Adolescentes, Masculinidad México

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El de casas bajas, pareadas y los bloques

Las “casas chubi” y los departamentos básicos pa’ pobres


El de los almacenes y bazares varios
Que quiebran cuando invade el barrio un supermercado
El de los cachureos, ferias y persas
Que resiste con fuerza el monopolio bestia del centro comercial
El de los que se van en Metro pa’ la pega
Parados y repletos, y en Metro a la casa llegan
De los que hacen su viaje en Transantiago o micro
Y no pagan el pasaje cuando está la mano, m’ijo
El Chile de los carritos de completos
Y sopaipillas que siempre pillas en la esquina de un ghetto
Donde hay menos escuelas que botillerías
El Chile de mis secuelas, de mis penas y de mis alegrías

Portavoz

parte iii
Juventudes y visualidades
Sobrevivir la megalópolis: adolescentes, masculinidad
y medios en la novela de iniciación latinoamericana en la
segunda mitad del siglo XX1

Catalina Forttes Zalaquett


Pontificia Universidad Católica de Valparaiso
catalina.forttes@gmail.com

Este trabajo aborda la producción literaria tanto de autores que han contribuido al
canon de la novela de formación latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX,
como de voces emergentes en el género que se proyectan hacia el nuevo siglo. Los
textos del corpus convergen en la figura del adolescente como dínamo de cultura
urbana ya que es en su interacción con la ciudad donde se representa el fracaso
de los discursos modernos escenificados en la megalópolis latinoamericana de fin
de siglo y el surgimiento de nuevas prácticas formadoras de identidad. El objetivo
de este trabajo es, por tanto, analizar los procesos de formación, de-formación y
transformación de protagonistas adolescentes en el contexto de tres mega-ciuda-
des latinoamericanas: Santiago, Lima, la Ciudad de México. Con este fin, el análisis
del corpus se concentra en la representación, conexiones e influencia de los imagi-
narios urbanos, de los medios de comunicación y de los modelos de masculinida-
des en la configuración de la subjetividad adolescente.
Propongo para el estudio de la novela de formación latinoamericana contem-
poránea y reciente dos conjuntos de novelas. En primer lugar, aquellas que califico
como “fundacionales”, puesto que en ellas se cuajan los temas que el resto del cor-
pus desarrolla y problematiza. Selecciono aquí los siguientes textos: La ciudad y los
perros (1963) de Mario Vargas Llosa, La tumba (1964) de José Agustín, Las aventuras,
desventuras y sueños de Adonis García, el vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata (1979) y
Las batallas en el desierto (1981) de José Emilio Pacheco. En estas novelas se represen-
ta la subjetividad adolescente como un territorio en pugna para la reproducción de
estructuras sociales violentas. Todas exponen también aspectos como la presencia
mediática de una cultura global de cuño norteamericano y su influencia en la con-
figuración de formas de identidad de género que desafían modelos tradicionales. A
lo anterior se debe sumar que aparece la representación de la calle como el espacio
en el que el adolescente escapa de la protección y el sesgo de las instituciones tra-
dicionalmente formadoras de ciudadanía.

1 Este texto se inscribe dentro de la investigación asociada al proyecto Fondecyt Iniciación Nº


11121275: “Sobrevivir la megalópolis: adolescentes, masculinidad y medios en la novela de iniciación
latinoamericana, 1960-2011”.

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Adiós a las armas
Despatriarcar América desde la cultura

En segundo lugar, presento un conjunto de “novelas herederas” en las que se


profundizan y matizan los temas descritos arriba, ajustándolos a los contextos
sociales, políticos y económicos del cambio de siglo. Estas novelas representan
también el viaje formativo dentro de tres espacios representados en el corpus:
Ciudad de México, Lima, Santiago. Los criterios que cohesionan a estas geografías
urbanas son: la velocidad de crecimiento de éstas en la segunda mitad del siglo,
la instauración de modelos económicos neoliberales, la herencia dictatorial (en el
caso chileno) y su nivel de intercambio cultural con los Estados Unidos. En esta
línea, la novela defeña y santiaguina escrita en los años noventa, pero ambientada
en los setenta y los ochenta, amplía la discusión sobre la calle al presentarla como
un espacio sitiado donde “la sospecha” es la condición permanente que el joven
debe aprender a sobrellevar. En esta novela los medios cumplen con la función de
codificar tanto disfraces identitarios y de género como sueños de fuga. El corpus
de las novelas de esta geografía urbana son: Educar a los topos (2006) de Guillermo
Fadanelli, Mala onda (1991) y Por favor rebobinar (1995) de Alberto Fuguet y Formas de
volver a casa (2011) de Alejandro Zambra. La novela limeña de los años noventa, re-
presentada por Al final de la calle (1994) de Oscar Malca y La noche es virgen (1997) de
Jaime Bayly, transforma la calle y la noche en escenarios de autodestrucción e indi-
ferencia exacerbados por los excesos de la droga, el alcohol y la violencia, en tanto
que los medios de comunicación proyectan y neutralizan los sueños de juventud.

Jóvenes, novela de formación y ciudades de fin de siglo

Esta discusión busca analizar la novela de formación reciente dentro de una larga
tradición que lee al adolescente masculino como el elemento social que representa
el futuro de la nación, dado que tradicionalmente recae sobre él la tarea de adap-
tarse a nuevas realidades en la esfera pública. La novela en su función formadora
de ciudadanía, según Horst Nitschack, ha reincidido obsesivamente sobre la figura
del adolescente varón (141-42). Algunos ejemplos de ello se pueden encontrar en
el Periquillo Sarniento (1816) de José Joaquín Fernández de Lizardi o Martín Rivas
(1862) de Alberto Blest Gana, hasta el Juguete rabioso (1926) de Roberto Arlt o La
ciudad y los perros (1963) de Mario Vargas Llosa. En esta tradición, se ha insistido
en representar la energía adolescente que conjuga potencial e ilusión con riesgo y
destrucción. La novela de formación registra el encuentro del joven con los rigores
impuestos por las instituciones nacionales encargadas de la producción de mascu-
linidades compatibles con el orden social patriarcal (la familia, la escuela, la iglesia)
y su eventual integración a la esfera social adulta. Sin embargo, la tradición literaria
cuestiona el éxito de este proyecto pedagógico. Según ésta, la madurez no implica
la transformación del joven en ciudadano ideal, sino más bien el aprendizaje de
una lección de hipocresía que posibilita su supervivencia. En esta línea se plantea

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la “de-formación”, como concepto orientador para el análisis de las novelas, en-


