Sub El Oficio en Lo Invisible - Jaime Coloma
Sub El Oficio en Lo Invisible - Jaime Coloma
Sub El Oficio en Lo Invisible - Jaime Coloma
El título del presente texto intenta dar cuenta de una paradoja. Una paradoja que es,
en mi criterio, fundamento del operar psicoanalítico. Ella aparece en la zona en que se tocan el
oficio como hacer y lo invisible como ser. Ambos términos se ocupan de realidades que, por su
propia materia, al mezclarse, se anulan entre sí. El psicoanálisis, paradojalmente, los potencia,
a través de hacer del pensar, materia invisible de acceso al ser, un oficio. Winnicott (Winnicott,
1988) ha desarrollado el tema de la paradoja y el tema de la diferencia entre el "ser" y el
"hacer". Sus criterios inscriben en el orden psicoanalítico una posibilidad de liberar al
psicoanálisis de restricciones "clasistas" en cuanto a su ser, a la vez que preservar la
rigurosidad de su compleja propuesta en lo que compete a su hacer.
Autores psicoanalíticos como Winnicott, como Bion, como Meltzer, como Lacan,
legitiman el pensar como el ámbito privilegiado de lo psicoanalítico, lo que implica que
posibilitan postular, para este enfoque, una vigencia muy propia en el próximo milenio, si las
reflexiones de Calvino resultan proféticas. Sin embargo no todos estos autores tienen presente,
de manera destacada, el lugar menos leve del oficio, en lo que se refiere a la meta que lo
constituye, la que, como objetivo terapéutico adquiere un peso mayor que el se aprecia en la
realidad del pensar. Este mayor peso, propio del oficio, se hace eticamente necesario, al
valorar la vida individual humana como el único sentido plausible de nuestra acción y de
nuestro padecer y gratificar. Esto equivale a que la meta de nuestro oficio debe traducirse en
algo susceptible de evaluación, como logro terapéutico. Winnicott, a mi entender, es quien más
precisamente transmite en sus textos este espíritu "extravagante", contradictorio y fecundo,
entre el hacer del pensar un oficio práctico.
El oficio, por una parte, se da en un ámbito que supone, en algún momento del
proceso, la emergencia de lo observable. Lo invisible del ser, por otra, requiere de la sola
mente para poder ser pensado. Esta dimensión no puede darse en lo observable. La
superposición imaginaria de ambas condiciones obliga a presumir que lo observable, al ser
traspasado por lo invisible, se transparenta hasta desaparecer. Pero a su vez, operar con lo
invisible, con lo puramente "mental", hace emerger la figurabilidad, la diferenciación entre
partes propia del ente.
Quizás la excepción es el oficio de filosofar, tarea cuya esencial utilidad reside en ser
inútil. Algo similar ocurre con el arte, cuyo sentido reside en "el puro deleite", según Susan
Langer. Pero estos son casos, por definición, especiales. Dentro del ámbito de las ciencias que
pretenden encontrar beneficio concreto para el hombre, es decir ciencias que buscan ser útiles,
su objetivo último intenta siempre alcanzar algo que sea "visible". Datos, máquinas,
funcionamientos, técnicas de abordaje, supresión de síntomas, cambios en la forma de sentir o
llevar la vida, etc.
Interesa que el psicoanalista preserve el oscilar. Un oscilar que en cada polo del
vaiven condensa el polo opuesto. Según el decir de Nietzsche, respecto al nihilismo, … el
hombre "abandona el centro para dirigirse hacia la X". Podemos agregar, a su vez, que no
puede dejar el centro, tendiendo necesariamente a alejarse de la X. Para Heidegger, "parece
haber algo posible y deseable más allá del nihilismo". (Vattimo, 1985). Es decir existe una zona
de mutua suplantación entre la nada y lo existente.
Lo unitario no puede aparecer sino dentro del ente diferenciado, pero lo unitario
pertenece al Ser. El Ser es, así, uno y múltiple. Algo que, desde el punto de vista conceptual,
tiende a confundirse con la idea de lo Inconsciente. Son, por ello, el Ser y Lo Inconsciente,
invisibles. Ser e Inconsciente no pueden sino mostrarse, pero realizando, en el mismo evento
de aparecer, su propio ocultamiento.
