Libertad y Creatividad
Libertad y Creatividad
Libertad y Creatividad
A. Campbell Garnett1
(2) Con alguna repugnancia, y pese a su barbarismo, se ha optado por conservar el equi-
valente morfológico exacto de la palabra creativity que emplea el autor, evitando así el
empleo de términos más específicos, como función, proceso, impulso, actividad creativos,
cuando evidentemente el texto original pide el genérico creativity. Cuando el autor opta
por uno de éstos específicos es porque evidentemente lo prefiere al genérico, y en esos
casos se emplea, al traducir, el equivalente preciso; sólo que a veces se traduce creative
por creativo y otras por creador prefiriéndose este último cuando se trata de las mani-
festaciones más altas de la "creatividad" y aquél en los demás casos. (Nota del tr.)
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aquí por qué se insiste en limitar la libertad, a veces harto justificadamente. Las con-
diciones para la creación en general han de protegerse contra el ataque destructivo de
ciertas expresiones particulares de la espontaneidad, lo que acarrea restricciones a la
libertad de algunos.
Siendo así que toda acción espontánea envuelve cierta medida de potencia
creativa, procede indagar cómo es que esa potencia puede convertirse en enemiga de
sí misma. La respuesta, claro está, la encontraremos en dos hechos: (1) que los precesos
creativos en sus formas primarias y más simples pueden ser inconscientes y de corto
alcance en cuanto a sus consecuencias, no siendo nunca, aun en sus formas más altas,
omniscientes en cuanto a éstas; (2) que los procesos creativos, aun al nivel de la
consciencia reflectiva, se fijan, se hacen habituales, casi ciegos, y automáticos. Gracias
a esto último se logra. una valiosa economía en el proceso vital del individuo, pues le
permite, pese a la limitación de su margen de atención, una mayor complejidad y
extensión en su genuina actividad creadora. Pero significa también que ciertos procesos
de actividad, aunque de naturaleza esencialmente espontánea y creativa, pueden verse
estrechamente condicionados y muy constreñidos por factores ajenos a la creatividad
misma, y así determinados a producir resultados inhibidores de ulterior creatividad y
destructores tanto de sus condiciones como de sus logros. Se impone, pues, restringirles
la libertad a ciertos tipos de actividad espontánea. Pero vemos también que estos tipos
destructivos lo son sólo porque su espontaneidad dinámica les viene limitada, y en
parte determinada, por factores externos que los encauzan por canales específicos. No
es ello culpa de la libertad, la espontaneidad y la creatividad mismas, sino de la forma
específica de los factores limitativos y condicionantes en. que aquellas trabajan. El mai
está, no en el proceso creativo en sí, sino en su limitación y canalización hacia impul-
sos y hábitos específicos. No es que haya demasiada actividad creativa ni demasiada
libertad, sino falta de una y otra, y la necesidad de restringir la libertad equivale a la
necesidad de imponer restricciones externas a la. libertad del individuo para contrarres-
tar los efectos de ciertas restricciones internas a su propia genuina creatividad que se
han formado dentro de la estructura de lo que llamamos su "yo" (self).
Esto nos trae al importante concepto de que las condiciones limitadoras y mo-
dificadoras de la libertad y la creatividad yacen en parte dentro del yo, y que pueden,
aunque en general agreguen a la capacidad creadora, tener también un efecto negativo,
al limitar la genuina creatividad del individuo y dirigir su conducta por vías destructivas
para la de los demás. Trátase de un mal interno, un mal en la estructura del carácter
del yo, pero entretejido con, y hasta procedente de, rasgos estructurales del yo que en
general consideramos valiosos. Un mismo hábito o impulso establecido que da eficacia
y dirección a una línea de actividad creadora puede inhibir otra e intercalar a veces
efectos negativos entre sus, en general, felices consecuencias. Mas este concepto de las
condiciones limitadoras de la libertad dentro del yo sugiere también que el mal que
radica en la estructura o carácter del yo no es un rasgo del proceso creativo ínsito en
él, en tanto que libre, sino que puede deberse a una debilitación de la creatividad, a
su carencia de previsión y al engendro dentro del yo, de estructuras determinantes que
limitan la esencial libertad de la creatividad, por mucho que agreguen a su eficacia.
