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Tengo un Monstruo en el Bolsillo
Autora: Graciela Montes.
Capítulo 1- En este capítulo cuento cosas de mí para que me vayan conociendo. Antes de empezar, tengo ganas de escribir una cosa, una sola cosita: “TENGO UN MONSTRUO EN EL BOLSILLO”. Me llamo Inés, soy una Chica de 11 años, estoy en 6to grado, soy algo petisa, muy flaquita, dientona, con el pelo que siempre se le escapa del peinado. Mi mejor amiga se llama Paula, aunque en 5to dejamos de serlo porque Paula se juntó con Verónica (la cancherita del grado) que, sinceramente, no le caía para nada bien. Esta historia empezó un lunes, a mí los lunes no me gustan. Esa mañana empecé mal porque mi mama quiso que me ponga la polera amarilla, justo las dos cosas que a mí no me gustan: las poleras y como me queda el amarillo. Mi mama otra vez había ganado. Así que me fui al colegio con cuatro broncas: la del lunes, la de la polera, la del amarillo y la que mi mama me había ganado la pelea. Lo único bueno esa mañana fue que Paula me estaba esperando en la esquina para entrar juntas. Lo único que me faltaba era que se aparezca Verónica y Martin. Martin, es Martin Reinoso, el nuevo, empezó este año. Ese día, Inés le conto a Paula que un chico llamado Martin (que se juntaba con ellas) le parecía muy lindo pero no sabía si le gustaba o no, ni si quiera sabia el significado de ‘’gustar de alguien’’ así que estaba algo confundida. Estábamos subiendo la escalera de la puerta de entrada cuando casi nos tropezamos con Verónica y Martin. Como pueden ver, ese lunes lo empecé con mucha bronca, pero fue peor porque a la tercera hora tuvimos Ciencias Sociales. Hacia una semana que estábamos preparando el acto del 25 de mayo. Entre Federico y yo inventamos una obrita de teatro, yo iba a hacer de Geronima, una criolla valiente, que no le tenía miedo a nadie. La abuela Julia me presto una blusita con volados, mama me estuvo cociendo una pollera de una cortina vieja, tenía una mañanita de lana blanca que hacía de pañoleta, no estaba nada mal. Pero Verónica le dijo a la seño Betty que era mejor que ella hiciese de Geronima porque había conseguido un peineton, una mantilla y ¡Un traje verdadero de disfraz! Quise decir que Geronima era yo pero no dije nada, confié en que la señorita Betty fuese justa. Pero…..no fue así. Ahí fue cuando metí la mano en el bolsillo del delantal y sentí algo peludo, tibio y que además mordía.
Capítulo 2.- En este capítulo mi monstruo y yo entramos en contacto por
primera vez y yo quedo muy impresionada. Desde el primer momento tuve la sensación de que no era algo normal sino algo Maravilloso, Terrible y Extraordinario. Eso me puso muy contenta, que me pasara algo Maravilloso, Terrible y Extraordinario, era lo único que me podía consolar por haber perdido en una sola mañana tantas cosas. Con disimulo, abrí el bolsillo y eche una miradita rápida. Había una especie de pelota peluda, de color entre violeta y verdoso, que se hinchaba y deshinchaba sin parar. También oí una especie de chillido. Los demás también parecieron oírlo porque de pronto se hizo silencio. Cerré de golpe el bolsillo y me puse a ver la página de mi manual. La maestra le llamo la atención a Andrés por el sonido – Andrés, no vuelvas a hacer ese ruido con la tiza que me pone nerviosa. A Andrés lo mandaron a dirección. Con esta breve escena se terminaron las consecuencias del primer chillido que salió de mi bolsillo. Por suerte toco el timbre para ir al recreo y fui al baño, voy con vos dijo Paula. Me encerré en el baño con mi bolsillo dispuesto a mirar mejor lo que había adentro. La pelota peluda seguía allí, hinchándose y deshinchándose con mucha fuerza. Muy despacito fui acercando un dedo. Fue espantoso. La pelota peluda se abrió de pronto en dos y mostro dos hileras de dientes filosos como agujas y me mordió. En la yema del dedo tenía 6 marcas y unos globitos de sangre. Eran pinchazos agudos pero cortos. “Mi monstruo tiene dientes de leche”. De pronto me di cuenta que ya le había puesto un nombre “¡Tengo un monstruo en el bolsillo!”. Pase la mano por fuera del bolsillo, “Estoy acariciando a mi monstruo” pensé. Al monstruo le gustaba que yo lo acaricie. Dejo de hincharse y deshincharse, se fue serenando, el bolsillo se fue poniendo blando, tibio y silencioso. “Mi monstruo se quedó dormido” me dije.