Mirar implica delimitar entre distintos elementos. No hay mirada a lo unitario, excepto
cuando cada unidad se diferencia de otra, pero allí se está mirando lo diverso, o más bien lo
diverso posibilita la mirada, lo unitario es accequible sólo a través de "ver". El trabajo
psicoanalítico, en su afán de vislumbrar el inconsciente, cada vez que lo delimita en una
interpretación, lo esconde simultaneamente y lo empuja en su develamiento, hacia la máxima
zona de obscuridad. Pero también lo empuja hacia la facilitación de un falso ser que proteja al
verdadero. (M. Khan, 1972).
La paradoja incluída como perfil del juego, desde este punto de vista, apunta a una
perspectiva psicoanalítica en la cual, la meta de obtener resultados, no se elimina, pero queda
relativizada, como algo que depende fundamentalmente del nido original que contiene el
resultado. La forma del resultado del tratamiento será marcada dentro de los ámbitos que
conforman la manera de evaluar los resultados. Winnicott le da al juego un rol básico para
poder dejar expresar la espontaneidad, que, en su criterio, es, en realidad, la creatividad. Esto
hace posible un resultado que importe al paciente como individuo y no al acatamiento a
referentes psicopatológicos como patrón de trabajo en la técnica.
Una paradoja, entonces, es capaz de hacer jugar las interconexiones rígidas de las
clasificaciones, aportando un caracter de libertad en el trabajo, que favorece la fecundidad, la
creatividad del juego. Algo expresamente mantenido en la obra winnicottiana.
Cuando, a su vez, Melanie Klein usa el concepto de introyección, lo hace para definir
un medio que ella considera fundamental para entender el crecimiento del yo. Practicamente le
da a la díada introyección-proyección el rol más basico en la formación yoica. Las
interpretaciones, por ej., buscan mostrarle al analizado cómo proyecta e introyecta en cada
momento de la sesión, sin considerar ni pasado, ni futuro, ni memoria, ni deseo. La intención es
favorecer reformulaciones yoicas, a través de posibilitar una mejor integración, buscando el
insight y disminuyendo así la necesidad de proyectar. (Riesenberg Malcolm, Ruth, 1977)
Tangencialmente quiero señalar que este criterio kleiniano es algo que conviene
revisar criticamente, por las consecuencias que puede tener en la dilatación de los análisis, por
una parte, y en la riesgosa trasformación de un modelo en una ideología, que lleve al analizado
a creer que el mundo interno, está muy a mano en la conciencia y que la conciencia es una
posibilidad de definir el mundo como interno. Es difícil pensar que el mundo pueda ser externo
o interno. Implicaría la capacidad de "estar fuera de sí", capacidad que sólo figuramos para la
locura. Pero esto es "harina de otro costal".
Lo que me interesa acotar, ahora, es que los psicólogos del yo conciben, según lo ya
mostrado, un mundo interno que se construye, según los modelos de relación con el mundo
externo, que se internalizan. Es "una internalización de lo externo".
Pienso que el psicoanálisis se ajusta más como ciencia útil a una concepción que se
apoye en entender la relación sujeto-objeto como una trama unitaria de los diferentes modos
de ser, en desmedro de concepciones que tienden a clasificaciones cada vez más precisas en
torno a las diferenciaciones o indiferenciaciones manifiestas, postuladas para esta relación
sujeto-objeto.
Cuando este autor describe el concepto de introyección lo plantea de esta forma: "El
neurótico busca constantemente objetos con los que puede identificarse a si mismo, a los que
puede transferir sentimientos, a los que puede arrastrar a su círculo de interés, es decir
introyectar". Más adelante señala: "El psiconeurótico sufre de un ensanchamiento…" (el
subrayado es mío) y precisa que la introyección neurótica es simplemente un caso extremo de
procesos psíquicos cuyas formas primarias son demostradas en todo ser normal, respecto a la
ontogénesis de la conciencia del ego. Dice que "Se puede suponer que al recién nacido, todo lo
percibido por los sentidos le aparece como unitario, es decir monista. Tan sólo más tarde
aprende a distinguir de su ego las cosas maliciosas, que forman un mundo externo y que no
obedecen a su voluntad". (Ferenczi, 1909) Es decir Ferenczi no está partiendo de la idea de
Yo-realidad freudiano, en el cual éste sustenta su uso de la Introyección, como movimiento
desde afuera hacia adentro. Ferenczi habla de "ensanchamiento", es decir de ampliación del
Yo.