Si es esto así, lo que encontramos ser un mal consiste en estructuras y condiciones, den-
tro y fuera del yo, que limitan o estorban la creatividad, o en una mera carencia de
fuerza creadora allí donde es de esperar y es posible, en tanto que la fuerza creadora
misma es siempre un bien. ~ usamos el término "bien" en el sentido que le da
Sidgwick de lo "razonablemente deseado", o mejor "lo razonablemente favorecido";
i.e., decir "la creatividad es un bien" equivale a decir que "es algo hacia lo cual el
entendimiento avisado (intelligent understanding) tiende a inducir una actitud fa-
vorable".
Pero antes de convenir en esta aprobación general de la creatividad como un
bien, debemos aclarar un punto más. Se preguntará: ¿ nunca será la expresión creativa
de la actividad vital de un individuo destructiva de la ajena, a no ser en la medida
en que su libre expresión se ve limitada y específicamente dirigida por estructuras y
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determinación que sobre ella ejerzan otros factores se limite a los efectos canalizantes
de rasgos estructurales en el interior del yo, tendremos que reconocer que, en el sentido
que hemos dado a "libertad", un acto volitivo puede ser no-libre, o podrá tener cierto
grado de libertad, pero nunca será completamente libre. La "voluntad" será no-libre
en la medida en que su elección entre las posibilidades que se le abren objetivamente
esté determinada por las estructuras subjetivas psicológicas o psicofisiológicas que
constituyen la armazón de los hábitos y los impulsos específicos. Estos pueden en ciertas
circunstancias, hacer previsible la elección con un alto grado de regularidad estadística.
Pero hay otras circunstancias en que los factores determinantes, tanto externos como
internos respecto a la estructura del yo, están tan balanceados, o son tan inatinentes a
las alternativas de elección, que ésta resulta muy imprevisible. En tales casos nos parece
que o (1) nos hemos simplemente dejado ir, sin decidimos, o (2) hemos tomado
una decisión que no se nos antoja determinada por ningún patrón de respuestas pre-
establecido, sino, que abre nuevas perspectivas o refuerza alguna de las tendencias
del patrón pre-establecido, para abocar en una elección que de otra manera no se
hubiese tomado.
En ambos casos del segundo tipo, nos apartamos de lo que, en el patrón acos-
tumbrado de nuestra conducta, aparece como equilibrio de fuerzas motivacionales, y
es entonces cuando sentimos nuestra elección como algo íntimo, algo que dimana de
nuestra propia decisión y nuestra propia responsabilidad; como una decisión hecha en
el instante, no la expresión de impulsos nacidos de anteriores decisiones. Pero estas
decisiones, al surgir, no nos parecen inmotivadas ni irracionales. Los objetivos que se
eligen no son simplemente los que más concuerdan con los antes elegidos (meros
efectos del hábito), sino que su elección es expresión de nuestra propia creatividad y
concuerda con sus propios inmanentes principios de preferencia. De aquí que la
elección nos parezca racional. El crecimiento, la variedad, el orden y armonía, y la
realización de posibilidades, características manifiestas del proceso vital visto en amplia
perspectiva, se hacen principios de preferencia conscientes a medida que el proceso
vital se va tornando más y más auto-consciente. El análisis reflectivo nos muestra
aquella actividad en que el impulso creativo es más completamente libre como una
actividad racional expresiva de nuestro verdadero yo. Se convierte así en el tipo de
actividad que se nos antoja más "razonablemente favorecida" y la llamamos "buena",
la creemos "justa". Así el juicio moral, si es perspicaz, respalda la intención creativa,
pero exige que exprese la capacidad plena del yo racional para la creatividad, expresión
que ve su propia actividad como verdaderamente creativa sólo en la medida en que
la variedad y el orden que crea faciliten la eficiencia de la actividad creativa donde
quiera que se exprese.