Capítulo 3.- Capitulo en el que se demuestra que una cosa es tener un
monstruo en el bolsillo y otra muy distinta poder contarlo. Al mediodía siempre vuelvo en el 184, viajo con Federico, con Paula, con Martin, con Yanina y con Mariana. En general vamos charlando. Bueno, los demás charlan (no me gusta que me charlen). Cuando no quiero charlar ni que me charlen, me hago la que pierdo el tiempo y dejo pasar el 184 en el que van todos y me voy en otro. Ese día no me pareció bien perder el tiempo. Me daba no sé qué andar sola con mi monstruo en el bolsillo. Parecía un monstruo tranquilo, pero yo no conocía todavía sus costumbres. Lo que si sabía era que le gustaban los mimos, porque cuando lo acariciaba se calmaba. Llegue a casa y me metí en mi pieza porque tenía muchas ganas de estar un rato a solas con mi monstruo. Me desabroche el delantal y me lo saque con cuidado. Lo apoye en la cama y me arrodille en el suelo para espiar despacito en el bolsillo. Ahí estaba mi monstruo, mi querido monstruo Maravilloso, Terrible y Extraordinario. Tenía pelos verdes, pelos violetas y, de tanto en tanto pelos azules, no pude verle los ojos, ¿será ciego? Pensé. Y me dio susto porque un monstruo con tanta boca y sin ojos no puede menos que meter susto. Tampoco vi que tuviera orejas. Tenía boca y pelos, muchísimos pelos. Mi monstruo me conocía, cuando le acerque el dedo no me mordió, se froto contra mi mano como si fuera un gato. Era tibio y suave. Mama me llamo a comer, mi papa ya había llegado y se había sentado a la mesa.
Capítulo 4- “En este capítulo mi monstruo entra en acción y yo me ligo un
buen reto." Yo soy muy buena. Inesita es muy buena dicen todos. Y ha de ser por eso (porque soy muy buena) que no me di cuenta que mi monstruo podría serme útil. Me di cuenta por casualidad y cuando ya era muy tarde. Esa noche cuando me fui a bañar, me saque la ropa y deje la polera amarilla tirada en un rincón de la pieza (“Inés colga la ropa” “Inés pone la ropa para lavar en el canasto”….No crean que no sé lo que tengo que hacer, pero tengo la vida tan llena de cosas que algunas se me quedan afuera). La polera amarilla quedo hecha un bollo, cerquita del delantal. Esa noche estaba tan cansada que me quede dormida. Esa mañana no me despertó mi papa como siempre sino los gritos de mama muy enojada, gritando que “esta vez no me salvaba”. ¡No pienso comprarte otra polera! ¿Entendes? Y menos ese pantalón con florcitas… ¿Me escuchaste Inés? Cuando oí las chinelas de mama repiqueteando por la cocina me levante a ver. Ahí nomás, estirada encima de la silla estaba la polera, estaba agujereada, desgarrada, destrozada, babosa, como si un cachorro de cocker hubiese estado jugando con ella (nosotros gato tenemos, pero cachorro de cocker no). Mi mama pensaba que yo había sido, pero yo no había sido, de eso estaba segura. De pronto se me ocurrió algo y corrí a mi delantal. Le abrí el bolsillo y mire adentro. Ahí estaba mi monstruo. Peludo como siempre, pero un poco cambiado. Me pareció menos verde, menos violeta y más azul, pero sobre todo, un poquito más grande. ¿Fuiste vos? Claro, pobrecito, ¡Tenía hambre!... Sería una especie de polilla (las polillas comen lana, pero no poleras de algodón). Tenía que hacer un experimento: Busque un trapito, se lo acerque a mi monstruo y nada. Probé acércale la polera, fue espantoso. De pronto se puso verde, violeta, casi fosforescente y empezó a hincharse y deshincharse con mucha fuerza, abrió su boca gigantesca, llena de muchísimos dientes y se prendió a la manga derecha. Arranco un pedazo enorme y se lo mastico a toda velocidad. Volví a poner la polera en su lugar, me vestí y me fui a tomar la leche. ¿Por qué hiciste eso? Me pregunto mi papa, tendría que haber dicho que yo no fui, que fue mi monstruo pero ya se sabe que yo…. (Me quedo callada).
