Métodos y Técnicas de Investigación Antropológica

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Métodos y técnicas de investigación antropológica

Publicado el 20 de noviembre de 2012 por Inés Molina

En la investigación científica formalmente definida, (y digo


formalmente porque voy a tratar de exponeros un poco las técnicas
empleadas, pero como en todas las disciplinas, cada persona o en
este caso, cada investigador, tendrá la suya propia…) hay diferentes
técnicas, que se engloban en:

Métodos Etnográficos: es el estudio in situ, surge como base de


investigaciones en pequeñas sociedades, normalmente aisladas. En
ellas se estudiaba un pequeño grupo de sujetos y la recogida de datos
no seguía patrones algunos (podríamos llamarlos de “libre
elección”), solo se buscaba conocer las dimensiones de las
relaciones sociales. Estos primeros resultados dan las bases
generales sobre el comportamiento humano en relación con la
sociedad que le rodea. Con el paso del tiempo, este primer método
fue adaptándose a las nuevas formas sociales, más complejas y
dieron como resultado las siguientes técnicas:

Técnicas etnográficas: principalmente son técnicas de campo, que


estudian los estilos de vida dentro de las diferentes culturas, usando
para ello:

Observación directa: se recogen datos básicos, como los


comportamientos individuales y en grupo de los sujetos de una
sociedad concreta, en diferentes situaciones, siguiendo los patrones
culturales y sociales que siguen (por ejemplo, como se miran en una
situación concreta, como comen, que hacen en ocasiones
especiales…) estos datos son anotados a modo de diario, en las
llamadas “notas de campo”, normalmente este paso suele durar un
año aproximadamente.

1
Observación participante: el investigador crea lazos con los sujetos o
la población que estudia, ayudándose del contacto y la confianza
creada. Se usa para comprender la organización dentro del grupo.

Las conversaciones: mediante conversaciones con los sujetos se


puede conocer la lengua que hablan, los nombres de los sujetos que
componen la sociedad y el puesto que ocupan dentro de la misma,…

Entrevista dirigida: el investigador se entrevista con cada uno de los


sujetos que estudia, es más personal y directa, y así se evalúan otros
aspectos de las relaciones sociales y algunos aspectos personales.

Informantes privilegiados: el investigador escoge a sujetos que


pueden darle una información más completa o útil.

Historias de vida: sirven para conocer la personalidad individual,


intereses, habilidades,…de las personas que forman esa sociedad y
así poder conocer otros aspectos de la misma.

Técnicas genealógicas: con ellas se conocen los antepasados de la


comunidad o sujetos estudiados, se lleva a cabo para reconstruir la
historia pasada y entender la actual, basándose en los vínculos de
parentesco, extremadamente importantes en algunas culturas y
sociedades tribales o clanes.

Estas son las principales técnicas y métodos usados, pero si


queremos ampliar la información, aquí os dejo un enlace a un
artículo de la profesora María Isabel Jociles Rubio, llamado “Las
técnicas de investigación en antropología. Mirada antropológica y
proceso etnográfico” y de forma más extensa y detallada podéis
obtener más información en el 2º capítulo del libro de Anastasia
Téllez Infantes, llamado La investigación antropológica.

Las técnicas de investigación en antropología. Mirada antropológica y pro


etnográfico
2
Research skills in anthropology: anthropological focus and ethnogra
process

María Isabel Jociles R


Facultad de Ciencias Poíticas y Sociología. Universidad Complutense
Madrid.

RESUMEN
La «especificidad» de las investigaciones antropológicas no puede encontrars
opinión de la autora- ni en los «campos» o «escenarios» en los cuales se investiga
el tipo de técnicas a que se recurre, sino en el uso a que éstas son sometidas por pa
un investigador que se ha formado lo que -a falta de otro término mejor- p
denominarse una mirada antropológica y que, a la vez, las inserta dentro de un pro
etnográfico de investigación. Se impone, por tanto, en primer lugar, calibrar en
pudiera consistir esa mirada y, en segundo lugar, establecer las princi
consecuencias metodológicas que se derivan de los procesos etnográficos. Por
lado, en el artículo se defiende la idea (¿positivista?) de que la antropología no
renunciar al empleo de procedimientos de cuantificación, al mismo tiempo que se
por concebir las técnicas de investigación (a la manera de Hammersley y Atki
como situaciones sociales, por cuanto las definiciones que los agentes sociales hac
las situaciones creadas por la entrevista, la encuesta o cualquier otra técnica no dej
incidir en sus acciones y, por consiguiente, en la naturaleza de los datos qu
producen.

ABSTRACT
The «specificity» of anthropological researches is -in the author's opinion- neith
the «grounds» or «scenarios» in which it is investigated, nor in the type of skills t
applied, but rather in the usage by the researcher, who has been formed according
"anthropological focus" and who, at the same time, inserts these skills insid
process of ethnographical research. Therefore it is necessary first, to know wha
focus could consist of and second, to establish the main methodological consequ
that are derived from ethnographical processes. This article defends the idea
anthropology should not refuse quantification procedures. At this same time it
consider research skills (in the way of Hammersley and Atkinson) as a form of s

3
situations, in that the definitions that the social agents make in the situation creat
the interview, survey, or any other skill should impact on their actions
consequently, in the nature of the data that are obtained.

PALABRAS CLAVE | KEYWO


metodología | técnicas de investigación | mirada antropológica | methodol
research skills | anthropological focus

I. Sobre la interdisplinariedad de las técnicas de


investigación

«Lo refrescante que tiene la antropología es su eclecticismo,


su disposición para inventar, tomar prestado o hurtar técnicas
o conceptos disponibles en un momento dado y lanzarse al
trabajo de campo» (Oscar Lewis 1975: 100-101).

Hoy por hoy es difícil, por no decir imposible, asociar una


técnica o un conjunto determinado de técnicas de
investigación a una u otra disciplina social. Es cierto que
solemos atribuir la encuesta estadística y los grupos de
discusión a la sociología, la entrevista en profundidad a la
psicología o -para enumerar un solo caso más- la
observación participante a la antropología, tratándose a
menudo de atribuciones que atienden a que tales técnicas se
hayan practicado con mayor profusión en cada una de esas
ciencias, a que en su seno se hayan cultivado sus
características más sobresalientes, a que -debido a estas u
otras razones- hayan servido como bandera o insignia de la
identidad profesional de sus miembros o, lo que tampoco es
infrecuente, al empleo de estereotipos y etiquetas que
reproducimos miméticamente. Sin embargo, es evidente que
la permeabilidad de las fronteras de las diferentes disciplinas
no afecta únicamente a la circulación de conceptos, teorías o
estrategias metodológicas, sino también al traspaso de
técnicas de investigación, ya sea la biográfica, la
4
producción/análisis de redes o, incluso, aquellas otras
nombradas más atrás. Si ojeamos los trabajos que se han
venido realizando en los últimos años (al igual que si nos
fijamos en los efectuados en las primeras décadas de nuestro
siglo), no se puede por menos que llegar a la conclusión de
que las técnicas de investigación más que ser el terreno de la
diferencia entre la antropología y, por ejemplo, la sociología o
la historia, es un lugar de coincidencia, que su trasiego, más
que una excepción, ha sido moneda corriente a lo largo de
sus respectivos devenires históricos. Ello lo recalcan, entre
otros, Juan José Pujadas (1992: 85 y ss), Félix Requena
(1991) y Juan José Castillo (1997:145 y ss). El primero, tras
examinar las ocho obras españolas (tres firmadas por
sociólogos y cinco por antropólogos) que -en su opinión- han
alcanzado una cierta difusión y se han destacado por la
utilización de las reconstrucciones biográficas, nos dice que,
en este pequeño corpus, «las diferencias disciplinarias
tienden a ser laxas, si exceptuamos, tal vez, el hecho del
mayor énfasis aplicado, hacia el planteamiento de soluciones
al problema estudiado, por parte de sociólogos como Negre o
Gamella»; una 'laxitud' que quizá tropezaría aun con menos
salvedades si se tiene en cuenta que Gamella es profesor de
antropología en la Universidad de Granada. Pero eso no es
todo. Cuando Pujadas presenta -por ejemplo- su propuesta
para «la elaboración de una historia de vida» (1992: 59-84),
no titubea en integrar en un mismo esquema teórico-
metodológico los logros provenientes de la antropología
(Radin, Lewis, Watson, Spradley...) con los procedentes de
otras disciplinas (Strauss y Glaser, Thomas y Znaniecki,
Shaw, Allport, Bertaux, Fraser, Cartwright, etc.), en lo que se
refiere a los procedimientos que se pueden seguir tanto en la
'etapa inicial' como en las fases de 'encuesta', 'registro' y
'análisis' de los relatos biográficos; haciendo gala de un
ejercicio interdisciplinario no muy lejano del realizado algunas
décadas antes por Balán et alii (1974).
5
Por su parte, Félix Requena, un sociólogo de la Universidad
de Málaga, no sólo ha insistido en que el desarrollo de la
metodología de redes es fruto de un esfuerzo conjunto de la
antropología y la sociología, sino que no ha vacilado en
acudir a los planteamientos de John Barnes, Elizabeth Bott o
Clyde Mitchell a la hora de encontrar fundamentación
metodológica y técnica para su investigación sobre la
importancia de las redes personales en el mercado laboral
español. Del mismo modo, resulta reconfortante comprobar
que Juan José Castillo, un sociólogo de la Complutense firme
partidario de la observación directa in situ, recomiende la
lectura de Junker y Hughes, W. F. Whyte y, por supuesto,
Malinowski, cuando anima a conocer los procedimientos del
trabajo de campo a partir de cómo los relatan los clásicos; y
después de lamentar que otros muchos no los revelen en sus
obras, acaba declarando lo siguiente:

«Se habla de rejuvenecer puntos de vista, hoy, por ejemplo,


con los enfoques antropológicos del trabajo. Nuestros
clásicos, nuestros padres y maestros, eran antropólogos.
Nada mejor que aspirar a ser lo que ya fuimos. O, al menos,
aprender críticamente de lo que fuimos» (149).

Y no estaría de más recordar a algún que otro antropólogo


afanado en 'rejuvenecernos' con los enfoques sociológicos
del trabajo de campo en aras a facilitar nuestra adaptación al
estudio de las sociedades complejas, que nuestros «padres y
maestros eran también sociólogos» y que, por consiguiente,
sus «puntos de vista» merecen como mínimo una lectura
crítica antes de que se los deseche -como acaece a menudo-
por sentir debilidad por los 'primitivos', por no acomodar su
lenguaje a las modas finiseculares o por haber sido tildados
de representantes del 'realismo etnográfico' o del
'positivismo'. Diré, incidentalmente, que en unos momentos
como los actuales, en que -por ejemplo- parece bastante

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consensuada la idea de que hay que analizar los discursos de
los sujetos investigados como conducta discursiva, y no tanto
como 'información', no es ineludible recluirse en la semiótica
pragmática o en la sociología cualitativa (si bien hay que
beber también de sus fuentes) para descubrir antecedentes
de un giro analítico de tal envergadura, pues cabe hallarlos
igualmente -entre otros- en Nadel (1974 -1951-: 49 y ss):

«Radcliffe-Brown, Malinowski y otros muchos han advertido


que no debemos esperar respuestas correctas cuando
preguntamos a la gente de la razón o el significado de una
actividad cultural. Pero sus respuestas no carecen de valor
por completo; aunque en un sentido son fuentes de error, en
otro ellas mismas son hechos sociales significativos, datos
por derecho propio y, en consecuencia, fuentes de
conocimiento. Pues la información verbal sobre la acción
social es acción ella misma».

Sin embargo, no quiero detenerme en esta clase de


elucubraciones, que no he resistido la tentación de hacer al
hilo de las palabras de Castillo, sino seguir -desde otro
ángulo- con el asunto de la circulación interdisciplinar de las
técnicas de investigación. La antropóloga Eugenia Ramírez
Goicoechea (1996: 592 y ss), en el apéndice de un libro sobre
los inmigrantes en España, asegura haber recurrido a la
realización de 13 grupos de discusión para conseguir parte
del apoyo empírico necesario para su trabajo; y aunque no
sea la primera vez que los antropólogos se han subido al tren
de las entrevistas grupales, Eugenia Ramírez toma como
referencia la concepción que de las mismas ha delineado la
denominada escuela española de sociología cualitativa, lo
que se detecta no sólo en el nombre que les da (grupos de
discusión, en lugar -verbigracia- de entrevistas en grupo o
grupos focalizados), sino en los comentarios que vierte sobre
ciertas modificaciones que se ve obligada a introducir en su

7
diseño y puesta en funcionamiento: «Sin embargo, nos
hemos adscrito aquí a una versión metodológicamente más
libre de esta técnica, al estilo de las últimas tendencias en
esta materia en la investigación cualitativa. Por eso, no se
respetaron algunas de las condiciones formales de la técnica,
... como es que los participantes no se conozcan, el número
máximo y mínimo de partícipes, la neutralidad del escenario
así como el papel del investigador». Sólo si se tienen en la
mente las directrices marcadas por aquella escuela
sociológica para la composición y la moderación de los
grupos de discusión, adquiere sentido e interés incidir en
aclaraciones de esta índole. Para no cansar con la exposición
de una larga lista de los estudios antropológicos que no
ponen reparos disciplinarios a la hora de optar por una
determinada técnica (1), mencionaré -por último- el de otro
antropólogo español, Andrés Barrera (1985), quien en su
investigación sobre la dialéctica de la identidad en Cataluña,
amén de las entrevistas o de la observación participante,
aplicó una encuesta a una muestra de 400 personas: por un
lado, llevó a cabo un muestreo por cuotas y, por otro, nos
confiesa no haber desdeñado los programas informáticos
para el tratamiento estadístico de los datos. Pero no quiero
terminar esta relación sin traer a la memoria que la propia
observación participante entró en la antropología como un
trasplante de la 'observación naturalista' de los zoólogos o
que, como pone de manifiesto Comelles (1996:135), ha sido
una técnica que ha desempeñado un papel asimismo
destacado «en la elaboración del soporte factual de otras
disciplinas», como es el caso de la medicina hasta que, en la
segunda mitad del XIX, se impuso en ella el método clínico.
Es decir, que la antropología, en lo que atañe también a su
instrumental técnico-metodológico, es y ha sido siempre una
disciplina abierta a todos los mundos, ya sea el de las
ciencias sociales o el de las ciencias naturales, por lo que ha
sido sacudida por los vientos y los vaivenes más diversos del
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pensamiento científico y humanista; lo que no significa, desde
luego, que el utillaje ajeno no haya sido asimilado
creativamente.

