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Si, como pensaba Wittgenstein, de los problemas filosóficos sólo cabe esperar
que se disuelvan, pues la mayoría no tienen solución, es hora de empezar a revolver el
problema mente-cuerpo para que su disolución sea más rápida. La disolución de un
problema consiste en mostrarlo de tal modo que la nueva descripción que hagamos de él
no le muestre problemático. Contarnos las cosas de otro modo. Lo que sigue a
continuación pretende ser el cuento de por qué un problema que parecía existir entre el
cuerpo y la mente no era sino una confusión de intenciones. El cuerpo que reclamaba un
director de sus funciones y la mente, empeñada en cosas más elevadas, que quería
convencerse de la verdad de sus pensamientos. La mente solicitaba del cuerpo que le
dijera cómo había llegado a creer lo que creía y el cuerpo que preguntaba a la mente si
sus creencias eran ordenes para la acción. Al final empieza a verse que la mente no
puede indagar en el cuerpo las razones de la creencia y que el cuerpo no tiene un jefe
sino que se comporta como un todo y que, a lo sumo, tiene la gentileza de informar a la
mente de lo que le pasa y de lo que hace. Aún queda, es cierto, un problema por
resolver. ¿Por qué la mente considera que estas razones del cuerpo son sus creencias?
Pero, estoy seguro, que una buena terapia conseguirá sacar a la mente de su error,
aunque ello suponga destituirla del puesto tan arduamente conquistado de director del
cuerpo.
Que somos cuerpo, es indudable; pero que lo seamos pudiendo albergar entre su
carne nobles ideales de compasión, de ternura o de amor o profundas teorías sobre el
comportamiento del mundo y de nosotros mismo es lo que nos queda por admitir. Somos
un cuerpo que piensa, que imagina y siente y que nos concede una singular ventaja, al
crear una mente para que simulemos qué nos pasaría si nos amamos o nos odiamos, si
nos representamos el mundo de tal o cual manera, si nos reconocemos en sueños o en
ensoñaciones, si nos gusta lo que nos pasa o si nos disgusta. La mente es el cuerpo que
se experimenta a sí mismo.
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La Disolución del Problema Mente-Cuerpo. Carlos Muñoz Gutiérrez A Parte Rei 31
cosas distintas. No había que mediar, buscar una explicación, legitimar un conocimiento.
Todo estaba en su sitio y si se perdía el lugar original había que luchar por recuperarlo,
pero nada más.
Fue Descartes, utilizando con otra intención las ideas producidas en la escolástica
tardía, el primero que ofreció una caracterización de lo mental tal que originaba una serie
de conflictos. Unificó en la esfera de lo mental lo que para los griegos formaba parte del
cuerpo, las sensaciones y percepciones, con aquello que era ajeno incluso al hombre,
pensamiento y conocimiento. Calificando además como mental cualquier actividad del
hombre que no entrara dentro del mecanismo del cuerpo. Resulta paradójico que en la
concepción mecanicista imperante de la naturaleza y del hombre, se le ocurriera a
Descartes tal división radical.
No parece que los historiadores de la filosofía hayan localizado la fuente de la
ocurrencia cartesiana. ¿Cómo, si el mundo, los animales e incluso parte del hombre se
1
comporta mecánicamente; cómo si no podemos distinguir una máquina de un animal ;
cómo si el hombre mismo posee igualmente una estructura mecánica, puede Descartes
haber diferenciado o detectado algo que escapa a esta estructura ? Si nunca antes se
había establecido tal diferencia -salvo quizá en San Agustín- ¿en dónde pudo advertir
Descartes la posibilidad de agrupar en una única sustancia cosas tan diversas como las
sensaciones, dudas, pensamientos, conceptos, voliciones, sentimientos e ideas de la
2
imaginación? . El rastreo que hace Rorty (1979), -quien está igualmente sorprendido de
la ocurrencia cartesiana- parece correcto. Al menos nos sirve como una primera
aproximación a un concepto del que posteriormente tendremos que ocuparnos y que
posiblemente tengamos que recuperar. Efectivamente, Descartes advirtió algún parecido
entre nuestro sentir dolor y nuestras verdades matemáticas, entre nuestras
3
imaginaciones surrealistas y nuestra idea de Dios. Todas estas ideas parecen compartir
algo. Posiblemente algo que el sujeto pone en ellas. Para Rorty el factor común era la
indubitabilidad, esto es, la imposibilidad, tanto propia como externa (incorregibilidad), de
equivocarme al darme cuenta de aquello en lo que estoy pensando, lo que siento,
imagino, dudo o temo, es efectivamente lo que pienso, siento, imagino... Y si es así,
–como igualmente bien ha visto Rorty y otros comentaristas– la intención de Descartes
es poner el concepto de conciencia en el panorama, no sólo de la ciencia, sino sobre
todo de la vida. Descartes al introducir el dualismo en filosofía divide el mundo dos
sustancias, lo mental y lo físico, pero además caracteriza lo mental como consciente.
