Sub El Oficio en Lo Invisible - Jaime Coloma

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El oficio en lo invisible

(Una paradoja psicoanalítica)

Jaime Coloma Andrews


Psicólogo, Psicoanalista
Sociedad Chilena de Psicoanálisis (ICHPA)
Profesor Adjunto Universidad Católica de Chile.

El título del presente texto intenta dar cuenta de una paradoja. Una paradoja que es,
en mi criterio, fundamento del operar psicoanalítico. Ella aparece en la zona en que se tocan el
oficio como hacer y lo invisible como ser. Ambos términos se ocupan de realidades que, por su
propia materia, al mezclarse, se anulan entre sí. El psicoanálisis, paradojalmente, los potencia,
a través de hacer del pensar, materia invisible de acceso al ser, un oficio. Winnicott (Winnicott,
1988) ha desarrollado el tema de la paradoja y el tema de la diferencia entre el "ser" y el
"hacer". Sus criterios inscriben en el orden psicoanalítico una posibilidad de liberar al
psicoanálisis de restricciones "clasistas" en cuanto a su ser, a la vez que preservar la
rigurosidad de su compleja propuesta en lo que compete a su hacer.

Italo Calvino, pensando en el próximo milenio, destaca el lugar de la "levedad" como


dimensión del pensar. Dice: "Hoy todas las ramas de la ciencia parecen querer demostrarnos
que el mundo se apoya en entidades sutilísimas, como los mensajes del DNA, los impulsos de
las neuronas, los quarks, los neutrinos errantes en el espacio desde el comienzo de los
tiempos…" Y continúa, páginas más adelante: "Si quisiera escoger un símbolo propicio para
asomarnos al nuevo milenio, optaría por éste: el ágil, repentino salto del poeta filósofo que se
alza sobre la pesadez del mundo, demostrando que su gravedad contiene el secreto de la
levedad, mientras que lo que muchos consideran la vitalidad de los tiempos, ruidosa, agresiva,
piafante y atronadora, pertenece al reino de la muerte, como un cementerio de automóviles
herrumbrosos".

Autores psicoanalíticos como Winnicott, como Bion, como Meltzer, como Lacan,
legitiman el pensar como el ámbito privilegiado de lo psicoanalítico, lo que implica que
posibilitan postular, para este enfoque, una vigencia muy propia en el próximo milenio, si las
reflexiones de Calvino resultan proféticas. Sin embargo no todos estos autores tienen presente,
de manera destacada, el lugar menos leve del oficio, en lo que se refiere a la meta que lo
constituye, la que, como objetivo terapéutico adquiere un peso mayor que el se aprecia en la
realidad del pensar. Este mayor peso, propio del oficio, se hace eticamente necesario, al
valorar la vida individual humana como el único sentido plausible de nuestra acción y de
nuestro padecer y gratificar. Esto equivale a que la meta de nuestro oficio debe traducirse en
algo susceptible de evaluación, como logro terapéutico. Winnicott, a mi entender, es quien más
precisamente transmite en sus textos este espíritu "extravagante", contradictorio y fecundo,
entre el hacer del pensar un oficio práctico.

El oficio, por una parte, se da en un ámbito que supone, en algún momento del
proceso, la emergencia de lo observable. Lo invisible del ser, por otra, requiere de la sola
mente para poder ser pensado. Esta dimensión no puede darse en lo observable. La
superposición imaginaria de ambas condiciones obliga a presumir que lo observable, al ser
traspasado por lo invisible, se transparenta hasta desaparecer. Pero a su vez, operar con lo
invisible, con lo puramente "mental", hace emerger la figurabilidad, la diferenciación entre
partes propia del ente.

El oficio alude al operar, al trabajar, es decir a la manipulación con elementos


formalizados, que son abordados en una forma inicial y son conducidos desde la
transformación constante de las relaciones originales entre tales elementos, hacia otra forma
de relación dinámica que se intenta conseguir. Se obtiene de ello, un producto, un resultado.

El oficio se acomoda dentro de lo artesanal, su estirpe proviene de la labor manual.


Lo que se logra con el oficio, supuestamente se ve. Aún aquellos oficios que tratan con
materias invisibles, como el pensamiento, la cultura, la sociedad. Todos ellos se interesan en
que sus investigaciones puedan aparecer, de alguna manera, en observables contrastables o
falseables. A la vista.

Quizás la excepción es el oficio de filosofar, tarea cuya esencial utilidad reside en ser
inútil. Algo similar ocurre con el arte, cuyo sentido reside en "el puro deleite", según Susan
Langer. Pero estos son casos, por definición, especiales. Dentro del ámbito de las ciencias que
pretenden encontrar beneficio concreto para el hombre, es decir ciencias que buscan ser útiles,
su objetivo último intenta siempre alcanzar algo que sea "visible". Datos, máquinas,
funcionamientos, técnicas de abordaje, supresión de síntomas, cambios en la forma de sentir o
llevar la vida, etc.

Postulo que la orientación psicoanalítica se constituye en una ciencia que pretende


ser útil, diferenciándose así de la filosofía, aunque su materia de trabajo se dé en el pensar
como vehículo absolutamente privilegiado de las metas que se propone.

El psicoanálisis ha sido creado para ser útil, operando en el campo de lo invisible. Lo


incontrastable, lo que no se ve. Esto es, operar en el aire, en la zona en que analista y
analizado, en que terapeuta y paciente, se encuentran para relacionarse con la nada, con el
nido del ser, con lo incognoscible, con lo inconsciente. Analista y analizado intentan obtener,
desde allí, la función del mejor pensar, de configurar lo incognoscible en unidades que hacen
referencia a lo indeterminable, bajo formas determinadas. Hanna Segal ha señalado que el
insight es inconsciente. Si insight significa "ver hacia dentro", lograr un insight es mirar lo
informulable.

Esto, al psicoanálisis, de hecho, le ha valido críticas constantes, que lo precipitan al


espacio de lo esóterico, que lo emparentan con formulaciones similares a las teorías del
flogisto o del éter. Popper, por ejemplo, ha relegado al psicoanálisis a la condición de lo no
científico. Discutir tal aseveración es, en todo caso, tema de otro escrito.

La presente ponencia busca, en síntesis, encontrar la zona que se establece entre el


hacer, propio del oficio, localizable en una exterioridad, en un "ahí", y el ser, alcanzado
paradojalmente en el actuar psicoanalítico, que recupera lo logrado atrayéndolo hacia lo
invisible. Esta actividad psicoanalítica que entrama el no mirar de Tiresias, el ciego y adivino
bisexual, con la indetenible necesidad conductual de Edipo.

