Terrorismo en El Perú

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE UCAYALI


FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLÍTICAS

ESCUELA ACADÉMICA PROFESIONAL DE DERECHO

ENSAYO

ASIGNATURA: Defensa Nacional

Tema: Terrorismo en el Perú


DOCENTE : Mg. Claudia Liliany Aliaga Melendez

CICLO: “I” SECCIÓN: “B” GRUPO: “1” FECHA: 20/06/2024

ESTUDIANTE:

ZEVALLOS BARDALES, Sui Rapsel


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Pucallpa – Perú
2024

Terrorismo en el Perú

Sui Rapsel Zevallos Bardales

Desde que era pequeña, crecí escuchando la devastadora historia que vivió

mi padre en los años 90, cuando el terrorismo llegó a la ciudad de Contamana. En

aquella época, él vivía muy cerca de la ciudad, en la villa de mis abuelos, donde la

producción de arroz se veía afectada por los saqueos de los terroristas. Con el uso

del miedo y las amenazas, nadie se podía negar ante sus peticiones. Mi padre

decidió destruir toda la producción agrícola y huir a la ciudad de Pucallpa, ya que no

se sentía familiarizado con la causa y mucho menos quería ser obligado a contribuir

con alimentos que generaba la villa. Este tipo de experiencias traumáticas no solo

afectaron a mi familia, sino a muchas otras personas que vivieron bajo la sombra del

terrorismo.

En Perú, el terrorismo estuvo liderado por Sendero Luminoso y el Movimiento

Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Estos grupos, con sus ideologías radicales y

métodos violentos, buscaban imponer su visión de una sociedad diferente, sin

importar el costo humano. Su accionar trajo consigo un impacto significativo en la

vida social, económica y emocional de la nación.

En este ensayo, expondré los diversos aspectos y consecuencias que el

terrorismo ha tenido en nuestra nación, desde los efectos inmediatos en las

comunidades afectadas hasta las secuelas a largo plazo en la sociedad peruana.

Analizaré cómo estas experiencias han moldeado la memoria colectiva y la


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identidad nacional, y concluiré enfatizando la importancia de garantizar una

sociedad digna de paz y calma, para que nuestra generación no vuelva a cometer

los mismos errores del pasado y reafirmar nuestro compromiso con la paz y la

reconciliación.

En primer lugar, definamos que es terrorismo según la Organización de

Naciones Unidas (ONU) define al terrorismo como “El terrorismo implica la

intimidación o coerción de poblaciones o gobiernos mediante la amenaza o la

violencia. Esto puede resultar en muerte, lesiones graves o la toma de rehenes”

(Párr.1) El terrorismo y el extremismo violento violan los derechos humanos y las

libertades fundamentales de grupos y personas. No obstante, los Estados definen al

terrorismo de maneras diferentes y a veces ambiguas, por lo que la legislación

nacional no siempre protege los derechos humanos de los ciudadanos es bueno

remarcar los acontecimientos o al menos entender esta terrible época con los

hechos históricos. Por otro lado ¿Qué es el terrorismo para el estado peruano? En

el Perú, el terrorismo no sólo está tipificado como delito de traición a la patria, sino

que además dichos actos constituyen violaciones contra los Derechos Humanos a la

mayor parte de los peruanos. Bueno son las transgresiones a los Derechos

Humanos perpetrados por los terroristas también transgreden los límites nacionales

infiltrándose en otros Estados, desprestigiando la imagen externa del país.

Es preocupante darse cuenta de que los Estados definen el terrorismo de

maneras diferentes y a veces ambiguas. Esto puede llevar a leyes que no protegen

adecuadamente los derechos humanos de todos los ciudadanos. Creo que esta falta
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de consenso puede complicar la lucha global contra el terrorismo y crear desafíos

significativos para garantizar la justicia y la seguridad para todos.