Esta "ocurrencia" que para Rorty ha traído consecuencias problemáticas para la historia
4
del pensamiento, ha sido para otros un acierto científico que se ha olvidado durante
largo tiempo.
Al igualar mente con conciencia, al establecer dos ámbitos distintos de realidad
radicalmente diferentes y de difícil comunicación Descartes abre una extensa
problemática y deja igualmente abierto, o al menos se nos hace comprensible, que el
conocimiento sea problemático y también que ambas sustancias cartesianas requieran
una investigación específica.
Descartes mismo, quien como filósofo o epistemólogo parece fracasar, avanza un
nivel científico de indudable interés. Parece ya reconocer que nuestra actitud o actividad
en el mundo requiere, para su explicación, un nivel intencional que refiera al mundo y que
1
cfr. R. Descartes, Discurso del Método, 5
2
cfr. R. Descartes, Meditación II.
3
cfr. R.Rorty, La filosofía y el Espejo de la Naturaleza, cap I, 5. Madrid, Cátedra, 1979. Una
reflexión interesante del proceso de surgimiento de la mente consciente se puede encontrar en
Kathleen V. Wilkes, ---, yìshì, dum, um, and Consciousness, en A.J. Marcel y E. Bisiach (eds.)
(1988), pp. 16-41.
4
cfr. N. Humphrey, La Mirada Interior. cap. 2, Madrid, Alianza, 1993.
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produzca creencias, es decir una representación del mundo que aporte un sentido y de la
que seamos conscientes.
Observemos el siguiente texto:
5
R. Descartes. Dióptrica. Alfaguara. Madrid, 1981, págs. 96-97
6
T.H. Green, Hume and Locke, Ramon Lemon, N.Y. 1968, pág.19, citado en Rorty op. cit.
pág.137
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igualar la noción de idea con la noción de impresión y ello sólo es posible a través de la
confusión entre elementos del conocimiento (proposiciones) y las condiciones fisiológicas
que posibilitan el conocimiento.
La exigencia que se impuso Locke de, primero, buscar los orígenes y
fundamentos del conocimiento y segundo, abordar tal tarea mediante el análisis empírico
imperante en el paradigma copernicano, le llevo a intentar encontrar el fundamento de
nuestros juicios mediante el análisis de los procesos por medio de los cuales la mente
interna, la plantilla de cera, se apercibe de los objetos externos. Y este análisis lo aplica
no al proceso en sí, sino a su resultado. Porque el proceso, para que pueda encontrarse
algún fundamento, requiere un elemento inmediato, no elaborado a partir del cual y
mediante asociación construyamos nuestros juicios desde una base sólida. La impresión
es este elemento, aquella estampación en la mente resultado del hecho de mirar, oír,
etc...
