Plan de Pastoral MARCO DOCTRINAL - BORRADOR

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PUEBLO DE DIOS,

IGLESIA EN EL
MUNDO

PLAN DIOCESANO
DE PASTORAL
2024-2034

DIÓCESIS DE SOLOLÁ-CHIMALTENANGO
INTRODUCCIÓN
Al hacer una lectura de los signos de los tiempos con la mirada de ojos abiertos desde
la fe, nos apremia el caminar de la Iglesia que nos invita a través del presente pontificado a
caminar en unidad bajo la guía del Magisterio que no deja de actualizar el mandato de Dios
en bien de la humanidad para la vida plena en Jesús, nos dirá el documento de Aparecida.
Desde que se ha buscado revitalizar la misión evangelizadora de nuestra diócesis con
el segundo y último plan diocesano de pastoral han pasado ya cuatro años después de su
vigencia, sin embargo, la lectura que hace de la realidad y la parte criteriológica siguen
apremiándonos porque no hemos podido evidenciar una verdadera conversión pastoral y
misionera. Se unen a esta dificultad dos situaciones más: la pandemia que nos dejó varados
en el camino porque no supimos cómo asumirlo, y posterior a ello, la revisión nuevamente
de la realidad de la diócesis, que no terminamos de asentarla en nuestra visión pastoral.
Nos encontramos aquí, con este plan de la diócesis que se proyecta para los próximos
diez años, porque pretendemos replantear el caminar de la diócesis no sin la presencia e
inspiración del Espíritu quien, por Jesús y la Iglesia, «hace nuevas todas las cosas» (Ap 21,
5). Nos lo replanteamos desde las reflexiones en torno a la realidad de la Diócesis ya
realizadas en las asambleas parroquiales de pastoral; se unen también las últimas asambleas
diocesanas, especialmente la última; y, no son menos las reflexiones y conclusiones para la
etapa de la consulta diocesana para el Sínodo sobre la sinodalidad.
Entonces, ¿hacia dónde somos llamados a dirigir nuestros pasos? Análogamente lo
podemos comprender desde la experiencia del médico que, para curar las enfermedades de
sus pacientes, ha de actualizar sus conocimientos, de lo contrario, estos pueden morir ya que
las enfermedades y los virus mutan constantemente. Además, también aparecen nuevos, y
por ello, es necesario estar a la altura del reto que suponen para asumirlas y buscar una vida
plena para los hombres y mujeres. El médico es la Iglesia, es decir, todos y cada uno de
nosotros, las enfermedades son todas las debilidades religiosas y humanas que se han
expresado y que no asumimos como Iglesia; actualizar los conocimientos, finalmente, es
toda la expresión Magisterial del tiempo presente que nos marca el camino y que hemos de
conocer para caminar en sintonía.
Conociendo, por un lado, la realidad de nuestra diócesis y de los males que la aquejan,
y por otro, recurriendo a lo que la Iglesia nos invita a considerar, sobre todo a través del
movimiento sinodal, buscaremos proyectarnos como Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo.
Esto, para no quedarnos a vivir nuestra religiosidad de manera intimista, a pretender conocer
a Dios y quedárnoslo solo para nosotros, sino para darlo a conocer al mundo que también
necesita de Dios, de su salvación y liberación, no solo después de esta vida, sino también
mientras peregrinamos por este mundo. Esto no sucederá, ciertamente, si pensamos que,
como conocedores de Dios y asiduos practicantes de los sacramentos, no vamos fuera, hacia

2 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


el mundo, considerando que corremos el peligro de contaminarnos, de ensuciarnos, de
perdernos, de que el mundo nos absorba. A esto invita constantemente el papa Francisco: «a
no tener miedo de ir fuera, hacia las periferias, físicas y existenciales de la humanidad» (cf.
EG 20, 30, 46, 63, 191). Cuando el papa Benedicto XVI habla de la esperanza entendida
como redención, con mucha elocuencia hace alusión a la situación de los de Éfeso que
«estaban sin esperanza porque estaban en el mundo sin Dios» (cf. Spe salvi 2007, 3). Sin
embargo, si nos quedamos con ello nada más, corremos el peligro de desentendernos de las
realidades temporales viviendo un Dios sin mundo. En la misma sintonía nos hablaba
fuertemente el papa Juan Pablo II en su visita a Guatemala ¡No más divorcio entre fe y vida!1
La invitación, por lo tanto, sigue siendo actual, y las realidades de nuestras parroquias
reclaman nuestra presencia para trasformar el mundo, para construir una humanidad nueva.
Por eso, bajo estos nuevos impulsos del Espíritu reemprendemos nuestro camino como
Pueblo de Dios, porque a todos compete esta tarea evangelizadora, no solo a los sacerdotes
o religiosos; es tarea de todos.
Considerando panorámicamente lo dicho hasta ahora nos ceñimos hipotéticamente a
los que la Comisión teológica internacional (CTI) nos dice en el documento La sinodalidad
en la vida y misión de la Iglesia: caminar todos en sinodalidad para la misión evangelizadora
podrá ser posible si, a través del camino sinodal, se busca una conversión pastoral y
misionera que favorezca la renovación en la mentalidad, en las actitudes, en las prácticas
y estructuras; solo así podrá asumirse fielmente la vocación eclesial. Redescubrir esta
vocación a través de la conversión personal, pastoral y misionera ayudará a no concentrar la
pastoral solo en el clero, a apreciar los dones y carismas del Espíritu en cada uno de los fieles
y a valorar, finalmente, las competencias espirituales y humanas de todos los fieles en el
ámbito misionero. (cf. CTIsin 104-105; LG 37).
Siendo esté el requerimiento de la Iglesia de hoy, ¿cómo perfilamos nuestro objetivo
diocesano para el siguiente decenio? El objetivo no diverge del plan anterior.
Objetivo general
Impulsar, desde el actual Magisterio y la interiorización de la Palabra de Dios, una
diócesis que, a partir de un auténtico encuentro con Jesucristo, la parroquias, comunidades,
grupos y movimientos vivan, por un lado, la comunión a través de la reconciliación y la
cercanía, y por otro, revitalicen e impulsen la misión evangelizadora a través de la conversión
personal y pastoral, de tal manera que sean capaces de responder a los desafíos de nuestro
tiempo para ser verdaderamente Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo para la vida plena en
Jesucristo.