Mi propósito es lograr la exposición en un plano desplegado de una realidad plegada,


para intentar ver un no saber obligatorio, que se traiciona a si mismo, autoempujándose hacia
el explicar. Tiresias advierte al inquisidor Edipo: "No, yo no quiero afligir a nadie, ni a tí ni a mí.
¿Porqué te afanas con vanas preguntas? De mí no has de saberlo". Sin embargo Edipo
continúa preguntando. Y cuando se enfurece con la falta de respuesta, Tiresias le dice "No
hubiese venido si no me hubieses llamado tú". (Sofocles, 1962)

Este drama, de constante repetición en los psicoanálisis, corresponde a un cotidiano


existir, que al intentar ver, se ciega en el mirar. Se llega así a la ansiedad del que opera, no del
que sabe, del operario, no del sabio. Del que espera resultados, no del que acepta habitar en el
desconocimiento. El analizado puede enfurecerse con ciertas respuestas del analista. El
analista puede enfurecerse también, cuando el analizado no acepta su respuesta. Ambos no
quieren para sí mismos la incógnita, la ceguera, el devenir del evento que se construye
deshaciéndose a cada instante Sin embargo, al entregarse al acto psicoanalítico, ambos
aceptan y buscan, a la vez, esta incógnita, este desvanecerse del conocimiento, en el momento
en que se lo alcanza. Pero los dos también, encuentran la pertinencia de su encuentro en el
logro de resultados similares a los que obtiene cualquier operario en el ejercicio de su propio
oficio.
Edipo ha matado, ha respondido, ha procreado, ha gobernado. Es un operario.
Tiresias es ciego y habla con la verdad. La verdad, para Tiresias, puede aparecer en el acto de
no ser nombrada. Freud señaló, sin embargo, que los procesos debían ser sometidos a la
tramitación y al olvido para poder adquirir subsistencia mental. (Freud, 1900). Freud sabía que
gran parte de nuestro discurrir cotidiano no tiene que ver con la verdad. Freud también sabía
que requerimos con insistencia de un conocimiento que alcance la figurabilidad que falsea el
desconocimiento, haciéndolo aparecer como verdadero. Late en estas ideas la emergencia
futura del propio ser verdadero y el propio ser falso winnicottiano.

El psicoanalista centra tensionalmente una polaridad entre Tiresias y Edipo. Puede


atascarse en uno de los dos, como le ocurre a una máquina. El psicoanalista debe evitar ser
máquina. Pero no puede olvidar la mecánica de los ordenamientos de las cosas, mecánica que
también lo conforma, le permite ser, como psicoanalista y como ser humano.

Interesa que el psicoanalista preserve el oscilar. Un oscilar que en cada polo del
vaiven condensa el polo opuesto. Según el decir de Nietzsche, respecto al nihilismo, … el
hombre "abandona el centro para dirigirse hacia la X". Podemos agregar, a su vez, que no
puede dejar el centro, tendiendo necesariamente a alejarse de la X. Para Heidegger, "parece
haber algo posible y deseable más allá del nihilismo". (Vattimo, 1985). Es decir existe una zona
de mutua suplantación entre la nada y lo existente.

En términos relacionados con el estar en el presente y funcionar en la realidad, es


necesario diferenciar entre el pensar-como-ver, propio de Tiresias y el percibir-como-mirar,
propio de Edipo. Es en el percibir, donde vía función de la atención, aparece lo evolutivo, el
cambio, la etapa, el tiempo cronológico. Es en el pensar, donde aparece lo atemporal, el
concepto de "posición" descrito por Melanie Klein, el tiempo de Kairos, el tiempo interno.
Pensar y percibir se modelan mutuamente. Pero también se relevan, ocultándose uno al otro.
Se piensa, como si este acto pudiera independizarse de su sometimiento a la percepción. Se
percibe, como si la percepción pudiera independizarse de la atemporalidad.

Postulo como hipótesis que el psicoanalista y el psicoanalizado, acogen en la unidad


de su propia interioridad incomunicable, lo que afuera existe como diversidad. Como realidad
humana, terapeuta y paciente no pueden evitar estar entregados a las diferencias. Y buscan
precisar y reorientar estas diferencias, recorriendo el camino del desconocimiento, que es el
camino de lo unitario.

Lo unitario no puede aparecer sino dentro del ente diferenciado, pero lo unitario
pertenece al Ser. El Ser es, así, uno y múltiple. Algo que, desde el punto de vista conceptual,
tiende a confundirse con la idea de lo Inconsciente. Son, por ello, el Ser y Lo Inconsciente,
invisibles. Ser e Inconsciente no pueden sino mostrarse, pero realizando, en el mismo evento
de aparecer, su propio ocultamiento.

Mirar implica delimitar entre distintos elementos. No hay mirada a lo unitario, excepto
cuando cada unidad se diferencia de otra, pero allí se está mirando lo diverso, o más bien lo
diverso posibilita la mirada, lo unitario es accequible sólo a través de "ver". El trabajo
psicoanalítico, en su afán de vislumbrar el inconsciente, cada vez que lo delimita en una
interpretación, lo esconde simultaneamente y lo empuja en su develamiento, hacia la máxima
zona de obscuridad. Pero también lo empuja hacia la facilitación de un falso ser que proteja al
verdadero. (M. Khan, 1972).

Disgresión teórica desde el espacio transicional.

Analista y analizado, paciente y terapeuta, se deciden a trabajar juntos en el


desocultamiento del inconsciente, para permitir al ser impregnar la forma de la existencia. Esta
tarea de desocultamiento, no tiene tabla, no tiene items. Se proyecta hacia un objetivo que se
acepta como no alcanzable en su forma de desocultamiento, aunque su sentido implica
necesariamente una transformación beneficiosa en la existencia del paciente.
Encontrarse, como diría Freud ante el tablero de ajedrez, con algunos lineamientos
para iniciar y para terminar la partida, pero sin mayor finalidad que la de llevar acabo tal acción.
El terreno del juego. Pero un juego que se orienta en un sentido de utilidad, el sentido
terapéutico.

Por esto es una paradoja. El campo de la paradoja, según Winnicott, es lo que él


llama espacio transicional, el lugar apto para la ilusión. La paradoja se da en el juego. Winnicott
le atribuye al juego un rol fundamental en la existencia. "El juego… hace madurar la capacidad
de participar en la fecundidad cultural del mundo y de contribuir a ella". Dice Winnicott…"Si un
niño juega, hay sitio para un síntoma o dos, y si un niño es capaz de disfrutar del juego, solo y
con otros niños, no hay en marcha una perturbación muy seria". (Winnicott, 1988).

La paradoja incluída como perfil del juego, desde este punto de vista, apunta a una
perspectiva psicoanalítica en la cual, la meta de obtener resultados, no se elimina, pero queda
relativizada, como algo que depende fundamentalmente del nido original que contiene el
resultado. La forma del resultado del tratamiento será marcada dentro de los ámbitos que
conforman la manera de evaluar los resultados. Winnicott le da al juego un rol básico para
poder dejar expresar la espontaneidad, que, en su criterio, es, en realidad, la creatividad. Esto
hace posible un resultado que importe al paciente como individuo y no al acatamiento a
referentes psicopatológicos como patrón de trabajo en la técnica.

A mi entender una paradoja se úbica en el ámbito de lo imposible y desde allí hace


posible lo imposible. Despierta la zona de lo preverbal a partir de referentes que pertenecen a
lo verbal.