tendiéndola como una fórmula que representa la manera en que los procesos de
construcción de identidad social y de género son negociados con el poder a cam-
bio de la integración social o incluso la mera supervivencia dentro de contextos
dominados por la violencia y represión política. Esta negociación para la inserción
dentro de las formas de sociabilidad burguesas no necesariamente involucra una
simple degradación, como postula el Grínor Rojo en su desarrollo del concepto de
“contra Bildungsroman” (222-7), ya que el joven adolescente del corpus seleccionado
no cree heredar marcos valóricos o modelos identitarios aptos para el mundo en
el que le toca sobrevivir. Por otra parte, la investigación que aquí se propone no
desdibuja al adolescente como un sujeto pasivo, sino que le otorga una agencia
creativa que, al no completar todavía su proceso de formación, es aún plástica. De
este modo, se presenta el adolescente de fin de siglo no solo como víctima de una
ética consumista e integrista, sino como representante de aquel momento en que
el individuo da por primera, y quizás por única vez, una batalla que a la postre está
destinado a perder.
En términos formales, el corpus de novelas de “de-formación” dialoga con la
novela de formación o Bildungsroman ampliamente cultivada por la literatura euro-
pea del siglo XIX y la novela de iniciación norteamericana del siglo XX. Tanto la
novela de formación como la literatura enfocada en la vida urbana experimentan
un apogeo a finales del siglo XIX, ya que ambas son, según Franco Moretti, re-
sultado de la consolidación de una cultura burguesa, enfrentada a la aristocrática
(xiii-ix). El hijo de la burguesía urbana es producto de sus instituciones educativas,
por lo que se aleja de los imaginarios tradicionales que lo ataban a la tierra o al
trabajo del grupo familiar. En este sentido, tiene relación más directa a nuestro tra-
bajo la variante norteamericana del género y específicamente el tipo de novela que
se escribe a partir de los años cincuenta, también llamada “novela de iniciación”
según Adelaida Caro Marín, dado que, en lugar de seguir al protagonista desde su
infancia a su adultez, como en el Bildungsroman, concentra su anécdota en torno a
un incidente o una temporada decisiva en el proceso formativo del adolescente
(106-107). En el caso de este tipo de novela, la iniciación constituye el descubri-
miento de la maldad, la pérdida de la inocencia y la consecuente introducción de
pleno en la sociedad; o, por otro lado, representa el alejamiento voluntario de ésta.
Si bien este trabajo se sitúa en las realidades urbanas latinoamericanas, las novelas
del corpus pueden ser leídas según el modelo formal norteamericano, en diálogo
con las realidades que éste expone. Ello porque el adolescente norteamericano que
Hollywood populariza se transforma en protagonista de un mercado que convierte
su energía, erotismo y rebeldía en coordenadas globales de producción y consumo
cultural.
Al igual que en la tradición picaresca, en las novelas del corpus aquí estudiado
el joven se adapta al contexto social y económico como estrategia de superviven-

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Despatriarcar América desde la cultura

cia, sin que esto signifique que haya asumido a nivel psíquico las imposiciones del
sistema.2 La novela de de-formación describe por tanto el proceso por medio del
cual el protagonista aprende los códigos sociales y a usar sus máscaras a fin de
poder negociar un espacio social. Hago la diferencia entre de-formación y forma-
ción, dado que la primera implica aprender los costos que involucra ser auténtico
y crítico, junto con el consecuente desarrollo de estrategias de ocultamiento de las
pulsiones personales; por el contrario, la última consiste en encontrar las respues-
tas personales en las instituciones sociales y, en el mejor de los casos, descubrir que
el esfuerzo personal puede modificar lo social. Si para Georg Lukács la inserción
en lo social es el objetivo de los protagonistas de la novela de formación tradicio-
nal, y para lo cual el joven deberá negociar su interioridad con la realidad, en estas
novelas vemos a protagonistas que no necesariamente desean la inserción en una
sociedad que evalúan con escepticismo (132). La movilidad social o la revolución
no son la pulsión tras las novelas del corpus en estudio, sino más bien la supervi-
vencia. El desenlace de la novela de de-formación es siempre precario e incómodo,
tanto política como moralmente. Así Matías Vicuña, el protagonista de diecisiete
años de Mala onda de Alberto Fuguet, cierra su narración declarando: “Sobreviví,
concluyo. Me salvé. Por ahora” (295). Bajo la premisa de la novela de de-forma-
ción, Matías tiñe de ambigüedad el cierre de la novela al encarnar un héroe que no
tiene la certeza de haber completado un ciclo formativo.
Además de la formación como concepto articulador del corpus, en este tra-
bajo se resalta que en las literaturas formativas posteriores al Boom se difumina
la línea divisoria entre lo rural y lo urbano debido a que, como establece Josefina
Ludmer, la ciudad finisecular se barbariza a medida que aquellas amenazas que los
imaginarios literarios modernos situaban más allá del arrabal se vuelven parte la
experiencia citadina (127-28). Es así como incluso en el cambio de siglo es posible
identificar las transformaciones de las formas de organización social y de poder
característicos del latifundio dentro de las dinámicas urbanas. La ciudad condensa
los elementos a partir de los cuales se construyen, en la segunda mitad del siglo,
la identidad nacional, comunitaria e individual, por lo que el barrio o el tipo de
acceso a medios globales son circunstancias que generan fuertes anclajes identita-
rios. Tomemos, por ejemplo, el barrio limeño de Miraflores. Este barrio es común
denominador a La ciudad y los perros de Vargas Llosa y a La noche es virgen de Bayly, y
mientras que en ambos casos se leen formas racistas y excluyentes de relacionarse
con la ciudad, en el caso de Bayly el barrio de Miraflores cobra importancia global
porque el privilegio del miraflorino se ha vuelto transnacional:

2 Un estudio exhaustivo del pícaro como sobreviviente lo desarrolló María Rodríguez Fontela, respecto
de las conexiones del Bildungsroman con la novela grecolatina, de caballería, la picaresca y la novela lírica
(193-195).

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el corazón del pujante distrito de miraflores, que puja y puja y cada vez que
puja se llena más de brownies. ay, qué le vamos a hacer, pues, amor, los brow-
nies están por todas partes, y si no te gusta, arráncate a Miami que ahora
american vuela en la mañana y en la noche, qué maravilla los gringos, la mar
de eficientes. (58)

Lima, “la horrible” –según el epíteto acuñado por Sebastian Salazar Bondy– es,
para el protagonista de la novela de Bayly, menos horrible en Miraflores, donde el
privilegio y el consumismo permiten evadir incluso la homofobia limeña:

me escondo tras mis armani que me compré en miami (¿no es riquísimo que
casi rimen armani y miami?), lindos anteojos que me dan un aire de loca bra-
va, y si algún desadaptado me grita alguna barbaridad tipo barrios-maricón, yo
tranquilo no más sigo pedaleando como si nada. (41)

No obstante, el imaginario urbano asociado a Miami resulta muy diferente para M,


el narrador de Al final de la calle de Oscar Malca. Para este joven que deambula por
el antes clasemediero pero hoy empobrecido barrio de Magdalena del Mar, Miami
es una ciudad a la que únicamente podría viajar con documentos falsos y cargando
drogas.
La literatura de las grandes ciudades latinoamericanas de la segunda mitad del
siglo presenta un panorama que escapa todo intento de regulación o diseño urba-
no. La novela de características formativas que se analiza aquí debe reconfigurarse
de acuerdo con un contexto que el historiador Lewis Mumford describe mediante
el término “megalópolis” (289). Es decir, una ciudad que producto de su evolución
ha roto las dinámicas de organización social orgánica y, por lo tanto, ha comenzado
su declive. Por consiguiente, el protagonista de la novela de formación latinoa-
mericana de fin de siglo reemplaza la posibilidad (ahora utópica) de encontrar un
lugar en la sociedad por el objetivo inmediato de sobrevivir en una urbe sobrepo-
blada, contaminada y violenta. El fracaso del progreso como ideal modernizador
de avanzar hacia una sociedad más justa, ya sea mediante la revolución política o la
representatividad democrática, se manifiesta en la literatura finisecular por medio
de la subjetividad de un joven individualista, escéptico y apolítico que negocia su
supervivencia dentro de un contexto enrarecido y deshumanizador. M, de Al final
de la calle, resume el ethos que asegura la supervivencia en dos opciones: “En Lima
quienes son –espiritual o físicamente– débiles, no sobreviven. Si uno no pertenece
a la raza de los tiburones, tiene que ser lo suficientemente mosca para no ser atra-
pado por sus fauces insaciables” (10).
Sin embargo, estas condiciones citadinas entrópicas descritas por Carlos Mon-
siváis, como su colección de crónica urbana Los rituales del caos parecieran haber
excluido la latencia de la revuelta social. En Educar a los topos de Fadanelli los “del-

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fines” (buses interurbanos nuevos estrenados durante los años setenta) comienzan
durante la adolescencia del narrador a transportar una multitud trabajadora que
podría o debería buscar una reivindicación, pero no lo hace debido a que precisa-
mente son multitud y no un pueblo concientizado en los derechos de su ciudada-
nía. Fadanelli representa la explosión demográfica de la Ciudad de México como
un acto de violencia hacia las futuras generaciones de defeños equivalente a la de
los abusos de un padre que cree que la mejor forma de transformar a un niño en
hombre, es ponerlo en una escuela militar.

