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Fundación Nacional Francisco Franco

Discursos y entrevistas

Mensaje de fin de año a todos los españoles


Francisco Franco Bahamonde
Emitido a través de Radio Nacional de España de Madrid, el 29 de diciembre de 1960

Españoles:

Habéis de perdonarme si rompo en la paz de vuestros hogares para haceros


partícipes de las inquietudes del mundo en que vivimos; pero sin ello no cabría la
compenetración y la solidaridad de los que navegamos en la misma nave. ¿Qué importa
que ésta sea resistente si el temporal aumenta? Toda navegación requiere la unidad, la
solidaridad y la disciplina de los embarcados, bajo la sabia dirección de su capitán.
Difícil fue la navegación que juntos emprendimos, y los días de bonanza son siempre
seguidos de los correspondientes de borrascas. El mundo es así, y a él hemos de
sujetarnos.

En el año 1961 que vamos a iniciar, el Movimiento Nacional y el Régimen


fundado con la Cruzada alcanzan su indiscutible plenitud al cumplirse los veinticinco
años en plena acción política y rendimiento de los principios que constituyen su
fundamento, su sustancia y su fuerza motriz. Un cuarto de siglo navegando en medio de
la coyuntura histórica más crítica, más compleja e inestable de los tiempos modernos,
en la que se han derrumbado tantas superestructuras de todo orden que parecían
inconmovibles. Un cuarto de siglo siguiendo una ruta rectilínea atente exclusivamente a
los supremos intereses de nuestra nación frente a la concupiscencia y a la
incomprensión de tendencias y escuelas políticas que se aferran todavía a esquemas
doctrinales superados.

Un cuarto de siglo de servicio permanente a la causa del mundo libre, que si ya


se ha reconocido en los medios internacionales más solventes, aún no fue, sin embargo,
debidamente valorado y correspondido.

Un cuarto de siglo de avance manifiesto en la cimentación y desarrollo de


nuestras instituciones, de nuestro ordenamiento económico-social, de nuestro sistema de
representación pública y de participación efectiva del pueblo en la gestión y
administración de los intereses de la comunidad.

Un cuarto de siglo alumbrando nuevos horizontes al Derecho político, que si ha


de asentarse siempre sobre la línea maestra e indiscutible del Derecho natural, también
deberá abrir cauces jurídicos adecuados al impulso progresivo del hombre en su
proyección social, conformando el encuadramiento natural de las nuevas realidades
políticas y sociales que ese mismo impulso progresivo engendra y promueve. Tenemos
el consuelo de haber armonizado, como aconsejaba Pío XII, “la eficacia y dinámica de
nuestra sociedad con la estática de las tradiciones, y el acto libre con la seguridad
común”.

La distancia entre el punto de partida y el de destino era tan grande y los


obstáculos tales que solo con la fe puesta en la razón de nuestra causa y la confianza en
la ayuda de Dios pude aceptar tan alta y grave responsabilidad. A ella se han consagrado
toda mi voluntad, mis pensamientos y mis energías. Quien recibe el honor y acepta el
peso del caudillaje, en ningún momento puede legítimamente acogerse al relevo ni al

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descanso. Ha de consumir su existencia en la vanguardia de la empresa fundacional para


la que fue llamado por la voz y la adhesión de su pueblo, enraizando y perfeccionando
todo el sistema levantado.

No se trataba solamente de tender un puente sobre la riada de una crisis histórica


que arrastraba hasta los últimos restos de un sistema político y de un Estado, sino de
instaurar un sistema, de crear un nuevo Estado, fiel a la tradición viva y operante y a las
exigencias actuales de nuestro destino, que quedará garantizado para el futuro en la
medida que sirvamos al presente con lealtad y eficacia.

Por el contacto que por mi profesión tuve durante medio siglo con los hombres
de todas las regiones españolas y de los diversos sectores sociales llegué a la convicción
de que la crisis española, que en 1936 se agudizó hasta el límite de la desintegración
nacional, no era crisis del pueblo, cuyas virtudes y calidad espiritual jamás fallaron en
las obras decisivas de nuestra historia, sino una quiebra total del sistema político y
social imperante, unido a la falta de visión de sus clases directoras. El pueblo español,
intelectual, bien dotado, de gran imaginación y cabeza clara, se encontraba acéfalo y
solo esperaba la unidad, la disciplina, el orden y la racionalización para triunfar.

Lo que una gran mayoría de los españoles no han conocido y las generaciones
nuevas ignoran era el verdadero estado de la Nación al cabo de más de un siglo de
desgobierno en sus aspectos espiritual, social y económico. Los vaivenes y la
disgregación que el sistema político engendraba, que unidos a la carencia de ideales
colectivos limitaban el horizonte de cada español a la contemplación egoísta de su
propio caso, mientras la Patria, degradada y empobrecida, se precipitaba por la
pendiente de la desintegración.

El caso es que la concepción liberal de la sociedad hace muy difícil, sino


imposible, la realización del concepto auténtico de comunidad. Reduce las
vinculaciones sociales entre unas partes y otras y las de estas con todo lo que une, con
existencia de intereses y fines irreconciliables. En esta concepción cabe a lo sumo la
tolerancia, pero nunca la cohesión y la unidad orgánicas que mantengan vitalmente
religados entre sí, como miembros de un mismo cuerpo, a los distintos elementos que lo
integran.

Esto equivale, en el plano político, a una permanente y tensa oposición entre los
distintos estamentos, grupos, sectores, organizaciones y entidades, que acaba
desembocando en un estado que pretende salvar sistemas en los que los intereses de las
distintas facciones en lucha por la conquista de los resortes del mando y del Poder,
prevalecen sobre el bien común aún en decisiones de la máxima trascendencia para la
Patria.

