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José Nun y Las Ciencias Sociales-Articulo Danani (2019)

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Versión publicada – Citar como: Danani, Claudia (2019).

La refundación del concepto de marginalidad en


la obra de José Nun. En: Heredia, M., Pereyra, S. y Svampa, M.: José Nun y las ciencias sociales.
Aportes que perduran. Buenos Aires. Biblos

LA REFUNDACIÓN DEL CONCEPTO DE MARGINALIDAD EN LA OBRA

DE JOSÉ NUN 1

En este texto no presento a Nun (no podría); tampoco lo explico (no sabría). Sólo

pretendo ordenar algunos de los descubrimientos, de las muchas dudas y de las

innumerables discusiones que me provocaron sus lecturas; en ese ida y vuelta

irrumpirán de contrabando discusiones presentes, quizás por inacabadas. En todo caso,

esa es su productividad.

Igual que con el tiempo en una exposición, el espacio para la escritura siempre parece

escaso; sin embargo, es difícil evitar la sensación inicial de vacío. Para agregar presión,

en la convocatoria se afirma que “pocas categorías resultaron tan fértiles en el campo de

las ciencias sociales latinoamericanas como la de marginalidad”. Todo eso obliga a

tomar no una, sino varias decisiones, que organizarán el texto

Primera decisión: ¿cuáles son los criterios de selección? ¿Cuál es el mejor itinerario

para tornar productivos aquellos debates? La decisión será arbitraria, y con toda

seguridad quedará una deuda de desarrollo, pero al menos espero poder compartir el

interés con aquellos y aquellas a quienes posteriormente llegue el texto. Para empezar,

me concentraré en la importancia de la relectura hecha por el propio Nun en 1999 en

torno de la categoría de marginalidad (y de su uso). A continuación, intentaré atender

algunas de las conexiones con otros conceptos que el propio autor trabajó

1
Agradezco a Estela Grassi y Verónica Maceira la generosa disposición a realizar
comentarios y recomendaciones a este texto. La lucidez se da por descontada, ya que
fue la razón de mi pedido, y lectoras y lectores nunca sabrán cuánto contribuyeron con
mejores ideas, mejor formuladas. Lo que resta es de mi única responsabilidad..
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la obra de José Nun. En: Heredia, M., Pereyra, S. y Svampa, M.: José Nun y las ciencias sociales.
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(especialmente, el de régimen social de acumulación), que a mi juicio amplifican la

trascendencia de la categoría de “masa marginal”. Y, finalmente, subrayaré la relevancia

de estos aportes para un campo particular –el de la política social-, tanto porque su

surgimiento es contemporáneo con estos desarrollos, como por estar entrañablemente

cruzado por las complejidades y contradicciones a las que me referiré, a la vez que estar

aun débilmente integrado a los análisis.

Segunda decisión: ¿por qué apoyarse en el texto de 1999? Porque a 30 años de la

elaboración de la tesis de la masa marginal (“sus” 30 años, no los de la teoría de la

Modernización 2) en él Nun retomó aquellos debates y revisó sus bases para devolverlos

con una potencia multiplicada, aunque pueda parecer exagerado. De ese modo,

complejizó y enriqueció la comprensión de las sociedades que observaba y dejó

plantados mandatos para su estudio, cuando hizo estallar la politicidad de las

condiciones sociales de vida. Y con ella estallaron también sus contradicciones, incluso

a contramano de algunas interpretaciones que, haciendo exactamente lo contrario, lo

invocaban. Así, machacó sobre la riqueza de las relaciones y procesos sociales y

exhortó a vigilar las tentaciones deterministas, algo que demasiado a menudo

seguidores, lectores y adversarios subestimaron/subestimamos.

2
Para no provocar confusiones, recuerdo a la lectora y lector que el texto al que me
refiero es el que lleva por título “El futuro del empleo y la tesis de la masa marginal”,
que Nun presentó en el Congreso Mundial de Sociología de Montreal en 1998 y que
entre nosotros y nosotras publicó en la Revista Desarrollo Económico Nº152. En efecto,
ese trabajo fue elaborado a casi 30 años de la publicación de su primer texto sobre la
tesis de la masa marginal, que fuera la base de la polémica con Cardoso; sin embargo,
no consigna ese hecho en el título, sino en uno de los acápites. En cambio, la referencia
a “los 30 años” forma parte del título de un trabajo de similar recorrido (Congreso
Mundial-publicación), pero referido a la Teoría de la Modernización, con especial
referencia a la sociología latinoamericana.
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Nun hizo todo eso en una discusión consigo mismo y leyendo críticamente su planteo

original; pero también se nutrió de otros marcos y otros diálogos de los que participaba.

