Análisis 11,12,13
Análisis 11,12,13
Análisis 11,12,13
Elaborado por:
Arlenys Rodríguez
2/11/2024
"A quien buen árbol se Este refrán sugiere que la Don Quijote lo usa para
arrima, buena sombra le compañía adecuada puede expresar su deseo de vivir
cobija” ser beneficiosa. bajo los principios
caballerescos.
Capítulo 11: “De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros”
Don Quijote y Sancho Panza se encuentran con unos cabreros que los reciben con
amabilidad y comparten su comida humilde. Durante esta reunión, Don Quijote ofrece
un discurso sobre la idealizada "Edad de Oro", una época de paz y armonía que él
considera perdida. En sus palabras: "Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los
antiguos pusieron nombre de dorados..." (Cervantes, p. 96), expresa un anhelo profundo
por un tiempo sin conflictos y con igualdad. También compara aquellos tiempos con los
siglos presentes, en los que la inseguridad y la malicia han obligado a instituir la orden
de la caballería andante, a la cual pertenece. Luego les agradece a los cabreros que los
hayan acogido. Le pide además a Sancho que cure la herida de su oreja. Un cabrero, al
ver la herida de don Quijote, prepara un remedio efectivo mezclando hojas de romero
mascadas y sal.
Esta parte está representada por el mundo pastoril de los cabreros. En ese entorno tiene
lugar el discurso que pronuncia don Quijote sobre la Edad de Oro, el citado
anteriormente. Allí alude a la amistad, a la igualdad entre los hombres y al uso de bienes
comunes: “los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío.” (p. 96).
Capítulo 12: “De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote”
En el capítulo 12, uno de los cabreros relata la trágica historia de Grisóstomo, quien
muere de amor al ser rechazado por Marcela, una pastora de inigualable belleza y
espíritu libre. Marcela elige vivir en soledad y rechaza el amor de Grisóstomo,
prefiriendo la libertad sobre las ataduras sentimentales. Al escuchar esta historia, me
sentí cautivada por la fuerza de Marcela, quien desafía las expectativas sociales de su
tiempo. Su frase, "Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos"
(Cervantes, p. 102), es una declaración de independencia que desafía los valores
tradicionales.
Don Quijote le agradece al cabrero la narración del cuento y le aconseja que no se pierda
el entierro de Grisóstomo, que será muy vistoso. El cabrero le dice que no conoce la
mitad de los casos que le han sucedido a los amantes de Marcela, pero que tal vez en el
camino se encuentren con algún pastor que se lo cuente.
Me asombra cómo Cervantes logra presentar a una mujer fuerte y decidida en una época
en la que era raro encontrar personajes femeninos con tal libertad de decisión. Siento
que Marcela es una figura adelantada a su tiempo, que inspira respeto por su capacidad
de elegir su propio destino.
En esta primera parte, don Quijote corrige dos veces a Pedro, su narrador, por
pronunciar mal las palabras “eclipse” y “estéril”. Esto resalta nuevamente la diferencia
en el lenguaje de los personajes de la novela. El discurso de Marcela es particularmente
elocuente al expresar su inocencia, ya que justifica detalladamente por qué no estaba
obligada a corresponder a Grisóstomo. Además, defiende su libertad y su decisión de no
casarse. Este personaje destaca por su firmeza y por decidir su destino, a pesar de las
opiniones de los demás: “El que me llama fiera y basilisco déjeme como cosa perjudicial
y mala; el que me llama ingrata no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien
cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida
ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera”.
En este episodio se muestran las distintas perspectivas de los personajes sobre Marcela
y su comportamiento. Pedro exalta su belleza y honestidad; luego, Ambrosio, amigo de
Grisóstomo, la describe como la cruel culpable de la muerte de su amigo, refiriéndose a
ella como “basilisco”, un animal fabuloso al que se atribuía el poder de matar con la
mirada. También conocemos el punto de vista de Grisóstomo a través de su “Canción
desesperada”, en la que culpa a Marcela por su desilusión y sus celos. Finalmente,
escuchamos la defensa de Marcela en sus propias palabras.
Por otro lado, don Quijote explica los orígenes de la caballería andante, remontándose a
Gran Bretaña en tiempos del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda, quienes
instituyeron la orden de la caballería. También menciona a Lanzarote del Lago y a la
reina Ginebra.
