Métodos y Técnicas de Investigación Antropológica
Métodos y Técnicas de Investigación Antropológica
Métodos y Técnicas de Investigación Antropológica
1
Observación participante: el investigador crea lazos con los sujetos o
la población que estudia, ayudándose del contacto y la confianza
creada. Se usa para comprender la organización dentro del grupo.
RESUMEN
La «especificidad» de las investigaciones antropológicas no puede encontrars
opinión de la autora- ni en los «campos» o «escenarios» en los cuales se investiga
el tipo de técnicas a que se recurre, sino en el uso a que éstas son sometidas por pa
un investigador que se ha formado lo que -a falta de otro término mejor- p
denominarse una mirada antropológica y que, a la vez, las inserta dentro de un pro
etnográfico de investigación. Se impone, por tanto, en primer lugar, calibrar en
pudiera consistir esa mirada y, en segundo lugar, establecer las princi
consecuencias metodológicas que se derivan de los procesos etnográficos. Por
lado, en el artículo se defiende la idea (¿positivista?) de que la antropología no
renunciar al empleo de procedimientos de cuantificación, al mismo tiempo que se
por concebir las técnicas de investigación (a la manera de Hammersley y Atki
como situaciones sociales, por cuanto las definiciones que los agentes sociales hac
las situaciones creadas por la entrevista, la encuesta o cualquier otra técnica no dej
incidir en sus acciones y, por consiguiente, en la naturaleza de los datos qu
producen.
ABSTRACT
The «specificity» of anthropological researches is -in the author's opinion- neith
the «grounds» or «scenarios» in which it is investigated, nor in the type of skills t
applied, but rather in the usage by the researcher, who has been formed according
"anthropological focus" and who, at the same time, inserts these skills insid
process of ethnographical research. Therefore it is necessary first, to know wha
focus could consist of and second, to establish the main methodological consequ
that are derived from ethnographical processes. This article defends the idea
anthropology should not refuse quantification procedures. At this same time it
consider research skills (in the way of Hammersley and Atkinson) as a form of s
3
situations, in that the definitions that the social agents make in the situation creat
the interview, survey, or any other skill should impact on their actions
consequently, in the nature of the data that are obtained.
6
consensuada la idea de que hay que analizar los discursos de
los sujetos investigados como conducta discursiva, y no tanto
como 'información', no es ineludible recluirse en la semiótica
pragmática o en la sociología cualitativa (si bien hay que
beber también de sus fuentes) para descubrir antecedentes
de un giro analítico de tal envergadura, pues cabe hallarlos
igualmente -entre otros- en Nadel (1974 -1951-: 49 y ss):
7
diseño y puesta en funcionamiento: «Sin embargo, nos
hemos adscrito aquí a una versión metodológicamente más
libre de esta técnica, al estilo de las últimas tendencias en
esta materia en la investigación cualitativa. Por eso, no se
respetaron algunas de las condiciones formales de la técnica,
... como es que los participantes no se conozcan, el número
máximo y mínimo de partícipes, la neutralidad del escenario
así como el papel del investigador». Sólo si se tienen en la
mente las directrices marcadas por aquella escuela
sociológica para la composición y la moderación de los
grupos de discusión, adquiere sentido e interés incidir en
aclaraciones de esta índole. Para no cansar con la exposición
de una larga lista de los estudios antropológicos que no
ponen reparos disciplinarios a la hora de optar por una
determinada técnica (1), mencionaré -por último- el de otro
antropólogo español, Andrés Barrera (1985), quien en su
investigación sobre la dialéctica de la identidad en Cataluña,
amén de las entrevistas o de la observación participante,
aplicó una encuesta a una muestra de 400 personas: por un
lado, llevó a cabo un muestreo por cuotas y, por otro, nos
confiesa no haber desdeñado los programas informáticos
para el tratamiento estadístico de los datos. Pero no quiero
terminar esta relación sin traer a la memoria que la propia
observación participante entró en la antropología como un
trasplante de la 'observación naturalista' de los zoólogos o
que, como pone de manifiesto Comelles (1996:135), ha sido
una técnica que ha desempeñado un papel asimismo
destacado «en la elaboración del soporte factual de otras
disciplinas», como es el caso de la medicina hasta que, en la
segunda mitad del XIX, se impuso en ella el método clínico.
Es decir, que la antropología, en lo que atañe también a su
instrumental técnico-metodológico, es y ha sido siempre una
disciplina abierta a todos los mundos, ya sea el de las
ciencias sociales o el de las ciencias naturales, por lo que ha
sido sacudida por los vientos y los vaivenes más diversos del
8
pensamiento científico y humanista; lo que no significa, desde
luego, que el utillaje ajeno no haya sido asimilado
creativamente.