Resulta de este análisis que es bueno que el hombre sea libre, siempre que tal
libertad no lo sea sólo de toda coerción exterior sobre el yo, sino libertad del impulso
creativo dentro del yo para encontrar su propia expresión, guiado éste por la ilumina-
ción máxima posible de su propia inteligencia y con suficiente independencia de la
influencia determinante de las estructuras del hábito que canalizan la actividad de
acuerdo con normas y metas preestablecidas. Llegamos, en efecto, a la muy anti-
aristotélica concepción de que la virtud no consiste en hábitos que mantienen a nuestra
conducta concordante con un término medio y confían en el refinado móvil del orgullo
para impulsamos a la imitación de los fronimos, los sabios y honorables caballeros de
nuestra sociedad. Vemos, en vez la virtud en la auto-expresión del espíritu libre, no
inhibido por temores, que espera, sin orgullo la aceptación social, se preocupa huma-
namente por los valores humanos, sin favoritismo ni prejuicios contra individuos ni
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Ahora bien, este proceso afanoso, aunque nunca es mero pasivo recibir de im-
presiones, ni una respuesta automática a estímulos, se desenvuelve, cuando estamos
despiertos, normalmente y sin mayor dificultad; cuidamos espontáneamente de los
fines y los medios y cuando hay que tomar decisiones suelen reducirse a la selección
de los mejores medios para llegar a fines aceptados e induscutidos. Tal actividad es
creativa y libre y podemos entregamos a ella con toda delectación. A veces, empero,
confrontamos una situación en que nuestros intereses pre-formados y aceptados chocan;
la estructura-hábito del yo, que normalmente canaliza nuestra actividad, nos atrae en
direcciones incompatibles, haciendo vacilar nuestro afán de modo que no podemos
entregamos de lleno a la búsqueda de ninguna de las metas alternativas. No será
cuestión de medios para llegar a una meta aceptada, sino de qué meta aceptaremos
como nuestra. La decisión se sitúa al nivel de los fines, no los medios. En situaciones
tales, a veces nuestra decisión fracasa como decisión del yo actuando como un todo:
la dejamos al acaso de algún estímulo particularmente fuerte, o del que esté presente
en el momento en que ya no pueda posponerse la acción; y las consecuencias pueden
ser funestas. Otras veces nos detenemos a examinar bien la situación, recordando las
metas anteriormente aceptadas y los medios para llegar a ellas, y formando juicio acerca
del conjunto de consecuencias de las varias alternativas posibles. En tales casos, el
proceso de afán creativo busca la solución más creativa y se le entrega con todo su
ser -el yo integrado en la decisión y actuante como un todo. A vcees habrá que
escoger entre fines, uno que se tiene por correcto y otro, más apetitoso, pero que
juzgamos desacertado. A veces, entre dos fines deseados, pero que se nos antojan
igualmente correctos y buenos. Pero en todo caso, la decisión así tomada se tiene por
buena, porque la hemos creído la más creativa, y se la tiene por correcta, porque la
sentimos ser la más completamente expresiva de la integridad de nuestra propia persona.
De tales decisiones asumimos la responsabilidad y aceptamos la alabanza como
merecida. Casos hay en que pudiéramos entender que se imponía una decisión a este
nivel creativo en que actúa el yo como todo integrado, y, sin embargo, tal decisión
no se ha producido, por haberse dejado la elección a los impulsos canalizados y al
acaso del estímulo más fuerte. Reconocemos entonces que el yo ha incurrido en falta
y merecido la culpa. Diremos: "Pude haber escogido de otra manera, me era posible,
pero no; lo hice. Soy, pues, culpable y yo solo". El hito del problema de la responsa-
bilidad está en lo que entendemos, en estos casos, por "pude" y "posible". Al menos
esto parecen implicar esos términos: que en el momento que precede inmediatamente
al acto volitivo decisorio (en que la persona se dispuso a hacer lo que hizo) todas las
condiciones antecedentes necesarias del otro acto volitivo (que ahora se reconoce ser
el correcto) estaban presentes. De no haber estado presentes las condiciones antece-
dentes necesarias para este acto diferente, sería falso decir "Pude haber escogido de
otra manera, era posible". Pero si todas las condiciones antecedentes necesarias del
acto volitivo distinto estaban presentes y, sin embargo, el acto no se produjo, ello
implicaría que la totalidad de las condiciones antecedentes necesarias no constituyen,
por sí, la condición suficiente para que ocurra el acto volitivo. Quiere decir que siern,
pre que una persona se reconoce moralmente responsable, tal reconocimiento envuelve
lógicamente el supuesto de que no están presentes las condiciones suficientes del acto
en cuestión en el momento que antecede inmediatamente a la decisión misma, es decir,
a su disposición de realizado. Y puesto que podemos reconocemos moralmente respon-
sables en todos los casos de acción conscientemente volitiva, hay que concluir que tal
auto-reconocimiento como merecedores de culpa o encomio morales, obliga lógicamente