1 Cf. JUAN PABLO II,Homilía del Santo Padre Juan Pablo II. Celebración de la Palabra en el
Campo Marte (07-03-1983), disponible en https://www.vatican.va/content/john-paul-
ii/es/homilies/1983/documents/hf_jp-ii_hom_19830307_campo-di-marte.html [13-01-2023].
3 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo
Objetivos específicos del plan
Describir el contexto actual de la diócesis evocando, por un lado, la realidad social,
política, económica, cultural y religiosa, y por otro, referir la respuesta con la cual la misma
diócesis se ha expresado pastoralmente ante dicha realidad.
Presentar los criterios del Magisterio actual con los cuales la Iglesia nos ilumina para
asumir diocesanamente la realidad de nuestra Iglesia particular.
Proponer líneas de acción para que, considerando la realidad diocesana y las luces del
Magisterio, seamos capares de responder a los desafíos actuales y seamos Iglesia en el
mundo.

Sobre el método, los mismos objetivos específicos nos lo dicen: ver, juzgar y actuar;
no es nuevo, pero ha demostrado su funcionalidad.

4 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


JUZGAR-Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo
Al ver el panorama en el marco de la realidad podemos quedar desconcertados por los
muchos desafíos que reclaman nuestra atención. Aunque sea ese el panorama, nos lanza hacia
adelante la esperanza de considerar cada desafío como una oportunidad para que la fuerza de
Cristo, por su gracia, se manifieste perfecta en la debilidad (cf. 2 Cor 12, 9).
Al ser guiada por el Espíritu Santo, la Iglesia experimenta constantemente el impulso
vivo de quien la vivifica permanentemente. Es por eso que, aunque los desafíos nos abrumen,
es Dios quien sale a nuestro encuentro para caminar junto a nosotros y consolar nuestros
desasosiegos. Es, de alguna manera, lo que el apóstol San Pablo experimentó cuando veía la
presencia de Dios en medio de la fragilidad que suponía llevar los tesoros en vasijas de barro.
De esa experiencia es que con plena convicción nos dice: «es para que aparezca que una
fuerza extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2 Cor 4, 7). Y continúa diciendo que
podemos sentirnos atribulados en todo, pero no hemos de vernos aplastados, perplejos, mas
no desesperados; perseguidos, mas no abandonados, derribados, más no aniquilados (cf. 2
Cor 4, 8-9). Es reconfortante, por lo tanto, percibir cómo esta Palabra nos impulsa a no
desesperar en nuestras luchas, en nuestras pretensiones evangelizadoras, en nuestras
propuestas pastorales.
Si por un lado vemos que los desafíos son muchos, por otro, somos conscientes que no
podemos abarcarlo todo específicamente. Es por eso que, después de las consultas y el
discernimiento en nuestras parroquias, grupos, movimientos y pastorales en torno a nuestra
realidad diocesana, el Consejo diocesano de pastoral (CDP), juntamente con el obispo de la
Diócesis, ha considerado direccionar el camino de la misma sobre tres dimensiones
generales: Encuentro con Cristo-Discipulado, Fraternidad-Vida de comunidad, Desarrollo
humano integral; todo ello, apuntando hacia el modo de ser Pueblo de Dios, Iglesia en el
mundo, ya que—como dice el Concilio—«es la persona del hombre la que hay que salvar.
Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el
hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad» (GS 3)
quien será el destinatario de la redención.
De cara a esto es que nos detendremos a explicar brevemente en qué consiste,
inicialmente ser Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo, y luego, las dimensiones generales:
encuentro con Cristo y discipulado, fraternidad y vida de comunidad y, finalmente, desarrollo
humano integral.

