Tengo Un Monstruo en El Bolsillo Resumen

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Tengo un Monstruo en el Bolsillo

Autora: Graciela Montes.


Capítulo 1- En este capítulo cuento cosas de mí para que me vayan
conociendo.
Antes de empezar, tengo ganas de escribir una cosa, una sola cosita: “TENGO
UN MONSTRUO EN EL BOLSILLO”.
Me llamo Inés, soy una Chica de 11 años, estoy en 6to grado, soy algo petisa,
muy flaquita, dientona, con el pelo que siempre se le escapa del peinado. Mi
mejor amiga se llama Paula, aunque en 5to dejamos de serlo porque Paula se
juntó con Verónica (la cancherita del grado) que, sinceramente, no le caía para
nada bien.
Esta historia empezó un lunes, a mí los lunes no me gustan. Esa mañana
empecé mal porque mi mama quiso que me ponga la polera amarilla, justo las
dos cosas que a mí no me gustan: las poleras y como me queda el amarillo. Mi
mama otra vez había ganado. Así que me fui al colegio con cuatro broncas: la
del lunes, la de la polera, la del amarillo y la que mi mama me había ganado la
pelea. Lo único bueno esa mañana fue que Paula me estaba esperando en la
esquina para entrar juntas.
Lo único que me faltaba era que se aparezca Verónica y Martin. Martin, es
Martin Reinoso, el nuevo, empezó este año.
Ese día, Inés le conto a Paula que un chico llamado Martin (que se juntaba con
ellas) le parecía muy lindo pero no sabía si le gustaba o no, ni si quiera sabia el
significado de ‘’gustar de alguien’’ así que estaba algo confundida.
Estábamos subiendo la escalera de la puerta de entrada cuando casi nos
tropezamos con Verónica y Martin.
Como pueden ver, ese lunes lo empecé con mucha bronca, pero fue peor
porque a la tercera hora tuvimos Ciencias Sociales. Hacia una semana que
estábamos preparando el acto del 25 de mayo. Entre Federico y yo inventamos
una obrita de teatro, yo iba a hacer de Geronima, una criolla valiente, que no le
tenía miedo a nadie. La abuela Julia me presto una blusita con volados, mama
me estuvo cociendo una pollera de una cortina vieja, tenía una mañanita de lana
blanca que hacía de pañoleta, no estaba nada mal. Pero Verónica le dijo a la
seño Betty que era mejor que ella hiciese de Geronima porque había conseguido
un peineton, una mantilla y ¡Un traje verdadero de disfraz! Quise decir que
Geronima era yo pero no dije nada, confié en que la señorita Betty fuese justa.
Pero…..no fue así.
Ahí fue cuando metí la mano en el bolsillo del delantal y sentí algo peludo, tibio y
que además mordía.

Capítulo 2.- En este capítulo mi monstruo y yo entramos en contacto por


primera vez y yo quedo muy impresionada.
Desde el primer momento tuve la sensación de que no era algo normal sino
algo Maravilloso, Terrible y Extraordinario. Eso me puso muy contenta, que me
pasara algo Maravilloso, Terrible y Extraordinario, era lo único que me podía
consolar por haber perdido en una sola mañana tantas cosas. Con disimulo,
abrí el bolsillo y eche una miradita rápida. Había una especie de pelota peluda,
de color entre violeta y verdoso, que se hinchaba y deshinchaba sin parar.
También oí una especie de chillido. Los demás también parecieron oírlo porque
de pronto se hizo silencio. Cerré de golpe el bolsillo y me puse a ver la página
de mi manual. La maestra le llamo la atención a Andrés por el sonido – Andrés,
no vuelvas a hacer ese ruido con la tiza que me pone nerviosa. A Andrés lo
mandaron a dirección. Con esta breve escena se terminaron las consecuencias
del primer chillido que salió de mi bolsillo. Por suerte toco el timbre para ir al
recreo y fui al baño, voy con vos dijo Paula.
Me encerré en el baño con mi bolsillo dispuesto a mirar mejor lo que había
adentro. La pelota peluda seguía allí, hinchándose y deshinchándose con
mucha fuerza. Muy despacito fui acercando un dedo. Fue espantoso. La pelota
peluda se abrió de pronto en dos y mostro dos hileras de dientes filosos como
agujas y me mordió. En la yema del dedo tenía 6 marcas y unos globitos de
sangre. Eran pinchazos agudos pero cortos. “Mi monstruo tiene dientes de
leche”. De pronto me di cuenta que ya le había puesto un nombre “¡Tengo un
monstruo en el bolsillo!”. Pase la mano por fuera del bolsillo, “Estoy acariciando
a mi monstruo” pensé. Al monstruo le gustaba que yo lo acaricie. Dejo de
hincharse y deshincharse, se fue serenando, el bolsillo se fue poniendo blando,
tibio y silencioso. “Mi monstruo se quedó dormido” me dije.