De esta forma, al unir a una mente sin sujeto un modelo de conocimiento
inspirado en la visión y un elemento básico de conocimiento que incide en la mente a
través de los proceso fisiológicos del hombre encontramos que el problema que le surgió
a Descartes y al que Locke pretendía dar solución, no sólo no encuentra respuesta sino
que poco a poco irá llevando al pensamiento al escepticismo más inaceptable. El trabajo
de Hume es la conclusión de este proceso. Si el modelo de Locke, mezcla de Aristóteles
y de Descartes, es llevado consistentemente a término debemos aceptar, como bien
mostró Hume, que no existe fundamento alguno que permita seleccionar algunas de las
ideas presentes en la mente que aseguren, desde su mera presencia, ni la existencia de
un mundo causa de nuestras ideas, ni siquiera tampoco algo que agrupe o que ponga
algo a las impresiones. Cualquier modelo inspirado en la percepción, y especialmente en
la visual, que pretenda un análisis de las condiciones de formación de ideas como prueba
de su verosimilitud, debe acabar seleccionando una posición privilegiada de donde no
puede salirse.
El problema del mundo externo, o cualquiera de sus variantes, mente-cuerpo,
idea de sustancia o yo, etc., que ha centralizado la investigación filosófica desde que
ésta, que no quería dar pasos en falso, se convirtió en una preocupación epistemológica,
que a la vez ha delimitado la investigación empírica ya que debía aportar la ontología con
la que tratar, pone un punto límite que ya vio Descartes al asegurarse una posición
privilegiada interna a costa de poner en duda cualquier otra realidad posible. Si lo único
en lo que no cabe duda es lo más cercano a la mente, las ideas o impresiones, ello debe
serlo a costa de cualquier objeto que fuera causa de esta realidad externa. En rigor lo
que se pone en duda es la relación causal, pues ni se detecta fácilmente, ni tampoco es
evidente cómo dos cosas esencialmente diferentes pueden entrar en una relación causal.
Aquí tenemos formulado el problema mente-cuerpo. ¿Cómo dos cosas esencialmente
diferentes mantienen relaciones causales entre sí?
Si prestamos atención a las soluciones propuestas hasta el momento
encontraremos que todas ellas pasan o por eliminar lo no privilegiado vía lo privilegiado o
por construir un nivel superior que englobe a ambos y que module los tránsitos, de tal
forma que baste una sola descripción para comprender los dos subniveles. Pero con
todo, la descripción elegida deja oculto, por irrelevante, el subnivel problemático.
No obstante esto crea un malestar ya que nadie debería atreverse a negar u
obviar las fuentes de conocimiento, esto es, la realidad. La realidad es intocable, sólo
Berkeley parece asumir tal idealismo radical. La ciencia debe ocuparse de la realidad,
salvar las apariencias o explicar los fenómenos, pero quien quiera que dude de la
7
realidad adquiere una postura filosófica de salón. Hume lo refiere claramente,
7
cfr. D. Hume, Tratado de la Naturaleza Humana, I,iv,1, pág. 315 de la edición en castellano de
Félix Duque, Editora Nacional, Madrid, 1981.
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8
Wittgenstein lo expresa inmejorablemente . Sin embargo el único acceso privilegiado lo
es a nuestra realidad interior, a los contenidos de la mente. De esta forma, sólo a través
de tal acceso es como, parece, podemos dar con la línea adecuada para solucionar el
problema del vacío ontológico que supone relacionar dos esferas radicalmente distintas.
El problema del fundamento va a marcar todo el desarrollo posterior de la
filosofía. Porque ni Kant, ni el idealismo, ni la filosofía analítica han avanzado más allá de
la mera búsqueda. Esta investigación epistemológica, dependiendo de dónde se haya
buscado el cimiento sólido, ha abierto otros campos de investigación que finalmente se
han independizado del rigor que supone la exigencia de un fundamento. Esta posibilidad,
que ha permitido a la Psicología empírica segregarse de la especulación filosófica, quedó
abierta en el empirismo inglés.
Cuando Locke pensó que sólo el análisis de las condiciones (fisiológicas), que
hacen posible los elementos de conocimiento, podía aportar una respuesta a su intención
de investigar los orígenes y fundamentos del conocimiento humano, abrió un nivel de
análisis de los contenidos mentales que hasta el momento no había sido posible. Aunque
este análisis confundió la idea de conocimiento que había avanzado Descartes para
regresar al tipo de actividad realizada ya por Aristóteles, organizó un método y una
preocupación por el funcionamiento de la mente, en particular la forma en que funciona la
mente como lugar de residencia del conocimiento.
