Amado Nervo para Ninos
Amado Nervo para Ninos
Amado Nervo para Ninos
Amado Nervo
para niños
Producción:
Secretaría de Cultura
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obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
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Dirección General de Bibliotecas.
ISBN: 978-607-631-045-8
Los congelados 93
El final de un idilio 100
Sobre el escritor Amado Nervo 108
Identificación de imágenes 110
JOHANA MARICELA PARDO REYES, 11 AÑOS, HIDALGO
Presentación
Pudiendo ser rico preferí ser poeta, dijo alguna vez Amado Nervo,
el que siendo niño encontró en la naturaleza y en las historias que
le contaba su nana de origen indígena Juliana Topete y su abuela
Cecilia Núñez el gusto por las palabras y la pasión por lectura.
Amado Nervo nació el 27 de agosto de 1870 en Tepic Nayarit.
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ARIEL ROMÁN LOZANO RAMÍREZ, 10 AÑOS, COAHUILA DIANA PAMELA DEL VALLE REYES, 12 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO
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Guillermo Valencia, Leopoldo Lugones, Oscar Wilde y Rubén Da-
río, con quien establece una entrañable amistad. Ahí también en-
cuentra el amor con Ana Cecilia Daillez, a quien inmortalizó en el
poema La amada inmóvil.
Amado Nervo fue miembro de la Academia Mexicana de la
Lengua (1919) y ocupó cargos diplomáticos en España, Argentina
y Uruguay, donde muere en el año de 1919.
En el centenario luctuoso del deceso del escritor nayarita, la Se-
cretaría de Cultura publica el libro Versos y Prosa: Amado Nervo
para niños, resultado del Concurso de Lectura y Dibujo Infantil,
con el propósito de acercar a las nuevas generaciones a la literatura
universal, así como incentivar su creatividad e imaginación por
medio de la creación de obras gráficas. La convocatoria tuvo un
gran impacto en niñas y niños de 5 a 12 años de todo el país y, de 9
mil 214 dibujos, fueron seleccionados 132 que forman parte de
este libro conmemorativo.
Nos alegramos pues, que la poesía de Amado Nervo nos asom-
bre, nos permita dialogar con nosotros mismos y nos haga com-
prender, no sólo con la razón, sino también el sentimiento. Así, el
poeta nos dice:
Alégrate si eres pequeño; alégrate si eres grande; alégrate si tienes
salud; alégrate si la has perdido; alégrate si eres rico; si eres pobre,
alégrate; alégrate si te aman; si amas, alégrate; alégrate siempre,
siempre, siempre.
FATIMA SÁNCHEZ SÁNCHEZ, 11 AÑOS, ESTADO DE MÉXICO
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MARIANA ZOE JAIMES CICERO, 8 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO
Ya llegó abril
11
JEREMI RAFAEL CALCANEO CORNEJO, 9 AÑOS, CAMPECHE
12
VALENTINA PINEDA GAUME, 9 AÑOS, BAJA CALIFORNIA SUR ADAMARI DEL CARMEN PÉREZ LARA, 10 AÑOS, CAMPECHE
13
TANIA ROMO DELGADO, 8 AÑOS, ESTADO DE MÉXICO
JUAN PABLO SANDOVAL BAROJAS, 10 AÑOS, CAMPECHE
La campanita
MABEL BARRÓN
CHRISTIAN MUÑOZ,
SANTIAGO 8 AÑOS,
ZAMORA JESÚS, 7 AÑOS, ESTADO DE MÉXICO
DE HIDALGO
FRIDA SOPHIA LOZANO RUIZ, 7 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO
VALENTINA RAMÍREZ FLORES, 6 AÑOS, TLAXCALA
Amor filial
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ANDRÉS EDUARDO TALAMANTES MARRÓN, 11 AÑOS, BAJA CALIFORNIA SUR
DANNA PAOLA DÍAZ GARCÍA, 12 AÑOS, CHIAPAS
Niñito, ven...
19
AARÓN EVERARDO MARTÍN TABARES, 7 AÑOS, JALISCO
20
SANDRA VANESSA VALENCIA PERALTA, 12 AÑOS, PUEBLA NUBIA PRECIOSA MÉNDEZ GUERRA, 12 AÑOS, NAYARIT
21
YASODARA PERALTA RODRÍGUEZ, 11 AÑOS, OAXACA
BRANDON YAEL SOTO REYES, 7 AÑOS, OAXACA
Los pescadores
—Hermanos marineros,
qué duro es navegar,
¡y cuántos compañeros
dejamos en el mar!
RAYMUNDO NICOLÁS PÉREZ SERRANO, 10 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO
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RAÚL ENCALADA ÁLVAREZ, 5 AÑOS, VERACRUZ
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EMANUEL CEFERINO GARCÍA, 11 AÑOS, OAXACA REYNA ISABEL TELLO BONILLA, 12 AÑOS, JALISCO DANNA CARIÑO MEJÍA, 8 AÑOS, ESTADO DE MÉXICO
25
ALEJANDRO JOSÉ CASARES VERA, 10 AÑOS, YUCATÁN
CÉSAR ALEJANDRO LUNA APARICIO, 12 AÑOS, SONORA
El gran viaje
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MILLET MENDOZA GARCÍA, 10 AÑOS, MICHOACÁN
28
JANIA LILÍ LEÓN GONZÁLEZ, 11 AÑOS, JALISCO BRANDI ABYADÉ ZÚÑIGA MOSQUEDA, 11 AÑOS, GUANAJUATO
29
ISABELLA CASARES VERA, 5 AÑOS, YUCATÁN
La bella del bosque durmiente
AYESHA DAIANA VICTORIA OLVERA, 8 AÑOS, HIDALGO
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ADRIANA NICOLETTE ESCAJEDA REYES, 12 AÑOS, COAHUILA
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LEONARDO YAZID SAUCEDO CASTAÑEDA, 11 AÑOS, COAHUILA BRIGITH CRUZ MARTÍNEZ, 12 AÑOS, CAMPECHE
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ODISEO SAULO OSORIO GÓMEZ, 9 AÑOS, OAXACA
SEBASTIÁN VELÁZQUEZ CHACÓN, 9 AÑOS, TAMAULIPAS
Alégrate
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Si eres rico, alégrate, por toda la
fuerza que el Destino ha puesto en tus
manos, para que la derrames...