Capítulo 3.- Capitulo en el que se demuestra que una cosa es tener un


monstruo en el bolsillo y otra muy distinta poder contarlo.
Al mediodía siempre vuelvo en el 184, viajo con Federico, con Paula, con
Martin, con Yanina y con Mariana. En general vamos charlando. Bueno, los
demás charlan (no me gusta que me charlen). Cuando no quiero charlar ni que
me charlen, me hago la que pierdo el tiempo y dejo pasar el 184 en el que van
todos y me voy en otro. Ese día no me pareció bien perder el tiempo. Me daba
no sé qué andar sola con mi monstruo en el bolsillo. Parecía un monstruo
tranquilo, pero yo no conocía todavía sus costumbres. Lo que si sabía era que
le gustaban los mimos, porque cuando lo acariciaba se calmaba.
Llegue a casa y me metí en mi pieza porque tenía muchas ganas de estar un
rato a solas con mi monstruo. Me desabroche el delantal y me lo saque con
cuidado. Lo apoye en la cama y me arrodille en el suelo para espiar despacito
en el bolsillo. Ahí estaba mi monstruo, mi querido monstruo Maravilloso,
Terrible y Extraordinario. Tenía pelos verdes, pelos violetas y, de tanto en tanto
pelos azules, no pude verle los ojos, ¿será ciego? Pensé. Y me dio susto
porque un monstruo con tanta boca y sin ojos no puede menos que meter
susto. Tampoco vi que tuviera orejas. Tenía boca y pelos, muchísimos pelos.
Mi monstruo me conocía, cuando le acerque el dedo no me mordió, se froto
contra mi mano como si fuera un gato. Era tibio y suave. Mama me llamo a
comer, mi papa ya había llegado y se había sentado a la mesa.

Capítulo 4- “En este capítulo mi monstruo entra en acción y yo me ligo un


buen reto."
Yo soy muy buena. Inesita es muy buena dicen todos. Y ha de ser por eso
(porque soy muy buena) que no me di cuenta que mi monstruo podría serme
útil. Me di cuenta por casualidad y cuando ya era muy tarde.
Esa noche cuando me fui a bañar, me saque la ropa y deje la polera amarilla
tirada en un rincón de la pieza (“Inés colga la ropa” “Inés pone la ropa para
lavar en el canasto”….No crean que no sé lo que tengo que hacer, pero tengo
la vida tan llena de cosas que algunas se me quedan afuera). La polera
amarilla quedo hecha un bollo, cerquita del delantal. Esa noche estaba tan
cansada que me quede dormida. Esa mañana no me despertó mi papa como
siempre sino los gritos de mama muy enojada, gritando que “esta vez no me
salvaba”. ¡No pienso comprarte otra polera! ¿Entendes? Y menos ese pantalón
con florcitas… ¿Me escuchaste Inés? Cuando oí las chinelas de mama
repiqueteando por la cocina me levante a ver. Ahí nomás, estirada encima de la
silla estaba la polera, estaba agujereada, desgarrada, destrozada, babosa,
como si un cachorro de cocker hubiese estado jugando con ella (nosotros gato
tenemos, pero cachorro de cocker no). Mi mama pensaba que yo había sido,
pero yo no había sido, de eso estaba segura.
De pronto se me ocurrió algo y corrí a mi delantal. Le abrí el bolsillo y mire
adentro. Ahí estaba mi monstruo. Peludo como siempre, pero un poco
cambiado. Me pareció menos verde, menos violeta y más azul, pero sobre
todo, un poquito más grande. ¿Fuiste vos? Claro, pobrecito, ¡Tenía hambre!...
Sería una especie de polilla (las polillas comen lana, pero no poleras de
algodón).
Tenía que hacer un experimento: Busque un trapito, se lo acerque a mi
monstruo y nada. Probé acércale la polera, fue espantoso. De pronto se puso
verde, violeta, casi fosforescente y empezó a hincharse y deshincharse con
mucha fuerza, abrió su boca gigantesca, llena de muchísimos dientes y se
prendió a la manga derecha. Arranco un pedazo enorme y se lo mastico a toda
velocidad.
Volví a poner la polera en su lugar, me vestí y me fui a tomar la leche. ¿Por qué
hiciste eso? Me pregunto mi papa, tendría que haber dicho que yo no fui, que
fue mi monstruo pero ya se sabe que yo…. (Me quedo callada).