5 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


1. Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo
El texto de la constitución pastoral Gaudium et spes mencionado anteriormente nos
ilumina para comprender el misterio de la Iglesia, «que es en Cristo como un sacramento, o
sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano»
(LG 1). Y es que, como el nombre mismo de la constitución pastoral lo evoca, la Iglesia, en
este sentido, viene a ser alegría y esperanza para el género humano y la creación entera. Un
Pueblo expectante que, aunque ha recibido las primicias del Espíritu, gime en su interior,
aguardando la adopción filial… en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la
corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 23. 21).
La Iglesia, por lo tanto, es quien hace descubrir al hombre constantemente la
sublimidad de su existencia; una sublimidad reconocida, sobre todo, en el misterio de la
Encarnación del Hijo de Dios. La misma constitución pastoral lo afirma: cuando dice que el
misterio del hombre se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Y continúa Gaudium
et spes.
«Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo
nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y
de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí
expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona» (GS 22).
Si Jesucristo y el misterio de su Encarnación son el referente para redimir a la
humanidad y librarla de las ataduras del mal, la Iglesia, al modo del Hijo de Dios Encarnado,
también está llamada a reivindicar el propósito de Dios que es la vida plena en Jesús. Si el
punto de mira para Dios ha sido el hombre, también la Iglesia, sin dejar de alabar a su Dios
como libre correspondencia al amor inmerecido, está llamada también en su misión a redimir
la humanidad. El mundo, por lo tanto, es la humanidad a la que Dios mira con benevolencia,
condescendencia y misericordia. Esta es la imagen que la Iglesia necesita redescubrir: «la
verdadera imagen que Dios tiene del hombre, es decir, la antropología de Dios»2.
Desde esta perspectiva podría decirse que el misterio de la Iglesia, de la cual nos habla
la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, puede ser comprendido teniendo
delante la Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo, ya que ella, la Iglesia, no es para sí misma, sino para el Reino, como

2 E. BUENO DE LA FUENTE, La revolución antropológica. ¿Más allá del humanismo..?, Burgos


2020.

6 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


sacramento de salvación para todos los hombres. Un Reino que no esperamos solamente
después de esta vida, sino un Reino que ya está entre nosotros (cf. Lc 17, 20).
¿Quiénes, entonces, conforman esa Iglesia de la cual decimos ha de ser en el mundo?
Todos los fieles que hemos adquirido la identidad de hijos de Dios por el Bautismo. Esto es
lo que vuelven a recordar los documentos referentes al Sínodo sobre la Sinodalidad cuando.
Lumen gentium afirma:
«Los miembros del Pueblo de Dios están unidos por el Bautismo y aun cuando algunos,
por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios
y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la
dignidad y a la acción común a todos los Fieles en orden a la edificación del Cuerpo de
Cristo» (LG 32).
De este referente magisterial es que hablamos de participación y corresponsabilidad
de todos los fieles: laicos y ministros ordenados; partícipes y corresponsables del misterio de
Dios. A partir de esta pertenencia es que podemos comprender cómo la Iglesia, Pueblo de
Dios, está llamada a asumir la tarea de serlo en el mundo. Puede surgir la tentación de seguir
con la idea de una marcada escisión entre el clero y los laicos: que los laicos son solo para el
mundo y el clero solo para administrar los sacramentos a los fieles. Sin embargo, es claro
que también el clero ha de estar y ser en el mundo. La exhortación apostólica Christifideles
laici, al hablar de la índole secular y los laicos no descarta que la totalidad del Pueblo de Dios
implica la participación del clero, ya que éste es parte de la vida en medio del mundo. El papa
Francisco recalca esta idea cuando dice que las Iglesia tienen que ser de puertas abiertas, los
pastores han de ser pastores con olor a ovejas. Es por eso que todos, el clero y los laicos,
aunque en la diversidad de carismas y ministerios, pero por la igual dignidad que proviene
del Bautismo, están llamados a ser hombres y mujeres de Dios en el mundo, para el mundo,
desde el mundo, es decir, en las realidades temporales. Aunque la exhortación apostólica
nos dice que los laicos participan de una forma peculiar en las realidades temporales, no deja
de decirnos que es una tarea de todos los miembros.
«La Iglesia, en efecto, vive en el mundo…y es enviada a continuar la obra redentora
de Jesucristo…Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su
dimensión secular; pero lo son de formas diversas. En particular, la participación de
los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de función, que, según el
Concilio, «es propia y peculiar» de ellos» (ChL 15).
¿Cómo ser Iglesia en el mundo? Ser iglesia en el mundo requiere, por otro lado, no
pretender imponer la propuesta de Dios a modo de sometimiento de tal manera que,
considerando que somos santos (la Iglesia) impongamos la conversión a los pecadores

