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1

SAN JUAN DE LA CRUZ Y LA BIBLIA

FELIX GARCIA, O. S. A.

LA EXPERIENCIA. - ASIMILACION DE INFLUENCIAS. - LA PALABRA

y EL ESPIRITU DE LAS LETRAS DIVINAS

Estos pueblos castellanos dormidos y soledosos, que aprietan


sus casales contra la tierra maternal, parecen tener concienci~ de
sus altos destinos, o de que sobre ellos pe3a el cansancio y la
fatiga de la historia. Están como ensimismados en su recuerdo;
como si hubieran perdido la noción del tiempo, y dejaran correr
la vida, que pasa como sueño, cansados de su inanidad y de su
ruidoso fluir. Viven, hogarados en su propia memoria, de algún
afán no dicho, que espera su hora de sol, para romper en fecun-
didades.
De estos pueblecitos salieron varones, de renombre aureolado,
con nostalgias de mar y de universo. Y el universo y el mar su-
pieron largamente de sus audacias y decisiones. Y es que cuando
Castilla, la eterna, rompe el caudal de sus meditaciones y silencios,
es para dejar la huella sonora de su paso, como una constelación,
en la milicia y en el pensamiento, en la. poesía y en el amor.
Teresa de Jesús, desde Avila, la almenada, universaliza el vuelo y
enriquece el horizonte invisible del espíritu. A la Santa le tiraba
del alma Castilla. "Mejor me contentan los de esa tierra", escri-
bía desde Sevilla. "Me deseo ya ver en la de Promisión", reitera
en otra parte, aludiendo bíblicamente a la tierra clásica de los
Santos y de los Cantos.
De Fontiveros, pueblecillo abulense, tostado de muchos soles,
recogido en su arisca soledad como un nido de golondrinas, para
guarecerse del viento paramero, hubo de salir el que más alto
SAN JUAN DE LA CRUZ y LA BIBLIA 373

clavó la flecha del anhelo, y abrió caminos, a través de la Selva


temerosa de la noche oscura, cercada de pavores y medrosos silen-
cios, para, remontando cimas y subidas, disponer las grandes
ascensiones del alma a Dios, que por vías del despojo sensible y
de la contemplación amorosa, han de acabar en la unión perfecta,
en la posesión no alterada de Atjuel que el alma "busca con
gemido".
Como toda la fenomenología mística que el Santo nos describe
con pasmosa minuciosidad, con precisión no igualable, pasa y
acontece del alma en el más profundo centro, no sabemos si lla-
marle nauta de alturas o, más propiamente, buceador de fo~dos
inaccesibles. Aunque todo, al cabo, se convierte para San Juan
de la Cruz en vuelo y ascensión, en búsqueda y sondeo. Vuelo
alto y flechado; vuelo sesgado y rápido de paloma, que aposenta
su. nido en cimas donde sólo se oye la respiración de Dios, el
silencio abismado y solemne de Dios, el magnum silentium.
El frailecito de Fontiveros, marinero en tierra, sabía bien de
navegaciones y rumbos estelares. Bien sabía él, hombre de tierras
de pan llevar, cómo maduraba el trigo en las llanadas monmas;
y cómo espesaba "u fronda el árbol contemplativo, que sombrea
el camino polvoriento y sufrido. Sabía él bien, sitibundo como el
ciervo vulnerado, dónde la ¡01tte frida mana, aunque es de noche,
en el recato púdico de una roca o bajo el sombral de una espesura
frondeada, que, por analogía, le· remontaba la consideración a
aquella otra fuente si1t origen, mas de la cual proviene todo origen.
El había visto bien las hermosuras creadas y supo después, reco-
nocido, transfigurarlas. Su mirada prensil no pierde un rastro de
belleza y todo lo convierte, como mágico alquimista, en instru-
mento y ala, en arco que despide el ímpetu del. alma y voz que
le recuerda la voz, que le dejara el pecho de! amor tan lastimado.
"Vuestra Reverencia-le dice un día e! P. Provincial.al verle
con tan gozoso arrobo ponderar la delicia campesina de las plan-
ta.s y de las aguas, de los oteros y los árboles-debe ser hijo de
algún labrador cuando así le gusta el campo." "No soy tanto
-contestó San Juan-, sino hijo de un pobre tejedorcillo." Tenía
razón el suficiente P. Provincial.
El tejedorcillo fontivereño venía del campo y en el campo
había visto sin duda con ojo avaro y duke las criaturas de Dios.
Las había contemplado en su intocada y esquiva virginidad.
Y, aunque ha pasado de vuelo, por sobre las cosas fenecederas,
374 FÉLIX GARCÍA, O. S. A.

todas le han ido dejando un no sé qué que quedan balbuciendo.


Todas llevan . su vestigio de Dios, y le han servido para su obra
de transhttmanación l para enriquecer y sensibilizar su idioma,
adelgazqdo y transido de delicias. La abeja afanosa, bajo los
rayos del sol vulnífico, recoge esencias para sú labranza mística
de mieles y panales. Era un experimentado del campo y de sus
dones.