El asociacionismo era la manera en que la mente construía sus ideas. La mente,
siguiendo el modelo perceptivo visual, era impresionada por las ideas simples que
quedaban estampadas en la tabla rasa que es la mente. Ésta componía nuevas ideas
complejas por reflexión y por asociación de ideas simples. El asociacionismo, aunque no
puede decirnos nada sobre lo que estamos buscando y aunque incrementó la confusión
entre el conocimiento como resultado (creencias en forma proposicional susceptibles de
corroboración) y el conocimiento como proceso (el trabajo de la mente sobre sus
objetos), se extendió como método de análisis y, a pesar de los intentos kantianos, llegó
a centralizar investigaciones de todo tipo, incluso en Lógica. El Psicologismo al que atacó
Husserl y Frege es el punto culminante de esta evolución.
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III. El funcionalismo
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"El análisis funcional se pregunta acerca del papel que juega una parte del
mecanismo en las actividades características de ese mecanismo como un todo... El
análisis funcional requiere que se haga una estimación de los tipos de actividad que son
característicos de un determinado mecanismo y de la contribución hecha por cada una
9
de sus partes al funcionamiento del todo."
¿Cómo tal descripción puede utilizarse para construir teorías psicológicas que
den cuenta de la conducta de los individuos? Como hemos mencionado, este tipo de
nivel explicativo sólo es oportuno bajo una suposición:
Que los organismos entran en contacto con su medio y muestran ciertas
conductas porque son capaces de adquirir ciertas informaciones o ciertos
conocimientos sobre ese ambiente, es decir, que son capaces de representárselo de
diversas maneras. Y que estas representaciones mentales configuren estados internos
en donde se accede a cierta información que combinada con planes o fines de los
organismos, son la causa, o al menos tienen alguna eficacia causal, en las conductas
de los organismos.
Dicho de manera más ajustada a los criterios funcionales, los estados internos
de los organismos caracterizados por la presencia de ciertas representaciones
mentales, contribuyen en un proceso a producir las conductas de los organismos. La
diferencia radical con explicaciones conductistas o fisicalistas es aquella idea, según la
cual el funcionalismo entra a descomponer los procesos mentales en sus subprocesos
componentes, bajo el supuesto de que estos subprocesos poseen un rol causal que
debe explicarse para la comprensión de las conductas. El conductismo clásico
consideraba la mente como una caja negra sin competencias causales: ante un
estímulo se ofrecía una respuesta sin que mediara ningún proceso interno, o sin que
tuviera relevancia tal mediación. Versiones más evolucionadas sustituían la idea de
estado mental por la de disposición hacia, evitando en cualquier caso toda
terminología mentalista (Ryle, 1949).
En el lado contrario, el funcionalista ofrece explicaciones mecanicistas
estrictamente causales o nomológicas, evitando el espiritualismo y su problemática
que conllevaba el dualismo cartesiano. Tal y como se describe existen al menos tres
tipos de relaciones causales entre los estados mentales:
9
J.A. Fodor. Psychological Explanation. An introduction to the Philosophy of Psychology. Random
House, Inc. 1968. Cito por la versión castellana Madrid. Cátedra 1980, pág. 150.
http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/index.html 7
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10
Ned Block. Troubles with Functionalism, en C.W. Savage (comp.), Perception and Cognition:
Issues in the Foundations of Psychology. University of Minnesota Press, Minneapolis, 1978.
11
J.A. Fodor. Computation and Reduction en C.W. Savage (comp.), Perception and Cognition:
Issues in the Foundations of Psychology. University of Minnesota Press, Minneapolis, 1978. (Las
traducciones son mías).
12
Cfr. Ibid. Pág. 235.
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V. La Conciencia
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13
Esta relación de tareas para las que se requiere la conciencia sigue de cerca el trabajo de A.
J. Marcel, Phenomenal experience and funcionalism, en Marcel y Bisiach (eds.) Consciousness
in Contemporany Sciencie. Clerendon Press, Oxford, 1988.
