La Revolución Industrial Inglesa
La Revolución Industrial Inglesa
La Revolución Industrial Inglesa
Los transformaciones sociales y económicas que se desarrollaron desde mediados del siglo
XVIII hasta las primeras décadas del XIX en Inglaterra fueron de un impacto tan importante
para el resto de Europa como lo fueron las transformaciones políticas en Francia desde 1789
en la llamada Revolución Francesa.
Leyes de Cercamiento
Los cercamientos del siglo XVIII fueron un paso decisivo para lograr esa transformación:
configuraron un escenario en el que al tiempo que se delimitaba la propiedad privada en
términos físicos y legales, expulsaban a la potencial fuerza de trabajo imprescindible para
conformar nuevas relaciones de producción.
Entre los siglos XVII y XVIII una serie leyes (las enclousure acts o leyes de cercamiento)
establecieron la obligación de cerrar con cercos de piedra o madera las tierras comunales de
los distritos rurales, hasta entonces de libre acceso para la población campesina. Esto
eliminaba derechos tradicionales, que los campesinos consideraban derechos adquiridos e
incuestionables, de acceso a bosques y campos de pastoreo. Por otro lado las leyes
establecían un plazo dentro del cual debían cercarse obligatoriamente todas las tierras. Los
terratenientes y los yeomen disponían de recursos para cercar sus propiedades. Sin embargo
para la mayoría de los campesinos ingleses la construcción de cercos implicaba un costo
imposible de afrontar. Las eclousure acts establecían la pérdida de las tierras que sus
ocupantes no cercaran en los plazos legales, esto significó la expulsión de los campesinos más
pobres. Las tierras desocupadas pasaron, en muchos casos, a manos de los terratenientes
vecinos.
Campesinos expulsados
La población campesina expulsada constituía un peligro latente para el orden social. Por otro
lado era una fuente importante de mano de obra barata para los talleres manufactureros de los
centros urbanos donde muchos empresarios se quejaban de la falta de trabajadores, que en
algunos casos debían reemplazar con niños que alquilaban a los asilos para huérfanos. El
Parlamento intervino para generar nuevas condiciones en el desarrollo de los negocios. Como
complemento de las Leyes de Cercamiento se sancionaron las Leyes contra la Vagancia. Esta
durísima legislación castigaba a la población rural que no pudiera demostrar que trabajaba para
algún patrón. De este modo, la población campesina expulsada fue empujada hacia las
ciudades donde, a falta de otras posibilidades de subsistencia, se empleó en los talleres
manufactureros y en las primeras fábricas a cambio de un modesto salario. Este movimiento de
población aumentó al mismo tiempo el número de consumidores potenciales en las ciudades,
que demandaban cada vez más alimentos y materias primas.
El camino hacia la industrialización fue un proceso de largo plazo que implicó transformaciones
económicas y sociales profundas. Fue así que en Inglaterra se dispuso de capital, mano de
obra, materias primas y un mercado interno. El capital invertido en la actividad manufacturera
provenía de comerciantes y terratenientes dispuestos a transformar su dinero en inversión
productiva; la mano de obra abundante provenía del empobrecimiento de artesanos urbanos y
de la expulsión de los campesinos pobres de las zonas rurales; las materias primas venían del
crecimiento de la cría de ovejas paralelo al proceso de cercamientos y, más tarde, del comercio
de algodón que abastecía a la industria británica desde las zonas de producción en América,
Asia o África; el mercado interno crecía a la par del aumento de la población urbana.
Disponiendo de estas condiciones el proceso de industrialización pudo avanzar.
Sin embargo, el despegue de lo que se llama la Revolución Industrial requirió de una condición
fundamental: la demanda de los mercados coloniales. La creciente industria textil de las
ciudades como Londres o Mánchester debía competir en Europa con la producción de los
centros manufactureros de Francia, Bélgica u Holanda que, a un ritmo menos intenso pero
sostenido, comenzaban a recorrer el camino en el que Inglaterra fue pionera. Esto sucedió a
pesar de los intentos del Estado inglés de mantener la exclusividad en el uso de las
innovaciones tecnológicas. Esto determinó que la Corona británica se lanzara con toda decisión
al control de las rutas comerciales marítimas del mundo. La armada más poderosa se puso al
servicio de la apertura de nuevos mercados coloniales y del control de las fuentes de
abastecimiento de la materia prima fundamental de la producción fabril de la época: el algodón.
Fue entonces, frente a la demanda extraordinaria de los mercados coloniales, que la necesidad
de aumentar la productividad de la manufactura llevó a los empresarios a incorporar nueva
tecnología al proceso productivo. La incorporación de la tecnología del vapor en estas nuevas
circunstancias revolucionó la economía. Es a partir de entonces, desde la década de 1750 y
hasta las primeras décadas del siglo XIX, que es posible hablar de una verdadera Revolución
Industrial.
