase también 96:8). En este único
estribillo vemos la doble cara de la gloria. El salmista afirma que Dios tiene una
gloria que se le debe debido a su valor intrínseco: la gloria debida a su nombre. Pero
como nos sentimos atraídos a adorar ídolos en su lugar, no reconocemos el valor
infinito de Dios. Así que, debido al fracaso humano, hay un déficit en la gloria
reconocida de Dios. Si se quiere alcanzar la máxima gloria de Dios, los humanos
deben ser llamados a reconocer el valor de Dios.
No son únicamente los humanos los que deben glorificar a Dios, sino toda la
creación. Se exhorta a los ángeles: «Tributen al Señor, seres celestiales; tributen al
Señor la gloria y el poder» (Sal. 29:1, NVI).21 Los serafines de seis alas que vuelan
en presencia de Dios claman: «Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda
la tierra está llena de su gloria» (Isa. 6:3). Esto nos recuerda que la creación, incluso
en su estado corrupto actual, anuncia sin cesar la fama de Dios: «Los cielos cuentan
la gloria de Dios; la expansión proclama la obra de sus manos. Un día transmite el
mensaje al otro día; una noche a la otra comparte sabiduría» (Sal. 19:1-2). Se insta
a toda la creación a reconocer la gloria de Dios.
En resumen, como la gloria tiene dos caras, cuando no se reconoce la gloria de
Dios, Dios experimenta un déficit de gloria general. La gloria intrínseca de Dios
monea puede disminuir, pero su gloria reconocida se ha erosionado. Desde un punto
de vista bíblico, la gloria reconocida debe optimizarse para que Dios reciba la
máxima gloria que merece. Toda la creación está llamada a apreciar la gloria
intrínseca y la fama de Dios, y a responder proclamándola a los demás. Sin embargo,
todo esto procede de Dios. Pues la gloria humana y de la creación tiene su origen en
la gloria de Dios, alimentando el ciclo de la gloria.

Etapa 2: Los humanos reciben la gloria para gobernar

¿Por qué Dios creó a los humanos? El Catecismo Menor de Westminster afirma:
«Pregunta: ¿Cuál es el fin principal del hombre? Respuesta: El fin principal del
hombre es glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre».
Sería difícil encontrar a un cristiano, independientemente de su denominación o
tradición, que estuviera fundamentalmente en desacuerdo con lo que dice el
catecismo sobre el fin humano, yo incluido. Pero, basándonos en las Escrituras,
¿podemos precisar esto?
Cuando acudimos a las Escrituras para descubrir con qué propósito creó Dios a
los seres humanos, no es ante todo para glorificarse. Se hace hincapié en algo
diferente pero relacionado:

21
Aquí la NVI traduce «seres celestiales», pero más exactamente el original hebreo dice «hijos de
Dios», una designación en otros lugares para los ángeles (e.g., Job 1:6; 2:1).
Luego dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y
semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar y sobre las aves
del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes y
sobre todos los animales que se arrastran por el suelo».
Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios;
hombre y mujer los creó.
Y Dios los bendijo con estas palabras: «¡Sean fructíferos y
multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del
mar y a las aves del cielo, y a todos los animales que se arrastran por el
suelo!» (Gén. 1:26-28, NVI)

Contrariamente al catecismo, en las Escrituras el propósito más fundamental para


el que Dios creó a los seres humanos no es glorificarle; al menos, no directamente.
Los humanos están hechos para un fin más específico. Observe que la imagen y el
gobierno se mencionan repetidamente en este pasaje clave sobre el propósito
humano. Mientras tanto, el concepto de imagen se refuerza con el término
relacionado de semejanza y el de gobernar con el de someter. Dios creó a los
humanos a su imagen para que gobernaran para él.
Aunque en las Escrituras Dios no crea a los humanos con el propósito inmediato
de glorificarle, sin embargo, imagen y gobernar sí se correlacionan con gloria. Los
humanos están hechos a imagen de Dios con el propósito de gobernar la creación
en su nombre. Para llevar a cabo esta tarea, como parte de su imagen, Dios concede
a los humanos una gloria derivada que es una participación en su gloria intrínseca.
Aunque esta gloria humana derivada tiene su origen en Dios y procede de él como
un don —por lo que Dios se lleva el mérito o la gloria por ella—, al final no es sólo
gloria de Dios, porque se la concede a los humanos por el bien de la creación.
Lo sabemos porque otros pasajes hablan de cómo Dios dio a los humanos una
parte de su gloria para gobernar la creación. Por ejemplo, el Salmo 8 reflexiona sobre
por qué el Señor optó por levantar a los humanos:

¿Qué es la humanidad para que te acuerdes de ella, los seres humanos


para que cuides de ellos? Los has hecho un poco inferiores a los ángeles
y los has coronado de gloria (kabod) y honor (hadar). Los hiciste
gobernantes de las obras de tus manos; pusiste todo bajo sus pies: todos
los rebaños y manadas, y los animales salvajes, las aves del cielo y los
peces del mar, todos los que nadan por los senderos de los mares. (Sal.
8:4-8, NVI ligeramente modificado)

Dios coronó a los humanos de gloria y honor al nombrarlos gobernantes de la


creación.
La gloria de Dios está presente en los seres humanos a través de la imagen.
Además, la gloria de Dios se pone a disposición de otros humanos y del resto de la
creación a través del proceso dinámico de los humanos portadores de su imagen. El
hecho de que un humano sea portador de la imagen divina significa que la gloria de
Dios se hace presente por ese humano localmente dentro de la creación.
La gloria se multiplica a través de ser portadores de su imagen. Cuando la
creación experimenta la gloria intrínseca de Dios de forma derivada a través de los
humanos que portan plenamente su imagen, el resultado es gloria para Dios, los
humanos y la creación. Es decir, cuando un humano porta correctamente la imagen
de Dios en un lugar local, ese humano es honrado por servir de vehículo para el
honor de Dios. Y cuando ese humano a su vez señala a Dios como la fuente última
de la bondad, Dios recibe el máximo honor reconocido que le corresponde. Llevar
su imagen aumenta la gloria de los humanos, de la creación y de Dios.
El hambre de la creación por la fama de Dios es también la razón por la que la
reproducción humana es un propósito humano fundamental en Génesis: «¡Sean
fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del
mar y a las aves del cielo, y a todos los animales que se arrastran por el suelo!» (Gén.
1:28, NVI). Cuando los humanos se reproducen, más portadores de su imagen son
liberados localmente en el mundo (Gén. 5:3). Estos portadores de su imagen pueden
entonces llevar la gloria de Dios a lugares específicos dentro de la creación,
satisfaciendo el anhelo de la creación por la gloria de Dios.
La reproducción humana es necesaria para que los humanos cumplan su
propósito dentro del proyecto de creación de Dios. Cuando los humanos se
multiplican, la imagen de Dios y la capacidad de que la gloria de Dios sea llevada a
lugares específicos dentro de la creación también se multiplican. Esto cumple el
propósito que Dios tenía para la creación.
____________________________________________________
La correcta representación de la imagen aumenta la gloria
para los humanos, la creación y Dios.
____________________________________________________

En resumen, cada humano tiene una participación derivada en la gloria intrínseca


de Dios como portador de su imagen. Los seres humanos individuales fueron creados
para portar impecablemente la imagen de Dios a nivel local, para reflejar
perfectamente la fama intrínseca de Dios en ese lugar específico. Esto traería un
resultado específico: ese humano y Dios se harían famosos —se les atribuiría
gloria— de forma apropiada por otros humanos y por toda la creación dentro de ese
lugar.
Así pues, una forma mejor (más precisa) de responder a la pregunta planteada
por el Catecismo de Westminster sería la siguiente: Pregunta: ¿Cuál es el fin
principal del hombre? Respuesta: Dios creó al ser humano a su imagen para que
gobernara la creación en su nombre, de modo que la creación pudiera experimentar
la gloria de Dios de forma derivada a través del gobierno humano local El resultado
final es la gloria de la creación, de los humanos y, sobre todo, la de Dios.
Quizá ahora quede claro por qué la afirmación del catecismo sobre el propósito
humano capta la verdad, pero necesita afinarse. En la afirmación del catecismo, la
gloria de Dios parece ser un bien escaso que sólo le pertenece a él. Es unilateral.
Implícitamente, es deber de toda persona temerosa de Dios salvaguardar
celosamente la gloria de Dios para que nadie se la robe.
Pero cuando utilizamos las Escrituras para aumentar la precisión, descubrimos
que la gloria de Dios tiene dos caras: la intrínseca y la reconocida. Además,
descubrimos que Dios no acapara celosamente su gloria, sino que crea a los seres
humanos de tal manera que por naturaleza participan de ella. Y lo que es más
importante, en lugar de reservarse toda la gloria para sí, Dios quiere que los humanos
participen cada vez más de su gloria. Puesto que Dios es su fuente y su fin último,
la recuperación de la gloria humana acelera la restauración de la gloria de Dios.
En resumen, la participación en la gloria intrínseca de Dios se otorga a los
humanos como parte de ser portadores de su imagen. Los humanos deben reflejar la
gloria intrínseca de Dios de forma intacta para que la gloria reconocida de Dios
alcance su plenitud. Dios no puede recibir la gloria más plena —valor, honor,
fama— a menos que la humanidad sea capaz de irradiar su gloria al máximo para
que le honren el mayor número de humanos y la creación como sea posible. La gloria
intrínseca de Dios nunca puede disminuir, pero el logro pleno de la gloria
reconocida de Dios depende de una recuperación máxima de la gloria humana.

Etapa 3: Fracaso en llevar la gloria

Ahora el ciclo de la gloria da un giro oscuro. Todos conocemos la historia de la


desobediencia de Adán y Eva. Además, puesto que todos estamos «en Adán», un
nombre que en hebreo significa simplemente humano, debemos reconocer que todos
hemos hecho la misma elección. Usted y yo hemos comido del árbol decidiendo por
nosotros mismos lo que es bueno y malo en lugar de aceptar la sabia regla de Dios.
El resultado es que merecemos la muerte y el castigo por nuestros pecados, igual que
ellos.
Un problema humano básico es que merecemos el castigo y la muerte por
nuestros pecados (Rom. 1:32; 6:23). Cada uno de nosotros necesita personalmente
un sustituto que nos limpie de los pecados, para que podamos ser restablecidos en
una relación correcta con Dios. Así pues, la eliminación de nuestra culpa es el
propósito básico del evangelio, ¿verdad? Pues no exactamente.
Estamos tan ensimismados que nos cuesta incluso empezar a pensar en la
salvación desde un punto de vista centrado en Dios. He aquí la cuestión: cuando
asumimos que el problema fundamental —la mala noticia más fundacional— es
nuestra culpabilidad ante Dios por nuestros pecados, estamos viendo el asunto desde
una perspectiva egoísta. Nos estamos poniendo a nosotros mismos —nuestra propia
situación individual («Merezco ser castigado y morir por mis pecados») y su
solución («Puedo confiar en que Jesús es mi sustituto»)— en el centro. No me
malinterprete: cada uno de nosotros es personalmente culpable. Necesitamos ser
rescatados para poder restablecer nuestra relación con un Dios santo.
Una salvación menos egocéntrica

Pero, ¿y si pensáramos en la salvación de una forma menos egocéntrica? ¿Y si


pusiéramos el problema de Dios en el centro de la salvación en lugar del nuestro?
¿Y en segundo lugar el problema de la creación?
Imaginemos a Dios expresando su principal dilema respecto a por qué su obra de
creación necesita ser rescatada —la mala noticia— de esta manera:

Diseñé la creación para que fuera gobernada por los humanos. Los hice
a mi imagen, dándoles la capacidad de reflejar mi honor intrínseco,
porque quería que eligieran libremente hacer que esa gloria estuviera
presente al máximo en cada lugar a medida que se extendían por la
tierra. Pero los humanos han optado por deshonrarme, creando un
déficit de gloria para mí, para ellos y para toda la creación. Ahora la
creación se encuentra en una espiral descendente, porque no recibe el
honor que necesita. ¿Cómo puedo restaurar mi gloria en medio de la
humanidad' para que la creación pueda experimentar mi gloria a
través del gobierno humano como yo pretendía originalmente?

En pocas palabras, el problema de la salvación de Dios es el siguiente: ¿cómo


puedo restablecer mi gloria (honor) en medio de los humanos por su bien, por el bien
de la creación y por mi propio bien?
Cuando vemos que nuestra forma de conceptualizar la mala noticia: «todo es
sobre la culpa humana y el perdón» es egocéntrica, estamos en mejor posición para
discernir el porqué más urgente del evangelio. Por encima de todo, debemos
reconocer esto: la mala noticia no es simplemente que merezcamos la muerte y el
castigo. Es mucho peor.
Toda la obra de creación de Dios está amenazada por el pecado, porque el pecado
impide a los humanos hacer aquello para lo que Dios los diseñó: difundir su fama a
toda la creación mediante ser portadores de su imagen. Dios no sólo intenta borrar
nuestra culpa. Está intentando deshacer el daño y restaurar el honor. El objetivo de
Dios tampoco es salvar a ciertos seres humanos especialmente elegidos para la gloria
celestial mientras permite que otros se condenen para que él pueda obtener toda la
gloria exclusivamente para sí a través de ese proceso. Eso es malinterpretar cómo
funciona la gloria dentro de las Escrituras en la historia maestra de Dios. La gloria
que Dios trata de restaurar es la de la creación, la nuestra y la suya, pues todas son
mutuamente dependientes y están entrelazadas. Este es el problema que Dios está en
proceso de resolver a través del evangelio.

El problema de Dios magnificado

Cuando volvemos a las Escrituras con la perspectiva de Dios sobre las malas
noticias, aprendemos más sobre su gravedad. Romanos 1:18-31 es como una lupa
que nos permite ver con detalle el problema desde el punto de vista de Dios.
En Romanos 1:18, Pablo comienza su famosa descripción del predicamento
humano. Una vez que nos hemos reaclimatado a las malas noticias, vemos que el
problema más profundo no es la culpa humana en sí. Más bien el pecado humano
causa un déficit de gloria que pone en peligro a toda la creación.
El problema es la pérdida de gloria por un intercambio insensato. La ira de Dios,
explica Pablo, se revela desde el cielo porque los humanos se han comportado con
maldad al suprimir la verdad sobre Dios (Rom. 1:18). Aunque el poder eterno y la
naturaleza divina de Dios son evidentes por sí mismos en la creación (Rom. 1:19-
20) —de modo que la humanidad en su conjunto no tiene excusa para no honrar o
dar gracias a Dios (Rom. 1:21)—, los humanos han optado por ignorar a Dios.
¿Por qué? Porque ser humano significa comer del árbol del conocimiento del bien
y del mal. Preferimos elegir lo que está bien y lo que está mal por nosotros mismos
—«pretender ser sabios» (Rom. 1:22)— en lugar de someternos a la sabiduría
revelada de Dios sobre cómo deben comportarse los humanos. Suprimimos la verdad
sobre Dios porque su verdad sobre el comportamiento es inconveniente para
nuestros deseos egoístas. En nuestra ilusa locura encontramos preferible el
autogobierno al gobierno de Dios.
Según Pablo, la elección humana de convertirnos en sabios a nuestros propios
ojos no resultó simplemente en una pecaminosidad genérica, sino también en una
condición específica: una pérdida de gloria debida a la idolatría. «Aunque
pretendían ser sabios, se volvieron necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal
por imágenes hechas para ser semejantes a un ser humano mortal, a las aves,
animales y reptiles» (Rom. 1: 22-23). Las palabras de Pablo hacen eco de la
descripción de lo que ocurrió cuando los israelitas hicieron el becerro de oro:
«Cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba» (Sal. 106:20).
Como dice el teólogo misionero Jackson Wu, «la gloria de Dios es también la gloria
de ellos».22 Así que cuando los israelitas cambiaron su gloria, es decir, a Dios mismo,
por un ídolo, el resultado fue una pérdida de gloria también para ellos. Este
intercambio de gloria se refiere a cómo la adoración de ídolos causa un fracaso de
gloria con respecto a nuestra imagen.

Los resultados del intercambio de gloria

Estamos hechos a imagen de Dios; ésta es nuestra dignidad humana. Pero nuestra
vergüenza humana es que la gloria que acompaña al hecho de ser portadores de su
imagen ha sido desfigurada por la idolatría. Cuando adoramos ídolos
deshumanizados y vacíos —y todos lo hemos hecho— se produce un intercambio
de gloria.
Nuestra idolatría nos lleva a parecernos a los ídolos horribles que adoramos (Sal.
115:5-8; 2 Re. 17:5; Jer. 2:5). El amante que adora la seguridad relacional es
consumido por los celos. El empleado que adora el dinero es devorado por la codicia.
El adorador de la autonomía moral dobla la rodilla ante la tolerancia. El resultado
final es una fractura en la gloria. Sin embargo, cuando en lugar de ello adoramos al
único Dios verdadero —Padre, Hijo y Espíritu Santo— nuestra gloria se renueva y
se potencia. Greg Beale describe con agudeza la situación: «Nos convertimos en lo
que adoramos».23
Aunque los lectores de las Escrituras de hoy en día a menudo lo pasan por alto,
Pablo anuncia que la pérdida de la gloria es el problema fundamental que resuelve
el evangelio. Después de tres capítulos detallando la difícil situación humana, Pablo
resume indicando que el problema fundamental radica en la relación del pecado con

22
Jackson Wu, Reading Romans with Eastern Eyes: Honor and Shame in Paul’s Message and
Mission (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2019), 43. Cursiva original de la cita.
23
Greg K. Beale, We Become What We Worship: A Biblical Theology of Idolatry (Downers Grove,
IL: IVP Academic, 2008).
la pérdida de gloria. Por desgracia, hemos actuado como si la verdadera
preocupación de Pablo fuera otra.
El resumen de Pablo es contundente: «Todos han pecado y están privados de la
gloria de Dios» (Rom. 3:23). En primer lugar, analicemos lo que Pablo no dice,
aunque tiende a ser malinterpretado en este punto.
Pablo no dice: «Todos han pecado y están destituidos de la norma perfecta de
santidad de Dios», ni tampoco dice: «Todos han pecado y están destituidos de los
justos requisitos de la ley de Dios». Los seres humanos sí necesitan ser rescatados
porque están por debajo de la norma moral perfecta de Dios y de sus justos
requisitos, pero ese no es el punto preciso de Pablo aquí. Pablo mantiene una visión
divina del problema de la salvación, viendo cómo el pecado está desbaratando los
planes de Dios para la creación.
Pablo se lamenta del fracaso de la humanidad en la gloria. En otras palabras, el
problema con el pecado no es el pecado en sí mismo —como si la eliminación de él
y de nuestra culpa fuera el fin último de la salvación. Más bien, el principal problema
del pecado es que está causando un déficit de gloria. Pablo destaca cómo nuestro
pecado está ligado a cómo «estamos faltos de la gloria de Dios» porque quiere
enfatizar algo concreto: cómo los humanos se están quedando cortos en su vocación
de ser portadores de su imagen.
Los humanos han adorado a ídolos en lugar de a Dios, quedando desprovistos de
la gloria de Dios. El pecado impide a los humanos hacer lo que Dios necesita que
hagan dentro de la creación. La deshonra humana ha resultado en la deshonra de
toda la creación, y debido a esto Dios también ha sido deshonrado. Como dice Pablo:
«Ustedes que se jactan de la ley, están deshonrando a Dios al transgredir la ley.
Porque está escrito: “El nombre de Dios es blasfemado entre las naciones por su
culpa”» (Rom. 2:23-24). Es decir, incluso el pueblo especialmente elegido por Dios
ha caído en la trampa de la idolatría y la desobediencia (véase 2:18-22), provocando
que el nombre de Dios sea calumniado por todas las naciones. A medida que la gloria
humana ha decaído, la gloria o reputación de Dios también ha disminuido.
En resumen, ¿cuál es la mala noticia? Nuestro fracaso a la hora de hacer presente
la gloria de Dios a través de nuestra imagen conduce a la pérdida de gloria para Dios,
los humanos y la creación. ¿Qué es el evangelio? Pablo lo describe como «el
evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios» (2 Cor. 4:4). El evangelio
consiste en que, al portar plenamente la imagen gloriosa de Dios, Jesús el Rey ha
iniciado la restauración de la gloria.

PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

1. Describa alguna ocasión en la que se haya atribuido el mérito (al menos en su


mente, si no públicamente) en lugar de honrar como es debido a otras personas
que le apoyaron o ayudaron.
2. Considere tres de sus mayores éxitos o logros en los últimos diez años. ¿Cómo
ha honrado a Dios por ellos? En la práctica, ¿ha mejorado esta honra la
reputación de Dios en el mundo? ¿Por qué es fácil que no le demos a Dios la
gloria (reputación) que se merece?
3. La descripción que hace C. S. Lewis de un viaje en autobús al cielo tiene por
objeto ayudarnos a considerar nuestros defectos de carácter y virtud. Describa
dos defectos que sean inadecuados para la calidad de vida eterna que Dios
quiere desarrollar en usted. ¿Qué medidas prácticas puede tomar para
mejorar?
4. ¿Por qué se admira Lewis de Sarah Smith? Háblenos de una persona de su
vida que le recuerde a Sarah Smith.
5. Describa a una celebridad a la que le gustaría conocer especialmente. ¿La
cultura de la celebridad es mala? ¿Cómo debemos responder a la tendencia a
considerar a ciertos pastores, músicos y autores cristianos como celebridades?
6. Desde un marco bíblico, ¿por qué depende de nosotros la plena gloria de Dios?
7. Considere un aguacate y una rosa. Describa la gloria intrínseca de cada uno.
¿Cuál es la gloria reconocida entre sus amigos? ¿Para usted personalmente?
8. Enumere siete cualidades o atributos de Dios que le vengan más fácilmente a
la mente. ¿Cuáles son intrínsecas y cuáles atribuidas? ¿Cuáles valora más
personalmente? ¿Cuáles necesita apreciar más?
9. ¿Qué dice la Biblia sobre el propósito para el que fueron hechos los seres
humanos? ¿Cómo se relaciona esto con la gloria?
10. Un eslogan popular es soli Deo gloria («gloria sólo a Dios»). Desde un punto
de vista bíblico, ¿por qué podría una persona decir que este eslogan es cierto
pero confuso o engañoso si no se aclara?
11.¿Cuál es una forma menos egocéntrica de describir por qué es necesaria la
salvación? ¿Por qué podría ser importante este replanteamiento para la
evangelización y la misión continuas de la iglesia?
12.Describa un área de su vida en la que haya hecho el «intercambio de gloria»
adorando a un ídolo vacío. ¿Qué daño se produjo? ¿Cómo se perdió la
oportunidad de difundir la gloria de Dios?
4
LA RECUPERACIÓN
DEL EVANGELIO

El porqué del evangelio puede responderse mejor diciendo que Dios nos ha dado lo
que más necesitamos: un rey. Pero en segundo lugar, por qué necesitamos un rey
salvador —y cómo nos beneficia eso— se explica más plenamente mediante el ciclo
de gloria de las Escrituras.
El capítulo anterior se centró en las etapas 1-3 del ciclo (para una visión general
de todo el ciclo, véase la imagen del cap. anterior). Los humanos están hechos a
imagen de Dios para gobernar la creación en nombre de Dios llevando su gloria a la
creación. Cuando los humanos dejan de adorar al Dios vivo y en su lugar adoran
ídolos en bancarrota —dinero, poder, sexo, tolerancia y diversidad— se produce una
interrupción de la gloria. Los seres humanos y la creación dejan de funcionar
correctamente. La gloria intrínseca de Dios es irreductible e intachable. Pero la gloria
atribuida a Dios falta porque los humanos no reconocen el pleno valor de Dios. El
resultado es un déficit de gloria para Dios, los humanos y toda la creación.
Los seres humanos tienen un propósito. Un cuchillo está diseñado para cortar; los
zapatos son para calzarse. Se puede utilizar un cuchillo como cucharón de sopa y un
zapato como cafetera, pero los resultados serán deficientes. Dado que la creación
requiere una imagen correcta para funcionar adecuadamente, cuando Adán y Eva —
que representan a todos los humanos— rechazaron el plan de Dios, la creación estaba
destinada a la decadencia.
Dada la inevitable corrupción de la creación, ¿cuáles eran las opciones de Dios?
Podía haber abandonado todo su proyecto de creación. O podría haber abandonado
a sus criaturas humanas. Pero, ¿eran éstas realmente posibles para Dios dentro de los
límites de su amor abnegado si había otro camino?
El hecho de que Dios optara por cubrir la culpa humana desnuda de Adán y Eva
con vestiduras de piel nos dice mucho sobre su compromiso para con nosotros. Más
tarde, Dios optó por hacer promesas inquebrantables de bendecir a todas las naciones
a través de la descendencia de Abraham y de David (Gén. 12:3; 22:18; 2 Sam. 7:12-
14; Lc. 1:32-33; Gál. 3:16).
Este capítulo es la pieza central de este libro, porque se enfoca en la etapa 4 del
ciclo de la gloria: cómo el evangelio inicia la restauración de la gloria.
Exploraremos lo que Dios ya ha hecho en la historia para comenzar a restaurar la
gloria. Porque la gracia salvadora trata principalmente del don gratuito que la
humanidad en su conjunto no merecía, pero que Dios optó por conceder en un
momento concreto de la historia pasada: los acontecimientos que, en conjunto,
constituyen el evangelio (He. 14:3; 20:24, 32; Gál. 1:6; Col. 1:6). En el próximo
capítulo veremos cómo el propósito del evangelio afecta a los individuos —usted,
yo o su compañero de trabajo no salvo— para que cada uno pueda participar hoy. El
evangelio es transformador.

Etapa 4: El Evangelio inicia la restauración de la gloria

En Gospel Allegiance (y The Gospel Precisely) presento un esquema en diez partes


del contenido del evangelio, mostrando cómo cada acontecimiento forma parte del
evangelio en múltiples ocasiones en las Escrituras.24 Lo he incluido en la parte
derecha de la siguiente tabla como referencia, porque en este punto quiero ir más
allá de los estudios previos mostrando que podemos detectar tres movimientos
teológicos básicos dentro del contenido del evangelio. Estos tres movimientos
teológicos conectan con el porqué del evangelio. Para dejarlo claro he añadido una
frase marco que habla del papel del rey Jesús en la restauración de la gloria.
El evangelio es que Dios está en proceso de restaurar la gloria a través de Jesús,
el Rey salvador, que:

24
Matthew W. Bates, Gospel Allegiance: What Faith in Jesus Misses for Salvation in Christ
(Grand Rapids: Brazos, 2019), 86-87; y Matthew W. Bates, The Gospel Precisely: Surprisingly
Good News about Jesus Christ the King (Nashville: Renew.org, 2021), 34.
Cuando profundizamos en la teología de la encarnación de Jesús, su muerte por
los pecados y su resurrección al reino, estamos desenterrando fundacionalmente el
porqué del evangelio. Dado que la creación necesita humanos que gobiernen según
el designio de Dios, el evangelio comienza con el don de un humano que nace para
reinar de forma impecable. El evangelio comienza con la encarnación del Rey.
1. Encarnación

Es uno de los versículos más famosos de la Biblia. Tal vez incluso lo haya
memorizado. Pero si la palabra gloria para usted ha sido hasta ahora confusa y
desconectada del plan general de Dios, quizá nunca haya captado por qué es
evangelio: «Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y contemplamos su
gloria, la gloria que corresponde al Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad» (Jn. 1:14, NVI).
Encarnación significa hacerse carne humana. Dios Hijo es eterno junto con el
Padre y el Espíritu. El Hijo preexistió junto a Dios Padre y participó activamente en
la creación del mundo. Pero sin dejar de ser plenamente Dios, el Hijo optó por asumir
nuestra completa humanidad en un momento concreto del siglo I.
La encarnación es fundacional para el evangelio porque el problema que Dios
intenta corregir es la ausencia de su gloria en medio de la creación, un déficit que
existe porque los humanos no llevan la gloria de Dios a ella al ser portadores de su
imagen.
El verdadero evangelio no rechaza la ley de Israel ni su historia, sino que el
evangelio cumple las intenciones de Dios para su pueblo. Israel debía llevar la gloria
de Dios a las naciones, pero no lo hizo a la perfección. Así que Dios actuó para
cumplir la vocación de Israel enviando al Hijo para que tomara carne humana en la
persona de Jesús. «Jesús adopta la vocación del pueblo de Dios como portador del
nombre del Señor», en palabras de Carmen Joy Imes.25 Cuando el Hijo asume carne
humana, portando impecablemente la imagen de Dios, la humanidad en bancarrota
tiene de repente la oportunidad de contemplar la gloria de Dios. Ahora, Jesús, un ser
humano, está llevando a cabo precisamente aquello para lo que Dios diseñó a todos
los humanos.

Carmen Joy Imes, introducción a Portadores de su Nombre: la importancia del Sinaí (Salem,
25

OR, Publicaciones Kerigma, 2022).


La gloria resplandece

En su encarnación, el Hijo comienza a hacer resplandecer la gloria de Dios a todos


los demás humanos y al resto de la creación, para que la fama de Dios pueda
experimentarse a través de él. El Rey Jesús es el paradigma de la humanidad. De
hecho, el título favorito de Jesús para sí mismo, el Hijo del Hombre, se refiere a la
persona que mejor representa la categoría «humano». Sin embargo, el título también
se asociaba con la consecución del reinado real a la diestra de Dios (e.g., Sal. 80:17;
Dan. 7:13-14; Mt. 26:64). Jesús es y representa a la vez la humanidad óptima.
El apóstol Pablo también deja claro que la encarnación es donde comienza el
evangelio. La carta más famosa de Pablo, Romanos, se abre con una descripción del
evangelio. Pablo lo llama «el evangelio de Dios», indicando que Dios «lo prometió
de antemano» en las Escrituras (Rom. 1:1-2). Pablo describe además este evangelio
diciendo que trata del Hijo de Dios, que «llegó a existir» por medio de la simiente
de David (Rom. 1:3). Esto se refiere a cómo el Hijo preexistió, pero también se hizo
humano por medio de María, que era de la descendencia de David.
En la descripción que hace Pablo del evangelio, sabemos que la encarnación está
en vista porque Pablo dice que esta «aparición» no fue una venida a la existencia en
todos los sentidos. Esta «venida a la existencia» fue sólo «en cuanto a la carne»
(Rom. 1:3, TA). La encarnación del Hijo es la buena nueva que inicia la restauración
de la gloria.
Como deja claro Pablo, la encarnación no fue un fin en sí misma: condujo a otros
acontecimientos identificados como parte del evangelio: la resurrección de Jesús y
su instalación como «Hijo de Dios en poder» (Rom. 1:4). Es decir, la encarnación
tenía como objetivo el propósito más básico del evangelio: la entronización de Jesús
en la posición definitiva de poder cósmico, para que todas las naciones pudieran
rendirle «obediencia leal» (Rom. 1:5).