11
distintividad de la antropología pueda encontrarse en ellos;
desde luego, hace tiempo que no se estudian únicamente, ni
siquiera mayoritariamente, las repetidas sociedades
primitivas, como tampoco los campesinos de las sociedades
industriales, las sociedades exóticas o las sociedades a
pequeña escala. Así y todo, sigue habiendo quienes
continúan buscando allí las fuentes de la identidad
antropológica, como es el caso de los que se enzarzan en
rastrear una característica común definitoria de los grupos de
los que se han ocupado o se ocupan todavía los
antropólogos, y creen descubrirla, por ejemplo, en su
condición de 'minorías culturales' (3) o de «grupos
marginales» dentro de estructuras socioculturales más
amplias. Pero ¿no es verdad, entonces, que la especificidad
de la antropología, como la de cualquier ciencia, radica en su
objeto de estudio? Por supuesto que sí, pero eso no significa,
en primer lugar, que dicho objeto coincida con el campo
(lugar y/o grupo) en que se lleva a cabo las indagaciones y,
en segundo lugar, que aquél pueda ser confundido con
alguna entidad que esté ya 'dada' en la realidad. Lo primero lo
advirtió hace tiempo Geertz:
12
se les presta atención e, incluso, el fenómeno considerado no
se agota completamente en la investigación». El objeto de
estudio está constituido, de esta manera, por el conjunto de
preguntas que se considera significativo dirigir a un cierto
fenómeno sociocultural, un conjunto de preguntas que
delimita el ámbito de lo observable y de lo no observable, que
siempre se hacen desde una perspectiva teórica concreta y
que los antropólogos hemos equiparado comúnmente a la
'cultura'. Esto es lo que puso sobre la mesa Leslie White
[1975 (1959): 129 y ss] cuando, intentando hallar un espacio
adecuado para este último concepto, se opuso a los que
Radcliffe-Brown o Kluckhohn y Kroeber manejaban, puesto
que -para éstos- la cultura no era sino la reificación o
cosificación de una abstracción, dado que lo existente, lo real,
se plasmaba o bien en la 'estructura social' -para el primero- o
bien en 'los individuos' -para los segundos-. Ello llevó a que
Radcliffe-Brown negara que fuera el objeto apropiado de la
antropología, y que Kluckhohn y Kroeber, aceptándolo como
tal, lo dejaran reducido a aquella simple abstracción. White,
en cambio, no admite ni una cosa ni otra. Partiendo de la
definición clásica de Tylor, saca la conclusión (como había
hecho antes Keesing -1958- o después hará Goodenough -
1971-) de que los heterogéneos componentes (moral,
derecho, hábitos, creencias, arte...) que forman parte de ella
comparten el ser «conducta aprendida y transmitida
socialmente»; no obstante, -continúa argumentando-
cualquier conducta aprendida y transmitida socialmente
puede ser analizada desde 'contextos' distintos: con relación
a sus efectos fisiológicos, anatómicos, geográficos,
simbólicos, psicológicos, etc. Por este camino es por donde
llega a su noción de la cultura como «la clase de cosas y
acontecimientos que dependen del simbolizar, en cuanto son
consideradas en un contexto extrasomático»; y añade:
13
«Podría objetarse que cada ciencia debería tener una
determinada clase de cosas, no cosas-incluidas-en-un-
contexto, que constituyen propiamente su objeto. Los átomos
son los átomos, y los mamíferos los mamíferos, podría
argüirse, y cada uno constituye respectivamente el objeto de
la física y de la mamalogía, sin hacer intervenir para nada el
contexto. ¿Por qué, pues, debería la antropología definir su
objeto en términos de contexto y no de la cosa en sí? A
primera vista este argumento parece perfectamente
pertinente, en realidad tiene muy poca fuerza. Lo que el
científico intenta es hallar la inteligibilidad de los objetos
observados, y muy frecuentemente el nivel de significación de
los fenómenos se encuentra precisamente en el contexto en
que estos aparecen y no en ellos mismos. [...] Una vaca es
una vaca, pero puede convertirse en medio de cambio, dinero
(pecus, pecuniario), comida, potencia mecánica (Cartwright
usó la vaca como medida de potencia en su primer telar
mecánico), e incluso objeto de culto (India) según el contexto.
No existe una ciencia particular dedicada a las vacas, lo que
sí tenemos son ciencias que estudian los medios de cambio,
la potencia mecánica o los objetos sagrados, para las que la
vaca, en cuanto relacionada con estos campos, puede ser
relevante. De esta manera llegamos a obtener una ciencia de
las cosas y acontecimientos en un contexto extrasomático»
(139-140).
14
Atkinson de 'ángulos teóricos específicos', otros de
'enfoques', y yo los he calificado más atrás de 'miradas'.
17
necesidad de una «perspectiva» o de una «orientación
antropológica». Sin embargo, como él, intuyo que sería una
inquietud excesiva y hasta poco justificada, sobre todo
cuando no se elude el esfuerzo de dotar de un mayor grado
de precisión a la naturaleza de esa orientación, perspectiva o
mirada y, de paso, a los principios que la componen. Unos
principios que, sin pretensión de ser exhaustiva, voy a tratar
de exponer a continuación; y lo haré tomando como punto de
arranque ciertas palabras de Wilcox referidas a la etnografía
escolar:
18
lugar, porque considero que tales normas dejan de mostrarse
como tales a lo largo del tiempo, es decir, que con su empleo
continuado dejan de percibirse conscientemente como
preceptos que hay que acatar, para convertirse en categorías,
en sentimientos y en comportamientos 'incorporados'. En
segundo lugar, porque los mencionados principios, aunque
encuentren las mejores condiciones para su cumplimentación
en el trabajo etnográfico, una vez que el investigador los ha
hecho suyos, configuran la 'mirada' con que el antropólogo
inspecciona no sólo el material derivado de la etnografía, sino
el procedente de otros procesos distintos de investigación; o
dicho de otro modo, sospecho que son esos principios los
que nos permiten identificar como antropológicos estudios
que, en lugar de haber seguido una estrategia etnográfica, se
han basado en exploraciones de índole historiográfica o, por
ejemplo, literaria; como es el caso de los debidos a Carmelo
Lisón (1992) sobre la figura de Vagad, a Juan José Pujadas y
Dolors Comas (1991) sobre la evolución histórica de los
símbolos étnicos catalanes, a Ignasi Terradas (1979) sobre
las colonias industriales o a Joan Frigolé (1994) sobre la obra
literaria de García Lorca. Con las matizaciones expuestas, las
normas enumeradas por Wilcox pueden ser tenidas por
algunas de las características esenciales de la 'mirada
antropológica'; unas características que, sin duda, han tenido
una génesis histórica concreta, y que el aprendiz de
antropólogo -como he repetido- va adquiriendo mediante una
formación teórica y práctica específicas.
