El Dolor Salvifico

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EL DOLOR

SALVÍFICO

Acompañando a nuestros
enfermos
y ancianos
con la reflexión y la plegaria

2ª Edición
P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.
Parroquia Nuestra Señora de los
Dolores
Año Jubilar 2000
INDICE

Indice 3
Presentación: “La Cruz tiene alas” 5
Bienaventurados los misericordiosos 8
Oración para cuando me toque sufrir 13
Conformidad con la Voluntad de Dios en las 15
enfermedades
A un enfermo 19
Quien ama a Jesucristo sufre con gusto los 21
padecimientos
Un consejo de Don Bosco a Santo Domingo 29
Savio
Carta de un enfermo 30
Textos de Juan Pablo II a los enfermos 31
A los enfermos 39
Oración de confianza de un alma atribulada 41
El Sacramento de los enfermos 43
I. Fundamentos bíblicos 43
II. Ministro y sujeto del sacramento 46
III. La celebración del sacramento 47
IV. Efectos de la celebración de este 47
sacramento
V. El Viático, último sacramento del cristiano 49
Textos del Padre Pío de Pietrelcina sobre el 50
sufrimiento
Plegaria de un enfermo 52
La barca de la vida 55
Pensamientos del Beato Don Luis Orione 56
Saber sufrir 57
A los ancianos (Juan Pablo II) 59
El enfermo junto a Nuestro Señor Jesucristo 62
Acompañando a Cristo con los Salmos 62
El Cántico del Siervo Sufriente 66
Oración al Cristo doliente 67
Ante el Cristo de la Buena Muerte 68
La Santa Síndone, testimonio de la Pasión

3
Juan Pablo II en su visita a la Santa Síndone
Vía Crucis (Madre Teresa de Calcuta) 71
Oración al Corazón Traspasado de Jesús 76
Oración de unión con el Corazón de Jesús 76
Oración al Corazón de Jesús 77
Novena al Sagrado Corazón de Jesús (Padre 78
Pío)
Letanías a la Sangre de Cristo 79
Oración a la Sangre de Cristo 80
Los enfermos junto a la Virgen María 82
La oración a la Virgen en la Historia de la 82
Iglesia
El Santo Rosario 85
Los siete dolores de María Santísima 88
El enfermo junto a San José 93
Los dolores y gozos de San José 93
Súplicas a San José 95
San Miguel Arcángel 97
San Miguel, defensor de los moribundos 97
La oración a San Miguel de León XIII 98

4
PRESENTACIÓN: “LA CRUZ TIENE
ALAS”

Querido amigo enfermo:

Tienes entre tus manos un pequeño libro que he


compuesto para acompañarte en tus sufrimientos. He
recopilado en él reflexiones y oraciones que podrán
ayudarte a elevar tu corazón a Dios en las largas
horas de postración.
El dolor es una vocación. Aunque parezca extraño
e incluso escandaloso para muchos oír afirmación
semejante, es así y así debe ser comprendido por
nosotros, los que hemos recibido la gracia de la fe.
Jesús fue llamado, anticipadamente, por el profeta
Isaías, “Varón de dolores, acostumbrado al
sufrimiento”; y todos nosotros hemos sido llamados
por Dios Padre a hacernos “conformes a la Imagen de
su Hijo”. El Padre Pío ha escrito: “Ten por cierto que si
a Dios un alma le es grata, más la pondrá a prueba.
Por tanto, ¡Coraje! y adelante siempre”. El Ángel de
Fátima exhortaba a los pequeños pastorcitos:
“Aceptad y soportad con sumisión los sufrimientos
que el Señor os envíe”.
Las almas privilegiadas con el “espíritu de la fe”
han comprendido profundamente este misterio. Como
todos los misterios, Dios no lo revela a los que se
“creen” sabios sino a quienes son humildes, incluso a
los pequeñuelos. Francisco, uno de los pastorcitos
portugueses a quienes se manifestó la Virgen en
Fátima, con sólo nueve años decía a su hermana
Jacinta, de seis: “ofrezcamos este sacrificio por la
conversión de los pecadores”, y juntando las manos
rezaba: “Oh, Jesús mío, es por vuestro amor y por la
conversión de los pecadores”.

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Por esta misma razón, la Madre Teresa de Calcuta
decía: “Ama hasta que te duela; si te duele es la
mejor señal”. El dolor es el mayor signo del amor.
Sólo así podemos comprender por qué los santos
han llegado a hablar de la cruz, del dolor, del martirio,
como un gozo. Santa Margarita María de Alacoque, la
que recibió las revelaciones del Sagrado Corazón de
Jesús, dejó escrito: “Cuando veo que aumentan mis
dolores, experimento la misma alegría que sienten los
más avaros y ambiciosos al ver aumentar sus
tesoros”. Y Santa Teresita del Niño Jesús llegó a
exclamar: “He llegado a no poder sufrir pues me es
dulce todo sufrimiento”. Los santos se han
enamorado de la Cruz; Don Orione escribió: “A Jesús
se le ama y se le sirve en la Cruz y crucificados con
Él, no de otro modo”. San Luis María Grignion de
Montfort exclamaba: “Si la cabeza está coronada de
espinas, ¿lo serán de rosas los miembros? Si la
Cabeza es escarnecida y cubierta de lodo camino del
Calvario ¿querrán los miembros vivir perfumados en
un trono de gloria?”. El gran misionero del Oriente,
San Francisco Javier, escribía en sus cartas: “Los que
gustan de la Cruz de Cristo Nuestro Señor descansan
viviendo en estos trabajos y mueren cuando de ellos
huyen o se hallan fuera de ellos”. Santa Teresa de
Jesús le pedía a Dios: “Padecer o morir”. Y San
Ignacio de Antioquía, muy cercano todavía a la época
de los Apóstoles, dejó escrito en una de sus cartas
camino al martirio: “Yo sé bien lo que me conviene...
Vengan sobre mí el fuego, la cruz, manadas de fieras,
desgarramientos, amputaciones, descoyuntamientos
de huesos, mutilaciones de miembros, trituración de
todo mi cuerpo, todos los crueles tormentos del
demonio, con tal de que esto me sirva para alcanzar
a Cristo”; y en otro lugar suplicaba: “Permitid que
imite la Pasión de mi Dios”.

6
¡Qué misterio éste, que a tan pocos se da el
secreto de su comprensión!

Luke John Hoocker fue un niño que vivió sólo cinco


años, en Avondale, Pennsylvania (Estados Unidos);
murió en 1996. Desde muy pequeño se manifestó en
él un cáncer que le hizo conocer de cerca el dolor y el
sufrimiento. Sin embargo, el Espíritu Santo le enseñó
el misterio del dolor; con cuatro años era capaz de
decir a su madre que no pidiera calmantes para sus
dolores pues “yo debo sufrir por los pecadores”. Le
fascinaban las “cruces”; por una operación le había
quedado sobre su estómago una cicatriz en forma de
cruz; y siempre dibujaba cruces como esa que él
llevaba. Un día, con un gesto de cortesía, dibujó una
cruz para una hermana de las Servidoras del Señor y
de la Virgen de Matará que lo visitaba, y se la dio con
la expresa indicación de que “debía compartirla con
las otras hermanas”. ¿El secreto? El de todos los
santos: el amor de Dios. Pocos meses antes de morir,
el 18 de octubre, día de San Lucas, pidió a su papá
que le hiciese una canción a “San Luke John” (es
decir, a él, ya considerado como santo); su papá le
dijo: “Vas a perder tu humildad”; pero él le replicó:
“Papá, ¿acaso los santos no son aquellos que aman
mucho a Dios? Bueno, yo lo amo mucho”. Él mismo
un día, mientras estaba en Misa, se quedó mirando el
crucifijo, y le dijo a su mamá: Mamá, ¿ves? La Cruz...
tiene alas para llevarme al Cielo.

¿No tendrá alas también para nosotros?

P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.


Administrador Parroquial

7
Parroquia Nuestra Señora de los Dolores
Abril 2000

8
BIENAVENTURADOS LOS
MISERICORDIOSOS

Cuando el ángel se apareció a la Virgen para


anunciarle que iba a ser Madre de Jesús, también le
dijo que su prima Isabel estaba esperando un hijo:
Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo
en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que
llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible
para Dios (Lc 1,36-37). Isabel era ya anciana, por eso la
Virgen, apenas oyó lo que el ángel le dijo, se puso en
camino para ayudarla: María se levantó y se fue con
prontitud...; entró en casa de Zacarías y saludó a
Isabel. María permaneció con ella unos tres meses, y
se volvió a su casa (Lc 1,39-40.56).
Hermoso es el ejemplo que nos da la Virgen: el
ángel no le manda que vaya a casa de Isabel; éste era
un viaje largo y pesado para aquellos tiempos, pues
había que hacerlo en asno, aprovechando alguna de
las caravanas que pasaban por aquellos lugares. Exigía
mucho sacrificio. Pero María no duda ni necesita que le
digan nada; su corazón es generoso y propenso a las
obras de misericordia.
En esto María es modelo de todos los cristianos.
Jesucristo nos ha enseñado que seremos juzgados por
nuestras obras de misericordia: Cuando el Hijo del
hombre venga en su gloria acompañado de todos sus
ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria.
Serán congregadas delante de él todas las naciones, y
él separará a los unos de los otros, como el pastor
separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a
su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá
el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi
Padre, recibid la herencia del Reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis

9
de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba
desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en
la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los justos le
responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y
te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo,
y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la
cárcel, y fuimos a verte?”. Y el Rey les dirá: “En verdad
os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos
míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Entonces
dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de
comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era
forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me
vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”.
Entonces dirán también éstos: “Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o
enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y Él
entonces les responderá: “En verdad os digo que
cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más
pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. E
irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida
eterna (Mt 25,31-46).
¿Qué cosa hay tan hermosa a los ojos de Dios y de
los hombres como la misericordia? Por eso tantas
veces Dios la recomienda a los hombres: Prefiero la
misericordia al sacrificio (Os 6,6); Sed misericordiosos
como vuestro Padre celestial es misericordioso (Lc
6,36); Bienaventurados los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7).

¿Cuáles son esas obras de misericordia? Si bien son


muchas, la tradición las ha agrupado en siete obras
corporales y siete espirituales.
Las obras de misericordia corporal son:
–Dar de comer al hambriento.

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–Dar de beber al sediento.
–Vestir al desnudo.
–Dar posada al peregrino.
–Visitar al enfermo.
–Redimir al cautivo.
–Enterrar a los muertos.
Las obras de misericordia espiritual son:
–Rogar a Dios por vivos y difuntos.
–Enseñar al que no sabe.
–Dar buen consejo al que lo necesita.
–Consolar al triste.
–Corregir al que yerra.
–Perdonar las injurias.
–Sufrir con paciencia las flaquezas de nuestros
prójimos.

¿Qué es la misericordia? Es una especie de


compasión del corazón ante la miseria del prójimo que
nos mueve e impulsa a ayudarlo si es posible.
Observemos tres cosas importantes: es algo interior, es
provocada por la miseria, y nos mueve a obrar.
1) Es algo interior, es decir, del alma. No es sólo
algo sensible, y muchas veces no tiene nada de
sensible. No es sentir lástima sino dolor del alma.
Como Jesucristo: sintió compasión porque eran como
ovejas sin pastor (Mt 9,36).
2) Es provocada por la miseria del prójimo. ¿Qué
miseria? Toda miseria: tanto corporal como espiritual.
Los males del prójimo son muchos. Hay males físicos
como el hambre, la pobreza, la sed, la desnudez, la
enfermedad; hay males psicológicos como la tristeza,
la soledad, la incomprensión, la desorientación, el no
encontrarle sentido a la vida; y sobre todo hay males
espirituales cuales son el error y el pecado. Estos
últimos son los más graves; ciertamente que hay
males muy duros como la pobreza o la soledad; pero el

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pecado es el mal más grande, y por eso quien más
necesita de nuestra ayuda es el hombre pecador.
3) Nos impulsa a ayudar a los necesitados. ¿De
qué modo? Remediando sus necesidades físicas, su
soledad, su tristeza; y especialmente, tratándose de
pecadores, ayudándolos a que se conviertan y salgan
de su pecado. La Virgen en Fátima dijo que el pecado
es el mal más grande que azota el mundo; y
mostrando su corazón coronado de espinas pidió que
los hombres no ofendieran más a su Hijo.
Practiquemos todas las obras de misericordia que
podamos; porque la misericordia borra nuestros
pecados. Por eso dice el Apóstol Santiago: El que
convierte a un pecador de su camino desviado, salvará
su alma de la muerte y cubrirá multitud de sus
pecados (St 5,20).
Hermosamente recomendaba esta virtud el santo
Tobit en el testamento que da a su hijo: Llamó, pues,
Tobit a su hijo, que se presentó ante él. Tobit le dijo:
«Cuando yo muera, me darás una digna sepultura;
honra a tu madre y no le des un disgusto en todos los
días de su vida; haz lo que le agrade y no le causes
tristeza por ningún motivo. Acuérdate, hijo, de que ella
pasó muchos trabajos por ti cuando te llevaba en su
seno. Y cuando ella muera, sepúltala junto a mí, en el
mismo sepulcro. Acuérdate, hijo, del Señor todos los
días y no quieras pecar ni transgredir sus
mandamientos; practica la justicia todos los días de tu
vida y no andes por caminos de injusticia, pues si te
portas según verdad, tendrás éxito en todas tus cosas,
como todos los que practican la justicia. Haz limosna
con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no tenga
rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios
no apartará de ti su cara. Regula tu limosna según la
abundancia de tus bienes. Si tienes poco, da conforme
a ese poco, pero nunca temas dar limosna, porque así
te atesoras una buena reserva para el día de la

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necesidad. Porque la limosna libra de la muerte e
impide caer en las tinieblas. Don valioso es la limosna
para cuantos la practican en presencia del Altísimo...
Da de tu pan al hambriento y de tus vestidos al
desnudo. Haz limosna de todo cuanto te sobra; y no
tenga rencilla tu ojo cuando hagas limosna» (Tb 4,3-
11.16).

