Cap 7

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El pensador positivo se

sobrepone al desaliento

¿EI pensador positivo no se descorazona


nunca? Claro que sí. Es un ser humano, sujeto a las alzas y
bajas de los estados de ánimo; pero no se mantiene
descorazonado porque ha aprendido a manejar este
sentimiento.
El espíritu es variable, una mezcla de luces y
sombras, alzas y bajas, alegría y melancolía, una variación
rítmica de niveles. Es más fácil dejarse llevar de la fase
descendente del ciclo que mantener el espíritu en la fase
ascendente, pues esto último exige deseo, voluntad y
esfuerzo, junto con un patrón de pensamientos elevados.
Por tanto, como pensador positivo, usted debe
asumir la autoridad sobre el ritmo cíclico de los estados de
ánimo.
Cuando baja, déjelo bajar, pero mentalmente haga
que su control mental restablezca rápidamente la dirección
ascendente. De esta manera, aun cuando el desaliento se
presente a intervalos, usted no debe ceder a él ni aceptarlo
permanentemente. Aplique su poder mental de ascenso y
elévese por encima del ánimo depresivo. El pensador
positivo se sobrepone al desaliento.
No es necesariamente un proceso fácil llegar a
dominar el desánimo. Requiere cierta técnica. Es preciso
entender las causas de las actitudes descorazonadoras. Una
vez que usted comprenda la variabilidad del espíritu, el paso
siguiente consiste en desarrollar la comprensión de la ley del
espíritu y entender los ciclos de los estados de ánimo.
En seguida debe usted estudiar técnicas prácticas y
eficaces de aceleración espiritual. Debe investigar y
experimentar con diversos levantadores del ánimo hasta
que encuentre procedimientos que le den buenos resultados
y sean adaptables a las características especiales de su
personalidad.
En este capítulo le voy a recomendar algunas
técnicas prácticas para vencer el desaliento, que me han
ayudado a mí y a otras personas. Las puede ensayar usted
por separado o en combinación. Por la experimentación
llegará a una metodología antidesánimo que le dará
dominio perpetuo sobre las acometidas del pesimismo que
amenazan su espíritu positivo y entusiasta.
Esta es la recomendación antidesánimo número uno:
usted tiene que querer realmente vencer el desaliento. Así de
sencillo. Tiene que tener la voluntad de curarse de esta
tendencia al descorazonamiento. Pero se preguntará: "¿Y
quién no va a querer librarse del hábito de desanimarse?
¿Quién que esté en sus cabales no va a querer desterrar de su
vida el desaliento?" La respuesta es que tal vez son pocos los
que están siempre, como decimos, en sus cabales. Es decir,
que todos somos un poco faltos de lógica: todos somos una
mezcla de razón y sinrazón. No siempre pensamos
cuerdamente.