Así, ese texto integra lo mejor de todas las tradiciones presentes en su obra. En esos

cruces pretendo internarme en lo que sigue.

Los legados de la tesis de la masa marginal (I): situar “la estructura” (y hacerla

“andar”)

No es original decir que la contribución de la tesis de la masa marginal de Nun se

desplegó en dos momentos. El primero es el de sus orígenes y no hay duda sobre él: el

aporte fue inmenso, sea que se lo mire en términos del desarrollo de la teoría social o de

la investigación empírica; o de la combinación entre ambas, en lo que fue el debate de

época con F.H. Cardoso. El segundo momento fue el de su revisión, treinta años

después, cuando al reconstruir aquel inicio señaló que había estado imbuido de una

concepción que entonces llamó un “economicismo productivista” (1999: pp. 995), que

podría traducirse como una concepción para la cual los procesos que analizaba eran

vistos como resultado de relaciones técnicas, de proporciones entre mano de obra,

medios de empleo y/o medios de subsistencia que eran directa derivación del modo de

producción y del estadio que este atravesaba. Relaciones cambiantes y dinámicas, sí,

pero con una “lógica propia” (la lógica económica), que funcionaría (¡que existiría!) sin

la mediación del estado. No es que la política (y lo político) estuviera absolutamente

ausente en la producción de aquella primera etapa, decía, pero las referencias no eran

suficientes para inspirar una reconceptualización, ni para para pretender que estaba

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expresándosela 3. Por el contrario, más bien seguían una línea de subordinación y

“secundariedad”, toda vez que política (e ideología) eran vistas como “instancias” en las

que se observaban los “efectos” de las “transformaciones en la estructura productiva

dominante” (1999: 26; 1971: 22).

A la inversa (en sentido fuerte), en 1999 Nun “cierra” el apartado sobre el caso

latinoamericano diciendo que “…como no podía ser de otro modo, el gran tema siguen

siendo la política y las relaciones de poder” (p 1001). Decía eso cuando estaba

terminando la década de la naturalización de la vida social (que así fue por excelencia

la década de la erradicación de la política). Creo que eso es un pensamiento radical, sin

más, que formuló una doble confrontación: con el neoliberalismo de entonces, y con las

variadas tradiciones marxistas y de izquierda, de distintas épocas, apenas unidas por la

invocación de las “sobredeterminaciones”.

¿Por qué asignar tanta importancia a esa “conclusión”, al punto de considerarla casi un

manifiesto? Creo que refundó la fertilidad del concepto de marginalidad, en el sentido

de que volvió a producirlo, ahora en clave política. Y al hacerlo, advirtió sobre el riesgo

de automatizar los procesos de marginalización; de naturalizar la marginalidad y de

condenar con el manto del destino a “los marginales”. Para decirlo con toda la claridad

posible: sabíamos que para entender los procesos de producción de marginalidad social

era necesario mirar la estructura social y los procesos de acumulación, pero los

esfuerzos se volcaron más a su relevamiento que a su comprensión. Eso permitió

3
Una ilustración primaria: a lo largo de las 43 páginas en las que se extiende la versión
físicamente más difundida del texto original de 1969 (Documento del CELADE, en
1971) , el término lo político-política (en el sentido de práctica y dimensión de la vida
social) está consignado en apenas cinco oportunidades; y otro tanto lo ideológico-
ideología.
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(permite aún hoy) ricas descripciones, pero no siempre han sido desentrañados los

contrapuntos con los atributos de esa estructura y de esos procesos, por lo que no dimos

contenido empírico a la premisa de que distintos modelos de acumulación marginalizan

(producen marginalidades) diferentes. O, dicho de otro modo, distintos regímenes de

acumulación, distintas estructuraciones, en distintos niveles de desarrollo (dicho esto en

términos procesuales, no jerárquicos) producen “sus” poblaciones excedentarias en

términos sistémicos, pues nunca se trata de un exceso de fuerza de trabajo disponible en

sí mismo, sino de un exceso respecto de las condiciones vigentes. Sabíamos y sabemos

que no hay grupo, capa, ni sector que “sea” marginal ni que “caiga en la marginalidad”;

pese a lo cual muchas veces incurrimos en ese desplazamiento que cosifica las

relaciones y que esencializa a los grupos sociales 4.

