El Folclor Como Vivencia de Un Pueblo 2

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El folclor como vivencia de un pueblo

En las últimas décadas, los estudios sobre el folclor han recobrado una gran
importancia para los países latinoamericanos, debido a su interés creciente en
pro de restaurar la identidad nacional y visibilizar la cultura popular, la cual es un
rasgo distintivo que permite diferenciar a cada nación del continente. Un caso
destacable es el de Colombia que con la Ley 1037 del 2007 implementó la
Convención para la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial (CSPCI)
proclamada por la UNESCO en el año 2003 y que protege y reconoce el conjunto
de los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas transmitidos
de generación a generación y que infunden un sentimiento de identidad y
continuidad en las comunidades y grupos a los que pertenecen; donde el fin
principal de esta convención es “contribuir a promover el respeto a la diversidad
cultural y la creatividad humana.” (CSPCI, UNESCO, pág, 1). Con esto, la
UNESCO tiene en cuenta la relevancia del patrimonio inmaterial y pide elaborar
dos listas: (i) sobre las manifestaciones que deben ser consideradas
representativas del patrimonio cultural inmaterial y (ii) sobre las manifestaciones
que requieren medidas urgentes de salvaguardia por parte de las comunidades y
los estados firmantes de la convención. De manera que, no solamente se requiere
de una gran protección del folclor en general, entendido como patrimonio
inmaterial, sino también del portador folclórico, es decir, del agente que posee y
reproduce ese saber popular, ya que es a través de él que se puede rescatar del
olvido nuestro patrimonio inmaterial. (Vol. 9 Número 28, p. 18).

Pero, uno puede preguntarse ¿por qué resulta tan importante “contribuir a
promover el respeto a la diversidad cultural y la creatividad humana”? La
respuesta corta es: porque al contribuir en la conservación y desarrollo de las
prácticas folclóricas podemos promover espacios que garantizan un ambiente
donde las diferencias culturales no sean motivo de discriminación lo cual a su vez
impulsaría los procesos de protección de la identidad cultural de los diferentes
grupos que componen una sociedad. De este modo, y retomando la metáfora
empleada por el historiador y presidente del Patronato Colombiano de Artes y
Ciencias J. D. Rubio Rodríguez, la cultura se puede asemejar con un árbol, cuyas
raíces están constituidas por el “portador folclórico” quien se encarga de las
proyecciones y puestas en escena de los hechos folclóricos (esto es, las prácticas
que reproducen el saber popular de un pueblo o de un grupo social). Ahora bien,
si queremos que este árbol crezca, extienda sus ramas y se colme de frutos,
debemos cuidar y preservar de sus raíces que son las que se encargan de
sostener el árbol de la cultura el cual abarca precisamente las vivencias de un
pueblo. (Vol. 9 Número 28, p. 19).

Ahora, el folclor, de acuerdo con el antropólogo folclorista Guillermo


Abadía, es aquel saber popular tradicional que ha sido prolijado y legitimado
dentro de una cultura. Esto quiere decir que, el folclor abarca todo aquello que un
pueblo cree, piensa, dice o hace y se legitima en la transmisión de una generación
a otra, ya sea a través de una tradición oral, ya sea mediante tradición escrita o
monumental. Expresiones culturales que comprenden todas las nociones y
aplicaciones empíricas que un pueblo conoce y materializa a partir de sus saberes
tradicionales. No obstante, dichos saberes populares entran en conflicto con la
cultura dominante de una sociedad, a saber, con la cultura de masas.

Los saberes populares tradicionales que componen el folclor de un país o


pueblo son formas de contracultura que se oponen a las prácticas y valores de la
cultura dominante. Mientras que, por ejemplo, los objetos materiales del folclor
que son producidos con base en un saber tradicional se consideran susceptibles
de apreciación artística, tanto así que se los suele llamar artesanías; en cambio
los productos de la cultura de masas son objetos de consumo. Las artesanías, que
para su elaboración requieren de un saber legado de generación a generación en
un pueblo y que por eso mismo son en muchos casos únicas e irrepetibles, se
diferencian radicalmente de los objetos de consumo que son producidos en masa,
en serie, y proceden de un conocimiento técnico-científico. La artesanía es
expresión de los valores y saberes tradicionales de un pueblo, que involucra
prácticas comunales, historias y narrativas propias de cada grupo que la elabora
y, por tanto, son muestras materiales del folclor.