7 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


(mundo), condenando y amenazando incluso por su falta de atención. De cara a ello es
necesario recordar que nos corresponde ser solamente anunciadores y misioneros del
Evangelio, cual si fuéramos esparcidores de la semilla; se trata de dejar que Dios haga
germinar la semilla y crecer la planta (cf. Mc 4, 26-28). Una vida en el mundo implica la
relevancia de una comunicación de diálogo y discernimiento a la luz del Espíritu Santo en el
que todos y cada uno sean indispensables y no ya desde la visión que concibe a la Iglesia
como institución que tiene que, simplemente, influir sobre sociedad3. De esto surgiría—dirá
J. Martín Velasco—el empeño de la Iglesia «de defenderla como institución, sus derechos,
zonas de influencia, sus plataformas de acción, para asegurar la realización de su finalidad:
atraer la sociedad a Dios, atrayéndola a la Iglesia»4. Una visión contraria, sin duda alguna, a
lo que el papa Francisco invita a considerar cuando habla del anuncio del Evangelio como
derecho para todos: «Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como
quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un
horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por
atracción» (EG 14). No se trata, por lo tanto, de buscar simplemente reafirmar la Iglesia o
atraer al mundo hacia sí, sino de salir a los caminos como buen samaritano para curar las
heridas de los malheridos, de los que sufren, de los que buscan a Dios.
El diálogo comunicativo de la Iglesia ha de ser lo que Dios en su Hijo encarnado es
para la humanidad: Él ha sido el Dios con nosotros, el Dios entre nosotros, el que camina
junto a la humanidad; el Dios con nosotros que, desde la lógica del amor, camina con los más
pobres y desvalidos, los desterrados y denigrados por la sociedad, incluso por la religión. Es
visibilizar en el tiempo presente lo que Jesús proclamó al entrar en la sinagoga de Cafarnaúm
cuando le fue dado el texto del profeta Isaías:

3 Ya en Ecclesiam suam de 1964, el papa Pablo VI, sin la pretensión—como él mismo lo


manifestó—de inmiscuirse o establecer doctrina para el concilio, hacía mención de ese diálogo que
la Iglesia necesitaba establecer con el mundo contemporáneo. De los 54 numerales con que cuenta el
documento, 23 de ellos los dedicó a esa necesidad del diálogo que, como actitud, la Iglesia debe tener.
La Iglesia de Dios ha de tomar conciencia de sí misma y de la conversión que han de asumir sus
miembros, esto, comenzando por la capacidad de diálogo. (cf. ES 31); Aunque en tiempo y contexto
distintos, también el papa Francisco dedica todo el capítulo sexto de Fratelli tutti al diálogo. Solo en
el diálogo fraterno en medio de la sociedad es que puede contribuir a la construcción de un mundo
nuevo, a vivir mejor con un sabor a Evangelio (Cf. FT 198-224).
4 J. MARTÍN VELASCO, “El Vaticano II, fuente de renovación pastoral”, Misión joven 427-427,
(2012) 15-23.

8 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


«El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la
Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos…Comenzó, pues, a decirles: Esta Escritura, que acaban
de oír, se ha cumplido hoy» (Mc 4, 18. 21).
Somos llamados a asumir y continuar la misma misión de Jesús bajo la inspiración del
Espíritu que es quien vivifica y guía a su Iglesia. Asumir la misión, no como quien lleva
sobre sí una carga, sino como quien tiene la experiencia del encuentro con Cristo y se siente
dichoso e impulsado para comunicar a otros la alegría de la Buena Noticia de Jesús, la alegría
del Evangelio.

2. Del encuentro con Cristo al discipulado

«Fijándose en Jesús que pasaba, dice: He ahí el Cordero de Dios.


Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscan?» Ellos le
respondieron: Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?
Les respondió: Vengan y lo verán.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron
con él aquel día. Era más o menos la hora décima» (Jn 1, 36-39).

El texto evangélico que preside este apartado nos acerca y justifica a lo que
primordialmente ha de buscarse permanentemente en la vocación cristiana: un verdadero
encuentro con Cristo a través de la Palabra de Dios. No puede haber un verdadero encuentro
si no es en la contemplación, reflexión, discernimiento e interiorización de esta Palabra. Esto
es lo que advierte el papa Francisco cuando en Evangelii gaudium nos invita a redescubrir
constantemente el amor de Jesús para ser discípulos evangelizadores:
«La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido,
esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué
amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo
conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en
oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos» (EG 264).
De aquí surge la mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio. Se trata de
contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Para eso urge
recobrar un espíritu contemplativo al escudriñar los Evangelios, que nos permita redescubrir
cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva.
Se trata, por lo tanto, de contemplar toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus
9 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo
gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total. Si
esto, por otro lado, no se cultiva, pronto se pierde el entusiasmo y se deja de estar seguro de
lo que transmite. El misionero empieza estar falto de fuerza y pasión en la pastoral
evangelizadora y termina buscándose a sí mismos imponiendo los criterios simplemente
humanos (cf. EG 264-266).
Decía en su momento el papa Benedicto XVI «No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE 1). Un
verdadero encuentro con Cristo en la Palabra es lo que demarca el punto de inflexión de un
cristianismo estigmatizado, quizá, por la vivencia superficial de cumplirle a Dios y la Iglesia
por el solo deseo de salvar el alma sin buscar la vida plena en Jesús. Lejos de remitirnos a un
simple cumplimiento de normas y leyes en la vida cristiana, los hombres y mujeres de
nuestros pueblos tienen sed de vida y felicidad en Cristo porque no quieren andar en sombras
de muerte, no quieren ser presa de las ataduras del mal, sino libres, con la libertad de los hijos
de Dios (cf. DA 350).
Si acaso vemos en nuestras parroquias y comunidades diocesanas indiferentismo
religioso, objeta aún más el hecho de comulgar con la Palabra y la Eucaristía, sobre todo en
nuestras misas dominicales, y no promover y vivir la comunión fraterna y comunitaria. En el
marco de la realidad se expresaba claramente cómo muchos lugares de la diócesis las
espiritualidades, los grupos y movimientos viven enemistados, en discordia, aun siendo las
Iglesia u oratorios vecinos en el mismo caserío, aldea o parroquia. En la mayoría de los casos
los hermanos miembros de los mismas están de buena fe y siguiendo el consejo de los
pastores y dirigentes; hemos sido nosotros, dirigentes y pastores, quien bajo criterios
solamente humanos marcamos el rumbo, no siempre correcto, de nuestras comunidades. Por
eso nos preguntamos ¿estará Cristo allí? ¿Buscamos el encuentro personal y verdadero con
Cristo para nuestros pueblos vivan en comunión? Ser discípulo del Señor implica irse a vivir
con Él para ver en dónde vive. A partir de este discipulado ha de evitarse la tendencia a vivir
la vida de piedad solo cuando se está dentro de la Iglesia, mientras se celebran los
sacramentos, de lo contrario, habrá una continuidad en la separación entre la fe y la vida.
Es por eso que se nos pide asiduidad en el encuentro con la Palabra, porque de ella
proviene la vida plena, de ella descubre el ser humano el sentido de su existencia (cf. GS 22),
de ella conoce el amor de Dios por la humanidad (cf. 1 Jn 4, 8-10), de ella descubre su misión
en el mundo. Y porque no nos guiamos por palabras y criterios simplemente humanos es
necesario escudriñar la Palabra para que ninguno resulte «predicador vacío y superfluo de la
palabra de Dios que no la escucha en su interior, puesto que debe comunicar a los fieles que