La trayectoria real de la encarnación

Misteriosamente, incluso antes de la creación Dios ya había determinado hacer un


pueblo especial para sí mismo en y a través de un rey. El apóstol Pablo detalla este
misterio: Dios «nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que vivamos
en santidad y sin mancha delante de él» (Ef. 1:4, NVI). El Cristo, el futuro Rey,
estaba a la vista incluso antes de la creación.
En otro lugar, Pablo explica cómo el futuro rey podía ser un modelo preexistente.
Llama a Adán «tipo del que ha de venir» (Rom. 5:14). Podríamos haber esperado
que Pablo dijera que Adán era el humano original y que el Rey se hizo humano más
tarde para rescatar la creación. Por extraño que parezca, no es así como funciona. El
futuro rey ideal — «el que ha de venir»— es el prototipo humano sobre cuya base
Dios creó a Adán. Adán apareció primero en el tiempo, pero Adán fue creado
anticipándose al modelo humano —¡el rey!— que llegaría en el futuro.
El rey preexistente, encarnado ahora como Jesús, es el humano original mientras
que Adán es la copia inferior. Es como si Dios enviara primero un cohete modelo al
mundo y luego anunciara que el cohete modelo se basaba en realidad en una
fantástica nave espacial ya diseñada de la NASA que enviaría en el futuro. La
creación de Adán se basó en el rey humano ideal que Dios enviaría algún día.

Independientemente de la encarnación

Al decir estas cosas, las Escrituras indican que, aunque Adán y Eva no hubieran
pecado, la encarnación se habría producido de todos modos. Antes de la caída, el
Dios trino —Padre, Hijo y Espíritu— ya tenía la intención de enviar al Hijo para que
tomara carne humana y gobernara la creación como el Rey ideal.
Dios había planeado el desarrollo y la expansión de la civilización humana antes
de la caída. Recuerde que el mandato humano de multiplicarse, llenar la tierra,
someterla y gobernarla se da antes de la desobediencia de Adán y Eva. En
consecuencia, la humanidad y la creación comenzaron en un estado inmaduro en el
jardín. Pero Dios tenía la intención de que avanzara hacia una ciudad, la nueva
Jerusalén.
La caída manchó trágicamente el proceso de desarrollo. Pero incluso si la caída
nunca hubiera ocurrido, la encarnación habría tenido lugar a pesar de todo —el don
del Rey definitivo— para llevar la creación a la madurez que Dios pretende para
ella. Dado que son anteriores a la caída dentro de la historia global de las Escrituras,
la encarnación y el reinado son más fundacionales para el evangelio —más básicos
para él— que la cruz y la resurrección. Sin embargo, a la luz de la desobediencia de
Adán y Eva, la encarnación se convirtió también en una operación de rescate.
Entonces la cruz y la resurrección se convirtieron también en esenciales para el
evangelio.

2. Muerte por los pecados

La encarnación nos muestra que la salvación no es sólo de, sino también para.
Cuando no reconocemos que la encarnación es tan integral para el evangelio como
la cruz, malinterpretamos y restringimos el significado de la cruz. Cuando se
considera de forma aislada, es fácil tratar la cruz como si tratara exclusivamente de
la salvación de la culpa, el pecado y la muerte. Verdaderamente se trata de esas
cosas. Pero cuando seguimos el ejemplo de las Escrituras comenzando el evangelio
con la encarnación, vemos por qué el marco del evangelio es real. La encarnación
nos enseña que la cruz es también para la restauración de la gloria, ya que expresa
y conduce al gobierno humano perfecto. La salvación no es sólo el rescate de las
consecuencias negativas, sino que es el rescate para la restauración a la salud plena.
Sin embargo, no nos atrevemos a descuidar la cruz. Dado que habrían ocurrido
independientemente de la caída, la encarnación y la venida del Cristo-Rey pueden
ser más fundacionales para el evangelio que la cruz, pero eso no quiere decir que la
cruz sea menos importante o menos esencial para él. ¡Dios no lo quiera! La obra
cumplida de Jesús en la cruz por nosotros es un propósito fundamental del evangelio.
Las Escrituras nos ofrecen algunas imágenes para ayudarnos a comprender por
qué la muerte de Jesús es una buena noticia. Los eruditos las denominan modelos de
expiación. Como nos recuerda Joshua McNall, es más acertado considerar estos
modelos no como competidores, sino como elementos que contribuyen a un retrato
más completo.26 Sólo cuando se mantienen juntos, unos junto a otros, podemos
apreciar cómo cada uno aporta algo esencial a todo el mensaje de cómo la cruz salva.

26
Joshua M. McNall, The Mosaic of Atonement: An Integrated Approach to Christ’s Work (Grand
Rapids: Zondervan Academic, 2019).
Considere los cuatro modelos siguientes de la expiación como herramientas que
nos ayudan a comprender mejor los propósitos de Dios al dar el Evangelio.

(1) Sustitución

La sustitución implica que una persona o cosa reemplace a otra. En el corazón de la


expiación sustitutiva hay una verdad bíblica simple pero profunda: el Rey murió en
la cruz en nuestro lugar por nuestros pecados. Pero existen varias subteorías —de
rescate, penal, gubernamental, de satisfacción— que pretenden matizar y adornar
esta sencilla verdad. Estas subteorías son útiles, pero algunos aspectos de cada una
de ellas también han suscitado controversia.
La sustitución forma parte del evangelio. Cuando el apóstol Pablo esboza el
evangelio, declara que el Cristo «murió por [hiper] nuestros pecados» (1 Cor. 15:3).
La palabra griega hyper suele implicar sustitución, por lo que podríamos traducir
igualmente: el Cristo murió «en favor de nuestros pecados» o «por causa de nuestros
pecados» (véase Gál. 1:4). Pero para comprender la sustitución, necesitamos
apreciar varias metáforas de las Escrituras que completan su significado.

La teoría del rescate

El propio Jesús habla de la expiación sustitutoria: «Porque ni aun el Hijo del hombre
vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos»
(Mc. 10:45, NVI). La palabra griega lutron (rescate) se refiere al precio necesario
para liberar a los prisioneros de guerra o a los que están sometidos por deudas.27
La sustitución está a la vista porque Jesús se ofrece a sí mismo en lugar de los
demás. Jesús nos impulsa a concebir su vida como algo enormemente valioso, de
modo que pueda servir para comprar muchísimas vidas. Al dar su vida, Jesús mismo
es quien asume la «pérdida» para efectuar el pago que liberará a los demás.

27
Por ejemplo, como en Isa. 45:13 LXX; y Josefo, Antiquities 12.28, 33, 46; 14.107, 371; War
1.274,384.
La teoría del rescate como expiación es indiscutiblemente bíblica. Pero, ¿cuáles
son sus límites? Por ejemplo, si seguimos la metáfora, ¿a quién se hace el pago? ¿Al
Padre? ¿A Satanás?
Algunos de los primeros padres de la Iglesia, como Orígenes, estaban
convencidos de que Jesús tuvo que pagar al diablo: «Ahora bien, era el diablo quien
nos retenía, a quien habíamos sido arrastrados por nuestros pecados. Por eso exigió
la sangre de Cristo como precio por nosotros».28 Para Orígenes, el diablo se negaba
a liberar a sus cautivos hasta que recibiera la moneda de cambio de la sangre de
Cristo. Otros, como Cipriano, estaban persuadidos de que Jesús en la cruz era como
una trampa cebada. Cuando Satanás mordió el anzuelo, Jesús se convirtió en nuestro
sustituto: fuimos arrebatados de «las fauces del diablo» y se ofreció en rescate al
Padre.29
Pero el pago a Satanás es muy improbable. Muchos teólogos antiguos y casi todos
los contemporáneos —a mi juicio tienen razón— consideran muy problemático un
pago al diablo como rescate. Por ejemplo, dado que el único Dios —Padre, Hijo y
Espíritu Santo— es propiamente soberano y Satanás es un usurpador engañoso, es
falso suponer que Satanás tenga derecho legal al pago. Ni Jesús ni el Padre le deben
nada a Satanás.
Lo mejor es afirmar que al ofrecer su vida en lugar de la de otros, Jesús libera a
una poderosa multitud de prisioneros, y dejar sin respuesta la pregunta de a quién se
le debe el rescate. A fin de cuentas, Jesús no sintió la necesidad de exponer una
respuesta para su audiencia. Nuestras teorías sobre la expiación son las metáforas
que apuntan a realidades teológicas. Pero esas metáforas no se agotan ni se ajustan
uniformemente a esas realidades.
La mejor respuesta a la metáfora del rescate es silenciar nuestras especulaciones
y celebrar con adoración su verdad básica: el Hijo dio su vida para liberarnos de la
esclavitud.

28
Orígenes, Commentary on Romans 2.13.29, trad. Thomas P. Scheck, Origen: Commentary on
the Epistle to the Romans, The Fathers of the Church (Washington, DC: Catholic University of
America Press, 2001), 1:161.
29
Cipriano, Epistle 59, trad. Ernest Wallis, en The Ante-Nicene Fathers, ed. Alexander Roberts y
James Donaldson (1886; repr., Peabody, MA: Hendrickson, 2004), 5:355.
La expiación sustitutiva penal

La persona que efectúa el pago del rescate sufre una pérdida «financiera» para liberar
a los cautivos. Así que la metáfora del rescate sugiere que al sufrir voluntariamente
hasta la muerte para que su vida sirviera de pago, Jesús estaba aceptando una pérdida
o pena para redimir a otros. La aceptación voluntaria por parte de Jesús de una
responsabilidad o pena al ponerse en lugar de otros como parte de una transacción
oficial ha llegado a denominarse expiación sustitutiva penal.
Sin embargo, los teólogos que utilizan la expresión completa, expiación
sustitutiva penal pueden querer decir cosas muy distintas con cada una de esas tres
palabras. Esto hace que cualquier conversación al respecto sea delicada.
El término penal es especialmente resbaladizo. Por ejemplo, ¿se refiere penal a
cualquier pérdida, sufrimiento o pena en general? ¿O tiene que haber una transacción
legal oficial para que cuente como penal? En caso afirmativo, ¿qué es exactamente
lo que se transacciona, qué partes están implicadas, importa la actitud con la que se
realiza la transacción para su eficacia, qué código de derecho está a la vista y cuáles
son los resultados para cada parte y para el mundo? Por estas y otras razones, no es
prudente afirmar o rechazar la expiación sustitutiva penal sin dar una definición
exacta.
Definir penal y defender esa definición está más allá del alcance razonable de
este libro. Pero podemos emprender, brevemente, lo que yo consideraría la tarea más
importante: apreciar las imágenes pertinentes de las Escrituras a pesar de todo. Ya
hemos hablado del rescate. Además, consideremos brevemente algunas poderosas
imágenes de las Escrituras que deben ser tenidas en cuenta por cualquiera que trabaje
en este tema.
El apóstol Pedro reflexiona sobre Jesús como el siervo sufriente anunciado por
Isaías. Este siervo es descrito por Isaías en términos gráficos: «Él fue traspasado por
nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades. Sobre él recayó el castigo,
precio de nuestra paz y gracias a sus heridas fuimos sanados» (Isa. 53:5, NVI) y fue
«golpeado por la rebelión de mi pueblo» (Isa. 53:8, NVI). Pedro cita a Isaías para
demostrar que en la cruz Jesús cargó con nuestros pecados sobre su cuerpo: «Él
mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado
y vivamos para la justicia. Por sus heridas ustedes han sido sanados» (1 Pe. 2:24,
NVI). El siervo actúa como apoderado del pueblo para sanarlo, sufriendo heridas en
su cuerpo por la violación de los caminos de Dios (véase 1 Pe. 3:18).
De forma similar, el apóstol Pablo presenta al Hijo como un sustituto que carga
con el pecado humano y experimenta sus consecuencias. Por ejemplo, considere la
afirmación de Pablo, donde Dios hizo lo que la ley no podía hacer «envió a su propio
Hijo en una condición semejante a la de los pecadores [peri hamartias]» (Rom. 8:3,
NVI). La sustitución está implícita porque su condición «semejante a la de los
pecadores» requiere que, aunque Jesús mismo no era pecador, Jesús se había hecho
de alguna manera semejante a la carne de pecado al ponerse en nuestro lugar.
El Hijo se hizo semejante a la carne de pecado permaneciendo sin pecado al
cargar con nuestro pecado. El Rey Jesús hizo esto para que pudiéramos llegar a ser
justos a los ojos de Dios, pero al mismo tiempo se mantendría la justicia de Dios
(véase 2 Cor. 5:21). La lógica de Pablo funciona así: La rectitud de Dios exige que
juzgue con ira el pecado (Rom. 1:17-18; 2:5; 3:5). Los seres humanos crean el
pecado, así que, aunque se convierta en un monstruo cósmico que no pueden
controlar, son culpables por ello y merecen el castigo, que es la muerte (Rom. 1:32;
6:23).
Sin embargo, Dios estaba motivado por su ilimitado amor por nosotros, incluso
en medio de nuestra culpa. Por eso actuó: «Dios demuestra su propio amor por
nosotros en esto: siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5: 8, NVI
ligeramente modificada). No se pierda lo que está en el corazón de lo que
tradicionalmente se ha llamado expiación penal sustitutoria: el amor de Dios. Por
nosotros.
________________________________________________
El Hijo se hizo semejante a carne de pecado
permaneciendo sin pecado al cargar con nuestro pecado.
________________________________________________

Motivado por el amor, el Hijo tomó el pecado sobre su carne, cargando con la
pena de muerte que merecemos. Así, mediante la crucifixión, Dios «condenó el
pecado en la carne» (Rom. 8:3, TA). Es decir, Dios emitió un veredicto decisivo
contra el pecado al llevarlo en la carne de Jesús en la cruz. Esto significa que el Rey
sufrió en nuestro lugar para liberarnos, de modo que la justa exigencia de la ley
pudiera cumplirse plenamente en nosotros (Rom. 8:4). En resumen, cuando el
pecado fue condenado en su carne, el Hijo sin pecado fue un sustituto que llevaba
nuestro pecado humano en su carne, soportando la pena por el pecado y la muerte
que justamente merecíamos. Para recibir esta libertad purificadora, un humano debe
entrar en la comunidad llena del Espíritu. Entonces son guiados por el Espíritu y no
por la carne (Rom. 8:5-14).

La obra de la cruz dentro de la entronización

Aunque Jesús dijo: «Consumado es» (Jn. 19:30), la obra de la cruz no fue
plenamente efectiva para nosotros hasta después de la resurrección de Jesús y su
instalación celestial. Jesús fue propuesto por Dios como el hilasterion, el
propiciatorio —la tapa del arca del pacto donde la sangre purificadora era rociada
cada año por el sumo sacerdote (Rom. 3:25; véase también Lev. 16:14-15). Cuando
Jesús resucitado ascendió corporalmente a la diestra de Dios, se convirtió no sólo en
Rey sino también en nuestro intercesor sacerdotal (Rom. 8:34), haciendo expiación
en la presencia celestial de Dios. Como nos recuerda el teólogo Patrick Schreiner, la
ascensión «no sólo confirmó la obra de Cristo, sino que contribuyó a ella e incluso
la continúa».30
Tras su resurrección, el Hijo, en su calidad de Sumo Sacerdote, hizo una
presentación única de su propia sangre purificadora en el reino celestial (Heb. 9:11-
12). En el Rey y a través de él, la ofrenda sumosacerdotal de esta sangre limpia a los
humanos pasados, presentes y futuros del pecado para que tengan una posición
correcta ante Dios, pero al mismo tiempo mantiene el justo castigo de Dios por el
pecado (Rom. 3:25-26).
¿El resultado de esta obra expiatoria? Los seres humanos ya no son responsables
de la justa ira de Dios contra el pecado, sino que están reconciliados con Dios (Rom.
5:9-10). La obra de la cruz por nosotros no finalizó hasta que Jesús ascendió para

Patrick Schreiner, The Ascensión of the Christ: Recovering a Neglected Doctrine (Bellingham,
30

WA: Lexham, 2020), 115.


ser entronizado como Rey y Sumo Sacerdote.31 Tras alcanzar el trono cósmico, los
beneficios salvíficos del Rey Jesús se ponen a disposición del pueblo de Dios a través
de su reinado, su intercesión y el envío del Espíritu. Esta es la razón por la que el
evangelio, y nuestra respuesta a él, deben empezar con un rey.

Matizando el término penal

Ya he indicado que algunos rechazan la expiación sustitutiva penal porque el


término es ambivalente. A mi juicio, esto está bien siempre que no estemos negando
simultáneamente las imágenes de las Escrituras esbozadas anteriormente. Sin
embargo, otros rechazan lo penal por una razón diferente pero claramente falsa:
consideran que el término penal implica que Dios emprende una venganza violenta
al permitir que su ira caiga sobre el Hijo. O que Dios Padre está implícito en el
abandono del hijo. Llegan a la conclusión de que el Dios de la expiación sustitutiva
penal es inmoral e inferior y, por tanto, la doctrina es necesariamente falsa. Pero
extraer tales implicaciones es erróneo.
Sugerir que lo penal implica necesariamente un Dios violento, vengativo y
abandonador no es más que una caricaturización. Tales caricaturas malinterpretan la
verdadera relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nuestras teorías sobre
la expiación no pueden sugerir una fractura en la vida intratrinitaria. No podemos
enfrentar a una persona de la Trinidad con las demás, como si el Hijo no deseara
cargar con nuestro castigo, pero se viera obligado a hacerlo por un Padre mezquino
y abusivo. Además, la idea de que el Padre abandonó al Hijo en la cruz es contraria
a las Escrituras. Las palabras de Jesús a sus discípulos en el huerto se oponen
directamente a tal visión: «Miren que viene la hora, y ya es la hora, en que ustedes
serán dispersados; cada uno se irá a su propia casa y a mí me dejarán solo. Sin
embargo, solo no estoy, porque el Padre está conmigo» (Jn. 16:32). Jesús sabía que,
aunque sus discípulos le abandonarían durante su pasión y crucifixión, el Padre
permanecería siempre con él.

31
Para un artículo breve pero reflexivo, véase David Moffitt, «What’s Up with the Ascension?»,
Christianity Today, 21 de mayo de 2020, https://www.christianitytoday.com/ct/2020/may-web-
only/whats-up-with-ascension.html.
En la cruz, el Hijo se sintió abandonado. Expresó su agonía con palabras del
Salmo 22:1: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Pero sabemos
que nuestros sentimientos humanos no siempre representan la realidad. Más allá de
sus sentimientos temporales, Jesús sabía que Dios no abandona a la persona justa
que confía lealmente. Jesús había profetizado al menos tres veces que sería asesinado
y luego resucitaría de entre los muertos (e.g., Mc. 8:31; 9:31; 10:34). El Padre
escucharía su clamor y lo liberaría, como deja claro el resto del Salmo 22 (versículos
4-5, 21-31). El sacrificio voluntario del cuerpo del Hijo en previsión de su exaltación
era el plan del Dios trino incluso antes del momento de la encarnación de Jesús (Jn.
17:4-5; véase también Heb. 10:5-7). Jesús sabía que el Padre no le había abandonado
de verdad.
Independientemente de que se prefiera o no el término penal, he aquí el fondo
teológico: Dios Padre nos ama a pesar de que —porque es inalterablemente justo—
debe derramar su ira contra el pecado como un acto de justicia. El Hijo, puesto que
también es plenamente Dios, tiene exactamente la misma norma de justicia y amor
que el Padre, al igual que el Espíritu. Puesto que el Padre, el Hijo eterno y el Espíritu
son todos uno —y sus acciones dirigidas hacia el orden creado son en última
instancia inseparables—, en el nivel teológico más profundo, no es sólo la ira del
Padre la que se derrama con justicia contra el pecado humano, sino también la ira
del Hijo eterno y del Espíritu. Las personas de la Trinidad trabajan juntas para
nuestra salvación al permitir que Jesús el Hijo cargue con nuestros pecados como
sustituto.

La teoría gubernamental

Un rey representa a su pueblo. Aun reconociendo la fuerza de la expiación sustitutiva


—a la que muchos prefieren añadir también el término penal—, algunos encuentran
que las Escrituras permiten un matiz más. La teoría gubernamental es una forma de
expiación sustitutiva penal, pero limita la cantidad de sufrimiento que implica para
Jesús.
En la teoría gubernamental de la expiación, la pena que sufre Jesús es comparable
a la forma en que un senador representa a sus electores. La teoría gubernamental
sugiere que Jesús no soportó la pena exacta por cada uno de los pecados cometidos,
pues sostiene que eso sería una cantidad insondable de pecados y requeriría más que
el breve sufrimiento de Jesús. Más bien, como cabeza de la humanidad, Jesús cargó
con una pena menos representativa pero suficiente que era proporcional a lo que su
pueblo merecía, pero no la pena exacta. Para los gubemamentalistas, Dios demostró
que mantiene el orden moral del universo para todos los humanos de esta manera.

La teoría de la satisfacción

La sustitución penal está estrechamente relacionada con la teoría de la satisfacción


de la expiación. La teoría de la satisfacción —más estrechamente asociada con el
teólogo medieval Anselmo— propone que Dios es ofendido por los pecados
humanos, por lo que los humanos deben realizar una reparación adecuada para
limpiar la ofensa deshonrosa.
El pecado desprestigia a Dios. Pone en tela de juicio su bondad, justicia y honor
entre las naciones. Dentro de la teoría de la satisfacción, sólo un humano tan perfecto
que sea de hecho plenamente divino es capaz de satisfacer a un Dios perfecto
restaurando su honor. Aunque no es estrictamente necesario que el mecanismo por
el que se ofrece la satisfacción implique la sustitución penal, es común hoy en día
mezclar estas teorías de la expiación.
Al reflexionar sobre los diversos matices posibles de la expiación sustitutoria, el
resultado es el siguiente: independientemente del modelo que se proponga, debemos
tener presente que el Hijo asumió voluntariamente la carne humana, sufrió
verdaderamente en su naturaleza humana al morir por nuestros pecados y sirvió
voluntariamente como sacrificio (véase Heb. 10:5-10). Al hacerlo, nos ofreció a cada
uno de nosotros la oportunidad de reconciliarnos con el Dios trino. Padre, Hijo y
Espíritu están en el mismo equipo para nuestra salvación.
Además, la expiación sustitutoria también muestra que, aunque su pleno alcance
estuvo oculto durante mucho tiempo, el propósito que subyace a todos los demás
propósitos del evangelio es sencillamente éste: El extraordinario amor de Dios. La
cruz revela la asombrosa altura, profundidad y amplitud del amor de Dios. No sólo
el Padre, el Hijo y el Espíritu nos aman a pesar de nuestros pecados, sino que Dios
nos ama tanto que el Hijo estuvo dispuesto a sufrir de esa forma increíblemente cruel
por nosotros.
¿Por qué el Evangelio? Más allá de todo lo demás, el evangelio está motivado
por el amor sacrificial y cruciforme de Dios por nosotros.

(2) El reinado victorioso

Un segundo modelo de la expiación presenta el reinado victorioso. Aunque la


sustitución es lo que más fácilmente se asocia con la cruz en la imaginación cristiana
popular, la Biblia da protagonismo a una imagen diferente: ¡Cristus Victor! Esta
frase latina significa «¡El mesías es el vencedor!».

¡Christus Victor!

Christus Victor es la imagen dominante de la expiación en el Nuevo Testamento,


porque la imagen de Jesús como Rey victorioso se evoca cada vez que se aplica el
término Cristo al Jesús resucitado y entronizado. La victoria es la categoría mayor;
la sustitución es un subconjunto dentro de ella. Aunque ambas son prominentes y
esenciales, la identidad de Jesús como el Cristo triunfante se enfatiza mucho más en
el Nuevo Testamento que Jesús como nuestro sustituto. Mientras tanto, la cruz fue
el medio principal por el que el Rey obtuvo la victoria.
Jesús venció a sus enemigos en la cruz, lo que resultó en su reinado. Aunque esto
implicó la purificación sustitutiva con respecto a los pecados humanos, la victoria
de la cruz va más allá de la sustitución. La muerte de Jesús, por ejemplo, no sustituyó
ni purgó de otro modo los pecados de los demonios, los espíritus malignos o Satanás,
pero sin embargo los venció. Pablo lo expresa así: «Y habiendo desarmado a los
poderes y a las autoridades, él [el Cristo] hizo de ellos un espectáculo público,
triunfando sobre ellos mediante la cruz» (Col. 2:15).
Los verdaderos enemigos

Aunque Jesús fue condenado a muerte por hombres malvados, ellos no eran los
enemigos últimos de Jesús. Los seres humanos son culpables de sus pecados. Pero
la maldad humana está potenciada por fuerzas aún más siniestras: Satanás y sus
secuaces. Éstos son los enemigos más básicos de Jesús, porque inspiran los malvados
regímenes terrenales y los sistemas quebrados que atrapan a los humanos. Esto es lo
que Pablo quiere decir con «los poderes y las autoridades» (Col. 2:15; véase también
Ef. 6:12). La cruz desarmó a estos enemigos. Pero incluso en su derrota, se permite
que estos poderes espirituales malignos sigan haciendo estragos temporalmente.
Pablo puede decir que «muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo» (Flp.
3:18), porque estas fuerzas siguen potenciando la maldad humana. Por eso la maldad
sigue abundando en el mundo a pesar del reinado de Jesús.
Sin embargo, cuando Dios considere que ha llegado el momento, «vendrá el fin»,
momento en el que el Mesías entregará «el reino a Dios Padre, después de haber
destruido todo dominio, autoridad y poder» (1 Cor. 15: 24). Es decir, estos poderes
espirituales malignos ya han sido derrotados, pero al final su autoridad será abolida
por completo.

Gobierno victorioso

Mientras tanto, el Cristo resucitado está sentado por encima de estas fuerzas
espirituales malignas. El Mesías está a la diestra de Dios «muy por encima de todo
gobierno y autoridad, poder y dominio, y de todo nombre que se invoque, no sólo en
la era presente sino también en la venidera» (Ef. 1:21). Desde esa posición exaltada
gobierna victoriosamente hasta que todos sus enemigos sean sometidos: «Porque es
necesario que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies» (1
Cor. 15:25).
«El último enemigo que ha de ser destruido es la muerte» (1 Cor. 15:26). Al igual
que los poderes espirituales malignos, el enemigo final —la muerte— ya ha sido
conquistado por el Cristo victorioso, pero aún no ha sido destruido. Finalmente, el
Rey Jesús erradicará incluso la muerte. Entonces, dice Pablo, todas las cosas,
excepto el Padre, estarán sujetas al Rey de reyes y Señor de señores (1 Cor. 15:27-
28).

(3) Influencia moral

La teoría de la influencia moral de la expiación sostiene que la muerte de Jesús nos


rescata al mostrarnos un modelo que resulta ser salvador cuando lo adoptamos. Sin
embargo, dado que la muerte de Jesús implicó intencionalidad, el significado de su
muerte está informado por su vida y sus enseñanzas. Por lo tanto, para ser salvos
debemos aprender a comportarnos a partir del ejemplo moral holístico de Jesús. Es
decir, para entrar en la salvación, debemos convertirnos en discípulos de Jesús.

El discipulado salva

Para entrar en la salvación y llegar a su meta final debemos elegir seguir y aplicar el
modo de vida y las enseñanzas del Maestro. El rescate expiatorio de Dios se produce
cuando emprendemos el modelo de vida-a-muerte-a-nueva-vida que ejemplificó
Jesús.
Los fundamentos bíblicos de la teoría de la influencia moral de la expiación son
firmes. Por ejemplo, Jesús dice: «El que quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la
perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará» (Mc. 8: 33-
34).
Seguir el ejemplo de conducta de Jesús no es opcional para rescatarnos de nuestra
condición pecaminosa. Jesús dice que es esencial que emprendamos una vida de
discipulado cruciforme para ser salvos. Debemos ser leales a Jesús y a su forma de
vida. Además, Jesús deja claro en el contexto que está hablando de la salvación final
o última, no de un rescate temporal. Lo que está en juego es el yo esencial de cada
uno (psyche, traducido tradicionalmente como «alma») y la reivindicación personal
cuando Jesús regrese para emitir el juicio final (Mc. 8:36-38).
Cuando sus discípulos le preguntaron: «Señor, ¿sólo se salvarán unos pocos?».
Jesús no dijo: «Sí, sólo los pocos que confiaron exclusivamente en mi muerte por
los pecados». En cambio, Jesús afirma: «Esfuércense por entrar por la puerta
estrecha» (Lc. 13:23-24). Jesús llama a sus seguidores a esforzarse por imitar su
forma de vida. Advierte que el día de la gran fiesta del reino, muchos afirmarán
conocerlo, pero como en la práctica son «hacedores de maldad», Jesús los repudiará
(Lc. 13:26-27; véase también Mt. 7:13-27 esp. vers. 23). Serán expulsados del
banquete del reino de Jesús (Lc. 13:28).
La autenticidad del discipulado se revela a través de la acción. Con respecto al
frío, al enfermo, al forastero, al encarcelado y al desnudo, en el día del juicio Jesús
dirá: «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el
más pequeño, lo hicieron por mí» (Mt. 25:40, NVI). Sobre la base de este hacer,
Jesús emitirá en consecuencia un veredicto a favor o en contra de nosotros,
separando a las ovejas de las cabras (Mt. 25:31-46).
La salvación final depende de un discipulado imperfecto pero auténtico.
Debemos aprender del Rey Jesús para que nuestra fe se extienda en un hacer
obediente. Nos salvamos por lealtad al Rey, ya que la lealtad nos une al Rey y a sus
beneficios.