La sociedad de tal modo constituida podría subsistir en tiempos de bonanza, pero


se quebranta y derrumba al primer serio temporal; el sistema puede haber sido útil
cuando la política era sujeto exclusivo de unas minorías y las masas de la Nación
quedaban al margen de la lucha y de los empeños políticos; pero no lo es ya cuando los
pueblos han alcanzado conciencia de su peso y de sus derechos. Hoy ya no se puede
engañar a los gobernados que demandan con apremio, en primera línea de sus
necesidades, justicia social, progreso y eficacia, lo que son incapaces de ofrecerle las
viejas fórmulas políticas disgregadoras.

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El mal, como veis, es principalmente interno, aunque la amenaza comunista lo


haya agravado y convertido en un imperativo insoslayable de nuestro tiempo. Para
luchar victoriosamente con él, lo primero es el reconocimiento sincero de la raíz de
nuestro mal; si así no se hace y el mundo sigue encubriéndolo con los tópicos manidos
de la conjura exterior, no nos hagamos ilusiones: será el pueblo el que con una o con
otra bandera, acabara derribando el tinglado vacilante de la farsa política.

Frente a este viejo complejo político del Occidente, ¿qué es lo que el adversario
le enfrenta realmente? No hemos de caer en el tópico de que es malo y nefasto todo lo
que el comunismo representa. Algo tendrá cuando atrae, arrastra y cautiva. No se trata
de una entelequia, sino de una viva realidad con un inmenso poder de captación. No
son, desde luego, ni su materialismo histórico, ni su ateísmo desenfrenado, ni la
negación de la libertad y los derechos humanos, ni su imperialismo, crueldad y mentiras
lo que atraen y cautivan. Son su resolución, su acción subversiva de cambiar un orden
que nos gusta; la bandera eminentemente social que engañosamente enarbola; son las
pasiones que alienta y explota; la eficacia con que se presenta; el deslumbramiento de su
fortaleza y de sus realizaciones. Todo lo otro, la negación de las libertades, la
esclavitud, los campos de concentración, queda sepultado bajo la máscara de las
propagandas.

Una sociedad sin reservas espirituales, que vive en estado de desigualdad social,
de bajo nivel de vida, desengañada de falsas promesas y cansada de esperar, no es
extraño que pueda ser arrastrada por quienes le prometen su redención aun corriendo el
albur de una ventura.

Por otro lado, las clases llamadas a la noble función de magisterio o de


ejemplaridad social, ante la tentación del esnobismo político, de modernismos
ideológicos o de la popularidad malentendida, de la ambición desmedida o del
resentimiento, han vuelto la espalda a la única tarea que precisamente justificaba su
preeminencia; débiles morales, prefirieron navegar a favor de la corriente antes que
asumir las responsabilidades del siempre duro, arriesgado y difícil ejercicio de la
auténtica capitanía.

La capitanía pide y exige una sincronización perfecta con los latidos más
profundos y legítimos de la hora en que se vive, mirada penetrante en el futuro y, al
mismo tiempo, capacidad de renunciar a los éxitos fáciles, amor perseverante a la obra
sólidamente establecida y de largo alcance, serenidad y firmeza en las circunstancias
adversas, fidelidad a los principios y voluntad insobornable de servicio.

Ante la ausencia de reglas morales, permanentes y estables en aquel clima de


inversión de valores, de disolución de todo lo que religa y une hacia una empresa
común y la simultánea exaltación teórica del individualismo más radical y disolvente, lo
espiritual cedió la supremacía a lo material, la conciencia de Patria dejó paso al
internacionalismo, y el sentido providencialista de la Historia fue sustituido por la
dialéctica materialista. Marx reducirá a teoría pseudocientífica esta realidad de aquel
mundo social europeo y la agitará como bandera de combate. Así se puso en marcha el
proceso de la subversión a escala universal.

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Sin el triunfo de nuestra Cruzada, ¿qué hubiera sido en medio de un mundo


indeciso y vacilante, que tolera constantemente que las vanguardias del adversario
acampen con armas y bagajes en sus núcleos de resistencia más decisivos, de la defensa
de Europa frente al enemigo más numeroso, compacto y mejor dotado que se enfrenta
con la civilización cristiana?

Si nosotros tuvimos la suerte y la clara visión de enfrentarnos con esta situación


con veinticinco años de adelanto, no podemos, sin embargo, recluirnos en un torpe
egoísmo que acabaría arruinándonos, ya que otros pueblos como nosotros, incluso de
nuestra propia sangre, amantes de la libertad y de la justicia, viven amenazados,
sufriendo los mismos males que nosotros pasamos, y que si no reaccionan a tiempo o
Dios no lo remedia, caerán en el mismo abismo en el que confiadas se precipitaron
tantas naciones civilizadas de Europa, hoy esclavizadas tras el telón de acero.

Que el mal que padecen es evidentemente político, está claro; que la situación es
francamente grave, nadie puede dudarlo; pero que tiene solución también es cierto. En
ninguno de los países amenazados, excepto en Cuba, la situación es peor que aquella
por la que nosotros pasamos. Si la nuestra tuvo solución, lo mismo pueden tenerla la
que a otros afecta, si saben analizar sus verdaderas causas y están firmemente resueltos
a darles eficaz y adecuada solución. Lo que no se puede, si se quiere sobrevivir, es
intentar detener el reloj de la historia en una hora determinada; pretender galvanizar un
determinado estado de la política cuando ésta exige imperiosamente su renovación. La
política que no se renueva es política que a plazo fijo muere.