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NAHOMI CECILIA MORENO TAVIRA, 11 AÑOS, MORELOS
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XIMENA FIMBRES SUÁREZ, 12 AÑOS, SONORA
AZUL ELIZABETH GARCÍA PEÑA, COAHUILA
Dentro de ti está el secreto
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BRISSA ALEJANDRA SÁNCHEZ ROMERO, CHIHUAHUA
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KENDRA LORETTA DOMÍNGUEZ CRUZ, 9 AÑOS, CAMPECHE
DIEGO GONZÁLEZ PATIÑO, 6 AÑOS, CHIAPAS
ALAN YAEL VEGA ESQUIVEL, 12 AÑOS, AGUASCALIENTES
EL león que tenía dignidad
a un hombre, a un paquidermo o
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LUZ JIMENA SOLÍS RINCÓN, 12 AÑOS, GUANAJUATO
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MARCEL ABIZAID NÚÑEZ, 11 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO ZAID ABDIEL CASTILLO GARCÍA, 11 AÑOS, OAXACA
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KARLA ITZEL MORENO DE LA CRUZ, 11 AÑOS, HIDALGO
bres leones, que después, disecados, con las enormes fauces abier-
tas, serían ornato de su museo cinegético.
Una tarde, estando él, con algunos otros cazadores, en acecho
frente a una colina boscosa en la falda (donde había guaridas de
leones) y pelada en la cima, de pronto un espléndido ejemplar salió
de su refugio y ascendió hacia la pequeña eminencia. Apenas la
fiera había dado algunos pasos fuera de los árboles y matorrales,
cuando descubrió a los cazadores. Su olfato y su mirada avizora se
los mostraron en seguida.
Un sol... africano, naturalmente, iluminaba la escena.
El león pudo y “debió”, en cuatro saltos elásticos, vigorosos, po-
nerse a salvo de los magníficos fusiles de precisión, cuyos efectos
conocía, merced a la terrible experiencia acumulada por el genio de
la especie... Los cazadores esperaban esto, y apuntaban ya, tenien-
do en cuenta la movilidad de la bestia...
Pero entonces, con pasmo de todos, aconteció algo extraordina-
rio: el león, “que sabía que era visto” por tantos ojos de hombres,
¡tuvo vergüenza de huir! Un sentimiento estupendo de dignidad se
sobrepuso en él al pánico de la bala explosiva y certera, que no per-
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dona, y pausada, majestuosamente, ascendió por la colina, volvien-
do a cada paso la cabeza para mirar a sus enemigos...
No quería, no, que lo viesen correr... Aquellos instantes supre-
mos ponían en su corazón, sin duda, un temblor formidable; la
muerte, a cada instante, lo amagaba..., mas él seguía ascendiendo
lenta, muy lentamente.
Cuando llegó a la cúspide, empezó a descender, con la misma
lentitud, hasta que juzgó que “ya no lo veían”, y entonces, enco-
giendo todo el resorte de sus músculos poderosos, dio un salto, dos
saltos... y se perdió en los declives de la parte opuesta de loma.
¡Quizá con un sentimiento inmenso de liberación!
La dignidad estaba a salvo: ya podía escapar.
Los cazadores, conmovidos ante aquella actitud tan clara, tan
bella, tan poco humana, no habían disparado. ¡El león obtuvo gra-
cia de la vida, merced a la sugestión de su maravillosa dignidad!
SARA ABIGAIL HERNÁNDEZ, 11 AÑOS, SAN LUIS POTOSÍ
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MARÍA XIMENA GAMA DELGADO, 12 AÑOS, SONORA
La gota de agua que no quería
perder su "individualidad
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toso daño. Me penetran toda, me abrasan, me disgre-
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BERNARDO ESTEBAN MÉNDEZ GUERRA, 12 AÑOS, NAYARIT
51
VALERIA MONTAÑO FUENTES, 10 AÑOS, HIDALGO
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De la corrección que debemos observar en
nuestra actitud para con los fantasmas
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“Tiene más valor que el que le habla a un
muerto”, se decía.
Pero rarísima vez encontraban las muje-
res esta ocasión de desmayarse y los hom-
bres de huir. Los fantasmas venían poco a mez-
clarse a nuestra vida.
Las circunstancias, en los últimos años, han cam-
EZEQUIEL LAGUNA SÁNCHEZ, 12 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO
biado totalmente.
La humanidad —ciertas clases sociales, en especial— se
afina. Nuestros sentidos se aguzan. Hay ya resquicios entre la som-
bra, a través de los cuales adivinamos la cuarta dimensión...
La eventualidad de topar con un fantasma puede ocurrir a todo
el mundo. Conviene, por tanto, meditar nuestra actitud.
—Usted, Méndez —interrogó el profesor dirigiéndose a uno de
los alumnos—, ¿qué haría si viese un fantasma?
—¡Echar a correr, señor!
—Haría usted muy mal, Méndez. Cometería usted una imper-
donable falta de cortesía. ¿Pues qué (exclamó, animándose el profe-
sor), si un caballero, si un hombre cualquiera pretendiese hablar a
usted le volvería usted repentinamente la espalda?
—No, señor.
—Pues entonces ¿por qué adopta usted tal actitud con
el fantasma, Méndez?
—Un fantasma no es un hombre, señor profesor.
