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Los dominios del mantillo
L a delgada capa de mantillo que forma una cubierta de retazos extendida
sobre los continentes, dirige nuestra existencia propia y la de cada uno de los demás animales de la tierra. Sin mantillo, la vegetación, tal como la conocemos, no podría crecer, y sin vegetación ningún animal sobreviviría. Pero, aunque nuestra vida, basada en la agricultura, depende del mantillo, es igualmente cierto que el mantillo depende de la vida y que sus verdaderos orígenes y el mantenimiento de su verdadera naturaleza están íntimamente relacionados con las plantas y los animales vivos. Porque el mantillo es en parte una creación de la vida, nacido de una maravillosa interacción de la existencia y la no existencia hace muchas edades. Sus creadores materiales fueron amalgamados cuando los volcanes los derramaron en temibles arroyos, mientras las aguas, corriendo sobre las desnudas rocas de los continentes, arrastraban lejos hasta los más duros granitos y como cincel de hielo y granizo tallaban y dividían las rocas. Entonces las criaturas vivientes empezaron a hacer su labor, creadora y mágica, y poco a poco aquellos materiales inertes se convirtieron en mantillo. Los líquenes, las primeras vestiduras de los peñascos, colaboraron en el proceso de desintegración por medio de sus secreciones ácidas e hicieron sitio a otras vidas. El musgo formó pequeñas bolsas de simple mantillo, formado por aquellos mismos líquenes, por los caparazones de insectos de vida efímera, por los restos de una fauna que comenzaba a salir de los mares. La vida no sólo formó el mantillo, sino otras cosas animadas de increíble abundancia y diversidad que ahora existen dentro de él; si esto no fuera así, el mantillo consistiría en algo muerto y estéril. Por medio de su presencia y de sus actividades las miríadas de organismos del mantillo hacen a éste capaz de sostener el gran manto verde de la tierra. El mantillo existe en estado de cambio permanente. Nuevos materiales aportan su tributo, como rocas desintegradas y restos orgánicos, mientras el nitrógeno y otros gases caen con la lluvia desde los cielos. Al mismo tiempo, van desapareciendo otras materias, recogidas interiormente por seres vivos. Sutiles y enormemente importantes cambios químicos están en constante actividad, transformando elementos derivados del aire y del agua en sustancias adecuadas para uso de las plantas. En todos esos cambios, los organismos vivos son agentes activos. Pocos estudios hay más subyugadores y al mismo tiempo más desatendidos que los de los fecundos habitantes que existen en los oscuros dominios del mantillo. Sabemos muy poco de los lazos que unen entre sí a los organismos de esa sustancia con su mundo y con el mundo que tienen encima. Quizá los organismos más importantes del mantillo sean los más pequeños: los invisibles huéspedes, o sea, las bacterias y los hongos. Las estadísticas de su abundancia nos trasladan en el acto a cifras astronómicas. Una cucharada de café llena de la capa superior del mantillo puede contener billones de bacterias. A pesar de su diminuto tamaño, el peso total de esas bacterias en la capa superior de un solo acre de mantillo fértil puede llegar a ser de miles de libras. Las hileras de hongos que crecen en forma de largos filamentos, son algo menos numerosas que las bacterias, aunque a causa de su mayor tamaño su peso total en una cantidad determinada de mantillo puede ser aproximadamente el mismo. Con las pequeñas células verdes llamadas algas, esas microscópicas plantas viven en el mantillo. La bacteria, el hongo y el alga son los principales agentes de la degeneración, ya que reducen los residuos de plantas y animales a sus componentes minerales. Los vastos movimientos cíclicos de los elementos químicos como el carbono y el nitrógeno a través del mantillo, el aire y los tejidos vivos, no pueden producirse sin esas microplantas. Sin la bacteria que fija el nitrógeno, por ejemplo, las plantas se consumirían por falta del mismo, aunque rodeadas por un océano de aire cargado de nitrógeno. Otros organismos forman el dióxido de carbono, el cual, como ácido carbónico, ayuda a disolver la roca. Otros microorganismos del mantillo, además, producen varias oxidaciones y reducciones, mediante las cuales, minerales como el hierro, el manganeso y el sulfuro se transforman y son útiles a las plantas. También están presentes en número prodigioso gorgojos microscópicos y unos rudimentarios insectos sin alas llamados saltones de primavera. A pesar de su pequeño tamaño desempeñan una labor importantísima al destruir los residuos de las plantas, colaborando en la lenta transformación de la piedra del bosque en mantillo. La capacidad para su tarea de algunas de esas diminutas criaturas es casi increíble. Varias especies de gorgojos, por ejemplo, sólo pueden empezar a vivir en las caídas agujas de los abetos. Abrigados allí, van comiéndose