Capítulo 5- “Este capítulo está dedicado principalmente a mi tía Raquel y
al dulce de membrillo”. Mi tía Raquel vino porque era el cumple de mama. Y siempre que viene trae pastafrola. Yo detesto la pastrafrola. La pastafrola de mi tía Raquel es espantosa, y no solo para mí me parece horrible sino también a mi papa. Lo único lindo de la pastafrola de mi tía Raquel era la fuente de loza con florcitas. Cuando mi mama me llamo a tomar la leche, antes de ir a la cocina me puse al monstruo en el bolsillo del pantalón. En cuanto lo tuve en la mano me di cuenta que había crecido. No solo estaba más grande sino que pesaba. Mi tía Raquel era especialista en decir cosas poco amables: ¡Qué Velluda! ¡Qué despeinada! ¡Qué flaca! Me traje un banquito y me dedique a mirar con atención la cara de mi tía Raquel y los aros de piedritas azules que le colgaban de las orejas. Juro que solo pensaba en los aros, cuando de pronto sentí que el bolsillo me pesaba menos. Al parecer mi monstruo se había ido. Mi mama me pidió que ponga el mantel rosa y las tacitas verdes. El té ya está listo. Y pone la pastafrola que trajo la tía. Cuando entre a la cocina me di cuenta que mi monstruo ya había estado, la pastaflora estaba destrozada junto con la lindísima fuente de loza con florcitas. Para cuando mi mama dijo ¡Oh no!, mi tía Raquel se había acercado a la puerta y miraba el desparramo de “floras” y flores. Estela… eso te pasa por tener un gato en la casa. Mientras mi tía hablaba de como son los gatos, Baldomero la miraba con los ojitos muy atentos desde su almohada. El pobre acababa de despertarse de su siesta y estaba muy intrigado por los aritos colgantes de mi tía Raquel.
Capítulo 6- “Este es un capitulo peligroso. Conviene leerlo con cuidado”.