Ahora, bien: es obvio –al punto que da pudor escribirlo- que esas condiciones no son ni

naturales, ni eternas ni intocables, ni parcial, ni globalmente. Y tampoco lo son sus

significados ni sus consecuencias para la vida en común. Dos notas refuerzan y me

reafirman en esta lectura y en este diálogo: la primera es que la sub-utilización de

4
Ese desplazamiento no es una curiosidad o una excepción en relación con la tesis de la
masa marginal. Obsérvese que durante aquellos mismos años del texto de Nun en el que
nos hemos detenido (la década de 1990), y en nuestro país con un aporte fundamental de
Murmis y Feldman (1993), se instaló con fuerza el concepto de heterogeneidad de la
pobreza, como referencia mucho más que descriptiva a las transformaciones de la
estructura social, y en especial, claro, a la pobreza. El concepto recogió un debate –aún
no concluido- con las producciones más estructuralistas dominantes en las décadas
anteriores, que postulaban una tendencia a la homogeneización de la estructura de clases
(fundada en una profundización de la distinción entre propietarios y no propietarios) y
que en esa operación a su vez homogeneizaban el análisis. Ahora bien: aunque el
concepto fue formulado por los autores en el marco de preguntas y análisis
estructurales, su destino fue alcanzar difusión como atributo de grupos y sujetos… con
ello, lo que empezó siendo la potente formulación de una “heterogeneidad de la
pobreza”, pasó a convertirse en (inagotables, claro) investigaciones sobre “los pobres
heterogéneos”, lo que creo que estaba muy alejado de las claves teóricas y
metodológicas originales (Danani, 1999).
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capacidades humanas es un atributo de la organización social, y no puede menos que

asombrar (y asustar) la naturalidad con la que aceptamos que “así son las cosas”, sea

porque naturalizamos las reglas mismas, sea porque a través de distintos procesos de

racionalización depositamos la explicación en los sujetos. Está de más (¿está de más?)

pensar en la extensión de la jornada, arena histórica privilegiada para forjar la magnitud

de la fuerza de trabajo necesaria, disponible y utilizable; la magnitud cambiaría

radicalmente si la extensión de la jornada cambiara su extensión, en cualquiera de las

direcciones posibles, y ello advierte sobre las consecuencias en términos de

distribución. Sigamos: ¿está de más volver sobre el sinnúmero de necesidades para la

vida que quedan sin satisfacer porque “no hay mercado” para ellas? Nun fue incluso

más allá, y en esta revisión cometió sacrilegio al afirmar que “…los aumentos de

productividad no generan necesariamente desocupación” (1999: p. 996) [ni población

excedente, agrego y aclaro], pues ello depende de las relaciones y condiciones

institucionales y de la demanda global y, una vez más, del patrón distributivo. Este es el

efecto disruptivo de la politización de la marginalidad: revela su naturaleza, la rescata

del estatus de lo inevitable e irreversible y la torna pensable y discutible.

La segunda nota sale al cruce a esto último, y es el hecho de que suponer que la

excedencia respecto de esas condiciones –claramente modificables- convierte en

sobrante a la población… eso es, precisamente, una construcción enteramente política,

que hace a una civilización fundada en el supuesto de que –sea para la producción o

para el bienestar de la vida- el mercado es el tribunal en el que se rinde el examen de

ciudadanía, de pertenencia a una comunidad. Muchos años antes decía Lechner: “Es

cierto que no existe vida social sin reproducción material, pero qué vida vale la pena ser

vivida es una definición cultural” (1984: p.39). Es un hecho de política y de cultura,

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preciso ahora, para decir que es tarea de quien observa –nuestra tarea- decodificar las

claves en cada caso.

