83 Florez
83 Florez
83 Florez
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Julio Flórez
Primera edición
Agosto de 2012
Ilustración de cubierta
Mar tormentoso con naufragio en llamas,
por William Turner, óleo sobre lienzo 99.4 x 141.6 cm.,
1835-40, Galería Tate, Londres
Impresión y encuadernación
Nomos Impresores
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
Universidad
Externado de Colombia
7
mis flores negras
8
resurrecciones
9
deshielo
10
idilio eterno
11
Ella lo duerme con su lumbre pura,
y el mar la arrulla con su eterno grito
y le cuenta su afán y su amargura
con una voz que truena en lo infinito.
12
Y ella exclama en su loco desvarío:
«¡Por doquiera la muerte me circunda!
¡Detenerme no puedo, monstruo mío!
¡Compadece a tu pobre moribunda!
13
la araña
He querido matarla:
Mas... ¡imposible! Al verla
con sus patas peludas
y su cabeza negra,
la compasión invade
mi corazón, y aquella
criatura vil, entonces,
como si comprendiera
mi pensamiento, avanza
14
sin temor, se me acerca
como queriendo darme
las gracias, y se aleja.
después, a su escondite
desde el cual me contempla.
15
con sus patas peludas
y su cabeza negra,
como oyendo las frases
que en mi boca aletean.
16
¿En tu cuerpo se alberga
un espíritu? Dime:
¿Es el alma de aquella
mujer que me persigue,
todavía, aunque muerta?
¿La que mató mi dicha
y me inundó en tristeza?
17
y mis ojos se enturbien,
tú, alimaña siniestra,
bajarás silenciosa
y en mi oscura melena
formarás otro asilo,
formarás otra tela,
sólo por perseguirme
¡hasta en la misma huesa!
18
a mis críticos
19
en el salón
20
tú no sabes amar
21
aún
22
candor
23
la gran tristeza
24
al recio empuje de huracán furioso,
rodó en las sombras el alado esposo
sobre las secas hojarascas frías?
25
a colombia
26
introducción
(al poeta)
27
por qué se mató silva
28
Y del peñón por un tajo,
miró hacia abajo, hacia abajo,
con desconsuelo profundo:
el ojo vivo y redondo
clavó luego en lo más hondo...
y asco sintió del mundo:
¡vio tanto cieno en el fondo!
29
a mi madre
30
ave gris
En la triste y desierta
soledad de los ámbitos azules,
como una novia muerta,
la blanca luna entre nevados tules.
Silencio, ni un ruido,
mudo el viento en los árboles dormido.
31
Tú, que huyes asustada;
yo, que subo la escala y luego... nada.
El espantoso olvido,
como pájaro lúgubre e inquieto,
en la noche de tu alma se ha cernido.
32
oro en polvo
33
tu cuerpo
34
la novia eterna
35
las manos de mi madre
36
Manos claras, radiosas,
que siempre aleteantes y piadosas,
esparciendo un frescor de esencias vagas,
posábanse cual níveas mariposas
en los rojos claveles de las llagas.
Manos alabastrinas,
frágiles y pequeñas,
cuyos dedos de raso,
en la noche del mal llena de espinas,
me llamaron por señas
y enderezaron mi torcido paso.
37
Manos sabias, prolijas,
que mi sudor secaron en la cuesta
que me tocó subir... Manos de santa
que nunca entorpecieron las sortijas,
y en mi noche más lóbrega y funesta
trizaron la blasfemia en mi garganta.
38
regreso y adiós a la ciudad
Vengo de la montaña.
Retorno al fin a la ciudad querida,
mas con un hierro en la sangrienta entraña,
donde el pájaro amor canta y se anida;
dejé allá, muy adentro, una cabaña,
un gotear de perlas y una herida.
39
que eternizan las curvas de sus eses;
y hemos vuelto de noche sin ruido,
por entre sombra y bruma,
cual dos fantasmas: yo, despavorido,
y él cubierto de espuma.
Sudoroso, anhelante, he perseguido
al ciervo en sus alígeras carreras,
he estrangulado al crótalo, he vencido
cara a cara a las fieras.
40
Todo por si podía,
castigando mi carne, dar reposo
a las tormentas de la mente mía.
¡Con qué placer exterminar quería
mis sueños y mis ansias de coloso!
41
Inútil todo. El hado
en cada sitio, en cada día,
entre mis labios reventó la estrofa,
desfloró su rosal la poesía.
42
tu pañuelo
Se impregnó de tu boca...
Se impregnó de tu seno...
y cuando estuvo todo
de tus aromas lleno,
voló a mí como loca
mariposa de nieve,
y se durmió en mi boca
como un sueño tan leve,
que hoy, al radiar el día,
aquella frágil gasa
en mi boca fingía
un lirio que moría
de amor... sobre una brasa.
43
¡abandonado!
44
al tequendama
45
como las olas
Ya se detiene, ya huye
sin recelo, sin temor;
aquí una rama destruye,
allá deshoja una flor.
46
el poder del canto
47
los besos en los ojos
48
soneto
49
en el cementerio
50
en el monte
51
A mi patria, sumida en sus tristezas,
mi lira de oro y ébano le di,
ella a mí no me ha dado ni riquezas,
ni honores, no, pero su llanto sí.
52
el gran crimen
Era una
melancólica anémona
entre una malla de fulgor de luna:
un lánguido asfódelo
que empezaba á dormir....era....¡Desdémona...!
