Escalas Territoriales y Agentes Diferenciales

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Escalas territoriales y agentes diferenciales

en la integración de políticas de desarrollo


Blanca Rebeca Ramírez Velázquez*

Hoy más que nunca vivimos en un mundo donde la valoración de la dimensión territorial ha sido uno
de los ejes clave en la transformación de los paradigmas que rigen el conocimiento en los ámbitos eco-
nómico, político y también en el académico. Con el surgimiento del neoliberalismo, la globalización y la
redefinición posmoderna de la sociedad, la dimensión territorial se ha reafirmado en sus diferentes es-
calas, y a partir de alguna de ellas se le ha dado prioridad a elementos fundamentales para la producción
como algunas regiones, o bien para el consumo como lo son las ciudades y, sobre todo, las metrópolis.
Partimos de que en una agenda de desarrollo para el país, comprender ahora más que nunca
la relevancia que tiene el territorio para reconocer la complejidad que adopta la tarea que tenemos
por realizar es, sin duda, impostergable. Así, esta dimensión es de vital importancia para conformar
una estrategia de desarrollo integral que permita disminuir la brecha existente entre los territorios
nacionales, desarrollo por tantos años anhelado pero aparentemente cada vez más alejado de la
posibilidad de alcanzarlo.
Con el fin de resaltar dicha importancia primero analizaremos el papel que desempeña el te-
rritorio en la visión que la modernidad y el neoliberalismo han tenido del concepto futuro, y des-
agregaremos la que nos dejó la posmodernidad de finales del siglo XX, que le da prioridad al cambio
a partir de la dimensión local del territorio. En segundo lugar haremos un recorrido rápido por las
visiones contemporáneas que favorecen la vinculación agentes-territorio, enfatizando los problemas
de manejo metodológico y político. En un tercer momento expondremos la propuesta metodológica
que hemos trabajado y que enfatiza la posibilidad de manejar las diferencias territoriales como un ele-
mento fundamental para construir las relaciones que permitan imaginar y llevar a cabo una política de
desarrollo integral, más distributiva e incluyente. El ensayo concluye con una agenda de desarrollo que

* Profesora del Departamento de Teoría y Análisis, División de Ciencias y Artes para el Diseño, Universidad Autónoma
Metropolitana-Xochimilco.

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proponemos en términos generales con el fin de integrar, junto con las de otros colegas, una agenda
de asuntos territoriales que permita vislumbrar el futuro del país.

Modernidad, posmodernidad, neoliberalismo y territorio

La modernidad que el capitalismo prometió desde sus orígenes suponía que las regiones atrasadas, si
querían dejar de serlo, tenían que adoptar el modelo de producción que la industrialización promovía,
con la esperanza de que en el corto o mediano plazo alcanzarían la igualdad y el desarrollo para todos
los agentes involucrados en el proceso, pero también los territorios que lo adoptaran como pros-
pección de su futuro. Pero la modernidad con relación a cómo la sociedad contempló su evolución,
transformación y expectativas, que integraba necesariamente a su historia, así como la vinculación
con los recursos naturales de su entorno y del territorio en donde se asentarían los nuevos procesos
de transformación y cambio (Ramírez, 2003: 17). En esta visión se mezclaron dimensiones económi-
cas, pero también políticas y culturales a través de las cuales la sociedad, en concreto la mexicana,
se reprodujo y evolucionó.
Si bien la modernidad tiene diferentes acepciones y momentos para considerar su inicio, de-
pendiendo del autor, en México la industrialización del capitalismo modernista llegó en la década de
1930-1940, cuando se vislumbró la salida del atraso nacional para conformar una nación próspera y
por lo tanto desarrollada por medio del modelo de sustitución de importaciones. Este modelo se de-
sarrolló a partir de una fuerte intervención estatal, promoviendo mecanismos de política macroeco-
nómica y un papel activo en la recomposición de los equilibrios que el mercado no pudo resolver, los
cuales eran fundamentales para la favorable reproducción social del país. Estos elementos de política
y de visión del Estado trastocaron, a su vez, las dimensiones sociales y culturales de la nación. Inde-
pendientemente de los adelantos y el crecimiento que el modelo trajo, no se resolvieron todos los
problemas del atraso, y tampoco se resolvieron las diferencias regionales que al interior de nuestra
nación se generaron y que eran parte de los objetivos de la intervención estatal. Por el contrario,
estas diferencias se agudizaron y han sido motivo de análisis diversos, no sólo de las implicaciones
de diferenciación territorial generadas, sino de la pobreza social y condiciones de marginación que
han originado (Boltvinik, 1995).
La perspectiva de evolución hacia la homogeneidad a través de hacer también homogéneos a
los territorios a partir del modelo tecnológico de la industrialización, se agotó y no cumplió las ex-
pectativas prometidas. Por el contrario, lo que se manifiestó fueron las desigualdades territoriales
entre ciudad y campo, y entre ciudades y campos, y las presentes al interior de ellos generadas en lo
económico, social y cultural, manifiestas en lo político a partir de la falta de democracia. Por estas
razones, aunada al cambio de paradigmas a partir de la crisis del capitalismo y la caída del socialismo
soviético, en el ámbito de la reflexión filosófica en la década de los noventa se dio una fuerte crítica a
los postulados y promesas de la modernidad, argumentando que ésta había quedado inconclusa en