En cuanto al Perú, mi país, el terrorismo ha dejado una marca profunda en

nuestra historia reciente. No solo está tipificado como delito de traición a la patria,

sino que también se considera una violación masiva de los derechos humanos para

la mayoría de los peruanos. Durante décadas, grupos terroristas como Sendero

Luminoso y el MRTA cometieron actos atroces que causaron dolor y destrucción en

muchas comunidades. Estos actos no solo afectaron a las víctimas directas, sino

que también dañaron la imagen internacional de Perú y afectaron nuestra

estabilidad como nación.

Es especialmente desgarrador ver cómo las transgresiones a los derechos

humanos perpetradas por los terroristas también se extendieron más allá de

nuestras fronteras. Estos grupos intentaron influir en otros Estados, lo que

contribuyó a desprestigiar la imagen de nuestro país en la escena mundial. Esta

dimensión internacional del terrorismo me hace sentir aún más la necesidad urgente

de abordar este problema no solo a nivel nacional, sino también globalmente.

Entonces, la definición de terrorismo por parte de la ONU y las diferentes

interpretaciones nacionales subrayan la complejidad y la urgencia de abordar esta

amenaza global de manera efectiva. Para mí, como joven peruana, es crucial

comprender y recordar estos eventos históricos para aprender de ellos y trabajar

hacia un futuro donde todos podamos vivir en paz y seguridad, protegiendo siempre

los derechos humanos y las libertades fundamentales de todas las personas.


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Por otro lado, en el contexto histórico, Perú enfrentaba graves problemas

económicos, sociales y políticos en las décadas de 1970 y 1980. La pobreza, la

desigualdad y la corrupción eran rampantes, especialmente en las zonas rurales, lo

que creó un caldo de cultivo propicio para el surgimiento de movimientos radicales.

Sendero Luminoso, fundado en 1980 por Abimael Guzmán, un exprofesor de

filosofía con una interpretación extrema del maoísmo, se basaba en la creencia de

que la única manera de cambiar el sistema político y económico de Perú era a

través de la lucha armada. El grupo inició su campaña terrorista en el mismo año,

coincidiendo con las primeras elecciones democráticas en más de una década,

comenzando con la quema de urnas en Chuschi, Ayacucho. Desde entonces,

atacaron a las fuerzas de seguridad, funcionarios del gobierno y cualquier persona

percibida como colaboradora del estado. Las tácticas de Sendero Luminoso incluían

asesinatos, secuestros, bombardeos y masacres para infundir miedo y

desestabilizar el estado. Este grupo también perpetró atrocidades en comunidades

rurales para establecer control y castigar a aquellos que se oponían a su ideología.

En respuesta, el gobierno peruano desplegó una fuerte represión militar y policial.

Sin embargo, estas respuestas fueron a menudo indiscriminadas, resultando en

abusos de derechos humanos que alienaron a muchas comunidades rurales.

Además, la creación de grupos paramilitares y las ejecuciones extrajudiciales

formaron parte de las tácticas del estado para combatir a los insurgentes.

El Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), fundado en 1982, era

otro grupo insurgente con una ideología marxista-leninista, aunque no tan extremista

como Sendero Luminoso. El MRTA llevó a cabo secuestros, robos y ataques


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armados, siendo uno de los incidentes más notorios el secuestro en la residencia

del embajador japonés en Lima en 1996. La captura de líderes insurgentes marcó el

declive del terrorismo en Perú. En 1992, Abimael Guzmán fue capturado por las

fuerzas de seguridad peruanas, representando un golpe devastador para Sendero

Luminoso. Esta captura, junto con la intensificación de las operaciones de

contrainsurgencia, debilitó significativamente a los grupos terroristas. A finales de los

90, el gobierno implementó políticas de pacificación y ofreció amnistías a los

miembros de los grupos insurgentes que se rindieran.

En segundo lugar, el terrorismo ha causado traumas colectivos psicológicos

en los peruanos. Generalmente las personas que han vivido en esas épocas suelen

desarrollar el trastorno post traumático.