Pasajeros en tránsito: la calle como espacio de-formativo

El foco de esta discusión es descifrar la forma en que la literatura urbana de fin de


siglo negocia sus imaginarios con una realidad que se asume inamovible, es decir,
con la noción de que no hay un afuera al tipo de organización social, política y eco-
nómica existente, ni siquiera en el universo de lo criminal o ilegal que opera con la
misma lógica. La creatividad de la subjetividad joven se manifiesta, por consecuen-
cia, mediante el desarrollo de estrategias para sobrevivir en el mundo tal como es,
y no en intentos de generar o luchar por mundos posibles. La megalópolis latinoa-
mericana es síntoma de una planificación que fracasa, de una realidad que escapa
la imaginación de urbanistas, políticos y economistas, pero que no por eso carece
de códigos para sobrellevar el caos. En la ciudad “post-apocalíptica”, como llama
a la Ciudad de México Carlos Monsiváis, sí se sobrevive el apocalipsis, y lo que nos
caracteriza como pueblo son precisamente nuestras estrategias de supervivencia
(21). La calle se configura así, más que un espacio de tránsito o escenario para pro-
clamas políticas, como el territorio real y simbólico sobre el cual se construye una
subjetividad adolescente que mediante un “hacer” citadino sintetiza nuevas formas
culturales.3 En consecuencia, leo la calle como un espacio formativo en donde se
construyen y circulan identidades que necesitan ser vistas, o si se quiere, el lugar
donde se hace la performance identitaria.
En el caso de Adonis García de El vampiro de la Colonia Roma, la performance
de masculinidad inspirada en el cine se escenifica en las calles de una ciudad tan
inagotable e inabordable como el deseo de expresión y conexión de un joven que
emigra de la provincia “me sentía fascinado por la ciudad en esa época me parecía

3 Es particularmente útil a mi análisis la elaboración que hace Celeste Olaquiaga sobre la lógica cultural
del capitalismo tardío propuesta por Fredric Jameson ya que, si bien acepta la relación entre el desarrollo
del capital, la producción cultural postmoderna y la dificultad de imaginar una realidad distinta a la del
capital, abre el análisis a las prácticas que resultan del intercambio económico. La recepción del objeto
de consumo no es pasiva, sino que quien consume tiene la posibilidad de infundir nuevo valor semiótico
al objeto por medio de usos que escapan a la lógica de producción y oferta especialmente dentro de un
contexto global donde los productos de consumo son movilizados hacia contextos nacionales y cultu-
rales distintos (20-22).

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la ciudad más cachonda del mundo la que más prestaba a coger o sea a que uno
cogiera ¿verdad?” (200). Ciudad de México es tanto el espacio para la expresión
de un deseo inagotable de vivir al límite como el lugar donde se encontrará con
la miseria y la muerte. Las calles son el lugar donde Adonis exhibirá su hermoso
cuerpo y también el lugar donde este se consumirá.
Así como el alejamiento de los mundos conocidos es un tópico del viaje for-
mativo, el que los desplazamientos involucren el automóvil, el microbús, la moto
o la bicicleta expresa que las subjetividades en cuestión tienen como común deno-
minador el hecho de que están mediadas por distintas velocidades. La reflexión y
el monólogo interior (o la ausencia de éste) se da sobre ruedas y la velocidad es en
muchas de las novelas fundacionales –y herederas– casi un rito de pasaje. Esto se
ejemplifica mediante la reflexión que hace Adonis García, protagonista de la nove-
la de Luis Zapata, cuando motoriza sus prácticas de prostituto defeño:

cuando compré la moto se abrió un mundo nuevo para mí el de los ligues de


coche que hasta entonces no había conocido [...] y me ponía mis pantalones
de cuero negro y mis botas y las manos llenas de pulseras ¿no? y además col-
guijes no si te digo que era yo todo uno desos ‘nacidos para perder’. (171-2)

El protagonismo de la calle como espacio formativo es una de las consecuen-


cias atribuibles a la caducidad de las instituciones formadoras tradicionales como el
hogar, la escuela, la iglesia y el Estado, espacios que a partir de las novelas del Boom
se representan como deformadores ya que en ellos solo se aprenden lecciones de
hipocresía.
En general, los desplazamientos en la urbe –en el caso de las subjetividades ju-
veniles representadas en las novelas fundacionales– responden a lo que Michel de
Certeau ha descrito como estrategias (40-45), dado que no exceden los movimien-
tos definidos por la hegemonía de las instituciones formativas tradicionales. Por el
contrario, en las novelas herederas los recorridos por la ciudad están cada vez más
lejos del propósito de integración. La complejidad del contexto urbano finisecular
supera los lineamientos de inserción que promueve la institucionalidad burguesa
ya sea producto de su exclusión de la clases medias y populares o bien la caducidad
de saberes citadinos que no se adaptan de forma lo suficientemente rápida a una
realidad demográfica que excede su capacidad representativa. El adolescente es el
protagonista de un imaginario cultural que rápidamente funde el dilema moderno
de constante cambio con la energía renovadora y rebelde propia de la juventud.
La familia, primera instancia de socialización del protagonista adolescente, tiene
en las novelas poca legitimidad o autoridad para enseñarle al joven a enfrentarse
a las relaciones afectivas o las lógicas de mercado, y menos para transformarlo en
consumidor auto-regulado. Los padres no poseen los conocimientos para educar a
su descendencia en el consumo de mercancía, medios, drogas; algunos de los ele-

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mentos más antagónicos representados en el corpus. El consumo descontrolado


tanto en Mala onda como en La noche es virgen es marca del vacío emocional de los
hijos del privilegio para los cuales la mantención del status y la reproducción de los
códigos de clase no son objetivos conscientes. Las drogas enmascaran la ausencia
de referentes para ser hombre, así tanto Matías como Gabriel prefieren ser “reven-
tados” o “drogos” que ser sensibles o “maricones”.
Los escritores del fin de siglo no ven un premio en la inserción a las formas de
sociabilidad burguesa, por el contrario, las expectativas de clase se confunden con
las expectativas de género al rechazar las formas de ser hombre de los padres y
abuelos. Matías no quiere ser cocainómano encubierto como su padre y encubrir
sus fracasos en los negocios y en el matrimonio con vida social y conquistas. Tam-
poco como su abuelo, quien renuncio a su religión judía y a su historia familiar con
tal de obtener un lugar en la oligarquía católica Santiaguina. Parte de la iniciación
del joven es darse cuenta de quienes son sus padres, su familia y qué es lo que se
espera de él y parte del viaje formativo (o de-formativo) exitoso sería aceptar lo
que en un momento parecía inaceptable. Guillermo, de Educar a los topos es suma-
mente crítico con los movimientos aspiracionales de su padre quien, (al igual que
el padre de Carlitos en Las batallas en el desierto) aprende inglés y se cambia de barrio
con el objetivo de abandonar su origen trabajador. Esto se traduce en trayectos
diarios largos y difíciles en trasporte público para ir y venir de la escuela y llegar a
un barrio sin amigos, sin embargo, no dice nada.
Por otro lado, en el otro extremo del subcontinente, el padre del protagonista
de Formas de volver a casa de Alejandro Zambra se representa como un hombre que
luchó por abandonar la pobreza, hazaña que se materializa en un cambio a un ba-
rrio sub urbano nuevo que se construyó más allá de los conflictos que escenifica
a diario el centro de la ciudad. Maipú, es un barrio que se ajusta a la subjetividad
del padre, es decir es un espacio sin historia que apuesta por el buen pasar de una
clase media que no se sustenta en las estructuras del Estado, sino en una narrativa
de superación por medio del trabajo y el emprendimiento personal. El narrador,
desde el nuevo siglo juzga e interpela a su padre por su complicidad con la creación
de un tipo de chileno individualista y apolítico, en tanto que el padre se defiende
diciendo que la lucha por surgir de la pobreza es éticamente superior a la de resistir
la represión dictatorial:

