Cristo y El Pobre Marginacion Humana y e

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CRISTO Y EL POBRE: ENTRE LA MARGINACIÓN HUMANA Y LA ELECCIÓN DIVINA.

Reflexiones a propósito de la primera Jornada Mundial de los pobres.

Esteban Madrid Páez*

Desde los primeros días como sucesor de Pedro, el Papa Francisco ha puesto el tema del
pobre y la pobreza en el centro de atención del mundo y de la Iglesia. Desde la elección del nombre
de Francisco (con la explicación del pedido del cardenal Humes de «no olvidarse de los pobres»),
pasando por una infinidad de gestos sencillos, y no tanto, el Papa ha querido expresar la identidad
de su servicio apostólico marcado por Cristo-pobre. Es un grito recurrente en todo su magisterio
que interpela, incomoda e impulsa a la conversión pastoral de la Iglesia. 1 Este año se expresa de
manera novedosa en la institución de la primera Jornada mundial de los Pobres como fruto del
Jubileo de la Misericordia.

Este acento puesto en el pobre (y en una Iglesia pobre) ha sido interpretado de maneras
diversas. Muy valorado en variados ámbitos, mirado con recelo en otros y hasta minusvalorado o
malinterpretado en no pocos sectores del mundo y de la Iglesia. Estos diversos enfoques se
encuentran muchas veces conviviendo en la sociedad y en la Iglesia de manera inconsciente o sin la
oportunidad de encontrarse en un diálogo franco. Por este motivo, nos parece importante promover
una reflexión que ayude a visibilizar las dificultades y oportunidades que nos brinda acercarnos con
una mente abierta y un corazón bien dispuesto a la propuesta que nos regala esta Jornada que nace
como fruto del Jubileo de la misericordia2.

Comenzaremos planteando algunas dificultades que abran el espacio a la reflexión.


Queremos darle lugar a las voces de quienes presentando sus objeciones o desafíos pueden
ayudarnos a pensar con más profundidad esta temática.

El «éxito» humano versus la marginación de la pobreza

La primera objeción viene de una natural búsqueda humana del éxito y de la fuerza que se
opone a la pobreza y la debilidad. ¿Quién de nosotros quiere vivir sumido en la pobreza? ¿Quién
podría soñar con una sociedad que no busque el crecimiento y el desarrollo, alejando a sus
miembros de la pobreza?3 Este deseo natural de progreso se expresa luego en un rechazo
comunitario de todo aquello que pueda frenarlo o retrasarlo. Por eso, ya en muchos pueblos de la
1
* Licenciado en Teología moral (Academia Alfonsiana-Roma). Profesor de la Universidad Católica Argentina y del
Seminario “Nuestra Señora del Cenáculo” de Paraná.

Cfr. FRANCISCO, Evangelii Gaudium, nn. 52, 60-67 y todo el capítulo cuarto.
2
FRANCISCO, Misericordia et misera, n 21
3
A modo de ejemplo, el primer objetivo de la ONU para el desarrollo sostenible es precisamente “Poner fin a la

pobreza en todas sus formas en todo el mundo” y es el mismo deseo que se expresa en el sugestivo slogan “Pobreza
cero” de la Colecta anual de Caritas Argentina (2013).
1
antigüedad (pensemos en las costumbres de selección y descarte del mundo greco-romano) se había
generado una cultura de guerra contra la pobreza y contra todos aquellos que pudiesen hacerla
crecer.

El cristianismo introdujo en la historia una valoración distinta y se convirtió en una escuela


de compasión porque revolucionó el modelo de fuerza y perfección. Aún, en el horizonte mismo de
la fe, la percepción del «Dios de los ejércitos de Israel» se ve conmocionada con la sencillez y
pobreza del «Dios hecho carne». El modelo de un Dios-pobre muriendo por nosotros los pecadores,
despojado de toda gloria impulsó una nueva corriente de amor y servicio por el pobre que es parte
esencial del evangelio (cfr. Gal 2,10). Ya en los Hechos de los Apóstoles escuchamos la centralidad
de la caridad y compasión en la vida de las primeras comunidades cristianas. La fe comienza a
generar un movimiento de amor al pobre que va transformando las personas hasta influir
notablemente en la cultura y en la organización social.