Podemos utilizar el desaliento para encubrir nuestros


fracasos y racionalizar nuestra incapacidad para actuar con
éxito. Así, nos podemos decir defensivamente: "Yo ya sabía
que no sería capaz". Y luego nos retiramos a las oscuras
sombras de la mente y nos consolamos. En cierto sentido el
desaliento es una especie de refugio donde podemos escapar
de la realidad y condolernos de nosotros mismos. Por esto la
persona semiderrotada, el pensador seminegativo no quiere
en el fondo soltar la muleta del desaliento, ya que sin ella
pierde su mecanismo de escape de un mundo competitivo.
Por otra parte, existe en todas las personas, pero en
unas más que en otras, lo que podríamos llamar una
tendencia masoquista o de autocastigo. Parece que tales
personas necesitaran la autoflagelación, no en una forma
dramática sino en la forma más leve de acariciar
pensamientos sombríos y melancólicos. Sienten cierta
satisfacción encerrándose en la tristeza y la depresión. Es
cierto que esta reacción linda con lo anormal, pero no todo
el mundo es perfectamente normal en todas sus reacciones.
Sin embargo, sí es posible ser normal, lo cual es uno de los
objetivos del pensamiento positivo.
Domine sus pensamientos. Usted puede hacer de
ellos lo que quiera. Cuando usted quiere acabar con el
desaliento, cuando con toda, pero con toda la mente y con
todo el corazón y toda el alma quiere definitiva y
absolutamente echarlo fuera de su vida, entonces se
encuentra en el camino de la victoria. Cuando lo que quiera
con voluntad firme, puede enfrentarse a sus pensamientos
en lugar de dejarse dominar por ellos. Un buen ejemplo es
Merton DeForrest, quien atravesó el río Rubicón no hace
mucho con todas las banderas desplegadas y al son de las
cornetas. Luchó largo tiempo con el desaliento y a menudo
tuvo pensamientos sombríos, alimentando sus heridas
mentales, pero al fin se hartó de ese estilo patético de vida.
Tuvo una poderosa experiencia espiritual que transformó
completamente su naturaleza. Leyó The Power of Positive
Thinking y, Io que es mejor, lo practicó. Un día le hizo
frente a esa propensión al desánimo, se encaró
mentalmente con ella y le dijo con autoridad: "Oye, tú, y
entiéndeme. Yo soy el que manejo mi vida, no eres tú.
iFuera de aquí, y no vuelvas!" Parece extraño hablarle así
a una tendencia, pero no lo es. Es realista. Cuando uno se
muestra firme y decidido, una tendencia destructora
inevitablemente retrocederá, y si usted continúa
asumiendo el control, la tendencia al fin desaparecerá,
como lo descubrió DeForrest.
¿Parece esto bravata o subterfugio para darse valor?
Nada de eso. Es la magnífica afirmación y autoridad de un
individuo soberano, un hijo de Dios. Es el poder de una gran
personalidad en acción. ¿Recuerda lo que dice la Biblia
sobre el poder que Dios dio al hombre? "Hagamos al
hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y
domine... toda la tierra... Y creó Dios al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los
bendijo Dios y díciendoles: poblad la tierra y sometedla"
(Génesis 1:26-28). Eso es lo que usted tiene que hacer, ser
amo de sus pensamientos. Dominar los pensamientos
sombríos. Dar autoridad a sus pensamientos positivos.
Enseñorearse de su vida como lo autorizó Dios. Ésta es la
recomendación número uno contra el desaliento.
Una segunda técnica es utilizar el silencio como lo
describí en un plan que incluí en un folleto de 34 páginas,
tamaño de bolsillo, titulado IO Minutes a Day to a Better
Way, que han leído y practicado más de un millón de
personas. (Si usted quiere un ejemplar, se le remitirá gratis
con mucho gusto si escribe a la siguiente dirección diciendo
que se enteró por este libro: Foundation for Christian
Living, P.O. Box FCL, Pawling, New York 12564). En
seguida esbozo este plan y su aplicación al problema del
desaliento.
El plan consiste en dedicar todos los días diez
minutos a procesos de pensamiento cuidadosamente
seleccionados. El buen resultado dependerá de la
regularidad con que se siga el método. Si se practica un día,
dos días, tres días, y luego se salta uno o más, se anulan los
valores que traen los periodos regulares y constantes de
diez minutos.
Algunas personas practican sus periodos de diez
minutos temprano por la mañana, otras después del
desayuno, y otras a cualquier hora del día o de la noche.
No se recomienda rigidez en esta práctica, pero el periodo
de diez minutos se debe observar en cualquier momento
durante las veinticuatro horas de cada día. Si el plan se
sigue con regularidad, pronto se observarán los resultados
beneficiosos.
Todos creemos que, debido a las circunstancias,
tenemos que dejar pasar algunas cosas; pero el que
seriamente quiera seguir un camino mejor tiene que
establecer la regla de no dejar pasar un solo día sin
observar el periodo de diez minutos.
Enciérrese en un cuarto a puerta cerrada y siéntese
tranquilamente. Si suena el teléfono, no conteste. Tampoco
haga caso del timbre de la puerta. No permita que nada
interrumpa el silencio espiritual profundamente creativo que
va a experimentar en los diez minutos siguientes. Recuerde
las sabias palabras de Thomas Carlyle: "El silencio es el
elemento en que las grandes cosas se conciben". Observe
escrupulosamente el silencio.
Dirija sus pensamientos a Dios. Piense solamente en
El durante cinco minutos. Imagíneselo como un padre
sabio, bondadoso, amante. Diga estas palabras:

"Silencio, Silencio.
Padre celestial.
Padre bondadoso.
Padre mío".

