Bates Matthew W. 2024. Por Que El Evangelio
Bates Matthew W. 2024. Por Que El Evangelio
Bates Matthew W. 2024. Por Que El Evangelio
«Es un libro provocador porque la iglesia necesita este tipo de provocación, ¿Por
qué el evangelio? se basa en investigaciones complejas y vanguardistas para
presentar verdades atemporales con una claridad que invita a la reflexión. Aquellos
que perciban que el evangelio que han recibido es una versión tibia e ineficaz de la
revelación de la gracia y el poder de Dios se verán beneficiados por el valiente
recordatorio de Bates: Jesús es el Rey».
—Amy Peeler
profesora asociada de Nuevo Testamento,
Wheaton College
«Bates nos recalca que el corazón del evangelio se relaciona con el reino de Jesús.
Esta perspectiva nos ayuda a reorientar la razón de ser del evangelio. Con demasiada
frecuencia simplificamos el mensaje del cristianismo y olvidamos que el evangelio
abarca toda la vida, no solo la renovación interior. Aunque podemos describir el
evangelio de diversas maneras, este libro nos ofrece acertadamente la imagen
cósmica de lo que Dios está haciendo en este mundo».
—Patrick Schreiner
profesor asociado de Nuevo Testamento,
Midwestem Baptist Theological Seminary;
autor de The Ascension of Christ
«En ¿Por qué el evangelio?, Matthew Bates pretende demostrar que el reinado de
Cristo es central en el evangelio y es la razón del mismo. Aunque es posible que no
se esté de acuerdo con todos los planteamientos de Bates, el objetivo subyacente del
libro es oportuno para este momento histórico de la Iglesia: desafía al lector a pensar
de nuevo en qué es el evangelio y por qué es importante para nuestro tiempo. Una
lectura estimulante».
—Lisa Bowens
profesora asociada de Nuevo Testamento,
Princeton Theological Seminary
MATTHEW W. BATES
PUBLICACIONES
KERIGMA
CONTENIDO
5 TRANSFORMACIÓN REAL
Etapa 5: Visión transformadora
Los cinco pasos de la visión transformadora
1. Aparece la imagen impecable
¿Impecable de qué forma?
Representación dinámica
2. Contemplar la imagen ideal
Presentes para ver
Ver intencionalmente
Discipulado para la sabiduría relacional
Un camino en forma de cruz
No es genérico sino para Jesús
Un coste diario y para toda la vida
Obedecerle como Rey
Obedecer a la persona de Jesús
Obedecer el mandato de Jesús
Jesús el Rey como encarnación de la Ley
Amar en lugar de asesinar
Pureza sexual en lugar de adulterio
Perdón en lugar de venganza
Amar a Dios y guardar la regla de oro
Tener una sola determinación
Dar testimonio de su gobierno
Dar testimonio entonces y ahora
3. Capacitados para ver
4. Transformamos juntos a su imagen
5. Conformados a su imagen
Contemplar el esplendor revelado
Adoración, adoración, adoración
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN
RECURSOS RECOMENDADOS
Introductorios
Intermedios
Avanzados
PRÓLOGO
Esta nueva y formidable exploración del evangelio realizada por Matthew Bates nos
conduce a lugares que con demasiada escasez hemos explorado hasta ahora, al
porqué del evangelio. Sin embargo, por el bien de la salud y la misión de la Iglesia
actual, es exactamente el lugar al que tenemos que ir. Necesitamos adentrarnos en
los propósitos del evangelio. El libro de Bates señala un nuevo camino y luego nos
guía sabiamente a través de él.
El porqué es urgente, ya que el evangelio que muchos aceptaron, que muchos
creen, que muchos predican y enseñan, y que muchos han inscrito en las
declaraciones oficiales de la iglesia está deconstruyendo la iglesia. En otro lugar he
descrito este evangelio como «soteriano» porque se ocupa estrechamente de la
salvación asociada al perdón personal. Puede que la gente ya no acuda a la iglesia
con sus mejores galas dominicales, pero muchos se sientan en los bancos cada
domingo, demasiado cómodos, porque confían en que el evangelio significa que
están «salvados», «justificados» o que «irán al cielo cuando mueran».
Este sentimiento de comodidad excesiva proviene de una comprensión deficiente
del evangelio en la Biblia. Sin embargo, millones de personas han aceptado esas
ideas como la plena verdad del evangelio y las han consagrado en tratados
evangélicos, sermones evangélicos y métodos evangelísticos. Han sido más
profundamente institucionalizados a través de servicios religiosos que se centran
principalmente en los beneficios salvíficos de la muerte de Jesús, abordando
escasamente otros temas. Pero un evangelio que pone en primer plano el perdón
personal no es el evangelio de Jesús, ni el evangelio de Pedro, ni el evangelio de
Pablo, y no es el evangelio de nadie más en el Nuevo Testamento.
Esta es la razón por la que el estudio de Matthew Bates sobre el porqué del
evangelio es apremiante para la iglesia y práctico. Bates tiene una sección
maravillosa en este libro sobre varios «evangelios distorsionados». Además, sus
capítulos promoverán numerosas conversaciones al desvelar, de manera innovadora
pero fiel, lo que las Escrituras expresan acerca del porqué del evangelio. Analiza el
ciclo de gloria, la restauración holística, la transformación personal, por qué los
«nones» se desinteresan del cristianismo y cómo atraerlos nuevamente, y muchos
otros temas.
Dado que el argumento sobre el porqué del evangelio es cautivador, y no quiero
revelar demasiado, le dejaré que lea lo que Bates tiene que decir por sí mismo. Pero
para proporcionar un marco, retrocedamos y discutamos por qué el evangelio en las
Escrituras trata de algo más que simplemente la salvación personal. El evangelio de
Jesús en los Evangelios trata del reino de Dios, no ante todo de sus pecados o de los
míos, sino de cómo llega el reino de Dios a través del gobierno de Jesús. Hay cuatro
Evangelios pero un solo mensaje. Ese mensaje es el evangelio, por eso los llamamos
«Evangelios».
Una y otra vez en los Evangelios, se extiende una invitación al lector para que
responda a una sencilla pregunta: ¿Quién es este hombre? La pregunta principal no
es: ¿Cómo puedo salvarme? Ni tampoco: ¿Cómo puedo ir al cielo cuando muera?
No, una y otra vez la pregunta es sobre la identidad de Jesús.
El hecho de que la identidad de Jesús es una cuestión evangélica es evidente en
cómo comienza cada Evangelio. Tomemos la genealogía inicial del Evangelio de
Mateo: nos conduce nombre por nombre hasta «Jesús quien es llamado el Mesías»
(1:17 NTV), y así concluye. A continuación, consideremos el primer versículo de
Marcos: «Esta es la Buena Noticia acerca de Jesús el Mesías, el Hijo de Dios» (1:1,
NTV). Marcos inicia eficazmente con el final. Expone su conclusión en la
introducción para enseñar al lector a interpretar el conjunto: el evangelio trata de
Jesús, y él es el Hijo real de Dios. En tercer lugar, observe cómo Lucas presenta una
narración ordenada de «las cosas que se han cumplido entre nosotros» (1:1, NVI),
pero trata de Jesús o lo señala una y otra vez. Por último, está Juan, y no creo que
exista algo más centrado en Jesús que esto: «En el principio ya existía el Verbo, y el
Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (1:1, NVI). Más allá de su introducción,
los famosos «Yo Soy» del Evangelio de Juan son puros anuncios, invitaciones y
articulaciones evangélicas. Jesús Es; por tanto, el evangelio es proclamado.
El contenido del mensaje de los Evangelios es que el reino de Dios se ha acercado
porque Jesús es el rey. De ahí procede el propósito esencial del evangelio:
necesitamos saber quién es el rey y convertirnos en sus fíeles seguidores. Como rey
establecido, el rey Jesús salva, rescata, justifica, santifica y glorifica. Esos actos no
lo convierten en el rey. Esos actos se deben a que él es el rey. Bates tiene razón: el
primer rey.
Bates y yo —y estamos al lado de N. T. Wright y otros eruditos de ideas afines—
no tenemos ningún deseo de empujar la redención o el perdón a un rincón de la sala,
para que el gobierno pueda ocupar su lugar en el centro. Nuestra posición siempre
ha sido un «tanto-como». Es decir, tanto Sí al reinado como Sí al perdón. Pero el
orden importa. Si descuidamos el orden, entonces Jesús el Rey se convierte en una
herramienta para algún otro fin en lugar de ser la esencia del evangelio. Predicamos,
como lo dice el propio Pablo, «El Cristo crucificado» o «El Rey crucificado». Jesús
no es un lacayo, sino el Señor cósmico que se ha entregado generosamente para que
podamos recibir beneficios.
Queremos estar equipados para vivir y compartir la buena nueva. Si el Evangelio
consiste en que Jesús es el Rey, entonces el discipulado consiste en la lealtad a Jesús
el Rey. ¿Por qué el evangelio?, de Matthew Bates, le ayudará a descubrir los
propósitos evangélicos más profundos de Dios, para que usted y los demás puedan
abrazar más a fondo un estilo de vida de discipulado leal.
Scott McKnight
Profesor de Nuevo Testamento
Northern Seminary
INTRODUCCIÓN
No qué, sino, por qué. Las preguntas que nos hacemos determinan lo que vemos.
Numerosos libros se preguntan: ¿Qué es el evangelio? Y con razón. El evangelio
es el mayor regalo que Dios podría hacernos. ¡Alabado sea Dios por su generoso
rescate! Además, es urgente que nos aferremos al evangelio que encontramos en la
Biblia.
Me sigue apasionando que la iglesia salvaguarde y comparta el verdadero
evangelio. He contribuido a esta labor sobre lo que es el evangelio a través de libros
anteriores, especialmente Gospel Allegiance y The Gospel Precisely. Estos libros, y
otros de naturaleza similar, se centran principalmente en describir el mensaje
salvador del evangelio y su contenido.
Pero este libro es único. Es único no porque todo el mundo ignore lo que las
Escrituras enseñan sobre el evangelio —aunque lamentablemente muchos lo
hacen—, sino porque permite que surjan nuevas respuestas al plantear nuevas
preguntas. Innumerables libros se preguntan qué es el evangelio. Pero según yo,
nunca se ha escrito un libro sobre el evangelio que afronte lo que puede resultar ser
una pregunta aún más importante: ¿Por qué el evangelio?
Si queremos conocer el corazón de Dios, el porqué del evangelio es aún más
esencial que el qué, porque atiende cuidadosamente a los motivos de Dios. Dios nos
ha dado el evangelio. Pero, ¿con qué propósitos últimos y razones finales? ¿Y qué
pasos intermedios utiliza Dios para alcanzar esos objetivos finales? Si queremos una
relación profunda con Dios, necesitamos conocer no sólo el qué del evangelio, sino
también el porqué.
¿Por qué el evangelio? también sugiere una serie de preguntas diferentes pero
relacionadas que este libro abordará. Teniendo en cuenta el sinfín de opciones de
estilo de vida disponibles en el mundo actual, ¿por qué debería alguien responder a
esta extraña historia de cruz y resurrección? Y cuando una persona responde, pero
descubre que viajar con Jesús implica realmente la muerte propia, ¿por qué seguir
aferrándose a esta supuesta «buena nueva»? En otras palabras, ¿por qué el evangelio
sigue siendo convincente en el mundo contemporáneo? Estas preguntas adicionales
son especialmente pertinentes para la misión y la evangelización, aunque los
cristianos con discernimiento reconocen que la propia iglesia forma parte del campo
de la misión. Todos necesitamos que Jesús nos seduzca una y otra vez.
Incluso si nunca se ha planteado estas preguntas, sin duda ya tiene ideas
preliminares sobre por qué Dios dio el evangelio y por qué sigue siendo atractivo.
Pero, ¿hasta qué punto coinciden sus ideas con lo que la Biblia enfatiza en todo su
consejo? A medida que he ido enseñando sobre la salvación a lo largo de los años,
he descubierto que las respuestas que más a menudo se proponen sobre el porqué
del evangelio o bien son totalmente erróneas desde un punto de vista bíblico, o bien
son parcialmente correctas, pero están desconectadas de lo que dicen las Escrituras
sobre los propósitos más amplios y los objetivos últimos del evangelio.
_________________________________
Este libro está diseñado para complementar los estudios que hacen hincapié en el
contenido del evangelio, ofreciendo una exploración novedosa de una cuestión
diferente pero relacionada: el propósito del evangelio. Está escrito para un público
general —¡cualquiera!— pero se ha elaborado especialmente para estudios de toda
la iglesia, grupos pequeños, clases de cristiandad, pastores y líderes eclesiásticos.
Las preguntas al final de cada capítulo pueden facilitar la conversación en grupo o
la reflexión individual.
¿Puedo pedirle un favor? Si este libro le resulta útil, por favor, corra la voz.
Comparta lo que está aprendiendo con los demás aplicando sus ideas en la
conversación. Menciónelo en las redes sociales. Utilícelo en grupos de debate. Dele
una valoración positiva con estrellas o una reseña en la página web de Amazon. Estas
cosas ayudan a que un libro tenga éxito en el mundo editorial actual.
Independientemente de la forma en que opte por ayudar, por favor hágalo de una
manera que exalte a Jesús el Rey.
Queremos vivir vidas centradas en el evangelio en nuestras iglesias y familias, y
como individuos. Anhelamos que las heridas sean curadas. Anhelamos que los
avaros sean dadores sacrificados, que los adictos al sexo sean fieles, que los
ventajosos sean líderes que sirven. Nos duele porque nosotros mismos somos
cómplices de la ruptura. Pero hemos empezado a experimentar la reparación.
Sabemos que el evangelio es la fuente de sanidad para nosotros mismos y para
nuestro mundo herido. Así que nos alegramos. El evangelio es, en efecto, la mejor
noticia de todas.
Pero es innegable que existe mucha confusión sobre el evangelio en la iglesia.
Este libro trata del propósito del evangelio —o mejor dicho, de cómo el propósito
principal del evangelio se relaciona con sus muchos propósitos. La confusión se
disipa al explorar sus objetivos, y obtenemos aún más claridad.
Prestar atención al porqué del evangelio también nos ayuda a ver su contenido
con mayor claridad. Saber el porqué nos posiciona para responder nosotros mismos
al evangelio de la forma más plena posible. También nos prepara para que podamos
contar la buena nueva a los demás de una manera verdadera y eficaz. En otras
palabras, al responder ¿Por qué el evangelio? también obtenemos nuevas
perspectivas sobre las preguntas relacionadas: ¿Qué es el evangelio?, ¿Cómo
debemos vivir el evangelio hoy? y ¿Cómo puedo compartir el evangelio con los
demás?
Mi mayor esperanza para este libro es que origine una revolución en torno a Jesús
como Rey, logrando que cada vez más personas encuentren su gloria divina para que
puedan honrar plenamente al único Dios verdadero.
Simplemente un rey
La esperanza de un Rey-Mesías
En primer lugar, ¿qué significa Cristo o Mesías? Ungido. ¿Recuerda cómo Samuel
indicó que David había sido elegido como nuevo rey de Dios? Pasaron delante de él
sus otros siete hijos, pero cuando David se presentó, Samuel derramó aceite sobre
su cabeza (1 Sam. 16:11-13). La unción con aceite lo distinguió.
En hebreo el término para ungir es mashach. Mientras tanto, una persona ungida
es un meshiach, de donde se deriva mesías. Lo mismo ocurre en el Nuevo
Testamento. La palabra griega para unción es chrio y una persona ungida es un
christos; de ahí el título de Cristo.
En el Antiguo Testamento, ciertos individuos eran ungidos con aceite para ser
apartados para un servicio especial a Dios. Esto incluía a sacerdotes, reyes y profetas
(Éx. 40:13; 2 Sam. 2:4; 1 Re. 1:34; 19:16). Sin embargo, como veremos, en el
período de tiempo del Antiguo Testamento el mesías llegó a asociarse especialmente
con un rey venidero.
La promesa de Dios a David
Dios habla de humanos gobernando desde el principio. Los humanos están hechos a
imagen de Dios para gobernar la creación en su nombre. Pero los humanos optaron
por decidir por sí mismos lo que es bueno y malo. Al hacerlo, rechazaron el gobierno
de Dios sobre sí mismos y, por extensión, rechazaron el gobierno de Dios a través
de ellos sobre la creación. Puesto que es crucial para el propósito del evangelio en
las Escrituras, exploraremos esto más a fondo en capítulos posteriores. Para nuestros
propósitos actuales, podemos adelantarnos a los acontecimientos posteriores en la
relación de Dios con su pueblo.
Los pactos de Dios con su pueblo configuraron enérgicamente los límites de su
futuro gobierno. Concretamente, Dios prometió bendecir a todas las naciones de la
tierra a través de la descendencia de Abraham (Gén. 12:3; 18:18; 22:18). Luego,
mucho más tarde, Dios hizo eco de la promesa a Abraham a través de una promesa
más específica al rey David:
Observe que Dios prometió dar a este vástago de David algo bastante específico.
No se trata de una vaga promesa de que Dios obrará a través del linaje de David.
Más bien, el reino davídico perdurará para siempre mediante el establecimiento de
un trono eterno.
Esta promesa del establecimiento de un trono eterno para la descendencia de
David fue celebrada en varios salmos:
«He hecho un pacto con mi escogido; le he jurado a David mi siervo:
‘‘estableceré tu descendencia para siempre y afirmaré tu trono por todas
las generaciones”» (Salmo 89:3-4, NVI; véase también 89:20, 27-29)
El Señor ha hecho a David un firme juramento que no revocará: «A uno
de tus propios descendientes lo pondré en tu trono» (Sal. 132:11, NVI)
Como parte del plan de Dios de restaurar a los seres humanos para que gobiernen
la creación por él, Dios hizo promesas extraordinarias a David. Dios dijo que la
descendencia de David poseería un trono eterno.
Pero entonces la promesa de Dios fracasó... o eso parecía. Primero los asirios
conquistaron y dispersaron a Israel en el 722 a.C. Luego los babilonios derrotaron a
Judá en el 586 a.C., destruyendo el templo y llevándolos cautivos. Después no hubo
ningún rey davídico en el trono. Sólo quedaba un tenue atisbo de esperanza: al menos
el legítimo rey davídico, Joaquín, seguía vivo. Pero estaba en Babilonia, ya no
gobernaba (2 Re. 25:27-30).
Finalmente, algunos de los cautivos de Judea regresaron del exilio para volver a
habitar la tierra prometida, pero no surgió ningún reinado davídico. En su lugar, los
descendientes de Judá fueron gobernados por potencias extranjeras y un sumo
sacerdote local. La independencia se recuperó brevemente tras el éxito de la revuelta
macabea (164 a.C.), pero nunca arraigó una dinastía davídica.
Sin embargo, las promesas de Dios no fallan. Él dice: «así es también la palabra que
sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo deseo y cumplirá con
mis propósitos» (Isa. 55:11 NVI). En estas oscuras épocas de dispersión y exilio,
Dios envió a múltiples profetas para anunciar que las anteriores promesas davídicas
no eran falsas profecías. En su lugar, hablando en nombre de Dios, los profetas
redoblaron la confianza infinita de Dios.
En medio de circunstancias sombrías, Dios anunció que sus promesas a David de
un trono eterno para su familia se cumplirían en el futuro:
Mediante estas profecías, Dios no sólo afirmó que cumpliría su promesa a David,
sino algo más. Habría un rey futuro. Oh, ¡pero qué rey!
Los profetas de Dios anunciaron que el reinado del mesías sería maravilloso: traería
justicia, paz, seguridad, prosperidad y bendiciones. En pocas palabras, el reinado y
el gobierno del mesías serían incomparables. De hecho, el reinado del mesías tendría
un significado universal, alcanzando también a los de fuera: las naciones gentiles. El
mesías sería un rey judío de una estatura internacional tan grande que su gobierno
beneficiaría en última instancia a las naciones.
Al despuntar el siglo I d.C., la expectativa de un futuro rey era palpable pero incierta.
Por ejemplo, los que vivían en Qumrán, cerca del Mar Muerto, anticipaban dos
mesías. La comunidad debía regirse por una regla estricta y hacerlo hasta la llegada
de «los mesías de Aarón e Israel».1 En otras palabras, esperaban la aparición tanto
de un mesías sacerdotal como de uno real.
Aunque conservaban la esperanza mesiánica, otros grupos la reformularon
circunstancialmente. Los celosos de una revolución militar contra los romanos
impulsaron posibles mesías reales. Sabemos de ellos por el historiador judío Josefo,
que escribió poco después de la época de Jesús. Entre ellos figuran hombres como
Judas el Galileo, Simón (un siervo de Herodes), Antroges, Menahem y Simón bar
Giora.2 No eran de descendencia davídica, por lo que no encajaban del todo en lo
que Dios había prometido. Pero como eran líderes poderosos a mano, ciertos
revolucionarios estaban dispuestos a insistir en sus pretensiones mesiánicas.
Pero Dios había hecho promesas específicas que limitaban la inestabilidad, por
lo que para la mayoría de los judíos la principal esperanza mesiánica seguía siendo
real y davídica. Por eso los Evangelios del Nuevo Testamento anuncian que Jesús
nace en la simiente de David. Así se cumple la profecía. Pero al nacer, Jesús no
cumplió la esperanza mesiánica inmediatamente.
Jesús anunció la buena nueva como un proceso en desarrollo: El gobierno
celestial de Dios empezaba a incidir en la tierra de una forma inesperada. Era como
una semilla que crecería de forma inesperada (Mt. 13:1-43; Mc. 4:1-34). Como
veremos, el reinado salvador de Jesús incluye la cruz, la resurrección y mucho más.
1
1QS 9:11 en The Dead Sea Scrolls: A New Translation, trad. Michael Wise, Martin Abegg Jr. y
Edward Cook, ed. rev. (San Francisco: HarperSanFrancisco: 2005), 131.
2
Véase Josefo, War 2.433-34; 2.56; 2.652-53; 4.507-13; 7.29-31; y Antiquities 17.271-85; 20.97-
98.
Pero este es el punto que quiero dejar claro: La salvación última de Dios no viene
simplemente a través de Jesús, sino a través de Jesús en su capacidad específica
como el rey entronizado a la diestra de Dios. Desde esa posición gobierna la obra de
la nueva creación de Dios. Los beneficios salvíficos de Jesús sólo están disponibles
porque él es, ante todo, el Rey.
El ministerio activo de Jesús sienta las bases de su respuesta a Juan. Jesús indica
que la sustancia de su ministerio demuestra que él es realmente el «que viene» tan
esperado, el rey real. Jesús declara que sus propias obras son una proclamación del
evangelio (véase también Lc. 4:16-21).
En resumen, Jesús anuncia que él es el rey que viene. Sin embargo, su respuesta
a Juan es indirecta. Jesús quiere que Juan sepa que, en efecto, él es el rey emergente
—y que las señales de su reinado están floreciendo por todas partes para los que
tienen ojos para ver—, pero prefiere decirlo indirectamente en ese momento, dada
3
Josefo, Antiquities 18.109-119.
la tensa dinámica política entre Juan y el «rey» Herodes. (Heredes era en realidad
sólo un tetrarca, pero ansiaba el título de «rey»). Si Jesús le hubiese dicho: «Yo soy
el mesías que viene» en este contexto, sería una afrenta a las pretensiones reales de
Herodes (véase Mt. 11:8-15; Lc. 16:16-18). Podría tener como consecuencia la
ejecución prematura de Jesús.
En un fascinante descubrimiento arqueológico encontramos pruebas de que
algunos esperaban que Dios cumpliera en tiempos del mesías exactamente lo que
Jesús dijo a Juan que estaba haciendo. Los Rollos del Mar Muerto, escritos justo
antes de la época de Jesús por un grupo que vivía a unas 20 millas de Jerusalén,
expresan esta esperanza:
4
4Q521 Frags 2 + 4 Col. 2 en The Dead Sea Scrolls, 531.
El rey salvador
Como Rey ungido en espera, Jesús ya estaba emprendiendo acciones reales en favor
de los pobres, los quebrantados y los encarcelados en previsión de que alcanzaría
oficialmente el cetro. Un día ocuparía plenamente el trono, gobernando
completamente en nombre de Dios, revirtiendo todo mal. En otras palabras, anunció
y mostró que el nuevo imperio de Dios estaba llegando a través de su propia
presencia real.
Ahora empezamos a descubrir por qué el gobierno de Jesús es realmente la buena
noticia que necesita la humanidad. Como parte de nuestra humanidad común, todos
estamos afligidos por una perjudicial tendencia a ignorar el sabio gobierno de Dios
y a gobernarnos a nosotros mismos. He aquí la condición humana básica en pocas
palabras: Buscaré lo que deseo y lo seguiré sin importar lo que Dios diga acerca de
lo que es bueno para mí y para los demás.
Dado que estamos atrapados en un autogobierno perjudicial, el rescate de Dios
no implica simplemente el perdón por nuestros errores pasados. Como señala N. T.
Wright, «la buena noticia crea una nueva situación y exige nuevas decisiones».5
Significa la liberación a una situación fundamentalmente diferente. La salvación
incluye una nueva situación, la restauración del gobierno propio de Dios sobre los
humanos.
