El Pichinku Tonto
El Pichinku Tonto
El Pichinku Tonto
Cierta vez un joven gorrión de la costa voló tanto que llegó hasta los Andes y
aterrizó en una hermosa pradera. Como estaba sediento, se fue dando saltitos
a un claro arroyo y bebió con muchas ganas. Luego se posó en la rama de un
árbol y se dijo:
Bajó después y se puso a trinar feliz de la vida. En eso estaba, cuando escuchó
que alguien decía:
El gorrión volteó a mirar quién decía eso y vio a una pajarita parecida a una
paloma, con el pecho blanco y las alas semejantes a la piel de un leopardo. La
pajarita volvió a decir:
El gorrión miró detrás de él para ver a quién llamaba la pajarita, pero no había
nadie. Vio nuevamente a la avecilla, y esta lo señaló:
—¿A mí?
—Sí, a ti.
—¿Pucu qué?
—Es que a mí me han enseñado que los gallos son los encargados de
anunciar el nuevo día. Además, yo los he escuchado, hacen kikirikí o cocorocó,
mientras baten sus alas.
—Sí, eso enseñan en los colegios, pero no cuentan que antes de que los
gallos vinieran a estas tierras, los pucupucus éramos los encargados
oficialmente de despertar a la gente, hasta que cierta vez, con trampas, un
gallo logró que un juez reconociera solo a los de su especie el derecho de
anunciar el nuevo día.
—Sí, cuéntame.
***
Y esto fue lo que le contó al gorrión:
Mas, el gallo, al oír el reclamo del pucupucu, le dio un aletazo, primero, y luego
otro y otro.
—Ja, ja, ja –se rio después—. Eso era antes, pero ahora que mi amo barbudo
es el dueño de estas tierras, yo tengo derecho a despertar a los humanos.
Al oír esa respuesta, el pucupucu se dio cuenta de que algo había cambiado.
Efectivamente, ahora había gente extraña en esas tierras.
Y ordenó al secretario:
—Redacte una notificación donde se ordene al gallo que comparezca en mi
juzgado. El señor pucupucu está en su derecho y merece justicia.
—En este pueblo solo hay dos especialistas: el zorro y el ratón —dijo el juez.
—Señor gallo, ese miserable del pucupucu acaba de ir al despacho del juez a
entregar una demanda contra usted. Lo sé porque yo la redacté; pero, al darme
cuenta de que el demandado era usted, un personaje tan importante, de la
casa de una persona muy importante también, vine a avisarle porque no puedo
permitir que ese pucupucu se salga con la suya. Por eso, permítame redactarle
su recurso.
El gallo, quien no había ido donde el zorro por temor a que este le hiciera daño,
aceptó el ofrecimiento del ratón.
El juez leyó con detenimiento ambos recursos y, al advertir que el dueño del
gallo era una persona poderosa, dijo:
—Este caso está muy difícil. Voy a pensarlo hasta que oscurezca. Luego me iré
a comer y después a dormir para levantarme mañana temprano. A primera
hora les daré mi fallo.
—No se preocupe —le dijo—, usted ganará, pero para eso debe hacer lo que
yo le diga. Consígase un carnero muerto. En la noche se lo llevaremos al juez
para regalárselo. Entonces le pediremos que lo ayude. También nos
pondremos de acuerdo acerca de la hora en que debe cantar mañana.
Después entraré al despacho y me robaré el recurso del pucupucu. Yo sé cómo
es esto; así he hecho ganar a muchos clientes.
Llegada la noche fueron con el carnero donde el juez, y así este entendió qué
era lo que le convenía más. Como sabían que el pucupucu solía cantar a las
cuatro de la madrugada, el ratón le dijo al gallo que cantara a las 3:45. Luego el
roedor entró al despacho por uno de los agujeros que él bien conocía. Se robó
el recurso del pucupucu y lo destruyó.
—¡Señor gallo, señor gallo, levántese y cante para que despierte al juez!
Entonces inmediatamente el gallo aleteó y lanzó su ¡kikirikíiiiiii, kikirikíiiiiii!