II

Hombre profundamente castellano, de Castilla recibió San


Juan de la Cruz la sensibilidad. y la hondura. De Castilla se reme-
mora en medio "de la pena que tenía de verse en el A1ndalucía",
en aquel "extraño puerto" de Baeza, donde "nunca más mereció
ver a la Santa Madre Teresa de Jesús ni a los santos de por ellá".
Aunque "Dios 10 hizo. bien-confiesa con rendimiento-pues en
fin es lima el desamparo y pára gran luz el padecer tinieblas".
Y, aunque el Santo se vaya desasiendo de cuanto es sensible
y tiene sabor de tierra, no olvidará nunca lo visto y contemplado
al paso; el paisaje y la besana, la fuente y el sendero, el árbol
y la estrella-que le servirá de soporte humano, de material sen-
sible para corporeizar sus altas especulaciones, y de punto de
referencia para sus símbolos y alegorías.
El contemplativo y psicólogo recurren constantemente en San
Juan de la Cruz al observador sutil, al caminante experimentado,
para fijar rumbos y poner al misterio ilustraciones. El fuego de
la expresión-se ha escrito certeramente-, la noble elevación de
las imágenes, la ternura inexplicable de los sentimientos, se unen
en su obra para formar un cuadro lírico-místico de una belleza
de colorido y de una musicalidad inauditas. El .rumor del viento,
el susurro de los hojas, el murmullo de las fuentes y el aroma
de las flores; los pájaros alados, los leones, el ciervo y la esbelta
gacela; las montañas, los valles y colinas; las aguas, el calor,. el
aire, el horror de los abismos que vigilan en la noche; la espe-
ranza, el deseo, la espera temblorosa; cantos de. fiesta de jubilosa
plenitud; la llama que no se duele de verse consumida; la vida de
la naturaleza y los sentimientos del corazón humano; todo cruza
como bajo un mágico conjuro a través de aquel místico arroba-
miento, infinitamente casto, a pesar de la aparentemente profana
belleza de las imágenes. Con razón ha dicho Campmany que en
SAN JUAN'DE LA CRUZ y LA BIBLIA
375

el Cántico EspirituaJ, por ejemplo, hay tantos misterios como


palabras .
. En la obra del Santo, tal adelgazada y sutil,' tan trascendida
y deshumanizada, hay no obstante un fondo realista y experimen-
tal; un: olor a campo Heno, a salutífera emanación de la natura-
leza, que deleita y enamora. Cuanto le ha entrado por la vía del
sentido le sirve para la metáfora y semejanza. No elude la vida
como un teórico esquivo: que, aunque va de vuelo, ha sabido
recoger con mano casta el polen divino de las cosas;" La riqueza
trópica de sus versos, puros como un diamante herido por el
viento iluminado, y ardientes como un ascua, transcienden a ma-
dura fragancia de cosechas y viñedales. No pierde jamás el Santo
su contacto beneficioso con la tierra, cualquiera que sea el sesgo
y alteza de su vuelo. Aun cuando se regoIfa en los abismos de la
contemplación, desasido de todo 10 sensorial, lanzado hacia Dios
por el ímpetu del amor unitivo, por la llama de amor viva, que
tiernamente hiere, hasta parar en el arrobo beatíficamente, para
dar a entender el resultado de su dichosa ventura, después de
atr'avesar el muro de sombra, para "romper" la tela de este dulce
encuentro con el Amado, tiene que recurrir a las expresiones y
figuras .que recuerdan 10 visto y 10 vivido, aunque, por otra parte,
e.,tén rebosando de misteriosas alusiones, de místicás alegorías, las
más bellas y radiantes que cabe imaginar, y áunque sus palabras,
como rebaño de gacelas pudibundas, tengan la virginidad temblo-
rosa de lo inefable.
El solitario ele Duruelo, hecho a la contemplación, a través de
sus largas jornadas de retraídasoledad-~oledad concurrida y
sonora~traspasó a su obra--que es el esfueJ;zo más logrado en
lo humano hacia la unión amorosa con Dios-cuantos elementos
recogiera a su paso por la tierra; cuando seguía al Esposo con
"cautiverio suave", con alas de palomas por sobre vigiladas ciu-
dadelas y cedros empinados.
De ahí la seguridad y solidez inconmovible de su obra, a' la
vez tan humana y divina. De ahí que no se pierda en ensoñaciones
vagas, en quietIsmos búdicos, en pasividades molinosistas. Toda
su obra, en cambio, hierve de dinamismo interno. Es una pura
efervescencia, no obstante su c\lnseguida serenidad. Es un prodi-
gio de revelación mística, de análisis psicológico a lo divino y de
belleza expresiva. La Teología y la Mística, la poesía y el dis-
curso, la naturaleza y la gracia, la experiencia y la especulación se
376 FÉLIX: GAJt:cfA, O. -S; A.

conjugan maravillosamente en su obra con deleitable equilibrio.