Ahora bien, la interdisciplinariedad de los procedimientos de


investigación, que no cuesta demasiado apreciar cuando se
examinan los trabajos empíricos o que es defendida -a veces
con apasionamiento- por quienes realmente la practican,
parece evaporarse cuando nos encaramos con algunos libros
que versan sobre metodología, esto es, con los clásicos
manuales o colecciones de 'métodos y técnicas'. Ese
desarrollo interdisciplinar es, en unas ocasiones, silenciado,
como ocurre - por ejemplo- con la presentación que hace
Josep Antoni Rodríguez (1995) del análisis de redes que, por
omisión, induce a discurrir que fuera una creación genuina y
exclusivamente sociológica. En otras ocasiones, la aportación
realizada por otras ciencias sociales es minimizada,
considerándosela -verbigracia- como un escalón o estadio ya
superado dentro de una escala evolutiva que asciende hacia
no se sabe dónde, como sucede con la imagen que José
Miguel Marinas y Cristina Santamarina (1994: 263 y ss.)
proyectan sobre el uso antropológico de las historias de vida,
al quedar enclaustrado en un capítulo que significativamente
titulan «Primera fase: el antropologicismo conservacionista».
Y, las más de las ocasiones, tal desarrollo no se concibe más
que como una maraña confusa de la que hay que extraer
indicios de las tradiciones independientes de cada disciplina,
como cabe advertir en el viaje que hace Valles (1995: 142 y
ss.) a través de la observación participante(2). Son
acercamientos, por tanto, que o bien ignoran la
interdisciplinariedad o bien juegan con ella pero, casi siempre,
para reforzar las fronteras más que para abolirlas. Todo lo
cual tal vez no tenga otra explicación que el hecho de que
cada uno la entiende de un modo diferente, por cuanto se
hubiera convertido -y tomo de nuevo palabras de Juan José
9
Castillo (1997: 141) «en algo así como el comentario inglés
sobre el weather: eso de lo que se puede hablar con toda
inocencia para poner a todos de acuerdo»; un acuerdo que -
empero-, si se profundiza un poco, enseguida se evapora.

Sin embargo, la interdisciplinariedad de las técnicas de


investigación, se admita o no, constituye una realidad
palpable, y exige el reconocimiento de que el estado actual
de las distintas técnicas de trabajo de campo (ya sean de
producción, de organización o de análisis de los datos) no
pertenece al patrimonio privado de ninguna ciencia social, es
decir, que es producto de las aportaciones que a lo largo del
tiempo han hecho -en mayor o menor medida- todas y cada
una de ellas. Para poner un caso, la conceptualización y el
manejo más frecuente que hoy en día se hace en la
antropología española de la entrevista individual en
profundidad, es innegable que debe mucho a lo que
Malinowski, Nadel, Hymes, Spradley, Geertz u otros
antropólogos han dicho sobre la importancia y/o la manera de
entrevistar a informantes para captar el punto de vista de los
nativos, pero no se puede olvidar que bastantes de nosotros
también nos hemos nutrido de las sugerencias útiles que nos
han ofrecido obras como las de Rogers, Taylor y Bogdan,
Hammersley y Atkinson, Douglas, Ortí, Blanchet o, en los
últimos años, Alonso. Y no está de más resaltar aquí que en
las más recientes encontramos planteamientos ya
expresados en las más tempranas (a veces para criticarlos,
otras para apoyarlos y/o matizarlos): Nadel y Geertz remiten -
entre otros- a Malinowski; Taylor y Bogdan retoman
experiencias de campo y recomendaciones metodológicas de
Spradley, Lewis o Douglas; Hammersley y Atkinson hacen lo
propio con Nadel, Perlmam o Agar; Blanchet recurre a
Hymes, Shapiro o Austin; y Alonso se apropia de algunas
ideas de Bateson, Geertz, Taylor y Bogdan y Blanchet. Pues,
si nosotros como investigadores nos embarcamos en estos
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periplos, que no por sinuosos dejan de ser enriquecedores,
cómo no invitar a los demás a que también los realicen, esto
es, cómo no proponerles un recorrido reflexivo por todas esas
imbricadas contribuciones que han perfeccionado o pueden
servir para perfeccionar sus herramientas de trabajo.

Ahora bien, poner énfasis en esto tiene claramente un riesgo,


puesto que cuando se aboga por la interdisciplinariedad,
cuando se subraya -como ahora- que las técnicas de
investigación utilizadas actualmente en antropología son una
elaboración colectiva de buena parte de las ciencias sociales,
se corre el peligro de sumergir a los antropólogos
(principalmente a los antropólogos noveles) en un mar de
dudas: ¿dónde está, entonces, la 'originalidad' de la
investigación antropológica?, ¿no se había fundamentado
siempre en la práctica de la observación participante?, ¿en
que se distingue una investigación sociológica, psicológico-
social o histórica de otra antropológica? Se trata, al fin y al
cabo, de preguntarse por aquello que marca la especificidad
de la antropología y, de este modo, por el uso antropológico
de las técnicas de trabajo de campo. Pues bien, desde mi
punto de vista, el sello particularizador lo ponen, por un lado,
la «mirada» antropológica desde la cual se aplican y, por otro,
su ubicación dentro de un proceso etnográfico, que juntas
configuran lo que se ha venido nominando 'la manera de
abordar el objeto de estudio', es decir, el contexto general de
aplicación de las técnicas de investigación en antropología
social.

II. Sobre la mirada antropológica

La gran variedad (en escala, complejidad, localización, etc.)


que presentan los campos socio-espaciales en que investigan
hoy en día los antropólogos hace bastante improbable que la

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distintividad de la antropología pueda encontrarse en ellos;
desde luego, hace tiempo que no se estudian únicamente, ni
siquiera mayoritariamente, las repetidas sociedades
primitivas, como tampoco los campesinos de las sociedades
industriales, las sociedades exóticas o las sociedades a
pequeña escala. Así y todo, sigue habiendo quienes
continúan buscando allí las fuentes de la identidad
antropológica, como es el caso de los que se enzarzan en
rastrear una característica común definitoria de los grupos de
los que se han ocupado o se ocupan todavía los
antropólogos, y creen descubrirla, por ejemplo, en su
condición de 'minorías culturales' (3) o de «grupos
marginales» dentro de estructuras socioculturales más
amplias. Pero ¿no es verdad, entonces, que la especificidad
de la antropología, como la de cualquier ciencia, radica en su
objeto de estudio? Por supuesto que sí, pero eso no significa,
en primer lugar, que dicho objeto coincida con el campo
(lugar y/o grupo) en que se lleva a cabo las indagaciones y,
en segundo lugar, que aquél pueda ser confundido con
alguna entidad que esté ya 'dada' en la realidad. Lo primero lo
advirtió hace tiempo Geertz:

«El lugar de estudio no es el objeto de estudio. Los


antropólogos no estudian aldeas (tribus, pueblos,
vecindarios...); estudian en aldeas. Uno puede estudiar
diferentes cosas en diferentes lugares, y en localidades
confinadas se pueden estudiar mejor algunas cosas, por
ejemplo, lo que el dominio colonial afecta a marcos
establecidos de expectativa moral. Pero esto no significa que
sea el lugar lo que uno estudia» [1987 (1973): 33].

Y lo segundo se columbra en el hecho -señalado, p. e., por


Hammersley y Atkinson [1994 (1983): 57]- de que «un objeto
de investigación es un fenómeno visto desde un ángulo
teórico específico», pues «a determinadas características no

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se les presta atención e, incluso, el fenómeno considerado no
se agota completamente en la investigación». El objeto de
estudio está constituido, de esta manera, por el conjunto de
preguntas que se considera significativo dirigir a un cierto
fenómeno sociocultural, un conjunto de preguntas que
delimita el ámbito de lo observable y de lo no observable, que
siempre se hacen desde una perspectiva teórica concreta y
que los antropólogos hemos equiparado comúnmente a la
'cultura'. Esto es lo que puso sobre la mesa Leslie White
[1975 (1959): 129 y ss] cuando, intentando hallar un espacio
adecuado para este último concepto, se opuso a los que
Radcliffe-Brown o Kluckhohn y Kroeber manejaban, puesto
que -para éstos- la cultura no era sino la reificación o
cosificación de una abstracción, dado que lo existente, lo real,
se plasmaba o bien en la 'estructura social' -para el primero- o
bien en 'los individuos' -para los segundos-. Ello llevó a que
Radcliffe-Brown negara que fuera el objeto apropiado de la
antropología, y que Kluckhohn y Kroeber, aceptándolo como
tal, lo dejaran reducido a aquella simple abstracción. White,
en cambio, no admite ni una cosa ni otra. Partiendo de la
definición clásica de Tylor, saca la conclusión (como había
hecho antes Keesing -1958- o después hará Goodenough -
1971-) de que los heterogéneos componentes (moral,
derecho, hábitos, creencias, arte...) que forman parte de ella
comparten el ser «conducta aprendida y transmitida
socialmente»; no obstante, -continúa argumentando-
cualquier conducta aprendida y transmitida socialmente
puede ser analizada desde 'contextos' distintos: con relación
a sus efectos fisiológicos, anatómicos, geográficos,
simbólicos, psicológicos, etc. Por este camino es por donde
llega a su noción de la cultura como «la clase de cosas y
acontecimientos que dependen del simbolizar, en cuanto son
consideradas en un contexto extrasomático»; y añade:

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«Podría objetarse que cada ciencia debería tener una
determinada clase de cosas, no cosas-incluidas-en-un-
contexto, que constituyen propiamente su objeto. Los átomos
son los átomos, y los mamíferos los mamíferos, podría
argüirse, y cada uno constituye respectivamente el objeto de
la física y de la mamalogía, sin hacer intervenir para nada el
contexto. ¿Por qué, pues, debería la antropología definir su
objeto en términos de contexto y no de la cosa en sí? A
primera vista este argumento parece perfectamente
pertinente, en realidad tiene muy poca fuerza. Lo que el
científico intenta es hallar la inteligibilidad de los objetos
observados, y muy frecuentemente el nivel de significación de
los fenómenos se encuentra precisamente en el contexto en
que estos aparecen y no en ellos mismos. [...] Una vaca es
una vaca, pero puede convertirse en medio de cambio, dinero
(pecus, pecuniario), comida, potencia mecánica (Cartwright
usó la vaca como medida de potencia en su primer telar
mecánico), e incluso objeto de culto (India) según el contexto.
No existe una ciencia particular dedicada a las vacas, lo que
sí tenemos son ciencias que estudian los medios de cambio,
la potencia mecánica o los objetos sagrados, para las que la
vaca, en cuanto relacionada con estos campos, puede ser
relevante. De esta manera llegamos a obtener una ciencia de
las cosas y acontecimientos en un contexto extrasomático»
(139-140).

White subraya el 'sustancialismo' implícito en algunas


concepciones de la cultura, pues suponen erróneamente una
identidad de los fenómenos socioculturales investigados que
fuera autónoma de los diferentes haces de relaciones en los
que están inmersos y desde los cuales se los observa; sin
embargo, son estos diversos 'haces de relaciones' los que,
balizados por cada disciplina, modelan su objeto de estudio:
White les concede el nombre de 'contextos', Hammersley y

14
Atkinson de 'ángulos teóricos específicos', otros de
'enfoques', y yo los he calificado más atrás de 'miradas'.

Hace un tiempo me llamó mucho la atención un editorial que


leí en el boletín del Colegio de Ciencias Políticas y
Sociología; en él, se discutía que, con el empleo creciente de
programas informáticos de tratamiento estadístico de los
datos, el análisis cuantitativo de encuestas estaba al alcance
de cualquiera y, por tanto, que los sociólogos no podrían
seguir reivindicando la exclusividad en su dominio. Lo que me
sorprendió fue menos este comentario (que, en ciertos
aspectos, es discutible), que el espacio donde vislumbraba
una nueva base para hacer valer la competencia profesional
e investigadora de los sociólogos: en su formación
sociológica. Equivale a decir «la vaca es la vaca, pero...»,
aunque en esta ocasión haya que traducir la expresión de
White por la de «la encuesta estadística es la encuesta
estadística, pero»: lo que marca la especificidad del proceso
de investigación de toda disciplina es menos su instrumental
técnico, por muy sofisticado que sea, que la 'mirada' de sus
practicantes, -ciertamente- conformada a lo largo de un
proceso formativo concreto. Es lo que Anthony Wilden (1979:
112 y ss) plantea, con un lenguaje bastante más alambicado,
al distinguir entre dos niveles distintos de construcción que se
producen en todo desarrollo metodológico: el nivel de
'puntuación' y el nivel de 'sintaxis' (4). La 'puntuación' sería
una operación primaria, a partir de la cual un sujeto que se
comporta como observador realiza la delimitación de un
sistema, convirtiéndose por el hecho de realizarla en un
observador observado. La 'sintaxis' alude a los modos de
articulación lógica de un sistema, que se puede conocer a
través de operaciones secundarias (las técnicas) consistentes
en servirse de reglas y rutinas diseñadas para organizar
formalmente los datos de la observación. Para Wilden, lo
fundamental es el proceso de 'puntuación', la 'mirada', que es
15
anterior y posterior al trabajo de organización técnica. Y algo
no muy dispar sostienen Bourdieu, Chamboredon y Passeron
(1976) cuando, después de establecer la jerarquía de las
operaciones científicas en la investigación, afirman que -si se
quiere ser fiel a las formas de pensar, hablar y actuar de los
sujetos investigados- la constatación de los datos a nivel
técnico debe estar siempre subordinada a la construcción a
nivel metodológico, y ésta a la ruptura a nivel epistemológico,
es decir, a la explicitación de los obstáculos que oponen
resistencia al conocimiento de aquellas prácticas sociales.

