El Amor Despues Del Desamor - Maxi MC Coubrey-1er CAP

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El amor

después del
desamor
Mc Coubrey, Maximiliano
El amor después del desamor / Maximiliano Mc Coubrey. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos
Aires: El Ateneo, 2024.
240 p.; 22 x 16 cm.

ISBN 978-950-02-1513-8

1. Desarrollo Personal. 2. Desarrollo Emocional. 3. Trauma Emocional. I. Título.


CDD 158.1

El amor después del desamor


© Maximiliano Mc Coubrey, 2024
Derechos mundiales para todas las lenguas

© Grupo ILHSA S.A. para su sello Editorial El Ateneo, 2024


Patagones 2463 - (C1282ACA) Buenos Aires – Argentina
Tel.: (54 11) 4943 8200
editorial@elateneo.com - www.editorialelateneo.com.ar

Dirección editorial: Marcela Luza


Coordinación editorial: Carolina Genovese
Edición: Camila D’Angelo
Producción: Pablo Gauna
Coordinación de diseño: Marianela Acuña
Diseño: Valeria Miguel Villar - Olifant

1ª edición: junio de 2024


ISBN: 978-950-02-1513-8

Impreso en Printing Books,


Mario Bravo 835, Avellaneda,
provincia de Buenos Aires,
en junio de 2024.

Tirada: 4000 ejemplares


Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723.
Libro de edición argentina.

Los consejos dados por el autor en este libro son recomendaciones abiertas y generalizadas. De ningún modo reemplazan
o pretenden reemplazar el asesoramiento o consejo profesional especializado y personalizado en la materia. Consulte con
su profesional especializado y personalizado antes de poner en práctica cualquier sugerencia y/o consejo que el autor pueda
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editor, Grupo Ilhsa S.A. (Ley nº 11.723).
MAXI MC COUBREY

El amor
después del
desamor
Cómo identificar el abuso emocional para sanarlo
A las personas que, eligiéndome como
su psicólogo, me enseñaron tanto.
A mis colegas, generosos pares, que me
llevan de la mano cuando naufrago.
A Fran, por el amor y por darme un hogar
al cual siempre quiero volver.
Índice

Introducción 11

PARTE I . NOMBRAR EL TRAUMA 18


Capítulo 1. Crianza narcisista 24
· Algunas preguntas que podemos hacernos juntos
· ¡Madre mía! La fuente
· Nombrar el dolor desde la ambivalencia
· Por momentos sí, por momentos no
· ¿Cómo se presenta una madre narcisista?
· ¿Y dónde está el padre?
· Consecuencias entre los hermanos
· ¿Qué pasa cuando el narcisista es el padre?
· Eres más que tu origen

Capítulo 2. Formación de vínculos 47


· Patitos feos
· Saliendo al mundo
· No me ames, que me haces desequilibrar
· Cisnes
· La consolidación de la vergüenza
· ¿De qué lado cae la moneda?
Capítulo 3. ¿De qué se adolece luego? 64
· Coyotes y correcaminos
· Orígenes de la dependencia emocional
· Codependencia
· Relación con el sistema nervioso y las adicciones
· Equilibrio percibido en el sistema
· ¿No hay uno sin el otro?
· Repasando la importancia de nombrar
· Tener un lugar seguro

PARTE II. OBSERVARSE 83


Capítulo 4. Abuso emocional 88
· Pandoras
· Todo es veneno y nada es veneno, depende la dosis
· ¿Es la esperanza un tesoro o una peste?
· Vida empoderada
· De la esperanza cero al contacto cero
· ¿Qué es el abuso emocional?
· ¿Por qué no se ve el abuso emocional?
· Observarse para creerse

Capítulo 5. Dependencia y codependencia


emocional 110
· Espejito, espejito
· Trastorno de personalidad narcisista
· Herramientas de manipulación
· Narcisismo patológico y sus dinámicas de dependencia
· El saco roto y el complaciente
· Dependencia emocional y desregulación emocional
· “Y, bueno, lo que pasa es que soy irresistible”
· Características de un psicópata
· Casada con la mafia
· Duele, pero es lo que hay