No hay desentono ni una falla en ese mundo de prodigios y explo-
raci:ones, en que otros han encallado, dando en las sirtes de la
quimera y del sensualismo pseudomístico.·
En San Juan de la Cruz es todo radiante, a pesar de lo difícil
que resulta para el profano seguirle en sus arriesgadas y altísimas
contemplaciones; cuandó es el medidor de cielos y abismos.
Su prosa ingrávida, a pesar de lo abstruso de las cuestiones
en ella dilucidadas, es una maravilla de claridad y de plasticidad,
de galanura y de colorido. Sus versos arden en pura combustión.
Parecen escritos fuera del tiempo. Son versos de siempre. Como
la letra del Evangelio, no pierden fragancia ni se anticúan. Viven
y perduran en una atmósfera que les preserva de la ruina y de
la vetustez .. El espíritu les señorea, y el aire del Señor les presta
oreo. Tienen un ritmo y una concordancia que vienen de lo alto.
y una orquestada gracia que cautiva. Las metáforas y los epítetos,
recién creados, conservan intacto su aroma de virginal pureza.
Arden con llama interna que rumorea en las palabras musicales,
tan apasionadas y tan serenas.
Las cosas por el Santo proferidas, lo están de un modo defi-
nitivo. El halló la fórmula y el troquel. Y la expresión ritual y
consagrada para cuando se vuelva a hablar de "unión mística", de
"deliquio amoroso", de "la llama que tiernamente hiere", del
"suave cautiverio", del "desmayo dichoso". Jamás en idioma algu-
no se ha expresado humanamente como en el idioma de San Juan
de la Cruz el fenómeno místico de la unión con Dios, de la
búsqueda del Amado y de las misteriosas operaciones .que tras-
cienden todo sentido.
Por eso cuantos se hagan a. la vela por estos mares de Dios,
descubiertos y signados por el contemplativo y el expérimentado
de Fontiveros, caminarán "al aire de su vuelo"

I Cuán manso y amoroso


recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
I cuán regaladamente me enamoras t

¡ Oh Fray Juan de la Cruz !...


SAN JUAN DE LA CRUZ y LA BIBLIA 377

IU

He querido insistir en este carácter realista y experimenta-l del


gran contemplativo para desvanecer la creencia un poco mítica
de los que juzgan que San Juan de la Cruz es un espíritu puro;
que es como un ave milagrosa que se nos va de las manos, que no
es de este mundo o que escribió sólo para espíritus angélicos. Gran
equivocación la de los que así le desenfocan.
San Juan de la Cruz es el gran intérprete de los fenómenos
de la vida espiritual, que todo viandante, en su marcha ascendente
hacia Dios, ha de experimentar en mayor o menor grado. No es
un fantaseador a 10 divino, ni un extático huído de la vida, en
quien las impresiones, las sensaciones, se han desvanecido como
la estela del barco en el mar.
San Juan de la Cruz, además de un .intuitivo prodigioso, por
arte de contemplación, es un observador tenaz, un maravilloso
aprehensor. Las cosas, cándida y constantemente contempladas, le
destilan la esencia de su secreto lírico, y él sabe convertir la SI cosas
en verso y sentencia, en camino y en ala, es decir en resonadores
de Dios. Es un transformador de 10 humano, de la sencillez de los
seres, en motivaciones de Dios. El va a las cosas, en contemplación
directa y entrañable, sin intervenciones de acarreo, no para hacer
asiento en las cosas sino para transcender. Después acudirá a lo
vivido y contemplado, hecho ya experiencia vital y sustancia pro-
pia, como apoyo y refuerzo en sus peregrinaciones interiores.
No cabe negar la serie de influencias y aportaciones que San
Juan ha recibido desde Medina del Campo y Duruelo, pasando
por la Salamanca universitaria, en sus años de'aprendizaje y pilo-
teo, de afanado espigar y de tentativas por remontar el espíritu de
oración, hasta el Toledo de su Noche oscura y Baeza la de la
Llama de amor viva, o el desierto de Peñuela y Segovia, donde ya
en plenitud de razón se nos va de vuelo.
Un análisis minucioso y erudito podría fijar una serie larga de
precisiones, de identificaciones, de semejanzas y sinonimías. Mu-
cho impOrta saber de la fuente, es cierto; pero más importa saber
de los huertos y praderíos que sus aguas fertilizaron. En San Juan
de la Cruz 10 que urge anotar, para valuarle debidamente, es su
fuerte y vigorosa personalidad; es su extraordinaria capacidad de
asimilación y de reducción; su entrañable sentido de las cosas y
de la vida. El> ver cómo la experiencia y la influencia en él! se
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conjugan para dar por resultado aquella fresca y opulenta espon-


