El Dolor Salvifico
El Dolor Salvifico
El Dolor Salvifico
SALVÍFICO
Acompañando a nuestros
enfermos
y ancianos
con la reflexión y la plegaria
2ª Edición
P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.
Parroquia Nuestra Señora de los
Dolores
Año Jubilar 2000
INDICE
Indice 3
Presentación: “La Cruz tiene alas” 5
Bienaventurados los misericordiosos 8
Oración para cuando me toque sufrir 13
Conformidad con la Voluntad de Dios en las 15
enfermedades
A un enfermo 19
Quien ama a Jesucristo sufre con gusto los 21
padecimientos
Un consejo de Don Bosco a Santo Domingo 29
Savio
Carta de un enfermo 30
Textos de Juan Pablo II a los enfermos 31
A los enfermos 39
Oración de confianza de un alma atribulada 41
El Sacramento de los enfermos 43
I. Fundamentos bíblicos 43
II. Ministro y sujeto del sacramento 46
III. La celebración del sacramento 47
IV. Efectos de la celebración de este 47
sacramento
V. El Viático, último sacramento del cristiano 49
Textos del Padre Pío de Pietrelcina sobre el 50
sufrimiento
Plegaria de un enfermo 52
La barca de la vida 55
Pensamientos del Beato Don Luis Orione 56
Saber sufrir 57
A los ancianos (Juan Pablo II) 59
El enfermo junto a Nuestro Señor Jesucristo 62
Acompañando a Cristo con los Salmos 62
El Cántico del Siervo Sufriente 66
Oración al Cristo doliente 67
Ante el Cristo de la Buena Muerte 68
La Santa Síndone, testimonio de la Pasión
3
Juan Pablo II en su visita a la Santa Síndone
Vía Crucis (Madre Teresa de Calcuta) 71
Oración al Corazón Traspasado de Jesús 76
Oración de unión con el Corazón de Jesús 76
Oración al Corazón de Jesús 77
Novena al Sagrado Corazón de Jesús (Padre 78
Pío)
Letanías a la Sangre de Cristo 79
Oración a la Sangre de Cristo 80
Los enfermos junto a la Virgen María 82
La oración a la Virgen en la Historia de la 82
Iglesia
El Santo Rosario 85
Los siete dolores de María Santísima 88
El enfermo junto a San José 93
Los dolores y gozos de San José 93
Súplicas a San José 95
San Miguel Arcángel 97
San Miguel, defensor de los moribundos 97
La oración a San Miguel de León XIII 98
4
PRESENTACIÓN: “LA CRUZ TIENE
ALAS”
5
Por esta misma razón, la Madre Teresa de Calcuta
decía: “Ama hasta que te duela; si te duele es la
mejor señal”. El dolor es el mayor signo del amor.
Sólo así podemos comprender por qué los santos
han llegado a hablar de la cruz, del dolor, del martirio,
como un gozo. Santa Margarita María de Alacoque, la
que recibió las revelaciones del Sagrado Corazón de
Jesús, dejó escrito: “Cuando veo que aumentan mis
dolores, experimento la misma alegría que sienten los
más avaros y ambiciosos al ver aumentar sus
tesoros”. Y Santa Teresita del Niño Jesús llegó a
exclamar: “He llegado a no poder sufrir pues me es
dulce todo sufrimiento”. Los santos se han
enamorado de la Cruz; Don Orione escribió: “A Jesús
se le ama y se le sirve en la Cruz y crucificados con
Él, no de otro modo”. San Luis María Grignion de
Montfort exclamaba: “Si la cabeza está coronada de
espinas, ¿lo serán de rosas los miembros? Si la
Cabeza es escarnecida y cubierta de lodo camino del
Calvario ¿querrán los miembros vivir perfumados en
un trono de gloria?”. El gran misionero del Oriente,
San Francisco Javier, escribía en sus cartas: “Los que
gustan de la Cruz de Cristo Nuestro Señor descansan
viviendo en estos trabajos y mueren cuando de ellos
huyen o se hallan fuera de ellos”. Santa Teresa de
Jesús le pedía a Dios: “Padecer o morir”. Y San
Ignacio de Antioquía, muy cercano todavía a la época
de los Apóstoles, dejó escrito en una de sus cartas
camino al martirio: “Yo sé bien lo que me conviene...
Vengan sobre mí el fuego, la cruz, manadas de fieras,
desgarramientos, amputaciones, descoyuntamientos
de huesos, mutilaciones de miembros, trituración de
todo mi cuerpo, todos los crueles tormentos del
demonio, con tal de que esto me sirva para alcanzar
a Cristo”; y en otro lugar suplicaba: “Permitid que
imite la Pasión de mi Dios”.
6
¡Qué misterio éste, que a tan pocos se da el
secreto de su comprensión!
7
Parroquia Nuestra Señora de los Dolores
Abril 2000
8
BIENAVENTURADOS LOS
MISERICORDIOSOS
9
de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba
desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en
la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los justos le
responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y
te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo,
y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la
cárcel, y fuimos a verte?”. Y el Rey les dirá: “En verdad
os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Entonces
dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de
comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era
forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me
vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”.
Entonces dirán también éstos: “Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o
enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y Él
entonces les responderá: “En verdad os digo que
cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más
pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. E
irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida
eterna (Mt 25,31-46).
¿Qué cosa hay tan hermosa a los ojos de Dios y de
los hombres como la misericordia? Por eso tantas
veces Dios la recomienda a los hombres: Prefiero la
misericordia al sacrificio (Os 6,6); Sed misericordiosos
como vuestro Padre celestial es misericordioso (Lc
6,36); Bienaventurados los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7).
10
–Dar de beber al sediento.
–Vestir al desnudo.
–Dar posada al peregrino.
–Visitar al enfermo.
–Redimir al cautivo.
–Enterrar a los muertos.
Las obras de misericordia espiritual son:
–Rogar a Dios por vivos y difuntos.
–Enseñar al que no sabe.
–Dar buen consejo al que lo necesita.
–Consolar al triste.
–Corregir al que yerra.
–Perdonar las injurias.
–Sufrir con paciencia las flaquezas de nuestros
prójimos.
11
pecado es el mal más grande, y por eso quien más
necesita de nuestra ayuda es el hombre pecador.
3) Nos impulsa a ayudar a los necesitados. ¿De
qué modo? Remediando sus necesidades físicas, su
soledad, su tristeza; y especialmente, tratándose de
pecadores, ayudándolos a que se conviertan y salgan
de su pecado. La Virgen en Fátima dijo que el pecado
es el mal más grande que azota el mundo; y
mostrando su corazón coronado de espinas pidió que
los hombres no ofendieran más a su Hijo.
Practiquemos todas las obras de misericordia que
podamos; porque la misericordia borra nuestros
pecados. Por eso dice el Apóstol Santiago: El que
convierte a un pecador de su camino desviado, salvará
su alma de la muerte y cubrirá multitud de sus
pecados (St 5,20).
Hermosamente recomendaba esta virtud el santo
Tobit en el testamento que da a su hijo: Llamó, pues,
Tobit a su hijo, que se presentó ante él. Tobit le dijo:
«Cuando yo muera, me darás una digna sepultura;
honra a tu madre y no le des un disgusto en todos los
días de su vida; haz lo que le agrade y no le causes
tristeza por ningún motivo. Acuérdate, hijo, de que ella
pasó muchos trabajos por ti cuando te llevaba en su
seno. Y cuando ella muera, sepúltala junto a mí, en el
mismo sepulcro. Acuérdate, hijo, del Señor todos los
días y no quieras pecar ni transgredir sus
mandamientos; practica la justicia todos los días de tu
vida y no andes por caminos de injusticia, pues si te
portas según verdad, tendrás éxito en todas tus cosas,
como todos los que practican la justicia. Haz limosna
con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no tenga
rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios
no apartará de ti su cara. Regula tu limosna según la
abundancia de tus bienes. Si tienes poco, da conforme
a ese poco, pero nunca temas dar limosna, porque así
te atesoras una buena reserva para el día de la
12
necesidad. Porque la limosna libra de la muerte e
impide caer en las tinieblas. Don valioso es la limosna
para cuantos la practican en presencia del Altísimo...
Da de tu pan al hambriento y de tus vestidos al
desnudo. Haz limosna de todo cuanto te sobra; y no
tenga rencilla tu ojo cuando hagas limosna» (Tb 4,3-
11.16).
13
Ayúdame Señor, a que mis oídos sean
misericordiosos para que tome en cuenta las
necesidades de mi prójimo y no sea indiferente
a sus penas y gemidos.
Ayúdame Señor, a que mi lengua sea
misericordiosa para que jamás critique a mi
prójimo sino que tenga una palabra de consuelo
y de perdón para todos.
Ayúdame Señor, a que mis manos sean
misericordiosas y llenas de buenas obras para
que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y
cargar sobre mí las tareas más difíciles y
penosas.
Ayúdame Señor, a que mis pies sean
misericordiosos para que siempre me apresure a
socorrer a mi prójimo, dominando mi propia
fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está
en el servicio a mi prójimo.
Ayúdame Señor, a que mi corazón sea
misericordioso para que yo sienta todos los
sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré
mi corazón. Seré sincero incluso con aquellos
que sé que abusarán de mi bondad. Y yo mismo
me encerraré en el misericordiosísimo Corazón
de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en
silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose
dentro de mí.
Jesús mío, transfórmame en Ti porque Tú lo
puedes todo.
14
ORACIÓN PARA CUANDO ME TOQUE
SUFRIR
(San Agustín)1
1
La trae el P. Triviño, Hacia la Vida Eterna, Bs.As.
1976, p. 275-276.
15
crucifixión.
16
CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE
DIOS EN LAS ENFERMEDADES
San Alfonso María de Ligorio
17
posible no me hagas beber de este cáliz, pero no se
haga mi voluntad sino la tuya (Mt 26,39). Jesús nos
enseña aquí que después de suplicarle al Señor con
nuestras plegarias debemos resignarnos luego a su
santa Voluntad.