A esta crisis política interna que los Estados parecen, hemos de unir la muy
grave de la inconsistencia en la compenetración entre las naciones de Occidente, que
vienen poniendo en peligro su unidad de acción. También en este orden es imperiosa
una verdadera de renovación. El egoísmo de los poderosos, empujados por el
capitalismo, ha permitido se forme, al correr de los años, un estado de conciencia en las
naciones pequeñas y menos desarrolladas frente a los que ellos llaman el imperialismo
económico de los grandes. El hecho es que se ha llegado a que todo lo malo que en el
orden de su desarrollo económico los pueblos sufren, se culpe a la acción económica y
financiera exterior de los poderosos.

El avance y divulgación de la ciencia económica les ha hecho conocer que las


economías poderosas se alimentan en gran parte con la sabia de las economías débiles, y
en el estado de pasión alcanzado no llegan a comprender la nobleza y generosidad de las
ayudas. Esto explica el fenómeno general de subversión que se dibuja en el horizonte
del mundo contra los económicamente poderosos, que la acción comunista se encarga
de estimular y propagar.

Si de los males internos del Occidente pasamos a considerar la amenaza exterior,


es preciso proclamarlo sin rodeos: “el comunismo es la guerra”. Los hechos no admiten
otra interpretación. El mismo concepto de guerra fría, tal y como lo entienden los que lo
acuñaron, carece ya de sentido. Porque es algo bien distinto en su entidad y en sus
resultados concretos la que está en franco desarrollo. El comunismo ha desencadenado
la “guerra revolucionaria”. Por tanto, para él la paz –bueno, esto que llamamos paz- no
es sino la guerra con otros medios y por otros procedimientos. Estos medios y
procedimientos de la guerra revolucionaria no tienen más limitación que la que en cada
momento impone y exige la utilidad de los propios fines de sus promotores.

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El que en sus juicios o planteamientos no cuente antes de pronunciarse con este


fenómeno, es práctica y socialmente un irresponsable. Si por razones que fuere
prescinde de ese dato esencial y determinante, de hecho es un colaborador, inconsciente,
puede ser, pero muy eficaz, del comunismo.

Insistimos en que hoy es un dato esencial. Tanto es así, que, sin él, en lo político,
en lo social, en lo cultural, en lo económico y hasta en el apostolado religioso el
problema sería distinto, pero hoy por hoy, queramos o no, el mundo libre está en guerra
porque se la ha declarado el comunismo internacional. Lógicamente, los modos de
gobierno, la acción de los gobernantes, que de manera muy particular están obligados a
moverse sin dar jamás la espalda las circunstancias, han de acomodarse por de pronto a
esta innegable realidad de una guerra revolucionaria. Actualmente ningún país se ve
libre de actividades subversivas. Jamás en la historia tuvo lugar un hecho de naturaleza
ni siquiera similar. La universalidad, pues, del conflicto es tan manifiesta como que
coincide con los límites físicos del planeta.

Al mismo tiempo, las nuevas técnicas de comunicación han conseguido tal


perfección, tanta potencia y tan útiles mecanismos y procedimientos de penetración y
captación, que permiten a esa universal acción subversiva llegar hasta las zonas de
población más independientes, mejor defendidas y tuteladas, hasta alcanzar el área de la
intimidad familiar y personal. Todo es utilizado como punto de partida, de apoyo, de
vehículo o de instrumento para la lucha. Nunca se dio un empleo tan masivo de fuerzas
de todo orden como el que hoy registramos. Innegablemente se trata de una guerra por
definición totalitaria. Son todos los factores materiales, morales y espirituales que
integran la personalidad humana y la personalidad histórica de los países los que están
sometidos a la presión del comunismo. Él actúa desde unas bases y detrás de un telón de
acero, enfrente a los que la organización social y política del democratismo liberal
resulta no ya ineficaz, como la experiencia viene confirmando sino, a todas luces,
contraproducente.

España, que conoció y venció al comunismo internacional, única derrota


concluyente que éste ha sufrido hasta la fecha, sigue excitando su afán de revancha.
Pero frente a ello mantenemos nuestro triunfo, traduciendo a realidades nuestros
postulados sociales y no bajando la guardia, atentos siempre a sus maniobras.

Todo esto nos conduce a una conclusión, respaldada por cinco lustros de paz, de
trabajo fecundo, de unidad y continuidad como no conocía el pueblo español en más de
doscientos años. La legitimidad del Régimen, la estabilidad y eficiencia de sus
instituciones y la vitalidad inmanente de la doctrina de que se nutre nuestra nación y
nuestra conducta.

Hemos llegado a construir en el mundo un hecho trascendente, que si un día por


mala información pudo despertar las críticas, hoy ha conquistado la admiración y el
respeto de los demás. De esta admiración y respeto es buena prueba el crédito abierto a
España en los más importantes organismos internacionales, tanto económicos como
técnicos y políticos, consecuencia clara de nuestra solvencia en todos los órdenes. Hoy
el ser español vuelve a ser en el mundo un título importante.

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Por lo que respecta a la defensa de Occidente, representamos actualmente un


sumando insustituible y esencial. España en este aspecto es importante no solo por su
situación y características geográficas, que la constituyen en el centro vital del
desarrollo logístico adecuado de dicho dispositivo, si no por sus treinta millones de
habitantes, por su estabilidad y salud políticas, por su paz interior, por su sensibilidad y
su resistencia invulnerables ante el más encubierto intento de penetración del
comunismo o de sus compañeros de viaje, y por la experiencia, la preparación científica
y técnica y las virtudes excepcionales de sus ejércitos.