taneidad, aquel desembarazo conque él lo personaliza todo, y todo
10 hace servir para alimentar s.u llama de amor viva, sus lám-
paras de fuego. El ha vivido del mundo y del saber del mundo;
ha transitado por sus caminos y ha bebido de sus manantiales,
aunque luego trascienda y nos semeje que está fuera del mundo y
del tiempo. Es un caso de humanidad prodigiosamente dotada,
que todo lo hace servir para su ofici.o y artesanía de lo divino.
Es el caso inverso de Lope. Lope es un torbellino. de pasión; es
el colector asiduo, la antena vibrátil de todos los ruidos y tumultos,
de todas las exacerbaciones de la pasión. El mundo pasó por fl
dejándole' la huella profunda de sus heridas mortíferas. El mundo
le vence y encadena; y él se convierte en el apasionado intérprete.
en el dolorido experimentado del mundo y de la pasión. San Juan
de la Cruz, en cambio, es el resonador de Dios y del alma; es el
lírico desangrado, el agustiniano rapsoda de Dios y del espíritu,
a través del mundo y de las cosas, que "todas más le llagan y dé-
janle muriendo ... " Pasa por el mundo y los libros, no huidizo, en
esquivez huraña, sino viendo en los "semblantes plateados de sus
fuentes, los ojos deseados que lleva en sus entrañas retratados".
De la misma cosecha que él saca flor de harina nueva para sus
contemplaciones; del mismo manantial en que él refriega los cier-
vos veloces de su anhelo; de los mismos viñedos de donde el Santo
vinifica el mosto sazonado de su saber de Dios, saca Lope su
dolida experiencia de la infinita tristeza del pecado, el acre sabor
de sus lágrimas arrepentidas.

IV

San Juan de la Cruz recibió innegables influencias. N o apa-


rece en la historia como un asteroide excéntrico. Toda la vida,
al cabo, es una influencia permanente. Pem el valor de la vida
está en la asimilación. de estas influencias. Y en San Juan de la
Cruz la influencia de los humanos saberes, clásicos y profanos,
patrísticos y escriturarios, está asimilada, subsumida, manumitida
en calidad de prestación a lo divino. N o hay nada en él de rogodeo
literario del arte por Cll arte, ni de alarde erudito, ni de apego
servil a la cienda que infla. Eso, con ser él un delicadísimo poeta
un sensitivo del idioma. El conoce bien dónde radica la hermosura:
conoce y pesa el valor de cada término, que ha de ser vehículo
SAN JUAN DE LA CRui y LA BIBLIA 379

de altas intelecciones y sabores' de espíritu; tiene el alma abierta


generosamente a la armonía. Pero el Santo ha hecho de todo ser-
vidumbre beneficiada y vía luminosa de 10 divino. Dios y el alma,
como en San Agustín, son los que polarizan aquella vida imantada.
y los caminos de Dios y del alma se embellecen, al paso, de her-
mo"uras y resplandores de Dios.
Baruzi a fuerza de ver influencias no supo ver al Santo. Las
influencias, cualesquiera que sean, no exp1ican al Santo. Es el
Santo el que da valor a unas experiencias e influencias más o me-
nos genéricas.
Podemos hablar de inlluencias, ciertamente. Todos somos tribu-
tarios de las cosas y de los humanos saberes. Y en mayor grado
de las mociones de 10 alto. Pero ¿ qué importa 10 recibido por te-
rrenales conductos, si, al cabo, todo, cuando se recibe en un ser
inte1igente, se adapta a la complexión del recipiente, según el afo-
rismo escolástico, y se convierte en sustancia de originalidad, en
brote de beTIeza, en piedra de labrada edificación, en voz de sonido
y lengua no aprendida? ¿ Qué importa que se nos diga, por ejem-
plo, que la idea de la "Vida es Sueño" es oriunda de no sé qué
remotas latitudes, si, en definitiva, quien se apoderó de esa idea,
de patrimonio común, para darle forma, para configurarle en
fórmula definitiva, fué D. Pedro Calderón de .la Barca, por privi-
legio de asimilación y de originalidad? ¿ Y qué importa de dónde
le viene al santo fontivereño -a¡mque por vía de aná1isis nos
guste rastrear caminos y señalar procedencias, no para restar valo-
res sino para deleitarnos en el proceso genético de una obra- qué
importa -digo- la materia, la arcilla terrenal, si 10 que nos inte-
resan son las manos, ágiles de forma, del alfarero y del orífice; el
espíritu que infunde vida y trae acrecentamiento a la obra, y al
aire - i el aire en San Juan!- que le viene de las cimas S10leadas
de Dios, y el temblor de la gracia que adelgaza la carne aomo si
fuera espíritu, y hace que las cosas cobren ritmo y consonancia y
se transhumanen en gozo y en cántico; y todo, por obra del poeta
en gracia, rezume de espíritu y de humanidad y arrastre al lector,
llevado por la marea invasora de su pensamiento y de su unción?

v
El P. Crisógono -el conocedor más asíduo y cabal de San
Juan de la Cruz- ha puntualizado con perspicacia y aplomo cien-
FÉLIX GARCÍA, O. S. A.

tífico orígenes de ideas, derivaciones doctrinales, coincidencias de


léxico y metáforas entre San Juan de la Cruz y otros maestros de
la vida e~piritua1. Ello, no obstante,no invalida ni un ápice el
valor de originalidad, el encanto nativo, el no sé qué inefable que,
como un óleo derramado unge las obras del gran Maestro de la
vida interior. Se puede, si es preciso, ir remontando la ascenden-
cia de muchas frases; decir de dónde ha extraído el bloque mine-
ral; de dónde vienen insinuaciones, paralelismos y semejanzas';
pero el crisol y el fuego, la gracia y la moción, el flúido misterio-
so y el arte insuperado y no aprendido -a través del estudio, del
ambiente y de las influencias multígenas- y, sobre todo, el aire
estremecido, el aire iluminado, es suyo, de San Juan de la Cruz,
auténticamente suyo. Suya la cuerda, y el ritmo también suyo.
Suyo el camino y suya la cima donde las aves de la contemplación
anidan. Y aquel modo de no saber sabiendo, toda ciencia trascen;..
diendoes también inigualadamente suyo. j Y el vuelo, el vuelo
noble y sesgado de San Juan ... !