Una paradoja, entonces, es capaz de hacer jugar las interconexiones rígidas de las
clasificaciones, aportando un caracter de libertad en el trabajo, que favorece la fecundidad, la
creatividad del juego. Algo expresamente mantenido en la obra winnicottiana.

Jugar, tanto en el sentido de desplegar motrizmente la fantasía, como de aligerar el


ensamblaje de las partes, dándoles posibilidad de un mejor movimiento. La paradoja aceita las
bisagras, abriendo el conocimiento a su posibilidad de ser antena u olfato, más que plan,
programa o proyecto.

En el concepto de introyección, según como se ha concebido, se puede encontrar


una fundamentación de lo que estoy exponiendo. La introyección define la forma de entender la
presencia del mundo externo en el mundo interno. Habla de lo interior, es decir de la materia
del trabajo psicoanalítico. Pero "lo interior", es, sin duda, un tema polémico.

Al parecer la definición de Introyección se ha orientado en distintos vértices, de


acuerdo al modo como los autores han hecho coincidir este concepto con la Escuela a la que
pertenecen dentro del psicoanálisis. Laplanche y Pontalis, por ejemplo, describen la
introyección como un "proceso" …en el que el sujeto…" hace pasar, en forma fantasmática, de
'fuera' a 'dentro' objetos y cualidades inherentes a estos objetos". Agregan: "La introyección
guarda relación con la incorporación, que constituye el prototipo de aquella". "Se
caracteriza…por su relación con la incorporación oral". (Laplanche y Pontalis, 1971)

Kernberg, coincidiendo en esto, con Klein, considera a la introyección como "un


mecanismo esencial del temprano desarrollo yoico". Pero piensa que esta autora "termina
atribuyéndole un sentido sorprendentemente amplio"… al concepto. Discrepa también con ella,
cuando ésta plantea que la introyección "es una consecuencia de la modalidad de
incorporación oral o como un principio metabólico oral derivado del ello". Kernberg postula que
"las introyecciones son estructuras psíquicas independientes originadas fundamentalmente en
funciones autónomas primarias (percepción y memoria) a medida que éstas se vinculan con
relaciones objetales tempranas, y si bien son fuertemente influídas por conflictos orales"… no
considera que deriven de estos. (Kernberg, 1979)
Este autor precisa que "la capacidad de hacer introyecciones representa un nivel
superior de capacidad innata, intimamente vinculada con la 'perceptualización' de los derivados
instintivos." (Id.)

Afirma que "en un momento dado la maduración y el desarrollo de las funciones


yoicas primarias dan lugar a introyecciones que, a su vez, se convierten en el principal agente
organizador de lo que habrá de ser el yo como estructura integrada". (Id.)

Esta manera de concebir las formas de internalización, está en la línea de lo


planteado por autores como Sandler, según lo cita Meissner: "Los procesos de introyección e
identificación requieren un grado de organización interna tanto como la construcción previa de
un modelo mental del objeto". (trad. del inglés). El mismo Meissner, determina posteriormente
que "el introyecto es la presencia interna de un objeto externo" (id.), agregando que "la
introyección reemplaza una relación con un objeto externo por una relación con un objeto
interno" (id.). Las citas de Meissner tienen como propósito fundamentar los aportes de La
Psicología del Yo a los procesos de Internalización. (Meissner, 1970)

Tales planteamientos, destacan constantemente la necesidad de considerar "la


maduración de los procesos yoicos", para establecer el concepto de introyección. Requieren
también que se haya logrado un grado de organización interna en el desarrollo evolutivo
psicoorgánico, construcciones previas de modelos mentales, la participación de la memoria, de
las huellas mnésicas, de la percepción, etc. Todas estas exigencias, si bien son legítimas y
rigurosamente establecidas al interior del modelo, no contemplan que su validez es acertada
sólo para la organización del enfoque de la psicología del yo. Plantean sus deducciones lógicas
y sus supuestos como si pertenecieran a un modelo independiente y esencial, es decir, un
modelo que no existe, ni podría existir, porque sería confundir "el mapa con el territorio" o el
modelo con la realidad.

Plantear que se puede criticar el uso de conceptos, como si estos no dependieran de


un consenso que los establece, dentro de un ámbito de abstracción delimitado, es cosificar las
ideas. De esta manera, la introyección, que es el concepto que aquí interesa, no depende de el
modo como la define su autor, sino es asumida como un objeto que existe fuera del sujeto que
lo formula.

Cuando, a su vez, Melanie Klein usa el concepto de introyección, lo hace para definir
un medio que ella considera fundamental para entender el crecimiento del yo. Practicamente le
da a la díada introyección-proyección el rol más basico en la formación yoica. Las
interpretaciones, por ej., buscan mostrarle al analizado cómo proyecta e introyecta en cada
momento de la sesión, sin considerar ni pasado, ni futuro, ni memoria, ni deseo. La intención es
favorecer reformulaciones yoicas, a través de posibilitar una mejor integración, buscando el
insight y disminuyendo así la necesidad de proyectar. (Riesenberg Malcolm, Ruth, 1977)

Tangencialmente quiero señalar que este criterio kleiniano es algo que conviene
revisar criticamente, por las consecuencias que puede tener en la dilatación de los análisis, por
una parte, y en la riesgosa trasformación de un modelo en una ideología, que lleve al analizado
a creer que el mundo interno, está muy a mano en la conciencia y que la conciencia es una
posibilidad de definir el mundo como interno. Es difícil pensar que el mundo pueda ser externo
o interno. Implicaría la capacidad de "estar fuera de sí", capacidad que sólo figuramos para la
locura. Pero esto es "harina de otro costal".

Lo que me interesa acotar, ahora, es que los psicólogos del yo conciben, según lo ya
mostrado, un mundo interno que se construye, según los modelos de relación con el mundo
externo, que se internalizan. Es "una internalización de lo externo".

En cambio lo que está destacado en el modelo kleiniano, es la falta de diferenciación


del mundo inconsciente, el terreno de la pulsión. Se concibe a éste como influencia radical en
la manera como se registra el mundo externo, restándole peso a la posibilidad de este último
en la orientación del modo de ser. Se trata de "una externalización de lo interno", con sus
propias leyes de funcionamiento, con su propia lógica asimétrica, según lo diría Matte Blanco.
En todo caso, desde un punto de vista epistemológico, me parece importante
precisar que ambos modelos coinciden en concebir la diferenciación sujeto-objeto como un
punto de partida de la reflexión. La psicología del yo, internaliza desde el objeto, la psicología
kleiniana, externaliza desde el mundo interno. En ambos casos se investiga desde la
perspectiva de concebir una distancia radical en la relación entre un sujeto y un objeto, al modo
como lo sostiene una perspectiva científica positivista.

Este substrato básico en el que la diferenciación sujeto objeto es el origen y el


destino de un pensamiento adecuado, ha estado presente como fundamento para definir
introyección en los dos criterios que expusimos previamente: la psicología del Yo y la
psicología kleiniana.