¡Cuántos ejemplos de misericordia nos han dado los


santos! Pensemos en San Martín de Tours dividiendo
su capa con el pobre desnudo, San Juan de Dios
cargando en sus brazos al mendigo llagado, Damián de
Veuster dedicando su vida a los leprosos y muriendo él
mismo como uno de ellos, Santa Catalina de Siena
lavando las llagas de aquella mujer que la maldecía, el
beato Luis Orione y San José Benito Cottolengo
consagrando sus vidas a cuidar a los rechazados del
mundo... Y sobre todo, la Virgen Santísima perdonando
a los que crucificaban a su Hijo único y amado; como le
escribió Dante: En ti misericordia, en ti piedad.
Volvamos nuestros ojos hacia Ella y pidamos imitar su
misericordia y su corazón pronto para socorrer al
necesitado, para llevar la gracia de Dios a todos los
corazones. Pidamos un corazón misericordioso, como
se hace en aquella hermosa oración:

Deseo transformarme en tu misericordia y ser


un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este
atributo, el más grande de Dios, es decir su
insondable misericordia, pase a través de mi
corazón y de mi alma al prójimo.
Ayúdame Señor, a que mis ojos sean
misericordiosos para que yo jamás sospeche o
juzgue según las apariencias, sino que busque lo
bello en el alma de mi prójimo y acuda a
ayudarle.

13
Ayúdame Señor, a que mis oídos sean
misericordiosos para que tome en cuenta las
necesidades de mi prójimo y no sea indiferente
a sus penas y gemidos.
Ayúdame Señor, a que mi lengua sea
misericordiosa para que jamás critique a mi
prójimo sino que tenga una palabra de consuelo
y de perdón para todos.
Ayúdame Señor, a que mis manos sean
misericordiosas y llenas de buenas obras para
que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y
cargar sobre mí las tareas más difíciles y
penosas.
Ayúdame Señor, a que mis pies sean
misericordiosos para que siempre me apresure a
socorrer a mi prójimo, dominando mi propia
fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está
en el servicio a mi prójimo.
Ayúdame Señor, a que mi corazón sea
misericordioso para que yo sienta todos los
sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré
mi corazón. Seré sincero incluso con aquellos
que sé que abusarán de mi bondad. Y yo mismo
me encerraré en el misericordiosísimo Corazón
de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en
silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose
dentro de mí.
Jesús mío, transfórmame en Ti porque Tú lo
puedes todo.

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ORACIÓN PARA CUANDO ME TOQUE
SUFRIR
(San Agustín)1

Gracias te doy, Señor,


por los golpes con que azotas mis espaldas;
porque con este castigo
me has salvado de la ruina;
–me castigas,
porque no quieres que queden impunes mis pecados;
y con ello me das una gran lección.

Por eso me someto humildemente


a los golpes de tu látigo;
y te bendigo por la amargura que mezclas
con la dulzura de la vida temporal,
para que no me apegue a los deleites terrenales
y aspire siempre a las delicias eternas.

Tú, Señor, iluminas mis tinieblas


cuando castigas mis pecados con adversidades
y mis perversos deleites con amarguras.

¡Cuán bueno eres, Dios mío!


si en mi vida terrena no pusieras dolor
tal vez me olvidaría completamente de Ti.

Pensaré cuánto has sufrido por mí;


y por pesados que sean mis trabajos,
y grandes mis dolores,
no igualarían jamás a los que Tú padeciste:
insultos, humillación, flagelación,
coronación de espinas,

1
La trae el P. Triviño, Hacia la Vida Eterna, Bs.As.
1976, p. 275-276.

15
crucifixión.

Beberé, Señor, este amargo cáliz


para recobrar la salud de mi alma;
lo beberé sin temblar, porque para animarme
lo has bebido Tú primero.
Beberé este cáliz
hasta que pase toda la amargura de este mundo
y llegue a la otra vida
en la que no habrá más maldad ni dolor.
Amén.

16
CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE
DIOS EN LAS ENFERMEDADES
San Alfonso María de Ligorio

Del libro de San Alfonso: “Conformidad con la


voluntad de Dios” (quinta meditación, punto
3º). El Santo explica aquí, con un refinado
equilibrio, cuál ha de ser la actitud serena y
sopesada del enfermo en medio de sus
padecimientos.

De modo especial debemos resignarnos a la


voluntad de Dios en las enfermedades, abrazándonos
con ellas como vienen y para todo el tiempo que Dios
quiera que las padezcamos. Podemos y debemos usar
de los remedios ordinarios, que también esto es
voluntad de Dios, pero si no producen su efecto,
conformémonos con su querer, que nos será de más
provecho que la misma salud. En estos casos he aquí
lo que debemos decir al Señor: “Yo, Dios mío, ni
deseo curar ni estar enfermo, sólo quiero lo que Vos
quieras”.
Aunque es más perfecto no lamentarse en la
enfermedad de los dolores que en ella se padecen,
sin embargo no es defecto ni falta de virtud hablar de
ellos a amigos, y pedirle a Dios que nos alivie,
mayormente cuando la enfermedad nos agobia y
martiriza. Entiendo aquí hablar de los grandes
padecimientos que nos aquejan, porque es señal de
mucha imperfección el quejarse y lamentarse y exigir
que todo el mundo se compadezca de nosotros al
sentir la menor molestia o el más insignificante
malestar. De lo primero nos da ejemplo Jesucristo,
que estando por comenzar su dolorosa Pasión,
descubrió su angustia a los discípulos diciendo: Mi
alma siente gran angustia (Mt 26,38), y pidió al
Eterno Padre que le librase de ella: Padre mío, si es

17
posible no me hagas beber de este cáliz, pero no se
haga mi voluntad sino la tuya (Mt 26,39). Jesús nos
enseña aquí que después de suplicarle al Señor con
nuestras plegarias debemos resignarnos luego a su
santa Voluntad.

Es servir a Cristo
Personas hay que se forjan la ilusión de desear la
salud, no para evitar el sufrimiento, dicen, sino para
servir mejor al Señor, para observar con más
perfección la regla, para servir a la comunidad, para
ir a la iglesia y comulgar, para hacer penitencia y
emplearse en los ministerios de la salvación de las
almas, confesando y predicando. Pero díme, ¿por qué
deseas hacer estas cosas? ¿Para dar gusto a Dios?
¿Por qué andar buscando complacerle, cuando estás
seguro de que es de su agrado que no reces como
antes, ni comulgues, ni hagas penitencia, ni estudies
ni prediques, sino que con paciencia estés tranquilo
en tu lecho soportando los dolores que te aquejan?
Une entonces tus dolores a los de Jesús.
Pero lo que me desagrada, dice otro, es que
estando enfermo soy carga para la comunidad y doy
pesadumbre a la casa. Pero si tú te resignaras a la
voluntad de Dios, debes creer que tus superiores
harán lo mismo, viendo que no por mala voluntad,
sino por voluntad de Dios eres gravoso a la casa. Pero
¡ah!, que estas quejas y lamentos no nacen
ordinariamente de amor a Dios, sino del amor propio,
que va buscando pretextos para sustraerse a la
Voluntad del Señor. Si de veras queremos
complacerle, cuando nos veamos clavados en el lecho
del dolor, digámosle estas solas palabras: “Hágase tu
Voluntad”, y repitámoslas hasta mil veces,
repitámoslas siempre, que con ellas daremos más
gusto a Dios que con todas las mortificaciones que
podamos hacer. No hallaremos mejor manera de

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servirle que abrazándonos alegremente con su
adorable Voluntad.

¿Padecer es servir?
San Juan de Ávila, escribiendo a un sacerdote
enfermo, le dice: “No consideres, amigo, lo que harías
estando sano, sino cuánto agradarás al Señor con
contentarte de estar enfermo. Y si buscas, como creo
que buscas, la Voluntad de Dios puramente, ¿qué
más te da estar enfermo que sano, pues que su
Voluntad es todo nuestro bien?”. Y tanto es así, que
Dios es menos glorificado por nuestras obras que por
nuestra aceptación a su santa Voluntad. Por eso decía
San Francisco de Sales, que más se sirve a Dios
padeciendo que obrando.
A veces nos faltarán el médico y las medicinas, o
bien el doctor no acertará con nuestra enfermedad;
pues también en esto debemos conformarnos con la
santa Voluntad de Dios, que dispone así las cosas
para nuestro bien y provecho.

Orar con humildad


Estando enfermo un devoto de Santo Tomás de
Cantorbery, fue al sepulcro del Santo para rogarle
que le concediera la salud. Al regresar a su patria,
volvió en completa salud, pero entrando a pensar se
dijo: ¿Para qué quiero la recobrada salud, si la
enfermedad me ayudaba mejor para salvarme?
Agitado con este pensamiento volvió a la tumba del
Santo. Le pidió que intercediera ante Dios para que le
concediera lo que más le convenía para su salvación.
Apenas terminó esta plegaria, cayó enfermo y quedó
a la vez muy consolado, seguro como estaba de que
el Señor lo disponía así para su mayor bien.
Así, cuando estemos enfermos, lejos de pedir la
salud o la enfermedad, debemos abandonarnos a la
voluntad de Dios, para que disponga de nosotros

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como más le agrade. Con todo, si nos determinamos
a pedir la salud pidámosla siempre con humildad, y a
condición de que la salud del cuerpo no sea
perjudicial a la de nuestra alma; de lo contrario
nuestra oración será defectuosa y quedará sin
respuesta, porque el Señor no acostumbra a oír las
oraciones hechas sin resignación y sin humildad.

Prueba la virtud
En mi concepto, la enfermedad es la piedra de
toque de las almas, porque a su contacto se descubre
la virtud que un alma atesora. Si soporta la prueba
sin turbarse, sin lamentarse ni inquietarse; si obedece
al médico y a los superiores; si permanece tranquila y
resignada a la Voluntad de Dios, es señal de que está
bien fundada en la virtud. Pero, ¿qué pensar de un
enfermo que prorrumpe en lamentos y se queja de
que le asisten mal, que padece insoportables dolores,
que no halla alivio en los remedios, que dice que el
médico es un ignorante y que llega hasta murmurar
de Dios, pensando que le carga con demasía la
mano?

Un ejemplo de la vida de San Francisco


Refiere San Buenaventura en la vida de San
Francisco que, estando un día el Santo probado por
dolores espantosos, uno de sus religiosos, hombre
por extremo ingenuo, le dijo: “Pide a Dios, Padre mío,
que te alivie en tus dolores y que no cargue tanto
sobre ti la mano”. Oyendo esto el santo, lanzó un
suspiro y exclamó: “Sabe hermano, que si no
estuviera persuadido de que hablaste por ingenuidad,
no quisiera verte por más tiempo en mi presencia,
por haberte atrevido a poner tu lengua en los juicios
de Dios”. Y luego, aunque débil y extenuado por la
enfermedad, besó el suelo diciendo: “Gracias te doy
Señor, por los dolores que me envías, te suplico que

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me los aumentes, si es de tu agrado. Mi mayor gusto
sería que me aflijas más, sin ceder un punto, porque
en cumplir tu Voluntad, encuentro el mayor consuelo
que puede experimentar en esta vida”.

21
A UN ENFERMO
(P. Marcos Pizzariello)2

Quienquiera que fueres:


Cuando tengas un momento de sosiego, considera
el siguiente decálogo del enfermo.

1. Tu salud y tu enfermedad están en las manos de


Dios. Y esas manos son buenas, seguras, fuertes,
sabias. Confia.
2. La trama y la urdimbre de tu vida no dependen
únicamente de tu libertad, ni de tu dinero, de tus
médicos. También dependen de Dios.
3. Reconoce que tu vida es un misterio. No olvides
que si Dios es incomprensible, también lo eres tú,
porque al depender esencialmente de Él, participas
de su misterio. El revés de un tapiz artístico, aparece
absurdo, por lo que al arte atañe. Así es tu vida: un
paño artístico visto al revés. En la eternidad verás la
razón de todo ello. Ahora cree.
4. El sufrimiento desempeña un papel providencial
en la vida del cristiano:
–es fuente de gracias;
–es purificación;
–es elevación;
–es maduración. Reflexiona.
5. Advierte que no cualquier sufrimiento tiene
estas cualidades. Es necesario sobrellevarlo con
Cristo y por Cristo.
6. Jamás resolverás bien el problema del dolor si lo
planteas mal. Jamás plantearás bien el problema del
dolor si prescindes de estos dos factores: amor de
Dios al hombre y libertad humana.

2
Oraciones siglo XX.

22
7. Jamás comprenderás cabalmente el amor que
Dios te profesa, porque tú eres un misterio viviente
de ese amor. La fe y sólo la fe puede, en parte,
descorrer ese velo.
8. Jamás entenderás nada de lo humano, si olvidas
que Cristo crucificado y resucitado, es la única
solución de todos los problemas que se le presentan
al hombre.
9. Ten presente que la felicidad no es algo que cae
del cielo, como la lluvia. No es algo que surge de una
fuente, fuera de nosotros mismos. Llevamos la
felicidad en nosotros, al igual que un germen puesto
por Dios y del cual somos responsables. La felicidad
estriba en la paz interior.
10. La paz interior es la floración de la buena
conciencia. Medita.

23
QUIEN AMA A JESUCRISTO SUFRE CON
GUSTO LOS PADECIMIENTOS DE LA
VIDA
San Alfonso María de Ligorio

A continuación quiero transcribir algunas de las


páginas más hermosas que se han escrito sobre
el sentido del sufrimiento y sobre el modo
cristiano de asumirlo. Se trata del capítulo
quinto de la obra de San Alfonso María de
Ligorio “Práctica del amor a Jesucristo”. El Santo
escribió este tratado en medio de grandes
dolores, pues a comienzos del año 1768 la
enfermedad de la artritis que le venía
martirizando desde hacía tiempo, se estableció
en las vértebras del cuello, doblándole de tal
manera la cabeza que el hueso de la barbilla se
le quedó clavado en el pecho, abriéndole una
llaga profunda y dolorosa. Tenía 78 años. En
medio de sus padecimientos escribió estas
páginas que son fruto de su amor y de su
experiencia dolorosa.