Marcela, además, sobresale como una figura que desafía las convenciones. Su discurso
es un acto de reivindicación de su libertad y su derecho a no corresponder el amor de
Grisóstomo. En una época en la que las mujeres eran frecuentemente retratadas en
función de los deseos de los hombres, Marcela se presenta como un personaje con voz
propia y autonomía. La escena en la que ella se defiende convierte el amor en un campo
de batalla donde los deseos y las expectativas de la sociedad se enfrentan con las
convicciones personales. Su discurso no solo es una defensa de su inocencia, sino
también una afirmación de su identidad y su rechazo a ser considerada una "cruel
basilisco".
Cervantes, con gran habilidad, juega con el lenguaje para resaltar diferencias de estatus
y de educación, como se ve en la corrección de don Quijote a Pedro por sus errores de
pronunciación. Este detalle no solo sirve para diferenciar a los personajes, sino que
también pone en evidencia la obsesión de don Quijote con la precisión y la idealización
del lenguaje caballeresco. Además, el uso de un narrador omnisciente en momentos
clave le permite a Cervantes ampliar la perspectiva sin comprometer la subjetividad de
los personajes.
Por último, este capítulo también explora los orígenes de la caballería y del amor cortés
a través de los ojos de don Quijote, quien en su idealización de Marcela la sitúa en un
pedestal similar al de las damas de la literatura caballeresca. Este juego de referencias y
homenajes a la literatura medieval, como la alusión a Amadís de Gaula, sugiere una
mezcla de admiración y parodia hacia esos antiguos ideales. Cervantes parece decirnos
que la realidad, con toda su complejidad y contradicciones, no encaja en esos esquemas
idealizados, lo que añade una capa de ironía y profundidad a esta escena de la novela.
En estos capítulos, Cervantes emplea varias figuras retóricas y tópicos literarios que
enriquecen el texto.
1. Figuras Retóricas:
-Símil: Cuando Don Quijote describe la Edad de Oro, utiliza expresiones como "las
ramas eran la sombra, los ríos los espejos, y los árboles las camas" (p. 96), comparando
la naturaleza con elementos ideales para la vida en paz. Esto crea una imagen idílica de
un mundo natural y perfecto.
-Hipérbole: La muerte de Grisóstomo por amor es una exageración que resalta el dolor
romántico y el sacrificio por una pasión no correspondida. La intensificación de este
dolor exagera la realidad, pero también realza el tema del amor imposible.
2. Tópicos Literarios:
-Edad de Oro: El discurso de Don Quijote sobre la Edad de Oro representa el deseo de
un mundo perfecto. Este tópico refleja la nostalgia de Don Quijote por una época
idealizada que, en su mente, encarna los valores caballerescos y la paz absoluta.
Al adentrarme en los capítulos de El Quijote que narran la visión de Don Quijote sobre
la Edad de Oro y el discurso de Marcela, sentí que Cervantes me llevaba a un viaje
íntimo y trascendental, uno que atravesaba mis emociones y despertaba reflexiones
profundas sobre ideales que, sin importar la época, parecen nunca perder su relevancia.
La mirada nostálgica de Don Quijote hacia una Edad de Oro me resultó especialmente
conmovedora. Esa era idealizada —una especie de paraíso terrenal en la que los
humanos convivían en armonía, sin codicia ni maldad, y donde la naturaleza misma
parecía bendecir la bondad innata de las personas— me hizo pensar en cómo, incluso
hoy, mantenemos esa misma nostalgia por algo puro y perfecto que no hemos conocido,
pero que imaginamos en algún lugar del pasado o en nuestros sueños más idealistas.
Mientras leía, sentí un eco de añoranza, como si en esa visión utópica se reflejara un
anhelo compartido, casi universal, de vivir en un mundo donde los valores más nobles
no fueran excepción, sino la norma. Es como si él autor estuviera hablando al oído de
todos, invitándonos a recordar ese ideal de bondad perdida, ese algo esencial que
siempre buscamos y que parece escapar con cada paso de la humanidad hacia un
progreso incierto.
