Musica, Masoneria y Poder, La Habana 2017

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Música, masonería y poder en la Venezuela del siglo XIX

Music, freemasonry and power in 19th century Venezuela.


Dr. Juan de Dios López Maya
Universidad Nacional Experimental de las Artes, Universidad Central de Venezuela.
jddlmster@gmail.com
El hallazgo, en tres importantes fondos locales, de varias obras musicales destinadas
al ritual masónico, escritas por algunos de los compositores venezolanos más emblemáticos
del siglo XIX, fue el punto de partida de esta investigación. Junto a las mencionadas
composiciones subsiste también una abundante documentación, proveniente de las logias
venezolanas de los siglos pasado y antepasado, en donde se pone de manifiesto la intensa
actividad musical que tenía lugar en su interior. El descubrimiento de las partituras
representó una magnífica oportunidad para enriquecer el repertorio de obras venezolanas
del siglo XIX, mientras que la documentación abrió las puertas a una línea de investigación
poco explorada en el campo de la musicología latinoamericana: las relaciones entre la
música y la masonería.
La música no se produce como un hecho aislado, ella tiene una profunda y estrecha
relación con la sociedad que la crea y la escucha. Una de las cosas que revelan las fuentes
examinadas es que la masonería local usaba la música, no solo con propósitos rituales, sino
también para otros fines, tales como el ejercicio de la filantropía y el mejoramiento de su
imagen como institución. La masonería venezolana decimonónica estaba estrechamente
vinculada con el poder político y tenía una fuerte presencia en las fuerzas armadas y el
mundo académico y el empresarial, de ahí que hiciera uso de la música como una
herramienta mediática, pues es bien sabido que esta es un instrumento ideal para la creación
de identidades y la consolidación de comunidades.
Los principales músicos venezolanos del siglo XIX desfilan consecuentemente por
los cuadros logiales, actas y demás documentos masónicos estudiados, mientras que la
prensa masónica, de amplia circulación en la segunda mitad del siglo, se hace eco de los
muchos eventos que los músicos masones se encargaban de solemnizar, como se decía en el
argot de la época. Una revisión exhaustiva de las fuentes nos permitió elaborar una lista de
músicos que habían estado afiliados a las diferentes logias. En el extenso directorio que
construimos destacan los nombres de Felipe Larrazábal; los hermanos Eduardo, Juan
Bautista y José Antonio Calcaño y Paniza; Los hermanos José Ángel y Ramón Montero,
Federico Villena, Andrés Delgado Pardo y Pedro Elías Gutiérrez, todos ellos fueron
protagonistas emblemáticos de la vida musical venezolana del siglo antepasado,
desempeñándose como maestros de capilla, directores de orquesta, directores de banda y de
orquestas de baile, instrumentistas, directores y profesores de academias de música públicas
y privadas. Su abundante producción compositiva reposa en nuestros principales fondos
musicales, como lo son la Biblioteca Nacional y la Fundación Vicente Emilio Sojo, y
representa un inmenso legado de composiciones que destaca tanto por su calidad como por
su heterogeneidad.

Ahora bien, el repertorio masónico no era convencional, no calificaba como música


sinfónica o de cámara, pues, aunque la plantilla instrumental podía asimilarse a alguno de
estos géneros, su destino no era la sala de conciertos. No tenía nada que ver con las
prácticas conocidas de nuestro siglo XIX: no era música de salón, ni de banda, ni de iglesia,
ópera o zarzuela. Estas composiciones masónicas estaban destinadas a unas ceremonias que
pertenecían a una liturgia de la cual se sabía poco, por no decir nada. Su destino litúrgico
tal vez las aproximaban a nuestra rica herencia de música religiosa, pero en una primera
revisión se hizo evidente que no guardaba ningún parecido con ella ni con ninguna liturgia
musical religiosa conocida. Estas partituras representan la respuesta que nuestros músicos
decimonónicos dieron a los requerimientos litúrgicos y a las demandas individuales de las
logias de aquel entonces. En la medida que avanzaba el siglo, el repertorio masónico se fue
enriqueciendo con música tomada de la ópera, la banda, el teatro y hasta la iglesia,
adquiriendo una complejidad y riqueza notables y evidenciando la compleja relación que se
desarrollaba entre la orden y la sociedad.