Pero, ¿con qué fundamento decimos que el folclor es una forma de


contracultura? Pensémoslo a la luz de un ejemplo. En el año 2011 la diseñadora y
empresaria barranquillera Silvia Eugenia Tcherassi vendió alrededor del mundo
más de 2.500 “mochilas” de la etnia Wayuu confeccionadas por la comunidad
Juriaka de la Guajira. Actualmente, estas mochilas con incrustaciones de cristales
de la marca Swarovski se venden alrededor del mundo por más de $400 dólares.
Más allá de sopesar el beneficio económico que haya recibido la etnia Wayuu con
la comercialización de sus diseños, este caso se puede considerar un buen
ejemplo de como una artesanía, una expresión material del folclor, se convierte
en un objeto de consumo, y pierde todo su cariz tradicional. Porque, como dice el
antropólogo e historiador F. Silva Vallejo “En el momento en que las formas
culturales se esquematizan dejan de ser cultura para pasar a ser un producto
vendible, comercial, sin ningún tipo de explicación cultural.” En este caso, las
mochilas no se esquematizan sino que se transforman, dejan de ser artesanía y
pasan a ser simples artículos del mercado, que carecen de toda “explicación
cultural”. Por esta razón, si para mantener el folclor de un pueblo y sus saberes
tradicionales se utilizan los “mismos elementos de la cultura dominante” se está
perdiendo el valor mismo del folclor como una forma de resistencia ante la
cultura de masas, y, como en nuestro ejemplo, se está convirtiendo una artesanía,
un objeto material de folclor con alto valor artístico, en un mero objeto de
consumo. Cuyo valor no depende de los saberes tradicionales que intervinieron en
su elaboración ni de la técnica ancestral que se empleó para su confección, sino
del célebre diseñador que los comercia bajo el influyente nombre de su marca.

En suma, la Convención para la salvaguarda del patrimonio cultural


inmaterial de la UNESCO nos insta para proteger y conservar estos saberes
tradicionales. Pero para hacerlo no podemos en el camino permitir que su valor
cultural se difumine en la ola de consumo que caracteriza a la cultura dominante.
Los productos del folclor no son valiosos por ser consumidos sino porque revelan
toda la tradición de un pueblo, sus prácticas, costumbres e imaginarios sociales.
Si se lo integra a la cultura de masas “así como así” el único resultado va a ser la
invisibilización de su valor cultural, y el retroceso a un fetichismo mercantil que
se interesa sólo por el producto ya acabado pero rara vez se pregunta por las
manos, conocimientos, técnicas, y en una palabra, por las vivencias humanas que
intervinieron en su elaboración. Reduciendo el folclor de un pueblo a una simple
mercancía. Anulando la heterogeneidad de una cultura tradicional con la
avasalladora homogeneidad de la cultura dominante. Así que, no podemos olvidar
nunca que detrás de cada artesanía, de cada baile, de cada historia, cuento,
fábula o canción popular se esconde la vivencia, la experiencia vital de un pueblo,
la cual se encuentra cargada de historia y para su explicación no podemos dejar
de apelar a la cultura. Ello es lo que nos enseñan los estudios de los antropólogos
folcloristas que con tanto esfuerzo han recopilado, rescatado y sacado a la luz los
saberes tradicionales de los pueblos de nuestra nación, a través de sus
importantes investigaciones acerca del lenguaje, la música, la vestimenta, la
mitología, la medicina y la coreografía de los pueblos y grupos de configuran y
reviven cada día eso que llamamos folclor colombiano.
Por: Katherine Delgado Ladino

Bibliografía:

Marulanda, O. (1973). Folklore y Cultura General . Cali : Instituto popular de


cultura de Cali.

Morales, G. A. (2001). ABC del folklore colombiano. Bogotá : Panamericana.

Rodríguez, J. D. (2018). Nueva Revista Colombiana de Folclor - La puesta en


escena del Portador Folclórico. Bogotá-Colombia: Patronato Colombiano de
Artes y Ciencias.

V., F. S. (1993). El Folclor en la Construcción de las Americas. Las narrativas


populares como elementos de resistencia cultural (pág. 260 páginas).
Universidad de los Andes : University of Pittsburgh, Latin American
Archaeology Publications.

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