Es esta tierra lugar de merecimientos, y por lo


mismo lugar de padecimientos. Nuestra patria es el
paraíso, donde el Señor nos tiene deparado descanso
y felicidad perdurable. Poco es el tiempo que en este
destierro hemos de pasar; mas en este corto tiempo
nos vemos cercados de innumerables penalidades.
El hombre nacido de mujer –dice Job– vive corto
tiempo, y está atestado de miserias (Job 14,1). Todos
por necesidad tenemos que padecer en este mundo;
ya seamos justos, o ya pecadores, no podemos
menos de cargar con la cruz. Quien la lleva con
paciencia se salva; y por el contrario, quien la lleva
con impaciencia, se pierde. “Las mismas aflicciones –
dice San Agustín– a unos los conducen a la gloria, y a
otros los conducen al infierno”. En el crisol de la

24
tribulación –dice el mismo santo Doctor– se divide la
paja del grano; en la Iglesia de Dios, el que en las
tribulaciones se humilla y se sujeta a la voluntad de
Dios es el grano destinado para el cielo; mas el que
se ensoberbece y se irrita, alejándose de esta suerte
de Dios, es la paja que arderá en el infierno.
En el gran día de las cuentas, cuando se ha de
someter a juicio el negocio de nuestra salvación,
menester será, para obtener la sentencia feliz de los
predestinados que nuestra vida se halle en un todo
conforme con la vida de Jesucristo. Porque todos
aquellos que Dios desde toda la eternidad escogió
para su gloria, determinó que fuesen conformes a la
imagen de su unigénito Hijo (Rom 8,29). Que éste fue
el intento que el Verbo eterno se propuso al venir al
mundo: darnos ejemplo con su vida y enseñarnos a
llevar con paciencia las cruces que Dios nos manda.
Cristo padeció por vosotros –escribe San Pedro–
dejándoos ejemplo, para que sigamos sus huellas (1P
2,21). Para esforzarnos al combate quiso Él padecer;
y ¡oh cielos! ¿quién no sabe que la vida de Cristo fue
vida de ignominias y de penas? Llámale Isaías: El
despreciado, varón de dolores (Is 53,3). Y en efecto,
los días de Jesús no fueron otra cosa más que un
tejido de trabajos y amarguras.
Pues bien, así como Dios ha tratado de esta suerte
a su amado Hijo, de la misma tratará al alma que Él
ama, y admite por hija suya. El Señor –dice San
Pablo– a quien ama, castiga, y azota a todo aquel que
recibe por hijo (Hb 12,6). Que por eso dijo un día a
Santa Teresa: “Cree, hija, que a quien mi Padre más
ama, da mayores cruces”. Y, por lo mismo, la Santa,
cuando se veía tan apretada de tantos sufrimientos,
decía que no los cambiaría ni por todos los tesoros
del mundo. Apareciéndose después de su muerte a
una de sus religiosas, le reveló que gozaba en el Cielo
de gran gloria, fruto, no tanto de sus buenas obras,

25
cuanto de los padecimientos que en vida sufrió con
serenidad de ánimo por amor de Dios; y si algún
deseo pudiera tener de tornar al mundo, el único
sería el poder sufrir alguna cosa por Dios.
Quien padece amando a Dios, dobla la ganancia
para el Cielo. Era sentencia de San Vicente de Paúl
que el no penar en esta tierra debe reputarse como
grande desgracia. Y añadía que una Congregación o
persona que no padece y es de todo el mundo
aplaudida y celebrada, está ya al borde del precipicio.
Por esto el día que San Francisco de Asís lo pasaba
sin algún sufrimiento por Cristo, temía que Dios le
hubiera dejado de su mano. Cuando el Señor concede
a alguno la merced de padecer por Él, le da mayor
gracia, en sentir de San Juan Crisóstomo, que si le
concediera el poder de resucitar a los muertos;
porque en esto de obrar milagros, el hombre se hace
deudor de Dios; pero en el padecer, se hace Dios
deudor del hombre. Y además, añade, que el que
pasa algún sufrimiento por Cristo, aunque otro favor
no recibiera, que el de padecer por Dios, a quien
ama, eso sería para ella la más hermosa recompensa.
Y concluye que en mayor estima tenía la gracia hecha
a San Pablo de ser encarcelado por Jesucristo, que la
de haber sido arrebatado al tercer cielo.
La paciencia perfecciona las obras (St 1,4); que es
como si dijera que no hay cosa que más agrade a
Dios que el contemplar a un alma que con paciencia e
igualdad de ánimo lleva cuantas cruces le manda;
que esto es obra del amor: hacerse el amante una
misma cosa con el amado. “Todas las llagas del
Redentor –decía San Francisco de Sales– son como
bocas que están abiertas para enseñarnos cómo
hemos de padecer trabajos por Él. Padecer con
constancia con Cristo, ésta es la ciencia de los santos
y atajo seguro por donde pronto llegaremos a la
santidad”. Quien ama a Jesucristo desea ser como Él:

26
pobre, despreciado y humillado. Vio San Juan a los
bienaventurados vestidos todos con blancas
vestiduras y con palmas en las manos (Ap 7,9). La
palma es emblema del martirio; mas no habiendo
padecido martirio todos los santos, ¿cómo es que
todos llevan palmas en las manos? Da la respuesta
San Gregorio, diciendo que todos los santos han sido
mártires, o a manos del verdugo o sufridos por la
paciencia; de suerte –añade el Santo– que “nosotros
sin hierro podemos ser mártires, con tal que nuestra
alma con brío varonil se ejercite en la paciencia”.
En el amar y sufrir consiste el merecimiento de un
alma que ama a Jesucristo; esto precisamente fue lo
que el Señor dijo a Santa Teresa: “¿Piensas, hija, que
está el merecer en el gozar? No está sino en obrar, y
en padecer y en amar... Y ves mi vida toda llena de
padecer... Cree, hija, que a quien mi Padre más ama,
da mayores trabajos, y a éstos responde el amor...
Mira estas llagas, que nunca llegarán hasta este
punto tus dolores”. “Pues creer que admite Dios a su
amistad estrecha gente blanda y sin trabajos es
disparate”. La Santa, hablando de sí, añade en otro
lugar para nuestro consuelo: “Mas ello era bien
pagado, que casi siempre eran después en gran
abundancia las mercedes”.
Apareciéndose cierto día Nuestro Señor a la
bienaventurada Bautista Varani le dijo que “eran tres
los favores de mayor precio que Él sabía hacer a sus
almas amantes: el primero es no pecar; el segundo,
el obrar el bien, y esto es ya de más subido valor; y el
tercero, que es favor acabado y perfecto, padecer por
amor de Él”. Conforme a esto decía Santa Teresa
“que el Señor, en recompensa de una obra
emprendida por honra y gloria suya, acaba por enviar
algún padecimiento. Que por esto los santos, en pago
de los trabajos que Dios les mandaba, le devolvían
mil acciones de gracias”. San Luis, rey de Francia,

27
hablando de su esclavitud entre los turcos, decía: “Me
gozo y doy gracias a Dios, más por la paciencia que
entre prisiones me ha concedido que si tuviera el
mando y señorío de todo el universo”. Y Santa Isabel,
reina de Hungría, cuando a la muerte de su esposo
fue expulsada con su hijo de su Reino, abandonada
de todo el mundo, entró en una iglesia de
Franciscanos e hizo cantar en ella un Te Deum en
acción de gracias por el singular favor que Dios le
otorgaba, hallándola digna de padecer por su amor.
Decía San José de Calasanz que “para ganar el
Cielo todo sufrimiento es pequeño”. Ya antes lo había
dicho el Apóstol San Pablo: Todas las penas de este
mundo no son de comparar con la bienaventuranza
eterna que se ha de manifestar en nosotros (Rom
8,18). Cabal y cumplida sería nuestra felicidad si
pudiéramos sufrir toda nuestra vida las torturas de
los mártires, con tal de gozar, aunque no fuera más
que un momento, de la gloria del paraíso; entonces,
¿con cuánta mayor razón debemos abrazarnos con
nuestra cruz, sabiendo que los sufrimientos de esta
nuestra corta vida nos han de conquistar eterna
bienaventuranza? La tribulación tan breve y tan
liviana de esta vida nos produce el eterno peso de
una sublime e incomparable gloria, dice San Pablo
(2Co 4,17). Cuando a San Agapito, joven de poca
edad, el tirano le amenazó con apretarle sobre las
sienes un yelmo hecho fuego, respondió: “¿Y qué
mayor fortuna me puede tocar en suerte que perder
acá mi cabeza para verla después coronada en el
paraíso?”. Y embebido San Francisco de Asís en estos
pensamientos exclamaba: “Tan grande es el bien que
espero, que toda pena se me torna en gozo”. El que
quiera corona en el Cielo, fuerza es que pase por
tentaciones y dolores; y si con Cristo padecemos,
reinaremos también con Él (2Tim 2,12). No hay
premio sin mérito, ni hay mérito sin el ejercicio de la

28
paciencia, según dice San Pablo: No será coronado
sino el que varonilmente peleare (2Tim 2,5). Y al que
con paciencia combatiere, le ha de corresponder
mayor corona.
Es de lamentar que cuando se trata de bienes
temporales de este mundo, procuran sus amadores
recoger cuanto más pueden; pero cuando se trata de
los bienes eternos, se les oye decir: “Me basta con un
rinconcito en el paraíso”. No hablaron así los santos;
ellos en este mundo se contentaban con cualquier
cosa, y aun se desnudaban totalmente de los bienes
terrenos; pero tratándose de los eternos, se
esforzaban en ganar los más que podían. Pregunto:
¿en quién está la sabiduría?, ¿en quién la verdadera
ciencia?
Y hablando de esta vida, es cosa cierta que quien
con más paciencia sufre, goza también de más
tranquila paz. “Tened entendido –decía San Felipe
Neri– que en este mundo no hay purgatorio, sino
paraíso o infierno: el atribulado que lo lleva todo con
paciencia, goza de un paraíso anticipado; y el que no
sufre con paciencia, tiene un infierno anticipado”.
tratando de esto decía Santa Teresa: “Para el que
abraza la cruz que Dios le envía, es suave de llevar, y
no le cansa”. Estando San Francisco de Sales durante
algún tiempo asediado de toda clase de tribulaciones,
dijo: “Desde hace algún tiempo las adversidades y
secretas contradicciones que experimento me han
comunicado una paz tan suave que no tiene igual, y
son presagio de la próxima y estable unión de mi
alma con Dios, la cual en toda verdad es la única
ambición y el único anhelo de mi corazón”. Verdad es
de todos conocida que no hay paz para el que lleva
una vida desordenada; y sólo gozará cumplido gozo
aquel que vive unido con Dios y sometido a su santa
voluntad. Asistía cierto día un misionero de las Indias
a un hombre condenado a muerte. Hallábase ya éste

29
en el estrado de la ejecución, cuando llamó al Padre y
le dijo: “Sabed, Padre, que yo fui de vuestra Orden;
mientras observé con fidelidad las Reglas, llevé una
vida sin mezcla de amargura; pero cuando comencé a
relajarme, en el mismo momento sentí pena y
sufrimiento en todo, de tal manera que abandonando
la vida religiosa, me entregué a mis desenfrenadas
pasiones, que me han arrastrado a este final
desventurado en que me veis. Os digo esto –añadió–
para que mi ejemplo sirva a otros de escarmiento”. El
Venerable Padre Luis de la Puente decía: “si quieres
vivir en perpetua y tranquila paz, toma lo dulce de
esta vida por amargo, y lo amargo por dulce”. Así es
en verdad; porque las dulzuras, aunque suaves al
paladar, dejan tras sí amarguras y remordimiento de
la conciencia por la complacencia desordenada que
en ellas se tiene; mientras que los trabajos aceptados
de la mano de Dios con resignación, se tornan dulces,
y los ama el alma que está enamorada de Él.
Persuadámonos, pues, que en este valle de
lágrimas no es posible que goce verdadera paz de
corazón sino el que sobrelleva los padecimientos y se
abraza gustoso a ellos por agradar a Dios; que tal es
la herencia y estado de corrupción, que nos legó el
pecado original. La condición de los justos sobre la
tierra es padecer amando; mientras que la de los
santos en el paraíso es gozar amando. Cierto día, el
Padre Séñeri el joven, aconsejó a una de sus
penitentes, para animarla a padecer, que a los pies
del Crucifijo escribiese estas palabras: Así se ama. No
es tanto el padecer, cuanto la voluntad de padecer
por amor de Cristo, lo que constituye la señal más
cierta de que un alma ama al Señor. “Y ¿qué más
ganancia –decía Santa Teresa– que tener algún
testimonio de que agradamos a Dios?”. Pero ¡ay!, que
la mayor parte de los hombres desfallecen con solo
oír el nombre de cruz, de humillación y dolores; sin

30
embargo, todavía hay almas que ponen todas sus
delicias en padecer, y andan como inconsolables
cuando les faltan afrentas y penas. “La presencia de
Jesús crucificado –decía un alma devota– me vuelve la
cruz tan amable, que creo que sin sufrir no podría
gozar felicidad cumplida; todo lo suple en mí el amor
de Jesucristo”. Este es el consejo que Cristo da a
quien desea seguir sus pasos: que tome su cruz y
vaya en pos de Él. Lleve su cruz cada día, y sígame
(Lc 9,23). Preciso es tomarla, empero, y llevarla, no
por fuerza y a despecho, sino con humildad, paciencia
y amor.
¡Oh, cuán agradable es y acepto a Dios el que, con
humildad y paciencia, acepta las cruces que le envía!
Decía San Ignacio de Loyola que no hay leña tan a
propósito para encender y conservar el fuego del
amor de Dios, como el madero de la Cruz; quiere
decir: amar a Dios entre los sufrimientos.
Preguntando cierto día al Señor, Santa Gertrudis, qué
cosa podía ofrecerle que le fuese más acepta y
agradable, el Señor le dijo: Mira, hija, no hay cosa que
yo reciba con más gusto, que sufrir con tranquilidad
de ánimo todas las tribulaciones que te salen al paso.
Por aquí vino a decir la fidelísima sierva de Dios, Sor
Victoria Angelini, que pasar no más que un día
clavada con Cristo en la Cruz, tiene más mérito que
andar cien años ocupado en otros ejercicios
espirituales. Semejante a ésta es la sentencia de San
Juan de Ávila: “Más vale –decía– un gracias a Dios o
un bendito sea Dios en las adversidades, que seis mil
gracias en bendiciones y prosperidades”. Y con todo,
¡los hombres ignoran todavía el valor de la Cruz
llevada por Cristo! “Si esto entendieran –dice Santa
Angela de Foligno–, los padecimientos serían objeto
de rapiña; que es como decir que unos a otros se
robarían las ocasiones de padecer”. Y Santa María
Magdalena de Pazzis, que había gustado las dulzuras