—Un fantasma es más que un hombre, señor Mén-
dez…
Pero continúo: cuando un fantasma se presenta, hay
que considerar desde luego esto: que ha hecho un indeci-
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NERI NAIM ORDOÑEZ HERRERA, 11 AÑOS, HIDALGO
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ANDREA COLORADO ACOSTA, 10 AÑOS, HIDALGO
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go o en plena aparición el espectro se disuelve o desvanece. En este
caso, señor Campomanes, ¿cuál debe ser nuestra actitud?
—Ninguna, señor profesor, puesto que el muerto se ha ido.
—El muerto no se ha ido, señor Campomanes: el muerto está
allí, ¿entiende usted? Está allí. Sólo que ya no le vemos porque
no pudo llevar adelante su esfuerzo de condensación de la ma-
teria. En este caso, debemos seguir dirigiéndonos al sitio desde
donde se nos mostró y ofrecerle nuestros servicios. Podemos decir-
le, por ejemplo:
—Si ya no le es a usted dable materializarse, caballero (repito
que son muy sensibles a las buenas palabras), recurra usted a mi
RODRIGO ALBERTO AGUSTÍN AQUINO, 11 AÑOS, HIDALGO
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TRISTÁN EFRÉN GARCÍA ÁVILA, DURANGO
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mano: vea usted: cojo un lápiz, papel... Dícteme usted... Mueva
usted mi diestra.
Si ni aun esto pudiere hacer el fantasma, ofrezcámosle nuestro
futuro sueño.
—Esta noche, digámosle, cuando mi alma se desate de las liga-
duras carnales, me pongo a la disposición de usted para que se sirva
insinuarme lo que guste. Estoy por completo a sus órdenes.
He aquí, Méndez, he aquí, Campomanes, la actitud de todo
hombre correcto, ante un fantasma: actitud por alto extremo meri-
toria.
El hecho de que la muerte nos vuelva invisible a un amigo, a un
hermano, a un prójimo, no nos faculta para ser bruscos, despecti-
vos o ligeros. ¿Pues qué, un ciego, porque no nos ve, deja de salu-
darnos en cuanto se da cuenta de nuestra presencia? Y nosotros,
amigos míos, Méndez, Campomanes, Cajiga... ¿qué somos sino
unos pobres ciegos ante el Misterio?
Los muertos no son los ausentes, sino los invisibles, creo que
dijo Víctor Hugo. Seamos, pues, corteses para con ellos. Los ciegos
generalmente son corteses. ¡Seamos siquiera como los ciegos!
Y basta de clase por ahora, concluyó el profesor levantándose.
Nuestra próxima conferencia versará sobre la manera de distin-
guir a los fantasmas serios de los otros... porque, amigos míos: Ca-
jiga, Campomanes, Méndez, hay fantasmas y fantasmas...
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SEBASTIÁN EMMANUEL SOLÍS MARTÍNEZ, 9 AÑOS, COAHUILA
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Fotografía espírita
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DANNA FERNANDA VILLAVICENCIO PÉREZ, 10 AÑOS, BAJA CALIFORNIA SUR
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entretenidos, y no alcanzaron a salir, pero se adivina que son ellos;
para eso sirven las intuiciones del cariño...
Paga usted un peso por cada retrato y se va tan contento a su
casa, que si al fin y al cabo no salió su madre ni salió su padre, salie-
ron otros y lo mismo da; ¡qué sabe usted si aquel anciano de pati-
llas fue algún tío suyo, y si aquella buena señora que apenas se al-
canzó a rizar el pelo, es su suegra, la suegra a quien tuvo usted la
dicha de no conocer!
PAÚL ERNESTO ALVARADO GALVÁN, 12 AÑOS, BAJA CALIFORNIA SUR
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La fotografía, por lo demás, es mala; las figuras se destacan de
un fondo oscuro con tonos amarillentos, pero hay que advertir que
esos tonos se deben a la luz de los nimbos que “usan” los espíritus.
Y hay que perdonar los otros defectos. ¿Qué, quería usted salir
bien, en fotografía bonita y con espíritus?
¡Vamos, no pida usted gollerías!
Mi hermanito en Allan Kardec no se preocupa mucho del arte;
no es ésa su misión. Artista sobrenatural, se limita a atrapar espíri-
tus. Hay que avisarles a éstos para que no los cojan en déshabillé.1
ROMINA ISABELLA QUEVEDO ANGULO, 10 AÑOS, SINALOA
1
Bata de dormir.
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MONSERRAT ROBLES RUBIO, 12 AÑOS, SINALOA
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SARAH MORALES LÓPEZ VERA, 12 AÑOS, SINALOA
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La novia de Corinto
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ENYA SURÉ KOLEFF ÁVILA, 11 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO
*
Pero alguien se había percatado, con infinito asombro, de su pre-
sencia en la habitación del huésped: este alguien era la nodriza de la
joven; nodriza que hacía seis meses había ido a enterrarla en el cer-
cano cementerio.
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Conmovida hasta los huesos, echó a correr en busca de los pa-
dres y les reveló que su hija había vuelto a la vida.
—¡Yo la he visto! —exclamó.
Los padres de la muerta no quisieron dar crédito a la nodriza;
mas para tranquilizar a la pobre vieja, la madre prometió acompa-
ñarla a fin de ver la aparición.
Sólo que aún no amanecía. El mancebo, a cuya puerta se asoma-
ron de puntillas, parecía dormir.
Interrogado al día siguiente, confesó que, en efecto, había recibi-
do la visita de una joven, y mostró el anillo que ella le había dado
en cambio del suyo.
Este anillo fue reconocido por los padres. Era el mismo que la
muerta se había llevado en su dedo glacial. Con él la habían ente-
rrado hacía seis meses.