Capítulo 5- “Este capítulo está dedicado principalmente a mi tía Raquel y


al dulce de membrillo”.
Mi tía Raquel vino porque era el cumple de mama. Y siempre que viene trae
pastafrola. Yo detesto la pastrafrola. La pastafrola de mi tía Raquel es
espantosa, y no solo para mí me parece horrible sino también a mi papa. Lo
único lindo de la pastafrola de mi tía Raquel era la fuente de loza con florcitas.
Cuando mi mama me llamo a tomar la leche, antes de ir a la cocina me puse al
monstruo en el bolsillo del pantalón. En cuanto lo tuve en la mano me di cuenta
que había crecido. No solo estaba más grande sino que pesaba. Mi tía Raquel
era especialista en decir cosas poco amables: ¡Qué Velluda! ¡Qué despeinada!
¡Qué flaca!
Me traje un banquito y me dedique a mirar con atención la cara de mi tía
Raquel y los aros de piedritas azules que le colgaban de las orejas. Juro que
solo pensaba en los aros, cuando de pronto sentí que el bolsillo me pesaba
menos. Al parecer mi monstruo se había ido.
Mi mama me pidió que ponga el mantel rosa y las tacitas verdes. El té ya está
listo. Y pone la pastafrola que trajo la tía. Cuando entre a la cocina me di
cuenta que mi monstruo ya había estado, la pastaflora estaba destrozada junto
con la lindísima fuente de loza con florcitas.
Para cuando mi mama dijo ¡Oh no!, mi tía Raquel se había acercado a la
puerta y miraba el desparramo de “floras” y flores.
Estela… eso te pasa por tener un gato en la casa. Mientras mi tía hablaba de
como son los gatos, Baldomero la miraba con los ojitos muy atentos desde su
almohada. El pobre acababa de despertarse de su siesta y estaba muy
intrigado por los aritos colgantes de mi tía Raquel.

Capítulo 6- “Este es un capitulo peligroso. Conviene leerlo con cuidado”.