Creo, sin embargo, que la idea de introyección no necesariamente se sustenta en


esa diferenciación entre lo interno y lo externo. La manera como la concibió su creador,
Ferenczi, supone una base diversa de la consignada, respecto a la concepción de los procesos
mentales en su matriz de origen. Es conveniente, a mi entender, que este término preserve un
rasgo paradojal entre ser una internalización, que supondría la distinción sujeto objeto, en un
ámbito mental de no diferenciación entre yo y no-yo. Considero que el modo como lo definió
Ferenczi da cuenta de esta pertenencia de la introyección a una operación que ocurre en el
campo originario y fundante de lo indiferenciado, en el espacio del ser femenino en palabras de
Winnicott. (Winnicott, 1988). Pero, antes de tratar a Ferenczi, deseo completar la reflexión
iniciada líneas atrás.

En frecuentes ponencias anteriores, al definir objeto, he acentuado la necesidad de


tener presente su etimología (Ob-jectum= "frente a") y, más aún, he insistido que para que un
objeto sea tal, requiere que se considere que no sólo está frente al sujeto, sino además,
diferenciarse de otros objetos.

Me parece, actualmente, que es de gran importancia para lo psicoanalítico el revisar,


como ya lo hacen, desde mucho tiempo, varios autores, las consecuencias que surgen de la
idea heideggeriana de "ser en el mundo". Esta partícula "en", desarticula todo el orden de un
pensamiento esencialmente clasificador, transforma las espectativas del conocimiento y
legitima como inevitable la presencia de la circularidad, en su condición de co-existencia
originaria y presente de lo desplegado.

Pienso que el psicoanálisis se ajusta más como ciencia útil a una concepción que se
apoye en entender la relación sujeto-objeto como una trama unitaria de los diferentes modos
de ser, en desmedro de concepciones que tienden a clasificaciones cada vez más precisas en
torno a las diferenciaciones o indiferenciaciones manifiestas, postuladas para esta relación
sujeto-objeto.

Considero, actualmente, que la diferenciación sujeto-objeto es válida para una


dimensión de la mente que, desde la condición de ser, se hace panorama mental relacionado
con el actuar. El actuar gatilla retroactivamente formas de delimitación entre sujeto y objeto y
distingue los objetos entre sí. Pero actuar es sólo un modo del ser. No es el ser. El
psicoanálisis se orienta a tratar con esta totalidad indisoluble entre ser y actuar, entre ser y
hacer y es por esto que considero su acción como paradójica.

Igualmente paradojal emerge el concepto de introyección, en la terminología de


Ferenczi. Este concepto puede ser estipulado como una idea matriz de la perspectiva
psicoanalítica, dado que en tal operación se sustenta no sólo el desarrollo del aparato mental,
sino también sus posibilidades de modificación por psicoterapia.

El creador del concepto de Introyección, Sandor Ferenczi, se acercaba, a mi parecer,


con esta idea, más claramente a una concepción relacionada con el modo de ser en el mundo,
que a una concepción apoyada en la distinción de relaciones entre objetos "frente a" o
"diferentes entre sí".
Me parece que, posteriormente a Ferenczi, se usó el concepto que él creó, de una
manera diversa al espíritu con que lo impregnó su autor. De hecho Laplanche y Pontalis al
referirse a Ferenczi, dicen que éste "llama introyección a un tipo de comportamiento… que
también podría llamarse proyección". Es decir, en vez de explorar el sentido del uso que le dio
al concepto su creador, se lo cuestiona, como si el concepto fuera independiente del modo
como se lo ha definido.

Es posible que el problema surja de la manera como Freud consideró inicialmente el


término introyección. Lo dice así: "Bajo el imperio del principio del placer se consuma dentro de
él"… [ el yo] … "un ulterior desarrollo. Recoge en su interior los objetos ofrecidos en la medida
que son fuente de placer, los introyecta (según la expresión de Ferenczi [1909])…" (el
subrayado es mío). Anteriormente ha señalado que "En la medida que es autoerótico, el yo no
necesita del mundo exterior, pero recibe de él objetos a consecuencia de las vivencias
derivadas de las pulsiones de autoconservación del yo, y por tanto no puede menos que sentir
por un tiempo como displacenteros ciertos estímulos pulsionales interiores".

Se percibe en este texto de Freud que, si bien, la concepción de autoerotismo se


hace cargo de un estado primario de indistinción sujeto objeto, adentro afuera, éste es
precedido por lo que Freud en contadas ocasiones llamó …"yo-realidad inicial, que ha
distinguido el adentro y el afuera según una buena marca objetiva"… (Freud, 1979) Me parece
que la idea que postula Freud, respecto a "recoger en el interior los objetos ofrecidos", ha
influído para que se haya interpretado el concepto de introyección desde el modelo de una
incorporación del objeto. Sin embargo Ferenczi introdujo, a mi parecer, un matiz distinto en
esta noción.

Cuando este autor describe el concepto de introyección lo plantea de esta forma: "El
neurótico busca constantemente objetos con los que puede identificarse a si mismo, a los que
puede transferir sentimientos, a los que puede arrastrar a su círculo de interés, es decir
introyectar". Más adelante señala: "El psiconeurótico sufre de un ensanchamiento…" (el
subrayado es mío) y precisa que la introyección neurótica es simplemente un caso extremo de
procesos psíquicos cuyas formas primarias son demostradas en todo ser normal, respecto a la
ontogénesis de la conciencia del ego. Dice que "Se puede suponer que al recién nacido, todo lo
percibido por los sentidos le aparece como unitario, es decir monista. Tan sólo más tarde
aprende a distinguir de su ego las cosas maliciosas, que forman un mundo externo y que no
obedecen a su voluntad". (Ferenczi, 1909) Es decir Ferenczi no está partiendo de la idea de
Yo-realidad freudiano, en el cual éste sustenta su uso de la Introyección, como movimiento
desde afuera hacia adentro. Ferenczi habla de "ensanchamiento", es decir de ampliación del
Yo.

El concepto de introyección en Ferenczi, alude a una situación en la cual no hay


experiencia de diferenciación sujeto objeto, no existe conciencia del ego, como lo expresa este
autor. Esto implica que el proceso de introyección está expuesto para describir una situación en
la cual el objeto está "en" el sujeto. Podríamos decir con Winnicott, "el sujeto es el objeto"
(Winnicott, 1978) y viceversa el objeto es el sujeto. El proceso de introyección aparece en
Ferenczi como un englobamiento del objeto, como quien descubre algo de si mismo, que
todavía no se ha representado en su propio cuerpo o en su propio ser.