22
estudiamos, y no sólo aquellas directamente aplicables a un
problema en particular». Sin embargo, Mair se aferra aquí a
un concepto de holismo que ha sido posteriormente bastante
cuestionado, en primer lugar, por inmanejable, es decir,
porque resulta práctica y teóricamente imposible 'observar la
totalidad de relaciones' y, en segundo lugar, por haber sido
interpretado en ocasiones como una empresa dirigida a
describir todos y cada uno de los subsistemas del grupo o del
territorio donde se investiga (geografía, cultivos, formas de
tenencia de la tierra, parentesco, matrimonio...), lo que ha
promovido ciertamente una literatura etnográfica
omnicomprensiva en exceso y, como dice Llobera (1990), a
veces con escasas contribuciones teóricas. No obstante, ni
siquiera los críticos de esa concepción renuncian a la
investigación holística; Kaplan y Manners [1979 (1972): 333],
verbigracia, lo que hacen es recomendar a los antropólogos
'moderar su holismo' para adaptarlo a las nuevas
circunstancias de estudio, y la propia Wilcox [1993 (1982)] se
decanta por una redefinición del mismo, según la cual
consistiría en la integración de los problemas que se
investigan en el contexto en que se producen, en asumir que
para comprender por qué ocurren tales problemas se deben
observar sus relaciones con los aspectos macroestructurales
que se estimen relevantes (6). Por su parte, Ogbu -en el
artículo del que he extraído asimismo la cita de la
antecedente página [1993 (1981): 157]- se resiste a tomar por
antropológicas las etnografías que, en su afán por entender el
fracaso escolar de las minorías, se limitan a analizar las
confrontaciones de estilos comunicativos que se dan dentro
del aula entre alumnos y profesores, precisamente porque no
son holísticas, porque no encaran las interrelaciones entre la
escuela y otras instituciones sociales ni la manera en que
dichas interrelaciones pueden afectar a los procesos que se
dan en la primera: «aunque el aula sea el escenario de la
batalla -nos dice-, la causa de la batalla puede estar en otro
23
lugar». A su parecer, frente a la pobreza explicativa de estas
microetnografías que se acoplan a un enfoque
sociolingüístico, las que lo remplazan por otro antropológico -
que nomina macroetnografías- logran, por el contrario,
mostrar cómo las fuerzas sociales, y entre ellas las creencias
de la sociedad global, influyen en los comportamientos de los
que participan en la realidad estudiada. Así, lo esencial del
holismo -como resaltan Velasco, García Castaño y Díaz de
Rada (1993: 316) al hacerse eco de concepciones como
éstas- es que conduce al investigador siempre un paso más
allá del espacio y del tiempo en los que fija su atención; un
paso hacia afuera que, como siguen aseverando, está
comúnmente presente en «las mejores etnografías».
24
En cuanto a la cuarta norma sacada a colación por Wilcox,
tengo la impresión que, al menos como ella la expresa en el
párrafo que he reproducido, no constituye ninguna
peculiaridad ni de la investigación etnográfica ni -en general-
de la investigación antropológica, ya que todo investigador
apela, explícita o implícitamente, a la teoría de la que dispone
para guiar e informar sus observaciones. Sin embargo, en un
texto de Wolcott, perteneciente al mismo libro de donde he
entresacado las referencias de Ogbu y de Wilcox, se
encuentra una idea que puede servir para matizar la
expresión de esta última de tal modo que la transforme en un
rasgo más del tipo de 'mirada' sobre la que estamos
hablando:
25
con esos perfiles simbólicos de la actividad humana que,
según White, conforman su objeto de estudio al ser
contemplados en un contexto extrasomático. El ojo y el oído
del antropólogo ve y oye a través de la cultura; su percepción
de las escenas de las que recibe información está penetrada,
además de por creencias personales, por una teoría cultural,
de modo que «su sensorium perceptual -como declara Lisón
(1996: 42) en un texto del que he rescatado también las
frases precedentes- viene ya antropologizado: vemos una
mujer echando agua sobre la cabeza de otra en una
encrucijada, no un ritual, pero al mismo tiempo entendemos
esa evidencia sensorial, la vemos como, captamos su
direccionalidad significativa». Así, un elemento fundamental
de la 'mirada antropológica' radica en estar armada de una
teoría que facilite la interpretación cultural, que posibilite
establecer -en palabras de Frake (1964)- «las condiciones
bajo las cuales es culturalmente apropiado anticipar que... las
personas que desempeñan un rol realizarán una actuación
equivalente». Pero, ¡ojo!, no se le pide al investigador que se
adhiera a una teoría cultural concreta ni a un «compuesto
ecléctico con el cual pudieran estar todos de acuerdo», pues
como recuerda Kessing [1995 (1974): 62], una formulación
sobre la cultura en la que Marvin Harris y David Schneider,
verbigracia, coincidieran sería seguramente una formulación
vacía; lo que se le demanda, en cambio, es implicarse -como
declara Wolcott- en un «diálogo acerca de lo que trata la
cultura», en una reflexión sobre su naturaleza que faculte al
antropólogo para ir más allá de una mera crónica de sucesos
particulares, y para mirar debajo de ellos con el fin de
comprender cómo la gente les hace frente y maximiza o, por
el contrario, minimiza la probabilidad de su recurrencia.