Jesús salvaba al crear una vía a través de la cual el reinado de Dios basado en el
cielo podía ser experimentado por los humanos en su plenitud una vez más. La
restauración del reinado de Dios sobre la humanidad no es algo extra más allá de la
salvación de nuestros pecados. El reinado de Jesús —en todo lo que implica— es la
forma en que los humanos son salvos de sus pecados.
El mensaje evangélico de Jesús era una proclamación de su posición real. Era
fundamental para su misión. De hecho, al lanzar su ministerio público, Jesús lo
identifica como el porqué fundamental, la razón más básica por la que el Padre le
envió. Después de sanar a los enfermos y liberar a las personas de los espíritus
5
N. T. Wright, Simply Good News: Why the Gospel Is News and What Makes It Good (Nueva
York: HarperOne, 2011), 13.
malignos en Capernaúm, la gente trató de impedir que se marchara. Pero Jesús,
después de orar en un lugar solitario, les dijo: «Tengo que anunciar el evangelio del
reino de Dios también a las demás ciudades, porque para eso he sido enviado» «Lc.
4:43).
¿Por qué el evangelio? La propia respuesta de Jesús a esa pregunta es que fue
enviado a proclamar la buena nueva de su posición como rey.
El rey emergente
Jesús y los apóstoles predicaron el mismo evangelio, pero desde distintos horizontes
de la historia. En los Evangelios, el mensaje evangélico de Jesús es que el reino de
Dios se ha acercado, porque Jesús anuncia que está en proceso de convertirse
plenamente en el Mesías. Como veremos, en Hechos y en el resto del Nuevo
Testamento, el evangelio es que Jesús es el Mesías (o el Cristo) porque una vez que
ascendió a la diestra del Padre, el proceso de Jesús de convertirse en el Mesías estaba
entonces completo. Jesús se había convertido entonces en el Cristo en el sentido más
completo.
Podemos describir así todo el proceso por el que Jesús se convirtió en el Mesías:
como Hijo eterno fue elegido por Dios antes de la fundación del mundo como futuro
rey (Ef. 1:4-5). Para ello tomó carne humana. Pero en términos de historia, el proceso
de convertirse en el mesías comenzó formalmente cuando Jesús fue ungido
(«bautizado») en su bautismo, convirtiéndole en «el Cristo». En ese momento era el
mesías-en-espera porque aún no gobernaba oficialmente desde un trono. Como rey-
en-espera ya ejercía la autoridad real —como lo demuestran sus poderosas
hazañas— aunque de forma preliminar. Sin embargo, no había sido instalado en su
cargo oficial como Mesías. Era necesario que experimentara primero la muerte y la
resurrección, ganando la victoria sobre el pecado y la muerte en nuestro nombre.
Luego ascendió a la diestra de Dios, donde se le concedió un trono eterno en
cumplimiento de las promesas de Dios.6
6
Para este párrafo me baso especialmente en mi anterior articulación en Matthew W. Bates, Gospel
Allegiance: What Faith in Jesus Misses for Salvation in Christ (Grand Rapids: Brazos, 2019), 42-
43.
Cuando Jesús se sentó a la diestra del Padre, empezó a ejercer toda la autoridad
de Dios como rey plenamente divino y plenamente humano. Entonces fue el Mesías
completa y oficialmente.
Quizá esté de acuerdo con la necesidad de enfatizar el gobierno de Jesús como una
afirmación clave del evangelio. Pero aún no está convencido de que sea el propósito
principal del evangelio. Jesús como Rey, puede estar pensando, está muy bien. Pero
seguramente la cruz tiene una mayor pretensión de primacía como evangelio puro.
La resurrección también.
¿Está seguro? ¿Puede demostrar con la Biblia que la cruz y la resurrección son
más fundamentales para el evangelio que Jesús como el Rey? Le desafío. Adelante.
Reúna pruebas de que la cruz y la resurrección son más esenciales para el evangelio
que su gobierno.
Esperaré aquí....
¿Terminó?
Veamos qué se le ocurrió.
Quizá sopesó las contundentes palabras de Pablo: «Pues Cristo no me envió a
bautizar, sino a predicar las buenas noticias y eso sin discursos de sabiduría humana,
para que la cruz de Cristo no perdiera su eficacia. Me explico: El mensaje de la cruz
es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir,
para nosotros, este mensaje es el poder de Dios» (1 Cor. 1:17-18 NVI). Este es un
recordatorio conmovedor de que la cruz forma parte ineludiblemente del evangelio.
De hecho, lo es. Amén.
Pero, ¿se ha dado cuenta? ¿O ha caído en el hábito de referirse a Cristo como un
nombre y no como un título real? En primer lugar, Pablo dice que Cristo le envió a
predicar el evangelio. En segundo lugar, el evangelio sí tiene implícita la cruz, pero
Pablo no la describe simplemente como la cruz, ni como la cruz de Jesús. En cambio,
es la cruz del Cristo. En otras palabras, en este pasaje Pablo presupone que Jesús se
ha convertido en el Cristo hasta tal punto que es el Rey entronizado quien envía a
sus siervos a predicar el evangelio en primer lugar, y una vez que son enviados, el
mensaje de la cruz se describe además como del Cristo. Las palabras de Pablo sobre
el evangelio y la cruz se ven a la vez fundamentadas y matizadas por el reinado de
Jesús.
En otras palabras, es cierto que siempre y en todas partes debemos «predicar al
Cristo crucificado» (1 Cor. 1:22), pero no debemos olvidar que el Cristo, el Rey —
no la cruz—, tiene la primacía en cuanto a lo que se predica. Mientras tanto, el
crucificado califica el tipo de rey que se tiene en mente. El reinado es el andamiaje
dentro del cual la obra de la cruz se contextualiza como evangelio en el Nuevo
Testamento.
Quizá haya reflexionado sobre 1 Corintios 15 al pensar en los pasajes que dan
prioridad a la muerte y la resurrección, ya que contiene la descripción más explícita
del evangelio en la Biblia. Dice que el evangelio que Pablo recibió y transmitió es
«que el Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras, que fue
sepultado, que ha resucitado al tercer día, y que se apareció a Cefas y luego a los
doce» (1 Cor. 15:3-5). Ahí está de nuevo: «el Cristo».
Aquí Pablo señala que el alcance del reinado de Jesús es el marco esencial del
evangelio incluso antes de hablar de lo que ocurrió en la cruz o de la resurrección.
Pablo no dice que Jesús de Nazaret murió por nuestros pecados. Dice que el Cristo
murió. No dice que Jesús resucitó. Dice que el Mesías resucitó. En la exposición más
directa que hace Pablo del evangelio, nos señala el oficio mesiánico alcanzado por
Jesús —su reinado— como el marco adecuado para entender la cruz y la
resurrección.
El hecho de que Jesús se convirtió en el Cristo es esencial para el evangelio. Pero
nuestro instinto de dar prioridad a la muerte y resurrección de Jesús como
especialmente fundamentales para el evangelio también es acertado. Pablo identifica
cuatro acontecimientos en su descripción del evangelio en 1 Corintios 15:3-5: la
muerte, la sepultura, la resurrección y las apariciones a los testigos. En otros lugares,
Pablo identifica también otros acontecimientos como parte del evangelio. Pero la
disposición de Pablo demuestra que creía que la muerte y la resurrección tenían un
gran peso teológico.
Sólo la muerte y la resurrección de Cristo son «según las Escrituras», es decir,
anticipadas en el Antiguo Testamento. Además, la muerte de Cristo por los pecados
se comprueba mediante la sepultura y la resurrección por las apariciones, y no al
revés. La cruz y la resurrección son, en efecto, esenciales para el evangelio. Pero no
podemos pasar por alto su gobierno. El hecho de que Jesús se haya convertido en el
Cristo se presupone como el marco evangélico dentro del cual la obra de la cruz y la
resurrección tienen sentido.
Un pasaje complementario hace explícito que la muerte y la resurrección no eran
el final del juego, sino que en última instancia estaban destinadas a algo aún mayor:
la conquista de Jesús de la máxima autoridad. Pablo declara: «para esto mismo murió
Cristo y volvió a vivir, para ser Señor tanto de los que han muerto como de los que
aún viven» (Rom. 14:9-12, NVI). Aquí el propósito de la cruz y la resurrección es la
conquista de Jesús como soberano sobre los muertos y los vivos.
Este pasaje es especialmente útil, porque sitúa la muerte por los pecados y la
resurrección de entre los muertos dentro del relato más amplio de las Escrituras: la
muerte y la resurrección de Jesús no fueron fines en sí mismas, sino que condujeron
al gobierno soberano de Jesús. Una vez que Jesús alcanzó el gobierno soberano a
través de la cruz y la resurrección, entonces los beneficios de la cruz y la resurrección
pudieron ser otorgados sobre la base de su autoridad real y sumo sacerdotal.
7
Para un resumen y enlaces a la discusión anterior, véase Matthew W. Bates, «Why T4G/TGC
Leaders Must Fix Their Gospel», Christianity Today Blog Forum, 29 de abril de 2020,
https://www.christianitytoday.com/scot-mclmight/2020/april/why-t4gtgc-leaders-must-fix-their-
gospel.html.
clemencia. Por eso Pedro declara: «Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en
el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados» (He. 2:38).
8
John Barclay, Teología de la Gracia: el don en el pensamiento paulino (Salem: Publicaciones
Kerigma, 2022); y David DeSilva, Patronage, Honor, Kinship, and Purity: Unlocking New
Testament Culture (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2000), 95-120.
9
Teresa Morgan, Roman Faith and Christian Faith: Pistis and Fides in the Early Roman Empire
and Early Churches (Oxford: Oxford University Press, 2015), 14, 23, 503; para estudios recientes,
activa: la fidelidad se entiende en este debate como una forma activa de lealtad y
obediencia».10 Es decir, la «fe» es algo que usted demuestra hacia otro a través de
sus acciones corporales que expresan confianza, fidelidad, obediencia, filiación y
lealtad. Como Santiago afirma tan memorablemente en su carta: «así como el cuerpo
sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (2:26). La fe
salvadora incluye obras de lealtad como parte de su expresión encarnada.
Una persona se salva no simplemente por confiar en Jesús como Salvador, sino
por prometer «fe» (lealtad) al Cristo-Rey. Normalmente, la forma de confesar la fe
a Jesús como Rey es a través del arrepentimiento de las lealtades pecaminosas
previas y a través del bautismo.
El bautismo en Jesús como el Cristo reconoce que el Padre envió al Hijo a tomar
carne humana y que murió por los pecados, resucitó, fue entronizado a la diestra
como Rey eterno, envió al Espíritu Santo y volverá para reinar. De este modo, el
bautismo en el nombre de Jesús como el Cristo resume y salvaguarda el evangelio
del Rey Jesús de forma muy similar al bautismo en el nombre del Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. No es de extrañar que el Nuevo Testamento haga hincapié en ambos
(e.g., He. 2:38; 8:16; Mt. 28:19).
El evangelio revela los dos mayores misterios cristianos: el Rey encarnado y la
Trinidad. Nuestro bautismo es una respuesta leal al Rey Jesús, el Hijo que está en el
corazón de estos misterios como aquél que revela y como el revelado. La salvación
personal sólo llega mediante un compromiso, por imperfecto que sea, de rendir
lealtad al Rey Jesús.
No repitamos los errores pasados de la iglesia pretendiendo que el evangelio trata
primero de otra cosa —como aceptar a Jesús como Salvador para obtener el
perdón— y luego responder a su señorío o gobierno en segundo lugar. Si una persona
no ha prometido su fe a Jesús como Rey o Señor, entonces todavía no ha respondido
al evangelio en su plenitud para recibir el perdón y la liberación. No lo olvide nunca:
el evangelio se trata del rey en primer lugar.
¿Por qué el Evangelio?
véase Matthew W. Bates, «The External-Relational Shift in Faith (Pistis) in New Testament
Research: Romans 1 as a Gospel-Allegiance Test Case», Currents in Biblical Research 18 (2020):
176-202.
10
Nijay Gupta, Paul and the Language of Faith (Grand Rapids: Eerdmans, 2020), 13.
Porque necesitamos un rey.
______________________________
Irónicamente, esta canción, «Mr. Jones», sería el gran éxito radiofónico que
catapultaría al grupo de Duritz, Counting Crows, al frente de la escena musical indie
de los años noventa.11 Consiguió lo que quería. ¿O no?
________________________
Letra de Adam Duritz, «Mr. Jones», del álbum de Counting Crows, August and Everything After,
11
La iglesia puede dar pasos hacia un futuro mejor protegiéndose de los errores
pasados y presentes. He aquí seis versiones del evangelio y los propósitos que las
acompañan que han sido populares entre los cristianos durante generaciones. Cada
una de ellas sigue prevaleciendo en la actualidad, incluso entre cristianos maduros y
en iglesias por lo demás sólidas.
Llamo a estos seis: «evangelios distorsionados» porque cada uno tiene elementos
de verdad, algunos más, otros menos. Pero si la Escritura es la norma, todos ellos
fracasan a la hora de identificar con precisión el verdadero contenido y propósito del
evangelio. Están distorsionados. Consideremos lo que está mal en cada uno de ellos.
El evangelio de creer para ir al cielo describe las malas noticias de esta manera: Dios
sólo quiere que crea en Jesús como su Salvador personal, pero parece que la gente
no puede aceptar esta simple verdad, así que siempre añaden otros requisitos.
Los defensores de esta visión distorsionada del evangelio tienden a pensar de la
siguiente manera: usted sólo puede salvarse creyendo personalmente que Jesús
murió por sus pecados. Jesús es el Señor, pero eso no es relevante para su salvación.
Si usted piensa que necesita comprometerse a obedecer a Jesús de cualquier manera
para ser salvo, usted ha intercalado sus propias obras en el proceso. Ha
comprometido la gracia de Dios condicionándola. El evangelio es que Dios quiere
salvarlo puramente a través de creer el hecho singular más importante del universo:
Jesús murió por sus pecados.
El propósito de este evangelio distorsionado es conseguir que usted crea para que
pueda ir al cielo.
El evangelio libre de reglas sostiene que la mala noticia es la siguiente: la gente sigue
imponiéndome sus valores y normas a mí y a los demás. Estas personas afirman que
una persona verdaderamente buena —un verdadero cristiano— no bebería, no diría
palabrotas, no llevaría «esa» camiseta, no se haría piercings en el cuerpo ni vería
ciertas películas. La presión coercitiva de sus falsos valores es horrible para mí y
para el cristianismo.
Los que abrazan este evangelio distorsionado lo describen así: la buena noticia
es que Jesús nos muestra que los que imponen normas legalistas están equivocados.
Jesús anduvo con pecadores y fue duro con quienes juzgaban. Así que ningún
cristiano verdadero podría decirle a otro cómo comportarse. Los que imponen reglas
no sólo están equivocados, sino que además son hipócritas. Los que dicen a los
demás que no vean ciertas películas están haciendo en secreto cosas peores en la
oscuridad. Jesús vino a liberar a cada persona de las reglas, de los que las imponen
y de las tonterías religiosas legalistas. Jesús libera a cada individuo para que viva a
la luz de su propia conciencia ante Dios.
El propósito de este evangelio distorsionado es crear una sociedad tolerante
acabando con la tiranía de las reglas y el enjuiciamiento, para que todos podamos
disfrutar de una libertad personal sin inhibiciones.
El evangelio distorsionado: dejar de afanarse y descansar
La mala noticia dentro de este evangelio es que usted está constantemente intentando
ganarse el favor de Dios con sus obras. Sin embargo, usted sigue sintiéndose
incompetente.
Los partidarios de este evangelio sugieren que la buena noticia es que Dios quiere
liberarle del afán. Todo lo que necesita hacer es confiar en que no hay absolutamente
nada que pueda hacer para ganarse el favor de Dios, sino que Jesús lo ha ganado por
usted. Jesús actúa perfectamente en su favor. Una vez que usted confía en la gracia
que se encuentra en Jesús —confía de verdad— queda libre de su necesidad de
ganarse la aprobación de Dios —o de cualquier otra persona. Por fin puede descansar
seguro sabiendo que Dios le ama por lo que usted es en él, no por su rendimiento o
desempeño. En su nueva libertad, estará más enamorado de Jesús que nunca, así que
ahora querrá hacer buenas obras no para ganarse el favor sino como expresión de su
gratitud.
El propósito de este evangelio es que se dé cuenta de que si realmente confía en
Jesús, se le acepta por ello y no por sus logros, así que por fin podrá relajarse.
Dentro de este evangelio distorsionado, la mala noticia es que el mundo está lleno
de mezquindad, maldad y violencia. No puedo arreglar los problemas del mundo:
son demasiado grandes.
La buena noticia es que mis amigos y yo vamos casi siempre por el buen camino.
Al menos tenemos los ideales, la agenda y el activismo social correctos. Intentamos
arreglar estos problemas y ayudar a los demás. Por lo general. Es cierto que a veces
comprometemos nuestros propios valores y tomamos decisiones equivocadas. Pero
difícilmente puede evitarse; todo el sistema está corrupto.
Los devotos de este evangelio distorsionado de mejora de la sociedad buscan en
Jesús la renovación social: Jesús proyecta una visión de la sociedad perfecta: una
que ayudará a los pobres, acabará con la violencia y respetará la diversidad.
El propósito de este evangelio es conseguir que todo el mundo adopte los ideales
de Jesús de no juzgar, amar al pecador, aceptar al forastero, poner la otra mejilla,
para que juntos podamos crear una sociedad más justa, diversa y tolerante.
Según este evangelio, la mala noticia es que el pecado impide a la gente unirse a la
iglesia y a seguir su camino hacia el cielo.
Para los que proponen esta versión, el evangelio es que Dios ha proporcionado
un camino seguro hacia la salvación final si se participa en las prácticas salvíficas
que Jesús dio a su iglesia. Un hipersacramentalista podría expresar el evangelio de
la siguiente manera: Usted no puede hacer nada para ganarse la gracia de los
sacramentos, sino que Dios se los da gratuitamente como un don. Son efectivos
automáticamente cuando los lleva a cabo el personal eclesiástico que Dios ha
aprobado para realizarlos. Usted debe ser bautizado por una persona que emplee las
palabras y acciones correctas. Posteriormente debe ser confirmado, comulgar y
participar en los ayunos, fiestas y otras actividades eclesiásticas requeridas. Cuando
se equivoque debe confesar sus pecados a un sacerdote con la esperanza de que
puedan ser absueltos, reconciliándole con Dios. La buena noticia es que, si sigue
estos procedimientos sacramentales, Dios le promete que podrá ir al cielo.
El propósito de este evangelio distorsionado es conseguir que usted participe en
los sacramentos salvadores bajo la autoridad de personal aprobado, ya que a través
de ellos Dios promete guiarle al cielo.
Cada uno de los seis evangelios presentados anteriormente toca la verdad. Algunos
más, otros menos. Pero también hay problemas. Una tarea divertida e interesante
sería identificar lo que hay de bueno y de malo en cada uno de los presentados
anteriormente.12 También se podrían haber enumerado variedades aún más radicales,
tales como el evangelio de la salud y la riqueza o el evangelio de Jesús me afirma
pero nunca me corrige. Pero más allá de los errores específicos, ¿notó problemas
comunes en los seis?
El rey ausente
Ninguna de estas seis versiones populares pero distorsionadas del evangelio presenta
lo que las Escrituras muestran como su esencia misma: Jesús es el Cristo. Los
elementos de estos evangelios distorsionados pueden ser compatibles con el
verdadero evangelio del reinado de Jesús si se retocan y se vuelven a empaquetar.
Pero ninguno requiere que la autoridad real de Jesús como el Cristo, y su
12
Véase Matthew W. Bates, Gospel Allegiance (Grand Rapids: Brazos, 2019), para un intento de
articular la verdadera relación entre el evangelio, la fe, la gracia, las obras, la rectitud y la vida
eterna.
reconocimiento, sean necesarios como la primera etapa de la salvación. Ninguno
requiere de la aceptación de su reinado como una prioridad.
La gravedad de este error es enorme. Como nos recuerda el erudito bíblico Scot
McKnight, el verdadero evangelio es «el evangelio de Jesús el Rey».13 Pasar por alto
a Jesús como Rey es perderse el evangelio por completo.
El argumento ausente
La ausencia de Jesús como Rey es el primer y más peligroso error de los seis
evangelios distorsionados que hemos analizado anteriormente. Sin embargo, hay
otros problemas significativos.
En segundo lugar, el evangelio completo tiene forma de historia. Pero los seis
evangelios distorsionados presentados anteriormente no siguen esa historia con
exactitud o presentan lagunas, de modo que faltan elementos cruciales del evangelio.
Ninguno de los seis recurre de forma holística a todas las facetas esenciales del
contenido del evangelio bíblico —encarnación, muerte por los pecados,
resurrección, entronización como Rey eterno, llegada del Espíritu y retomo real— a
la hora de identificar el contenido o el propósito del evangelio. El evangelio bíblico
tiene una forma narrativa específica, un argumento.
Tendremos más oportunidad de explorar por qué es necesario sostener el
argumento completo del evangelio —incluidos elementos bastante específicos de
ese argumento— si queremos comprender sus propósitos más precisos a medida que
se desarrolle este libro. En esta coyuntura basta con ver que estas seis versiones del
evangelio están deformadas porque la buena nueva de las Escrituras no es
simplemente Jesús primero. El evangelio es Jesús el Rey primero, y tiene un
argumento trinitario específico que incluye elementos esenciales.
13
Scot McKnight, The King Jesus Gospel: The Original Good News Revisited (Grand Rapids:
Zondervan, 2011).
Lealtad ausente
No sólo el reinado está ausente y el contenido narrativo de estos seis evangelios está
deformado, sino que también habrá notado un tercer problema en ellos. Todos hacen
hincapié en que el evangelio exige una respuesta a Jesús, pero ninguno requiere la
lealtad al Rey como respuesta y propósito principal del evangelio. Todos sugieren
que el evangelio tiene como propósito algo: la liberación del infierno, obtener un
lugar en el cielo, la rectitud, el perdón, la liberación de los afanes, la mejora de la
sociedad, la reunión con Dios o un procedimiento de salvación aprobado. Pero
ninguno señala que el propósito básico del evangelio sea la lealtad a Jesús el Rey.
La lealtad importa. Estamos llamados a responder con obediencia leal a la buena
nueva de que Dios ha instaurado a Jesús como Rey del universo. Las declaraciones
más precisas sobre el propósito del evangelio en las Escrituras se pueden encontrar
en Romanos, redactadas exactamente de la misma manera las dos veces. El
evangelio de Jesucristo es «para la obediencia de la fe en todas las naciones» (Rom.
1:5; 16:26). Puesto que el contexto implica responder a Jesús como Cristo y Señor
(Rom. 1:4-8), la frase «para la obediencia de la fe» (eis hypakoen pisteos) se traduce
mejor aún como obediencia fiel u obediencia leal. La respuesta requerida al
evangelio en la Biblia coincide con su propósito: lealtad a Jesús el Rey.
¿Por qué el evangelio? El propósito más claro del evangelio en las Escrituras es
la lealtad corporativa al Rey Jesús en cada nación.
Fama ausente
Hacerse famoso
Para entender todo lo que Dios intenta decimos en las Escrituras, tenemos que
deshacernos del cristianismo.
Considere la gloria. Cuando nos hablamos en cristiano, la gloria evoca ciertas
imágenes: el cielo, una luz que lo llena todo, un coro de ángeles, brillo, resplandor,
esplendor, belleza, victoria final, alas blancas y coronas doradas. La palabra griega
doxa, que suele traducirse gloria en nuestras Biblias, tiene algunas de estas
asociaciones en el Nuevo Testamento. Pero si abriera el principal diccionario griego
que cubre el Nuevo Testamento y su mundo, descubriría que doxa significa
grandeza, fama, reconocimiento, renombre, honor y prestigio.14
En el Nuevo Testamento, gloria no se refiere a resplandor celestial
principalmente, sino a fama. Lo mismo ocurre con la gloria en el Antiguo
Testamento, en el que la palabra kabod significa pesadez. Sentimos un peso de
presencia —carga, poder, grandeza, nubosidad— cuando estamos cerca de una
persona conocida, por lo que kabod significa ordinariamente fama también en el
Antiguo Testamento. Aunque podemos dejamos engañar por nuestro cristianismo al
pensar que la gloria se refiere puramente al esplendor celestial, la gloria en la Biblia
está ligada a la reputación, la consideración, el honor... y sí, la fama.
14
BDAG, s.v. doxa, p. 257.
¿Por qué el evangelio? Una razón coherente que dan las Escrituras es la gloria o
la fama. A través del evangelio, Dios quiere hacerle famoso, mejorar su reputación
final.
Pero antes de intentar conseguir un programa de telerrealidad al estilo
Kardashian, pise con cuidado. Adam Duritz anhelaba ser una megaestrella. Pero tras
su meteórico ascenso, descubrió el lado oscuro de la fama. No empecemos a
promocionar mi marca al mundo todavía. En su lugar, aprendamos más sobre la fama
al estilo de Dios. Probablemente no le sorprenderá saber que la fama que Dios
pretende para usted a través del evangelio es diferente y mucho mejor que la mala
imitación del mundo.