los tejidos interiores de la aguja. Cuando el gorgojo ha terminado su desarrollo, sólo queda la cáscara exterior. La tarea, auténticamente vertiginosa, de entendérselas con el tremendo amontonamiento de materia vegetal en la anual caída de las hojas corresponde a algunos de los pequeños insectos del mantillo de los bosques. Aquéllos, maceran y digieren las hojas y colaboran en mezclar las materias descompuestas en la superficie del mantillo. Además de toda esa horda de minúsculas pero incesantemente laboriosas criaturas, existen, desde luego, muchos seres mayores, porque la vida del mantillo va desde la bacteria hasta el mamífero. Algunos son habitantes permanentes de las oscuras capas inferiores; otros permanecen hibernados o pasan determinadas partes del ciclo de su vida en cámaras subterráneas y otros van y vienen libremente entre sus habitáculos y el mundo superior. En general, la finalidad de toda esta vida del mantillo es la de airearlo y aumentar tanto su drenaje como la penetración del agua a través del manto de vegetación acumulada. De entre todos los habitantes mayores del mantillo, probablemente ninguno es más importante que la lombriz de tierra. Hace alrededor de tres cuartos de siglo, Carlos Darwin publicó un libro titulado La formación del humus a través de la acción de las lombrices, con observaciones acerca de sus costumbres. En él, daba al mundo la primera idea del papel fundamental de las lombrices de tierra como agentes geológicos para el transporte del mantillo, un cuadro de cómo la superficie de las rocas va siendo cubierta gradualmente por finísimo humus, subido desde capas inferiores de la tierra por las lombrices en cantidades anuales que oscilan entre varias toneladas por acre en las extensiones más favorables. Al mismo tiempo, cantidades de materias orgánicas conteniendo hojas y hierba (unas 20 libras por metro cuadrado en seis meses) son arrastradas a los nidos e incorporadas al mantillo. Los cálculos de Darwin demostraban que el trabajo de las lombrices podía añadir una capa de humus de varios centímetros de espesor en un período de diez años. Y esto no es, ni mucho menos, todo lo que pueden hacer: sus nidos airean el mantillo, lo mantienen bien humedecido y contribuyen a la penetración de las raíces de las plantas. La presencia de lombrices aumenta la potencia del nitro de las bacterias del mantillo y disminuye su putrefacción. Las sustancias orgánicas se disuelven cuando pasan a través del aparato digestivo de las lombrices y el mantillo se enriquece con sus productos excretorios. Esta comunidad existente en el mantillo consiste pues en una trama de vidas, emparentadas de un modo u otro entre sí; los seres vivos dependen del mantillo, pero el mantillo, a su vez, es un elemento vital de la tierra sólo en tanto florezca en su interior esta comunidad. El problema que nos atañe a nosotros aquí es algo que ha recibido poca consideración; ¿qué les sucede a estos habitantes, increíblemente numerosos y vitalmente necesarios del mantillo, cuando productos químicos venenosos son vertidos sobre su mundo, bien directamente como «esterilizantes», del mantillo o bien traídos por la lluvia que ha recogido una contaminación letal, y filtrados a través de la capa de hojas del bosque, del huerto o de las cosechas? ¿Es razonable suponer que podemos aplicar una amplia gama de insecticidas para matar los nidos de larvas de un insecto destructor de cosechas, por ejemplo, sin destruir también los «buenos», cuya función puede ser esencial en la transformación de materias orgánicas? ¿Podemos emplear un fungicida no específico sin matar asimismo los hongos que habitan en las raíces de muchos árboles en benéfica asociación que ayuda al árbol a extraer materias nutritivas del mantillo? La verdad lisa y llana es que este asunto, de importancia vital, de la ecología del mantillo, ha sido abandonado largamente incluso por los científicos, y casi completamente ignorado por los encargados de la vigilancia de la tierra. La limitación química de los insectos parece proceder de la creencia de que el mantillo puede aguantar cualquier proporción de atropellos por medio de la infiltración de venenos, sin destruirse. La verdadera naturaleza de ese mundo ha sido totalmente ignorada. Un cuadro de los efectos de los plaguicidas en el mantillo está saliendo poco a poco a flote procedente de los pocos estudios que se han hecho. No es sorprendente que esos estudios no estén siempre de acuerdo, porque los tipos de mantillo varían de tal modo que lo que causa estragos en uno puede ser innocuo en otro. Los mantillos ligeramente arenosos sufren mucho más que los de tipo humus. Las combinaciones de productos químicos parecen causar más daño que las aplicaciones separadas. Pero, a despecho de esa variedad de resultados, se está acumulando una sólida evidencia de perjuicios en general, lo bastante segura para causar preocupaciones por parte de muchos científicos. Bajo ciertas