Segun National Institute of Mental Health. (2020) nos afirma que:

El trastorno de estrés postraumático (TEPT) es un trastorno que se desarrolla

en algunas personas que han experimentado un evento impactante, aterrador

o peligroso.

Es natural sentir miedo durante y después de una situación traumática. El

miedo es parte de la respuesta de “lucha o huida” del cuerpo, que nos ayuda

a evitar o responder a un peligro potencial. Las personas pueden

experimentar una variedad de reacciones después de un trauma y la mayoría

de las personas se recuperan de los síntomas iniciales con el tiempo. (párr. 1-

2).
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Esta afirmación nos indica que el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) es un

trastorno que pueden padecer las personas que han vivido un evento traumático,

aterrador o peligroso, como es el caso de muchos peruanos a finales del siglo

pasado debido a los ataques terroristas. Aunque algunas personas pueden

experimentar miedo y ansiedad que disminuyen con el tiempo, ¿qué sucede con

aquellas que desarrollan TEPT como resultado de estos ataques? Estas personas

se ven afectadas en su vida diaria de manera profunda y duradera, enfrentando

síntomas persistentes que pueden dificultar su bienestar y funcionamiento cotidiano

por el resto de sus vidas.

Es aterrador como estos grupos terroristas usaban el miedo para manipular a

las personas. Sin embargo, este tipo de abusos no solo vienen por parte de los

terroristas, incluso de los mismos policías que tienen uno de sus pilares más

importantes a “Dios, patria y ley” por lo que, estos debieron brindar la garantía de

protección a la nación a no ser personas sin escrúpulos hicieron uso de su poder

para cometer el mismo accionar violento de los terroristas.

Se presencia el testimonio de una víctima del terrorismo:

Cuando hemos vuelto, mataron a mi padre y a mi me llevaron. Estuve casi 3

meses en el monto caminando con ellos. Luego yo me escapé y me fui a

Mollebamba. En Mollebamba, aquellos policías nos capturaron y nos violaban

sistemáticamente. Cuando ahí los policías planeaban matarnos, huimos. Vine

cruzando por el puente de Santa Rosa. (…) Hasta ahora no se sabe nada de

mi papá y somos 3 hermanos. (Testimonio de Cirila Súñiga Quispe | CDI,

2017)
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Este testimonio de Cirila nos muestra que fue víctima de los terroristas tanto como

de los policías, uno con la muerte de su padre y otro al ser victima de abuso sexual

por parte de los policías. El testimonio de Cirila Súñiga Quispe expone de manera

desgarradora las experiencias traumáticas sufridas por las víctimas del terrorismo y

la violencia política. Cirila relata cómo fue testigo del asesinato de su padre y

posteriormente fue secuestrada, obligada a caminar con los terroristas durante tres

meses, y luego sufrió violaciones sistemáticas a manos de policías en Mollebamba.

Este tipo de experiencias traumáticas no solo deja cicatrices físicas, sino que

también tiene profundos efectos psicológicos, que pueden incluir el desarrollo del

Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT).

El TEPT es un trastorno que se manifiesta como resultado de experiencias

extremadamente estresantes y aterradoras, como las descritas por Cirila. Las

víctimas de terrorismo, como ella, enfrentan un riesgo elevado de desarrollar este

trastorno, lo que puede afectar gravemente su vida diaria y su bienestar emocional.

La persistencia de síntomas como flashbacks, pesadillas, ansiedad constante y

dificultades para confiar en los demás puede impedirles llevar una vida normal y

productiva.

Este testimonio subraya la necesidad urgente de reconocer y abordar el

impacto psicológico del terrorismo en las víctimas. Proporcionar apoyo psicológico

adecuado, acceso a servicios de salud mental y un entorno seguro y comprensivo

es esencial para ayudar a las víctimas a sanar y reconstruir sus vidas. La historia de

Cirila es un llamado a la acción para que las sociedades y los gobiernos


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implementen políticas efectivas de apoyo y recuperación para aquellos que han

sufrido las atrocidades del terrorismo.