Decido agregar una tercera nota. Refiriéndose a la masa marginal, dice Nun que “…los

desocupados son su componente más dramático y visible pero de ninguna manera el

único”. Refuerzo su advertencia diciendo que a menudo es una visibilidad engañosa

(incluso en la más formal y respetada, la visibilidad estadística), pues puede oscurecer

lo que en cambio trae a la luz la lectura de los procesos de marginalización en clave

política: que los fundamentos y productividades de esos procesos no están en el trabajo

que falta… sino en el trabajo que es, en el trabajo que existe; y, más aún, en el trabajo

que producen: no-protegido, inestable, negado al dominio del trabajador, que se

convierte en un puro “depositario” del mismo (”los niega como hombres”, culmina el

texto de 1969 (1971: p. 43). Por cierto, puedo decir esto a veinte años del texto en el que

me detuve; es decir, a veinte años de aquellos iniciáticos treinta. Pero, hecha la

autocrítica, no es momento de desperdiciar oportunidades para sacar provecho del

legado. 5

Los legados de la tesis de la masa marginal (II): instituciones y estructura social (el

régimen social de acumulación)

5
También soy conciente de que podría entenderse –¿o constituir?- un caso del hiper-
funcionalismo de izquierda que Nun critica (1999: p.991). A mi favor, subrayo que mi
especulación sigue ubicándose en el plano de la lucha política; en este caso, la lucha
alrededor y a propósito del trabajo (nada menos), en la que unos pugnan por instalarlo
como asunto público y por la realización de la vida y otros, como obligación y
responsabilidad de los particulares. Tan política como lo son las estrategias de a-
funcionalización o de re-funcionalización de la masa marginal, que abrevan de la muy
política afirmación de que el mercado es la institución modélica para el funcionamiento
social.
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Habiendo transcurrido ya una década y media desde aquellos primeros escritos sobre la

marginalidad y la tesis de la masa marginal, Nun (1987) trajo al debate argentino el

concepto de estructuras sociales de acumulación que Gordon, Edwards y Reich (1986)

habían elaborado en el marco de estudios sobre el capitalismo y la clase obrera

norteamericanos. Y, por su parte, incorporó el concepto de “régimen social de

acumulación” (RSA), al que concibió como el “conjunto complejo de instituciones y

prácticas”, de configuraciones cambiantes, que en un determinado momento inciden en

la acumulación de capital, proceso que nunca ocurre en el vacío ni en el caos. El

destacado me corresponde, y al referirme al complejo institucional, pretendo reforzar la

idea de que todo proceso de acumulación está contenido, mediado y co-produce esas

instituciones y prácticas. Siempre hay un RSA, aunque los habrá diferentes. A la par,

por entonces Nun formulaba el concepto de régimen político de gobierno.

Así, en el análisis se reunían política, ideología, instituciones y producción material.

Pero, mucho más importante que eso, la acumulación era concebida como un problema,

como una pregunta que debía (debe) ser respondida, no como una solución o una

respuesta anticipada. Pronto volveré sobre este punto central.

Fueron curiosos los destinos del concepto de RSA y el de la categoría de marginalidad,

que debieron haber convivido y en conjunto haber proyectado luz sobre la unidad

compleja de economía-política-condiciones de vida, pero que en la producción

realmente existente lo hicieron muy por debajo de lo que era esperable y deseable. Nun

batalló obstinadamente por su fusión; en el prólogo al emprendimiento promovido por

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la Secretaría de Cultura 6 en ocasión del Bicentenario, hizo un planteo audaz, cuyas

sucesivas relecturas resultan desconcertantes. Dice:

“(…) la visión de Marx lleva al esencialismo cuando se la remite sin más a la


supuesta autonomía de la economía (…): en efecto, si la economía estuviera
gobernada por una lógica propia y, por lo tanto, generalizable, las clases sociales
podrían definirse primero a este nivel para atribuirles después propensiones
políticas o ideológicas más o menos universalizables. Pero el primer momento
para la categorización de las clases no debe buscarse en la economía sino en
el RSA, esto es, en una formación institucional compleja, producto de una
historia particular, que da saliencia a determinados actores y prácticas (…).
De ahí que las narraciones economicistas privilegien las grandes historias
continuas de las clases sociales allí donde una lectura en términos de RSA
lleva a poner el acento en las discontinuidades…” (2007: pp. 12-13. Todas
las cursivas son mías).

Primera aclaración: ¿no resulta desconcertante, acaso, que este desafío a las tradiciones

del marxismo más difundido no haya sido contestado (reflexionado) en proporción al

reto que representa?