Es servir a Cristo
Personas hay que se forjan la ilusión de desear la
salud, no para evitar el sufrimiento, dicen, sino para
servir mejor al Señor, para observar con más
perfección la regla, para servir a la comunidad, para
ir a la iglesia y comulgar, para hacer penitencia y
emplearse en los ministerios de la salvación de las
almas, confesando y predicando. Pero díme, ¿por qué
deseas hacer estas cosas? ¿Para dar gusto a Dios?
¿Por qué andar buscando complacerle, cuando estás
seguro de que es de su agrado que no reces como
antes, ni comulgues, ni hagas penitencia, ni estudies
ni prediques, sino que con paciencia estés tranquilo
en tu lecho soportando los dolores que te aquejan?
Une entonces tus dolores a los de Jesús.
Pero lo que me desagrada, dice otro, es que
estando enfermo soy carga para la comunidad y doy
pesadumbre a la casa. Pero si tú te resignaras a la
voluntad de Dios, debes creer que tus superiores
harán lo mismo, viendo que no por mala voluntad,
sino por voluntad de Dios eres gravoso a la casa. Pero
¡ah!, que estas quejas y lamentos no nacen
ordinariamente de amor a Dios, sino del amor propio,
que va buscando pretextos para sustraerse a la
Voluntad del Señor. Si de veras queremos
complacerle, cuando nos veamos clavados en el lecho
del dolor, digámosle estas solas palabras: “Hágase tu
Voluntad”, y repitámoslas hasta mil veces,
repitámoslas siempre, que con ellas daremos más
gusto a Dios que con todas las mortificaciones que
podamos hacer. No hallaremos mejor manera de
18
servirle que abrazándonos alegremente con su
adorable Voluntad.
¿Padecer es servir?
San Juan de Ávila, escribiendo a un sacerdote
enfermo, le dice: “No consideres, amigo, lo que harías
estando sano, sino cuánto agradarás al Señor con
contentarte de estar enfermo. Y si buscas, como creo
que buscas, la Voluntad de Dios puramente, ¿qué
más te da estar enfermo que sano, pues que su
Voluntad es todo nuestro bien?”. Y tanto es así, que
Dios es menos glorificado por nuestras obras que por
nuestra aceptación a su santa Voluntad. Por eso decía
San Francisco de Sales, que más se sirve a Dios
padeciendo que obrando.
A veces nos faltarán el médico y las medicinas, o
bien el doctor no acertará con nuestra enfermedad;
pues también en esto debemos conformarnos con la
santa Voluntad de Dios, que dispone así las cosas
para nuestro bien y provecho.
19
como más le agrade. Con todo, si nos determinamos
a pedir la salud pidámosla siempre con humildad, y a
condición de que la salud del cuerpo no sea
perjudicial a la de nuestra alma; de lo contrario
nuestra oración será defectuosa y quedará sin
respuesta, porque el Señor no acostumbra a oír las
oraciones hechas sin resignación y sin humildad.
Prueba la virtud
En mi concepto, la enfermedad es la piedra de
toque de las almas, porque a su contacto se descubre
la virtud que un alma atesora. Si soporta la prueba
sin turbarse, sin lamentarse ni inquietarse; si obedece
al médico y a los superiores; si permanece tranquila y
resignada a la Voluntad de Dios, es señal de que está
bien fundada en la virtud. Pero, ¿qué pensar de un
enfermo que prorrumpe en lamentos y se queja de
que le asisten mal, que padece insoportables dolores,
que no halla alivio en los remedios, que dice que el
médico es un ignorante y que llega hasta murmurar
de Dios, pensando que le carga con demasía la
mano?
20
me los aumentes, si es de tu agrado. Mi mayor gusto
sería que me aflijas más, sin ceder un punto, porque
en cumplir tu Voluntad, encuentro el mayor consuelo
que puede experimentar en esta vida”.
21
A UN ENFERMO
(P. Marcos Pizzariello)2
2
Oraciones siglo XX.
22
7. Jamás comprenderás cabalmente el amor que
Dios te profesa, porque tú eres un misterio viviente
de ese amor. La fe y sólo la fe puede, en parte,
descorrer ese velo.
8. Jamás entenderás nada de lo humano, si olvidas
que Cristo crucificado y resucitado, es la única
solución de todos los problemas que se le presentan
al hombre.
9. Ten presente que la felicidad no es algo que cae
del cielo, como la lluvia. No es algo que surge de una
fuente, fuera de nosotros mismos. Llevamos la
felicidad en nosotros, al igual que un germen puesto
por Dios y del cual somos responsables. La felicidad
estriba en la paz interior.
10. La paz interior es la floración de la buena
conciencia. Medita.
23
QUIEN AMA A JESUCRISTO SUFRE CON
GUSTO LOS PADECIMIENTOS DE LA
VIDA
San Alfonso María de Ligorio
24
tribulación –dice el mismo santo Doctor– se divide la
paja del grano; en la Iglesia de Dios, el que en las
tribulaciones se humilla y se sujeta a la voluntad de
Dios es el grano destinado para el cielo; mas el que
se ensoberbece y se irrita, alejándose de esta suerte
de Dios, es la paja que arderá en el infierno.
En el gran día de las cuentas, cuando se ha de
someter a juicio el negocio de nuestra salvación,
menester será, para obtener la sentencia feliz de los
predestinados que nuestra vida se halle en un todo
conforme con la vida de Jesucristo. Porque todos
aquellos que Dios desde toda la eternidad escogió
para su gloria, determinó que fuesen conformes a la
imagen de su unigénito Hijo (Rom 8,29). Que éste fue
el intento que el Verbo eterno se propuso al venir al
mundo: darnos ejemplo con su vida y enseñarnos a
llevar con paciencia las cruces que Dios nos manda.
Cristo padeció por vosotros –escribe San Pedro–
dejándoos ejemplo, para que sigamos sus huellas (1P
2,21). Para esforzarnos al combate quiso Él padecer;
y ¡oh cielos! ¿quién no sabe que la vida de Cristo fue
vida de ignominias y de penas? Llámale Isaías: El
despreciado, varón de dolores (Is 53,3). Y en efecto,
los días de Jesús no fueron otra cosa más que un
tejido de trabajos y amarguras.
Pues bien, así como Dios ha tratado de esta suerte
a su amado Hijo, de la misma tratará al alma que Él
ama, y admite por hija suya. El Señor –dice San
Pablo– a quien ama, castiga, y azota a todo aquel que
recibe por hijo (Hb 12,6). Que por eso dijo un día a
Santa Teresa: “Cree, hija, que a quien mi Padre más
ama, da mayores cruces”. Y, por lo mismo, la Santa,
cuando se veía tan apretada de tantos sufrimientos,
decía que no los cambiaría ni por todos los tesoros
del mundo. Apareciéndose después de su muerte a
una de sus religiosas, le reveló que gozaba en el Cielo
de gran gloria, fruto, no tanto de sus buenas obras,
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cuanto de los padecimientos que en vida sufrió con
serenidad de ánimo por amor de Dios; y si algún
deseo pudiera tener de tornar al mundo, el único
sería el poder sufrir alguna cosa por Dios.
Quien padece amando a Dios, dobla la ganancia
para el Cielo. Era sentencia de San Vicente de Paúl
que el no penar en esta tierra debe reputarse como
grande desgracia. Y añadía que una Congregación o
persona que no padece y es de todo el mundo
aplaudida y celebrada, está ya al borde del precipicio.
Por esto el día que San Francisco de Asís lo pasaba
sin algún sufrimiento por Cristo, temía que Dios le
hubiera dejado de su mano. Cuando el Señor concede
a alguno la merced de padecer por Él, le da mayor
gracia, en sentir de San Juan Crisóstomo, que si le
concediera el poder de resucitar a los muertos;
porque en esto de obrar milagros, el hombre se hace
deudor de Dios; pero en el padecer, se hace Dios
deudor del hombre. Y además, añade, que el que
pasa algún sufrimiento por Cristo, aunque otro favor
no recibiera, que el de padecer por Dios, a quien
ama, eso sería para ella la más hermosa recompensa.
Y concluye que en mayor estima tenía la gracia hecha
a San Pablo de ser encarcelado por Jesucristo, que la
de haber sido arrebatado al tercer cielo.
La paciencia perfecciona las obras (St 1,4); que es
como si dijera que no hay cosa que más agrade a
Dios que el contemplar a un alma que con paciencia e
igualdad de ánimo lleva cuantas cruces le manda;
que esto es obra del amor: hacerse el amante una
misma cosa con el amado. “Todas las llagas del
Redentor –decía San Francisco de Sales– son como
bocas que están abiertas para enseñarnos cómo
hemos de padecer trabajos por Él. Padecer con
constancia con Cristo, ésta es la ciencia de los santos
y atajo seguro por donde pronto llegaremos a la
santidad”. Quien ama a Jesucristo desea ser como Él:
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pobre, despreciado y humillado. Vio San Juan a los
bienaventurados vestidos todos con blancas
vestiduras y con palmas en las manos (Ap 7,9). La
palma es emblema del martirio; mas no habiendo
padecido martirio todos los santos, ¿cómo es que
todos llevan palmas en las manos? Da la respuesta
San Gregorio, diciendo que todos los santos han sido
mártires, o a manos del verdugo o sufridos por la
paciencia; de suerte –añade el Santo– que “nosotros
sin hierro podemos ser mártires, con tal que nuestra
alma con brío varonil se ejercite en la paciencia”.
En el amar y sufrir consiste el merecimiento de un
alma que ama a Jesucristo; esto precisamente fue lo
que el Señor dijo a Santa Teresa: “¿Piensas, hija, que
está el merecer en el gozar? No está sino en obrar, y
en padecer y en amar... Y ves mi vida toda llena de
padecer... Cree, hija, que a quien mi Padre más ama,
da mayores trabajos, y a éstos responde el amor...
Mira estas llagas, que nunca llegarán hasta este
punto tus dolores”. “Pues creer que admite Dios a su
amistad estrecha gente blanda y sin trabajos es
disparate”. La Santa, hablando de sí, añade en otro
lugar para nuestro consuelo: “Mas ello era bien
pagado, que casi siempre eran después en gran
abundancia las mercedes”.