28
de que los individuos siempre se enfrentan a los nuevos
contenidos con ideas preconcebidas, sobre las cuales los van
empotrando, de suerte que si se no provoca su expresión
(expresar=sacar fuera) y no se inicia un proceso de
deconstrucción de las mismas, lo más probable es que el
aprendizaje esté filtrado inexorablemente por ellas, que la
adquisición de conocimientos se lleve a cabo sobre una base
de arenas movedizas. Y, desde luego, algunos de nosotros
seguimos resistiéndonos a abandonar ciertos estereotipos
vinculados a la figura del etnógrafo, que nos han llegado a
través de diferentes medios, como artículos de prensa,
documentos audiovisuales y/o libros firmados por autores de
variada adscripción académica, incluido algún antropólogo.
Unos lo intuyen como un amante de antiguallas y rarezas
culturales (7); otros como un impenitente cualitativista, que
aborrece no sólo las encuestas sino todo lo que le huele a
número; otros suponen que pasa, sin más mediaciones, de la
elección del asunto a investigar a la realización del trabajo de
campo; otros que se dedica a investigar absolutamente todo
lo que atañe al grupo que ha escogido, desde la arquitectura
de las viviendas a los tipos de cultivo, desde las estructuras
de la familia a las prácticas rituales; otros piensan que no
emprende investigaciones dirigidas a la puesta a prueba de
teorías, porque su metodología se lo impide; otros que sus
perspectivas teórico-metodológicas no son muy adecuadas
para el estudio de las sociedades complejas; y, finalmente,
otros están convencidos de que realiza una labor meramente
descriptiva, puesto que los trabajos de comparación y
generalización son diferentes y posteriores al etnográfico.
34
importante cuando se trata de estudiar acontecimientos que
se tienen que reconstruir con la mayor fidelidad posible.
35
apremio de los psicólogos por más datos sobre diferencias
individuales» [1975:100-101].
37
Con todo, no niego que los antropólogos -al igual que otros
científicos sociales- han mostrado a menudo un gran recelo
frente a los instrumentos estandarizados de investigación,
que constituyen un prerrequisito para la aplicación de buena
parte de las técnicas cuantitativas, como las encuestas por
cuestionario o los test psicológicos. Han alegado, por un lado,
que tales instrumentos dan por supuestos prematuramente
los modos en que los encuestados entienden los significados
de las preguntas y, por otro lado, cuestionan que se pueda
ofrecer como resultados de una investigación una serie de
números descarnados (ya sean porcentajes, proporciones,
tasas, índices de correlación o tablas de contingencias) que
son incapaces de reflejar la estructura compleja y dialéctica
de la realidad sociocultural. Sin embargo, estos argumentos,
siendo ciertos, no pueden justificar que se abandone el
interés por las técnicas cuantitativas y, en general, por la
cuantificación. En primer lugar, porque no son escollos
insalvables si se tiene en cuenta, como se ha repetido, que
los etnógrafos los emplean en combinación con otros técnicas
que brindan recursos para subsanar algunas de sus
deficiencias. Y, en segundo lugar, porque, de no concederles
un voto de confianza, nos privaríamos de la posibilidad de
percibir una vertiente más, una faceta más, de los fenómenos
investigados: la manera en que se distribuyen las variaciones
en las costumbres y en los comportamientos verbales y no-
verbales, tal como nos decía asimismo Oscar Lewis en la cita
precedente. En cuanto a lo primero, una forma de hacer
frente a la cuestión consiste -como es sabido- en no
confeccionar los cuestionarios hasta después de haber
realizado suficiente trabajo de campo como para asegurar su
validez, esto es, hasta después de haber tenido una intensa
interacción con los actores sociales, participando y
observándolos en tantos ambientes como sea preciso; de tal
manera que podamos no sólo formular las preguntas a partir
de sus propios marcos de significado, sino obtener claves
38
culturales para comprender posteriormente sus respuestas,
sus no-respuestas y/o la ambigüedad de las mismas. Esto es
lo que Hymes [1993 (1982): 183] afirma que suelen hacer los
etnógrafos, y lo que Schuman (1982: 23) considera la esencia
del tratamiento 'científico' de las encuestas, esto es, de aquél
que no cae «en la trampa de su instrumental analítico».
42
encarguen de la 'faena pesada'. Y tanto es así que, por
ejemplo, algunas personas suelen extraer la conclusión de
que la etnografía es dura, incómoda en exceso, una fuente
imparable de problemas y malentendidos con las autoridades,
las burocracias, los informantes e, incluso, los animales que
pululan por las aldeas, que la estancia en el lugar para lo
único que sirve es para que el etnógrafo pueda ser presa de
enfermedades innombrales y de frecuentes crisis de soledad
y melancolía...; en suma, que si emprende ese viaje es o bien
porque le gusta la aventura o porque no puede remediar sus
inclinaciones masoquistas. Esta es la imagen que, para traer
un caso, se formaron mis alumnos de tercero de sociología
después de que, el curso pasado, hubieran oído la
conferencia de una antropóloga que estaba realizando trabajo
de campo en Perú. En la clase siguiente me lanzaron
preguntas del siguiente tenor: ¿por qué el antropólogo sigue
investigando si lo pasa tan mal?», «¿por qué la Universidad
no manda cartas a las autoridades para que lo traten mejor y
se crean las intenciones con que va allí?» o «¿por qué no va
acompañado de otras personas en vez de ir solo?» Empecé
respondiéndoles que el trabajo de campo antropológico
también tiene cosas positivas, es fuente asimismo de
satisfacciones y una excelente escuela de aprendizaje, pues
da la oportunidad de conocer a fondo a gente muy variada, de
sentir en la propia piel y, por tanto, con viveza los problemas
que se estudian...; que siempre se hacen amigos, que
también hay ocasiones en que 'se pasa bien' o que los
malentendidos terminan por aclararse; es decir, que, en un
principio, seguí centrando las razones en cuestiones de
índole personal, si bien de signo inverso. La insuficiencia de
la respuesta me la hizo ver una alumna al objetar: «Pero
¡para eso no hace falta ir a investigar!» Y, efectivamente, para
tener esas vivencias no es preciso emprender un proceso de
investigación que implica un largo e intenso contacto personal
con los sujetos estudiados, que es lo que se supone que es la
43
etnografía. Entonces, ¿para qué investigar en esas
condiciones? En mi opinión, por las consecuencias
metodológicas que se originan en ellas, por las posibilidades
que brindan de llevar a cabo un acercamiento a la realidad
sociocultural que los antropólogos consideran más ajustado
para captar su naturaleza sui generis.
