Discurso de Ronald Reagan en Berlín Occidental

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Discurso de Ronald Reagan en Berlín Occidental (12-6-1987)

Canciller Kohl, Alcalde Diepgen, damas y caballeros: hace veinticuatro años, el


presidente John F. Kennedy visitó Berlín y le habló a la gente de esta ciudad y de
todo el mundo desde el ayuntamiento. Pues bien, desde entonces, otros dos
presidentes han venido a Berlín, cada uno durante su mandato. Y hoy, yo mismo
realizo mi segunda visita a su ciudad.

Nosotros, los presidentes americanos, venimos a Berlín porque es nuestro deber


hablar en este lugar de libertad. Pero debo confesar que también nos atraen hasta
aquí otras cosas: la sensación de historia de esta ciudad, más de quinientos años
más antigua que nuestra propia nación; la belleza del Grunewald y el Tiergarten; y
sobretodo, su coraje y decisión. Tal vez el compositor Paul Lincke comprendió algo
sobre los presidentes americanos. Verán, como tantos otros presidentes antes que
yo, vengo hoy aquí porque dondequiera que vaya, haga lo que haga: Ich hab noch
einen Koffer in Berlin. [Aún tengo una maleta en Berlín].

Nuestra reunión de hoy está siendo retransmitida a toda Europa Occidental y


Norteamérica. Tengo entendido que también se está viendo y escuchando en el
Este. A aquellos que nos están escuchando desde Europa Oriental, les extiendo mi
más cálido saludo y los buenos deseos del pueblo americano. Y para aquellos que
están escuchando desde Berlín Oriental, un mensaje especial: aunque no puedo
estar con Uds., les dirijo mis comentarios tanto como a quienes están aquí ante mí.
Pues me uno a Uds., como me uno a sus compatriotas del Oeste, en esta firme e
inalterable convicción: Es gibt nur ein Berlin. [Sólo hay un Berlín].

Detrás de mí se alza un muro que rodea los sectores libres de esta ciudad, parte
de un vasto sistema de barreras que divide todo el continente europeo. Desde el
Báltico sur, estas barreras dividen Alemania con una herida de alambre de espino,
hormigón, patrullas con perros y torres de vigilancia. Más al sur, puede que no
haya ningún muro visible ni obvio. Pero sigue habiendo igualmente guardias
armados y puestos de control, sigue habiendo una restricción al derecho a viajar,
sigue siendo un instrumento para imponer sobre los hombres y mujeres comunes
la voluntad de un Estado totalitario.

Sin embargo, es aquí en Berlín donde el muro emerge con mayor claridad; aquí,
dividiendo su ciudad, donde las fotografías de las noticias y las imágenes de
televisión han dejado en la mente del mundo la impronta brutal de un continente
dividido.

Delante de la Puerta de Brandeburgo, todo hombre es un alemán separado de sus


compatriotas.

Todo hombre es un berlinés, obligado a contemplar una cicatriz.


El presidente von Weizsäcker ha dicho: “La cuestión alemana estará abierta
mientras la Puerta de Brandeburgo esté cerrada”. Pues hoy, hoy yo digo: mientras
esta puerta esté cerrada, mientras se permita la cicatriz de este muro, no es sólo la
cuestión alemana la que permanece abierta, sino la cuestión de la libertad de toda
la humanidad.

No obstante, no vengo aquí a lamentarme. Puesto que en Berlín encuentro un


mensaje de esperanza, incluso a la sombra de este muro, un mensaje de triunfo.

En aquella primavera de 1945, el pueblo de Berlín salió de sus refugios antiaéreos


para encontrarse con la devastación. A miles de kilómetros de distancia, el pueblo
de Estados Unidos salió en su ayuda. Y en 1947, el secretario de Estado, como
saben, George Marshall, anunció la creación de lo que se llegaría a conocer como
el Plan Marshall. Hablando hace exactamente 40 años, dijo: “Nuestra política no va
dirigida contra país o doctrina alguna, sino contra el hambre, la pobreza, la
desesperación y el caos”.