Capítulo 6. La organización de los efectos 133


· Ir al pasado y volver al futuro
· Trastorno de estrés postraumático complejo
· Gota a gota
· Trauma, identidad y narrativa
· Lo ominoso, cuando lo familiar es requisito
· Los aprendizajes postraumáticos y la cultura popular
· Cuando la realidad supera la ficción
· Estructura perversa familiar
· Que el deseo de sanar sea más grande
· que la desregulación del trauma

PARTE III. INTEGRACIÓN 158


Capítulo 7. Cómo sigue el vínculo 162
· La vecindad del Chavo
· Cuerpo y soma
· Los tres cerditos
· Integrar es afrontar el recuerdo: narrativa y regulación
· Construir un lugar seguro
· Superman: el péndulo y la criptonita
· Contacto cero y contacto 0.5
· Cuando te olvidas
· Silencio activo: la piedra gris y la técnica ONA

Capítulo 8. Terapias y reescritura biográfica 184


· Las ideas felices y los polvos de hada
· La psicoterapia
· Terapias complementarias
· Evidencia científica de las distintas terapias
· Las que más reconozco, recomiendo y utilizo
· Transversalidades para la salud mental
· La medicina como aliada, y no como castigo

Capítulo 9. Autoempatía y registro propio 205


· Sobreadaptadas
· Cuando estás en peligro
· Un testimonio íntimo para captar nuestra realidad
· Sintiéndonos y sintiendo a los demás
· Diario personal, cómo escribir un diario terapéutico
· Pensar caminando o moviéndonos
· Los dominios narrativos de la mente
Ejercitación: preguntas para conectarte contigo 221
· Darte microcaricias para el alma
· Sobre/vivientes que ya no son más víctimas
Repasemos juntos 228

Epílogo 230
Bibliografía 234
Sobre el autor 238
Introducción

Querido/a lector/a

Lo que estás a punto de explorar en estas páginas es un rayo de


esperanza en medio de la neblina, una luz al otro lado del río, el
pulso de un faro que señala un camino. Lo que encontrarás aquí
puede ser difícil, no por su complejidad, sino por el dolor que im-
plica su elaboración.
El desamor a menudo es un disfraz que usan personas afectadas
por trastornos de personalidad, como el narcisismo, que derivan
incluso en problemas más graves, como perversiones y psicopatías.
No son comportamientos que se puedan ver a simple vista; se ca-
muflan, lo que complica aún más su identificación.
Las historias que aparecen en este libro están narradas desde
la profunda experiencia de un psicólogo clínico, alguien que co-
menzó a desentrañar estos misterios desde muy joven, cuando a
los veinte años, en la facultad, escuchó por primera vez la palabra
“trauma”. Aquí encontrarás relatos clínicos, cuentos, canciones,
películas, teorías y técnicas, en un intento de darle sentido al
amor después del desamor.
Recuerdo haber escuchado El amor después del amor, de Fito
Páez, y pensar que existe algo aún más desafiante: encontrar amor

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después del desamor. El desamor confunde, mantiene en alerta,
llena de dudas sobre el propio valor y la capacidad de conectar con
otros, y lo acompaña una desregulación emocional que nos saca de
quicio, nos deja con hiperactividad o parálisis, llenos/as de angustia,
ira y miedo, incapaces de encontrar paz en nuestro propio ser.
El amor después del desamor es más complicado porque esas
relaciones hacen sentir que el problema no es el vínculo o la otra per-
sona, sino uno/a mismo/a, nuestra esencia. Este texto es un intento de
regresar a uno/a mismo/a tras el “te amo, te odio, dame más” (como
dice Charly García) característico del abuso emocional. Presenta
teoría esencial para comprender y práctica moderada para evitar
caer en repeticiones, sin buscar ser una psicología superficial ni una
lectura exclusiva para expertos. En todas las secciones encontrarás
algunas preguntas para reflexionar y, en el último capítulo, elaboré
un cuestionario para que conectes contigo mismo/a. Puedes elegir
hacerlo al final de tu lectura, hacerlo a medida que lees o también in-
tervenirlo y crear tus propios interrogantes.
Aunque el tema es vasto y profundo, esta lectura es un recorrido
informado y crítico por los aspectos más oscuros del alma huma-
na. Y aquí yace mi interés: ayudarte a abrir los ojos, a comprender,
a permitirte ver lo que antes no podías. Porque en este tema, sin la
información adecuada, es imposible ver la salida.
Nombrar, superar aprendiendo de uno/a mismo/a y de los
demás y sobrevivir al abuso emocional son pasos cruciales. La
psicoeducación no libera por el mero hecho de poseerla, porque
puedes saber y no actuar; pero sin conocimiento, nunca actuarás.
El saber, apoyándose en las experiencias que otras personas ya han
transitado, ilumina el camino hacia la libertad.