Mi tía Raquel dice que ni mi mama ni yo tenemos la culpa de que mi papa gane una miseria. Según yo, tampoco mi papa tiene la culpa, porque no creo que sea a propósito. Mi tía Raquel dice que fue porque “no termino la carrera”; Mi papa estudiaba para ingeniero pero dejo en 3er año, cuando se casó con mi mama. Según mi tía, hizo lo peor que podía hacer “meterse a trabajar a ese boliche maldito” (se refiere a “Multiglas” la compañía donde trabaja mi papa hace 14 años). Ustedes dirán ¿Que tendrá todo esto que ver con la historia de mi monstruo? Pero tiene que ver, porque si mi papa no ganara tan poco, todos podríamos comprarnos más cosas, yo podría ir al cumple de Yanina con un pantalón con florcitas en las rodillas, habría podido comprarme unos zoquetes con puntilla. No me hubiese importado si no hubiese sido porque era la primera fiesta que iba Martin y porque estaba segura que Verónica me diría porque te pones la misma ropa todos los cumpleaños. Por todas estas razones decidí que era mejor llevar a mi monstruo en el bolsillo. Me peine con cuidado. Saque a mi monstruo del bolsillo del delantal y lo puse en el bolsillo de la pollera escocesa. Estaba pesadísimo y grande. Cuando llegue a la casa de Yanina, me encontré con Federico en la puerta. Todos dicen que Federico gusta de mí. A mí me parece a veces que sí y otras que no. La película que había alquilado para el cumple de Yanina era esa de los autos que chocan y vuelan por el aire. Yo ya la vi 3 veces: en el cumpleaños de Federico, en el de Gabriela y en el de María Laura. Después el papa de Yanina paso la película al revés, fue muy gracioso. Todos los cumpleaños son un poco iguales. Pero esta vez me equivocaba. Después fuimos a comer chizitos y esas cosas, la mama de Yanina había hecho unas salchichas con caras que me gustaron mucho... Después quisieron jugar a la botella. En mi grado, cuando jugamos a la botella, es para averiguar quién gusta de quien. Cuando jugamos a la botella yo me pongo muy nerviosa. A veces me gusta y otras veces no. Cuando el pico y les toca a los varones casi nunca me eligen (salvo Federico que siempre me da un beso a mí, como conmigo tiene confianza) y cuando el pico me toca a mí me pongo tan colorada que todos se matan de risa…. y yo nunca me animo a darle un beso a nadie. Pero esta vez no fue como las otras veces porque en la ronda estaba Martin…. lo malo que también estaba Verónica. Y cuando a Martin le toco darle un pico a verónica, yo baje los ojos para no ver como Martin se levantaba y le daba un beso en el aire pero cerca del cachete a Verónica. ¡Ahora juguemos al cuarto oscuro! Grito Sebastián. Jugar al cuarto oscuro si me gusta porque es un juego emocionante, y además yo se esconderme. En cuanto Andrés apago la luz, me metí en un rincón y me hice chiquitita, chiquitita. Sentí que algo tibio me rozaba la mano pero no me moví. Cuando se hizo silencio, abrí los ojos y estaba en la oscuridad más oscura. Primero se oyó un chillido de ratón y después unos gritos. Cuando por fin Andrés abrió la puerta, se hizo un silencio y todos nos miramos. Paula fue la primera que se dio cuenta: sentada en un rincón, al lado del placard, estaba Verónica, llorando y abrasándose la rodilla. Los zapatos de charol brillaban mucho y los zoquetes de puntillas deshechos, destrozados, caían en tiritas finitas hasta el suelo. En el tobillo izquierdo brillaban apenas dos o tres puntitos de sangre. Se me dio por meter mi mano en mi bolsillo. Mi monstruo me recibió con un suspiro, se hinchaba y deshinchaba suave, despacito. La mama vino a buscar a Verónica, era una señora alta, rubia y flaca, “una señora fina”, que cuando la mama de Yanina quiso explicarle todo el lio del tobillo pinchado y el cuarto oscuro, no puso el grito en el cielo (como habría hecho mi mama o la mama de Paula) sino que sonrió amablemente y dijo que no era nada, que seguro había sido ella misma con sus uñas. Yo sabía que era mentira pero no dije nada, pero justo en ese momento vino mi papa a buscarme y me fui de la fiesta. Capítulo 7- “Este capítulo es muy corto porque quiero y no puedo ordenar mis pensamientos”. A mí cuando estoy muy preocupada se me cierra el estómago y cuando los estómagos están cerrados la comida no les entra. Fue por eso que esa noche del cumpleaños de Yanina no quería comer. Me fui corriendo a mi pieza, me puse el camisón y me metí en la cama. No me preocupe en ordenar nada, ni siquiera me lave los dientes. Lo único que quería era acostarme, taparme bien con la frazada y pensar en todo lo que me estaba pasando. Lo malo de ponerse a pensar es que el que piensa no puede organizar lo que va pensando. Yo quería pensar ordenadamente en todo lo que había pasado esa semana y empezaba a pensar en cosas que no tenían nada que ver. A cada rato pensaba en el tobillo de Verónica y a cada rato me decía: “Yo no tengo la culpa”. Fue mi monstruo. “Mi monstruo y yo, yo y mi monstruo” eso era lo que pensaba todo el tiempo. La pollera escocesa seguía tirada en la silla “¿Cómo hará para salir del bolsillo?” me preguntaba. Al fin y al cabo no era la primera vez que mi monstruo tomaba las cosas por su cuenta y ¿saltaba? ¿Volaba? ¿Flotaba? En busca de alimento. Tal vez, si apagaba todas las luces y me quedaba quietita en la cama, espiando, lo vería salir. Pero no era muy probable. Ya se había comido la puntilla de los zoquetes de Verónica, no tendría hambre. Apague la luz y me acurruque debajo de la frazada. Por la punta de la frazada puedo espiar la habitación. No distingo nada, no sé dónde está el bolsillo, pero sé que se mueve. Mi pollera escocesa, suave y silenciosamente, se mueve al compás de mi monstruo.