Como he expresado más atrás, lo que permite aceptar una


investigación como antropológica no es el recurrir a un
procedimiento, a un campo, a una técnica o conjunto de
técnicas determinado, sino el uso que de ellas hace un
investigador que se ha formado una 'mirada' que
consideramos antropológica y que las sitúa en una situación
etnográfica. Y, por supuesto, si la 'especificidad' de una
investigación está en la 'mirada', en el 'enfoque', lo mismo
cabe predicar de su calidad. Jean Peneff (1996: 25 y ss), en
un artículo -citado por el ya mencionado Juan José Castillo
(1997:145)- donde muestra el importante papel que
desempeñó la observación participante en los primeros
estudios sobre sociología del trabajo, lamenta que todo el
énfasis para validar, por ejemplo, una entrevista biográfica se
cargue habitualmente sobre la persona o sobre los métodos
con que la entrevista se ha realizado, y suela faltar el interés
por controlar al entrevistador, no sólo en la contextualización
posterior, sino en el mismo acto de producir la información;
preguntándose, acto seguido, si el investigador no está
obligado no sólo a hacer un ejercicio reflexivo sobre su
práctica actual, sino a analizar su historia y su experiencia
como miembro de una disciplina. Hay que advertir, empero,
que con esto no se pretende menoscabar la importancia de
las técnicas de investigación, cuyo progresivo afinamiento es
16
primordial en la evolución del conocimiento, sino rescatar el
carácter singular y creador de 'la mirada' (que es siempre
interpretativa), que no nos olvidemos de la trascendencia e
impronta de un sujeto social, el investigador, que escudriña
desde una determinada situación.

«No hay modo de evitar el hecho de que el etnógrafo es, en


sí mismo, un factor de la investigación. Al margen de la
capacidad general de los hombres para aprender la cultura, la
investigación sería imposible. En este sentido, las
características particulares del etnógrafo son, para bien y
para mal, un instrumento de la investigación» (Hymes 1993:
187).

El reconocimiento de que la especificidad e, incluso, la


calidad de un proceso de investigación dependen ante todo
de la 'mirada' no es más que la confirmación de que el
principal instrumento de investigación, al menos en ciencias
sociales, es -como rememora Hymes- el propio investigador
y, desde esta óptica, su formación académica y/o práctica (su
puesta a punto) adquieran una gran importancia. Pero ¿en
qué estriba, en definitiva, esa 'mirada' antropológica?
Tomando prestada la expresión de Bourdieu para describir el
habitus, yo diría que está compuesta por un conjunto de
principios de percepción, sentimiento y actuación que,
encarnados en el sujeto de la investigación, termina por guiar
explícita o implícitamente sus indagaciones. Marc Augé, en
una obra [1995 (1994). 11] donde acomete -entre otros- el
tema de los intercambios habidos entre antropología e
historia, manifiesta que los antropólogos, tras comprobar que
algo de su disciplina ha pasado a las demás, pueden
alertarse al ver que el «núcleo duro de su empeño (que es la
combinación de una triple exigencia: la elección de un
terreno, la aplicación de un método y la construcción de un
objeto)» se diluye en alusiones un tanto imprecisas a la

17
necesidad de una «perspectiva» o de una «orientación
antropológica». Sin embargo, como él, intuyo que sería una
inquietud excesiva y hasta poco justificada, sobre todo
cuando no se elude el esfuerzo de dotar de un mayor grado
de precisión a la naturaleza de esa orientación, perspectiva o
mirada y, de paso, a los principios que la componen. Unos
principios que, sin pretensión de ser exhaustiva, voy a tratar
de exponer a continuación; y lo haré tomando como punto de
arranque ciertas palabras de Wilcox referidas a la etnografía
escolar:

«Es un proceso continuado de investigación en el que hay


que seguir ciertas normas antropológicas. Primera, intentar
dejar a un lado las propias preconcepciones o estereotipos
sobre lo que está ocurriendo y explorar el ámbito tal y como
los participantes lo ven y lo construyen. Segunda, intentar
convertir en extraño lo que es familiar, darse cuenta de que
tanto el investigador como los participantes dan muchas
cosas por supuestas, de que eso que parece común es sin
embargo extraordinario, y cuestionarse por qué existe o se
lleva a cabo de esa forma, o por qué no es de otra manera
(Erickson 1973, Spindler y Spindler 1982). Tercera, asumir
que para comprender por qué las cosas ocurren así, se
deben observar las relaciones existentes entre el ámbito y su
contexto, por ejemplo, entre el aula y la escuela como un
todo, incluyendo la comunidad, la comunidad a la que
pertenece el profesor, la economía, etc. Siempre se debe
realizar un juicio sobre el contexto relevante y se debe
explorar el carácter de este contexto hasta donde los
recursos lo permitan. Cuarta, utilizar el conocimiento que uno
tenga de la teoría social para guiar e informar las propias
observaciones» [Wilcox, 1993 (1982): 96-97].

Si yo, por el contrario, he sustituido el vocablo normas por el


de principios, ha sido por dos razones diferentes. En primer

18
lugar, porque considero que tales normas dejan de mostrarse
como tales a lo largo del tiempo, es decir, que con su empleo
continuado dejan de percibirse conscientemente como
preceptos que hay que acatar, para convertirse en categorías,
en sentimientos y en comportamientos 'incorporados'. En
segundo lugar, porque los mencionados principios, aunque
encuentren las mejores condiciones para su cumplimentación
en el trabajo etnográfico, una vez que el investigador los ha
hecho suyos, configuran la 'mirada' con que el antropólogo
inspecciona no sólo el material derivado de la etnografía, sino
el procedente de otros procesos distintos de investigación; o
dicho de otro modo, sospecho que son esos principios los
que nos permiten identificar como antropológicos estudios
que, en lugar de haber seguido una estrategia etnográfica, se
han basado en exploraciones de índole historiográfica o, por
ejemplo, literaria; como es el caso de los debidos a Carmelo
Lisón (1992) sobre la figura de Vagad, a Juan José Pujadas y
Dolors Comas (1991) sobre la evolución histórica de los
símbolos étnicos catalanes, a Ignasi Terradas (1979) sobre
las colonias industriales o a Joan Frigolé (1994) sobre la obra
literaria de García Lorca. Con las matizaciones expuestas, las
normas enumeradas por Wilcox pueden ser tenidas por
algunas de las características esenciales de la 'mirada
antropológica'; unas características que, sin duda, han tenido
una génesis histórica concreta, y que el aprendiz de
antropólogo -como he repetido- va adquiriendo mediante una
formación teórica y práctica específicas.

Más arriba he manifestado mis recelos ante la idea de que la


particularidad de la antropología radicara en los campos en
que los antropólogos han investigado; ahora bien, esto no
quiere decir que desestime la posibilidad de que los campos
tradicionales de la antropología hayan tenido algún peso en la
conformación de la 'mirada antropológica'. Todo lo contrario,
estoy convencida de que, al menos las dos primeras normas
19
de Wilcox (que, por los motivos anteriores, prefiero llamar
principios: el de intentar dejar a un lado las propias
preconcepciones y el de convertir en extraño lo familiar), se
han gestado gracias, entre otras cosas, al hecho de que los
primeros antropólogos empíricos estudiaran en sociedades
que exhibían una cualidad que François Jullien (1988: 118)
califica -como he indicado en otro lugar- de «alteridad», esto
es, una 'extrañeza' tan radical que les resultaba claro que no
podían dar nada por sabido, que no podían dar por supuesto
ningún marco común de interpretación, a no ser que
impusieran ingenuamente el suyo como medida. En suma, se
encontraron -como recuerda Nadel (1974/1951)- con que
tenían que formular preguntas nuevas cuando otros
estudiosos de la sociedad podían limitarse a pedir respuestas
a las preguntas habituales; con que debían formar sus
propias categorías al no disponer de categorías ya
establecidas en las que sus datos se acomodaran sin
resistencia; con que debían empezar por suspender sus
presupuestos previos, inservibles en tales circunstancias,
para captar los marcos de significado a los que acudían los
sujetos investigados para dar sentido a sus acciones. Este
interés por el punto de vista de los 'nativos', originado
probablemente en esas exigencias impuestas por las
investigaciones en sociedades 'exóticas', es el que, en
ausencia de las mismas, ha conducido a que la antropología
haya abogado por el 'extrañamiento' de los objetos
estudiados en las sociedades o en los grupos que nos
resultan 'familiares'; otro principio que nos permite reconocer
una investigación como propia de nuestra disciplina:

«Tiene sentido llamar antropológicas a esas investigaciones


[a las realizadas en sociedades no exóticas]: porque todavía
siguen fieles al acucioso espíritu de investigación que se
desarrolló con el estudio de pueblos más sencillos y ágrafos.
Tratamos una cultura familiar como si fuese una cultura
20
extraña... Elegimos deliberadamente este punto de vista para
poder mirar la cultura desde un ángulo visual nuevo y poner
de relieve rasgos oscurecidos por otras formas de estudio»
[Nadel 1974 (1951): 17-18].

No quiero dedicarle ahora más tiempo a estas cuestiones,


porque las he abordado ya, y de una forma reiterada, en otros
escritos. Es más, en principio, podría parecer que son tan
obvias que no requieren mayor defensa y/o explicación, tan
establecidas que no merece la pena seguir preocupándose
por ellas. Pero, tal vez, por serlo, se olvida a menudo
mentarlas siquiera y, en otras ocasiones -como en algunos
libros de introducción a la etnografía-, son incluso
presentadas como si fueran defendidas y defendibles
exclusivamente por posicionamientos obsoletos, por quienes
desearan continuar amarrados a las ortodoxias de la
antropología clásica sin tener la lucidez o la capacidad
suficientes para darse cuenta de los cambios operados en el
mundo y/o en el pensamiento contemporáneo. Y es verdad
que los principios que atribuyo a la 'mirada antropológica', así
como las características que, en mi opinión, definen el
proceso etnográfico, los creo válidos tanto para el estudio en
sociedades tradicionales como para el que se efectúa en las
denominadas sociedades complejas, pero ello es así no
porque desee permanecer atada a ciertos credos, sino
porque estoy segura de que, correctamente
conceptualizados, tales principios y características son
transponibles a las situaciones de investigación más diversas
y constituyen logros irrenunciables de nuestra disciplina.
Unos logros que, por otro lado, son los que han conseguido
saltar las fronteras disciplinares y tener alguna impronta
teórico-metodológica en las otras ciencias sociales, que se
han vuelto -de este modo- cada vez más antropológicas (más
interesadas por lo cultural, por el punto de vista de los
actores, por extrañar lo familiar) (5). En este sentido, no tengo
21
más remedio que mostrar mi acuerdo con Ogbu [1993 (1981):
147] cuando asevera que, con demasiada habitualidad,
quienes tildan las aportaciones de la etnografía clásica de
inadecuadas para el estudio de nuestras complejas y/o
urbanas sociedades (en esta ocasión, de las escuelas
occidentales) lo suelen hacer a costa de establecer
comparaciones erróneas:

«La crítica se dirige en concreto a la 'etnografía de


Malinowski'. Señalan, por ejemplo, que no es lo mismo tomar
como unidad de estudio una escuela urbana en América que
un poblado trobiand..Erickson presenta de forma acusada un
contraste entre una escuela americana y un poblado trobiand
y concluye que 'las teorías y métodos de Malinowski no
funcionan en las escuelas porque sus métodos no son
apropiados para la situación' (1973: 11). Me parece a mí que
lo que no es apropiado es la comparación. Debería ser entre
un poblado trobiand y una ciudad o barrio americano por un
lado, o entre una escuela americana y la institución educativa
de los trobiand. Si comparásemos tales unidades de
población o tales instituciones sociales, nos sorprenderíamos
de encontrar fuertes semejanzas, aunque fueran evidentes
las diferencias de escala».