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Avancemos juntos.
Dale. Vamos a estar bien.
Maxi

Los inicios y las huellas imborrables

Algunos dicen que los inicios de las prácticas son azarosos. Yo no


lo sé a ciencia cierta. ¿Es azar o destino? ¿Es nuestro deseo el que
va forjando lo que encontramos? ¿O lo que encontramos fortuita-
mente nos va constituyendo?
Mi interés y reflexión sobre estos temas han sido constantes a
lo largo de mi vida. Desde mi niñez, me cautivaron las historias de
vampiros, fantasmas y payasos que vienen para explotar nuestras
vulnerabilidades, sin saber que estos relatos simbolizaban el peli-
gro en la intimidad, el regreso del dolor en diversas formas y los
disfraces del abuso, incluso con sus mejores máscaras.
En la universidad, lo que más me atrajo en términos clínicos fue
el estudio del dolor psicológico, el paso del tiempo en los procesos,
los momentos de elaboración, el impacto en el cuerpo y lo que, al
quedar fuera de la elaboración, se repite. Me interesaba el trauma,
aunque sin entenderlo del todo en aquel entonces.
Pero no me refería a cualquier trauma, sino al generado dentro
de los vínculos, en el núcleo familiar: el trauma intersubjetivo. Así,
en un principio me incliné hacia la psicología sistémica, además
del psicoanálisis, que fue fundamental para quienes nos formamos
en la clínica durante los años 90 en Argentina. Hoy, el campo evo-
luciona constantemente, y esta evolución es muy enriquecedora.

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Meditando, me di cuenta de que hubo dos casos clínicos des-
pués de mi formación académica que reafirmaron mi vocación.
Huellas imborrables. Sus nombres han sido modificados, pero los
recuerdos son tan vívidos como si hubieran ocurrido ayer.

Celeste
A los 36 años, Celeste comenzó su terapia. Guiada por su madre,
se enfrentaba a un mundo que no podía ver. Llegó a mi consulta
porque vivíamos cerca; su madre, tras escuchar sobre mí en una
tienda de sahumerios, decidió buscarme. Una conversación casual
con la dueña del local, que valoraba mi pensamiento, fue el enlace.
Una tarde, tomadas del brazo, madre e hija tocaron mi puer-
ta. Me resumieron su situación y, tras consultar mi agenda, le
ofrecí una cita a Celeste. Aunque no era habitual atender en mi
hogar, la fuerza de ese encuentro me motivó a recibirlas allí,
dada la cercanía de nuestras residencias.
Recuerdo con suma claridad nuestro primer encuentro te-
rapéutico. La ceguera de Celeste fue el resultado de picos de
glucemia no controlados, un efecto devastador de su diabetes,
exacerbada tras el suicidio de su esposo, que la dejó sola con
una hija y una montaña de deudas. Este evento desató, además,
ataques de pánico. Tenía una desconexión profunda con su ser,
como si estuviera atrapada en un cuerpo extraño. Era hija de
un padre desaparecido durante la última dictadura militar en
Argentina.
La adaptación de Celeste fue monumental, aprendió a mo-
verse con un bastón blanco y a confiar en sus otros sentidos.