Pablo ofrece una descripción concisa del evangelio en su segunda carta a Timoteo.
«No dejes de recordar a Jesucristo, descendiente de David, levantado de entre los
muertos. Este es mi evangelio» (2 Tim. 2:8, NVI). Tendremos más que decir sobre
cómo el Nuevo Testamento resume el evangelio en un capítulo posterior. Aquí nos
interesa lo que podemos aprender sobre el propósito del evangelio. Lo que Pablo
dice a continuación es instructivo. Pero primero, algo de contexto.
El evangelio no tenía precio para Pablo. Lo sabemos porque cuando Pablo
escribió esta carta, estaba en prisión por predicarlo. En realidad, era peor. Pablo sabía
que había llegado el momento de su partida, que estaba a punto de ser ejecutado
(4:6). Había terminado la carrera (4:7). De hecho, sabemos por fuentes ajenas a la
Biblia que Pablo fue ejecutado por el emperador Nerón no mucho después de escribir
esta carta.15
Dado que la sombra de la muerte se extendía sobre Pablo incluso mientras
escribía, sus palabras a Timoteo sobre el evangelio son conmovedoras: «este es mi
evangelio», declara Pablo, «por el que sufro al extremo de llevar cadenas como un
criminal» (2:8-9, NVI). Sin embargo, a pesar de su sufrimiento, Pablo afirmó que
«la palabra de Dios no está encadenada» (2:9, NVI). Es decir, sabía que el evangelio
15
Véase 1 Clemente 5.5-7, cuyo texto puede encontrarse en Rick Brannan, The Apostolic Fathers:
A New Translation (Bellingham, WA: Lexham, 2017), 15.
de Dios no puede ser encarcelado. Pablo había aprendido que las penurias, como el
encarcelamiento, sirven en realidad para «hacer avanzar el evangelio» (Flp. 1:12,
NVI). Los intentos oficiales de sofocar las buenas nuevas de Dios sólo hacen que
broten más fácilmente.
Tras esbozar el contenido del evangelio para Timoteo, Pablo explica por qué está
dispuesto a ir a la cárcel por su causa. Al hacerlo, habla del propósito del evangelio:
«Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también
obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna» (2 Tim. 2:10,
RVR1960).
¿Lo ha captado? «con gloria eterna». Vaya más allá de la jerga cristiana. Un
propósito clave del evangelio es la salvación en Jesús, el Rey, pero con ello viene la
buena reputación, el honor, la fama. Una de las razones por las que Dios dio el
evangelio fue para que nuestra reputación mejore de forma eterna.
En algunos círculos cristianos nos intimidan para que pensemos que nuestra sed
de ser muy apreciados por los demás —de ser importantes, tener una buena
reputación, fama— es perversa. Pensamos que la fama es algo a lo que debemos
morir como cristianos. Pero eso es una verdad a medias. Porque lo que dicen las
Escrituras sobre el propósito del evangelio demuestra que Dios saciará nuestra
hambre de una gran reputación. Alcanzaremos el honor eterno. ¿Cómo? ¿Y qué
aspecto tendrá eso exactamente?
Los versículos siguientes insinúan una respuesta. Pero en este momento, no
estamos listos para el plato principal, así que considere las palabras de Pablo como
un aperitivo: «Este mensaje es digno de crédito: si morimos con él, también
viviremos con él; si resistimos, también reinaremos con él» (2 Tim. 2:11-12, NVI).
Dios pretende para nosotros el honor eterno a través del evangelio. Pero
independientemente de lo que esto signifique y sus implicaciones, no puede
separarse de una identificación íntima con Jesús el Rey.
Cualquier fama de la que disfrutemos vendrá a través de una participación en la
muerte de Cristo, para que podamos encontrar la vida. Requerirá que perseveremos
con el Rey, para que podamos participar en su gobierno real sobre una creación
renovada. Más sobre esto hacia el final de este libro. Ahora mismo, indaguemos más
en cómo las Escrituras hablan de la relación entre el evangelio y la gloria.
______________________________________
Dios pretende para nosotros el honor eterno
a través del evangelio.
______________________________________
Doyle Canada. Tiene nombre. Sin embargo, es mucho menos famoso que la mujer
del frasco de alabastro. Probablemente él lo preferiría así.
Pasó la mayor parte de su vida en un pequeño pueblo maderero, Burney,
California. Se casó con su novia, Sandy, cuando aún estaban en el instituto. Sólo
tenían diecisiete y quince años, pero no podían esperar. ¿Qué había que esperar? La
universidad era para las élites en ciudades lejanas. El aserradero estaba al final de la
carretera. El curso de la vida estaba bien marcado para Doyle: trabajar en el molino,
pagar las facturas, comprar una casa, cazar, pescar, acampar, ir de fiesta y criar unos
cuantos hijos.
Cuando nos mudamos a Burney, Doyle era capataz en el molino. Mi padre había
sido contratado como director forestal regional del molino. Con un amor compartido
por todas las cosas al aire libre, congeniaron y pronto surgió una rápida amistad entre
nuestras familias. Parecía que cada fin de semana estábamos en su patio trasero, o
ellos en el nuestro.
¿Y la iglesia? Demasiado ocupado con la vida.
Cuando estaba en sexto curso, sobrevino la tragedia. Doyle se había trasladado a
un nuevo aserradero en un pueblo cercano. Cuando pasaban los troncos, una pieza
de maquinaria mal instalada hacía que de vez en cuando salieran disparados de forma
irregular trozos de madera de dos por cuatro. Una astilla dentada salió disparada a
treinta metros por el aire y se alojó en medio del cuerpo de Doyle, perforándole los
intestinos y la columna vertebral. Fue trasladado de urgencia a la UCI, donde estuvo
grave durante semanas. Contra todo pronóstico, finalmente Doyle se recuperó. Pero
nunca volvió a caminar.
Cuando pudimos visitar a Doyle, nos aguardaba una sorpresa. Su capacidad para
cazar, pescar y montar a caballo —todo lo que apreciaba— le había sido arrebatada.
Descubrimos, sin embargo, a un hombre nuevo. Transformado. Radiante. Una vida
notablemente más abundante. No es que nunca se sintiera desanimado o afligido.
Pero estaba bordado con un tejido diferente de alegría.
En el hospital, Doyle había conocido a Jesús. Creía que Dios le había dado una
segunda oportunidad en la vida —totalmente inmerecida— y tenía la intención de
perseguirla de una nueva manera que daba prioridad a Jesús. Se convirtió en
miembro de una iglesia local, junto con su esposa Sandy. Su alegría era contagiosa
y acogedora. Al cabo de un mes, nosotros también estábamos allí.
Fue en esta iglesia —Grace Community Bible Church— donde recibió el
bautismo, asistió al grupo de jóvenes y descubrió una comunidad de personas que
amaban genuinamente a nuestro Señor Jesús. Gracia es una descripción acertada.
Nuestra familia también caía bajo su dulce influjo. Doyle era un hombre que
entendía la gracia.
Doyle murió hace trece años. Después de su accidente, aún pudo cazar y pescar
mucho. Las numerosas escenas de Doyle que pasan por mi mente están unidas por
un hilo común: mi padre siempre recogía a Doyle antes del amanecer. Me refiero a
levantarlo literalmente. Levantaba a Doyle de su silla de ruedas hasta el asiento del
copiloto de nuestra camioneta. Al llegar, papá subía a Doyle a una silla en el Bass
Tracker o en el bote de los patos. Entonces salíamos al lago.
La parálisis era todo un reto. Doyle tendría que introducirse un catéter para orinar.
Papá tendría que ayudar a Doyle de vez en cuando y luego deshacerse del contenido.
Mi padre es un hombre activo, no aficionado a los libros. Aprender a servir a Doyle
de esta forma práctica y desinteresada fue una forma de gracia también para mi
padre.
Esto es lo que quiero decir de Doyle: optó por entrar en la historia del evangelio,
la buena nueva de nuestro Señor Jesús. Vio «la luz del evangelio de la gloria de
Cristo, que es la imagen de Dios» (2 Cor. 4:4). Abrazó el evangelio y se sumergió
en su gloria desbordante. Debido a ello, Doyle se hizo famoso por el evangelio: «en
cualquier parte del mundo donde se predique el evangelio, se contará también, en
memoria de Doyle, lo que él hizo» (Mc. 14:9, personalizado).
Doyle es casi tan anónimo como la mujer del frasco de alabastro y mucho menos
famoso según los criterios terrenales. Pero su lealtad a Jesús y su testimonio
importaron a mi padre, a nuestra familia y a mí. Y quién sabe a cuántos otros a través
de un impacto secundario y terciario.
Doyle es famoso en el evangelio para mí. Y lo que es más importante, estoy
seguro de que es famoso para nuestro Señor Jesús. Hay un gran número de personas
que han cambiado a raíz del testimonio de Doyle. Un propósito clave del evangelio
es la restauración de la gloria de Dios, su fama, y cómo llegamos a compartirla.
¿Quién puede adivinar el «eterno peso de gloria» (2 Cor. 4:17), la fama, que
acompañará el futuro de Doyle en la era de la resurrección? Dado que permitió que
Jesús le cambiara, Doyle es famoso en y por nuestro Señor Jesús.
_________________________
El cantante principal de Counting Crows, Adam Duritz, consiguió lo que quería pero
sufrió un trauma. Cuando la fama le llevó a la primera línea de la escena musical, la
soledad era abrasadora. Duritz cambiaba a veces sus letras durante las actuaciones
en directo como advertencia. Quería lanzar una alerta roja a su público sobre el vacío
de la fama: «Todos queremos ser grandes, grandes, grandes, grandes estrellas, pero
luego nos lo pensamos dos veces» y «cuando todo el mundo te quiere, a veces eso
es lo más ***** que puede pasar».16
Los problemas de salud mental llegaron con la fama para Duritz, problemas que
ha descrito públicamente para ayudar a otros: «Pasas de un escenario delante de
10,000 personas a una habitación de hotel tú solo cada noche». Duritz dijo: «Es una
situación dura y es algo a lo que todos intentamos sobrevivir... pasa factura. La fama
parece la cosa más divertida del mundo todo el mundo quiere ser popular [sic]. Eso
es lo que todo el mundo cree que quiere, pero a veces es un camino duro».17
La fama en los términos del mundo no hizo la vida fácil ni mejor en el sentido
que Duritz había previsto. Todos queremos ser muy apreciados. Podemos seguir el
camino de la fama «yo primero» o hacer una elección diferente.
¿Y usted? ¿Qué va a hacer? Ha oído hablar de la mujer del frasco de alabastro y
de Doyle Cañada. Como ellos, usted también se ha encontrado con Jesús. Usted se
ha enfrentado a su persona, a sus actos, a sus afirmaciones y al estigma que le rodea.
¿Cómo va a elegir ser inscrito en la historia de su evangelio?
Se hicieron famosos no persiguiendo una fama al estilo yo, sino indirectamente
cuando honraron a Cristo y luego encontraron que su gloria redundaba en ellos.
Lenta pero segura, la fama de Dios inundará la tierra.
Espero que usted elija hacerse famoso no persiguiendo el viento, sino confiando
en que el honor vendrá como un subproducto de la lealtad al Rey. Espero que se
16
Cambios en la letra según el álbum, Across the Live Wire, consultado el 1 de junio de 2022,
https://open.spotify.com/album/ltqB9q7YnXgWekLt06wggy.
17
Adam Duritz, «“It Takes Its Toll”», entrevista de Dan Cain, The Sun, 16 de septiembre de 2018,
https://www.thesun.co.uk/tvandshowbiz/7252075/counting-crows-adam-duritz-famous-
musicians/.
haga famoso actuando localmente como agente del Rey. Al hacerlo, alcanzará una
fama virtuosa que perdura: una gloria compartida con el Rey y su pueblo.
El viaje en autobús más extraño que hizo C. S. Lewis le presentó a una mujer
espectacular. Partiendo de la grisácea penumbra de una calle inglesa, Lewis iba en
un autobús que se levantaba a través de una luz arrolladora. El autobús sólo se detuvo
cuando por fin había llegado al cielo.
La mayoría de los pasajeros no estaban especialmente contentos con el
inesperado destino. Los alrededores del cielo eran hermosos pero intimidantes. Los
pasajeros descontentos se bajaron del autobús, al menos los que estaban dispuestos
a ponerse a prueba con el paisaje.
Así transcurre la historia en la obra maestra de ficción de Lewis, El gran divorcio.
Lewis no está especulando sobre los detalles de nuestra futura morada. Está
sondeando en qué tipo de personas debemos convertirnos ahora mismo para ser aptos
para la vida en presencia de Dios.
Lewis opta por desembarcar en el cielo. Mientras Lewis va deambulando a
tientas, tratando de aclimatarse a este doloroso pero encantador nuevo mundo,
finalmente se encuentra con una criatura de un esplendor tan asombroso que resulta
casi imposible no adorarla: una mujer radiantemente hermosa.
En un débil susurro, Lewis se atreve a preguntar a su guía: «Ella parece ser...
bueno, ¿una persona de especial importancia?».
Se llama Sarah Smith y es de Golders Green, un típico suburbio londinense de la
época de Lewis. La cuestión es que, en términos de fama humana, entre todas las
mujeres posibles ella fue totalmente anodina durante su vida, aburrida y ordinaria.
Sin embargo, el guía de Lewis responde: «Sí, es una de las grandes. Habéis oído que
la fama en este país y la fama en la Tierra son dos cosas muy diferentes».18
La primera lección de Lewis es que la fama en la Tierra y con Dios son distintas.
La fama de este mundo es mezquina y exclusiva: si yo soy famoso y tu fama crece,
entonces la tuya podría eclipsar la mía, robándome la gloria. Así que, además de que
Dios cambie nuestra perspectiva, buscamos construir nuestra propia fama personal
empujando a los demás hacia abajo. La fama de este mundo es un bien escaso que
los individuos acaparan celosamente. Aquellos atrapados en la cultura «cristiana» de
la celebridad de hoy —la obsesión por la plataforma, los seguidores y la influencia—
deberían tomar nota de su mundanalidad y peligro.
Mientras tanto, la fama al estilo de Dios es abundante y desbordante. Mientras
dialoga con su guía, Lewis descubre que la fama en el cielo proviene de ayudar a
otros a ser también gloriosos. Lewis pregunta: «¿Y quiénes son todos estos jóvenes
de uno y otro lado?». Su guía responde: «Son sus hijos e hijas». Lewis afirma:
«Debía tener una familia muy numerosa, señor». Entonces su guía le explica la
dinámica de la fama celestial:
18
C. S. Lewis, The Great Divorce (Nueva York: Touchstone, 1996), 105.
maternidad] volvían a sus padres naturales amándolos más. Pocos
hombres la miraban sin convertirse, en cierto modo, en sus amantes.
Pero era el tipo de amor que les hacía no menos fieles, sino más fieles,
a sus propias esposas... Cada bestia y pájaro que se acercaba a ella tenía
su lugar en su amor. En ella se convirtieron en ellos mismos. Y ahora
la abundancia de vida que ella tiene en Cristo del Padre fluye hacia
ellos.19
Lewis se asombra cuando descubre cómo Sarah Smith se hizo famosa ante Dios:
al fundir su vida en la gloria de Cristo, su propia gloria había empezado a derramarse
sobre los demás. Pero la gloriosa fama de Sarah no resta valor a la de los demás.
Sólo realza la gloria de los demás, ya que la fama ondea siempre hacia fuera:
19
Lewis, The Great Divorce, 106.
20
Lewis, The Great Divorce, 106-7.
más (e.g., Jn. 17:10; 17:22; Rom. 8:30). Todo esto no sólo nos honra a nosotros, sino
también a Dios.
Pero hay un problema: la gloria humana se ha opacado, ha caído y está en
bancarrota. Dios debe ayudar a los humanos a recuperar su gloria perdida. Es a través
de este proceso que, en última instancia, Dios es más glorificado. ¿Cómo funciona
esto? Tenemos que descubrir el ciclo de la gloria en las Escrituras.
Un propósito fundamental del evangelio es la recuperación de la gloria. Pablo no
está hablando al azar cuando describe el evangelio como «el evangelio de la gloria
de Cristo, que es la imagen de Dios» (2 Cor. 4:4). Tampoco habla a la ligera cuando
dice que en el Rey disfrutamos actualmente de «la luz del conocimiento de la gloria
de Dios manifestada en Cristo» (2 Cor. 4:6). Ya participamos de la gloria de Dios a
través de Jesús el Rey. Además, la gloria que experimentamos ahora aumentará en
el futuro (2 Cor. 3:18).
Como veremos, debido a que todos están entrelazados, el evangelio tiene como
propósito tanto la fama humana como la de la creación y la de Dios. Cuando Dios
comienza a restaurar la gloria humana a través del evangelio, se produce un ciclo
de recuperación de la gloria para toda la creación, y esto restaura simultáneamente
la propia gloria de Dios.
Si todo el mundo dejara de alabar a Dios, ¿sería Dios menos glorioso? Esta pregunta
nos ayuda a ver la complejidad de la gloria, ya que la gloria está ligada al valor, la
valía, el honor y la reputación. Nuestro instinto nos dice que ¡No! que es imposible
restarle gloria a Dios. Su gloria no depende de nosotros. Por otro lado, intuimos
correctamente que, si la gente no está alabando a Dios, entonces él no está recibiendo
la gloria que merece, lo que resulta en un déficit de gloria. Entonces, ¿cuál es?
Una moneda tiene una cara y una cruz. Así también la gloria. No podemos
entender la gloria tanto para Dios como para los humanos en las Escrituras a menos
que reconozcamos que sus dos caras están inextricablemente unidas.
La gloria intrínseca
La gloria intrínseca es el valor que una persona o cosa tiene por su naturaleza o
esencia totalmente independiente de la opinión o percepción pública. Cada sustancia
—viva y sin vida— tiene un valor intrínseco distinto, porque sus propiedades la
hacen única en comparación con otras sustancias. La gloria intrínseca es el valor que
alguien o algo tiene porque posee cualidades distintivas, incluso cuando nadie es
consciente de esas cualidades.
Consideremos las sustancias agua y oro. Cada una tiene un valor relacionado con
sus propiedades que no tiene nada que ver con la opinión personal. No importa dónde
se tome la medida —en la tierra, la luna o Júpiter— e incluso si nadie está midiendo
en absoluto, el oro es 19.3 veces más pesado que el agua. (El agua pesa
aproximadamente 8.3 libras por galón en la Tierra, ¡pero el oro 160!) El oro y el
agua también son intrínsecamente distintos en otros aspectos: el agua es líquida a
temperatura ambiente, pero el oro es sólido; el agua es un disolvente, pero no el oro;
el oro sólido es maleable, pero el agua congelada es quebradiza.
En otras palabras, el oro y el agua tienen características como objetos que no
tienen nada que ver con juicios subjetivos o privados. Así pues, el valor intrínseco
también puede denominarse el lado objetivo de la gloria. Dado que las propiedades
que posee cada sustancia la hacen única, el oro y el agua tienen su propia gloria
intrínseca u objetiva.
Gloria reconocida
Pero le daré a elegir. ¿Quiere un cubo de agua o de oro? Sin duda elegiría el oro,
porque lo valoramos más.
El oro tiene un valor atribuido superior al del agua. Pero, ¿es esto siempre cierto?
¿Valdría más el oro si estuviera usted varado dos semanas en el desierto? ¿Si
estuviera en una misión espacial a Marte? Algún día, en el futuro de nuestro planeta,
una onza de agua bien podría valer más que una onza de oro para el ciudadano
promedio.
Somos conscientes del inmutable valor intrínseco (gloria) de ciertas cosas. El
agua es siempre más gloriosa que el oro para saciar la sed física. Sin embargo, el oro
es más glorioso para fabricar bienes duraderos. Sin embargo, nuestra valoración
personal del valor total depende de la cultura y de las circunstancias. Dado que el
sujeto humano es quien determina cuánto valor tiene algo para él personalmente, la
gloria reconocida también puede denominarse el lado subjetivo de la gloria.
En resumen, la gloria tiene dos caras:
Como descubriremos, tanto Dios como los humanos son descritos en la Biblia
como poseedores de niveles diferentes pero apropiados de gloria intrínseca y
reconocida.
Para responder mejor a ¿Por qué el Evangelio? debemos llegar a apreciar el ciclo
de la gloria en las Escrituras.
Comencemos con una visión general del ciclo de gloria. Luego podremos explorar
cada paso del proceso en este capítulo y posteriormente. El propósito del evangelio
es llevar a la humanidad a un círculo completo —y más allá. Pero no sólo por nuestro
propio bien. El Dios de la gloria tiene objetivos aún más amplios.
El ciclo de gloria tiene seis etapas distintas. Puesto que es vital para el argumento
de este libro, le pedimos que examine detenidamente la figura adjunta que enumera
e interrelaciona cada etapa. Es importante darse cuenta de que el ciclo de gloria
pertenece a la humanidad en su conjunto, dentro de las épocas de la historia, pero es
relevante para cada uno de nosotros personalmente. Cada uno de nosotros está
atrapado en alguna parte del proceso.
¿Por qué Dios creó a los humanos? El Catecismo Menor de Westminster afirma:
«Pregunta: ¿Cuál es el fin principal del hombre? Respuesta: El fin principal del
hombre es glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre».
Sería difícil encontrar a un cristiano, independientemente de su denominación o
tradición, que estuviera fundamentalmente en desacuerdo con lo que dice el
catecismo sobre el fin humano, yo incluido. Pero, basándonos en las Escrituras,
¿podemos precisar esto?
Cuando acudimos a las Escrituras para descubrir con qué propósito creó Dios a
los seres humanos, no es ante todo para glorificarse. Se hace hincapié en algo
diferente pero relacionado:
21
Aquí la NVI traduce «seres celestiales», pero más exactamente el original hebreo dice «hijos de
Dios», una designación en otros lugares para los ángeles (e.g., Job 1:6; 2:1).
Luego dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y
semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar y sobre las aves
del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes y
sobre todos los animales que se arrastran por el suelo».
Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios;
hombre y mujer los creó.
Y Dios los bendijo con estas palabras: «¡Sean fructíferos y
multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del
mar y a las aves del cielo, y a todos los animales que se arrastran por el
suelo!» (Gén. 1:26-28, NVI)
Diseñé la creación para que fuera gobernada por los humanos. Los hice
a mi imagen, dándoles la capacidad de reflejar mi honor intrínseco,
porque quería que eligieran libremente hacer que esa gloria estuviera
presente al máximo en cada lugar a medida que se extendían por la
tierra. Pero los humanos han optado por deshonrarme, creando un
déficit de gloria para mí, para ellos y para toda la creación. Ahora la
creación se encuentra en una espiral descendente, porque no recibe el
honor que necesita. ¿Cómo puedo restaurar mi gloria en medio de la
humanidad' para que la creación pueda experimentar mi gloria a
través del gobierno humano como yo pretendía originalmente?
Cuando volvemos a las Escrituras con la perspectiva de Dios sobre las malas
noticias, aprendemos más sobre su gravedad. Romanos 1:18-31 es como una lupa
que nos permite ver con detalle el problema desde el punto de vista de Dios.
En Romanos 1:18, Pablo comienza su famosa descripción del predicamento
humano. Una vez que nos hemos reaclimatado a las malas noticias, vemos que el
problema más profundo no es la culpa humana en sí. Más bien el pecado humano
causa un déficit de gloria que pone en peligro a toda la creación.
El problema es la pérdida de gloria por un intercambio insensato. La ira de Dios,
explica Pablo, se revela desde el cielo porque los humanos se han comportado con
maldad al suprimir la verdad sobre Dios (Rom. 1:18). Aunque el poder eterno y la
naturaleza divina de Dios son evidentes por sí mismos en la creación (Rom. 1:19-
20) —de modo que la humanidad en su conjunto no tiene excusa para no honrar o
dar gracias a Dios (Rom. 1:21)—, los humanos han optado por ignorar a Dios.
¿Por qué? Porque ser humano significa comer del árbol del conocimiento del bien
y del mal. Preferimos elegir lo que está bien y lo que está mal por nosotros mismos
—«pretender ser sabios» (Rom. 1:22)— en lugar de someternos a la sabiduría
revelada de Dios sobre cómo deben comportarse los humanos. Suprimimos la verdad
sobre Dios porque su verdad sobre el comportamiento es inconveniente para
nuestros deseos egoístas. En nuestra ilusa locura encontramos preferible el
autogobierno al gobierno de Dios.
Según Pablo, la elección humana de convertirnos en sabios a nuestros propios
ojos no resultó simplemente en una pecaminosidad genérica, sino también en una
condición específica: una pérdida de gloria debida a la idolatría. «Aunque
pretendían ser sabios, se volvieron necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal
por imágenes hechas para ser semejantes a un ser humano mortal, a las aves,
animales y reptiles» (Rom. 1: 22-23). Las palabras de Pablo hacen eco de la
descripción de lo que ocurrió cuando los israelitas hicieron el becerro de oro:
«Cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba» (Sal. 106:20).