Pero resulta particularmente claro e imperativo que para gobernar con acierto
dentro de la situación actual es imprescindible una especial sensibilidad para percibir y
reaccionar ante la situación, el juego y las variantes de esos factores, y el estar en
posesión de una doctrina política sobre lo permanente y fundamental, de la que no es
lícito abdicar ni desviarse; un sistema, un cuerpo de doctrina que tenga la virtud, como
todos los sistemas completos, de darnos la clave con la que operar sin riesgo de errores
graves y con las mayores posibilidades de acierto en las cuestiones concretas y
circunstanciales. Una doctrina que nos dé resuelto ese conjunto de finalidades esenciales
a la política, a la economía, a la técnica administrativa, al ejército, a los órganos de
representación pública. Una doctrina que ha de ser el norte invariable; una doctrina
política que al ser vivida se convierta y transforme en un modo de ser con su específico
y siempre moral modo de obrar.

Ya sabemos que la política es el arte de la realidades dentro de las posibilidades


de cada momento; pero toda gran política, la que hace historia y es magisterio para las
generaciones futuras, responde a sus sistemas de principios, en los que se cree
firmemente y conforme a los que se obra, tanto al buscar la mejor solución entre lo
posible para los problemas de cada hora como en la realización de los propósitos y de
los proyectos de largo alcance.

He aquí una de las enseñanzas y de las aportaciones más trascendentales de


nuestro Movimiento Nacional: el haber servido a esta concepción de lo político, el haber
situado en el primer plano de sus preocupaciones y en los cimientos de todas las sus
actividades la elaboración y conservación de una doctrina ya patrimonio común del
pueblo español, argumento de su validez objetiva histórica.

Si no fueran otras muchas las funciones esenciales que corresponden al


Movimiento Nacional dentro del cuadro de nuestras instituciones básicas, bastarían las
que acabamos de señalar para mantenerle como piedra angular de nuestro sistema. En el
Movimiento Nacional reside la función política; admitir la discusión sobre este punto
sería tanto como dudar de su propia legitimidad.

El Movimiento tiene como tareas permanentes el mantener los principios


fundamentales y urgir su desarrollo, defender y acrisolar la unidad nacional, que no es
un capricho, sino una necesidad histórica; constituir la organización política de la paz,
perfeccionando progresivamente el encuadramiento de la sociedad en orden a la
representación pública, pues es nota esencial del régimen su carácter representativo;
preparar la proyección en el tiempo de la revolución nacional, que no es una revolución
que pasa, sino una revolución que perdura en marcha.

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La hora presente la vivimos los españoles de cara al futuro. Cierto es que la


herencia gloriosa de nuestra tradición nacional no puede rechazarse, porque el pueblo
que así lo hiciera se suicidaría en espíritu. La tradición debe inspirar la tarea de fijar el
mañana español, cimentar sobre fundamentos estables sus conquistas, animar sus
instituciones y marcarlas con la huella de su peculiar originalidad. Pero todo esto dista
mucho de la solución simplista del “aquí no pasó nada”. Un cuarto de siglo es tiempo
demasiado largo para que los españoles podamos todavía detenernos a mirar hacia atrás.
La Historia no retrocede. Por esto, la tarea de hoy consiste en crear las condiciones que
hagan viable y duradera esa continuidad. El imperativo de esta hora es de signo
categóricamente instaurador.

La declaración de los principios fundamentales del Movimiento Nacional ha


tenido la trascendental significación de haber fijado el cuerpo de la doctrina política en
que, de modo insoslayable, se concreta la verdadera e irrenunciable naturaleza del
Estado nacional.

El Movimiento comprende a todos los hombres de buena voluntad fieles a unos


principios y a una disciplina. El Movimiento no es una organización hermética; es una
comunidad con espíritu de servicio, en la que destacan unas minorías inasequibles al
desaliento, que se adscriben a la tarea de montar la centinela, salvaguardar la vitalidad
de la doctrina y su proyección y su permanencia en el futuro. En el Movimiento mismo
radica, en definitiva, el que la continuidad no sufra quebranto.

Si pasamos a considerar las circunstancias que caracterizan la situación


internacional, podemos sentirnos, en cierto modo, satisfechos por nuestra preparación
ideológica y moral y, en su consecuencia, tranquilos, porque de los errores que el
mundo padece, a España no le alcanza responsabilidad alguna.

Para nosotros, todo lo que está ocurriendo en el mundo encaja en el cuadro de


nuestras reiteradas y antiguas previsiones. Una de las preocupaciones centrales de
nuestra política fue la de advertir los peligros que encerraban determinadas decisiones e
incomprensiones. Si hubieran podido tenerse en cuenta, ni habría ahora necesidad de
rectificar, ni algunos problemas se hubieran agudizado hasta los extremos que hoy
conocemos.

Refiriéndonos concretamente a determinadas zonas del Continente africano y a


Hispanoamérica, veníamos señalando que pretender torcer el rumbo en aquellos países,
oponiéndose a las corrientes naturales, el quererlos forzar a dependencias y
exclusivismos que los países repugnan, era obrar contra el propio interés y sembrar la
semilla del rencor y del odio. Un mundo nuevo, anticipábamos ya hace muchos años, se
ponía en movimiento. Las naciones, como los pueblos, se rebelan contra las injusticias y
la miseria; una nueva era pugna por abrirse paso; o se la acoge y encauza o acabará
derribando lo que se oponga a sus naturales anhelos.