Dice Ferenczi que existe un estadio en el desarrollo humano en que se realiza este
ideal de ser sólo sirviente del placer, y no sólo se lleva a cabo en la imaginación o
aproximadamente, sino de hecho y completamente.
Con esto se refiere al período de la vida humana que se desarrollo en el útero. En
ese estado el ser humano vive como un parásito del cuerpo de la madre. Para el ser naciente,
el "mundo externo" sólo existe en un grado muy limitado; todas sus necesidades de protección,
calor y alimentación le son aseguradas por la madre. Más aún, agrega Ferenczi, ni siquiera
tiene el trabajo de tomar el oxígeno y el alimento que le es traído, ya que ha sido previsto que
estos materiales, mediante arreglos adecuados, le lleguen directamente a los vasos
sanguíneos.
Estipula, además, que "si el ser humano posee una vida mental cuando se halla en el
útero, aunque sea sólo inconsciente… debe obtener de esta existencia la impresión que de
hecho es omnipotente. Precisa que "la conducta del niño inmediatamente luego del nacimiento,
habla de la continuidad de estos procesos mentales".
El primer deseo-impulso del niño no puede ser otro que el recuperar la situación
intrauterina. Lo curioso, dice Ferenczi, es que, presuponiendo un cuidado normal, esta
alucinación, de hecho se realiza. Desde que el niño, por cierto, no tiene conocimiento de la
concatenación real de causa y efecto o de la existencia y de la actividad de la madre, debe
sentirse en posesión de una capacidad mágica, que puede en realidad satisfacer todos sus
deseos simplemente imaginando la satisfacción de los mismos. Este podría denominarse, por
tanto, "Período de la omnipotencia mágico alucinatoria", período que aparece como
antecedente teórico de las concepciones winnicottianas de Madre-Ambiente e Ilusión , tanto
como la noción de "Interpenetración Armoniosa", expuesta por Michael Balint, en su libro "La
Falta Básica".
Dado que "el deseo de satisfacer los instintos se manifiesta periodicamente, mientras
que el mundo externo no presta atención al acontecer de la ocasión en que los instintos son
ejercidos, la representación alucinatoria de la realización del deseo pronto prueba ser
inadecuada para seguir brindando una realización de deseos real. Una nueva condición es
agregada a la realización: el niño debe dar ciertas señales, llevando a cabo de este modo cierto
esfuerzo motor, aunque inadecuado, de modo que la situación pueda ser cambiada en la
dirección de esta disposición". (Ob. cit.)
Ferenczi hace ver que "el estadio alucinatorio ya estaba caracterizado por la
ocurrencia de descargas motoras incoordinadas (llorar, esforzarse) en la ocasión de afectos
desagradables. Estos son usados ahora por el niño como señales mágicas, a cuyo dictado
pronto llega la satisfacción. (Naturalmente con la ayuda externa de la cual el niño no tiene idea.
) El sentimiento subjetivo del niño cuando esto ocurre, puede ser comparado con el de un
mago real, que sólo debe realizar un gesto para provocar en el mundo externo a voluntad los
acontecimientos más complicados". (el subrayado es mío). (Ob. cit.)
Con esta imagen del "niño mago", Ferenczi ubica un período de la vida en el cual el
ser humano, con ayuda del mundo externo, es decir de la madre-ambiente, de acuerdo a
Winnicott, ha vivenciado la experiencia del ser. Este período inicial es llamado por él fase de
introyección.