Como dice el teólogo misionero Jackson Wu, «la gloria de Dios es también la gloria
de ellos».22 Así que cuando los israelitas cambiaron su gloria, es decir, a Dios mismo,
por un ídolo, el resultado fue una pérdida de gloria también para ellos. Este
intercambio de gloria se refiere a cómo la adoración de ídolos causa un fracaso de
gloria con respecto a nuestra imagen.
Estamos hechos a imagen de Dios; ésta es nuestra dignidad humana. Pero nuestra
vergüenza humana es que la gloria que acompaña al hecho de ser portadores de su
imagen ha sido desfigurada por la idolatría. Cuando adoramos ídolos
deshumanizados y vacíos —y todos lo hemos hecho— se produce un intercambio
de gloria.
Nuestra idolatría nos lleva a parecernos a los ídolos horribles que adoramos (Sal.
115:5-8; 2 Re. 17:5; Jer. 2:5). El amante que adora la seguridad relacional es
consumido por los celos. El empleado que adora el dinero es devorado por la codicia.
El adorador de la autonomía moral dobla la rodilla ante la tolerancia. El resultado
final es una fractura en la gloria. Sin embargo, cuando en lugar de ello adoramos al
único Dios verdadero —Padre, Hijo y Espíritu Santo— nuestra gloria se renueva y
se potencia. Greg Beale describe con agudeza la situación: «Nos convertimos en lo
que adoramos».23
Aunque los lectores de las Escrituras de hoy en día a menudo lo pasan por alto,
Pablo anuncia que la pérdida de la gloria es el problema fundamental que resuelve
el evangelio. Después de tres capítulos detallando la difícil situación humana, Pablo
resume indicando que el problema fundamental radica en la relación del pecado con
22
Jackson Wu, Reading Romans with Eastern Eyes: Honor and Shame in Paul’s Message and
Mission (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2019), 43. Cursiva original de la cita.
23
Greg K. Beale, We Become What We Worship: A Biblical Theology of Idolatry (Downers Grove,
IL: IVP Academic, 2008).
la pérdida de gloria. Por desgracia, hemos actuado como si la verdadera
preocupación de Pablo fuera otra.
El resumen de Pablo es contundente: «Todos han pecado y están privados de la
gloria de Dios» (Rom. 3:23). En primer lugar, analicemos lo que Pablo no dice,
aunque tiende a ser malinterpretado en este punto.
Pablo no dice: «Todos han pecado y están destituidos de la norma perfecta de
santidad de Dios», ni tampoco dice: «Todos han pecado y están destituidos de los
justos requisitos de la ley de Dios». Los seres humanos sí necesitan ser rescatados
porque están por debajo de la norma moral perfecta de Dios y de sus justos
requisitos, pero ese no es el punto preciso de Pablo aquí. Pablo mantiene una visión
divina del problema de la salvación, viendo cómo el pecado está desbaratando los
planes de Dios para la creación.
Pablo se lamenta del fracaso de la humanidad en la gloria. En otras palabras, el
problema con el pecado no es el pecado en sí mismo —como si la eliminación de él
y de nuestra culpa fuera el fin último de la salvación. Más bien, el principal problema
del pecado es que está causando un déficit de gloria. Pablo destaca cómo nuestro
pecado está ligado a cómo «estamos faltos de la gloria de Dios» porque quiere
enfatizar algo concreto: cómo los humanos se están quedando cortos en su vocación
de ser portadores de su imagen.
Los humanos han adorado a ídolos en lugar de a Dios, quedando desprovistos de
la gloria de Dios. El pecado impide a los humanos hacer lo que Dios necesita que
hagan dentro de la creación. La deshonra humana ha resultado en la deshonra de
toda la creación, y debido a esto Dios también ha sido deshonrado. Como dice Pablo:
«Ustedes que se jactan de la ley, están deshonrando a Dios al transgredir la ley.
Porque está escrito: “El nombre de Dios es blasfemado entre las naciones por su
culpa”» (Rom. 2:23-24). Es decir, incluso el pueblo especialmente elegido por Dios
ha caído en la trampa de la idolatría y la desobediencia (véase 2:18-22), provocando
que el nombre de Dios sea calumniado por todas las naciones. A medida que la gloria
humana ha decaído, la gloria o reputación de Dios también ha disminuido.
En resumen, ¿cuál es la mala noticia? Nuestro fracaso a la hora de hacer presente
la gloria de Dios a través de nuestra imagen conduce a la pérdida de gloria para Dios,
los humanos y la creación. ¿Qué es el evangelio? Pablo lo describe como «el
evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios» (2 Cor. 4:4). El evangelio
consiste en que, al portar plenamente la imagen gloriosa de Dios, Jesús el Rey ha
iniciado la restauración de la gloria.
El porqué del evangelio puede responderse mejor diciendo que Dios nos ha dado lo
que más necesitamos: un rey. Pero en segundo lugar, por qué necesitamos un rey
salvador —y cómo nos beneficia eso— se explica más plenamente mediante el ciclo
de gloria de las Escrituras.
El capítulo anterior se centró en las etapas 1-3 del ciclo (para una visión general
de todo el ciclo, véase la imagen del cap. anterior). Los humanos están hechos a
imagen de Dios para gobernar la creación en nombre de Dios llevando su gloria a la
creación. Cuando los humanos dejan de adorar al Dios vivo y en su lugar adoran
ídolos en bancarrota —dinero, poder, sexo, tolerancia y diversidad— se produce una
interrupción de la gloria. Los seres humanos y la creación dejan de funcionar
correctamente. La gloria intrínseca de Dios es irreductible e intachable. Pero la gloria
atribuida a Dios falta porque los humanos no reconocen el pleno valor de Dios. El
resultado es un déficit de gloria para Dios, los humanos y toda la creación.
Los seres humanos tienen un propósito. Un cuchillo está diseñado para cortar; los
zapatos son para calzarse. Se puede utilizar un cuchillo como cucharón de sopa y un
zapato como cafetera, pero los resultados serán deficientes. Dado que la creación
requiere una imagen correcta para funcionar adecuadamente, cuando Adán y Eva —
que representan a todos los humanos— rechazaron el plan de Dios, la creación estaba
destinada a la decadencia.
Dada la inevitable corrupción de la creación, ¿cuáles eran las opciones de Dios?
Podía haber abandonado todo su proyecto de creación. O podría haber abandonado
a sus criaturas humanas. Pero, ¿eran éstas realmente posibles para Dios dentro de los
límites de su amor abnegado si había otro camino?
El hecho de que Dios optara por cubrir la culpa humana desnuda de Adán y Eva
con vestiduras de piel nos dice mucho sobre su compromiso para con nosotros. Más
tarde, Dios optó por hacer promesas inquebrantables de bendecir a todas las naciones
a través de la descendencia de Abraham y de David (Gén. 12:3; 22:18; 2 Sam. 7:12-
14; Lc. 1:32-33; Gál. 3:16).
Este capítulo es la pieza central de este libro, porque se enfoca en la etapa 4 del
ciclo de la gloria: cómo el evangelio inicia la restauración de la gloria.
Exploraremos lo que Dios ya ha hecho en la historia para comenzar a restaurar la
gloria. Porque la gracia salvadora trata principalmente del don gratuito que la
humanidad en su conjunto no merecía, pero que Dios optó por conceder en un
momento concreto de la historia pasada: los acontecimientos que, en conjunto,
constituyen el evangelio (He. 14:3; 20:24, 32; Gál. 1:6; Col. 1:6). En el próximo
capítulo veremos cómo el propósito del evangelio afecta a los individuos —usted,
yo o su compañero de trabajo no salvo— para que cada uno pueda participar hoy. El
evangelio es transformador.
24
Matthew W. Bates, Gospel Allegiance: What Faith in Jesus Misses for Salvation in Christ
(Grand Rapids: Brazos, 2019), 86-87; y Matthew W. Bates, The Gospel Precisely: Surprisingly
Good News about Jesus Christ the King (Nashville: Renew.org, 2021), 34.
Cuando profundizamos en la teología de la encarnación de Jesús, su muerte por
los pecados y su resurrección al reino, estamos desenterrando fundacionalmente el
porqué del evangelio. Dado que la creación necesita humanos que gobiernen según
el designio de Dios, el evangelio comienza con el don de un humano que nace para
reinar de forma impecable. El evangelio comienza con la encarnación del Rey.
1. Encarnación
Es uno de los versículos más famosos de la Biblia. Tal vez incluso lo haya
memorizado. Pero si la palabra gloria para usted ha sido hasta ahora confusa y
desconectada del plan general de Dios, quizá nunca haya captado por qué es
evangelio: «Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y contemplamos su
gloria, la gloria que corresponde al Hijo único del Padre, lleno de gracia y de
verdad» (Jn. 1:14, NVI).
Encarnación significa hacerse carne humana. Dios Hijo es eterno junto con el
Padre y el Espíritu. El Hijo preexistió junto a Dios Padre y participó activamente en
la creación del mundo. Pero sin dejar de ser plenamente Dios, el Hijo optó por asumir
nuestra completa humanidad en un momento concreto del siglo I.
La encarnación es fundacional para el evangelio porque el problema que Dios
intenta corregir es la ausencia de su gloria en medio de la creación, un déficit que
existe porque los humanos no llevan la gloria de Dios a ella al ser portadores de su
imagen.
El verdadero evangelio no rechaza la ley de Israel ni su historia, sino que el
evangelio cumple las intenciones de Dios para su pueblo. Israel debía llevar la gloria
de Dios a las naciones, pero no lo hizo a la perfección. Así que Dios actuó para
cumplir la vocación de Israel enviando al Hijo para que tomara carne humana en la
persona de Jesús. «Jesús adopta la vocación del pueblo de Dios como portador del
nombre del Señor», en palabras de Carmen Joy Imes.25 Cuando el Hijo asume carne
humana, portando impecablemente la imagen de Dios, la humanidad en bancarrota
tiene de repente la oportunidad de contemplar la gloria de Dios. Ahora, Jesús, un ser
humano, está llevando a cabo precisamente aquello para lo que Dios diseñó a todos
los humanos.
Carmen Joy Imes, introducción a Portadores de su Nombre: la importancia del Sinaí (Salem,
25
Independientemente de la encarnación
Al decir estas cosas, las Escrituras indican que, aunque Adán y Eva no hubieran
pecado, la encarnación se habría producido de todos modos. Antes de la caída, el
Dios trino —Padre, Hijo y Espíritu— ya tenía la intención de enviar al Hijo para que
tomara carne humana y gobernara la creación como el Rey ideal.
Dios había planeado el desarrollo y la expansión de la civilización humana antes
de la caída. Recuerde que el mandato humano de multiplicarse, llenar la tierra,
someterla y gobernarla se da antes de la desobediencia de Adán y Eva. En
consecuencia, la humanidad y la creación comenzaron en un estado inmaduro en el
jardín. Pero Dios tenía la intención de que avanzara hacia una ciudad, la nueva
Jerusalén.
La caída manchó trágicamente el proceso de desarrollo. Pero incluso si la caída
nunca hubiera ocurrido, la encarnación habría tenido lugar a pesar de todo —el don
del Rey definitivo— para llevar la creación a la madurez que Dios pretende para
ella. Dado que son anteriores a la caída dentro de la historia global de las Escrituras,
la encarnación y el reinado son más fundacionales para el evangelio —más básicos
para él— que la cruz y la resurrección. Sin embargo, a la luz de la desobediencia de
Adán y Eva, la encarnación se convirtió también en una operación de rescate.
Entonces la cruz y la resurrección se convirtieron también en esenciales para el
evangelio.
La encarnación nos muestra que la salvación no es sólo de, sino también para.
Cuando no reconocemos que la encarnación es tan integral para el evangelio como
la cruz, malinterpretamos y restringimos el significado de la cruz. Cuando se
considera de forma aislada, es fácil tratar la cruz como si tratara exclusivamente de
la salvación de la culpa, el pecado y la muerte. Verdaderamente se trata de esas
cosas. Pero cuando seguimos el ejemplo de las Escrituras comenzando el evangelio
con la encarnación, vemos por qué el marco del evangelio es real. La encarnación
nos enseña que la cruz es también para la restauración de la gloria, ya que expresa
y conduce al gobierno humano perfecto. La salvación no es sólo el rescate de las
consecuencias negativas, sino que es el rescate para la restauración a la salud plena.
Sin embargo, no nos atrevemos a descuidar la cruz. Dado que habrían ocurrido
independientemente de la caída, la encarnación y la venida del Cristo-Rey pueden
ser más fundacionales para el evangelio que la cruz, pero eso no quiere decir que la
cruz sea menos importante o menos esencial para él. ¡Dios no lo quiera! La obra
cumplida de Jesús en la cruz por nosotros es un propósito fundamental del evangelio.
Las Escrituras nos ofrecen algunas imágenes para ayudarnos a comprender por
qué la muerte de Jesús es una buena noticia. Los eruditos las denominan modelos de
expiación. Como nos recuerda Joshua McNall, es más acertado considerar estos
modelos no como competidores, sino como elementos que contribuyen a un retrato
más completo.26 Sólo cuando se mantienen juntos, unos junto a otros, podemos
apreciar cómo cada uno aporta algo esencial a todo el mensaje de cómo la cruz salva.
26
Joshua M. McNall, The Mosaic of Atonement: An Integrated Approach to Christ’s Work (Grand
Rapids: Zondervan Academic, 2019).
Considere los cuatro modelos siguientes de la expiación como herramientas que
nos ayudan a comprender mejor los propósitos de Dios al dar el Evangelio.
(1) Sustitución
El propio Jesús habla de la expiación sustitutoria: «Porque ni aun el Hijo del hombre
vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos»
(Mc. 10:45, NVI). La palabra griega lutron (rescate) se refiere al precio necesario
para liberar a los prisioneros de guerra o a los que están sometidos por deudas.27
La sustitución está a la vista porque Jesús se ofrece a sí mismo en lugar de los
demás. Jesús nos impulsa a concebir su vida como algo enormemente valioso, de
modo que pueda servir para comprar muchísimas vidas. Al dar su vida, Jesús mismo
es quien asume la «pérdida» para efectuar el pago que liberará a los demás.
27
Por ejemplo, como en Isa. 45:13 LXX; y Josefo, Antiquities 12.28, 33, 46; 14.107, 371; War
1.274,384.
La teoría del rescate como expiación es indiscutiblemente bíblica. Pero, ¿cuáles
son sus límites? Por ejemplo, si seguimos la metáfora, ¿a quién se hace el pago? ¿Al
Padre? ¿A Satanás?
Algunos de los primeros padres de la Iglesia, como Orígenes, estaban
convencidos de que Jesús tuvo que pagar al diablo: «Ahora bien, era el diablo quien
nos retenía, a quien habíamos sido arrastrados por nuestros pecados. Por eso exigió
la sangre de Cristo como precio por nosotros».28 Para Orígenes, el diablo se negaba
a liberar a sus cautivos hasta que recibiera la moneda de cambio de la sangre de
Cristo. Otros, como Cipriano, estaban persuadidos de que Jesús en la cruz era como
una trampa cebada. Cuando Satanás mordió el anzuelo, Jesús se convirtió en nuestro
sustituto: fuimos arrebatados de «las fauces del diablo» y se ofreció en rescate al
Padre.29
Pero el pago a Satanás es muy improbable. Muchos teólogos antiguos y casi todos
los contemporáneos —a mi juicio tienen razón— consideran muy problemático un
pago al diablo como rescate. Por ejemplo, dado que el único Dios —Padre, Hijo y
Espíritu Santo— es propiamente soberano y Satanás es un usurpador engañoso, es
falso suponer que Satanás tenga derecho legal al pago. Ni Jesús ni el Padre le deben
nada a Satanás.
Lo mejor es afirmar que al ofrecer su vida en lugar de la de otros, Jesús libera a
una poderosa multitud de prisioneros, y dejar sin respuesta la pregunta de a quién se
le debe el rescate. A fin de cuentas, Jesús no sintió la necesidad de exponer una
respuesta para su audiencia. Nuestras teorías sobre la expiación son las metáforas
que apuntan a realidades teológicas. Pero esas metáforas no se agotan ni se ajustan
uniformemente a esas realidades.
La mejor respuesta a la metáfora del rescate es silenciar nuestras especulaciones
y celebrar con adoración su verdad básica: el Hijo dio su vida para liberarnos de la
esclavitud.
28
Orígenes, Commentary on Romans 2.13.29, trad. Thomas P. Scheck, Origen: Commentary on
the Epistle to the Romans, The Fathers of the Church (Washington, DC: Catholic University of
America Press, 2001), 1:161.
29
Cipriano, Epistle 59, trad. Ernest Wallis, en The Ante-Nicene Fathers, ed. Alexander Roberts y
James Donaldson (1886; repr., Peabody, MA: Hendrickson, 2004), 5:355.
La expiación sustitutiva penal
La persona que efectúa el pago del rescate sufre una pérdida «financiera» para liberar
a los cautivos. Así que la metáfora del rescate sugiere que al sufrir voluntariamente
hasta la muerte para que su vida sirviera de pago, Jesús estaba aceptando una pérdida
o pena para redimir a otros. La aceptación voluntaria por parte de Jesús de una
responsabilidad o pena al ponerse en lugar de otros como parte de una transacción
oficial ha llegado a denominarse expiación sustitutiva penal.
Sin embargo, los teólogos que utilizan la expresión completa, expiación
sustitutiva penal pueden querer decir cosas muy distintas con cada una de esas tres
palabras. Esto hace que cualquier conversación al respecto sea delicada.
El término penal es especialmente resbaladizo. Por ejemplo, ¿se refiere penal a
cualquier pérdida, sufrimiento o pena en general? ¿O tiene que haber una transacción
legal oficial para que cuente como penal? En caso afirmativo, ¿qué es exactamente
lo que se transacciona, qué partes están implicadas, importa la actitud con la que se
realiza la transacción para su eficacia, qué código de derecho está a la vista y cuáles
son los resultados para cada parte y para el mundo? Por estas y otras razones, no es
prudente afirmar o rechazar la expiación sustitutiva penal sin dar una definición
exacta.
Definir penal y defender esa definición está más allá del alcance razonable de
este libro. Pero podemos emprender, brevemente, lo que yo consideraría la tarea más
importante: apreciar las imágenes pertinentes de las Escrituras a pesar de todo. Ya
hemos hablado del rescate. Además, consideremos brevemente algunas poderosas
imágenes de las Escrituras que deben ser tenidas en cuenta por cualquiera que trabaje
en este tema.
El apóstol Pedro reflexiona sobre Jesús como el siervo sufriente anunciado por
Isaías. Este siervo es descrito por Isaías en términos gráficos: «Él fue traspasado por
nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades. Sobre él recayó el castigo,
precio de nuestra paz y gracias a sus heridas fuimos sanados» (Isa. 53:5, NVI) y fue
«golpeado por la rebelión de mi pueblo» (Isa. 53:8, NVI). Pedro cita a Isaías para
demostrar que en la cruz Jesús cargó con nuestros pecados sobre su cuerpo: «Él
mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado
y vivamos para la justicia. Por sus heridas ustedes han sido sanados» (1 Pe. 2:24,
NVI). El siervo actúa como apoderado del pueblo para sanarlo, sufriendo heridas en
su cuerpo por la violación de los caminos de Dios (véase 1 Pe. 3:18).
De forma similar, el apóstol Pablo presenta al Hijo como un sustituto que carga
con el pecado humano y experimenta sus consecuencias. Por ejemplo, considere la
afirmación de Pablo, donde Dios hizo lo que la ley no podía hacer «envió a su propio
Hijo en una condición semejante a la de los pecadores [peri hamartias]» (Rom. 8:3,
NVI). La sustitución está implícita porque su condición «semejante a la de los
pecadores» requiere que, aunque Jesús mismo no era pecador, Jesús se había hecho
de alguna manera semejante a la carne de pecado al ponerse en nuestro lugar.
El Hijo se hizo semejante a la carne de pecado permaneciendo sin pecado al
cargar con nuestro pecado. El Rey Jesús hizo esto para que pudiéramos llegar a ser
justos a los ojos de Dios, pero al mismo tiempo se mantendría la justicia de Dios
(véase 2 Cor. 5:21). La lógica de Pablo funciona así: La rectitud de Dios exige que
juzgue con ira el pecado (Rom. 1:17-18; 2:5; 3:5). Los seres humanos crean el
pecado, así que, aunque se convierta en un monstruo cósmico que no pueden
controlar, son culpables por ello y merecen el castigo, que es la muerte (Rom. 1:32;
6:23).
Sin embargo, Dios estaba motivado por su ilimitado amor por nosotros, incluso
en medio de nuestra culpa. Por eso actuó: «Dios demuestra su propio amor por
nosotros en esto: siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5: 8, NVI
ligeramente modificada). No se pierda lo que está en el corazón de lo que
tradicionalmente se ha llamado expiación penal sustitutoria: el amor de Dios. Por
nosotros.
________________________________________________
El Hijo se hizo semejante a carne de pecado
permaneciendo sin pecado al cargar con nuestro pecado.
________________________________________________
Motivado por el amor, el Hijo tomó el pecado sobre su carne, cargando con la
pena de muerte que merecemos. Así, mediante la crucifixión, Dios «condenó el
pecado en la carne» (Rom. 8:3, TA). Es decir, Dios emitió un veredicto decisivo
contra el pecado al llevarlo en la carne de Jesús en la cruz. Esto significa que el Rey
sufrió en nuestro lugar para liberarnos, de modo que la justa exigencia de la ley
pudiera cumplirse plenamente en nosotros (Rom. 8:4). En resumen, cuando el
pecado fue condenado en su carne, el Hijo sin pecado fue un sustituto que llevaba
nuestro pecado humano en su carne, soportando la pena por el pecado y la muerte
que justamente merecíamos. Para recibir esta libertad purificadora, un humano debe
entrar en la comunidad llena del Espíritu. Entonces son guiados por el Espíritu y no
por la carne (Rom. 8:5-14).
Aunque Jesús dijo: «Consumado es» (Jn. 19:30), la obra de la cruz no fue
plenamente efectiva para nosotros hasta después de la resurrección de Jesús y su
instalación celestial. Jesús fue propuesto por Dios como el hilasterion, el
propiciatorio —la tapa del arca del pacto donde la sangre purificadora era rociada
cada año por el sumo sacerdote (Rom. 3:25; véase también Lev. 16:14-15). Cuando
Jesús resucitado ascendió corporalmente a la diestra de Dios, se convirtió no sólo en
Rey sino también en nuestro intercesor sacerdotal (Rom. 8:34), haciendo expiación
en la presencia celestial de Dios. Como nos recuerda el teólogo Patrick Schreiner, la
ascensión «no sólo confirmó la obra de Cristo, sino que contribuyó a ella e incluso
la continúa».30
Tras su resurrección, el Hijo, en su calidad de Sumo Sacerdote, hizo una
presentación única de su propia sangre purificadora en el reino celestial (Heb. 9:11-
12). En el Rey y a través de él, la ofrenda sumosacerdotal de esta sangre limpia a los
humanos pasados, presentes y futuros del pecado para que tengan una posición
correcta ante Dios, pero al mismo tiempo mantiene el justo castigo de Dios por el
pecado (Rom. 3:25-26).
¿El resultado de esta obra expiatoria? Los seres humanos ya no son responsables
de la justa ira de Dios contra el pecado, sino que están reconciliados con Dios (Rom.
5:9-10). La obra de la cruz por nosotros no finalizó hasta que Jesús ascendió para
Patrick Schreiner, The Ascensión of the Christ: Recovering a Neglected Doctrine (Bellingham,
30
31
Para un artículo breve pero reflexivo, véase David Moffitt, «What’s Up with the Ascension?»,
Christianity Today, 21 de mayo de 2020, https://www.christianitytoday.com/ct/2020/may-web-
only/whats-up-with-ascension.html.
En la cruz, el Hijo se sintió abandonado. Expresó su agonía con palabras del
Salmo 22:1: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Pero sabemos
que nuestros sentimientos humanos no siempre representan la realidad. Más allá de
sus sentimientos temporales, Jesús sabía que Dios no abandona a la persona justa
que confía lealmente. Jesús había profetizado al menos tres veces que sería asesinado
y luego resucitaría de entre los muertos (e.g., Mc. 8:31; 9:31; 10:34). El Padre
escucharía su clamor y lo liberaría, como deja claro el resto del Salmo 22 (versículos
4-5, 21-31). El sacrificio voluntario del cuerpo del Hijo en previsión de su exaltación
era el plan del Dios trino incluso antes del momento de la encarnación de Jesús (Jn.
17:4-5; véase también Heb. 10:5-7). Jesús sabía que el Padre no le había abandonado
de verdad.
Independientemente de que se prefiera o no el término penal, he aquí el fondo
teológico: Dios Padre nos ama a pesar de que —porque es inalterablemente justo—
debe derramar su ira contra el pecado como un acto de justicia. El Hijo, puesto que
también es plenamente Dios, tiene exactamente la misma norma de justicia y amor
que el Padre, al igual que el Espíritu. Puesto que el Padre, el Hijo eterno y el Espíritu
son todos uno —y sus acciones dirigidas hacia el orden creado son en última
instancia inseparables—, en el nivel teológico más profundo, no es sólo la ira del
Padre la que se derrama con justicia contra el pecado humano, sino también la ira
del Hijo eterno y del Espíritu. Las personas de la Trinidad trabajan juntas para
nuestra salvación al permitir que Jesús el Hijo cargue con nuestros pecados como
sustituto.