En otro capítulo de su libro "Sexo y Psicoanálisis", Ferenczi, refiriéndose al desarrollo


del sentido de la realidad, afirma que "Al comienzo de su desarrollo, el bebé recién nacido
busca obtener un estado de satisfacción meramente a través de un insistente desear, en el
cual simplemente ignora la insatisfactoria realidad. Por el contrario pinta como presente la
deseada pero inexistente satisfacción; intenta por lo tanto ocultar sin esfuerzo todas sus
necesidades mediante alucinaciones positivas y negativas". (Ferenczi, 1909)

Dice Ferenczi que existe un estadio en el desarrollo humano en que se realiza este
ideal de ser sólo sirviente del placer, y no sólo se lleva a cabo en la imaginación o
aproximadamente, sino de hecho y completamente.
Con esto se refiere al período de la vida humana que se desarrollo en el útero. En
ese estado el ser humano vive como un parásito del cuerpo de la madre. Para el ser naciente,
el "mundo externo" sólo existe en un grado muy limitado; todas sus necesidades de protección,
calor y alimentación le son aseguradas por la madre. Más aún, agrega Ferenczi, ni siquiera
tiene el trabajo de tomar el oxígeno y el alimento que le es traído, ya que ha sido previsto que
estos materiales, mediante arreglos adecuados, le lleguen directamente a los vasos
sanguíneos.

Estipula, además, que "si el ser humano posee una vida mental cuando se halla en el
útero, aunque sea sólo inconsciente… debe obtener de esta existencia la impresión que de
hecho es omnipotente. Precisa que "la conducta del niño inmediatamente luego del nacimiento,
habla de la continuidad de estos procesos mentales".

El primer deseo-impulso del niño no puede ser otro que el recuperar la situación
intrauterina. Lo curioso, dice Ferenczi, es que, presuponiendo un cuidado normal, esta
alucinación, de hecho se realiza. Desde que el niño, por cierto, no tiene conocimiento de la
concatenación real de causa y efecto o de la existencia y de la actividad de la madre, debe
sentirse en posesión de una capacidad mágica, que puede en realidad satisfacer todos sus
deseos simplemente imaginando la satisfacción de los mismos. Este podría denominarse, por
tanto, "Período de la omnipotencia mágico alucinatoria", período que aparece como
antecedente teórico de las concepciones winnicottianas de Madre-Ambiente e Ilusión , tanto
como la noción de "Interpenetración Armoniosa", expuesta por Michael Balint, en su libro "La
Falta Básica".

Dado que "el deseo de satisfacer los instintos se manifiesta periodicamente, mientras
que el mundo externo no presta atención al acontecer de la ocasión en que los instintos son
ejercidos, la representación alucinatoria de la realización del deseo pronto prueba ser
inadecuada para seguir brindando una realización de deseos real. Una nueva condición es
agregada a la realización: el niño debe dar ciertas señales, llevando a cabo de este modo cierto
esfuerzo motor, aunque inadecuado, de modo que la situación pueda ser cambiada en la
dirección de esta disposición". (Ob. cit.)

Ferenczi hace ver que "el estadio alucinatorio ya estaba caracterizado por la
ocurrencia de descargas motoras incoordinadas (llorar, esforzarse) en la ocasión de afectos
desagradables. Estos son usados ahora por el niño como señales mágicas, a cuyo dictado
pronto llega la satisfacción. (Naturalmente con la ayuda externa de la cual el niño no tiene idea.
) El sentimiento subjetivo del niño cuando esto ocurre, puede ser comparado con el de un
mago real, que sólo debe realizar un gesto para provocar en el mundo externo a voluntad los
acontecimientos más complicados". (el subrayado es mío). (Ob. cit.)

Con esta imagen del "niño mago", Ferenczi ubica un período de la vida en el cual el
ser humano, con ayuda del mundo externo, es decir de la madre-ambiente, de acuerdo a
Winnicott, ha vivenciado la experiencia del ser. Este período inicial es llamado por él fase de
introyección.

Los conceptos de Ferenczi respecto a introyección, inspiran, entonces, el concepto


de ambiente de Winnicott y Balint y apuntan a que "ambiente", no se identifica como algo
externo, en el sentido ya señalado de la Psicología del Yo.

Me atrevo a concluir que, desde el modo como Ferenczi ha conceptualizado el


concepto de Introyección, se puede pensar que lo que se busca en psicoanálisis es lograr,
sobre la base del logro de un respeto al propio ser originario, una experiencia de unidad y
privacidad en un mundo que se abre desde ese ser. Este mundo, que integra un modo de ser
de este ser, se configura de tal manera que exije la diferenciación ulterior entre sujeto y objeto,
a partir de la acción que el sujeto lleva a cabo, impulsado por el deseo. Exige, por tanto, la
entrada del niño en el ámbito del "hacer masculino" que describe Winnicott, con la cooperación
de la madre quien, según este autor debe también saber frustrarlo, a partir del período en que
la experiencia del objeto transicional es tolerada por el ambiente. Ser y Hacer son ambos
constituyentes del sentido de la práctica psicoanalítica.
Madre-ambiente y la díada terapeuta paciente, como paradoja entre el"hacer"
psicoterapéutico y el "ser" psicoanalítico.

Es, quizás, a tener presente tanto la indiferenciación sujeto objeto como su distancia,
a lo que apunta Winnicott, cuando distingue entre un primer momento de desarrollo que es,
dice él, femenino, el período del "ser" y un segundo momento, masculino, definido por el
"hacer". (Winnicott,1988)

En esta experiencia del ser, sin duda olvidada en el inconsciente, se da la necesidad


de la ilusión, la paradoja de creer que se construye un objeto que ya está allí (Winnicott, 1988).
La madre es quien puede posibilitar esta ilusión, favoreciendo la creencia mágica del "niño
mago". Me pregunto si esta "ilusión" no alude a una forma de introyectar, tal como se ha
precisado en Ferenczi. Para Winnicott la adaptación inicial es la acción de esta madre
ambiente, que busca en lo posible cubrir el deseo del hijo, protegiéndolo de no caer en el
estado de necesidad o agonía y preservándole la omnipotencia, que constituirá la experiencia
del ser, que llega a olvidarse. Esta madre "suficientemente buena" es capaz de ubicarse,
entonces, como "ambiente" winnicottiano, dentro de las ampliaciones yoicas introyectivas que
define Ferenczi.

Conseguida esta experiencia durante un tiempo suficiente, puede alcanzarse el


momento del "hacer", que incluye la capacidad de frustrarse, de acatar las limitaciones del
mundo externo, situación que empuja a visualizar una realidad en la que se diferencia sujeto de
objeto, en el cual se instalan relaciones entre los objetos, en el que estas relaciones se
ordenan según principios de causa efecto. Un mundo positivista.

Considerar estas ideas es un intento por rescatar para el psicoanálisis, el valor de la


persona, en desmedro del proceso, tal como lo plantea Fairbain. Algo que en el Middle Group
aparece como un afán de legitimar la protección del ser como fundamento creativo del hacer.
Algo, también, que se inscribe dentro de la inquietud heideggeriana de este siglo, por conectar
al hombre con el olvido del ser, para que lo recuerde y pueda perspectivar mejor la cosificación,
al parecer inevitable, de la existencia. Dice Heidegger: "Sería necio marchar ciegamente contra
el mundo técnico. Podemos servirnos de los objetos técnicos y mantenernos libres de ellos,
dejándolos residir en si mismos, prohibiéndoles que nos planteen exigencias." (Heidegger,
1984)

El psicoanalista, sin duda, alcanzar con su ejercicio técnico psicoterapéutico,


transformaciones observables, vale decir posibles de ser compartidas en un informe, en una
ponencia, en una conversación. Es necesario, ya que el psicoanálisis necesita validar sus
planteamientos o justificar sus abordajes técnicos en función de su capacidad de ayudar
personas.