Es, quizás, a tener presente tanto la indiferenciación sujeto objeto como su distancia,
a lo que apunta Winnicott, cuando distingue entre un primer momento de desarrollo que es,
dice él, femenino, el período del "ser" y un segundo momento, masculino, definido por el
"hacer". (Winnicott,1988)
Esto es, sin duda, un informe casual, sujeto a múltiples alteraciones de distinto
origen. Obviamente no podría ser considerado cientificamente válido, ni siquiera un testimonio
confiable. Sin embargo, me parece que, en un cierto nivel, el trabajo psicoanalítico debe
posibilitar que su paciente pueda referirse a cosas como ésta, cuando habla de su
psicoanálisis. En un nivel de mayor rigurosidad científica, el especialista en psicoanálisis debe
poder dar cuenta de resultados analíticos de una manera abstracta y formal, pero referida
siempre a la traducción de estos informes en la vida cotidiana del paciente. Pero éste es y ha
sido ya, tema de otro escrito.
Casuística
Intentaré ilustrar estas ideas con el análisis de una casuística que ha sido publicada y
que pertenece al psicoanalista inglés Patrick Casement. (Casement, 1990)
Casement consigna lo siguiente: "En una fase temprana de su análisis, la señora B.,
en relación a esas quemaduras graves, cuenta que su cabello encanecía a causa del
persistente dolor que aquella experiencia y los recuerdos asociados le ocasionaban".
Casement, en la sesión, se pone a observar más de cerca su cabello, para lo cual se inclina
sobre el respaldo del diván, en busca de indicios de ese encanecimiento. Como no comprueba
el menor rastro de ello, se pregunta si la paciente acaso lo invitaba así a acercarse más a ella.
Trata de explorar si esto era en efecto un llamado para que él se acercara. La señora B. se
afligió mucho. Cuando el analista escucha su congoja- un lamento que surgía de lo más
profundo de su ser, dice- advierte que no la había entendido en absoluto. Había buscado
signos externos de encanecimiento. Cuando escuchó mejor considera que pudo interpretar
muy diferentemente.
Un día Viernes la paciente llega con un leve atraso. Menciona que el miércoles por la
noche había tenido un sueño, pero lo había olvidado hasta esa mañana. En el sueño había un
río, cuyas orillas reverdecían por doquier, como en primavera. Ella yacía en la ribera. Era muy
pequeña o estaba echada de bruces, porque parecía tener el agua a nivel de los ojos. Las
aguas empezaron a hervir y amenazaron con destruirlo todo. Tuvo la sensación de que esas
aguas hirvientes avanzaban directamente hacia ella. Se asustó hasta tal punto que quiso
alejarse pero, en lugar de eso las miró y se volvieron a transformar en un río común. La
paciente interrumpió su narración y exclamó sorprendida: "¡pude hacer cesar su ebullición!".
La paciente comenta que no se había dado cuenta de que su sueño se refería tan
claramente a su accidente hasta el momento de narrarlo. Al decir esto le sobrevino una gran
congoja y empezó a experimentar el accidente como si le sucediera allí mismo en la sesión. Se
diría que el agua hirviente caía sobre ella y la abrazaba. Gritó, presa de extremo dolor y se
sentó diciendo: "Cuando estaba acostada no cesaba de venírseme encima". Sollozó por largo
rato, sosteniéndose la cabeza con las manos. El analista le dice que, al sostener su cabeza con
las manos le comunicaba su necesidad de sentirse amparada durante esta experiencia. Ella
replicó, sin dejar de llorar: "Mi madre no podía afrontarlo… tenía que apartarse de eso… yo no
podía soportarlo sola."
El terapeuta informa que a los diecisiete meses la señora B. había sido intervenida
quirúrgicamente, con anestesia local, para remover los tejidos muertos que habían quedado en
las cicatrices de sus quemaduras y permitir que creciera piel nueva. Su madre se desmayó
durante la operación, dejando a su hija frente al cirujano, quien siguió operando, indiferente
ante lo que ocurría. La paciente dice que su madre la tenía asida de las manos y recordaba su
propio terror cuando sintió que las manos de su madre se deslizaban, al tiempo que se
desvanecía y desaparecía de su vista. Recordaba haber creído que el cirujano la mataría con
su bisturí.