Este proceso dio a lo largo de los siglos infinidad de frutos de servicio al pobre y al afligido.
No hay siglo en que el Evangelio no haya impulsado un amor atento a los más descartados de su
época: viudas, pobres, enfermos, huérfanos, refugiados... En el inicio de la modernidad el proceso
de separación de la sociedad con la vida creyente (con su epicentro en la Revolución francesa)
generó una cultura solidaria y compasiva laica aunque influenciada profundamente por sus raíces
cristianas. Libertad, igualdad y fraternidad son valores con una raigambre simbólica que se
alimenta todavía del evento cristiano. En la nueva sociedad quedaron vigentes los valores
filantrópicos pero flotando vacíos en la confusa «fuerza» del hombre.

El peligroso «enamoramiento» cristiano por la pobreza y la debilidad

El mismo Nietzsche, a quien nadie catalogaría de defensor de nuestras ideas, denuncia esta
matriz cristiana de la compasión al preguntarse: “¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio?
La acción compasiva hacia todos los fracasados y los débiles: el cristianismo.”4

En julio de 1887 Nietzsche escribía en el prólogo de su Genealogía de la moral que le


extrañaba profundamente cómo en esos últimos tiempos se había comenzado a dar una
sobreestimación de la compasión, como un peligroso «enamoramiento» con la debilidad. Esto era, a
su parecer, un signo catastrófico de que Europa había perdido su norte y se encaminaba a lo que él
entendía como un denigrante ‘nihilismo’5. A su modo de ver esto significaba olvidar la grandeza a
la cual está llamado el hombre y denigrarlo a lo bajo. Como un aporte para que el hombre no
cambie, no progrese sino que quede sumergido en la miseria.

Un año después, escribirá El Anticristo donde compone una especie de “canto” contra el
cristianismo que es la “religión de la compasión”. A su modo de ver, la compasión es la negación de
la vida, la práctica del nihilismo, es encariñarse con la nada; de hecho, en su concepción: “nada hay
de más malsano, en nuestra malsana modernidad, que la compasión cristiana.” 6 Amar al pobre sería
“enamorarse” de la nada.

4
F. NIETZSCHE, El Anticristo, 2
5
Cfr. F. NIETZSCHE, La genealogía de la moral, EDIMAT, Madrid 2007, 46-48
6
F. NIETZSCHE, El Anticristo: maldición sobre el cristianismo, Alianza Editorial, Madrid 2007, 35.
2
Según Nietzsche, la “misericordia de Dios” manifiesta la perversidad de la religión que, a
medida que humanamente (es decir, en la vida real) pierde su poder, logra reconquistarlo diluyendo
la imagen del Dios omnipotente en un ser enamorado de lo débil y de la nada. 7 La misericordia sería
entonces el modo de ejercer el poder de un Dios enclenque y rastrero. La pobreza y debilidad que
Cristo ha elegido hasta vivir el misterio de la Cruz lo escandaliza y genera su desprecio.

Siguiendo la lógica de Nietzsche, la búsqueda de una «Iglesia pobre y para los pobres» como
se escucha en el magisterio (ya desde la necesidad de una “Iglesia de los pobres” con Juan XXIII 8,
pasando por Juan Pablo II y Benedicto XVI, hasta las continuas y más incisivas menciones del
magisterio latinoamericano y del Papa Francisco) se podría explicar como expresión del
debilitamiento en el poder del Dios cristiano en el mundo post-moderno que para sobrevivir se
diluye en un Dios-misericordioso. Una hipótesis tristemente reproducida por grupos de creyentes
que piensan que esta opción por el pobre proviene de un populismo superficial y, en cambio,
correspondería regresar a un anuncio fuerte del poder del Dios omnipotente. Nada más cercano al
pensamiento nietzscheano que expresa sin filtros: “De hecho, no hay otra alternativa para los
dioses: o son la voluntad de poder –y mientras tanto serán dioses de un pueblo – o son, por el
contrario, la impotencia de poder – y entonces se vuelven necesariamente buenos…”.9

La tensión compleja: compasión y justicia

Siguiendo esta lógica, esta Jornada mundial de los pobres, ¿no es alimento para una
compasión de este estilo? Una compasión que no impulsa el desarrollo del otro, sino que lo hace
permanecer en la marginalidad. ¿No promueve un injusto sentimentalismo que no mejora las cosas
sino que acrecienta la brecha?