Apareciéndose cierto día Nuestro Señor a la
bienaventurada Bautista Varani le dijo que “eran tres
los favores de mayor precio que Él sabía hacer a sus
almas amantes: el primero es no pecar; el segundo,
el obrar el bien, y esto es ya de más subido valor; y el
tercero, que es favor acabado y perfecto, padecer por
amor de Él”. Conforme a esto decía Santa Teresa
“que el Señor, en recompensa de una obra
emprendida por honra y gloria suya, acaba por enviar
algún padecimiento. Que por esto los santos, en pago
de los trabajos que Dios les mandaba, le devolvían
mil acciones de gracias”. San Luis, rey de Francia,
27
hablando de su esclavitud entre los turcos, decía: “Me
gozo y doy gracias a Dios, más por la paciencia que
entre prisiones me ha concedido que si tuviera el
mando y señorío de todo el universo”. Y Santa Isabel,
reina de Hungría, cuando a la muerte de su esposo
fue expulsada con su hijo de su Reino, abandonada
de todo el mundo, entró en una iglesia de
Franciscanos e hizo cantar en ella un Te Deum en
acción de gracias por el singular favor que Dios le
otorgaba, hallándola digna de padecer por su amor.
Decía San José de Calasanz que “para ganar el
Cielo todo sufrimiento es pequeño”. Ya antes lo había
dicho el Apóstol San Pablo: Todas las penas de este
mundo no son de comparar con la bienaventuranza
eterna que se ha de manifestar en nosotros (Rom
8,18). Cabal y cumplida sería nuestra felicidad si
pudiéramos sufrir toda nuestra vida las torturas de
los mártires, con tal de gozar, aunque no fuera más
que un momento, de la gloria del paraíso; entonces,
¿con cuánta mayor razón debemos abrazarnos con
nuestra cruz, sabiendo que los sufrimientos de esta
nuestra corta vida nos han de conquistar eterna
bienaventuranza? La tribulación tan breve y tan
liviana de esta vida nos produce el eterno peso de
una sublime e incomparable gloria, dice San Pablo
(2Co 4,17). Cuando a San Agapito, joven de poca
edad, el tirano le amenazó con apretarle sobre las
sienes un yelmo hecho fuego, respondió: “¿Y qué
mayor fortuna me puede tocar en suerte que perder
acá mi cabeza para verla después coronada en el
paraíso?”. Y embebido San Francisco de Asís en estos
pensamientos exclamaba: “Tan grande es el bien que
espero, que toda pena se me torna en gozo”. El que
quiera corona en el Cielo, fuerza es que pase por
tentaciones y dolores; y si con Cristo padecemos,
reinaremos también con Él (2Tim 2,12). No hay
premio sin mérito, ni hay mérito sin el ejercicio de la
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paciencia, según dice San Pablo: No será coronado
sino el que varonilmente peleare (2Tim 2,5). Y al que
con paciencia combatiere, le ha de corresponder
mayor corona.
Es de lamentar que cuando se trata de bienes
temporales de este mundo, procuran sus amadores
recoger cuanto más pueden; pero cuando se trata de
los bienes eternos, se les oye decir: “Me basta con un
rinconcito en el paraíso”. No hablaron así los santos;
ellos en este mundo se contentaban con cualquier
cosa, y aun se desnudaban totalmente de los bienes
terrenos; pero tratándose de los eternos, se
esforzaban en ganar los más que podían. Pregunto:
¿en quién está la sabiduría?, ¿en quién la verdadera
ciencia?
Y hablando de esta vida, es cosa cierta que quien
con más paciencia sufre, goza también de más
tranquila paz. “Tened entendido –decía San Felipe
Neri– que en este mundo no hay purgatorio, sino
paraíso o infierno: el atribulado que lo lleva todo con
paciencia, goza de un paraíso anticipado; y el que no
sufre con paciencia, tiene un infierno anticipado”.
tratando de esto decía Santa Teresa: “Para el que
abraza la cruz que Dios le envía, es suave de llevar, y
no le cansa”. Estando San Francisco de Sales durante
algún tiempo asediado de toda clase de tribulaciones,
dijo: “Desde hace algún tiempo las adversidades y
secretas contradicciones que experimento me han
comunicado una paz tan suave que no tiene igual, y
son presagio de la próxima y estable unión de mi
alma con Dios, la cual en toda verdad es la única
ambición y el único anhelo de mi corazón”. Verdad es
de todos conocida que no hay paz para el que lleva
una vida desordenada; y sólo gozará cumplido gozo
aquel que vive unido con Dios y sometido a su santa
voluntad. Asistía cierto día un misionero de las Indias
a un hombre condenado a muerte. Hallábase ya éste
29
en el estrado de la ejecución, cuando llamó al Padre y
le dijo: “Sabed, Padre, que yo fui de vuestra Orden;
mientras observé con fidelidad las Reglas, llevé una
vida sin mezcla de amargura; pero cuando comencé a
relajarme, en el mismo momento sentí pena y
sufrimiento en todo, de tal manera que abandonando
la vida religiosa, me entregué a mis desenfrenadas
pasiones, que me han arrastrado a este final
desventurado en que me veis. Os digo esto –añadió–
para que mi ejemplo sirva a otros de escarmiento”. El
Venerable Padre Luis de la Puente decía: “si quieres
vivir en perpetua y tranquila paz, toma lo dulce de
esta vida por amargo, y lo amargo por dulce”. Así es
en verdad; porque las dulzuras, aunque suaves al
paladar, dejan tras sí amarguras y remordimiento de
la conciencia por la complacencia desordenada que
en ellas se tiene; mientras que los trabajos aceptados
de la mano de Dios con resignación, se tornan dulces,
y los ama el alma que está enamorada de Él.
Persuadámonos, pues, que en este valle de
lágrimas no es posible que goce verdadera paz de
corazón sino el que sobrelleva los padecimientos y se
abraza gustoso a ellos por agradar a Dios; que tal es
la herencia y estado de corrupción, que nos legó el
pecado original. La condición de los justos sobre la
tierra es padecer amando; mientras que la de los
santos en el paraíso es gozar amando. Cierto día, el
Padre Séñeri el joven, aconsejó a una de sus
penitentes, para animarla a padecer, que a los pies
del Crucifijo escribiese estas palabras: Así se ama. No
es tanto el padecer, cuanto la voluntad de padecer
por amor de Cristo, lo que constituye la señal más
cierta de que un alma ama al Señor. “Y ¿qué más
ganancia –decía Santa Teresa– que tener algún
testimonio de que agradamos a Dios?”. Pero ¡ay!, que
la mayor parte de los hombres desfallecen con solo
oír el nombre de cruz, de humillación y dolores; sin
30
embargo, todavía hay almas que ponen todas sus
delicias en padecer, y andan como inconsolables
cuando les faltan afrentas y penas. “La presencia de
Jesús crucificado –decía un alma devota– me vuelve la
cruz tan amable, que creo que sin sufrir no podría
gozar felicidad cumplida; todo lo suple en mí el amor
de Jesucristo”. Este es el consejo que Cristo da a
quien desea seguir sus pasos: que tome su cruz y
vaya en pos de Él. Lleve su cruz cada día, y sígame
(Lc 9,23). Preciso es tomarla, empero, y llevarla, no
por fuerza y a despecho, sino con humildad, paciencia
y amor.
¡Oh, cuán agradable es y acepto a Dios el que, con
humildad y paciencia, acepta las cruces que le envía!
Decía San Ignacio de Loyola que no hay leña tan a
propósito para encender y conservar el fuego del
amor de Dios, como el madero de la Cruz; quiere
decir: amar a Dios entre los sufrimientos.
Preguntando cierto día al Señor, Santa Gertrudis, qué
cosa podía ofrecerle que le fuese más acepta y
agradable, el Señor le dijo: Mira, hija, no hay cosa que
yo reciba con más gusto, que sufrir con tranquilidad
de ánimo todas las tribulaciones que te salen al paso.
Por aquí vino a decir la fidelísima sierva de Dios, Sor
Victoria Angelini, que pasar no más que un día
clavada con Cristo en la Cruz, tiene más mérito que
andar cien años ocupado en otros ejercicios
espirituales. Semejante a ésta es la sentencia de San
Juan de Ávila: “Más vale –decía– un gracias a Dios o
un bendito sea Dios en las adversidades, que seis mil
gracias en bendiciones y prosperidades”. Y con todo,
¡los hombres ignoran todavía el valor de la Cruz
llevada por Cristo! “Si esto entendieran –dice Santa
Angela de Foligno–, los padecimientos serían objeto
de rapiña; que es como decir que unos a otros se
robarían las ocasiones de padecer”. Y Santa María
Magdalena de Pazzis, que había gustado las dulzuras
31
de la cruz, deseaba que Dios le alargase la vida, más
bien que morir e irse al Cielo; porque –decía– en el
paraíso no se puede padecer.
Todos los deseos de un alma que ama a Dios no
son otros que unirse a Él por entero; mas para llegar
a esta perfecta unión, veamos los consejos que nos
da Santa Catalina de Génova. “Es imposible –dice–
llegar a la unión con Dios sin la adversidad; porque en
este crisol es donde destruye Dios todos los
desordenados movimientos de nuestra alma y de
nuestros sentidos. Y por esto, injurias, menosprecios,
enfermedad, pérdida de parientes y amigos,
humillaciones, tentaciones y otros mil géneros de
penalidades nos son absolutamente necesarias, para
que, batallando y yendo de victoria en victoria,
consigamos extinguir en nosotros las perversas
inclinaciones y no las sintamos más. Postradas ya, y
vencidas, debemos procurar alcanzar, no sólo que el
padecer pierda su aspereza, sino que nos sean
sabrosos y deleitables los sufrimientos; sólo por aquí
llegaremos a la unión con Dios”.