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Se familiarizó con tecnologías para personas ciegas, lo que le
permitió “ver” el mundo de otra manera. Su camino hacia la inde-
pendencia fue marcado por la determinación y llegó a trabajar
en atención al público en una universidad.
A pesar de las adversidades, Celeste encontró alegría en el
baile y la educación, aunque su vida siempre estuvo marcada
por la diabetes. En nuestra última conversación, percibí una des-
esperación profunda en su voz. Al día siguiente, Celeste falleció,
dejando una lección de vida invaluable. Su historia resonó en mí,
me impulsó a profundizar en mi práctica terapéutica y a reafirmar
mi compromiso con el apoyo y la empatía hacia quienes enfrentan
adversidades.
Aún recuerdo las palabras que su madre me dijo en el velato-
rio: “Por lo menos se fue habiendo logrado volver a estar bien”.

Natalia
Natalia, una militar con licencia médica, tenía 28 años cuando
llegó a terapia. Llegó tras la muerte de su hija y su exmarido por
una derivación de una colega. La historia de Natalia es el rela-
to de una vida entrelazada con un hombre que conocía tanto
el afecto como la oscuridad, alterada irrevocablemente por un
acto final de violencia y desesperación.
Su exmarido, compañero de armas en la disciplina militar,
había mostrado signos de una agresividad y violencia que esca-
laron con el tiempo. A pesar de ello, se habían casado. Después
de 5 años, y tras decidir separarse, este hombre cometió el acto
más atroz imaginable: mató a su hija y luego se suicidó delante
de ella. Lo hizo después de decirle: “Si no sos mía, no vas a ser

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de nadie”. Este evento marcó el inicio de un duelo traumático
para Natalia que la sumergió en un abismo de dolor y desorien-
tación. El shock inicial la dejó paralizada, incapaz de procesar
su pérdida.
Con el tiempo, el entumecimiento dio paso a una tormenta de
emociones, con recuerdos traumáticos que irrumpían constan-
temente y desencadenaban ansiedad y miedo. Estos recuerdos
la hicieron cuestionarse cómo el hombre que una vez amó pudo
convertirse en el autor de tal horror.
Su duelo se complicó por sentimientos de culpa y preguntas
sin respuesta que la atormentaban. La ira emergió como una
respuesta visceral al dolor y se transformó en una energía que
la impulsaba hacia delante.
Poco a poco, fue pasando por todos los estados del duelo,
agotada pero humilde, tierna, amorosa. En su búsqueda de sen-
tido y conexión tras la pérdida, encontró la fuerza para volver a
abrir su corazón de a poquito, se reencontró con un amor de
su adolescencia que la invitó a tomar algo. Esa sesión fue muy
esperada creo que por ambos. Algo pasó ahí, ella volvió a dejarse
querer. O se dejó querer por primera vez.
Este renacer del amor y la llegada de dos hijos simbolizaron
un nuevo comienzo y un acto de fe en el futuro. Si bien ya había-
mos concluido la terapia, me escribió un mail después de unos
dos o tres años para contármelo.

Tantas vidas y tantos relatos…, pero estos dos dejaron una huella
imborrable en mis inicios. Las historias de Natalia y Celeste, mar-

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cadas por el trauma pero definidas por la resiliencia y la capacidad
de renacer, son recordatorios poderosos de la fortaleza del espíritu
humano. Nos enseñan que, a pesar del dolor y la desesperación,
siempre hay espacio para la esperanza, el amor y un nuevo co-
mienzo. Aun cuando pensemos que no es posible.