En cuanto al Norte de África, he insistido reiteradamente de un modo expreso en


que constituye la espalda de Europa, lo que le da una especial trascendencia. Su
ubicación en el área mediterránea exige, en virtud de los activos geopolíticos de la
máxima densidad, que no exista contraposición de intereses entre los países de una y
otra orilla, siendo mutuo el interés de la asociación. Quien lo invalide habrá infligido un
daño gravísimo, de reparación difícil, a las posibilidades occidentales y a sí mismo. De

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ahí que diéramos la voz de alarma denunciando los propósitos de los agentes soviéticos
de penetrar en esas zonas a caballo de la xenofobia y de los ultranacionalismos
exacerbados que intentan encender la guerra y destruir la comprensión entre las partes.
Fuimos absolutamente conscientes de la peligrosidad de esta penetración, ya que
constituía un objetivo de máximo interés para Rusia. El huracán previsto se ha
desencadenado en el mundo afroasiático, y en el Norte de África el armamento y las
ayudas facilitadas por la Rusia soviética acabarán por alterar la paz y la independencia
de esos pueblos.

El apoyo de Moscú a países subdesarrollados y de agitada efervescencia


nacionalista tiene siempre un precio político para quien lo solicita o acepta. La
experiencia nos indica que la presa que Rusia hace no la abandona hasta su
aniquilamiento. Por el sistema de las ayudas militares y económicas se tiende a una red
de agentes por todo el país para encuadrar a los naturales, los comprados o los sujetos a
su obediencia. Los gastos militares, que ellos estimulan, empobrece al país y lo colocan
en trance de ruina, y la crisis económica, el paro obrero y los movimientos
revolucionarios, que ellos provocan y controlan, acaban dando al traste con la política
tradicional y estableciendo un régimen comunista satélite. Así viene ocurriendo en
todos los meridianos en donde Rusia ha puesto su mano o colocado su planta.

Hoy reitero lo que hace dos años os decía: “Nuestra Nación, por su ubicación en
el espolón de Europa, que bajo las aguas del Estrecho se une con el continente
africano, y por las del archipiélago canario en la proximidad de su costa atlántica y de
nuestro Sáhara tiene la responsabilidad histórica de constituir el centinela avanzado de
este área geográfica, que si es trascendental para el Occidente es vital para nuestra
Nación”. Podéis tener la seguridad de que en esta centinela jamás arriaremos la bandera.
Porque esa costa atlántica constituye uno de los objetivos que polariza los apetitos del
Kremlin para el envolvimiento de Europa.

Otro de los campos de maniobra preferido por la maquinación soviética es


Hispanoamérica. Sus gigantescos recursos potenciales y su población de doscientos
millones de habitantes están en su punto de mira. Para esos doscientos millones de
iberoamericanos que hablan las veinte naciones del Nuevo Mundo, en las que vive y se
prolonga España con la autoridad moral que nos concede el ser y sentirnos hermanos, el
tener una misma lengua, una misma sangre, una misma fe y una misma historia, vaya
nuestro saludo y nuestros mejores votos.

Más de once millones de dólares ha venido invirtiendo el movimiento comunista


en la América hispana, con la circunstancia reveladora de que, por lo menos, nueve de
estos once millones se recaudan en la propia América. Funcionan en ella cuatro
centrales o centros de abastecimiento de propaganda, activistas y agentes especiales
prontos a desplazarse donde su presencia se considere más necesaria. Semanalmente, las
emisoras moscovitas transmiten más de cien horas para Hispanoamérica, y los
periódicos y revistas órganos dice directos y declarados del partido comunista rebasan la
cifra de ciento cuarenta. Las embajadas soviéticas son, de hecho, verdaderos cuarteles
generales con cientos de agentes consagrados a la propaganda. El ritmo de penetración
es hoy mucho más veloz que antes. Los hechos que conocemos son el reflejo exacto de
este ritmo progresivo y ascendente. Dentro del clima de aquellas naciones en que se
acusa una tensión latente encuentra el “agitpro” del comunismo internacional el caldo
de su cultivo ideal. Para la batalla entre Occidente y Oriente viene creando Rusia

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centros neurálgicos en estos países que, como los del Norte de África respecto a Europa,
constituyen, en cierto modo, su emplazamiento en la retaguardia de los Estados Unidos.

Deseamos, por el bien de Hispanoamérica, a la que queremos libre y fuerte, que


los pueblos libres, a quienes corresponde muy particularmente evitar que estos países
caigan bajo la férrea mano de Moscú, les ayuden a encontrar el camino del progreso y
de la paz. No obstante, la solución ha de partir de los mismos pueblos
hispanoamericanos; es necesaria la voluntad de salvarse. Si no estamos dispuestos a
sacrificarnos por un ideal, importa poco que otros nos ayuden. No es verdadero el
dilema de liberalismo o comunismo, que tanto favorece a éste. Existen otros más
eficaces, como el que España emprendió hace veinticinco años. La experiencia española
constituye un hecho histórico digno de ser estudiado con ánimo de comprensión.
Creemos que encierra principios, descubrimientos y posibilidades que trascienden de
nuestra órbita nacional.

Solo un propósito alienta en mis palabras: la grandeza y la libertad de


Hispanoamérica. Con inquietud creciente venimos siguiendo los pasos de esos
comandos del imperialismo esclavista por los caminos que hace más de cuatrocientos
años trazara para la Fe de Cristo una raza de misioneros y de héroes. Hace tiempo
dábamos el toque de alerta al advertir que en las actas del año 1935 del antiguo
Komintern ya se señalaba de una manera expresa como el campo más favorable para la
expansión del comunismo a las jóvenes Repúblicas, de origen hispano, con sus masas
de emigrantes y sus procesos económicos sin estabilizar. Lo que España sufrió no
queremos verlo en los en los que son nuestros pueblos hermanos.

