Tema Il Navidad, Jesús Nace en Tu Corazón

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Tema II “Navidad: Jesús nace en tu corazón”

Objetivo
Promover en el joven un entendimiento del verdadero significado de la Navidad y cómo
prepararnos para el encuentro con Cristo que quiere nacer en nuestros corazones.

Historia o cuento (Realidad actual del Adviento)

El Sueño de la Virgen María

José, anoche tuve un sueño muy extraño, como una pesadilla. La verdad es que no lo entiendo.
Se trataba de una fiesta de cumpleaños de nuestro Hijo.

La familia se había estado preparando por semanas decorando su casa. Se apresuraban de tienda
en tienda comprando toda clase de regalos. Parece que todo el país estaba en lo mismo porque
todas las tiendas estaban abarrotadas. Pero algo me extrañó mucho: ninguno de los regalos era
para nuestro Hijo.

Envolvieron los regalos en papeles lindísimos y les pusieron cintas y lazos muy bellos. Entonces
los pusieron bajo un árbol. Sí, un árbol, José, ahí mismo dentro de su casa. También decoraron
el árbol; las ramas estaban llenas de adornos y luces brillantes. Había una figura en el tope del
árbol. Parecía un angelito. Estaba precioso.

Por fin, el día del cumpleaños de nuestro Hijo llegó. Todos reían y parecían estar muy felices
con los regalos que daban y recibían. Pero fíjate José, no le dieron nada a nuestro Hijo. Yo creo
que ni siquiera lo conocían. En ningún momento mencionaron su nombre. ¿No te parece raro,
José, que la gente pase tanto trabajo para celebrar el cumpleaños de alguien a quién ni miran?
Me parecía que Jesús se habría sentido como un intruso si hubiera asistido a su propia fiesta de
cumpleaños.

Todo estaba precioso, José y todo el mundo estaba tan feliz, pero todo se quedó en las
apariencias, en el gusto de los regalos. Me daban ganas de llorar que esa familia no se diera
cuenta que allí estaba Jesús. ¡Qué tristeza tan grande para Jesús – no ser invitado a su propia
fiesta! Estoy tan contenta de que todo era un sueño, José. ¡Qué terrible si ese sueño fuera
realidad!

II. Cristo nace cada día.

Cuando el ángel del Señor se presenta a los pastores en la noche del nacimiento de Jesús, el
evangelista san Lucas señala que «la gloria del Señor los envolvió de luz» (Lc 2, 9). El Prólogo
del cuarto evangelio habla de la Palabra hecha carne, Luz verdadera que viene al mundo e
ilumina a todo hombre (cf. Jn 1, 9).

Irrupción de Luz es la Navidad. Con su nacimiento Jesús disipa las sombras del mundo, llena la
Noche santa de un fulgor celestial y difunde sobre el rostro de los hombres el esplendor de la
belleza de Dios Padre.
Cristo nace cada día. También hoy. Envuelta en su luz la liturgia navideña nos pide
insistentemente que nos dejemos iluminar la mente y el corazón: «Porque gracias al misterio de
la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo esplendor, para que,
conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible» (Primer prefacio de
Navidad).

En el misterio de la Encarnación, Dios, después de haber sido vislumbrado en la palabra de sus


mensajeros y profetas y en los acontecimientos históricos –signos de su presencia –, «apareció»,
salió de su luz inaccesible para iluminar el mundo. La luz de Cristo brilló en nuestras tinieblas y
a los que la acogieron, a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios. En la noche
de nuestro mundo, en la noche de nuestra fe, nos podemos preguntar:

¿Dónde y cómo vivir un “nuevo nacimiento”?

Era de noche cuando Nicodemo se entrevistó con Jesús. Y cuando Jesús le habló de un
nacimiento “de nuevo”, “de lo alto”, Nicodemo le objetó: “¿cómo puede uno nacer siendo ya
viejo?” Era de noche: “de noche iremos, de noche. Para encontrar la fuente, la sed, la fe nos
alumbra…”. Nicodemo fue de noche a ver a Jesús. Tal vez para evitar que la gente le señalara
con el dedo por dialogar con Jesús, un pobre galileo, o quien sabe si porque Jesús reservaba la
noche para la oración y para las entrevistas personales.

La entrevista se abre con un diálogo. Jesús inicia el coloquio exponiendo a Nicodemo la


condición para entrar y ver4 en el reino de Dios: “nacer de arriba, de nuevo… del agua y del
Espíritu”. Nadie puede nacer ni re-nacer por sus propias fuerzas: es Otro quien tiene ese poder: el
agua derramada que simboliza la acción regeneradora del Espíritu en nosotros. Sólo el Espíritu
nos hace hombres y mujeres nuevas; es necesario “ser engendrado por Dios” (Jn 1,13). Quien
todavía no ha acogido el agua del Espíritu no ha entrado, no ve. No lo entiende Nicodemo. Se
imagina que se trata de algo corporal: ¿volver al seno de la madre de nuevo? Jesús le insiste en
que se trata de algo diferente: estar abierto a dejarse regenerar, a recibir un nuevo principio de
vida, una nueva naturaleza: es obra del espíritu de Dios. Quien obra el nuevo nacimiento, da la
nueva vida, no es ni el agua ni el que bautiza, sino el Espíritu. “Lo que nace de la carne, carne
es” –dice Jesús–. La existencia carnal se contrapone a la “existencia espiritual”. Quien ha sido
agraciado con la existencia espiritual colabora con el Espíritu de Dios en la emergencia de una
nueva creación, una nueva humanidad. El Espíritu es viento que no se sabe de dónde viene, ni a
dónde va; se descubren los signos de su presencia y acción, pero es difícil percibir su causa o su
finalidad.

Nicodemo sabe ahora que Jesús no habla precisamente de un segundo nacimiento corporal, sino
de un nacimiento de orden superior; pero no alcanza a comprender cómo pueda ser posible. Y
Jesús le manifiesta su extrañeza de que precisamente él, maestro calificado en Israel, no entienda
estas cosas, cuando ya los profetas lo habían anunciado: la efusión del Espíritu, en la época
mesiánica5.

Nicodemo sabía tal vez muchas cosas, pero ignoraba las más importantes: que la serpiente de
bronce era una figura del que iba a ser elevado sobre la tierra, que la cruz se había convertido en
signo de vida y en expresión del amor del Padre, del extremado amor del Hijo y de la fuerza
generadora del Espíritu6. La vida emerge de la cruz. Quien cree en el Hijo recibe esta luz.

Se va haciendo de noche en nuestro mundo, en nuestra vida y acudimos a conversar con Jesús,
para que nos enseñe cómo se nace de lo alto: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo, para
que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16)

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