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Parte I
Nombrar el trauma

LA GUARDIA Y LA CONCURRENCIA: TRAUMA Y TRAICIÓN

Es necesario nombrar lo que te duele para hacerlo existir y poder


verlo de frente. Si no lo nombras, no existe. Es poner luz sobre algo.
Cualquier cambio en la vida empieza por esto, para luego poder nom-
brar de otra manera. Al principio es solo un germen, una punta, un
ápice, un índice. Nombrar es un hacer antes de hacer una acción
concreta. Nombrar la acción que funda. Nominar. Titular. Señalar.
¿Cómo se llama tu dolor? ¿Dónde te duele en ese espacio de
tu alma? ¿Quién te hizo daño? ¿Cuándo? ¿Dónde?
Nombrar también es adherir a un discurso que viene de afue-
ra, más allá de nuestra propia narrativa, un discurso médico,
psicológico, religioso, académico: un discurso estructurado con
pretensiones de objetividad o intersubjetividad, al menos: varios
coinciden en llamar así a eso que te pasa.
¿Qué nombre recibe en tu terapia eso que te pasó? ¿Cómo lo
nombra tu médico o tu abogado? ¿Cómo lo menciona el cura que
visitas?

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Marisa
Nombrar convierte el dolor en abarcable, palpable… Y no es
simplemente poner en palabras, es decir las cosas por su ver-
dadero nombre.
Así llegó a mi consulta Marisa, que hoy tiene 40 y monedas.
Si bien es profesional, está muy inhibida en su vida. Tiene mie-
do de varias cosas… Trae una foto a la sesión y me la muestra,
allí tenía 9 años y estaba vestida de princesa. Su madre se había
pasado toda una noche cosiéndole ese vestido.
Ese día, ella se había subido al escenario del colegio para un
acto y había hecho su actuación junto a sus compañeros, pero
al volver excitada y desordenada como cualquier niña de 9 años,
rompió parte del disfraz, lo pisó y lo descosió en algunas partes.
La madre, cuando llegaron a la casa, después de decirle que
no valoraba nada, la agarró de los pelos y le dio la cabeza contra
la pared. Marisa me cuenta que una de sus vecinas, que había
escuchado los gritos y había visto los moretones al otro día, le
hizo acordar de esa paliza.
Hoy Marisa tiene un jefe que la explota, por lo que tiene que
nombrar esa explotación como abuso y entender quién fue la
primera persona que abusó de ella: su madre.

Cuando hay que entender de dónde viene el dolor y ese dolor


viene de alguien que te tendría que haber amado es muy difícil
nombrarlo. Da culpa, desorienta.
Vivimos (¿o vivíamos?) en un mundo en el que a los niños se
los educa empezando a escribir cosas como “mi mamá me mima”,

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“mi mamá me ama”, “yo amo a mi mamá”. ¿Cómo hacemos para
nombrar si tenemos toda esa carga cultural encima?
Nombrar supone un juicio de valor: uno elige una cosa y no
otra. Valora, pondera. Es subjetivo, pero tiene rasgos de la intersub-
jetividad, es decir, de la concepción de otros. Nombrar el abuso, en
el caso de Marisa, le permite entender que tiene que sanar para
dejar de repetir. El nombre une una acción a una persona o grupo.
El nombre da la punta para empezar.

¿Cómo vas a solucionar algo si no sabes qué tienes que solu-


cionar? Tal vez sea solo angustia, pero va a tener una fuente.
Nombrar es preguntarte qué te pasa. ¿Qué te pasa cuando lees
esto? ¿Qué te pasó para que leas esto? ¿Qué quieres encontrar
en esto? ¿Qué estás buscando en esto?

Nombra, nómbralo, nómbrate ahí. No es congelar el tiempo, verás


que luego le das más movimiento, pero eso tiene que salir a la luz.
Nombrar no es un destino final en sí mismo si lo haces sabiendo que
es el primer paso para el cambio.

¿Qué debes nombrar? ¿Cómo se llama eso que sientes?


Te propongo el siguiente ejercicio. Siéntate con una hoja de papel
o un dispositivo delante de ti y pregúntate: “¿Cómo se nombra
lo que siento?”. Deja salir unas cuantas palabras y arma una
oración o varias…
¿Es dolor? ¿Es abuso? ¿Es maltrato? ¿Es angustia? ¿Qué es…?

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ES MÁS SIMPLE, MAXI...

