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El ‘selfie’, la última revolución social

¿NARCISISMO O SOLUCIÓN PARA LOS TÍMIDOS? LAS AUTOFOTOS SON UNA METÁFORA DEL
CAMBIO DE COSTUMBRES A PARTIR DE LA EXTENSIÓN DE LAS REDES SOCIALES. DE ESTE
MODO, EN VEZ DE MIRAR LA REALIDAD EMPEZAMOS A VIVIR DE ESPALDAS A ELLA.

Por Ramón Lobo*


Corren dos modas paralelas: los selfies, autorretratos
realizados con el teléfono móvil, y hablar mal de ellos. Parece que
el desprecio nos garantiza una supuesta superioridad intelectual,
estar más próximo al instante decisivo de Henri Cartier-Bresson
que a los turistas low cost. Nos equivocamos: la autofoto digital
no es más que la expresión, más o menos lúdica, de un mundo que
ha cambiado de forma radical, de la lucha entre los que usan y
disfrutan las posibilidades de las nuevas tecnologías y los que se
aferran a lo que se fue, a un mundo casi prehistórico.
Esta guerra es una repetición en menor escala de la guerra
mundial que libran el llamado periodismo tradicional y el digital,
sean webs, blogs, vídeos o redes sociales. Los tics, las frases, las
excusas, las sandeces son las mismas.
El selfie es la expresión más reciente, visible y popular del
giro copernicano en la forma de relacionarnos, de compartir información sea relevante o irrelevante. “Hemos pasado de
ser sujetos pasivos que compraban el mensaje empaquetado a personas activas que producen y comparten el mensaje;
ahora somos actores, no simples receptores”, asegura Silvia Albert, directora general de la empresa de comunicación
Silvia Albert in company. “El empresario tiene que aprender que hay una conversación a la que no te puedes sumar con
los esquemas del pasado. Ahora, la gente se siente protagonista. Ya no es una comunicación masiva, sino selectiva”.