10 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la Palabra
divina» (DV 25).

3. Fraternidad y vida de comunidad

Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con ustedes?
Vosotros me llaman "el Maestro" y "el Señor", y dicen bien, porque lo soy.
Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies,
ustedes también deben lavarse los pies unos a otros…
Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros.
Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros.
En esto conocerán todos que son discípulos míos:
si se tienen amor los unos a los otros» (Jn 13, 12-14. 34-35).

Se mencionaba anteriormente cómo se participa asiduamente en el pan de la Palabra y


el pan de la Eucaristía, lo mismo que el Señor hacía con sus discípulos. Sin embargo, hace
falta dar el salto para hacer plena tal participación viviendo la comunión con nuestros
hermanos. La Carta Encíclica Fratelli tutti del papa Francisco, haciendo eco a las palabras
de Gaudium et spes, recuerda:
«Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni
puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni
siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los
otros: Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico
con el otro. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida
subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la
muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el
contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir
como islas: en estas actitudes prevalece la muerte» (FT 87).
Es grato percibir cómo nuestras comunidades, grupos, movimientos, pastorales y
parroquias participan de la vida sacramental, participan de la vida de Iglesia, son asiduos a
la vida de piedad, a las capillas de adoración perpetua, no obstante, cuestiona el hecho de que
entre nuestros grupos y comunidades sean recurrentes las divisiones.
Nuestras parroquias, nuestras aldeas, nuestra pastoral, experimentan divisiones
materializadas en el, incluso, no te puedo ver, en el construir oratorios y templos que, aunque
11 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo
están cercanos físicamente denotan objetivamente distancias por las diferencias. ¿Qué nos
hace falta? ¿Por qué priman las discordias y no la armonía y comunión? Las causas y las
razones hemos de leerlas a la luz de la Palabra de Dios. Esto es lo que sugieren los obispos
en las conclusiones después de la primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe
Hacia una Iglesia sinodal en salida a las periferias:
«Estamos llamados a leerlos y discernirlos (las causas, las razones y desafíos) a la luz
de nuestra fe, que busca descubrir en los acontecimientos los signos verdaderos de la
presencia o del designio de Dios (GS 11). El discernimiento evangélico es la
interpretación que nace a la luz y bajo la fuerza del Evangelio, del Evangelio vivo y
personal que es Jesucristo, y con el don del Espíritu Santo (PDV 10). El
discernimiento tiene que realizarse con gran apertura interior al Espíritu, que sopla
donde quiere. El Espíritu de Jesús obra en la historia de nuestro mundo herido,
renueva la faz de la tierra, suscita vida nueva en situaciones de muerte» (Hacia una
Iglesia sinodal en salida a las periferias n.137-138) 5.
Si acaso nos preguntábamos hace un momento sobre lo que nos hace falta para
generar más vida fraterna y de comunión en nuestras comunidades, grupos, movimientos y
pastorales, la respuesta la encontramos en esa gran apertura interior al Espíritu a través de la
Palabra. Se trata de vivir la participación eclesial, no como espectadores que suelen solo
llegar a escuchar a los predicadores de nuestras comunidades o a los sacerdotes que presiden
la Eucaristía, sino de favorecer también espacios de discernimiento e interiorización de la
Palabra para que sea el Espíritu de Dios quien la regenere en medio de los avatares. En este
sentido, si la comunidad, el movimiento, la pastoral o la parroquia experimenta reveces en
su vida fraterna, es conveniente que, recurriendo al método de la conversación en el Espíritu,
de deje iluminar por lo que Dios quiere para regenerar la comunión y la vida fraterna.
Reavivar verdaderamente la fraternidad y la comunión en nuestras comunidades requiere
buscarlo como tal con sinceridad del corazón, alejando pretensiones egoístas, mezquinas y
malsanas de afirmación personal. Esto es lo que recuerda el papa Francisco cuando se ha
sentido inspirado por San Francisco de Asís y nos ha dado Fratelli tutti. Este santo ha
propuesto desde su propia vida una forma de vivirla con sabor a Evangelio; una forma de
vivirla de tal manera que genere una fraternidad abierta, que permite reconocer, valorar y
amar a cada persona (cf. FT 1). Y continúa diciéndonos el papa que San Francisco