De donde resulta que el alma que ama a Dios con
perfección, “antes busca lo desabrido, como dice San
Juan de la Cruz, que lo sabroso; y más se inclina al
padecer, que al consuelo..., y a las sequedades y
aflicciones, que a las dulces comunicaciones,
andando con avidez en busca de todo linaje de
voluntarias mortificaciones; y abrazándose con mayor
amor con las involuntarias, que éstas son las que Dios
más estima”. Ya lo tenía dicho Salomón: Que mejor es
el varón paciente que el fuerte; y el que es señor de
su ánimo, que el que conquista y gana ciudades (Prov
16,32). Cierto es que mucho complace a Dios el que
crucifica su carne con ayunos, cilicios y disciplinas,
porque mortificándose da pruebas de varonil
entereza; pero mucho más agradable es a Dios
holgarse en los trabajos y sufrir con paciencia las
32
cruces que Él nos manda. Decía San Francisco de
Sales: “Las tribulaciones que nos vienen de la mano
de Dios o de los hombres por beneplácito de Dios,
son siempre más preciosas que las que son hijas de
nuestra propia voluntad; porque es ley general que,
donde menos lugar tiene nuestra voluntad, más
contento hay para Dios y provecho para nuestras
almas”. Y ya antes, Santa Teresa nos había dado el
mismo documento, cuando dijo: “En un día podrá
ganar más delante de su Majestad, de mercedes y
favores perpetuos, que pudiera ser que ganara él en
diez años en cruces que quisiera tomar por sí”.
Y por eso Santa María Magdalena de Pazzis
exclamaba generosamente: “No hay tormento en el
mundo, por penoso que sea, que no soportara yo con
alegría, pensando que me vienen de la mano de
Dios”. Y así fue, porque en los padecimientos no
pequeños que durante cinco años padeció la Santa,
bastaba traerle a la memoria que tal era la voluntad
de Dios, para devolverle la paz y tranquilidad. ¡Ah!,
que para conquistar a Dios, tesoro inestimable, todo
es de poco o de ningún valor. “Cueste Dios lo que
costare –decía el P. Hipólito Durazzo–, jamás nos
costará muy caro”.
Roguemos, pues, al Señor, que nos halle dignos de
amarle; que si perfectamente le amamos, humo y no
más que lodo nos parecerán los bienes de este
mundo; y las ignominias y los padecimientos se
convertirán en suavísimos deleites. Hablando San
Juan Crisóstomo de un alma que totalmente se ha
entregado a Dios, dice así: “Cuando uno ha llegado al
perfecto amor de Dios, vive como si estuviese solo
sobre la tierra; no se cuida más de la gloria o de las
ignominias; desprecia las tentaciones y los
sufrimientos, y pierde el gusto y apetito de las cosas
terrenas. No encontrando ya ayuda ni reposo en
cosas de mundo, corre sin tregua ni descanso tras el
33
Amado sin que haya estorbo que la detenga, porque
ya trabaje, ya coma; ya duerma, ya esté en vela, en
todo lo que hace y en todo lo que dice y piensa, su
anhelo único es hallar al Amado; porque allí tiene
cada cual su corazón, donde tiene su tesoro”.
34
UN CONSEJO DE DON BOSCO A SANTO
DOMINGO SAVIO, ENFERMO3
3
Memorias biográficas, t.V, p. 629.
35
CARTA DE UN ENFERMO
De una carta de Luigi Rocci (11 de febrero de 1974)
[El autor tiene introducido el proceso
de canonización]
36
TEXTOS DE JUAN PABLO II A LOS
ENFERMOS
4
11 de febrero de 2000.
37
iluminado por la fe, se transforma en fuente de
esperanza y salvación.
Ojalá que Cristo sea la Puerta para vosotros,
queridos enfermos llamados en este momento a
llevar una cruz más pesada. Que Cristo sea también
la Puerta para vosotros, queridos acompañantes, que
los cuidáis. Como el buen samaritano, todo creyente
debe dar amor a quien sufre. No está permitido
“pasar de largo” ante quien está probado por la
enfermedad. Por el contrario, hay que detenerse,
inclinarse sobre su enfermedad y compartirla
generosamente, aliviando su peso y sus dificultades.
Santiago escribe: ¿Está enfermo alguno entre
vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que
oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del
Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el
Señor hará que se levante, y si hubiera cometido
pecados, le serán perdonados (St 5, 14-15). Dentro
de poco reviviremos de modo singular esta
exhortación del Apóstol, cuando algunos de vosotros,
queridos enfermos, recibáis el sacramento de la
unción de los enfermos. Él, devolviendo el vigor
espiritual y físico, pone muy bien de relieve que
Cristo es para la persona que sufre la Puerta que
conduce a la vida...
...La Iglesia entra en el nuevo milenio estrechando
en su corazón el evangelio del sufrimiento, que es
anuncio de redención y salvación. Hermanos y
hermanas enfermos, sois testigos singulares de este
Evangelio. El tercer milenio espera este testimonio de
los cristianos que sufren...
Que se incline sobre cada uno de vosotros la
Virgen Inmaculada, que nos visitó en Lourdes, como
hoy recordamos con alegría y gratitud. En la gruta de
Massabielle confió a santa Bernardita un mensaje que
lleva al corazón del Evangelio: a la conversión y a la
penitencia, a la oración y al abandono confiado en las
38
manos de Dios. Con María, la Virgen de la Visitación,
elevamos también nosotros al Señor el “Magníficat”,
que es el canto de la esperanza de todos los pobres,
los enfermos y los que sufren en el mundo, que
exultan de alegría porque saben que Dios está junto a
ellos como Salvador.
5
11 de febrero de 1998.
39
mundiales del enfermo se celebren, año tras año, en
santuarios marianos.
Queridos enfermos, hoy es vuestra Jornada. Pienso
en vosotros reunidos junto a la Santa Casa; en
vosotros, presentes en esta sala, así como en todos
los enfermos que se han dado cita a los pies de la
Inmaculada en la gruta de Lourdes o en otros
santuarios marianos del mundo entero. Pienso en
vosotros, todavía más numerosos, que estáis en los
hospitales, en vuestras casas, en las habitaciones que
son los santuarios de vuestra paciencia y de vuestra
oración diaria. A vosotros está reservado un puesto
especial en la comunidad eclesial. La situación de
enfermedad y el deseo de recuperar la salud os
hacen testigos privilegiados de la fe y de la
esperanza.
Encomiendo a la intercesión de María vuestras
aspiraciones a la curación y os exhorto que las
iluminéis y las elevéis siempre con la virtud teologal
de la esperanza, don de Cristo. María os ayudará a
dar un significado nuevo al sufrimiento,
transformándolo en camino de salvación, en ocasión
de evangelización y de redención. Y así, vuestra
experiencia de dolor y soledad, vivida como la de
Cristo y animada por el Espíritu Santo, proclamará la
fuerza victoriosa de la resurrección.
María os obtenga el don de la confianza, que os
sostenga en la peregrinación terrena. La confianza es
hoy más necesaria que nunca, porque es más
compleja y problemática la experiencia de la vida
moderna.
Y tú, Virgen de Loreto, vela sobre el camino de
todos nosotros. Guíanos hacia la patria celestial,
donde contemplaremos para siempre contigo la gloria
de tu Hijo Jesús.
¡A todos mi afectuosa bendición!
40
MENSAJE DE JUAN PABLO II A LOS
ENFERMOS6
41
enfermedades. Así, san Mateo nos dice que Jesús
recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas,
proclamando la Buena Nueva del reino y curando
toda enfermedad y dolencia en el pueblo. Su fama
llegó a toda Siria; y le trajeron todos los que se
encontraban mal con enfermedades y sufrimientos
diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los
curó (4,23-24). San Pedro, siguiendo los pasos de
Cristo, junto a la Puerta Hermosa del templo ayudó a
caminar a un tullido (cf. Hch 3,2-5) y en cuanto se
corrió la voz de lo acaecido, le sacaban enfermos a
las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para
que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a
alguno de ellos (ibíd. 5,15-16). Desde sus orígenes, la
Iglesia, movida por el Espíritu Santo, quiere seguir los
ejemplos de Jesús en este sentido, y por eso
considera que es un deber y un privilegio estar al lado
del que sufre y cultivar un amor preferencial hacia los
enfermos. Por eso, escribí en la Carta Apostólica
Salvifici doloris: “La Iglesia que nace del misterio de
la redención en la Cruz de Cristo, está obligada a
buscar el encuentro con el hombre, de modo
particular, en el camino de su sufrimiento. En un
encuentro de tal índole el hombre constituye el
camino de la Iglesia, y es éste uno de los más
importantes”.
2. El hombre está llamado a la alegría y a la vida
feliz, pero experimenta diariamente muchas formas
de dolor, y la enfermedad es la expresión más
frecuente y más común del sufrir humano. Ante ello
es espontáneo preguntarse: ¿Por qué sufrimos? ¿Para
qué sufrimos? ¿Tiene un significado que las personas
sufran? ¿Puede ser positiva la experiencia del dolor
físico o moral? Sin duda, cada uno de nosotros se
habrá planteado más de una vez estas cuestiones,
sea desde el lecho del dolor, en los momentos de
convalecencia, antes de someterse a una
42
intervención quirúrgica o cuando se ha visto sufrir a
un ser querido.
Para los cristianos éstos no son interrogantes sin
respuesta. El dolor es un misterio, muchas veces
inescrutable para la razón. Forma parte del
misterio de la persona humana, que sólo se
esclarece en Jesucristo, que es quien revela al
hombre su propia identidad. Sólo desde Él podremos
encontrar el sentido a todo lo humano. El sufrimiento
-como he escrito en la Carta Apostólica Salvifici
doloris- “no puede ser transformado y cambiado con
una gracia exterior sino interior... Pero este proceso
interior no se desarrolla siempre de igual manera...
Cristo no responde directamente ni en abstracto a
esta pregunta humana sobre el sentido del
sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica
a medida que él mismo se convierte en partícipe de
los sufrimientos de Cristo. La respuesta que llega
mediante esta participación es... una llamada:
Sígueme, Ven, toma parte con tu sufrimiento en
esta obra de salvación del mundo, que se realiza
a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz”. Por
eso, ante el enigma del dolor, los cristianos podemos
decir un decidido “hágase, Señor, tu voluntad” y
repetir con Jesús: Padre mío, si es posible, que pase
de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo
quiero sino como quieres Tú (Mt 26,39).