ANDREA BAUTISTA CORTÉS, 10 AÑOS, OAXACA
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JESHUA MARTÍN ÁVALOS HERNÁNDEZ, 11 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO
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El cuerpo —dice la historia— fue trasladado como el de un
vampiro, y enterrado fuera de los muros de la ciudad, con toda
clase de ceremonias y sacrificios.
*
Esta narración es muy vieja y ha corrido de boca en boca entre gen-
tes de las cuales ya no queda ni el polvo.
La señora Croide la recogió, como una florecita de misterio, en
su libro The Night Side of Nature.
Confieso que a mí me deja un perfume de penetrante poesía en
el alma.
Vampirismo... ¡no! Suprimamos esta palabra fúnebremente agre-
siva, e inclinémonos ante el arcano, ante lo incomprensible de una
vida de doncella que no se sentía completa más allá de la tumba.
Pensemos con cierta íntima ternura en esa virgen que vino de las
riberas astrales a buscar a un hombre elegido y a cambiar con él el
anillo de bodas...
EMILIANO SÁNCHEZ, 12 AÑOS, GUANAJUATO
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ZAHIR DÍAZ CAMPOS, 11 AÑOS, CHIHUAHUA
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El ángel caído
Cuento de Navidad dedicado a mi
sobrina María de los Ángeles
Érase un ángel que, por retozar más de la cuenta sobre una nube
crepuscular teñida de violetas, perdió pie y cayó lastimosamente a
la Tierra.
Su mala suerte quiso que, en vez de dar sobre el fresco césped,
diese contra bronca piedra, de modo y manera que el cuitado se
estropeó un ala, el ala derecha, por más señas.
Allí quedó despatarrado, sangrando, y aunque daba voces de
socorro, como no es usual que en la Tierra se comprenda el idioma
de los ángeles, nadie acudía en su auxilio.
En esto acertó a pasar no lejos un niño que volvía de la escuela,
y aquí empezó la buena suerte del caído, porque como los niños sí
suelen comprender la lengua angélica (en el siglo XX mucho me-
nos, pero en fin), el chico allegóse al mísero, y sorprendi-
do primero y compadecido después, tendióle la mano y
le ayudó a levantarse.
Los ángeles no pesan, y la leve fuerza del niño
bastó y sobró para que aquél se pusiese en pie.
MAYA SUÁREZ MALDONADO, 6 AÑOS, ESTADO DE MÉXICO
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DERECK HAZIEL MONTES DE OCA SALINAS, 12 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO
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—¿Y yo he de ponerme eso tan feo...?
—Claro... ¡o no andas! Vamos a casa. Allí mamá te frotará con
árnica y te dará calzado.
—Pero si ya no me es posible andar... ¡cárgame!
—¿Podré contigo?
—¡Ya lo creo!
Y el niño alzó en vilo a su compañero, sentándolo en su hom-
bro, como lo hubiera hecho un diminuto San Cristóbal.
—¡Gracias! —suspiró el herido—; qué bien estoy así... ¿Verdad
que no peso?
—¡Es que yo tengo fuerzas! —respondió el niño con cierto or-
gullo y no queriendo confesar que su celeste fardo era más ligero
que uno de plumas.
YAMINA XIOMARA BRISEÑO MARTÍNEZ, 12 AÑOS, CAMPECHE
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En esto se acercaban al lugar, y os aseguro que no era menos pe-
regrino ahora que antes el espectáculo de un niño que llevaba en
brazos a un ángel, al revés de lo que nos muestran las estampas.
Cuando llegaron a la casa, sólo unos cuantos chicuelos curiosos
les seguían. Los hombres, muy ocupados en sus negocios, las muje-
res que comadreaban en las plazuelas y al borde de las fuentes, no
se habían percatado de que pasaban un niño y un ángel. Sólo un
poeta que divagaba por aquellos contornos, asombrado, clavó en
ellos los ojos y sonriendo beatamente los siguió durante buen espa-
cio de tiempo con la mirada... Después se alejó pensativo...
Grande fue la piedad de la madre del niño, cuando éste le mos-
tró a su alirroto compañero.
JOSÉ ROBERTO MORVA RODRÍGUEZ, 12 AÑOS, JALISCO
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—¡Pobrecillo! —exclamó la buena señora—; le dolerá mucho el
ala, ¿eh?
El ángel, al sentir que le hurgaban la herida, dejó oír un lamento
armonioso. Como nunca había conocido el dolor, era más sensible
a él que los mortales, forjados para la pena.
Pronto la caritativa dama le vendó el ala, a decir verdad, con
trabajo, porque era tan grande que no bastaban los trapos; y más
aliviado y lejos ya de las piedras del camino, el ángel pudo ponerse
en pie y enderezar su esbelta estatura.
Era maravilloso de belleza. Su piel translúcida parecía iluminada
por suave luz interior y sus ojos, de un hondo azul de incompara-
ble diafanidad, miraban de manera que cada mirada producía un
éxtasis.
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SANDRA CAROLINA SEPÚLVEDA VIDALES, 11 AÑOS, BAJA CALIFORNIA SUR
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La niña fue quien sugirió, al fin, la buena idea:
—Que le traigan —dijo— unas sandalias. Yo he visto a San Ra-
fael con ellas, en las estampas en que lo pintan de viaje, con el jo-
ven Tobías, y no parecen molestarle en lo más mínimo.
El ángel dijo que, en efecto, algunos de sus compañeros las usa-
ban para viajar por la Tierra; pero que eran de un material finísimo,
más rico que el oro, y estaban cuajadas de piedras preciosas. San
Crispín, el bueno de San Crispín, fabricábalas.
—Pues aquí —observó la niña— tendrás que contentarte con
unas menos lujosas, y déjate de santos si las encuentras.