Mi padre guarda un silencio hosco y profundo. Finalmente dice que no, que no
era pinochetista, que aprendió de niño que nadie iba a salvarlos.
¿A salvarnos de qué?
A salvarnos. A darnos de comer.
[…] No puedo creer lo que acaba de ocurrir. Me molesta ser el hijo que vuelve
a recriminar, una y otra vez, a sus padres. Pero no puedo evitarlo. (130-131)

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Aspectos como el clasismo o el arribismo de la generación anterior incomodan


la subjetividad de los protagonistas, sin embargo, los juzgan desde un silencio in-
cómodo que no se atreve en el caso de Zambra a herir a sus padres o transformar
el mundo que se hereda. El aislamiento o el ensimismamiento son la respuesta de
los jóvenes que representan estas novelas. El rechazo a la hipocresía inherente a los
privilegios de clase se resuelve alejándose del mundo conocido. Matías Vicuña, el
protagonista de Mala onda, reacciona ante la falta de autenticidad o la doble moral
de su clase. Su padre, sus amigos y el mismo transitan una Santiago con toque de
queda desde la comodidad de sus automóviles y amparados por sus privilegios.
Sin embargo, cuando Matías recorre la ciudad solo, lo hace a pie o en bicicleta y
es solo entonces que es capaz de percibir las intensidades de una ciudad dividida
y agresiva. La “mala onda” que inunda el mundo de Matías como desgano y ci-
nismo, se materializa dentro del espacio urbano cuando se experimenta de forma
directa en forma de barricadas, panfletos y gas lacrimógeno. La “mala onda” no
es imaginación de Matías, sino la forma en que la violencia y la desigualdad que se
ejerce sobre los habitantes de una ciudad en vísperas de un plebiscito fraudulento,
se experimenta desde el privilegio. Es solo en la calle, aun en una ciudad vigilada,
que Matías ensaya personajes que le permitan explorar identidades que escapan a
los modelos familiares y sociales de su clase. Jugar a ser Holden Caulfield (prota-
gonista de El guardián en el centeno de S.D. Salinger) y ponerse un gorro de cazador
mientras desciende caminando de los barrios acomodados de la pre-cordillera san-
tiaguina hacia el centro de la ciudad le permite conectar con una voz interior que
le exige examinar la “mala onda”.
Guillermo de Educar a los topos sobrevive su estadía en un colegio militar debi-
do a que nunca se involucra con nadie. Su estrategia para sobrevivir los ritos de
iniciación de cadetes novatos es pasar desapercibido, cultivar un bajo perfil y mi-
rar todo de lejos. El cinismo es una forma de lidiar con un contexto violento sin
asumir las posiciones de víctima o victimario: “el tiempo tiene peso, un peso que
ningún humano podría soportar sobre su espalda sin antes haber acumulado una
dosis suficiente de cinismo en la sangre” (10). La novela de Fadanelli es una rees-
critura de La ciudad y los perros en la que se exacerba el cinismo que Vargas Llosa ya
había representado en Alberto, el poeta. Alberto sobrevive su paso por la escuela
Leoncio Prado debido a que mantiene una distancia estratégica con su contexto.
Se lo representa muchas veces solo, merodeando, o bien ausentándose de clase
para tomar el sol y escribir novelitas pornográficas que trueca con sus compañe-
ros. Alberto solo se involucra con el asesinato de Arana (el Esclavo) para callar su
conciencia por haberlo traicionado en vida al invitar a salir a Teresa, su enamorada
y se desentiende de todo en cuanto sale del colegio y regresa a Miraflores, el barrio
acomodado en el cual hará su vida adulta. Mirar las cosas sin involucrarse es la
estrategia adaptativa de supervivencia que se configura en La ciudad y los perros y se
profundiza en las novelas del cambio de siglo.

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Medios y masculinidades: mutaciones del romance familiar

Los medios de comunicación y la cultura popular (tanto local como global), se


entienden en este análisis, no sólo como mecanismos de control hegemónico cuyo
objetivo es mantener a la población, y particularmente a la juventud, alejada de la
actividad revolucionaria como plantea Herbert Marcuse en Eros and Civilization;
sino también, como espacios de negociación donde, como postula Jesús Mar-
tín-Barbero, las masas encuentran un espacio de inscripción. Esta conceptuali-
zación ilumina las formas en que la cultura adolescente norteamericana es leída
e incorporada como referente para la construcción identitaria de los jóvenes que
protagonizan este análisis. Los medios audiovisuales adquieren en las novelas el
carácter de refugio emocional ante las exigencias de sus contextos, independiente
de la realidad socio-económica o de su cercanía o marginalidad respecto del poder
de los personajes.
El estudio de Marcuse es útil para el análisis del mercado y los medios, como
formadores de masculinidades contemporáneas, puesto que enfatiza la injerencia
de la industria del entretenimiento y la evasión sobre el desarrollo del romance
familiar. El complejo de Edipo se altera al presentar a un joven que no busca un
mundo distinto al de los padres ya que el mercado ofrece posibilidades identitarias
y formas de ser hombre que no requieren “matar al padre”. Las sociedades alta-
mente industrializadas producen así un tipo de personalidad complaciente con el
orden social, pero que en la intimidad acumula una rabia que no es capaz de trans-
formar en rebeldía y menos en revolución. El consumo de drogas, información in-
trascendente y sexualidades mediatizadas son en este marco, más que distractores,
formas de inhabilitar los elementos o deseos individuales que amenazan el orden
social.
A modo de ejemplo, en Mala onda los universos referenciales de Matías Vicuña,
su protagonista de clase acomodada, se configuran a partir de la cultura popu-
lar norteamericana de finales de los años setenta. Los consumos culturales de su
clase y familia son por lo tanto la televisión doblada y la música envasada que en
el Chile de la dictadura se impuso dese el poder como formas de esparcimiento
políticamente complacientes.4 Es así como para Matías abandonar los universos

4 La crítica Ana María Amar, en Juegos de seducción y traición, establece que Fuguet y las literaturas McOn-
do son el último eslabón en una tradición latinoamericana de inclusión de formas masivas y cultura po-
pular a la literatura. El canon al que Amar alude incluye desde Manuel Puig y Vargas Llosa a los escritores
de La Onda mexicana (154). En esta línea lo que en un momento fue el “cine norteamericano de los años
40, el folletín, el radioteatro y los clisés culturales de la clase media” (155) son en la narrativa de Fuguet
reemplazados por “el cine de los 80, el rock, las formas audiovisuales y los ritos de la burguesía de los
90” (155). Las literaturas McOndo siguen cumpliendo “la misma función de disipadores del imaginario
cultural” (155) y pueden leerse como continuadoras de una tradición que busca nuevas formas en la