a rechazar esa especie de determinismo que afirma que para toda acción, aun para
aquellas en que juega la creatividad, tienen que estar presentes las condiciones sufi-
cientes en el momento que precede inmediatamente a la decisión volitiva, a la disposi-
ción de realizar el acto. Han de estar presentes en ese momento previo las condiciones
antecedentes necesarias, pero hay que asumir que allí donde interviene la creatividad
(al menos la creatividad consciente) no basta la totalidad de las condiciones antece-
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dentes necesarias, en sí, para determinar la forma que adoptará la subsiguiente decisión
creativa. Esas condiciones antecedentes necesarias incluyen la contemplación de posi-
bilidades alternativas, el impulso (momentum) de los hábitos adquiridos, el acicate
del deseo y el interés creativo que prefiere la eficiencia, el orden y la variedad creadores
de ulterior creatividad, para sí y para los demás. Pero cuál de las posibilidades alter-
nativas prevalecerá en el instante sucesivo, no lo determina ningún equilibrio de
fuerzas entre estos antecedentes. Hay que entender más bien el interés creativo como
integrándose por sí en cada momento sucesivo como acto creativo bien integrado o
completo, dando así dirección más o menos nueva al impulso de los intereses pre-
establecidos del pasado. Es por este ejercicio de la actividad creadora, más o menos
completo en cada momento consciente, según lo permitan las condiciones antecedentes,
que el yo, al reflexionar sobre sus decisiones, se hace responsable. Su veredicto es, a
veces, que, por razón de las condiciones antecedentes, no le era posible actuar, sino
como actuó. Otras, su veredicto es que sí le había sido posible. Son veredictos respe-
tables para el metafísico. Atrevido dogmatismo sería hoy día pretender que sabemos
tanto de la naturaleza de la causalidad, sea física, bioquímica o psicológica, que tenemos
que rechazar tal aseveración de la auto-consciencia reflectiva, cuya verdad se desprende
lógicamente del uso común del concepto de responsabilidad.
Si asumimos este común concepto de responsabilidad ¿estaremos acaso cayendo
en el otro cuerno del dilema, según el cual una decisión no determinada por sus
condiciones antecedentes surge por azar, con el resultado de que de la ocurrencia o no
ocurrencia de sucesos casuales no puede hacerse responsable a nadie? ¿O habremos,
con nuestro concepto de actividad creativa en el presente vivo, definido un concepto
aceptable que se escapa entre los cuernos del azar y la determinación por condiciones
antecedentes? De no dar con semejante concepto alternativo, tendremos, según ya vimos,
que abandonar la noción de responsabilidad moral comúnmente asumida. Para poner
a prueba la cuestión habrá que examinar la noción de azar. Noción evasiva, por cierto.
Respecto al concepto determinista, según el cual las condiciones necesarias y suficien-
tes de todo suceso están contenidas en sus antecedentes, el término "azar" tiene sentido
sólo desde el punto de vista de nuestra ignorancia de algunas de esas condiciones y
nuestra incapacidad de controladas. "Azar" querrá entonces decir solamente "más
allá de toda predicción o de todo control humano", sin negar que todo suceso esté
completamente determinado por sus antecedentes. Porque este término "azar" envuelve
el concepto de "más allá del control humano", es que resulta incompatible con el
concepto de responsabilidad moral. El dilema determinista depende del supuesto arbi-
trario de que una acción o está controlada por sus antecedentes o evade todo control
humano.
El concepto de la libre actividad creativa en el presente vivo, sin embargo, no
es un concepto de actividad más allá del humano control. Ve la acción manifiesta
controlada en parte por condiciones antecedentes y en parte por el libre proceso de
esfuerzo creativo que le es coetáneo. El proceso de esfuerzo creativo mismo, constan-
temente renovado, es un continuo variable que siempre contempla nuevas y abiertas
posibilidades, entre las cuales escoge. Las condiciones antecedentes determinan la na-
turaleza de las posibilidades alternativas contempladas. Pero la selección depende del
mayor o menor esfuerzo realizado de acuerdo con las propias inmanentes preferencias
de variedad con armonía y eficiencia, i.e., de creatividad y del fomento de las condi-
ciones de la creatividad. Siendo este esfuerzo un esfuerzo del yo, una fase de su proceso
central sentimiento-afán, no cabe decir de su grado de fuerza o debilidad que esté
más allá del control del yo. Lo que requiere el concepto de responsabilidad moral es
que el esfuerzo se conciba como una fase de la actividad del yo, cuya fuerza o debilidad
no están completamente determinadas por factores antecedentes ni dentro del yo, ni
más allá de él. Hay que reconocería como la expresión creativa del yo en el presente
vivo. Los actos manifiestos que afluyen del pasado al presente modifican sin cesar su
ocurrencia por los esfuerzos del yo. En un sentido especial, pues, están auto-deterrni.