CRISTIAN ROMERO PACHECO, 12 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO
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FÁTIMA MONSERRATH RAMÍREZ ORTEGA, 12 AÑOS, COLIMA
*
Por fin el ángel, calzado con sus sandalias y bastante restablecido de
su mal, pudo ir y venir por toda la casa.
Era adorable escena verle jugar con los niños. Parecía un gran
pájaro azul, con algo de mujer y mucho de paloma, y hasta en lo
zurdo de su andar había gracia y señorío.
Podía ya mover el ala enferma, y abría y cerraba las dos con mo-
vimientos suaves y con un gran rumor de seda, abanicando a sus
amigos.
Cantaba de un modo admirable, y refería a sus dos oyentes his-
torias más bellas que todas las inventadas por los hijos de los hom-
bres.
No se enfadaba jamás. Sonreía casi siempre, y de cuando en
cuando se ponía triste.
Y su faz, que era muy bella cuando sonreía, era incomparable-
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mente más bella cuando se ponía pensativa y melancólica, porque
adquiría una expresión nueva que jamás tuvieron los rostros de los
ángeles y que tuvo siempre la faz del Nazareno, a quien, según la
tradición, “nunca se le vio reír y sí se le vio muchas veces llorar”.
Esta expresión de tristeza augusta fue, quizá, lo único que se lle-
vó el ángel de su paso por la Tierra...
*
¿Cuántos días transcurrieron así? Los niños no hubieran podido
contarlos; la sociedad con los ángeles, la familiaridad con el Ensue-
ño, tienen el don de elevarnos a planos superiores, donde nos sus-
traemos a las leyes del tiempo.
El ángel, enteramente bueno ya, podía volar, y en sus juegos
maravillaba a los niños, lanzándose al espacio con una majestad
suprema; cortaba para ellos la fruta de los más altos árboles, y, a
veces, los cogía a los dos en sus brazos y volaba de esta suerte.
Tales vuelos, que constituían el deleite mayor para los chicos,
alarmaban profundamente a la madre.
—No vayáis a dejarlos caer por inadvertencia, señor Ángel —
gritábale la buena mujer—. Os confieso que no me gustan juegos
tan peligrosos...
Pero el ángel reía y reían los niños, y la madre acababa por reír
también, al ver la agilidad y la fuerza con que aquél los cogía en sus
brazos, y la dulzura infinita con que los depositaba sobre el césped
del jardín... ¡Se hubiera dicho que hacía su aprendizaje de Ángel
Custodio!
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—Sois muy fuerte, señor Ángel —decía la madre, llena de pas-
mo. Y el ángel, con cierta inocente suficiencia infantil, respondía:
—Tan fuerte, que podría zafar de su órbita a una estrella.
*
Una tarde, los niños encontraron al ángel sentado en un poyo de
piedra, cerca del muro del huerto, en actitud de tristeza más honda
que cuando estaba enfermo.
—¿Qué tienes? —le preguntaron al unísono.
—Tengo —respondió— que ya estoy bueno; que no hay ya
pretexto para que permanezca con vosotros... ¡que me llaman de
allá arriba, y que es fuerza que me vaya!
—¿Qué te vayas? ¡Eso nunca! —replicó la niña.
—¿Y qué he de hacer si me llaman?...
—Pues no ir...
—¡Imposible!
Hubo una larga pausa llena de angustia. Los niños y el ángel
lloraban.
De pronto, la chica, más fértil en expedientes, como mujer, dijo:
—Hay un medio de que no nos separemos...
—¿Cuál? —preguntó el ángel, ansioso.
—Que nos lleves contigo.
—¡Muy bien! —afirmó el niño palmoteando.
Y con divino aturdimiento, los tres pusiéronse a bailar como
unos locos. Pasados, empero, estos transportes, la niña quedóse
pensativa, y murmuró:
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BÁRBARA ELIZABETH CRUZ CASTRO, 11 AÑOS, COLIMA
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BÁRBARA HUERTA VARGAS, ZACATECAS
Las varitas de la virtud
A Federico Gamboa
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Moraban en esa casa, con mis padres y mis hermanos, mi abue-
lita materna, y una tía soltera, bella, apacible, retraída y mística,
que murió a poco, en flor, y a quien tendieron en la gran sala, en
un lecho blanco, nevado de azahares.
Esta mi tía, muy amada, soñó una noche que se le aparecía cier-
to caballero de fines del siglo XVIII. Llevaba media de seda blanca,
calzón y casaca bordados, espumosa corbata de encaje cayendo so-
bre la camisa de batista, y empolvada peluca.
Saludóla, con grave y gentil cortesía, y díjole que en un ángulo
del salón había enterrado un tesoro: un gran cofre de áureas pelu-
conas.
Mi tía, que soñaba poco en las cosas de este mundo, porque le
faltaba tiempo para soñar en las del cielo, despertóse preocupada,
sin embargo, de la vivacidad de su visión y la refirió a mis padres y
a mi abuela.
Esta última creía en los tesoros como toda la gente de su tiempo.
Había nacido en la época febril de las luchas por nuestra indepen-
dencia, en La Barca, donde su tío era Alcalde. Cuando el Padre Hi-
dalgo entró a la ciudad solemnemente, ella le contemplaba, según
nos contó muchas veces, “pegada a la capa de su tío el Alcalde”.
Más tarde, mucho más tarde, asistió a la jura del Emperador
Iturbide, y recordaba las luchas del pueblo por recoger las buenas
onzas de oro y de plata que para solemnizar el acontecimiento se le
arrojaban en grandes y cinceladas bandejas.
“In illo tempore”, los entierros eran cosa común y corriente.
Los españoles, perseguidos o no, reputaban como el mejor escon-
dite la tierra silenciosa, que sabe guardar todos los secretos... No
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pasaba año sin que se cuchicheara de ésta o de aquella familia de la
ciudad, que había encontrado un herrumbroso cofre repleto de
onzas.