Imagíneselo así, y luego diga:

"El Dios grande, el


Dios amante, el
Dios protector"

En seguida agregue:

"Jesucristo,
Señor mío y Salvador,
Me está ayudando ahora"

Si sigue estas instrucciones al pie de la letra, se verá


inundado de un sentimiento de paz.
Durante los cinco minutos siguientes imagínese que
ha depositado el desaliento en la tranquilidad eterna, en el
silencio perdurable, en la gran mano de Dios. Suéltelo. Vea
cómo Dios lo toma en sus manos. El sabrá lo que hace. Al
proceder en esta forma usted barre de su mente las sombras
oscuras. La luz llena todos los rincones de su mente. Ahora
puede pensar con más claridad. Surgirán a la conciencia ideas
con las cuales usted podrá vencer felizmente el
descorazonamiento.
Siendo joven pasé por un periodo de desaliento.
Cruzaba el Atlántico después de unas vacaciones y, no
pudiendo dormir, me vestí y subí a la cubierta del barco.
La oscuridad era profunda y estuve observando hasta que
poco a poco las sombras se fueron tornando grises. Luego
apareció en el horizonte, por oriente, un débil resplandor
rosado, seguido de un destello del sol naciente. Largos
haces de luz recorrieron la superficie del mar.
En este momento ocurrió un milagro. El gran disco
del sol pareció saltar fuera del agua y estallar en toda su
gloria. Vi entonces una cosa que nunca podré olvidar: Las
sombras recogidas en todos los rincones empezaron a huir;
como ratones corrían por la cubierta y parecían lanzarse al
agua, dejando el blanco buque sin una sola sombra,
navegando serenamente sobre las aguas azules del
Atlántico. Mi desaliento había desaparecido como por
ensalmo.
Cuando el desaliento empieza realmente a dominarlo,
el pensador positivo emplea un tercer método para sustraerse
a sus efectos: hacerse oír de alguien. Esto le ayuda a volver
a una actitud normal.
Recuerdo que un día mi secretaria entró a mi oficina
y me dijo que una señora quería verme. -¿Quién es? ¿Tiene
cita?
-No tiene cita ni sé quién será, aunque me ha dado el
nombre. Dice que pasaba por la calle y vio su nombre en la
cartelera; que es una pensadora positiva, pero se encuentra
en dificultades y piensa que tal vez usted le pueda ayudar.
-Está bien; que pase. Hablaré con ella. La dama que
entró era una mujer práctica y comenzó así: "Muchas gracias
por recibirme sin cita previa. Le diré brevemente de qué se
trata. Luego usted me puede aconsejar y yo me marcharé y
no le molestaré más".
A pesar de su aire afectado de desenvoltura, se veía
preocupada. Procedió enseguida a hablar sin interrupción.
Había estado estudiando para hacerse pensadora positiva.
"Me han asediado muchas desgracias y dificultades — dijo-,
y por más que he hecho por sobreponerme, el desaliento casi
ha acabado con mi actitud positiva". Expresó su creencia en
que si lograba vencer ese desánimo, "podría volver a
encarrilarse y manejar la situación".
-Desahóguese —le dije -. Yo estoy dispuesto a
ayudarla, de modo que hable con toda libertad. Ventile el
desaliento. Yo escucharé. Y cuando usted ter-
mine, veré qué le puedo recomendar que le sea útil.
La dama entonces echó fuera todos sus problemas, sin
repetir como hacen los que no tienen bien organizadas las
ideas, sino más bien en orden. Evidentemente sabía pensar, y
supuse que debía ocupar algún cargo importante. Después de
hablar de corrido cosa de treinta minutos, consultó
súbitamente su reloj y dijo: "iAh! Le he quitado muchísimo
tiempo. Perdóneme. Me ha ayudado muchísimo. No olvidaré
su bondad para con una desconocida", y con esto se marchó
tan rápidamente como había entrado. Me dejó pensando en
qué le había yo ayudado a ella. Al fin comprendí que le había
ayudado únicamente oyéndola, y ella se había ayudado a sí
misma desahogándose.
Cuando se le acumule a usted el desaliento y
amenace aplastarle el espíritu y frustrar su actitud positiva,
busque alguna persona comprensiva que quiera escucharlo
en forma creativa. Arroje fuera toda esa masa de
pensamientos sombríos que ha ido acumulando. Para poder
funcionar bien, la mente tiene que libertarse de la carga de
pensamientos negativos, inclusive el desaliento.
Años después, cuando yo hablaba ante una reunión
de motivación, encontré en la fila de personas que
esperaban para habla conmigo después de la conferencia,
a una señora que me habló de este episodio. "Ese día —me
dijo- usted me ayudó a salir adelante en un momento
crítico; y desde entonces, gracias a Dios, siempre he
permanecido a flote". Ese es nuestro "oficio": ayudar alos
demás a salir y mantenerse a flote. Naturalmente, no hay
que esperar que el solo
acto de escuchar elimine siempre el desaliento con tanto
éxito como en el caso que he narrado. Pero el hecho de que
así haya ocurrido en las circunstancias apuntadas muestra
la validez del proceso de desahogar la mente.
Voy a darles una fórmula práctica, de tres puntos,