¿Qué es el capitalismo?
El capitalismo es un sistema socioeconómico basado en las relaciones de producción que se
establecen entre los trabajadores desposeídos de los medios para producir sus bienes de
subsistencia y los burgueses, que sí poseen los medios de producción. A los trabajadores, bajo
este sistema, se los conoce como proletarios u obreros y a los burgueses, como capitalistas.
Los trabajadores venden a los propietarios de los medios de producción su fuerza de trabajo,
que es lo único que tienen, a cambio de un salario. De este vínculo contractual, los capitalistas
obtienen su ganancia que, en este sistema, se denomina plusvalía.
<Imagen Fábrica textil británica en el siglo XIX (mostrando los telares mecánicos en
funcionamiento) >
A principios del siglo XIX era evidente que Gran Bretaña era no sólo una potencia política y
militar sino, además, la economía industrial más desarrollada. Los productos industriales
británicos, especialmente los textiles, llegaban a los puertos del mundo por rutas comerciales
custodiadas por la poderosa flota de su majestad. El Estado inglés intentó limitar el desarrollo
industrial en otros países que contaban ya con una cierta actividad manufacturera y que podían
significar una competencia poderosa. Fue así que se establecieron leyes que prohibían la
exportación de las máquinas que se utilizaban en la producción textil. Estas leyes equiparaban
la venta a otros países de esta tecnología con los peores actos de traición a la Corona y
establecían la pena de muerte a quienes se atrevieran a hacerlo. Inglaterra pretendía exportar
sus mercancías pero no la tecnología para producirlas. Sin embargo el proceso de
industrialización se desarrolló en otros países europeos que contaban hasta entonces con una
actividad manufacturera de menor escala pero de igual intensidad que la británica. Francia,
Bélgica, Holanda o el norte de Italia fueron también el escenario de un desarrollo fabril que a lo
largo del siglo XIX compitió con la industria británica, que de todos modos siguió siendo la más
importante hasta casi terminar el siglo. Los puertos de Nantes, Brujas o Ámsterdam fueron
también puntos de intensa actividad, como centros de importación y exportación hacia sus
propios mercados coloniales. La Revolución Francesa había generado desde 1789 mejores
condiciones para el comercio y la producción liberando a la burguesía del país de las trabas
que le imponía el sistema aristocrático feudal dominante hasta entonces. La libertad e igualdad
de la Revolución Francesa se desplegaron a la medida de las necesidades de una clase
capitalista que rompió el corset del Antiguo Régimen y construyó condiciones adecuadas para
el desarrollo capitalista. Los principios liberales de los revolucionarios franceses se extendieron
por Europa (incluso más allá del continente) e inspiraron transformaciones similares.
Algunos historiadores consideran que habría que hablar de dos revoluciones industriales: una
primera asociada a llos talleres textiles y una posterior asociada a la producción de materiales
ferroviarios. Otros sostienen que en realidad se trata de dos etapas del mismo proceso iniciado
en el siglo XVIII. Como quiera que sea nadie niega que si en los inicios de la revolución la
industria textil resultó determinante, durante el siglo XIX, cuando la prosperidad de esta
actividad comenzaba a mostrar signos de agotamiento, la industria del transporte asociada a
una innovación de la máquina de vapor, la locomotora, empujaría el tren de la economía
inglesa.
Aunque las primeras locomotoras se desarrollaron en la década de 1820, no sería hasta por lo
menos dos décadas después que los ferrocarriles se convertirían en la clave de la economía
inglesa. En la década de 1850 comenzó a trazarse el recorrido de la primera línea de
subterráneo, que fue finalmente inaugurada en Londres en 1863. Promediando el siglo XIX, la
planificación urbana asomaba en el horizonte.
El ferrocarril incrementó la demanda de carbón impulsando en consecuencia el crecimiento de
la industria minera. En segundo lugar, y más importante, aumentó enormemente la demanda
de hierro. Las fábricas metalúrgicas y centros mineros se transformaron en los núcleos
dinámicos de la industrialización. Al mismo tiempo, la acumulación de capital derivada de las
extraordinarias ganancias empresariales requirió pensar dónde sería reinvertido. Buscando
lugares donde realizar nuevas inversiones y al mismo tiempo dónde vender las crecientes
cantidades de material ferroviario la burguesía británica miró más allá de las fronteras del
imperio. Fue así que empresas británicas construyeron los tendidos ferroviarios en Äfrica,
América Latina y Asia. Los empresarios británicos realizaron rentables inversiones que al
mismo tiempo les permitían controlar los circuitos de transporte en zonas de producción de
materias primas.