Mi tía Raquel dice que ni mi mama ni yo tenemos la culpa de que mi papa gane
una miseria. Según yo, tampoco mi papa tiene la culpa, porque no creo que
sea a propósito. Mi tía Raquel dice que fue porque “no termino la carrera”; Mi
papa estudiaba para ingeniero pero dejo en 3er año, cuando se casó con mi
mama. Según mi tía, hizo lo peor que podía hacer “meterse a trabajar a ese
boliche maldito” (se refiere a “Multiglas” la compañía donde trabaja mi papa
hace 14 años).
Ustedes dirán ¿Que tendrá todo esto que ver con la historia de mi monstruo?
Pero tiene que ver, porque si mi papa no ganara tan poco, todos podríamos
comprarnos más cosas, yo podría ir al cumple de Yanina con un pantalón con
florcitas en las rodillas, habría podido comprarme unos zoquetes con puntilla.
No me hubiese importado si no hubiese sido porque era la primera fiesta que
iba Martin y porque estaba segura que Verónica me diría porque te pones la
misma ropa todos los cumpleaños. Por todas estas razones decidí que era
mejor llevar a mi monstruo en el bolsillo. Me peine con cuidado. Saque a mi
monstruo del bolsillo del delantal y lo puse en el bolsillo de la pollera escocesa.
Estaba pesadísimo y grande.
Cuando llegue a la casa de Yanina, me encontré con Federico en la puerta.
Todos dicen que Federico gusta de mí. A mí me parece a veces que sí y otras
que no.
La película que había alquilado para el cumple de Yanina era esa de los autos
que chocan y vuelan por el aire. Yo ya la vi 3 veces: en el cumpleaños de
Federico, en el de Gabriela y en el de María Laura. Después el papa de Yanina
paso la película al revés, fue muy gracioso. Todos los cumpleaños son un poco
iguales. Pero esta vez me equivocaba.
Después fuimos a comer chizitos y esas cosas, la mama de Yanina había
hecho unas salchichas con caras que me gustaron mucho...
Después quisieron jugar a la botella. En mi grado, cuando jugamos a la botella,
es para averiguar quién gusta de quien. Cuando jugamos a la botella yo me
pongo muy nerviosa. A veces me gusta y otras veces no. Cuando el pico y les
toca a los varones casi nunca me eligen (salvo Federico que siempre me da un
beso a mí, como conmigo tiene confianza) y cuando el pico me toca a mí me
pongo tan colorada que todos se matan de risa…. y yo nunca me animo a darle
un beso a nadie. Pero esta vez no fue como las otras veces porque en la ronda
estaba Martin…. lo malo que también estaba Verónica. Y cuando a Martin le
toco darle un pico a verónica, yo baje los ojos para no ver como Martin se
levantaba y le daba un beso en el aire pero cerca del cachete a Verónica.
¡Ahora juguemos al cuarto oscuro! Grito Sebastián. Jugar al cuarto oscuro si
me gusta porque es un juego emocionante, y además yo se esconderme. En
cuanto Andrés apago la luz, me metí en un rincón y me hice chiquitita,
chiquitita. Sentí que algo tibio me rozaba la mano pero no me moví. Cuando se
hizo silencio, abrí los ojos y estaba en la oscuridad más oscura. Primero se oyó
un chillido de ratón y después unos gritos.
Cuando por fin Andrés abrió la puerta, se hizo un silencio y todos nos miramos.
Paula fue la primera que se dio cuenta: sentada en un rincón, al lado del
placard, estaba Verónica, llorando y abrasándose la rodilla. Los zapatos de
charol brillaban mucho y los zoquetes de puntillas deshechos, destrozados,
caían en tiritas finitas hasta el suelo. En el tobillo izquierdo brillaban apenas
dos o tres puntitos de sangre. Se me dio por meter mi mano en mi bolsillo. Mi
monstruo me recibió con un suspiro, se hinchaba y deshinchaba suave,
despacito.
La mama vino a buscar a Verónica, era una señora alta, rubia y flaca, “una
señora fina”, que cuando la mama de Yanina quiso explicarle todo el lio del
tobillo pinchado y el cuarto oscuro, no puso el grito en el cielo (como habría
hecho mi mama o la mama de Paula) sino que sonrió amablemente y dijo que
no era nada, que seguro había sido ella misma con sus uñas. Yo sabía que era
mentira pero no dije nada, pero justo en ese momento vino mi papa a
buscarme y me fui de la fiesta.
Capítulo 7- “Este capítulo es muy corto porque quiero y no puedo ordenar
mis pensamientos”.
A mí cuando estoy muy preocupada se me cierra el estómago y cuando los
estómagos están cerrados la comida no les entra. Fue por eso que esa noche
del cumpleaños de Yanina no quería comer. Me fui corriendo a mi pieza, me
puse el camisón y me metí en la cama. No me preocupe en ordenar nada, ni
siquiera me lave los dientes. Lo único que quería era acostarme, taparme bien
con la frazada y pensar en todo lo que me estaba pasando.
Lo malo de ponerse a pensar es que el que piensa no puede organizar lo que
va pensando. Yo quería pensar ordenadamente en todo lo que había pasado
esa semana y empezaba a pensar en cosas que no tenían nada que ver. A
cada rato pensaba en el tobillo de Verónica y a cada rato me decía: “Yo no
tengo la culpa”. Fue mi monstruo. “Mi monstruo y yo, yo y mi monstruo” eso era
lo que pensaba todo el tiempo.
La pollera escocesa seguía tirada en la silla “¿Cómo hará para salir del
bolsillo?” me preguntaba. Al fin y al cabo no era la primera vez que mi monstruo
tomaba las cosas por su cuenta y ¿saltaba? ¿Volaba? ¿Flotaba? En busca de
alimento.
Tal vez, si apagaba todas las luces y me quedaba quietita en la cama,
espiando, lo vería salir. Pero no era muy probable. Ya se había comido la
puntilla de los zoquetes de Verónica, no tendría hambre. Apague la luz y me
acurruque debajo de la frazada. Por la punta de la frazada puedo espiar la
habitación. No distingo nada, no sé dónde está el bolsillo, pero sé que se
mueve. Mi pollera escocesa, suave y silenciosamente, se mueve al compás de
mi monstruo.