El psicoanálisis, sin embargo, obtiene plenamente su credencial, en la medida que


logre beneficio para el paciente como persona, no como proceso abstracto registrable sólo en
un informe. Este beneficio debe dar cuenta de un pasar más satisfactorio en la vida cotidiana
de la persona tratada. Es decir de algo comunicable. Un ejemplo me lo proporciona lo leído
recientemente en un diario de Santiago. El periodista cuenta que un entrevistado "se recuesta
desde hace nueve años en el sofá de un psicoanalista. El motivo es el síndrome de muerte que
una vez le avisó que estaba listo para irse a mejor vida, si es que no cambiaba el ritmo de su
existencia". El entrevistado dice: "Antes yo era de los que trabajaba veinte horas diarias,
fumaba veinte cigarros y me tomaba unas quince tazas de café." El periodista señala que este
entrevistado… "desde hace un año y medio no fuma y toma sólo dos tazas de café. Modificó
todo. Todo. Menos la parte profesional." Es decir, este entrevistado alude al ritmo de su
existencia a través de constatar cambios en la enumeración de lo observable.

Esto es, sin duda, un informe casual, sujeto a múltiples alteraciones de distinto
origen. Obviamente no podría ser considerado cientificamente válido, ni siquiera un testimonio
confiable. Sin embargo, me parece que, en un cierto nivel, el trabajo psicoanalítico debe
posibilitar que su paciente pueda referirse a cosas como ésta, cuando habla de su
psicoanálisis. En un nivel de mayor rigurosidad científica, el especialista en psicoanálisis debe
poder dar cuenta de resultados analíticos de una manera abstracta y formal, pero referida
siempre a la traducción de estos informes en la vida cotidiana del paciente. Pero éste es y ha
sido ya, tema de otro escrito.

Considero que una perspectiva psicoanalítica que, filosoficamente se inspire en un


rescate del ser, a través del hacer, es decir que en su trasfondo considere una indiferenciación
sujeto-objeto como realidad esencial de lo humano y de la realidad misma, a la vez que una
distinción externo-interno como campo de evaluación, es una perspectiva que ubica lo teórico y
lo práctico en su lugar legítimo.

Casuística

Intentaré ilustrar estas ideas con el análisis de una casuística que ha sido publicada y
que pertenece al psicoanalista inglés Patrick Casement. (Casement, 1990)

La señora B. llevaba ya tres años analizándose. Cuando empezó el tratamiento,


tendría unos treinta años y se había casado hace poco. Seis meses antes de otra sesión que
se presentará, había tenido un hijo. Antes de su embarazo, el análisis se había centrado
principalmente en un accidente sufrido por la señora B a los once meses de edad: se había
volcado encima agua hirviendo, en un momento en que su madre se hallaba ocupada en otro
lugar y había sufrido quemaduras graves.

Casement consigna lo siguiente: "En una fase temprana de su análisis, la señora B.,
en relación a esas quemaduras graves, cuenta que su cabello encanecía a causa del
persistente dolor que aquella experiencia y los recuerdos asociados le ocasionaban".
Casement, en la sesión, se pone a observar más de cerca su cabello, para lo cual se inclina
sobre el respaldo del diván, en busca de indicios de ese encanecimiento. Como no comprueba
el menor rastro de ello, se pregunta si la paciente acaso lo invitaba así a acercarse más a ella.
Trata de explorar si esto era en efecto un llamado para que él se acercara. La señora B. se
afligió mucho. Cuando el analista escucha su congoja- un lamento que surgía de lo más
profundo de su ser, dice- advierte que no la había entendido en absoluto. Había buscado
signos externos de encanecimiento. Cuando escuchó mejor considera que pudo interpretar
muy diferentemente.

Casement relata una interesante secuencia de sesiones, que él va analizando


retrospectivamente, evaluando sus errores. Para ser justo, habría que conocer la totalidad del
caso. Es común que los analistas encontremos una manera de corregir el enfoque de nuestros
colegas, en un estilo similar a que "después de la batalla todos somos generales". En este caso
va a ocurrir esto una vez más.

Con el pretexto de ilustrar mi argumento tomaré lo informado honestamente por


Casement, para darle mi propia interpretación. Sin duda mi manera de ver este caso
corresponde, más que a un verdadero contacto con el mismo, a las ideas que yo quiero validar.
Por lo demás, al quedar excluída gran cantidad de información, esto me permite ajustar el
material a lo que yo deseo comprobar. Creo, sin embargo, que esto ocurre siempre, por mucho
material que se entregue. Continuemos con otros datos.

Un día Viernes la paciente llega con un leve atraso. Menciona que el miércoles por la
noche había tenido un sueño, pero lo había olvidado hasta esa mañana. En el sueño había un
río, cuyas orillas reverdecían por doquier, como en primavera. Ella yacía en la ribera. Era muy
pequeña o estaba echada de bruces, porque parecía tener el agua a nivel de los ojos. Las
aguas empezaron a hervir y amenazaron con destruirlo todo. Tuvo la sensación de que esas
aguas hirvientes avanzaban directamente hacia ella. Se asustó hasta tal punto que quiso
alejarse pero, en lugar de eso las miró y se volvieron a transformar en un río común. La
paciente interrumpió su narración y exclamó sorprendida: "¡pude hacer cesar su ebullición!".

El analista intuye que la paciente le está presentando una reconstrucción onírica de


su accidente. En aquella ocasión el agua hirviente estaba a la altura de sus ojos y ella había
sufrido quemaduras graves en la parte frontal de su cuerpo.

La paciente comenta que no se había dado cuenta de que su sueño se refería tan
claramente a su accidente hasta el momento de narrarlo. Al decir esto le sobrevino una gran
congoja y empezó a experimentar el accidente como si le sucediera allí mismo en la sesión. Se
diría que el agua hirviente caía sobre ella y la abrazaba. Gritó, presa de extremo dolor y se
sentó diciendo: "Cuando estaba acostada no cesaba de venírseme encima". Sollozó por largo
rato, sosteniéndose la cabeza con las manos. El analista le dice que, al sostener su cabeza con
las manos le comunicaba su necesidad de sentirse amparada durante esta experiencia. Ella
replicó, sin dejar de llorar: "Mi madre no podía afrontarlo… tenía que apartarse de eso… yo no
podía soportarlo sola."

El terapeuta informa que a los diecisiete meses la señora B. había sido intervenida
quirúrgicamente, con anestesia local, para remover los tejidos muertos que habían quedado en
las cicatrices de sus quemaduras y permitir que creciera piel nueva. Su madre se desmayó
durante la operación, dejando a su hija frente al cirujano, quien siguió operando, indiferente
ante lo que ocurría. La paciente dice que su madre la tenía asida de las manos y recordaba su
propio terror cuando sintió que las manos de su madre se deslizaban, al tiempo que se
desvanecía y desaparecía de su vista. Recordaba haber creído que el cirujano la mataría con
su bisturí.