A mi perspectiva, lo que pasó Cirila es completamente una vulneración de

sus derechos humanos en toda la expresión de la palabra En primer lugar, se

vulneró su derecho a la vida cuando su padre fue asesinado por los terroristas. Este

acto violento no solo le arrebató a su progenitor, sino que también amenazó

directamente su propia vida y la de su familia.

Además, Cirila fue víctima de una grave violación del derecho a la libertad y

seguridad personal. Fue secuestrada y retenida en cautiverio durante casi tres

meses por los terroristas, privándola de su libertad y exponiéndola a condiciones

extremadamente peligrosas y traumáticas.

Durante su secuestro, Cirila también sufrió violencia física y emocional, lo que

constituyó una violación de su derecho a la integridad personal. Estas experiencias

dejaron secuelas profundas en su salud física y mental, afectando su bienestar a

largo plazo

Después de escapar del cautiverio, Cirila continuó enfrentando violaciones a

su derecho a la libertad de movimiento. Tuvo que huir y buscar refugio en

Mollebamba, donde lamentablemente fue capturada por las fuerzas de seguridad

peruanas. Durante su tiempo bajo custodia, Cirila fue sometida a abusos

adicionales, lo que constituyó una violación adicional de sus derechos humanos.

Entonces esto es una representación de Cirila y muchas otras víctimas del


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terrorismo en Perú han luchado durante años por obtener justicia y reparación por

las violaciones sufridas.

Concluyo que, el caso de Cirila Súñiga Quispe ilustra claramente las

profundas violaciones de derechos humanos que ocurrieron durante el conflicto

armado en Perú. Este testimonio destaca la importancia crítica de proteger y

defender los derechos humanos en todo momento, especialmente en situaciones de

conflicto y violencia.

En tercer lugar, quiero destacar el punto de vista de aquellos grupos

revolucionarios, en la historia del terrorismo en el Perú, grupos como Sendero

Luminoso y el MRTA justificaron sus acciones extremas a través de un marco

ideológico radical, en el que veían la violencia como el único medio efectivo para

desafiar y derrocar un sistema político y económico que consideraban

profundamente corrupto y opresivo. Desde su perspectiva, el gobierno peruano y las

élites dominantes mantenían un control férreo sobre los recursos del país,

perpetuando así la desigualdad social y económica. Estos grupos argumentaban

que las instituciones estaban tan penetradas por la corrupción que cualquier intento

de cambio a través de métodos democráticos o institucionales era fútil y se veía

rápidamente sofocado por el poder establecido.

Además, veían la democracia representativa como una mera fachada que en

realidad perpetuaba la dominación de las élites sobre las clases más

desfavorecidas. Según ellos, el sistema político peruano no permitía una

representación real de los intereses populares y, por lo tanto, las únicas alternativas

viables eran la violencia y la lucha armada. Desde este punto de vista, las tácticas
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terroristas eran vistas como un método de última instancia, necesario para

desestabilizar el status quo y obligar al gobierno a negociar o a reconocer las

demandas de los sectores más marginados de la sociedad. Sendero Luminoso, en

particular, abrazó una ideología maoísta que promovía la lucha armada como el

camino hacia una revolución que derrocaría a las élites corruptas y establecería un

estado socialista verdaderamente igualitario. Es importante señalar que, aunque sus

métodos fueron ampliamente condenados y rechazados por la mayoría de la

sociedad peruana y por la comunidad internacional, estos grupos terroristas

atrajeron a algunos seguidores debido a la percepción de que estaban luchando

contra las injusticias profundas y arraigadas del sistema político peruano.