3. La grandeza y dignidad del hombre están en ser
hijo de Dios y estar llamado a vivir en íntima unión
con Cristo. Esa participación en su vida lleva consigo
el compartir su dolor. El más inocente de los hombres
–el Dios hecho hombre– fue el gran sufriente que
cargó sobre sí con el peso de nuestras faltas y de
nuestros pecados. Cuando Él anuncia a sus discípulos
que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho, ser
crucificado y resucitar al tercer día, advierte a la vez
que si alguno quiere ir en pos de Él, ha de negarse a
43
sí mismo, tomar su cruz de cada día, y seguirle (cf. Lc
9, 22ss). Existe, pues, una íntima relación entre la
Cruz de Jesús –símbolo del dolor supremo y precio de
nuestra verdadera libertad– y nuestros dolores,
sufrimientos, aflicciones, penas y tormentos que
pueden pesar sobre nuestras almas o echar raíces en
nuestros cuerpos. El sufrimiento se transforma y
sublima cuando se es consciente de la cercanía y
solidaridad de Dios en esos momentos. Es esa la
certeza que da la paz interior y la alegría espiritual
propias del hombre que sufre generosamente y
ofrece su dolor como hostia viva, consagrada y
agradable a Dios (Rm 12,1). El que sufre con esos
sentimientos no es una carga para los demás, sino
que contribuye a la salvación de todos con su
sufrimiento.
Vistos así, el dolor, la enfermedad y los momentos
oscuros de la existencia humana, adquieren una
dimensión profunda e, incluso esperanzada. Nunca se
está solo frente al misterio del sufrimiento: se está
con Cristo, que da sentido a toda la vida: a los
momentos de alegría y paz, igual que a los momentos
de aflicción y pena. Con Cristo todo tiene sentido,
incluso el sufrimiento y la muerte; sin Él, nada se
explica plenamente, ni siquiera los legítimos placeres
que Dios ha unido a los diversos momentos de la vida
humana.
4. La situación de los enfermos en el mundo y en la
Iglesia no es, de ningún modo, pasiva. A este
respecto, quiero recordar las palabras que les
dirigieron los Padres Sinodales al concluir la VII
Asamblea general ordinaria del Sínodo de los
Obispos: “Contamos con vosotros para enseñar al
mundo entero lo que es el amor. Haremos todo lo
posible para que encontréis el lugar al que tenéis
derecho en la sociedad y en la Iglesia”. Como escribí
en mi Exhortación apostólica Christifideles laici “A
44
todos y a cada uno se dirige el llamamiento del
Señor: también los enfermos son enviados como
obreros a su viña. El peso que oprime a los miembros
del cuerpo y menoscaba la serenidad del alma, lejos
de retraerles del trabajar en la viña, los llama a vivir
su vocación humana y cristiana y a participar en el
crecimiento del Reino de Dios con nuevas
modalidades, incluso más valiosas [...] muchos
enfermos pueden convertirse en portadores del gozo
del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones
(1Ts 1,6) y ser testigos de la Resurrección de Jesús”
(n. 53). En este sentido, es oportuno tener presente
que los que viven en situación de enfermedad no sólo
están llamados a unir su dolor a la Pasión de Cristo,
sino a tener una parte activa en el anuncio del
Evangelio, testimoniando, desde la propia experiencia
de fe, la fuerza de la vida nueva y la alegría que
vienen del encuentro con el Señor resucitado (cf. 2Co
4, 10-11; 1P 4, 13; Rm 8, 18ss).
Con estos pensamientos he querido suscitar en
cada uno y cada una de Ustedes los sentimientos que
llevan a vivir las pruebas actuales con un sentido
sobrenatural, sabiendo ver en ellas una ocasión para
descubrir a Dios en medio de las tinieblas y los
interrogantes, y adivinar los amplios horizontes que
se vislumbran desde lo alto de nuestras cruces de
cada día.
5. Quiero extender mi saludo a todos los enfermos
de México, muchos de los cuales están siguiendo esta
visita a través de la radio o de la televisión; a sus
familiares, amigos y a cuantos les ayudan en estos
momentos de prueba; al personal médico y sanitario,
que ofrecen la contribución de su ciencia y de sus
atenciones para superarlos o, por lo menos, hacerlos
más llevaderos; a las autoridades civiles que se
preocupan por el progreso de los hospitales y los
demás centros asistenciales de los diferentes Estados
45
y del País entero. Una mención especial quiero
reservar a las personas consagradas que viven su
carisma religioso en el campo de la salud, así como a
los sacerdotes y a los demás agentes pastorales que
les ayudan a encontrar en la fe consuelo y esperanza.
No puedo dejar de agradecer las oraciones y
sacrificios que ofrecen muchos de Ustedes por mi
persona y mi ministerio de Pastor de la Iglesia
universal.
Al entregar este Mensaje... les renuevo mi saludo y
mi afecto en el Señor y, por intercesión de la Virgen
de Guadalupe, que al Beato Juan Diego le dijo “¿No
soy yo tu salud?” –manifestándose así como quien
invocamos los cristianos con el título de “Salus
infirmorum”–, les imparto de corazón la Bendición
Apostólica.
46
A LOS ENFERMOS
(P. Marcos Pizzariello)7
7
Marcos Pizzariello, S.J., Mensajes Espirituales, Lumen
1989,p. 55-57.
47
ellos quiero transmitirles la siguiente exhortación de
autor desconocido y que dice:
48
ORACIÓN DE CONFIANZA DE UN ALMA
ATRIBULADA
(Santa Faustina Kowalska)
49
Y así pasa día tras día,
y el alma se hunde en un mar de amargura,
y el corazón se diluye en lágrimas,
¡Oh, Jesús crucificado, Tú me iluminas como la
aurora!
50
EL SACRAMENTO DE LOS ENFERMOS8
“Con la sagrada unción de los enfermos y con la
oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera
encomienda a los enfermos al Señor sufriente y
glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los
anima a unirse libremente a la pasión y muerte de
Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios”.
I. FUNDAMENTOS BIBLICOS
51
pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según su
Ley, devuelve la vida: Yo, el Señor, soy el que te sana
(Ex 15,26). El profeta entrevé que el sufrimiento
puede tener también un sentido redentor por los
pecados de los demás. Finalmente, Isaías anuncia
que Dios hará venir un tiempo para Sión en que
perdonará toda falta y curará toda enfermedad.
Cristo, médico
La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus
numerosas curaciones de dolientes de toda clase son
un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su
pueblo (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy
cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar,
sino también de perdonar los pecados: vino a curar al
hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los
enfermos necesitan. Su compasión hacia todos los
que sufren llega hasta identificarse con ellos: Estuve
enfermo y me visitasteis (Mt 25,36). Su amor de
predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo
largo de los siglos, de suscitar la atención muy
particular de los cristianos hacia todos los que sufren
en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a
infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
A menudo Jesús pide a los enfermos que crean. Se
sirve de signos para curar: saliva e imposición de
manos, barro y ablución. Los enfermos tratan de
tocarlo, pues salía de él una fuerza que los curaba a
todos (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo
continúa “tocándonos” para sanarnos.
Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo
se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas
sus miserias: El tomó nuestras flaquezas y cargó con
nuestras enfermedades (Mt 8,17). No curó a todos los
enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida
del Reino de Dios. Anunciaban una curación más
radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su
52
Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso
del mal y quitó el pecado del mundo (Jn 1,29), del que
la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su
pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido
nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos
configura con El y nos une a su pasión redentora.
53
enfermos como por la oración de intercesión con la
que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de
Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta
presencia actúa particularmente a través de los
sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía,
pan que da la vida eterna y cuya conexión con la
salud corporal insinúa san Pablo.
No obstante, la Iglesia apostólica tuvo un rito
propio en favor de los enfermos, atestiguado por
Santiago: ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a
los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le
unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración
de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se
levante, y si hubiera cometido pecados, le serán
perdonados (St 5,14-l5). La Tradición ha reconocido
en este rito uno de los siete sacramentos de la
Iglesia.
54
liturgia nunca dejó de orar al Señor a fin de que el
enfermo pudiera recobrar su salud si así convenía a
su salvación.
...“El sacramento de la Unción de los enfermos se
administra a los gravemente enfermos ungiéndolos
en la frente y en las manos con aceite de oliva
debidamente bendecido o, según las circunstancias,
con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola
vez estas palabras: ‘Por esta santa unción, y por su
bondadosa misericordia te ayude el Señor con la
gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus
pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu
enfermedad’ [Pablo VI].
55
enfermos a llamar al sacerdote para recibir este
sacramento. Y que los enfermos se preparen para
recibirlo en buenas disposiciones, con la ayuda de su
pastor y de toda la comunidad eclesial a la cual se
invita a acompañar muy especialmente a los
enfermos con sus oraciones y sus atenciones
fraternas.
56
Estas acciones litúrgicas indican la gracia que este
sacramento confiere a los enfermos.
57
Una preparación para el último tránsito. Si el
sacramento de la Unción de los enfermos es
concedido a todos los que sufren enfermedades y
dolencias graves, lo es con mayor razón “a los que
están a punto de salir de esta vida” (“in exitu viae
constituti”); de manera que se la ha llamado también
“sacramentum exeuntium” (“sacramento de los que
parten”). La Unción de los enfermos acaba por
conformarnos con la muerte y resurrección de Cristo,
como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la
última de las sagradas unciones que jalonan toda la
vida cristiana; la del Bautismo había sellado en
nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos
había fortalecido para el combate de esta vida. Esta
última unción ofrece al término de nuestra vida
terrena un escudo para defenderse en los últimos
combates y entrar en la Casa del Padre.
58
Unción y la Eucaristía, en cuanto viático, constituyen,
cuando la vida cristiana toca a su fin, “los
sacramentos que preparan para entrar en la Patria” o
los sacramentos que cierran la peregrinación.
59
TEXTOS DEL PADRE PÍO SOBRE EL
SUFRIMIENTO9
“Considérate afortunadísima
por haber sido hecha digna de
participar en los dolores del
Hombre Dios”.
9
Tomo estos textos de diferentes capítulos del libro
de Melchor de Pobladura, OFM, En la escuela espiritual del
Padre Pío de Pietrelcina, León 1983.
60
alma escogida sino por el camino que Él siguió, es
decir, por el camino de la abnegación y de la cruz”.
61
PLEGARIA DE UN ENFERMO
P. Marcos Pizzariello10
10
Mi palabra es oración, Lumen, Bs.As.1989, pp.28-
31.
62
lo que siento, porque al fin y al cabo
soy hombre y no puedo naturalmente
amar esta enfermedad, que me limita,
que me distrae de mis ocupaciones
más apremiantes, que me...