31
de la cruz, deseaba que Dios le alargase la vida, más
bien que morir e irse al Cielo; porque –decía– en el
paraíso no se puede padecer.
Todos los deseos de un alma que ama a Dios no
son otros que unirse a Él por entero; mas para llegar
a esta perfecta unión, veamos los consejos que nos
da Santa Catalina de Génova. “Es imposible –dice–
llegar a la unión con Dios sin la adversidad; porque en
este crisol es donde destruye Dios todos los
desordenados movimientos de nuestra alma y de
nuestros sentidos. Y por esto, injurias, menosprecios,
enfermedad, pérdida de parientes y amigos,
humillaciones, tentaciones y otros mil géneros de
penalidades nos son absolutamente necesarias, para
que, batallando y yendo de victoria en victoria,
consigamos extinguir en nosotros las perversas
inclinaciones y no las sintamos más. Postradas ya, y
vencidas, debemos procurar alcanzar, no sólo que el
padecer pierda su aspereza, sino que nos sean
sabrosos y deleitables los sufrimientos; sólo por aquí
llegaremos a la unión con Dios”.
De donde resulta que el alma que ama a Dios con
perfección, “antes busca lo desabrido, como dice San
Juan de la Cruz, que lo sabroso; y más se inclina al
padecer, que al consuelo..., y a las sequedades y
aflicciones, que a las dulces comunicaciones,
andando con avidez en busca de todo linaje de
voluntarias mortificaciones; y abrazándose con mayor
amor con las involuntarias, que éstas son las que Dios
más estima”. Ya lo tenía dicho Salomón: Que mejor es
el varón paciente que el fuerte; y el que es señor de
su ánimo, que el que conquista y gana ciudades (Prov
16,32). Cierto es que mucho complace a Dios el que
crucifica su carne con ayunos, cilicios y disciplinas,
porque mortificándose da pruebas de varonil
entereza; pero mucho más agradable es a Dios
holgarse en los trabajos y sufrir con paciencia las

32
cruces que Él nos manda. Decía San Francisco de
Sales: “Las tribulaciones que nos vienen de la mano
de Dios o de los hombres por beneplácito de Dios,
son siempre más preciosas que las que son hijas de
nuestra propia voluntad; porque es ley general que,
donde menos lugar tiene nuestra voluntad, más
contento hay para Dios y provecho para nuestras
almas”. Y ya antes, Santa Teresa nos había dado el
mismo documento, cuando dijo: “En un día podrá
ganar más delante de su Majestad, de mercedes y
favores perpetuos, que pudiera ser que ganara él en
diez años en cruces que quisiera tomar por sí”.
Y por eso Santa María Magdalena de Pazzis
exclamaba generosamente: “No hay tormento en el
mundo, por penoso que sea, que no soportara yo con
alegría, pensando que me vienen de la mano de
Dios”. Y así fue, porque en los padecimientos no
pequeños que durante cinco años padeció la Santa,
bastaba traerle a la memoria que tal era la voluntad
de Dios, para devolverle la paz y tranquilidad. ¡Ah!,
que para conquistar a Dios, tesoro inestimable, todo
es de poco o de ningún valor. “Cueste Dios lo que
costare –decía el P. Hipólito Durazzo–, jamás nos
costará muy caro”.
Roguemos, pues, al Señor, que nos halle dignos de
amarle; que si perfectamente le amamos, humo y no
más que lodo nos parecerán los bienes de este
mundo; y las ignominias y los padecimientos se
convertirán en suavísimos deleites. Hablando San
Juan Crisóstomo de un alma que totalmente se ha
entregado a Dios, dice así: “Cuando uno ha llegado al
perfecto amor de Dios, vive como si estuviese solo
sobre la tierra; no se cuida más de la gloria o de las
ignominias; desprecia las tentaciones y los
sufrimientos, y pierde el gusto y apetito de las cosas
terrenas. No encontrando ya ayuda ni reposo en
cosas de mundo, corre sin tregua ni descanso tras el

33
Amado sin que haya estorbo que la detenga, porque
ya trabaje, ya coma; ya duerma, ya esté en vela, en
todo lo que hace y en todo lo que dice y piensa, su
anhelo único es hallar al Amado; porque allí tiene
cada cual su corazón, donde tiene su tesoro”.

34
UN CONSEJO DE DON BOSCO A SANTO
DOMINGO SAVIO, ENFERMO3

La víspera en que Domingo Savio debía salir para


su casa, ya muy enfermo, don
Bosco no podía apartarlo de su
lado. Siempre tenía algo que
preguntarle. Entre otras cosas
le dijo:
–¿Cuál es el mejor medio de
que puede echar mano un
enfermo para alcanzar méritos
delante de Dios?
–Ofrecerle con frecuencia
sus sufrimientos.
–¿Y ninguna otra cosa más?
–Ofrendarle su vida.
–¿Puedo estar seguro de que
mis pecados han sido
perdonados?
–Te aseguro, en nombre de
Dios, que tus pecados te han
sido perdonados.
–¿Puedo estar seguro de que me salvaré?
–Sí; contando con la divina misericordia, la cual no
te ha de faltar, puedes estar seguro de salvarte.

Podemos aplicar a la Cruz aquello que el Libro de los


Provebios dice acerca de la Sabiduría: Es árbol de vida
para los que a ella están asidos, felices son los que la
abrazan (Prov 3,18).

3
Memorias biográficas, t.V, p. 629.

35
CARTA DE UN ENFERMO
De una carta de Luigi Rocci (11 de febrero de 1974)
[El autor tiene introducido el proceso
de canonización]

El sábado pensaba en una frase de Vittorio De Sica:


“El sufrimiento enriquece siempre, como la alegría”.
Por la experiencia que tengo yo del sufrimiento,
experiencia larga –dado que con este mal despiadado
he nacido y pronto me redujo a la total inmovilidad
con progresión muy dolorosa– puedo decir que el
sufrimiento es una revelación, te lleva a ver más allá
de las cosas, te descubre valores esenciales, eternos,
de la vida. Sobre todo te hace sentir que eres nada y
que lo que te da realidad es el gran amor de Dios por
ti y por toda creatura.
He sufrido y sufro mucho. Pero siempre he sentido
y siento una presencia que me dice: “¡coraje! Yo
estoy contigo”. Y mi ánimo, ante aquella presencia,
ante aquella silenciosa voz, queda invadido por un
gozo misterioso, total. En aquella voz uno se pierde y
reza: ¡Señor, quédate conmigo, no te vayas nunca! Y
sientes que aquella presencia te dice: “No temas, no
te dejo nunca. Tú estás en mí y mí encontrarás
descanso y gozo”. Entonces te viene como un
estupor, y prorrumpe en ti una alegría que te
envuelve, y sientes decir las palabras del Apocalipsis:
Yo estoy a la puerta y llamo. Si uno escucha mi voz y
me abre yo entraré en su casa y cenaré con él y él
conmigo. ¡Cómo es de maravillosa la amistad de
Dios! ¡Su amor es transformador!

36
TEXTOS DE JUAN PABLO II A LOS
ENFERMOS

JUBILEO DE LOS ENFERMOS4

Al hacerse hombre, el Hijo de Dios ha venido a


visitar a cada una de las personas y se ha convertido
para cada una de ellas en “la Puerta”: Puerta de la
vida, Puerta de la salvación. Si el hombre quiere
encontrar la salvación, debe entrar a través de esta
Puerta. Cada uno está invitado a cruzar este umbral.
Hoy estáis invitados a cruzarlo especialmente
vosotros, queridos enfermos y personas que sufrís...
Amadísimos hermanos y hermanas, algunos de
vosotros estáis inmovilizados desde hace años en un
lecho de dolor: pido a Dios que este encuentro
constituya para vosotros un extraordinario alivio físico
y espiritual. Deseo que esta conmovedora celebración
ofrezca a todos, sanos y enfermos, la oportunidad de
meditar en el valor salvífico del sufrimiento.
El dolor y la enfermedad forman parte del misterio
del hombre en la tierra. Ciertamente, es justo luchar
contra la enfermedad, porque la salud es un don de
Dios. Pero es importante también saber leer el
designio de Dios cuando el sufrimiento llama a
nuestra puerta. La “clave” de dicha lectura es la cruz
de Cristo. El Verbo encarnado acogió nuestra
debilidad, asumiéndola sobre sí en el misterio de la
cruz. Desde entonces, el sufrimiento tiene una
posibilidad de sentido, que lo hace singularmente
valioso. Desde hace dos mil años, desde el día de la
pasión, la cruz brilla como suprema manifestación del
amor que Dios siente por nosotros. Quien sabe
acogerla en su vida, experimenta cómo el dolor,

4
11 de febrero de 2000.

37
iluminado por la fe, se transforma en fuente de
esperanza y salvación.
Ojalá que Cristo sea la Puerta para vosotros,
queridos enfermos llamados en este momento a
llevar una cruz más pesada. Que Cristo sea también
la Puerta para vosotros, queridos acompañantes, que
los cuidáis. Como el buen samaritano, todo creyente
debe dar amor a quien sufre. No está permitido
“pasar de largo” ante quien está probado por la
enfermedad. Por el contrario, hay que detenerse,
inclinarse sobre su enfermedad y compartirla
generosamente, aliviando su peso y sus dificultades.
Santiago escribe: ¿Está enfermo alguno entre
vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que
oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del
Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el
Señor hará que se levante, y si hubiera cometido
pecados, le serán perdonados (St 5, 14-15). Dentro
de poco reviviremos de modo singular esta
exhortación del Apóstol, cuando algunos de vosotros,
queridos enfermos, recibáis el sacramento de la
unción de los enfermos. Él, devolviendo el vigor
espiritual y físico, pone muy bien de relieve que
Cristo es para la persona que sufre la Puerta que
conduce a la vida...
...La Iglesia entra en el nuevo milenio estrechando
en su corazón el evangelio del sufrimiento, que es
anuncio de redención y salvación. Hermanos y
hermanas enfermos, sois testigos singulares de este
Evangelio. El tercer milenio espera este testimonio de
los cristianos que sufren...
Que se incline sobre cada uno de vosotros la
Virgen Inmaculada, que nos visitó en Lourdes, como
hoy recordamos con alegría y gratitud. En la gruta de
Massabielle confió a santa Bernardita un mensaje que
lleva al corazón del Evangelio: a la conversión y a la
penitencia, a la oración y al abandono confiado en las

38
manos de Dios. Con María, la Virgen de la Visitación,
elevamos también nosotros al Señor el “Magníficat”,
que es el canto de la esperanza de todos los pobres,
los enfermos y los que sufren en el mundo, que
exultan de alegría porque saben que Dios está junto a
ellos como Salvador.

JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO


REALIZADA EN LORETO5

¡Loreto y los enfermos! ¡Qué binomio tan


interesante! El famoso santuario mariano evoca
inmediatamente el misterio de la Encarnación, en el
que ha sido fundamental la acción del Espíritu. En la
atmósfera sugestiva del lugar sagrado, acojamos la
luz y la fuerza del Espíritu, capaz de transformar el
corazón del hombre en una morada de esperanza. En
la casa de María hay lugar para todos sus hijos. En
efecto, donde habita Dios, todo hombre halla acogida,
consuelo y paz, especialmente en la hora de la
prueba. María, «Salud de los enfermos», da apoyo a
quien vacila, luz a quien está en la duda y alivio a
cuantos padecen el sufrimiento y la enfermedad.
Loreto es casa de solidaridad y esperanza donde se
percibe casi sensiblemente la materna solicitud de
María. Confortados por la seguridad de su materna
protección, nos sentimos más animados a compartir
los sufrimientos de los hermanos probados en el
cuerpo y en el espíritu, para derramar sobre sus
llagas, a ejemplo del buen samaritano el aceite del
consuelo y el vino de la esperanza.
Como en las bodas de Caná, la Virgen está atenta
a las necesidades de cada uno de los hombres y
mujeres, y está dispuesta a interceder por todos ante
su Hijo. Por eso es muy significativo que las Jornadas

5
11 de febrero de 1998.

39
mundiales del enfermo se celebren, año tras año, en
santuarios marianos.
Queridos enfermos, hoy es vuestra Jornada. Pienso
en vosotros reunidos junto a la Santa Casa; en
vosotros, presentes en esta sala, así como en todos
los enfermos que se han dado cita a los pies de la
Inmaculada en la gruta de Lourdes o en otros
santuarios marianos del mundo entero. Pienso en
vosotros, todavía más numerosos, que estáis en los
hospitales, en vuestras casas, en las habitaciones que
son los santuarios de vuestra paciencia y de vuestra
oración diaria. A vosotros está reservado un puesto
especial en la comunidad eclesial. La situación de
enfermedad y el deseo de recuperar la salud os
hacen testigos privilegiados de la fe y de la
esperanza.
Encomiendo a la intercesión de María vuestras
aspiraciones a la curación y os exhorto que las
iluminéis y las elevéis siempre con la virtud teologal
de la esperanza, don de Cristo. María os ayudará a
dar un significado nuevo al sufrimiento,
transformándolo en camino de salvación, en ocasión
de evangelización y de redención. Y así, vuestra
experiencia de dolor y soledad, vivida como la de
Cristo y animada por el Espíritu Santo, proclamará la
fuerza victoriosa de la resurrección.
María os obtenga el don de la confianza, que os
sostenga en la peregrinación terrena. La confianza es
hoy más necesaria que nunca, porque es más
compleja y problemática la experiencia de la vida
moderna.
Y tú, Virgen de Loreto, vela sobre el camino de
todos nosotros. Guíanos hacia la patria celestial,
donde contemplaremos para siempre contigo la gloria
de tu Hijo Jesús.
¡A todos mi afectuosa bendición!