Capítulo 8- “Este capítulo primero tengo ganas de llorar y después lloro”.


La cuestión es que, con el asunto ese de la polera amarilla, la pastaflora en su
fuente de florcitas y los zoquetes con puntilla, mi monstruo estaba cada día
más pesado. Tanto pesaba, que llegue a pensar que sería incomodo tener un
monstruo en el bolsillo.
El lunes por la mañana, (el día en que mi monstruo estaba por cumplir una
semana de vida en mis bolsillos) decidí que no quería llevarlo conmigo a la
escuela. Porque me iba a pesar. Porque me iba a molestar en el recreo y no
podría jugar a la mancha cadena. Lo acaricie y lo recogí en mi mano y lo puse
con todo cuidado dentro de una zapatilla vieja. Y ahí fue cuando esta historia
empezó a ponerse difícil (menos mal que mi abuela me dio una mano, que si
no) porque cuando termine de tomar la leche y volví a mi pieza a ponerme el
delantal…. ¡Mi monstruo estaba en el bolsillo!”. Por primera vez en toda esta
historia, tuve miedo. Miedo y ganas de llorar muy fuerte. Yo no quería llevar a
mi monstruo en el bolsillo pero mi monstruo quería venir conmigo. De repente
sentí una gran necesidad de deshacerme de él, de que se fuera de una vez y
me dejara.
Mi mama me vino a buscar para ir a la escuela, se hacía tarde. Hice un nuevo
intento por sacar a mi monstruo del bolsillo. Mi monstruo me mordió. Me mire la
mano, estaba llena de sangre. Ahí deje de ser valiente. ¡Mami ven! ¡Ven! ¡Me
sale sangre! Me puse a llorar y deje que mi mama me limpiara bien la mano,
me pusiera merthiolate y me vendara. Se ve que llorar me hizo bien, porque
cuando termine de llorar ya tenía el estómago mucho menos cerrado, la espina
del corazón menos hundida y casi se me había desanudado la garganta.
Cuando mi mama me pregunto con qué me había lastimado, le dije que fui al
costurero a buscar un alfiler de gancho para la escarapela y me tropecé… y…
mientras yo me ponía la mochila, mi mama hacia una notita para explicar que
no iba a poder escribir porque me había lastimado la mano derecha. Cuando
estaba por cerrar la puerta, mi mama me grito:- “Arréglate el cuello del delantal
y fíjate a ver qué es lo que te hace tanto bulto en el bolsillo”.
Capítulo 9- “Este capítulo empieza muy mal pero después mejora un
poco”.
Fue entonces cuando empecé a tenerle miedo a mi monstruo. No tenía miedo
de que me hiciera daño a mí, pero tenía miedo de que no quisiera dejarme, de
que se me pegase en el bolsillo como un chicle. Y también tenía miedo de que
se me notara. Desde ese día me deje la campera puesta toda la mañana. Era
grande y larga y me tapaba bien el bolsillo. A todos les llamaba la atención
porque los días estaban muy lindos y no hacia frio. Aunque me preguntaban si
no tenía calor, nadie sabía nada de mi monstruo. Ellos me seguían tratando
igual, como si yo fuese una Inés sin monstruo y no una Inés con un monstruo
en el bolsillo.
Desde ese día con mi mano vendada y mi bolsillo demasiado lleno, empecé a
sentir miedo, mucho miedo. A la noche tenía pesadillas... era el día del acto: mi
monstruo se pegaba a la cara de Verónica y le comía la mantilla. Era el día del
acto: mi monstruo crecía como una pelota de futbol y yo tenía que llevar mi
bolsillo en carretilla. Era el día del acto: la directora me obligaba a sacarme la