Y se daban detalles peregrinos:
La tierra defiende celosamente, a lo que parece, el bien que se le
ha confiado.
Cuando la barreta empieza a removerla, si ha dado justo en el
sitio donde yace el oro o la plata, óyese un estruendo, como de pa-
ladines armados de todas armas, que libran descomunal batalla.
Chocan las filosas espadas contra las firmes corazas, óyense con-
fusas voces que ponen espanto en el ánimo...
Los buscadores vacilan, tiemblan, y si no tienen el corazón blin-
dado contra el pánico, recubren el hoyo y se alejan.
Si continúan, invariablemente, a cierta profundidad, topan con
un esqueleto. Cuando aparece el esqueleto, el tesoro está cerca. Ello
se explica.
Quien enterraba su oro, mataba casi siempre al excavador del
pozo, a fin de que no contara del escondite. Nuestros abuelos sólo
tenían fe en el silencio de los muertos...
KARIME MARTÍNEZ VENEGAS, 12 AÑOS, OAXACA
87
ANDREA BAUTISTA CORTÉS, 10 AÑOS, OAXACA
*
Existían dos procedimientos infalibles para hallar un tesoro. Y esto
también lo sabía mi abuela a maravilla: El primero, hablar al muerto.
Donde había un tesoro, había un alma en pena. Ello era ele-
mental.
No se ha sabido aún de fantasma ninguno que se resigne a dejar
ignorado un entierro.
En las noches enlunadas, rondan alrededor del sitio en que se
ennegrecen lentamente los viejos pesos de a ocho reales y las onzas
amarillentas con la efigie del rey Don Carlos IV.
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Hay que aprovechar tales apariciones y si uno tiene el alma en
su almario, dirigirse derechamente al fantasma y hacerle la consa-
bida pregunta:
—De parte de Dios te pido que me digas si eres de esta vida o de
la otra.
A lo que generalmente el interfecto (imaginamos que se trata del
espíritu del excavador asesinado) responde:
—Soy de la otra.
Esto basta para “romper el hielo”.
El muerto entra en palique con vosotros, y os explica bien dón-
de está el dinero y cómo habrá de procederse para sacarlo.
Después, cumplida su misión, desaparece...
Pero no se va, no lo creáis, se queda acechando en no sé qué
pliegue de la sombra, a fin de ver si dais por fin con el tesoro. Si
dais con él, se marcha resueltamente a la eternidad. Si no, perma-
ROMUALDO CRUZ GUILLERMO, 10 AÑOS, OAXACA
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nece allí, retenido por invisible grillete, hasta que el cofre sea desen-
terrado y a los restos humanos se dé cristiana sepultura.
*
El segundo procedimiento es el de las varitas mágicas; a él sugirió
mi abuela que se recurriese, en virtud de que el caballero de casa-
cón y peluca se limitó a una aparición en sueños...
Desgraciadamente, mi padre no creía en las varitas. Había naci-
do en la medianía del siglo diecinueve “o, por mejor decir, decimo-
nono” y entonces ya no se creía en las varitas.
Además, el caballero de marras había designado justamente un
sitio en que se asentaban los sillares de la pared madre de la casa.
Escarbar allí era exponerse a un derrumbamiento.
Mi abuela hizo, sin embargo, traer las varitas, a furto de mi pa-
dre, y, cosa estupenda, señalaron el mismo sitio designado por el
caballero de la peluca.
Cierto que señalaron también otros sitios; pero en aquél, coinci-
dieron con el fantasma...
Mi abuela estaba desolada.
¡Qué lástima que mi padre no creyera en las varitas mágicas de
madera de acebo con regatón de hierro, que se tallan en una rama
joven, en la noche del Viernes Santo!
*
¿Quién tuvo razón, mi abuela o mi padre?
Mi abuela tuvo razón: Las varitas mágicas dicen verdad. La cien-
cia, en esto, como en otras muchas cosas, ha venido a corroborar
90
las ingenuas ideas de nuestros antepasados y a probarnos una vez
más que el mito no es sino la envoltura luminosa, un poco fantásti-
ca, de la verdad.
Las varitas mágicas eran simplemente “varitas imantadas”, que
ahora están en pleno favor en Europa. Los ingenieros las usan para
descubrir manantiales, corrientes subterráneas, y, con especialidad,
“yacimientos de metal”...
Nunca marran2 estas varitas, cuando se sabe emplearlas. ¡Nunca
marran, abuelita mía, nunca marran!
KARLA ARACELY MEDINA ANTONIO, 10 AÑOS, OAXACA
2
Fallar.
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VANESSA YAMILET HERNÁNDEZ GARCÍA, 8 AÑOS, OAXACA SAULO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, 9 AÑOS, OAXACA
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Los congelados
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luego la resurrección, en vista de que el cuerpo humano se descom-
pone con más rapidez que la máquina de que hablamos, y una vez
descompuesto es imposible todo tanteo. Felizmente, los últimos
experimentos de Raoul Pictet, mi maestro muy querido, con el
cual trabajo ahora aquí mismo, abren posibilidades sin límites a
este respecto.
LOHANNEY JAEL VÁZQUEZ CORTÉS, 9 AÑOS, COAHUILA
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de conservar la bajísima temperatura de la pecera, se deja a ésta
paulatinamente licuarse; el agua, con suma lentitud, va deshelán-
dose; vuelven los peces a flotar en ella y de pronto empiezan a mo-
verse y a nadar como si tal cosa, agitando sus aletas con el elegante
ritmo habitual…”.
El joven sabio hizo una pausa, durante la cual buscaba en mi fi-
sonomía el efecto de sus palabras.