En cuanto a los otros principios enunciados por Wilcox


(explorar el carácter del contexto relevante y utilizar el
conocimiento que se tenga de la teoría social para encauzar
las observaciones), el primero trata ni más ni menos que del
tan traído y llevado holismo. Lucy Mair, en una obra harto
conocida por los estudiantes de antropología de mi
generación [1978 (1965): 15], aludía ya a él como uno de los
posibles elementos que marcan el enfoque del antropólogo:
«según algunos, es una cuestión teórica: consideramos
cometido nuestro observar la totalidad de relaciones que
operan entre la gente que constituye la unidad social que

22
estudiamos, y no sólo aquellas directamente aplicables a un
problema en particular». Sin embargo, Mair se aferra aquí a
un concepto de holismo que ha sido posteriormente bastante
cuestionado, en primer lugar, por inmanejable, es decir,
porque resulta práctica y teóricamente imposible 'observar la
totalidad de relaciones' y, en segundo lugar, por haber sido
interpretado en ocasiones como una empresa dirigida a
describir todos y cada uno de los subsistemas del grupo o del
territorio donde se investiga (geografía, cultivos, formas de
tenencia de la tierra, parentesco, matrimonio...), lo que ha
promovido ciertamente una literatura etnográfica
omnicomprensiva en exceso y, como dice Llobera (1990), a
veces con escasas contribuciones teóricas. No obstante, ni
siquiera los críticos de esa concepción renuncian a la
investigación holística; Kaplan y Manners [1979 (1972): 333],
verbigracia, lo que hacen es recomendar a los antropólogos
'moderar su holismo' para adaptarlo a las nuevas
circunstancias de estudio, y la propia Wilcox [1993 (1982)] se
decanta por una redefinición del mismo, según la cual
consistiría en la integración de los problemas que se
investigan en el contexto en que se producen, en asumir que
para comprender por qué ocurren tales problemas se deben
observar sus relaciones con los aspectos macroestructurales
que se estimen relevantes (6). Por su parte, Ogbu -en el
artículo del que he extraído asimismo la cita de la
antecedente página [1993 (1981): 157]- se resiste a tomar por
antropológicas las etnografías que, en su afán por entender el
fracaso escolar de las minorías, se limitan a analizar las
confrontaciones de estilos comunicativos que se dan dentro
del aula entre alumnos y profesores, precisamente porque no
son holísticas, porque no encaran las interrelaciones entre la
escuela y otras instituciones sociales ni la manera en que
dichas interrelaciones pueden afectar a los procesos que se
dan en la primera: «aunque el aula sea el escenario de la
batalla -nos dice-, la causa de la batalla puede estar en otro
23
lugar». A su parecer, frente a la pobreza explicativa de estas
microetnografías que se acoplan a un enfoque
sociolingüístico, las que lo remplazan por otro antropológico -
que nomina macroetnografías- logran, por el contrario,
mostrar cómo las fuerzas sociales, y entre ellas las creencias
de la sociedad global, influyen en los comportamientos de los
que participan en la realidad estudiada. Así, lo esencial del
holismo -como resaltan Velasco, García Castaño y Díaz de
Rada (1993: 316) al hacerse eco de concepciones como
éstas- es que conduce al investigador siempre un paso más
allá del espacio y del tiempo en los que fija su atención; un
paso hacia afuera que, como siguen aseverando, está
comúnmente presente en «las mejores etnografías».

Ahora bien, no cabe duda que lo que, para unos, es señal de


riqueza de la investigación, se convierte para otros en una
'ficción persuasiva del modernismo', como es el caso de la
visión que Marilyn Strathern [1991 (1987): 224] traza del
holismo malinowskiano. Según esta antropóloga británica,
Malinowski abogó por considerar las prácticas y creencias
extrañas con referencia a un contexto social específico con la
intención de crear un dispositivo por medio del cual modificar
lo que su lectorado pudiera pensar o creer previamente sobre
las mismas, es decir, por acercar su lógica a la lógica de los
lectores, en tanto que Frazer -con quien es cotejado- situaba
dichas prácticas y creencias 'fuera de contexto' porque no
albergaba el propósito de reducir su extrañeza. Y es muy
posible que la contextualización sociocultural consiga ese
efecto retórico, lo que no quita para que sea algo más, esto
es, para que sea también un principio metodológico que se
instrumentaliza en la investigación antropológica de cara a
explicar y/o dar sentido a los fenómenos que se estudian, que
es a lo que aspiran tanto Malinowski como otros partidarios
del holismo.

24
En cuanto a la cuarta norma sacada a colación por Wilcox,
tengo la impresión que, al menos como ella la expresa en el
párrafo que he reproducido, no constituye ninguna
peculiaridad ni de la investigación etnográfica ni -en general-
de la investigación antropológica, ya que todo investigador
apela, explícita o implícitamente, a la teoría de la que dispone
para guiar e informar sus observaciones. Sin embargo, en un
texto de Wolcott, perteneciente al mismo libro de donde he
entresacado las referencias de Ogbu y de Wilcox, se
encuentra una idea que puede servir para matizar la
expresión de esta última de tal modo que la transforme en un
rasgo más del tipo de 'mirada' sobre la que estamos
hablando:

«Cualquier lista que comience diciendo 'la etnografía no es...'


se podría ampliar a ocho, diez, o cualquier número de
negaciones -la etnografía no es empatía, la etnografía no es
simplemente el relato en primera persona o el 'yo estuve allí',
la etnografía no es 'un día en la vida', la etnografía no es un
estudio del rol; y así sucesivamente, aunque todas esas
cosas puedan encontrarse entre sus ingredientes./ Para
hacer énfasis en ella, esta importante idea debería volver a
plantearse de una forma apenas alterada: el propósito de la
investigación etnográfica tiene que ser describir e interpretar
el comportamiento cultural... La interpretación cultural no es
un 'requisito', es la esencia del esfuerzo etnográfico. Cuando
el interés por la interpretación cultural no se hace evidente en
el informe de un observador, entonces el informe no es
etnográfico, a pesar de lo adecuado, lo sensible, lo completo
o lo profundo que sea» [1993 (1985): 130-131].

«La interpretación cultural no es un requisito, es la esencia


del esfuerzo etnográfico», sostiene Wolcott en una sentencia
que yo ampliaría hasta abarcar todo el esfuerzo de la
antropología. Nos volvemos a topar, por tanto, con la cultura,

25
con esos perfiles simbólicos de la actividad humana que,
según White, conforman su objeto de estudio al ser
contemplados en un contexto extrasomático. El ojo y el oído
del antropólogo ve y oye a través de la cultura; su percepción
de las escenas de las que recibe información está penetrada,
además de por creencias personales, por una teoría cultural,
de modo que «su sensorium perceptual -como declara Lisón
(1996: 42) en un texto del que he rescatado también las
frases precedentes- viene ya antropologizado: vemos una
mujer echando agua sobre la cabeza de otra en una
encrucijada, no un ritual, pero al mismo tiempo entendemos
esa evidencia sensorial, la vemos como, captamos su
direccionalidad significativa». Así, un elemento fundamental
de la 'mirada antropológica' radica en estar armada de una
teoría que facilite la interpretación cultural, que posibilite
establecer -en palabras de Frake (1964)- «las condiciones
bajo las cuales es culturalmente apropiado anticipar que... las
personas que desempeñan un rol realizarán una actuación
equivalente». Pero, ¡ojo!, no se le pide al investigador que se
adhiera a una teoría cultural concreta ni a un «compuesto
ecléctico con el cual pudieran estar todos de acuerdo», pues
como recuerda Kessing [1995 (1974): 62], una formulación
sobre la cultura en la que Marvin Harris y David Schneider,
verbigracia, coincidieran sería seguramente una formulación
vacía; lo que se le demanda, en cambio, es implicarse -como
declara Wolcott- en un «diálogo acerca de lo que trata la
cultura», en una reflexión sobre su naturaleza que faculte al
antropólogo para ir más allá de una mera crónica de sucesos
particulares, y para mirar debajo de ellos con el fin de
comprender cómo la gente les hace frente y maximiza o, por
el contrario, minimiza la probabilidad de su recurrencia.

Pensar, por ejemplo, -como continúa diciendo Wolcott- que la


cultura se detecta mejor en lo que la gente hace, en lo que
dice, en lo que dice que hace o en la tensión entre lo que
26
hace y dice que debería hacer, supone inclinarse por una
determinada concepción de la cultura, constituyendo un
asunto de tanta trascendencia en la investigación
antropológica que conlleva distintas estrategias para la
producción, organización y análisis de los datos, y arrastra
incluso la concesión de una diferente credibilidad a los
resultados obtenidos a través de técnicas de investigación
distintas (observación participante, entrevistas, análisis
documental, análisis genealógico, etc., etc.). A este respecto,
pueden resultar ilustrativas las razones que están en la base
de las discrepancias surgidas entre mi propio trabajo y el de
Andrés Barrera (1990) acerca del sentido que adquiere la
relación pubilla-gendre dentro de la familia tradicional
catalana, pues se deben más al tipo de factores comentados
hace un momento que al hecho de haber investigado cada
uno en espacios geográficos dispares (Cataluña
Vella/Cataluña Nova). En mi opinión, Barrera puede defender
la hipótesis de que, en los matrimonios pubilla-gendre,
acaece una inversión de los roles de género, en primer lugar,
porque los derechos sobre el patrimonio familiar los mide sólo
en función de que se sea o no el heredero del mismo, sin
tener en cuenta que el pacto de constitución dotal puede
transferir derechos sobre él desde la pubilla hasta el gendre;
y, en segundo lugar, porque se deja llevar por lo que dicen el
refranero popular y los informantes en las entrevistas (que no
siempre 'reflejan lo que se practica'), sin interesarse por
comprobar, mediante otras fuentes verbales y no-verbales
(rastreadas, por ejemplo, mediante observación participante o
encuestas genealógicas), si el mayor poder que
efectivamente tiene la mujer dentro de los matrimonios
pubilla-gendre (en comparación con el que se le concede en
los matrimonios hereu-jove) entraña, en realidad, una
inversión de dichos roles o es simplemente un problema de
grado. En definitiva, desde mi punto de vista, la clave de las
divergencias se sitúa en esas diferencias de concepción
27
acerca de aquello en lo que la cultura se revela mejor y, por
consiguiente, en primar una clase de información sobre otra.
Con todo, no albergo sospechas de que alguno de los
enfoques no sea antropológico, justamente porque ambos se
posicionan sobre tales cuestiones y, de este modo, intentan
mirar 'por debajo de los acontecimientos particulares'.

Voy a dejar aquí la enumeración de los principios


constitutivos de la 'mirada antropológica', ante todo, porque -
como he anunciado más atrás- no pretendo ser exhaustiva y,
por otra parte, porque la glosa del texto de Wilcox me ha
dado la oportunidad de comentar, al menos, los que
considero más importantes. Soy consciente, como he
repetido, de que se pueden tomar por obviedades que todo el
mundo conoce, pero hay veces en que es necesario insistir
en las obviedades, principalmente cuando su olvido entraña
el peligro de que se pierda de vista el horizonte del quehacer
antropológico.

III. Sobre la investigación etnográfica y el supuesto


'paradigma' cualitativo

Entramos ahora en el otro aspecto de lo que he denominado


el 'contexto general de aplicación de las técnicas de
investigación en antropología social': su uso dentro de un
proceso etnográfico; y uno de los modos posibles de empezar
la exposición de cualquier tema, en este caso el de la
etnografía, puede consistir en hablar sobre aquello que no es,
es decir, en ir cogiendo las nociones que cotidianamente se le
asocian para ir desmontando las que se estime que, de una
manera u otra, dificultan una correcta visión de su naturaleza.
Este ejercicio es el que recomiendan los pedagogos
constructivistas como arranque de todo proceso de
aprendizaje, precisamente porque parten de la constatación

28
de que los individuos siempre se enfrentan a los nuevos
contenidos con ideas preconcebidas, sobre las cuales los van
empotrando, de suerte que si se no provoca su expresión
(expresar=sacar fuera) y no se inicia un proceso de
deconstrucción de las mismas, lo más probable es que el
aprendizaje esté filtrado inexorablemente por ellas, que la
adquisición de conocimientos se lleve a cabo sobre una base
de arenas movedizas. Y, desde luego, algunos de nosotros
seguimos resistiéndonos a abandonar ciertos estereotipos
vinculados a la figura del etnógrafo, que nos han llegado a
través de diferentes medios, como artículos de prensa,
documentos audiovisuales y/o libros firmados por autores de
variada adscripción académica, incluido algún antropólogo.
Unos lo intuyen como un amante de antiguallas y rarezas
culturales (7); otros como un impenitente cualitativista, que
aborrece no sólo las encuestas sino todo lo que le huele a
número; otros suponen que pasa, sin más mediaciones, de la
elección del asunto a investigar a la realización del trabajo de
campo; otros que se dedica a investigar absolutamente todo
lo que atañe al grupo que ha escogido, desde la arquitectura
de las viviendas a los tipos de cultivo, desde las estructuras
de la familia a las prácticas rituales; otros piensan que no
emprende investigaciones dirigidas a la puesta a prueba de
teorías, porque su metodología se lo impide; otros que sus
perspectivas teórico-metodológicas no son muy adecuadas
para el estudio de las sociedades complejas; y, finalmente,
otros están convencidos de que realiza una labor meramente
descriptiva, puesto que los trabajos de comparación y
generalización son diferentes y posteriores al etnográfico.

