Adolescentes, Masculinidad México
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Portavoz
parte iii
Juventudes y visualidades
Sobrevivir la megalópolis: adolescentes, masculinidad
y medios en la novela de iniciación latinoamericana en la
segunda mitad del siglo XX1
Este trabajo aborda la producción literaria tanto de autores que han contribuido al
canon de la novela de formación latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX,
como de voces emergentes en el género que se proyectan hacia el nuevo siglo. Los
textos del corpus convergen en la figura del adolescente como dínamo de cultura
urbana ya que es en su interacción con la ciudad donde se representa el fracaso
de los discursos modernos escenificados en la megalópolis latinoamericana de fin
de siglo y el surgimiento de nuevas prácticas formadoras de identidad. El objetivo
de este trabajo es, por tanto, analizar los procesos de formación, de-formación y
transformación de protagonistas adolescentes en el contexto de tres mega-ciuda-
des latinoamericanas: Santiago, Lima, la Ciudad de México. Con este fin, el análisis
del corpus se concentra en la representación, conexiones e influencia de los imagi-
narios urbanos, de los medios de comunicación y de los modelos de masculinida-
des en la configuración de la subjetividad adolescente.
Propongo para el estudio de la novela de formación latinoamericana contem-
poránea y reciente dos conjuntos de novelas. En primer lugar, aquellas que califico
como “fundacionales”, puesto que en ellas se cuajan los temas que el resto del cor-
pus desarrolla y problematiza. Selecciono aquí los siguientes textos: La ciudad y los
perros (1963) de Mario Vargas Llosa, La tumba (1964) de José Agustín, Las aventuras,
desventuras y sueños de Adonis García, el vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata (1979) y
Las batallas en el desierto (1981) de José Emilio Pacheco. En estas novelas se represen-
ta la subjetividad adolescente como un territorio en pugna para la reproducción de
estructuras sociales violentas. Todas exponen también aspectos como la presencia
mediática de una cultura global de cuño norteamericano y su influencia en la con-
figuración de formas de identidad de género que desafían modelos tradicionales. A
lo anterior se debe sumar que aparece la representación de la calle como el espacio
en el que el adolescente escapa de la protección y el sesgo de las instituciones tra-
dicionalmente formadoras de ciudadanía.
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Esta discusión busca analizar la novela de formación reciente dentro de una larga
tradición que lee al adolescente masculino como el elemento social que representa
el futuro de la nación, dado que tradicionalmente recae sobre él la tarea de adap-
tarse a nuevas realidades en la esfera pública. La novela en su función formadora
de ciudadanía, según Horst Nitschack, ha reincidido obsesivamente sobre la figura
del adolescente varón (141-42). Algunos ejemplos de ello se pueden encontrar en
el Periquillo Sarniento (1816) de José Joaquín Fernández de Lizardi o Martín Rivas
(1862) de Alberto Blest Gana, hasta el Juguete rabioso (1926) de Roberto Arlt o La
ciudad y los perros (1963) de Mario Vargas Llosa. En esta tradición, se ha insistido
en representar la energía adolescente que conjuga potencial e ilusión con riesgo y
destrucción. La novela de formación registra el encuentro del joven con los rigores
impuestos por las instituciones nacionales encargadas de la producción de mascu-
linidades compatibles con el orden social patriarcal (la familia, la escuela, la iglesia)
y su eventual integración a la esfera social adulta. Sin embargo, la tradición literaria
cuestiona el éxito de este proyecto pedagógico. Según ésta, la madurez no implica
la transformación del joven en ciudadano ideal, sino más bien el aprendizaje de
una lección de hipocresía que posibilita su supervivencia. En esta línea se plantea
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cia, sin que esto signifique que haya asumido a nivel psíquico las imposiciones del
sistema.2 La novela de de-formación describe por tanto el proceso por medio del
cual el protagonista aprende los códigos sociales y a usar sus máscaras a fin de
poder negociar un espacio social. Hago la diferencia entre de-formación y forma-
ción, dado que la primera implica aprender los costos que involucra ser auténtico
y crítico, junto con el consecuente desarrollo de estrategias de ocultamiento de las
pulsiones personales; por el contrario, la última consiste en encontrar las respues-
tas personales en las instituciones sociales y, en el mejor de los casos, descubrir que
el esfuerzo personal puede modificar lo social. Si para Georg Lukács la inserción
en lo social es el objetivo de los protagonistas de la novela de formación tradicio-
nal, y para lo cual el joven deberá negociar su interioridad con la realidad, en estas
novelas vemos a protagonistas que no necesariamente desean la inserción en una
sociedad que evalúan con escepticismo (132). La movilidad social o la revolución
no son la pulsión tras las novelas del corpus en estudio, sino más bien la supervi-
vencia. El desenlace de la novela de de-formación es siempre precario e incómodo,
tanto política como moralmente. Así Matías Vicuña, el protagonista de diecisiete
años de Mala onda de Alberto Fuguet, cierra su narración declarando: “Sobreviví,
concluyo. Me salvé. Por ahora” (295). Bajo la premisa de la novela de de-forma-
ción, Matías tiñe de ambigüedad el cierre de la novela al encarnar un héroe que no
tiene la certeza de haber completado un ciclo formativo.