44
No cabe duda de que el acceso a la información y a los
escenarios constituye uno de los mayores problemas de
cualquier investigador, pero más en el caso del etnógrafo que
busca no sólo consultar documentos o que los informantes le
cuenten cosas, y con la mayor profundidad posible, sino estar
presente en ellas con el fin de poder observarlas
directamente. Y el asunto se complica si se tiene en cuenta
que la consecución del acceso no termina con lograr o poseer
un permiso para llevar a cabo la investigación, sino que este
permiso es sólo el inicio de un continuo proceso de
negociación para acceder a cada lugar y a cada informante
que interese para los fines de la misma. Es más, cada
escenario va a admitir unos comportamientos distintos por
parte del etnógrafo, así como la obtención de la información
va a exigirle unas estrategias diferentes según sea el grado
de privacidad que socialmente se le asigna. Todo etnógrafo
sabe que no es lo mismo solicitar una entrevista para hablar
sobre conflictos de herencia que sobre las fiestas populares,
sobre las relaciones sexuales de pareja que sobre las
aficiones literarias; del mismo modo que no ignora o no
debería ignorar que algunos lugares no toleran la presencia
de personas con determinadas características de género,
edad o nacionalidad, que otros requieren inexorablemente la
adopción de un cierto tipo de papel social o que, en otros
(como en los modernos espacios de tránsito), la presencia
física del investigador no representa en sí ninguna dificultad,
mientras que sí la representa su actividad indagadora. Ahora
bien, hay que traer a colación que, si bien la etnografía -como
he dicho- impone al investigador retos difíciles con relación al
acceso, también le provee de oportunidades para alcanzarlo,
ya que la permanencia inmediata en el campo y la
participación más o menos activa en la vida de los colectivos
estudiados le abre puertas cerradas a otros: no se tiene la
misma probabilidad de llevar a cabo una entrevista, de reunir
a gente para un grupo de discusión, de que se responda a un
45
cuestionario o de poder observar presencialmente
determinadas escenas, si algo de esto es solicitado por un
entero desconocido que si es pedido por alguien del que se
sabe con antelación quién es, donde vive y qué pretensiones
tiene realmente, entre otros motivos, porque resulta bastante
más difícil darle una negativa a su solicitud.
46
idiosincrasia- pueden destinarse a conseguir objetivos de
investigación distintos, teniendo en cuenta la clase de datos
que pueden ser producidos por cada una, y sirviéndose de
ellas en unas condiciones en que se les pueda extraer sus
máximas potencialidades. Aunque sea de una manera
forzosamente resumida y limitando mis comentarios a sólo un
par de casos, voy a detenerme ahora a exponer algunos de
esos pormenores, empezando por retomar ciertas cosas ya
dichas sobre los grupos de discusión. Éstos -como comenté
más atrás- permiten conocer cómo son (en cuanto a
estructura y a contenido) y cómo se originan interactivamente
las representaciones sociales sobre un asunto propuesto por
el investigador; unas representaciones que tienden a
concordar -como también sugerí- con las que son
predominantes en los sectores socioculturales de los que
forman parte los que participan en ellos (las de su clase
social, su género, su etnia, su profesión, etc.). De este modo,
son especialmente útiles cuando existen representaciones
divergentes o, al menos, diferentes en torno a un mismo
tema, y se busca estudiar -dentro de una situación
controlada- a qué sectores corresponden, de qué modo se
configuran dialécticamente entre sí y cuáles son las líneas de
consenso que se insinúan. Los grupos de discusión no hacen
sino reflejar una sociedad y una historia; y tanto es así que
cuando una determinada representación ha conseguido
hacerse general a todos o a casi todos los sectores de la
sociedad (como ocurre actualmente en España con las que
se refieren al sida o al consumo de drogas, debido -entre
otras cosas- a la influencia machacona y homogeneizante de
los mass media), los participantes en una sesión de este tipo
no tienen pronto apenas nada que discutir, el ambiente se
llena de silencios al cabo de poco rato de haber comenzado y
las opiniones enseguida se acomodan a la que estaba ya
consensuada de antemano por tratarse de la única que goza
de 'autoridad' y/o de la única que es 'admisible'. Fernando
47
Conde, un investigador del CIMOP (14), en una conferencia
que tuve la oportunidad de oírle hace unos años, se sirvió de
una metáfora que valoro como bastante ilustrativa de lo que
quiero expresar. En su opinión, los discursos pueden
compararse a la lava de un volcán: empiezan siendo lábiles,
móviles, con rumbos cambiantes, cálidos, como la lava recién
expulsada del cráter, y terminan -sin embargo- siendo
pétreos, inermes, fijos, fríos, como cuando aquélla llega a
orillas del mar convertida en arena, momento en el que ya
puede ser contabilizada o numerada pero ha perdido
irremisiblemente la posibilidad de moverse por sí misma. El
proceso de cristalización o de vitrificación de la lava es
equiparable, así, al proceso de consensuación/generalización
que sufren habitualmente los discursos sociales, de tal
manera que, en algunos casos, las entrevistas grupales
(aunque se diversifiquen los componentes de las que se
diseñen) poco más revelan de lo que ya cabe saber a través
de los medios de comunicación de masas y/o de los sondeos
de opinión. Ello no significa, desde luego, que en tales
circunstancias no puedan realizarse grupos de discusión, la
cuestión está en preguntarse si tiene sentido llevarlos a cabo,
pues en ellas no encuentran sus mejores condiciones de
rendimiento.