En síntesis, los grupos terroristas en el Perú argumentaron que la violencia

era la única forma efectiva de confrontar y cambiar un sistema que consideraban

intrínsecamente injusto y corrupto. Esta perspectiva refleja una desconfianza

profunda en las instituciones democráticas y en los métodos tradicionales de cambio

político, y pone de relieve los desafíos persistentes de construir y mantener un

sistema político inclusivo y que responda verdaderamente a las necesidades y

demandas de toda la sociedad.

Cuando pienso en la historia del terrorismo en el Perú, me doy cuenta de las

razones profundas que llevaron a grupos como Sendero Luminoso y el MRTA a

optar por tácticas tan extremas. Ellos sentían que las instituciones políticas no los

representaban y que estaban excluidos y marginados. Creían firmemente que las

élites políticas y económicas peruanas perpetuaban la desigualdad y la injusticia

social. Para ellos, la democracia parecía una fachada que no defendía los intereses
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de la gente común, y pensaban que la única manera de provocar un cambio real era

a través de la lucha armada. Es difícil entender cómo un sistema puede hacer sentir

a algunos tan desesperados que piensen que la violencia es la única respuesta.

Imagino cómo se debieron sentir, rodeados de pobreza y desigualdad, sin ver una

salida justa y equitativa a sus problemas. La violencia, desde su perspectiva,

parecía ser la única forma de ser escuchados y de desafiar un sistema que sentían

que los había dejado atrás. Al mirar hacia atrás, también es evidente que la violencia

solo llevó a más sufrimiento. No solo los inocentes sufrieron, sino que la respuesta

del gobierno también causó mucho dolor. Esto me hace pensar en la importancia de

encontrar maneras diferentes y más positivas para expresar nuestras

preocupaciones y resolver problemas sociales y políticos.

Es crucial aprender de la historia del terrorismo en el Perú y trabajar juntos

para construir sistemas políticos más justos y equitativos. Necesitamos asegurarnos

de que todos sientan que tienen una voz y puedan contribuir a la toma de decisiones

que afectan sus vidas. Esto significa no solo abordar la desigualdad económica y

social, sino también fortalecer nuestras instituciones democráticas para que sean

verdaderamente representativas y responsables ante todos. La historia del

terrorismo en el Perú nos recuerda lo terrible que puede ser cuando hay exclusión

social y falta de participación en la política. Nos enseña que debemos trabajar juntos

para construir un futuro donde la violencia no sea la única respuesta y donde todos

podamos ayudar a crear un mundo mejor para todos. Esto requiere empatía,

comprensión y un compromiso firme con la justicia y los derechos humanos básicos.

En definitiva, debemos aprender de estos errores del pasado para construir un

futuro más brillante y prometedor para todos.


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En la década del 90, el gobierno propuso una tercera vía contra Sendero, que

no era ni la intervención de las Fuerzas Armadas ni una alianza con el gobierno,

sino promover organismos vecinales de autodefensa, autónomos y distantes de las

fuerzas del orden y del gobierno. El campesinado comenzó a organizarse contra

Sendero. Las rondas funcionaban mejor bajo la presión de las Fuerzas Armadas o

cuando la presencia militar era intensa, pero tendían a desactivarse apenas la

presión disminuía. A fines de la década de 1980 las rondas comenzaron a

multiplicarse por toda la región de Huanta. Las rondas eran un movimiento social,

configuraban una forma de acción colectiva con objetivos propios, capaces de tomar

opciones, estaban armados y militarizados, eran jerárquicos y actuaban en estrecha

relación con las Fuerzas Armadas. Los campesinos rechazaban a Sendero

Luminoso debido a la sustitución y asesinato de las autoridades comunales, lo que

motivó la realización de múltiples asambleas de coordinación entre comuneros. Pero