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nados -determinados (en parte) por el yo. Mas los esfuerzos y decisiones dejan
también su marca sobre el yo al determinar sus hábitos, moldear su carácter, facilitando
así, o estorbando, los esfuerzos creativos del futuro. Resultamos, de esta manera, en
parte responsables nosotros mismos de la clase de hombres que somos; en un proceso
de auto-determinación moldeamos nuestro carácter. Puede concebirse al yo ora como
sustancia, ora como proceso que envuelven, uno u otro, un continuum de sentimiento-
afán, consciente y subconsciente, variable en intensidad y en integridad interna.
No hay hechos empíricos que obliguen a decidirse por este concepto de la auto-
determinación en la libre actividad creativa en lugar del de la completa determinación
del presente y el futuro por el pasado. El punto de vista determinista tiene su atractivo
estético, pues presenta un universo peinado y pulido, todo integrado en un sistema
que marcha, y nos asegura que toda pregunta sobre el pasado o el futuro admite inves-
tigación y es, al menos teóricamente, contestable. También para algunos resulta una
visión del universo cómoda y pacata que elimina toda verdadera responsabilidad moral,
una visión benévola e igualitaria que deja al elogio y la culpa sin base posible. Para
otros es una pesadilla que declara fútil todo esfuerzo, ilusión todo logro, y reduce
nuestros más altos valores a una accidental "felicidad de la grey que pasta en prados
verdes". El concepto de autodeterminación creativa, que niega que las condiciones
suficientes del presente y el futuro se hallen todas en el pasado, presenta, en cambio,
una visión del universo metafísicamente menos lamida y, para muchos, menos estética-
mente placentera; pero ese concepto, tal como lo hemos presentado, no reduce la
conducta moral a una cuestión de azar, como suele afirmarse que es. La convierte, más
bien, en determinación en el presente vivo y nos reta al empeño vigoroso y creador.
Nos obliga a admitir responsabilidad moral por nuestras elecciones y a aceptar culpa-
bilidad donde nos quepa. No nos ofrece cómodas excusas. No nos estimula a acumular
culpas sobre los demás, ya que nos muestra los escollos que a tales juicios morales
interpone nuestra ignorancia de la cuestión de si, en cualquier caso particular, todas
las condiciones (psicológicas) necesarias de la acción adecuada estaban presentes. Pero
hace de la cuestión moral algo muy real y retador. Señala el camino de la realización
del bien en el esfuerzo creativo que cuida de no destruir la creatividad de los demás.
Estos opuestos puntos de vista metafísicos nos enfrentan a una opción de la
clase que William James describía como "viva, forzada e importante". O todos los
sucesos están determinados por sus antecedentes o algunos no lo están. Si algunos no
lo están, entonces el reconocimiento de la libertad humana en la autodeterminación
creativa es una de las posibilidades alternativas porque podamos decidirnos. Y el
decidimos por una de las alternativas es casi inevitable, ya que pasarnos la vida vaci-
lantes e indecisos sobre una cuestión que afecta vitalmente nuestro esquema de valores,
sería apenas posible, psicológicamente, y ciertamente indeseable. Hay que reconocer,
sin embargo, que la adopción de una posición metafísica, en esto como en todo,
envuelve un compromiso, un tomar partido, no una conclusión que nos imponen la
lógica o los hechos empíricos. No hay base intuitiva ni, empírica para afirmar o negar
la proposición de que "las condiciones suficientes de todo suceso vienen todas contenidas
en sus antecedentes". Mas es una proposición a cuya aceptación o denegación nos
vemos impelidos por el hecho de que estas alternativas vienen envueltas lógicamente
tanto en la aceptación como en la repulsa del concepto de responsabilidad moral
personal. A menudo se suele tomar una posición en teoría y otra en la práctica, lo
que es lamentable. Trátase, pues, de uno de esos casos típicos e importantes en que
toca a la filosofía esclarecer la situación mostrando la esencia del problema y las
consecuencias, tanto intelectuales como prácticas, de aceptar una posición u otra; y
es a esta tarea que las presentes reflexiones van encaminadas. Si este análisis es correcto,
la adhesión a una posición u otra envuelve una elección entre valores, elección que,
para cada cual, ha de ser su propio acto más o menos creativo. .