Piénsese en las críticas que lloverían de distintos ángulos: desde la acusación de Marx a la
misericordia de no buscar la justicia, sino obstaculizarla (neutralizando la tensión y ayudando a
sostener el status quo)10 hasta, desde el capitalismo, de no promover el verdadero desarrollo sino
retrasarlo por la cultura de la dádiva que brota de la gratuidad cristiana. Para gran parte de la
sociedad, fuertemente influenciada por el capitalismo actual, el progreso viene de una consideración
de un egoísmo inteligente que impulsa al desarrollo de las propias capacidades 11. Vivimos en un
clima que promueve así una racionalidad que potencia los bienes individuales con el anhelo de
generar un estado de creciente bienestar. En este marco se entiende la educación, el propio proyecto
de vida, el desarrollo como país, etc.

Esta tensión entre justicia y compasión (que se descubre tanto en ámbito eclesial como en el
ámbito laico12) tiene una función sana de no permitir tergiversar el significado profundo de la
pobreza. Nos permite buscar con más profundidad el sentido de la pobreza de Cristo en la lógica del
7
Cfr. F. NIETZSCHE, El Anticristo: maldición sobre el cristianismo, 45-48.
8
JUAN XXIII, Discurso preparatorio del Concilio, 11 septiembre 1962.
9
NIETZSCHE, El Anticristo: maldición sobre el cristianismo, 47.
10
Cfr. W. KASPER, La misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana, Sal Terrae, Santander 2013, 22-23
11
Por ejemplo, Ayn Rand en The Objectivist dice: “I am not primarily an advocate of capitalism, but of egoism; and I
am not primarily an advocate of egoism, but of reason. If one recognizes the supremacy of reason and applies it
consistently, all the rest follows.” RAND A., The objectivist, en https://www.aynrand.org/ideas/overview (consultado el
12 de noviembre de 2014).
3
Evangelio. Una lógica que supera la inteligencia humana (1Cor 1,18) pero que la abre a una visión
más honda de la dignidad de la persona y sus desafíos.

¿Elección divina?

¿Cómo podemos en este contexto, y con estas objeciones entender existencialmente en


profundidad que Dios ha elegido la pobreza y que Jesús ha amado privilegiadamente a los pobres?

¿Cómo hacer esta opción preferencial en una cultura del bienestar, de la búsqueda
desenfrenada del progreso económico? Más aún, también en el corazón creyente muchas veces
anida una imagen de un Dios amante de la justicia y la perfección que conduce a una mirada
exitista de la virtud. Sin separarnos del pensamiento pre-cristiano (paganismo), hemos transformado
el evangelio de la gracia en una doctrina del mérito tergiversada que no responde a la gratuidad
pascual de Cristo.

También nosotros en la fe nos hemos dejado conquistar por una imagen mundana del dios
del progreso y la justicia racional. Nos hemos construido un dios a medida de los sueños de
perfección humana que no responde al misterio de su Persona y, en consecuencia, tampoco al
misterio de la vida del hombre. Una pretensión racional de entender perfectamente a Dios, al mundo
y al otro de manera de poder exigir y proyectar las exigencias que creemos debidas.

Esta imagen idolátrica es la que se resquebraja en el encuentro con un Dios que eligió y
abrazó la pobreza y que nos llama a su encuentro concreto en el pobre. Como pasó a la teología del
siglo XX al enfrentarse a la máxima pobreza imaginada en Europa en los campos de exterminio
nazis, así también nos sucede en la actualidad con el derrumbe cultural del que estamos siendo
testigos. Una ruptura dolorosísima, de la cual sufrimos las consecuencias (y otras recién
sospechamos), pero que puede disparar un crecimiento muy profundo de la reflexión creyente.

Así por ejemplo, cerrados los portones de la guerra, un teólogo como Jürgen Moltmann
presentaba la situación como un verdadero ‘terremoto’ para el pensamiento occidental. En su
opinión, allí la maldad del hombre demostró el fracaso de la eficacia exitista en la que
aparentemente se encontraba la humanidad. Un misterio ante el cual solo se puede sostener la fe por
la presencia de un Dios que ha sufrido en carne propia hasta el extremo el despojo del dolor.13

Según Moltmann, el cristianismo tanto en su extremo «conservador» como «progresista»,


juzga la realidad desde una imagen de un Dios del éxito, no desde la clave de un Dios crucificado.
Una clara consecuencia de esta opción es que “quien cree en el dios de la acción y del éxito se
convierte en un hombre sin pathos, sin sentimientos. Ya no nota nada del mundo ni de los otros.