para librarse de la depresión y el desaliento: l) échelo fuera
rezando, 2) hablando de él, y 3) pensando. Ventílelo orando
al gran Dios que escucha y comprende. Hable con alguna
persona que esté dispuesta a escuchar y comprender.
Finalmente, válgase de su propia razón y piense cómo
liberarse. El secreto es hablar del problema con Dios, con
otra persona, y consigo mismo. Este proceso mental y
espiritual de eliminar los pensamientos descorazonadores,
si se lleva a cabo racionalmente y no emotivamente, tiene
un poderoso efecto curativo.
Un amigo a quien llamaré Harold habría sufrido una
serie de adversidades, una tras otra, las suficientes para
amargarle la vida a cualquiera. Pero él tenía una fe fuerte y
se enfrentaba admirablemente con los asaltos del infortunio.
Era un pensador aplomado que no culpaba emotivamente a
Dios cuando las cosas marchaban mal. Pensaba que en gran
parte él mismo tenía la culpa de sus desgracias. "Lo demás
—decía — es apenas la manera de rebotar las cosas. Uno
tiene que esperar algunos reveses".
Aplicaba a su situación un razonamiento estricto,
pensando cuidadosamente en procedimientos mejores,
analizando sus errores y tratando de eliminar el factor de
error. En efecto, hacía cuanto puede hacer un hombre
inteligente. Pero aun así, el desaliento, según decía, "lo
había
agarrado y no lo soltaba". Lenta pero seguramente estaba
sucumbiendo a la depresión que se iba infiltrando en su
pensamiento y centro de control, y su vigorosa fe
comenzaba a flaquear.
Pero súbitamente Harold "emprendió una acción
correctiva". Esta frase no es suya ni mía. Se la oí a mi amigo
Jim Knapp y con frecuencia la he citado. Cuando se la oí
usar a Jim, me llamó la atención su sabiduría. En realidad,
la única manera de salir de una situación derrotista es
hacerle frente a ésta con entereza, sentido común y guía
espiritual, y emprender una acción correctiva. La palabra
clave es acción. La acción adecuada corrige como es
debido.
Y éste es un hecho importante. Lo que importa no es
lo que le suceda a usted sino lo que usted piense acerca de
lo que le ha sucedido. Cuando usted empiece a pensar a
derechas, objetivamente en vez de emotivamente, positiva y
no negativamente, puede emprender resueltamente una
acción correctiva.
Puesto que el pensamiento es una cosa que ocurre en
su mente y que usted puede controlar si tiene la voluntad de
controlarlo, y el desaliento es una acumulación de
pensamientos sombríos, usted puede escoger entre abrigar
tales pensamientos o arrojarlos fuera de usted. Esa fue la
conclusión práctica a que llegó mi amigo, y le pareció
sensata porque cuando les ordenó a los pensamientos
desalentadores que salieran, le obedecieron. Por supuesto,
trataron de oponer resistencia, pero los enfrentó con energía,
y, finalmente, los dominó. "Lo que hice fue actuar, nada más
que eso. Ya estaba aburrido de las lamentaciones y
autocompasión de los que no
piensan. Acción, acción y más acción; acción correctiva es lo
que se necesita", terminó diciendo con gran entusiasmo,
"¿Qué clase de acción? —le pregunté-. ¿Cuál fue su acción
correctiva?" Parece que primero tomó la forma de una acción
física. Dejó de relajarse en una silla a repasar sus desdichas
preguntándose por qué tenía que ser él la víctima. Salió a dar
caminatas; se dedicó a la natación; empezó a jugar otra vez al
golf. Esta actividad alivió la presión de los centros cerebrales
que gobiernan el pensamiento y la trasladó al ejercicio físico.
Se le empezó a despejar la mente, se sintió mejor, la sangre
empezó a pulsar en sus venas y su ritmo cardiaco mejoró. Al
dar sus caminatas y dedicarse a otras actividades corporales,
estaba actuando, y comenzó a pensar con interés, no con
desconsuelo. Las ideas surgían en su mente. Un día llego el
momento en que exclamó jubilosamente: "i Soy muy capaz
de salir de este pantano!" Recuperó su entusiasmo normal, no
inmediatamente, desde luego, pero no tardó tanto como se
habría podido esperar. Cuando una persona emprende una
acción correctiva con vigor y decisión, las cosas empiezan
pronto a mejorar.
La acción física fue seguida por una elevación de la
actitud mental y el proceso de pensamiento. Harold examinó
una por una las dificultades o contratiempos y se preguntó qué
le decía cada uno, recordando una sentencia que yo he citado
en uno de mis libros, la gran afirmación de W. Clement Stone:
"Para toda desventaja hay una ventaja correspondiente". Así,
pues, mi amigo buscó escrupulosa y diligentemente las
ventajas en lo que parecían irremediables desventajas. Lo
sorprendió hallar bastantes que posteriormente se
convirtieron en éxitos. Con este nuevo espíritu positivo todo
parecía mejor, y las cosas, en efecto, empezaron a mejorar
para él. La acción había expulsado la burda inercia creada por
su negativa actitud mental de desaliento.