63
que me asegura en medio
de mis inseguridades, que me aquieta
en medio de mis inquietudes,
que me alienta en medio de mis desánimos,
que ancla mi vida en Ti,
único puerto seguro,
en donde puedo descansar
después de las tormentas,
que a menudo sacuden
la débil barquichuela de mi existencia.
64
LA BARCA DE LA VIDA
Santa Faustina Kowalska
65
PENSAMIENTOS DEL BEATO DON
ORIONE11
“¡Dichosos los que padecen algo, los doloridos en
el espíritu y en el cuerpo, en nombre y por amor a
Jesucristo”.
11
Del libro de Carlos Sterpi, El espíritu de Don Orione,
Ed. Pío XX, Mar del Plata 1950.
66
los que desean amarlo y servirlo, sanos o enfermos,
siempre y siempre cada vez más fielmente como
buenos soldados de Cristo; junto a los que quieren
vivir y soportar fatigas con Jesús y por Jesús en amor
santo de caridad, de padecimientos, de consumación
de nosotros mismos: divina hostia, divino holocausto
en la voluntad de Dios, en la caridad de Jesucristo”.
67
SABER SUFRIR
(P. Marcos Pizzariello)12
12
P. Marcos Pizzariello, S.J., Mensajes Espirituales,
Lumen, 1989, pp. 58-60.
68
reciben con júbilo, porque piensan más en el bien que
acarrean, que en la pena que producen.
Saber sufrir es la ciencia del vivir.
Sentenciosamente san Felipe Neri afirmaba que en
esta vida no hay purgatorio, sino paraíso o infierno;
porque quien soporta las tribulaciones con paciencia,
goza del paraíso; quien no, sufre un infierno.
Cuando nos ocurriere padecer dolores, trabajos y
malos tratos, dice san Francisco de Sales, fijemos
nuestros ojos en los padecimientos que sufrió nuestro
Salvador; y al instante se tornarán dulces y llevaderas
nuestras penas, las cuales por graves que sean, no
nos parecerán sino flores en comparación con sus
espinas.
Tomás de Kempis escribe que no tiene la
verdadera paciencia quien no quiere padecer sino lo
que él desea, y de quien lo desea. El verdadero
paciente, no considera ni la duración, ni la gravedad
de sus padecimientos, como tampoco la persona de
donde provienen: si es superior, igual o inferior; si es
santo, o malvado o indigno; sino que su única mira es
padecer.
Este lenguaje puede parecer a algunos un
malabarismo, una incógnita, por no decir un absurdo.
Sí, es la locura de la Cruz, humanamente inexplicable.
Sólo el verdadero amor a Dios habla de esta manera.
69
A LOS ANCIANOS
De la carta de Juan Pablo II (1 de octubre de
1999)
70
asimismo sean en su porte cual conviene a los santos
[...]; para que enseñen a las jóvenes a ser amantes
de sus maridos y de sus hijos (2, 2-5)...
Así pues, a la luz de la enseñanza y según la
terminología propia de la Biblia, la vejez se presenta
como un “tiempo favorable” para la culminación de la
existencia humana y forma parte del proyecto divino
sobre cada hombre, como ese momento de la vida en
el que todo confluye, permitiéndole de este modo
comprender mejor el sentido de la vida y alcanzar la
“sabiduría del
corazón”. La ancianidad venerable –advierte el libro
de la Sabiduría– no es la de los muchos días ni se
mide por el número de años; la verdadera canicie
para el hombre es la prudencia, y la edad provecta,
una vida inmaculada” (4,8-9). Es la etapa definitiva
de la madurez humana y, a la vez, expresión de la
bendición divina...
71
salvación (Lc 2,29-30). El apóstol Pablo se debatía,
apremiado por ambas partes, entre el deseo de
seguir viviendo para anunciar el Evangelio y el anhelo
de partir y estar con Cristo (Flp 1,23). San Ignacio de
Antioquía nos dice que, mientras iba gozoso a sufrir el
martirio, oía en su interior la voz del Espíritu Santo,
como “agua” viva que le brotaba de dentro y le
susurraba la invitación: “Ven al Padre”. Los ejemplos
podrían continuar aún. En modo alguno ensombrecen
el valor de la vida terrena, que es bella a pesar de las
limitaciones y los sufrimientos, y ha de ser vivida
hasta el final. Pero nos recuerdan que no es el valor
último, de tal manera que, desde una perspectiva
cristiana, el ocaso de la existencia terrena tiene los
rasgos característicos de un “paso”, de un puente
tendido desde la vida a la vida, entre la frágil e
insegura alegría de esta tierra y la alegría plena que
el Señor reserva a sus siervos fieles: ¡Entra en el gozo
de tu Señor! (Mt 25, 21)...
72
encontraremos con todo valor auténtico
experimentado aquí en la tierra, junto a
quienes nos han precedido en el signo de la
fe y de la esperanza.
Y tú, María, Madre de la humanidad
peregrina, ruega por nosotros “ahora y en
la hora de nuestra muerte”. Manténnos
siempre muy unidos a Jesús, tu Hijo amado
y hermano nuestro, Señor de la vida y de la
gloria. ¡Amén!
73
EL ENFERMO JUNTO A NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO, HOMBRE DE
DOLORES Y SUFRIMIENTOS
SALMO 22
(Salmo que recitó Jesús en la Cruz)
74
Novillos innumerables me rodean,
me acosan los toros de Basán;
ávidos abren contra mí sus fauces;
leones que desgarran y rugen.
Como el agua me derramo,
todos mis huesos se dislocan,
mi corazón se vuelve como cera,
se me derrite en mis entrañas.
Está seco mi paladar como una teja
y mi lengua pegada a mi garganta;
tú me sumes en el polvo de la muerte.
Perros innumerables me rodean,
una banda de malvados me acorrala,
taladran mis manos y mis pies.
Puedo contar todos mis huesos;
ellos me observan y me miran,
se reparten entre sí mis vestiduras
y se sortean mi túnica.
¡Mas tú, Yahveh, no te estés lejos,
corre en mi ayuda, oh fuerza mía,
libra mi alma de la espada,
mi única de las garras del perro;
sálvame de las fauces del león,
y mi pobre ser de los cuernos de los búfalos!
¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré!:
«Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza,
raza toda de Jacob, glorificadle,
temedle, raza toda de Israel».
Porque no ha despreciado
ni ha desdeñado la miseria del mísero;
no le ocultó su rostro,
mas cuando le invocaba le escuchó.
De ti viene mi alabanza en la gran asamblea,
mis votos cumpliré ante los que le temen.
Los pobres comerán, quedarán hartos,
los que buscan a Yahveh le alabarán:
75
«¡Viva por siempre vuestro corazón!»
Le recordarán y volverán a Yahveh todos los confines
de la tierra,
ante él se postrarán todas las familias de las gentes.
Que es de Yahveh el imperio, del señor de las
naciones.
Ante él solo se postrarán todos los poderosos de la
tierra,
ante él se doblarán cuantos bajan al polvo.
Y para aquél que ya no viva,
le servirá su descendencia:
ella hablará del Señor a la edad venidera,
contará su justicia al pueblo por nacer: Esto hizo él.
SALMO 69
(Refleja proféticamente los sentimientos
del Corazón de Jesús en su Pasión)
76
y la vergüenza cubre mi semblante;
para mis hermanos soy un extranjero,
un desconocido para los hijos de mi madre;
pues me devora el celo de tu casa,
y caen sobre mí los insultos de los que te insultan.
Si mortifico mi alma con ayuno,
se me hace un pretexto de insulto;
si tomo un sayal por vestido,
para ellos me convierto en burla,
cuento de los que están sentados a la puerta,
y copla de los que beben licor fuerte.
Mas mi oración hacia ti, Yahveh,
en el tiempo propicio:
por tu gran amor, oh Dios, respóndeme,
por la verdad de tu salvación.
¡Sácame del cieno, no me hunda,
escape yo a los que me odian,
a las honduras de las aguas!
¡El flujo de las aguas no me anegue
no me trague el abismo,
ni el pozo cierre sobre mí su boca!
¡Respóndeme, Yahveh, pues tu amor es bondad;
en tu inmensa ternura vuelve a mí tus ojos;
no retires tu rostro de tu siervo,
que en angustias estoy, pronto, respóndeme;
acércate a mi alma, rescátala,
por causa de mis enemigos, líbrame!
Tú conoces mi oprobio,
mi vergüenza y mi afrenta,
ante ti están todos mis opresores.
El oprobio me ha roto el corazón y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay,
consoladores, y no encuentro ninguno.
Veneno me han dado por comida,
en mi sed me han abrevado con vinagre...
Y yo desdichado, dolorido,
¡tu salvación, oh Dios, me restablezca!
77
El nombre de Dios celebraré en un cántico,
le ensalzaré con la acción de gracias;
y más que un toro agradará a Yahveh,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
Lo han visto los humildes y se alegran;
¡viva vuestro corazón, los que buscáis a Dios!
Porque Yahveh escucha a los pobres,
no desprecia a sus cautivos.
¡Alábenle los cielos y la tierra,
el mar y cuanto bulle en él!
Pues salvará Dios a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá:
habitarán allí y las poseerán;
la heredará la estirpe de sus siervos,
los que aman su nombre en ella morarán.
78
y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos
nosotros.
Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca.
Como un cordero al degüello era llevado,
y como oveja que ante los que la trasquilan está
muda,
tampoco él abrió la boca.
Tras arresto y juicio fue arrebatado,
y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa?
Fue arrancado de la tierra de los vivos;
por las rebeldías de su pueblo ha sido herido;
y se puso su sepultura entre los malvados
y con los ricos su tumba,
por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su
boca.
Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias.
Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia,
alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se
cumplirá por su mano.
Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará.
Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos
y cargará las culpas de ellos.
Por eso le daré su parte entre los grandes
y con poderosos repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte y con los
rebeldes fue contado,
cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por
los rebeldes.
79
Tu me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte,
Muéveme en fin, tu amor de tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar por que te quiera,
porque aunque cuanto espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera.
80
ANTE EL CRISTO DE LA BUENA MUERTE
José María Pemán
¡Cristo de la Buena
Muerte,
el de la faz amorosa,
tronchada como una rosa,
81
fueron milagros de amor.