12
A nivel político se refleja, por ejemplo, en las diversas y contrastantes posturas frente a la “grieta” que parecen cerrar
el camino a un diálogo sincero.
13
Cfr. J. MOLTMANN, «El Dios crucificado», en Selecciones de Teología 12 (1973) 45 (consultado en
www.seleccionesdeteologia.net el 10 junio 2015). Desde una postura teológica muy diversa, el Papa Benedicto XVI, en
su Discurso en la Visita al campo de concentración de Auschwitz el domingo 28 de mayo de 2006 decía: “En el fondo
sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor,
callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?”. El discurso se impregna de un tono de oración y busca desde la fe acercarse a
una “razón del amor” (no a una “matemática neutral del universo”) y recuerda como la fe de los cristianos “afirma que
Dios mismo ha descendido al infierno del sufrimiento y sufre juntamente con nosotros.” Cfr.: AAS (98) 2006 480-484.
4
Desconoce todos los dolores que causan sus actos. No quiere conocerlos, y elimina de su vida las
experiencias crucificantes.”14

El riesgo de este cristianismo exitista se descubre vigente cada vez que como cristianos
pretendemos «resolver» todas las dificultades de dolor humano. Por este camino nos privamos de
llorar impotentes frente a la injusticia de la cruz de los hombres 15 y de acompañar al Señor por el
camino de la Pascua. Por eso, propone el teólogo de la esperanza, es necesario al cristianismo mirar
con atención el sufrimiento y la Cruz de Cristo para encontrar un Dios verdaderamente capaz de
sufrir que es fundamento del consuelo del hombre de todos los tiempos. Sólo si no diluimos la cruz
podemos experimentar la fuerza esperanzadora de la Resurrección de Cristo.

A partir del dramático escenario de Auschwitz y, más aún de la Cruz, nos acercamos a
nuestros propios escenarios actuales donde enfrentamos crisis de una profundidad también
alarmante. Una cultura que no sabe cómo expresar su dimensión religiosa, su dignidad humana, su
estructura social constitutiva. La «cultura de la muerte», presente desde el primer pecado de Adán,
ha hecho estragos y vivenciamos una especie de naufragio epocal. Los golpes a la dignidad de la
persona se vislumbran en todas las dimensiones: en la fe, en la educación, en el ámbito de la vida
humana, en el plano social y económico, etc. Aparece entonces la tentación de querer dar como
Iglesia (y también como sociedad) respuestas ideológicas que no respeten el complejo mundo del
dolor (signo del misterio de cada persona) sino que busquen responder gnósticamente desde una
pretendida visión superadora. Otra tentación, quizás más común y frecuente, es la de la
desesperanza que nos desconecta de los desafíos y nos hace caer en la globalización de la
indiferencia. El Papa Francisco en su mensaje de la Jornada nos dice que “ante este escenario, no se
puede permanecer inactivos, ni tampoco resignados.” Necesitamos, con más razón, una conversión
pastoral que mire la pobreza desde la luz de Cristo.

En la escuela de la «hermana pobreza»

De la pobreza como marginación humana, como carencia de lo necesario, como caída en la


vivencia de la propia dignidad, de la cual uno quiere escapar; nos fuimos encaminando a la pobreza
como lugar de encuentro con lo esencial de la persona. Con su misteriosa luminosidad. Es decir con
la luz que brilla en la pobreza de Jesús de Nazaret que se ha vuelto fuerza atractiva e ideal cristiano
(consejo evangélico).

La pobreza que ha abrazado el Hijo de Dios y que brilla en la gloria de su Cruz, nos revela la
belleza de existir desde-con y para el otro. La pobreza de Cristo es el encarnarse de su identidad de
Hijo. Es un despojo que manifiesta su más honda dignidad: su recibirse en total gratuidad del Padre.
Toda persona está signada por esta dignidad personal. Por este motivo, estamos hechos para
necesitar del otro. Hay una pobreza constitutiva que debemos revalorizar y aprender. De hecho, en

14
MOLTMANN, «El Dios crucificado».
15
Es muy interesante, en este sentido, el discurso del Papa Francisco que hablando del misterio del dolor dice:
“Solamente cuando Cristo lloró y fue capaz de llorar, entendió nuestros dramas […] al mundo de hoy le falta llorar […]
Solamente ciertas realidades de la vida se ven con los ojos limpios por las lágrimas.” FRANCISCO, Discurso del Santo
Padre Viaje Apostólico a Sri Lanka y Filipinas, Manila, 17 de enero de 2015: AAS 107 (2015) 141-143
5
lo más hondo, la propia existencia necesita del otro para existir y para subsistir y cada persona
concreta nos brinda una experiencia de esta necesidad básica que nos configura como personas.