5
CELAM. Hacia una Iglesia sinodal en salida a las periferias. Reflexiones y propuestas pastorales a
partir de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, noviembre de 2021, disponible en:
https://asambleaeclesial.lat/wp-content/uploads/2022/10/espanol.pdf [18 de junio de 2024].

12 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


«No hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el
amor de Dios. Había entendido que Dios es amor, y el que permanece en el amor
permanece en Dios (1 Jn 4,16). De ese modo fue un padre fecundo que despertó el
sueño de una sociedad fraterna, porque sólo el hombre que acepta acercarse a otros
seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles a
ser más ellos mismos, se hace realmente padre» (FT 4).
Ha sido justamente en medio de las guerras y miseria en donde el santo «acogió la
verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno
de los últimos y buscó vivir en armonía con todos» (FT 4).
Este es el mismo impulso que experimenta la Iglesia al proclamar la altísima vocación
del ser humano a la fraternidad. A ella dedica su esfuerzo siguiendo el celo evangelizador de
su Maestro. «No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar,
bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio
de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» (GS 3).
Este Maestro y Señor es también quien nos invita a considerar el presupuesto de que
Dios no se cansa de convocarnos a participar de esa comunión Trinitaria; es por la fuerza e
impulso del Espíritu que estamos llamados a vivirla como uno en la diversidad, de tal manera
que podamos ser uno, como Jesús y el Padre (cf. Jn 17, 21-23).
Desde una perspectiva misionera vemos que la propuesta de evangelizar en comunión
nos apremia, de lo contrario, la evangelización puede ir siendo cada vez menos creíble. Se
trata, por lo tanto, de ir haciendo resonar lo que Jesús ha dicho después de haberlo
experimentado Él mismo llevándolo incluso hasta las últimas consecuencias: «En esto
conocerán todos que son discípulos míos: si se tienen amor los unos a los otros» (Jn 13, 35).

4. Desarrollo humano integral


La salvación que, por iniciativa de Dios Padre,
se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo,
es salvación para todos los hombres y de todo el hombre: es salvación universal e
integral. Concierne a la persona humana en todas sus dimensiones:
personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente.
Comienza a realizarse ya en la historia, porque lo creado es bueno y querido por
Dios y porque el Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros (Compendio de la doctrina
social de la Iglesia 38; PP 14).

13 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


El texto del Compendio de la doctrina social de la Iglesia apenas expuesto evoca
sintéticamente la perspectiva hacia la cual dirigir la mirada cuando hablamos del desarrollo
humano integral. No podemos remitirnos solo a la salvaguarda de la dimensión espiritual de
la persona, sino ella misma en su totalidad, de manera íntegra, porque Cristo no ha venido a
redimir solo lo espiritual, sino a toda la persona de manera integral. Es por eso que la misión
de la Iglesia en su ministerio pastoral no puede confinarse entre las paredes de la Iglesia
parroquial, oratorios o capillas, como quien no le interesa la vida cotidiana de cada ser
humano. Si este fuera nuestro único proceder, la de tener una pastoral evangelizadora de
puertas cerradas, significaría renunciar a la tarea de elevar la suerte de todo el hombre y de
todos los hombres en Cristo Jesús, faltando con ello a la voluntad de Dios Creador. Alude,
de alguna manera, a la parábola de los talentos y la dureza del juicio de Dios para con quien
entierra y no cultiva el talento recibido (Mt. 25, 26–28). En esta sintonía es que percibimos
cómo la Palabra sigue iluminándonos, porque el Hijo de Dios encarnado asume toda nuestra
condición humana. «Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los
hombres y apareciendo en su porte como hombre» (Flp 2, 6-7). Es así que la fe
neotestamentaria en Cristo Redentor ilumina la naturaleza del desarrollo y orienta su
realización de todo hombre y de todo el hombre. Además, San Pablo nos recordará que Cristo
es el primogénito de toda la creación; todo fue creado por él y para él; en él reside la plenitud
(cf. Col 1, 15–16. 19). De aquí es que Cristo es la forma definitiva del desarrollo humano
integral (SRS 31).
Desde esta lógica de Dios es que también comprendemos cómo el Pueblo de Dios ha
de ser Iglesia en el mundo. La vida cristiana no se remite a vivirla solo dentro de la Iglesia.
Esta es la insistencia del papa Francisco cuando nos habla de una Iglesia en salida como una
Iglesia de puertas abiertas, la casa abierta del Padre (cf. EG 46-47). Se refiere, por lo tanto, a
ese modo de ser Iglesia, no solo para el mundo, sino dentro del mundo para fermentarla cual
si fuera levadura en la masa. Es por eso que somos convocados a ser, bajo la guía del Espíritu,
los artífices de la transformación del mundo como quien se dispone a hacer fructificar el
talento que Dios le ha dado (cf. Mt 25, 14-30).
Cuando hablamos de desarrollo humano integral hablamos de las múltiples las
dimensiones de la persona humana. El Dicasterio para el servicio del desarrollo humano
integral, por ejemplo, asume, a la luz del Evangelio y las líneas de la Doctrina social de la
Iglesia, todo lo concerniente a justicia y paz, incluidas la migración, la salud, las obras de
caridad y el cuidado de la creación. En cuanto a nuestro contexto, ¿hacia qué perspectiva
dirigir nuestra atención como Iglesia diocesana? El discernimiento diocesano en el marco de