Un viejo amigo de Harold que se encontró con él, le


dijo:
-Hacía mucho tiempo no te veía. ¿Dónde te has
escondido?
-Me he estado curando las heridas —repuso Harold-,
pero gracias a Dios ya estoy saliendo de un mal paso.
-Haces bien en darle gracias a Dios —dijo el otro-.
Yo he descubierto que la oración y la alabanza lo
sacan a uno de cualquier dificultad o circunstancia
desoladora.
Harold dijo que lo de la oración le parecía bien,
pero que no entendía aquello de la alabanza. Entonces el
amigo le declaró su fe en que las adversidades son la
manera de que Dios se vale para enseñarnos algo y
ayudarnos a crecer. Había descubierto que alabando al
Señor se abren nuevos significados de la adversidad.
Harold aceptó esta nueva idea y agregó la acción de orar y
alabar a su acción positiva, física y mental. Descubrió que
en esta forma un plan equilibrado de acción correctiva
alzaba todavía más la oscura cortina del
descorazonamiento. Al fin retornó a su condición normal.
Si Harold no hubiera usado el tratamiento de acción
correctiva, la alternativa podría haber sido el fracaso y la
desintegración; pero
no ocurrió así. Este hombre no fracasó ni se dejó derrotar
por la adversidad, sino que respondió rompiendo nuevas
marcas.
Su historia me hizo acordar de otro viejo amigo, el
finado J.C. Penney, ilustre comerciante que alcanzó un
éxito notable, habiendo salido de la pobreza, y a pesar de
que la adversidad lo persiguió durante una gran parte de su
triunfal carrera. Lo conocí muy bien, y un día se me ocurrió
hacerle esta petición: "Por favor, dígame en una sola frase
cuál ha sido el secreto de su éxito en la vida".
"Se lo puedo decir en cuatro palabras —repuso -: la
adversidad y Jesucristo". Me explicó que la adversidad lo
había hecho hombre y que Jesucristo había sido su
salvador y su guía.
El recuerdo que conservo de J.C. Penney, que vivió
hasta más allá de los noventa años, es el de un hombre feliz,
un hombre que derivaba su felicidad de su recia fe de
cristiano. Solamente una vez lo vi desconsolado y deprimido,
a raíz de una de las grandes adversidades de su vida de
negocios. En esa ocasión se hundió en las profundidades del
desaliento y el desconsuelo. Pero entonces oyó cantar en la
distancia un viejo himno favorito, aquél que dice, "No
desmayes, ocurra lo que ocurra, Dios proveerá". Súbitamente
se evaporó su desaliento, y como por milagro se vio libre de
sus efectos devastadores.
Años más tarde, cuando me correspondió hablar en
sus funerales, se cantó ese mismo himno, en cumplimient0 de
su última voluntad. El creía que Dios proveería y que
Jesucristo estaba a su lado. Con esa fe venció el desaliento.
J.C. Penney era un pensador positivo convencido y
practicante, y había llegado a serlo por los contratiempos y
por la fe en que Dios auxiliará a todo el que piense y tenga
fe.
El pensamiento positivo es indispensable para los
procesos garantizados de mantener alto el espíritu, tan alto
que el descorazonamiento no pueda penetrar. El pensador