¿Primero la justificación personal?

A pesar de las palabras de Jesús sobre la necesidad del discipulado en su modelo de


vida para la salvación final, algunos sugieren que la influencia moral es menos
fundacional que la justificación personal por la fe. Argumentan que primero
necesitamos experimentar el poder regenerador de Dios para poder expresar la fe en
Cristo y ser justificados personalmente (declarados justos), y sólo después podemos
caer con éxito bajo la tutela de la influencia moral de Jesús sometiéndonos a su
señorío. Sostienen que, si intentamos someternos a Jesús como Rey antes de confiar
en él como Salvador, caemos en la trampa mortal de salvarnos a nosotros mismos
mediante nuestros esfuerzos morales.
En otras palabras, algunos dicen que primero tenemos que tener fe en la obra
consumada de Cristo en la cruz como Salvador, y sólo después podemos intentar
someternos a él como Rey. Pero tal como las Escrituras presentan el asunto, esto es
un retroceso al cien por ciento. Malinterpreta lo que significa «fe» (pistis) y cómo se
relaciona con el Cristo como parte del evangelio. No hay salvación independiente
del reino de Jesús, porque sólo viene a través de su reinado.

Justificados por la influencia moral

No somos justificados al margen de la influencia moral de Jesús, sino a través de


ella. La influencia moral de Jesús se ejerce sobre nosotros a través del proceso por
el que llegó a ser entronizado como el Cristo, afectando a lo que significa tener fe
mientras buscamos la justificación. No hay ningún rey en el que podamos tener «fe»
con respecto al evangelio que pueda separarse de las elecciones morales de Jesús
que condujeron a su reinado.
La influencia moral es tan fundacional como la expiación sustitutiva porque a
través de la lealtad Jesús fue justificado y se convirtió en el Cristo. Hizo esto para
que nosotros pudiéramos llegar a ser leales a él como el Cristo y pudiéramos ser
justificados también. La propia justificación de Jesús por su fe, o lealtad (pistis), es
anterior a la nuestra y está destinada a causar la nuestra. Como afirma Pablo, «en el
evangelio la rectitud de Dios se revela por pistis para pistis, tal como está escrito:
“El justo vivirá por pistis”» (Rom. 1:17). La pistis del Cristo estimula nuestra pistis
humana hacia el Cristo (Rom. 3:21-22; Gál. 2:16; 3:22). Es decir, en el evangelio, la
justificación se revela por la pistis (fe o lealtad) del Rey con el propósito de estimular
nuestra pistis (fe o lealtad), lo que da como resultado la vida. Jesús es el justo que
por la fe vive, convirtiéndose en el Cristo. Cuando declaramos la fe en él como el
Cristo, somos justos y vivimos también.
Permítanme explicar por qué la influencia moral de Jesús en nosotros es esencial
para nuestra justificación personal por la fe, tratando de desentrañar la lógica de
Pablo:
• Para entrar en la salvación, los humanos deben responder al evangelio
reconociendo por la fe (confiando en la lealtad) que Jesús es el Cristo (Rey).
• En el proceso de convertirse en el Cristo dentro de la historia, Jesús ejerció
una influencia moral sobre nosotros que determina ineludiblemente lo que
significa prometer nuestra fe hacia él como ese Cristo.
• Parte de la influencia moral específica sobre nosotros que Jesús ejerció al
convertirse en el Cristo fue mostrar que su propia fe obediente en forma de
cruz (su propia lealtad confiada) hacia Dios tuvo como resultado su
justificación y culminó en su vida de resurrección.
• A la luz de lo que le sucedió a Jesús (fue justificado por su fe y halló la vida)
cuando se comportó de este modo, cualquiera que busque la justificación hoy
en día ha sido influido moralmente por su ejemplo, porque tiene pruebas de
que el modelo de Jesús «por la fe» es agradable a Dios y da como resultado la
justificación y la vida de resurrección.
• Ahora cualquier humano puede imitar el patrón de conducta de Jesús
prometiendo fe (lealtad) a Dios prometiendo fe a su Cristo, y al hacerlo puede
entrar en la comunidad justificada y disfrutar de la vida de resurrección.

En resumen, la influencia moral de Jesús sobre nosotros es anterior a nuestra


justificación por la fe y es básica para ella. No somos justificados por la fe en
cualquier Cristo, sino prometiendo lealtad al Cristo específico que vivió y murió él
mismo «por la fe». Cuando una persona se justifica por la fe hoy en día, está
siguiendo el ejemplo moral de Jesús, ya que él fue justificado por la fe en primer
lugar. Junto con la sustitución y el Christus Victor, la influencia moral es esencial
para una comprensión completa de la expiación.

(4) Reconciliación

Existe otra teoría de la expiación. Pretende reunir a todas las demás, pero también
es más que la suma de sus partes: el modelo de la reconciliación.
Cuando usted ve la recapitulación de un partido de béisbol o de una película, está
recibiendo los acontecimientos clave, los giros de la trama y el desenlace final de
forma resumida. El modelo de reconciliación de la expiación es similar.
Jesús en su reinado es el momento culminante —la reconciliación—, ya que
reúne todo lo que es significativo en la historia de los seres humanos en su relación
con Dios. Como dice Pablo, «todas las cosas están reconciliadas en Cristo» (Ef.
1:10). La palabra griega es anakephalaioo: contabilizar lo esencial y exponerlo de
nuevo de forma resumida.
El modelo de la reconciliación afirma que el Rey Jesús es la cabeza de una
humanidad reconstituida. Es un segundo y último Adán (1 Cor. 15:45). Además, en
su cuerpo resucitado y ascendido, Jesús es el primogénito de entre los muertos. Esto
implica que tendrá muchos hermanos y hermanas que también reinarán con él sobre
la nueva creación en sus cuerpos resucitados (Col. 1:18; Rom. 8:29). Afirmar el
modelo de reconciliación de la expiación es afirmar que el rey Jesús nos salva siendo
la cabeza de una creación reconstituida, resumiendo todo lo que Dios pretendía que
fuera la humanidad dentro de la antigua creación.
Al hablar de la expiación, la reconciliación no sólo capta verdades bíblicas clave
sobre cómo el Rey Jesús reexpresa sumariamente la línea argumental de cómo Dios
se relaciona con la humanidad, sino que también es una metáfora útil. Si queremos
apreciar el porqué de la muerte de Jesús de forma completa y a la vez sucinta,
necesitamos reconciliar: unir los diferentes modelos de expiación en una imagen
compuesta que reexprese sumariamente las intenciones reconciliadoras de Dios.
En las Escrituras, los modelos de expiación sustitutivo, del rey victorioso y de la
influencia moral no compiten, sino que juntos sirven para recapitular cómo Dios nos
rescata. El modelo de rey victorioso se presupone siempre que vemos el título «el
Cristo» aplicado a Jesús resucitado. Pero, por supuesto, todos los primeros cristianos
sabían que esta victoria se produjo para nosotros principalmente a través de la
sustitución: el Rey muriendo en la cruz por nuestros pecados.
Sin embargo, la teoría de la influencia moral de la expiación es fundamental
también para la salvación personal. La justificación de un individuo por la fe
depende hoy de que imite el modelo de vida de Jesús, pues él fue justificado primero
por su fe. Así es como se convirtió en el Cristo-Rey viviente que puede justificarnos.
El modelo de reconciliación nos recuerda que Dios ha establecido al Rey Jesús
como cabeza de una nueva humanidad dentro de su nueva creación. La
reconciliación también nos anima a mantener unidos los modelos de expiación,
viendo lo que cada uno aporta de forma única al retrato global, para que podamos
alabar a Dios al máximo por su asombroso rescate.

3. Resucitado para reinar

Supongamos que usted está presentando el evangelio a una compañera de trabajo y


ella se muestra receptiva. Después de contarle sus propios fracasos pasados y sus
intentos actuales de seguir a Dios, como parte de las buenas nuevas usted dice con
entusiasmo: «¡Creo que Jesús el Rey murió por nuestros pecados y luego resucitó!»
Bien hecho. Estas son porciones clave del evangelio que deben compartirse con
alegría.
Su compañera de trabajo es consciente de su necesidad de Dios y de un cambio
de vida. Así que cuando usted lo comparte, ella está en parte a bordo, pero tiene
dudas y preguntas. Ella dice: «Entiendo que soy pecadora y necesito el perdón de
Dios. Admiro las enseñanzas y la vida de Jesús. La cruz tiene sentido para mí. Estoy
dispuesta a confiar en la muerte de Jesús y a intentar ser su discípula. Da miedo, pero
sus caminos pueden ser mejores que los que he estado intentando».
Sin embargo, su compañera de trabajo continúa: «Pero no creo que Dios
realmente resucitó a Jesús de entre los muertos. Creo en la ciencia. Hasta que no
tengamos pruebas de que una persona muerta durante tres días puede volver a la
vida, no puedo obligarme a creer. Quiero que sea verdad, pero no puedo obligarme
a creer algo tan descabellado».
Parece descorazonada. Pero de repente añade: «¿Pero creer en la resurrección es
tan importante? ¿No puedo salvarme si confío en la muerte de Jesús por mis pecados
e intento seguirle, aunque no crea en la resurrección?»
¿Qué respondería usted? ¿Es la resurrección realmente esencial para el
evangelio? ¿No puede una persona entrar en una relación correcta con Dios
únicamente confiando en la obra expiatoria de Jesús en la cruz y adoptando su forma
de vida?
Son preguntas difíciles. Si realmente estuviera teniendo esta discusión con un
compañero de trabajo, podría ir en varias direcciones a partir de aquí, incluyendo
una que apunte a una visión más matizada de los milagros, la ciencia y el
cristianismo. Pero al menos las Escrituras dan una respuesta clara a la pregunta de si
la resurrección es realmente esencial para el evangelio: enfáticamente sí.
Rotundamente sí.

La resurrección importa

Las Escrituras presentan la realidad histórica de la resurrección de Cristo como


esencial para las buenas nuevas y para la obra salvadora de Dios: «Y si Cristo no ha
resucitado, la fe de ustedes es ilusoria y todavía están en sus pecados» (1 Cor. 15:17,
NVI). Pablo dice que la realidad de la resurrección del Rey como acontecimiento
histórico genuino es necesaria para la eliminación de nuestros pecados.
La resurrección es definitivamente parte del evangelio. Pero, ¿es posible que una
persona que no cree en la realidad de la resurrección, pero sí confía en la eficacia de
la muerte de Jesús por los pecados, aún pueda salvarse a través de la realidad
histórica de la resurrección de Jesús independientemente de su incredulidad en ella?
Sólo Dios lo sabe. Es difícil afirmar que pueda salvarse alguien que no crea en la
resurrección. Por ejemplo, véase Romanos 10:9-10. Sin embargo, sí sé esto: Cuando
nuestro evangelio trata de Jesús en la cruz, en lugar de cómo Jesús se convirtió en el
Cristo, no estamos en una buena posición para ayudar a otros a ver por qué la
resurrección es importante.
Por ejemplo, si pensamos que el evangelio gira en torno a la cruz, es fácil hacer
de la resurrección una añadidura milagrosa, una prueba evidente. Pero cuando
pensamos más detenidamente, vemos que tal comprensión es errónea. Si el propósito
principal de Dios al resucitar a Jesús fuera la certificación milagrosa de la divinidad
de Jesús, el poder de la cruz o la derrota de la muerte, entonces ¿por qué Dios lo
exaltaría posteriormente al cielo? ¿No esperaríamos en cambio que Dios dejara a
Jesús vivo y sano en la tierra, para que sirviera de prueba viviente perpetua? Además,
no es simplemente el alma o el espíritu de Jesús lo que sube. Jesús asciende en su
cuerpo resucitado (He. 1:9-11).
Después de que Jesús resucita de entre los muertos para no volver a morir, no se
queda simplemente colgado, como una celebridad que agita las manos, para que las
multitudes le miren boquiabiertas durante siglos interminables. Sí, hay testigos que
lo ven durante un período de cuarenta días y certifican la realidad de su resurrección
—y esto es de vital importancia—, pero no es lo principal.
Cuando llegamos a apreciar que el evangelio trata de cómo Jesús se convirtió en
Rey del cielo y de la tierra y no simplemente de la cruz, la resurrección de Jesús
cobra sentido como el siguiente paso esencial en el plan de Dios para restaurar su
gloria sobre la creación. La resurrección de Jesús era necesaria porque la creación
requiere un auténtico gobierno humano.

Resucitado para reinar

El propósito principal de la resurrección de Jesús no es anunciar el poder milagroso


de Dios sobre la muerte ni certificar la divinidad de Jesús, aunque esos sean
propósitos menores válidos. El propósito principal de la resurrección de Jesús es
permitirle hacer precisamente lo que está haciendo ahora: reinar como el Rey
humano superlativo a la diestra del Padre.
Pedro explica el propósito de la resurrección de Jesús. Es la exaltación con el
propósito de gobernar: «Dios ha resucitado a este Jesús, y todos nosotros somos
testigos de ello. Exaltado a la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo
prometido y ha derramado lo que ahora todos nosotros somos testigos» (He. 2:32-
33).
Jesús es resucitado para que pueda ascender corporalmente y asumir su cargo
como gobernante humano sobre la creación.
Aunque a Jesús se le podía llamar apropiadamente el Cristo en un sentido
anticipatorio cuando nació (Lc. 2:11; véase también 2:26), Dios no le «dio el trono»
desde el que ahora gobierna hasta después de su ascensión (véase Lc. 1:32-33). Por
eso, Pedro sólo puede concluir después de la entronización de Jesús a la diestra de
Dios: «Por tanto, que todo Israel esté seguro de esto: Dios ha hecho a este Jesús, a
quien crucificaron, Señor y Mesías» (He. 2:36). Cuando Jesús resucitado fue
exaltado, fue hecho el Cristo-Rey en el sentido último.
Por qué el Rey necesita un cuerpo

Sólo al instalarse a la diestra del Padre en su cuerpo humano resucitado comenzó


Jesús a funcionar autoritariamente como el Cristo en plenitud. Recuerde que Dios
diseñó la creación de tal manera que requiere no sólo el gobierno divino, sino el
gobierno humano encarnado para recibir la gloria completa de Dios. La creación no
recibirá esa gloria humana ideal hasta que Jesús resucitado se instale oficialmente
como el Cristo. En su capacidad real encarnada como humano, puede refrescar la
creación. Este refrescamiento se produce cuando los humanos cambian al
contemplar al rey Jesús, el humano ideal.
En realidad, la resurrección de Jesús y su reinado restaurado sobre la creación
son acontecimientos tan demoledores y reconstituyentes que las Escrituras hablan
de los efectos resultantes como «nueva creación» (2 Cor. 5:17; Gál. 6:15). Los viejos
elementos inadecuados de la creación son creados de nuevo (Col. 2:20; véase
también Col. 2:8 y Gál. 4:3, 9). Jesús sigue siendo plenamente humano (y
plenamente divino) como Rey resucitado para poder orquestar y refrescar la
distribución de la gloria a la creación.
¿Dónde está Jesús ahora? Jesús se encuentra en la posición de mayor autoridad
del universo, a la diestra del Padre en su cuerpo resucitado, sirviendo como nuestro
Rey y Sumo Sacerdote. En esas capacidades oficiales está orquestando la
restauración de la gloria humana, para que llegue a alcanzar a la creación al máximo.
Por eso Pablo llama a las buenas nuevas «el evangelio de la gloria de Cristo» (2 Cor.
4:4). La gloria del Rey es la forma en que Dios recibe también la gloria de la
creación, a medida que se le atribuye cada vez más honor por la creación. Así que
éste es también el proceso por el que Dios es glorificado al máximo.
Desde esa posición el Rey Jesús, junto con el Padre, envía al Espíritu para que
habite en el pueblo de Dios. La presencia del Espíritu es la forma en que el reinado
de Jesús es funcionalmente operativo en medio del pueblo de Dios. Siempre y
dondequiera que Jesús sea confesado auténticamente como Señor o Rey, allí Jesús
gobierna. Y seguirá gobernando hasta que todos sus enemigos —aunque ya estén
vencidos y desarmados— se sometan a su autoridad definitiva. Su gobierno humano
y divino sobre la creación no conocerá fin, pues su trono es eterno. Jesús resucitó
para reinar.
Debemos quitarnos de la cabeza la idea de que el evangelio está destinado en
primera instancia a la salvación personal o al rescate individual. Dios ama a los
humanos —y sí, el amor insondable de Dios es la razón más profunda del
evangelio— pero también ama al resto de la creación. En efecto, los individuos son
rescatados en el amor de Dios por el evangelio. Pero son rescatados en parte porque
Dios necesita a los humanos para lograr su rescate de toda la creación.
Una analogía podría ayudar a unir los temas principales de este capítulo. Piense
en la salvación como una operación de corazón diseñada para restaurar a un paciente
enfermo.
Dios ama entrañablemente al paciente enfermo, y eso le motiva a actuar, incluso
a ir a la cruz para proporcionarle el rescate. Pero aquí está el truco: no piense en el
paciente como una persona individual a la que Dios intenta rescatar a través del
evangelio. El paciente enfermo es la creación en su totalidad.
En esta analogía los humanos siguen siendo vitales. Dios siente un amor especial
por los humanos como su mejor logro —los humanos son el corazón de su proyecto
de creación— pero su amor es por toda la creación. El propósito de la cirugía es
salvar a la creación en su conjunto. El procedimiento requerido es tan radical que lo
que surge después se denomina mejor nueva creación.
Originalmente, una humanidad sana pero inmadura fue establecida por Dios en
el corazón de la creación para distribuir la gloria por todas partes. Adán fue el
modelo del futuro Rey que el Padre, el Hijo y el Espíritu tenían la intención de enviar
para que fuera el corazón de la creación una vez que alcanzara la madurez suficiente.
Entonces, a través del liderazgo de este Rey, la creación alcanzaría su estado óptimo
de gloria.
Sin embargo, la elección de la humanidad de desobedecer se convirtió en una
infección mortal, que provocó un fracaso prematuro de gloria para la creación. El
fracaso mortal de la humanidad adámica fue tan abyecto que el paciente, la creación,
había entrado en un estado de decadencia mórbida. Así que, en el momento de la
llegada del Rey, Dios no podía llevar la creación a la madurez sin una intervención
profunda. Se hizo necesaria una cirugía radical: un trasplante de corazón, una nueva
humanidad. Dios prometió este trasplante con antelación, preparando la sala de
operaciones trabajando especialmente a través de la familia de Abraham y la línea
real de David.
El evangelio, por tanto, es el comienzo de la tan esperada operación de corazón
que salva la creación. El evangelio es el trasplante de corazón que establece una
nueva humanidad en el centro de la creación. Comienza con la encarnación. Para
cumplir las intenciones de Dios para la creación, Jesús es enviado como el Rey ideal
para mostrar lo que significa ser verdaderamente humano: llevar la gloria de Dios en
todo su esplendor.
Sin embargo, la encarnación por sí sola no logra el trasplante necesario. El Rey,
a través de su vida obediente, debe ser un sustituto del corazón al ser todo lo que
Dios pretendía que fuera la humanidad anterior (reconciliación). Debe ganar la
victoria a través de la cruz (Christus Victor) mostrando un camino mejor «por
lealtad» (influencia moral) y llevando la carga de la enfermedad que causó el fallo
del corazón para la humanidad pecadora (sustitución).
Después de que el Rey hace estas cosas, Dios justifica a Jesús, resucitándolo de
entre los muertos —el primogénito de muchos otros— y lo instala corporalmente a
la derecha del Padre. Ahora Jesús sirve allí como Rey y Sumo Sacerdote humano
viviente.
La resurrección de Jesús y su continuo gobierno humano son el trasplante de
corazón, la fuente de la nueva creación. Ahora el Rey Jesús está gobernando
adecuadamente la creación en nombre de Dios, recuperando las intenciones de Dios
para la humanidad al extender la gloria de la nueva creación en medio de la
decadencia de la vieja creación. En otras palabras, el Espíritu ha sido enviado.
Aunque la victoria ya ha sido obtenida, el triunfo del Rey avanza a medida que más
y más humanos son transformados a través de la lealtad.

PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

1. ¿Por qué es importante considerar que los acontecimientos que en conjunto


conforman el evangelio ocurrieron en un momento concreto de la historia
pasada antes de pensar en cómo el evangelio salva a los individuos hoy?
2. ¿Por qué es esencial reconocer que el evangelio comienza con la encarnación
y no con la cruz?
3. ¿Cómo se relaciona la encarnación con el reinado dentro de la historia global
de las Escrituras? ¿Cuál fue el efecto de la caída sobre la encarnación y el
reinado?
4. ¿Por qué la cruz es innegociablemente esencial para el evangelio?
5. Describa algo que le aprisionara en el pasado y que el Rey Jesús haya redimido
en su vida. ¿Qué es algo que le aprisiona actualmente y que necesita
redención? ¿Hay alguna lección de su pasado que pueda ayudarle en su
presente?
6. ¿Por qué la «expiación sustitutiva penal» es especialmente controversial hoy
en día? Dé las razones por las que unos apoyan y otros repudian el término.
7. ¿Por qué es un error sugerir que el Padre abandonó al Hijo cuando moría en
la cruz?
8. Qué es el modelo Christus Victor de la expiación? ¿Por qué es una categoría
más amplia que la sustitución?
9. Describa un ámbito de la vida en el que esté luchando por obtener una victoria.
¿Cómo le afecta personalmente el modelo Christus Victor?
10.¿Puede explicar la teoría de la influencia moral de la expiación con sus propias
palabras? ¿Por qué la influencia moral de Cristo es fundamental para la
justificación de un individuo por la fe?
11.¿Por qué, más allá de la cruz, la resurrección corporal de Jesús es esencial para
el evangelio? ¿Cómo se relaciona con la situación actual de Jesús? ¿Cómo
puede cambiar esto lo que significa para usted responder plenamente al
evangelio en la actualidad?
12.El autor describe cómo se interrelacionan los modelos de expiación utilizando
la analogía de una operación de corazón. Nombre y describa brevemente los
cuatro modelos. ¿Se le ocurre alguna analogía propia para interrelacionarlos?
5
TRANSFORMACIÓN REAL

«Me gustan los gángsters... Oh cielos, ¡qué no daría yo por estar haciendo eso
mismo! Es la vida que me gusta». Cuando Mike Teavee se encontró por casualidad
con una entrada, los periodistas buscaron entrevistas. Pero sentado ante una pantalla
gigantesca viendo programas de gángsters, Mike se negó a ser interrumpido. Con
dieciocho pistolas de juguete atadas a su cuerpo, disparaba balas mientras la
programación televisiva se reproducía en un bucle incesante.32
Más tarde, Willy Wonka demostró a Mike que podía hacer explotar una tableta
de chocolate gigante, esparcirla por las ondas y reconstituir una pequeña versión
comestible de la misma dentro de un televisor especial. Entonces Mike no pudo
detenerse: «Mírame... ¡Voy a ser la primera persona del mundo a la que envíe la
televisión!». Sin hacer caso de las advertencias, Mike se electrocutó y fue
reconstituido en forma de miniatura dentro del televisor. A Mike no le importó haber
sido encogido al tamaño de un dedo, ya que esto no le impediría ver la televisión
una vez en casa. Cuando los horrorizados padres de Mike le prometieron que sus
actividades futuras serían diferentes, Mike sólo pudo afirmar constantemente:
«¡Quiero ver la televisión!»33
El destino de Mike Teavee puede parecer sombrío, pero Shel Silverstein nos
cuenta la historia de Jimmy Jet, cuyo interminable tiempo frente a la pantalla resultó
aún más transformador. Veía la televisión veinticuatro horas al día hasta que,
primero, se le congelaron los ojos. Entonces se produjo una metamorfosis: «su
cerebro se convirtió en tubos de televisión» y «su cara en una pantalla de televisión».
Al final, su familia enchufó a Jimmy Jet y procedió a ver sus programas favoritos en

32
Roald Dahl, Charlie and the Chocolate Factory (Nueva York: Puffin, 2007), 33-34. Cursiva
original de la cita.
33
Dahl, Charlie and the Chocolate Factory, 129-35, con las citas que aparecen en 130 y 134.
su televisor nuevo, pero extrañamente familiar.34 Los ídolos pueden parecer
antiguos, abstractos e irrelevantes, es decir, hasta que consideramos cómo pasamos
la mayor parte de nuestras horas de vigilia. Después de todo, un sinónimo de ídolo
en las Escrituras es imagen.
Si pasa siquiera dos minutos desplazándose por su teléfono, verá cientos de
imágenes diferentes, tantas que sólo podrá recordar una fracción de su siempre
cambiante variedad. ¿Lo hace mejor que Mike o Jimmy? Cuente cuántas horas al día
pasa viendo imágenes en las pantallas que posee, si se atreve. No se trata de un viaje
de culpabilidad; es una comprobación de la realidad.
Reflexione sobre el contenido basado en imágenes que consume habitualmente,
a veces con otras personas, pero a menudo en privado. Piense en los diferentes
medios de comunicación: Programas de televisión, películas, videoclips, mensajes,
memes, emojis, instantáneas. Piense en las plataformas: Facebook, Instagram,
Twitter, Snapchat, YouTube, TikTok, Amazon, Netflix, etc.
Probablemente haya tomado innumerables decisiones de visualización de las que
se arrepiente. Es imposible «dejar de ver» imágenes impactantes de sexo, codicia y
violencia una vez que han aparecido ante nuestros ojos. No podemos borrar
voluntariamente nuestros recuerdos, ni siquiera cuando deseamos empezar de nuevo.
Una vez vistas, seguimos viéndonos afectados por imágenes poderosas, a menudo
de formas involuntarias que escapan a nuestro control consciente.
¿De qué manera el flujo incesante de imágenes en sus pantallas le está enseñando
a pensar sobre el mundo —o quizás aún más importante, a sentirlo?— Las imágenes
que vemos nos transforman.
Incluso cuando nuestras elecciones de visualización reflejan un contenido
virtuoso, ese contenido está enmarcado e intercalado por anuncios. Los anunciantes
son expertos en utilizar estas imágenes para jugar con nuestras fantasías,
invitándonos a imaginar cómo se transformarán nuestras vidas si optamos por
habitar la escena. ¿Qué moralidades pretenden normalizar estas imágenes? En el
caso de las redes sociales y otras imágenes interactivas, ¿qué comportamientos
recompensan?

34
Shel Silverstein, Where the Sidewalk Ends (Nueva York: HarperCollins Children’s Books, 1996),
28-29.
Las imágenes nos discipulan.
Las imágenes nos discipulan evocando el deseo. El deseo no es adoración, pero
es un pariente cercano y un buen índice de salud espiritual. «Eres lo que amas»,
como dice el filósofo y teólogo James K. A. Smith.35 Nos transformamos en las
imágenes que vemos con deseo y en los hábitos que refuerzan.
Si no acudimos primero a Jesús —prestando nuestra atención mental y emocional
primordial a su gloriosa imagen—, entonces nunca veremos de la forma experiencial
necesaria para que se produzca la transformación que Dios desea para nosotros.
Debemos permitir que nuestra visión de lo que es bueno, verdadero y bello cambie
mediante el aprendizaje de hábitos a la imagen de Jesús, y después debemos encarnar
estos cambios mediante el discipulado.

__________________________________

Así es como el evangelio encaja en la verdadera historia del mundo: Dentro de


nuestra historia real de espacio y tiempo, Dios nos envió un Rey salvador que asumió
nuestra humanidad. Obtuvo la victoria en la cruz y fue resucitado para reinar
corporalmente, de modo que pudiera liderar la carga de la transformación humana
con el fin de refrescar la gloria de la creación. Así pues, el reinado transformador de
Jesús está cambiando el mundo de arriba abajo.
Y sin embargo... suspiro.
¿Dónde está esta transformación victoriosa? Cuando miramos a nuestro
alrededor, vemos guerras, relaciones tóxicas, niños tiroteados, explotación sexual,
fallos en la atención sanitaria, problemas de drogas, abusos, racismo y pobreza. Si
los acontecimientos que constituyen la buena nueva ocurrieron hace más de dos mil
años, ¿por qué el presente es tan feo?
Y una vez más... ¡vaya!
No es del todo horrible. En medio del quebrantamiento se exhiben marcas de
belleza en forma de Cristo: cuando un ingeniero se ofrece voluntario para quedarse
hasta tarde para que su compañero de trabajo pueda cuidar de su esposa enferma;

35
James K. A. Smith, You Are What You Love: The Spiritual Power of Habit (Grand Rapids:
Brazos, 2016).
cuando una enfermera rescata del refugio al perro de su paciente; cuando un erudito
se hace amigo de un marginado acosado; cuando un conserje limpia a profundidad
aunque el jefe no esté mirando; cuando un músico sacrifica tiempo para reforzar un
equipo de alabanza; cuando un socorrista lleva ayuda médica a una zona de guerra.
Y éstas son sólo algunas de las cosas que he observado hacer a los cristianos este
mes. ¿Quién puede imaginar los montones invisibles de bondad? Ninguna cantidad
de maldad puede vencer las obras radiantes del pueblo de Jesús.
Jesús el Rey está trabajando para transformar el mundo. Es emocionante. Pero
nunca entenderemos el porqué del evangelio hasta que no lleguemos a apreciar cómo
el reinado de Jesús cambia significativamente a los individuos como parte de la
lenta restauración de la gloria en el mundo.