cuando la población sufrió la represión de las Fuerzas Armadas tuvo un efecto

contraproducente, rechazaron a las milicias y apoyaron a Sendero Luminoso. El

principal logro de Sendero fue el haber aterrorizado a la población, logrando el

apoyo comunal. Lo primero que los ronderos debían hacer para enfrentarse a

Sendero Luminoso era vencer el miedo. En segundo lugar, había que crear una

conciencia colectiva de democracia, Estado y Fuerzas Armadas para que los

vecinos se agruparan en rondas y lucharan contra Sendero. Era ilógico pensar que

una sociedad que se sentía abandonada y distante del Estado se uniera y peleara

contra el terrorismo. Los dirigentes vecinales se resistían a colaborar con las fuerzas

del orden debido al terror a las represalias senderistas y a que ni la policía ni las

fuerzas armadas brindaban plena seguridad a la población. Lo principal en la


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organización de la autodefensa del pueblo era que debía estar presente el

municipio, la población organizada y la iglesia. Era necesario luchar contra la

pobreza y por una verdadera justicia social.

Entonces, el conflicto entre Sendero Luminoso y el gobierno peruano durante

la década de 1990 revela la complejidad de las respuestas locales al terrorismo y la

fragilidad de la relación entre las comunidades rurales y el Estado. Las rondas

campesinas surgieron como una respuesta desesperada pero valiente al vacío de

seguridad dejado por las fuerzas del orden y el gobierno central. Armadas y

organizadas jerárquicamente, estas comunidades se unieron para protegerse

mutuamente de la brutalidad de Sendero Luminoso, desafiando el miedo y el control

impuestos por los terroristas.

La relación de las rondas con las Fuerzas Armadas y el gobierno fue

ambivalente. Inicialmente, la cooperación parecía necesaria para combatir

eficazmente a Sendero, pero la represión indiscriminada y los abusos de derechos

humanos por parte de las fuerzas de seguridad desencadenaron un rechazo

generalizado entre los campesinos. La violencia estatal alimentó la propaganda de

Sendero, sembrando la desconfianza y complicando la lucha contra el terrorismo.

Este conflicto también subraya la importancia de construir una conciencia colectiva

en torno a la democracia y el estado de derecho. Las comunidades necesitan sentir

que el Estado las representa y protege, no solo las vigila y reprime. Para que las

rondas campesinas pudieran enfrentar efectivamente a Sendero, fue crucial no solo

superar el miedo, sino también cultivar un sentido de unidad y propósito comunes.


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La pobreza y la exclusión social fueron factores determinantes en la

perpetuación del conflicto. Las comunidades más afectadas por la violencia de

Sendero Luminoso y las represalias de las fuerzas de seguridad también eran las

más marginadas y olvidadas por el Estado. La solución no podía ser simplemente

militar; era necesario abordar las causas subyacentes del conflicto, mejorar las

condiciones de vida y construir un Estado que funcione para todos.

En retrospectiva, el caso de las rondas campesinas en Perú me hace

reflexionar sobre la complejidad de la seguridad y la justicia en contextos de

conflicto. Es un recordatorio de que la verdadera estabilidad solo puede lograrse

cuando se abordan las causas profundas del conflicto y se construye una relación

de confianza y colaboración genuina entre el Estado y las comunidades locales. En

mi experiencia, el caso de las rondas campesinas en Perú me hace reflexionar

profundamente sobre la complejidad de la seguridad y la justicia en contextos de

conflicto. Es un recordatorio vívido de que la verdadera estabilidad solo puede

lograrse cuando se abordan las causas profundas del conflicto y se construye una

relación de confianza y colaboración genuina entre el Estado y las comunidades

locales. Además, resalta la importancia de no solo enfrentar directamente a los

grupos terroristas, sino también de comprender las condiciones socioeconómicas y

políticas que alimentan la violencia. La pobreza y la exclusión social jugaron un

papel crucial en la perpetuación del conflicto en Perú, lo que subraya la necesidad

de políticas públicas que aborden estas cuestiones de manera integral.