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algunos lugares, ausente en otros, que provocaron un cambio hacia la posmodernidad en la cual el
culto por la diferencia, la crítica a los metarrelatos y generalidades en el comportamiento de la mo-
dernidad, concluyeron en una exaltación del aquí y el ahora de los individuos y no de las sociedades;
planteando que si las promesas no se cumplieron, no valía la pena estar esperando el tiempo ni los
territorios del futuro. Sólo el presente, el espacio local y los individuos era lo que valía la pena resaltar
(Ramírez, 2003: 14-23).
Al mismo tiempo, en el ámbito de lo político, la salida de la crisis económica que se inició
en la década de los setenta, llevó a la implantación de un nuevo modelo de desarrollo económico
que, a diferencia del de sustitución de importaciones con carácter endógeno que le daba prioridad
al mercado interno, promueve la apertura del mercado al comercio internacional y, como al inicio
del siglo XX, el Estado se vuelve garante de las condiciones del mercado (Vilas, 2002), generando un
quiebre que implicó un cambio importante en las formas de intervención del Estado en el territorio.
La globalización nos alcanza en un afán de resolver los desequilibrios generados por el mercado. Sin
embargo, argumentan algunos autores, con una desterritorialización de los procesos económicos y
sociales (Vilas, 2002: 662), la globalización neutraliza la dimensión real de sus efectos territoriales,
eliminando en verdad la dimensión política del territorio y escondiendo su visión concreta: la de un
neoliberalismo rampante que nos pone otra vez en la carrera por alcanzar el desarrollo, pero ahora
a través de la inserción internacional y de la eficiencia en el trabajo, eliminando también sectores en
la intervención estatal, que fueron cruciales en el modelo anterior (Ramírez, 2003).

Visiones sobre la vinculación agentes- territorio

¿Qué implicaciones tienen estos cambios a nivel de la discusión Estado-mercado-territorio? En mi opi-


nión, aparecen dos visiones diferentes de esta tríada. La primera corresponde a la visión neoliberal de
la llamada “globalización”, en donde todos los territorios que adopten el modelo eficiente de compe-
tencia en el mercado internacional, lograrán el desarrollo. Con ella se sobredimensiona la visión macro
y abierta (hacia fuera) del territorio, basándose en una concepción neoliberal en la cual la retirada del
Estado es fundamental para su reproducción, incluyendo las acciones donde actuaba dentro de la
circulación y la competencia mercantil. Con la retirada del Estado se incrementó el papel del mercado
en la acción del desarrollo y se le dio una importancia definitiva, sin tomar en cuenta la aparición de
nuevos agentes interesados y con él involucrados: individuos, agentes privados y otras instituciones
como las ONG, que tienen visiones diferentes sobre los procesos económicos, sociales y hasta políticos
que se han insertado de diferentes formas, o quieren hacerlo, a los diversos mercados.
Esta opinión se articula con la de otros visionarios que aceptan la globalización como alter-
nativa de transformación en el futuro, en la que parece que en la realidad se perciben no sólo dos
agentes (el Estado y el mercado), que son parte de una gama de agentes sociales, mismos que pue-
den independizarse de los procesos de corte general (políticas y tendencias macroeconómicas, entre

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otras), y solucionar el problema de desarrollo desde sus territorios que se ubican en la escala de lo
local. Con esta visión se restringe la responsabilidad de la transformación económica, sustentable
o de gestión del territorio al ámbito de los agentes locales y del sector privado, que puede adoptar
también diversas facetas. Se elimina la responsabilidad estatal y pública, nacional o regional de dar
respuesta a la necesidad de transformar los entornos y los lugares. Esta perspectiva, motivada por las
discusiones de la posmodernidad, remite a una concepción de agentes sin contexto que puedan definir
y cambiar sus formas de negociación, en sus territorios locales. Se sobredimensiona lo local en relación
con un contexto territorial más amplio (regional o hasta nacional), adoptando una concepción de
territorio micro (local) y cerrado, que en sí puede resolver el entorno generando los vínculos directos
sin mediaciones.
En estas dos visiones se integran modernistas y planificadores que tienden a ver la posibilidad
de cambio exclusivamente a partir de una adecuación de los territorios a la globalización o bien a la
acción de gestión de los gobiernos locales en su necesidad de integrarlos al mercado global. ¿Cómo
se ha resuelto esta aparente dualidad y oposición entre los territorios y las funciones de los agentes?
Encontramos al menos cuatro formas:

a. Articulando mecánicamente territorios independientes, con el uso de categorías que dicen


poco y hacen menos para resolverla (globalización, desarrollo local en la globalización,
etcétera).
b. Generando más concentración económica al interior de las ciudades y de las regiones
(centros comerciales como Santa Fe y enclaves “globalizados”).
c. Adecuando y rediseñando las economías nacionales, que se articulan con las necesidades
y dictados de los escenarios internacionales (Vilas, 2002: 653), sin considerar como básicas
las necesidades internas de agentes.
d. Promoviendo el desarrollo a escala local, fundamentalmente por las ONG que se integran
con agentes en el ámbito territorial micro, involucrados en general con proyectos susten-
tables que favorecen el desarrollo de los agentes en la escala local.