40
MENSAJE DE JUAN PABLO II A LOS
ENFERMOS6

Queridos hermanos y hermanas:


1. Como en otros viajes pastorales a lo largo y
ancho del mundo, también en esta mi cuarta visita a
México he deseado compartir con Ustedes, queridos
enfermos... unos momentos en la oración y la
esperanza. Les quiero asegurar mi afecto y, a la vez,
me asocio a su oración y a la de sus seres queridos
pidiendo a Dios, por intercesión de la Santísima
Virgen de Guadalupe, la conveniente salud del cuerpo
y del alma, la plena identificación de sus sufrimientos
con los de Cristo y la búsqueda de los motivos que,
basados en la fe, nos ayudan a comprender el sentido
del dolor humano.
Me siento muy cercano a cada uno de los que
sufren, así como a los médicos y demás profesionales
sanitarios que prestan su abnegado servicio a los
enfermos. Quisiera que mi voz traspasara estos
muros para llevar a todos los enfermos y agentes
sanitarios la voz de Cristo, y ofrecer así una palabra
de consuelo en la enfermedad y de estímulo en la
misión de la asistencia, recordando muy
especialmente el valor que tiene el dolor en el marco
de la obra redentora del Salvador.
Estar con Ustedes, servirles con amor y
competencia no es sólo una obra humanitaria y
social, sino sobre todo, una actividad eminentemente
evangélica, pues Cristo mismo nos invita a imitar al
buen samaritano, que cuando encontró en su camino
al hombre que sufría no pasó de largo, sino que tuvo
compasión y, acercándose, vendó sus heridas [...] y
cuidó del él (Lc 10, 32-34). Son muchas las páginas
del Evangelio que nos describen el encuentro de
Jesús con personas aquejadas de diversas
6
México, 24 de enero de 1999.

41
enfermedades. Así, san Mateo nos dice que Jesús
recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas,
proclamando la Buena Nueva del reino y curando
toda enfermedad y dolencia en el pueblo. Su fama
llegó a toda Siria; y le trajeron todos los que se
encontraban mal con enfermedades y sufrimientos
diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los
curó (4,23-24). San Pedro, siguiendo los pasos de
Cristo, junto a la Puerta Hermosa del templo ayudó a
caminar a un tullido (cf. Hch 3,2-5) y en cuanto se
corrió la voz de lo acaecido, le sacaban enfermos a
las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para
que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a
alguno de ellos (ibíd. 5,15-16). Desde sus orígenes, la
Iglesia, movida por el Espíritu Santo, quiere seguir los
ejemplos de Jesús en este sentido, y por eso
considera que es un deber y un privilegio estar al lado
del que sufre y cultivar un amor preferencial hacia los
enfermos. Por eso, escribí en la Carta Apostólica
Salvifici doloris: “La Iglesia que nace del misterio de
la redención en la Cruz de Cristo, está obligada a
buscar el encuentro con el hombre, de modo
particular, en el camino de su sufrimiento. En un
encuentro de tal índole el hombre constituye el
camino de la Iglesia, y es éste uno de los más
importantes”.
2. El hombre está llamado a la alegría y a la vida
feliz, pero experimenta diariamente muchas formas
de dolor, y la enfermedad es la expresión más
frecuente y más común del sufrir humano. Ante ello
es espontáneo preguntarse: ¿Por qué sufrimos? ¿Para
qué sufrimos? ¿Tiene un significado que las personas
sufran? ¿Puede ser positiva la experiencia del dolor
físico o moral? Sin duda, cada uno de nosotros se
habrá planteado más de una vez estas cuestiones,
sea desde el lecho del dolor, en los momentos de
convalecencia, antes de someterse a una

42
intervención quirúrgica o cuando se ha visto sufrir a
un ser querido.
Para los cristianos éstos no son interrogantes sin
respuesta. El dolor es un misterio, muchas veces
inescrutable para la razón. Forma parte del
misterio de la persona humana, que sólo se
esclarece en Jesucristo, que es quien revela al
hombre su propia identidad. Sólo desde Él podremos
encontrar el sentido a todo lo humano. El sufrimiento
-como he escrito en la Carta Apostólica Salvifici
doloris- “no puede ser transformado y cambiado con
una gracia exterior sino interior... Pero este proceso
interior no se desarrolla siempre de igual manera...
Cristo no responde directamente ni en abstracto a
esta pregunta humana sobre el sentido del
sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica
a medida que él mismo se convierte en partícipe de
los sufrimientos de Cristo. La respuesta que llega
mediante esta participación es... una llamada:
Sígueme, Ven, toma parte con tu sufrimiento en
esta obra de salvación del mundo, que se realiza
a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz”. Por
eso, ante el enigma del dolor, los cristianos podemos
decir un decidido “hágase, Señor, tu voluntad” y
repetir con Jesús: Padre mío, si es posible, que pase
de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo
quiero sino como quieres Tú (Mt 26,39).
3. La grandeza y dignidad del hombre están en ser
hijo de Dios y estar llamado a vivir en íntima unión
con Cristo. Esa participación en su vida lleva consigo
el compartir su dolor. El más inocente de los hombres
–el Dios hecho hombre– fue el gran sufriente que
cargó sobre sí con el peso de nuestras faltas y de
nuestros pecados. Cuando Él anuncia a sus discípulos
que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho, ser
crucificado y resucitar al tercer día, advierte a la vez
que si alguno quiere ir en pos de Él, ha de negarse a

43
sí mismo, tomar su cruz de cada día, y seguirle (cf. Lc
9, 22ss). Existe, pues, una íntima relación entre la
Cruz de Jesús –símbolo del dolor supremo y precio de
nuestra verdadera libertad– y nuestros dolores,
sufrimientos, aflicciones, penas y tormentos que
pueden pesar sobre nuestras almas o echar raíces en
nuestros cuerpos. El sufrimiento se transforma y
sublima cuando se es consciente de la cercanía y
solidaridad de Dios en esos momentos. Es esa la
certeza que da la paz interior y la alegría espiritual
propias del hombre que sufre generosamente y
ofrece su dolor como hostia viva, consagrada y
agradable a Dios (Rm 12,1). El que sufre con esos
sentimientos no es una carga para los demás, sino
que contribuye a la salvación de todos con su
sufrimiento.
Vistos así, el dolor, la enfermedad y los momentos
oscuros de la existencia humana, adquieren una
dimensión profunda e, incluso esperanzada. Nunca se
está solo frente al misterio del sufrimiento: se está
con Cristo, que da sentido a toda la vida: a los
momentos de alegría y paz, igual que a los momentos
de aflicción y pena. Con Cristo todo tiene sentido,
incluso el sufrimiento y la muerte; sin Él, nada se
explica plenamente, ni siquiera los legítimos placeres
que Dios ha unido a los diversos momentos de la vida
humana.
4. La situación de los enfermos en el mundo y en la
Iglesia no es, de ningún modo, pasiva. A este
respecto, quiero recordar las palabras que les
dirigieron los Padres Sinodales al concluir la VII
Asamblea general ordinaria del Sínodo de los
Obispos: “Contamos con vosotros para enseñar al
mundo entero lo que es el amor. Haremos todo lo
posible para que encontréis el lugar al que tenéis
derecho en la sociedad y en la Iglesia”. Como escribí
en mi Exhortación apostólica Christifideles laici “A

44
todos y a cada uno se dirige el llamamiento del
Señor: también los enfermos son enviados como
obreros a su viña. El peso que oprime a los miembros
del cuerpo y menoscaba la serenidad del alma, lejos
de retraerles del trabajar en la viña, los llama a vivir
su vocación humana y cristiana y a participar en el
crecimiento del Reino de Dios con nuevas
modalidades, incluso más valiosas [...] muchos
enfermos pueden convertirse en portadores del gozo
del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones
(1Ts 1,6) y ser testigos de la Resurrección de Jesús”
(n. 53). En este sentido, es oportuno tener presente
que los que viven en situación de enfermedad no sólo
están llamados a unir su dolor a la Pasión de Cristo,
sino a tener una parte activa en el anuncio del
Evangelio, testimoniando, desde la propia experiencia
de fe, la fuerza de la vida nueva y la alegría que
vienen del encuentro con el Señor resucitado (cf. 2Co
4, 10-11; 1P 4, 13; Rm 8, 18ss).
Con estos pensamientos he querido suscitar en
cada uno y cada una de Ustedes los sentimientos que
llevan a vivir las pruebas actuales con un sentido
sobrenatural, sabiendo ver en ellas una ocasión para
descubrir a Dios en medio de las tinieblas y los
interrogantes, y adivinar los amplios horizontes que
se vislumbran desde lo alto de nuestras cruces de
cada día.
5. Quiero extender mi saludo a todos los enfermos
de México, muchos de los cuales están siguiendo esta
visita a través de la radio o de la televisión; a sus
familiares, amigos y a cuantos les ayudan en estos
momentos de prueba; al personal médico y sanitario,
que ofrecen la contribución de su ciencia y de sus
atenciones para superarlos o, por lo menos, hacerlos
más llevaderos; a las autoridades civiles que se
preocupan por el progreso de los hospitales y los
demás centros asistenciales de los diferentes Estados

45
y del País entero. Una mención especial quiero
reservar a las personas consagradas que viven su
carisma religioso en el campo de la salud, así como a
los sacerdotes y a los demás agentes pastorales que
les ayudan a encontrar en la fe consuelo y esperanza.
No puedo dejar de agradecer las oraciones y
sacrificios que ofrecen muchos de Ustedes por mi
persona y mi ministerio de Pastor de la Iglesia
universal.
Al entregar este Mensaje... les renuevo mi saludo y
mi afecto en el Señor y, por intercesión de la Virgen
de Guadalupe, que al Beato Juan Diego le dijo “¿No
soy yo tu salud?” –manifestándose así como quien
invocamos los cristianos con el título de “Salus
infirmorum”–, les imparto de corazón la Bendición
Apostólica.

“En el momento de la muerte, no se nos juzgará por la


cantidad de trabajo que hayamos hecho, sino por el peso
de amor que hayamos puesto en nuestro trabajo. Este
amor debe resultar del sacrificio de sí mismos y ha de

46
A LOS ENFERMOS
(P. Marcos Pizzariello)7

Quisiera ahora llegar, por medio de estas líneas, a


todos los que están sufriendo de alguna manera, para
decirles que la única solución a su problema, es la fe
vivida intensamente, con todas sus vibrantes y
vivificantes consecuencias.
No es fácil saber sufrir cuando se tiene una fe
lánguida; es imposible cuando se cree que los límites
de la vida terminan definitivamente en la tumba. Sólo
cuando se tiene una perspectiva de eternidad, sólo
cuando se enfocan todas las vicisitudes de la
existencia con una visión sobrenatural, el misterio del
dolor humano tiene sentido.
Deseo estar al lado del enfermo recientemente
operado; junto al que está angustiado y experimenta
la sensación de que le falta oxígeno para respirar;
quiero hablarle en voz baja y quedamente al que ya
se ha declarado derrotado frente a las
contrariedades. A todos ellos, que ahora pueden estar
leyendo estas líneas o escuchándolas por boca de un
familiar o amigo, quisiera decirles, que nosotros no
tenemos en esta tierra ciudad permanente, que
vivimos en tiendas de campaña, que somos futuro,
que esta vida no es verdadera, sino la otra. Quisiera
decirles, sí, decirles todo esto... Pero ¿qué
repercusión pueden tener estas palabras en un alma
sin fe y sin esperanza. Por estas almas hemos de
elevar nuestra súplica al Altísimo, para que las
fecunde con el don sobrenatural de la fe.
No dudo que muchos de mis lectores tienen fe, y
no pocos de ellos necesitan una palabra de aliento en
los momentos difíciles en que se encuentran. Para

7
Marcos Pizzariello, S.J., Mensajes Espirituales, Lumen
1989,p. 55-57.

47
ellos quiero transmitirles la siguiente exhortación de
autor desconocido y que dice:

Cuando todo se oscurece,


cuando el camino es difícil,
cuando la tristeza llama,
cuando la vida es pesada,
porque su carga la aplasta,
cuando la salud es pobre
porque Él permitió que fallara,
cuando al doblar un sendero
sólo las penas aguardan,
cuando las lágrimas corren
porque de adentro las mandan,
cuando todo se derrumba
porque las bases son malas,
cuando nos creemos solos
porque nadie nos ampara,
tomemos un Crucifijo,
y en él puesta la mirada,
contémosle nuestras penas,
que por ser nuestras se agrandan,
y hablemos de sufrimientos,
a Quien sufrió más que nadie,
y ofrezcamos nuestras lágrimas,
a Quien lloró de sangre;
y Quien jamás nos faltará,
aunque creímos su falta,
nos consolará diciendo:
“Desde aquí yo te acompaño,
eres mi hermano por hombre,
pues hijo eres de mi Padre...
Y esta Cruz yo la he elegido
por amarte más que nadie.
Carga la tuya y me sigues
confía en Mí, no desmayes”.

48
ORACIÓN DE CONFIANZA DE UN ALMA
ATRIBULADA
(Santa Faustina Kowalska)

En el año 1933, durante una hora de adoración,


Dios le reveló a Sor Faustina todo lo que ella
tendría que sufrir: falsas acusaciones, la pérdida
del buen nombre, y muchos tormentos. Cuando
la visión terminó, un sudor frío bañó su frente.
Jesús le hizo saber que aun cuando ella no
quisiese recibir estos sacrificios, igualmente se
salvaría y Él no disminuiría sus gracias y
seguiría manteniendo una relación íntima con
ella: la generosidad de Dios no disminuiría para
nada. Consciente que todo el misterio dependía
de su conformidad voluntaria, consintió
libremente al sacrificio en completo uso de sus
facultades. Luego escribió lo siguiente en su
diario: “De repente, cuando había consentido
hacer el sacrificio con todo mi corazón y todo mi
entendimiento; la presencia de Dios me cubrió,
me parecía que me moría de amor a la vista de
su mirada”. Faustina fue canonizada el 30 de
abril del año 2000. De ella es esta hermosa
oración:

Cuando el dolor se adueña de toda mi alma


y el horizonte oscurece como la noche,
y el corazón está desgarrado por la tortura de la
tribulación,
¡Oh, Jesús crucificado, Tú eres mi fuerza!

Cuando el alma ofuscada por el dolor,


se esfuerza y lucha sin respiro,
y el corazón agoniza en la amargura de la angustia,
¡Oh, Jesús crucificado, Tú eres la esperanza de mi
salvación!

49
Y así pasa día tras día,
y el alma se hunde en un mar de amargura,
y el corazón se diluye en lágrimas,
¡Oh, Jesús crucificado, Tú me iluminas como la
aurora!