—Pues bien —prosiguió después de algunos segundos—; ¿qué
diría usted si yo le asegurase que, tras muchos ensayos (con ranas,
que soportan temperaturas de 28°; con escolopendras, que la so-
portan de 50°; con caracoles, que las sufren hasta de 120°), qué di-
ría usted si yo le asegurase haber logrado con mamíferos, con cua-
drumanos de gran talla… con el complicado cuerpo del hombre
por fin, lo que mi maestro Pictet obtuvo con los peces?
JEANNETTE SAYURI CURIEL LÓPEZ, 9 AÑOS, OAXACA
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BRAYAN ALBERTO ARREDONDO VALENZUELA, 9 AÑOS, COAHUILA
—¡Imposible!
—Se ha logrado, sí señor, y —añadió, acercándose a mi oído—
en un subterráneo especial al que puedo conducir a usted cuando
guste, yacen congelados en ataúdes diáfanos, que se hallan a tem-
peraturas terriblemente bajas, varios hombres, sí señor, varios hom-
bres que por su voluntad han querido dormir, dormir mucho tiem-
po, meses, años… para poner un paréntesis de hielo y de dulce y
sosegada inconsciencia entre su dolorosa vida de ayer y la vida de
mañana (que esperan superior a ésta), en una sociedad más sabia.
“Claro que han pagado muy caro tal paréntesis; pero como se
trata de ricos… Al cabo de cierto tiempo, el procedimiento se aba-
ratará, y entonces, hasta los más pobres podrán sustraerse cuanto
tiempo quieran a su calvario cotidiano. A la vejez y a la muerte.
“Entre estos congelados de ahora hay dos o tres que están allí
por pura curiosidad, porque imaginan que, cuando despierten, se
encontrarán en un mundo mejor… Para mí creo que se equivocan,
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pero, en fin, allá ellos; y uno de los dormidos, el más peregrino de
todos, ha pagado por veinte años de inconsciencia. ¿A que no sabe
usted para qué? Pues para dar tiempo de que crezca una niña que
ahora tiene dos años, y con la cual ha jurado casarse…”
—Debe ser un yanqui…
—Ha acertado usted. Es de Denver (Colorado). De tal manera
que les ha cristalizado a todos el frío, que si les tocásemos podría-
mos quebrarles en no sé cuántos pedazos, como a los peces de ma-
rras; arrancarles una mano o un pie como si fuesen muñecos de
azúcar candi…
“Llegado el momento en que, según convenio particular con
cada uno, hay que deshelarlos, se les aplica idéntico procedimiento
ISOLDA MARIANY PUGA ÁVILA, 11 AÑOS, NAYARIT
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JONATAN YMANOL GARCÍA ALBALDAÑO, 12 AÑOS, COAHUILA
al de los peces, y
una vez que el
agua ya licuada
adquiere la tempe-
ratura convenien-
te, cátalos dispuestos a vivir tonificados, alegres, como si
saliesen de un baño… Debo advertir a usted, sin embar-
go, que los hombres no se mueven así como así, nada
más porque se les licue y caliente el agua; hay que hacer-
les en seguida la respiración artificial, como a los faquires
que desentierran en la India al cabo de algunos días de ca-
talepsia provocada. Pero merced a las tracciones rítmicas de
la lengua, a los movimientos del pecho, de los brazos y demás, al-
gunos minutos después de licuarse el agua, ya andan nuestros suje-
tos por allí, vistiéndose, para asomarse de nuevo a la vida, de la que
quisieron escapar por determinado tiempo.
“¿Quiere usted ver las urnas con sus respectivos congelados?
Pues con venir mañana temprano a mi laboratorio, yo se los mos-
traré, a través de un cristal, naturalmente, porque el sitio en que se
hallan mantiénese a una temperatura tal, que se congelaría usted a
su vez en dos minutos…”.
¿Qué misterio solapadamente agresivo había en la sonrisa del
doctor al decir esto? No lo sé; pero es lo cierto que, aunque le pro-
metí volver al día siguiente, no me atreví a acudir a la cita… Qui-
zás temí una superchería, una soflama; quizá algo peor: que me
metiese a mí en una “pecera” de aquellas, y me mantuviese allí
congelado durante algunos años… Estos experimentadores son te-
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rribles… ¡Yo tengo mujer, joven y bonita, de la cual aún no me
desilusiono del todo; hijos, dinero, buen estómago… No me va
mal en este mundo, y pienso dejar para los penosos días futuros el
procedimiento de la congelación!
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ÁNGELA IRIS RAMÍREZ SALVADOR, 11 AÑOS, CIUDAD DE MÉXICO
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El final de un idilio
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Han de saber ustedes que el otro colegio, designado así por to-
dos nosotros, era un internado de niñas, frontero a nuestro plantel,
fundado por el propio fundador de éste, y al cual íbamos frecuen-
temente los muchachos, ya en demanda de los auxilios de sor Pas-
cuala, enfermera habilísima, cuando estábamos ligeramente enfer-
mos, ya invitados para asistir a alguna representación teatral,
organizada para festejar a las superioras, ya a fin de presenciar los
exámenes y la distribución de premios.
La frecuencia con que unos y otras nos veíamos había enredado
tales y cuales idilios fugitivos e ingenuos, alimentados por carticas
pésimamente ortografiadas, que se cambiaban con zozobras indeci-
bles en la primera oportunidad, y cuyo inocente poema de anhelos
en flor, indefinidos e imprecisos, era para muchos el solaz de lentas
horas de tedio, distribuidas entre el aula, el recreo y las prácticas
religiosas, en aquellos dos colegios, plantados como dos enormes
colmenares en medio de una quieta y florida aldea de la provincia
mexicana.