En suma, en la visión que hemos construido (o más bien, que otra vez nos han construido) de futuro de
nuestros entornos nacionales, urbanos, rurales o regionales, los recursos con los que contamos y los
territorios en donde se asientan son de vital importancia para definir las formas económicas y políti-
cas que se requieren para su reproducción social, económica, política y cultural y para la del sistema.
En la actualidad, en la conjunción de la tríada territorio, Estado y mercado, se presenta una dualidad
compleja que fragmenta la posibilidad de encontrar una forma integral de vislumbrar el desarrollo
futuro de la humanidad en general y de nuestro país en particular: o bien se nos argumenta que la
globalización y sus territorios internacionales circulan aterritorialmente en el ámbito del mercado o
de los circuitos internacionales; que la importancia local se da a partir de su vínculo con lo global,

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como es el caso de los hiperglobalistas, o se encuentra en una desvinculación importante y sólo lo


local define los procesos de cambio (Ramírez, 2003: 71-72).
En esta aparente oposición global-local, el territorio se definiría aisladamente uno del otro a
través de sus fronteras o límites, por sus superficies estáticas o por los flujos aterritoriales que gene-
ran. Hemos argumentado que en esta desarticulación del territorio y en la falta de consideración de
sus múltiples escalas y dimensiones, la complejidad que presenta la realidad territorial así como la
posibilidad de integrar la dimensión política del mismo se elimina, restringiéndola exclusivamente a
la simple acción del Estado, lo que limita la potencialidad de generar un desarrollo integral multidi-
mensional del mismo. ¿Cómo darle este carácter amplio y abierto que se requiere para terminar con
esta oposición? Veamos un poco de metodología para explicarlo.

Territorio como proceso diferencial

Con la importancia que se le dio al espacio con la tradición posmoderna, una serie de autores se
dieron a la tarea de reflexionar acerca de cómo concebirlo y reestructurarlo desde los parámetros
de cambios conceptuales que se originaron en su momento. Para Nogué, por ejemplo, la reestruc-
turación del capitalismo contemporáneo pasa por una nueva concepción del tiempo y del espacio
(1991: 42), es decir, por la forma como se construye y transforma el territorio en y con el tiempo.
De los múltiples debates que se originaron, que no son motivo de este ensayo, las conclusiones más
importantes para los problemas que nos ocupan, son las siguientes:
Primero, el espacio (territorio) y el tiempo no pueden ser categorías que se fraccionen y trabajen
por separado. Pensar sobre el espacio implica necesariamente referirnos al tiempo que lo caracteriza
y viceversa. Por lo tanto, pasar de la concepción de binomio, de conjunción-oposición, a otra que
considere elementos estrechamente vinculados es de vital importancia para pensar el futuro y el
desarrollo de las naciones, las regiones o las comunidades. Algunos autores han propuesto la inte-
gración de las categorías, denominándolas TiempoEspacio (Wallerstein, 1998; May y Thrift, 2001). Sin
embargo, en la opinión de otros, esta redefinición va más allá de una simple conjunción de categorías
porque es una concepción diferente de espacio, ya que de ser el tiempo el que se movía y el espacio
el que contenía el movimiento y el cambio, ahora son ambos los que conjuntamente se transfor-
man en una dualidad sin opuestos. En esta visión integradora los territorios también se mueven, se
transforman y cambian, por lo tanto son un elemento fundamental para reconocer y transformar
procesos, ya que está conformado por relaciones (Massey, 2005).1 En ese sentido deja de ser el simple
contenedor de recursos, elementos, personas o actividades, y constituye parte fundamental de la
transformación y el cambio de agentes y territorios.

1
Para adentrarse en el debate y en las diferencias que hay entre algunos autores, véase Ramírez, 2006.

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Segundo, si en la modernidad se daba prioridad a la tendencia a homogeneizar los espacios a