Capítulo 8- “Este capítulo primero tengo ganas de llorar y después lloro”.
La cuestión es que, con el asunto ese de la polera amarilla, la pastaflora en su fuente de florcitas y los zoquetes con puntilla, mi monstruo estaba cada día más pesado. Tanto pesaba, que llegue a pensar que sería incomodo tener un monstruo en el bolsillo. El lunes por la mañana, (el día en que mi monstruo estaba por cumplir una semana de vida en mis bolsillos) decidí que no quería llevarlo conmigo a la escuela. Porque me iba a pesar. Porque me iba a molestar en el recreo y no podría jugar a la mancha cadena. Lo acaricie y lo recogí en mi mano y lo puse con todo cuidado dentro de una zapatilla vieja. Y ahí fue cuando esta historia empezó a ponerse difícil (menos mal que mi abuela me dio una mano, que si no) porque cuando termine de tomar la leche y volví a mi pieza a ponerme el delantal…. ¡Mi monstruo estaba en el bolsillo!”. Por primera vez en toda esta historia, tuve miedo. Miedo y ganas de llorar muy fuerte. Yo no quería llevar a mi monstruo en el bolsillo pero mi monstruo quería venir conmigo. De repente sentí una gran necesidad de deshacerme de él, de que se fuera de una vez y me dejara. Mi mama me vino a buscar para ir a la escuela, se hacía tarde. Hice un nuevo intento por sacar a mi monstruo del bolsillo. Mi monstruo me mordió. Me mire la mano, estaba llena de sangre. Ahí deje de ser valiente. ¡Mami ven! ¡Ven! ¡Me sale sangre! Me puse a llorar y deje que mi mama me limpiara bien la mano, me pusiera merthiolate y me vendara. Se ve que llorar me hizo bien, porque cuando termine de llorar ya tenía el estómago mucho menos cerrado, la espina del corazón menos hundida y casi se me había desanudado la garganta. Cuando mi mama me pregunto con qué me había lastimado, le dije que fui al costurero a buscar un alfiler de gancho para la escarapela y me tropecé… y… mientras yo me ponía la mochila, mi mama hacia una notita para explicar que no iba a poder escribir porque me había lastimado la mano derecha. Cuando estaba por cerrar la puerta, mi mama me grito:- “Arréglate el cuello del delantal y fíjate a ver qué es lo que te hace tanto bulto en el bolsillo”. Capítulo 9- “Este capítulo empieza muy mal pero después mejora un poco”. Fue entonces cuando empecé a tenerle miedo a mi monstruo. No tenía miedo de que me hiciera daño a mí, pero tenía miedo de que no quisiera dejarme, de que se me pegase en el bolsillo como un chicle. Y también tenía miedo de que se me notara. Desde ese día me deje la campera puesta toda la mañana. Era grande y larga y me tapaba bien el bolsillo. A todos les llamaba la atención porque los días estaban muy lindos y no hacia frio. Aunque me preguntaban si no tenía calor, nadie sabía nada de mi monstruo. Ellos me seguían tratando igual, como si yo fuese una Inés sin monstruo y no una Inés con un monstruo en el bolsillo. Desde ese día con mi mano vendada y mi bolsillo demasiado lleno, empecé a sentir miedo, mucho miedo. A la noche tenía pesadillas... era el día del acto: mi monstruo se pegaba a la cara de Verónica y le comía la mantilla. Era el día del acto: mi monstruo crecía como una pelota de futbol y yo tenía que llevar mi bolsillo en carretilla. Era el día del acto: la directora me obligaba a sacarme la campera y mi monstruo crecía y crecía