El Oncenio de Leguía

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 1

El oncenio de Augusto B.

Leguía (1919-1930) es recordado como una de las etapas más importantes y controvertidas de la historia
peruana del siglo XX. Durante este periodo, el país experimentó un acelerado proceso de modernización en infraestructura, un
crecimiento en la inversión extranjera y la creación de nuevas instituciones. Sin embargo, también hubo una concentración del
poder, represión de la oposición, y un fuerte endeudamiento externo. Comparar este periodo con la realidad actual permite
reflexionar sobre las permanencias y cambios en el desarrollo del país, los desafíos democráticos y la relación con el capital
extranjero.

1. La Modernización y Dependencia Económica


Durante el oncenio, Leguía promovió un ambicioso programa de obras públicas, que incluyó la construcción de carreteras,
ferrocarriles, puertos y obras de saneamiento en ciudades principales. Estas reformas buscaban modernizar el país y conectar las
distintas regiones. Para llevarlas a cabo, el gobierno recurrió a créditos extranjeros, especialmente de bancos estadounidenses, lo
cual generó una creciente dependencia económica y un incremento en la deuda externa.
En la actualidad, el Perú continúa dependiendo en gran medida de la inversión extranjera, especialmente en sectores como la
minería y la infraestructura. La modernización ha seguido avanzando, con proyectos que buscan la integración de regiones y la
mejora de la conectividad. Sin embargo, esta dependencia genera tensiones, ya que los beneficios económicos no siempre
alcanzan a las comunidades locales, y el capital extranjero a menudo se prioriza sobre los intereses nacionales. La deuda pública
sigue siendo un tema sensible, aunque hoy existen mejores mecanismos de supervisión y control que en la época de Leguía.

2. Centralización del Poder y Democracia


Leguía instauró un régimen autoritario disfrazado de democracia, buscando perpetuarse en el poder a través de reformas
constitucionales. Se rodeó de colaboradores leales y sofocó la oposición con represión, controlando las instituciones del Estado.
La falta de espacios democráticos y la represión de voces críticas generaron un ambiente político tenso y polarizado.
Si bien hoy vivimos en una democracia formal, algunos aspectos del oncenio resuenan. Persisten problemas de centralización y
concentración del poder, lo cual a veces se observa en la forma en que ciertos líderes buscan reformas o cambios legales para
extender su influencia. Sin embargo, el contexto actual es diferente, ya que la sociedad civil y los medios de comunicación han
ganado espacio y fuerza para fiscalizar al poder. Además, el Perú actual cuenta con instituciones democráticas y una mayor
conciencia ciudadana que permiten una supervisión más activa del ejercicio del poder.

3. Relación con los Pueblos Indígenas y Comunidades Rurales


Uno de los aspectos más criticados del oncenio de Leguía fue su ambivalente relación con los pueblos indígenas. Por un lado,
impulsó la creación del Patronato de la Raza Indígena, una institución que intentaba “proteger” a las comunidades, aunque sin
brindar una autonomía real ni respetar sus formas de organización y tenencia de tierras. Esta política paternalista tenía un
enfoque asimilacionista, que pretendía integrar a las comunidades indígenas al "progreso" sin considerar su propia cosmovisión.
Hoy en día, el país sigue enfrentando el desafío de reconocer y respetar la diversidad cultural. Aunque existen políticas
inclusivas y algunos avances en la defensa de derechos indígenas, las comunidades todavía se ven afectadas por proyectos de
inversión que no respetan plenamente sus territorios y tradiciones. Este contraste con el oncenio muestra un desafío pendiente:
lograr un desarrollo sostenible que incluya a las comunidades como actores principales, respetando su autonomía y sus derechos
culturales.

4. Lecciones del Oncenio de Leguía para el Perú Actual


El legado del oncenio de Leguía es complejo y deja valiosas lecciones para el presente. La modernización no debe ser sinónimo de
dependencia, sino un proceso que responda a las necesidades del país y no solo a los intereses externos. La democracia debe
fortalecerse constantemente, evitando la concentración de poder y garantizando la participación ciudadana. Finalmente, la
relación con los pueblos indígenas y comunidades rurales debe ser respetuosa y justa, integrándolas de manera equitativa en los
planes de desarrollo.

La historia muestra que, para que el desarrollo sea verdaderamente sostenible y democrático, debe construirse con inclusión y
respeto por la diversidad cultural. En este sentido, el oncenio de Leguía es un recordatorio de los riesgos de una modernización
que ignora la identidad y los derechos de todos los ciudadanos.

También podría gustarte