partir del desarrollo, ahora el reconocimiento de las diferencias no sólo entre regiones como tradicio-
nalmente se había contemplado, sino al interior de las mismas, es un elemento fundamental del aná-
lisis. El reconocimiento de la diversidad dentro de un mismo territorio se ha constituido en elemento
fundamental para dar concreción a la vinculación espacio-sociedad y territorio agente (Ramírez,
2003: 122). De esta manera, si éste también cambia y se transforma, lo hace en la conjunción de los
elementos que lo componen, donde el espacio hace la diferencia en tanto concreción específica de
procesos y relaciones (Ramírez, 2003: 122).
Tercero, el espacio no es estático sino que tiene dinámica y está usado, apropiado o imaginado
por un conjunto de agentes que no sólo son diferentes en cuanto a las condiciones económicas,
políticas, sociales y culturales que les son propias, sino que están ubicados territorialmente en dis-
tintas escalas y con posicionamientos diversos frente a otros agentes con quienes comparten o no el
territorio en donde se encuentran. Es importante reconocer las escalas de ubicación de los procesos y
de los agentes, desde la internacional o global, la nacional, la local, la municipal, la de los agentes en
sociedad, hasta la del individuo que se reproduce socialmente en un territorio dado. La diferencia tiene
un factor de relación en la medida en que cada escala de agentes guarda una posición frente a los pro-
cesos, que varía en función de dónde y cómo se ubica. El espacio que antes se veía como plano, ahora
se abre y deja de ser bidimensional (si alguna vez lo fue), pues se reproduce en múltiples trayectorias
o dimensiones, con movimientos diversos que favorecen articulaciones, convergencias, diferencias o un
sinnúmero de posibilidades, dependiendo de la escala y la posición que guarde frente al proceso (Ramí-
rez, 2003: 123). A partir de reconocer y evidenciar diferencias y posicionamientos, las relaciones pueden
reconocerse; éstas son múltiples tanto en sus características como en sus variaciones.
Tomando como referencia estos parámetros de cambio en la discusión sobre el territorio, ¿cómo
podemos acercarnos entonces al estudio de la tríada que ahora nos ocupa: territorio-Estado-mer-
cado? La propuesta metodológica que se ha manejado con anterioridad podría particularizarse de
la manera siguiente. En primer lugar, es necesario aceptar que el Estado y el mercado, así como los
territorios, no son uno ni homogéneos, sino que presentan muchos agentes que los representan y
diversas visiones que los manifiestan. Cuando hablamos de mercado estamos refiriéndonos a un ente
muy genérico que no permite evidenciar los diferentes agentes que intervienen en los procesos con
los que se vincula, sean éstos industriales, agrícolas, comerciales, de servicios u otros; ni la categoría
que tienen en función de la magnitud del intercambio o la forma de vincularse, es decir, mercado
pequeño o desarrollado en condiciones de monopolio, etcétera, a las que habría que agregar los dife-
rentes territorios del mercado, donde podemos encontrar en un mismo territorio el mercado formal y
el informal, así como en el centro histórico de la ciudad y en otros muchos lugares donde se articula
una parte del mercado internacional con el local (la “fayuca” en el mercado informal, por ejemplo).
El mercado tiene diferentes ubicaciones: el internacional, el nacional, el local con productos que
se mueven solamente en algunos de ellos, así como los agentes que lo organizan y desarrollan en

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cada una de sus escalas. La escala a la que se manejen y la posición que guarden con cada uno de
ellos, los agentes diversos que se integran al mercado son parte fundamental de una serie de diferen-
cias que es preciso manejar y desagregar para identificar las relaciones que entre ellos se desarrollan.
Éstas pueden ser también diversas: acuerdo, desacuerdo, vinculación, comercial, de conflicto, entre
otras, que es preciso reconocer y evidenciar.
El Estado puede tener diferentes variantes y sedes dependiendo de su función y la adscripción
específica a la que obedezcan. El Estado es también una categoría genérica que hay que desagregar en
sus diferentes tipos de adscripción gubernamental, que tiene necesariamente una vinculación con te-
rritorios específicos: federal, estatal y municipal, derivando de ello responsabilidades diversas a las
que hay que responder. Sin embargo, para percibir muchas de esas diferencias hay que reconocer
el lugar que ocupan en el territorio y su jerarquización. No es lo mismo hablar de un Estado federal
con obligaciones de Estado nación, que del estatal cuya jurisdicción política está muy bien demar-
cada y diferenciada de la municipal, que adquiere una condición local. Sin embargo, en ocasiones
hay representaciones institucionales que no pasan por el Estado pero que gestionan en conjunto para
solucionar problemas comunitarios o de barrio, instituciones que es preciso reconocer y evidenciar
para encontrar sus vínculos y relaciones.
En ese sentido se plantea una concepción que, al considerar un territorio conformado por múl-
tiples diferencias en continua relación y movimiento, concibe la diversidad de espacios marcados por
la diferencia, que confluyen en trayectorias también múltiples con direcciones variadas, siguiendo ve-
locidades e intensidades diversas. A lo anterior se pueden agregar discursos e imaginarios también di-
ferentes que se cruzan en espacios de encuentros y desencuentros, de conflictos y de acuerdos que se
explicitan, se simbolizan e imaginan de maneras diferenciales y todos ubicados en espacios similares.
En el desarrollo de esta discusión es preciso hacer un paréntesis ante dos debates vinculados
con esta propuesta. Algunos autores, ante la inminente movilidad y rapidez con la que se mueven
los procesos contemporáneos, hablan de la desterritorialización o en ocasiones de la aterritoriali-
zación de los procesos, y la aparente fragmentación con la que se manifiestan en redes que les son
características. La globalización, los procesos de innovación tecnológica a partir del desarrollo de
los nuevos medios de comunicación y los procesos de transformaciones culturales que originan,
son los ejemplos en los que se basan para argumentar estos hechos, explicando que los movi-
mientos y los procesos por ellos generados deslocalizan a los agentes y grupos en ellos insertos
(Ramírez, 2005: 13), o que el espacio y el tiempo se comprimen al incrementar la velocidad con la
que se recorren.
Una de las formas en que se puede resolver esta aparente contradicción es explicando la di-
ferencia entre territorializar y localizar. Evidentemente, la ubicación fija y limitada que otorga la
localización que tenemos en un momento determinado, se pierde con el movimiento; también, con
los adelantos tecnológicos, un espacio se recorre en menos tiempo de acuerdo con el vehículo que
usemos: pies, carro, tren, etcétera, o ni siquiera se recorre, sino que se fragmenta la distancia y se