y se los comía a todos. Era el día del acto: la señorita Betty me decía “Inesita” y mi monstruo le mordía la garganta. En mis pesadillas siempre era el día del acto. No sé porque me parecía que ese día sería peor que otros. Tenía la sensación que ese día mi monstruo se dejaría ver por todos. El 24 de mayo a la noche le dije a mi mama que me dolía la garganta. No tenía fiebre, ni tampoco me dolía demasiado la garganta, era más bien un especie de nudo en la garganta. Mi mama me dio una aspirina y un té con leche, me sentó en sus rodillas como cuando era una nenita (a mí me dio risa), me rasco la espalda (a mí me encanta que me rasquen la espalda) y me dijo ¿Qué te parece si mañana te peinas con una trenza? Y por un rato largo me olvide de mi monstruo. Capítulo 10- “Este si es un capítulo importante porque suceden cosas verdaderamente maravillosas, terribles y extraordinarias”. En este capítulo se habla del famoso día del acto. Me levante muy temprano, me lave la cara, me cepille los dientes, me peine con una trenza muy larga y me puse la hebilla blanca. Me senté a tomar la leche, pensando que este sería un día bueno, un día tibiecito, que no parecía el día peligroso de mis pesadillas. -Inés, ponete el delantal que está en la percha. Esta recién planchado y ya tiene la escarapela puesta. Por un momento pensé que si tenía suerte el monstruo se iba a quedar pegado en el delantal sucio y yo podría irme con delantal limpio y bolsillos vacíos a la escuela. Pero no. En cuanto descolgué el delantal de la percha me di cuenta de que pesaba demasiado, de que el bolsillo derecho estaba gordo y redondo, inflado. Mi monstruo no me dejaba. Mi mama me dijo que no era necesario que lleve la campara ya que el día estaba lindo. “Los días no pueden estar lindos cuando una tiene un monstruo en el bolsillo” tendría que haber dicho, pero no dije nada. Cuando entre a la escuela, todos los que actuaban en la obra se estaban disfrazando. Verónica tenía un traje celeste con encaje y una mantilla negra. Estaba disfrazada de Geronima. La señorita Betty estaba muy nerviosa. Me pidió si podía pintarle los bigotes a Federico, me saque la campera para estar más cómoda y no me importo que se me viera el bolsillo. El bigote de corcho quemado me salió muy bien. Después del bigote de Federico, me ocupe de la galera de Sebastián que se le estaba desarmando, le pinte la cara de negro a Andrés, la peine a Yanina y estaba tratando de ayudarla a Paula con el cinturón de terciopelo que le quedaba chico, cuando oí llorar a Verónica, estaba muy nerviosa. Verónica lloraba porque el peineton se le resbalaba y la mantilla se le caía al suelo, porque no se acordaba que decir y cuando, porque el vestido era demasiado largo y se lo pisaba, porque le dolía la panza, porque ni la mama ni el papa vendrían al acto. Por todo eso Verónica lloraba. La seño Betty le dijo que se tranquilizara sino su papel lo haría Inés. Sin que nadie me oyera, le dije “Ven yo te ayudo”. Fuimos al baño para que se lavara la cara, se sentó y empecé a peinarla. Le sujete el peineton con mi hebilla blanca y le pinte un solo lunar. Después ella bajo la cabeza para que le ponga la mantilla y me pregunto: ¿Qué tenes en el bolsillo?, nada, cosas mías, le dije y empecé a explicarle cuando tenía que entrar y que decir.