Sin embargo, imágenes de este tenor merecen, como


mínimo, un examen crítico y, cuando sea preciso, su puesta
en cuestión. Ello nos permitirá darnos cuenta de que las
estrategias metodológicas y técnicas que cabe seguir en la
etnografía son muy diversas, pues varían en función de
29
múltiples factores, entre los que se hallan la naturaleza y la
amplitud del objeto de estudio, el grado de conocimiento que
ya existe sobre él, los aspectos concretos a los que se quiere
prestar atención, las características de la población y de los
escenarios en los que se ha pensado investigar, el alcance
teórico que se le desea dar a los resultados y/o la intención
más o menos comparativista que se alberga desde un
principio. La etnografía no es -en contra de la opinión de
algunos- un 'paradigma' que exija forzosamente que se
asuman ciertos posicionamientos teóricos, metodológicos y
técnicos, sino un método de investigación sumamente flexible
que facilita su adaptación a circunstancias de estudio muy
variopintas. Tanto es así que, en la historia de la
antropología, encontramos investigaciones etnográficas para
todos los gustos: desde las que parten de postulados
funcionalistas hasta las que expresamente los impugnan,
desde las omnicomprensivas hasta las centradas en un tema,
desde las que restringen su alcance teórico a la descripción
cultural hasta aquellas otras que aspiran a proponer
generalizaciones empíricas y/o teóricas, desde las que
persiguen la generación de teorías hasta las que se deciden
por la contrastación de las mismas, desde las que se
interesan por una sola cultura hasta las que introducen en su
diseño la comparación intercultural..; es más, estos
ingredientes aparecen mezclados de muy distintas maneras
en cada una de ellas.

La contrastación de hipótesis, por supuesto, sólo tiene


sentido cuando previamente se ha generado un corpus
teórico fundamentado sobre un fenómeno sociocultural
específico, y se tienen a la vez sobradas sospechas para
creer que dicho corpus puede ser válido para comprender y/o
explicar el mismo fenómeno en contextos distintos o bien
otros fenómenos de naturaleza parecida. Si en antropología
y, en general, en las ciencias sociales escasean los estudios
30
que siguen la lógica de la contrastación es, entre otras
razones (como la asociación que comúnmente se establece
entre la puesta a prueba de hipótesis y los planteamientos
positivistas), porque no suelen abundar las teorías
suficientemente fundamentadas, y no porque la metodología
etnográfica sea inadecuada para ello. Es cierto que, frente a
lo que ocurre con los experimentos, en las investigaciones
etnográficas no se pueden manipular las variables, pero -
como dicen Hammersley y Atkinson (1994: 38-39)- lo que se
pierde en éste se gana en otros aspectos, ya que los
procesos sociales se observan tanto en situaciones
cotidianas como en situaciones especialmente preparadas
para la investigación (las entrevistas, los grupos de discusión
o las encuestas), con lo que se minimiza el peligro de que los
resultados sólo sean aplicables a estas últimas; de igual
modo que el uso que se hace en la etnografía de múltiples
fuentes de información disminuye la eventualidad de que las
conclusiones sean dependientes de los efectos originados por
la idiosincrasia de una determinada técnica de producción de
datos o de un determinado tipo de situación 'natural'. No en
vano, la etnografía (y, dentro de ella, la observación
participante) se empeña en abordar una misma realidad
desde «tantas facetas como sea posible», tal como Berreman
afirma en el párrafo que se reproduce a continuación:

«La observación participante se refiere a la práctica que


consiste en vivir entre la gente que uno estudia, llegar a
conocerlos, a conocer su lenguaje y sus formas de vida a
través de una intensa y continua interacción con ellos en su
vida diaria. Esto significa que el etnógrafo conversa con la
gente, trabaja con ellos, asiste a sus funciones sociales y
rituales, visita sus casas y les invita a la suya, es decir, está
presente en tantas situaciones como sea posible,
aprendiendo a conocerles en tantos ambientes y desde tantas
facetas como pueda» (Berreman 1968: 337).
31
Todo esto, que afecta -¡cómo no!- a las investigaciones
exploratorias, se puede predicar igualmente de las que siguen
la lógica de la puesta a prueba de teorías. En cualquiera de
los dos casos, la etnografía ofrece mayores garantías de
validez que otros métodos de investigación que se basan en
el empleo de una modalidad exclusiva de técnicas. A este
respecto, voy a traer a colación un estudio que fue
presentado en Ávila dentro de un curso de la UNED
celebrado en 1993. El estudio -según se nos contó- había
sido encargado por la Comunidad de Madrid con el fin de
comprobar la viabilidad o no de un programa de intervención
que se tenía previsto implementar en el ámbito de la
rehabilitación de drogodependientes: la idea era favorecer su
reinserción sociolaboral mediante la creación de cooperativas
de trabajo mixtas, es decir, compuestas tanto por
drogodependientes como por personas en paro que no
hubieran tenido contacto alguno con el mundo de las drogas;
y fue realizado sobre la base de varios grupos de discusión
cuyos miembros diferían entre sí según la edad, el género, la
ideología política o el status socioeconómico. El análisis de
sus discursos dejó ver la existencia de una visión tan
negativa, unitaria e intransigente con relación a los
drogodependientes y una oposición tan rotunda a la
perspectiva de entrar a formar parte de tales cooperativas,
que en el informe de la investigación se concluyó que la idea
era inviable, pues no se iba a encontrar gente dispuesta a
participar en ellas. Ahora bien, si se tiene en cuenta que los
grupos de discusión lo que permiten conocer son las
representaciones sociales habidas en torno a un tema y, que
por la propia dinámica de los grupos, esas representaciones
tienden a conformarse a la que es dominante en el medio
social al que pertenecen sus integrantes, uno se puede
permitir cavilar que las deducciones hubieran sido diferentes
si se hubiera recurrido a otras técnicas de investigación,
primero, porque el discurso colectivo no siempre coincide con
32
el individual y, principalmente, porque no es legítimo
presuponer de entrada que los comportamientos se van a
ajustar estrictamente a alguno de los dos (8).

Y si los grupos de discusión engendran un discurso que,


como he indicado, termina conformándose a las
cosmovisiones socialmente aceptadas en el medio cultural al
que pertenecen sus componentes, esas cosmovisiones, si
bien desestructuradas, se suelen acomodar a lo que está
oficialmente autorizado cuando se hace uso de un
instrumento como el cuestionario. Cabe decir, a modo de
ejemplo, que una de las cosas que más me llamaron la
atención del trabajo de campo que efectué en 1986 entre los
pobladores de la comarca riojana de Cameros, fue las
diferentes consecuencias que se pueden extraer según se
analicen las respuestas que dieron en los cuestionarios que
les pasé para una encuesta sobre la identidad étnica o, por el
contrario, los discursos que produjeron mediante entrevistas
en profundidad y los que les escuché en conversaciones
informales. A partir de las primeras no cuesta inferir que los
cameranos se sienten identificados con la Rioja y que, en
este sentido, se distinguen poco del resto de los habitantes
de la Comunidad Autónoma y de lo que pregonan sus
'autoridades'; en cambio, los discursos procedentes de las
otras fuentes patentizan una realidad casi opuesta: buena
parte de ellos, si bien no todos, no sólo ven menoscabada su
identidad camerana por la forma en que se ha constituido la
de la región, concebida -además- como impuesta desde
fuera, sino que muestran a veces una actitud combativa ante
tal imposición. Décalages de este tipo tienen su origen en el
hecho de que las técnicas no son más que situaciones
sociales, diseñadas -eso sí- para los propósitos de la
investigación, pero que siempre encuentran un referente en la
vida cotidiana de la gente: la entrevista en profundidad lo
halla -según los casos y el papel que se haya 'ganado' el
33
investigador- en las charlas entre amigos o en las entrevistas
profesionales; las encuestas estandarizadas, en
determinados 'interrogatorios' de carácter oficial, como los
censos o los exámenes escolares; y los grupos de discusión,
entre otros, en las asambleas y reuniones de diferentes
colectivos, donde lo que se intenta es sobre todo alcanzar un
acuerdo. Los sujetos sociales están constantemente
definiendo las situaciones en las que se ven envueltos, así
como acomodando sus comportamientos a las mismas, y de
ello no se libran las creadas al aplicar cualquier herramienta
de investigación social.

«La variedad en los tipos de recogida de datos y en las


técnicas empleadas puede desconcertar a los que no son
etnógrafos.., ya que es muy difícil definir lo que una
etnografía podría o debería ser y juzgar así su calidad.
Tradicionalmente, desde el punto de vista del etnógrafo, se
ha considerado que la recogida de diferentes tipos de datos
incrementaba la validez y fiabilidad del estudio, y puesto que
cada ámbito y cada área de estudio son únicos, se creía que
era necesario adaptar los métodos y las técnicas» [Wilcox,
1993 (1982): 99].

Lo interesante de la combinación de técnicas para el abordaje


de un mismo objeto de estudio, que -a mi parecer- constituye
uno de los principales elementos marcadores de la
etnografía, es que permite constatar empíricamente, y no sólo
postular, esta clase de quiebras 'informativas', así como la
manera en que acaecen, por lo que al etnógrafo se le
conceden unas oportunidades inmejorables para ofrecer unas
interpretaciones y/o unas explicaciones de los fenómenos
socioculturales más dinámicas y complejas. Ello sin olvidar,
desde luego, -como recuerda Wilcox en la anterior cita- que la
'triangulación' ha servido también como modo de controlar la
veracidad de la información recopilada, lo que no deja de ser

34
importante cuando se trata de estudiar acontecimientos que
se tienen que reconstruir con la mayor fidelidad posible.

No obstante, para cambiar de tema, lo que deseo subrayar


ahora no es tanto que esa 'triangulación' puede estar dirigida
a conseguir metas distintas dependiendo de los objetivos de
la investigación, como el hecho de que, entre las técnicas que
se combinan durante el proceso etnográfico, caben asimismo
las cuantitativas; es decir, que el etnógrafo no sólo realiza
entrevistas en profundidad, grupos de discusión y/o
observación participante, sino que se sirve de cuestionarios y
de otras técnicas cuantitativas de producción y/o análisis de
los datos con una frecuencia mayor de la que se tiende a
imaginar. Según nos comentan Kaplan y Manners [1979
(1972)], esa frecuencia se vio incrementada a partir de la
década de los sesenta como consecuencia de que los
etnógrafos desplazaron sus campos de investigación a los
'sistemas complejos', esto es, a sociedades más
heterogéneas y de mayor escala que las que estaban
acostumbrados a estudiar con su antiguo bagaje instrumental.
Y Oscar Lewis va a mantener que ese aumento se debió,
además, a un conjunto de demandas interdisciplinares y de
innovaciones teórico-metodológicas que tuvieron lugar en el
trabajo de campo antropológico:

«1)Un énfasis creciente sobre el estudio de la gama de


variaciones en el comportamiento y en las costumbres, frente
al antiguo énfasis sobre las pautas ideales; 2) el paso de la
preocupación por salvar y reconstruir culturas en rápido curso
de desaparición, al estudio de sociedades funcionando
actualmente; 3) una mayor conciencia de los problemas
metodológicos, resultado en parte del contacto más estrecho
con otras disciplinas..; (y) 4) el uso creciente de datos
antropológicos por otras disciplinas y, en particular, el

35
apremio de los psicólogos por más datos sobre diferencias
individuales» [1975:100-101].

Sean éstas u otras las razones que lo hacen comprensible, el


caso es que los etnógrafos se han adueñado, cuando lo han
necesitado, de técnicas cuantitativas -como las encuestas por
cuestionario, los tests sociométricos o los test de
personalidad- procedentes de otras ciencias sociales, y que
les han permitido calibrar la distribución numérica de los
fenómenos socioculturales estudiados (hechos, opiniones,
conocimientos, etc.) dentro de poblaciones más o menos
amplias. Pero aun más significativo es, para mí, que no hayan
rehusado tampoco emplear con fines cuantitativos las
técnicas tradicionales de la disciplina, incluyendo la propia
observación participante. Así, en los estudios sobre el
parentesco, se ha recurrido a menudo a la encuesta
genealógica para medir el grado con que aparece, en una
zona o en un colectivo concretos, una cierta modalidad de
matrimonio, un cierto tipo de residencia postnupcial o una
cierta forma de transmisión hereditaria; es más, tales
mediaciones han llevado a poner de manifiesto que, a pesar
de la presencia de «pautas ideales» como las referidas por
Lewis, se detectan relevantes diferencias de comportamiento
en función, por ejemplo, del status socioeconómico de los
individuos y/o de las familias investigadas, unas diferencias
que han demandado interpretaciones novedosas cuando los
modelos teóricos preexistentes no han sido capaces de dar
cuenta de ellas. Por otro lado, conviene recordar que Clyde
Mitchell (1969), uno de los creadores del método de redes en
antropología, propuso someter los datos producidos mediante
el mismo a un análisis tanto cuantitativo como cualitativo,
para lo cual importó desde las matemáticas la teoría de los
grafos para la medición de los aspectos morfológicos de las
redes sociales, tales como la densidad, la centralidad global o
el rango que los diferentes individuos adquieren en su interior;
36
de hecho, la célebre tesis de Elizabeth Bott sobre la
correlación directa entre el grado de separación de los roles
sexuales en los matrimonios londinenses y la densidad de
sus redes personales, aunque publicada bastante antes que
la propuesta de Mitchell, contiene ya ese concepto
cuantitativo, si bien -según ella misma confiesa- empezó
utilizándolo intuitivamente y bajo el nombre de
interconectividad. En cuanto a la observación participante,
Juan Gamella (1993) ha defendido no hace mucho la idea de
que constituye un método adecuado para la cuantificación de
comportamientos en poblaciones relativamente inaccesibles o
'secretas' (9), como sucede, por ejemplo, cuando se estudia
la extensión del consumo de drogas ilícitas y sus
consecuencias sociales, pues los datos provenientes de las
fuentes disponibles, como los derivados de las encuestas por
cuestionario o los que registran las instituciones asistenciales,
policiales y legales que entran en contacto con los
drogodependientes, presentan sesgos inherentes a las
propias fuentes: la primera tiene el inconveniente de que tales
poblaciones evidencian problemas de accesibilidad, que se
agravan porque su número entre el total de los encuestados
suele ser tan pequeño que los resultados se ven
sensiblemente afectados por los errores de muestreo; y la
segunda topa con la dificultad de que no recoge las
poblaciones 'ocultas', esto es, aquellas que no han entrado en
contacto con dichas instituciones. Por todo ello, Gamella
concluye que la observación participante permite «hoy
obtener muestras más completas y exhaustivas a nivel
comunitario que ningún otro método y, por lo tanto, puede
contribuir a alcanzar una comprensión y explotación más
acertada de los datos disponibles y de sus interrelaciones»
(1993: 61), como avala su propio estudio sobre los
heroinómanos de un barrio del norte de Madrid.