campera y mi monstruo crecía y crecía y se los comía a todos. Era el día del
acto: la señorita Betty me decía “Inesita” y mi monstruo le mordía la garganta.
En mis pesadillas siempre era el día del acto. No sé porque me parecía que
ese día sería peor que otros. Tenía la sensación que ese día mi monstruo se
dejaría ver por todos.
El 24 de mayo a la noche le dije a mi mama que me dolía la garganta. No tenía
fiebre, ni tampoco me dolía demasiado la garganta, era más bien un especie de
nudo en la garganta. Mi mama me dio una aspirina y un té con leche, me sentó
en sus rodillas como cuando era una nenita (a mí me dio risa), me rasco la
espalda (a mí me encanta que me rasquen la espalda) y me dijo ¿Qué te
parece si mañana te peinas con una trenza? Y por un rato largo me olvide de
mi monstruo.
Capítulo 10- “Este si es un capítulo importante porque suceden cosas
verdaderamente maravillosas, terribles y extraordinarias”.
En este capítulo se habla del famoso día del acto.
Me levante muy temprano, me lave la cara, me cepille los dientes, me peine
con una trenza muy larga y me puse la hebilla blanca. Me senté a tomar la
leche, pensando que este sería un día bueno, un día tibiecito, que no parecía el
día peligroso de mis pesadillas.
-Inés, ponete el delantal que está en la percha. Esta recién planchado y ya
tiene la escarapela puesta. Por un momento pensé que si tenía suerte el
monstruo se iba a quedar pegado en el delantal sucio y yo podría irme con
delantal limpio y bolsillos vacíos a la escuela. Pero no. En cuanto descolgué el
delantal de la percha me di cuenta de que pesaba demasiado, de que el bolsillo
derecho estaba gordo y redondo, inflado. Mi monstruo no me dejaba.
Mi mama me dijo que no era necesario que lleve la campara ya que el día
estaba lindo. “Los días no pueden estar lindos cuando una tiene un monstruo
en el bolsillo” tendría que haber dicho, pero no dije nada.
Cuando entre a la escuela, todos los que actuaban en la obra se estaban
disfrazando. Verónica tenía un traje celeste con encaje y una mantilla negra.
Estaba disfrazada de Geronima. La señorita Betty estaba muy nerviosa. Me
pidió si podía pintarle los bigotes a Federico, me saque la campera para estar
más cómoda y no me importo que se me viera el bolsillo. El bigote de corcho
quemado me salió muy bien. Después del bigote de Federico, me ocupe de la
galera de Sebastián que se le estaba desarmando, le pinte la cara de negro a
Andrés, la peine a Yanina y estaba tratando de ayudarla a Paula con el cinturón
de terciopelo que le quedaba chico, cuando oí llorar a Verónica, estaba muy
nerviosa. Verónica lloraba porque el peineton se le resbalaba y la mantilla se le
caía al suelo, porque no se acordaba que decir y cuando, porque el vestido era
demasiado largo y se lo pisaba, porque le dolía la panza, porque ni la mama ni
el papa vendrían al acto. Por todo eso Verónica lloraba. La seño Betty le dijo
que se tranquilizara sino su papel lo haría Inés. Sin que nadie me oyera, le dije
“Ven yo te ayudo”. Fuimos al baño para que se lavara la cara, se sentó y
empecé a peinarla. Le sujete el peineton con mi hebilla blanca y le pinte un solo
lunar. Después ella bajo la cabeza para que le ponga la mantilla y me pregunto:
¿Qué tenes en el bolsillo?, nada, cosas mías, le dije y empecé a explicarle
cuando tenía que entrar y que decir.