Asimismo, es esencial aprender de los errores del pasado, especialmente en

cuanto a la represión indiscriminada y los abusos de derechos humanos por parte


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de las fuerzas de seguridad. Estas acciones no solo alienaron a las comunidades

locales, sino que también alimentaron la propaganda de los grupos terroristas y

complicaron la lucha contra ellos.

En términos de soluciones efectivas, las rondas campesinas demostraron ser

un ejemplo poderoso de cómo la comunidad local puede jugar un papel activo en la

protección y seguridad de sus propias tierras. Armadas y organizadas

jerárquicamente, estas comunidades se unieron para protegerse mutuamente de la

brutalidad de Sendero Luminoso, desafiando el miedo y el control impuestos por los

terroristas. Esta cooperación comunitaria no solo fortaleció la resiliencia de las

comunidades, sino que también facilitó la recopilación de inteligencia crucial sobre

las actividades de Sendero, ayudando así a las fuerzas de seguridad en sus

operaciones contra el grupo.

En última instancia, el caso de las rondas campesinas en Perú nos recuerda

que la construcción de la paz y la estabilidad duradera requiere un enfoque

multidimensional que incluya no solo la seguridad física, sino también el desarrollo

económico, la justicia social y el fortalecimiento de las instituciones democráticas.

Esta combinación de esfuerzos puede ayudar a erradicar las condiciones que

permiten el surgimiento y la persistencia de grupos terroristas como Sendero

Luminoso.

En resumen, el terrorismo en Perú ha dejado una cicatriz profunda y duradera

en la sociedad peruana. Durante las décadas de los 80 y 90, grupos como Sendero

Luminoso y el MRTA sembraron el terror a través de actos violentos indiscriminados,


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afectando a millones de personas y dejando un legado de violencia, miedo y

sufrimiento que todavía perdura en muchas comunidades.

Como hemos explorado a lo largo de este ensayo, el impacto del terrorismo

va más allá de las víctimas directas de sus ataques. Ha dejado un trauma

psicológico y emocional profundo en toda la sociedad, afectando a generaciones

enteras y minando la confianza en las instituciones y en la capacidad del estado

para proteger a sus ciudadanos. Las comunidades rurales, en particular, han sido

afectadas de manera desproporcionada, enfrentando represalias tanto de los grupos

terroristas como de las fuerzas de seguridad del estado.

El testimonio de Cirila Súñiga Quispe, una víctima directa del terrorismo, nos

muestra el sufrimiento inimaginable que muchas personas tuvieron que soportar

durante esos años oscuros de la historia peruana. Su historia es solo un ejemplo de

los miles de historias similares que hay en Perú, donde personas inocentes

perdieron sus vidas o fueron afectadas irreparablemente por el conflicto armado. Es

fundamental aprender de estos errores del pasado para construir un futuro más

prometedor y pacífico para todos. El terrorismo y la violencia no son formas válidas

de abordar los problemas sociales y políticos. En lugar de ello, debemos fortalecer

nuestras instituciones democráticas, promover el diálogo y la inclusión social, y

abordar las causas profundas de la desigualdad y la exclusión que alimentan la

violencia y el extremismo.

El caso de las rondas campesinas es un recordatorio poderoso de cómo la

comunidad local puede desempeñar un papel activo en la protección y seguridad de

sus propias tierras, sin recurrir a la violencia indiscriminada. La cooperación


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comunitaria y la solidaridad pueden ser herramientas poderosas para construir una

sociedad más justa y pacífica. En última instancia, debemos trabajar juntos para

asegurar que todas las personas tengan una voz y puedan contribuir a la toma de

decisiones que afectan sus vidas. Esto significa garantizar que todos los ciudadanos

tengan acceso a sus derechos humanos básicos, incluida la seguridad, la justicia y

la libertad. Solo así podremos avanzar hacia un futuro donde el terrorismo y la

violencia no tengan cabida, y donde todos puedan vivir en paz y dignidad.