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4.- Acciones voluntarias sobre el medio: Sólo porque somos conscientes, por
ejemplo, de algún segmento del medio iniciamos voluntariamente acciones
sobre ese segmento. De lo contrario, porque la intención es consciente no
podrá formarse si una parte de ella no está en el estado adecuado. Es decir,
aunque tengo la intención de recoger un billete de cien € del suelo, no voy a
emprender esta acción si no soy consciente de que está a mi alcance. Porque,
además, no sería razonable y normalmente no realizamos acciones sin razón.
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14
La teoría de G. M. Edelman (1987, 1988, 1989, 1990, 2000) concibe el
cerebro como un sistema selectivo, en el que la selección opera durante el tiempo de
vida del sistema.
Para sobrevivir, un organismo debe heredar o crear criterios que le permitan
clasificar el mundo en categorías perceptivas de acuerdo con sus necesidades
adaptativas. Además el mundo, incluso para el tiempo de vida de un organismo, está
lleno de novedad, lo que exige que estos procesos de categorización puedan
reestructurarse, renovarse y reiniciarse continuamente. El mundo, para el organismo, no
se da por completo de una vez, sino que se construye en un proceso constante y
continuo. Por tanto, el cerebro, que, en último término, es el órgano que realiza estas
tareas, debe ser flexible, y, en consecuencia, único. Esto está de acuerdo con la enorme
variación funcional y estructural en muchos niveles (molecular, celular, anatómico,
fisiológico y conductual) que muestran los sistemas nerviosos por lo que, a pesar de las
semejanzas en los individuos de una especie, el grado de variación individual de cerebro
en cerebro excede lo que podía tolerarse en un proceso de fabricación de ingeniería.
Visto así, cualquier teoría interesante sobre la mente tendrá que tener en cuenta estas
observaciones y no podrá establecer generalizaciones, a menos que contemple en la
descripción estructural, orgánica, las fuertes diferencias y la exigencia de flexibilidad y
variación que impone la novedad del mundo. Por eso Edelman rechaza las teorías que
contemplan el cerebro como un sistema que procesa información.
Con estas reflexiones previas, que cualquier teoría de interés para la comprensión
de la inteligencia debe asumir, Edelman enuncia su tesis fundamental, a saber, que el
cerebro es un sistema selectivo, en el que la selección opera durante el tiempo de vida
del individuo. Para el desarrollo de esta tesis fundamental elabora lo que él denomina la
teoría de la selección del grupo de neuronas (TNGS).
La TNGS es una teoría de poblaciones que postula precisamente que la habilidad
de los organismos para categorizar un mundo no etiquetado y para comportarse en él de
una manera adaptativa surge no de la transferencia de instrucciones o de información
sino de procesos de selección que se producen frente la constante variación a la que un
organismo se ve sometido en su desarrollo y en el contacto con una experiencia
cambiante y desconocida. La TNGS considera que hay una generación continua de
diversidad en el cerebro. En el cerebro embrionario, hay variación y selección en la
migración de poblaciones celulares hasta producir un repertorio primario de conexiones
neuronales mediante la formación de sinapsis y durante la muerte de células. Y en el
cerebro maduro, en la amplificación diferencial de la eficacia de las sinapsis según el
organismo se exponga a determinadas experiencias.
Esto tiene como consecuencia la formación de grupos neuronales funcionalmente
significativos y que este proceso sea modificado continuamente por reentradas de
señales. La selección en la experiencia conlleva correlaciones de señales estadísticas
entre grupos de neuronas pre y postsinápticas, mejor que la transmisión de mensajes
codificados de una neurona a otra. Si estas señales han de ser adaptativas tendrán que
reflejar las señales que surjan en el mundo real. Esto se realiza señalando reentradas en
y entre mapas neuronales. Estos recorridos neuronales que relacionan hojas de
receptores sensoriales con registros particulares del sistema nervioso central proveen un
medio de reforzar regularidades espaciotemporales. En primera instancia, estos mapas
locales cartografían entonces una determinada actividad del organismo
Una reentrada puede definirse como una señalización paralela continua entre
grupos de neuronas separadas que ocurre a lo largo de conexiones anatómicas
14
Para una descripción breve de las ideas de G.M. Edelman puede consultarse Carlos Muñoz
Gutiérrez. Crítica de libros: G.E. Edelman. Bright Air, Brilliant Air en A Parte Rei 1, 1997
(http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/edelman.html) o también el capítulo 5, El Cerebro en
Doñate, León, Melero y Muñoz. Curso de Filosofía. Biblioteca Nueva, Madrid, 1999 págs. 88-97
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El Aprendizaje puede verse como el medio por el cual la categorización ocurre sobre un
fondo de valoración que da lugar a cambios adaptativos en la conducta que satisface el valor.