Etapa 5: Visión transformadora

Hemos estado trazando el ciclo de la gloria (para una visión general, véase el capítulo
3). En el último capítulo llegamos a su punto culminante, el evangelio. Dios ya ha
realizado en la historia una serie de acontecimientos para restaurar su gloria. El
evangelio no es una verdad atemporal. El evangelio no es que Dios siempre quiera
que confiemos en él y que dejemos de intentar ganamos nuestra propia salvación.
Dios sí quiere esas cosas, pero no son el evangelio. El evangelio es la gracia
inmerecida que Dios ya concedió a la humanidad en el mundo actual hace unos dos
mil años para restaurar su gloria mediante el reinado de Jesús, y la labor
transformadora que sigue realizando a través del Espíritu.
La siguiente parte del ciclo de la gloria —la quinta etapa— es la visión
transformadora para la restauración de la gloria. Este capítulo muestra cómo se
produce el cambio personal y cómo encaja en los propósitos más amplios de Dios
para la historia del mundo. Podemos desglosar aún más esta etapa del ciclo de gloria.
Convenientemente la etapa cinco tiene cinco pasos. Estos cinco pasos describen
cómo se produce el cambio personal a través de la visión.
Los cinco pasos de la visión transformadora

1. Aparece la imagen impecable


2. Contemplar la imagen ideal
3. Capacitado para la transformación
4. Transformarse juntos en la imagen
5. Conformados a la imagen

La visión transformadora pertenece al individuo, pero es simultáneamente un


proceso mundial gradual. Por un lado, necesitamos comprender cómo se está
desarrollando lentamente la obra transformadora de Dios dentro de la historia. Por
otro, necesitamos una guía práctica para que cada uno de nosotros pueda entrar de
lleno en el proceso hoy mismo.

1. Aparece la imagen impecable

Cuando Jesús tomó carne humana en su camino hacia el gobierno, reveló la gloria
de Dios de forma impecable. «El Verbo se hizo carne... y hemos visto su gloria» (Jn.
1:14). Ya hemos establecido que el evangelio comienza cuando el Padre envía al
Hijo a tomar carne humana. La encarnación es el comienzo del proceso de
restauración tanto histórico como personal. El verdadero cambio se hace posible para
los individuos y el mundo cuando la gloria de Dios se hace visible en el humano
perfecto, Jesús.

¿Impecable de qué forma?

Pero primero, necesitamos saber más sobre cómo Jesús hace plenamente disponible
la gloria de Dios. «El Hijo es la imagen del Dios invisible», dice el apóstol Pablo,
«porque a Dios le agradó que toda su plenitud habitara en Él» (Col. 1:15, 19). Dado
que una imagen en la cultura de Pablo era una estatua u otra representación visual,
la metáfora de Pablo sugiere que Jesús visualmente es exactamente igual al Padre.
Evidentemente, no se trata de que Jesús tuviera el pelo negro, los ojos oscuros y
midiera 1.65 m y, por tanto, lo mismo debe ser cierto para el Padre. Ni siquiera
sabemos cómo era Jesús físicamente.
Más bien las cualidades del carácter de Jesús reflejaban perfectamente las del
Padre: su misericordia, su justicia y su bondad. «Quien me ha visto a mí», declara
Jesús, «ha visto al Padre» (Jn. 14:9). Cuando una persona ve realmente a Jesús —
sus virtudes en el interior, no sus características físicas en el exterior— ve todas las
cualidades del Padre de forma precisa y concreta.
Aunque había indicios anteriores, fueron los acontecimientos que juntos
constituyen el evangelio los que revelaron por primera vez la Trinidad a la
humanidad.36 Como parte del evangelio, el Padre envió a su Hijo, y después enviaron
al Espíritu. Son tres personas, pero sólo hay un Dios. Los tres son un solo Dios
porque son la misma sustancia o esencia. Es decir, sea lo que sea lo que signifique
ser Dios, los tres lo son plenamente. Mientras tanto, Jesús es humano y divino,
completamente ambos, porque tiene cada naturaleza. Toda la plenitud del Padre
habita en Jesús, porque la eterna e inmutable persona divina del Hijo asumió la
completa naturaleza humana de Jesús en la encarnación.

Representación dinámica

Tendemos a pensar en las imágenes como algo inmóvil, pero las Escrituras describen
el proceso de la imagen como algo dinámico, porque revela la gloria. Como dice el
autor de Hebreos: «El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios y la representación
exacta de su ser» (1:3). En griego, la palabra apaugasma —aquí traducida como
«resplandor»— también significa refulgencia o reflejo. En esta imagen verbal, el
Padre es la fuente de una gloria abrumadoramente brillante y el Hijo es el agente a
través del cual ese esplendor llega hasta nosotros, ya sea como un rayo o como una
imagen reflejada.

36
Véase Matthew W. Bates, The Birth of the Trinity: Jesus, God, and Spirit in New Testament and
Early Christian Interpretations of the Old Testament (Oxford: Oxford University Press, 2015).
Esta descripción del Hijo como activamente glorioso se complementa llamándole
«la representación exacta del ser de Dios» (1:3). En griego la frase es charakter tes
hypostaseos. La palabra charakter se refiere a la acuñación de monedas. Se requería
una imitación visual exacta entre el cuño y el metal blando para presionar una
imagen en una moneda. El Hijo es esta charakter, esta representación visual exacta,
que surge de Dios Padre.
Aquí, pues, se dice que Jesús representa exactamente a Dios Padre. ¿Pero con
respecto a qué? Su hipóstasis. Es decir, la sustancia fundacional o el ser constitutivo
del Padre. Hebreos indica que cualquiera que sea la realidad básica del Padre —
cualquiera que sea el «ser» divino del Padre— el Hijo emerge de esa impresión.
El Hijo es plenamente Dios desde toda la eternidad. Al formular una doctrina
completa de la Trinidad, debemos armonizar este pasaje con otros que muestran que
el Padre no irradió ni acuñó al Hijo en un momento concreto. El Credo de Nicea se
redactó en el siglo IV en un intento de cerrar el paso a la herejía arriana, que afirmaba
que el Hijo era una criatura engendrada en un momento concreto por el Padre.
El arrianismo fue juzgado una herejía —correctamente— porque las Escrituras
atestiguan que el Padre engendra eternamente al Hijo de forma paternal y que el Hijo
tiene su propia gloria eterna junto a él (e.g., Sal. 2:5-9; Jn. 1:1-3, 1:14; 16:28; 17:5;
Heb. 1:5; 5:5). Por eso el Credo niceno afirma que, aunque el Padre engendra al Hijo
eternamente, son de la misma esencia o sustancia (homoousios). El Padre, el Hijo y
el Espíritu siempre han sido y siempre serán el único Dios verdadero.
En conjunto, estos pasajes nos recuerdan que cuando contemplamos al Hijo,
puesto que es plenamente Dios, la imagen es perfecta. Así que cuando le
contemplamos somos capaces de ver la plenitud no distorsionada del Padre.

2. Contemplar la imagen ideal

Ahora pongámonos prácticos. ¿Cómo podemos ponernos en situación de ver las


cualidades internas de Jesús para que tenga lugar esta visión transformadora?
Debemos acudir a su presencia con la intención de ser discípulos.
Presentes para ver

En las primeras fases del ministerio de Jesús, dos hombres empezaron a seguirle.
Jesús se dio cuenta, dio media vuelta y se enfrentó bruscamente a ellos: «—¿Qué
buscan? —Rabí, ¿dónde te hospedas? (Rabí significa “Maestro”)» (Jn. 1:37-38).
Estos hombres reconocieron correctamente que, para adoptar las costumbres de
Jesús, era necesario no limitarse a caminar detrás de él por el camino, sino
permanecer en su presencia. Necesitaban ver y experimentar toda su manera de vivir.
La respuesta de Jesús a estos hombres es una invitación apropiada para todos los
aspirantes a discípulos: «Vengan y vean» (Jn. 1:39). Si queremos ser discípulos de
Jesús necesitamos cultivar prácticas que nos ayuden a entrar en su presencia para
poder ver. La transformación personal comienza cuando nos acercamos a Jesús con
la intención de ser discípulos, para poder observar cómo vivió Jesús.

Ver intencionalmente

Ver intencionalmente es necesario por tres razones. En primer lugar, sin


intencionalidad sólo descubriremos al Jesús que ya preferimos. Queremos descubrir
urgentemente que nosotros —y las personas a las que admiramos— hemos tenido
razón todo el tiempo en nuestros valores, moralidad, opciones sociales y políticas.
El sesgo de confirmación y la racionalización egocéntrica parecen no conocer
límites. Sin intencionalidad, sólo encontraremos al Jesús que queremos —el que no
nos pide que cambiemos— en lugar del Jesús que anhela transformarnos.
En segundo lugar, sin intencionalidad el verdadero Jesús permanecerá oculto,
enterrado por las agendas seculares. El mundo —y lamentablemente también
grandes sectores de la Iglesia— han conseguido envolver a Jesús, como una momia,
en mil capas de disfraz. Todo el mundo quiere movilizar a Jesús para su agenda:
podemos encontrar al Jesús patriótico, al Jesús de los suburbios, al Jesús LGBTIQ,
al Jesús feminista, al Jesús woke, al Jesús de los derechos de las armas, al Jesús
tolerante y a muchas otras caricaturas. Debemos ser deliberados si queremos
despojarnos del disfraz. Con tantas agendas en competencia, el Jesús auténtico puede
parecer escurridizo.
En tercer lugar, a menos que nos propongamos singularmente ver a Jesús, no
veremos lo suficiente de él como para que cambien nuestros afectos. Si no queremos
ser discípulos de Jesús, entonces no lo seremos. Es así de sencillo. No cambiaremos
si no queremos cambiar, si no podemos ver lo suficiente del bien superior hacia el
que Jesús apunta para que lleguemos a desearlo. La intencionalidad a la hora de ver
a Jesús es imperativa, porque sin ella nunca descubriremos lo que ama y por qué, y
al hacerlo nuestros propios deseos se forjarán de nuevo.
Dada la urgencia de la intencionalidad y estos obstáculos, ¿cómo podemos
fomentarla? No hay sustituto para la Biblia. Debemos recurrir a las descripciones
que las Escrituras hacen de Jesús —una y otra vez, volviendo siempre a ellas— para
refinar nuestra imagen de Jesús, o de lo contrario estaremos viendo una distorsión.
Afortunadamente, Jesús y sus apóstoles depositaron cuidadosamente los cimientos
del discipulado para que las generaciones posteriores pudieran venir y ver.

________________________________________________
Si no queremos ser discípulos de Jesús, entonces no lo
seremos. Es así de sencillo.
________________________________________________

Más allá de las Escrituras también hay guías que nos ayudan. Ya he mencionado
varias voces útiles en este libro, como C. S. Lewis, N. T. Wright, Scot McKnight y
Carmen Imes. Los antiguos aprendices de Jesús —escritores como Ireneo, Agustín
y Tomás de Kempis— siguen siendo útiles. Las obras de Dallas Willard y Richard
Foster son ya clásicos modernos. Autores contemporáneos como Tim Keller, Tish
Harrison Warren, Esau McCauley, John Mark Comer y Richard Villodas están
equipando reflexivamente a muchos. Los cristianos creativos están utilizando los
medios de comunicación emergentes para llegar a un público cada vez mayor:
Andrew Peterson (a través de su música y sus libros), Tim Mackie y Jon Collins
(vídeos y podcast The Bible Project), Phil Vischer y Skye Jethani (podcast The Holy
Post), John Dickson (podcast Undeceptions) y Justin Brierley (Unbelievable en
Premier Christian Radio).
En resumen, una visión deliberada y precisa de Jesús es un primer paso esencial
hacia el discipulado. Empezando por las Escrituras, debemos observar atentamente
cómo vivió el ser humano ideal —sus enseñanzas, prácticas y trayectoria vital— si
queremos tener alguna esperanza de encontrarnos a nosotros mismos rememorados
a su imagen. ¿Qué vemos cuando nos situamos en presencia de Jesús?

Discipulado para la sabiduría relacional

Cuando miramos a Jesús con disposición a ser cambiados, por encima de todo lo
demás no descubrimos reglas sino sabiduría relacional. Una vez adiestrados por la
sabiduría relacional de Jesús, podemos adentrarnos en lo que Jonathan Pennington,
en su libro sobre el sermón del monte de Jesús, denomina «verdadero florecimiento
humano».37 En medio de un mundo roto, este florecimiento puede estar disponible
para nosotros mismos y para los demás.
Tenemos tanto que aprender de Jesús: cómo orar, enseñar, liderar, servir,
perdonar, hacer frente a la injusticia y tratar a los enemigos. La lista podría continuar
hasta ad infinitum. Los valores alternativos de Jesús nos enseñan a ser
subversivamente sabios.
Sin embargo, dado que el objetivo es venir y ver para convertirnos en sus
seguidores, deberíamos tomar nota especialmente de lo que Jesús enseñó
explícitamente sobre el discipulado. En las siguientes subsecciones nos centraremos
en lo que significa ser discípulo.

Un camino en forma de cruz

Jesús indica que, si alguien quiere ser su discípulo, esa persona debe «negarse a sí
mismo, tomar su cruz y seguirme» (Mt. 16:24; véase también Mc. 8:34 y Lc. 14:27).
Esto significa renunciar radicalmente a los derechos, prerrogativas y comodidades

37
Jonathan T. Pennington, El Sermón del Monte y el florecimiento humano: Comentario teológico
(Proyecto Nehemías, 2020).
del yo para servir a los demás, hasta la muerte. Lucas nos recuerda que llevar la cruz
no es una decisión que se toma una vez en la vida, sino una tarea «diaria» (9:23).
Para los primeros discípulos de Jesús, esto incluía a menudo la aceptación de
quedarse temporalmente sin hogar (Mt. 8:19-20), seguir a Jesús incluso cuando eso
significaba que no se podían cumplir las obligaciones básicas de la ley o la decencia
(Mt. 8:21-22), valorar a Jesús por encima de la familia (Mt. 10:34-39) y confiar en
que Dios cubriría las necesidades diarias en medio de la misión (Mt. 10:9-10).
Ser discípulo de Jesús significa servir a todos (Mc. 9:35). Incluye ocupar el
asiento más bajo —ser el último y el más pequeño—, humillarse a uno mismo
mientras se confía en que Dios exalta a sus siervos en el momento oportuno (Lc.
14:7-11). Significa emprender tareas serviles como lavar los pies, tareas reservadas
a los esclavos humildes (Jn. 13:1-17).
El requisito básico para ser discípulo es, como acto deliberado de lealtad y
abnegación, caminar tras las huellas de su Rey hacia la cruz, confiando en que
resultará ser el camino hacia la verdadera vida para uno mismo y para los demás.

No es genérico sino para Jesús

Sin embargo, no se deje engañar. La autonegación como fin en sí misma conduce a


un callejón sin salida. La abnegación nunca debe ser simplemente por la abnegación.
Pablo dice que la abnegación que no está arraigada en Jesús el Rey tiene una
apariencia de sabiduría, pero en última instancia fracasa porque no sólo tiene un
objetivo equivocado, sino que tampoco tiene el poder suficiente (Col. 2:20-23).
Puesto que no está dirigida por el Espíritu, no detiene nuestros apetitos carnales.
Cuando la abnegación no está dirigida correctamente, no da lugar a la
transformación.
Permítame decirlo de otro modo: el camino de la cruz no es una abnegación
general, sino que debe ser específicamente por Jesús. Asumir la cruz no significa
que todos debamos acordarnos de retribuir, o que debamos ayudar a los demás, o
que todos tengamos que aguantar a gente odiosa mientras actuamos con caridad.
Más bien, tomar la cruz significa que todos debemos acordarnos de retribuir porque
Jesús lo hizo, o que debemos ayudar a los demás porque Jesús fue un servidor, o que
todos tenemos que aguantar a gente aborrecible —y yo soy el principal de ellos—,
por lo que necesito cambiar para parecerme a Jesús.
Como dice el propio Jesús, el discipulado es vivificante sólo cuando una persona
trata de morir al yo deliberadamente «por mí» y por «el evangelio» (Mc. 9:35). Es
decir, en palabras del propio Jesús, tomar la cruz no es vivificante cuando se
convierte en un principio general de autosacrificio, sino sólo cuando es
intencionadamente un acto de seguirle.
Más allá de hacer de la abnegación su propio fin, es fácil equivocarse de otra
manera. Podemos llegar a convencernos falsamente de que la abnegación es sólo por
el bien de los demás en lugar de por nuestro propio bien también. Si no
comprendemos los propósitos liberadores que se esconden tras la exigencia de Jesús
de negarnos a nosotros mismos, nos convencemos erróneamente de que Dios se
deleita perversamente en arrebatarnos cualquier brizna de felicidad de la que
podamos disfrutar. Entonces Dios se convierte en un Grinch cósmico que se ríe con
regocijo cuando sufro por otra persona y, sin embargo, lo soporto con una media
sonrisa invicta.
La abnegación no funciona a menos que sea un acto de lealtad a Jesús y a su
evangelio, porque la verdadera libertad sólo puede encontrarse bajo su estandarte.
Morimos a nosotros mismos en el Rey, porque el nuevo yo que surge está cada vez
más liberado del pecado (Rom. 6). Pablo resume: «He sido crucificado con el Rey.
Ya no vivo yo, sino que es el Rey quien vive en mí. La vida que ahora vivo en la
carne la vivo por fidelidad al Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por
mí» (Gál. 2:20). Encontramos la auténtica libertad cuando, por la fe, confesamos a
Jesús como Rey, mientras caminamos al compás del Espíritu (Rom. 8:1-17). Porque
nos une a su muerte y a su poder de resurrección, el camino de la cruz resulta ser el
camino de la liberación cuando nos sometemos al dominio soberano de Jesús.

Un coste diario y para toda la vida

Asumir la cruz es tanto una trayectoria de por vida como una tarea diaria. La muerte
no es fácil. Por eso Jesús nos advierte de que debemos contar el coste desde el
principio para asegurarnos de que estamos decididos a completar el proceso; de lo
contrario, no servirá de nada.
Jesús compara el discipulado con la construcción de una torre: cualquiera que no
se asegure desde el principio de que está dispuesto a pagar por el proyecto
demostrará ser un necio cuando se abandone la torre a medio construir (Lc. 14:27-
30). Además, lo compara con un rey que contempla una guerra. A menos que el rey
calcule que puede permitirse lo que costará la victoria, sería estúpido comenzar la
batalla (Lc. 14:31-32). Así también, Jesús dice: «cualquiera de ustedes que no
renuncie a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo» (Lc. 14:33). Las medias
tintas fracasarán. El discipulado le costará todo.
Sin embargo, irónicamente, contar el coste fortalece nuestra determinación. Jesús
nos recuerda que, aunque morir a tu yo actual es costoso, una contabilidad cuidadosa
demuestra que es un trato inteligente. Tendremos que renunciar a nuestro yo presente
al final de la vida. Sólo los discípulos de Jesús que lleven la cruz serán aptos para la
vida en la nueva era que Dios está inaugurando (Mc. 8:35-37). Tiene poco sentido
aferrarse a cualquier porción de nosotros mismos que no sea Jesús.
Cuando calculamos sabiamente, morimos para poder vivir. Cuando morimos a
nuestro yo actual tomando la cruz, recibimos más de vuelta porque somos
transformados, y el nuevo yo que ganamos ahora mismo está impregnado de una
calidad de vida eterna que es adecuada para la era de la resurrección (Jn. 5:24).
Aquellos que asumen la cruz diariamente por amor a Jesús encontrarán al Rey Jesús
emitiendo un veredicto a su favor en el juicio final (Mc. 8:38).
¿Por qué una respuesta positiva al evangelio sigue siendo la mejor elección que
puede hacer una persona? La muerte al yo por amor al Rey Jesús demuestra ser la
única inversión que produce verdadera vida ahora y para siempre.

Obedecerle como Rey

La obediencia es el sello del discipulado genuino. Jesús dice «todo el que me ama
obedecerá mis enseñanzas» (Jn. 14:23). La obediencia no sólo mide con precisión
nuestro amor por Jesús, sino que también indica la presencia de la verdadera vida
para un discípulo (Jn. 8:51). El apóstol Juan lo expresa crudamente: «El que tiene fe
[pisteuon] en el Hijo tiene vida eterna; el que no obedece al Hijo no verá la vida,
sino que la ira de Dios permanece sobre él» (Jn. 3:36). En otras palabras, cuando
expresamos lealtad creyente —«fe» (pistis)— entramos en la calidad de vida eterna
que pertenece al Hijo. Y esta lealtad creyente se correlaciona con la obediencia a él.

Obedecer a la persona de Jesús

Se nos llama a obedecer a Jesús sobre la base de su persona y su consecución de la


autoridad universal. Incluso antes de ser entronizado oficialmente como el Cristo a
la diestra del Padre, Jesús ordenó obediencia en virtud de su persona. Las tormentas,
el viento, el agua y las olas se sometieron a Jesús (véase Lc. 8:25). Seguramente sus
discípulos serían sabios si hicieran lo mismo. Los espíritus malignos que se oponían
a Jesús le obedecieron sin embargo con temor (Mc. 1:27). ¿Cuánto más deberían
obedecer aquellos que tratan de hacer avanzar la agenda de Jesús?

Obedecer el mandato de Jesús

Sin embargo, después de la muerte y resurrección de Jesús, la obediencia a Jesús es


demandada no sólo por su persona, sino también por su estatus oficial. Tras resucitar,
Jesús convocó a sus seguidores para decirles que ahora tiene toda la autoridad, tanto
en el cielo como en la tierra. En otras palabras, Jesús anunció su investidura como
Rey de reyes. Luego dijo a sus discípulos que hicieran otros discípulos
«enseñándoles a obedecer todo lo que yo les he mandado» (Mt. 28:20).
Este pasaje nos enseña tres cosas sobre la obediencia: en primer lugar, ser
discípulo de Jesús hoy es reconocer que él ostenta apropiadamente toda autoridad.
Elegir libremente obedecer no es sólo nuestro deber, sino también nuestro privilegio
y deleite, ya que él es el único Rey plenamente bueno y supremo para siempre. La
autoridad de Jesús como Rey para ordenar obediencia no tiene rival.
En segundo lugar, la medida en que Jesús ordena legítimamente la obediencia no
tiene límites. Jesús tiene autoridad en todas partes —cielo y tierra— y debemos
obedecer todo lo que ordene. El alcance de la exigencia de obediencia de Jesús no
tiene límites.
En tercer lugar, Jesús anticipa que la obediencia no vendrá automáticamente. Sus
palabras, «enséñales a obedecer», indican un proceso imperfecto. Jesús sabía que
nuestra obediencia no sería impecable ni instantánea. La obediencia forma parte de
la dimensión de aprendizaje del discipulado. Jesús llevaba una corona de espinas por
una razón. Quería mostrar que es un Rey que perdona y que está siempre a nuestro
lado en medio de nuestros errores pecaminosos mientras aprendemos a obedecer. La
imperfección en la obediencia de los discípulos de Jesús surge del hecho de que
deben aprender a seguir sus enseñanzas.

Jesús el Rey como encarnación de la Ley

Concediendo que los discípulos están aprendiendo a ser obedientes, ¿cómo se


relaciona el discipulado con los mandamientos específicos que Dios ya había dado
a su pueblo antes de la encarnación de Jesús? Sabemos por las Escrituras que ciertas
partes de la ley mosaica se han cumplido climáticamente —como las leyes kosher—
de modo que ya no son universalmente vinculantes para el pueblo de Dios (Mc. 7:19;
He. 10:9-16; Rom. 14:20). También sabemos que no podemos ganarnos la salvación
cumpliendo la ley. Como dice el apóstol Pablo: «Puesto que por las obras de la ley
ninguna carne será justificada delante de Dios» (Rom. 3:20; véase también Gál.
2:16).
Aunque no entramos en una relación correcta con Dios por cumplir la letra de la
ley —ya sea la ley de Moisés o la nueva ley dada por el Rey Jesús—, no obstante,
la obediencia a la ley real del Rey resulta ser vivificante. Jesús dijo: «No crean que
he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles
cumplimiento» (Mt. 5:17). Su reinado no disuelve las leyes anteriores de Dios, sino
que las cumple.
El cumplimiento de la ley por parte de Jesús es posible porque «el rey virtuoso
se somete a las leyes y así las interioriza de tal forma que él mismo se convierte en
una encarnación de la ley —una “ley viva”—», como lo describe el teólogo Joshua
Jipp.38 También es la razón por la que Jesús habla de la ley de forma positiva. Como
Rey último, Jesús es la encarnación y culminación de todo lo que Dios pretendía al
dar su ley.
El Cristo es la ley viva. Ser discípulo, pues, significa cumplir también las
intenciones más profundas de la ley a imitación de Jesús. Por eso un seguidor de
Jesús, como Pablo, puede afirmar que no está «apartado de la ley de Dios, sino en la
ley de Cristo» (1 Cor. 9:20). Además, Pablo ve la sumisión a la ley del Cristo como
el cumplimiento de las intenciones legales de Dios (Gál. 6:2). Santiago dice más o
menos lo mismo al hablar de «la ley que da libertad» (1:25; 2:12) al tiempo que
afirma la urgencia cristiana de guardar «la ley real» tal y como se encuentra en las
Escrituras y de la que Jesús hizo eco (2:8). Los discípulos guardan la ley real de
Jesús no para ganarse la salvación, sino porque son leales. Los discípulos son
capaces de hacerlo no mediante el cumplimiento legalista de las normas, sino
siguiendo la guía del Espíritu.
¿Cómo enseña Jesús a sus seguidores a convertirse en la ley viva de Dios? En
una serie de dichos de su sermón del monte, Jesús retoma algunas enseñanzas
famosas del Antiguo Testamento, por ejemplo, «no mates», «no cometas adulterio»
y «ojo por ojo». Pero en cada caso, Jesús lo radicaliza para mostrar las verdaderas
intenciones de Dios. Jesús dice a sus seguidores que, en efecto, deben obedecer el
mandamiento real. Sin embargo, deben ir más allá de la obediencia superficial para
vivir la razón fundamental por la que Dios dio esa ley.
A imitación de su Rey, los discípulos de Jesús deben llegar a encarnar las
intenciones más profundas de Dios para su ley. Jesús lo deja claro en los tres
ejemplos a continuación.

Amar en lugar de asesinar

Los discípulos de Jesús deben convertirse primero en la ley viva reflexionando sobre
el propósito de Dios al dar una ley específica. Jesús señala que Dios dio un

38
Joshua W. Jipp, Christ Is King: Paul’s Royal Ideology (Minneapolis: Fortress, 2015), 45.
mandamiento: «No matarás» (Mt. 5:21; véase Éx. 20:13). Dios hizo esto porque no
quiere que los humanos se maten unos a otros injustamente.
Sin embargo, esta no fue la única razón de Dios, ni siquiera la más profunda, para
emitir este mandamiento: Dios quiere que amemos a los demás de tal manera que
nunca nos enfademos lo suficiente con un hermano o hermana como para desear
cometer un asesinato. Dios no desea simplemente la ausencia de homicidios. Dios
desea la ausencia del tipo de ira y deseo vengativo que da como resultado el
asesinato. Dios quiere una obediencia sincera de su pueblo, un deseo de guardar la
ley que tiene escrita en el corazón.

Pureza sexual en lugar de adulterio

Dios no es un aguafiestas. Dios dijo: «No cometerás adulterio» (Mt. 5:27; véase Ex.
20:14) no porque desapruebe el sexo, sino para que nuestro deseo sexual interno esté
en armonía con un comportamiento externo que conduzca al florecimiento de todos.
Dios nos creó para tener relaciones sexuales. Pero Dios prohíbe el adulterio
porque quiere que lleguemos a apreciar que el sexo fuera del matrimonio es egoísta
y perjudicial para nosotros mismos y para la sociedad. No está de acuerdo con la
sabiduría relacional que conduce a la vida bienaventurada. Dios quiere que
discernamos su bondad al instituir el matrimonio y al prohibir el adulterio hasta tal
punto que nuestra lujuria por las actividades extramatrimoniales se apague por
completo. Al interpretar la ley del «no adulterio», Jesús quiere que sus discípulos se
ajusten a esa ley de adentro hacia afuera.

Perdón en lugar de venganza

Del mismo modo, el mandamiento de Dios de «ojo por ojo» fue diseñado para
mantener la justicia al tiempo que limitaba la venganza en el antiguo Israel (Mt.
5:38; véase Éx. 21:24; Lev. 24:20; Deut. 19:21). Pero Dios lo dio para formar a su
pueblo de forma holística. Jesús nos dice que la razón más profunda del Padre era
que nuestros corazones fueran envueltos por su ética del perdón. Ser discípulo de
Jesús significa imitarle perdonando a los enemigos; de hecho, no sólo perdonando,
sino orando por ellos.
En nuestro Rey, nuestro deseo de vengarnos debería ser tan lejano que
preferiríamos ser doblemente agraviados antes que buscarlo. Si se le golpea en una
mejilla, el seguidor de Jesús debería presentar de buen grado la otra. Si nos obligan
a recorrer una milla, deberíamos recorrer dos (Mt. 5:39-41). Debemos actuar a
imitación de nuestro Rey, que demostró que había interiorizado la ley de Dios
cuando dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc. 23:34). Jesús
es una ley viva porque como Rey ideal encarna los propósitos más verdaderos de las
leyes de Dios.
Debido a que el Rey vive las intenciones más profundas de la ley, los discípulos
de Jesús van más allá de la obediencia superficial a la ley de Dios hacia una
obediencia de corazón. Es un proceso de aprendizaje que, para tener éxito, depende
del poder del Espíritu Santo para escribir la ley de Dios en el corazón humano dentro
del nuevo pacto de Jesús (Jer. 31:31-34; Lc. 22:20; 2 Cor. 3:6). Implicará reveses,
fracasos y actos de deslealtad. Pero la obediencia a Jesús guiada por el Espíritu es el
sello distintivo del discipulado y de la vida eterna.