Si contemplamos las perspectivas de nuestra situación interior desde la cumbre


del año que termina, no pueden ser más halagüeñas. Este año de 1960 ha sido para
nosotros un año de paz y actividad fecunda, especialmente señaladas entre los largos
años de paz y de actividad que la Providencia viene concediéndonos. Hoy puedo deciros
que en el año que termina hemos asentado las bases más firmes de nuestra libertad y de
nuestra independencia económica, meta que venimos persiguiendo desde los mismos
días de nuestra Cruzada.

Una de las características más salientes de toda mi vida ha sido la de no vivir al


día, sino de prevenir y preparar el futuro. Esto hizo que desde los mismos días de
nuestra Cruzada me inquietas en los graves problemas que, con la paz, habrían de
presentarse: la liberación que con la victoria habría de conseguir para nuestro pueblo no
sería verdaderamente efectiva mientras no hubiéramos conquistado la libertad
económica que España había venido perdiendo al correr de medio siglo de abandono. El
déficit permanente de nuestra balanza de pagos con el exterior, impidiendo el progreso y
desarrollo de la Nación, nos había creado, con grandes dificultades, una grave situación
de dependencia. El futuro se nos presentaba con caracteres gravísimos, ya que a la
situación permanente anterior había que sumar el quebranto y atraso de tres años de
guerra. España quedó totalmente desabastecida, y hasta los españoles mejor preparados
económicamente juzgaban que no podría levantarse sin la ayuda de un poderoso
empréstito exterior, imposible de alcanzar en un mundo en gran parte adverso,
empeñado, además, en una terrible guerra.

Necesitamos trazar un plan de campaña para resolver nuestros problemas,


abandonados a nuestro propio esfuerzo, pero sin descubrir el talón de Aquiles de nuestra

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debilidad sin que un pesimismo, que podría ser fatal, se apoderase del cuerpo nacional.
Esta campaña que entonces planteamos ha tenido en el año que finaliza el más
espléndido colofón.

El plan de estabilización adoptado por el gobierno en la segunda mitad del año


anterior dio con creces los frutos apetecidos, manteniendo los precios interiores estables
y, por consiguiente, consolidación del poder adquisitivo de salarios y rentas; firmeza de
la cotización de nuestra divisa monetaria en los mercados exteriores al nivel de su
paridad oficial y cambio de signo en nuestra balanza de pagos, crónicamente deficitaria.
De un comercio exterior de 700 millones de dólares, siguiendo una curva favorable,
hemos repasado la cifra de 1300 millones en el año que termina, victoria final que ha
venido siendo preparada por las batallas del trigo, del algodón, del tabaco, de la madera,
de la ganadería, de la avicultura y de los regadíos en el campo agrícola, así como por el
de la electricidad y el de la industrialización, con su intensificación de construcciones
navales, fábricas de abonos, de cementos, refinerías, factorías de tractores, camiones y
automóviles, entre otras muchas realizaciones que, expansionando nuestra economía,
nos permitieron crear más de dos millones de puestos de trabajo.

La operación de la estabilización se hizo posible por esa preparación que al


correr de estos cuatro lustros habíamos realizado, y que ha sido la base de la próxima y
gran etapa de expansión económica, que hemos de emprender ampliamente, pero
siguiendo esa política española que ha multiplicado la riqueza nacional y ha levantado
nuestra Patria de la inercia secular, de la falta de confianza en sus recursos y del
estancamiento pesimista. El año 1960 ha sido para nosotros un año bueno, que España
tenía merecido tras dos décadas de tensión y de lucha en medio de un mundo hostil.

Nunca nuestra economía ha sido tan fuerte y nunca como ahora podemos
contemplar con tanta seguridad y esperanza el futuro. Así podemos acometer la tarea
ingente y sugestiva de la programación a largo plazo, que vendrá a suponer la
culminación de unos planes de gobierno concebidos desde los albores mismos de la
Cruzada. Hoy, con el reposo y la serenidad que nos da la firmeza de nuestro Régimen y
la salud de nuestra economía, podemos acometer el estudio metódico de los diversos
sectores económicos, con arreglo a técnicas y experiencias mundialmente contrastadas
que permiten la elaboración de un programa para el mejor desenvolvimiento de la
economía nacional, sobre la base de su estabilidad y con la mira puesta en la elevación
del nivel de vida de los españoles.

Esta atención que el gobierno presta a los aludidos problemas económicos está
movida, en última instancia, por una honda preocupación social, que es el signo
distintivo de la política del Régimen. De poco serviría el progreso económico, si no
fuera ligado al mejoramiento de todas las esferas de la sociedad española, en particular
las más débiles económicamente.

Nuestra legislación social, que es para el Movimiento su mayor timbre de gloria,


se ha visto este año enriquecida con la ley que asigna a fines sociales concretos una
serie de recursos fiscales, y también por primera vez en la historia de nuestra Hacienda
el Estado suprime una serie de impuestos indirectos que pesaban sobre todas las clases.
La Hacienda Pública ha venido a ponerse así al servicio de la política social del nuevo
Estado, emprendiendo un camino en el que habrán de darse pasos decisivos en el futuro.
De este modo, nuestra política social, firmemente asentada en lo económico y cuajada

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ya en fecunda realidades, queda abierta a prometedoras esperanzas en contraste con los


resultados de la falsa política social de signo marxista, engendradora tan solo de odios y
miserias, que alcanzó su culminación, demagógica y trágica, en los aciagos días de la
República, cuando el pueblo español se veía sumido cada día en una mayor miseria,
amasada con sangre, fango y lágrimas, frase que hizo tristemente célebre a uno de los
más destacados gerifaltes republicanos.