Tras de un amoroso lance,


y no deesperanZB falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance,
Para que yo alcance diese
,a aqueste lance divino
tanto volar me convino
que de vista me perdiese;
y, con todo, en este trance,
en el vuelo quedé falto;
mas el amor fué tan alto
que le di a la caza alcance.

y es que el Santo -y ese es su privilegio- no es sólo un


teórico de Dios, un dilucidador sistemático de sus atributos y des-
censos al alma de Dios tocada, sino que es el gran experimentado,
en quien el saber y la vida se hicieron concordes. Es el navegante
que conoció bien todas las ensenadas, rutas y singladuras del espí-
ritu y nos descubre, como un cartógrafo a lo divino ,lo que acon-
tece -porque él 10 ha pasado- en esas' navegaciones del aama,
que busca a Dios con inmortal jadeo.

VI

Ahora bien; si de alguna influencia decisiva cabe hablar en la


obra de San Juan de la Cruz, que le preste su tónica constante y
SAN JUAN DE LA CRUZ y LA BIBLIA

su renovada frecuencia, como un reiterado frondecer vernal, es la


de la Sagrada Escritura. Toda la obra de San Juan de la Cruz
rezuma de espíritu, de entonación y de sabor bíblico. La palabra
de Dios que, parodiando al poeta, diríamos "que es flor que siem
pre nac~y cuanto más s'e goza más renace", es la que señorea y
presta aliento a su prosa encendida y bien poblada. Todo cuanto
San Juan de la Cruz es continente y cauto en la aducción de pro-
fanos testimonios e, incluso de autoridades tradicionales, es pró-
digo en traer con magistral dominio textos de los Libros divinos.
El ha versado cón mano diurna y en nocturnos pervigilios las
Sagradas Escrituras. Es la fuente clara, que eternamente mana, de
su meditación y de su consolación. Con la frecuentación y paladeo
de los versículos inspirados se.la ilumina el alma y se le ensancha
el vuelo. Y en la Escritura Santa ha aprendidD el art.e sin artificio
de prosificar, de cargar las palabras de potencia expresiva, de ani-
mar el verso con interna cadencia, que estremece las palabras
virginales con el temblor casto de las cosas contempladas.
De la Biblia le viene aquella vecindad y convivencia con lo
divino. La mayor parte de sus afirmaciones y avances a través de
la Noche 'obscura; sus osadías de enamorado -si cabe la expre-
sión- en esa ascua de la Llama de Amor viva, su gozoso deliquio
del Cántico Espiritual, cuando exclama con palabras de flexiones
y acentos nunca oídos:

¿ Por qué, pues has llagado


aqueste corazón, no le sanaste?
y pues me lo has robado,
¿ por qué así le dejaste
y no tomas el robo que robaste?
Apaga mis enojos
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos
y solo para ti quiero tenellos.
Descubre tu presencia
y máteme tu vista y hermosura,
mira que la dolencia
de amor ya no se cura
sino con la presencia y la figura.
j Oh cristalina fuente,
si en estos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados,
que llevo en mis en.trañas dibujados r
- j Apártalos, Amado,
que voy de vuelo r...
FÉLIX GARCÍA, O. S. A.

Toda esta poesía, que, como se ha podido decir con propiedad,


es semejante al rayo luminoso, que cruza flechero entre tenebro-
sidades, las penetra y desaparece, dejando tras sí redimidas a las
tinieblas. y a la oscuridad iluminada, tiene una entonación y un
parentesco bíblico que el menos versado en las Sagradas Letras
ha de descubrir sin esfuerzo. El Santo, que habla de "su poco
saber y bajo estilo", hace apelaciones constantes a la Sagrada
Escritura, y como antorcha encendida le preceden sus versículos
rebosantes de vivacidad y de sentido en sus arriesgadas explora-
ciones por las aguas interiores del alma. El nos. explica la confor-
mación del lenguaje místico y su procedencia: "No pienso yo aho-
ra declarar -dice- toda la anchura y copia que el espíritu fecun-
do del amor en ellas (en las canciones del Cántico) lleva; antes
sería ignorancia pensar que los dichos de amor en inteligencia mís-
tica, cuales son las de las presentes Canciones, con aaguna manera
de palabras se pueden bien explicar; porque el Espíritu Santo,
que ayuda a nuestra flaqueza (como dice San Pablo) morando en
nosotros, pide por nosotros con gemidos inefables 10 que nosotros
no podemos bien entender ni comprender para 10 manifestar.
Porque ¿ quién podrá escribir lo que a las alt~as amorosas donde
El mora hace entender? .. Cierto nadia lo puede; cierto ni ellas
mismas, por quien pasa lo pueden; porque esta es la causa por
qué con figuras, comparaciones y semejanzas, antes rebosan algo
de lo que sienten, y de la abundancia del espíritu vierten secretos,.
y misterios, que con razones lo declaran. Las cuales semejanzas,'
no leídas con la sencillez del espíritu de amor e inteligencia que
ellas llevan, antes parecen dislates que dichos puestos en razón,
según es de ver' en los divinos Cantares de Salomón y en otros
Libros de la Escritura divina, donde, no pudiendo el Espíritu
Santo dar a entender la abundancia de su sentido por términos
vulgares y usados, habla de misterios en extrañas figuras y seme-
janzas; de donde se sigue que los Santos Doctores ,aunque mucho
dicen y más digan, nunca pueden acabar de declararlo por pala-
bras, así como tampoco por palabras se pudo decir; y así 10 que
de ello se declara, ordinariamente es 10 menos que contiene en sí."
y prosigue con esta preciosa declaración al final del Prólogo de'!
Cántico: "No pienso afirmar cosa de mío, fiándome de experiencia
que por mí haya pasado, ni de 10 que en otras personas espiritua-
les haya conocido o de ellas oído (aunque de 10 uno y de 10 otro
(