Amar a Dios y guardar la regla de oro

Hay otra implicación de que Jesús sea la ley viviente de Dios. Cuando le preguntaron
a Jesús por el mayor mandamiento, no necesitó innovar. Aunque algunas de las
directivas específicas de Dios pueden cambiar situacionalmente para reflejar los
deseos desviados de la historia humana, los propósitos morales fundamentales de
Dios para la humanidad son inmutables.
Así pues, cuando se le preguntó, Jesús no creó una nueva norma. Jesús fue capaz
de extraer del corazón de las enseñanzas del Antiguo Testamento, mostrando que los
propósitos de Dios para nosotros son coherentes. «Jesús respondió: “Ama al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Este es el primero
y el mayor de los mandamientos» (Mt. 22:37-38; véase Deut. 6:5). Jesús
simplemente recordó el mayor mandamiento.
Pero Jesús no había terminado. Aunque sólo había sido incitado a dar el
mandamiento mayor, sabía que estaría incompleto sin su complemento: «Y el
segundo es semejante: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”» (Mt. 22:38-39; véase
Lev. 19:18). El primero está incompleto sin el segundo porque a Dios le preocupa
tanto cómo nos relacionamos con él como cómo nos tratamos los unos a los otros.
A veces, sobre todo cuando maltratamos a los demás o fallamos en el servicio,
intentamos decirnos a nosotros mismos: lo único que realmente importa es que
confío en Jesús para estar bien con Dios. Otras veces, especialmente cuando
intentamos justificar nuestros hábitos de adoración desaliñados, tratamos de decirnos
a nosotros mismos: lo único que realmente le importa a Dios es cómo trato a los
demás.
La verdad es que están interconectados: el primero es el mandamiento más
esencial porque el comportamiento correcto fluye de la verdadera adoración al Dios
vivo. Si respondo con amor al único Dios verdadero, eso se derramará, generando
amor hacia los demás. Los discípulos amarán a Dios y al prójimo. Jesús dice: «Toda
la ley y los profetas penden de estos dos mandamientos» (Mt. 22:40).

Tener una sola determinación

El énfasis de Jesús en el cumplimiento de la ley nos recuerda que el discipulado no


se detiene en las creencias adecuadas, sino que es activo. Jesús espera que sus
discípulos den caritativamente, oren y ayunen. Pero Jesús deja claro que sus
discípulos no deben actuar como los hipócritas. Las obras rectas son para Dios y no
para la aprobación humana (Mt. 6:1-18). Los discípulos de Jesús deben dar, orar y
ayunar no para ganarse la gloria humana, sino de forma no ostentosa para ganarse el
honor ante Dios.
Los discípulos deben tener una sola mente en su devoción a Dios. Deben
acumular tesoros en el cielo más que en la tierra, mantener sus ojos llenos de luz
apuntándolos a las cosas de Dios, y deben servir a Dios más que al dinero (Mt. 6:19-
24). Cualquiera que piense que es posible servir a Dios y al dinero descubrirá que la
doble mentalidad está condenada al fracaso. Nos veremos obligados a elegir un amo.
Al observar la fidelidad de Dios en el cuidado de sus criaturas menores, los
discípulos aprenden a confiar en la provisión presente y futura de Dios en lugar de
preocuparse (Mt. 6:25-33). El Padre es bueno y conoce nuestras necesidades incluso
antes de que se las pidamos.
Un seguidor de Jesús no se limita a escuchar las palabras de Jesús, ni un discípulo
se limita a decir «Señor, Señor». Más bien, pone en práctica de forma fructífera las
palabras de Jesús (Mt. 7:15-27).

Dar testimonio de su gobierno

Imitar a Jesús significa dar testimonio de su gobierno. Jesús pasó la mayor parte de
su ministerio público anunciando que el reino de Dios se había acercado: estaba
dando testimonio de que estaba en proceso de convertirse en el ser humano que
gobernaría en nombre de Dios en un sentido último. Por lo tanto, cuando hablamos
a los demás del gobierno de Jesús estamos siguiendo a Jesús.
Los discípulos siguen a Jesús cuando llaman a personas de diferentes naciones,
etnias y culturas para que le rindan lealtad. Jesús no invitó a unas pocas élites
selectas a reconocer su reinado. La bienvenida se extendió primero a su propio
pueblo —los judíos, a los que llamó «las ovejas perdidas de Israel» (Mt. 15:24)—,
pero Jesús amplió el círculo para mostrar que su reinado implicaba también la
bienvenida a los no judíos (e.g., Mc. 7:24-31; Lc. 10:33; 17:11-19; Jn. 4:7; 10:16).
Jesús invitó a todo el mundo —pobres, ricos, hombres, mujeres, enfermos—,
pero hizo un esfuerzo especial para que los marginados supieran que eran
bienvenidos. Aquellos que eran marginados, considerados inferiores o pecadores:
prostitutas, recaudadores de impuestos, samaritanos, gentiles, mujeres; aquellos con
enfermedades, afecciones cutáneas, discapacidades y desfiguraciones. No sólo los
acogió, sino que los saludó, los tocó y asumió sus dolencias (Mt. 8:17). Sus
discípulos deberían hacer lo mismo.
Por supuesto, aunque todos están invitados, recibir la amable invitación de Dios
no equivale a aceptarla prometiendo fe. Una gracia — un don— debe recibirse o, de
lo contrario, es en vano (véanse 1 Cor. 15:2; 2 Cor. 6:1; Heb. 12:15). Los discípulos
testifican con la esperanza de que la oferta de Jesús de su gobierno salvador y
clemencia sean aceptados por todos, pero saben que su Rey deja a la gente libertad
para elegir en el presente. Aun así, los discípulos recuerdan que nadie está libre de
las consecuencias futuras de sus elecciones presentes.
Así pues, ser discípulo de Jesús, seguir su modelo de vida, significa aceptar el
don del reinado de Jesús y, al mismo tiempo, dar testimonio de él. Compartir el
evangelio no está separado del discipulado, sino que forma parte de su esencia.

Dar testimonio entonces y ahora

En general, los discípulos de hoy deben seguir el patrón evangelístico establecido


por Jesús y sus primeros seguidores. Pero esto debe matizarse de un modo crucial.
Debemos reconocer que lo que significa para un seguidor de Jesús dar testimonio
fiel del gobierno de Jesús no es exactamente lo mismo para los primeros seguidores
de Jesús que para nosotros ahora. Esto es así porque su estatus cambió entre la
encarnación y la ascensión.
Para dar testimonio con exactitud como discípulos de hoy, debemos atender al
nuevo estatus de Jesús. Cuando tomó carne humana por primera vez, Jesús era y
seguía siendo el Hijo de Dios. Era el Cristo elegido, aunque todavía en espera de su
trono. Al principio, Jesús no quería que los que curaba o sus discípulos hablaran a
otros de él (como en Mc. 1:43-44; 3:12; Lc. 9:21). Su reino era diferente. Anunciarlo
prematuramente sólo causaría confusión.
Una vez aclarada la naturaleza sufriente del reinado, se podría anunciar a Jesús
como el Rey siervo venidero que representa al Padre (e.g., Lc. 10:1-24,
especialmente el versículo 16). Tras su ascensión, se le pudo atestiguar aún más: es
el «Hijo de Dios en poder», el Cristo instalado, el Rey que gobierna oficialmente el
cielo y la tierra (Rom. 1:4; He. 2:36; Ef. 1:10; Flp. 2:10-11).
Tras su ascensión, sin dejar de ser el Hijo divino, Jesús pasó a poseer toda la
autoridad gobernante más allá de la que tenía anteriormente como Hijo divino.
Ahora es el soberano divino y humano, el Cristo. El evangelio de su gobierno es la
gracia principal, el don fundamental que Dios ha dado al mundo. Aceptamos este
don prometiendo lealtad a este Rey convirtiéndonos en sus discípulos. El discipulado
incluye elegir el camino de la cruz, aspirar a complacer a Dios en lugar de complacer
a la gente, convertirse en una expresión viva de la ley de Dios, permanecer con una
sola determinación, obedecer a Jesús, amar a Dios y al prójimo y dar fe del gobierno
de Jesús.

3. Capacitados para ver

Los discípulos vinieron y vieron. Experimentaron íntimamente a Jesús y le imitaron


en su vida cotidiana. Jesús les enseñó a ser seres humanos ideales: a vivir la vida
cruciforme, a cumplir la intención más profunda de la ley, a buscar la aprobación de
Dios, a dar testimonio del gobierno y el reino de Jesús y a amar a Dios y al prójimo.
Pero cuando Jesús fue arrestado y sus vidas corrieron peligro, ¿qué ocurrió?
Todos huyeron.
Pedro, el apóstol principal, negó a Jesús tres veces.
¿Qué salió mal?
Antes de Pentecostés, aunque muchos habían reconocido el gobierno emergente
de Jesús de forma anticipada, aún no se disponía de todo el poder del evangelio.
Como Jesús no había sido entronizado, los acontecimientos que constituyen todo el
evangelio aún no habían sucedido en la historia. En Pentecostés, como Jesús ya ha
sido entronizado, es capaz junto con el Padre de derramar el Espíritu Santo, creando
un grupo salvo. Es en este grupo y sólo en él donde se produce la transformación
definitiva y la restauración de la gloria.
En otras palabras, aunque venir y ver es el punto de partida necesario para un
discipulado transformador, por sí solo no basta. No es posible permanecer leal al
Rey sin la ayuda especial de Dios. Pedro había confesado a Jesús como el Cristo.
Pero antes de que Pedro pudiera seguir plenamente a su Rey por el camino marcado
por la cruz, Jesús tuvo que recorrerlo primero.
El poder del pecado, de la ley y del viejo orden tenía que ser roto decisivamente
dentro de la historia por Jesús en la cruz. Sólo entonces pudieron seguirle sus
discípulos tomando también sus cruces. El Rey ha inaugurado esta nueva era.
Entramos en ella rindiendo pleitesía.
Para unirnos a la comunidad del Espíritu Santo, debemos transferir lealtad
arrepintiéndonos de otras lealtades y jurando fe en cambio al Rey Jesús. Una vez que
nos hemos vuelto al Señor, el poder de su Espíritu Santo se hace disponible, de modo
que puede producirse una visión plenamente transformadora del Rey: «Todos
nosotros, que contemplamos a cara descubierta como en un espejo la gloria del
Señor, nos vamos transformando de gloria en gloria en la misma imagen de gloria
en gloria» (2 Cor. 3:18). Observe la necesidad de alcanzar primero un rostro
descubierto.
La pura presencia de la imagen impecable de Jesús no es lo que causa la
transformación. Sólo es eficaz para los que tienen el rostro descubierto. Pablo
explica cómo llegamos a tener rostros descubiertos, diciendo: «sólo por medio de
Cristo se remueve el velo» (2 Cor. 3:14) y «siempre que una persona se vuelve al
Señor se quita el velo» (3:16). Es decir, el velo se quita cuando una persona se
arrepiente de gobernarse a sí misma y reconoce a Jesús como Señor, pues entonces
el Espíritu del Señor entronizado comienza a reinar y somos liberados (3:17).
Cuando nos comprometemos con el gobierno de Jesús, se rompe el poder del pecado
(Rom. 6). El punto de partida definitivo para la transformación personal es una
respuesta salvadora al evangelio de Jesús el Rey.
Sin embargo, una vez que nos hemos descubierto, el proceso de visión
transformadora sigue sin ser automático. Debemos participar contemplando
activamente la imagen de Jesús: «Y todos los que con el rostro descubierto
contemplamos como en un espejo la gloria del Señor nos vamos transformando» (2
Cor. 3:18). En otras palabras, la mirada intencionada con el propósito de cambiar
es la clave. Cuando los espectadores a cara descubierta contemplan la gloria de Jesús,
algo empieza a ocurrimos: no podemos evitar desear más de ella, de modo que
nuestra propia imagen se transforma a la imagen gloriosa de Jesús.

4. Transformarnos juntos a su imagen

La visión transformadora es un proceso de grupo. Ocurre especialmente cuando el


pueblo de Dios —la iglesia— ve a Jesús en conjunto. Dios se preocupa mucho por
rescatar a los individuos. Pero Dios lo consigue no salvando a tal o cual individuo
mediante una transacción personal y esperando después que se encuentren para crear
una comunidad. Más bien, Dios ya ha constituido la comunidad salva —la iglesia—
dentro de la historia derramando el Espíritu sobre los individuos mientras se
reunían como grupo.
Pentecostés estableció un grupo salvo. Hoy es imposible que un solo individuo
se salve sin entrar en el grupo que ya se está salvando, porque el Espíritu Santo une
de forma invisible a todos los que son fieles a Jesús.
Miramos la imagen de Jesús mejor cuando lo hacemos juntos —en comunidad—
porque somos capaces de revelarnos unos a otros diferentes aspectos de la plenitud
de Jesús. «Si todo el cuerpo fuera un ojo, ¿dónde estaría el sentido del oído? Si todo
el cuerpo fuera un oído, ¿dónde estaría el sentido del olfato?» (1 Cor. 12:17). En
comunidad, podemos reprender las falsas imágenes privadas de Jesús el Rey a la vez
que fomentamos la formación de una verdadera imagen holística.
Cuando contemplamos activamente la gloriosa imagen de Jesús, nos
transformamos juntos a su imagen. Pero no se trata de una transformación
instantánea. Ocurre lentamente, por grados, «de gloria en gloria». Por eso la
transformación personal y comunitaria es un proceso largo.

5. Conformados a su imagen

Por lo general, habrá algunos cambios repentinos y dramáticos en un individuo


cuando cambie su lealtad lejos del yo a favor del reinado de Jesús. El poder del
pecado está ahora roto. Ahora somos nuevas criaturas en el Rey.
Sin embargo, las criaturas liberadas de repente deben aprender hábitos
desconocidos. Hay que cultivar virtudes nuevas y extrañas. Debemos aprender a
revestirnos del «nuevo yo, que se renueva en conocimiento a imagen de su Creador»
(Col. 3:10). Nuestro conocimiento debe renovarse, lo que conduce a ser
conformados a su imagen.
Ya sean nuevos reclutas o veteranos, los discípulos tienen mucho que aprender
de Jesús, y eso requiere tiempo y un refresco mutuo de gloria dentro de la
comunidad. Debemos seguir contemplando juntos la imagen de Jesús para que
nuestras propias imágenes se transformen cada vez más en su gloriosa imagen.
Contemplar el esplendor revelado

Pero un día, el Rey regresará. Entonces le veremos en su esplendor sin velo, y nuestra
transformación a su imagen alcanzará su plenitud.
No conocemos todos los detalles de cómo cambiaremos en ese momento. El
apóstol Juan dice que aunque actualmente somos hijos de Dios, nuestra
transformación final sigue siendo algo misteriosa: «Queridos amigos, ahora somos
hijos de Dios, y lo que seremos aún no se ha dado a conocer». Sin embargo, por
mucho misterio que quede, Juan dice que conocemos el resultado: «Pero sabemos
que cuando aparezca el Cristo, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como
es» (1 Jn. 3:2).
¿Lo ha entendido?
La clave de nuestra transformación final es ver al Cristo plenamente. Cuando
regrese, eso sucederá. Le veremos tal como es y seremos transformados para ser
como él. Pablo lo describe de forma similar: «Porque ahora sólo vemos un reflejo
como en un espejo; pero entonces le veremos cara a cara. Ahora conozco en parte;
entonces conoceré plenamente, así como soy plenamente conocido» (1 Cor. 13:9).
Una vez que el Rey regrese, lo veremos cara a cara. Eso provocará un conocimiento
pleno que coincidirá con una conformación final a su gloriosa imagen.
Coincidiendo plenamente con la imagen del Rey, que es la imagen de Dios,
seremos aptos para reinar junto a Jesús para siempre. Cuando recibimos esta buena
noticia, no podemos evitar ser llevados a la adoración.

Adoración, adoración, adoración

Nuestra transformación final a imagen real de Jesús el Rey comienza y termina con
la adoración. Cuando vemos a Jesús por lo que realmente es —el Rey de reyes y el
Señor de señores, el león de la tribu de Judá que es digno porque es simultáneamente
el cordero inmolado— entonces no podemos evitar ser llevados a la adoración:
«¡Digno es el Cordero, que ha sido
sacrificado, de recibir el poder,
la riqueza y la sabiduría,
la fortaleza y la honra,
la gloria y la alabanza!». (Ap. 5:12, NVI)

El libro del Apocalipsis está repleto de adoración, porque su autor, el apóstol


Juan, sabía que la adoración en sí misma es una forma de contemplar la verdad sobre
Jesús el Rey. La adoración no carece de efecto transformador.
Alcanzamos la etapa final de la transformación en y a través de nuestra continua
alabanza a Cristo, porque cuando entramos en la verdadera adoración, el velo es
arrebatado. Nuestros mejores compositores de canciones cristianas lo han
reconocido:

Remontémonos ahora adonde Cristo nos ha conducido, ¡Aleluya!


Siguiendo a nuestra exaltada Cabeza, ¡Aleluya!
Hechos como él, como él resucitamos, ¡Aleluya!
Nuestra la cruz, la tumba, los cielos, ¡Aleluya!39

Cuando adoramos a través de tales cantos, vemos a Cristo por lo que realmente
es: victorioso a través de la cruz, triunfante sobre la muerte, reinando en poder.
Cuando adoramos su esplendor real, somos «hechos como él» de tal manera que
«resucitamos juntamente con él». Redescubrimos nuestra verdadera posición, que
estamos realmente sentados en Cristo a la diestra, exaltados para reinar en gloria
junto a Jesús el Rey cuando aparezca en su gloria final (Col. 3:1-4).
La adoración es un vehículo que nos permite conformarnos a la imagen de Jesús
el Rey, para que entremos en su reino. El cantautor cristiano Graham Kendrick nos
recuerda que sólo cuando contemplamos el «brillo real» de Jesús llegamos a mostrar
su «semejanza». Nos transformamos al contemplar el resplandor del Rey. Esta
transformación es de un grado de gloria a otro, como nos recuerda el apóstol Pablo

39
Charles Wesley, «Christ the Lord Is Risen Today», 1739.
(2 Cor. 3:18). La adoración nos ayuda a contemplar al Rey para que nuestras vidas
lleguen a reflejar su gloriosa vida hasta tal punto que nuestra historia se convierta en
una proclamación constante de su historia: «Que nuestras vidas reflejadas aquí
cuenten su historia».40 La adoración misma es la que nos introduce en la vida divina,
de modo que nuestras vidas reflejen la gloria que Dios pretende.
Nuestra adoración nunca cesará, porque la adoración nos mantiene en
conformidad con la imagen del Rey en la que hemos sido transformados. Cuando
adoramos al Rey Jesús, contemplando su majestad real, reflejamos el esplendor real
del Rey en nuestras propias vidas, para que otros tengan la oportunidad de entrar
también en la historia del Rey. En la nueva Jerusalén que un día descenderá del cielo,
los que pertenecen a Dios y al cordero se presentarán ante el trono y «le adorarán»
(Ap. 22:3). «Verán su rostro... y reinarán por los siglos de los siglos» (Ap. 22:4-5).
Al final, los humanos permanecerán en conformidad con la imagen del Hijo
mientras adoran continuamente. La creación experimentará la gloria al reinar sobre
ella con y bajo el Rey Jesús. Ven, Señor Jesús.

¡Aleluya!
Porque nuestro Señor Dios Todopoderoso reina.
Regocijémonos y alegrémonos
¡y démosle gloria!
Porque han llegado las bodas del Cordero
y su novia se ha preparado.
(Ap. 19:6-7)

Ciertamente no estoy en posición de sermonear sobre las imágenes que he elegido


ver. He tomado y sigo tomando decisiones de las que me arrepiento. Pero ¿puedo
compartir con ustedes la mejor elección de visualización que he hecho como
discípulo de Jesús?
Cuando estaba en el último año de la universidad viví solo durante un año.
Alquilé un apartamento en el sótano a una pareja de mediana edad que vivía al borde
del bosque en las afueras de Spokane. Me encantaba: la naturaleza, la belleza, la

40
Graham Kendrick, «Shine Jesus Shine», Make Way Music, 1987.
soledad, la quietud. Pero odiaba: el aislamiento, el aburrimiento, mis propios
pensamientos y deseos obsesivo-compulsivos que me roían constantemente.
Decidí hacer un experimento. Tiré mi televisor. No es que pensara que la
televisión fuera tan mala. Pero sabía que me escondía detrás de ella, utilizándola
para ahuyentar la soledad. Además, un mentor cristiano al que admiraba no tenía
televisor. Intenté leer en su lugar. Pero eso no funcionó bien por sí solo. Cuando no
leía, el remolino de pensamientos ensimismados me abrumaba.
Así que decidí que, como sustituto de la televisión, intentaría memorizar las
Escrituras cuando la soledad, el aburrimiento y el narcisismo empezaran a
consumirme. Esperaba que estas acciones fueran un pequeño paso para mejorar mi
caminar con el Señor.
Fue más transformador de lo que podía imaginar. Empecé lenta y tentativamente
con pasajes cortos. Mi apetito fue creciendo. Con el tiempo memoricé libros enteros
de la Biblia. Lo que más ocupó mi mente durante ese año fueron las enseñanzas de
Jesús y los mandatos morales del apóstol Pablo.
Descubrí que lo que llegué a valorar y querer —mis anhelos y afanes—
empezaron a realinearse significativamente. En lugar de querer un trabajo
prestigioso y bien pagado, quería un trabajo que tuviera un impacto para Jesús. En
lugar de querer ganar dinero para poder esquiar todos los fines de semana, quería
utilizar mis fines de semana para ayudar a otros a encontrarse con Jesús a través de
estudios bíblicos. Mi mente estaba impregnada de las Escrituras. En ese momento
no lo sabía, pero estaba haciendo terapia de sustitución de imagen.
Después de ese año de desintoxicación de la televisión y de sustituirla por las
imágenes de las Escrituras, nunca he tenido verdadero deseo de volver atrás. Hoy
poseo un televisor, pero no lo tengo permanentemente instalado. Si quiero ver algo,
tengo que ir a buscar el televisor, colocarlo en su sitio y enchufar varias cosas. Sí lo
veo ocasionalmente —Ok más que ocasionalmente— contando el béisbol. (El
béisbol es el deporte perfecto y por lo tanto debe ser sagrado. ¿Me da un «amén»?)
Pero el esfuerzo adicional de poner el televisor me recuerda: ¿Cómo me afectará
espiritualmente lo que veo? He aprendido que lo que elijo ver moldeará
ineluctablemente mis pensamientos y deseos.
De alguna manera, tengo que asegurarme de que veré más a Jesús el Rey.
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

1. ¿Qué imágenes visuales ve con más frecuencia? ¿Cómo le hacen sentir? ¿Qué
comportamientos fomentan?
2. ¿Qué fuentes suministran las imágenes que aparecen ante sus ojos con más
frecuencia? ¿Quién las elige y por qué? ¿Cómo puede tomar un control más
firme sobre las imágenes que elige ver?
3. ¿Qué es lo que más desea en la vida? Si alguien le observara durante
veinticuatro horas al día durante toda una semana, ¿qué diría que es lo que
más desea? ¿Cómo puede cambiar lo que desea?
4. ¿Qué significa llamar a Jesús la imagen impecable? ¿Por qué puede ser
importante para su transformación personal?
5. ¿Lucha más por acercarse a Jesús el Rey o por observarle con exactitud? ¿Por
qué son necesarias ambas cosas? ¿Qué recursos pueden ayudarle a mejorar?
6. ¿Por qué es necesaria la observación intencional'? ¿Con cuál de los tres
obstáculos de la visión intencional lucha usted más? ¿Por qué?
7. ¿Qué significa ser discípulo de Jesús? ¿Por qué la abnegación general no es
suficiente para el discipulado?
8. Nombre a un discípulo de Jesús al que admire. ¿Qué le ha costado a esa
persona? ¿Qué le ha costado a usted ser discípulo de Jesús? ¿Qué beneficios
está obteniendo?
9. ¿Qué significa decir que «el Cristo es la ley viva»? ¿De qué manera la
condición de Jesús como ley viva nos enseña sobre cómo deben vivir los
discípulos de Jesús?
10. ¿Le cuesta más amar a Dios o amar al prójimo? ¿Qué pasos puede dar para
mejorar?
11.¿Por qué la comunidad cristiana —la iglesia— es esencial para ser
transformados a imagen de Jesús?
12. ¿Qué es lo que produce ser conformados a la imagen de Jesús en un sentido
final? ¿Cuál es la conexión entre la adoración y ser conformados a la imagen
de Jesús?
6
BUENAS NUEVAS PARA
LOS NONES

Soy un protestante que enseña teología en una universidad católica. Es estupendo,


pero de vez en cuando hay conflictos. A veces el reto consiste en presionar para
obtener las verdades bíblicas más completas. Otras veces es recordar mi contexto.
Durante una charla mencioné que los «nones» estaban aumentando en el mundo
occidental. Dado que las vocaciones religiosas han descendido en el caso de las
monjas (nuns, en inglés), algunos de mis oyentes se sorprendieron, pero se alegraron.
Tuve que esforzarme por aclararlo. No son de ese tipo.
Un número cada vez mayor de personas no se identifica en absoluto con ninguna
religión, iglesia u organización afín. Algunos «nones» son ateos de línea dura. Pero
la mayoría son agnósticos. No están seguros sobre Dios, los dioses o la religión.
Muchos son del tipo: soy espiritual pero no religioso, que piensan que
probablemente existe un poder superior, pero se encuentran poco dispuestos a
comprometerse con una religión específica. Creen que la ciencia y la tecnología
aportan las verdaderas soluciones. La religión se percibe como irrelevante para la
vida cotidiana.
Las desconversiones de alto perfil han colocado a estos nones en el punto de mira
cultural. El ex pastor evangélico y celebridad, Joshua Harris, causó sensación cuando
anunció en su cuenta de Instagram que no sólo había dicho adiós a las citas amorosas,
sino también al cristianismo: «He experimentado un cambio masivo con respecto a
mi fe en Jesús... según todas las medidas que tengo para definir a un cristiano, ya no
lo soy».41 A su declaración le siguió el divorcio de su esposa, la participación en un

41
Joshua Harris, «My Heart Is Full of Gratitude», publicación de Instagram, 26 de julio de 2019,
https://www.instagram.eom/p/B0ZBrNLH2sl/.
desfile por los derechos de los homosexuales y un intento de ganar dinero extra con
un nuevo negocio: vender kits para ayudar a otros a desconvertirse.
En nuestro entorno cada vez más secular está más de moda desmantelar el
cristianismo tradicional que abrazarlo. En este entorno, la iglesia no avanzará por
difusión cultural. Eso no es necesariamente malo. De todos modos, es dudoso que el
verdadero cristianismo se transmita apreciablemente de ese modo.
Para atraer a los de afuera y reforzar a los do adentro, debemos ser capaces de
responder para nosotros mismos y para el mundo a una pregunta de singular
importancia: ¿Por qué debería una persona responder al evangelio, tanto
inicialmente como en un compromiso continuo? Dicho de forma más sencilla: ¿Por
qué ser cristiano?
Este capítulo analiza por qué la iglesia está fracasando a la hora de atraer a los de
afuera y está perdiendo a los de adentro, y ofrece sugerencias para ayudar a invertir
la tendencia. Para cada punto de fracaso con los de afuera y los de adentro, ofrece
posibles correctivos arraigados en lo que dicen las Escrituras sobre el evangelio y
sus propósitos.
Las respuestas que la iglesia ha tenido por costumbre dar sobre por qué una
persona debe responder al evangelio son ciertas: el perdón, el cielo, la vida en la
presencia de Dios, la liberación del pecado y el crecimiento en virtud. Pero debido a
que están insuficientemente arraigadas en los propósitos más profundos del
evangelio, no son plenamente motivadoras. A largo plazo, las respuestas que tocan
los objetivos más fundacionales del evangelio serán las más sostenibles para la
iglesia y convincentes para el mundo.
Las Escrituras nos muestran que la pregunta central de este libro — ¿Por qué el
evangelio?— y la pregunta más apremiante de hoy —¿Por qué ser cristiano?—
tienen una misma y mejor respuesta: porque así es como se está restaurando el
honor para los seres humanos, la creación y Dios. El objetivo último del evangelio
coincide también con la sexta y última etapa del ciclo de gloria: los humanos reinan
gloriosamente con el Rey. Encontramos la verdadera vida cuando rendimos lealtad
a Jesús el Rey, el restaurador de la gloria, y perseguimos sus propósitos.

¿Por qué usted no es cristiano?


Si desea compartir con un amigo no creyente, puede abordar el tema con franqueza:
¿Por qué usted no es cristiano? Podría suscitar una conversación interesante y
saludable. Pero tenga cuidado y busque la guía del Espíritu. Puede resultar
desagradable, y uno de los principales porqués que dan los no cristianos es que los
cristianos sólo quieren ganar conversos.
En realidad, en nuestro momento cultural actual, a los no cristianos no les faltan
razones por las que prefieren seguir perteneciendo fuera. Dentro de un momento
examinaremos un amplio espectro de razones. Pero antes abordemos brevemente un
posible obstáculo.

Una preocupación preliminar: La esclavitud al pecado

Podemos sentirnos tentados a desestimar las razones que dan los de fuera para
rechazar el cristianismo. Seguramente, podríamos concluir, los que viven en las
tinieblas —los encadenados por la mundanalidad, los apetitos carnales y el
maligno— odian la luz en virtud de su condición. Los esclavizados por el pecado no
están en condiciones de autodiagnosticarse con precisión. Así que debemos recurrir
a la Biblia para descubrir las verdaderas razones. Esto es parcialmente cierto. Pero
la propia Escritura sugiere que esta línea de pensamiento es simplista.