Frágil y blanca, ante la noche: ¡Otelo!
53
–Ah, yo soy como Dios, que siempre hiere
donde más ama! –con dolor murmura–
y acerca su puñal a la blancura
de aquella carne casta, y grita ¡Muere!
¡Y hunde, hasta la dorada empuñadura,
la fina hoja que a su mano adhiere!
54
a bogotá
I
¡Oh mi ciudad querida! hoy tan lejana
y tan inaccesible a mi deseo,
que al evocarte en mi memoria, creo
que fuiste un sueño de mi edad temprana
55
II
¡Oh mi bella ciudad! Como en tu seno
vibró mi ser y aleteó mi rima
cuando en tu corazón hallé la cima
que asalta el rayo y que apostrofa el trueno.
56
el entierro de lila
57
dulce veneno
58
Y yo te estoy matando ¡Oh, sí! Mis besos
te envenenan... en largo paroxismo
quedas tras tus eróticos excesos;
cuando en mi boca están tus labios presos,
tu boca está en la boca de un abismo.
59
dos amarguras de distinta fuente
Yo solo, en la baranda
del navío
que cruje y tiembla y anda
penosamente sobre el mar, sonrío
y pienso en ti, y en mis pestañas brilla,
pura y sola,
una lágrima, rueda en mi mejilla...
y cae en las arrugas de una ola.
60
ósculo tropical
61
tu alma
62
regreso al pasado
I
Dilatada llanura, dilatada
perspectiva campestre, amplio horizonte
pleno de azul purísimo, cascada
refundida en los ámbitos del monte.
63
II
Lejanía del tiempo, lejanía
de mi niñez y de mi adolescencia.
Oasis de mi virgen alegría,
sagrario de mi cándida inocencia.
64
¡oh poetas!
65
Ya que el siglo expirante
rueda a la noche lóbrega y sin límites
de la insondable eternidad cual monstruo
mudo y brutal como la esfinge;
Llevando en su carrera
la fe del corazón y las terribles
garras ensangrentadas,
como las garras con que apresa el buitre;
Ya que la humanidad,
doliente, enferma, aunque solloce y vibre
como el mar en su lecho tenebroso,
del cielo ni una lágrima recibe;
66
dejemos las endechas
empalagosas, vana y sutiles:
No más flores, ni pájaros, ni estrellas...
es necesario que la estrofa grite.
Bajemos al abismo
del humano dolor: allí residen
áspides que se enroscan y gestean,
trasgos que se retuercen y maldicen.
y enjuaguemos el llanto
de los eternos infelices
que ante el dolor sacuden los cabellos
como el corcel indómito las crines.
67
Quejémonos, hagamos
de los versos ariete irresistible
para romper el mal. Y altivos demos
aliento a la virtud, látigo al crimen.
Y no temamos nada,
aunque nos escarnezcan y castiguen.
Odio al cuervo, al murciélago y al buho;
Loor al lirio, a la paloma, al cisne.
68
Hondo desprecio y pena
para los jueces que la ley infringen;
para el cadalso, horripilante pulpo
que hace de sangre y llanto sus festines.
69
sumersión
I
Yo suelo abandonarme en largas horas
al amor de mi tierra. Me reclino
bajo las viejas ramas crujidoras
de algún árbol frondoso del camino.
70
II
Y me absorbo en la vida de la muerte,
sorda fecundidad que me cautiva,
la que el cadáver pútrido convierte
en fresco gajo o en corola viva;
71
estío
Es rescoldo
la ancha tierra, bajo un toldo
de verdura, una joven campesina
en el pecho de su amante
se reclina;
un arroyo serpentea, susurrante,
salta en tumbos que retumba
en las rocas del vibrante
bosque espeso;
los insectos giran, zumban
como nube de ámbar y oro,
y en el aire suena un beso
y un «¡te adoro!»
Ni una nube
mancha el cielo;
un gran hálito de horno, sube, sube
a las ramas silenciosas, desde el suelo.
¡Cuán hermosa
la muchacha! Su mejilla
viva rosa;
y su boca, almibarada,
tiene muchos más rubíes,
muchos más que una granada.
72
Olorosa como el heno,
y brillante como el heno su cabeza
se endereza
como enorme flor de oro,
sobre un tallo de esbeltez y vida lleno,
mientras se alzan, con la espuma
del encaje de su traje,
medios ocultas,
las dos ondas de su seno.
Un suspiro, moribundo,
de amor, pasa por el mundo;
la joven, suelto en rizos el cabello
poderoso y ondulante,
sus desnudos brazos finos,
echa al cuello
de su amante;
y se ciñe toda, toda,
al mancebo noble y fuerte:
es el día de su boda.
73
Con voz tierna,
asegura que su dicha
será eterna.
El ambiente la sofoca;
el placer la descoyunta;
y, ébria y loca,
a los labios del mancebo,
sus ardientes labios junta.
Y las dos palpitaciones
de sus buenos corazones
anhelantes
repercuten de la selva los rincones
más distantes...
Mediodía!
al cenit el sol ya llega,
y sus dardos ardorosos, deslumbrantes,
a la madre tierra envía.
74
julio flórez
75
contenido
Se compuso en caracteres
Sabon de 10,5 puntos
y se imprimió
sobre papel periódico de 48,8 gramos,
con un tiraje de
8.000 ejemplares.
Bogotá, Colombia