50
más remedio que orientar el discurso al conocimiento de
factualidades. Una 'triangulación' que aquí hace las veces de
instrumento de 'control' de la veracidad de la información y,
por tanto, cumple una función muy distinta de la que
desempeña cuando los discursos se quieren encarar como
conducta en sí misma, como acción discursiva, esto es, en
sus dimensiones expresiva y/o pragmática. En este último
caso, las interpretaciones no son tenidas por 'distorsiones' o
'deformaciones', sino por lo que se quiere estudiar, por el
propio objeto de estudio, de suerte que la diversificación de
informantes se orienta, en cambio, a descubrir el universo del
discurso, es decir, el conjunto de hablas sobre un mismo
asunto dentro del cual cada una de ellas adquiere su sentido
y su estructura. De igual modo, nos encontramos con que, en
el primer caso, la moderación tanto de una entrevista
individual como de una grupal exige un grado de directividad
mucho mayor que el que establecen las reglas habituales
para la entrevista semidirectiva y/o los grupos de discusión,
que han sido enunciadas sobre todo pensando en el
segundo. No cabe duda que, cuando se aspira a reconstruir
unos hechos o unos acontecimientos, el investigador tiene
que hacer preguntas 'directivas' dirigidas a cerciorarse de la
veracidad de lo que se dice, así como pedir que se detallen
ciertos aspectos que ayuden a reconstruirlos. En suma, que
hasta las propias maneras de interrogar deben adaptarse
estratégicamente a los objetivos de la investigación, toda vez
que tampoco hay pautas universales válidas para todas las
circunstancias.
Con el fin de ilustrar -aunque sólo sea- una parte de todo ello,
voy a sacar a colación algunos 'fallos' cometidos por dos
investigaciones antropológicas que, por diferentes razones,
me ha tocado valorar en los últimos años junto a otros
antropólogos; el nombre de cuyos autores no desvelaré aquí,
sobre todo porque se trata de trabajos que aun no han sido
publicados. El primero es una investigación en torno a los
modelos culturales sobre la juventud que son manejados por
un determinado sector poblacional; y no hay corriente teórica
en la antropología que, al menos, no esté de acuerdo en que
el mismo concepto de 'modelos culturales' entraña ya la
existencia, no sólo de unos contenidos, sino también de unas
estructuras específicas. Pues bien, en el trabajo al que me
refiero, el único material empírico que se aporta para
desvelarlos consiste en los resultados de una encuesta por
cuestionario que se había pasado al universo de estudio, con
lo cual surge una duda razonable sobre si se había estudiado
54
realmente lo que se creía haber estado estudiando o si, por el
contrario, los 'modelos culturales' sobre la juventud habían
escapado indefectiblemente al punto de mira del investigador
al imponerles, a través del cuestionario, una estructura que
no era la suya. En cuanto al segundo trabajo, se trata de una
investigación sobre las estrategias desplegadas por los
grupos domésticos hortofrutícolas de una cierta zona de
España que autocomercializan sus productos. En ella, uno de
los principales problemas que se aprecian, en lo que atañe en
concreto al abordaje de las estrategias hereditarias, es que se
recurre a una técnica y a una fuente, el análisis documental
de los protocolos notariales, que no permiten atribuir los datos
recopilados a la población a la que -en este caso- se afirma
estar estudiando; o, dicho con otras palabras, los documentos
consultados en los archivos notariales no dan facilidades para
que se sepa si los firmantes de un testamento y/o de unas
capitulaciones matrimoniales -por ejemplo- son, en primer
lugar, horticultores y, en segundo lugar, si autocomercializan
o no los frutos de la huerta, porque es una información que
generalmente no aparece en ellos, con lo cual es también
discutible que las estrategias hereditarias que se pueden
descubrir a partir de dichos documentos sean las propias de
la población que se ha delimitado como campo de la
investigación. Quiebras de esta u otra índole invalidan a
menudo una labor investigadora en la que, a veces, se ha
invertido mucho tiempo y mucho esfuerzo, motivo por el cual
uno de los quehaceres de cualquier investigador debería
consistir en adquirir el hábito de meditar sobre la naturaleza,
posibilidades y limitaciones de cada una de las técnicas de
investigación a las que pueda echar mano, así como sobre la
necesidad de cuidar la coherencia entre éstas y el marco
teórico-metodológico de las investigaciones que emprenda.
56
-Construcción/ -Método
A análisis biográfico.
cuantitativo de
L redes sociales. -Construcción/
análisis
/ cualitativo de
N redes sociales
-Grupos
O
triangulares.
V -Técnicas de
análisis
E cualitativo del
discurso.
Investigación R Acciones -Análisis -Análisis
con no cuantitativo de cualitativo de
DATOS B verbales documentos contenido de
SECUNDARI (HECHOS) visuales. documentos
OS A visuales.
-Análisis -Análisis
L Acciones cuantitativo de cualitativo de
verbales contenido de contenido de
(DISCURS documentos documentos
OS) escritos, escritos,
sonoros.. sonoros...