UN LENGUAJE FRESCO Y CREÍBLE


La misma confusión de los empresarios la deben tener los gurús de la prensa, los ministros y políticos en
general y los organismos públicos, incapaces de sumarse desde un lenguaje fresco, creíble, a esa nueva conversación en
las redes. Hay excepciones ejemplares: las cuentas de la Policía Nacional y de Renfe en Twitter. Esa misma
desorientación la deben tener algunas asociaciones profesionales: aplican las advertencias conservadoras de siempre
contra el peligro de cualquier novedad. El miedo está en el cambio, en cualquier cambio.
La Asociación Americana de Psiquiatría (APA) ha llamado la atención sobre la “obsesión compulsiva” y “la
necesidad irrefrenable de saturar las redes sociales con estas autofotos”, dicen en su página web. Para la APA, “el
sujeto trata de compensar una baja autoestima o una deficiencia en el manejo de la intimidad” con la exhibición en las
redes sociales. Para esta asociación, una ‘selfitis’ crónica sería el “impulso incontrolable de tomar fotos de uno mismo
y constantemente compartirlos en redes sociales al menos seis veces al día”.
Son muchos los expertos que advierten del peligro potencial de las redes sociales, de compartir fotos, intimidades e
información personal. Esas recomendaciones se producen en un mundo repleto de ojos que vigilan, que indagan e
invaden. ¿Hemos olvidado las denuncias de Edward Snowden sobre el espionaje masivo de la NSA estadounidense a
correos electrónicos, móviles y mensajes, tanto de ciudadanos de EEUU como extranjeros, comunes o jefes de
Gobierno como Angela Merkel?
No es necesario colgar nada ahí fuera, ya existe un ojo omnisciente, omnipresente e impune que se entera de
todos los detalles de tu vida con la excusa de la lucha contra el terrorismo. Se producen excesos en la exhibición,
venganzas de jóvenes contra la novia que les dejó, publicación de fotos y vídeos íntimos sin consentimiento. Pero para
eso ya está la ley. Sólo es necesario aplicarla.
El psiquiatra Luis Vega ironiza sobre los supuestos riesgos de las autofotos. “Sí, son muy peligrosas, te puedes
caer por un barranco en Portugal”. Vega no cree que se pueda decir que esta moda sea peligrosa: “Habrá que esperar
(…) Depende, como siempre, del uso que se haga de ella. Si una persona es obsesiva, lo será con todo lo que esté a su
alcance. A los tímidos les da más cancha y a los narcisistas les coloca una autopista para que se exhiban todo el día.
Existe un cambio importante en las costumbres, una evolución constante; eso es positivo porque cuando se detiene la
evolución continua estallan las revoluciones”, añade.
Personalmente no tengo nada en contra del narcisismo; es la esencia de la profesión de periodista, pero debo
reconocer que los selfies me generan incomodidad. No tanto por el presunto ejercicio de autocomplacencia y exhibición
que pueden representar, sino porque hemos dejado de mirar. Lo importante ya no está ante nuestros ojos, sino detrás, o
peor: en nosotros mismos. Inmortalizamos el instante en el que estuvimos ante algo que no vimos. Dar la espalda a lo
bello representa un retroceso cultural. Tal vez sea sólo una moda que exige ajustes, que llegarán con el tiempo, como el
tránsito de la lectura reposada en papel al picoteo digital en la Red.
Antes abundaba un tipo de turista en pantalón corto que viajaba con su cámara de vídeo o de fotografía
adheridas al ojo. Filmaba compulsivamente todo lo que veía, siempre a través del visor, nunca a través de los ojos.
Personas capaces de recorrer Italia sin ver Italia, sin respirarla, sin empaparse de sus colores, sabores, voces y silencios.
Sólo filmar y filmar lo que no se ve como si en la cantidad estuviera la seguridad. Viajar es lo contrario. Es dejarse ir,
mezclarse, contaminarse de los otros, de sus costumbres y cultura. Viajar es buscar y encontrar la aventura, la
transformación. Viajar es poner por delante los sentidos, desnudarse. Fotografiar es cazar, como hacía Cartier-Bresson.
Exige otra mirada, otra intensidad.
Siempre imaginé que esos turistas adheridos a su máquina grabadora descubrirían el país visitado semanas
después sentados en el sofá de casa, a salvo del diferente, con el mando a distancia en la mano, como Gardener en