14 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


la realidad se ha focalizado en el cuidado del medio ambiente, específicamente en la
manipulación de los desechos sólidos. Nuestros ambientes nos reclaman atención, sobre todo
cuando se ve en los pueblos la falta de preocupación para manipular correctamente de la
basura. Si decimos que nuestras municipalidades no la tienen como prioridad, también
podemos decir que nuestra parroquias, pastorales, movimientos y familias, quienes
manifestamos profesar a Dios, tampoco la tenemos como tal. Nos falta ser más conscientes
y tener también más iniciativas para tratar esta problemática.
Son muchos los basureros clandestinos en la diócesis, si no es que uno o dos en cada
municipio. Nuestras carreteras, unas más que otras, están repletas de basura que, día a día,
van acumulando más. Nuestros pueblos y aldeas no tratan los desechos sólidos, por lo tanto,
se hacen a las buenas de Dios. Por eso, somos convocados a tratar el tema a través de la
reflexión y la acción, ya que, a la larga, esta mala práctica también socaba la dignidad y el
buen vivir de cada persona humana. Somos convocados a unir esfuerzos entre comunidades
parroquiales, grupos y movimientos, pastorales diocesanas y parroquiales, otras confesiones
religiosas e iglesias, municipalidades y organizaciones gubernamentales y no
gubernamentales para ir minimizando progresivamente el impacto deshumanizante que
provoca el deterioro arbitrario del medio ambiente.
Si acaso hemos escuchado sobre la regla de las 3Rs: reutilizar, reciclar y reducir, valdría
la pena considerarla comenzando desde las propias casas y familias, de las parroquias y
movimientos, desde los propios pueblos, aldeas y caseríos, desde los decanatos hasta la
misma diócesis.
Avocándonos a las palabras del papa Francisco discernimos entorno a sus reflexiones:
«Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y
del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus
propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que
advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes» (Cf. LS 2).

5. En la dinámica pedagógica del diálogo, la escucha, el discernimiento


y el acompañamiento
De las dificultades recurrentes en la Iglesia encontramos, por un lado, teorizar tanto su
teología y la doctrina y, por otro, pensar que, como recibimos la gracia y la guía del Espíritu
Santo, Él nos lo hará saber todo, incluso cómo llevarlo a cabo. Si ese es nuestro enfoque
hemos perdido ya desde el inicio un elemento fundamental de la misión de la Iglesia que es

15 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


la dimensión humana. Podríamos hablar mucho de encuentro con Cristo, comunión, medio
ambiente, sinodalidad, misión, participación, corresponsabilidad, sobre todo en este tiempo
del pontificado del papa Francisco, sin embargo, si no establecemos procesos pensados,
proyectados y analizados en base a las personas y los objetivos, es difícil llegar a buen puerto.
Esta es la razón por la que consideramos el aspecto educativo como el gozne que puede
habilitar la apertura al ideal para la participación y corresponsabilidad de todo el Pueblo de
Dios en una Iglesia sinodal, que peligra siempre de caer en la sola organización de eventos,
actividades esporádicas, —como lo pueden ser los encuentros para las consultas diocesanas,
nacionales o continentales, por ejemplo—. Para alejar esos peligros pensamos en la
alternativa educativa; a partir de ella es que se pueden generar crecimiento y aprendizaje
significativos.
Una pedagogía divina que nos ilumina. En la historia de la salvación Dios ha elegido
al ser humano para sí y lo ha guiado como Pueblo suyo hacia su Reino. En la sabia
conducción de este pueblo ha enviado a su Hijo para manifestar el plan de salvación, y lo ha
hecho asumiendo el Hijo la condición humana a fin de que cada hombre descubriera en su
rostro la imagen del Padre. Por eso, el misterio de la Encarnación es la expresión más sublime
de Dios porque se nos manifiesta y nos salva, ya no por la voz de los antiguos profetas, sino
por su Hijo (cf. Hb 1, 1). De esta presencia de Dios es que hablamos de una pedagogía suya
porque de todos estos elementos emana la forma cómo Dios elige y conduce a la humanidad:
su intervención en cada etapa de la historia, sobre todo la de su Hijo, el cual nos manifiesta
detalles más minuciosos sobre su forma de actuar en y para la humanidad (cf. DC 157-163).
Es importante hacer notar que en esta pedagogía de Dios no se ha manifestado como
quien irrumpe dentro de lo que es suyo. Aun siendo suyo, ha respetado enteramente la libertad
y realidad del género humano. Tanto así, que no solo nos salva desde nuestra condición
humana, sino que nos enseña a vivir nuestra propia existencia en medio de los avatares de la
humanidad herida por el pecado. Es por esta condescendencia y cercanía tan íntima de Dios
con nuestra naturaleza que podemos decir que hay una fidelidad de Dios a su designio creador
por amor, y también fidelidad al ser humano a quien ha creado libre.
La Iglesia, por tanto, no ha de ser menos en esta propuesta redentora de Dios. El
directorio para la catequesis lo recuerda al decir que «el acompañamiento de la persona en
proceso de crecimiento y conversión está necesariamente marcado por la gradualidad, ya que
el acto de creer implica un descubrimiento progresivo del misterio de Dios y una apertura y
confianza en Él que requieren tiempo para crecer» (DC 179).
Si hablamos del diálogo y el discernimiento en el camino de una Iglesia que quiere
caminar unida decenios que es la vía necesaria, aunque difícil, pero significativa en el proceso