La teoría gubernamental
La teoría de la satisfacción
¡Christus Victor!
Aunque Jesús fue condenado a muerte por hombres malvados, ellos no eran los
enemigos últimos de Jesús. Los seres humanos son culpables de sus pecados. Pero
la maldad humana está potenciada por fuerzas aún más siniestras: Satanás y sus
secuaces. Éstos son los enemigos más básicos de Jesús, porque inspiran los malvados
regímenes terrenales y los sistemas quebrados que atrapan a los humanos. Esto es lo
que Pablo quiere decir con «los poderes y las autoridades» (Col. 2:15; véase también
Ef. 6:12). La cruz desarmó a estos enemigos. Pero incluso en su derrota, se permite
que estos poderes espirituales malignos sigan haciendo estragos temporalmente.
Pablo puede decir que «muchos viven como enemigos de la cruz de Cristo» (Flp.
3:18), porque estas fuerzas siguen potenciando la maldad humana. Por eso la maldad
sigue abundando en el mundo a pesar del reinado de Jesús.
Sin embargo, cuando Dios considere que ha llegado el momento, «vendrá el fin»,
momento en el que el Mesías entregará «el reino a Dios Padre, después de haber
destruido todo dominio, autoridad y poder» (1 Cor. 15: 24). Es decir, estos poderes
espirituales malignos ya han sido derrotados, pero al final su autoridad será abolida
por completo.
Gobierno victorioso
Mientras tanto, el Cristo resucitado está sentado por encima de estas fuerzas
espirituales malignas. El Mesías está a la diestra de Dios «muy por encima de todo
gobierno y autoridad, poder y dominio, y de todo nombre que se invoque, no sólo en
la era presente sino también en la venidera» (Ef. 1:21). Desde esa posición exaltada
gobierna victoriosamente hasta que todos sus enemigos sean sometidos: «Porque es
necesario que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies» (1
Cor. 15:25).
«El último enemigo que ha de ser destruido es la muerte» (1 Cor. 15:26). Al igual
que los poderes espirituales malignos, el enemigo final —la muerte— ya ha sido
conquistado por el Cristo victorioso, pero aún no ha sido destruido. Finalmente, el
Rey Jesús erradicará incluso la muerte. Entonces, dice Pablo, todas las cosas,
excepto el Padre, estarán sujetas al Rey de reyes y Señor de señores (1 Cor. 15:27-
28).
El discipulado salva
Para entrar en la salvación y llegar a su meta final debemos elegir seguir y aplicar el
modo de vida y las enseñanzas del Maestro. El rescate expiatorio de Dios se produce
cuando emprendemos el modelo de vida-a-muerte-a-nueva-vida que ejemplificó
Jesús.
Los fundamentos bíblicos de la teoría de la influencia moral de la expiación son
firmes. Por ejemplo, Jesús dice: «El que quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la
perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará» (Mc. 8: 33-
34).
Seguir el ejemplo de conducta de Jesús no es opcional para rescatarnos de nuestra
condición pecaminosa. Jesús dice que es esencial que emprendamos una vida de
discipulado cruciforme para ser salvos. Debemos ser leales a Jesús y a su forma de
vida. Además, Jesús deja claro en el contexto que está hablando de la salvación final
o última, no de un rescate temporal. Lo que está en juego es el yo esencial de cada
uno (psyche, traducido tradicionalmente como «alma») y la reivindicación personal
cuando Jesús regrese para emitir el juicio final (Mc. 8:36-38).
Cuando sus discípulos le preguntaron: «Señor, ¿sólo se salvarán unos pocos?».
Jesús no dijo: «Sí, sólo los pocos que confiaron exclusivamente en mi muerte por
los pecados». En cambio, Jesús afirma: «Esfuércense por entrar por la puerta
estrecha» (Lc. 13:23-24). Jesús llama a sus seguidores a esforzarse por imitar su
forma de vida. Advierte que el día de la gran fiesta del reino, muchos afirmarán
conocerlo, pero como en la práctica son «hacedores de maldad», Jesús los repudiará
(Lc. 13:26-27; véase también Mt. 7:13-27 esp. vers. 23). Serán expulsados del
banquete del reino de Jesús (Lc. 13:28).
La autenticidad del discipulado se revela a través de la acción. Con respecto al
frío, al enfermo, al forastero, al encarcelado y al desnudo, en el día del juicio Jesús
dirá: «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el
más pequeño, lo hicieron por mí» (Mt. 25:40, NVI). Sobre la base de este hacer,
Jesús emitirá en consecuencia un veredicto a favor o en contra de nosotros,
separando a las ovejas de las cabras (Mt. 25:31-46).
La salvación final depende de un discipulado imperfecto pero auténtico.
Debemos aprender del Rey Jesús para que nuestra fe se extienda en un hacer
obediente. Nos salvamos por lealtad al Rey, ya que la lealtad nos une al Rey y a sus
beneficios.
(4) Reconciliación
Existe otra teoría de la expiación. Pretende reunir a todas las demás, pero también
es más que la suma de sus partes: el modelo de la reconciliación.
Cuando usted ve la recapitulación de un partido de béisbol o de una película, está
recibiendo los acontecimientos clave, los giros de la trama y el desenlace final de
forma resumida. El modelo de reconciliación de la expiación es similar.
Jesús en su reinado es el momento culminante —la reconciliación—, ya que
reúne todo lo que es significativo en la historia de los seres humanos en su relación
con Dios. Como dice Pablo, «todas las cosas están reconciliadas en Cristo» (Ef.
1:10). La palabra griega es anakephalaioo: contabilizar lo esencial y exponerlo de
nuevo de forma resumida.
El modelo de la reconciliación afirma que el Rey Jesús es la cabeza de una
humanidad reconstituida. Es un segundo y último Adán (1 Cor. 15:45). Además, en
su cuerpo resucitado y ascendido, Jesús es el primogénito de entre los muertos. Esto
implica que tendrá muchos hermanos y hermanas que también reinarán con él sobre
la nueva creación en sus cuerpos resucitados (Col. 1:18; Rom. 8:29). Afirmar el
modelo de reconciliación de la expiación es afirmar que el rey Jesús nos salva siendo
la cabeza de una creación reconstituida, resumiendo todo lo que Dios pretendía que
fuera la humanidad dentro de la antigua creación.
Al hablar de la expiación, la reconciliación no sólo capta verdades bíblicas clave
sobre cómo el Rey Jesús reexpresa sumariamente la línea argumental de cómo Dios
se relaciona con la humanidad, sino que también es una metáfora útil. Si queremos
apreciar el porqué de la muerte de Jesús de forma completa y a la vez sucinta,
necesitamos reconciliar: unir los diferentes modelos de expiación en una imagen
compuesta que reexprese sumariamente las intenciones reconciliadoras de Dios.
En las Escrituras, los modelos de expiación sustitutivo, del rey victorioso y de la
influencia moral no compiten, sino que juntos sirven para recapitular cómo Dios nos
rescata. El modelo de rey victorioso se presupone siempre que vemos el título «el
Cristo» aplicado a Jesús resucitado. Pero, por supuesto, todos los primeros cristianos
sabían que esta victoria se produjo para nosotros principalmente a través de la
sustitución: el Rey muriendo en la cruz por nuestros pecados.
Sin embargo, la teoría de la influencia moral de la expiación es fundamental
también para la salvación personal. La justificación de un individuo por la fe
depende hoy de que imite el modelo de vida de Jesús, pues él fue justificado primero
por su fe. Así es como se convirtió en el Cristo-Rey viviente que puede justificarnos.
El modelo de reconciliación nos recuerda que Dios ha establecido al Rey Jesús
como cabeza de una nueva humanidad dentro de su nueva creación. La
reconciliación también nos anima a mantener unidos los modelos de expiación,
viendo lo que cada uno aporta de forma única al retrato global, para que podamos
alabar a Dios al máximo por su asombroso rescate.
La resurrección importa
«Me gustan los gángsters... Oh cielos, ¡qué no daría yo por estar haciendo eso
mismo! Es la vida que me gusta». Cuando Mike Teavee se encontró por casualidad
con una entrada, los periodistas buscaron entrevistas. Pero sentado ante una pantalla
gigantesca viendo programas de gángsters, Mike se negó a ser interrumpido. Con
dieciocho pistolas de juguete atadas a su cuerpo, disparaba balas mientras la
programación televisiva se reproducía en un bucle incesante.32
Más tarde, Willy Wonka demostró a Mike que podía hacer explotar una tableta
de chocolate gigante, esparcirla por las ondas y reconstituir una pequeña versión
comestible de la misma dentro de un televisor especial. Entonces Mike no pudo
detenerse: «Mírame... ¡Voy a ser la primera persona del mundo a la que envíe la
televisión!». Sin hacer caso de las advertencias, Mike se electrocutó y fue
reconstituido en forma de miniatura dentro del televisor. A Mike no le importó haber
sido encogido al tamaño de un dedo, ya que esto no le impediría ver la televisión
una vez en casa. Cuando los horrorizados padres de Mike le prometieron que sus
actividades futuras serían diferentes, Mike sólo pudo afirmar constantemente:
«¡Quiero ver la televisión!»33
El destino de Mike Teavee puede parecer sombrío, pero Shel Silverstein nos
cuenta la historia de Jimmy Jet, cuyo interminable tiempo frente a la pantalla resultó
aún más transformador. Veía la televisión veinticuatro horas al día hasta que,
primero, se le congelaron los ojos. Entonces se produjo una metamorfosis: «su
cerebro se convirtió en tubos de televisión» y «su cara en una pantalla de televisión».
Al final, su familia enchufó a Jimmy Jet y procedió a ver sus programas favoritos en
32
Roald Dahl, Charlie and the Chocolate Factory (Nueva York: Puffin, 2007), 33-34. Cursiva
original de la cita.
33
Dahl, Charlie and the Chocolate Factory, 129-35, con las citas que aparecen en 130 y 134.
su televisor nuevo, pero extrañamente familiar.34 Los ídolos pueden parecer
antiguos, abstractos e irrelevantes, es decir, hasta que consideramos cómo pasamos
la mayor parte de nuestras horas de vigilia. Después de todo, un sinónimo de ídolo
en las Escrituras es imagen.
Si pasa siquiera dos minutos desplazándose por su teléfono, verá cientos de
imágenes diferentes, tantas que sólo podrá recordar una fracción de su siempre
cambiante variedad. ¿Lo hace mejor que Mike o Jimmy? Cuente cuántas horas al día
pasa viendo imágenes en las pantallas que posee, si se atreve. No se trata de un viaje
de culpabilidad; es una comprobación de la realidad.
Reflexione sobre el contenido basado en imágenes que consume habitualmente,
a veces con otras personas, pero a menudo en privado. Piense en los diferentes
medios de comunicación: Programas de televisión, películas, videoclips, mensajes,
memes, emojis, instantáneas. Piense en las plataformas: Facebook, Instagram,
Twitter, Snapchat, YouTube, TikTok, Amazon, Netflix, etc.
Probablemente haya tomado innumerables decisiones de visualización de las que
se arrepiente. Es imposible «dejar de ver» imágenes impactantes de sexo, codicia y
violencia una vez que han aparecido ante nuestros ojos. No podemos borrar
voluntariamente nuestros recuerdos, ni siquiera cuando deseamos empezar de nuevo.
Una vez vistas, seguimos viéndonos afectados por imágenes poderosas, a menudo
de formas involuntarias que escapan a nuestro control consciente.
¿De qué manera el flujo incesante de imágenes en sus pantallas le está enseñando
a pensar sobre el mundo —o quizás aún más importante, a sentirlo?— Las imágenes
que vemos nos transforman.
Incluso cuando nuestras elecciones de visualización reflejan un contenido
virtuoso, ese contenido está enmarcado e intercalado por anuncios. Los anunciantes
son expertos en utilizar estas imágenes para jugar con nuestras fantasías,
invitándonos a imaginar cómo se transformarán nuestras vidas si optamos por
habitar la escena. ¿Qué moralidades pretenden normalizar estas imágenes? En el
caso de las redes sociales y otras imágenes interactivas, ¿qué comportamientos
recompensan?
34
Shel Silverstein, Where the Sidewalk Ends (Nueva York: HarperCollins Children’s Books, 1996),
28-29.
Las imágenes nos discipulan.
Las imágenes nos discipulan evocando el deseo. El deseo no es adoración, pero
es un pariente cercano y un buen índice de salud espiritual. «Eres lo que amas»,
como dice el filósofo y teólogo James K. A. Smith.35 Nos transformamos en las
imágenes que vemos con deseo y en los hábitos que refuerzan.
Si no acudimos primero a Jesús —prestando nuestra atención mental y emocional
primordial a su gloriosa imagen—, entonces nunca veremos de la forma experiencial
necesaria para que se produzca la transformación que Dios desea para nosotros.
Debemos permitir que nuestra visión de lo que es bueno, verdadero y bello cambie
mediante el aprendizaje de hábitos a la imagen de Jesús, y después debemos encarnar
estos cambios mediante el discipulado.
__________________________________
35
James K. A. Smith, You Are What You Love: The Spiritual Power of Habit (Grand Rapids:
Brazos, 2016).
cuando una enfermera rescata del refugio al perro de su paciente; cuando un erudito
se hace amigo de un marginado acosado; cuando un conserje limpia a profundidad
aunque el jefe no esté mirando; cuando un músico sacrifica tiempo para reforzar un
equipo de alabanza; cuando un socorrista lleva ayuda médica a una zona de guerra.
Y éstas son sólo algunas de las cosas que he observado hacer a los cristianos este
mes. ¿Quién puede imaginar los montones invisibles de bondad? Ninguna cantidad
de maldad puede vencer las obras radiantes del pueblo de Jesús.
Jesús el Rey está trabajando para transformar el mundo. Es emocionante. Pero
nunca entenderemos el porqué del evangelio hasta que no lleguemos a apreciar cómo
el reinado de Jesús cambia significativamente a los individuos como parte de la
lenta restauración de la gloria en el mundo.
Hemos estado trazando el ciclo de la gloria (para una visión general, véase el capítulo
3). En el último capítulo llegamos a su punto culminante, el evangelio. Dios ya ha
realizado en la historia una serie de acontecimientos para restaurar su gloria. El
evangelio no es una verdad atemporal. El evangelio no es que Dios siempre quiera
que confiemos en él y que dejemos de intentar ganamos nuestra propia salvación.
Dios sí quiere esas cosas, pero no son el evangelio. El evangelio es la gracia
inmerecida que Dios ya concedió a la humanidad en el mundo actual hace unos dos
mil años para restaurar su gloria mediante el reinado de Jesús, y la labor
transformadora que sigue realizando a través del Espíritu.
La siguiente parte del ciclo de la gloria —la quinta etapa— es la visión
transformadora para la restauración de la gloria. Este capítulo muestra cómo se
produce el cambio personal y cómo encaja en los propósitos más amplios de Dios
para la historia del mundo. Podemos desglosar aún más esta etapa del ciclo de gloria.
Convenientemente la etapa cinco tiene cinco pasos. Estos cinco pasos describen
cómo se produce el cambio personal a través de la visión.
Los cinco pasos de la visión transformadora
Cuando Jesús tomó carne humana en su camino hacia el gobierno, reveló la gloria
de Dios de forma impecable. «El Verbo se hizo carne... y hemos visto su gloria» (Jn.
1:14). Ya hemos establecido que el evangelio comienza cuando el Padre envía al
Hijo a tomar carne humana. La encarnación es el comienzo del proceso de
restauración tanto histórico como personal. El verdadero cambio se hace posible para
los individuos y el mundo cuando la gloria de Dios se hace visible en el humano
perfecto, Jesús.
Pero primero, necesitamos saber más sobre cómo Jesús hace plenamente disponible
la gloria de Dios. «El Hijo es la imagen del Dios invisible», dice el apóstol Pablo,
«porque a Dios le agradó que toda su plenitud habitara en Él» (Col. 1:15, 19). Dado
que una imagen en la cultura de Pablo era una estatua u otra representación visual,
la metáfora de Pablo sugiere que Jesús visualmente es exactamente igual al Padre.
Evidentemente, no se trata de que Jesús tuviera el pelo negro, los ojos oscuros y
midiera 1.65 m y, por tanto, lo mismo debe ser cierto para el Padre. Ni siquiera
sabemos cómo era Jesús físicamente.
Más bien las cualidades del carácter de Jesús reflejaban perfectamente las del
Padre: su misericordia, su justicia y su bondad. «Quien me ha visto a mí», declara
Jesús, «ha visto al Padre» (Jn. 14:9). Cuando una persona ve realmente a Jesús —
sus virtudes en el interior, no sus características físicas en el exterior— ve todas las
cualidades del Padre de forma precisa y concreta.
Aunque había indicios anteriores, fueron los acontecimientos que juntos
constituyen el evangelio los que revelaron por primera vez la Trinidad a la
humanidad.36 Como parte del evangelio, el Padre envió a su Hijo, y después enviaron
al Espíritu. Son tres personas, pero sólo hay un Dios. Los tres son un solo Dios
porque son la misma sustancia o esencia. Es decir, sea lo que sea lo que signifique
ser Dios, los tres lo son plenamente. Mientras tanto, Jesús es humano y divino,
completamente ambos, porque tiene cada naturaleza. Toda la plenitud del Padre
habita en Jesús, porque la eterna e inmutable persona divina del Hijo asumió la
completa naturaleza humana de Jesús en la encarnación.
Representación dinámica
Tendemos a pensar en las imágenes como algo inmóvil, pero las Escrituras describen
el proceso de la imagen como algo dinámico, porque revela la gloria. Como dice el
autor de Hebreos: «El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios y la representación
exacta de su ser» (1:3). En griego, la palabra apaugasma —aquí traducida como
«resplandor»— también significa refulgencia o reflejo. En esta imagen verbal, el
Padre es la fuente de una gloria abrumadoramente brillante y el Hijo es el agente a
través del cual ese esplendor llega hasta nosotros, ya sea como un rayo o como una
imagen reflejada.
36
Véase Matthew W. Bates, The Birth of the Trinity: Jesus, God, and Spirit in New Testament and
Early Christian Interpretations of the Old Testament (Oxford: Oxford University Press, 2015).
Esta descripción del Hijo como activamente glorioso se complementa llamándole
«la representación exacta del ser de Dios» (1:3). En griego la frase es charakter tes
hypostaseos. La palabra charakter se refiere a la acuñación de monedas. Se requería
una imitación visual exacta entre el cuño y el metal blando para presionar una
imagen en una moneda. El Hijo es esta charakter, esta representación visual exacta,
que surge de Dios Padre.
Aquí, pues, se dice que Jesús representa exactamente a Dios Padre. ¿Pero con
respecto a qué? Su hipóstasis. Es decir, la sustancia fundacional o el ser constitutivo
del Padre. Hebreos indica que cualquiera que sea la realidad básica del Padre —
cualquiera que sea el «ser» divino del Padre— el Hijo emerge de esa impresión.
El Hijo es plenamente Dios desde toda la eternidad. Al formular una doctrina
completa de la Trinidad, debemos armonizar este pasaje con otros que muestran que
el Padre no irradió ni acuñó al Hijo en un momento concreto. El Credo de Nicea se
redactó en el siglo IV en un intento de cerrar el paso a la herejía arriana, que afirmaba
que el Hijo era una criatura engendrada en un momento concreto por el Padre.
El arrianismo fue juzgado una herejía —correctamente— porque las Escrituras
atestiguan que el Padre engendra eternamente al Hijo de forma paternal y que el Hijo
tiene su propia gloria eterna junto a él (e.g., Sal. 2:5-9; Jn. 1:1-3, 1:14; 16:28; 17:5;
Heb. 1:5; 5:5). Por eso el Credo niceno afirma que, aunque el Padre engendra al Hijo
eternamente, son de la misma esencia o sustancia (homoousios). El Padre, el Hijo y
el Espíritu siempre han sido y siempre serán el único Dios verdadero.
En conjunto, estos pasajes nos recuerdan que cuando contemplamos al Hijo,
puesto que es plenamente Dios, la imagen es perfecta. Así que cuando le
contemplamos somos capaces de ver la plenitud no distorsionada del Padre.
En las primeras fases del ministerio de Jesús, dos hombres empezaron a seguirle.
Jesús se dio cuenta, dio media vuelta y se enfrentó bruscamente a ellos: «—¿Qué
buscan? —Rabí, ¿dónde te hospedas? (Rabí significa “Maestro”)» (Jn. 1:37-38).
Estos hombres reconocieron correctamente que, para adoptar las costumbres de
Jesús, era necesario no limitarse a caminar detrás de él por el camino, sino
permanecer en su presencia. Necesitaban ver y experimentar toda su manera de vivir.
La respuesta de Jesús a estos hombres es una invitación apropiada para todos los
aspirantes a discípulos: «Vengan y vean» (Jn. 1:39). Si queremos ser discípulos de
Jesús necesitamos cultivar prácticas que nos ayuden a entrar en su presencia para
poder ver. La transformación personal comienza cuando nos acercamos a Jesús con
la intención de ser discípulos, para poder observar cómo vivió Jesús.
Ver intencionalmente
________________________________________________
Si no queremos ser discípulos de Jesús, entonces no lo
seremos. Es así de sencillo.
________________________________________________
Más allá de las Escrituras también hay guías que nos ayudan. Ya he mencionado
varias voces útiles en este libro, como C. S. Lewis, N. T. Wright, Scot McKnight y
Carmen Imes. Los antiguos aprendices de Jesús —escritores como Ireneo, Agustín
y Tomás de Kempis— siguen siendo útiles. Las obras de Dallas Willard y Richard
Foster son ya clásicos modernos. Autores contemporáneos como Tim Keller, Tish
Harrison Warren, Esau McCauley, John Mark Comer y Richard Villodas están
equipando reflexivamente a muchos. Los cristianos creativos están utilizando los
medios de comunicación emergentes para llegar a un público cada vez mayor:
Andrew Peterson (a través de su música y sus libros), Tim Mackie y Jon Collins
(vídeos y podcast The Bible Project), Phil Vischer y Skye Jethani (podcast The Holy
Post), John Dickson (podcast Undeceptions) y Justin Brierley (Unbelievable en
Premier Christian Radio).
En resumen, una visión deliberada y precisa de Jesús es un primer paso esencial
hacia el discipulado. Empezando por las Escrituras, debemos observar atentamente
cómo vivió el ser humano ideal —sus enseñanzas, prácticas y trayectoria vital— si
queremos tener alguna esperanza de encontrarnos a nosotros mismos rememorados
a su imagen. ¿Qué vemos cuando nos situamos en presencia de Jesús?
Cuando miramos a Jesús con disposición a ser cambiados, por encima de todo lo
demás no descubrimos reglas sino sabiduría relacional. Una vez adiestrados por la
sabiduría relacional de Jesús, podemos adentrarnos en lo que Jonathan Pennington,
en su libro sobre el sermón del monte de Jesús, denomina «verdadero florecimiento
humano».37 En medio de un mundo roto, este florecimiento puede estar disponible
para nosotros mismos y para los demás.
Tenemos tanto que aprender de Jesús: cómo orar, enseñar, liderar, servir,
perdonar, hacer frente a la injusticia y tratar a los enemigos. La lista podría continuar
hasta ad infinitum. Los valores alternativos de Jesús nos enseñan a ser
subversivamente sabios.
Sin embargo, dado que el objetivo es venir y ver para convertirnos en sus
seguidores, deberíamos tomar nota especialmente de lo que Jesús enseñó
explícitamente sobre el discipulado. En las siguientes subsecciones nos centraremos
en lo que significa ser discípulo.
Jesús indica que, si alguien quiere ser su discípulo, esa persona debe «negarse a sí
mismo, tomar su cruz y seguirme» (Mt. 16:24; véase también Mc. 8:34 y Lc. 14:27).
Esto significa renunciar radicalmente a los derechos, prerrogativas y comodidades
37
Jonathan T. Pennington, El Sermón del Monte y el florecimiento humano: Comentario teológico
(Proyecto Nehemías, 2020).
del yo para servir a los demás, hasta la muerte. Lucas nos recuerda que llevar la cruz
no es una decisión que se toma una vez en la vida, sino una tarea «diaria» (9:23).
Para los primeros discípulos de Jesús, esto incluía a menudo la aceptación de
quedarse temporalmente sin hogar (Mt. 8:19-20), seguir a Jesús incluso cuando eso
significaba que no se podían cumplir las obligaciones básicas de la ley o la decencia
(Mt. 8:21-22), valorar a Jesús por encima de la familia (Mt. 10:34-39) y confiar en
que Dios cubriría las necesidades diarias en medio de la misión (Mt. 10:9-10).
Ser discípulo de Jesús significa servir a todos (Mc. 9:35). Incluye ocupar el
asiento más bajo —ser el último y el más pequeño—, humillarse a uno mismo
mientras se confía en que Dios exalta a sus siervos en el momento oportuno (Lc.