Fue, en fin, que ya no
pudieron
sus manos llegar a tanto,
y desmayadas cayeron...
¡y los ángeles te hicieron
con sus manos, mientras
tanto!
Por eso a tus pies
postrado;
82
y muriendo bendecirte. que ame tu Ciencia y tu
Quiero, Señor, en tu Luz;
encanto que vaya, en fin, por la
tener mis sentidos presos, vida
y, unido a tu cuerpo como Tú estás en la Cruz:
santo, de sangre los pies
mojar tu rostro con llanto, cubiertos,
secar tu llanto con besos. llagadas de amor las
Quiero, en santo desvarío, manos,
besando tu rostro frío, los ojos al mundo
besando tu cuerpo inerte, muertos,
llamarte mil veces mío... y los dos brazos abiertos
¡Cristo de la Buena para todos mis hermanos.
Muerte! Señor, aunque no
Y Tú, Rey de las merezco
bondades, que Tú escuches mi
que mueres por tu bondad quejido;
muéstrame con claridad por la muerte que has
la Verdad de las verdades sufrido,
que es sobre toda verdad. escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que te pido:
A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto
tengo;
cuanto me has dado,
Señor.
83
¡Cristo de la Buena
Muerte!
84
LA SANTA SÍNDONE
TESTIMONIO DE LA PASIÓN
85
–un Amor sometido a golpes en su Rostro, a
vejaciones y burlas (tiene la barba arrancada);
–un Amor con un Rostro sereno, que muerto habla
de Vida y de Resurrección.
86
“La Sábana Santa es también imagen del amor de Dios y
del pecado del hombre. Invita a redescubrir la causa
última de la muerte redentora de Jesús” (Juan Pablo II)
87
“La Sábana Santa... nos invita a descubrir el misterio
del dolor que, santificado por el sacrificio de Cristo,
genera salvación para toda la humanidad” (Juan Pablo
II).
88
JUAN PABLO II, EN SU VISITA A LA
SANTA SÍNDONE (TURÍN, 24 DE MAYO
DE 1998)
89
casi palpable y manifiesta sus sorprendentes
dimensiones. Ante ella, los creyentes no pueden dejar
de exclamar y con plena verdad: «¡Señor, no me
podías amar más!», y darse cuenta inmediatamente
de que el responsable de este sufrimiento es el
pecado: los pecados de cada ser humano.
90
VÍA CRUCIS
(Madre Teresa de Calcuta)13
Oración
Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar
las penas y las fatigas, las torturas de la vida diaria;
que tu muerte y ascensión nos levante, para que
lleguemos a una más grande y creativa abundancia
de vida. Tú que has tomado con paciencia y humildad
la profundidad de la vida humana, igual que las penas
y sufrimientos de tu cruz, ayúdanos para que
aceptemos el dolor y las dificultades que nos trae
cada nuevo día y que crezcamos como personas y
lleguemos a ser más semejantes a ti.
Haznos capaces de permanecer con paciencia y
ánimo, y fortalece nuestra confianza en tu ayuda.
Déjanos comprender que sólo podemos alcanzar una
vida plena si morimos poco a poco a nosotros mismos
y a nuestros deseos egoístas. Pues sólo si morimos
contigo, podemos resucitar contigo. Amén.
91
II. Jesús carga con la cruz
Entonces se lo entregó para que lo crucificasen.
Tomaron, pues, a Jesús, que llevando la cruz, salió al
sitio llamado Calvario, que en hebreo se dice Gólgota
(Jn 19, 16-17). ¿No tengo razón? ¡Muchas veces
miramos pero no vemos nada! Todos nosotros
tenemos que llevar la cruz y tenemos que seguir a
Cristo al Calvario, si queremos reencontrarnos con Él.
Yo creo que Jesucristo, antes de su muerte, nos ha
dado su Cuerpo y su Sangre para que nosotros
podamos vivir y tengamos bastante ánimo para llevar
la cruz y seguirle, paso a paso.
92
de amor y de comprensión? ¿Estamos aquí para
comprender a nuestra juventud si se cae? ¿Si está
sola? ¿Si no se siente deseada? ¿Estamos entonces
presentes?
93
importan. Pero es Jesús quien necesita nuestras
manos para limpiar sus caras. ¿Podéis hacerlo?, ¿o
pasaréis sin mirar?
94
Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le
crucificaron allí con dos malhechores Jesús decía:
Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc
23, 33). Jesús es crucificado. ¡Cuántos disminuidos
psíquicos, retrasados mentales llenan las clínicas!
Cuántos hay en nuestra
propia patria. ¿Les visitamos?
¿Compartimos con ellos este
calvario? ¿Sabemos algo de
ellos? Jesús nos ha dicho: Si
vosotros queréis ser mis
discípulos, tomad la cruz y
seguidme; y Él quiere que
nosotros tomemos la cruz y
que le demos de comer a Él
en los que tienen hambre,
que visitemos a los desnudos
y los recibamos por Él en
nuestra casa y que hagamos
de ella su hogar.
95
energía, no desperdiciéis vuestras fuerzas en cosas
sin sentido!
96
ORACIÓN AL CORAZÓN TRASPASADO DE
JESÚS
(Lansperigius y San Juan Eudes)14
14
Del libro de San Juan Eudes, El Sagrado Corazón de
Jesús. Esta oración es de Lansperigius “Rosario de la
Pasión de Nuestro Señor,” Pharetra divini amoris, libro 1,
parte 5.
15
De San Juan Eudes, El Sagrado Corazón de Jesús,
sexta meditación para la fiesta de Sagrado Corazón,
segundo punto.
97
todos mis sentidos, tanto internos como externos.
Amén.
98
ORACIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS
De Santa Faustina Kowalska
99
NOVENA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
100
San José, Padre Putativo del Sagrado Corazón de
Jesús, ruega por nosotros.
Ave María.
101
LETANÍAS A LA SANGRE DE CRISTO
102
Sálvanos.
Sangre de Cristo, esperanza de los que hacen
penitencia: Sálvanos.
Sangre de Cristo: alivio de los moribundos: Sálvanos.
Sangre de Cristo, paz y dulzura de los corazones:
Sálvanos.
Sangre de Cristo, prenda de la Vida Eterna: Sálvanos.
Sangre de Cristo, que libera a las almas del
Purgatorio: Sálvanos.
Sangre de Cristo, dignísima de toda gloria y honor:
Sálvanos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
Perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
Escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
Ten Misericordia de nosotros.
Señor, Tú nos redimiste en tu Sangre, e hiciste de
nosotros un Reino para Dios y Padre tuyo.
OREMOS:
Omnipotente y Sempiterno Dios, que constituiste a
tu Unigénito Hijo Redentor del mundo y quisiste
aplacarte con su Sangre; te suplicamos nos concedas
que de tal modo veneremos el precio de nuestra
Redención, que por su virtud seamos preservados en
la tierra de los males de la vida presente, para que
gocemos en el Cielo de su fruto eterno. Por el mismo
Cristo Nuestro Señor. Amén.
103
en la tierra, en el agua, en el fuego, debajo de la
tierra, en las fuerzas satánicas de la naturaleza, en
los abismos del infierno, y en el mundo en el cual nos
moveremos hoy.
Con el poder de la Sangre de Jesús rompemos toda
interferencia y acción del maligno. Te pedimos Jesús
que envíes a nuestros hogares y lugares de trabajo a
la Santísima Virgen acompañada de San Miguel, San
Gabriel, San Rafael y toda su corte de Santos
Angeles.
Con el Poder de la Sangre de Jesús sellamos
nuestra casa, todos los que la habitan (nombrar a
cada una de ellas), las personas que el Señor enviará
a ella, así como los alimentos, y los bienes que El
generosamente nos envía para nuestro sustento. Con
el poder de la Sangre de Jesús sellamos tierra,
puertas, ventanas, objetos, paredes y pisos, el aire
que respiramos y en fe colocamos un círculo de Su
Sangre alrededor de toda nuestra familia.
Con el Poder de la Sangre de Jesús sellamos los
lugares en donde vamos a estar este día, y las
personas, empresas o instituciones con quienes
vamos a tratar (nombrar a cada una de ellas). Con el
poder de la Sangre de Jesús sellamos nuestro trabajo
material y espiritual, los negocios de toda nuestra
familia, y los vehículos, las carreteras, los aires, las
vías y cualquier medio de transporte que habremos
de utilizar. Con Tu Sangre preciosa sellamos los
actos, las mentes y los corazones de todos los
habitantes y dirigentes de nuestra Patria a fin de que
Tu paz y Tu Corazón al fin reinen en ella.
Te agradecemos Señor por Tu Sangre y por Tu
Vida, ya que gracias a Ellas hemos sido salvados y
somos preservados de todo lo malo. Amén.
104
LOS ENFERMOS JUNTO A LA VIRGEN
16
Juan Pablo II, L’Osservatore Romano, 7 de
noviembre de 1997.
105
La expresión “El señor está contigo” revela la
especial relación personal entre Dios y María, que se
sitúa en el gran designio de la alianza de Dios con
toda la humanidad. Además, la expresión “Bendita tú
eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de
tu vientre, Jesús”, afirma la realización del designio
divino en el cuerpo virginal de la Hija de Sión.
Al invocar “Santa María, Madre de Dios”, los
cristianos suplican a aquella que por singular
privilegio es inmaculada Madre del Señor: “Ruega por
nosotros pecadores”, y se encomiendan a ella ahora y
en la hora suprema de la muerte.
2. También la oración tradicional del Ángelus invita
a meditar el misterio de la Encarnación, exhortando al
cristiano a tomar a María como punto de referencia
en los diversos momentos de su jornada para imitarla
en su disponibilidad a realizar el plan divino de la
salvación. Esta oración nos hace revivir el gran
evento de la historia de la humanidad, la
Encarnación, al que hace ya referencia cada “Ave
María”. He aquí el valor y el atractivo del Ángelus,
que tantas veces han puesto de manifiesto no sólo
teólogos y pastores, sino también poetas y pintores.
En la devoción mariana ha adquirido un puesto de
relieve el Rosario, que a través de la repetición del
“Ave María” lleva a contemplar los misterios de la fe.