Capítulo 11- “Esta historia termina como empezó pero distinta”.


Estas fueron algunas de las cosas que pasaron en el famoso acto:
1) ¡Vino mi abuela Julia! Eso primero y principal (porque la quiero tanto y
porque vive en Villa Ballester y la veo poco). Y trajo pastelitos de dulce de
batata.
2) También vino el tío Ángel, es el hermano de mi mama.
3) La obra “Todos queremos ser libres” fue un éxito. Todos aplaudieron mucho.
Cuando termino, Federico y yo subimos al escenario para saludar al público,
como somos los autores.
4) Verónica hablo demasiado baja. Los de la última fila se quejaron de que no
pudieron oírla. Cuando termino el acto vino a despedirse y arreglamos para ir al
cine.
5) Mi papa me abrazo muy fuerte y me dijo que la obra había estado muy bien.
6) Al mediodía, mi abuela Julia, mi tío Ángel, mi papa, mi mama y yo comimos
un asado en la terraza.
7) A la tarde vino mi tía Raquel, con una nueva pastafrola, esta vez en una
fuente sin florcitas pero con cerezas, una fuente bastante linda. Lástima que al
entrar se tropezó con Baldomero y la fuente se le fue al suelo.
8) Entre las cuatro y media y las cinco y cuarto, mi tía Raquel y mi abuela Julia
se la pasaron discutiendo acerca de si los gatos son o no traicioneros. Mi papa
y mi tío Miguel discutían de política.
9) Bueno… dirán ustedes… ¿y el monstruo? Bien… gracias. Esta acá nomas.
Encima de la mesa, calentándose bajo la luz de la lámpara mientras yo escribo
esta historia.
Ni siquiera lo vi cuando ¿salto? ¿Voló? ¿Floto? Desde el bolsillo. Es que es
difícil de ver a simple vista. Está muy cambiado. Mucho más chiquito. Casi no
pesa. Parece casi una pelusa, con pelos verdes, pelos violetas y de tanto en
tanto pelos azules, una pelusa de esas que siempre quedan metidas en un
rincón del bolsillo.
Fue una suerte que me animara a hablarle de mi monstruo a mi abuela Julia, a
la tarde, después del asado y antes de que llegara mi tía Raquel con la
pastafrola. ¿Queres que te desenrede el pelo Inesita? Me pregunto mi abuela.
Yo fui corriendo a buscar mi peine favorito y un banquito.
¿Sabes una cosa abue? Abue… tengo un monstruo en el bolsillo.
Ustedes no me van a creer, pero mi abuela Julia me sonrió, fue pasando la
mano por su saquito de lana gris hasta acariciarse el bolsillo (que estaba un
poquito hinchado, como si tuviese un pañuelito arrugado en el fondo) y dijo:
-Bueno Inesita, eso no es nada. El que más, el que menos tiene un monstruo
en el bolsillo. Yo le mire el bolsillo con los ojos muy abiertos.
-¡Pero también tengo un pañuelo, eh! Y las dos nos pusimos a reír a
carcajadas.
Y después, en voz muy baja, despacito, hablamos de los monstruos (porque
dice mi abuela que ese es el mejor método para achicarlos). Hablamos un rato
largo y después no hablamos más porque tampoco es cuestión de pasarse un
día de tanto sol hablando solo de monstruos.
El lunes siguiente, cuando me puse el delantal, mi monstruo se había achicado
mucho, era casi una pelusa.
Por eso este libro, termina como empieza, pero distinto: TENGO UN
MONSTRUO EN EL BOLSILLO PERO ES CHIQUITO Y NO ASUSTA.

FIN

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