¡kikirikíiiiiii, kikirikíiiiiii! ¡kikirikíiiiiii, kikirikíiiiiii!
El pucupucu quería explicarle, pero el juez no le dejaba hablar, hasta que este
finalmente dijo:
—Señor juez —respondió el gallo con suave voz—. Ayer usted lo leyó y luego
lo puso sobre el escritorio.
El juez revisó entre los papeles y encontró el escrito del gallo. Lo leyó
detenidamente y después dijo:
—Ya tengo mi fallo. Está claro que el gallo tiene la razón. Lo que pide es lógico:
su amo ha conquistado estas tierras y ha puesto nuevas leyes; en
consecuencia, el gallo también tiene el derecho de ocupar el puesto de quien él
quiera. Por lo tanto, ordeno que el encargado de despertar a las personas sea
el gallo. Además, vivirá en las casas de los humanos, y estos tendrán el deber
de alimentarlo.
Al oír el fallo del juez, el gallo aleteó y se mandó un sonoro kikirikíiiiiii que
golpeó los oídos del juez. Este quiso reprenderlo, pero se acordó del carnero
de la noche pasada y de los muchos más que vendrían, y sonrió.
—¡En cambio, tú, ave salvaje, eres un bueno para nada, haragán y borracho!
Seguro estuviste tomando toda la noche y por eso no cantaste a tiempo para
despertarnos. Si vamos a esperar a que tú nos despiertes, nos vamos a
levantar al mediodía. ¿Qué importa la tradición si esta nos atrasa? Es
necesario cambiar por lo mejor y recibir lo bueno que traen los extranjeros.
Además, por problemático, recibirás un castigo: ya no vivirás cerca de la
población, ya no te necesitamos más. Vivirás en los parajes más solitarios y allí
cantarás desordenadamente como has cantado ahora, y agradece que por lo
menos allí tendrás algo de comida.
Así terminó este juicio, y desde entonces los pucupucus vivimos alejados de la
gente, escondidos entre las rocas, y cantamos de manera desordenada y no
como antes, cuando éramos los encargados de despertar a los humanos y
vivíamos cerca de ellos.
****
Seguramente por eso, cuando la vio por primera vez, había sentido algo muy
especial por ella. Y ahora, después de escuchar el relato de la pajarita, sintió
que estaba enamorado y quiso que sus hijos tuvieran la gran herencia de los
pucupucus. “¡Qué gran pueblo! —se dijo—; en cambio, el mío no tiene nada de
interesante”.
—¿A ver, canta? —le pidió—. Canta como cantas cuando anuncias el nuevo
día.
—¿Casarnos? Ja, ja, ja, ja —se rio ella—. Tú eres un pichinku y yo una
pucupucu. Hasta dónde sé, pichinku se casa con pichinku y pucupucu con
pucupucu. ¿Has visto acaso que una vizcacha se case con un cuy? Ja, ja, ja.
Sí que eres gracioso, pichinku.
—Eso no importa, pichinku. Ahora tengo que irme. Si quieres conversar otra
vez conmigo, ven mañana —dijo la pajarita y se fue volando.
***
—Una vizcacha.
—Dime, vizcacha, ¿qué deseas?
—He escuchado lo que conversabas con la pucupucu. Lo que ella dice parece
ser cierto; pero mejor investiga. Consulta con la profesora vicuña; ella es muy
estudiosa y sabe muchas cosas. Yo te puedo llevar hasta su casa.
—Gracias, vamos.
—Buenos días, profesora; he venido con este joven que desea hacerle una
consulta.
—Bien, díganme.
***
El gorrión escuchó esa última palabra, “esperanza”, como una suave manta de
algodón que lo abrigaba, y voló inmediatamente al lugar en donde estaba la
vizcacha.
—Es un cóndor que hace realidad los deseos. El único problema es que
solamente se ocupa de casos muy importantes para la humanidad.
—No lo sé; pero me debe un favor: hace un mes cayó en una trampa y lo
ayudé a escapar. Tal vez te ayude si se lo pido como un favor para mí.