Empezó a insistir en la importancia que tenía para ella el contacto físico. Dijo que no
podría tenderse más en el diván a menos que supiese que, en caso necesario, el analista le
dejaría asir su mano para que pudiera soportar esta nueva vivencia de la experiencia
quirúrgica. ¿Se lo permitiría o rehusaría? Si se negaba, no estaba segura de poder continuar
su análisis.

El analista se sintió cada vez más presionado porque faltaba poco para que
terminara la sesión, era un viernes y temía que la paciente abandonara realmente el análisis.

Esta situación continúa complicándose, con exigencias cada vez mas intensas de la
paciente en la demanda de contacto físico, a través de pedir que el analista le tome la mano, e
interpretaciones del analista, desde distintos niveles y puntos de referencia. Aparecen
fenómenos psicóticos, furia, amenazas de suicidio.

Me interesa tomar sólo un punto de este caso: el referente transferencial que el


analista preserva, como criterio terapéutico ambiguo, durante toda la situación, referente
transferencial que, además supone que la interpretación sistemática de la transferencia es el
eje básico de acción del oficio psicoanalítico. Estos criterios se entretejen a escrúpulos
relacionados con la mantención del setting, como algo que, mas bien pertenece a una norma
ética que a un aislamiento de variables.

Me interesa, dado que el sentido de este artículo es mostrar la paradoja entre la


vigencia de un pensar complejo, como el psicoanalítico y el ejercicio de un oficio que requiere
de resultados concretos. La paradoja, característica de lo psicoanalítico, que he metaforizado
como la dimensión de algo invisible y leve, radicado en la comprensión de la presencia vigente
y constante de lo inconsciente en la trama del acontecer, mezclado con algo visible y material,
como es la exigencia de resultados terapéuticos, observables en el campo de la vida cotidiana.
Incluyo en esta materia observable, el vínculo entre psicoterapeuta y paciente, tanto como la
transferencia pertenecería a la dimensión de lo invisible.

Mi hipótesis es que la transferencia es, sin duda, el terreno clínico específico de lo


inconsciente. No obstante me parece que suponer la capacidad de acceder a su comprensión,
a partir de las explicaciones sobre funcionamiento transferencial aportadas por un modelo, es
algo que puede transformar el sentido de lo psicoanalítico. Los modelos psicoanalíticos
generan explicaciones tentativas de un modo de darse inconsciente que, en esencia es
infigurable. Los modelos orientan la comprensión, pero a la vez la desvían también de su
sentido más propio.

Una comprensión psicoanalítica plena, en último término, es muda. La dinámica que


se descubre con las interpretaciones, resulta de la posibilidad del inconsciente de ir
encontrando paulatinamente figuratividad y lenguaje en las zonas en que se acerca a lo
preconciente, exigido por lo que Freud llamó algunas veces el apremio de la vida . Es en el
campo del apremio de la vida donde se justifica la comprensión de la transferencia, como
expresión de la comprensión de una zona transicional entre la mudez del discurso inconciente
plenamente tal y su progresiva figurabilidad, en la evolución hacia el logro de representaciones-
palabra, de un lenguaje, que permita entenderse con el mundo cotidiano y diferenciado.

El sentido terapéutico del trabajo psicoanalítico está corporeizado en la posibilidad de


comprender en un nivel y de intervenir, en otro, de distintas maneras adecuadas para lograr la
capacidad de satisfacer el apremio de la vida y la posibilidad de una mejor autonomía en la
cotidianeidad.

Creo que para llegar a comprender la transferencia es necesario tener presente,


primeramente, el vínculo que liga concretamente a un terapeuta con su paciente. Este vínculo
está tematizado por la intención de lograr algún alivio para el paciente. Desconocer que esa
relación es primariamente terapéutica y considerarla primariamente transferencial, conduce a la
teorización y a la cosificación de la teoría. Conduce a confundir el lugar de la comprensión con
el sentido de lo psicoterapéutico. Conduce, al final, a creer que la interpretación de la
transferencia da cuenta de todo lo que está pasando en la situación analítica, perdiendo de
vista que lo que interesa es que ese vínculo mantenga su pertinencia relativa a la obtención de
alguna forma de cura, en relación al motivo de consulta conciente e inconsciente.

El vínculo terapeuta paciente es actual, es presente, es concreto, se establece para


una díada que se compromete mutuamente en el logro de objetivos específicos. En el vínculo
se entrama la transferencia, pero no es transferencia, exclusivamente. El vínculo representa el
sentido vigente, no pasado ni interno, de lo que ocurre entre paciente y terapeuta y del sentido
de su contrato. Es la amalgama sólida del proceso y en él se preservan las metas terapéuticas.
Quizás, por la índole psicoanalítica que aporta el setting, el vínculo podría entenderse como
ocurriendo en un presente profundamente marcado por la atemporalidad.

El setting analítico aporta el objetivo y pertinencia de ese vínculo, lo que supone


intentar buscar el contacto con el inconsciente del analizado, sin poder explicitar nunca
suficientemente la forma de ese contacto. Esto implica una manera de vincularse
atemporalmente, pero en el presente concreto y obvio de la situación. El vínculo es el piso de
ese presente concreto y obvio.

Pienso que interpretar directamente la transferencia sin aclarar previamente la forma


en que se está dando el vínculo terapéutico, conduce a la teorización del insight. A mi entender
el vínculo es también un peldaño intermedio para llegar a buscar un entendimiento de la
transferencia, que siempre va a representar un ordenamiento del material, de acuerdo a los
supuestos teóricos del analista.

La transferencia se relativiza en su formulación, si está apoyada en una comprensión


suficiente del sentido actual, no necesariamente transferencial, del encuentro analítico.
Considero que esto regula la regresión transferencial, al gravitarla en la consideración
constante del criterio de realidad. En mi criterio es importante regular la regresión
transferencial, lo que incluye tanto favorecerla como limitarla.

En la situación que presenta Casement, la experiencia traumática es aludida casi


como un hecho de presencia perceptual. Casi como estar en esa ocasión del pasado. Esto, a
mi entender, es producto de concebir la interpretación de la transferencia como un "hecho"
presente, cuando lo que está principalmente presente es una relación terapéutica vehiculizada
por un relato que alude al pasado o al mundo interno de la paciente, en el tejido de la
transferencia-contratransferencia.

Se trata, en la casuística que se revisa, de un relato traumático, pero perteneciente,


por lo demás a una época propia de la amnesia infantil. Sin duda el trauma, se supone que
deja su marca, tanto en contenido como en la predisposición hacia la experiencia presente.

Es posible que, con la paciente que hemos citado, el analista no debería haber
pensado tanto en la madre transferencial, como en el cirujano que intervenía en la operación,
ya que este cirujano aludía a una situación profesional similar a la del propio analista.