-Análisis de
documentos
57
suele conocer mayor INSERCI
crear Conteni Estru Proceso rentabili ÓN EN
do de ctura de dad UN
los producci CONTEX
fenóme ón TO
nos ETNOGR
ÁFICO
Grupo - Lo que Sí Permite Cuando Se
de Reunio se dice: conocer existen pueden
discus nes represen el represen salvar
ión que taciones proceso taciones algunas
buscan sociales interactiv sociales ortodoxias
el de los o dentro divergent , como la
consen diferente del cual es en que
so s grupos se torno a estipula
sociocult producen un que los
urales las mismo participant
represent asunto, y es en un
aciones. se quiere grupo
conocer sean
las desconoci
líneas de dos entre
consens sí.
o
existente Las que
s. se derivan
de la
'triangulac
ión'.
Entrev - Lo que Sí No Cuando Facilita el
ista en Confes se dice interesa acceso a
profun ión y lo que conocer los
didad se dice cómo informant
- que se esas es.
Entrevi
58
hace: represen
stas represen taciones Las que
profesi taciones se se derivan
onales sociales plasman de la
contenid en las 'triangulac
as en la practicas ión'.
biografía individua
del les, las
entrevist confesio
ado nes
intimista
s y
acceder
a las
perspecti
vas
individua
les.
Obser Situaci Lo que Sí Depende Cuando Permite la
vación ones se hace, de las interesa observaci
partici cotidia lo que situacion estudiar ón en
pante nas se dice es las diferentes
variabl que se observad compleja situacione
es hace y as s s de
lo que relacione interacció
se dice: s entre n.
discurso discurso
s y s y
conducta conducta
s no s no
verbales. verbales.
Encue - Lo que No: el No Cuando Ajustar
sta Exame se dice cuesti interesa las
media n y lo que onario conocer preguntas
59
nte se dice impon la a las
cuesti que se e la distribuci cosmovisi
onario -Censo hace: suya. ón ones de
represen cuantitati los
taciones va de un sujetos.
sociales fenómen
'oficiales' o. Conocer
. el 'ethos'
desde el
que se
interpreta
n las
preguntas
.
Métod Según Lo que Sí Permite Cuando Reconstru
o la se dice conocer interesa ir las
biográ técnic que se un conocer biografías
fico a ha proceso las a través
emple hecho. inscrito condicio de
ada en un nes de variopinta
para individuo. vida en s fuentes
produc que se de
ir los han ido informació
datos gestando n.
las
represen
taciones
sociales
y/o las
prácticas
individua
les.
Métod Según El Sí: es Depende Cuando Observar
o de la campo la del interesa 'in situ' la
60
redes técnic relaciona técnic enfoque 'explicar' instrumen
a l de los a de la talización
emple individuo estruc partida. conducta concreta
ada s y/o de tural de las de las
para los por agentes redes de
produc grupos excele sociales relaciones
ir los ncia. como .
datos consecu
encia de
su
participa
ción en
relacione
s
sociales
estructur
adas.
Notas
61
barajan ejemplos sociológicos de utilización de la técnica de
la observación participante» (Valles 1997: 145).
63
claramente... En teoría, tal estudio cualitativo debería
conducir a hipótesis contrastables. La misma persona que
elaboró las hipótesis cualitativas y los conceptos
correspondientes debería, en lo posible, elaborar también los
métodos para cuantificar tales conceptos» [1990 (1975): 354].
Bibliografía
Alonso, L. E.
1994 «Sujeto y discurso: el lugar de la entrevista abierta en
64
las prácticas de la sociología cualitativa», en J. M. Delgado y
J. Gutiérrez (coord.), Métodos y técnicas cualitativas de
investigación en ciencias sociales. Madrid, Síntesis (225-240).
Augé, M.
1995 Hacia una antropología de los mundos
contemporáneos. Barcelona, Gedisa.
Balán, J. (comp.)
1974 Las historias de vida en ciencias sociales. Teoría y
técnica. Buenos Aires, Nueva Visión.
Barrera, Andrés
1985 La dialéctica de la identidad en Cataluña. Un estudio de
antropología social. Madrid, CIS.
1990 Casa, herencia y familia en la Cataluña rural (lógica de
la razón doméstica). Madrid, Alianza.
Berreman, G. D.
1968 «Ethnography: Method and product», en J. A. Clifton
(ed.), Introduction to cultural anthropology: Essays in the
socope and methods of the science of man. Boston,
Houghton Mifflin Co. (337-373).
Bourdieu, P.ç
1973 «La opinión pública no existe», en Sociología y Cultura.
México, Grijalbo, 1990.
1980 El sentido práctico. Madrid, Taurus, 1991.
1991 El sentido práctico. Madrid. Taurus.
65
volver a los clásicos», en Política y Sociedad, nº 26. Madrid
Complutense (141-153).
Comas, D.
1994 «Sistemas de herencia y estratificación social: las
estrategias hereditarias», en Pujadas y Comas, Estudios de
antropología social en el Pirineo aragonés. Zaragoza,
Gobierno de Aragón.
Frigolé, J.
1994 «Modelo de procreación e identidad de género: una
aproximación a Yerma de Federico García Lorca», en R.
Sanmartín (coord.), Antropología sin fronteras. Madrid, CIS.
Gamella, Juan F.
1993 «Los heroinómanos de un barrio de Madrid: Un estudio
cuantitativo mediante métodos etnográficos», Antropología, 4-
5: 57-102.
Geertz, C.
1987 «La descripción densa», en La interpretación de las
culturas. Barcelona, Gedisa (19-40).