Por este motivo, el encuentro con el hermano que sufre y todas sus riquezas y con nuestras
propias pobrezas y dones, se convierte en una experiencia sanante. Nos ofrece un camino que nos
invita a “salir de nuestras certezas y comodidades” 16 para reconocer nuestra más profunda identidad
de criaturas pequeñas: limitadas y pecadoras y abiertas al amor del otro. Esta visión nos permite
vivir la relación con Dios y los vínculos humanos desde una verdad más honda. Es la posibilidad
para encontrarme con el otro de manera que me rescate de mi encierro y falsedad y me conduzca a
una comunión más intensa.

Por eso, el rostro del pobre se convierte en un lugar donde reencontrar la propia dignidad de
persona y más aún, de hijo de Dios llamado a la comunión. Para el cristiano el pobre no es alguien
a quien «dignificar». De hecho, la gente no necesita que le “devolvamos la dignidad”. No somos
nadie para pretender hacerlo. Somos nosotros que traicionamos nuestra dignidad al olvidar al otro.
La indiferencia hacia el otro nos aleja de nuestra vocación. Nos volvemos miopes y encerrados en
nuestro monólogo: nuestras ambiciones, nuestro círculo de amigos, nuestra pequeña esfera de
intereses… La cultura del éxito del individuo17 me oculta mi dignidad constitutiva como persona:
ser de cara al otro. Mi condición de pobre me devuelve la dignidad más radical de mi vida: me he
recibido gratuitamente para necesitar del Otro y de los hermanos y para desde allí entregarme por
entero a la verdadera comunión, a la real fraternidad.

Esta es la gran ruptura cristiana al concepto de solidaridad laico actual. El cristianismo,


como lo hizo a lo largo de la historia, irrumpe con la eterna novedad de un amor verdadero. Donde
a partir de la Cruz de Cristo, el pobre se siente amado por el Pobre. Donde cada persona tiene la
riqueza de posibilitarme un encuentro con el mismo Cristo que me rescata de la verdadera
marginalidad denigrante que es la del encierro y el egoísmo. Actitudes que tergiversan mi identidad
de hijo y hermano. El amor al pobre me rescata de lo más contradictorio a la dignidad de ser
«personas», es decir, seres capaces de vivir con otros, hechos para amar y ser amados. El pobre
rescata al pobre del odio escondido en la indiferencia, uno de los mayores males y peligros de
nuestro tiempo y un veneno sutil y peligroso para neutralizar la verdad del Evangelio.

En este sentido, la persona de Francisco de Asís se nos presenta como un camino al corazón
del Evangelio, hacia la infinita libertad de la pobreza del Hijo. Nos invita a seguir los pasos de la
via crucis del Hijo que abrazó la pobreza hasta el extremo para redescubrir y “conquistar” la gloria
de ser hijos en él (Flp. 2,5-11). Es el camino de la libertad profunda junto al Pobre que nos permite
abrirnos realmente a la gratuidad del amor del Padre que nos ha creado para ser infinitamente
amados en Cristo. Para poder experimentar a fondo la propia dignidad (y allí la de mi hermano) es
necesario hacer experiencia de la hondura de la propia pobreza. Solo desde allí brota la certeza
imborrable del amor constitutivo que nos sostiene y nos redime. Solo desde la experiencia radical
de la pobreza se nos regala la certeza de su amor inmerecido y se abren las puertas a la perfecta
alegría.

16
FRANCISCO, Mensaje I Jornada Mundial de los pobres 2017, n.3
17
Entre los autores que denuncian los peligros de este exceso de positividad y búsqueda continua de optimización cfr.
BYUNG-CHUL H., La sociedad del cansancio, Herder, Barcelona 2012.
6
El pobre de Asís nos guía y acompaña por un sendero difícil para el hombre y la sociedad
contemporánea configurados por un estilo de vida que nos conducen a velocidades estrepitosas y
exponenciales por otros caminos. Pero al mismo tiempo despierta un anhelo profundamente
grabado en nosotros de una mística que huele claramente a Evangelio y a humanidad verdadera. La
Jornada mundial de los pobres es una invitación para seguir sus huellas y buscar abrazar más
profundamente al Señor en la realidad de nuestros hermanos para hacer de nuestro mundo una
verdadera «casa común» donde sea posible experimentar la fuerza y verdad de las misteriosas
palabras de Jesús de Nazareth: “Felices los pobres porque de ustedes es el reino de Dios” (Lc 6,20).

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