positivo es creativo, sereno, objetivo en cualquier situación
en que se encuentre. Nunca lo apabullan los problemas,
porque sabe que cada problema tiene la semilla de la
solución, que toda dificultad encierra alguna gran
posibilidad. Por tanto, para él un problema no es malo en sí,
algo que hay que evitar o ahuyentar, sino un estímulo o una
oportunidad que contiene algún bien inherente. Cuando al
pensador positivo se le presenta un problema aparentemente
difícil, no se asusta; ciertamente no lo descorazona ninguna
falta de capacidad para manejarlo, sino que, por el contrario,
le hace frente, cree que puede contener sorprendentes y
grandes valores, y humildemente sabe que él posee la
capacidad de extraer esos valores. Los problemas forman a
los hombres, forman a las mujeres, forman la vida.
Si resulta que el problema o la dificultad es
temporalmente desconcertante, el verdadero pensador
positivo que ve frustrados sus mejores esfuerzos por
encontrar la solución no se desanima ni huye del problema,
derrotado; no está en su naturaleza darse por vencido o
dejarse dominar por el desaliento. Sencillamente, persiste,
creyendo que para todo problema existe una solución. Esta
característica se denomina constancia o perseverancia.
Llámese como se llame, es, además de la fe, el principal
enemigo
del desaliento y siempre lo vence, si uno no flaquea, He
indicado anteriormente que en mi vida de trabajo he tenido
la suerte de que no se me haya dado nunca un empleo fácil.
He sido pastor de cuatro iglesias y cuando empecé, cada una
de ellas estaba fuertemente endeudada, su feligresía era
escasa, y su futuro, lejos de ser prometedor, era más bien
incierto. Había, pues, tocado fondo; pero el fondo es un buen
lugar para comenzar, puesto que el único camino para salir
de él es hacia arriba. No me cansaré de recalcar este hecho.
Si usted se encarga de un puesto que ya está alto, tiene que
conservarlo allí o llevarlo a un nivel superior. A mi modo de
ver, esto no ofrece la misma satisfacción que tomar un puesto
que está caído, tal vez muy caído, y subirlo, subirlo mucho.
Sin duda esto es una suerte.
Ahora bien, tengo que reconocer que en esos cuatro
empleos hubo épocas en que me sentí muy desanimado, pero
en cada una de esas iglesias encontré personas de quienes
aprendí mucho, y de esas situaciones formé la técnica del
pensamiento positivo. Los problemas, las dificultades y la
adversidad son grandes maestros. Afortunado quien en
medio de ellas mantiene abiertos los ojos y los oídos, o mejor
aún, la mente, porque le pueden enseñar cosas valiosas.
Cuatro ideas significativas me vinieron en
esa época, ideas que me han ayudado a lograr una
victoria permanente sobre el desaliento: I . No instruir
jamás un auto acusatorio contra sí mismo.
2. Amar a Dios y amar al prójimo.
Olvidarse de sí mismo.
3. Pensar en grande; orar, creer, actuar y amar
en grande; ser grande en todo.
4. Tener fe. Creer en Dios, en la gente, en el
futuro. Creer en sí mismo.