También esta plegaria sencilla, que alimenta el amor
del pueblo cristiano a la Madre de Dios, orienta más
claramente la plegaria mariana a su fin: la
glorificación de Cristo. El Papa Pablo VI, como sus
predecesores, especialmente León XIII, Pío XII y Juan
XXIII, tuvo en gran consideración el rezo del rosario y
recomendó su difusión en las familias. Además, en la
exhortación apostólica Marialis cultus, ilustró su
doctrina, recordando que se trata de una “oración
evangélica, centrada en el misterio de la Encarnación
redentora”, y reafirmando su “orientación claramente
106
cristológica” (n. 46). A menudo, la piedad popular une
al rosario las letanías, entre las cuales las más
conocidas son las que se rezan en el santuario de
Loreto y por eso se llaman “lauretanas”. Con
invocaciones muy sencillas, ayudan a concentrarse
en la persona de María para captar la riqueza
espiritual que el amor del Padre ha derramado en
ella.
3. Como la liturgia y la piedad cristiana
demuestran, la Iglesia ha tenido siempre en gran
estima el culto a María, considerándolo
indisolublemente vinculado a la fe en Cristo. En
efecto, halla su fundamento en el designio del Padre,
en la voluntad del Salvador y en la acción inspiradora
del Paráclito. La Virgen, habiendo recibido de Cristo la
salvación y la gracia, está llamada a desempeñar un
papel relevante en la redención de la humanidad. Con
la devoción mariana los cristianos reconocen el valor
de la presencia de María en el camino hacia la
salvación, acudiendo a ella para obtener todo tipo de
gracias. Sobre todo, saben que pueden contar con su
maternal intercesión para recibir del Señor cuanto
necesitan para el desarrollo de la vida divina y a fin
de alcanzar la salvación eterna. Como atestiguan los
numerosos títulos atribuidos a la Virgen y las
peregrinaciones ininterrumpidas a los santuarios
marianos, la confianza de los fieles en la Madre de
Jesús los impulsa a invocarla en sus necesidades
diarias. Están seguros de que su corazón materno no
puede permanecer insensible ante las miserias
materiales y espirituales de sus hijos.
Así, la devoción a la Madre de Dios, alentando la
confianza y la espontaneidad, contribuye a infundir
serenidad en la vida espiritual y hace progresar a los
fieles por el camino exigente de las
bienaventuranzas.
107
4. Finalmente, queremos recordar que la devoción
a María, dando relieve a la dimensión humana de la
Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro de un
Dios que comparte las alegrías y los sufrimientos de
la humanidad, el “Dios con nosotros”, que ella
concibió como hombre en su seno purísimo,
engendró, asistió y siguió con inefable amor desde los
días de Nazaret y de Belén a los de la cruz y la
resurrección.
108
EL SANTO ROSARIO
109
BENEFICIOS DEL ROSARIO
110
II. MISTERIOS DOLOROSOS (martes y viernes)
1. La oración de Jesús en el Huerto de los
Olivos
2. Los azotes de Jesús
3. La coronación de espinas
4. Jesús carga con su cruz hasta el Calvario
5. La muerte de Jesús
III. MISTERIOS GLORIOSOS (miércoles, sábados y
domingos)
1. La Resurrección de Jesús
2. La Ascensión de Jesús
3. Venida del Espíritu Santo
4. La Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al
cielo
5. La Coronación de la Virgen
111
Venga a nosotros tu Reino. Bendita tú eres entre todas
Hágase tu voluntad en la las mujeres,
tierra como en el cielo. y bendito es el fruto de tu
Danos hoy nuestro pan de vientre, Jesús.
cada día. Santa María, Madre de Dios,
Perdona nuestras ofensas, ruega por nosotros
así como nosotros pecadores,
perdonamos a los que nos ahora y en la hora de
ofenden. nuestra muerte. Amén.
No nos dejes caer en la
tentación.
Y líbranos del mal. Amen.
GLORIA ORACIÓN DE FATIMA
Gloria al Padre y al Hijo y al Oh buen Jesús,
Espíritu Santo, perdona nuestras culpas.
como era en el principio, Líbranos del fuego del
ahora y siempre, por los infierno. Lleva al Cielo a
siglos de los siglos. Amén. todas las almas
socorre especialmente a las
más necesitadas de tu
Misericordia. Amén.
112
LOS SIETE DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA
113
4. “Les daré cuanto me pidan, con tal de que no se
oponga a la adorable voluntad de mi divino Hijo o a la
salvación de sus almas”.
5. “Los defenderé en sus batallas espirituales contra
el enemigo infernal y las protegeré cada instante de
sus vidas”.
6. “Les asistiré visiblemente en el momento de su
muerte y verán el rostro de su Madre”.
7. “He conseguido de mi Divino Hijo que todos
aquellos que propaguen la devoción a mis lágrimas y
dolores, sean llevadas directamente de esta vida
terrena a la felicidad eterna ya que todos sus pecados
serán perdonados y mi Hijo será su consuelo y gozo
eterno.”
114
La fiesta de Nuestra Señora de los Dolores se
celebra el 15 de septiembre, al día siguiente de la
Exaltación de la Santa Cruz. Al pie de la Cruz, donde
una espada de dolor atravesó el corazón de María,
Jesús nos entregó a Su Madre como Madre nuestra
poco antes de morir.
115
2. Segundo Dolor: La huida a Egipto (Mt 2,13-
15)
Considera el agudo dolor que María sintió cuando
ella y José tuvieron que huir repentinamente de
noche, a fin de salvar a su querido Hijo de la matanza
decretada por Herodes. ¡Cuánta angustia la de María,
cuántas fueron sus privaciones durante tan largo
viaje! ¡Cuántos sufrimientos experimentó Ella en la
tierra del exilio! Madre Dolorosa, alcánzame la gracia
de perseverar en la confianza en Dios, aún en los
momentos más difíciles de mi vida (Padrenuestro,
siete Ave Marías, Gloria al Padre).
116
5. Quinto Dolor: Jesús muere en la Cruz (Jn
19,17-39)
Contempla los dos sacrificios en el Calvario: uno, el
cuerpo de Jesús; el otro, el corazón de María. Triste es
el espectáculo de la Madre del Redentor viendo a su
querido Hijo cruelmente clavado en la cruz. Ella
permaneció al pie de la cruz y oyó a su Hijo
prometerle el cielo a un ladrón y perdonar a Sus
enemigos. Sus últimas palabras dirigidas a Ella
fueron: Madre, he ahí a tu hijo. Y a nosotros nos dijo
en Juan: Hijo, he ahí a tu Madre. María, yo te acepto
como mi Madre y quiero recordar siempre que Tú
nunca le fallas a tus hijos (Padrenuestro, siete Ave
Marías, Gloria al Padre).
117
Oración final
¡Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María,
morada de pureza y santidad, cubre mi alma con tu
protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a
la voz de Jesús, responda a Su amor y obedezca Su
divina voluntad! Quiero, Madre mía, vivir íntimamente
unido a tu Corazón que está totalmente unido al
Corazón de tu Divino Hijo. Átame a tu Corazón y al
Corazón de Jesús con tus virtudes y dolores.
Protégeme siempre. Amén.
118
EL ENFERMO JUNTO A SAN JOSÉ
119
San José, después de ella una especial gratitud y
reverencia”.
120
innumerables almas; te suplico me alcances dolor de
haber crucificado a Cristo con mis culpas, y el gozo de
llevarle los hombres mediante mi ejemplo y mi
palabra. (Padrenuestro, Avemaría y Gloria).
121
Oremos: Oh Dios, que con inefable
providencia dignaste elegir a San José para
esposo de tu Madre Santísima: te rogamos
nos concedas que, pues le veneramos como
protector en la tierra, merezcamos tenerle por
intercesor en el cielo: Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos Amén.
122
Ruega por nosotros, oh San José.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas
de nuestro Señor Jesucristo.
Oremos:
Dios de bondad y misericordia, por
intercesión de San José, salva nuestras
familias, haz que vivan unidas y firmes en
el amor. Así como las uniste en vida por la
sangre, tu bondad las reúna por la caridad
en el Reino eterno. Amén.
123
SAN MIGUEL ARCÁNGEL
124
moribundo defendiéndole de las asechanzas del
enemigo.
San Anselmo cuenta de un religioso piadoso que a
punto de morir recibía grandes asaltos de demonio. El
demonio se le apareció acusándole de todos los
pecados que había cometido antes de su bautismo
(tardío). San Miguel se aparece y le responde que
todos esos pecados quedaron borrados con el
Bautismo. Entonces Satanás le acusa de los pecados
cometidos después del Bautismo. San Miguel le
contesta que estos fueron perdonados en la confesión
general que hizo antes de profesar. Satanás,
entonces, le acusa de las ofensas y negligencias de
su vida religiosa. San Miguel declara que esos han
sido perdonados por sus confesiones y por todos los
buenos actos que hizo durante su vida religiosa, en
especial la obediencia a su superior, y que lo que le
quedaba por expiar lo había hecho a través del
sufrimiento de su enfermedad vividos con resignación
y paz.
En los escritos de San Alfonso María de Ligorio
encontramos: “Había un hombre polaco de la nobleza
que había vivido muchos años en pecado mortal y
lejos de Dios. Se encontraba moribundo y estaba
lleno de terror, torturado por los remordimientos,
lleno de desesperación. Este hombre había sido
devoto de San Miguel Arcángel y Dios en su
misericordia permitió que este arcángel se le
apareciera. San Miguel le alentó al arrepentimiento,
diciéndole que había orado por él y le había obtenido
mas tiempo de vida para que lograra la salvación. Al
poco rato, llegan a la casa de este hombre dos
sacerdotes dominicos, que dijeron se les había
aparecido un extraño joven pidiéndoles que fueran a
ver a este hombre moribundo. El hombre se confesó
con lágrimas de arrepentimiento, recibió la Santa
125
Comunión y en brazos de estos dos sacerdotes murió
reconciliado con Dios”.
126
después de cada Misa. La oración que allí había
escrito el Papa es la siguiente:
ORACIÓN
127
Este libro
se terminó de imprimir
en la Imprenta
del Verbo Encarnado
el 8 de mayo de 2000
Solemnidad de
Nuestra Señora de Luján
128