Segunda aclaración: el hecho de que los términos del par tesis de la masa marginal-

régimen social de acumulación corrieran por circuitos separados me parece curioso

porque por entonces se constituía la política social como campo de estudio, lo que debió

haber estimulado más iniciativas en la dirección de los contrapuntos entre ellos. En

algún sentido, se asistía a un proceso doble, en el que por un lado se visibilizaba el

deterioro de las condiciones de vida para amplios sectores (en algunos casos, por

colapso; en otros, por descomposición de los vectores de relativa integración social que

habían caracterizado a la sociedad argentina) y simultáneamente se desplegaba cierta

reflexividad respecto de aquel proceso, que se materializaba en la producción de análisis

y de información y hasta en fuertes oleadas de teorización sobre la intervención social.

6
Y dirigida por Susana Torrado (2007)
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A comienzos de los ´70s se habían iniciado tanto el deterioro como los procesos de

reflexión/reflexividad (la formulación de la tesis de la masa marginal marcó un hito al

respecto) y hacia los `80s habían madurado, cuando las intervenciones sociales se

institucionalizaron “en la realidad” (si se me permite el exabrupto) y en el

reconocimiento; es decir, cuando se multiplicaban las políticas e instituciones que se

denominaba “políticas sociales” y esa denominación comenzaba a tener un referente, un

significado para el conjunto de la sociedad.

Era el momento en el que la pobreza ocupaba el centro de la escena y arreciaba la

crítica, la (tempranamente neo) liberal y la socialista contra las políticas estatales, que

eran las críticas al Estado de Bienestar. Esto hizo que las coordenadas fueran arrastradas

por un ideario que fundaba y se fundaba en el horizonte de la sociedad de mercado. Con

esto quiero decir que la maternidad y la paternidad de ese nacimiento del campo

estuvieron hegemonizadas por los modos neoliberales de concebir la vida en común.

Una tragedia para la sociedad (desde ya) y también para las ciencias sociales, según

entiendo.

Si, como creo, en la formulación de ambos conceptos hubo esa primera conexión en las

razones del autor, sin embargo puede decirse que lo que le fue devuelto fueron graves

errores, muy repartidos ellos, y que sin mezquindades deberíamos conjugar en primera

persona del singular y del plural. Porque la reflexión y el uso de “marginalidad” y

“RSA” corrieron por carriles diferentes, fueron ganados por el disciplinarismo (la

marginalidad, por sociólogos y parcialmente antropólogos; el RSA por especialistas en

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políticas públicas; el régimen político del gobierno por la Ciencia Política), o por la

pereza intelectual o la moda 7.

Esa distancia significó un doble desaprovechamiento, porque tendió a perderse una de

las características más exigentes de toda la obra de Nun: su acento en las

incompatibilidades, en las tensiones, en las contradicciones. Contra un tipo de

pensamiento que pretende que todo cierre prolijamente, en estas propuestas y en los

análisis que se ordenan a su alrededor nada encaja: todo el tiempo reaparece una

organización social que está enferma de la necesidad de estabilidad y predictibilidad…

exactamente lo que niegan los principios de la competencia y el riesgo que proclama.

Esto es fundamental para entender lo que aporta el concepto de RSA: ayuda a entender

(sistematiza, quizás) la contingencia. Puede decirse que con él se desentrañan aspectos

que inciden en el proceso de acumulación… pero que no lo aseguran ni lo tornan

necesario. Ni la acumulación es una premisa, ni el RSA preexiste a ella: ambas son una

pregunta y una posibilidad. En definitiva, la acumulación nada explica, debe ser

explicada.

Cabe decir que en ocasiones se ha echado mano a un concepto cosificado o instrumental

de RSA, según el cual se trataría de un dispositivo que se “acciona” tras los procesos de

acumulación (“sirve para”, en lugar de “se constituye en”), lo que a priori lo convierte

en la fórmula mediante la cual la masa marginal es “a-funcionalizada” para evitar que se

torne “dis-funcional”. Creo que eso desnaturaliza el núcleo del concepto, que es el de

dar forma a un problema, no anticipar una solución (y, mucho menos, asegurar

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Agustín Salvia y Pablo Gutiérrez Ageitos (2013), por su parte, presentan de los pocos
esfuerzos por reunir ambos conceptos.
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resultados). Cuando eso sucede, es porque nuevamente la respuesta fue colocada –

deliberadamente o no- antes que la pregunta.