Los pensadores positivos pueden descorazonarse a


veces, sencillamente porque son seres humanos. Como lo
observé antes, a todos los seres humanos los afectan las
alzas y bajas del estado de ánimo, la variabilidad de las
reacciones emotivas; pero los pensadores positivos
desarrollan la capacidad mental y espiritual de mantener su
pensamiento operativo, cualquiera sea la situación. Son
mentalmente controlados más bien que emotivamente
condicionados, y en consecuencia, aunque en ocasiones
pueden experimentar desaliento, en virtud de su actitud
sana, mentalmente controlada y objetiva, están en capacidad
de elevarse por encima del desaliento y manejarlo. Tampoco
aceptan los pensadores positivos una actitud de desánimo
como respuesta final a una situación cualquiera de fracaso.
La olvidan y siguen adelante.
A bordo de un avión, cuando me dirigía a cumplir el
compromiso de hablar ante una convención de negocios, me
senté al lado de un individuo muy agradable que dijo ser el
principal orador en la misma reunión en que yo tenía que
hablar. "Yo creía que yo era el principal", le dije riendo, y
entonces me explicó que él era un humorista, un cómico, y
me mostró un volante en que se anunciaba como "el
expositor más gracioso, el hombre más
chistoso del mundo". Una de las leyendas decía: "Agárrense
del asiento porque los puede hacer caer de la risa".
otra era: "Ténganse las entrañas para que no revienten".
"Créame, le dije, confío en que me toque a mí
primero; no me gustaría hablar después de usted".
Pero resultó, en efecto, a él le tocó primero. El
maestro de ceremonias al presentarlo no se mordió la lengua:
empleó las más extravagantes hipérboles y le aseguró al
público que se iba a divertir como nunca. Pero sin duda se le
fue la mano. El humorista arrancó algunas risas, pero pocas,
y esas pocas se fueron convirtiendo en risillas. Sudoroso,
pero no derrotado, me dijo en un aparte: "Un público difícil".
Al fin ya no pudo más y se sentó en medio de desmayados
aplausos de cortesía. "Duro, muy duro", me comentó
limpiándose la frente con el pañuelo.
Yo no tuve mejor suerte cuando me tocó mi turno.
Otra vez el entusiasta maestro de ceremonias se desbordó en
la introducción, y oyéndolo cualquiera se imaginaba que yo
era el mayor orador que jamás hubiera abierto la boca. Tal es
la naturaleza humana, que cuanto más me elogiaba, más se
preguntaba el público: "Pero ¿quién es este tipo?" Captando
la frialdad del auditorio, yo resolví no ensayar ningún chiste,
aun cuando tengo en mi repertorio algunos que nunca fallan,
y presentar únicamente material serio. Lo malo era que el
público se reía cuando no le tocaba reírse. "Difícil público",
le comenté en un aparte a mi compañero. Me aplaudieron
cuando terminé, pero yo sabía que eso era pura generosidad.
De regreso al hotel, el humorista me dijo:
-Me siento descorazonado. ¿Usted no?
-No puedo decir que me siento feliz —le contesté.
-Hagamos una cosa —repuso: Olvidémonos del
incidente, borrémoslo, releguémoslo al pasado. ¿Va a hablar
usted otra vez mañana por la noche? Le respondí
afirmativamente, y entonces prosiguió:
-Yo también. Pues adoptemos la actitud positiva de
que la próxima vez lo haremos mejor.
Luego añadió una sabia observación que no he
olvidado: Después de cada fracaso hay que buscar un éxito.
Esa es la manera de comportarse un pensador positivo en una
situación de fracaso, y ésa es también la manera de triunfar
el pensador positivo sobre el desaliento.
Esto nos lleva directamente al capítulo 8, en el cual
se discute una característica importante del pensador
positivo: Cómo suprime él el hábito de la palabra negativa.

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