Sería, por otra parte, ilusorio pensar en los buenos resultados de una política, si a
ésta no la acompaña una buena administración. Para que el complejo aparato estatal
funciones de modo armónico y no se retrase, son indispensables unos órganos ágiles y
competentes. La Administración pública tiene que incorporarse a las modernas técnicas
orgánicas y funcionales. El viejo concepto de la Administración obstaculizadora y
retardataria, por su excesivo burocratismo, tiene que ser sustituido por un auténtico
sentido empresarial y de servicio. Por esos derroteros va discurriendo nuestra reforma
administrativa, cuyo avance prosigue día a día.

Pero no basta con reformar las instituciones si no se cuida de preparar a los


hombres que las sirven. El cambio de estructura administrativa reclama también una
decisiva mejora del funcionario. No es suficiente exigirle la indispensable y genérica
preparación previa a su nombramiento; hay que asegurar después la formación
específica adecuada a su quehacer concreto y buscarle los estímulos precisos para que
no se malogre entre el abandono y la rutina.

El Centro de Formación y Perfeccionamiento de Funcionarios va a ser el


instrumento eficaz para este ambicioso propósito. En él se adiestrarán las personas
idóneas para la gestión de los intereses públicos. Su nueva sede, recientemente
inaugurada en el edificio de la antigua Universidad de Alcalá de Henares, encierra un
profundo simbolismo. La tarea de modernización de la Administración pública queda
así enraizada con la gran tradición docente de Alcalá, rica en nombres que dedicaron sus
vidas al servicio de la Patria.

Pero una obra de gobierno no sería perfecta sin el contacto directo y personal
con las específicas peculiaridades nacionales, que constituirán siempre el mejor cauce
para dar a ti nada satisfacción a los legítimos anhelos de las diversas regiones españolas.
Solo recorriendo los pueblos de España puede tenerse exacto conocimiento del
desamparo secular en que han permanecido sumidas muchas comarcas españolas y que
todavía, pese al esfuerzo desarrollado y a la innegable mejora general del nivel de vida,
carecen de medios naturales para poder subsistir. Pueblos pobrísimos, ubicados en
lugares inhóspitos, sobre tierras áridas, imposibles de mejora, que un mundo moderno
no puede concebir.

La racionalización de esas comarcas, la mejora y transformación de lo que sea


factible, la concentración de unos pueblos, el trasplante de otros a nuevas zonas de
regadío o a centros industriales, constituye un imperativo de nuestra hora.

En esta labor no hemos perdido ni un solo día. Si hoy podemos enfrentarnos en


más escala con estos problemas es porque poseemos la obra desarrollada en estos años
para la concentración parcelaria y los planes de transformación de regiones como
Galicia y Jaén, la multiplicación por la superficie de España de pequeños regadíos y la

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repoblación y redención de comarcas tan pobres como las de las Hurdes que, dándonos
una lección de la experiencia, nos abren un gran horizonte de ilusiones.

Los planes de ordenación económico-social de las provincias, iniciados hace


más de diez años, y que los Sindicatos patrocinan, facilitan el estudio concreto de los
problemas y que se hayan corregido ya en buena parte muchos de los pequeños
abandonos seculares.

Si pensamos solo en que el 56% de nuestra población carga sobre la vida de un


campo pobre, cuando en la mayoría de las naciones la población rural se mueve entre el
16 y el 25%, se comprenderá la importancia que tiene la estabilización y la creación de
nuevos puestos permanentes de trabajo, si queremos aligerar a nuestro campo y ponerle
en condiciones similares al del extranjero. He aquí, una vez más, cómo para la propia
existencia de España resulta indispensable la fecundidad creadora de nuestro Régimen.

Pero no solo de bienes materiales vive el hombre, y a los muchos esfuerzos


realizados en los campos agrícolas, industrial y de las obras públicas, cuyas
inauguraciones se suceden un año tras otro, hemos de unir aquellos otros empeños a que
en el orden espiritual y cultural venimos dedicados: la creación de escuelas, la
multiplicación de centros de enseñanza y de institutos laborales, la creación de nuevas
iglesias y la instalación de seminarios han seguido un ritmo desconocido en épocas
anteriores.

En otro orden de acontecimientos, el viaje que en la primavera pasada realicé a


través de Cataluña y Baleares, con una dilatada y grata estancia en Barcelona, permitió
auscultar eficazmente las necesidades y las aspiraciones de aquellas provincias. Los
problemas conectados con su vida política y económica pudieron examinarse de cerca
por mi gobierno, que allí se reunió dos veces en pleno y varias en comisiones delegadas.

Concretamente para la vida catalana se han operado a lo largo del año dos
acontecimientos de singular trascendencia: la promulgación del Apéndice del Derecho
Especial de Cataluña, por una parte, y la aprobación de la Carta Municipal de
Barcelona, por otra. La solución dada por la Ley de Bases de 1888 al problema de la
codificación civil patria exigía la formación de apéndices para las legislaciones forales.
El honor de dar cima a tan imponente labor parecía reservado a nuestro Régimen, que
con el nuevo Apéndice -en unión de los ya aprobados y de los que se encuentran
sometidos a examen de las Cortes- viene a rectificar, una vez más, la tendencia
francesada del siglo liberal, evitando que unos derechos tradicionales, obedientes a
principios característicos fortalecedores de la estabilidad familiar y patrimonial, se
diluyan por falta de fijeza y terminen siendo absorbidos por criterios de inspiración
napoleónica.