El Aprendizaje requiere la conexión de partes causalmente no conectadas en el mundo a
través de una escena.
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3) Es intencional, tienen que ver con objetos independientes del yo, es decir,
está basada en una reentrada constante con las categorizaciones
perceptivas en proceso
4) Es selectiva, como lo son las categorizaciones perceptivas y la operación
del sistema de valor de la que depende.
5) Depende de la voluntad, en la medida en que depende de cartografías
globales que categorizan acciones relacionadas con objetivos y no sólo del
movimiento de partes del cuerpo.
Como vemos, la teoría no necesita postular una entidad diferente regida por
una causalidad distinta, y tampoco tiene por qué renunciar al nivel explicativo
mentalista que tradicionalmente se ha asociado a esa sustancia que nos diferenciaba
de un mundo mecánico y que nos unía a una razón transcendental. Un paso más
permite a Edelman alcanzar todas las características de la conciencia, que ya sólo es
una propiedad de determinadas configuraciones de grupos de neuronas que se
relacionan con otros elementos del sistema nervioso y con determinadas experiencias
que vive el organismo con el medio que habita.
Para adquirir una conciencia superior, los sistemas de memoria deben
relacionarse con una representación conceptual de un yo verdadero (yo social) que
actúa sobre un medio y viceversa, un yo que resulta ser un yo social fruto de las
interacciones del sujeto con otros sujetos que como en un espejo le devuelven una
imagen de identidad. Debemos pues construir un modelo conceptual de la identidad
personal, y también tener un modelo del pasado.
Se necesitan repertorios cerebrales para retrasar respuestas. Estos repertorios
deben ser capaces de categorizar los procesos de conciencia primaria. Esto se
produce a través de medios simbólicos, por comparación y recuerdo durante la
transmisión social y el aprendizaje.
Durante la adquisición de la semántica, un recuerdo aparece cuando
relacionamos símbolos del habla con la gratificación de necesidades afectivas en
interacciones familiares, alimenticias o sexuales. Es decir, cuando podemos establecer
una relación significativa entre experiencias agradables para el organismo y el
concepto que creamos de estas experiencias y que nombramos con palabras. De esta
manera vamos construyendo nuestra vida.
La interacción entre el conjunto especializado de memorias y la memoria
conceptual valor-categorial, que es esa memoria en la que incluimos los valores que
nos producen las cosas al relacionarnos con ellas, permite una representación del
mundo. Y dada la capacidad de distinguir tales modelos conceptuales-simbólicos de
experiencias perceptuales en curso, puede desarrollarse un concepto del pasado. Si
he tenido una experiencia dolorosa cuando he puesto la mano en el fuego, por
ejemplo, y he asociado el valor de dolor con el fuego, ante una nueva imagen de fuego
inmediatamente puedo compararla con recuerdos pasados. Diremos entonces: "no
hagas eso porque yo una vez lo hice y me quemé". Indudablemente la posibilidad de
supervivencia en muchos casos viene promovida porque alguien de mayor experiencia
nos advierte del peligro o del daño que pueden representar para nosotros tales o
cuales cosas. Por eso en gran medida la conciencia exige una relación con el medio
social, con otras personas que van a ayudarnos a construir nuestro sistema de
creencias.