14:7-11). Significa emprender tareas serviles como lavar los pies, tareas reservadas
a los esclavos humildes (Jn. 13:1-17).
El requisito básico para ser discípulo es, como acto deliberado de lealtad y
abnegación, caminar tras las huellas de su Rey hacia la cruz, confiando en que
resultará ser el camino hacia la verdadera vida para uno mismo y para los demás.
Asumir la cruz es tanto una trayectoria de por vida como una tarea diaria. La muerte
no es fácil. Por eso Jesús nos advierte de que debemos contar el coste desde el
principio para asegurarnos de que estamos decididos a completar el proceso; de lo
contrario, no servirá de nada.
Jesús compara el discipulado con la construcción de una torre: cualquiera que no
se asegure desde el principio de que está dispuesto a pagar por el proyecto
demostrará ser un necio cuando se abandone la torre a medio construir (Lc. 14:27-
30). Además, lo compara con un rey que contempla una guerra. A menos que el rey
calcule que puede permitirse lo que costará la victoria, sería estúpido comenzar la
batalla (Lc. 14:31-32). Así también, Jesús dice: «cualquiera de ustedes que no
renuncie a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo» (Lc. 14:33). Las medias
tintas fracasarán. El discipulado le costará todo.
Sin embargo, irónicamente, contar el coste fortalece nuestra determinación. Jesús
nos recuerda que, aunque morir a tu yo actual es costoso, una contabilidad cuidadosa
demuestra que es un trato inteligente. Tendremos que renunciar a nuestro yo presente
al final de la vida. Sólo los discípulos de Jesús que lleven la cruz serán aptos para la
vida en la nueva era que Dios está inaugurando (Mc. 8:35-37). Tiene poco sentido
aferrarse a cualquier porción de nosotros mismos que no sea Jesús.
Cuando calculamos sabiamente, morimos para poder vivir. Cuando morimos a
nuestro yo actual tomando la cruz, recibimos más de vuelta porque somos
transformados, y el nuevo yo que ganamos ahora mismo está impregnado de una
calidad de vida eterna que es adecuada para la era de la resurrección (Jn. 5:24).
Aquellos que asumen la cruz diariamente por amor a Jesús encontrarán al Rey Jesús
emitiendo un veredicto a su favor en el juicio final (Mc. 8:38).
¿Por qué una respuesta positiva al evangelio sigue siendo la mejor elección que
puede hacer una persona? La muerte al yo por amor al Rey Jesús demuestra ser la
única inversión que produce verdadera vida ahora y para siempre.
La obediencia es el sello del discipulado genuino. Jesús dice «todo el que me ama
obedecerá mis enseñanzas» (Jn. 14:23). La obediencia no sólo mide con precisión
nuestro amor por Jesús, sino que también indica la presencia de la verdadera vida
para un discípulo (Jn. 8:51). El apóstol Juan lo expresa crudamente: «El que tiene fe
[pisteuon] en el Hijo tiene vida eterna; el que no obedece al Hijo no verá la vida,
sino que la ira de Dios permanece sobre él» (Jn. 3:36). En otras palabras, cuando
expresamos lealtad creyente —«fe» (pistis)— entramos en la calidad de vida eterna
que pertenece al Hijo. Y esta lealtad creyente se correlaciona con la obediencia a él.
Los discípulos de Jesús deben convertirse primero en la ley viva reflexionando sobre
el propósito de Dios al dar una ley específica. Jesús señala que Dios dio un
38
Joshua W. Jipp, Christ Is King: Paul’s Royal Ideology (Minneapolis: Fortress, 2015), 45.
mandamiento: «No matarás» (Mt. 5:21; véase Éx. 20:13). Dios hizo esto porque no
quiere que los humanos se maten unos a otros injustamente.
Sin embargo, esta no fue la única razón de Dios, ni siquiera la más profunda, para
emitir este mandamiento: Dios quiere que amemos a los demás de tal manera que
nunca nos enfademos lo suficiente con un hermano o hermana como para desear
cometer un asesinato. Dios no desea simplemente la ausencia de homicidios. Dios
desea la ausencia del tipo de ira y deseo vengativo que da como resultado el
asesinato. Dios quiere una obediencia sincera de su pueblo, un deseo de guardar la
ley que tiene escrita en el corazón.
Dios no es un aguafiestas. Dios dijo: «No cometerás adulterio» (Mt. 5:27; véase Ex.
20:14) no porque desapruebe el sexo, sino para que nuestro deseo sexual interno esté
en armonía con un comportamiento externo que conduzca al florecimiento de todos.
Dios nos creó para tener relaciones sexuales. Pero Dios prohíbe el adulterio
porque quiere que lleguemos a apreciar que el sexo fuera del matrimonio es egoísta
y perjudicial para nosotros mismos y para la sociedad. No está de acuerdo con la
sabiduría relacional que conduce a la vida bienaventurada. Dios quiere que
discernamos su bondad al instituir el matrimonio y al prohibir el adulterio hasta tal
punto que nuestra lujuria por las actividades extramatrimoniales se apague por
completo. Al interpretar la ley del «no adulterio», Jesús quiere que sus discípulos se
ajusten a esa ley de adentro hacia afuera.
Del mismo modo, el mandamiento de Dios de «ojo por ojo» fue diseñado para
mantener la justicia al tiempo que limitaba la venganza en el antiguo Israel (Mt.
5:38; véase Éx. 21:24; Lev. 24:20; Deut. 19:21). Pero Dios lo dio para formar a su
pueblo de forma holística. Jesús nos dice que la razón más profunda del Padre era
que nuestros corazones fueran envueltos por su ética del perdón. Ser discípulo de
Jesús significa imitarle perdonando a los enemigos; de hecho, no sólo perdonando,
sino orando por ellos.
En nuestro Rey, nuestro deseo de vengarnos debería ser tan lejano que
preferiríamos ser doblemente agraviados antes que buscarlo. Si se le golpea en una
mejilla, el seguidor de Jesús debería presentar de buen grado la otra. Si nos obligan
a recorrer una milla, deberíamos recorrer dos (Mt. 5:39-41). Debemos actuar a
imitación de nuestro Rey, que demostró que había interiorizado la ley de Dios
cuando dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc. 23:34). Jesús
es una ley viva porque como Rey ideal encarna los propósitos más verdaderos de las
leyes de Dios.
Debido a que el Rey vive las intenciones más profundas de la ley, los discípulos
de Jesús van más allá de la obediencia superficial a la ley de Dios hacia una
obediencia de corazón. Es un proceso de aprendizaje que, para tener éxito, depende
del poder del Espíritu Santo para escribir la ley de Dios en el corazón humano dentro
del nuevo pacto de Jesús (Jer. 31:31-34; Lc. 22:20; 2 Cor. 3:6). Implicará reveses,
fracasos y actos de deslealtad. Pero la obediencia a Jesús guiada por el Espíritu es el
sello distintivo del discipulado y de la vida eterna.
Hay otra implicación de que Jesús sea la ley viviente de Dios. Cuando le preguntaron
a Jesús por el mayor mandamiento, no necesitó innovar. Aunque algunas de las
directivas específicas de Dios pueden cambiar situacionalmente para reflejar los
deseos desviados de la historia humana, los propósitos morales fundamentales de
Dios para la humanidad son inmutables.
Así pues, cuando se le preguntó, Jesús no creó una nueva norma. Jesús fue capaz
de extraer del corazón de las enseñanzas del Antiguo Testamento, mostrando que los
propósitos de Dios para nosotros son coherentes. «Jesús respondió: “Ama al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Este es el primero
y el mayor de los mandamientos» (Mt. 22:37-38; véase Deut. 6:5). Jesús
simplemente recordó el mayor mandamiento.
Pero Jesús no había terminado. Aunque sólo había sido incitado a dar el
mandamiento mayor, sabía que estaría incompleto sin su complemento: «Y el
segundo es semejante: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”» (Mt. 22:38-39; véase
Lev. 19:18). El primero está incompleto sin el segundo porque a Dios le preocupa
tanto cómo nos relacionamos con él como cómo nos tratamos los unos a los otros.
A veces, sobre todo cuando maltratamos a los demás o fallamos en el servicio,
intentamos decirnos a nosotros mismos: lo único que realmente importa es que
confío en Jesús para estar bien con Dios. Otras veces, especialmente cuando
intentamos justificar nuestros hábitos de adoración desaliñados, tratamos de decirnos
a nosotros mismos: lo único que realmente le importa a Dios es cómo trato a los
demás.
La verdad es que están interconectados: el primero es el mandamiento más
esencial porque el comportamiento correcto fluye de la verdadera adoración al Dios
vivo. Si respondo con amor al único Dios verdadero, eso se derramará, generando
amor hacia los demás. Los discípulos amarán a Dios y al prójimo. Jesús dice: «Toda
la ley y los profetas penden de estos dos mandamientos» (Mt. 22:40).
Imitar a Jesús significa dar testimonio de su gobierno. Jesús pasó la mayor parte de
su ministerio público anunciando que el reino de Dios se había acercado: estaba
dando testimonio de que estaba en proceso de convertirse en el ser humano que
gobernaría en nombre de Dios en un sentido último. Por lo tanto, cuando hablamos
a los demás del gobierno de Jesús estamos siguiendo a Jesús.
Los discípulos siguen a Jesús cuando llaman a personas de diferentes naciones,
etnias y culturas para que le rindan lealtad. Jesús no invitó a unas pocas élites
selectas a reconocer su reinado. La bienvenida se extendió primero a su propio
pueblo —los judíos, a los que llamó «las ovejas perdidas de Israel» (Mt. 15:24)—,
pero Jesús amplió el círculo para mostrar que su reinado implicaba también la
bienvenida a los no judíos (e.g., Mc. 7:24-31; Lc. 10:33; 17:11-19; Jn. 4:7; 10:16).
Jesús invitó a todo el mundo —pobres, ricos, hombres, mujeres, enfermos—,
pero hizo un esfuerzo especial para que los marginados supieran que eran
bienvenidos. Aquellos que eran marginados, considerados inferiores o pecadores:
prostitutas, recaudadores de impuestos, samaritanos, gentiles, mujeres; aquellos con
enfermedades, afecciones cutáneas, discapacidades y desfiguraciones. No sólo los
acogió, sino que los saludó, los tocó y asumió sus dolencias (Mt. 8:17). Sus
discípulos deberían hacer lo mismo.
Por supuesto, aunque todos están invitados, recibir la amable invitación de Dios
no equivale a aceptarla prometiendo fe. Una gracia — un don— debe recibirse o, de
lo contrario, es en vano (véanse 1 Cor. 15:2; 2 Cor. 6:1; Heb. 12:15). Los discípulos
testifican con la esperanza de que la oferta de Jesús de su gobierno salvador y
clemencia sean aceptados por todos, pero saben que su Rey deja a la gente libertad
para elegir en el presente. Aun así, los discípulos recuerdan que nadie está libre de
las consecuencias futuras de sus elecciones presentes.
Así pues, ser discípulo de Jesús, seguir su modelo de vida, significa aceptar el
don del reinado de Jesús y, al mismo tiempo, dar testimonio de él. Compartir el
evangelio no está separado del discipulado, sino que forma parte de su esencia.
5. Conformados a su imagen
Pero un día, el Rey regresará. Entonces le veremos en su esplendor sin velo, y nuestra
transformación a su imagen alcanzará su plenitud.
No conocemos todos los detalles de cómo cambiaremos en ese momento. El
apóstol Juan dice que aunque actualmente somos hijos de Dios, nuestra
transformación final sigue siendo algo misteriosa: «Queridos amigos, ahora somos
hijos de Dios, y lo que seremos aún no se ha dado a conocer». Sin embargo, por
mucho misterio que quede, Juan dice que conocemos el resultado: «Pero sabemos
que cuando aparezca el Cristo, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como
es» (1 Jn. 3:2).
¿Lo ha entendido?
La clave de nuestra transformación final es ver al Cristo plenamente. Cuando
regrese, eso sucederá. Le veremos tal como es y seremos transformados para ser
como él. Pablo lo describe de forma similar: «Porque ahora sólo vemos un reflejo
como en un espejo; pero entonces le veremos cara a cara. Ahora conozco en parte;
entonces conoceré plenamente, así como soy plenamente conocido» (1 Cor. 13:9).
Una vez que el Rey regrese, lo veremos cara a cara. Eso provocará un conocimiento
pleno que coincidirá con una conformación final a su gloriosa imagen.
Coincidiendo plenamente con la imagen del Rey, que es la imagen de Dios,
seremos aptos para reinar junto a Jesús para siempre. Cuando recibimos esta buena
noticia, no podemos evitar ser llevados a la adoración.
Nuestra transformación final a imagen real de Jesús el Rey comienza y termina con
la adoración. Cuando vemos a Jesús por lo que realmente es —el Rey de reyes y el
Señor de señores, el león de la tribu de Judá que es digno porque es simultáneamente
el cordero inmolado— entonces no podemos evitar ser llevados a la adoración:
«¡Digno es el Cordero, que ha sido
sacrificado, de recibir el poder,
la riqueza y la sabiduría,
la fortaleza y la honra,
la gloria y la alabanza!». (Ap. 5:12, NVI)
Cuando adoramos a través de tales cantos, vemos a Cristo por lo que realmente
es: victorioso a través de la cruz, triunfante sobre la muerte, reinando en poder.
Cuando adoramos su esplendor real, somos «hechos como él» de tal manera que
«resucitamos juntamente con él». Redescubrimos nuestra verdadera posición, que
estamos realmente sentados en Cristo a la diestra, exaltados para reinar en gloria
junto a Jesús el Rey cuando aparezca en su gloria final (Col. 3:1-4).
La adoración es un vehículo que nos permite conformarnos a la imagen de Jesús
el Rey, para que entremos en su reino. El cantautor cristiano Graham Kendrick nos
recuerda que sólo cuando contemplamos el «brillo real» de Jesús llegamos a mostrar
su «semejanza». Nos transformamos al contemplar el resplandor del Rey. Esta
transformación es de un grado de gloria a otro, como nos recuerda el apóstol Pablo
39
Charles Wesley, «Christ the Lord Is Risen Today», 1739.
(2 Cor. 3:18). La adoración nos ayuda a contemplar al Rey para que nuestras vidas
lleguen a reflejar su gloriosa vida hasta tal punto que nuestra historia se convierta en
una proclamación constante de su historia: «Que nuestras vidas reflejadas aquí
cuenten su historia».40 La adoración misma es la que nos introduce en la vida divina,
de modo que nuestras vidas reflejen la gloria que Dios pretende.
Nuestra adoración nunca cesará, porque la adoración nos mantiene en
conformidad con la imagen del Rey en la que hemos sido transformados. Cuando
adoramos al Rey Jesús, contemplando su majestad real, reflejamos el esplendor real
del Rey en nuestras propias vidas, para que otros tengan la oportunidad de entrar
también en la historia del Rey. En la nueva Jerusalén que un día descenderá del cielo,
los que pertenecen a Dios y al cordero se presentarán ante el trono y «le adorarán»
(Ap. 22:3). «Verán su rostro... y reinarán por los siglos de los siglos» (Ap. 22:4-5).
Al final, los humanos permanecerán en conformidad con la imagen del Hijo
mientras adoran continuamente. La creación experimentará la gloria al reinar sobre
ella con y bajo el Rey Jesús. Ven, Señor Jesús.
¡Aleluya!
Porque nuestro Señor Dios Todopoderoso reina.
Regocijémonos y alegrémonos
¡y démosle gloria!
Porque han llegado las bodas del Cordero
y su novia se ha preparado.
(Ap. 19:6-7)
40
Graham Kendrick, «Shine Jesus Shine», Make Way Music, 1987.
soledad, la quietud. Pero odiaba: el aislamiento, el aburrimiento, mis propios
pensamientos y deseos obsesivo-compulsivos que me roían constantemente.
Decidí hacer un experimento. Tiré mi televisor. No es que pensara que la
televisión fuera tan mala. Pero sabía que me escondía detrás de ella, utilizándola
para ahuyentar la soledad. Además, un mentor cristiano al que admiraba no tenía
televisor. Intenté leer en su lugar. Pero eso no funcionó bien por sí solo. Cuando no
leía, el remolino de pensamientos ensimismados me abrumaba.
Así que decidí que, como sustituto de la televisión, intentaría memorizar las
Escrituras cuando la soledad, el aburrimiento y el narcisismo empezaran a
consumirme. Esperaba que estas acciones fueran un pequeño paso para mejorar mi
caminar con el Señor.
Fue más transformador de lo que podía imaginar. Empecé lenta y tentativamente
con pasajes cortos. Mi apetito fue creciendo. Con el tiempo memoricé libros enteros
de la Biblia. Lo que más ocupó mi mente durante ese año fueron las enseñanzas de
Jesús y los mandatos morales del apóstol Pablo.
Descubrí que lo que llegué a valorar y querer —mis anhelos y afanes—
empezaron a realinearse significativamente. En lugar de querer un trabajo
prestigioso y bien pagado, quería un trabajo que tuviera un impacto para Jesús. En
lugar de querer ganar dinero para poder esquiar todos los fines de semana, quería
utilizar mis fines de semana para ayudar a otros a encontrarse con Jesús a través de
estudios bíblicos. Mi mente estaba impregnada de las Escrituras. En ese momento
no lo sabía, pero estaba haciendo terapia de sustitución de imagen.
Después de ese año de desintoxicación de la televisión y de sustituirla por las
imágenes de las Escrituras, nunca he tenido verdadero deseo de volver atrás. Hoy
poseo un televisor, pero no lo tengo permanentemente instalado. Si quiero ver algo,
tengo que ir a buscar el televisor, colocarlo en su sitio y enchufar varias cosas. Sí lo
veo ocasionalmente —Ok más que ocasionalmente— contando el béisbol. (El
béisbol es el deporte perfecto y por lo tanto debe ser sagrado. ¿Me da un «amén»?)
Pero el esfuerzo adicional de poner el televisor me recuerda: ¿Cómo me afectará
espiritualmente lo que veo? He aprendido que lo que elijo ver moldeará
ineluctablemente mis pensamientos y deseos.
De alguna manera, tengo que asegurarme de que veré más a Jesús el Rey.
PREGUNTAS PARA DISCUSIÓN O REFLEXIÓN
1. ¿Qué imágenes visuales ve con más frecuencia? ¿Cómo le hacen sentir? ¿Qué
comportamientos fomentan?
2. ¿Qué fuentes suministran las imágenes que aparecen ante sus ojos con más
frecuencia? ¿Quién las elige y por qué? ¿Cómo puede tomar un control más
firme sobre las imágenes que elige ver?
3. ¿Qué es lo que más desea en la vida? Si alguien le observara durante
veinticuatro horas al día durante toda una semana, ¿qué diría que es lo que
más desea? ¿Cómo puede cambiar lo que desea?
4. ¿Qué significa llamar a Jesús la imagen impecable? ¿Por qué puede ser
importante para su transformación personal?
5. ¿Lucha más por acercarse a Jesús el Rey o por observarle con exactitud? ¿Por
qué son necesarias ambas cosas? ¿Qué recursos pueden ayudarle a mejorar?
6. ¿Por qué es necesaria la observación intencional'? ¿Con cuál de los tres
obstáculos de la visión intencional lucha usted más? ¿Por qué?
7. ¿Qué significa ser discípulo de Jesús? ¿Por qué la abnegación general no es
suficiente para el discipulado?
8. Nombre a un discípulo de Jesús al que admire. ¿Qué le ha costado a esa
persona? ¿Qué le ha costado a usted ser discípulo de Jesús? ¿Qué beneficios
está obteniendo?
9. ¿Qué significa decir que «el Cristo es la ley viva»? ¿De qué manera la
condición de Jesús como ley viva nos enseña sobre cómo deben vivir los
discípulos de Jesús?
10. ¿Le cuesta más amar a Dios o amar al prójimo? ¿Qué pasos puede dar para
mejorar?
11.¿Por qué la comunidad cristiana —la iglesia— es esencial para ser
transformados a imagen de Jesús?
12. ¿Qué es lo que produce ser conformados a la imagen de Jesús en un sentido
final? ¿Cuál es la conexión entre la adoración y ser conformados a la imagen
de Jesús?
6
BUENAS NUEVAS PARA
LOS NONES
41
Joshua Harris, «My Heart Is Full of Gratitude», publicación de Instagram, 26 de julio de 2019,
https://www.instagram.eom/p/B0ZBrNLH2sl/.
desfile por los derechos de los homosexuales y un intento de ganar dinero extra con
un nuevo negocio: vender kits para ayudar a otros a desconvertirse.
En nuestro entorno cada vez más secular está más de moda desmantelar el
cristianismo tradicional que abrazarlo. En este entorno, la iglesia no avanzará por
difusión cultural. Eso no es necesariamente malo. De todos modos, es dudoso que el
verdadero cristianismo se transmita apreciablemente de ese modo.
Para atraer a los de afuera y reforzar a los do adentro, debemos ser capaces de
responder para nosotros mismos y para el mundo a una pregunta de singular
importancia: ¿Por qué debería una persona responder al evangelio, tanto
inicialmente como en un compromiso continuo? Dicho de forma más sencilla: ¿Por
qué ser cristiano?
Este capítulo analiza por qué la iglesia está fracasando a la hora de atraer a los de
afuera y está perdiendo a los de adentro, y ofrece sugerencias para ayudar a invertir
la tendencia. Para cada punto de fracaso con los de afuera y los de adentro, ofrece
posibles correctivos arraigados en lo que dicen las Escrituras sobre el evangelio y
sus propósitos.
Las respuestas que la iglesia ha tenido por costumbre dar sobre por qué una
persona debe responder al evangelio son ciertas: el perdón, el cielo, la vida en la
presencia de Dios, la liberación del pecado y el crecimiento en virtud. Pero debido a
que están insuficientemente arraigadas en los propósitos más profundos del
evangelio, no son plenamente motivadoras. A largo plazo, las respuestas que tocan
los objetivos más fundacionales del evangelio serán las más sostenibles para la
iglesia y convincentes para el mundo.
Las Escrituras nos muestran que la pregunta central de este libro — ¿Por qué el
evangelio?— y la pregunta más apremiante de hoy —¿Por qué ser cristiano?—
tienen una misma y mejor respuesta: porque así es como se está restaurando el
honor para los seres humanos, la creación y Dios. El objetivo último del evangelio
coincide también con la sexta y última etapa del ciclo de gloria: los humanos reinan
gloriosamente con el Rey. Encontramos la verdadera vida cuando rendimos lealtad
a Jesús el Rey, el restaurador de la gloria, y perseguimos sus propósitos.
Podemos sentirnos tentados a desestimar las razones que dan los de fuera para
rechazar el cristianismo. Seguramente, podríamos concluir, los que viven en las
tinieblas —los encadenados por la mundanalidad, los apetitos carnales y el
maligno— odian la luz en virtud de su condición. Los esclavizados por el pecado no
están en condiciones de autodiagnosticarse con precisión. Así que debemos recurrir
a la Biblia para descubrir las verdaderas razones. Esto es parcialmente cierto. Pero
la propia Escritura sugiere que esta línea de pensamiento es simplista.
Repeler y atraer
La verdad bíblica más completa es que Dios ha dado a toda la humanidad la gracia
del evangelio del Rey, y su luz repele y atrae a todos simultáneamente. Repele a
todos porque expone el mal del que todos somos cómplices cuando pecamos (Jn.
3:20).
Aunque la luz de Jesús repele a todos, porque todos pecan, la luz de Jesús también
atrae a todos, incluso a los no creyentes. Por eso Jesús exhorta a las multitudes
incrédulas: «Respondan con fidelidad [pisteuete] a la luz mientras tengan la luz, para
que lleguen a ser hijos de la luz» (Jn. 12:36, TA; véase también 12:46).
Jesús lanzó esta invitación a los no creyentes porque sabía que incluso los
esclavizados por las tinieblas son atraídos en última instancia hacia él: «Y yo, cuando
sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn. 12:31). Incluso los no
creyentes son atraídos. El «levantamiento de la tierra» se refiere a su muerte en la
cruz, pero también a su ascensión: su regreso a la gloria a la diestra del Padre (Jn.
12:37; 17:1-5; véase también Jn. 8:28; He. 2:33; 5:31). Una vez transcurridos estos
acontecimientos, el Rey atrae hacia sí a toda persona mediante su cruz y su
entronización. La luz del Rey es un faro de esperanza que invita a todos a cambiar y
luego mantener la lealtad.
No todos eligen responder, pero la atracción puede superar la repulsión. Cuando
los no cristianos despierten a la luz verdadera —la belleza, la verdad y la bondad de
nuestro Rey— ya no querrán volver a las tinieblas, sino que optarán por Jesús y su
programa. Por eso Pablo, al igual que Jesús, insta a los que aún no han respondido
con lealtad («fe») al Cristo a que le sean fieles. Exhorta a los que «viven en la
desobediencia» y están rodeados de «obras de las tinieblas» (Ef. 5:11) a que
respondan a la luz: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y el
Cristo brillará sobre ti» (Ef. 5:14, TA). Tanto Jesús como Pablo afirman que cuando
los no creyentes optan por verla, la vida de resurrección del Rey es capaz de
despertarlos. Podemos dejar atrás nuestras obras de oscuridad y entrar en su
maravillosa luz.