SAN JUAN DE LA CRUZ y LA BIBLIA

me pienso aprovechar) sin que con autoridades de la Escritura


Divina vaya confirmado y declarado."
He ahí revelado el secreto de la perennidad inmarchitade su
doctrina y de la no envejecida gracia de su lenguaje místico. Y no
es que se admita, como observa muy bien el P. Crisógono, la
creencia harto común de que el autor de la Subida no leía más
que la Biblia, ya que es una de tantas apreciaciones falsas como
han corrido sobre la historia y la personalidad del gran Maestro.
San Juan era varón de varia y sólida lectura. Pero, como es lógico,
prevalece la gran lección de la Biblia, que según el testimonio de
un coetáneo "sabía casi toda de memoria",'
Así se explica la profusión y propiedad de sus citaciones; la
seguridad y desembarazo con que las comenta y amplifica; la
prontitud con que el texto requerido acude a su llamada; la exé-
gesis aguda y conveniente, sin adaptaciones violentas ni; retorcidas
incongruencias. San Agustín es el Maestro s:eguro de interpreta-
ción, ya. sea simbólica, literal o mística. Los textos más ariscos y
menos frecuentados de los Libros Santos, son, en manos de San
Juan de la Cruz, venero de alusiones y de riqueza conceptual y
alegórica. A veces, los textos parecen, bajo la magia de su pluma
de ave celeste, amplias paráfrasis, espléndidas amplificaciones es-
criturarias; gozosos discreteo s místicos en los que el razonamien-
to s-e hace vuelo y la palabra, canción; y, C\l1 fin, poesía y oración
se convierten y se hacen música y consonancia, que estremecen el
ánima y los sentidos, y delicadamente cautivan y enamoran.
Eso es lo que constituye lo inefable en San Juan de la Cruz;
10 que le viene de otra inspiración más alta. Es el pájaro solitario
en el tejado, que se halla alzado y esquivo sobre todas las cosaSi,
en lo más empinado de la contemplación; que siempre tiene vuelto
el pico hacia donde viene el aire, "el silbo de los aires nemerosos"
el sibilum aur(E tenuis de la Escritura, tan delicios.amentle vuelto
en lengua vernácula; así el espíritu vuelto el pico del afecto -co-
menta- hacia donde viene el espíritu de amor que es Dios. Es el
pájaro solitario "que ordinariamente está solo y no consiente otra
ave alguna junto a sí, sino que, en posándose alguna junto, luego
se va; y así el espíritu en esta contemplación, en soledad de todas
las cosas, desnudo de todas ellas, ni consiente en si otra cosa que
soledad en Dios. El pájaro solitario canta muy suavemente, y lo
mismo hace a Dios el espíritu a este tiempo; porque las alabanzas
que hace a Dios son de suavísimo amor, para sí, y preciolSísimas
.'j
FÉLUl GARCÍA, O. S. A.