condiciones, todas las transformaciones y conversiones químicas que están latentes en el corazón mismo del mundo vivo se encuentran afectadas. Un ejemplo de esto es la nitrificación, que hace al nitrógeno atmosférico útil a las plantas El herbicida 2,4-D causa interrupciones interinas en la nitrificación. En recientes experimentos en Florida, el lindane, el heptacloro y el BHC (hexaclorobenceno) han demostrado reducir la nitrificación después de sólo dos semanas en el mantillo; el BHC y el DDT tienen efectos dañinos muy significativos un año después de haber sido aplicados. En otros experimentos, todos, el BHC, el aldrín, el lindane, el heptacloro y el DDT impidieron a la bacteria fijadora del nitrógeno que formase los necesarios nódulos en la raíces de plantas leguminosas. La curiosa y benéfica relación entre los hongos y las raíces de plantas más altas está seriamente interrumpida. A veces el problema afecta al delicado equilibrio entre habitantes que sirven a la naturaleza para realizar fines lejanos. Se han producido explosivos aumentos de ciertas clases de organismos existentes en el mantillo, mientras otros han sido reducidos por los insecticidas, trastornando las relaciones entre ellos y cambiándolos de exterminadores en exterminados. Cambios semejantes pueden alterar fácilmente la actividad metabólica del mantillo y afectar su productividad. También pueden significar que los organismos potencialmente peligrosos, y anteriormente mantenidos en los límites necesarios, podrían escapar a sus naturales reductores y crecer hasta convertirse en epidemias para grandes regiones. Una de las cosas más importantes que deben recordarse acerca de los insecticidas en el mantillo es su larga persistencia, medida no en meses, sino en años. El aldrín se ha encontrado después de cuatro años, tanto en su forma corriente como convertido en dieldrín. Varios toxafenes permanecen en el mantillo arenoso diez años después de su aplicación para matar termitas. El hexaclorobenceno se conserva por lo menos durante once años; el heptacloro o tóxicos más violentos de derivados químicos, lo menos nueve. El cloruro se ha recuperado doce años después de su aplicación en la proporción del 15 por ciento respecto a la cantidad primitiva. Aplicaciones aparentemente moderadas de insecticidas en determinado periodo de tiempo, pueden convertirse en el mantillo en cantidades increíbles. Como los hidrocarburos clorados son persistentes y de gran duración, cada aplicación es simplemente una más añadida a lo que perdura de la primera. El viejo cuento de que «una libra de DDT por acre es inofensivo», no significa nada si las pulverizaciones son repetidas. El mantillo de las patatas se ha encontrado conteniendo 15 libras de DDT por acre y el mantillo del maíz 19. Una extensión de arándanos sometida a estudio contenía 34,5 libras por acre. El mantillo de los huertos de manzanos parece alcanzar la cúspide de la contaminación con tal almacenamiento de DDT en proporción que casi está a la par del porcentaje de sus aplicaciones anuales. Incluso en una sola estación, con los huertos pulverizados cuatro veces o más, los residuos de DDT pueden crecer hasta alcanzar de 30 a 50 libras. Con repetidas pulverizaciones durante años, el nivel entre árboles es de 26 a 60 libras por acre, mientras que bajo los árboles llega a 113 libras. El arsénico representa un ejemplo clásico de la permanencia de venenos en el mantillo. Aunque las pulverizaciones de arsénico en las plantaciones de tabaco han sido ampliamente sustituidas por los insecticidas orgánicos sintéticos desde mediados de 1940, «el contenido de arsénico de los cigarrillos hechos con tabaco cultivado en Norteamérica creció en más del 300 por ciento entre los años 1932 y 1952». Posteriores estudios han revelado aumentos de hasta el 600 por ciento. El doctor Henry S. Satterlee, una autoridad en toxico-logia arsenical, dice que aunque los insecticidas orgánicos han sustituido en gran escala al arsénico, las plantas de tabaco continúan recogiendo el veneno anterior, porque el mantillo de las plantaciones de tabaco está ahora totalmente impregnado de residuos de un fuerte y relativamente indisoluble arseniato de plomo. Esto continuará hasta que se disuelva el arsénico poco a poco. El mantillo de una gran proporción de tierra plantada de tabaco ha sido sujeto a «envenenamiento acumulativo y permanentemente vertido», según el doctor Satterlee. El tabaco nacido en los territorios del Mediterráneo oriental, donde no se emplean insecticidas arsenicales, ha mostrado no poseer tal cantidad de contenido arsenical. Estamos, por consiguiente, enfrentados a un segundo problema. No sólo debemos de sentirnos preocupados con lo que está sucediendo en el mantillo, sino que debemos averiguar hasta qué punto son absorbidos los insecticidas de mantillos contaminados y traspasados a los tejidos de las plantas. Mucho depende de la clase de mantillo, de la cosecha y de la