37
Con todo, no niego que los antropólogos -al igual que otros
científicos sociales- han mostrado a menudo un gran recelo
frente a los instrumentos estandarizados de investigación,
que constituyen un prerrequisito para la aplicación de buena
parte de las técnicas cuantitativas, como las encuestas por
cuestionario o los test psicológicos. Han alegado, por un lado,
que tales instrumentos dan por supuestos prematuramente
los modos en que los encuestados entienden los significados
de las preguntas y, por otro lado, cuestionan que se pueda
ofrecer como resultados de una investigación una serie de
números descarnados (ya sean porcentajes, proporciones,
tasas, índices de correlación o tablas de contingencias) que
son incapaces de reflejar la estructura compleja y dialéctica
de la realidad sociocultural. Sin embargo, estos argumentos,
siendo ciertos, no pueden justificar que se abandone el
interés por las técnicas cuantitativas y, en general, por la
cuantificación. En primer lugar, porque no son escollos
insalvables si se tiene en cuenta, como se ha repetido, que
los etnógrafos los emplean en combinación con otros técnicas
que brindan recursos para subsanar algunas de sus
deficiencias. Y, en segundo lugar, porque, de no concederles
un voto de confianza, nos privaríamos de la posibilidad de
percibir una vertiente más, una faceta más, de los fenómenos
investigados: la manera en que se distribuyen las variaciones
en las costumbres y en los comportamientos verbales y no-
verbales, tal como nos decía asimismo Oscar Lewis en la cita
precedente. En cuanto a lo primero, una forma de hacer
frente a la cuestión consiste -como es sabido- en no
confeccionar los cuestionarios hasta después de haber
realizado suficiente trabajo de campo como para asegurar su
validez, esto es, hasta después de haber tenido una intensa
interacción con los actores sociales, participando y
observándolos en tantos ambientes como sea preciso; de tal
manera que podamos no sólo formular las preguntas a partir
de sus propios marcos de significado, sino obtener claves
38
culturales para comprender posteriormente sus respuestas,
sus no-respuestas y/o la ambigüedad de las mismas. Esto es
lo que Hymes [1993 (1982): 183] afirma que suelen hacer los
etnógrafos, y lo que Schuman (1982: 23) considera la esencia
del tratamiento 'científico' de las encuestas, esto es, de aquél
que no cae «en la trampa de su instrumental analítico».

Bien es cierto que, aunque se intente adecuar las preguntas a


los significados de los sujetos investigados, no existen -
utilizando una expresión de Bourdieu [1990 (1973): 242]-
preguntas 'omnibus', que no se reinterpreten en función de
los intereses de las personas a quienes se les hace; unos
intereses que es probable que cambien dependiendo de
factores como la edad, el género, el lugar, la profesión, la
condición socioeconómica o la clase. Es imperativo,
entonces, interrogarse sobre qué preguntas creyeron
contestar (o no contestaron) las diferentes categorías de
personas, así como tratar de conocer, mediante las diferentes
fuentes de información que brinda la etnografía, el ethos de
género, lugar, profesión y/ o clase social desde el cual se han
reinterpretado. Así, los resultados de una encuesta, en lugar
de presentarse como el colofón de un proceso de
investigación, se convierten en el punto de partida de
indagaciones sobre nuevos problemas que hay que
comprender y/o explicar, y que, de no haberse producido
aquellos datos, tal vez no se habrían detectado o no se
habrían considerado relevantes. «Hay quienes hacen
encuestas como meros contables: sacan números y luego,
como análisis, traducen esos números en palabras» -
increpaba Jesús Ibáñez en un artículo de El País de 23 de
junio de 1988-, pero hay otros que buscan el sentido que los
números encierran. Es decir, que las técnicas cuantitativas
son un recurso más en manos del etnógrafo para estimular su
ars inveniendi (10), puesto que de igual manera que -como he
indicado más atrás- la combinación de técnicas cualitativas
39
como la entrevista, los grupos de discusión, las redes
sociales y/o la observación participante pueden
instrumentalizarse para la puesta a prueba de teorías, las
técnicas cuantitativas pueden servir como acicate para el
descubrimiento de las mismas. No es lo mismo saber -
tomando de nuevo como ejemplo los estudios de parentesco,
en esta ocasión el realizado por Dolors Comas [1994 (1980):
104] en Echo y Ansó- que las familias de estos municipios
pirenaicos suelen elegir como heredero universal al
primogénito varón, que enterarse de que esto ocurre en el
53% de las familias muy ricas, el 71% de las ricas, el 43% de
las «medianas», el 48% de las pobres y el 44% de las muy
pobres (11), pues estos simples porcentajes inducen a
preguntas [¿por qué son las familias ricas y muy ricas las que
'cumplen' con mayor rigor la pauta hereditaria?, ¿en qué
ocasiones no hereda el primogénito varón?, ¿qué razones se
dan para ello?, ¿son las mismas en todos los estratos
sociales?, ¿variará la frecuencia de esa pauta en función de
otras 'variables', aparte de la condición socioeconómica de
las familias?] que van a requerir más información y una teoría
capaz de establecer su sentido. Si esto es así en el caso de
las encuestas, ya se trate de las genealógicas o de las
realizadas mediante cuestionarios, lo propio cabe predicarse
de otras técnicas cuantitativas que el etnógrafo se presta a
utilizar para proveerse de 'datos en busca de una
interpretación'; como sucede, p. e., con el análisis cuantitativo
de contenido o con el análisis cuantitativo de redes sociales.

En antropología social, a pesar del mayor énfasis puesto en


la investigación cualitativa, la distinción entre lo cualitativo y lo
cuantitativo no se ha planteado todavía en términos de
'paradigmas' mutuamente excluyentes como, por el contrario,
ha ocurrido en otras ciencias sociales cercanas (vide, v. g.,
las obras de Patton 1990 o de Guba y Lincoln 1994), quizá
debido a que para la tradición antropológica -como aducen
40
Velasco et alii (1993: 203)- «es difícil asumir una única vía en
la recogida y la interpretación de la información», o tal vez
porque el proceso etnográfico establece un contexto de
investigación idóneo para explotar todo el potencial intrínseco
de los datos de una u otra índole, con tal de que el etnógrafo
se sepa encarar a ellos con las disposiciones adecuadas.
Uno de los elementos centrales de ese contexto es -como se
ha insistido más atrás- la triangulación de técnicas de
producción y de tratamiento de los datos, pero cabe enumerar
otros igualmente importantes que suelen estar presentes en
él, tales como la microobservación de escenarios unida a un
interés holístico, la atención prestada tanto a los aspectos
cotidianos como a los aspectos extraordinarios de la vida de
los sujetos investigados, su naturaleza de feedback, esto es,
el hecho de que sea un proceso que se autocorrige a partir de
la concatenación constante de las interpretaciones
adelantadas con el material empírico al que se va accediendo
paulatinamente, la coincidencia en un mismo individuo -el
etnógrafo- de las funciones de producción y análisis de la
información, su desempeño de un rol de observador
participante o -para terminar con la enumeración- su
permanencia directa y prolongada en el campo.

Uno de los rasgos que marca la etnografía es, sin duda, la


presencia inmediata del investigador en el campo de estudio.
Una presencia que -como mantiene Stocking 1993: 60)- se
erige como el cambio fundamental que Malinowski introdujo
en la forma de concebir y de practicar la investigación
antropológica, y sobre la que descansa en buena medida la
alquimia que convirtió 'el trabajo de campo malinowskiano' en
algo más que en la ejecución del programa metodológico que
su maestro, Rivers, plasmó en las nuevas Notes and queries.
Hay que tener en cuenta que esa presencia entraña una
transformación no sólo del «locus primario de la
investigación», es decir, el conocido paso desde 'la veranda
41
de la misión' (o de 'la cubierta del barco') al 'centro mismo del
poblado', sino también de la propia concepción del rol del
investigador, que va a trocar ahora su papel de 'inquisidor' por
el de 'participante de algún modo' en la vida de las gentes
que investiga (12).

«El proceso de observación en la etnografía [...] se ha


caracterizado por la recopilación de una serie de detalles
descriptivos sobre los 'imponderables de la vida real y el
comportamiento diario' [...]. En algunos casos los etnógrafos
han desarrollado y utilizado con menor frecuencia
instrumentos de observación estructurada [...], cámaras [...] y
películas o videos [...] para aumentar la precisión de sus
observaciones. Sin embargo, estos instrumentos mecánicos
de recopilación de datos no se consideran sustitutos de la
presencia directa y activa del etnógrafo en el lugar» [Wilcox,
1993 (1982): 99].

Insisto en este punto no sólo porque la presencia inmediata


del investigador permite recoger información sobre «los -
también malinowskianos- imponderables de la vida real y el
comportamiento diario», lo que -como Wilcox- estimo
importante, sino principalmente porque establece, junto a la
prolongación en el tiempo de esa presencia y la conjunción
en una misma persona de las funciones de producción y
análisis de los datos, las condiciones materiales de
posibilidad de la investigación etnográfica, de tal modo que
sin ellas difícilmente podrían darse la mayoría de sus otras
características metodológicas. Unas características
metodológicas que a menudo se olvidan debido, en parte, a la
propensión que tenemos los antropólogos a resaltar en
demasía los efectos del trabajo etnográfico en nuestra vida
privada y pública, esto es, las experiencias personales
derivadas de permanecer durante un largo periodo en el
campo y sin encuestadores o entrevistadores que se

42
encarguen de la 'faena pesada'. Y tanto es así que, por
ejemplo, algunas personas suelen extraer la conclusión de
que la etnografía es dura, incómoda en exceso, una fuente
imparable de problemas y malentendidos con las autoridades,
las burocracias, los informantes e, incluso, los animales que
pululan por las aldeas, que la estancia en el lugar para lo
único que sirve es para que el etnógrafo pueda ser presa de
enfermedades innombrales y de frecuentes crisis de soledad
y melancolía...; en suma, que si emprende ese viaje es o bien
porque le gusta la aventura o porque no puede remediar sus
inclinaciones masoquistas. Esta es la imagen que, para traer
un caso, se formaron mis alumnos de tercero de sociología
después de que, el curso pasado, hubieran oído la
conferencia de una antropóloga que estaba realizando trabajo
de campo en Perú. En la clase siguiente me lanzaron
preguntas del siguiente tenor: ¿por qué el antropólogo sigue
investigando si lo pasa tan mal?», «¿por qué la Universidad
no manda cartas a las autoridades para que lo traten mejor y
se crean las intenciones con que va allí?» o «¿por qué no va
acompañado de otras personas en vez de ir solo?» Empecé
respondiéndoles que el trabajo de campo antropológico
también tiene cosas positivas, es fuente asimismo de
satisfacciones y una excelente escuela de aprendizaje, pues
da la oportunidad de conocer a fondo a gente muy variada, de
sentir en la propia piel y, por tanto, con viveza los problemas
que se estudian...; que siempre se hacen amigos, que
también hay ocasiones en que 'se pasa bien' o que los
malentendidos terminan por aclararse; es decir, que, en un
principio, seguí centrando las razones en cuestiones de
índole personal, si bien de signo inverso. La insuficiencia de
la respuesta me la hizo ver una alumna al objetar: «Pero
¡para eso no hace falta ir a investigar!» Y, efectivamente, para
tener esas vivencias no es preciso emprender un proceso de
investigación que implica un largo e intenso contacto personal
con los sujetos estudiados, que es lo que se supone que es la
43
etnografía. Entonces, ¿para qué investigar en esas
condiciones? En mi opinión, por las consecuencias
metodológicas que se originan en ellas, por las posibilidades
que brindan de llevar a cabo un acercamiento a la realidad
sociocultural que los antropólogos consideran más ajustado
para captar su naturaleza sui generis.

Es verdad -como afirma Wolcott (1993: 128-129)- que


«permanecer mucho tiempo haciendo un trabajo de campo no
produce, en y por sí mismo, una mejor etnografía, y no
asegura de ninguna manera que el producto final será
etnográfico», como igualmente lo es que resulta complicado
determinar cuál es el periodo en que es necesario 'estar allí',
pero -como Ogbu (1993: 148-149) o Teresa San Román
(1996: 171)- no oculto tampoco mi desconfianza hacia
investigaciones que duran unos pocos meses o un par de
semanas, sobre todo si no se está familiarizado con el grupo
y/o con el tema investigado. El tiempo es uno de los diversos
requisitos indispensables pero no suficientes: con sólo él no
se hace etnografía, pero sin él no puede hacerse,
precisamente porque -como he dicho antes- delimita, junto
con la permanencia inmediata y la negativa a separar las
figuras de trabajador de campo y analista, sus condiciones
materiales de posibilidad. Son ellas las que permiten que las
interpretaciones/explicaciones que se van avanzando puedan
ser modificadas sobre el terreno conforme se va entrando en
contacto con los datos, que el investigador observe los
cambios que sufren las prácticas sociales en función de las
variaciones situacionales cotidianas, que los
comportamientos en situación de entrevista y/o encuesta
puedan ser cotejados con los que acaecen en situación
'natural', e incluso que la cuestión del acceso a la información
adquiera matices peculiares.