Afortunadamente existía una gran cantidad de información que sin duda ayudaría a
establecer unos criterios adecuados para nuestro proyecto editorial, pero la riqueza de las
fuentes estaba en proporción directa con su heterogeneidad, generando una nueva dificultad
a la hora de su clasificación y tratamiento. Por otro lado, los fondos con documentación
masónica accesible son principalmente la Biblioteca Nacional de Venezuela y la Academia
Nacional de la Historia, pues aunque existen archivos históricos en muchas de las logias y
cuerpos masónicos del siglo antepasado, el mal estado de conservación y la ausencia de
criterios profesionales de catalogación dificultaron sobremanera su consulta.

La edición de una selección de obras representativas pertenecientes a nuestro


repertorio masónico fue establecida de inmediato como nuestro objetivo principal. Para su
consecución adoptamos la modalidad conocida como edición crítica, por considerar que es
la que mejor se adaptaba a nuestras intenciones y a las características del material, y por
ser, además, la más practicada en nuestro medio durante la última década. En su ya clásico
tratado, The critical edition of music (1996), James Grier no solo establece la naturaleza
crítica de la actividad editorial musical, sino además el hecho de que la principal
herramienta para el establecimiento de los criterios editoriales es la investigación histórica.

Siguiendo la metodología de Grier, debemos decir que la masonería que emergió de


la guerra de independencia (1810-1823) y de la disolución de la Gran Colombia (1830)
estaba extendida por casi todo el territorio venezolano y contaba con varias logias y un gran
número de afiliados, sin embargo, la institución mantuvo un perfil bajo y procuró no
hacerse muy visible a la luz pública, esto a pesar de que contaba entre sus miembros a
muchos próceres militares y civiles, además de otros hombres públicos notables. Esta
situación comenzó a cambiar a raíz de la muerte del prócer Diego Bautista Urbaneja
(1856); personaje clave en la consolidación de la orden en Venezuela, pues luego de la
celebración de sus honras fúnebres masónicas, el templo caraqueño abrió sus puertas por
primera vez a los ojos profanos y permitió visitas guiadas durante las 48 horas siguientes a
la ceremonia, satisfaciendo así la curiosidad de la población y disipando sus prejuicios. La
masonería local comenzó en ese momento un lento proceso de apertura hacia la sociedad,
cuya velocidad se incrementó a partir del final de la guerra federal (1863). El reto que se le
planteó a la orden en esta nueva situación era la conciliación de esta nueva faceta pública
con el carácter secreto de la masonería ¿Cómo erradicar definitivamente los temores y
prejuicios, sembrados desde hace siglos en contra de la institución y lograr la aceptación
plena de la sociedad sobre la cual se pretendía influir? La música se convertiría en una
herramienta fundamental para la consecución de estos objetivos.
La masonería participaba activamente en eventos culturales y filantrópicos y su
presencia en la prensa experimento un notable aumento en la segunda mitad del siglo, pero
fue en las tenidas blancas en donde se manifestó más ampliamente el proceso de apertura,
pues en ellas la orden pudo darse a conocer de una manera más íntima que en las
actividades filantrópicas y culturales. La celebración publica y consecuente de adopciones y
funerales, permitieron a la masonería lo siguiente: la apertura de los espacios del templo a
los profanos, para que pudieran apreciar el rico simbolismo visual con que están decorados
y “satisficieran su curiosidad”; la presentación pública de una ceremonia ritual,
escenificada de manera teatral y con el uso de las indumentarias y pertrechos masónicos; y
la declaración de adhesión a dos de los valores fundamentales de la sociedad: el respeto y
veneración a los muertos y el reconocimiento de la existencia del alma y su carácter
inmortal, por un lado, y por el otro, la devoción a la niñez y su identificación como “futuro