Con una anticipación de veinte años venimos a estar en la vanguardia y divisoria


de las corrientes históricas, en forma que hubimos de pechar, claro es, con la hostilidad
de los enemigos y, a la vez, con la incomprensión, cuando no la hostilidad también, de
quienes por ley natural habían de ser nuestros amigos. Así se explica la particularidad
de las situaciones porque hemos atravesado, pero el cielo ha querido premiar la
sinceridad de nuestro propósito y los sacrificios del pueblo español, y hoy podemos
decir que contamos en nuestra democracia orgánica y en nuestro sindicalismo nacional

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con soluciones adecuadas para las necesidades de constitución política del mundo
moderno.

La vida política saludable de un pueblo civilizado y culto precisa de un órgano


representativo supremo en el Estado para que la sociedad esté presente en la confección
de las leyes, para que pueda prestar su asistencia a las tareas de Gobierno por vía de
aportación, de crítica y de contraste, y para que quede cerrada la escala de garantías del
orden jurídico contra los brotes y las prácticas de arbitrariedad.

La eficacia prescribe también promover sistemáticamente el nacimiento y el


mayor desarrollo de los organismos autónomos de vida colectiva, que sirven a la
cooperación en la tarea de alcanzar los fines comunes, y que encomiende el cuidado de
sus convivencias a los propios interesados en la mayor medida posible. Más todavía: Si
en todos los aspectos del bien humano ha de procurarse aprovechar las vocaciones
decididas y nobles en las que se denuncian condiciones especiales de aptitud, con mayor
motivo ha de procurarse en lo relativo a las vocaciones políticas, con su carácter
excepcional y de elevado rango.

La vida política saludable de un pueblo civilizado y culto reclama igualmente un


régimen de Estado de Derecho y no de cualquier sistema de normas, sino precisamente
de un Derecho concebido para la realización y servicio de los valores morales del
Cristianismo. Ahí está incoada y a punto para más altas realizaciones, nuestra
democracia orgánica y nuestro sindicalismo nacional, dando un mentís experimental y
de hecho a quienes han pretendido poner en entredicho nuestro sistema político.

Por otra parte, en vano se fingirá promover la vida de órganos autónomos donde
se entregue a los interesados el cuidado y la atención de sus propias convivencias, si no
se arbitran los medios de que esos órganos puedan cumplir su misión. Ahí están en
todos los pueblos libres esas centrales sindicales gigantescas asumiendo la gestión y la
representación de los intereses y anhelos de tantos millones de hombres y de tan variado
carácter, que sin la concurrencia a la confección de las leyes y la conformación de los
grandes empeños de la política social, económica o cultural quedan privados de los
únicos medios de llenar su cometido.

En todos los países el sindicalismo necesita acceder al Estado, sin que haya de
recurrir para ello a maniobras, violencias o subterfugios ajenos a su naturaleza, y para
que el bien público deje de estar asentado contradictoriamente sobre la división, la lucha
de clases y supuestos erróneos. El Estado necesita buscar su más amplia base social de
sustentación en el sindicalismo, en la familia y en el Municipio, y una forma válida de
relación en colaboración con la sociedad. Ni el más amplio reconocimiento del derecho
de existencia, ni la contratación colectiva, ni los servicios mutualistas, asistenciales y
técnicos pueden bastar al sindicalismo, que necesita más. El sindicalismo necesita
penetrar y establecerse directamente en la plataforma de las decisiones y de las
iniciativas políticas del Estado, responsabilizarse, si ha de ser capaz de servir y no
defraudar la confianza que se deposita en él y las ilusiones y esperanzas que despierta.
Solo así podrá cambiar la fisonomía de la vida social moderna y, además, ganará esas
modalidades de acción del máximo rango político.

Claro es que para que todo resulte accesible y tenga sentido se requiere asentar
el sindicalismo sobre nuestras bases espirituales y nacionales, y dar de lado

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verdaderamente a las adherencias y mixtificaciones del marxismo con su ateísmo,


internacionalismo y lucha de clases y que, entre otras cosas menos importantes, impide
contemplar siquiera la posibilidad de la unión sindical integrando en los Organismos
sindicales a los empresarios, a los trabajadores y a los técnicos.

Por fortuna, en el terreno de la acción material del Estado y gracias


principalmente al desarrollo que han alcanzado las ciencias económicas y sociales, los
errores y deficiencia del mundo occidental van siendo menores y ofrecen menos
oportunidades de especulación al comunismo. Ya nadie piensa en el Estado inerme y
capitidisminuido frente a los grandes problemas sociales. La misión del Estado en orden
al desarrollo económico no se discute, y han hecho acto de presencia en la vida
internacional formas de relación y de cooperación económica que abren horizontes
prometedores. Planteada está la acción sistemática de asistencia y ayuda a los pueblos
subdesarrollados como una conveniencia evidente capaz de renovar los procedimientos,
los conceptos y las figuras mentales por las que ha venido rigiéndose la política
internacional. Ésta es la razón de que por sombría que pueda parecer la perspectiva de
este mundo nuestro, agitado por tan fuertes tensiones, no haya razón para abandonarse a
ningún género de pesimismo, si nosotros sabemos estar a la altura de nuestros deberes.

El papel que ha correspondido a España estamos cubriéndolo con el mejor


espíritu y con la mejor voluntad. Pidamos a Dios, que es el que en última instancia
decide la suerte de los pueblos, que en este próximo año 1961 siga dispensando su
ayuda a nuestra Patria para conservar la unidad y para servir a la paz y la justicia, y que
tenga también de su mano al mundo, que tanto lo necesita.

Por lo que a nosotros toca, permanezcamos incondicionalmente leales a estas


permanentes consignas: unidad religiosa, unidad social y unidad política, pilares firmes
de nuestra paz, de nuestra grandeza y de nuestra libertad. ¡Arriba España!

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