Repeler y atraer

La verdad bíblica más completa es que Dios ha dado a toda la humanidad la gracia
del evangelio del Rey, y su luz repele y atrae a todos simultáneamente. Repele a
todos porque expone el mal del que todos somos cómplices cuando pecamos (Jn.
3:20).
Aunque la luz de Jesús repele a todos, porque todos pecan, la luz de Jesús también
atrae a todos, incluso a los no creyentes. Por eso Jesús exhorta a las multitudes
incrédulas: «Respondan con fidelidad [pisteuete] a la luz mientras tengan la luz, para
que lleguen a ser hijos de la luz» (Jn. 12:36, TA; véase también 12:46).
Jesús lanzó esta invitación a los no creyentes porque sabía que incluso los
esclavizados por las tinieblas son atraídos en última instancia hacia él: «Y yo, cuando
sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn. 12:31). Incluso los no
creyentes son atraídos. El «levantamiento de la tierra» se refiere a su muerte en la
cruz, pero también a su ascensión: su regreso a la gloria a la diestra del Padre (Jn.
12:37; 17:1-5; véase también Jn. 8:28; He. 2:33; 5:31). Una vez transcurridos estos
acontecimientos, el Rey atrae hacia sí a toda persona mediante su cruz y su
entronización. La luz del Rey es un faro de esperanza que invita a todos a cambiar y
luego mantener la lealtad.
No todos eligen responder, pero la atracción puede superar la repulsión. Cuando
los no cristianos despierten a la luz verdadera —la belleza, la verdad y la bondad de
nuestro Rey— ya no querrán volver a las tinieblas, sino que optarán por Jesús y su
programa. Por eso Pablo, al igual que Jesús, insta a los que aún no han respondido
con lealtad («fe») al Cristo a que le sean fieles. Exhorta a los que «viven en la
desobediencia» y están rodeados de «obras de las tinieblas» (Ef. 5:11) a que
respondan a la luz: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y el
Cristo brillará sobre ti» (Ef. 5:14, TA). Tanto Jesús como Pablo afirman que cuando
los no creyentes optan por verla, la vida de resurrección del Rey es capaz de
despertarlos. Podemos dejar atrás nuestras obras de oscuridad y entrar en su
maravillosa luz.
Cuando la lealtad nos une al Rey y a su programa, el poder del pecado sobre
nosotros se rompe definitivamente, aunque seguirá siendo una tentación que nos
atrapa (Rom. 6:1-23; 8:1-17). ¡Entonces somos libres para caminar con él en la luz!
Aunque el pecado conserva un atractivo repulsivo, la luz de Cristo atrae por igual a
los de adentro como a los de afuera.

Esforzarnos por el bien

Somos más caritativos cuando recordamos que, aunque los no cristianos no están
liberados del poder del pecado, la mayoría desea llevar una vida virtuosa. Como no
se han sometido a las normas reveladas por Dios, prefieren definir el bien y el mal
por sí mismos (o aceptar definiciones elaboradas por la cultura humana corrupta).
Esto les causa daño. Pero eso no quiere decir que no se esfuercen genuinamente por
alcanzar la virtud tal y como ellos la ven. Por todas estas razones y más, es
inapropiado —de hecho, grosero— asumir que los no cristianos optan por
permanecer en esa categoría simplemente porque quieren sumergirse en el pecado.

Obstáculos específicos de los no cristianos

Los no cristianos de la actualidad tienen mucho que decir sobre por qué no están
interesados en convertirse en cristianos. Aunque reconocemos que el poder
inquebrantable del pecado afecta a los autoinformes de los marginados, no nos
atrevemos a descartarlos por esa razón. La iglesia debe escuchar atentamente por
qué los de fuera encuentran poco atractivo el cristianismo y luego utilizar las
Escrituras para purificar su luz reflejada.
¿Por qué los no cristianos son reacios a hacerse cristianos? La investigación
sociológica profesional realizada durante muchos años por el Grupo Barna indica
que los no cristianos tienen una impresión negativa de los cristianos en seis áreas
principales. Consideran que los cristianos son hipócritas, políticos, demasiado
centrados en conseguir conversos, antihomosexuales, protegidos y criticones.42
Si quiere conocer los obstáculos reales —no los imaginarios— que impiden a los
de afuera seguir a Jesús, vuelva a leer esa lista. Reflexione sobre ella. Los no
cristianos afirman que estos seis aspectos negativos son sobre todo lo que les disuade
de querer ser cristianos.

Problemas de imagen y el propósito del evangelio

Un cambio hacia una cultura que priorice la lealtad a Jesús el Rey sobre la confianza
en un salvador podría ayudar a realinear las impresiones defectuosas en estas seis
áreas. Para elegir sólo un ejemplo, considere la acusación antihomosexual.

42
Datos del Grupo Barna citados en David Kinnaman y Gabe Lyons, UnChristian: What a New
Generation Really Thinks about Christianity ... and Why It Matters (Grand Rapids: Baker Books,
2007), 29-30.
Cuando ser cristiano tiene que ver primero con la lealtad que, con la eliminación
de la culpa por las acciones erróneas, entonces todo el mundo debe reevaluarse. Jesús
el Rey exige a todos los humanos que realineen sus apetitos y prácticas sexuales a la
luz de las Escrituras —aquellos que se autoidentifican como heterosexuales,
homosexuales, bisexuales o célibes— para que se ajusten a sus directrices. Cuando
se prioriza la lealtad, la acusación de que la Iglesia es antihomosexual se desvanece,
ya que no se señala a los homosexuales. Cada discípulo está llamado a negar sus
apetitos carnales en bruto y a aprender de nuevo las normas de Dios.
Pero de los seis obstáculos para los no cristianos, los tres primeros son
especialmente pertinentes para el tema de este libro. Así que a continuación, hablaré
de las acusaciones de los no cristianos de que los cristianos son (1) hipócritas, (2)
políticos y (3) demasiado centrados en conseguir conversos.
Y afrontémoslo inmediatamente. Los señalamientos de los de afuera encierran
una verdad significativa, porque los cristianos profesantes a menudo no practican lo
que predican, a menudo participan en política partidista y a menudo se obsesionan
con el crecimiento numérico. Para cada tema haré sugerencias sobre cómo la iglesia
de hoy puede aprovechar los verdaderos propósitos del evangelio para mejorar su
imagen ante los de fuera.

1. Hipócritas

La hipocresía es la razón número uno por la que los no cristianos encuentran poco
atractivo el cristianismo. Los antiguos iniciados que han abandonado la iglesia
también señalan que es una de las principales razones.
¿Qué es la hipocresía? Es cuando usted dice que todo el mundo debería practicar
el perdón, pero alberga rencor. Es cuando usted grita: «¡Sea honesto!», pero
tergiversa sus horas declaradas para conseguir un sueldo mayor. Es cuando aboga
por la pureza sexual pero en secreto persigue la inmundicia. A nadie le gusta un
hipócrita.
Pero es hora de mirarse en el espejo. Todos incumplimos nuestros ideales —tanto
los no cristianos como los cristianos— más a menudo de lo que nos gustaría admitir.
Debido al pecado, siempre habrá cierta desconexión entre lo que decimos que
deberíamos hacer y nuestras elecciones reales. La verdadera pregunta es, ¿cómo
podemos minimizar la hipocresía?
A través de la lealtad al Rey.

Cambiando a la imagen real

Podemos combatir la hipocresía cambiando la imagen principal de cómo Jesús


rescata. Sustituya la confianza en un salvador por lealtad a un rey. Ambas ideas son
bíblicas. Pero la forma del evangelio y el significado de nuestra «fe» con respecto a
«el Cristo» en las Escrituras indican que la lealtad a un rey debe ser la imagen
dominante, mientras que la confianza en un salvador debe ser secundaria.
Necesitamos hacer este cambio porque como ideas aisladas, la confianza conduce
más fácilmente a la hipocresía que la lealtad.

Mente y cuerpo reconectados

La hipocresía se produce cuando lo que uno dice creer no corresponde con lo que
hace su cuerpo. La lealtad a un rey mantiene unidos mente y cuerpo mejor que la
confianza en un salvador por dos razones.
En primer lugar, a diferencia de la confianza, la lealtad exige todo su ser. La
confianza en Jesús para el perdón es un proceso mental que requiere que usted
someta sólo una pequeña porción de su mente, y no implica automáticamente al
cuerpo. Confiar en Jesús incluye al menos tres acontecimientos mentales: (1) en
medio de muchas cosas que podría pensar de otro modo, atender al contenido
doctrinal relevante («Dios a través de Jesús ofrece el perdón»), (2) un acuerdo
intelectual de que la doctrina es válida («es cierto que el perdón se encuentra a través
de Jesús»), y (3) una disposición de confianza personal («es cierto para mí
personalmente que he sido perdonado, porque he confiado en Jesús para ello»). Pero
estos tres acontecimientos mentales no requieren la sumisión de toda su mente a
Jesús, y pueden o no implicar un servicio corporal.
En cambio, rendir lealtad a un rey involucra su mente y su cuerpo por completo.
A través de su confesión pública de lealtad (pistis) con la boca, normalmente
acompañada de su entrada física en las aguas bautismales, está poniendo todo su ser
—cuerpo, mente, espíritu— a disposición de su Rey. Ha jurado ser el leal servidor
del Rey de forma holística, lo mejor que pueda, aunque sepa que le espera una lucha
de por vida para sofocar la rebelión de su viejo yo.
La lealtad incluye la confianza, pero es una categoría mayor. Es menos probable
que la lealtad degenere en hipocresía que la mera confianza porque no requiere sólo
una parte selecta de su vida mental, sino todo su ser, mente, cuerpo y espíritu.

Más que un dispensador de perdón

En segundo lugar, la lealtad aborda el problema más fundamental de la salvación.


La confianza en Jesús como Salvador asume erróneamente que el principal problema
de salvación es que somos pecadores necesitados de perdón. Sí necesitamos el
perdón. Pero las Escrituras indican que el principal problema que Dios intenta
resolver no es el eliminado de la culpa humana per se, sino el fracaso humano en
distribuir la gloria de Dios a la creación (véase el capítulo 3).
Cuando (erróneamente) convertimos la «confianza en Jesús para el perdón» en
algo primordial, entonces la función principal de Jesús es servir como máquina
cósmica del perdón. Se me induce a pensar que, junto con el resto del mundo, tengo
un problema: he pecado. Necesito que me borren la culpa. Así que confío en Jesús.
Él reparte el perdón. Vuelvo a pecar. Me arrepiento. Le digo a Jesús que sigo
confiando en su perdón. Él perdona. Repito... Con el tiempo es fácil llegar a una
conclusión dudosa: perdonar el pecado es el trabajo principal de Jesús, y por lo tanto,
mientras diga «lo siento» de vez en cuando, el pecado continuo no es un gran
problema.
La lealtad a Jesús como Rey pone el foco no en Jesús como dispensador cósmico
de perdón, sino en su gobierno apropiado sobre mí y sobre todos los demás. Entiendo
que Jesús es mi Rey. Le amo y le debo todo. Él tiene una misión, una forma de vida
y unas tareas para nosotros como grupo. Nos invita a una transformación total para
que podamos unimos plenamente a él en su gobierno. La lealtad inicia y mantiene
mi unión con él, así es como me está salvando.
Cuando el reinado está en primer plano, es más probable que piense en la
obediencia leal. Es menos probable que piense en lo que puedo hacer sin que me
perdone. En otras palabras, es menos probable que sea hipócrita.

2. Políticos

Conozca a Brandon, que se identifica como agnóstico. Describe su experiencia


actual con los cristianos: «Hoy en día, siempre que experimento las actividades de
los cristianos estadounidenses como grupo organizado... es casi siempre en términos
de que intentan utilizar la fuerza política para incitar a la gente a comportarse de una
determinada manera».43 Resulta sorprendente que cuando Brandon piensa en las
actividades cristianas, lo que le viene a la mente no es la oración, el culto, el amor a
Dios, la preocupación por el prójimo, las obras de caridad o el afecto por la creación.
Es la coacción política.

Coacciones políticas

Por desgracia, Brandon no es el único que considera que la coacción política es la


nueva cara del cristianismo. Los estudios del Grupo Barna mostraron que el 48% de
la población estadounidense está preocupada por el papel de los cristianos
conservadores en la política. Es una de las principales razones que dan los no
cristianos para explicar por qué no están interesados en hacerse cristianos.44
Las opiniones de Brandon son doblemente sorprendentes cuando descubrimos
que es republicano. Por tanto, está a favor de muchas de las políticas por las que
luchan los cristianos conservadores estadounidenses. Aun así, descubre que los
cristianos de hoy en día están tan implicados en la política del poder que ésta se ha
convertido en su principal seña de identidad. Si un agnóstico como Brandon

43
Kinnaman y Lyons, UnChristian, 166.
44
Kinnaman y Lyons, UnChristian, 156.
encuentra esto desagradable, a pesar de ser un aliado político del cristianismo
conservador, imagínese cómo se sienten los no cristianos de izquierda.
No se trata de derecha contra izquierda. La cuestión es que los de afuera perciben
que los cristianos están más comprometidos con el campo político de la izquierda o
de la derecha que con Jesús. Cuando los cristianos son más conocidos por su política
partidista que por sus actos de misericordia, no es de extrañar que muchos no
cristianos no puedan imaginar convertirse en cristianos. Es un gran obstáculo.

El verdadero evangelio político

Pero no se equivoque en este punto: el evangelio es político hasta la médula.


También es ineludiblemente social. Los que dicen lo contrario —me resisto a la
tentación de citar nombres destacados aquí— han malinterpretado gravemente el
evangelio. Han identificado erróneamente el corazón del evangelio como la
reconciliación personal con Dios por la fe mental en lugar de ver el evangelio como
lo que es en las Escrituras: la proclamación de que Jesús se ha convertido en el Rey
sobre todos los aspectos del universo.
No recibimos una regeneración personal que despierta la fe y luego llegamos a
aceptar el reinado de Jesús. Eso es precisamente al revés. Cuando Jesús se convirtió
en Rey proporcionó beneficios salvadores como la regeneración y la reconciliación
para su pueblo. Entramos en esos beneficios personalmente cuando damos lealtad
(«fe») a Jesús como Rey, no antes.
La proclamación «Jesús es el Rey» es en el fondo una afirmación política.
Además, no se trata simplemente de una visión de otro mundo, como si Jesús sólo
tuviera derecho como Rey sobre las «almas» o los «corazones» y no sobre todos los
asuntos políticos y realidades sociales del mundo. Cuando Jesús dijo: «Mi reino no
es de este mundo» (Jn. 18:36), estaba describiendo la fuente de su autoridad, no su
alcance o ámbito. Al contrario, las Escrituras dejan claro que Jesús gobierna sobre
todas las cosas, incluidos los líderes políticos terrenales, los gobiernos y los
ciudadanos.
Dado que el evangelio es político y tiene una visión social, los cristianos no
necesitan ser menos políticos. Los cristianos necesitan ser más políticos, pero de
una manera que se alinee con el enfoque de poder en debilidad de su Rey. La clave
está en reconocer cómo y dónde el reinado de Jesús es füncionalmente operativo
hoy.
El cómo del reinado de Jesús

El reinado de Jesús sobre todo es actualmente no coercitivo. Esto significa que su


reinado está siempre en vigor, pero no se impone a la gente. Por lo tanto, no siempre
es reconocido.
Todas las esferas de la vida están bajo la soberanía directa de Jesús, pero su
política actual permite que su gobierno sea rechazado. Un día «toda rodilla se
doblará» (Flp. 2:10). Ahora muchas rodillas orgullosas no se doblan. Jesús está de
acuerdo con esto, y sus seguidores deben seguir su ejemplo. Un día «toda lengua
confesará que Jesús es el Señor» (Flp. 2:11). Actualmente, muchas lenguas
defienden en voz alta a otros señores y dioses. Jesús lo permite mientras tanto. Si los
cristianos han de seguir la política de su Rey, deben permitir que los no creyentes
mantengan lealtades defectuosas, al tiempo que dan testimonio persuasivo del
reinado definitivo de Jesús.

El dónde del reinado de Jesús

Los cristianos sienten a menudo que el reinado de Jesús no es una opción política en
el mundo real. «No puedo votar por Jesús, no está en las papeletas», es un estribillo
común. Aunque esto es cierto, también malinterpreta dónde está operativo hoy el
verdadero poder político de Jesús.
No todo el mundo está en rebelión. Hay focos, aquí y allá, donde realmente reina,
ahora mismo. Cuando la verdadera iglesia se reúne, confiesa: «¡Jesús es el Cristo!»
en reconocimiento de su autoridad, deseo y capacidad para gobernar a su pueblo.
Si los feligreses no confiesan «Jesús es el Rey» (explícita o implícitamente)
cuando adoran juntos, entonces la iglesia no existe en ese lugar. La iglesia se crea,
se mantiene y se edifica cuando inicialmente Pedro y luego otros confiesan que Jesús
es el Cristo (Mt. 16:16-18; Mc. 8:29). Sin la confesión del gobierno de Jesús y la
intención de seguir sus directrices soberanas, una reunión no es más que una
sociedad de admiración a Jesús con una banda auxiliar. No es la iglesia. La iglesia
existe cuando dos o tres o más se reúnen en el nombre de Jesús porque los que se
reúnen reconocen y acogen su presencia como autoridad soberana (Mt. 18:18-20; cf.
1 Cor. 5:4-5; 12:1-3). Jesús reina a través del Espíritu Santo allí donde su gobierno
es acogido y obedecido libremente, porque su política actual es un gobierno no
coercitivo.
Cuando declaramos «Jesús es el Rey» con integridad, estamos invitando a Jesús
a reinar sobre nosotros —aquí y ahora— y estamos expresando nuestro vivo deseo
de acatar sus decisiones soberanas. La mayor urgencia y lucha el domingo por la
mañana (y en otras reuniones) es hacer sinceramente esta confesión específica con
disposición a escuchar y obedecer, para que una reunión pueda convertirse realmente
en la iglesia.
La iglesia es la iglesia sólo cuando es el cuerpo ciudadano del Rey. Nuestras
esperanzas políticas y sociales están arraigadas en la comunidad del Rey.

¿Políticos de qué forma?

Dado que el evangelio es intrínsecamente político, es imposible ser cristiano y no


estar comprometido con una posición política. Ser cristiano es haber aceptado el
reinado político de Jesús y su visión social o, al menos, estar en proceso de aprender
a hacerlo.
Los cristianos deben ser políticos primero sometiéndose al reinado de Jesús
cuando se reúnen con otros cristianos. Entonces podrán dar testimonio eficaz del
reinado glorioso, no coercitivo y sufriente de Jesús desde ese lugar.
El cómo de la política de Jesús consiste en permitir que el Espíritu Santo
demuestre su poder de cruz y resurrección en medio de nuestras frágiles debilidades
humanas mientras servimos a los demás en su nombre (2 Cor. 4:3-11; 13:4). Los
cristianos deben ser más políticos de lo que son actualmente fomentando una vida y
una sociedad políticas alternativas en la iglesia local que den fe de la realidad del
reinado actual de Jesús en ese cuerpo reunido. El reinado de Jesús debe extenderse
desde allí a los barrios, las ciudades y el mundo.
Los cristianos también deben participar en política fuera de la iglesia. Pero su
huella política fuera de la iglesia debe orientarse sobre todo a apoyar políticas que
ayuden a los vulnerables y fomenten la sumisión al reinado de Jesús dentro de la
iglesia, al tiempo que dan testimonio de que una política alternativa mejor se
extiende al mundo sólo desde esa fuente. Cuando los de afuera ven la iglesia,
deberían ver que la gloria restauradora de Dios está realmente presente y desbordante
allí donde se permite a Jesús reinar en medio de su pueblo: que los seres humanos,
la creación y Dios son llevados allí a niveles de honor cada vez más altos.
Si los cristianos están más ocupados señalando a la derecha o a la izquierda que
reuniéndose con otros para confesar que «Jesús es el Rey» y someterse a su gobierno,
entonces han sido inapropiadamente capturados por la política partidista. Cuando los
cristianos no practican la política de poder en debilidad del Rey Jesús, los de fuera
sólo ven alianzas impías, odio de izquierda contra derecha y la aplicación de una
ética coercitiva. Cuando proclamamos: «Jesús es el Rey», tenemos la oportunidad
de mostrar a los de fuera que el reinado de Jesús puede transformar gloriosamente
un cuerpo ciudadano.

3. Contabilizar conversos

Más allá de la hipocresía y la política partidista, a los no cristianos no les sorprende


que los cristianos den prioridad al crecimiento numérico a través de la conversión.
Esto se deriva directamente de un problema evangélico. Las versiones
transaccionales distorsionadas del evangelio generalmente permiten que una persona
«cuente» como un converso, aunque esa persona no busque una vida de lealtad
(véase el capítulo 2).
Dentro de un marco evangélico distorsionado, usted toma su decisión de confiar
y eso se percibe como su verdadero momento de salvación. Quién es usted es
irrelevante; sólo confíe en el mensaje de que «Jesús murió por sus pecados». Ahora
Dios le ha puesto a Jesús su culpa y usted ha recibido su obediencia, por lo que está
listo para el cielo. Dios, como un robot, le ha puesto una etiqueta de «perdonado»
que nunca se podrá quitar. Después no es terriblemente importante si usted cae en
pecado —¿verdad?— ya que está salvado. Quién es usted y en quién se está
convirtiendo no importa porque tiene la etiqueta de «perdonado». Ahora es usted
para siempre un cristiano convertido, por lo que su salvación puede ser contabilizada
y comunicada a los demás.
Las versiones del evangelio que hacen hincapié en la transacción no siguen la
lógica evangélica de las Escrituras y son deshumanizadoras. El evangelio real trata
de cómo Jesús se convirtió en el Cristo y envió beneficios para restaurar a su pueblo.
Cuando usted ofrece lealtad por primera vez, se produce un cambio de estatus, ya
que realmente pasa a formar parte del pueblo liberado y perdonado de Dios a través
de la obra expiatoria de Jesús (véase el capítulo 4). Hay una transacción en ese
sentido. Pero aquí está el punto clave: la lealtad continua es el proceso
transformador a través del cual Dios continúa salvándole. Quién es usted y en quién
se está convirtiendo —su persona, su carácter y sus virtudes— importan
absolutamente para su salvación final. El propósito del verdadero evangelio es la
restauración total.
El verdadero evangelio del Jesús el Rey que exige lealtad cambia el enfoque
dentro de la conversión de la cantidad a la calidad. El cambio es de contar el número
de almas salvadas a la calidad de la humanidad restaurada. Además, esto tiene
sentido porque sabemos lo deliciosamente extraños que Dios nos ha hecho a cada
uno de nosotros. No somos androides de talla única que simplemente necesitan una
etiqueta de «perdonado» para ser plenamente rescatados por Dios. Tenemos dones,
luchas y potenciales diferentes que informan de lo que significa que Dios nos salve
a cada uno de nosotros de forma única y máxima.
______________________________________________
Quién es usted y en quién se está convirtiendo —su
persona, su carácter y sus virtudes— importan
absolutamente para su salvación final.
______________________________________________

Cuando se valora a los de afuera (y a los de adentro) en el proceso restaurador de


la salvación por lo que son ahora —y por la calidad de persona en la que pueden
convertirse de forma única— es más probable que respondan favorablemente al
evangelio.
Fracaso con los iniciados

Acabamos de explorar tres razones por las que los no cristianos dicen encontrar
inaceptable el cristianismo. He sugerido que la lucha de la iglesia con la hipocresía,
la política de poder y el recuento de conversos se derivan de un fracaso en
comprender adecuadamente el verdadero evangelio y sus propósitos. Pero el
problema es aún más grave.
Los cristianos «iniciados» también están pisando cada vez más la rampa de
salida. Los estudios del Grupo Barna (y otros) muestran que los adultos jóvenes
criados en la iglesia la están abandonando —y a Jesús por completo— a un ritmo
acelerado en comparación con las generaciones pasadas. Se trata de una tendencia
alarmante.
En comparación con los de afuera, los que abandonan describen la iglesia de
formas ligeramente diferentes, pero igualmente negativas. Los estudios sugieren que
existen factores comunes que provocan la desconexión entre los que se alejan. Al
igual que con las razones de los de afuera, debemos ir más allá de nuestras vagas
imaginaciones sobre por qué creemos que los de adentro se van y descubrir sus
razones si queremos tener alguna esperanza de corregir los problemas.
Los iniciados que ya no se identifican como cristianos describen con mayor
frecuencia su educación y su experiencia eclesiástica de una (o varias) de las
siguientes maneras: sobreprotectora, superficial, anticientífica, represiva,
excluyente y que no deja espacio para el cuestionamiento o la duda.45 Estos aspectos
negativos no fueron necesariamente la causa de que estos iniciados se marcharan,
pero son factores que contribuyen a las razones principales.
Al sintetizar lo que señalan estos jóvenes adultos, los estudios de Barna
identifican tres causas principales del abandono. En primer lugar, los de esta nueva
generación están abandonando el cristianismo porque no encuentran relaciones
auténticas a través de la iglesia: las reuniones son superficiales y no suficientemente
intergeneracionales. En segundo lugar, la iglesia es una fuente de información
simplista, pero no de la sabiduría que llega a través de la lucha con las complejidades,

45
David Kinnaman, You Lost Me: Why Young Christians Are Leaving Church ... and Rethinking
Faith (Grand Rapids: Baker Books, 2011).
dificultades y dudas que acompañan al cristianismo. En tercer lugar, la iglesia no
imparte una vocación holística: la vida eclesiástica está compartimentada y no tiene
relevancia para la carrera profesional.46
En resumen, debido a un fracaso general del discipulado, los jóvenes adultos
afirman que abandonan la iglesia porque no encuentran (1) relaciones auténticas,
(2) sabiduría para afrontar las dudas y complejidades, y (3) una vocación holística.
Comencemos con la cuestión más amplia del discipulado en su conjunto y luego
abordemos cada una de ellas.

El fracaso básico del discipulado

Habían sido perdonados por Dios una vez para siempre cuando se acercaron al pie
de la cruz. Habían nacido de nuevo a la vida eterna. Ahora tenían la promesa
inquebrantable de Dios del cielo. O así se les enseñaba. Si una cultura que daba
prioridad a «contabilizar conversos» ha resultado muy desagradable para los de
afuera, ha destripado a los de adentro.
¿Qué ha ido mal? Los autoinformes muestran un problema macro: a la mayoría
de estos recién llegados nunca se les enseñó personalmente por otros cristianos cómo
ser discípulos de Jesús. Hacer discípulos no era una prioridad en las culturas
eclesiásticas en las que habitaban.
No es difícil ver el porqué de este fracaso en el discipulado. Es un fiasco
evangélico. Si los pastores y los ancianos están convencidos —y persuaden a los que
están a su cargo— de que toda la verdadera obra de salvación tiene lugar cuando un
individuo confía primero en el evangelio del perdón de Jesús, entonces ¿por qué dar
prioridad al discipulado? En su lugar, dedique todo su esfuerzo a intentar que sus
amigos y vecinos oren esa oración del pecador.

46
Kinnaman, You Lost Me, 28-30.
Lealtad y tiempo

La verdad sobre la conversión es diferente una vez que reconocemos que el


evangelio trata del reinado salvador de Jesús seguido de nuestra respuesta de lealtad
(fe) en el transcurso del tiempo. Como tal, las decisiones iniciales de seguir a Jesús
el Rey siguen siendo emocionantes. ¡Siguen contando mucho! Pero cuentan en el
sentido de importar, no en el sentido de llenar una cuota.
Una persona se salva ni más ni menos que por su lealtad al Rey Jesús —pasada,
presente y futura. Cuando usted declaró lealtad por primera vez —ordinariamente
en su bautismo— usted fue «salvo». Es decir, usted se «salvó», porque entró
genuinamente en la comunidad llena del Espíritu que tiene una posición correcta con
Dios y está en proceso de ser salva.
Pero la salvación es un viaje. Debemos seguir dando lealtad al Rey Jesús. Es un
proceso de aprendizaje. Nuestra lealtad será mixta, a medias y comprometida. Los
fracasos, los errores y los actos de traición contra el Rey son inevitables para los
individuos y para la iglesia. Debemos tener una postura de arrepentimiento continuo
por nuestra lealtad imperfecta.
Nuestra lealtad imperfecta («fe») es suficiente para unirnos a la rectitud, el
perdón y el poder vivificador de nuestro Rey perfecto. Formamos parte del cuerpo
imperfecto del Rey, pero somos hechos perfectos por nuestra cabeza real. Sin
embargo, para que esta unión esté presente, una trayectoria general y una intención
de lealtad a nuestro Rey deben permanecer intactas. La búsqueda y la disposición de
lealtad durante toda la vida son al final lo único que cuenta para la salvación.
En otras palabras —como han afirmado casi todos los cristianos a lo largo de los
tiempos— debemos perseverar en nuestra confesión de fe para alcanzar la salvación
final. Si una persona deja de rendir lealtad a Cristo por completo —abandona
cualquier intento de rendir fe a Cristo— esa persona ya no forma parte de la
comunidad salva porque ha rechazado el evangelio (1 Cor. 15:2; 1 Tim. 1:19-20;
Heb. 3:12-14; 6:4- 6).
Nos sometemos a la autoridad del Rey emprendiendo una vida de discipulado.
Ya hemos hablado de cómo venir y ver, para convertirnos en discípulos (véase el
capítulo 5). Puesto que somos salvados por la lealtad («fe») a Jesús el Rey pasada,
presente y futura, entonces no hay separación entre la salvación y el discipulado. El
camino de la lealtad al Rey es el camino del discipulado transformador.

¿Y el ladrón?

A estas alturas del libro, espero que se haya convencido de que la respuesta plena
adecuada al evangelio es la lealtad corporal o el discipulado leal, y que esté
reflexionando sobre su puesta en práctica. (Si no es así, le animo a que lea los
tratamientos más eruditos que yo y otros hemos escrito47). Pero hay un posible
contraejemplo que es tan famoso que necesita ser discutido. Casi siempre que enseño
este material en público, me preguntan cómo tratarlo.
¿Qué pasa con el ladrón que fue crucificado junto a Jesús?48 ¿No se salvó
únicamente por confiar en la muerte de Jesús? Después de todo, el ladrón no tuvo
ninguna oportunidad de ser discípulo y, sin embargo, Jesús le dijo: «Hoy estarás
conmigo en el paraíso» (Lc. 23:43). ¿No demuestra eso que ni la lealtad ni el
discipulado son necesarios, sino que el verdadero criterio debe ser la confianza
mental en la muerte de Jesús?
El ladrón no es un contraejemplo válido. Esto resulta obvio si prestamos atención
a lo que el ladrón dijo realmente (en lugar de lo que pensamos que debería haber
dicho) y estamos en sintonía con un evangelio del reino. El ladrón reconoce sus actos
pecaminosos, su merecido y la inocencia de Jesús, pero no dice: «Jesús, confío en
que tu muerte cubra mis pecados». Al contrario, dice: «Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas en tu reino» (Lc. 23:42). No se describe al ladrón como confiado
únicamente en la muerte de Jesús, sino que afirma que Jesús reinará sobre un reino.
El ladrón hace la confesión evangélica por excelencia. Reconoce que la
afirmación de Jesús de ser el Cristo es cierta. Mientras ve morir a Jesús, el ladrón

47
Véase Matthew W. Bates, Salvación por sola lealtad: repensando la fe, las obras y el evangelio
de Jesús el Rey (Salem, Oregon: Publicaciones Kerigma, 2023); Matthew W. Bates, Gospel
Allegiance: What Faith in Jesus Misses for Salvation in Christ (Grand Rapids: Brazos, 2019); Scot
McKnight, Reading Romans Backwards: A Gospel of Peace in the Midst of Empire (Waco, Texas:
Baylor University Press, 2019); y Michael J. Gorman, Romanos: comentario teológico y pastoral
(Salem, Oregon: Publicaciones Kerigma, 2022).
48
Este análisis del ladrón se basa en mi trabajo anterior. Véase Bates, Gospel Allegiance, 108-9.
expresa su fe en que en una época futura Dios instaurará a Jesús como soberano. Se
trata de una confesión pública de lealtad personal —el ladrón pide a Jesús que se
acuerde de él— que muestra su voluntad futura de comparecer ante el rey Jesús en
reconocimiento de su gobierno. El ladrón muestra confianza en que Jesús tendrá
autoridad para otorgarle beneficios personalmente. Es la confesión pública del
ladrón de la soberanía de Jesús lo que lleva a anunciar el rescate de este hombre. El
ladrón se salva porque reconoce a Jesús como el Rey venidero.