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referenciales conocidos sinónimo de desierto y encuentro con la barbarie: “Mis


pasos retumban en la tierra [...] Y las radios. Solo canciones en español. Ni un
tema disco. Nada. Estoy perdido, pienso. Me van a matar. Ojalá que no duela”
(297). El viaje formativo de Matías (en microbús hacia la periferia de la ciudad) no
consta únicamente de alejarse de su hogar sino también de los códigos culturales
que lo configuran y ver por primera la protesta rayada sobre los muros de barrios
y expresada en las canciones en español de la radio y la barricada que finalmente
redirecciona su recorrido.
A partir de una comprensión del género como “una forma de ordenamiento
de la práctica social la cual se refiere constantemente a los cuerpos y a lo que los
cuerpos hacen” (Connell 35) es posible leer el impacto que tienen las industrias
culturales del cine y la música anglosajona sobre la producción de nuevas formas
de masculinidad latinoamericanas. La exposición a la cultura globalizada es en las
novelas del corpus constante e inevitable, lo que resulta, como plantea Víctor Seid-
ler, en un joven expuesto a una diversidad experiencias masculinas nunca antes vis-
ta en Latinoamérica (143). Las masculinidades globalizadas desafían las tradiciones
locales al canalizar el deseo adolescente hacia modelos foráneos de rebeldía y ero-
tismo como James Dean, Elvis Presley o Mick Jagger en lugar de los imaginarios de
hombría encarnados por sus padres y abuelos. Este deslizamiento de referentes es
especialmente relevante cuando se observa que el verdadero peligro que representa
la cultura masas radica, según Ana María Amar Sánchez, en el placer y la velocidad
con el que la cultura pop se incorpora a las prácticas cotidianas (31-33). Tanto la
música como el cine se convierten en socializadores de un conocimiento y de imá-
genes globales que se resignifican en la experiencia local. Así, las idealizaciones del
cine son para Adonis García molde de la experiencia: “llegamos y me dice “siéntate
y ponte cómodo” así como en las películas ¿no?” (47).
Sin embargo, al tener en cuenta las diferencias del contexto latinoamericano
respecto de sociedades altamente industrializadas, y el reemplazo (y aparente neu-
tralización) del padre por los agentes del estado capitalista no significa la ausencia
del poder patriarcal. La ausencia del padre de familia es compensada por medio de
la violencia de género cotidiana y mediatizada, el autoritarismo institucionalizado
por la represión policial, el estado de sitio que en los setenta y los ochenta latinoa-
mericanos marca la omnipresencia del control.
Cabe destacar que en el corpus de novelas fundadoras pueden darse dos posi-
bilidades formativas: la adaptación mediante una lección de hipocresía o bien la
autodestrucción. Ambas se pueden leer con relación a la omnipresencia de figu-
ras patriarcales. La tumba de Agustín sería la novela donde el protagonista busca,
pero no encuentra una salida ni ética ni estética al cinismo y conformismo de la

cultura misma; de hecho, su apuesta a lo mediático tiene el valor de una estrategia de ataque y de apertura
para ganar espacios e imponerse como canon” (155).

– 143 –
Adiós a las armas
Despatriarcar América desde la cultura

representación burguesa encarnada por sus padres literarios y biológicos. Gabriel,


el joven escritor de dieciséis años no encuentra en la concientización política o la
experimentación vanguardista una narrativa capaz de canalizar su angustia expre-
siva. El protagonista, que en los términos de Lukács podríamos clasificar como
un “idealista abstracto”, es incapaz de conciliar su utopía interna con la realidad y
la exigencia de convertirse en un hombre que represente su clase como su padre.
Por ello, en lugar de dar la pelea del guerrillero, se auto elimina de un sistema que
ha neutralizado la ansiedad de influencia5 o el ímpetu revolucionario. La dificultad
para visualizar un afuera induce al protagonista a la psicosis y finalmente al sui-
cidio. La muerte es preferible a lo que para el protagonista sería la aceptación del
vacío sobre el que se construye la moral y la estética burguesa. Por el contrario, La
ciudad y los perros representa en este binomio la adaptación. El poeta, como joven
protagonista, acepta, después de una serie de demostraciones de violencia y la con-
secuente degradación de cualquier tipo de código moral, finalmente a la autoridad.
La ley del padre que lo envió a una escuela militar para que aprendiera a ser hom-
bre se impone y se reproduce en el joven que entra a la adultez dispuesto a ser “un
buen ingeniero [...] y un donjuán” igual que su padre (540). De la misma forma,
Las batallas en el desierto también nos presenta un joven cuya rebeldía –representada
como autonomía sentimental– es cooptada por los discursos disciplinadores de
su momento (psicoanálisis, religión), pero sobre todo por la promesa de un lugar
privilegiado dentro de la nueva burguesía defeña.
El pesimismo que caracteriza a los autores fundadores se repite e incluso exa-
cerba en la generación de los herederos. Autores como Fuguet, Zambra, Guillermo
Fadanelli, Malca y Bayly presentan protagonistas en los que la rebelión es antes que
nada una latencia autodestructiva producto de una insatisfacción que, al no expre-
sarse en términos de rebeldía revolucionaria, se internaliza. Los hombres que pro-
tagonizan las novelas herederas son figuras que se aferran a la adolescencia como
una estrategia para evitar la inserción de pleno en un sistema social y moldes de
género que les incomodan. Los jóvenes adultos son hombres pasivos en términos
políticos ya que no les interesa cambiar el sistema neoliberal porque, al igual que
los protagonistas de la generación fundadora, no visibilizan un afuera. Sin embar-
go, a diferencia del poeta de La ciudad y los perros o Carlitos en Las batallas en el desierto,
no están necesariamente dispuestos a negociar un lugar privilegiado en la sociedad.
Tampoco sufren con la intensidad de Gabriel de La tumba la imposibilidad de un

5 Término acuñado por el crítico estadounidense Harold Bloom en The Anxiety of Influence: A Theory
of Poetry (1973), libro en el cual profundiza sobre las complejidades de la relación del poeta con sus
antecesores. El poeta debe abrir un espacio creativo entre el legado y el impacto sobre su subjetividad
del trabajo de los poetas anteriores, en tanto intenta producir una visión original que lo posicione para
la posteridad. Un poeta fuerte, según Bloom, es el que logra superar la ansiedad de escribir a partir del
trabajo de los antecesores y a la vez a construir una visión original. Para esto el poeta debe enfrentar a los
antecesores en términos quasi-edípicos y así matar al padre digiriendo y sublimando su legado.

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Sobrevivir la megalópolis: adolescentes, masculinidad y medios...
Catalina Forttes Zalaquett

cambio radical de paradigma. Esta característica se evidencia especialmente en el