de la humanidad”, con la obligación de protegerla a través de una familia extendida. De los
tres mencionados, es el último el que consideramos más importante, pues era un mensaje
directo, en él se habla sobre las bondades de la institución y se despejaban las dudas acerca
de su carácter pagano y, según creían muchos, diabólico.
En las tenidas de adopción la música jugaba un papel fundamental, bien como parte
del rito en sí o como ofrenda al público en los intermedios de la ceremonia, pero es la
tenida funeraria la que permite a la masonería un mayor despliegue del aparato ritual y una
mayor solemnidad que las tenidas de adopción, las cuales son más ligeras por su naturaleza.
En las tenidas fúnebres se hace una suerte de puesta en escena de carácter operístico; la
procesión del catafalco, el canto de plegarias, los viajes misteriosos y la formación de
cadenas fraternales, son ritos de notorio atractivo visual y sonoro que aún hoy seducen a los
profanos que tienen la suerte de asistir a una de estas ceremonias, todos ellos estaban
acompañados por música incidental.
La oferta musical masónica decimonónica estaba a cargo de los mejores músicos con
los que contaba el país en ese entonces. ¿Cómo era la vida profesional de estos músicos?
Explorando en este asunto hemos obtenido información muy valiosa para completar nuestra
visión de la música en la masonería.
Las dos fuentes principales de trabajo para nuestros músicos decimonónicos eran la
iglesia y el teatro. Los dos empleaban orquestas y cantores, generalmente a destajo, pues
era difícil tener agrupaciones estables en las ciudades pequeñas, lo que obligaba a los
músicos a desempeñarse en ambos y adquirir las destrezas correspondientes. Otras fuentes
importantes de ingresos eran el salón de baile, la docencia y las bandas marciales. Muchos
de nuestros músicos tuvieron actividad en todos estos ambientes y se convirtieron en
verdaderos maestros en la liturgia católica, la ópera, la zarzuela, la música militar, la retreta
y la enseñanza. Dos casos representativos serían José Ángel Montero y Federico Villena,
cuyos respectivos catálogos de composiciones reflejan claramente lo antes dicho. Fueron
compositores como estos los que pusieron sus destrezas al servicio de la masonería y esto
explica, en parte, la presencia creciente del repertorio operístico, bandístico y eclesiástico
en las tenidas que se produjo a medida que avanzaba el siglo.
¿Qué motivó a tantos músicos de la época a convertirse en masones? No lo sabemos
con certeza, pero creemos que la relación que había entre la orden y los músicos era del tipo
que se conoce en el mundo de los negocios como “relación ganar-ganar”. Por un lado, las
logias, al iniciar músicos, garantizaban el funcionamiento permanente de columnas de
armonía integradas por instrumentistas y compositores de primera línea; por el otro, los
músicos, que ejercían un oficio considerado entonces como “menor”, se codeaban con
individuos poderosos e influyentes dentro del estamento político, económico y militar,
además de procurarse unos ingresos adicionales, que si bien eran modestos, eran muy
consecuentes a juzgar por la gran cantidad de tenidas que requerían servicios musicales.
Las tenidas blancas se convierten así, por su carga emocional y marcada teatralidad,
en poderosas herramientas mediáticas –como las llamaríamos hoy– mediante la cual la
masonería se manifestaba públicamente y procuraba la aceptación de la sociedad. La
inserción en el arsenal musical masónico de música proveniente de los repertorios
operístico, de banda y católico, permitió a la orden, al mismo tiempo, sintonizarse con el
gusto del público, que amaba la ópera, y despejar los prejuicios religiosos que se
albergaban en el seno de aquella sociedad que se jactaba de sus costumbres liberales, pero
que puertas adentro seguía siendo profundamente conservadora.

Juan de Dios Firmado digitalmente por Juan de


Dios López Maya
López Maya Fecha: 2017.06.22 09:17:54 -04'00'

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