Y cuando el cáliz de amargura ya rebosa,


y todo conspira contra el alma,
y ella vive momentos de Getsemaní,
¡Oh, Jesús crucificado, en Ti tengo mi defensa!

Cuando el alma consciente de su inocencia


acepta de Dios estas pruebas,
entonces el corazón es capaz de compensar
las molestias con el amor,
¡Oh, Jesús crucificado, cambia mi debilidad en
omnipotencia!

50
EL SACRAMENTO DE LOS ENFERMOS8
“Con la sagrada unción de los enfermos y con la
oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera
encomienda a los enfermos al Señor sufriente y
glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los
anima a unirse libremente a la pasión y muerte de
Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios”.

I. FUNDAMENTOS BIBLICOS

La enfermedad en la vida humana


La enfermedad y el sufrimiento se han contado
siempre entre los problemas más graves que aquejan
la vida humana. En la enfermedad, el hombre
experimenta su impotencia, sus límites y su finitud.
Toda enfermedad puede hacernos entrever la
muerte.
La enfermedad puede conducir a la angustia, al
repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la
desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede
también hacer a la persona más madura, ayudarla a
discernir en su vida lo que no es esencial para
volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la
enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un
retorno a El.

El enfermo ante Dios


El hombre del Antiguo Testamento vive la
enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por
su enfermedad y de El, que es el Señor de la vida y
de la muerte, implora la curación. La enfermedad se
convierte en camino de conversión y el perdón de
Dios inaugura la curación. Israel experimenta que la
enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al
8
Transcribimos lo que enseña el Catecismo de la
Iglesia Católica, nn. 1499-1525.

51
pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según su
Ley, devuelve la vida: Yo, el Señor, soy el que te sana
(Ex 15,26). El profeta entrevé que el sufrimiento
puede tener también un sentido redentor por los
pecados de los demás. Finalmente, Isaías anuncia
que Dios hará venir un tiempo para Sión en que
perdonará toda falta y curará toda enfermedad.

Cristo, médico
La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus
numerosas curaciones de dolientes de toda clase son
un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su
pueblo (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy
cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar,
sino también de perdonar los pecados: vino a curar al
hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los
enfermos necesitan. Su compasión hacia todos los
que sufren llega hasta identificarse con ellos: Estuve
enfermo y me visitasteis (Mt 25,36). Su amor de
predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo
largo de los siglos, de suscitar la atención muy
particular de los cristianos hacia todos los que sufren
en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a
infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
A menudo Jesús pide a los enfermos que crean. Se
sirve de signos para curar: saliva e imposición de
manos, barro y ablución. Los enfermos tratan de
tocarlo, pues salía de él una fuerza que los curaba a
todos (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo
continúa “tocándonos” para sanarnos.
Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo
se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas
sus miserias: El tomó nuestras flaquezas y cargó con
nuestras enfermedades (Mt 8,17). No curó a todos los
enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida
del Reino de Dios. Anunciaban una curación más
radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su

52
Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso
del mal y quitó el pecado del mundo (Jn 1,29), del que
la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su
pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido
nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos
configura con El y nos une a su pasión redentora.

“Sanad a los enfermos...”


Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a
su vez su cruz. Siguiéndole adquieren una nueva
visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos.
Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace
participar de su ministerio de compasión y de
curación: Y, yéndose de allí, predicaron que se
convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y
ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban
(Mc 6,12-13).
El Señor resucitado renueva este envío (En mi
nombre... impondrán las manos sobre los enfermos y
se pondrán bien, Mc 16,17-18) y lo confirma con los
signos que la Iglesia realiza invocando su nombre.
Estos signos manifiestan de una manera especial que
Jesús es verdaderamente “Dios que salva”.
El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial
de curación para manifestar la fuerza de la gracia del
Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones
más fervorosas obtienen la curación de todas las
enfermedades. Así san Pablo aprende del Señor que
mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta
en la flaqueza (2 Co 12,9), y que los sufrimientos que
tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente:
completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones
de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col
1,24).
¡Sanad a los enfermos! (Mt 10,8). La Iglesia ha
recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto
mediante los cuidados que proporciona a los

53
enfermos como por la oración de intercesión con la
que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de
Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta
presencia actúa particularmente a través de los
sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía,
pan que da la vida eterna y cuya conexión con la
salud corporal insinúa san Pablo.
No obstante, la Iglesia apostólica tuvo un rito
propio en favor de los enfermos, atestiguado por
Santiago: ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a
los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le
unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración
de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se
levante, y si hubiera cometido pecados, le serán
perdonados (St 5,14-l5). La Tradición ha reconocido
en este rito uno de los siete sacramentos de la
Iglesia.

Un sacramento de los enfermos


La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete
sacramentos, existe un sacramento especialmente
destinado a reconfortar a los atribulados por la
enfermedad: la Unción de los enfermos: “Esta unción
santa de los enfermos fue instituida por Cristo
nuestro Señor como un sacramento del Nuevo
Testamento, verdadero y propiamente dicho,
insinuado por Marcos, y recomendado a los fieles y
promulgado por Santiago, apóstol y hermano del
Señor” [Concilio de Trento].
En la tradición litúrgica, tanto en Oriente como en
Occidente, se poseen desde la antigüedad
testimonios de unciones de enfermos practicadas con
aceite bendito. En el transcurso de los siglos, la
Unción de los enfermos fue conferida, cada vez más
exclusivamente, a los que estaban a punto de morir.
A causa de esto, había recibido el nombre de
“Extremaunción”. A pesar de esta evolución, la

54
liturgia nunca dejó de orar al Señor a fin de que el
enfermo pudiera recobrar su salud si así convenía a
su salvación.
...“El sacramento de la Unción de los enfermos se
administra a los gravemente enfermos ungiéndolos
en la frente y en las manos con aceite de oliva
debidamente bendecido o, según las circunstancias,
con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola
vez estas palabras: ‘Por esta santa unción, y por su
bondadosa misericordia te ayude el Señor con la
gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus
pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu
enfermedad’ [Pablo VI].

II. MINISTRO Y SUJETO DEL SACRAMENTO

En caso de grave enfermedad...


La Unción de los enfermos “no es un sacramento
sólo para aquellos que están a punto de morir. Por
eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo
cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte
por enfermedad o vejez”.
Si un enfermo que recibió la unción recupera la
salud, puede, en caso de nueva enfermedad grave,
recibir de nuevo este sacramento. En el curso de la
misma enfermedad, el sacramento puede ser
reiterado si la enfermedad se agrava. Es apropiado
recibir la Unción de los enfermos antes de una
operación importante. Y esto mismo puede aplicarse
a las personas de edad avanzada cuyas fuerzas se
debilitan.

“...Llame a los presbíteros de la Iglesia”


Sólo los sacerdotes (obispos y presbíteros) son
ministros de la Unción de los enfermos. Es deber de
los pastores instruir a los fieles sobre los beneficios
de este sacramento. Los fieles deben animar a los

55
enfermos a llamar al sacerdote para recibir este
sacramento. Y que los enfermos se preparen para
recibirlo en buenas disposiciones, con la ayuda de su
pastor y de toda la comunidad eclesial a la cual se
invita a acompañar muy especialmente a los
enfermos con sus oraciones y sus atenciones
fraternas.

III. LA CELEBRACION DEL SACRAMENTO

Como en todos los sacramentos, la Unción de los


enfermos se celebra de forma litúrgica y comunitaria,
que tiene lugar en familia, en el hospital o en la
iglesia, para un solo enfermo o para un grupo de
enfermos. Es muy conveniente que se celebre dentro
de la Eucaristía, memorial de la Pascua del Señor. Si
las circunstancias lo permiten, la celebración del
sacramento puede ir precedida del sacramento de la
Penitencia y seguida del sacramento de la Eucaristía.
En cuanto sacramento de la Pascua de Cristo, la
Eucaristía debería ser siempre el último sacramento
de la peregrinación terrenal, el “viático” para el
“paso” a la vida eterna.
Palabra y sacramento forman un todo inseparable.
La Liturgia de la Palabra, precedida de un acto de
penitencia, abre la celebración. Las palabras de Cristo
y el testimonio de los apóstoles suscitan la fe del
enfermo y de la comunidad para pedir al Señor la
fuerza de su Espíritu.
La celebración del sacramento comprende
principalmente estos elementos: los presbíteros de la
Iglesia (St 5,14) imponen -en silencio- las manos a los
enfermos; oran por los enfermos en la fe de la Iglesia;
es la epíclesis propia de este sacramento; luego
ungen al enfermo con óleo bendecido, si es posible,
por el obispo.

56
Estas acciones litúrgicas indican la gracia que este
sacramento confiere a los enfermos.

IV. EFECTOS DE LA CELEBRACION DE ESTE


SACRAMENTO

Un don particular del Espíritu Santo. La gracia


primera de este sacramento es una gracia de
consuelo, de paz y de ánimo para vencer las
dificultades propias del estado de enfermedad grave
o de la fragilidad de la vejez. Esta gracia es un don
del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en
Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno,
especialmente tentación de desaliento y de angustia
ante la muerte. Esta asistencia del Señor por la fuerza
de su Espíritu quiere conducir al enfermo a la
curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal
es la voluntad de Dios. Además, si hubiera cometido
pecados, le serán perdonados (St 5,15).
La unión a la Pasión de Cristo. Por la gracia de este
sacramento, el enfermo recibe la fuerza y el don de
unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo: en
cierta manera es consagrado para dar fruto por su
configuración con la Pasión redentora del Salvador. El
sufrimiento, secuela del pecado original, recibe un
sentido nuevo, viene a ser participación en la obra
salvífica de Jesús.
Una gracia eclesial. Los enfermos que reciben este
sacramento, “uniéndose libremente a la pasión y
muerte de Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de
Dios”. Cuando celebra este sacramento, la Iglesia, en
la comunión de los santos, intercede por el bien del
enfermo. Y el enfermo, a su vez, por la gracia de este
sacramento, contribuye a la santificación de la Iglesia
y al bien de todos los hombres por los que la Iglesia
sufre y se ofrece, por Cristo, a Dios Padre.

57
Una preparación para el último tránsito. Si el
sacramento de la Unción de los enfermos es
concedido a todos los que sufren enfermedades y
dolencias graves, lo es con mayor razón “a los que
están a punto de salir de esta vida” (“in exitu viae
constituti”); de manera que se la ha llamado también
“sacramentum exeuntium” (“sacramento de los que
parten”). La Unción de los enfermos acaba por
conformarnos con la muerte y resurrección de Cristo,
como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la
última de las sagradas unciones que jalonan toda la
vida cristiana; la del Bautismo había sellado en
nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos
había fortalecido para el combate de esta vida. Esta
última unción ofrece al término de nuestra vida
terrena un escudo para defenderse en los últimos
combates y entrar en la Casa del Padre.

V. EL VIATICO, ULTIMO SACRAMENTO DEL


CRISTIANO

A los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece,


además de la Unción de los enfermos, la Eucaristía
como viático. Recibida en este momento del paso
hacia el Padre, la Comunión del Cuerpo y la Sangre
de Cristo tiene una significación y una importancia
particulares. Es semilla de vida eterna y poder de
resurrección, según las palabras del Señor: El que
come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y
yo le resucitaré el último día (Jn 6,54). Puesto que es
sacramento de Cristo muerto y resucitado, la
Eucaristía es aquí sacramento del paso de la muerte
a la vida, de este mundo al Padre.
Así, como los sacramentos del Bautismo, de la
Confirmación y de la Eucaristía constituyen una
unidad llamada “los sacramentos de la iniciación
cristiana”, se puede decir que la Penitencia, la Santa

58
Unción y la Eucaristía, en cuanto viático, constituyen,
cuando la vida cristiana toca a su fin, “los
sacramentos que preparan para entrar en la Patria” o
los sacramentos que cierran la peregrinación.

59
TEXTOS DEL PADRE PÍO SOBRE EL
SUFRIMIENTO9

“En las horas de lucha acordémonos de Jesús, que


está con nosotros y sufre con nosotros y por nosotros;
recurramos a Él y seremos siempre confortados, así
alcanzaremos y cantaremos siempre victoria delante
de Dios”.

“Cuando a Él le plazca ponernos en la cruz,


agradezcámoselo y
considerémonos afortunados
por el gran honor que nos
hace”.

“Sé que sufrís mucho; pero


¿no es el sufrimiento el que nos
hace subir al Calvario y de éste
al Tabor? Arriba, pues. ¡Animo!
Y Jesús estará contento de vos”.

“Considérate afortunadísima
por haber sido hecha digna de
participar en los dolores del
Hombre Dios”.

“¡Oh! qué feliz deberías considerarte, si te


esforzaras por morar (en el Calvario) siempre, y
morar fiel y amorosamente”.

“Para llegar a conseguir nuestro fin, es preciso


seguir a nuestro divino jefe, que no quiso conducir al

9
Tomo estos textos de diferentes capítulos del libro
de Melchor de Pobladura, OFM, En la escuela espiritual del
Padre Pío de Pietrelcina, León 1983.

60
alma escogida sino por el camino que Él siguió, es
decir, por el camino de la abnegación y de la cruz”.

“Las tribulaciones, las cruces son siempre la


herencia y la porción de las almas elegidas”.

“Las otras pruebas a las que Dios os somete y os


someterá, todas son signos del amor divino y perlas
para el alma”.

“Os ha destinado a gran santidad y por ello os ha


sometido a cruces no comunes y todavía os someterá
a más”.

“Ten la certeza de que, mientras duren las


pruebas, el Señor te ama con predilección y habita en
el centro de tu espíritu”.

“No temas: después de haber sido traspasada con


Jesús y puesta en el sepulcro de Jesús, verás la luz
indefectible, y del Calvario pasarás al Tabor eterno”.

“No desees bajar de esta cruz, ¡oh mi querida hija!


Esta vida es breve; las recompensas que nos esperan
en el ejercicio de la cruz son eternas”.

“¡Ah! no desees bajar de esta cruz, porque sería el


descenso del alma a la llanura donde Satanás nos
tiende las asechanzas”.

61
PLEGARIA DE UN ENFERMO
P. Marcos Pizzariello10

Señor, te pido que me concedas


espíritu de fe, para sobrellevar
más cristianamente mi enfermedad,
para que pueda vivir con gusto
las grandes verdades
referentes a la gracia santificante
y a la inhabitación
de la Santísima Trinidad en mi alma.