Desde un universo de sentido (es decir, desde un universo político) completamente

opuesto a esa última perspectiva, Offe plantea que la única forma colectiva potente e

inclusiva disponible en la sociedad moderna “…es la acción estatal basada en la ley

formal y en la intervención administrativa y profesional” (1995: p.85). Así enunciada la

cuestión, lo que se presenta a la acción estatal no es un dilema de “cómo gestionar los

excedentes” (fórmula que no hace honor a la complejidad de la teoría que estamos

desbrozando y que “está lejos de ser un fenómeno estrictamente económico”, según las

propias palabras de Nun, 1999: p.999) sino el que entraña el proceso de construcción de

un orden social en sí mismo. En efecto, oscila entre una sociabilidad para la que la

pertenencia a la comunidad es una función de la inserción diferencial en los distintos

mecanismos de mercado (primordialmente, del mercado de trabajo); y una sociabilidad

que parte del reconocimiento –no sólo retórico- del valor de la vida y el bienestar de

todos sus miembros y que repone la disputa por las instituciones que lo concreten. Por

cierto, el estado es al mismo tiempo un actor/medio y un resultado de esa disputa, cuya

naturaleza no es la de una discusión puramente especulativa; tampoco hay “técnico” ni

“intelectual profesional” que pueda pretenderse prescindente. Fraser ya consagró la

fórmula: “toda interpretación es una intervención” (1991).

Me pregunto si lo anterior ofrece suficientes pistas para seguir la afirmación de que el

campo de la política social está entre los más específicamente beneficiados por esta

parte de la obra de Nun. Y aun en la insuficiencia de la producción, para hacer justicia

debo decir que en mi parecer las mayores contribuciones provinieron de este campo; los

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trabajos de Susana Belmartino sobre profesión médica, sistema de salud y corporaciones

(de todo tipo) lo testimonian de manera continuada. Finalmente, se encuentran estudios

puntuales en otros campos de las políticas públicas que también realizaron aportes

(Versino, 2007, sobre políticas de ciencia y tecnología y recientemente Poy, 2016, sobre

estructura productiva y mercado de trabajo). En un párrafo anterior ya mencioné los

trabajos de Salvia y Gutiérrez.

Cierro este repaso por la relación marginalidad/RSA diciendo que este último concepto

repone la profundidad de la cuestión cuando a través suyo rastreamos las claves de la

sociabilidad, problematizándola. Y me atrevo un poco más: creo que ganamos si

revisamos la distinción (también las conexiones) entre “integración sistémica” e

“integración social”, indudablemente útil (imprescindible) en lo conceptual y en lo

metodológica en un enunciado inicial, pero peligrosa si se la formula desde la idea de

una marginalidad que es destino materialmente obligado. Cuando eso sucede, los

procesos de integración social son significados como secundarios y remediales,

residuales a la marginalidad. Es imprescindible desafiar esa concepción: la lucha –que

de eso se trata- por las condiciones de integración social es la lucha en torno de la

producción de relaciones y de prácticas de socialidad; es aquello que Lechner aludía

como “…los hombres, regulando sus divisiones, se constituyen como sujetos” (1984: p.

35). ¿De qué hablaba? De la política.

Si en cambio asumimos lo político como remedial, se habrá esfumado una parte

sustantiva del legado de Nun: la que reconstruye permanentemente los problemas,

entendidos no como aquellos que requieren solución, sino como lo no comprendido, lo

no-explicado. En ese sentido, los conceptos y contradicciones que Nun trajo a campos y

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asuntos en los que predominan los prejuicios, la linealidad y la simplificación son un

activo de valor incalculable. Planteó problemas ¿Hay algo más propio de las Ciencias

Sociales, algo más sofisticado, que un problema?

Aunque no lo hubiera dicho al inicio, quien quiera que leyera este recorrido rápidamente

habría entendido que no se trata ni de una presentación ni de una explicación de la obra

de Nun en torno a la categoría de marginalidad (ni ninguna otra). Tampoco es una

interpretación. Cada una de las discusiones que aquí planteo representa mis propia

reacción y mi singular apropiación de aquellas lecturas, actualizadas una y otra vez por

los problemas y debates recientes y en curso. Dado que no pretendo que aquí se

reconozca “al verdadero Nun”, considero la posibilidad de haber incurrido en

malversación, y que él mismo respondiera y desconociera varias de las afirmaciones

volcadas.

Si así fuera, deberé empezar de nuevo. Con esta obra, eso siempre es posible.

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Referencias

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redial.net/revista-america,latina,hoy-123-1994-7-0.html

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