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deslocaliza el proceso. Sin embargo, la movilización implica la ocupación, el uso, apropiación o trans-
formación del territorio que puede desarrollarse en diferentes tipos de espacio (el virtual cibernético,
el aéreo, el marítimo, entre otros), que se origina por los desplazamientos o las trayectorias usadas
para realizarlo, y genera en consecuencia nuevos vínculos con otros territorios, agentes y proce-
sos económicos, políticos o culturales. Aunque no se haya generado el movimiento de agentes, los
soportes necesarios para instrumentar el vínculo requieren de elementos de territorialización para
concretarse. Ambos procesos implican una territorialización en constante movimiento y cambio, que
nada tiene que ver con la localización fija dada por las coordenadas geográficas que generalmente
ocupamos; por ello es preciso diferenciarla de la mera ubicación de agentes o procesos.
Segundo, el vínculo entre lo global y lo local no es algo que se da de manera automática por
el solo hecho de adscribirse a un espacio específico o que sea particular de un modelo de desarrollo
o de otro, o que pertenecezca a un espacio cerrado ubicado exclusivamente en una u otra escala. Si
consideramos un espacio abierto, sin límites, en el cual en un continuo fluir existen elementos que
lo redefinen en una escala diferente y con agentes ubicados en distintos territorios, incidiendo con
su movimiento, local o globalmente, se plantea el proceso en una dimensión multidimensional que
implica posibilidades múltiples de ubicación de agentes y procesos.
Ante estas definiciones es preciso ahora preguntarnos ¿cómo se pueden aplicar estos elementos
para integrar el territorio a la relación Estado-mercado con el objetivo de generar una agenda de
desarrollo territorial más integral, incluyente y distributiva?

Agentes y territorio en la agenda de desarrollo territorial

Al interesarnos en la definición de una agenda de desarrollo para los años por venir, estamos pensan-
do en delinear cómo queremos que se determinen las líneas de acción en el corto y mediano plazos,
con el fin de cambiar la situación y los problemas que presenciamos en el presente. Sin duda, es ima-
ginar otro futuro de manera diferente de como lo hemos hecho hasta ahora y más aún, es terminar
con las diferencias regionales; ante esto, el objetivo deberá ser la búsqueda de un desarrollo más in-
tegral (que considere a todas las partes involucradas en el proceso) e integrante (que las conecte o las
acoja) de los diferentes territorios y agentes, desde un esquema distributivo que permita disminuir
la brecha tan amplia que hay entre territorios, agentes y grupos sociales del país.
Tendríamos que partir de una concepción de nuestro devenir a la que Harvey (2000) ha llamado
utopismos de proceso social, que permite concebir que en esta construcción el territorio es una parte
elemental, si no básica, para el cambio (Ramírez, 2003b: 9). No podemos generar un futuro sin decir
qué, dónde y cómo lo queremos, por lo que asumimos que, desde su definición, en el concepto de
agenda para el futuro, la dimensión territorial está integrada (Ramírez, 2003). Al respecto, parecería
que en los distintos momentos de nuestra historia y evolución, la concepción de futuro que tenemos
en nuestro país es externa y ajena, pues hemos copiado los modelos que los capitalistas impusieron en

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sus países desarrollados, que tendían y tienden a prometer una homogeneización con éstos que, a la
fecha, no se ha cumplido.
Me pregunto si tendremos que partir de pensar qué queremos y a dónde vamos desde nuestras
condiciones y necesidades, de nuestro entorno y latitudes (proceso y dirección), para no adoptar mo-
delos que no pueden ser trasplantados sin un cuestionamiento, como fue el de sustitución de impor-
taciones o el de la globalización actual. El modelo impuesto desde fuera podría ser una modalidad más
que parte de los agentes que conciben su inserción en el mercado, por ejemplo, pero que utilizan los
mercados locales, en los que encuentran también una forma de valorizar sus productos, que de hecho
se localizan en la realidad nacional o, por qué no, podrían si así lo desean y encuentran las condiciones,
canalizar sus esfuerzos para vincularse en el mercado internacional. Partir de aceptar esa diferencia
en los mercados y los agentes sería una forma de generar, en lo macro, una visión alterna de futuro en
donde todos los agentes encontraran direccionalidades y trayectorias que les permitieran contender
con las utopías modernizadoras de otros países (vistas como procesos generales que se nos imponen,
que han probado no ser válidos para todas las naciones), pero no necesariamente pueden integrar a
todos los agentes tan diversos y con formas de producir tan disímiles como en el nuestro.
La propuesta entonces consiste en no partir de una sola visión o de una política homogénea,
sino de una conjunción de visiones que orienten el desarrollo del país en el corto y mediano plazos.
Con este ejercicio tendríamos la posibilidad de incluir en el desarrollo agentes, territorios y procesos
que a la fecha no han podido reconocer su lugar en la transformación y, por lo tanto, se han visto
excluidos de los estímulos que los favorecen. No sólo serán “favorecidos” por estímulos aquellas
actividades, agentes y territorios que puedan ser integrados al mercado internacional, sino también
se les dará reconocimiento dentro del camino por seguir en el futuro. Partimos de la idea de que el
desarrollo tampoco es homogéneo y, por lo tanto, es un objetivo político que reconoce a todos los
agentes involucrados, integrándolos diferencialmente al proceso.
En la integración de este imaginario de desarrollo futuro, el papel del Estado federalmente se
reestructura, ya que de ser garante de las condiciones de mercado y de los desequilibrios sociales
que se generan en la actualidad, adoptará otro que será más importante y le devolverá su función
de guardia de los intereses de la sociedad, que ha perdido cada vez más. La función integradora de
visiones y de territorios, de agentes y de procesos, que se unirán en un proyecto conjunto de formas
para su desarrollo, será una de las funciones primordiales de los planes que por ley el gobierno de-
bería construir.
Esto implica hacer una política diferente, en la cual el territorio y su desarrollo tienen que ser enten-
didos en los distintos niveles en que se reproducen y constituyen, en donde su acción y posición frente
a los otros es fundamental para generar, cambiar o integrar las relaciones que se dan en el contexto ge-
neral de la transformación. ¿Por qué le damos al Estado esta función? Por la autonomía que tiene o que
debería tener como parte de sus atribuciones fundamentales, definida de la manera siguiente:

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Se entiende por autonomía del Estado la capacidad de las autoridades públicas para definir objeti-
vos y fijar metas acorde con ellos, seleccionar y utilizar instrumentos eficaces y eficientes, movilizar
recursos en función de los objetivos y las metas y mantener bajo control las restricciones dentro
de la cuales operan las políticas públicas —incluyendo el comportamiento de otros actores. Esta
autonomía nunca es absoluta [...] implica siempre algún tipo de negociación entre actores (Vilas,
2002: 654).

Para generar esta integración de visiones hay que partir de las diferencias de cada lugar, en donde se
vinculan los agentes, los recursos y la economía, es decir, de los territorios en particular. A partir de
ahí es necesario tener condiciones que permitan materializar y concretar proyectos diferenciales que
se integren a esa visión incluyente y distributiva de los recursos y de los ingresos generados por el
desarrollo. Esta materialización ya no se encuentra en el nivel general, sino en la materialización con-
creta de proyectos a los que Harvey (2000) ha llamado utopías de juego espacial, que materializan las
visiones genéricas de desarrollo y que, tal y como las hemos definido en la actualidad, han quedado
desarticuladas, desintegradas o bien contrapuestas a la utopía de proceso que ha sido considerada
como hegemónica y única.
Pero ¿qué juegos territoriales nos parece que son fundamentales en esta visión? y ¿para qué
interviene el Estado, qué tipo y dónde, para su realización? Independientemente de que se integraran
otras voces que pudieran argumentar sobre otros proyectos territoriales más concretos, nos parece
que desde el punto de vista territorial general, esto implica marcar tres estrategias fundamentales:
primero, la que se refiere a los territorios urbanos y rurales; segundo, la que se refiere a las ciudades;
tercero, la concerniente a las regiones. En cada una de ellas reconocemos un mercado muy diversi-
ficado y un Estado que tiene una o varias funciones fundamentales por desarrollar. Es entonces una
manera de integrar una visión estratégica en la que cada grupo o agente, y hasta el individuo, tienen
que conducir en su territorio particular uno o varios procesos de transformación.
En primer lugar, es necesario que además de ver la industrialización urbana como el eje cen-
tral del desarrollo, se rescate el campo y lo rural no sólo del abandono en que se encuentran, sino
del desprecio con el cual se les ha tratado al verlos como atrasados y subdesarrollados. Es preciso
revalorar a los agentes que en él se encuentran, que han optado por continuar siendo agricultores,
campesinos o artesanos. Hay que reconocer diferencias, pues están presentes agricultores y sectores
rurales parcialmente integrados al mercado, a los cuales deberemos mantener productivos y con el
apoyo necesario para lograrlo, pero también tendremos que planear una política de subsidios para
quienes no lo están o que tienen mercados más locales o regionales.
La función del Estado es importante para integrar las visiones, y también para plantear los meca-
nismos económicos y sociales necesarios que permitan generar estrategias esenciales para el fomento
y continuidad de las actividades del campo. Consideramos que el cuidado de los territorios rurales es
fundamental por tres razones. La primera obedece a cuestiones de soberanía, por la necesidad y la