Patricio
Cuando tenía 26 años y estaba haciendo mis primeros pasos
clínicos en hospitales, un día sucedió algo que me marcó. Fui-
mos junto a la psiquiatra de un reconocido hospital, en la ciudad
de La Plata, a ver a uno de los pacientes internados. Estaba en
internación aguda por intento de suicido. Después de escuchar
las preguntas de rigor que le hizo la médica al muchacho de
unos 35 que estaba en la cama con la marca del alambre en su
cuello, escuché una pregunta muy directa que me hizo nombrar
gran parte de mi trabajo hasta el día de hoy.
La psiquiatra se había retirado de la habitación para dejarme
trabajar con él. El hombre me miró a los ojos y me dijo:
—¿Cómo te llamas?
—Maxi —le dije yo.
—Maxi, no te gastes… Es simple… ¿quieres vivir? —me pre-
guntó.
—Sí.
—Bueno, yo no… —me dijo sin mucha expresión.
Después de decirle que lo entendía y que me gustaría saber si
podía darme la chance de tratar de entender a qué se refería con
eso, decidimos que era suficiente por ese día. No me había dicho
que sí ni que no. Se llamaba Patricio.
Al otro día fui a verlo, estaba más despierto. La marca del
alambre en el cuello se había puesto más violeta. Le pregunté si
se acordaba de lo que habíamos hablado el día anterior y me
dijo que sí.

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—Me quedé pensando en eso que me dijiste —comencé—. Y
quiero saber por qué no quieres vivir.
—Porque no. Ya te dije que no te gastes…
—¿Quieres hablar de algo?
—No. —Se dio vuelta en la cama.
—Bueno, es suficiente por hoy. Mañana te veré de nuevo si
me lo permites.
Sabíamos por su documento que era paraguayo. Era albañil
y no tenía familia en Argentina. Cuando llegué el tercer día a la
habitación por la mañana, estaba acompañado. Una mujer joven
estaba sentada a los pies de la cama mirándose las zapatillas.
Estaba embarazada. La saludé y le pregunté quién era:
—Soy la novia. Bueno, es complicado —me contó entre risas.
Me llamó la atención que se cubriera la boca cuando se reía,
lo interpreté como vergüenza—. Bueno, me voy así hablan…
—anunció y se fue de la habitación mirando para abajo.
—¡Tenías novia y no me habías dicho nada! —le dije.
—¡Esa traicionera! —me contestó.
—¿En qué te traicionó?
—El bebé no es mío. Me enteré hace poco…
Traición fue lo que pudo nombrar. Él pensaba que el bebé era
suyo, pero en uno de sus viajes por trabajo, ella quedó embara-
zada de otro.
—¿Es la primera persona que te traicionó? —le pregunté.
Giró en la cama y se puso a llorar. Ahí empezó la terapia.
Patricio me contó que su padre era asesino, que estaba pre-
so en Paraguay por matar a una mujer, que él sentía ganas de
matar a su novia y que no quería ser así.

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Con lo cual, yo le pregunté si en realidad se había querido
matar él o si había querido matar las ganas de matar. Aún re-
cuerdo cómo lloraba ese hombre. Le dije que con ese acto había
matado la traición de su padre tal vez, y había salvado su vida
eligiendo ser distinto.
Algo dio un giro en nuestros otros tres encuentros antes
del alta. Patricio había matado algo que no era a él… Me contó
que no iba a ver más a su novia, que quería un hijo de él solo y que
no podía perdonarla por la traición. Y yo le dije que no tenía
que hacerlo si no lo sentía.
La última vez que lo vi me dijo: “Gracias, Maxi”; yo le dije:
“Gracias a ti”.

Él había nombrado la traición y visto sus consecuencias. Había


elegido seguir a pesar de ella. Yo, por mi parte, había nombrado
algo que me seguiría acompañando el resto de mi carrera profesional:
el trauma. Nombramos juntos y eso, al menos a mí, me definió una
apertura desconocida. Si bien había leído y estudiado varias teorías
del trauma, nunca lo había visto a los ojos, de frente, como hasta
ese día. Solo lo que nombramos existe.

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