para Dios. y¡ por fin, el pájaro solitario no es de algún determi-


nado color; y 'as~ es el espíritu perfecto, que no sólo en este exceso
no tiene algún color de afecto sensuwl y amor propio, mas ni aún
particular consideración, en lo superior ni inferior, ni podrá decir
de ello modo ni manera, porque es abismo de noticia de Dios la
que posee".
Podríanse multiplicar indefinidamente los ejemplos de esa
riqueza interpretativa, de ese saber ver y potenciar un texto escri-
turario, recogiendo todos sus matices, adivinando nuevos sentidos
y convirtiéndole inagotablemente en materia blanda, en cera amo-
rosa de consideración y de contemplación, que posee San Juan de
la Cruz, como quizá muy pocos han poseído. El poeta y el intui-
tivo, el exégeta y el glosador colaboran en concordancia para
extraer delicadamente del panal del texto todas las mieles aroma-
das de sentido y de inspiración, sin que pierdan su metal y su
esencia instranferible. El místico y el poeta, que actúan insepara-
blemente en San Juan, hallaron en la .Escritura Santa la vena del-
gada del susurro de Dios. De esa banda le viene el saber y el
volar ;su deliciosa originalidad. I Aprendedlo, hombres distraídos
y perseverantes, .dados al afán de los humanos: saberes, con detri-
mento y posposición de la palabra eterna, que jamás envejece!
En la Escritura radican la fuente y el argumento; la letra y :el
espíritu allí se aprenden; y allí la inspiración y la ciencia no apren-
dida se descubren. En ese manantial bebió san Juan largamente.
Esa es: la clave de su secreto. De sus aguas, que brotan con hartu-
ra, saboreó .la delicia. Ahí aprendió a melificar su prosa y la cien-
cia metafórica de su saber de espíritu. De su manejo y frecuen-
tación le quedó el regusto y la fragancia. ¡ Y el ai~e púdico, el aire
de la almena !... Y el toque delicado, que el Santo describe con
tembloroso balbuceo bíblico. "¡ Oh, pues, mucho y en gran manera
delicado toque del Verbo, para mí tanto más delicado cuanto
habiendo trastornado los montes y quebrantado las piedras del
monte Oreb con la sombra de tu poder y fuerza, que iba delante
de ti, te diste más suave y fuertemente de sentir al Profeta en el
silbo del aire delicado! I Oh aire delgado, como eres aire delgado
y delicado, di: ¿ cómo tocas delgada y delicadamente, Verbo Hijo
die Dios, siendo tan terrible y poderoso? i Oh dichosa, y muy
dichosa el alma a quien tocases delgada y delicadamente, siendo
tan terrible y poderoso; IOh, pues, toque delicado, que tanto más
copiosa y abundantemente te infundes en mi alma, cuanto tlIenes
SAN JUAN DE LA CRUZ y LA BIBLIA

de más sutileza y mi alma de más pureza ... Oh, finalmente, toque


inefablemente delicado del Verbo, pues no. se hace eri el alma me-
nos que con tu simplicísima substancia y con tu íntimo ser, el
cual como es infinito, infinitamente es delicado".
Los textos manejados por el Santo despiden luz y calor; se
colorean de belleza y se vivifican; él levanta el velo y extrae el
oro entreverado. Es un generador de luz. De la Sagrada Escri-
tura, fundamentalmente, ha aprendido el arte de las metáforas,
de las alegorías, de las semejanzas. Y la valentía de la frase y de
la expresión. Y toda la interna contextura de su sistema místico.
La Subida y La N och¡e oscura, lo mismo que La Llama de
amor viva y el Cántico, están jalonados, fortificados con muros
ágiles de ~extos escriturarios, piedras labradas de esa gran fábrica
de la vida interior y mística que el Santo levanta como un sabio
. artífice de la J erusaléri celeste, con manos ágiles y afanadas.
i y cuánta hermosura en la recóndita mirada del Rey, en las inte-
riores bodegas, donde acontecen los amores más aromados y delei-
tosoS que el adobado mosto, entre el alma y Dios, según la decla-
ración del Cantar enigmático e inefable!
Con los textos traducidos que San Juan aduce, agregados los
de Fray Luis de León, los de Fr. Luis de Granada, Malón de
Chaide, Fr. Juan de los Angeles, etc., se podría intentar en sU
mayor parte la reconstrucción de una versión clásica de la Biblia,
a base de esa traducción sabrosa de los grandes maestros del
habla y del espíritu.
Pero donde la influencia de la Sagrada Escritura es definitiva
y logra su culminación de expresividad, de belleza y de encanto
simbólico, es en el Cántico Espiritual. Es quizá su obra más ,-ono-
cida, de más sugestiva gracia. Todo en él es frescor de amanecida,
gozo pastoral de égogla, epitalámica :efusión de enamorados, exul-
tante leticia de embriaguez divina; Dios y el alma, en juego de
amor, hablando un lenguaje ardiente como un ascua y de una
delicada unción, que pone en el alma el casto temblor de 10 inefa-
ble, como si una estrella nos iluminara el alma con la pureza de
su luz. Jamás el Cantar de los Cantares tuvo un intérprete más
cabal. Es que el contemplativo de Duruelo tenía el sabor y la
experiencia de lo que acontecía del alma en el más profundo
centro, cuando Dios entra en ella con plenitud de posesión. Es
que el Santo había revivido en su ,proceso místico, a través de la
N a che Oscura, y del áspera ascensión al M ante, todas las dramá-
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FÉLIX GARCÍA,. O. S. A.

ticas peripecias del Amor que se describen en el inmortal coloquio


entre el Esposó y el alma enamorada. El, como un alcotán celeste,
sin otra luz ni guía, sino la que en el .corazón ardía, se lanzó, a
través de la noche oscura, a la caza noble del espíritu. Y con
dichosa ventura pudo exclamar

IOh noche, que guiaste)


loh noche amable más que el alborada!
1oh noche que juntaste,
Amado con Amada,
Amada en el Amado transformada!