Cuando la lealtad nos une al Rey y a su programa, el poder del pecado sobre
nosotros se rompe definitivamente, aunque seguirá siendo una tentación que nos
atrapa (Rom. 6:1-23; 8:1-17). ¡Entonces somos libres para caminar con él en la luz!
Aunque el pecado conserva un atractivo repulsivo, la luz de Cristo atrae por igual a
los de adentro como a los de afuera.
Somos más caritativos cuando recordamos que, aunque los no cristianos no están
liberados del poder del pecado, la mayoría desea llevar una vida virtuosa. Como no
se han sometido a las normas reveladas por Dios, prefieren definir el bien y el mal
por sí mismos (o aceptar definiciones elaboradas por la cultura humana corrupta).
Esto les causa daño. Pero eso no quiere decir que no se esfuercen genuinamente por
alcanzar la virtud tal y como ellos la ven. Por todas estas razones y más, es
inapropiado —de hecho, grosero— asumir que los no cristianos optan por
permanecer en esa categoría simplemente porque quieren sumergirse en el pecado.
Los no cristianos de la actualidad tienen mucho que decir sobre por qué no están
interesados en convertirse en cristianos. Aunque reconocemos que el poder
inquebrantable del pecado afecta a los autoinformes de los marginados, no nos
atrevemos a descartarlos por esa razón. La iglesia debe escuchar atentamente por
qué los de fuera encuentran poco atractivo el cristianismo y luego utilizar las
Escrituras para purificar su luz reflejada.
¿Por qué los no cristianos son reacios a hacerse cristianos? La investigación
sociológica profesional realizada durante muchos años por el Grupo Barna indica
que los no cristianos tienen una impresión negativa de los cristianos en seis áreas
principales. Consideran que los cristianos son hipócritas, políticos, demasiado
centrados en conseguir conversos, antihomosexuales, protegidos y criticones.42
Si quiere conocer los obstáculos reales —no los imaginarios— que impiden a los
de afuera seguir a Jesús, vuelva a leer esa lista. Reflexione sobre ella. Los no
cristianos afirman que estos seis aspectos negativos son sobre todo lo que les disuade
de querer ser cristianos.
Un cambio hacia una cultura que priorice la lealtad a Jesús el Rey sobre la confianza
en un salvador podría ayudar a realinear las impresiones defectuosas en estas seis
áreas. Para elegir sólo un ejemplo, considere la acusación antihomosexual.
42
Datos del Grupo Barna citados en David Kinnaman y Gabe Lyons, UnChristian: What a New
Generation Really Thinks about Christianity ... and Why It Matters (Grand Rapids: Baker Books,
2007), 29-30.
Cuando ser cristiano tiene que ver primero con la lealtad que, con la eliminación
de la culpa por las acciones erróneas, entonces todo el mundo debe reevaluarse. Jesús
el Rey exige a todos los humanos que realineen sus apetitos y prácticas sexuales a la
luz de las Escrituras —aquellos que se autoidentifican como heterosexuales,
homosexuales, bisexuales o célibes— para que se ajusten a sus directrices. Cuando
se prioriza la lealtad, la acusación de que la Iglesia es antihomosexual se desvanece,
ya que no se señala a los homosexuales. Cada discípulo está llamado a negar sus
apetitos carnales en bruto y a aprender de nuevo las normas de Dios.
Pero de los seis obstáculos para los no cristianos, los tres primeros son
especialmente pertinentes para el tema de este libro. Así que a continuación, hablaré
de las acusaciones de los no cristianos de que los cristianos son (1) hipócritas, (2)
políticos y (3) demasiado centrados en conseguir conversos.
Y afrontémoslo inmediatamente. Los señalamientos de los de afuera encierran
una verdad significativa, porque los cristianos profesantes a menudo no practican lo
que predican, a menudo participan en política partidista y a menudo se obsesionan
con el crecimiento numérico. Para cada tema haré sugerencias sobre cómo la iglesia
de hoy puede aprovechar los verdaderos propósitos del evangelio para mejorar su
imagen ante los de fuera.
1. Hipócritas
La hipocresía es la razón número uno por la que los no cristianos encuentran poco
atractivo el cristianismo. Los antiguos iniciados que han abandonado la iglesia
también señalan que es una de las principales razones.
¿Qué es la hipocresía? Es cuando usted dice que todo el mundo debería practicar
el perdón, pero alberga rencor. Es cuando usted grita: «¡Sea honesto!», pero
tergiversa sus horas declaradas para conseguir un sueldo mayor. Es cuando aboga
por la pureza sexual pero en secreto persigue la inmundicia. A nadie le gusta un
hipócrita.
Pero es hora de mirarse en el espejo. Todos incumplimos nuestros ideales —tanto
los no cristianos como los cristianos— más a menudo de lo que nos gustaría admitir.
Debido al pecado, siempre habrá cierta desconexión entre lo que decimos que
deberíamos hacer y nuestras elecciones reales. La verdadera pregunta es, ¿cómo
podemos minimizar la hipocresía?
A través de la lealtad al Rey.
La hipocresía se produce cuando lo que uno dice creer no corresponde con lo que
hace su cuerpo. La lealtad a un rey mantiene unidos mente y cuerpo mejor que la
confianza en un salvador por dos razones.
En primer lugar, a diferencia de la confianza, la lealtad exige todo su ser. La
confianza en Jesús para el perdón es un proceso mental que requiere que usted
someta sólo una pequeña porción de su mente, y no implica automáticamente al
cuerpo. Confiar en Jesús incluye al menos tres acontecimientos mentales: (1) en
medio de muchas cosas que podría pensar de otro modo, atender al contenido
doctrinal relevante («Dios a través de Jesús ofrece el perdón»), (2) un acuerdo
intelectual de que la doctrina es válida («es cierto que el perdón se encuentra a través
de Jesús»), y (3) una disposición de confianza personal («es cierto para mí
personalmente que he sido perdonado, porque he confiado en Jesús para ello»). Pero
estos tres acontecimientos mentales no requieren la sumisión de toda su mente a
Jesús, y pueden o no implicar un servicio corporal.
En cambio, rendir lealtad a un rey involucra su mente y su cuerpo por completo.
A través de su confesión pública de lealtad (pistis) con la boca, normalmente
acompañada de su entrada física en las aguas bautismales, está poniendo todo su ser
—cuerpo, mente, espíritu— a disposición de su Rey. Ha jurado ser el leal servidor
del Rey de forma holística, lo mejor que pueda, aunque sepa que le espera una lucha
de por vida para sofocar la rebelión de su viejo yo.
La lealtad incluye la confianza, pero es una categoría mayor. Es menos probable
que la lealtad degenere en hipocresía que la mera confianza porque no requiere sólo
una parte selecta de su vida mental, sino todo su ser, mente, cuerpo y espíritu.
2. Políticos
Coacciones políticas
43
Kinnaman y Lyons, UnChristian, 166.
44
Kinnaman y Lyons, UnChristian, 156.
encuentra esto desagradable, a pesar de ser un aliado político del cristianismo
conservador, imagínese cómo se sienten los no cristianos de izquierda.
No se trata de derecha contra izquierda. La cuestión es que los de afuera perciben
que los cristianos están más comprometidos con el campo político de la izquierda o
de la derecha que con Jesús. Cuando los cristianos son más conocidos por su política
partidista que por sus actos de misericordia, no es de extrañar que muchos no
cristianos no puedan imaginar convertirse en cristianos. Es un gran obstáculo.
Los cristianos sienten a menudo que el reinado de Jesús no es una opción política en
el mundo real. «No puedo votar por Jesús, no está en las papeletas», es un estribillo
común. Aunque esto es cierto, también malinterpreta dónde está operativo hoy el
verdadero poder político de Jesús.
No todo el mundo está en rebelión. Hay focos, aquí y allá, donde realmente reina,
ahora mismo. Cuando la verdadera iglesia se reúne, confiesa: «¡Jesús es el Cristo!»
en reconocimiento de su autoridad, deseo y capacidad para gobernar a su pueblo.
Si los feligreses no confiesan «Jesús es el Rey» (explícita o implícitamente)
cuando adoran juntos, entonces la iglesia no existe en ese lugar. La iglesia se crea,
se mantiene y se edifica cuando inicialmente Pedro y luego otros confiesan que Jesús
es el Cristo (Mt. 16:16-18; Mc. 8:29). Sin la confesión del gobierno de Jesús y la
intención de seguir sus directrices soberanas, una reunión no es más que una
sociedad de admiración a Jesús con una banda auxiliar. No es la iglesia. La iglesia
existe cuando dos o tres o más se reúnen en el nombre de Jesús porque los que se
reúnen reconocen y acogen su presencia como autoridad soberana (Mt. 18:18-20; cf.
1 Cor. 5:4-5; 12:1-3). Jesús reina a través del Espíritu Santo allí donde su gobierno
es acogido y obedecido libremente, porque su política actual es un gobierno no
coercitivo.
Cuando declaramos «Jesús es el Rey» con integridad, estamos invitando a Jesús
a reinar sobre nosotros —aquí y ahora— y estamos expresando nuestro vivo deseo
de acatar sus decisiones soberanas. La mayor urgencia y lucha el domingo por la
mañana (y en otras reuniones) es hacer sinceramente esta confesión específica con
disposición a escuchar y obedecer, para que una reunión pueda convertirse realmente
en la iglesia.
La iglesia es la iglesia sólo cuando es el cuerpo ciudadano del Rey. Nuestras
esperanzas políticas y sociales están arraigadas en la comunidad del Rey.
3. Contabilizar conversos
Acabamos de explorar tres razones por las que los no cristianos dicen encontrar
inaceptable el cristianismo. He sugerido que la lucha de la iglesia con la hipocresía,
la política de poder y el recuento de conversos se derivan de un fracaso en
comprender adecuadamente el verdadero evangelio y sus propósitos. Pero el
problema es aún más grave.
Los cristianos «iniciados» también están pisando cada vez más la rampa de
salida. Los estudios del Grupo Barna (y otros) muestran que los adultos jóvenes
criados en la iglesia la están abandonando —y a Jesús por completo— a un ritmo
acelerado en comparación con las generaciones pasadas. Se trata de una tendencia
alarmante.
En comparación con los de afuera, los que abandonan describen la iglesia de
formas ligeramente diferentes, pero igualmente negativas. Los estudios sugieren que
existen factores comunes que provocan la desconexión entre los que se alejan. Al
igual que con las razones de los de afuera, debemos ir más allá de nuestras vagas
imaginaciones sobre por qué creemos que los de adentro se van y descubrir sus
razones si queremos tener alguna esperanza de corregir los problemas.
Los iniciados que ya no se identifican como cristianos describen con mayor
frecuencia su educación y su experiencia eclesiástica de una (o varias) de las
siguientes maneras: sobreprotectora, superficial, anticientífica, represiva,
excluyente y que no deja espacio para el cuestionamiento o la duda.45 Estos aspectos
negativos no fueron necesariamente la causa de que estos iniciados se marcharan,
pero son factores que contribuyen a las razones principales.
Al sintetizar lo que señalan estos jóvenes adultos, los estudios de Barna
identifican tres causas principales del abandono. En primer lugar, los de esta nueva
generación están abandonando el cristianismo porque no encuentran relaciones
auténticas a través de la iglesia: las reuniones son superficiales y no suficientemente
intergeneracionales. En segundo lugar, la iglesia es una fuente de información
simplista, pero no de la sabiduría que llega a través de la lucha con las complejidades,
45
David Kinnaman, You Lost Me: Why Young Christians Are Leaving Church ... and Rethinking
Faith (Grand Rapids: Baker Books, 2011).
dificultades y dudas que acompañan al cristianismo. En tercer lugar, la iglesia no
imparte una vocación holística: la vida eclesiástica está compartimentada y no tiene
relevancia para la carrera profesional.46
En resumen, debido a un fracaso general del discipulado, los jóvenes adultos
afirman que abandonan la iglesia porque no encuentran (1) relaciones auténticas,
(2) sabiduría para afrontar las dudas y complejidades, y (3) una vocación holística.
Comencemos con la cuestión más amplia del discipulado en su conjunto y luego
abordemos cada una de ellas.
Habían sido perdonados por Dios una vez para siempre cuando se acercaron al pie
de la cruz. Habían nacido de nuevo a la vida eterna. Ahora tenían la promesa
inquebrantable de Dios del cielo. O así se les enseñaba. Si una cultura que daba
prioridad a «contabilizar conversos» ha resultado muy desagradable para los de
afuera, ha destripado a los de adentro.
¿Qué ha ido mal? Los autoinformes muestran un problema macro: a la mayoría
de estos recién llegados nunca se les enseñó personalmente por otros cristianos cómo
ser discípulos de Jesús. Hacer discípulos no era una prioridad en las culturas
eclesiásticas en las que habitaban.
No es difícil ver el porqué de este fracaso en el discipulado. Es un fiasco
evangélico. Si los pastores y los ancianos están convencidos —y persuaden a los que
están a su cargo— de que toda la verdadera obra de salvación tiene lugar cuando un
individuo confía primero en el evangelio del perdón de Jesús, entonces ¿por qué dar
prioridad al discipulado? En su lugar, dedique todo su esfuerzo a intentar que sus
amigos y vecinos oren esa oración del pecador.
46
Kinnaman, You Lost Me, 28-30.
Lealtad y tiempo
¿Y el ladrón?
A estas alturas del libro, espero que se haya convencido de que la respuesta plena
adecuada al evangelio es la lealtad corporal o el discipulado leal, y que esté
reflexionando sobre su puesta en práctica. (Si no es así, le animo a que lea los
tratamientos más eruditos que yo y otros hemos escrito47). Pero hay un posible
contraejemplo que es tan famoso que necesita ser discutido. Casi siempre que enseño
este material en público, me preguntan cómo tratarlo.
¿Qué pasa con el ladrón que fue crucificado junto a Jesús?48 ¿No se salvó
únicamente por confiar en la muerte de Jesús? Después de todo, el ladrón no tuvo
ninguna oportunidad de ser discípulo y, sin embargo, Jesús le dijo: «Hoy estarás
conmigo en el paraíso» (Lc. 23:43). ¿No demuestra eso que ni la lealtad ni el
discipulado son necesarios, sino que el verdadero criterio debe ser la confianza
mental en la muerte de Jesús?
El ladrón no es un contraejemplo válido. Esto resulta obvio si prestamos atención
a lo que el ladrón dijo realmente (en lugar de lo que pensamos que debería haber
dicho) y estamos en sintonía con un evangelio del reino. El ladrón reconoce sus actos
pecaminosos, su merecido y la inocencia de Jesús, pero no dice: «Jesús, confío en
que tu muerte cubra mis pecados». Al contrario, dice: «Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas en tu reino» (Lc. 23:42). No se describe al ladrón como confiado
únicamente en la muerte de Jesús, sino que afirma que Jesús reinará sobre un reino.
El ladrón hace la confesión evangélica por excelencia. Reconoce que la
afirmación de Jesús de ser el Cristo es cierta. Mientras ve morir a Jesús, el ladrón
47
Véase Matthew W. Bates, Salvación por sola lealtad: repensando la fe, las obras y el evangelio
de Jesús el Rey (Salem, Oregon: Publicaciones Kerigma, 2023); Matthew W. Bates, Gospel
Allegiance: What Faith in Jesus Misses for Salvation in Christ (Grand Rapids: Brazos, 2019); Scot
McKnight, Reading Romans Backwards: A Gospel of Peace in the Midst of Empire (Waco, Texas:
Baylor University Press, 2019); y Michael J. Gorman, Romanos: comentario teológico y pastoral
(Salem, Oregon: Publicaciones Kerigma, 2022).
48
Este análisis del ladrón se basa en mi trabajo anterior. Véase Bates, Gospel Allegiance, 108-9.
expresa su fe en que en una época futura Dios instaurará a Jesús como soberano. Se
trata de una confesión pública de lealtad personal —el ladrón pide a Jesús que se
acuerde de él— que muestra su voluntad futura de comparecer ante el rey Jesús en
reconocimiento de su gobierno. El ladrón muestra confianza en que Jesús tendrá
autoridad para otorgarle beneficios personalmente. Es la confesión pública del
ladrón de la soberanía de Jesús lo que lleva a anunciar el rescate de este hombre. El
ladrón se salva porque reconoce a Jesús como el Rey venidero.
¿Cristianos vampiros?
49
Dallas Willard, The Great Omission: Reclaiming Jesus’s Essential Teachings on Discipleship
(Nueva York: HarperOne, 2006), 14.
Ausencia de relaciones auténticas
50
Kinnaman, You Lost Me, 44-50.
grandes porciones de él, en experiencias compartidas».51 Así que será necesario
desprogramar o reprogramar para dejar un amplio espacio a la formación de
discípulos.
Esto no significa que las iglesias deban abandonar la programación formal. Los
pastores de la iglesia no pueden contar con reuniones espontáneas. Incluso cuando
se producen reuniones informales entre cristianos, puede que no sean con la
intención de hacer discípulos.
Una vez conocí a un pastor al que le gustaba decir: «hagamos vida juntos». Pero
parecía pasar mucho más tiempo hablando del alcohol que de Jesús. No me
malinterpreten. Disfruto del alcohol con moderación. Pero, por favor, reconozca que
la frase «simplemente hagamos vida juntos» sólo funciona como eslogan pastoral si
los implicados pretenden algo más que borracheras. Sólo funciona si se
comprometen seria y constantemente a intentar parecerse más a Jesús mientras
«hacen vida». La programación y los eventos son necesarios. Sin embargo, deben
fomentar no sólo experiencias compartidas, sino un amplio espacio para la
formación intencional de discípulos.
¿Le interesa convertirse en un hacedor de discípulos? Encuentre un grupo de tres
a doce personas dispuestas a caminar a su lado para aprender juntos a practicar mejor
los caminos de Jesús. Reúnase con ese propósito regularmente de forma estructurada
y no estructurada. Existen herramientas extraordinarias para ayudarle a empezar.52
Falta de sabiduría
51
Kinnaman, You Lost Me, 205.
52
Bobby Harrington y Josh Patrick, The Disciple Maker’s Handbook: Seven Elements of a
Discipleship Lifestyle (Grand Rapids: Zondervan, 2017).
una metanarrativa, una historia maestra que pretende explicarlo todo en el universo.
Nos dice por qué el universo de Dios es ordenado y a la vez sorprendente, qué
significa ser humano y cómo debemos comportamos.
Pero el cristianismo no es la única metanarrativa que se ofrece hoy en día. Las
cosmovisiones alternativas pretenden explicar la realidad de formas aún más
convincentes. Además de otras religiones del mundo, el principal competidor del
cristianismo es el materialismo ateo, también llamado naturalismo científico o
humanismo secular.
Los creyentes, aunque sigan siendo cristianos, se sienten presionados por estas
alternativas. ¿Hasta qué punto estoy seguro de que el cristianismo es verdadero? se
preguntan. Los jóvenes y los adultos jóvenes criados en la iglesia lo sienten de forma
más aguda porque comienzan su vida con una visión cristiana del mundo y sólo se
ven expuestos gradualmente a los mejores argumentos de las alternativas. Si quieren
seguir siendo cristianos, no tienen otra opción que perseverar en la búsqueda de la
fe mientras luchan con las dudas.
Sabiendo que las visiones alternativas del mundo suponen una amenaza, los
pastores y los padres protegen sabiamente a los jóvenes. Los niños no están
preparados para Foucault, Ehrman o Dawkins. Bueno, quizá estén preparados para
Dawkins, ya que sus argumentos son más bien juveniles, pero la cuestión es que
debemos discernir lo que es apropiado para su edad. Sin embargo, con demasiada
frecuencia, debido al miedo, a la ignorancia o a ambas cosas, la Iglesia se escuda
demasiado.
No es de extrañar que los iniciados que abandonan el cristianismo afirmen con
frecuencia que estaban excesivamente protegidos. Los líderes eclesiásticos deben
enfrentarse a la crisis actual: la información simplista y unilateral no servirá para los
jóvenes adultos que pueden encontrar detalles y contrapruebas con una simple
búsqueda en Google, y pueden hacerlo en medio de su sermón o charla.
La historia de Mitch no es inusual. Mientras realizaba sus estudios de medicina,
su fe alcanzó un punto de crisis. Cuando se expuso por primera vez a la teoría
evolutiva de forma seria —y cada vez le pareció más convincente— intentó
conciliarla con el cristianismo. Pero se vio incapaz. «Cuando leía las pruebas sobre
la evolución, me preguntaba ¿en qué momento se impartió el alma? ¿Bajó Dios y
tocó a un homínido prehumano para que tuviera alma?»53 Mientras se debatía con
esas preguntas como parte de su formación, se sintió obligado a elegir entre el
cristianismo y su vocación por las ciencias. Finalmente abandonó el cristianismo.
Mitch no está solo. El mundo moderno sigue golpeando a los cristianos con duros
desafíos intelectuales. Pero, ¿habría abandonado Mitch si su pastor le hubiera
señalado los recursos producidos por nuestros investigadores cristianos más hábiles?
Tal vez. Pero quizá no.
El cristianismo sigue siendo bien defendido por brillantes científicos, filósofos e
historiadores. A veces incluso forman equipo. Por ejemplo, el biólogo evolucionista
cristiano Dennis Venema y el renombrado erudito bíblico Scot McKnight ponen al
día a sus lectores sobre los últimos avances en su obra Adam and the Genome.54 Los
líderes eclesiásticos necesitan apoyarse en la experiencia de académicos cristianos
de confianza y en redes de recursos para ayudar a quienes están a su cargo a localizar
recursos que enmarquen e interpreten los retos intelectuales, para que aquellos con
dudas puedan desarrollar en última instancia una sólida sabiduría cristiana.
Los desafíos más urgentes a los que se enfrentan muchos de los que están bajo su
tutela no son intelectuales, sino morales. Dado que el cristianismo tiene sus raíces
en la historia antigua, los adeptos se preguntan hasta qué punto su visión ética sigue
siendo válida hoy en día. Por ejemplo, dado que la Biblia dice a las mujeres que no
se hagan trenzas en el pelo ni lleven joyas, ¿debería evitar estas cosas hoy en día?
La Biblia prohíbe el adulterio, pero eso implica infidelidad para las personas casadas,
así que ¿prohíben las Escrituras todas las actividades sexuales fuera del matrimonio?
53
La historia de Mitch es relatada por John Marriott, The Anatomy of Deconversion: Keys to a
Lifelong Faith in a Culture Abandoning Christianity (Abilene, TX: Abilene Christian University
Press, 2021), 66.
54
Dennis R. Venema y Scot McKnight, Adam and the Genome: Reading Scripture after Genetic
Science (Grand Rapids: Brazos, 2017).
La mayoría de los discípulos maduros de Jesús disciernen que la respuesta a la
primera pregunta es no y a la segunda sí. Pero no basta con apelar a la autoridad o a
la tradición en nuestro entorno moral actual.
Los iniciados que se han visto agobiados por un legalismo mezquino en el pasado,
necesitan que se les enseñe cómo llegar ellos mismos a esas respuestas. Necesitan
saber cómo y por qué el cristianismo ofrece no sólo información antigua, sino la
sabiduría de hoy.
¿Qué ocurre cuando una persona, como Mitch, que ha confiado en Jesús para su
perdón personal descubre que tiene dudas? ¿Qué pasa si quieren creer, pero
descubren que en ciertos días o durante una temporada, no pueden superar un
obstáculo intelectual? ¿Siguen siendo cristianos? Ser cristiano implica afirmar
intelectualmente la veracidad del contenido real del evangelio (véase el capítulo 4).
Pero, ¿hasta qué punto tiene que estar segura una persona de su veracidad?
Mitch se sintió obligado a elegir. No sé qué versión del evangelio escuchó. Pero
sí sé que las formas deficientes de presentar el evangelio crean obstáculos
innecesarios y hacen que el obstáculo sea más alto de lo necesario.
Cuando mi esposa era adolescente, uno de sus pastores dijo a la congregación —
desde el púlpito un domingo por la mañana— que acababa de convertirse al
cristianismo. Anteriormente había pensado que confiaba en el perdón de Jesús. Pero
últimamente, se había dado cuenta de que no confiaba plenamente, sino que seguía
aferrado a sus «obras»: su estatus y sus logros como ministro. Ahora, estaba feliz de
informar que se había convertido en cristiano, porque realmente estaba descansando
plenamente en Jesús para obtener el perdón.
La congregación se sorprendió al descubrir que su pastor no había sido de hecho
cristiano. Pero independientemente de sus luchas, se alegraron de que ahora hubiera
respondido de todo corazón. Se sintieron menos sorprendidos unos meses después
cuando él les dijo que había vuelto a ser cristiano. Él y la iglesia se separaron poco
después. ¡Pero no antes de que se convirtiera por tercera vez!