Capítulo 11- “Esta historia termina como empezó pero distinta”.
Estas fueron algunas de las cosas que pasaron en el famoso acto: 1) ¡Vino mi abuela Julia! Eso primero y principal (porque la quiero tanto y porque vive en Villa Ballester y la veo poco). Y trajo pastelitos de dulce de batata. 2) También vino el tío Ángel, es el hermano de mi mama. 3) La obra “Todos queremos ser libres” fue un éxito. Todos aplaudieron mucho. Cuando termino, Federico y yo subimos al escenario para saludar al público, como somos los autores. 4) Verónica hablo demasiado baja. Los de la última fila se quejaron de que no pudieron oírla. Cuando termino el acto vino a despedirse y arreglamos para ir al cine. 5) Mi papa me abrazo muy fuerte y me dijo que la obra había estado muy bien. 6) Al mediodía, mi abuela Julia, mi tío Ángel, mi papa, mi mama y yo comimos un asado en la terraza. 7) A la tarde vino mi tía Raquel, con una nueva pastafrola, esta vez en una fuente sin florcitas pero con cerezas, una fuente bastante linda. Lástima que al entrar se tropezó con Baldomero y la fuente se le fue al suelo. 8) Entre las cuatro y media y las cinco y cuarto, mi tía Raquel y mi abuela Julia se la pasaron discutiendo acerca de si los gatos son o no traicioneros. Mi papa y mi tío Miguel discutían de política. 9) Bueno… dirán ustedes… ¿y el monstruo? Bien… gracias. Esta acá nomas. Encima de la mesa, calentándose bajo la luz de la lámpara mientras yo escribo esta historia. Ni siquiera lo vi cuando ¿salto? ¿Voló? ¿Floto? Desde el bolsillo. Es que es difícil de ver a simple vista. Está muy cambiado. Mucho más chiquito. Casi no pesa. Parece casi una pelusa, con pelos verdes, pelos violetas y de tanto en tanto pelos azules, una pelusa de esas que siempre quedan metidas en un rincón del bolsillo. Fue una suerte que me animara a hablarle de mi monstruo a mi abuela Julia, a la tarde, después del asado y antes de que llegara mi tía Raquel con la pastafrola. ¿Queres que te desenrede el pelo Inesita? Me pregunto mi abuela. Yo fui corriendo a buscar mi peine favorito y un banquito. ¿Sabes una cosa abue? Abue… tengo un monstruo en el bolsillo. Ustedes no me van a creer, pero mi abuela Julia me sonrió, fue pasando la mano por su saquito de lana gris hasta acariciarse el bolsillo (que estaba un poquito hinchado, como si tuviese un pañuelito arrugado en el fondo) y dijo: -Bueno Inesita, eso no es nada. El que más, el que menos tiene un monstruo en el bolsillo. Yo le mire el bolsillo con los ojos muy abiertos. -¡Pero también tengo un pañuelo, eh! Y las dos nos pusimos a reír a carcajadas. Y después, en voz muy baja, despacito, hablamos de los monstruos (porque dice mi abuela que ese es el mejor método para achicarlos). Hablamos un rato largo y después no hablamos más porque tampoco es cuestión de pasarse un día de tanto sol hablando solo de monstruos. El lunes siguiente, cuando me puse el delantal, mi monstruo se había achicado mucho, era casi una pelusa. Por eso este libro, termina como empieza, pero distinto: TENGO UN MONSTRUO EN EL BOLSILLO PERO ES CHIQUITO Y NO ASUSTA.
Julio Rogero, Francisco Imbernón, Rodrigo J. García, Carmen Ferrero, Enrique J. Díez y Jaume Carbonell: Pobreza Infantil y Educación. CDP 470 Sept 2016