44
No cabe duda de que el acceso a la información y a los
escenarios constituye uno de los mayores problemas de
cualquier investigador, pero más en el caso del etnógrafo que
busca no sólo consultar documentos o que los informantes le
cuenten cosas, y con la mayor profundidad posible, sino estar
presente en ellas con el fin de poder observarlas
directamente. Y el asunto se complica si se tiene en cuenta
que la consecución del acceso no termina con lograr o poseer
un permiso para llevar a cabo la investigación, sino que este
permiso es sólo el inicio de un continuo proceso de
negociación para acceder a cada lugar y a cada informante
que interese para los fines de la misma. Es más, cada
escenario va a admitir unos comportamientos distintos por
parte del etnógrafo, así como la obtención de la información
va a exigirle unas estrategias diferentes según sea el grado
de privacidad que socialmente se le asigna. Todo etnógrafo
sabe que no es lo mismo solicitar una entrevista para hablar
sobre conflictos de herencia que sobre las fiestas populares,
sobre las relaciones sexuales de pareja que sobre las
aficiones literarias; del mismo modo que no ignora o no
debería ignorar que algunos lugares no toleran la presencia
de personas con determinadas características de género,
edad o nacionalidad, que otros requieren inexorablemente la
adopción de un cierto tipo de papel social o que, en otros
(como en los modernos espacios de tránsito), la presencia
física del investigador no representa en sí ninguna dificultad,
mientras que sí la representa su actividad indagadora. Ahora
bien, hay que traer a colación que, si bien la etnografía -como
he dicho- impone al investigador retos difíciles con relación al
acceso, también le provee de oportunidades para alcanzarlo,
ya que la permanencia inmediata en el campo y la
participación más o menos activa en la vida de los colectivos
estudiados le abre puertas cerradas a otros: no se tiene la
misma probabilidad de llevar a cabo una entrevista, de reunir
a gente para un grupo de discusión, de que se responda a un
45
cuestionario o de poder observar presencialmente
determinadas escenas, si algo de esto es solicitado por un
entero desconocido que si es pedido por alguien del que se
sabe con antelación quién es, donde vive y qué pretensiones
tiene realmente, entre otros motivos, porque resulta bastante
más difícil darle una negativa a su solicitud.

IV: Las técnicas de investigación como situaciones


sociales que el investigador crea (o aprovecha) para los
objetivos de la investigación

Las técnicas más utilizadas en antropología social son el


análisis documental, la observación participante, las
entrevistas individuales y grupales, el método biográfico, el
método genealógico y de redes (13) y las técnicas de análisis
del discurso. A esta nómina se podría agregar -sin duda-
otras, como las que aparecen, p. e., en el cuadro que se
presenta en la página siguiente, que a veces -como he
indicado anteriormente- son manejadas por los antropólogos
cuando sus objetos de estudio lo precisan y/o lo aceptan,
pero que no voy a tratar aquí.

En los apartados precedentes, aunque se ha hecho hincapié


en 'la mirada' desde la cual se aplican los instrumentos de
investigación en antropología social, así como en el proceso
etnográfico dentro del cual se insertan, tampoco se han
dejado de hacer alusiones a la manera en que pienso que
deben ser abordadas las diferentes técnicas: reconociendo su
carácter interdisciplinar, considerándolas situaciones sociales
que el investigador crea (y/o aprovecha) para los propósitos
de la investigación, abogando por una combinación de las
mismas capaz de desvelar aspectos diversos de un mismo
fenómeno sociocultural, enfocándolas como herramientas
polivalentes que -dentro de los límites marcados por su propia

46
idiosincrasia- pueden destinarse a conseguir objetivos de
investigación distintos, teniendo en cuenta la clase de datos
que pueden ser producidos por cada una, y sirviéndose de
ellas en unas condiciones en que se les pueda extraer sus
máximas potencialidades. Aunque sea de una manera
forzosamente resumida y limitando mis comentarios a sólo un
par de casos, voy a detenerme ahora a exponer algunos de
esos pormenores, empezando por retomar ciertas cosas ya
dichas sobre los grupos de discusión. Éstos -como comenté
más atrás- permiten conocer cómo son (en cuanto a
estructura y a contenido) y cómo se originan interactivamente
las representaciones sociales sobre un asunto propuesto por
el investigador; unas representaciones que tienden a
concordar -como también sugerí- con las que son
predominantes en los sectores socioculturales de los que
forman parte los que participan en ellos (las de su clase
social, su género, su etnia, su profesión, etc.). De este modo,
son especialmente útiles cuando existen representaciones
divergentes o, al menos, diferentes en torno a un mismo
tema, y se busca estudiar -dentro de una situación
controlada- a qué sectores corresponden, de qué modo se
configuran dialécticamente entre sí y cuáles son las líneas de
consenso que se insinúan. Los grupos de discusión no hacen
sino reflejar una sociedad y una historia; y tanto es así que
cuando una determinada representación ha conseguido
hacerse general a todos o a casi todos los sectores de la
sociedad (como ocurre actualmente en España con las que
se refieren al sida o al consumo de drogas, debido -entre
otras cosas- a la influencia machacona y homogeneizante de
los mass media), los participantes en una sesión de este tipo
no tienen pronto apenas nada que discutir, el ambiente se
llena de silencios al cabo de poco rato de haber comenzado y
las opiniones enseguida se acomodan a la que estaba ya
consensuada de antemano por tratarse de la única que goza
de 'autoridad' y/o de la única que es 'admisible'. Fernando
47
Conde, un investigador del CIMOP (14), en una conferencia
que tuve la oportunidad de oírle hace unos años, se sirvió de
una metáfora que valoro como bastante ilustrativa de lo que
quiero expresar. En su opinión, los discursos pueden
compararse a la lava de un volcán: empiezan siendo lábiles,
móviles, con rumbos cambiantes, cálidos, como la lava recién
expulsada del cráter, y terminan -sin embargo- siendo
pétreos, inermes, fijos, fríos, como cuando aquélla llega a
orillas del mar convertida en arena, momento en el que ya
puede ser contabilizada o numerada pero ha perdido
irremisiblemente la posibilidad de moverse por sí misma. El
proceso de cristalización o de vitrificación de la lava es
equiparable, así, al proceso de consensuación/generalización
que sufren habitualmente los discursos sociales, de tal
manera que, en algunos casos, las entrevistas grupales
(aunque se diversifiquen los componentes de las que se
diseñen) poco más revelan de lo que ya cabe saber a través
de los medios de comunicación de masas y/o de los sondeos
de opinión. Ello no significa, desde luego, que en tales
circunstancias no puedan realizarse grupos de discusión, la
cuestión está en preguntarse si tiene sentido llevarlos a cabo,
pues en ellas no encuentran sus mejores condiciones de
rendimiento.

Pero si los grupos de discusión posibilitan conocer el


contenido, la estructura y el proceso en que se construyen
socialmente las representaciones sociales, ¿qué ocurre con
las entrevistas individuales? Si se acepta la idea
wittgensteiniana de que toda subjetividad es social, no hay
ningún inconveniente en recurrir asimismo a ellas para
recoger esas representaciones (15), que además es muy
probable que aparezcan entreveradas de confesiones
intimistas, así como de unas matizaciones y de unos disensos
que difícilmente emergerían en una situación grupal. Ahora
bien, hay que tener en cuenta que las entrevistas individuales
48
dan acceso a una información que se halla contenida en la
biografía del entrevistado, que ha sido interpretada por él y
que será proporcionada, por tanto, con una orientación e
interpretación específicas, de modo que -como dice Alonso
(1994)- alcanzan su mayor rentabilidad cuando se dirigen a
obtener datos sobre cómo los sujetos reconstruyen el sistema
de representaciones sociales en sus prácticas particulares; y,
en este caso, aquellas interpretaciones, orientaciones o
deformaciones son más significativas que la propia
'información'. No obstante, esto es así en tanto en cuanto
interese estudiar los discursos en sí mismos, y no la
información que contienen, pero hay ocasiones en que ésta y
su fiabilidad son igualmente relevantes, sobre todo cuando se
busca reconstruir unos acontecimientos o unos sucesos que
no pueden ser observados directa o documentalmente por
parte del investigador. En resumidas cuentas, considero que
los discursos (ya sean fruto de grupos focalizados, de
entrevistas individuales y/o escuchados en conversaciones
cotidianas mientras se ejerce el rol de observador
participante) pueden ser objeto de múltiples usos en la
investigación, puesto que múltiples son las dimensiones
desde las cuales pueden ser contemplados: un discurso
siempre hace referencia a una determinada realidad por muy
'distorsionadamente' que lo haga (dimensión referencial),
pero también expresa una subjetividad y una praxis
sociohistórica de la que es producto (dimensión expresiva),
así como puede producir los propios hechos que enuncia o
predisposiciones para actuar de acuerdo con lo enunciado
(dimensión pragmática). Centrarse en la dimensión
referencial del habla es algo a lo que a veces, como
reconocen -entre otros- Taylor y Bogdan (1992: 104-108) o
García (1996:11-17), se está obligado cuando 'las
descripciones objetivas' que se buscan no pueden ser
observadas de otro modo que a través de lo que se habla
sobre ellas, bien sea «porque el trabajo de campo es corto,
49
bien porque se trata de comportamientos menos públicos o
simplemente porque son hechos de un pasado próximo o
lejano». Sin embargo, el investigador no puede pasar por alto
que, incluso en este caso, los discursos han sido
interpretados por personas que ocupan determinadas
posiciones sociales, y que se han producido en unos
contextos interaccionales y estructurales específicos. Todo lo
cual influye no sólo en la perspectiva desde la cual hablan,
sino también en el tipo de información que pueden dar, ya
que -por ejemplo- aquellas posiciones condicionan lo que
logran saber y de qué manera (de primera mano, de oídas y/o
a través de los medios de comunicación de masas), de la
misma forma que los contextos tienen incidencia en lo que se
dice y no se dice. Nadel reconoce cosas de este género,
aunque fijándose en un aspecto diferente de las mismas, en
el párrafo que se reproduce a continuación:

«Aun cuando no entremos en la interpretación, y aun cuando


el deseo del informador de proporcionar datos exactos y no
tendenciosos no pueda ponerse en duda, aún tenderá a
comunicar una norma, la plantilla de su cultura y su sociedad,
el 'debiera ser' y no el 'es'. No hay que confundir el uno con el
otro» (1974: 49-50).

Es cierto que el ser conscientes de todas estas 'interferencias'


no nos ofrece ninguna garantía de conseguir neutralizarlas,
pues no se dispone de medios para desnudar los discursos
de sus 'sesgos'. Con todo, se puede acudir a algunas ideas
de carácter práctico para intentar acercarse a unas
descripciones lo más objetivas posibles, como aquélla que se
fundamente en el presupuesto de que las coincidencias en
los datos que brindan varias personas constituyen un indicio
de que 'las cosas ocurrieron tal como se cuentan'. Un
presupuesto que, si bien es discutible, está en la base de la
triangulación de informantes y de fuentes cuando no se tiene

50
más remedio que orientar el discurso al conocimiento de
factualidades. Una 'triangulación' que aquí hace las veces de
instrumento de 'control' de la veracidad de la información y,
por tanto, cumple una función muy distinta de la que
desempeña cuando los discursos se quieren encarar como
conducta en sí misma, como acción discursiva, esto es, en
sus dimensiones expresiva y/o pragmática. En este último
caso, las interpretaciones no son tenidas por 'distorsiones' o
'deformaciones', sino por lo que se quiere estudiar, por el
propio objeto de estudio, de suerte que la diversificación de
informantes se orienta, en cambio, a descubrir el universo del
discurso, es decir, el conjunto de hablas sobre un mismo
asunto dentro del cual cada una de ellas adquiere su sentido
y su estructura. De igual modo, nos encontramos con que, en
el primer caso, la moderación tanto de una entrevista
individual como de una grupal exige un grado de directividad
mucho mayor que el que establecen las reglas habituales
para la entrevista semidirectiva y/o los grupos de discusión,
que han sido enunciadas sobre todo pensando en el
segundo. No cabe duda que, cuando se aspira a reconstruir
unos hechos o unos acontecimientos, el investigador tiene
que hacer preguntas 'directivas' dirigidas a cerciorarse de la
veracidad de lo que se dice, así como pedir que se detallen
ciertos aspectos que ayuden a reconstruirlos. En suma, que
hasta las propias maneras de interrogar deben adaptarse
estratégicamente a los objetivos de la investigación, toda vez
que tampoco hay pautas universales válidas para todas las
circunstancias.