Este pastor sincero también estaba sinceramente confundido sobre el evangelio y
la fe salvadora. No me salvo por el simple hecho de confiar —me refiero a confiar
de verdad con todas mis fuerzas— para que mi confianza en Jesús sea efectiva. El
verdadero evangelio tampoco trata de si confío o no sólo en la rectitud de Jesús y no
en mis obras.55 Tal interpretación, que suele basarse en una interpretación errónea
de Pablo, pone demasiado «yo» en el evangelio. Yo —con todas mis dudas. Además,
intentar con todas sus fuerzas que usted crea algo puede requerir no sólo gimnasia
mental, sino una contorsión imposible.
La fe salvadora no está dirigida en primera instancia a la expiación personal o al
proceso de justificación. Está dirigida al Cristo entronizado. Luego vienen esos
beneficios. Lo que importa es mi intención general de permanecer o volver al camino
de la lealtad a pesar de cualquier deslealtad pecaminosa que pueda descarrilarme.
55
Véase Bates, Gospel Allegiance, esp. 107-8, 177-210.
permanecer leales al Rey descrito en el evangelio, permanecen en el camino de la
salvación —aunque ellos mismos no puedan creerlo actualmente.
Las iglesias pueden utilizar las dudas como una oportunidad para que los creyentes
crezcan creando grupos de lectura y debate en los que se fomente la lucha honesta
con las grandes preguntas. Dentro de un marco de lealtad, como tales sondeos son
menos amenazadores para la salvación personal, la gente suele sentirse más libre
para explorar. ¿La evolución? ¿El libre albedrío? ¿La creación ex nihilo? ¿Teorías
expiatorias? ¿Pena capital? Que comience el debate.
Aunque pueden añadirse otras normas (como las relativas a la privacidad y el
respeto), a mi juicio, tales grupos de exploración sólo necesitan un criterio rígido
para ser miembro: procurar permanecer leales a Jesús el Rey y a sus caminos tal y
como se revelan en las Escrituras (reconociendo al mismo tiempo que la
interpretación de las Escrituras es un arte y una ciencia complejos), o abandonar el
grupo voluntariamente. Dado que los que confiesan a Jesús como Rey son guiados
por el Espíritu Santo, tales grupos pueden sufrir reveses confusos y vagar por aguas
peligrosas, pero en última instancia serán conducidos a verdades más profundas.
El evangelio de Jesús el Rey puede facilitar la sabiduría con respecto a los retos
intelectuales y morales. También ayuda con una cuestión relacionada: alimentar una
vida integral. Con un evangelio defectuoso, la vocación es dividida en lugar de
holística, lo que hace que los cristianos se alejen de la iglesia.
Considere la experiencia desconectada de Eugene. Es cristiano pero trabaja como
periodista para grandes periódicos. «En la sala de redacción, trato constantemente
de ayudar a mis editores a contar historias precisas sobre la religión y las
comunidades religiosas». Los redactores no simpatizan con las preocupaciones
distintivamente cristianas de Eugene. Sin embargo, fuera de la oficina Eugene tiene
cristianos que le reclaman incluso por haber optado por esa carrera. Ellos «no pueden
entender por qué trabajaría aquí o por qué trabajaría en los medios de comunicación
en absoluto».56
Un evangelio distorsionado contribuye a dividir la personalidad — una fractura
vocacional— entre los cristianos: El Dr. Jekyll es el feligrés, el Sr. Hyde el
trabajador. Si el perdón, el cielo o sólo la gloria de Dios es el fin hacia el que apunta
el evangelio, entonces el trabajo y la iglesia se compartimentan más fácilmente en
lo secular y lo sagrado. Se trabaja cinco o seis días a la semana en un mundo, pero
el domingo se entra en otro. Ambos apenas se cruzan. Por eso es difícil ser la misma
persona en cada uno.
Además, dentro de un marco evangélico defectuoso, el trabajo no tiene sentido
por sí mismo. Mi vocación y mi labor sólo cobran importancia si presentan la
oportunidad de compartir el evangelio con un alma perdida. Los comentarios de
Eugene sobre la iglesia se leen como un lamento melancólico: «Fue muy difícil
encontrar una iglesia donde pudiera aprender sobre cómo ser un buen cristiano en
medio de esta tensión».
56
La historia de Eugene es relatada por Kinnaman, You Lost Me, 82.
Es glorioso cuando atiende a los clientes y salvaguarda las transacciones de un modo
que permite prosperar a los demás. Del mismo modo, el trabajo de Eugene es
significativo cuando sigue informando sobre religión con excelencia e integridad.
Así hace que la gloria de Dios llegue donde de otro modo no llegaría. Cada uno de
ellos ayuda a la humanidad a desarrollarse desde el jardín indómito hasta la ciudad
cultivada —la nueva Jerusalén— donde Dios habitará directamente en medio de su
pueblo (véase Ap. 21-22).
Ahora mismo la creación, y nuestro trabajo dentro de ella, está manchada por
nuestra quebrantada pecaminosidad personal, social y cósmica. Por eso la creación
gime. Anhela la libertad que experimentará cuando la gloria de los hijos de Dios la
alcance plenamente (Rom. 8:21). Pero —¡buenas noticias!— la restauración está en
proceso ahora mismo.
En la actualidad sólo experimentamos la reparación de la creación a tientas en
nuestro trabajo. Pero basta con saber que la restauración está en marcha. La
transformación de nuestra imagen — y la restauración de la gloria que conlleva esa
transformación— cumple el propósito del evangelio, a medida que las personas de
todas las naciones practican una obediencia leal. El trabajo diverso y único de cada
cristiano es una oportunidad para ejercer la mayordomía restauradora que Dios
pretende para toda su creación.
De este modo se completa el ciclo de gloria que hemos trazado en este libro. Al final
nos parecemos a Jesús hasta tal punto que nuestra labor distribuye la gloria de Dios
a los demás seres humanos y a la creación de una forma semejante a la de Jesús.
Cuando llevamos a cabo nuestro trabajo a la manera de Jesús en forma de cruz y
resurrección en los lugares donde tenemos influencia, estamos entrando en nuestro
destino cristiano final.
Dios dio a los humanos una gloria original que deriva de su propia gloria para
distribuirla a la creación a través del gobierno humano. En los capítulos 3-5 trazamos
la involución y restauración de esa gloria. Pero al final, la intención de Dios es que
superemos la gloria original de la humanidad. El Cristo al que venimos a
conformarnos es más glorioso que Adán. Los conformados a la imagen de Cristo
distribuyen su gloria mayor que Adán al ejercer la mayordomía sobre la creación
mediante su trabajo.
Recargados en gloria al adorar en la presencia misma de Dios, nuestro destino
cristiano final es reinar como reinas y reyes como administradores locales de la
creación bajo el estandarte de Jesús, el Rey de reyes. En esos momentos raros pero
especiales en los que entramos en ese tipo de trabajo ahora —cuando sabemos que
estamos haciendo aquello para lo que fuimos creados— nuestros corazones cantan
en deleite, alabanza y adoración.
La patética distorsión que el mundo hace del cielo lo convierte en un lugar de
desencarnada facilidad placentera. El cielo se considera mejor como una etapa de
espera previa a la era de la resurrección. La última visión cristiana del futuro presenta
una creación revigorizada poblada por humanos resucitados. Estos humanos,
transformados para ser como Jesús, se deleitan porque realizan un trabajo
significativo con sus cuerpos transformados: un trabajo que aporta gloria a los
humanos, a la creación y, sobre todo, a Dios.
___________________________
El evangelio sigue siendo una buena noticia para los nones. Tiene poder salvador.
Algunos nones sólo han oído el evangelio en una forma contaminada. Necesitan una
medicina más fuerte: el evangelio puro de Jesús el Rey que exige lealtad.
Benjamín se crió en una iglesia, pero abandonó el cristianismo cuando descubrió
un caso grave de hipocresía.57 Su pastor había malversado fondos, comprado
artículos de lujo, adquirido drogas ilegales y cometido adulterio. Esto le hizo sopesar
su iglesia en su totalidad: «Me gustaba Jesús», informa, pero «su gente eran nazis
morales y tenían reglas realmente extrañas». Y por tanto, dejó de seguir a Jesús.
Más tarde, Benjamin conoció a dos cristianos tatuados y que bebían cerveza.
Estos hombres hablaban de forma diferente sobre Jesús y el mundo. «Lo que me
conquistó», explica Benjamin, «fue la forma en que me amaban y amaban a la gente
57
La historia de Benjamin la cuenta Marriott, Anatomy of Deconversion, 232-33.
que estaba herida y desordenada. Fue la forma en que compartían abiertamente sus
heridas y sus fracasos constantes». Nunca le pidieron a Benjamin que orara la
oración del pecador. Estos hombres le dijeron que los costes de Jesús eran más altos:
la vida entera de Benjamin, no sólo su corazón. Hoy Benjamin es cristiano de nuevo.
Es un pastor que proclama no sólo a un Salvador, sino a un Rey.
Invertir el contenido
Dar marcha atrás al evangelio significa invertir la lógica de la forma habitual que
tiene la iglesia de presentar la buena nueva. El contenido del evangelio hoy en día
en la mayoría de las iglesias trata sobre encontrar el perdón a través de Jesús como
Salvador. El gobierno de Jesús sólo viene después, si es que viene. Para mantenernos
fieles a la lógica evangélica de las Escrituras, debemos invertir el orden.
Inviértalo.
¿Por qué debemos presentar primero a Jesús como Rey? No sólo porque «Jesús
es el Cristo» resume mejor el evangelio en las Escrituras, sino también porque los
beneficios salvadores de Jesús, como el perdón, sólo están disponibles a través de
su gobierno.
La cruz es de suma importancia como parte del evangelio. Pero no es todo el
evangelio. Invertir el orden del contenido para que el Rey aparezca antes que el
Salvador, nos ayuda a evitar reducir el evangelio a una transacción de perdón en la
cruz. La encarnación, crucifixión, resurrección, entronización y derramamiento del
Espíritu de Jesús son esenciales para el evangelio. En su regreso final, Jesús el Rey
llevará a su plenitud los beneficios salvíficos asociados a todos ellos.
No sólo debemos invertir el orden y ampliar para incluir todo el contenido del
evangelio, sino que también debemos reorientar el punto de decisión. En las
Escrituras, cuando se presenta el evangelio, se anima a quienes lo escuchan a
responder arrepintiéndose, prometiendo fe y bautizándose (véase He. 2:38; 3:19;
19:4-5). Hoy no debería ser diferente. Pero el objetivo de la «fe» y el propósito del
bautismo dentro de ese punto de decisión han sido mal enfocados.
Una vez que nos damos cuenta de que el contenido básico del evangelio es la
llegada del reino de Dios a través del reinado cósmico por parte de Jesús, resulta
obvio que la «fe» no se limita a la confianza mental en la expiación de Jesús, sino
que implica jurarle lealtad corporal como Rey. Un punto de decisión que se centre
en creer en (o confiar en) Jesús para obtener el perdón es demasiado estrecho —no
es una respuesta al evangelio— a menos que también se ceda a su soberanía.
Debemos volver a apuntar hoy pidiendo a la gente que jure lealtad en lugar de
pedirles simplemente que confíen.
¡Reordene!
58
Estoy describiendo el proceso típico del Nuevo Testamento, pero es sabido que hay excepciones.
Por ejemplo, el don del Espíritu Santo se retiene temporalmente a los que se bautizan cuando el
evangelio es aceptado en Samaría (He. 8:14-17) y llega antes del bautismo en agua cuando los
gentiles entran por primera vez en la iglesia (He. 10:44-48). Estos casos extraordinarios muestran
que Dios está orquestando la expansión del alcance salvador del evangelio a medida que se
desplaza de Jerusalén a Samaría y luego a todas las naciones.
59
R. Alan Streett, Caesar and the Sacrament: Baptism: A Rite of Resistance (Eugene, OR:
Cascade, 2018), 105.
que un pastor o sacerdote pronuncie palabras sobre nosotros, deberíamos jurar
lealtad a Jesús cuando somos bautizados.
Nos «arrepentimos» (metanoia) de nuestros pecados apartándonos de lealtades y
agendas impías y jurando lealtad al Rey Jesús en su lugar. Mientras tanto, «fe» o
«creencia» (pistis) en el Nuevo Testamento también puede significar fidelidad y
lealtad. Así pues, cuando el Nuevo Testamento afirma que nos salvamos por fe,
debemos reconocer que no sólo se trata de confiar en la obra salvadora de Jesús, sino
también de comprometemos a prestarle lealtad corporal como Rey.
_______________________________
Debemos jurar lealtad al Rey Jesús
cuando nos bautizamos.
_______________________________
¡Cambie de prioridad!
El cielo es una breve pero deliciosa escala a la luz de la eternidad. Nuestro destino
final como humanos no es el cielo, sino la resurrección en una creación radicalmente
renovada. Cuando nos expandimos más allá del contenido y del punto de decisión,
al tiempo que tenemos en cuenta las preocupaciones del grupo, también necesitamos
afinar la forma en que hablamos de los propósitos del evangelio.
Propósito impreciso del evangelio: Necesita confiar en Jesús para poder estar
con Dios para siempre en el cielo cuando muera.
¡Recalíbrelo!
En comparación con la forma en que se suele presentar el evangelio hoy en día, ¿qué
significa dar un giro total al evangelio? Cuando hayamos reconfigurado todo lo que
hemos discutido anteriormente —el contenido, el punto de decisión, la
individualización y los propósitos del evangelio— entonces podremos combinarlos
para ofrecer una invitación completa del evangelio al revés.
Una inadecuada (pero típica) invitación del evangelio completo: Jesús murió
por sus pecados. Confíe en Jesús como Salvador para obtener el perdón
personal. Entonces será salvo y podrá ir al cielo. También será liberado para
poder ser su discípulo y someterse a su gobierno. Una vez que confíe, será
salvo pase lo que pase. Pero debe bautizarse y unirse a una iglesia, para que
pueda ser un mejor seguidor de Jesús.
¡Inviértalo!
Por favor, relea las invitaciones del evangelio «inadecuado» frente a la otra
propuesta con atención. Reflexione sobre ellas. Las diferencias son sutiles, pero de
vital importancia. Le animo a interiorizar la mejor presentación, quizá incluso a
memorizarla. Gran parte del equipamiento práctico de este libro se consolida en esa
comparación.
Abrí este capítulo con la historia de un intento de compartir el evangelio en un
evento de baloncesto juvenil. Sin duda, usted intuyó que había muchas cosas mal en
ello, ya que era inapropiadamente coercitivo e irrespetuoso con los no cristianos.
Pero esperemos que esta sección haya expuesto los problemas teológicos
subyacentes. Esa presentación seguía el patrón básico del ejemplo «inadecuado»
anterior, aunque era tan atrozmente mala que sólo se centraba en confiar en Jesús
como Salvador para obtener el perdón y ni siquiera hacía un llamado al discipulado.
El evangelio real —es decir, el que se encuentra en las Escrituras— invierte la
lógica de la presentación típica de hoy al hacer hincapié primero en la realidad del
gobierno de Jesús y, en segundo lugar, en cómo la lealtad trae consigo la restauración
salvadora. Cuando comprendemos e interiorizamos la lógica del evangelio actual,
estamos preparados para dar testimonio de Jesús el Rey con eficacia hoy.
Debe entenderse que al sugerir esta «mejor» invitación al evangelio, estoy
interesado principalmente en transmitir la lógica del evangelio. La he reducido a lo
esencial en un intento de exponerla. De un modo u otro, sostengo, la lógica
subyacente de esta mejor invitación debe guiar nuestra evangelización. Pero, por
supuesto, una presentación real del evangelio no tiene por qué seguir este patrón
exacto ni utilizar estas palabras de forma servil. Debería ser mucho más personal,
excitante y hermoso.
Belleza empañada
Pero sí creo que ciertos modelos de presentación del evangelio son más o menos
eficaces. Por ejemplo, hoy en día suele ser menos eficaz comenzar con la situación
personal: advertir que el individuo no salvo es injusto debido al pecado y está bajo
el juicio de Dios. A pesar de su veracidad, este suele ser un punto de partida
imprudente por tres razones.
En primer lugar, dado que la mayoría de los incrédulos son escépticos sobre el
juicio final y la voluntad de Dios de castigar —y no creen necesariamente en la
Biblia—, las advertencias sobre el infierno hacen poco por persuadir.
En segundo lugar, tales advertencias son especialmente ineficaces entre los
oyentes que ven destellos de asombrosa belleza en medio del quebranto de la
creación. Y aún más, si a estos oyentes se les ha dicho repetidamente que son
pecadores sin esperanza, pero que si sólo confían mentalmente en Jesús como
Salvador entonces todo estará bien personalmente —pero que todo el resto de la
belleza dentro de la hermosa creación de Dios está destinada al fuego. Una imagen
bíblica más real del resultado final de la creación es una fusión relacionada con el
refinamiento, seguida de una restauración basada en la obra de la nueva creación de
Dios (e.g., 1 Cor. 3:11-15; Heb. 10:26-29; 2 Pe. 3:10-13; Ap. 20:7-21:2).
En tercer lugar, y lo que es más vital, las funestas advertencias de castigo personal
tras la muerte fallan porque no hablan primero verdaderamente de los motivos de
Dios al dar el evangelio. Aquellos que han sido amedrentados por teologías que
hacen demasiado hincapié en la inutilidad necesitan especialmente escuchar la buena
noticia del amor de Dios antes de ser golpeados con la mala noticia de la condena.
Aunque la advertencia personal tiene un lugar válido en la evangelización, no es
un buen punto de partida. Creo que esto es cierto, aunque estoy de acuerdo en que el
rescate personal eterno de la muerte y el castigo es un beneficio enormemente
importante del evangelio. Es más sensato dar a los propósitos básicos de Dios al dar
al evangelio un primer plano en nuestro evangelismo: Dios ama a los seres humanos
y a su creación, y quiere restaurar a ambos.
Por lo tanto, una buena estrategia es evangelizar hacia atrás para despertar la
conciencia del amor de Dios. Incluso para aquellos que no creen que Dios exista,
podemos empezar con la belleza, la bondad y la verdad. Esto funciona porque la
creación revela las cualidades invisibles de Dios a todo el mundo, incluso a aquellos
que lo rechazan (Rom. 1:19-20). Los humanos estamos en bancarrota de
razonamiento y oscurecidos de entendimiento, de modo que no podemos salvarnos
sin la gracia de Jesucristo (Rom. 1:21, 28; 3:23-24). Pero una vez que se ha dado el
don de la gracia del Rey —y ahora se ha dado—, tanto Jesús como Pablo dicen que
la luz atrae incluso a los que no son creyentes (véase la discusión en el capítulo 6).
Como cuando una lámpara ilumina la oscuridad, los no cristianos se ven favorecidos
cuando los cristianos les ayudan a aumentar su apreciación de la belleza, la bondad
y la verdad.
Personalizar la restauración
Liderar con belleza, bondad y verdad tiene sentido porque están universalmente
disponibles. Pero esa no es su única ventaja. Son especialmente eficaces porque
resuenan con el propósito restaurador del evangelio. Un mayor sentido de la belleza
original agudiza la conciencia de la decadencia presente y amplifica el anhelo de
restauración.
Estamos más motivados para responder al evangelio cuando detectamos algo
bueno pero dañado, algo que llegamos a esperar que la lealtad a Jesús el Rey pueda
devolver a la gloria. Por esta razón, los cristianos deben apresurarse a señalar el
esplendor empañado.
El algo bueno pero dañado que necesita restauración variará para cada persona.
Puede ser social —experiencias de amistad verdadera en medio de la experiencia
general de aislamiento o dolor en las relaciones. Puede ser estético —la belleza de
la creación antes de que fuera devastada. Puede ser teológico —una conciencia
inquebrantable de la bondad de Dios a pesar de oír a la gente burlarse de él. Puede
ser intelectual —las elegantes verdades de la física en medio del caos del mundo. La
mayoría de las veces es personal —la sensación de que realmente soy una persona
honorable, o al menos de que podría serlo si pudiera salir de debajo del peso de mis
vergonzosos fallos morales y de mis elecciones perjudiciales.
Cómplices
Dirija con lucha y derrota, pero anuncie claramente a Jesús y sus victorias. Tanto los
de adentro como los de afuera elegimos a Jesús el Rey cuando estamos convencidos
de que nuestro autogobierno es parte del problema y de que la lealtad a él puede
reparar algo valioso. Con la ayuda del Espíritu, seguimos siendo cristianos
persistiendo en esta elección. En otras palabras, nos arrepentimos y expresamos
fidelidad.
De nuevo, el testimonio personal es clave. Cuente cómo la fidelidad a Jesús el
Rey le está transformando a usted y a su comunidad de modo que se está restaurando
la dignidad. Explique cómo el ejemplo de Jesús en forma de cruz le ayudó a servir a
su jefe de modo que su actitud hacia el trabajo está empezando a cambiar. Detalle
cómo pudo finalmente perdonar a su hermana. Cuente cómo su grupo pequeño le
llamó la atención por su falsa autovergüenza y le ayudó a encontrar la estima por la
persona en la que se está convirtiendo en el Rey. Comparta la victoria que
experimentó sobre la tentación sexual durante una temporada.
Cuando testifique personalmente de las victorias de Jesús, anuncie que las cosas
todavía no son perfectas. La autenticidad importa. Sea sincero acerca de dónde
todavía está luchando vergonzosamente. Recuérdese a sí mismo y a los demás:
cuando muero a mí mismo por mi Rey, encuentro verdaderamente vida abundante;
pero nunca es completa, cómoda ni fácil. Haga hincapié en que la lealtad trae consigo
una curación real, pero que es una batalla gradual y difícil. A veces se pierde el
equilibrio. Pero la lealtad al Rey le mantiene luchando por ascender.
Lealtad para la restauración de la gloria
Tanto los de afuera como los de adentro del cristianismo se sienten más motivados
a responder al evangelio cuando detectan que la restauración se está produciendo
realmente en torno al Rey Jesús y a través de él. Dado que cada uno de nosotros ha
sido creado para llevar la fama de Dios a la creación, nuestro deseo de restauración
de la gloria para nosotros mismos, la cultura, la creación y Dios puede ser despertado
por el don de Dios de Jesús el Rey. Así que, con fe y esperanza, nos unimos al Jesús,
el que vive eternamente.
Compartamos las buenas nuevas con propósito. Por su amor sin límites, Dios nos
dio el evangelio. Sólo Jesús el Rey es capaz de restaurar el honor que Dios nos ha
dado para que podamos llevarlo localmente a la creación. Pero Jesús hace más que
restaurar. Él realza nuestra reputación y la de la creación. Puesto que Dios es su
fuente, este honor realzado redunda en la gloria última de Dios.
¿Por qué el evangelio? Debido a su amor por toda la creación, Dios la rescata
mediante el don bondadoso de un Rey. La lealtad a Jesús el Rey tiene como resultado
la vida ahora y para siempre. Cuando los seres humanos transformados reinan
gloriosamente para siempre con el Rey, entonces la creación, los seres humanos y,
sobre todo, Dios son debidamente honrados como Dios pretendía.
Alabemos a Jesús el Rey, el restaurador de la gloria, ¡ahora y para siempre!
1. Este capítulo comenzó con una historia de evangelismo que salió mal. ¿Cuál
es el ejemplo de evangelismo más lamentable que ha experimentado? ¿Cuál
habría sido una forma mejor de compartir el evangelio en esa circunstancia
concreta?
2. Vuelva a leer las invitaciones «inadecuadas» al evangelio frente a las
«mejores». Para ayudarle a usted (o a su grupo) a interiorizar las diferencias,
intente explicar cómo cada una maneja de forma diferente el contenido, el
punto de decisión, la individualización y los propósitos del evangelio. ¿Cómo
puede tomar medidas prácticas a partir de ellas para lograr una mejor
presentación del evangelio?
3. ¿Está de acuerdo en que la situación personal no suele ser el mejor punto de
partida para compartir el evangelio hoy en día? ¿Por qué sí o por qué no?
4. ¿Cómo podría mejorar la evangelización el hecho de apreciar la verdad, la
belleza y la bondad en el mundo? Piense en tres o cuatro cosas que usted (o
su grupo) puede hacer localmente este mes para aumentar su apreciación por
estas cosas.
5. Piense en dos o tres ejemplos diferentes de comportamientos pecaminosos que
se dan con frecuencia hoy en día. ¿De qué manera el daño causado deshonra
a los seres humanos, a la creación y a Dios? Cuando se logra la restauración
al pleno honor con y bajo Jesús el Rey, ¿cuál es el proceso y el resultado final
en cada caso?
6. ¿De qué maneras usted es cómplice del daño y el quebrantamiento? ¿De qué
manera el Rey trae la restauración? ¿En qué áreas de su vida sigue siendo más
urgente la restauración? ¿Cómo puede su historia de quebrantamiento
convertirse en una oportunidad evangélica?
7. Piense en tres personas que cree que necesitan oír o volver a oír el evangelio.
¿Qué es ese algo bueno pero dañado que cada uno reconocería y apreciaría
fácilmente? Imagine qué forma podría adoptar una conversación sobre Jesús
el Rey con cada una de ellas. Comprométase a orar por cada uno de ellos.
8. Al final, ¿por qué el evangelio? Es decir, ¿por qué dio Dios el evangelio? ¿Y
por qué el evangelio sigue siendo hoy la mejor noticia posible?
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