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Bienvenido Mister Chance, la última película de Peter Sellers. “¿Te acuerdas de esto? ¡Qué bonito era! ¿Es Italia o
Grecia?” Para desesperación de amigos y familiares sus vídeos y fotos suelen ser aburridos. El motor de la emoción
está en los ojos, no en el índice.
La moda del selfie parece empeorar las cosas. Ya ni siquiera es necesario filmar o fotografiar los monumentos
y las personas, ahora sólo es importante la exhibición instantánea del yo en medio de algo que sea o al menos parezca
exótico. El viaje no es un camino hacia el descubrimiento, sino la exhibición de nuestro protagonismo.
La psiquiatra Lola Morón también prefiere ver la botella medio llena y destaca que el selfie ayuda a personas
tímidas, incapaces de pedir a otro que les tomen una fotografía. Para ella, la moda del autorretrato es también un acto
de desinhibición, que es muy positivo. Morón, igual que los anteriores, cree que es una muestra del gran cambio que se
está produciendo en nuestra sociedad.
Todo se muda a la Red: los periódicos, las televisiones, la forma de organizar los viajes, el transporte público,
las reservas en los restaurantes, la amistad, los ligues a través de las páginas de contactos, el alquiler de las casas,
compartir coche…
Decía el periodista Enrique Meneses que había tres hitos en la historia del hombre, que habían marcado de
manera profunda su evolución: la agricultura, la escritura y la transmisión de un documento de un ordenador a otro
ordenador, ocurrido en 1968. Si aceptamos el juego que proponía Meneses, saltándonos la invención de la imprenta que
de alguna manera es parte del hecho de la escritura, deberíamos admitir que estamos en los albores de un cambio brutal
en las relaciones sociales, en la forma de organizarnos y comunicarnos, de pensar, y en la relación de los ciudadanos
con los gobernantes. Todo se halla en discusión, sometido a una constante y profunda revolución silenciosa.
Nos hallamos en los inicios de una era que será tan trascendente como la del descubrimiento de la agricultura y
la invención de la escritura. En medio de esta inmensidad, el selfie es una mera anécdota. O no tanto. La crisis de los
medios de comunicación tradicionales tiene mucho que ver con que la gente haya dejado de leer en papel, un ejercicio
que requería tiempo y atención. En la Red no se lee; se salta de una web a otra, de un titular llamativo a otro, sin
excesiva profundidad ni reflexión. Sin pensamiento no hay crítica posible, no hay democracia.
Nos colocamos ante la realidad y nos hacemos una autofoto de espaldas a ella. Si pensamos en el 15M y en los
movimientos globales que surgieron en EEUU (Occupy Wall Street) y otros países europeos, y en las primaveras
árabes, ahora sabemos que fueron primaveras fallidas, es imposible mantener la tesis de que el mundo de las redes no
genera compromiso político y social, que por ellas no navegan ciudadanos concienciados y críticos, dispuestos a
cambiar el mundo.
Silvia Albert cree que el cambio en la forma de comunicar, de interconectarnos como personas y ciudadanos,
de la que el selfie es una parte, ha pasado también a la política. El ciudadano pasivo que se informaba con lo que le
llegaba y votaba cada cuatro años sin discernir demasiado sobre la calidad o toxicidad de esa información, ha dado paso
a un nuevo ciudadano activo que exige protagonizar el proceso político. Ahí radica el éxito de Podemos.
El psiquiatra Vega dice que el selfie es en realidad un instrumento sexual, “una forma de decir a tus amigos y
al mundo joderos; mira qué bien me lo estoy pasando”. También ahonda en la tesis anterior: el ciudadano no sólo ha
tomado el móvil para sacarse fotos, también quiere recuperar el control del proceso político, sentirse soberanía popular
y ejercerla.

EXCELENTE PARA LOS TEMEROSOS


Los primeros selfies llegaron con la pintura, con los autorretratos: Rembrandt, que debía ser un narcisista
obsesivo según la APA, porque tiene varios, Velázquez, Van Gogh…Las hay traviesas, como una de Barack Obama
delante de la casa de Nelson Mandela en Soweto, como un mitómano más. O la muy criticada del presidente de EEUU,
y el premier británico David Cameron con la primera ministra danesa, Helle Thorning-Schmidt.
Las críticas sacaron a flote un problema más grave de los selfies: el machismo global de muchos medios de
comunicación y analistas que acusaron a la danesa de coquetear con los dos hombres en medio de un acto serio.
¿Vieron las caras de Obama y Cameron? ¿Quién era Benny Hill?
El selfie es también una metáfora de los tiempos: el individualismo. No sólo es bueno para los tímidos, para los
que no se atreven a pedir que les tomen una foto, es excelente para los desconfiados, para los que temen que les roben
el móvil, convertido en el eje de nuestras vidas: fotos, llamadas, contactos, aplicaciones y teléfonos. Ya nadie se
acuerda de ningún número. Además de terminar con la contemplación de la belleza, las nuevas tecnologías acaban con
la memoria.
Todo avance es positivo, sostiene la doctora Morón, pero cuando uno acude al museo del Louvre para ver la
Gioconda se encuentra con decenas de personas que dan la espalda al cuadro para poder posar con la célebre pintura de
Miguel Ángel al fondo.
Esa foto de la foto es una metáfora del mundo en el que vivimos: siempre de espaldas a la realidad. No solo
afecta a los turistas, también a los periodistas. Así nos va.

*Ha recorrido medio mundo para cubrir guerras y conflictos, desde Bosnia a Afganistán. Ha trabajado durante 20
años en El País y ha publicado novelas, como Isla África o ensayos, como Cuadernos de Kabul.

Tomado de: Revista Tinta Libre, Nr. 17, septiembre 2014, Madrid.

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