ámbito del género. La mayoría de los protagonistas de la segunda generación del
corpus se resisten a continuar modelos de masculinidad tradicionales representa-
dos por sus padres y/o figuras de autoridad y se evaden, por lo general, en la figura
mediatizada, rockera, maldita, hasta glamorosa del rebelde sin causa, para así evitar
el esfuerzo de repensar su masculinidad en relación con una feminidad que, en la
segunda mitad del siglo XX, sí está haciendo el trabajo colectivo de repensar lo
femenino.
No es casualidad que el ámbito más problemático de la experiencia masculina
que representan las obras es el de la afectividad, dado que sus protagonistas de no
han sido socializados dentro de los lenguajes del amor y el afecto. Así, para no ser
heridos estos se refugian en el individualismo y la desafección.6 A pesar de esto,
no se identifica en las obras el deseo de repensar la afectividad, ya que un cambio
social y político en este ámbito implicaría la demanda colectiva y la socialización
de un dolor que la cultura patriarcal sistemáticamente esconde y transforma en
violencia que, como ya se planteó arriba, en el caso de nuestros personajes se
interioriza. Es así como Guilllerno de Educar a los topos se representa como un
hombre incapaz de organizar el funeral de su madre o llorar con sus hermanos.
Otro ejemplo, es el de Lucas García, uno de los ocho protagonistas hombres de Por
favor, rebobinar quien en lugar de nombrar su dolor se pierde en las anfetaminas y las
películas y confunde realidad con ficción, hasta del punto de resolver su conflicto
edípico incendiando su casa con su padre adentro. El narrador de Formas de volver
a casa también sintomatiza el dolor que le causa su incapacidad para comunicar lo
que siente mediante comportamientos voyeristas y obsesivos como, por ejemplo,
sentarse a espiar la casa de la que cree ser una mujer de su pasado o evitar comu-
nicarse con su expareja incluso después de un evento extremo como un terremoto.
Antes de cerrar el análisis en torno a las mutaciones del romance familiar de
Marcuse quisiera hacer un comentario acerca de la negatividad a partir de la cual
construye su relación con los medios. En los universos de las novelas los medios de
comunicación y la industria de la cultura son un arma de doble filo, que en la me-
dida en que aliena también otorga referentes contra los cuales evaluar los modelos
de hombría de la generación anterior. En el caso de Fuguet, Agustín, Bayly, Malca,
Pacheco, Zapata y Zambra los medios y en especial el cine y la música juegan un
papel fundamental en mostrarles a los jóvenes que sus sentimientos de alienación

6 bell hooks en su estudio The Will to Change: Men, Masculinity and Love establece que una de las de-
mandas fundamentales de toda mujer (heterosexual, gay, bisexual o célibe) es el amor de los hombres
en su vida (padres, abuelos, hermanos o parejas) y que éste es precisamente uno de los ámbitos para el
cual el patriarcado no prepara al hombre. De ahí la importancia de abrir preguntas en torno al amor y la
masculinidad.

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Adiós a las armas
Despatriarcar América desde la cultura

no les son únicos y que existen otras formas de ser hombre, más allá de las que
proponen sus contextos inmediatos.
Lo que en las novelas equivale a la madurez y supervivencia es el resultado de
aquella negociación que en el mundo marcusiano no es posible. Puede parecer
imposible despertar de la “anestesia” inducida por las industrias de la evasión que
contribuyen a la producción de una nueva forma de represión más eficiente –”sú-
per represión”–, pero éstas tienen también el potencial de producir espacios de
inscripción (74). El cine y la música incitan a imaginar mundos distintos, y dentro
del contexto latinoamericano sirven como contrapunto a realidades contextuales
represivas. Hollywood ha promovido la migración hacia Estados Unidos, entre
otras cosas porque como dice el cronista y novelista chileno Pedro Lemebel en su
Manifiesto (Hablo por mi diferencia): “En Nueva York los maricas se besan en la calle”
(39). En esta misma línea se expresa Alejandro Paz, uno de los pocos amigos de
Matías Vicuña en Mala onda, cuando se refiere a la versión de Estados Unidos a las
que ha tenido acceso en las películas: “¡Esa es vida, pendejo, no esto! Un día en
Manhattan equivale a seis meses en Santiago. Regresar a Chile, loco, a este puterío
rasca, bomb con los milicos por todos lados y la repre, las mentes chatas, es más
que heavy. Es hard core” (58). Para Paz, los mundos representados en las películas,
las revistas y los discos norteamericanos contrastan con la realidad nacional donde
el destino de su generación ya está decidido por la minoría en el poder: “¡Pensar
qué huevón! Es por gente como tú que estamos como estamos. Gracias a ti, yo
estoy aquí preso, pasándome películas de virarme, de irme alguna vez. “Tú crees
Matías que es muy rico sentir que no tienes un país, que tu futuro se ve cero, así
en la más punk” (59).
El retorno de la democracia en países como Chile se ve acompañado de una
apertura mediática que se traduce en euforia, energía creativa y, al mismo tiempo,
vértigo y ansiedad en la generación más joven. Así se identifica en las novelas he-
rederas el impacto de la cultura globalizada y la publicidad en la superación de los
modelos de género que –sobre todo en los países en transición democrática– se
esfuerza por olvidar. El patriarca dictatorial, el guerrillero idealista pero violento
y el cómplice silencioso son construcciones de masculinidad que a partir de los
noventa carecen de legitimidad formativa, sin embargo, el costo de su caducidad
se traduce en una sensación de desarraigo que deja a los protagonistas de estas
novelas a la deriva y sin modelos convincentes para aprender a ser adultos, padres
y compañeros. Si a esto se le suma la inserción –no ausente de problemas y difi-
cultades– de la mujer en las esferas laborales y políticas, las transformaciones en la
configuración de las masculinidades, se hace evidente ya que al menos la mitad de
la población exige redefinir los roles de género en términos públicos y privados. Si
bien los modelos autoritarios afirmados por la dictadura comienzan a fisurarse, és-
tos siguen presentes y compiten con aquellos modelos emergentes que la apertura
del país a otras narrativas de género ha posibilitado.

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Sobrevivir la megalópolis: adolescentes, masculinidad y medios...
Catalina Forttes Zalaquett

La adolescencia y la hombría hacia el siglo XXI

Todos los textos del corpus propuesto, con la excepción de El final de la calle de
Oscar Malca y El vampiro de la colonia Roma de Luis Zapata, presentan jóvenes que
gozan del privilegio de no tener que trabajar, o bien lo hacen de forma laxa o poco
demandante. La diferencia con los textos Malca y Zapata radica en que la margina-
lidad social de sus personajes los empuja al mundo del trabajo criminal o marginal.
Así Adonis García se prostituye y M de El final de la calle es un joven que se la pasa
haciendo filas para presentar currículums o actividades delictuales de poca monta.
Este no es el caso del resto de las novelas cuyas temáticas tienden a ser más bien
“clasemedieras” o en algunos casos representaciones del mundo del privilegio y
donde el trabajo no define la vida de los personajes. Esta característica coincide
con la exigencia del género formativo de ubicar al joven en un momento de tran-
sición y preparación para la vida burguesa. Es curioso entonces que en las novelas
Educar a los Topos, Por favor, rebobinar y Formas de volver a casa, se representen personajes
que aun cuando no están firmemente atados a las líneas de trabajo, no son en rigor
adolescentes. El narrador de Formas de volver a casa grafica esta condición con
claridad cuando describe su trabajo, el que no dista en mayor medida del de un
estudiante: “Ensayaba una vida plácida y digna: pasaba las tardes leyendo novelas
o mirando la tele durante horas, fumando tabaco o marihuana, bebiendo cervezas
o vino barato, escuchando música o escuchando nada” (87-88).
Llama atención que estos textos presenten un desplazamiento de las proble-
máticas propias de los procesos formativos hacia la adultez y resulta sumamente
productivo pensar este movimiento con relación a una crisis de masculinidad. El
sociólogo Michael Kimmel describe un período que considera nuevo en el camino
de los hombres a la adultez y que se encuentra íntimamente relacionado con los
medios de comunicación y la naturaleza del mercado laboral en el cambio de siglo.
Según Kimmel se ha abierto un espacio que denomina Guyland que cubre el perío-
do entre aproximadamente los dieciséis y los treinta años de los hombres (5). Guy
significa en su lectura estirar los privilegios del estilo de vida universitario hacia los
años en que las generaciones anteriores forjaban los cimientos para una estabilidad
laboral y afectiva (8). Según Kimmel son grandes consumidores, dedican horas de
televisión, a producciones cinematográficas e incluso son el mercado objetivo de
gran parte de la industria deportiva y automovilística estadounidense. En definiti-
va, mantienen hábitos de consumo forjados en los años universitarios, pero con el
dinero de un trabajo adulto y su capacidad de deuda (9).
El joven descrito por Kimmel tiene mucho en común con los protagonistas de
las novelas herederas del corpus, puesto que comparten configuraciones de mas-
culinidad abúlicas e individualistas. El trabajo para los protagonistas de Zambra,
Fuguet y Bayly, solo se justifica como medio para sostener prácticas de consumo