16 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


de conversión pastoral diocesana. Junto a esto hemos de considerar que el discernimiento no
se da solo en la oración personal, sino en una comunidad dialogante. Somos seres de
relaciones, que interactuamos, que nos descubrimos en la alteridad. Es por eso que nos
sabemos en comunión y comunicación, no solo con Dios, sino con todos los hermanos. Una
comunión y comunicación que se genera, se alimenta, se construye. Esta es la perspectiva
que necesitamos en el diálogo y el discernimiento; ésta la conversión sinodal y misionera que
el Espíritu nos pide cultivar; éste el proceso que necesitamos construir.
No es, por tanto, un milagro intervencionista del Espíritu por el que los frutos del
camino sinodal surjan por generación espontánea. Es necesaria una cultivación personal y
comunitaria para que el diálogo y el discernimiento, por la fuerza e inspiración del Espíritu,
vaya siendo progresivamente una realidad. El mismo IL para el Sínodo sobre la sinodalidad
lo recalca cuando nos dice que vivir sinodalmente implica «entrar en un proceso dinámico
de palabra constructiva, respetuosa y orante, de escucha y diálogo» (IL 18). Palabras
semejantes encontramos en Fratelli tutti cuando nos habla del diálogo: «Expresar,
escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, todo eso se resume en el verbo
dialogar» (FT 198). En la raíz de este proceso —continua el IL— está la aceptación, personal
y comunitaria, de algo que es a la vez un don y un desafío (cf. IL18).
Somos conscientes que caminar sin rumbo y sin saber a dónde llegar es tan
desconcertante que, lo primero que se hace es alejarse de lo que no es significativo, a menos
que oferten engañosamente sueños o fantasías milagrosas que no tienen nada que ver con lo
divino y lo humano. Por eso hablamos de camino pedagógico en el diálogo y el
discernimiento porque, como se ha dicho antes, hacer un proceso pedagógico significa
establecer objetivos en base a prioridades que reclaman la atención y la participación de
todos.
Si bien hemos hablado de procesos en el diálogo y discernimiento de una Iglesia que
camina históricamente en este mundo, el IL para Sínodo nos propone el método sinodal la
conversación espiritual. Aunque es un método ideal para el tiempo presente, también nos
recuerda que no podemos ceñirnos a él como algo fijo y estático, sino como un referente que
también puede adaptarse en las diversas realidades (cf. IL 37-42).
Finalmente, nos dejamos iluminar por algunas ideas recogidas de las catequesis dadas
por el papa Francisco desde agosto de 2022 hasta enero de 2023. Es sabido cómo, para el
papa, el discernimiento es un arte. Al ser un arte implica tiempo, empeño, constancia,
tenacidad; es, por lo tanto, algo que se aprende y se construye no sin ayuda y recursos. De
los elementos que se subrayan en las catequesis sobre el discernimiento encontramos los
siguientes: habla del discernimiento como la capacidad de distinguir, que no se reduce a

17 – Pueblo de Dios, Iglesia en el mundo


elegir entre el bien y el mal, sino la de apuntar a un proyecto de vida; además, discernir no
se remite solo a la racionalidad de ideas y conceptos, sino la implicación de toda la persona:
libertad, voluntad, inteligencia y la conciencia, junto a sus competencias y afectos, no es por
lo tanto fruto del razonamiento lógico; también es necesario saber que el discernimiento tiene
sus efectos fuera de nosotros mismos, es decir, las otras personas y el resto de la creación; se
sume el hecho de que el discernimiento se da en la alteridad, primordialmente con Dios, y
por eso nos dirá en la tercera catequesis que el discernimiento no se desarrolla solo en el
diálogo con los hermanos de la comunidad, sino también en la familiaridad con Dios6.

A modo de conclusión podríamos decir que la Iglesia nos invita a generar esta pastoral
de conjunto en un ambiente de diálogo y discernimiento sinodal para ser y caminar en unidad.
El Espíritu es quien guía, sin embargo, también es indispensable la disponibilidad personal y
diocesana para promover un auténtico encuentro con Cristo, con la Palabra, a fin de generar
comunión y participación en la misión para la vida plena en Jesús.

6
Cf. FRANCISCO, El poder de la escucha. Catequesis sobre el discernimiento, Madrid 2023, 5-7. 26.

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