66
Guba, E. G. y Y. S. Lincoln
1994 «Competing paradigms in qualitative research», en
Denzin Lincoln (eds.), Handbook of qualitative research.
Thousand Oaks, California, Sage.
Hammersley, M. y P. Atkinson
1983 Etnografía. Métodos de investigación. Barcelona,
Paidós,1994.
Hymes, D.
1982 «¿Qué es la etnografía?», en H. Velasco; F. G. García
y A. Díaz de Rada (ed.), Lecturas de antropología para
educadores. Madrid, Trotta, 1993 (175-192).
Jullien, F.
1988 «El mayor rodeo: la sinología como disciplina
occidental», en T. Todorov (y otros), Cruce de culturas y
mestizaje cultural . Madrid-Gijón, Júcar.
Kaplan, D. y R. A. Manners
1972 Introducción a la teoría antropológica. México, Nueva
Imagen, 1979 (313-341).
Kessing, R. M.
1995 «Teorías de la cultura», en H. M. Velasco (comp.),
Lecturas de antropología social y cultural. Madrid, UNED.
Lewis, O.
1975 «Controles y experimentos en el trabajo de campo», en
Llobera (ed.), La antropología como ciencia. Barcelona,
Anagrama.
Lisón, C.
1992 «Vagad o la identidad aragonesa en el siglo XV
(antropología social e historia)», en Aragoneses. Gobierno de
Aragón.
67
1996 «Antropología y antropólogos ante el milenio».
Separata de Temas de Antropología Aragonesa, nº 6.
Llobera, J. R.
1990«El trabajo de campo: ¿panacea antropológica o camisa
de fuerza epistemológica?», en La identidad de la
Antropología. Barcelona, Anagrama (23-52).
Mair, L.
1978 Introducción a la antropología social. Madrid, Alianza.
Mitchell, Clyde
1969 «The concept and use of social networks», en Mitchell
(ed.), Social networks in urban situations. Manchester.
Manchester University Press.
Nadel, F.
1951 «El uso de informantes» y «El uso del lenguaje», en
Fundamentos de antropología social. Madrid, FCE, 1974 (47-
60).
Ogbu, John U.
1981 «Etnografía escolar. Una aproximación a nivel
múltiple», en H. Velasco; J. García Castaño y A. Díaz de
Rada (eds), Lecturas de antropología para educadores. El
ámbito de la antropología de la educación y de la etnografía
escolar. Madrid. Trotta, 1993 (145-174).
Patton, M. Q.
1990 Qualitative evaluation and research methods. London.
Sage.
Peneff, J.
1996 «Les débuts de l'observation participante ou les
premiers sociologues en usine», Sociologie du Travail, nº 1:
25-44.
68
Pujadas, Juan José
1992 El método biográfico: el uso de historias de vida en
ciencias sociales. Madrid, CIS.
Pujadas, J. J. y D. Comas
1991 «Identidad catalana y símbolos culturales», en J. Prat
(y otros), Antropología de los pueblos de España. Madrid,
Taurus.
Ramírez Goicoechea, E.
1996 Inmigrantes en España: vidas y experiencias. Madrid,
CIS-Siglo XXI.
Requena, Félix
1991 «Análisis de redes», en Redes sociales y mercado de
trabajo. Madrid, CIS-Siglo XXI.
Rodríguez, Josep A.
1995 Análisis estructural y de redes. Madrid, CIS.
Santamarina, C. y J. M. Marinas
1994 «Historias de vida e historia oral», en J. M. Delgado y J.
Gutiérrez (coord.), Métodos y técnicas cualitativas de
investigación en ciencias sociales. Madrid, Síntesis.
Schuman, H.
1982 «Artifacts are in the mind of the beholder», American
Sociologist, 17.
69
Spradley, J. P.
1980 Participant observation. New York, Holt, Rinehart &
Winston.
Stocking, George W.
1983 «La magia del etnógrafo. El trabajo de campo en la
antropología británica desde Tylor a Malinowski», en H.
Velasco (y otros), Lecturas de antropología para educadores.
El ámbito de la antropología de la educación y de la
etnografía escolar. Madrid, Trotta, 1993 (43-93).
Strathern, M.
1987 «Fuera de contexto. Las ficciones persuasivas de la
antropología»,en C. Geertz (y otros), El surgimiento de la
antropología posmoderna. Barcelona, Gedisa, 1991.
Taylor, S. J. y R. Bogdan
1984 Introducción a los métodos cualitativos de
investigación. Barcelona, Paidós, 1992.
Terradas, I.
1979 Les colònies industrials. Barcelona.
Valles, Miguel S.
1997 «Técnicas de observación y participación: de la
observación participante a la investigación-acción-
participativa», en Técnicas cualitativas de investigación
social. Reflexión metodológica y práctica profesional. Madrid,
Síntesis (142-176).
White, L.
1959 «El concepto de cultura», en J. S. Khan, El concepto de
cultura: textos fundamentales. Barcelona, Anagrama, 1975.
Wilcox, Kathleen
1982 «La etnografía como una metodología y su aplicación al
70
estudio de la escuela: una revisión», en H. Velasco (y otros),
Lecturas de antropología para educadores. El ámbito de la
antropología de la educación y de la etnografía escolar.
Madrid, Trotta, 1993 (95-126).
Wilden, A.
1979 Sistema y estructura. Madrid. Alianza.
Wolcott, Harry F.
1985 «Sobre la intención etnográfica», en H. Velasco (y
otros), Lecturas de antropología para educadores. El ámbito
de la antropología de la educación y de la etnografía escolar.
Madrid. Trotta, 1993 (127-144).
71