Probablemente esta situación traumática le había sido relatada a la paciente. Es


difícil que la recordara con tanto detalle, máxime si tomamos en cuenta el concepto de
recuerdo encubridor. Me pregunto si la paciente no soñaba y demandaba actitudes del analista
como forma de sacarlo del sometimiento de éste a la teoría de la transferencia. ¿No era una
forma de buscar un contacto más personal, no necesariamente trasgrediendo el setting?. No
pedía esta analizada ser tratada como persona y no como un proceso quirúrgico y su demanda
tuvo que ir extremándose hasta buscar concretamente el contacto físico.

Creo que esta paciente, usó de las imágenes de su relato, para expresar algo
relacionado con su analista concreto. El río de agua hirviente en que se convierte ese paisaje
primaveral, ¿no corresponde a la paulatina toma de conciencia de que una relación entre
personas, era por sometimiento mantenida por el analista como una relación destinada a
realizar una verdadera intervención quirúrgica mental? El agua hirviente no podía aludir a un
recuerdo onírico, ya que su verbalización correspondía más al lenguaje de su análisis,
constantemente referido a la vivencia de esta experiencia traumática, como si fuera
nítidamente recordada. El agua hirviente quizás correspondía a una repetición de la
experiencia de estar siendo tratada en el análisis como si se estuvieran removiendo tejidos
muertos. No como un ser vivo y personal.

En un momento la señora B. contó el siguiente sueño. "Sostenía un recipiente que


contenía algo valioso. La rodeaban otras personas que parecían querer compartir lo que había
en el recipiente. Era como si hubieran robado un banco, o algo así y ella llevaba ahora el botín
de todo el grupo. Los enviaban a prisión, pero un guardia benévolo cuidó de que a ella la
alojaran en una celda individual, para protegerla. Cumplió su sentencia antes que los demás
miembros del grupo. Cuando la conducían hacia la puerta- hacia la libertad- atravesando el
patio de la cárcel, sus compinches se lanzaron sobre ella y le destrozaron la cabeza a
puntapiés hasta dejarla tendida sobre el piso, muerta".

Sin duda existen importantes aspectos de este sueño que pueden ser comprendidos
según distintas teorías sobre la transferencia. En mi criterio el mejor abordaje transferencial se
lograría si primero se tomara el material como expresión de una referencia al psicoanálisis
como prisión, cuidada por un guardia benévolo, el psicoanalista. La prisión no me parece que
aluda solamente a una proyección del mundo interno de la paciente sobre el setting analítico.

Alude, en mi criterio, directamente a las limitaciones de un encuadre que fija


objetivos exclusivamente centrados en la interpretación de la transferencia y que no considera
que el objetivo terapéutico se mueve, paradojalmente, entre intentar que el analizado asuma lo
incognoscible de su condición de ser, a la vez que la presencia de lo personal en si mismo,
substancia ésta de la individualidad y vehículo del propio ser habitando lo cotidiano.

Pienso que la muerte en el sueño, a mano de los compinches de robo, corresponde a


la parálisis mental que se avecina posteriormente al término del análisis, por todo aquello que
fue excluido del vínculo, al estar el analista apegado solamente a la transferencia. La
convicción de la paciente que la lleva a concebir como un robo, todo lo personal que le
entregaba el aspecto benévolo del analista con sus intervenciones. Fuera del análisis, fuera de
la prisión, se volvería a punto cero, a la parálisis mental, a la muerte de lo alcanzado, por obra
de la culpas inducidas por sentir la benevolencia del analista como un robo y no como
expresión de las vicisitudes del trabajo psicoterapéutico.

Creo, pensando en el informe de Casement, que el enfoque psicoanalítico debería


tener presente en cada ocasión la diferencia entre técnica y tratamiento, señalada por Winnicott
(Winnicott, 1954) como una forma de rescatar a la norma escrita de su omnipotencia,
reduciendo la capacidad de ayuda a la modestia de lo incognoscible que habita en cada
individuo. En 1954 Winnicott señala: "…convendrá que tengamos claramente presente la
diferencia entre la técnica y la ejecución del tratamiento. Es posible llevar a cabo un tratamiento
con una técnica limitada y, a la inversa, con una técnica altamente evolucionada es posible
fracasar en la puesta en práctica del tratamiento".

Considero que la capacidad del terapeuta en diferenciar constantemente entre lo que


puede aproximar por teoría y lo que requiere escrutar como vínculo actual, es una medida que
acerca la técnica al tratamiento, que acerca la comprensión de lo inconsciente como
inconciente al uso de la técnica como tratamiento con objetivos terapéuticos.

La técnica y el tratamiento complementadas, aportan un encuentro que sólo es válido


en beneficio concreto del paciente, no del proceso, como referente exclusivo en la evaluación
de lo practicado psicoanaliticamente..

He traído este caso a mi exposición, con el propósito de ilustrar el sentido paradojal


que existe en este oficio con lo invisible, que es el trabajo analítico. El mundo interno, el pasado
infantil, el presente ficticiamente temporal de la vida cotidiana, el presente atemporal de la
sesión, configuran una red apretada de rasgos de la situación analítica que no pueden darse
uno sin otro. Pienso que el trabajo analítico tiene que mantener constantemente vigente la
mayoría de los hilos de esta trama. Buscar sistemáticamente el hacer insight sobre la ceguera
del conocimiento, a la vez que permitir que el sujeto pueda olvidar su incognoscibilidad, para
vivir mejor y prácticamente la vida cotidiana.

Creer que se sabe, saber que no se sabe. Lo que más permite a un ciego, orientarse
con el tacto en ese mundo cegado que es el suyo, es, precisamente que no ve. Probablemente
el ciego al caminar, dentro de la obscura visión de su interior, hace brotar en su mente, con su
tacto, con su gusto, con su olfato, con su oído, toda la forma del mundo por el que se desplaza,
imaginándolo quizás igual al mundo visual y desconocido del vidente. Hace brotar un falso
mundo, desde la perspectiva de la visión.

El psicoterapeuta analítico debe preservarse del riesgo de perder un punto de vista


que le muestra que transferir es, precisamente, imponer una realidad que recorre una
transición entre lo externo y lo externo, entre el deseo y aquello real que se aleja justo en el
momento que se lo cree atrapado. El psicoterapeuta psicoanalítico requiere conservar
conciente que su interpretación jamás se ajustará a la realidad de su paciente, que ambos sólo
pueden encontrarse en el espacio transicional que habita entre una falso y un verdadero ser.

Algo similar a lo que hacemos los hombres, cuando desde el estado de ser inicial,
conformamos un aparato mental que configura distinciones, tamaños, espacios, niveles, como
si esta organización que clasifica, volviera a ser el gesto del niño mago que hace aparecer un
mundo de formas, que llamamos realidad.

Nos desplazamos por ella cómoda o incómodamente cada día, por virtud del propio
ser falso, evitando, a través de un truco maravilloso de lo que consideramos mente, sentir la
angustia insoportable que nos podría acarrear la percepción de su transparencia, quizás de su
levedad. Es, quizás, parte de lo que Winnicott quiere precisar cuando se refiere a la agonía,
como forma primaria de la angustia, en una situación de amenaza de pérdida del holding. Sería
algo como percibir la nada. O el inconsciente.
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