El presente recordado se sustituye por una estructura de pasado y futuro. Nace
así la conciencia del tiempo fundamentalmente asociado a nuestro transcurrir vital, a la
secuencia de episodios que tenemos catalogados como buenos, agradables o
placenteros o, a la inversa, malos, desagradables y dolorosos. Nuestro nivel de
conciencia es por así decirlo una conciencia de la conciencia de lo que nos pasa en
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de toda comprensión posible de un organismo que tiene que habitar un medio cuya
novedad y continua transformación le exige imaginación y creatividad.
Para el ser humano que, además, habita en medios sociales complejos, las
emociones y sentimientos son piezas claves en la posibilidad de la supervivencia y
escalones inevitables en la consecución de una inteligencia humana que nos aporte
una vida humana. En estos términos cifra Damasio el error de Descartes:
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función de regulación y control del cuerpo desde el cuerpo. Su control escapa en gran
medida al pensamiento racional consciente, cuya base es cortical, e interfiere
precisamente al ser conscientes de sus efectos en el cuerpo.
Además lo que suele ocurrir es que ante un sentimiento de un estado corporal
concreto, alegría o tristeza, se superponen pensamientos que acentúan el estado,
modificando así el estilo y la eficiencia del proceso de pensamiento. Dicho de otro
modo, cuando estamos tristes sólo se nos ocurren pensamientos tristes. De ahí la
dificultad de escapar de una depresión o de tratar con un enamorado.
Esto es una descripción hipotética de los constituyentes de los sentimientos,
pero, para mayor complejidad, a la hora de sentir un sentimiento debemos incluir otros
elementos y factores. Al sentir un sentimiento hacemos correlaciones entre la
representación actual del cuerpo y las representaciones neurales que constituyen el
yo. Porque nuestro cerebro posee igualmente una representación del yo que resulta
fundamental en la creación de la conciencia.
La reivindicación y la inclusión que hace Damasio de las emociones y de los
sentimientos en lo que tradicionalmente había sido la razón humana, esa razón
descarnada y transcendental que Descartes divulgó a Occidente, quedaba
teóricamente en el vacío sin una comprensión de la conciencia. Por eso no era de
extrañar que su posterior trabajo intentara ofrecer una teoría omnicomprensiva de esa
nueva mente que se necesitaba tras la crisis del funcionalismo.
Para Damasio el problema de la conciencia es una combinación de dos
problemas íntimamente relacionados:
1. El problema de comprender cómo el cerebro produce patrones mentales, es decir,
imágenes de los objetos. Entendiendo imagen en un sentido amplio, no
exclusivamente visual, pudiendo incorporar no sólo características físicas de los
objetos, sino también la reacción de agrado o desagrado que produce al
organismo el objeto, los planes que uno puede formular respecto del objeto y la red
de relaciones que el objeto mantiene con otros objetos. Damasio resume este
problema mediante la expresión "la película en el cerebro". Así pues, el primer
problema consiste en dar una respuesta a cómo se produce la película en el
cerebro que aparece a nuestra conciencia. En la medida que responder a esta
cuestión consiste en mostrar cómo determinados patrones neurales producen
patrones mentales explícitos, necesitamos incluir el problema filosófico de los
qualia, es decir, las cualidades sensoriales simples que contienen nuestras
imágenes mentales.
2. El problema es comprender cómo, en paralelo con la emergencia de patrones
mentales que dan cuenta de los objetos, el cerebro produce un sentido del yo en el
acto de conocer. Damasio cifrará este problema en el sentimiento de lo que pasa
cuando el organismo está siendo modificado por los procesos de aprehender algo.
Solucionar este problema consiste en descubrir los mecanismos biológicos
implicados en la habilidad humana de construir no sólo los patrones mentales de
un objeto, sino también los patrones mentales que conllevan, automática y
naturalmente, el sentido del yo en el acto de conocer.
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5. Una teoría de la conciencia no debe ser sólo una teoría de cómo la memoria, la
razón y el lenguaje ayudan a construir, de arriba abajo, una interpretación de cómo
surge una mente del cerebro, porque las formas más tempranas de conciencia
preceden y permiten la inferencia y la interpretación.
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Bibliografía
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