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Adiós a las armas
Despatriarcar América desde la cultura

iniciadas en la adolescencia y que con el poder adquisitivo de la adultez se vuelven


aún más prevalentes. Si en la adolescencia los gustos (o las elecciones estéticas)
definían como diría Lucas García de Por favor, rebobinar “el engranaje moral que uno
tiene” (53), en las novelas del corpus, las películas, las canciones y los libros son las
referencias a partir de las cuales los narradores construyen a sus personajes. Es así
como el contenido de una caja de cartón con los objetos que sobreviven al térmi-
no de una relación representa el universo referencial del protagonista de Formas de
volver a casa: “Había dos chalecos, una bufanda, mis películas de Kaurismaki y Wes
Anderson, mis discos de Tom Waits y Wu-Tang Clan, además de algunos libros que
durante estos meses le presté” (160).
El sociólogo chileno, José Olavarría establece que, en el caso del santiaguino de
la postdictadura, la adultez llega con la paternidad, por lo que podríamos deducir
que esto no les ocurre a todos los hombres. La paternidad es uno de los miedos no
explicitados de los protagonistas del corpus. Para ser padre (o dejar de ser hijo) es
necesario haber simbólicamente matado al propio porque, como se planteó arriba,
no basta con la evasión mediática o la identificación con figuras masculinas más
atractivas que el padre. Nos referimos aquí a los protagonistas de las novelas que
debido a su edad ya deberían haber resuelto las interrogantes de la adolescencia y
cuya estabilidad podría dar cabida a proyectos de pareja o familiares, no a aquellos
personajes que se encuentran en etapas estrictamente adolescentes.
Tener hijos es, por primera vez en la historia, una decisión, y la llegada de un
hijo no planificado un evento que tiene el poder de cambiar los planes o las aspi-
raciones de un individuo educado sobre los cimientos de la clase media. Es por lo
tanto posible leer la ausencia de la paternidad (o los proyectos que la involucren)
como una omisión consciente o inconsciente que ocurre debido a que los jóvenes
y los no tan jóvenes se ven aún a sí mismos como hijos, –y añadimos– como hi-
jos-problema, juniors o “hijitos de papá” que aún siguen culpando a la generación
anterior por sus deformaciones. Lucas García de Por favor, rebobinar quema su casa
con su padre adentro, porque alguna vez vio esa imagen en una película; el narra-
dor de Formas de volver a casa revisa su infancia en dictadura para encontrar las
claves de un presente personal y nacional marcado por la desafección; Guillermo
en Educar a los topos comienza a narrar porque no puede dejar de soñar con los re-
lojes que le regaló su padre en vida; Gabriel en La noche es virgen no abandona la co-
modidad de la casa paterna porque le gusta que le laven a mano ajada sus calzonci-
llos “y te sirvan tres comidas calentitas todos los días” (56); ¿En qué momento deja
de tener la culpa la generación que fracasó en sus proyectos familiares y utopías
sociales? Si se entiende a la adultez como una etapa o momento en que se asume la
responsabilidad de transcender lo individual hacia lo colectivo –o el descubrimien-
to y diálogo con el otro, fuera del ensimismamiento–, este es precisamente el paso
que los jóvenes representados en las novelas del cambio de siglo aquí estudiadas
aún no han hecho. No me refiero a que se expresen compromisos con proyectos

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Sobrevivir la megalópolis: adolescentes, masculinidad y medios...
Catalina Forttes Zalaquett

de transformación social, sino que las subjetividades representadas se pongan en


relación con las de una comunidad que comparte la experiencia citadina finisecular
caracterizada en un comienzo como entrópica. No se presentan en estas novelas
alternativas a la inserción social burguesa ya que eso significaría la configuración
de un espacio utópico. Tampoco se identifican manifestaciones contraculturales o
alternativas que otorguen espacios a nuevas configuraciones de masculinidad y lo
si hay es desesperanza, soledad, cinismo y aislamiento.
El proceso formativo se representa en las novelas del corpus (a excepción de
La tumba) como un proceso de supervivencia. Es decir, convertirse en un adulto
funcional y así aprender a negociar los deseos e ideales personales con relación a
las instituciones y no morir como en la novela de Agustín en busca de la pureza.
En las novelas fundadoras lo que sacrifica a cambio de la inserción es el amor; es
así como Carlitos de Las batallas en el desierto renuncia al recuerdo del amor a cambio
de un lugar en la emergente burguesía empresarial o Alberto, el poeta de La ciudad y
los perros, se aleja de la complicidad con el mundo femenino para demarcar las jerar-
quías sociales y de género sobre las cuales se construye la masculinidad burguesa.
Sin embargo, en las novelas herederas el amor es incluso más elusivo. Guillermo,
el protagonista de Educar a los topos, no es capaz de expresar amor filial o amor de
pareja y representa el emparejamiento amoroso de sus padres como el gran error
de su madre y el origen de una tragedia familiar: la de la subyugación de un grupo
humano a los caprichos de un patriarca. En esta misma línea la narrativa de Fuguet
y Zambra presenta personajes que renuncian a la vida amorosa, puesto que no tie-
nen los recursos emocionales como para sostenerla. En el caso de estos autores la
música, las películas y los libros serán los repositorios a la vez que los codificadores
de una vida emocional alejada de la interacción humana.
Se sobrevive solo si se aprende a despreciar al padre sin matarlo y escabullendo
las relaciones profundas y/o comprometidas. En esta línea, Gabriel de La noche es
virgen, representa una actualización patriarcal y clasista de los modelos burgueses
miraflorinos dentro del universo gay ya que el dinero y la clase social siguen sien-
do el sustento identitario de un hombre que tuerce el plan vital reservado para su
clase al hacerse figura de televisión. Sus transgresiones son privadas y se realizan
dentro de un circuito bohemio y nocturno que no desestabilizan el orden. El fuerte
consumo de cocaína y las noches acompañado de chicos o chicas, no se consti-
tuyen como amenazas al orden ni tampoco como experiencias que sensibilicen al
narrador frente a realidades distintas a la propia, sino que funcionan, a la luz de
la elaboración de Marcuse, como formas de canalizar una energía que ubicada en
un nivel público podría ser potencialmente disruptiva o abrir nuevos espacios de
inscripción identitaria. Gabriel observa con distancia e incluso indiferencia como
Mariano, el rockero que es objeto de su deseo, se degrada persiguiendo el sueño
de ser artista, pues este es dentro de su visión de mundo, inalcanzable para sujetos
sin contactos y dinero.