Con lo anterior no he pretendido asegurar -desde luego- que


no existan pautas y que, por consiguiente, no haya que tener
en cuenta las que han sido propuestas para la puesta en
marcha de las diferentes técnicas de investigación, ya sean
de producción, de registro, de organización o de análisis de
los datos, sino simplemente poner de manifiesto que cada
51
serie de pautas es apropiada para conseguir unos objetivos
distintos y que, por consiguiente, hay que pararse antes a
pensar si son las adecuadas para los que cada uno se ha
marcado. Pautas se han fijado incluso para la observación
participante, en un intento de romper con la imagen -errónea,
a mi parecer- de que es una técnica fácil, de que no requiere
sino intuición y mirar alrededor del modo en que se hace en la
vida diaria. El quid de la cuestión está, entonces, en saber si
todo el mundo se ha formado su 'intuición' y 'mira alrededor'
de la misma forma, con las mismas pautas. Sin duda, no se
pueden establecer separaciones tajantes entre la observación
participante y la observación ordinaria, puesto que no las hay,
como tampoco las hay entre una reunión, p. e., de los
miembros de una asociación y un grupo de discusión donde
se discurra sobre parecido tema, o entre una entrevista
semidirectiva y la de un católico con su confesor o la de un
cliente con su abogado; no obstante, sí se detecta entre ellas
una diferencia significativa: sus propósitos divergentes, que
son de investigación sociocultural en la observación
participante y no así en la observación ordinaria. Por ello es
por lo que Spradley (1980: 54-58) considera que el
observador participante sigue unas normas que transforman
su observación en algo distinto de la realizada por un
observador ordinario, en primer lugar, porque -en su opinión-
él «no baja la guardia» dando las cosas por supuesto; en
segundo lugar, porque presta atención a los aspectos
culturales tácitos de una situación social dada; en tercer
lugar, porque tiene «una experiencia desde dentro y desde
fuera» de tal situación por su doble condición de participante
y de observador, es decir, porque enriquece sus datos con
estrategias tanto de aproximación como de distanciamiento;
y, en cuarto lugar, porque efectúa un registro sistemático de
los mismos, tratando de no mezclar en su diario de campo -
añadiría yo- las observaciones con las inferencias que extrae
a partir de ellas. Se trata, así, de unas pautas -muy
52
generales, eso sí- que se dirían dictadas por lo que en
páginas anteriores se ha calificado de 'mirada antropológica',
para cuyo seguimiento -además- se debe tener una
sensibilidad que necesita ser formada y que, por tanto, no
todo el mundo posee.

Pero había empezado este apartado hablando, no de las


pautas o de las normas de procedimiento que requieren las
técnicas de investigación, sino de la naturaleza de los datos
que cada una de ellas produce, así como de las
circunstancias en que alcanzan sus mayores potencialidades
metodológicas; y discurriendo sobre esto mismo quiero
también darlo por acabado. Había indicado, igualmente, que
las técnicas cualitativas de producción/análisis del discurso,
tales como los grupos de discusión o las entrevistas en
profundidad, dan la oportunidad de acceder al contenido y a
la estructura de las diversas hablas en torno a un cierto
asunto, pero que indefectiblemente quedan encuadradas
dentro del ámbito de 'lo que se dice' o de 'lo que se dice que
se hace'. Frente a ello, la observación participante da pie para
explorar las complejas relaciones que se establecen entre 'lo
que se dice', 'lo que se dice que se hace' y 'lo que en realidad
se hace', permitiendo -además- observar los ambientes
naturales donde acaecen los comportamientos, sin
quebrantar tampoco su propia estructura. Y las técnicas
cuantitativas, por su parte, obligan a prescindir de ésta, que
desaparece detrás de los indicadores y de las preguntas
estandarizadas que el investigador se ve obligado a imponer,
a cambio de poder contabilizar la distribución de los
fenómenos estudiados según distintos factores que se
estiman relevantes. Por otro lado, el método biográfico es
especialmente idóneo, bajo mi punto de vista, cuando se trata
de conocer las condiciones de vida en que se han ido
gestando las representaciones sociales y/o las prácticas
individuales de un determinado sector poblacional; del mismo
53
modo que el método de redes logra su plenitud cuando se
dirige a explicar la conducta de las personas como
consecuencia de su participación en relaciones sociales
estructuradas, pues no en vano esa participación, o esa
pertenencia a unas redes relacionales concretas, puede
afectar a sus percepciones, creencias y acciones. Es verdad,
como intenté asimismo poner de relieve, que las técnicas son
polifuncionales y que, por tanto, si se ponen las debidas
precauciones y si no se violenta el carácter de los datos que
generan, son susceptibles de ser orientadas a lograr otros
tipos de información. Sin embargo, lo que busco resaltar
ahora no es esto, sino el hecho de que el investigador debe
vigilar la congruencia entre las características de su objeto de
investigación (y, en general, del marco teórico y metodológico
de la misma) y las cualidades de los datos que son
producidos por cada una de las técnicas de las que se sirve
para su estudio.

Con el fin de ilustrar -aunque sólo sea- una parte de todo ello,
voy a sacar a colación algunos 'fallos' cometidos por dos
investigaciones antropológicas que, por diferentes razones,
me ha tocado valorar en los últimos años junto a otros
antropólogos; el nombre de cuyos autores no desvelaré aquí,
sobre todo porque se trata de trabajos que aun no han sido
publicados. El primero es una investigación en torno a los
modelos culturales sobre la juventud que son manejados por
un determinado sector poblacional; y no hay corriente teórica
en la antropología que, al menos, no esté de acuerdo en que
el mismo concepto de 'modelos culturales' entraña ya la
existencia, no sólo de unos contenidos, sino también de unas
estructuras específicas. Pues bien, en el trabajo al que me
refiero, el único material empírico que se aporta para
desvelarlos consiste en los resultados de una encuesta por
cuestionario que se había pasado al universo de estudio, con
lo cual surge una duda razonable sobre si se había estudiado
54
realmente lo que se creía haber estado estudiando o si, por el
contrario, los 'modelos culturales' sobre la juventud habían
escapado indefectiblemente al punto de mira del investigador
al imponerles, a través del cuestionario, una estructura que
no era la suya. En cuanto al segundo trabajo, se trata de una
investigación sobre las estrategias desplegadas por los
grupos domésticos hortofrutícolas de una cierta zona de
España que autocomercializan sus productos. En ella, uno de
los principales problemas que se aprecian, en lo que atañe en
concreto al abordaje de las estrategias hereditarias, es que se
recurre a una técnica y a una fuente, el análisis documental
de los protocolos notariales, que no permiten atribuir los datos
recopilados a la población a la que -en este caso- se afirma
estar estudiando; o, dicho con otras palabras, los documentos
consultados en los archivos notariales no dan facilidades para
que se sepa si los firmantes de un testamento y/o de unas
capitulaciones matrimoniales -por ejemplo- son, en primer
lugar, horticultores y, en segundo lugar, si autocomercializan
o no los frutos de la huerta, porque es una información que
generalmente no aparece en ellos, con lo cual es también
discutible que las estrategias hereditarias que se pueden
descubrir a partir de dichos documentos sean las propias de
la población que se ha delimitado como campo de la
investigación. Quiebras de esta u otra índole invalidan a
menudo una labor investigadora en la que, a veces, se ha
invertido mucho tiempo y mucho esfuerzo, motivo por el cual
uno de los quehaceres de cualquier investigador debería
consistir en adquirir el hábito de meditar sobre la naturaleza,
posibilidades y limitaciones de cada una de las técnicas de
investigación a las que pueda echar mano, así como sobre la
necesidad de cuidar la coherencia entre éstas y el marco
teórico-metodológico de las investigaciones que emprenda.

Sin olvidar, por supuesto, -como he subrayado a lo largo de


todo este escrito- que todo ello debe hacerse teniendo en
55
cuenta que cualquier técnica a la que se recurra adquiere
características distintivas desde el momento en que su uso se
enfoca desde una 'mirada antropologócia' y se inserta dentro
de un proceso etnográfico.

TÉCNICAS El EJE CUANTITATIVO /


DE investigado CUALITATIVO
INVESTIGACI r Cuantitativas Cualitativas
ÓN produce/rec
SOCIOCULT oge
URAL
Acciones- Inventario de -Observación
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(HECHOS)s, actos, no-participante)
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Investigación etnográfica). s, acciones,
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por entrevista, (participante o
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R OS) vida
restringidas o -Grupo de
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56
-Construcción/ -Método
A análisis biográfico.
cuantitativo de
L redes sociales. -Construcción/
análisis
/ cualitativo de
N redes sociales

-Grupos
O
triangulares.

V -Técnicas de
análisis
E cualitativo del
discurso.
Investigación R Acciones -Análisis -Análisis
con no cuantitativo de cualitativo de
DATOS B verbales documentos contenido de
SECUNDARI (HECHOS) visuales. documentos
OS A visuales.
-Análisis -Análisis
L Acciones cuantitativo de cualitativo de
verbales contenido de contenido de
(DISCURS documentos documentos
OS) escritos, escritos,
sonoros.. sonoros...

-Análisis de
documentos

Situac Naturaleza de los datos Cuándo POSIBILI


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que producir: qué permite su DE SU

57
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Notas

1. A la que podría añadirse nombres de conocidos


politólogos, como Aaron Wildansky, o de historiadores
sociales, como Thompson.

2. Véase en la siguiente cita: «Este punto de vista nos da pie


aquí para llamar la atención sobre la necesidad de reflexionar
sobre la observación participante, desde la sociología.
Estamos de acuerdo (menos en lo de 'inevitablemente') con
Gutiérrez y Delgado (1994a: 143) en que 'la observación
participante está inevitablemente asociada a la práctica
investigadora de los antropólogos sociales y culturales'. Ello
es evitable, al menos en parte y pensando sobre todo en las
nuevas generaciones de sociólogos, politólogos, etc., si se

61
barajan ejemplos sociológicos de utilización de la técnica de
la observación participante» (Valles 1997: 145).

3. Lo que he tratado en otro lugar (Jociles 1995), por lo que


no voy a extenderme más ello.

4. Luis Enrique Alonso (1998: 16 y ss), de quien tomo algunas


expresiones, acude también a esta distinción de Wilden con
la intención de justificar las razones por las que un libro como
el suyo, que se titula La mirada cualitativa en sociología, no
se ocupa de métodos y técnicas, sino que se sitúa «en un
espacio previo al del método».

5. Un ejemplo palpable lo hallamos en los trabajos


(mayoritariamente etnográficos) del Center for Contemporary
Cultural Studies, de Birmingham, firmados por nombres como
Stuart Hall, Richard Hoggart, Raymon Williams o E. P.
Tompson.

6. Una redefinición que no difiere en exceso de la formulada


bastantes años antes por Marcel Mauss(1924) bajo la
expresión de «hecho social total».

7. Recuerdo especialmente el caso de un alumno del curso


95-96 por el sentido del humor del que hizo gala al exponer la
idea en clase. Estaba tan persuadido de que el cometido de
un antropólogo había estribado en rescatar del olvido y del
desconocimiento elementos culturales «en peligro de
extinción», que -en su opinión- las mismas «normas
etnográficas» no eran otra cosa que la traducción a lenguaje
científico de un conjunto de refranes y adagios populares ya
casi olvidados: la preparación previa de la investigación
equivalía, para él, al hombre prevenido vale por dos; la
negativa a dejar el análisis de los datos para una etapa
posterior al trabajo de campo era ni más ni menos que el no
dejes para mañana lo que puedas hacer hoy; el dos ojos ven
62
más que uno se reflejaba, a su parecer, en la combinación de
técnicas de investigación; y lo de adecuar el propio
comportamiento a las costumbres del lugar no entrañaba más
misterio que el allí donde fueres haz lo que vieres.

8. Un ejemplo clásico de esto último lo brinda la investigación


que llevó a cabo Richard LaPierre en la década de los 30
sobre las actitudes racistas de los norteamericanos. LaPierre
-como refieren Taylor y Bogdan (1986: 107)- comenzó por
acompañar personalmente a una pareja de chinos a 251
restaurantes y hoteles del territorio estadounidense, en uno
sólo de los cuales rehusaron albergarlos; sin embargo, al
cabo de unos meses, después de haber enviado un
cuestionario a esos mismos establecimientos hoteleros
preguntando si aceptarían o no a individuos de raza china, se
encontró con la sorpresa de que, de los 128 que le
contestaron, únicamente uno respondió diciendo que los
admitiría.

9. Gamella habla -en realidad- de método etnográfico, pero


por su forma de concebirlo deduzco que se refiere a lo que yo
denomino aquí observación participante: «el estudio
observacional e intensivo de procesos a nivel local mediante
una estrecha interacción con los sujetos estudiados, a los que
se observa en su entorno natural y en su lengua vernácula»
(1993: 66).

10. Y no sólo su ars probandi, que es la función que


generalmente se les asigna, tal como se desprende, por
ejemplo, de las siguientes palabras de Elizabeth Bott: «Se
trata de un método bastante diferente del que consiste en
empezar con la formulación de una hipótesis que luego hay
que validar. Creo que hay que utilizar ambos métodos:
primero, el cualitativo; luego el cuantitativo; a continuación,
otra vez el cualitativo, hasta que las cosas estén formuladas

63
claramente... En teoría, tal estudio cualitativo debería
conducir a hipótesis contrastables. La misma persona que
elaboró las hipótesis cualitativas y los conceptos
correspondientes debería, en lo posible, elaborar también los
métodos para cuantificar tales conceptos» [1990 (1975): 354].

11. Los porcentajes los he hallado a partir de los datos


absolutos que proporciona la citada autora.

12. Una transformación que -como también señala Stocking


(1993: 66)- precisa asimismo de un cambio de orientación
teórica, pues «para alcanzar [lo que antes era] la meta de la
antropología, es decir, la historia de la humanidad..., el
bullicio de la actividad del poblado sólo podría tener un
interés mediato, y no un interés intrínseco».

13. Hay discusiones sobre si las biografías, las genealogías


y/o las redes, p. e., son técnicas o métodos. No voy a entrar
en ellas, primero, porque me cuesta decantarme por alguno
de tales posicionamientos y, segundo, porque lo que creo
importante es hacerse con un bagaje de procedimientos de
investigación, sean cuales sean, al que se pueda recurrir en
las investigaciones que se emprendan.

14. Siglas de una empresa de estudios sociales, que


corresponden a «Comunicación, Imagen y Opinión Pública».

15. En lo que se refiere a su contenido y estructura, no así al


proceso interactivo dentro del cual se construyen.

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