Las Ballenas Cautivas Part 1
Las Ballenas Cautivas Part 1
Las Ballenas Cautivas Part 1
cautivas
Carlos Villanes Cairo
Primera edición: septiembre 1991
Trigésima séptima edición: abril 2011
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ISBN: 978-84-675-4711-5
Depósito legal: M-47708-2010
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persiguiendo el sol. Respiran como nosotros, por
eso expulsan el aire hasta arriba.
–¿Abuelo? –el muchacho abre los ojos muy
grandes.
–Dime.
–¿Oyes?
Contienen la respiración. El frío les azota el
rostro, pero el sonido que oyen no es el habitual
del viento, sino una especie de lamento que se
pierde en la inmensidad del mar cubierto de nieve.
–Sí –murmura el anciano–, parece un lamento.
–Como si alguien resoplara.
Hacen un nuevo silencio. Pueden hasta sentir
el latido de sus corazones. Sobre esa angustiante
quietud de la tundra hay un barboteo, como el de
un náufrago.
–Quizá es un oso blanco malherido.
–Puede atacarnos, ¿verdad?
–Sí, pero debe de estar muy lejos –esfuerza la
mirada y su rostro se llena de arrugas como la cor-
teza de un árbol centenario–. La bruma me impide
ver en el horizonte. Además, he visto tanto que ya
tengo los ojos cansados.
–No, abuelo; yo tampoco veo nada.
Acechan el espacio abierto, que parece dilatarse
hacia todas partes, y nada. Se concentran especial-
mente allí donde se interna el mar, pero no descu-
bren la más mínima señal. Y están mucho tiempo
mirando y oyendo.
–Abuelo, ¿el Gran Espíritu de las Aguas ataca
a los hombres?
–Sí, y algunas veces los mata.
El muchacho se sobrecoge. Es un joven que se
hace cada día más fuerte. Ha cazado ballenas, renos
salvajes con cuernos como ramas afiladas y hasta
algún oso blanco, pero se atemoriza ante el posible
ataque de un espíritu.
–Mira, el viento empieza a disipar la niebla.
Pasan los minutos y tampoco pican los peces.
–¡Abuelo, fíjate!
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Y muestra un punto en la lejanía, allí donde se
juntan la palidez de la niebla y la blancura de la
nieve. Hay tres pequeños animales que se mueven,
asoman la cabeza y se sumergen.
–¿Delfines?
–¡No! No los podríamos ver desde tan lejos.
–¿Ballenas, abuelo?
–¡Tampoco! ¡Ya todas se marcharon con los pri-
meros hielos!
El anciano quiere encontrar la solución en el
viento. Otea el aire, lo aspira ruidosamente, aguza
el oído para descifrar esa especie de silbido y al fi-
nal da su veredicto:
–¡No lo sé!
Yak se queda tieso. Está a punto de hablar, pero
el abuelo le detiene.
–Hay una solución –dice, y comienza a desnu-
darse.
–Abuelo, no te irás a tirar al agua, ¿verdad?
–Así es.
–Pero está helada y puedes morirte.
–¡Qué va! Me desnudaré solo de medio cuerpo
y meteré la cabeza en el agua. Tú me sujetas de los
pies para que no me caiga. Así podremos saber si
se trata de ballenas o de qué. No olvides que yo en-
tiendo su canto.
Yak traga saliva. En el fondo, sin perderle el res-
peto, cree a medias las cosas fantásticas que cuenta
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el abuelo. Estarse allí con medio cuerpo debajo del
agua helada es una aventura que puede matar a cual-
quiera.
–Abuelo, tú no irás a hacer eso, ¿verdad?
Pero el abuelo lo hace.
Está un buen rato con la cabeza metida en el
agua mientras el pobre Yak, entre asustado y sin
creérselo del todo, lo sostiene por ambas piernas.
Por fin, emerge la cabeza gritando:
–¡Las he oído! ¡Las he oído! ¡Sácame, muchacho!
Yak seca rápidamente al anciano con la parte
peluda de su chaquetón de piel y le ayuda a ves-
tirse, mientras el anciano insiste:
–¡Son ballenas, ballenas! ¡Y no cantan, sino que
están gritando, desesperadas! Posiblemente han
quedado prisioneras y no pueden marcharse con
las demás.
El joven esquimal cierra los ojos. Aquello es in-
creíble.
–¡Yak, vuelve en el trineo y busca a tu padre!
¡Yo avanzaré hasta el lugar de las ballenas!
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–Pero, abuelo, estamos lejos de casa, y también
de esas que tú dices que son ballenas; además, mi
padre se ha ido de cacería.
–¡Haz lo que te digo! ¡Encuéntralo y volved
con el trineo grande y todo lo necesario para la
caza! Ya verás como nuestros perros vuelan sobre
la nieve.
El muchacho no replica. Empuja con todas sus
fuerzas el pequeño trineo y pronto se desliza a gran
velocidad en busca de su padre.
La suerte ayuda a la empresa. El camino le pa-
rece corto, y cuando llega a casa encuentra a sus
padres desollando un reno que Roy ha cazado por
allí cerca.
Yak relata rápidamente todo el suceso.
–¿No será alguna otra historia de mi padre? –se
inquieta Roy.
–También yo los he visto –dice Yak–, pero no sé
si son ballenas.
–¡Deprisa, Roy, el abuelo te necesita! –dice la
esposa.
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Y mientras el padre busca sus arpones y sogas,
Yak y su madre enganchan los seis perros disponi-
bles al trineo.
La travesía dura algo más de una hora. La vitali-
dad del muchacho y la historia del abuelo metido
en el agua helada, que Yak cuenta entre gritos y son-
risas, entusiasman al cazador de ballenas. Pronto
descubren que el buen viejo no se ha equivocado.
El abuelo, junto a ellas y sentado en cuclillas,
las mira con una especie de pena y devoción.
–¡No nos valen, Roy! –dice al ver a su hijo–. ¡Son
ballenas grises y tienen el cuerpo lleno de parásitos!
Roy las analiza con cuidado mientras los gigan-
tescos animales emergen, de tanto en tanto, a la su-
perficie dando resoplidos y arrojando por el mo-
rro una estela de vapor, algo así como un aliento
tibio que el frío del Ártico hiela en el acto.
–Efectivamente, abuelo..., no están buenas para
congelarlas, ni para comerlas.
–¿Y la grasa y la piel? –duda Yak.
–La grasa es mala y la piel tiene incrustadas ré-
moras. ¡No nos valen!
–¡Pobres! No aguantarán un par de días más.
¡Mira cómo se han dañado la cabeza tratando de
romper el hielo para salir a la superficie y respirar!
–¡Mira, mira! La más pequeña es la que tiene las
heridas más grandes.
–¿Existe alguna forma de salvarlas?
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–No. El agua está congelada y estos animales
pesan muchísimo... Morirán sin remedio.
–Abuelo, ¿has visto algo parecido alguna vez?
–Hace mucho tiempo... y no se salvaron.
–¿Y por qué no avisamos a nuestro amigo Ted
Lindsay? –insiste Yak.
–Porque, igual que nosotros..., no podrá hacer
nada –dice el abuelo.
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