Todo ese mundo maravilloso


de tu gracia santificante es
como si no existiera para mí,
porque mi fe es desvaída
y no penetra los entresijos de mi ser.

Que desde la mañana a la noche,


en todas las vicisitudes
de mi enfermedad, recuerde vivamente
tus sufrimientos en la cruz,
que siempre tenga presentes
tus palabras: quien no ame la cruz
no puede ser mi discípulo,
quien desee seguirme que tome su cruz
y venga en pos de mí...

Y ahora, Señor, esta cruz


de mi enfermedad, la he de llevar
junto a Ti, con serenidad, con paz,
con paciencia si no puedo con alegría.
Esta cruz es muy prolongada.
No me quejo, solamente te manifiesto

10
Mi palabra es oración, Lumen, Bs.As.1989, pp.28-
31.

62
lo que siento, porque al fin y al cabo
soy hombre y no puedo naturalmente
amar esta enfermedad, que me limita,
que me distrae de mis ocupaciones
más apremiantes, que me...

Te pido insistentemente que,


a pesar de tantos sinsabores,
a pesar de las debilidades de mi cuerpo
y de mi alma,
me envíes tu paz,
esa paz que únicamente Tú puedes dar,
porque eres la fuente de la misma,
porque Tú eres la paz.

No puedo pedir al mundo esa paz


que necesito, porque el mundo
es incapaz de brindar una paz profunda,
que dimana de la buena conciencia,
que nace de la fe
constantemente vivida.

No puedo pedir a la medicina esa paz,


porque la paz de las inyecciones
es instantánea, pronto se disipa.

Tú sí. Tú, Señor, eres el único dador


de la paz verdadera y profunda.

Que mi espíritu descanse únicamente


en Ti, porque eres la paz de la mente,
la paz de la voluntad y la paz
del corazón, ya que Tu pones orden
en mi pensar, orden en mi querer
y orden en mi amor.

Acrecienta mi esperanza; esa esperanza

63
que me asegura en medio
de mis inseguridades, que me aquieta
en medio de mis inquietudes,
que me alienta en medio de mis desánimos,
que ancla mi vida en Ti,
único puerto seguro,
en donde puedo descansar
después de las tormentas,
que a menudo sacuden
la débil barquichuela de mi existencia.

Dame constancia en la mortificación,


fortaleza en todos los reveses,
para que nunca me queje
de los dolores con que la enfermedad
acosa mi cuerpo, nunca tenga un atisbo
de resentimiento, y jamás diga
“¿por qué me ha tocado a mí y no a otro?”.

64
LA BARCA DE LA VIDA
Santa Faustina Kowalska

Navega la barca de mi vida


entre las oscuridades y las sombras de la noche,
y no veo ningún puerto,
estoy a merced del mar profundo.

La más pequeña tempestad podría hundirme,


sumergiendo mi barca en el torbellino de las olas,
si no vigilaras sobre mí Tú Mismo, oh Dios,
en cada momento de mi vida, en cada instante.

En medio del estruendo de las olas


navego tranquilamente con confianza
y, como una niña, miro adelante sin temor,
porque Tú, oh Jesús, eres mi luz.

Todo alrededor es horror y espanto,


pero mi paz es más profunda que las profundidades
del mar
porque quien está Contigo, Señor, no perecerá:
me lo asegura tu amor divino.

Aunque alrededor hay muchos peligros,


no los temo, porque miro el cielo estrellado.
Y navego con denuedo y alegría,
como corresponde a un corazón puro.

Pero sobre todo, únicamente


por ser Tú mi timonero, oh Dios,
la barca de mi vida navega tan serenamente;
lo reconozco en la más profunda humildad.

65
PENSAMIENTOS DEL BEATO DON
ORIONE11
“¡Dichosos los que padecen algo, los doloridos en
el espíritu y en el cuerpo, en nombre y por amor a
Jesucristo”.

“Esto es lo que agrada a Jesús; que se viva


muriendo, y que se
fatigue el ánimo en el
dolor e inmolándose por el
Papa, por la Iglesia, por la
santificación del clero; por
las almas, por la
santificación de los
pecadores, por la
conversión de los infieles;
por la paz del mundo, por
los que lloran, por los que
sufren las humanas
injusticias; por todos, por
todos: ¡para vencer el mal
con el bien! A gloria de
Dios”.

“¡Así, hijitos! Debéis hasta alegraros de sufrir con


Jesús Crucificado y con la Iglesia: no podéis hacer
nada más agradable al Señor y a la Santísima Virgen;
sentíos felices de sufrir y dar la vida por el amor a
Jesús. ¡El ejemplo de Jesús y de María Santísima y de
los Santos, os anime!”.

“¿A qué cosa habremos de temer nosotros? El


Señor está siempre junto a los que le aman, junto a

11
Del libro de Carlos Sterpi, El espíritu de Don Orione,
Ed. Pío XX, Mar del Plata 1950.

66
los que desean amarlo y servirlo, sanos o enfermos,
siempre y siempre cada vez más fielmente como
buenos soldados de Cristo; junto a los que quieren
vivir y soportar fatigas con Jesús y por Jesús en amor
santo de caridad, de padecimientos, de consumación
de nosotros mismos: divina hostia, divino holocausto
en la voluntad de Dios, en la caridad de Jesucristo”.

67
SABER SUFRIR
(P. Marcos Pizzariello)12

Hay enfermos que se afligen y lamentan, no tanto


de sus sufrimientos, cuanto por las incomodidades
que causan a los de casa y por no poder ocuparse de
obras buenas ni de la oración, como lo hacían cuando
estaban sanos, afirma San Francisco de Sales; y
continúa diciendo que se engañan grandemente en
esto.
En cuanto a las incomodidades y padecimientos
que causan a los demás, deben pensar que quien es
paciente, quiere lo que Dios quiere y como Dios lo
quiere, con todas las incomodidades y circunstancias
que sean de su divino beneplácito; en cuanto al no
poder trabajar, un día de sufrimientos padecidos con
resignación, vale más que un mes de grandes fatigas;
y en lo que se refiere a la oración ¿qué es mejor:
estar en la Cruz de Cristo, o quedarse solo al pie de la
Cruz, contemplando los dolores de la divina Víctima?
El ofrecer a Dios la enfermedad misma, recordar por
quién y para qué se sufre, y conformarse con la
voluntad de Dios, es ya de por sí una muy excelente
oración.
Santa Teresa decía que debemos considerar que
ante la divina Majestad de Dios, se consigue más en
un solo día de padecimientos, que procedan de Dios
mismo o del prójimo, que en diez años con
padecimientos y ejercicios fijados por nosotros
mismos.
San Vicente de Paúl nos recuerda que el Señor nos
manda las enfermedades y tribulaciones para darnos
un medio de pagar las inmensas deudas que con Él
hemos contraído. Por eso los cristianos criteriosos las

12
P. Marcos Pizzariello, S.J., Mensajes Espirituales,
Lumen, 1989, pp. 58-60.

68
reciben con júbilo, porque piensan más en el bien que
acarrean, que en la pena que producen.
Saber sufrir es la ciencia del vivir.
Sentenciosamente san Felipe Neri afirmaba que en
esta vida no hay purgatorio, sino paraíso o infierno;
porque quien soporta las tribulaciones con paciencia,
goza del paraíso; quien no, sufre un infierno.
Cuando nos ocurriere padecer dolores, trabajos y
malos tratos, dice san Francisco de Sales, fijemos
nuestros ojos en los padecimientos que sufrió nuestro
Salvador; y al instante se tornarán dulces y llevaderas
nuestras penas, las cuales por graves que sean, no
nos parecerán sino flores en comparación con sus
espinas.
Tomás de Kempis escribe que no tiene la
verdadera paciencia quien no quiere padecer sino lo
que él desea, y de quien lo desea. El verdadero
paciente, no considera ni la duración, ni la gravedad
de sus padecimientos, como tampoco la persona de
donde provienen: si es superior, igual o inferior; si es
santo, o malvado o indigno; sino que su única mira es
padecer.
Este lenguaje puede parecer a algunos un
malabarismo, una incógnita, por no decir un absurdo.
Sí, es la locura de la Cruz, humanamente inexplicable.
Sólo el verdadero amor a Dios habla de esta manera.

69
A LOS ANCIANOS
De la carta de Juan Pablo II (1 de octubre de
1999)

¿Qué es la vejez? A veces se habla de ella como


del otoño de la vida –como ya decía Cicerón–, por
analogía con las estaciones del año y la sucesión de
los ciclos de la naturaleza. Basta observar a lo largo
del año los cambios de paisaje en la montaña y en la
llanura, en los prados, los valles y los bosques, en los
árboles y las plantas. Hay una gran semejanza entre
los biorritmos del hombre y los ciclos de la
naturaleza, de la cual él mismo forma parte...
Por tanto, así como la infancia y la juventud son el
periodo en el cual el ser humano está en formación,
vive proyectado hacia el futuro y, tomando conciencia
de sus capacidades, hilvana proyectos para la edad
adulta, también la vejez tiene sus ventajas porque –
como observa San Jerónimo–, atenuando el ímpetu de
las pasiones, “acrecienta la sabiduría, da consejos
más maduros”. En cierto sentido, es la época
privilegiada de aquella sabiduría que generalmente
es fruto de la experiencia, porque “el tiempo es un
gran maestro”. Es bien conocida la oración del
Salmista: Enséñanos a calcular nuestros años, para
que adquiramos un corazón sensato (Sal 90,12)...

El Salmo 92, como sintetizando los maravillosos


testimonios de ancianos que encontramos en la
Biblia, proclama: El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano; [...] En la vejez
seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso para
proclamar que el Señor es justo (13,15-16). El apóstol
Pablo, haciéndose eco del Salmista, escribe en la
carta a Tito: que los ancianos sean sobrios, dignos,
sensatos, sanos en la fe, en la caridad, en la
paciencia, en el sufrimiento; que las ancianas

70
asimismo sean en su porte cual conviene a los santos
[...]; para que enseñen a las jóvenes a ser amantes
de sus maridos y de sus hijos (2, 2-5)...
Así pues, a la luz de la enseñanza y según la
terminología propia de la Biblia, la vejez se presenta
como un “tiempo favorable” para la culminación de la
existencia humana y forma parte del proyecto divino
sobre cada hombre, como ese momento de la vida en
el que todo confluye, permitiéndole de este modo
comprender mejor el sentido de la vida y alcanzar la
“sabiduría del
corazón”. La ancianidad venerable –advierte el libro
de la Sabiduría– no es la de los muchos días ni se
mide por el número de años; la verdadera canicie
para el hombre es la prudencia, y la edad provecta,
una vida inmaculada” (4,8-9). Es la etapa definitiva
de la madurez humana y, a la vez, expresión de la
bendición divina...

La fe ilumina así el misterio de la muerte e infunde


serenidad en la vejez, no considerada y vivida ya
como espera pasiva de un acontecimiento
destructivo, sino como acercamiento prometedor a la
meta de la plena madurez. Son años para vivir con un
sentido de confiado abandono en las manos de Dios,
Padre providente y misericordioso; un periodo que se
ha de utilizar de modo creativo con vistas a
profundizar en la vida espiritual, mediante la
intensificación de la oración y el compromiso de una
dedicación a los hermanos en la caridad...

El Evangelio nos recuerda, a este propósito, las


palabras del anciano Simeón, que se declara
preparado para morir una vez que ha podido
estrechar entre sus brazos al Mesías esperado: Ahora,
Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo
se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu

71
salvación (Lc 2,29-30). El apóstol Pablo se debatía,
apremiado por ambas partes, entre el deseo de
seguir viviendo para anunciar el Evangelio y el anhelo
de partir y estar con Cristo (Flp 1,23). San Ignacio de
Antioquía nos dice que, mientras iba gozoso a sufrir el
martirio, oía en su interior la voz del Espíritu Santo,
como “agua” viva que le brotaba de dentro y le
susurraba la invitación: “Ven al Padre”. Los ejemplos
podrían continuar aún. En modo alguno ensombrecen
el valor de la vida terrena, que es bella a pesar de las
limitaciones y los sufrimientos, y ha de ser vivida
hasta el final. Pero nos recuerdan que no es el valor
último, de tal manera que, desde una perspectiva
cristiana, el ocaso de la existencia terrena tiene los
rasgos característicos de un “paso”, de un puente
tendido desde la vida a la vida, entre la frágil e
insegura alegría de esta tierra y la alegría plena que
el Señor reserva a sus siervos fieles: ¡Entra en el gozo
de tu Señor! (Mt 25, 21)...

Iube me venire ad te! (¡mándame ir a Ti!) éste es


el anhelo más profundo del corazón humano, incluso
para el que no es consciente de ello.

Concédenos, Señor de la vida, la gracia


de tomar conciencia lúcida de ello y de
saborear como un don, rico de ulteriores
promesas, todos los momentos de nuestra
vida.
Haz que acojamos con amor tu voluntad,
poniéndonos cada día en tus manos
misericordiosas.
Cuando venga el momento del “paso”
definitivo, concédenos afrontarlo con ánimo
sereno, sin pesadumbre por lo que
dejemos. Porque al encontrarte a Ti,
después de haberte buscado tanto, nos

72
encontraremos con todo valor auténtico
experimentado aquí en la tierra, junto a
quienes nos han precedido en el signo de la
fe y de la esperanza.
Y tú, María, Madre de la humanidad
peregrina, ruega por nosotros “ahora y en
la hora de nuestra muerte”. Manténnos
siempre muy unidos a Jesús, tu Hijo amado
y hermano nuestro, Señor de la vida y de la
gloria. ¡Amén!