¿Cristianos vampiros?

El verdadero evangelio no permite cristianos vampiros, como Dallas Willard llamó


tan memorablemente a esa monstruosidad.49 Los cristianos vampiros son aquellos
que quieren hacer uso de la sangre de Jesús, pero no tienen ningún interés en
reconocerle genuinamente como Señor. Llamarlos cristianos vampiros es de hecho
inexacto —y estoy seguro de que Willard estaría de acuerdo. Son simplemente
vampiros.
Si esos vampiros que quieren la sangre de Jesús sin un discipulado leal se
autoproclaman cristianos, Jesús les dirá claramente: «Nunca los conocí. Apártense
de mí, hacedores de maldad» (Mt. 7:23). Puesto que la salvación es sólo por lealtad
a Jesús el Rey, no es posible «salvarse» creyendo o confiando en la sangre de Jesús
sin tener intención de someterse a su autoridad convirtiéndose en su discípulo.
La mejor forma en que la iglesia puede hacer frente al declive entre los iniciados
es —¡sorpresa!— predicando y enseñando el verdadero evangelio de Jesús el Rey.
El verdadero evangelio aborda el fracaso del discipulado de la iglesia porque la
ayuda a cambiar su energía de la evangelización a la formación de discípulos, pues
ya no son tareas diferentes. Responder al evangelio de forma salvífica no es ni más
ni menos que comprometerse a convertirse en un discípulo leal de Jesús el Rey.
Veamos cómo el verdadero evangelio aborda tres problemas específicos que
hacen que los antiguos iniciados rechacen el cristianismo.

49
Dallas Willard, The Great Omission: Reclaiming Jesus’s Essential Teachings on Discipleship
(Nueva York: HarperOne, 2006), 14.
Ausencia de relaciones auténticas

Es tristemente irónico. Porque, aunque esta generación tiene un acceso sin


precedentes a la tecnología y redes sociales, existe un agujero negro en torno a las
relaciones interpersonales significativas. Más allá de la hipocresía y la obsesión por
la conversión, una de las razones más citadas para abandonar la iglesia —y a menudo
el cristianismo— es la alienación relacional.50
En efecto, se juega solo a los bolos. Excepto que, agravando el aislamiento, ahora
es más probable que la gente juegue a los bolos sola con su teléfono que con una
bola de verdad en un local público. Se tiene la sensación de que la iglesia
institucional promete relaciones sanas y significativas, pero no las cumple.

La formación de discípulos es relacional

La iglesia lucha por fomentar relaciones profundas a través de su programación


estándar de «presentemos el evangelio a las masas». Confiar mentalmente en el
perdón de Jesús es lo que verdaderamente importa en la presentación estándar del
evangelio, no poner su cuerpo en presencia del cuerpo de un discípulo más
experimentado para que juntos intenten practicar mejor la obediencia leal a su Rey.
Si queremos recuperar la misión de hacer discípulos de Jesús, lo que significa
responder al evangelio debe cambiar en nuestras iglesias locales. Puesto que hacer
discípulos implica venir y ver —entrar en el modelo de vida de otro para perseguir
juntos a Jesús el Rey— es una actividad intrínsecamente relacional. Dado que es
intrínsecamente interpersonal, la formación de discípulos intencional es clave para
superar la alienación relacional.
No se trata de relaciones cualquiera, sino de relaciones intergeneracionales que
manifiestan todo el cuerpo del Rey y que son necesarias en la iglesia actual. Sin
embargo, «estas conexiones no se producirán por accidente», como nos recuerda
David Kinnaman: «las relaciones profundas sólo se producen pasando tiempo,

50
Kinnaman, You Lost Me, 44-50.
grandes porciones de él, en experiencias compartidas».51 Así que será necesario
desprogramar o reprogramar para dejar un amplio espacio a la formación de
discípulos.

Reprogramar para hacer discípulos

Esto no significa que las iglesias deban abandonar la programación formal. Los
pastores de la iglesia no pueden contar con reuniones espontáneas. Incluso cuando
se producen reuniones informales entre cristianos, puede que no sean con la
intención de hacer discípulos.
Una vez conocí a un pastor al que le gustaba decir: «hagamos vida juntos». Pero
parecía pasar mucho más tiempo hablando del alcohol que de Jesús. No me
malinterpreten. Disfruto del alcohol con moderación. Pero, por favor, reconozca que
la frase «simplemente hagamos vida juntos» sólo funciona como eslogan pastoral si
los implicados pretenden algo más que borracheras. Sólo funciona si se
comprometen seria y constantemente a intentar parecerse más a Jesús mientras
«hacen vida». La programación y los eventos son necesarios. Sin embargo, deben
fomentar no sólo experiencias compartidas, sino un amplio espacio para la
formación intencional de discípulos.
¿Le interesa convertirse en un hacedor de discípulos? Encuentre un grupo de tres
a doce personas dispuestas a caminar a su lado para aprender juntos a practicar mejor
los caminos de Jesús. Reúnase con ese propósito regularmente de forma estructurada
y no estructurada. Existen herramientas extraordinarias para ayudarle a empezar.52

Falta de sabiduría

Las complejidades e incertidumbres de la vida asaltan por igual a los de afuera y a


los de adentro. El cristianismo ofrece una explicación exhaustiva de la realidad. Es

51
Kinnaman, You Lost Me, 205.
52
Bobby Harrington y Josh Patrick, The Disciple Maker’s Handbook: Seven Elements of a
Discipleship Lifestyle (Grand Rapids: Zondervan, 2017).
una metanarrativa, una historia maestra que pretende explicarlo todo en el universo.
Nos dice por qué el universo de Dios es ordenado y a la vez sorprendente, qué
significa ser humano y cómo debemos comportamos.
Pero el cristianismo no es la única metanarrativa que se ofrece hoy en día. Las
cosmovisiones alternativas pretenden explicar la realidad de formas aún más
convincentes. Además de otras religiones del mundo, el principal competidor del
cristianismo es el materialismo ateo, también llamado naturalismo científico o
humanismo secular.
Los creyentes, aunque sigan siendo cristianos, se sienten presionados por estas
alternativas. ¿Hasta qué punto estoy seguro de que el cristianismo es verdadero? se
preguntan. Los jóvenes y los adultos jóvenes criados en la iglesia lo sienten de forma
más aguda porque comienzan su vida con una visión cristiana del mundo y sólo se
ven expuestos gradualmente a los mejores argumentos de las alternativas. Si quieren
seguir siendo cristianos, no tienen otra opción que perseverar en la búsqueda de la
fe mientras luchan con las dudas.
Sabiendo que las visiones alternativas del mundo suponen una amenaza, los
pastores y los padres protegen sabiamente a los jóvenes. Los niños no están
preparados para Foucault, Ehrman o Dawkins. Bueno, quizá estén preparados para
Dawkins, ya que sus argumentos son más bien juveniles, pero la cuestión es que
debemos discernir lo que es apropiado para su edad. Sin embargo, con demasiada
frecuencia, debido al miedo, a la ignorancia o a ambas cosas, la Iglesia se escuda
demasiado.
No es de extrañar que los iniciados que abandonan el cristianismo afirmen con
frecuencia que estaban excesivamente protegidos. Los líderes eclesiásticos deben
enfrentarse a la crisis actual: la información simplista y unilateral no servirá para los
jóvenes adultos que pueden encontrar detalles y contrapruebas con una simple
búsqueda en Google, y pueden hacerlo en medio de su sermón o charla.
La historia de Mitch no es inusual. Mientras realizaba sus estudios de medicina,
su fe alcanzó un punto de crisis. Cuando se expuso por primera vez a la teoría
evolutiva de forma seria —y cada vez le pareció más convincente— intentó
conciliarla con el cristianismo. Pero se vio incapaz. «Cuando leía las pruebas sobre
la evolución, me preguntaba ¿en qué momento se impartió el alma? ¿Bajó Dios y
tocó a un homínido prehumano para que tuviera alma?»53 Mientras se debatía con
esas preguntas como parte de su formación, se sintió obligado a elegir entre el
cristianismo y su vocación por las ciencias. Finalmente abandonó el cristianismo.

Curar la información para la sabiduría

Mitch no está solo. El mundo moderno sigue golpeando a los cristianos con duros
desafíos intelectuales. Pero, ¿habría abandonado Mitch si su pastor le hubiera
señalado los recursos producidos por nuestros investigadores cristianos más hábiles?
Tal vez. Pero quizá no.
El cristianismo sigue siendo bien defendido por brillantes científicos, filósofos e
historiadores. A veces incluso forman equipo. Por ejemplo, el biólogo evolucionista
cristiano Dennis Venema y el renombrado erudito bíblico Scot McKnight ponen al
día a sus lectores sobre los últimos avances en su obra Adam and the Genome.54 Los
líderes eclesiásticos necesitan apoyarse en la experiencia de académicos cristianos
de confianza y en redes de recursos para ayudar a quienes están a su cargo a localizar
recursos que enmarquen e interpreten los retos intelectuales, para que aquellos con
dudas puedan desarrollar en última instancia una sólida sabiduría cristiana.
Los desafíos más urgentes a los que se enfrentan muchos de los que están bajo su
tutela no son intelectuales, sino morales. Dado que el cristianismo tiene sus raíces
en la historia antigua, los adeptos se preguntan hasta qué punto su visión ética sigue
siendo válida hoy en día. Por ejemplo, dado que la Biblia dice a las mujeres que no
se hagan trenzas en el pelo ni lleven joyas, ¿debería evitar estas cosas hoy en día?
La Biblia prohíbe el adulterio, pero eso implica infidelidad para las personas casadas,
así que ¿prohíben las Escrituras todas las actividades sexuales fuera del matrimonio?

53
La historia de Mitch es relatada por John Marriott, The Anatomy of Deconversion: Keys to a
Lifelong Faith in a Culture Abandoning Christianity (Abilene, TX: Abilene Christian University
Press, 2021), 66.
54
Dennis R. Venema y Scot McKnight, Adam and the Genome: Reading Scripture after Genetic
Science (Grand Rapids: Brazos, 2017).
La mayoría de los discípulos maduros de Jesús disciernen que la respuesta a la
primera pregunta es no y a la segunda sí. Pero no basta con apelar a la autoridad o a
la tradición en nuestro entorno moral actual.
Los iniciados que se han visto agobiados por un legalismo mezquino en el pasado,
necesitan que se les enseñe cómo llegar ellos mismos a esas respuestas. Necesitan
saber cómo y por qué el cristianismo ofrece no sólo información antigua, sino la
sabiduría de hoy.

Buenas nuevas para los que dudan

¿Qué ocurre cuando una persona, como Mitch, que ha confiado en Jesús para su
perdón personal descubre que tiene dudas? ¿Qué pasa si quieren creer, pero
descubren que en ciertos días o durante una temporada, no pueden superar un
obstáculo intelectual? ¿Siguen siendo cristianos? Ser cristiano implica afirmar
intelectualmente la veracidad del contenido real del evangelio (véase el capítulo 4).
Pero, ¿hasta qué punto tiene que estar segura una persona de su veracidad?
Mitch se sintió obligado a elegir. No sé qué versión del evangelio escuchó. Pero
sí sé que las formas deficientes de presentar el evangelio crean obstáculos
innecesarios y hacen que el obstáculo sea más alto de lo necesario.
Cuando mi esposa era adolescente, uno de sus pastores dijo a la congregación —
desde el púlpito un domingo por la mañana— que acababa de convertirse al
cristianismo. Anteriormente había pensado que confiaba en el perdón de Jesús. Pero
últimamente, se había dado cuenta de que no confiaba plenamente, sino que seguía
aferrado a sus «obras»: su estatus y sus logros como ministro. Ahora, estaba feliz de
informar que se había convertido en cristiano, porque realmente estaba descansando
plenamente en Jesús para obtener el perdón.
La congregación se sorprendió al descubrir que su pastor no había sido de hecho
cristiano. Pero independientemente de sus luchas, se alegraron de que ahora hubiera
respondido de todo corazón. Se sintieron menos sorprendidos unos meses después
cuando él les dijo que había vuelto a ser cristiano. Él y la iglesia se separaron poco
después. ¡Pero no antes de que se convirtiera por tercera vez!
Este pastor sincero también estaba sinceramente confundido sobre el evangelio y
la fe salvadora. No me salvo por el simple hecho de confiar —me refiero a confiar
de verdad con todas mis fuerzas— para que mi confianza en Jesús sea efectiva. El
verdadero evangelio tampoco trata de si confío o no sólo en la rectitud de Jesús y no
en mis obras.55 Tal interpretación, que suele basarse en una interpretación errónea
de Pablo, pone demasiado «yo» en el evangelio. Yo —con todas mis dudas. Además,
intentar con todas sus fuerzas que usted crea algo puede requerir no sólo gimnasia
mental, sino una contorsión imposible.
La fe salvadora no está dirigida en primera instancia a la expiación personal o al
proceso de justificación. Está dirigida al Cristo entronizado. Luego vienen esos
beneficios. Lo que importa es mi intención general de permanecer o volver al camino
de la lealtad a pesar de cualquier deslealtad pecaminosa que pueda descarrilarme.

Menos que seguro

Tampoco es conveniente la ausencia total de dudas. Cuando un escéptico se ha


convencido de que la salvación depende de la capacidad de confiar de verdad,
aumenta la ansiedad. La supuesta buena noticia de que lo único necesario es confiar
de verdad se convierte en una devastadora palabra de condena.
El defectuoso evangelio de: sólo Dios acepta mi confianza genuina, pone a los
escépticos en aprietos, pero el verdadero evangelio del reinado de Jesús da una
respuesta clara respecto al límite de la salvación: si un escéptico continúa dando
lealtad a Jesús —el Rey revelado en el evangelio— entonces esa persona se salva a
pesar de las dudas que albergue. Incluso en sus días más llenos de dudas, el
escéptico puede seguir optando por dar lealtad al Rey Jesús y a sus caminos.
La gran mayoría de los cristianos contemporáneos luchan contra la duda. Sé que
no soy inmune. Las iglesias deberían animar a los que dudan recordándoles que
pueden y deben ser intelectualmente aventureros —todas las verdades son verdades
de Dios— al tiempo que defienden la necesidad de permanecer leales en medio de
las dudas. Si los que dudan creen lo suficiente que la intención de su vida es

55
Véase Bates, Gospel Allegiance, esp. 107-8, 177-210.
permanecer leales al Rey descrito en el evangelio, permanecen en el camino de la
salvación —aunque ellos mismos no puedan creerlo actualmente.

Hacer de las dudas una oportunidad

Las iglesias pueden utilizar las dudas como una oportunidad para que los creyentes
crezcan creando grupos de lectura y debate en los que se fomente la lucha honesta
con las grandes preguntas. Dentro de un marco de lealtad, como tales sondeos son
menos amenazadores para la salvación personal, la gente suele sentirse más libre
para explorar. ¿La evolución? ¿El libre albedrío? ¿La creación ex nihilo? ¿Teorías
expiatorias? ¿Pena capital? Que comience el debate.
Aunque pueden añadirse otras normas (como las relativas a la privacidad y el
respeto), a mi juicio, tales grupos de exploración sólo necesitan un criterio rígido
para ser miembro: procurar permanecer leales a Jesús el Rey y a sus caminos tal y
como se revelan en las Escrituras (reconociendo al mismo tiempo que la
interpretación de las Escrituras es un arte y una ciencia complejos), o abandonar el
grupo voluntariamente. Dado que los que confiesan a Jesús como Rey son guiados
por el Espíritu Santo, tales grupos pueden sufrir reveses confusos y vagar por aguas
peligrosas, pero en última instancia serán conducidos a verdades más profundas.

Falta de vocación holística

El evangelio de Jesús el Rey puede facilitar la sabiduría con respecto a los retos
intelectuales y morales. También ayuda con una cuestión relacionada: alimentar una
vida integral. Con un evangelio defectuoso, la vocación es dividida en lugar de
holística, lo que hace que los cristianos se alejen de la iglesia.
Considere la experiencia desconectada de Eugene. Es cristiano pero trabaja como
periodista para grandes periódicos. «En la sala de redacción, trato constantemente
de ayudar a mis editores a contar historias precisas sobre la religión y las
comunidades religiosas». Los redactores no simpatizan con las preocupaciones
distintivamente cristianas de Eugene. Sin embargo, fuera de la oficina Eugene tiene
cristianos que le reclaman incluso por haber optado por esa carrera. Ellos «no pueden
entender por qué trabajaría aquí o por qué trabajaría en los medios de comunicación
en absoluto».56
Un evangelio distorsionado contribuye a dividir la personalidad — una fractura
vocacional— entre los cristianos: El Dr. Jekyll es el feligrés, el Sr. Hyde el
trabajador. Si el perdón, el cielo o sólo la gloria de Dios es el fin hacia el que apunta
el evangelio, entonces el trabajo y la iglesia se compartimentan más fácilmente en
lo secular y lo sagrado. Se trabaja cinco o seis días a la semana en un mundo, pero
el domingo se entra en otro. Ambos apenas se cruzan. Por eso es difícil ser la misma
persona en cada uno.
Además, dentro de un marco evangélico defectuoso, el trabajo no tiene sentido
por sí mismo. Mi vocación y mi labor sólo cobran importancia si presentan la
oportunidad de compartir el evangelio con un alma perdida. Los comentarios de
Eugene sobre la iglesia se leen como un lamento melancólico: «Fue muy difícil
encontrar una iglesia donde pudiera aprender sobre cómo ser un buen cristiano en
medio de esta tensión».

El evangelio y la gloria del trabajo

El evangelio de Jesús el Rey integra mejor la vocación y el trabajo en la vida


cristiana. Cuando reconocemos que el único y verdadero fin del evangelio es la
restauración dentro del portador de la imagen para que la gloria de Dios pueda llegar
a la creación y a otros seres humanos a través de nuestro trabajo, entonces nuestro
trabajo no es sólo un medio hacia un fin. El trabajo llega a tener dignidad por derecho
propio.
Nuestro trabajo puede ser un indicador de la nueva creación. El trabajo de un
camionero no tiene sentido sólo si puede compartir el evangelio con otro camionero
en una parada de descanso. Es significativo porque los camioneros sirven y
administran distribuyendo los recursos y los bienes de un modo que permite que la
civilización florezca de forma ordenada. El trabajo de un oficinista no es
significativo sólo si consigue deslizar una referencia a Jesús en una conversación.

56
La historia de Eugene es relatada por Kinnaman, You Lost Me, 82.
Es glorioso cuando atiende a los clientes y salvaguarda las transacciones de un modo
que permite prosperar a los demás. Del mismo modo, el trabajo de Eugene es
significativo cuando sigue informando sobre religión con excelencia e integridad.
Así hace que la gloria de Dios llegue donde de otro modo no llegaría. Cada uno de
ellos ayuda a la humanidad a desarrollarse desde el jardín indómito hasta la ciudad
cultivada —la nueva Jerusalén— donde Dios habitará directamente en medio de su
pueblo (véase Ap. 21-22).
Ahora mismo la creación, y nuestro trabajo dentro de ella, está manchada por
nuestra quebrantada pecaminosidad personal, social y cósmica. Por eso la creación
gime. Anhela la libertad que experimentará cuando la gloria de los hijos de Dios la
alcance plenamente (Rom. 8:21). Pero —¡buenas noticias!— la restauración está en
proceso ahora mismo.
En la actualidad sólo experimentamos la reparación de la creación a tientas en
nuestro trabajo. Pero basta con saber que la restauración está en marcha. La
transformación de nuestra imagen — y la restauración de la gloria que conlleva esa
transformación— cumple el propósito del evangelio, a medida que las personas de
todas las naciones practican una obediencia leal. El trabajo diverso y único de cada
cristiano es una oportunidad para ejercer la mayordomía restauradora que Dios
pretende para toda su creación.

Etapa 6: Reinar gloriosamente con el Rey

De este modo se completa el ciclo de gloria que hemos trazado en este libro. Al final
nos parecemos a Jesús hasta tal punto que nuestra labor distribuye la gloria de Dios
a los demás seres humanos y a la creación de una forma semejante a la de Jesús.
Cuando llevamos a cabo nuestro trabajo a la manera de Jesús en forma de cruz y
resurrección en los lugares donde tenemos influencia, estamos entrando en nuestro
destino cristiano final.
Dios dio a los humanos una gloria original que deriva de su propia gloria para
distribuirla a la creación a través del gobierno humano. En los capítulos 3-5 trazamos
la involución y restauración de esa gloria. Pero al final, la intención de Dios es que
superemos la gloria original de la humanidad. El Cristo al que venimos a
conformarnos es más glorioso que Adán. Los conformados a la imagen de Cristo
distribuyen su gloria mayor que Adán al ejercer la mayordomía sobre la creación
mediante su trabajo.
Recargados en gloria al adorar en la presencia misma de Dios, nuestro destino
cristiano final es reinar como reinas y reyes como administradores locales de la
creación bajo el estandarte de Jesús, el Rey de reyes. En esos momentos raros pero
especiales en los que entramos en ese tipo de trabajo ahora —cuando sabemos que
estamos haciendo aquello para lo que fuimos creados— nuestros corazones cantan
en deleite, alabanza y adoración.
La patética distorsión que el mundo hace del cielo lo convierte en un lugar de
desencarnada facilidad placentera. El cielo se considera mejor como una etapa de
espera previa a la era de la resurrección. La última visión cristiana del futuro presenta
una creación revigorizada poblada por humanos resucitados. Estos humanos,
transformados para ser como Jesús, se deleitan porque realizan un trabajo
significativo con sus cuerpos transformados: un trabajo que aporta gloria a los
humanos, a la creación y, sobre todo, a Dios.

___________________________

El evangelio sigue siendo una buena noticia para los nones. Tiene poder salvador.
Algunos nones sólo han oído el evangelio en una forma contaminada. Necesitan una
medicina más fuerte: el evangelio puro de Jesús el Rey que exige lealtad.
Benjamín se crió en una iglesia, pero abandonó el cristianismo cuando descubrió
un caso grave de hipocresía.57 Su pastor había malversado fondos, comprado
artículos de lujo, adquirido drogas ilegales y cometido adulterio. Esto le hizo sopesar
su iglesia en su totalidad: «Me gustaba Jesús», informa, pero «su gente eran nazis
morales y tenían reglas realmente extrañas». Y por tanto, dejó de seguir a Jesús.
Más tarde, Benjamin conoció a dos cristianos tatuados y que bebían cerveza.
Estos hombres hablaban de forma diferente sobre Jesús y el mundo. «Lo que me
conquistó», explica Benjamin, «fue la forma en que me amaban y amaban a la gente

57
La historia de Benjamin la cuenta Marriott, Anatomy of Deconversion, 232-33.
que estaba herida y desordenada. Fue la forma en que compartían abiertamente sus
heridas y sus fracasos constantes». Nunca le pidieron a Benjamin que orara la
oración del pecador. Estos hombres le dijeron que los costes de Jesús eran más altos:
la vida entera de Benjamin, no sólo su corazón. Hoy Benjamin es cristiano de nuevo.
Es un pastor que proclama no sólo a un Salvador, sino a un Rey.

PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

1. Piense en un conocido no cristiano. ¿Qué razones cree que daría él o ella si


usted le preguntara: ¿Por qué no eres cristiano? ¿Qué riesgos y recompensas
conlleva un enfoque directo de la evangelización?
2. Las personas de afuera dan seis razones principales por las que no son
cristianas. ¿Cuál de las seis parece tener más peso para los no cristianos que
conoce personalmente? ¿Cómo pueden usted y otros ayudar a cambiar las
percepciones de los no cristianos?
3. ¿Por qué desanima tanto la hipocresía? ¿En qué áreas de su vida lucha más
por hacer lo que dice creer? ¿Por qué? ¿Cómo puede el verdadero evangelio
ayudar a reducir su hipocresía?
4. El autor afirma que el evangelio es «político hasta la médula». ¿Cómo debería
desgranarse más esta afirmación para añadir claridad y evitar malentendidos?
Si antes pensaba que el evangelio era apolítico, ¿cómo podría cambiar su
evangelización el reconocimiento de que es político?
5. Cuando se reúne actualmente con otros cristianos, ¿hasta qué punto se
esfuerza la gente por prestar atención y obedecer al Rey durante la reunión?
¿Qué medidas prácticas puede tomar para que usted y los demás se animen a
hacerlo más cuando se reúnen?
6. ¿Cómo puede y debe ser político un cristiano? ¿Cómo puede un cristiano
abogar por políticas que permitan prosperar a la sociedad en su conjunto sin
obligar a los no cristianos a aceptar una ética cristiana?
7. Háblenos de alguien que conozca que una vez siguió a Jesús pero que ahora
ha dejado de hacerlo. ¿Ofreció esta persona razones para el cambio? ¿Hay
razones que usted sospeche que fueron un factor más allá de las que esta
persona ofreció?
8. Los antiguos iniciados a menudo informan de uno de los seis factores que
estuvieron presentes en su historia. Estos seis no siempre son causas para
abandonar el cristianismo, pero sin embargo existe una alta correlación entre
estos factores y el abandono. ¿Cuáles de los seis le parecen los factores de
más peso? ¿Por qué?
9. Los estudios sociológicos sugieren que hay tres causas principales de
abandono para los antiguos iniciados. ¿Con cuál de las tres ha luchado usted
personalmente más? ¿Qué le ha ayudado a perseverar?
10.¿Por qué el evangelio de Jesús el Rey, proclamado junto a un marco de lealtad,
puede ser una noticia especialmente buena para los que dudan? ¿Cómo
podemos hacer de la duda una oportunidad?
11.¿Cómo se relaciona el trabajo o la labor con el propósito humano y con la
gloria?
12.¿Qué pasos puede dar para plantar señales que apunten a la nueva creación en
medio del ajetreo de sus tareas diarias? ¿Cómo puede animar a un compañero
de trabajo a hacer lo mismo?
7
EVANGELIZANDO AL REVÉS
CON PROPÓSITO
«¡Han estado fantásticos esta temporada! ¡Todos aquí somos ganadores!», gritó el
maestro de ceremonias. «Repitan después de mí: “¡Todos somos ganadores!”». Unos
ochocientos niños de primaria lo gritaron, repitiendo como loros al maestro de
ceremonias. «Ahora digan: “¡Yo soy increíble!”».
Era la noche de los premios para celebrar una liga juvenil de baloncesto. Una
gran iglesia organizaba la liga para llegar a la comunidad. Esta era la gran final.
Pero todavía no. Las luces se atenuaron. Un joven adulto fue el centro de atención
por un valiente testimonio cristiano de cinco minutos. Luego las luces volvieron a
encenderse.
Volvieron el ruido y la fiesta. Sentados a tres metros de altura sobre triciclos, los
malabaristas lanzaban pelotas cada vez más alto. Niños, padres y abuelos —unos
dos mil en total— rugían de alegría. El maestro de ceremonias volvió a entusiasmar:
«Repitan conmigo: “¡Soy un ganador!”». Como robots obedientes, los niños lo
aclamaron.
Sin dificultad, el maestro de ceremonias hizo la transición: «Ahora di: “Jesús, sé
que soy un pecador y te pido perdón. Creo que moriste por mis pecados y resucitaste
de entre los muertos. Me vuelvo de mis pecados y te invito a entrar en mi corazón y
en mi vida”». Los niños pronunciaron las palabras.
Entonces... ¡inmediatamente, los premios en la puerta! Nuevos sistemas de
videojuegos y otras delicias. Se repartieron tarjetas entre los niños. Para participar y
ganar, cada niño debía escribir su nombre en la parte superior. Debajo, se les decía
que marcaran una de las tres casillas:
o Acepté a Jesús esta noche y me convertí en cristiano
o ¡Ofrecí mi vida a Jesús esta noche!
o Ya soy cristiano.
Ésas eran las únicas opciones.
No había mucho margen de maniobra.
Los niños estaban confundidos, pero necesitaban marcar una casilla para ganar.
Algunos preguntaron a sus padres qué escribir. Otros se dirigieron a sus mentores:
«Entrenador, ¿qué casilla debo marcar?». Se oía a los entrenadores decir: «No
importa, sólo marca una».
Los entrenadores tenían toda la razón. Eran mejores teólogos que los
organizadores del evento. Cuando el evangelio y la salvación han sido tan
gravemente malinterpretados, ¿importa realmente qué casilla marque usted?
Por desgracia, no se trata de una historia de ficción. Mientras escribo esto, estoy
describiendo un acontecimiento que ocurrió anoche en una respetada iglesia de una
ciudad estadounidense de tamaño medio. Mi cuñada me envió un videoclip. Así que
puedo atestiguar que al menos los malabaristas en monociclo eran impresionantes.
A pesar de las buenas intenciones de los organizadores, el daño causado por este
tipo de evangelización es real. Sí, cuando se presenten los informes, el número de
compromisos entusiasmará a los administradores y donantes.
Pero en realidad tales esfuerzos socavan el reino de Jesús. Falta por completo el
verdadero evangelio. Se introduce la confusión sobre el auténtico proceso y los
límites de la salvación cristiana entre niños y adultos por igual. Se refuerza la
impresión de que los cristianos son intelectualmente ingenuos y sólo están
interesados en contar conversos. El capítulo anterior demostró que este estilo de
evangelización anima a los que «tomaron una decisión» (los de adentro) y a los que
no (los de afuera) a alejarse posteriormente del cristianismo.
Si queremos que la misión de la iglesia sea eficaz hoy en día, debemos proclamar
el verdadero evangelio y sus auténticos propósitos en lugar de imitaciones a medias.
En general, la iglesia lleva más de un siglo invirtiendo en versiones inexactas del
evangelio.
Al desglosar una presentación típica del evangelio en elementos más pequeños,
veremos por qué el patrón habitual de presentación no sigue la lógica de las
Escrituras. Si queremos seguir la pauta de la Biblia con respecto al evangelio,
debemos invertir la forma de presentar el contenido, el punto de decisión, la
individualización y los propósitos principales del evangelio. En otras palabras, si el
patrón típico de «cómo presentar el evangelio» es nuestro punto de referencia,
debemos aprender a evangelizar al revés.