Empezó a insistir en la importancia que tenía para ella el contacto físico. Dijo que no
podría tenderse más en el diván a menos que supiese que, en caso necesario, el analista le
dejaría asir su mano para que pudiera soportar esta nueva vivencia de la experiencia
quirúrgica. ¿Se lo permitiría o rehusaría? Si se negaba, no estaba segura de poder continuar
su análisis.
El analista se sintió cada vez más presionado porque faltaba poco para que
terminara la sesión, era un viernes y temía que la paciente abandonara realmente el análisis.
Esta situación continúa complicándose, con exigencias cada vez mas intensas de la
paciente en la demanda de contacto físico, a través de pedir que el analista le tome la mano, e
interpretaciones del analista, desde distintos niveles y puntos de referencia. Aparecen
fenómenos psicóticos, furia, amenazas de suicidio.
Es posible que, con la paciente que hemos citado, el analista no debería haber
pensado tanto en la madre transferencial, como en el cirujano que intervenía en la operación,
ya que este cirujano aludía a una situación profesional similar a la del propio analista.
Creo que esta paciente, usó de las imágenes de su relato, para expresar algo
relacionado con su analista concreto. El río de agua hirviente en que se convierte ese paisaje
primaveral, ¿no corresponde a la paulatina toma de conciencia de que una relación entre
personas, era por sometimiento mantenida por el analista como una relación destinada a
realizar una verdadera intervención quirúrgica mental? El agua hirviente no podía aludir a un
recuerdo onírico, ya que su verbalización correspondía más al lenguaje de su análisis,
constantemente referido a la vivencia de esta experiencia traumática, como si fuera
nítidamente recordada. El agua hirviente quizás correspondía a una repetición de la
experiencia de estar siendo tratada en el análisis como si se estuvieran removiendo tejidos
muertos. No como un ser vivo y personal.
Sin duda existen importantes aspectos de este sueño que pueden ser comprendidos
según distintas teorías sobre la transferencia. En mi criterio el mejor abordaje transferencial se
lograría si primero se tomara el material como expresión de una referencia al psicoanálisis
como prisión, cuidada por un guardia benévolo, el psicoanalista. La prisión no me parece que
aluda solamente a una proyección del mundo interno de la paciente sobre el setting analítico.
Creer que se sabe, saber que no se sabe. Lo que más permite a un ciego, orientarse
con el tacto en ese mundo cegado que es el suyo, es, precisamente que no ve. Probablemente
el ciego al caminar, dentro de la obscura visión de su interior, hace brotar en su mente, con su
tacto, con su gusto, con su olfato, con su oído, toda la forma del mundo por el que se desplaza,
imaginándolo quizás igual al mundo visual y desconocido del vidente. Hace brotar un falso
mundo, desde la perspectiva de la visión.
Algo similar a lo que hacemos los hombres, cuando desde el estado de ser inicial,
conformamos un aparato mental que configura distinciones, tamaños, espacios, niveles, como
si esta organización que clasifica, volviera a ser el gesto del niño mago que hace aparecer un
mundo de formas, que llamamos realidad.
Nos desplazamos por ella cómoda o incómodamente cada día, por virtud del propio
ser falso, evitando, a través de un truco maravilloso de lo que consideramos mente, sentir la
angustia insoportable que nos podría acarrear la percepción de su transparencia, quizás de su
levedad. Es, quizás, parte de lo que Winnicott quiere precisar cuando se refiere a la agonía,
como forma primaria de la angustia, en una situación de amenaza de pérdida del holding. Sería
algo como percibir la nada. O el inconsciente.
BIBLIOGRAFIA
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del original inglés: Object Relation Theory and Clinical Psychoanalysis" Jason Aronson, New
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Khan, M. Masud R. "Sobre Winnicott" ("Cierta intimidad")", (No consigna Trad.) Ecos
Editores. Colección Temas de Psicoanálisis #1, Buenos Aires, Argentina.
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Winnicott, D.W.. "El proceso de maduración en el niño". Ed. Laia. Barcelona, 1979.