Además de la formación como concepto articulador del corpus, en este tra-
bajo se resalta que en las literaturas formativas posteriores al Boom se difumina
la línea divisoria entre lo rural y lo urbano debido a que, como establece Josefina
Ludmer, la ciudad finisecular se barbariza a medida que aquellas amenazas que los
imaginarios literarios modernos situaban más allá del arrabal se vuelven parte la
experiencia citadina (127-28). Es así como incluso en el cambio de siglo es posible
identificar las transformaciones de las formas de organización social y de poder
característicos del latifundio dentro de las dinámicas urbanas. La ciudad condensa
los elementos a partir de los cuales se construyen, en la segunda mitad del siglo,
la identidad nacional, comunitaria e individual, por lo que el barrio o el tipo de
acceso a medios globales son circunstancias que generan fuertes anclajes identita-
rios. Tomemos, por ejemplo, el barrio limeño de Miraflores. Este barrio es común
denominador a La ciudad y los perros de Vargas Llosa y a La noche es virgen de Bayly, y
mientras que en ambos casos se leen formas racistas y excluyentes de relacionarse
con la ciudad, en el caso de Bayly el barrio de Miraflores cobra importancia global
porque el privilegio del miraflorino se ha vuelto transnacional:
2 Un estudio exhaustivo del pícaro como sobreviviente lo desarrolló María Rodríguez Fontela, respecto
de las conexiones del Bildungsroman con la novela grecolatina, de caballería, la picaresca y la novela lírica
(193-195).
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el corazón del pujante distrito de miraflores, que puja y puja y cada vez que
puja se llena más de brownies. ay, qué le vamos a hacer, pues, amor, los brow-
nies están por todas partes, y si no te gusta, arráncate a Miami que ahora
american vuela en la mañana y en la noche, qué maravilla los gringos, la mar
de eficientes. (58)
Lima, “la horrible” –según el epíteto acuñado por Sebastian Salazar Bondy– es,
para el protagonista de la novela de Bayly, menos horrible en Miraflores, donde el
privilegio y el consumismo permiten evadir incluso la homofobia limeña:
me escondo tras mis armani que me compré en miami (¿no es riquísimo que
casi rimen armani y miami?), lindos anteojos que me dan un aire de loca bra-
va, y si algún desadaptado me grita alguna barbaridad tipo barrios-maricón, yo
tranquilo no más sigo pedaleando como si nada. (41)
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fines” (buses interurbanos nuevos estrenados durante los años setenta) comienzan
durante la adolescencia del narrador a transportar una multitud trabajadora que
podría o debería buscar una reivindicación, pero no lo hace debido a que precisa-
mente son multitud y no un pueblo concientizado en los derechos de su ciudada-
nía. Fadanelli representa la explosión demográfica de la Ciudad de México como
un acto de violencia hacia las futuras generaciones de defeños equivalente a la de
los abusos de un padre que cree que la mejor forma de transformar a un niño en
hombre, es ponerlo en una escuela militar.
3 Es particularmente útil a mi análisis la elaboración que hace Celeste Olaquiaga sobre la lógica cultural
del capitalismo tardío propuesta por Fredric Jameson ya que, si bien acepta la relación entre el desarrollo
del capital, la producción cultural postmoderna y la dificultad de imaginar una realidad distinta a la del
capital, abre el análisis a las prácticas que resultan del intercambio económico. La recepción del objeto
de consumo no es pasiva, sino que quien consume tiene la posibilidad de infundir nuevo valor semiótico
al objeto por medio de usos que escapan a la lógica de producción y oferta especialmente dentro de un
contexto global donde los productos de consumo son movilizados hacia contextos nacionales y cultu-
rales distintos (20-22).
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la ciudad más cachonda del mundo la que más prestaba a coger o sea a que uno
cogiera ¿verdad?” (200). Ciudad de México es tanto el espacio para la expresión
de un deseo inagotable de vivir al límite como el lugar donde se encontrará con
la miseria y la muerte. Las calles son el lugar donde Adonis exhibirá su hermoso
cuerpo y también el lugar donde este se consumirá.