BRENDA CECILIA VÁZQUEZ PÉREZ, 12 AÑOS, TLAXCALA
102
Yo no había querido ser menos que los demás. Pues que ellos
tenían novia y con ella se carteaban a maravilla, ¿por qué había de
resignarme a seguir poniendo pedacitos de suela vieja en los platos
de mis compañeros y a picarles los carrillos cuando hacían buches
de agua, condenándome así a no probar más el dulce en toda la
vida y a escribir dictados durante toda la eternidad? Y resuelto a
variar el curso de mi existencia, garrapateé una carta para Concha,
una colegiala más rubia que las mañanitas de mayo, y en cuyos ojos
verdes había ya todo lo insondable del mar. ¿Qué le dije? No lo re-
cuerdo, algo como un gorjeo de pajarillo travieso que empieza a
tender el ala al sol, traducido con la peor letra del mundo en la hoja
no muy pulcra de un cuaderno de escritura, hecha luego veinte mil
dobleces. Aproveché la primer coyuntura para hacer llegar a sus
manos la misiva, y la muchacha me premió a poco, en la capilla del
pueblo, donde oíamos internos e internas la misa de precepto, con
una mirada entre medrosa y sonriente, la mirada de una rapaza de
diez años, que interroga a un hombrecillo de doce acerca de todo
lo que hay de lejano, inmenso y vago en la atracción de los sexos...
Satisfecho de mi hazaña, aguardé la respuesta y, a decir verdad,
pocos días bastaron para amortiguar mis impresiones. En aquel
tiempo me interesaba más un nido de calandria que el nido de una
boca en flor, y la única manzana prohibida que me seducía era la
jugosa y enorme que rojeaba en la huerta, fuera del alcance de mis
manos. Faltaban algunos años para que la elegida de un momento
y yo nos buscásemos en los ojos de la quimera, y muchos éxtasis
para componer los primeros versos de amor.
103
II
3
La suerte está echada.
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RODRIGO ALBERTO AGUSTÍN AQUINO, 11 AÑOS, OAXACA
Silencio mortal.
—¡Conque usted, señor Suárez, se permite dirigir a la señora
cartas de amor!
Nuevo silencio.
—Debo advertirle, en primer lugar, que querer se escribe con qu
y no cerer como usted ha puesto, y que no se anhela con hache an-
tes de la a sino después de la ene; y, en segundo lugar, que, puesto
que ustedes se quieren (con ce), he resuelto casarlos (con ce tam-
bién), ¿estamos?, y que los casaré hoy mismo.
¡Así, pues, la catástrofe era más espantosa aún de lo que yo me
había imaginado! Concha, que desde las primeras palabras del su-
perior hacía pucheros y ajaba nerviosamente el delantal, se echó a
llorar a toda orquesta, y yo no tardé en imitarla.
¡Casarme! ¡Casarnos! ¿Y qué iba a decir mi madre cuando lo su-
piera? ¡Casarme! Toda la lógica elemental de mi vida se me venía
abajo, y a la apurada muchacha debía de pasarle otro tanto, por-
que, entre hipo e hipo y lágrima y lágrima, se atrevió por fin a ex-
clamar:
—¡No, padre; no, padre; ya no lo vuelvo a hacer!
Y yo a coro:
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DULCE MELINA SEPÚLVEDA MARTÍNEZ, 10 AÑOS, COAHUILA
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Sor Inés volvió a poco trayendo el terrible instrumento de expia-
ción: una enorme palmeta taladrada por cien pequeños agujeros,
que eran como otras tantas ventosas supliciatorias.
Luego, dirigiéndose imperativamente a “mi novia”, que seguía
llorando en silencio:
—Extienda usted la mano; a usted primero.
La niña iba a hacer lo que le ordenaba; pero yo me adelanté: el
Quijote que dormitaba en mi sangre, el viejo y resplandeciente
Quijote de la raza habíase alzado, poderoso, en su Rocinante blan-
co, con su pica desfacedora de entuertos y su santo grito de galan-
tería en los labios.
—Padre —dije con voz suplicante, pero firme—, ¡deme usted a
mí los doce!
El superior me miró algunos segundos, y yo, desafiando brava-
mente su mirada, repetí:
—Deme usted a mí los doce.
—No me opongo —replicó con voz glacial—; extienda la
mano...
En el silencio de la pieza resonaban secamente los palmetazos; la
niña no lloraba ya: me miraba, me miraba con sus inmensos ojos
verdes, en que había todo lo insondable del océano, y su mirada era
un premio superior a mi castigo.
Cuando salí a la plazuela, seguido del prefecto, en la rama ondu-
lante de un arbolillo dos pájaros se besaban ante la dulce alegría de
la mañana, y yo, indicándoselos a mi acompañante con mi diestra
atormentada, murmuré con despecho:
—¡Cómo a ésos no les pegan!
107
Sobre el escritor Amado Nervo
108
Vestido de casimir,
y con zapatos de lona,
mañana voy a partir,
al Colegio de Jacona.
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Identificación de imágenes
Tapia Barreto, Alba Geraldine (12 años), Estado de México, pág. 112
Tello Bonilla, Reyna Isabel (12 años), Jalisco, pág. 27
Valencia Peralta, Sandra Vanessa (12 años), Puebla, pág. 23
Vázquez Cortés, Lohanney Jael (9 años), Coahuila, pág. 96
Vázquez Pérez, Brenda Cecilia (12 años), Tlaxcala, pág. 104
Vega Castillo, Alejandro (11 años), Aguascalientes, pág. 52
Vega Esquivel, Alan Yael (12 años), Aguascalientes, pág. 45
Velázquez Chacón, Sebastián (9 años), Tamaulipas, pág. 37
Victoria Olvera, Ayesha Daiana (8 años), Hidalgo, págs. 33, 34
Villavicencio Pérez, Danna Fernanda (10 años), Baja California Sur, pág. 64
Zamora de Jesús, Christian Santiago (7 años), Estado de México, pág. 17
Zúñiga Mosqueda, Brandi Abyadé (11 años), Guanajuato, pág. 31
SECRETARÍA DE CULTURA