Y esa nostalgia, teñida de cierta melancolía, no se queda solo en una mirada romántica
al pasado; es también una crítica punzante a la realidad de la época de Cervantes y, por
extensión, a nuestra propia sociedad. Al leer las palabras de Don Quijote, sentí una
especie de despertar a la forma en que nos hemos alejado de ese ideal, atrapados en una
vida marcada por la ambición y la competencia, en la que lo esencial se ha desdibujado
en favor de lo material. Me impactó profundamente esa habilidad de Cervantes para
proyectar una aspiración tan pura a través de un personaje como Don Quijote, que, pese
a ser visto como un loco, tiene una visión clara y honesta sobre el tipo de mundo que
querría ver. Me hizo sentir que hay una nobleza en mantener nuestros ideales, aun
cuando la sociedad los desestima. Leer sobre esa Edad de Oro despertó en mí una
mezcla de nostalgia y esperanza, pero también de impotencia, como si estuviera
observando una verdad tan evidente y, al mismo tiempo, inalcanzable en nuestro propio
tiempo.
En contraste, el personaje de Marcela me atrapó de una manera diferente,
provocándome una admiración y empatía profundas. Marcela es tan fascinante y
compleja que, desde el momento en que empieza a hablar, su voz resuena con una
fuerza casi revolucionaria. Su decisión de rechazar el papel de objeto de deseo, de
negarse a complacer a los hombres solo porque la sociedad lo dicta, me pareció de una
valentía abrumadora, especialmente en el contexto de la época en que fue escrita. Me
maravilla la habilidad de Cervantes para crear una mujer que, sin miedo ni disculpas,
defiende su derecho a ser libre y a vivir de acuerdo con su voluntad, en un mundo que
esperaba lo contrario de ella. Mientras leía su discurso, no podía evitar sentir una
conexión profunda con su deseo de autenticidad, su negativa a ceder ante las
expectativas impuestas. Sentí que Marcela representaba no solo una rebeldía admirable,
sino también una dignidad inquebrantable; ella no se limita a desafiar las normas, sino
que lo hace con la convicción de quien sabe que su libertad y su felicidad son más
importantes que cualquier expectativa externa.
Lo que más me conmovió de Marcela fue su firmeza para expresar que no debía
justificar sus elecciones de vida, que el amor y la admiración de los hombres no le
imponen ninguna obligación. Su derecho a ser libre, a vivir en la naturaleza y a no
dejarse encadenar, me hizo pensar en cuán modernas son sus palabras, en cómo, siglos
después, aún estamos luchando por la autonomía y el derecho de ser fieles a nosotros
mismos sin temor al juicio ajeno. En Marcela vi a una mujer adelantada a su época,
alguien que encarna una autenticidad que todavía hoy sigue siendo difícil de alcanzar.
Sentí que su fuerza me inspiraba a mirar mis propias decisiones, a preguntarme si
realmente estoy siendo fiel a mis valores o si, de alguna forma, también estoy
permitiendo que el juicio de otros defina mis elecciones.
Al final, leer sobre Don Quijote y Marcela, estos dos personajes que en apariencia son
tan diferentes y distantes, me dejó con una sensación de profunda reflexión y
admiración. Cervantes, con su extraordinario talento para darle vida a estos personajes
tan humanos y auténticos, parece recordarnos que, sin importar el tiempo, los
verdaderos ideales —la justicia, la libertad, la autenticidad— siguen siendo tan
necesarios como esquivos. La locura de Don Quijote, su obstinación por perseguir un
ideal de bondad y de nobleza, me hizo cuestionarme si realmente estamos tan cuerdos
como creemos, si nuestra "cordura" no es, de hecho, una resignación que nos hace
olvidar nuestros propios sueños. Por otro lado, Marcela me recordó la importancia de la
autonomía y de vivir sin que las expectativas de otros sean cadenas invisibles que
condicionen nuestra felicidad.
Al terminar estos capítulos, me quedé con una mezcla de sentimientos intensos: una
especie de reverencia hacia esos ideales de justicia y bondad, pero también una nostalgia
profunda por ese mundo que no fue. Don Quijote y Marcela, en su búsqueda de algo
mejor, me dejaron con un deseo de ser un poco más valiente y auténtica, de no temer el
juicio ajeno y de, como ellos, vivir conforme a lo que creo justo y verdadero. Cervantes,
en su genio, nos ofrece a estos personajes para que, siglos después, nos preguntemos si
estamos viviendo fieles a nosotros mismos o simplemente conformándonos.
Bibliografía