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capacidad de imponer decisiones de carácter estratégico nacional, por encima de otras que favorecen
actores externos (institucionales como estados o mercados). Evidentemente que por responsabilidad,
es el Estado el que tiene que resguardar esta soberanía y vincularla con la que requieren los recursos
del país como el petróleo, la minería y la electricidad. La segunda se basa en la importancia de la
búsqueda de cierto grado de autosuficiencia como un factor indispensable para alcanzar desarrollo.
No podemos seguir dependiendo siempre de decisiones, de objetivos o del papel que en la división
internacional del trabajo le han dado a nuestra agricultura, que es el de atrasada, en función de privi-
legiar el mercado internacional de los países desarrollados. Mientras el proteccionismo se restringe a
los campos de los países desarrollados por tener alta productividad y precios de mercado menores a los
nuestros, como consecuencia de los subsidios dados a sus productores. Por último, mucho se ha hablado
de que las condiciones de retraso que privan en el campo son la causa fundamental de su abandono, y
por lo tanto de las grandes concentraciones macrocefálicas que se dan en las ciudades y las metró-
polis. Si se lleva a cabo una política de apoyo al campo que permita un desarrollo y una generación
de fuentes de trabajo, las migraciones nacionales e internacionales disminuirían, resolviendo con ello
problemas fundamentales que atañen al crecimiento de las ciudades.
Los juegos territoriales que tendríamos que imaginar implican dar recursos y hasta subsidios
para los que menos tienen, si es necesario, para mantener el campo productivo y a sus agentes
en estos territorios en condiciones mínimas de habitabilidad, en donde la función fundamental de
integración del Estado les dé cabida y apoyo. Pero el más importante, incluso para la industria y la
ciudad, se refiere a los mecanismos que nos permitan mantener la defensa por el derecho al trabajo,
sea rural o urbano, a ser productivo independientemente de que se vincule o no al mercado global,
ya que los otros, por diferentes motivos y sobre todo por el humano, son igual de importantes que
el internacional.
La tercera estrategia atañe a las ciudades y las metrópolis, y tiene varios aspectos. Primero, me
parece limitado volver nuestras miradas solamente a las regiones y ciudades privilegiadas por ser
los centros de producción, empleo y servicios de punta. En la actualidad esta función se les da a las
llamadas ciudades globales, es decir que pueden integrarse al mercado internacional, imaginando
además que todas pueden convertirse en una de ellas. Es más, las autoridades municipales y estatales
propician esta visión, en la cual asumen que sus territorios serán desarrollados en la medida en que
se instala en su territorio una industria global y los servicios con ella vinculados.
Aunada a esta demanda, la desindustrialización que afecta a muchos centros urbanos tradicio-
nales, o a algunas periferias urbanas, y la primacía que han adoptado en la actualidad los servicios,
propician que en el imaginario de algunos académicos y políticos, la función industrial que se le dio a
la ciudad moderna tradicional cambie ahora por una terciaria en la ciudad posindustrial o posmoderna.
Si antes se nos prometió que la industrialización sería el eje del desarrollo, ahora es preciso reconocer
el patrimonio histórico y natural con que cuentan las ciudades para que, a partir de las actividades que
podamos generar localmente, se realicen los servicios que darán empleo y desarrollo a escala local.

[ 133 ]
Escalas territoriales y agentes diferenciales en la integración de políticas de desarrollo

Si antes dependíamos de los dictados del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en
relación con el futuro económico, pasamos ahora a depender de otros dictados como los de la UNESCO y
el ICOMOS, los cuales a partir de la reutilización de antiguas industrias, ahora abandonadas, o bien de la
conservación del patrimonio cultural que representan algunos recursos naturales como la agricultura
tradicional de Xochimilco, por ejemplo, resguardan éstos como parte del patrimonio natural que
dará sustentabilidad ambiental a las ciudades. También se contribuirá a la generación de empleos
turísticos locales para que los urbanistas conozcan la agricultura de las chinampas, reflejo de nuestro
patrimonio histórico y cultural, y ahora generador de empleos y del turismo (Ramírez, 2006b). Al res-
pecto dos comentarios: primero, no abandonemos, sin mediación alguna, actividades o imaginarios
que pensamos eran esenciales para el desarrollo como la industrialización y la producción y giremos
ahora nuestra mirada hacia la actividad que es fundamental a partir de los servicios sin discusión y
por dictados de modelos impuestos desde el extranjero. No restrinjamos nuestra capacidad producti-
va por la de servir, para depender de la generación de valor de otros entornos y países. Vislumbremos
nuestras ciudades como lugares complejos que articulan diversas actividades en una red que integra
diversas posibilidades productivas y de servicios.
Es necesario entonces que los gobiernos estatales y municipales urbanos se den a la tarea de
reconocer las múltiples posibilidades de implementación de actividades y de políticas, a partir de la
compleja red de agentes sociales que en él intervienen, dando prioridad no a los que tienen más o
que se insertan de forma natural en las orientaciones y necesidades del mercado o las modas in-
ternacionales, sino apoyando en forma clara y abierta a quienes necesitan mantenerse en el lugar
y en la producción, con condiciones mínimas de habitabilidad y de empleo. La identificación de los
múltiples agentes y de las posibles estrategias múltiples que puedan tener es parte de la función de
los gobernantes municipales, para integrarse a las estrategias estatales, quienes tendrán un papel
fundamental en la integración de visiones de desarrollo local.
Por último, en la escala regional el problema es diferente al de otros territorios, ya que no hay una
instancia estatal que tenga la responsabilidad directa de su transformación, o al estar conformada por
diversas unidades estatales o municipales, presenta una fragmentación, a veces fuerte, de las instancias
encargadas de su transformación. Así para la estrategia regional identificamos dos dimensiones im-
portantes: por un lado la de reconocer los entornos regionales que deben ser primordiales y apoyados
como las conurbaciones nacionales o las cuencas hidrológicas y sus recursos, importantes sin duda para
lograr la sustentabilidad ambiental del país y de las ciudades; por el otro, aunado a la tarea de integrar
visiones y condensar proyectos, en la escala regional es necesario generar instancias institucionales de
gobierno que eviten la balcanización de las estrategias y puedan, en un ejercicio complejo de concer-
tación y gestión conjunta, integrar las funciones y actividades fundamentales para lograr el desarrollo
de estos territorios caracterizados precisamente por la superposición de agentes estatales y carentes de
una cabeza que direccione el desarrollo de la zona. Sin duda en este caso, y en los ámbitos urbano y
nacional también, la articulación entre instancias de gobierno federal, estatal y municipal, y agregan-

