Euripides - Las Troyanas
Euripides - Las Troyanas
Euripides - Las Troyanas
EURÍPIDES
PERSONAJES
POSEIDÓN, dios del mar.
ATENEA, diosa del pensamiento y la guerra. Símbolo del pro-
greso intelectual. Divinidad epónima de Atenas.
HÉCUBA, ex reina de Troya, ahora esclava de Ulises. Esposa
de Príamo. Madre de Héctor, Paris, Polixena y Casandra en-
tre otros.
CORO, de mujeres troyanas cautivas.
TALTIBIO, heraldo y mensajero de los griegos.
CASANDRA, hija de Hécuba y Príamo. Sacerdotisa de Febo,
quien le había concedido el don de la profecía por precio a su
virginidad.
ANDRÓMACA, viuda de Héctor.
MENELAO, rey de Esparta.
HELENA, esposa de Menelao y Paris. Causante de la guerra
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Las Troyanas Eurípides
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HÉCUBA:
No lo sé, pero mucho me lo temo.
CORO 1:
¡ Infelices troyanas! Vengan y sabrán los trabajos que les es-
peran: los argivos se preparan a navegar.
HÉCUBA:
¿Ay de ti, mísera Troya! ¡Pereciste con los desdichados que te
abandonan, vivos y muertos!
CORO 2:
Temblando oiré de tus labios, ¡oh reina!, si los argivos me
han condenado a muerte o los marineros se aprestan a agitar
en la popa los remos. ¿Ha venido algún heraldo de los grie-
gos? ¿Quién será el dueño de esta mísera esclava?
HÉCUBA:
Pronto lo decidirá la suerte.
CORO 2:
¿Cuál de los argivos me llevará lejos de mi tierra a una isla?
HÉCUBA:
¿A quién serviré yo, infeliz anciana, después de disfrutar en
Troya de los mas altos honores?
CORO:
¿Qué lamentos bastarán para deplorar tu indigna suerte? Por
última vez saludo los cuerpos de mis hijos, por última vez;
más graves será mis trabajos en el lecho de los griegos. (Mal-
dita noche, funesto destino).
(ENTRA TALTIBIO)
TALTIBIO:
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Males.
HÉCUBA:
Calamidad funesta.
ANDRÓMACA:
De la ciudad...
HÉCUBA:
Que humea.
ANDRÓMACA:
¡Vuelve a mis brazos, oh esposo!
HÉCUBA:
¿Llamas a mi hijo que está debajo de la tierra?
ANDRÓMACA:
¡Escudo de tu esposa!
HÉCUBA:
Mas tú, azote de los griegos en otros tiempos, tú, que eras mi
primogénito, llévame a los infiernos para descansar al lado de
tu padre.
ANDRÓMACA:
¡Tal es nuestro anhelo! Tantos los dolores que sufrimos, aso-
lada nuestra patria, desde que los dioses nos fueron adver-
sos. Cadáveres ensangrentados yacen en los templos para
servir de pasto a los buitres, y Troya sufre el yugo de la escla-
vitud.
HÉCUBA:
¡Oh patria! ¡Oh prendas amadas!, vuestra madre, sin hogar,
se separa de vosotros. ¡Cómo los lamentos, cómo las lágrimas
suceden a las lágrimas en nuestra familia! Pero el que muere,
ni llora ni siente dolores.
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ANDRÓMACA:
Me llevan con mi hijo como parte del botín, y mi libertad se
trueca en servidumbre, víctima de horribles mudanzas.
HÉCUBA:
Inevitable es la necesidad; ahora poco me arrebataron por
fuerza a Casandra.
ANDRÓMACA:
Varios son los males que te afligen.
HÉCUBA:
Para mí todo esto no tiene término ni medida; espantosa es
mi lucha.
ANDRÓMACA:
Pereció tu hija Polixena, sacrificada en el sepulcro de Aquiles,
ofrenda hecha a su cadáver.
HÉCUBA:
¡Ay de mí, desventurada! Este es el enigma al que aludió ha-
ce poco Taltibio, oscuro entonces y ahora claro.
ANDRÓMACA:
Yo misma la vi, la cubrí y lloré sobre su cadáver.
HÉCUBA:
¡Ay, hija mía, impío sacrificio! No es lo mismo ¡oh, hija!, vivir
que morir; la muerte es la nada, y a la vida queda la esperan-
za de morir.
ANDRÓMACA:
Polixena ha muerto como si no hubiese visto la luz. Casi no
tuvo tiempo para llorar sus infortunios, pero yo, que llegué a
la cumbre de la felicidad y alcancé no escasa gloria, caigo
despeñada por la fortuna. Yo, en el palacio de Héctor, cum-
plía las santas obligaciones propias de mi estado. En primer
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HÉCUBA:
Yo, médico desventurado, cuidaré como pueda de parte de
tus heridas, ligándolas con vendajes; tu padre te curará las
demás entre los muertos.
CORO:
Golpea, golpea tu cabeza, que tus manos resuenen. ¡Ay de mí,
ay de mí!
HÉCUBA:
¡Oh, troyanas muy amadas!
CORO:
¡Mísera madre que, al perderte, perdió contigo su más conso-
ladora esperanza! Cuando se reputaba muy feliz, porque eran
nobles tus padres, pereciste de muerte cruel.
TALTIBIO:
Sepan que el general ha ordenado incendiar la ciudad de
Príamo, que en las manos de los soldados no ha de estar ocio-
so el fuego. Y ustedes, hijas de los troyanos, para cumplir a
un tiempo ambos mensajes, cuando suenen las trompetas, en-
camínense a las naves de los griegos para alejarlas de aquí.
HÉCUBA:
¡Ay, desventurada de mí! Dejo mi país natal y a mi ciudad en-
tregada a las llamas. Así, pies cansados por la vejez, dénse
prisa a saludarla por última vez, aunque les cueste trabajo.
¡Oh dioses!... Pero, ¿qué dioses invoco? Antes, cuando los lla-
mé, no me oyeron. Precipitémonos, pues, en el fuego, pues
será para mí lo más honroso perecer en él.
CORO:
Tus males te hacen delirar. La gran ciudad, que ya no lo es,
ha perecido; ya no existe Troya.
HÉCUBA:
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