El Cantar está casi en su integridad traducido en el Cántico de


San Juan, como 10 está en Fr. Luis. En Fray Luis es traducción
literal, maravillosa, de textual pulcritud. En cambio en San Juan
las palabras del Cantar no suenan a traducción; parece como si
sus estrofas y sus metáforas hubi'esen brotado originariamente,
virginalmente, por primera vez, del alma enamorada de San Juan.
Sólo él, en 10 humano, podía hablar así, haciendo vehículo expre-
sivo de su intimidad vital, de su experiencia sabia de 10 que le
acontece al alma cuando con Dios se avecina, este lenguaje inmar-
chito, musical, con palabras encendidas de luz y de pureza, que
perennemente se renuevan y que están dichas, como aforismos
divinos, para siempre que se hable de las transformaciones y
embriagueces que ~1 amor opera en el alma que del amor está
poseída, transportada.
Sería una delicia ir puntualizando cómo el Santo vuelve a
nuestro idioma, sin perder ni valencias ni aromas, el sagrado texto
del Cántar y 10 parafrasea en perifrásticás dilataciones, y cómo
muchas veces coincide en la palabra ritual con Fr. Luis de León.
El inefable quía amore langueo, que Fr. Luis traduce delicio-
samente: "Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, que si hallásedes
a mi querido, me 10 hagáis, que soy enferma de amor" lo recoge
San Juan en la estrofa divina,

Pastores los que fuéredes


allá por las majadas al otero,
si por ventura viéredes
a aquél que yo más quiero
decidle que adolezco, peno y muero.

Fr. Luis vierte el texto V ulnerasti cor meum, soror mea sponsa,
in uno oculorum tuorurm et in uno crine colli tui en la conocida
prosa: "Robaste mi corazón, hermana mía. Esposa, robaste mi
SAN JUAN DE LA CRUZ y LA BIBLIA

corazón con uno de los tus ojos, con una hebra de tus cabello~
aromados", que está insinuado en la admirable estrofa de San
Juan

¿ por qué, pues has llag¡ado


aqueste corazón, no lo sanaste?
Y, pues que lo has robado,
¿ por qué así lo dejaste
y no tomas el robo que robaste?

que completa y persigue en la siguiente lira, en la que coinciden


otras alusiones:

De flores y esmeraldas
en las frescas mañanas escogidas
haremos las guirnaldas
en tu amor florecidas
y en un cabello mío entretejidas.

El magnífico arranque

¡,Detente, cierzo muerto!


i Ven Austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto
y corran tus olores
y pacerá el amado entre las flores,

es, maravillosamente sorprendido, el impetuoso versículo, Surge,


A quilo, et veni, Auster perita hortum meum et Iluam aromata
illius, que Fr. Luis traduce: "¡ Sus, vuela, cierzo, y ven tú, ábrego,
y orea el mi huerto y espárzanse sus olores".
¿ y estas estrofas incomparables, que tiene acentos no apren-
didos, y que dejan temblando en el alma un mundo de sugestiones
y de sentidos,

¡ Ay I ¿ quién podrá sanarme?


Acaba de entregarte ya de yero
no quieras enviarme
de hoy ya más mensajero
que no saben decirme lo que quiero.

Y todos cuantos vagan


de ti me van mil gracias refiriendo
y todos más me llagan
y déjanme muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo

no traen a la memoria frases y conceptos del Cantar, revividos


y hermoseados por San Juan de la Cruz? El divino Cántico levan-
tó en el alma del poeta y del contemplativo su vuelo fresco de
FÉLIX GARCÍA, O. S. A.

alondras que cantan gozosamente su dicha entre el cielo y la


tierra, reconciliados y absortos al par de los levantes de la aurora.
Pero es forzoso quebrar la ddeitosa tarea.
Para cerrar estas notas rápidas, ved cómo gallardea la prosa
del Santo, comentando la estrofa

IOh bosques y espesuras,


plantadas por las manos del Amado!'
i Oh prado de verduras
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha paoado,

y ved qué riqueza de alusiones, qué exégesis tan viva, qué meta-
forizar tan acabado y exuberante:
"El huerto-dice-es el alma; los rosales son sus potencias;
las flores son las virtudes ... Las virtudes podemos decir que están
en esta vida como flores en cogollo, cerradas en su huerto; las
cuales, . algunas veces es cosa admirable ver abrirse todas y dar
d:t' sí admirable olor y fragancia en mucha variedad; porque acae-
cerá que vea el alma en sí las flores de las montañas, y en éstas
etüretejidos los lirios de los valles nemorosos, y luego allí entre
puertas las rosas olorosas de las ínsulas extrañas; y también
embestirla el olor de las azucenas que hinche toda el alma. Y en-
tretejido allí y enlazado el delicado olor del jazmín y, ni más ni
menos, todas las otras virtudes, el conocimiento sosegado y callada
música. y soledad sonora y la sabrosa y amorosa cena; y es de
tal manera el gozar y el sentir estas flores juntas algunas veces
el alma, que puede con harta verdad decir: m,¡,estro lecho florido ...
i Dichosa el alma que en esta vida mereciese gustar alg:una vez
el olor de estas flores divinas!"
i Y dichoso quien acertó hablar de Dios y del alma en ese
lenguaje dichoso, rebosante de delicias!
i Oh Fray Juan de la Cruz!

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