—¿Y quién es este jovencito de aspecto tan triste con las alas caídas?
—No sé, señor cóndor, pero algo me dice que debemos ayudarlo; es una
intuición. ¿No lo puede ayudar como un favor especial para mí?
****
"¿Sería cierto lo que dijo el cóndor? ¿Podré casarme con la pucupucu?".
Pensando en eso, el gorrión finalmente se quedó dormido. ¿Soñó aquella
noche? Por supuesto: volaba de un árbol a otro con la pucupucu y juntos
hacían su nido. Cuando faltaba poner la última ramita, el pichinku se despertó.
Esperó que aclarara y después se fue al arroyo; se lavó la cara con sus alas y
se enjuagó la boca. Silbó emocionado, con el nada melodioso trino de los
gorriones, pero a él le pareció un canto de ruiseñor.
—¿Gorrioncita? ¿Me has llamado gorrioncita, pichinku tonto? ¿Es que además
de tonto eres ciego?
—¿No eres una gorriona? Te pareces a mí; tus plumas no tienen brillo, igual
que las mías.
—¿Te ha dado soroche, pichinku? ¿Estás con fiebre? Te traeré unas hierbas
que te ayudarán. Soy la pucupucu con la que te querías casar.
—¿Ahora ya te convenciste?
—Ja, ja, ja, ese canto es feo, ¿cómo se va a parecer al mágico canto de la
pucupucu?
****
Al día siguiente, muy temprano fue a la casa del cóndor mago, y cuando estuvo
frente a él, gritó enojado:
—No puede ser, mi magia nunca falla. Te aseguro que sí estuvo allí.
—¿Estás seguro?
—Calma, calma. A ver, cuéntame todo, ¿es que no viste ni hablaste con nadie?
—Una cosa muy graciosa y tonta: me dijo que ella era la pucupucu.
—Ja, pichinku tonto, ¿y así dices que estás enamorado? No fuiste capaz ni de
oír ni de mirar con el corazón, y por eso perdiste tu oportunidad. ¿Recuerdas lo
que te dijo ella al alejarse molesta?
—No pasaste la prueba, pichinku tonto. Cuando hay amor, se pueden vencer
las barreras de todo tipo. Con un gran amor, habría sido posible que se unieran
un gorrión y una pucupucu. Aun cuando no sea lo usual, con amor la madre
naturaleza puede acomodarse y permitir lo diferente. Si hubieras reconocido a
la pucupucu más allá de su apariencia física, si su canto hubiera tocado tu
corazón, si en lo profundo de sus ojos hubieras visto su alma, entonces la
naturaleza habría comprendido que en ti había verdadero amor, y habría
permitido que te unieras con la pucupucu sin transgredir ninguna ley natural.
Por ello, hizo que no la vieras en su ropaje de pucupucu, sino en la de una
gorriona. Esa era la prueba: tenías que reconocerla aun cuando físicamente no
pareciera una pucupucu. Pero fallaste, pichinku tonto. Eso demuestra que en
realidad no la quieres. El verdadero disfrute de la belleza de la naturaleza
material, pichinku tonto, solo es para los que primero reconocen la belleza del
alma. Esa gorriona era tu pucupucu, y no la reconociste porque solamente
sabes ver con los ojos, no con el corazón.
Al oír las palabras del cóndor mago, el gorrión se quedó mudo y abatido. Dio
media vuelta sin decir nada y volvió al lugar en donde había visto por primera
vez a la pucupucu. Se posó en una piedra y miró alrededor. De repente, se
topó con la mirada de la pucupucu. En un primer momento, quiso hablarle, pero
luego se desanimó avergonzado. Instantes después, hizo un gesto como de
acercarse, pero en ese momento la pucupucu alzó el vuelo y se reunió con una
bandada de pucupucus que, “pucuy, pucuy, pucuy”, diciendo, se alejaron.
[El relato del pucupucu y el gallo está basado en la Versión del profesor Rufino Chuquimamani Valer
(recogida en Azángaro, Puno)].