En el Reichstag, hace unos momentos, vi una placa conmemorativa de este 40º


aniversario del Plan Marshall. Me sorprendió un cartel, un cartel sobre una
estructura quemada y vacía que se estaba reconstruyendo. Tengo entendido que
los berlineses de mi misma generación pueden recordar haber visto carteles como
éste colocados por todos los sectores occidentales de la ciudad. El cartel
simplemente decía: “El Plan Marshall está aquí ayudando a fortalecer el mundo
libre”. Un mundo libre y fuerte en Occidente; un sueño que se hizo realidad. Japón
se alzó de sus ruinas para convertirse en un gigante económico. Italia, Francia,
Bélgica, prácticamente todas las naciones de Europa Occidental vieron un
renacimiento político y económico; y se fundó la Comunidad Europea.

En Alemania Occidental y aquí en Berlín, tuvo lugar un milagro económico,


el Wirtschaftswunder. Adenauer, Erhard, Reuter y otros líderes comprendieron la
importancia práctica de la libertad: que al igual que la verdad sólo puede florecer
cuando al periodista se le da libertad de expresión, del mismo modo la prosperidad
sólo puede llegar cuando el agricultor y el empresario disfrutan de libertad
económica. Los líderes alemanes…los líderes alemanes redujeron los aranceles,
ampliaron el libre comercio y bajaron los impuestos. Sólo de 1950 a 1960, el nivel
de vida en el Berlín y la Alemania Occidentales se duplicó.

Donde hace cuatro décadas había escombros, existe hoy en Berlín Occidental la
mayor producción industrial de cualquier ciudad de Alemania; ajetreados edificios
de oficinas, casas y apartamentos hermosos, orgullosas avenidas y las
extensiones de césped de los parques. Donde parecía que se había destruido la
cultura de una ciudad, existen hoy dos grandes universidades, orquestas y una
ópera, incontables teatros y museos. Donde había necesidad, hoy hay abundancia
de alimentos, ropa, automóviles y los maravillosos productos de la Ku’damm. De la
devastación, de la ruina absoluta, Uds. los berlineses han reconstruido, en libertad,
una ciudad que una vez más se cuenta entre las más grandes de la Tierra. Puede
que los soviéticos tuvieran otros planes. Pero amigos míos, hay unas cuantas
cosas con las que los soviéticos no contaban: Berliner Herz, Berliner Humor, ja,
und Berliner Schnauze. [El corazón berlinés, el humor berlinés y, sí, la jerga
berlinesa].

En los años 50…en los años 50 Kruschev predijo: “Los enterraremos [a Uds.]”.

Pero en Occidente hoy vemos un mundo libre que ha alcanzado un nivel de


prosperidad y bienestar sin precedentes en toda la historia de la humanidad. En el
mundo comunista vemos fracaso, atraso tecnológico, declive de los niveles
médicos, incluso necesidades del tipo más básico: demasiada poca comida.
Incluso hoy, la Unión Soviética no puede alimentarse a sí misma. Tras estas cuatro
décadas, por tanto, aparece ante todo el mundo una gran e ineludible conclusión:
la libertad lleva a la prosperidad. La libertad reemplaza los antiguos odios entre las
naciones por el respeto mutuo y la paz. La libertad es la vencedora.

Y ahora…ahora puede que los mismos soviéticos, de un modo limitado, estén


llegando a entender la importancia de la libertad. Oímos mucho de Moscú acerca
de una nueva política de reforma y apertura. Se ha liberado a algunos presos
políticos. Ya no se interfiere la emisión de ciertas noticias extranjeras. Se ha
permitido que algunas empresas operen con mayor libertad frente al control del
Estado.

¿Son estos los comienzos de cambios profundos en el Estado soviético? ¿O son


gestos simbólicos que pretenden dar falsas esperanzas a Occidente y fortalecer el
sistema soviético sin cambiarlo? Nosotros damos la bienvenida al cambio y la
apertura; pues creemos que la libertad y la seguridad van unidas, que el avance de
la libertad del ser humano…el avance de la libertad del ser humano sólo puede
fortalecer la causa de la paz mundial.

Hay una señal que los soviéticos pueden hacer que sería inequívoca, que
promovería de manera espectacular la causa de la libertad y la paz.

Secretario general Gorbachov, si busca Ud. la paz, si busca Ud. la prosperidad de


la Unión Soviética y Europa Oriental, si busca Ud. la liberalización: Venga aquí
hasta esta puerta.

Sr. Gorbachov, abra esta puerta.

Sr. Gorbachov…Sr. Gorbachov, ¡derribe este muro!

(…)

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