Entonces llego a entender que vivimos en un mundo donde la paz, aunque a

menudo frágil y amenazada, es un estado en el que muchos de nosotros tenemos la

suerte de existir. Sin embargo, esta paz no es un logro garantizado ni permanente.

Está construida sobre la base de complejas interacciones políticas, sociales y

culturales que requieren constante atención y esfuerzo para mantenerla.

Es esencial reflexionar sobre la paz que disfrutamos hoy en comparación con los

momentos oscuros de la historia, como los periodos de conflicto y terrorismo que

han marcado a muchas naciones, incluyendo a Perú. Estos episodios dolorosos no

solo dejaron cicatrices profundas en la sociedad, sino que también sirven como

recordatorios poderosos de los peligros de los pensamientos radicales y

extremistas.

Los grupos terroristas como Sendero Luminoso y el MRTA buscaban imponer

cambios radicales a través de la violencia y el miedo. Sus acciones no solo

causaron sufrimiento inmediato a las víctimas directas de sus ataques, sino que

también sembraron desconfianza, división y dolor duradero en comunidades

enteras. El impacto psicológico y emocional perdura hasta hoy, recordándonos la


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fragilidad de la paz y la importancia de evitar los extremos en nuestras visiones y

acciones. El radicalismo, en su esencia, surge de una combinación de descontento,

ideología dogmática y la creencia en que la violencia extrema es justificada para

alcanzar metas políticas o sociales. Sin embargo, la historia nos enseña que estos

métodos solo perpetúan un ciclo de dolor y destrucción. La paz genuina y duradera

no puede ser impuesta por la fuerza, sino que debe ser construida sobre la base del

respeto mutuo, el diálogo inclusivo y la voluntad de compromiso.

Al reflexionar sobre nuestra paz actual, debemos reconocer que aún enfrentamos

desafíos significativos. El extremismo no se limita a los actos de terrorismo

flagrante; también puede manifestarse en formas más sutiles, como la intolerancia,

la exclusión social o la polarización política. Estos extremismos pueden erosionar

lentamente los cimientos de la paz al socavar la confianza en nuestras instituciones

democráticas y en la capacidad de resolver diferencias de manera pacífica. Ya que,

es fundamental que como individuos y como sociedad tomemos conciencia de los

peligros de los pensamientos radicales en todas sus formas. Esto implica cultivar

una cultura de respeto por la diversidad de opiniones y experiencias, promover el

entendimiento intercultural y fortalecer las instituciones que protegen los derechos

humanos y la justicia social para todos. La experiencia de Perú con el terrorismo nos

ofrece lecciones valiosas. Las rondas campesinas, por ejemplo, destacan cómo la

comunidad local puede desempeñar un papel crucial en la seguridad sin recurrir a la

violencia indiscriminada. Esta cooperación comunitaria y solidaridad son ejemplos

poderosos de cómo construir una paz sostenible desde abajo hacia arriba,

involucrando a todos los sectores de la sociedad en la protección y el fortalecimiento

de sus comunidades.
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En última instancia, el camino hacia un futuro más seguro y pacífico requiere un

compromiso firme con los valores de la democracia, la justicia y los derechos

humanos. Debemos trabajar juntos para fortalecer nuestras instituciones

democráticas, promover el respeto por la ley y la igualdad de oportunidades para

todos los ciudadanos. Solo así podemos construir una paz que no solo sea la

ausencia de conflicto, sino la presencia de justicia, dignidad y prosperidad para

todos los seres humanos. En conclusión, el terrorismo en Perú ha dejado un legado

de dolor y sufrimiento, pero también nos ha enseñado lecciones valiosas sobre la

importancia de la paz, la justicia y la inclusión. Debemos aprender de nuestro

pasado para construir un futuro mejor, donde todos puedan vivir sin miedo y en

armonía.

BIBLIOGRAFÍA
21

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Consultado el 16 de junio del 2024.

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