Invertir nuestra invitación al evangelio

Queremos proclamar la buena nueva a los demás. Deseamos enraizarnos más en el


evangelio nosotros mismos. ¿Cómo podemos hacerlo con eficacia? No pretendo
tener la respuesta definitiva. La tarea más importante es simplemente proclamar la
lealtad a Jesús el Rey, cuando y como podamos. Pero aquí ofrezco algunas
reflexiones finales.

Invertir el contenido

Dar marcha atrás al evangelio significa invertir la lógica de la forma habitual que
tiene la iglesia de presentar la buena nueva. El contenido del evangelio hoy en día
en la mayoría de las iglesias trata sobre encontrar el perdón a través de Jesús como
Salvador. El gobierno de Jesús sólo viene después, si es que viene. Para mantenernos
fieles a la lógica evangélica de las Escrituras, debemos invertir el orden.

Contenido ordenado incorrectamente: Dado que Jesús le ofrece el perdón, es


su Salvador. Acepte su salvación. Después quiere ser el Rey de su vida.

Inviértalo.

Contenido correctamente ordenado: Jesús es el Rey. Acepte su gobierno,


porque a través de él su salvación es posible, incluido el perdón de sus
pecados.

¿Por qué debemos presentar primero a Jesús como Rey? No sólo porque «Jesús
es el Cristo» resume mejor el evangelio en las Escrituras, sino también porque los
beneficios salvadores de Jesús, como el perdón, sólo están disponibles a través de
su gobierno.
La cruz es de suma importancia como parte del evangelio. Pero no es todo el
evangelio. Invertir el orden del contenido para que el Rey aparezca antes que el
Salvador, nos ayuda a evitar reducir el evangelio a una transacción de perdón en la
cruz. La encarnación, crucifixión, resurrección, entronización y derramamiento del
Espíritu de Jesús son esenciales para el evangelio. En su regreso final, Jesús el Rey
llevará a su plenitud los beneficios salvíficos asociados a todos ellos.

Reorientar el punto de decisión

No sólo debemos invertir el orden y ampliar para incluir todo el contenido del
evangelio, sino que también debemos reorientar el punto de decisión. En las
Escrituras, cuando se presenta el evangelio, se anima a quienes lo escuchan a
responder arrepintiéndose, prometiendo fe y bautizándose (véase He. 2:38; 3:19;
19:4-5). Hoy no debería ser diferente. Pero el objetivo de la «fe» y el propósito del
bautismo dentro de ese punto de decisión han sido mal enfocados.
Una vez que nos damos cuenta de que el contenido básico del evangelio es la
llegada del reino de Dios a través del reinado cósmico por parte de Jesús, resulta
obvio que la «fe» no se limita a la confianza mental en la expiación de Jesús, sino
que implica jurarle lealtad corporal como Rey. Un punto de decisión que se centre
en creer en (o confiar en) Jesús para obtener el perdón es demasiado estrecho —no
es una respuesta al evangelio— a menos que también se ceda a su soberanía.
Debemos volver a apuntar hoy pidiendo a la gente que jure lealtad en lugar de
pedirles simplemente que confíen.

Punto de decisión equivocado: Arrepentirse, confiar en Jesús como Salvador


y luego recibir el bautismo.

¡Reordene!

Contenido correctamente ordenado: Arrepentirse y ser leales a Jesús como


Rey a través del bautismo.
Ha habido confusión en la iglesia sobre cómo y por qué el arrepentimiento, la fe
y el bautismo constituyen una respuesta salvadora al evangelio en las Escrituras. He
aquí la verdad del asunto desde la perspectiva del Nuevo Testamento: Una persona
es salva cuando rechaza las agendas y prácticas impías (arrepentimiento) profesando
lealtad (fe) a Jesús como el Cristo. Aunque hay excepciones, normalmente esto
sucede definitivamente por primera vez cuando una persona elige ser bautizada en
agua, momento en el que recibe el Espíritu Santo, porque está entrando en la
comunidad llena del Espíritu.58
Originalmente en el Nuevo Testamento la «inmersión» o «ser sumergido»
(baptisma) incluía un lavamiento y un juramento de lealtad a Jesús el Rey, por lo
que el bautismo era una expresión corporal de arrepentimiento y fe. El bautismo, por
ejemplo, era «en el nombre de Jesús el Cristo» (He. 2:38) o «en el nombre del Señor
Jesús» (He. 19:5). De hecho, en última instancia, el bautismo y otros ritos pasaron a
denominarse «sacramentos» a medida que se desarrollaba la historia de la Iglesia,
debido en parte al juramento de lealtad bautismal (latín: sacramentum). El bautismo
en la iglesia primitiva expresaba lealtad a Jesús el Rey.
Tras un análisis más profundo de las escrituras, descubrimos que esto significaba
que la persona que estaba siendo bautizada (no necesariamente la persona que
realizaba el bautismo) debía invocar el nombre del Señor como parte de la toma de
juramento dentro del proceso bautismal. Es decir, en el cristianismo más antiguo la
persona que estaba siendo bautizada realizaba un juramento de lealtad al Rey Jesús
como parte del bautismo. Por ejemplo, después de que el Señor Jesús resucitado se
le apareciera a Pablo, se le dijo que se bautizara «invocando su nombre [el del Señor
Jesús]» (He. 22:16).59 Al propio Pablo, no a la persona que lo bautizaba, se le ordenó
que realizara un juramento a su nuevo Señor como parte de su bautismo. Las mejores
prácticas sugieren que hagamos lo mismo hoy. En lugar de simplemente permitir

58
Estoy describiendo el proceso típico del Nuevo Testamento, pero es sabido que hay excepciones.
Por ejemplo, el don del Espíritu Santo se retiene temporalmente a los que se bautizan cuando el
evangelio es aceptado en Samaría (He. 8:14-17) y llega antes del bautismo en agua cuando los
gentiles entran por primera vez en la iglesia (He. 10:44-48). Estos casos extraordinarios muestran
que Dios está orquestando la expansión del alcance salvador del evangelio a medida que se
desplaza de Jerusalén a Samaría y luego a todas las naciones.
59
R. Alan Streett, Caesar and the Sacrament: Baptism: A Rite of Resistance (Eugene, OR:
Cascade, 2018), 105.
que un pastor o sacerdote pronuncie palabras sobre nosotros, deberíamos jurar
lealtad a Jesús cuando somos bautizados.
Nos «arrepentimos» (metanoia) de nuestros pecados apartándonos de lealtades y
agendas impías y jurando lealtad al Rey Jesús en su lugar. Mientras tanto, «fe» o
«creencia» (pistis) en el Nuevo Testamento también puede significar fidelidad y
lealtad. Así pues, cuando el Nuevo Testamento afirma que nos salvamos por fe,
debemos reconocer que no sólo se trata de confiar en la obra salvadora de Jesús, sino
también de comprometemos a prestarle lealtad corporal como Rey.

_______________________________
Debemos jurar lealtad al Rey Jesús
cuando nos bautizamos.
_______________________________

Al presentar el evangelio, deberíamos llamarnos a nosotros mismos y a los demás


hacia una decisión específica que se ajuste al propósito del evangelio: lealtad a Jesús
el Rey. Deberíamos instar a todos a responder al reinado de Jesús encarnando la
lealtad, inicialmente mediante un compromiso bautismal y luego teniendo un
arrepentimiento continuo de otras lealtades.

Volver a dar prioridad al individuo y al grupo

El evangelismo actual prioriza la salvación individual en lugar de la grupal. Esto


crea solitarios que piensan falsamente que la iglesia es un extra opcional más allá de
lo que un individuo necesita para su salvación. Sin embargo, en las Escrituras el
evangelio crea primero un grupo salvo en pentecostés dentro de la historia; los
individuos entran en él en segundo lugar. Los individuos sólo pueden ser salvados
(o «justificados») optando por unirse al grupo que, debido a que sus miembros ya
han respondido al Rey, goza de esa condición.
Debemos volver a establecer prioridades, porque el verdadero evangelio invita a
los individuos a unirse al equipo que está en proceso de ser rescatado.
El evangelio solitario: Usted necesita confiar en Jesús como Salvador
para poder recibir el perdón personal. Entonces será libre para seguir a
Jesús como Señor —y debe encontrar una iglesia que le ayude a
hacerlo.

¡Cambie de prioridad!

El evangelio de unirse al equipo: Necesita declarar lealtad a Jesús el


Rey, que ha dado beneficios salvadores a su pueblo, para que pueda
unirse a este grupo perdonado y libre.

Cuando entendemos al revés la lógica de la decisión del evangelio, pensamos que


la confianza en Jesús como Salvador libera al individuo para perseguir a Jesús como
Señor, y la iglesia se convierte en una ayuda suplementaria y opcional para el
individuo en esa búsqueda. Podemos corregir esto invirtiendo la forma de
evangelizar, de modo que se enfatice la salvación del pueblo del Rey antes que la
del individuo.

Recalibrar el objetivo principal del evangelio

El cielo es una breve pero deliciosa escala a la luz de la eternidad. Nuestro destino
final como humanos no es el cielo, sino la resurrección en una creación radicalmente
renovada. Cuando nos expandimos más allá del contenido y del punto de decisión,
al tiempo que tenemos en cuenta las preocupaciones del grupo, también necesitamos
afinar la forma en que hablamos de los propósitos del evangelio.

Propósito impreciso del evangelio: Necesita confiar en Jesús para poder estar
con Dios para siempre en el cielo cuando muera.

¡Recalíbrelo!

Propósito preciso del evangelio: Necesita declarar lealtad a Jesús el Rey y


continuar haciéndolo para poder participar para siempre en cómo él está
trayendo beneficios salvadores que restauran la gloria para los humanos, la
creación y Dios.

Recuerde, el amor de Dios es el motivo último cuando preguntamos: ¿Por qué el


evangelio? Pero la respuesta más explícita a la pregunta sobre el propósito del
evangelio en las Escrituras es la obediencia leal a Jesús el Rey en todas las naciones
(Rom. 1:5; 16:26). No es casualidad que la fidelidad al Rey sea también la respuesta
salvífica requerida al evangelio.
El propósito del evangelio y nuestra respuesta requerida son idénticos: fidelidad
a Jesucristo. Pero el ciclo de la gloria nos ayuda a ver que la fidelidad a Jesús el Rey
no se trata principalmente de llegar al cielo. Tiene que ver con el plan aún más grande
de Dios: «nuevos cielos y tierra nueva» (Ap. 21:1). Su objetivo último es la
restauración del honor para los seres humanos, la creación y Dios.

Invertir una presentación completa del evangelio

En comparación con la forma en que se suele presentar el evangelio hoy en día, ¿qué
significa dar un giro total al evangelio? Cuando hayamos reconfigurado todo lo que
hemos discutido anteriormente —el contenido, el punto de decisión, la
individualización y los propósitos del evangelio— entonces podremos combinarlos
para ofrecer una invitación completa del evangelio al revés.

Una inadecuada (pero típica) invitación del evangelio completo: Jesús murió
por sus pecados. Confíe en Jesús como Salvador para obtener el perdón
personal. Entonces será salvo y podrá ir al cielo. También será liberado para
poder ser su discípulo y someterse a su gobierno. Una vez que confíe, será
salvo pase lo que pase. Pero debe bautizarse y unirse a una iglesia, para que
pueda ser un mejor seguidor de Jesús.

¡Inviértalo!

Una mejor invitación al evangelio completo: ¡Jesús es ahora Rey! Ofrece


beneficios salvadores a todo su pueblo a través de su encarnación, muerte por
los pecados, resurrección, entronización, derramamiento del Espíritu y su
regreso. Si se aleja de sus otras lealtades y en su lugar le jura lealtad mediante
el bautismo como parte de su compromiso de ser su discípulo, pasará a formar
parte de su familia perdonada y liberada. Nuestra misión bajo Jesús el Rey es
llegar a ser como él para que podamos trabajar juntos para devolver el honor
a los seres humanos, a la creación y a Dios ahora y siempre. Todo esto
maximiza la gloria de Dios.

Por favor, relea las invitaciones del evangelio «inadecuado» frente a la otra
propuesta con atención. Reflexione sobre ellas. Las diferencias son sutiles, pero de
vital importancia. Le animo a interiorizar la mejor presentación, quizá incluso a
memorizarla. Gran parte del equipamiento práctico de este libro se consolida en esa
comparación.
Abrí este capítulo con la historia de un intento de compartir el evangelio en un
evento de baloncesto juvenil. Sin duda, usted intuyó que había muchas cosas mal en
ello, ya que era inapropiadamente coercitivo e irrespetuoso con los no cristianos.
Pero esperemos que esta sección haya expuesto los problemas teológicos
subyacentes. Esa presentación seguía el patrón básico del ejemplo «inadecuado»
anterior, aunque era tan atrozmente mala que sólo se centraba en confiar en Jesús
como Salvador para obtener el perdón y ni siquiera hacía un llamado al discipulado.
El evangelio real —es decir, el que se encuentra en las Escrituras— invierte la
lógica de la presentación típica de hoy al hacer hincapié primero en la realidad del
gobierno de Jesús y, en segundo lugar, en cómo la lealtad trae consigo la restauración
salvadora. Cuando comprendemos e interiorizamos la lógica del evangelio actual,
estamos preparados para dar testimonio de Jesús el Rey con eficacia hoy.
Debe entenderse que al sugerir esta «mejor» invitación al evangelio, estoy
interesado principalmente en transmitir la lógica del evangelio. La he reducido a lo
esencial en un intento de exponerla. De un modo u otro, sostengo, la lógica
subyacente de esta mejor invitación debe guiar nuestra evangelización. Pero, por
supuesto, una presentación real del evangelio no tiene por qué seguir este patrón
exacto ni utilizar estas palabras de forma servil. Debería ser mucho más personal,
excitante y hermoso.
Belleza empañada

Se acaba de esbozar la forma básica en que la iglesia debe aprender a retransmitir el


evangelio. Pero hay una manera muy diferente de reevangelizar. En este libro se ha
preguntado: ¿Por qué el evangelio? Si la respuesta clave es porque la lealtad a Jesús
el Rey es lo que restaura el honor, entonces la iglesia prosperará cuando la
restauración reciba prioridad.
Por favor, no considere prescriptivo lo que digo a continuación. Compartimos el
evangelio con eficacia cuando damos testimonio del gobierno de Jesús. Punto. Es
más importante simplemente hacer eso —siempre y de cualquier manera que seamos
guiados— que obsesionarnos con la técnica. No existe una fórmula mágica del
evangelismo.
Es vital seguir la lógica evangélica de las Escrituras presentando primero la
realidad del reinado de Jesús. Pero más allá de eso, lo que significa dar el mejor
testimonio de Jesús tiene un millón de formas pronunciadas con un billón de lenguas
en innumerables vidas diferentes. Lo que es mejor para cada oyente variará, porque
depende de circunstancias únicas. Dejemos que el Espíritu guíe.

El problema de las dificultades personales

Pero sí creo que ciertos modelos de presentación del evangelio son más o menos
eficaces. Por ejemplo, hoy en día suele ser menos eficaz comenzar con la situación
personal: advertir que el individuo no salvo es injusto debido al pecado y está bajo
el juicio de Dios. A pesar de su veracidad, este suele ser un punto de partida
imprudente por tres razones.
En primer lugar, dado que la mayoría de los incrédulos son escépticos sobre el
juicio final y la voluntad de Dios de castigar —y no creen necesariamente en la
Biblia—, las advertencias sobre el infierno hacen poco por persuadir.
En segundo lugar, tales advertencias son especialmente ineficaces entre los
oyentes que ven destellos de asombrosa belleza en medio del quebranto de la
creación. Y aún más, si a estos oyentes se les ha dicho repetidamente que son
pecadores sin esperanza, pero que si sólo confían mentalmente en Jesús como
Salvador entonces todo estará bien personalmente —pero que todo el resto de la
belleza dentro de la hermosa creación de Dios está destinada al fuego. Una imagen
bíblica más real del resultado final de la creación es una fusión relacionada con el
refinamiento, seguida de una restauración basada en la obra de la nueva creación de
Dios (e.g., 1 Cor. 3:11-15; Heb. 10:26-29; 2 Pe. 3:10-13; Ap. 20:7-21:2).
En tercer lugar, y lo que es más vital, las funestas advertencias de castigo personal
tras la muerte fallan porque no hablan primero verdaderamente de los motivos de
Dios al dar el evangelio. Aquellos que han sido amedrentados por teologías que
hacen demasiado hincapié en la inutilidad necesitan especialmente escuchar la buena
noticia del amor de Dios antes de ser golpeados con la mala noticia de la condena.
Aunque la advertencia personal tiene un lugar válido en la evangelización, no es
un buen punto de partida. Creo que esto es cierto, aunque estoy de acuerdo en que el
rescate personal eterno de la muerte y el castigo es un beneficio enormemente
importante del evangelio. Es más sensato dar a los propósitos básicos de Dios al dar
al evangelio un primer plano en nuestro evangelismo: Dios ama a los seres humanos
y a su creación, y quiere restaurar a ambos.

El amor restaurador de Dios

La evangelización es más eficaz en el punto en el que los propósitos evangélicos de


Dios chocan con nuestros anhelos humanos más profundos. ¿Qué motiva a la gente
a responder al evangelio real —no a su parodia que sólo implica confiar en un
salvador, sino al evangelio real de Jesús el Rey?
El amor restaurador de Dios.
La condición en la que todos nacemos —ser humanos— es preferir ser reyes de
nuestras propias vidas en lugar de someternos al gobierno de Dios, lo que conduce
a la deshonra de nosotros mismos, de la creación y de Dios. La atracción por Jesús
el Rey debe superar este deseo repugnante de autogobierno y sus consecuencias
perjudiciales. El amor restaurador de Dios aumenta la atracción.
Aunque los no cristianos no puedan vislumbrarlo todavía, el amor de Dios los
motiva de todos modos. En el amor, Dios crea un mundo bueno lleno de belleza y
verdad. Dios llama a los humanos muy buenos y les otorga un papel especial como
portadores de su imagen. En medio de nuestras repugnantes elecciones que han
fracturado nuestro honor como portadores de su imagen y han dañado la creación;
Dios odia el pecado, pero no nos odia a nosotros. Al contrario, muestra nuevas
profundidades insondables de su amor al sufrir en la cruz por nosotros. En la cruz
Dios revela más plenamente su carácter sacrificial por los demás.
Dios es enfáticamente para usted y para mí. No merecemos la gracia del
evangelio. Pero el amor de Dios no se detuvo con el don de la cruz y la resurrección.
Nos ama tanto que nos agració con un Rey que vivirá y reinará para siempre,
invitándonos a ser transformados sometiéndonos a su reinado. Entonces podremos
convertirnos también en gobernantes gloriosos, como Jesús. El amor de Dios nos
lleva hacia él, para que podamos responder al gobierno de Jesús.

Belleza, bondad y verdad

Por lo tanto, una buena estrategia es evangelizar hacia atrás para despertar la
conciencia del amor de Dios. Incluso para aquellos que no creen que Dios exista,
podemos empezar con la belleza, la bondad y la verdad. Esto funciona porque la
creación revela las cualidades invisibles de Dios a todo el mundo, incluso a aquellos
que lo rechazan (Rom. 1:19-20). Los humanos estamos en bancarrota de
razonamiento y oscurecidos de entendimiento, de modo que no podemos salvarnos
sin la gracia de Jesucristo (Rom. 1:21, 28; 3:23-24). Pero una vez que se ha dado el
don de la gracia del Rey —y ahora se ha dado—, tanto Jesús como Pablo dicen que
la luz atrae incluso a los que no son creyentes (véase la discusión en el capítulo 6).
Como cuando una lámpara ilumina la oscuridad, los no cristianos se ven favorecidos
cuando los cristianos les ayudan a aumentar su apreciación de la belleza, la bondad
y la verdad.

Personalizar la restauración

Liderar con belleza, bondad y verdad tiene sentido porque están universalmente
disponibles. Pero esa no es su única ventaja. Son especialmente eficaces porque
resuenan con el propósito restaurador del evangelio. Un mayor sentido de la belleza
original agudiza la conciencia de la decadencia presente y amplifica el anhelo de
restauración.
Estamos más motivados para responder al evangelio cuando detectamos algo
bueno pero dañado, algo que llegamos a esperar que la lealtad a Jesús el Rey pueda
devolver a la gloria. Por esta razón, los cristianos deben apresurarse a señalar el
esplendor empañado.
El algo bueno pero dañado que necesita restauración variará para cada persona.
Puede ser social —experiencias de amistad verdadera en medio de la experiencia
general de aislamiento o dolor en las relaciones. Puede ser estético —la belleza de
la creación antes de que fuera devastada. Puede ser teológico —una conciencia
inquebrantable de la bondad de Dios a pesar de oír a la gente burlarse de él. Puede
ser intelectual —las elegantes verdades de la física en medio del caos del mundo. La
mayoría de las veces es personal —la sensación de que realmente soy una persona
honorable, o al menos de que podría serlo si pudiera salir de debajo del peso de mis
vergonzosos fallos morales y de mis elecciones perjudiciales.

Cómplices

Al compartir el evangelio, los cristianos deberían estar deseosos de añadir su


testimonio personal. Pero también necesitamos dar testimonio hacia atrás. Una vez
que se ha despertado la conciencia de la belleza, la bondad y la verdad —y el anhelo
de restaurar algo concreto—, los no creyentes necesitan ver que todos contribuimos
al quebrantamiento. La mejor forma de hablarle a un no creyente de su complicidad
en la ruptura es contándole historias sobre la suya propia.
No empiece con las victorias que está experimentando bajo el gobierno de Jesús.
Hable con vulnerabilidad de los daños que ha causado en el pasado y de las heridas
que aún se están produciendo. Hable de su rencor hacia su jefe. Comparta cómo su
padre hirió su orgullo —y cómo ha luchado para perdonarle. Anuncie su debilidad
por la pornografía. Cuente cómo dejó que sus objetivos personales aplastaran una
amistad. En otras palabras, comparta cómo sus decisiones equivocadas han herido a
los demás y a la creación, y cómo han deshonrado a Dios.
Cuando le cuente a un no cristiano el quebranto que ha creado, no sólo encontrará
su autenticidad refrescante, sino que también le ayudará indirectamente a sopesar
cómo ha causado un daño similar para que pueda llegar a la conclusión de que
también necesita ser rescatado. Cuando vean su quebrantamiento, el suyo propio se
verá reflejado y amplificado al compadecerse.

Detectar la gloria a través de Jesús el Rey

Dirija con lucha y derrota, pero anuncie claramente a Jesús y sus victorias. Tanto los
de adentro como los de afuera elegimos a Jesús el Rey cuando estamos convencidos
de que nuestro autogobierno es parte del problema y de que la lealtad a él puede
reparar algo valioso. Con la ayuda del Espíritu, seguimos siendo cristianos
persistiendo en esta elección. En otras palabras, nos arrepentimos y expresamos
fidelidad.
De nuevo, el testimonio personal es clave. Cuente cómo la fidelidad a Jesús el
Rey le está transformando a usted y a su comunidad de modo que se está restaurando
la dignidad. Explique cómo el ejemplo de Jesús en forma de cruz le ayudó a servir a
su jefe de modo que su actitud hacia el trabajo está empezando a cambiar. Detalle
cómo pudo finalmente perdonar a su hermana. Cuente cómo su grupo pequeño le
llamó la atención por su falsa autovergüenza y le ayudó a encontrar la estima por la
persona en la que se está convirtiendo en el Rey. Comparta la victoria que
experimentó sobre la tentación sexual durante una temporada.
Cuando testifique personalmente de las victorias de Jesús, anuncie que las cosas
todavía no son perfectas. La autenticidad importa. Sea sincero acerca de dónde
todavía está luchando vergonzosamente. Recuérdese a sí mismo y a los demás:
cuando muero a mí mismo por mi Rey, encuentro verdaderamente vida abundante;
pero nunca es completa, cómoda ni fácil. Haga hincapié en que la lealtad trae consigo
una curación real, pero que es una batalla gradual y difícil. A veces se pierde el
equilibrio. Pero la lealtad al Rey le mantiene luchando por ascender.
Lealtad para la restauración de la gloria

Tanto los de afuera como los de adentro del cristianismo se sienten más motivados
a responder al evangelio cuando detectan que la restauración se está produciendo
realmente en torno al Rey Jesús y a través de él. Dado que cada uno de nosotros ha
sido creado para llevar la fama de Dios a la creación, nuestro deseo de restauración
de la gloria para nosotros mismos, la cultura, la creación y Dios puede ser despertado
por el don de Dios de Jesús el Rey. Así que, con fe y esperanza, nos unimos al Jesús,
el que vive eternamente.
Compartamos las buenas nuevas con propósito. Por su amor sin límites, Dios nos
dio el evangelio. Sólo Jesús el Rey es capaz de restaurar el honor que Dios nos ha
dado para que podamos llevarlo localmente a la creación. Pero Jesús hace más que
restaurar. Él realza nuestra reputación y la de la creación. Puesto que Dios es su
fuente, este honor realzado redunda en la gloria última de Dios.
¿Por qué el evangelio? Debido a su amor por toda la creación, Dios la rescata
mediante el don bondadoso de un Rey. La lealtad a Jesús el Rey tiene como resultado
la vida ahora y para siempre. Cuando los seres humanos transformados reinan
gloriosamente para siempre con el Rey, entonces la creación, los seres humanos y,
sobre todo, Dios son debidamente honrados como Dios pretendía.
Alabemos a Jesús el Rey, el restaurador de la gloria, ¡ahora y para siempre!

PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN

1. Este capítulo comenzó con una historia de evangelismo que salió mal. ¿Cuál
es el ejemplo de evangelismo más lamentable que ha experimentado? ¿Cuál
habría sido una forma mejor de compartir el evangelio en esa circunstancia
concreta?
2. Vuelva a leer las invitaciones «inadecuadas» al evangelio frente a las
«mejores». Para ayudarle a usted (o a su grupo) a interiorizar las diferencias,
intente explicar cómo cada una maneja de forma diferente el contenido, el
punto de decisión, la individualización y los propósitos del evangelio. ¿Cómo
puede tomar medidas prácticas a partir de ellas para lograr una mejor
presentación del evangelio?
3. ¿Está de acuerdo en que la situación personal no suele ser el mejor punto de
partida para compartir el evangelio hoy en día? ¿Por qué sí o por qué no?
4. ¿Cómo podría mejorar la evangelización el hecho de apreciar la verdad, la
belleza y la bondad en el mundo? Piense en tres o cuatro cosas que usted (o
su grupo) puede hacer localmente este mes para aumentar su apreciación por
estas cosas.
5. Piense en dos o tres ejemplos diferentes de comportamientos pecaminosos que
se dan con frecuencia hoy en día. ¿De qué manera el daño causado deshonra
a los seres humanos, a la creación y a Dios? Cuando se logra la restauración
al pleno honor con y bajo Jesús el Rey, ¿cuál es el proceso y el resultado final
en cada caso?
6. ¿De qué maneras usted es cómplice del daño y el quebrantamiento? ¿De qué
manera el Rey trae la restauración? ¿En qué áreas de su vida sigue siendo más
urgente la restauración? ¿Cómo puede su historia de quebrantamiento
convertirse en una oportunidad evangélica?
7. Piense en tres personas que cree que necesitan oír o volver a oír el evangelio.
¿Qué es ese algo bueno pero dañado que cada uno reconocería y apreciaría
fácilmente? Imagine qué forma podría adoptar una conversación sobre Jesús
el Rey con cada una de ellas. Comprométase a orar por cada uno de ellos.
8. Al final, ¿por qué el evangelio? Es decir, ¿por qué dio Dios el evangelio? ¿Y
por qué el evangelio sigue siendo hoy la mejor noticia posible?
RECURSOS RECOMENDADOS

Al hacer recomendaciones, he restringido la lista principalmente al campo de los


estudios del Nuevo Testamento, con un enfoque en libros recientes que son
especialmente importantes para entender el evangelio, la fe, la gracia, la imagen de
Dios, la gloria y la salvación.

Introductorios

Matthew W. Bates. Gospel Allegiance. Grand Rapids: Brazos, 2019.


Matthew W. Bates. The Gospel Precisely. Nashville: Renew.org, 2021.
Michael Bird. Introducing Paul. Downers Grove: IVP Academic, 2009.
Carmen Joy Imes. Portadores de su Nombre. Salem, Oregon: Publicaciones
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Scot McKnight. The King Jesus Gospel. Grand Rapids: Zondervan, 2011.
N. T. Wright. How God Became King. New York: HarperOne, 2012.
N. T. Wright. Simply Good News. New York: HarperOne, 2015.

Intermedios

Matthew W. Bates. Salvación por sola Lealtad. Salem, Oregon: Publicaciones


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Michael J. Gorman. Becoming the Gospel. Grand Rapids: Eerdmans, 2015.
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Alan R. Streett. Caesar and the Sacrament. Eugene, OR: Cascade, 2018.
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Avanzados

John Barclay. Teología de la Gracia. Salem, Oregon: Publicaciones Kerigma, 2022.


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2019.

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