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Blanca Rebeca Ramírez Velázquez

do la local, son de fundamental importancia para conjuntar estrategias, objetivos, metas y acciones
para implementar el desarrollo territorial multiescalar y multidimensional diferenciado del país.
En las tres dimensiones territoriales que se han contemplado, más que dar prioridad a una acti-
vidad o visión sobre la otra, es necesario diferenciar responsabilidades y dar importancia a la gestión
en la actividad gubernamental, tratando con ello de dar prioridad a la administración de los estados
locales (Vilas, 2002: 562), que debe tener un papel relevante en la generación de los juegos espaciales
que materialicen las estrategias de cambio y su articulación con las visiones generales de proceso.
Esto se ha contemplado a partir de diferentes actividades como son la gestión local trabajada por
Borja y Castells (1997), o bien la planeación participativa en la transformación territorial trabajada
por Ziccardi (1995) que se tiene que articular en forma dinámica en la generación de la estrategia.
Es preciso argumentar que a diferencia de lo que sostienen algunos autores, más que un ejer-
cicio de desconcentración de funciones, estamos hablando de un nuevo pacto entre agentes, Estado
y territorio en donde a cada uno, en su posición frente al proceso, se le adscribe una responsabilidad
específica dentro del cambio. Así, más que la simple acción de dar recursos o normar responsabilida-
des, se vislumbra la actividad como un ejercicio de integración de múltiples actividades y funciones
en donde agentes y Estado tienen acciones específicas a desarrollar en el territorio en que se adscri-
ben sus responsabilidades, sus identidades y sus imaginarios sobre su entorno y en su vinculación
con él. Es fundamental entender la descentralización como un pasar la voz a los agentes ubicados
en sus diferentes escalas para que opinen sobre las visiones y las transformaciones para integrarlas en
una utopía de proceso más amplia.
Aunado a lo anterior, es preciso permitir y fomentar el autoaprendizaje de nuevos procesos en
los diferentes lugares: regiones urbanas, rurales, metrópolis y regiones (Ruiz Durán, 2002:321) como
parte de un instrumento fundamental para generar nuevas actitudes y actividades. El cambio de
actitudes de los agentes y el Estado es fundamental para alcanzar esta estrategia y requiere de un
aprendizaje conjunto que es necesario implantar.

Reflexiones finales

Lograr una estrategia de este tipo parte no sólo de un cambio en la concepción del territorio, sino
también en la del Estado y de otros valores individuales y colectivos que es preciso identificar y
promover. Así como partimos de un concepto de espacio-tiempo más adecuado a las condiciones
actuales que trastocan sin duda la de territorio, en la construcción del concepto de desarrollo terri-
torial es importante que nos adentremos en una visión más inclusiva de agentes, en los procesos de
cambio y en la de territorios desde sus visiones y sus concepciones de evolución y transformación. Es
fundamental enfatizar la necesidad de construirlas en nuestro territorio y no importarlas del Fondo
Monetario Internacional o el Banco Mundial, aunque las estrategias pueden incluir estas visiones y
otras más de las que se conjuntan y no sólo la adoptada por el Estado para implementarla.

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Escalas territoriales y agentes diferenciales en la integración de políticas de desarrollo

Es evidente que para quienes fuimos educados en la modernidad, el reconocimiento de las


diferencias es un aprendizaje importante que tenemos que asimilar para poder construir una visión
transformadora de un territorio amplio al que se le ha llamado nación, pero que implica la inclu-
sión de múltiples procesos y agentes en su interior y no está desvinculada de visiones que pueden
compartirse con otros entornos y países. Implica entonces la integración de agentes o territorios
considerados como iguales, a pesar de sus diferencias, y no subordinados o contrapuestos, con el fin de
establecer estrategias diferenciadas que integren no sólo la visión del mercado, sobre todo del interna-
cional, sino también los objetivos de los agentes locales.
Reconocer las diferencias es un elemento que nos puede llevar hacia un camino en el cual todos
tengan un lugar para transformarse, que integre diferentes trayectorias y visiones, y en la que el
Estado aparece no para resolver las desigualdades regionales, sino que a partir de las que ya existen,
mitigue los efectos del capitalismo diferenciador e intervenga para subsanar estos efectos perversos,
generando una distribución equitativa y una integración a partir de diversos mecanismos. Esto no se
opone a la diferencia, sino que la utiliza para generar crecimiento y desarrollo, reconoce la interven-
ción del Estado a partir de formas diversas que lo ubican en lugares jerarquizados y no sólo como un
instrumento para mitigar la pobreza extrema.
Por último, en esta concepción de desarrollo se promueve una integración entendida no como
un instrumento que nos llevará a ser iguales, sino como un proceso de encontrarse en lugares simila-
res, pero con las oportunidades que se requieren para que cada agente tenga un lugar que le permita
reproducirse con dignidad y respeto en un mundo más humanizado.

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