Así como el alejamiento de los mundos conocidos es un tópico del viaje for-
mativo, el que los desplazamientos involucren el automóvil, el microbús, la moto
o la bicicleta expresa que las subjetividades en cuestión tienen como común deno-
minador el hecho de que están mediadas por distintas velocidades. La reflexión y
el monólogo interior (o la ausencia de éste) se da sobre ruedas y la velocidad es en
muchas de las novelas fundacionales –y herederas– casi un rito de pasaje. Esto se
ejemplifica mediante la reflexión que hace Adonis García, protagonista de la nove-
la de Luis Zapata, cuando motoriza sus prácticas de prostituto defeño:
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Mi padre guarda un silencio hosco y profundo. Finalmente dice que no, que no
era pinochetista, que aprendió de niño que nadie iba a salvarlos.
¿A salvarnos de qué?
A salvarnos. A darnos de comer.
[…] No puedo creer lo que acaba de ocurrir. Me molesta ser el hijo que vuelve
a recriminar, una y otra vez, a sus padres. Pero no puedo evitarlo. (130-131)
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4 La crítica Ana María Amar, en Juegos de seducción y traición, establece que Fuguet y las literaturas McOn-
do son el último eslabón en una tradición latinoamericana de inclusión de formas masivas y cultura po-
pular a la literatura. El canon al que Amar alude incluye desde Manuel Puig y Vargas Llosa a los escritores
de La Onda mexicana (154). En esta línea lo que en un momento fue el “cine norteamericano de los años
40, el folletín, el radioteatro y los clisés culturales de la clase media” (155) son en la narrativa de Fuguet
reemplazados por “el cine de los 80, el rock, las formas audiovisuales y los ritos de la burguesía de los
90” (155). Las literaturas McOndo siguen cumpliendo “la misma función de disipadores del imaginario
cultural” (155) y pueden leerse como continuadoras de una tradición que busca nuevas formas en la
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cultura misma; de hecho, su apuesta a lo mediático tiene el valor de una estrategia de ataque y de apertura
para ganar espacios e imponerse como canon” (155).
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5 Término acuñado por el crítico estadounidense Harold Bloom en The Anxiety of Influence: A Theory
of Poetry (1973), libro en el cual profundiza sobre las complejidades de la relación del poeta con sus
antecesores. El poeta debe abrir un espacio creativo entre el legado y el impacto sobre su subjetividad
del trabajo de los poetas anteriores, en tanto intenta producir una visión original que lo posicione para
la posteridad. Un poeta fuerte, según Bloom, es el que logra superar la ansiedad de escribir a partir del
trabajo de los antecesores y a la vez a construir una visión original. Para esto el poeta debe enfrentar a los
antecesores en términos quasi-edípicos y así matar al padre digiriendo y sublimando su legado.
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6 bell hooks en su estudio The Will to Change: Men, Masculinity and Love establece que una de las de-
mandas fundamentales de toda mujer (heterosexual, gay, bisexual o célibe) es el amor de los hombres
en su vida (padres, abuelos, hermanos o parejas) y que éste es precisamente uno de los ámbitos para el
cual el patriarcado no prepara al hombre. De ahí la importancia de abrir preguntas en torno al amor y la
masculinidad.
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no les son únicos y que existen otras formas de ser hombre, más allá de las que
proponen sus contextos inmediatos.
Lo que en las novelas equivale a la madurez y supervivencia es el resultado de
aquella negociación que en el mundo marcusiano no es posible. Puede parecer
imposible despertar de la “anestesia” inducida por las industrias de la evasión que
contribuyen a la producción de una nueva forma de represión más eficiente –”sú-
per represión”–, pero éstas tienen también el potencial de producir espacios de
inscripción (74). El cine y la música incitan a imaginar mundos distintos, y dentro
del contexto latinoamericano sirven como contrapunto a realidades contextuales
represivas. Hollywood ha promovido la migración hacia Estados Unidos, entre
otras cosas porque como dice el cronista y novelista chileno Pedro Lemebel en su
Manifiesto (Hablo por mi diferencia): “En Nueva York los maricas se besan en la calle”
(39). En esta misma línea se expresa Alejandro Paz, uno de los pocos amigos de
Matías Vicuña en Mala onda, cuando se refiere a la versión de Estados Unidos a las
que ha tenido acceso en las películas: “¡Esa es vida, pendejo, no esto! Un día en
Manhattan equivale a seis meses en Santiago. Regresar a Chile, loco, a este puterío
rasca, bomb con los milicos por todos lados y la repre, las mentes chatas, es más
que heavy. Es hard core” (58). Para Paz, los mundos representados en las películas,
las revistas y los discos norteamericanos contrastan con la realidad nacional donde
el destino de su generación ya está decidido por la minoría en el poder: “¡Pensar
qué huevón! Es por gente como tú que estamos como estamos. Gracias a ti, yo
estoy aquí preso, pasándome películas de virarme, de irme alguna vez. “Tú crees
Matías que es muy rico sentir que no tienes un país, que tu futuro se ve cero, así
en la más punk” (59).