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Adiós a las armas
Despatriarcar América desde la cultura

M de El final de la calle, profundiza y complica la distancia emocional al repre-


sentarla como falta de empatía. La empatía vulnerabiliza al joven que solo ve una
salida dentro del ámbito de la criminalidad, así intoxicarse hasta perder la empatía
es una forma de no morir. Las escenas más violentas de la novela se relacionan
con situaciones de abuso que involucran mujeres y niños pobres en las cuales la
posibilidad de empatía se reprime mediante la expresión de crueldad gratuita. En
este caso la desafección se expresa mediante la respuesta emocional permitida a los
hombres y la represión de cualquier emoción que dé cuenta de la vulnerabilidad del
sujeto joven y pobre para el cual no hay un lugar en el mundo.
La desafección, la pasividad, la falta de empatía son todos estados emocionales
funcionales al estatus quo en términos sociales, económicos y también sirve a la in-
movilidad de las construcciones de género que las sostienen. Finalmente son estas
emociones las que periten a los protagonistas de estas novelas situarse al margen
de la historia como un testigo de un accidente automovilístico que en lugar de
llamar a la ambulancia se compra una botella de alcohol para pasar el mal rato. El
proceso de-formativo convierte así al joven en cómplice de lo que juzga o le inco-
moda de la generación anterior. El narrador de Formas de volver a casa representa así
ya entrado el siglo XXI a un joven ya en sus treintas que como un hijo incomodo
de la dictadura que, en lugar de elaborar una memoria sobre las formas y las con-
secuencias del trauma ocasionado por la violencia de Estado sobre sus padres y su
infancia, se queda inmóvil en el círculo retorico de culpar a la generación anterior
por su complicidad con el modelo heredado de la dictadura y no hacer el trabajo
aún más incómodo de revisar su propia complicidad con el statu quo.

Conclusiones

Las novelas abordadas en este estudio dan cuenta de un proceso de modernización


desigual y del impacto de los flujos globales de capital, información y personas
en las megalópolis latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XX. El espacio
citadino se levanta en el corpus como telón de fondo de los ritos iniciáticos que,
si bien en la novela fundadora figuran la inserción en lo social, en la heredera ya
no ofrece garantías para la reproducción del mundo que se hereda o bien la cons-
trucción de una narrativa que aspire a mejorar las condiciones de vida. El joven
aprende a conformarse con sobrevivir negociando con figuras masculinas que se
sienten caducas o carentes de autoridad moral. El padre de familia, el profesor, el
sacerdote, el militar son todas figuras que van dejando de ser el blanco de la re-
beldía propia de la juventud y así la ley del padre se vuelve más abstracta pero no
menos presente. El asumir las estructuras sociales como inamovibles sería dentro
del análisis de Marcuse expresión de alienación y consecuencia de la forma en que
la cultura de masas interpela a la subjetividad adolescente. Sin embargo, esta discu-

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Sobrevivir la megalópolis: adolescentes, masculinidad y medios...
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sión matiza el impacto de la industria cultural de cuño norteamericana al ponerla


en relación con la representación de masculinidades que exceden o desafían los
códigos locales de hombría.
El cine y la música ofrecen, a los protagonistas del corpus, referentes que per-
miten comparar las realidades locales con los mundos que se perciben como más
libres y codificar la energía adolescente y su erotismo mediante la expresión de es-
tilos, moda y consumos mediatizados. Adonis García puede escenificar una forma
de masculinidad coherente con su deseo gracias al atractivo universal que ejercen
los actores y los personajes de Hollywood. De la misma manera, Gabriel de La
noche es virgen puede esconder su homosexualidad detrás de anteojos Armani y un
trabajo en televisión que lo define como artista, aun cuando esto signifique solo ex-
posición mediática, y no una expresión creativa. Lucas García de Por favor, rebobinar
consume tantas películas y drogas que confunde la frontera entre la realidad y la
ficción, en tanto que el narrador de Formas de volver a casa se encierra en su departa-
mento de soltero a fumar mariguana, con discos películas y libros. La ansiedad de
influencia desaparece en el ensimismamiento y los nuevos modelos de ser hombre
no logran desafiar y menos reemplazar a los anteriores. Consecuentemente, en to-
das las novelas del corpus la hombría sigue siendo un signo vacío a la espera de ser
resignificada más allá de la tradición. El aporte de estas literaturas en términos de
género es el de hacer visible una masculinidad en crisis que aun no ha realizado el
esfuerzo político de repensarse a partir de la vulnerabilidad. La lección hipocresía
tan visible en novelas fundadoras adquiere en la heredera una dosis de cinismo y
escepticismo que representa la de-formación como una adaptación a un mundo
que, a pesar de que se rechaza, se asume como inamovible.

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Adiós a las armas
Despatriarcar América desde la cultura

Obras citadas

Agustín, José. La tumba. Ediciones Mester, 1964.


Amar Sánchez, Ana María. Juegos de seducción y traición. Editorial Beatriz Viterbo, 2000.
Bayly, Jaime. La noche es virgen. Anagrama, 1997.
Bloom, Harold. The Anxiety of Influence: A Theory of Poetry. Oxford University Press, Second
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Connell, R.W. Masculinities. University of California Press, 2005.
De Certeau, Michel. La invención de lo cotidiano: I. Artes de hacer. Trad. Alejandro Pescador.
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Fuguet, Alberto. Mala onda. Editorial Planeta, 1991.
__________. Por favor rebobinar. Rev. ed. Suma de Letras, 2003.
hooks, bell. The Will to Change: Men, Masculinity and Love. Washington Square Press, 2004.
Jameson, Fredric. Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism. Duke UP, 1991.
Kimmel, Michael. Guyland: The Perilous World Where Boys Become Men. HarperCollins, 2008.
Lemebel, Pedro. “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)”. A corazón abierto: Geografía Literaria
de la homosexualidad en Chile. Ed. Juan Pablo Sutherland. Editorial Sudamericana, 2002.
35-39
Ludmer, Josefina. Aquí América Latina: una especulación. Eterna Cadencia, 2010.
Lukács, Georg. Theory of the Novel. Trad. Anna Bostock. MIT Press, 1971
Malca, Oscar. Al final de la calle. Ediciones El Santo Oficio, 1994.
Marcuse, Herbert. Eros and Civilization: A Philosophical Inquiry into Freud. Bacon Press, 1969.
Martín-Barbero, Jesús. De los medios a las mediaciones: Comunicación, cultura y hegemonía. Ediciones
G.Gili, 1987.
Monsiváis, Carlos. Los rituales del caos. Ediciones Era, 1995.
Moretti, Franco. The Way of the World: The Bildungsroman in European Culture.
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Mumford, Lewis. The Culture of Cities. Harcourt Brace Jovanovich, 1966.
Nitschack, Horst. “Cidade de Deus de Paulo Lins y La virgen de los sicarios de Fernando
Vallejo: el adolescente como sujeto absoluto”. Entre la familia, la sociedad y el Estado. Niños
y jóvenes en América Latina (siglos XIX- XX). Eds. Sandra Carreras and Barbara Potthast.
Madrid: Iberoamericana; Vervuert. 205. 311-331.
Olalquiaga, Celeste. Megalopolis: Contemporary Cultural Sensibilities. University of Minnesota
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Olavarría, José. Y todos querían ser (buenos) padres. FLACSO-Chile, 2001.
Pacheco, José Emilio. Las batallas en el desierto. LOM, 1999.

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Sobrevivir la megalópolis: adolescentes, masculinidad y medios...
Catalina Forttes Zalaquett

Rodríguez Fontela, María. La novela de autoformación: una aproximación teórica e histórica al


“Bildungsroman” desde la narrativa española. Ediciones Reichenberger, 1996.
Rojo, Grinor. “La contraBildungsroman de Manuel Rojas”. Las novelas de formación chilenas.
Bildungsroman y contrabildungsroman. Sangría Editora, 2014. 165-266.
Seidler, Victor J. Masculinidades: culturas globales y vidas íntimas. Montesinos, 2006.
Vargas Llosa, Mario. La ciudad y los perros. Suma de Letras, 2000.
Zambra, Alejandro. Formas de volver a casa. Anagrama, 2011.
Zapata, Luis. Las aventuras, desventuras y sueños de Adonis García, el vampiro de la colonia Roma.
Editorial Grijalbo, 1979.

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