naturaleza y concentración de los insecticidas. El mantillo que contiene alto porcentaje de materias orgánicas deja escapar cantidades más pequeñas de veneno que los otros. Las zanahorias absorben más insecticida que cualquier otro de los cultivos estudiados; si el producto químico usado resulta ser el lindane, las zanahorias acumularán realmente concentraciones más altas que las que se hallan presentes en el mantillo. En el futuro puede presentarse la necesidad de analizar los mantillos desde el punto de vista de los insecticidas, antes de plantar determinadas cosechas alimenticias. Por otra parte, incluso las plantaciones no pulverizadas pueden absorber insecticida, simplemente del mantillo, en cantidades suficientes para hacerlas inadecuadas para su venta. Esta misma clase de contaminación ha creado problemas sin fin, porque por lo menos una fábrica de primer orden, destinada a la preparación de alimentos para bebés, no ha querido comprar ninguna clase de frutas ni verduras en las que se hubieran aplicado insecticidas tóxicos. El producto que les ha causado mayores preocupaciones ha sido el hexaclorobenceno (BHC), que se ha hallado en las raíces y ramas de las plantas y cuya presencia es advertida por un sabor y olor marcadamente rancios. Las batatas cultivadas en California, en campos donde había sido empleado BHC dos años antes, contenían residuos y han tenido que ser desechadas. En un año, tiempo por el que la entidad contrató en Carolina del Sur el suministro de todas sus necesidades de batatas, se encontró contaminado tal cantidad de terreno, que la compañía se vio forzada a adquirir el producto agrícola en mercado abierto, con una pérdida económica considerable. En unos años, gran variedad de frutas y verduras cultivadas en diversos estados han tenido que ser desechadas. Los problemas más sensacionales se refieren a los cacahuetes. En los estados del sur se cultivan los cacahuetes generalmente en rotación con el algodón, en el cual se emplea abundantemente el BHC. Los cacahuetes crecidos más tarde en este terreno recogen una cantidad considerable del insecticida. Realmente basta con un poco para incorporar el olor y el sabor a rancio acusadores. El producto químico penetra en las semillas y nada lo hace desaparecer. Cualquier manipulación para quitarle el enmohecimiento lo único que consigue a veces es acentuárselo. El único recurso que se presenta a una determinada fábrica para eliminar los residuos de BHC es rechazar todo producto tratado con aquel insecticida o crecido en terreno contaminado con él. A veces la amenaza se presenta contra la propia cosecha… una amenaza que subsiste mientras la contaminación insecticida permanece en el terreno. Algunos insecticidas afectan a plantas sensibles como las alubias, el trigo, la cebada y el centeno, retrasando el desarrollo de las raíces, o deteniendo el desarrollo de las semillas. La experiencia de los cultivadores de lúpulo en Idaho es un ejemplo. Durante la primavera de 1955, muchos de esos cosecheros emprendieron un programa en gran escala para disminuir el gorgojo de la fresa, cuyas larvas habían proliferado en las raíces del lúpulo. Bajo el consejo de expertos en agricultura y de fabricantes de insecticidas, escogieron el heptacloro como elemento limitador del insecto. Al cabo de un año de haber aplicado el heptacloro, las plantas de los campos pulverizados estaban marchitas y moribundas. En los campos donde no se había aplicado el tratamiento no había problema; el mal se detuvo al borde de los terrenos pulverizados y sin pulverizar. Las colinas fueron replantadas con grandes dispendios, pero al otro año, los nuevos tallos también se encontraron moribundos. Cuatro años después, el terreno continuaba todavía conteniendo heptacloro, y los científicos eran incapaces de predecir por cuánto tiempo permanecería envenenado ni de recomendar algún procedimiento que corrigiera aquella situación El Departamento Federal de Agricultura, que hasta marzo de 1959 se hallaba todavía en la anómala postura de declarar el heptacloro aceptable para emplearlo en forma de tratamiento del abono del lúpulo, rectificó tardíamente su prescripción para semejante uso. Entretanto, los cultivadores de lúpulo estudiaban cómo podrían obtener alguna reparación en los tribunales. Como las aplicaciones de plaguicidas continúan y los residuos, virtualmente indestructibles, siguen creciendo en el mantillo, es casi seguro que nos estamos encaminando a grandes tribulaciones. Éste fue el acuerdo a que llegó un grupo de especialistas que se reunió en la Universidad de Siracusa en 1960 para estudiar la ecología del mantillo. Estos hombres resumieron el peligro del empleo de «tan poderosos y apenas conocidos elementos» tales como los productos químicos y las radiaciones: «Unos cuantos pasos en falso por parte del hombre pueden conducirnos a la destrucción de la productividad de la tierra, mientras que los artrópodos pueden quedar indemnes».