El retorno de la democracia en países como Chile se ve acompañado de una
apertura mediática que se traduce en euforia, energía creativa y, al mismo tiempo,
vértigo y ansiedad en la generación más joven. Así se identifica en las novelas he-
rederas el impacto de la cultura globalizada y la publicidad en la superación de los
modelos de género que –sobre todo en los países en transición democrática– se
esfuerza por olvidar. El patriarca dictatorial, el guerrillero idealista pero violento
y el cómplice silencioso son construcciones de masculinidad que a partir de los
noventa carecen de legitimidad formativa, sin embargo, el costo de su caducidad
se traduce en una sensación de desarraigo que deja a los protagonistas de estas
novelas a la deriva y sin modelos convincentes para aprender a ser adultos, padres
y compañeros. Si a esto se le suma la inserción –no ausente de problemas y difi-
cultades– de la mujer en las esferas laborales y políticas, las transformaciones en la
configuración de las masculinidades, se hace evidente ya que al menos la mitad de
la población exige redefinir los roles de género en términos públicos y privados. Si
bien los modelos autoritarios afirmados por la dictadura comienzan a fisurarse, és-
tos siguen presentes y compiten con aquellos modelos emergentes que la apertura
del país a otras narrativas de género ha posibilitado.
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Todos los textos del corpus propuesto, con la excepción de El final de la calle de
Oscar Malca y El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata, presentan jóvenes que
gozan del privilegio de no tener que trabajar, o bien lo hacen de forma laxa o poco
demandante. La diferencia con los textos Malca y Zapata radica en que la margina-
lidad social de sus personajes los empuja al mundo del trabajo criminal o marginal.
Así Adonis García se prostituye y M de El final de la calle es un joven que se la pasa
haciendo filas para presentar currículums o actividades delictuales de poca monta.
Este no es el caso del resto de las novelas cuyas temáticas tienden a ser más bien
“clasemedieras” o en algunos casos representaciones del mundo del privilegio y
donde el trabajo no define la vida de los personajes. Esta característica coincide
con la exigencia del género formativo de ubicar al joven en un momento de tran-
sición y preparación para la vida burguesa. Es curioso entonces que en las novelas
Educar a los Topos, Por favor, rebobinar y Formas de volver a casa, se representen personajes
que aun cuando no están firmemente atados a las líneas de trabajo, no son en rigor
adolescentes. El narrador de Formas de volver a casa grafica esta condición con
claridad cuando describe su trabajo, el que no dista en mayor medida del de un
estudiante: “Ensayaba una vida plácida y digna: pasaba las tardes leyendo novelas
o mirando la tele durante horas, fumando tabaco o marihuana, bebiendo cervezas
o vino barato, escuchando música o escuchando nada” (87-88).
Llama atención que estos textos presenten un desplazamiento de las proble-
máticas propias de los procesos formativos hacia la adultez y resulta sumamente
productivo pensar este movimiento con relación a una crisis de masculinidad. El
sociólogo Michael Kimmel describe un período que considera nuevo en el camino
de los hombres a la adultez y que se encuentra íntimamente relacionado con los
medios de comunicación y la naturaleza del mercado laboral en el cambio de siglo.
Según Kimmel se ha abierto un espacio que denomina Guyland que cubre el perío-
do entre aproximadamente los dieciséis y los treinta años de los hombres (5). Guy
significa en su lectura estirar los privilegios del estilo de vida universitario hacia los
años en que las generaciones anteriores forjaban los cimientos para una estabilidad
laboral y afectiva (8). Según Kimmel son grandes consumidores, dedican horas de
televisión, a producciones cinematográficas e incluso son el mercado objetivo de
gran parte de la industria deportiva y automovilística estadounidense. En definiti-
va, mantienen hábitos de consumo forjados en los años universitarios, pero con el
dinero de un trabajo adulto y su capacidad de deuda (9).
El joven descrito por Kimmel tiene mucho en común con los protagonistas de
las novelas herederas del corpus, puesto que comparten configuraciones de mas-
culinidad abúlicas e individualistas. El trabajo para los protagonistas de Zambra,
Fuguet y Bayly, solo se justifica como medio para sostener prácticas de consumo
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Conclusiones
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Obras citadas
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