73
EL ENFERMO JUNTO A NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO, HOMBRE DE
DOLORES Y SUFRIMIENTOS

ACOMPAÑANDO CON LOS SALMOS A CRISTO


QUE SUFRE POR TI

(Puedes pensar en Cristo sufriente mientras


lees estos textos del Antiguo Testamento
que hablan del Mesías de Dolores)

SALMO 22
(Salmo que recitó Jesús en la Cruz)

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?;


a pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día clamo, y no respondes,
también de noche, no hay silencio para mí.
¡Mas tú eres el Santo,
que moras en el santuario de Israel!
En ti esperaron nuestros padres,
esperaron y tú los liberaste;
a ti clamaron, y salieron salvos,
en ti esperaron, y nunca quedaron confundidos.
Yo soy un gusano, que no hombre,
vergüenza del vulgo, asco del pueblo,
todos los que me ven de mí se mofan,
tuercen los labios, menean la cabeza:
«Se confió a Yahveh, ¡pues que él le libre,
que le salve, puesto que le ama!»
Sí, tú del vientre me sacaste,
me diste confianza a los pechos de mi madre;
a ti fui entregado cuando salí del seno,
desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios.
¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca,
no hay para mí socorro!

74
Novillos innumerables me rodean,
me acosan los toros de Basán;
ávidos abren contra mí sus fauces;
leones que desgarran y rugen.
Como el agua me derramo,
todos mis huesos se dislocan,
mi corazón se vuelve como cera,
se me derrite en mis entrañas.
Está seco mi paladar como una teja
y mi lengua pegada a mi garganta;
tú me sumes en el polvo de la muerte.
Perros innumerables me rodean,
una banda de malvados me acorrala,
taladran mis manos y mis pies.
Puedo contar todos mis huesos;
ellos me observan y me miran,
se reparten entre sí mis vestiduras
y se sortean mi túnica.
¡Mas tú, Yahveh, no te estés lejos,
corre en mi ayuda, oh fuerza mía,
libra mi alma de la espada,
mi única de las garras del perro;
sálvame de las fauces del león,
y mi pobre ser de los cuernos de los búfalos!
¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré!:
«Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza,
raza toda de Jacob, glorificadle,
temedle, raza toda de Israel».
Porque no ha despreciado
ni ha desdeñado la miseria del mísero;
no le ocultó su rostro,
mas cuando le invocaba le escuchó.
De ti viene mi alabanza en la gran asamblea,
mis votos cumpliré ante los que le temen.
Los pobres comerán, quedarán hartos,
los que buscan a Yahveh le alabarán:

75
«¡Viva por siempre vuestro corazón!»
Le recordarán y volverán a Yahveh todos los confines
de la tierra,
ante él se postrarán todas las familias de las gentes.
Que es de Yahveh el imperio, del señor de las
naciones.
Ante él solo se postrarán todos los poderosos de la
tierra,
ante él se doblarán cuantos bajan al polvo.
Y para aquél que ya no viva,
le servirá su descendencia:
ella hablará del Señor a la edad venidera,
contará su justicia al pueblo por nacer: Esto hizo él.

SALMO 69
(Refleja proféticamente los sentimientos
del Corazón de Jesús en su Pasión)

¡Sálvame, oh Dios, porque las aguas


me llegan hasta el cuello!
Me hundo en el cieno del abismo, sin poder hacer pie;
he llegado hasta el fondo de las aguas,
y las olas me anegan.
Estoy exhausto de gritar, arden mis fauces,
mis ojos se consumen de esperar a mi Dios.
Son más que los cabellos de mi cabeza
los que sin causa me odian;
más duros que mis huesos
los que me hostigan sin razón.
(¿Tengo yo que devolver lo que no he robado?)
Tú, oh Dios, mi torpeza conoces,
no se te ocultan mis ofensas.
¡No se avergüencen por mí los que en ti esperan,
oh Dios de los Ejércitos!
¡No sufran confusión por mí los que te buscan,
oh Dios de Israel!
Pues por ti sufro el insulto,

76
y la vergüenza cubre mi semblante;
para mis hermanos soy un extranjero,
un desconocido para los hijos de mi madre;
pues me devora el celo de tu casa,
y caen sobre mí los insultos de los que te insultan.
Si mortifico mi alma con ayuno,
se me hace un pretexto de insulto;
si tomo un sayal por vestido,
para ellos me convierto en burla,
cuento de los que están sentados a la puerta,
y copla de los que beben licor fuerte.
Mas mi oración hacia ti, Yahveh,
en el tiempo propicio:
por tu gran amor, oh Dios, respóndeme,
por la verdad de tu salvación.
¡Sácame del cieno, no me hunda,
escape yo a los que me odian,
a las honduras de las aguas!
¡El flujo de las aguas no me anegue
no me trague el abismo,
ni el pozo cierre sobre mí su boca!
¡Respóndeme, Yahveh, pues tu amor es bondad;
en tu inmensa ternura vuelve a mí tus ojos;
no retires tu rostro de tu siervo,
que en angustias estoy, pronto, respóndeme;
acércate a mi alma, rescátala,
por causa de mis enemigos, líbrame!
Tú conoces mi oprobio,
mi vergüenza y mi afrenta,
ante ti están todos mis opresores.
El oprobio me ha roto el corazón y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay,
consoladores, y no encuentro ninguno.
Veneno me han dado por comida,
en mi sed me han abrevado con vinagre...
Y yo desdichado, dolorido,
¡tu salvación, oh Dios, me restablezca!

77
El nombre de Dios celebraré en un cántico,
le ensalzaré con la acción de gracias;
y más que un toro agradará a Yahveh,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.
Lo han visto los humildes y se alegran;
¡viva vuestro corazón, los que buscáis a Dios!
Porque Yahveh escucha a los pobres,
no desprecia a sus cautivos.
¡Alábenle los cielos y la tierra,
el mar y cuanto bulle en él!
Pues salvará Dios a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá:
habitarán allí y las poseerán;
la heredará la estirpe de sus siervos,
los que aman su nombre en ella morarán.

EL CÁNTICO DEL SIERVO SUFRIENTE


(Del libro del Profeta Isaías, capítulo 53)
El profeta ve en visión al Mesías:

No tenía apariencia ni presencia;


le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar.
Despreciable y desecho de hombres,
varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro,
despreciable, y no le tuvimos en cuenta.
¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba
y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y
humillado.
El ha sido herido por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas.
El soportó el castigo que nos trae la paz,
y con sus heridas hemos sido curados.
Todos nosotros como ovejas erramos,
cada uno marchó por su camino,

78
y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos
nosotros.
Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca.
Como un cordero al degüello era llevado,
y como oveja que ante los que la trasquilan está
muda,
tampoco él abrió la boca.
Tras arresto y juicio fue arrebatado,
y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa?
Fue arrancado de la tierra de los vivos;
por las rebeldías de su pueblo ha sido herido;
y se puso su sepultura entre los malvados
y con los ricos su tumba,
por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su
boca.
Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias.
Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia,
alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se
cumplirá por su mano.
Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará.
Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos
y cargará las culpas de ellos.
Por eso le daré su parte entre los grandes
y con poderosos repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte y con los
rebeldes fue contado,
cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por
los rebeldes.

ORACIÓN AL CRISTO DOLIENTE

No me mueve mi Dios, para quererte


el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

79
Tu me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muéveme tus afrentas y tu muerte,
Muéveme en fin, tu amor de tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar por que te quiera,
porque aunque cuanto espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera.

80
ANTE EL CRISTO DE LA BUENA MUERTE
José María Pemán

¡Cristo de la Buena
Muerte,
el de la faz amorosa,
tronchada como una rosa,

sobre el blanco cuerpo


inerte
que en el madero reposa.
¿Quién pudo de tal
manera
darte esta noble y severa
majestad llena de calma?
No fue una mano: fue un
alma
la que talló tu madera.
Fue, Señor, que el que Santísimo Cristo
tallaba de la Buena Muerte
Parroquia de San Agustín,
tu figura, con tal celo Cádiz, España
y con tal ansia te amaba,
que, a fuerza de amor,
llevaba por tus dolores herido
dentro del alma el de un dolor desconsolado;
modelo. ante tu imagen vencido
Fue, que, al tallarte, y ante tu Cruz humillado,
sentía siento unas ansias fogosas
un ansia tan verdadera, de abrazarte y bendecirte,
que en arrobos le sumía y ante tus plantas
y cuajaba en la madera piadosas,
lo que en arrobos veía. quiero decirte mil cosas
Fue que ese rostro, Señor, que no se cómo decirte...
y esa ternura al tallarte,
y esa expresión de dolor,
más que milagros del arte,

81
fueron milagros de amor.
Fue, en fin, que ya no
pudieron
sus manos llegar a tanto,
y desmayadas cayeron...
¡y los ángeles te hicieron
con sus manos, mientras
tanto!
Por eso a tus pies
postrado;

¡Frente que, herida de Que mi alma, en Ti


amor, prisionera
te rindes de sufrimientos vaya fuera de su centro
sobre el pecho del Señor por la vida bullanguera;
como los lirios que, en que no le lleguen adentro
flor, las algazaras de fuera;
tronchan, al paso, los que no ame la poquedad
vientos! de cosas que, van y
Brazos rígidos y yertos, vienen;
por tres garfios que adore la austeridad
traspasados de estos sentires que
que aquí estáis; por mis tienen
pecados sabores de eternidad;
para recibirme, abiertos, que no turbe mi
para esperarme, clavados. conciencia
¡Cuerpo llagado de la opinión del mundo
amores!, necio;
yo te adoro y yo te sigo; que aprenda, Señor, la
yo, Señor de los señores, ciencia
quiero partir tus dolores de ver con indiferencia
subiendo a la cruz la adulación y el
contigo. desprecio;
Quiero en la vida seguirte, que sienta una dulce
y por sus caminos irte herida
alabando y bendiciendo, de ansia de amor
y bendecirte sufriendo, desmedida;

82
y muriendo bendecirte. que ame tu Ciencia y tu
Quiero, Señor, en tu Luz;
encanto que vaya, en fin, por la
tener mis sentidos presos, vida
y, unido a tu cuerpo como Tú estás en la Cruz:
santo, de sangre los pies
mojar tu rostro con llanto, cubiertos,
secar tu llanto con besos. llagadas de amor las
Quiero, en santo desvarío, manos,
besando tu rostro frío, los ojos al mundo
besando tu cuerpo inerte, muertos,
llamarte mil veces mío... y los dos brazos abiertos
¡Cristo de la Buena para todos mis hermanos.
Muerte! Señor, aunque no
Y Tú, Rey de las merezco
bondades, que Tú escuches mi
que mueres por tu bondad quejido;
muéstrame con claridad por la muerte que has
la Verdad de las verdades sufrido,
que es sobre toda verdad. escucha lo que te ofrezco
y escucha lo que te pido:
A ofrecerte, Señor, vengo
mi ser, mi vida, mi amor,
mi alegría, mi dolor;
cuanto puedo y cuanto
tengo;
cuanto me has dado,
Señor.

Y a cambio de esta alma


llena
de amor que vengo a
ofrecerte,
dame una vida serena
y una muerte santa y
buena.

83
¡Cristo de la Buena
Muerte!

84
LA SANTA SÍNDONE
TESTIMONIO DE LA PASIÓN

Hay una contemplación muy especial de la Pasión


del Señor, que nos sobrecoge especialmente en
nuestros tiempos, dominados por la ciencia y la
técnica. Es la consideración de la Santa Síndone de
Turín; también llamada Sábana Santa o Santo
Sudario.
Este es un lienzo de lino rectangular, de 4,36 m. de
largo y 1,10 m. de ancho. Sobre un mismo lado de la
tela están impresas las huellas frontales y dorsales de
un hombre muerto después de haber sido
crucificado. La tradición lo ha identificado con
aquella sábana limpia, comprada por José de
Arimatea, en la que Jesús fue envuelto para la
sepultura (Mt 27,59) y que Juan y Pedro encontraron
en el sepulcro la mañana de la Resurrección del
Señor (cf. Jn 20,5-8)
En ella vemos la imagen de un Hombre que ha
dejado las huellas de su martirio de modo misterioso:
las marcas de sus heridas son huellas de sangre; las
del resto del cuerpo han quedado grabadas de modo
todavía inexplicable para la ciencia.
En esta Sábana han quedado indicadas, para todos
los hombres, las huellas del Amor:
–un Amor coronado con un casquete de punzantes
espinas;
–un Amor traspasados por gruesos clavos en las
manos y en los pies;
–un Amor “arado” en sus espaldas por los
implacables golpes de la flagelación;
–un Amor herido por una lanza en su costado, del
cual han manado Sangre y Agua;
–un Amor que ha llevado un pesado madero sobre
sus hombros;

85
–un Amor sometido a golpes en su Rostro, a
vejaciones y burlas (tiene la barba arrancada);
–un Amor con un Rostro sereno, que muerto habla
de Vida y de Resurrección.

86
“La Sábana Santa es también imagen del amor de Dios y
del pecado del hombre. Invita a redescubrir la causa
última de la muerte redentora de Jesús” (Juan Pablo II)

87
“La Sábana Santa... nos invita a descubrir el misterio
del dolor que, santificado por el sacrificio de Cristo,
genera salvación para toda la humanidad” (Juan Pablo
II).

88
JUAN PABLO II, EN SU VISITA A LA
SANTA SÍNDONE (TURÍN, 24 DE MAYO
DE 1998)

Lo que cuenta sobre todo para el creyente es que


la Sábana Santa es un espejo del Evangelio. De
hecho, si se reflexiona sobre el sagrado lienzo, no se
puede olvidar que la imagen que se encuentra
presente en él tiene una relación tan profunda con lo
que narran los cuatro Evangelios sobre la pasión y
muerte de Jesús que cada hombre sensible se siente
interiormente tocado y conmovido al contemplarla.
Quien se acerca a ella es consciente también de que
la Sábana Santa no sólo impresiona el corazón de la
gente, sino que hace referencia a Aquel a cuyo
servicio la ha puesto la Providencia amorosa del
Padre. Por lo tanto, es justo alimentar la conciencia
de la preciosidad de esta imagen, que todos ven y
que nadie puede explicar por ahora. Para toda
persona profunda es motivo de hondas reflexiones
que pueden llegar a implicar la vida.
La Sábana Santa constituye de este modo un signo
verdaderamente singular que hace referencia a Jesús,
la Palabra verdadera del Padre, e invita a modelar la
propia existencia según la de Aquel que se dio a sí
mismo por nosotros.
La imagen del cuerpo martirizado del Crucificado,
al testimoniar la tremenda capacidad del hombre
para causar dolor y muerte a sus semejantes, se
presenta como un icono del sufrimiento del inocente
de todos los tiempos: de las innumerables tragedias
que han marcado la historia pasada y de los dramas
que continúan consumándose en el mundo.
....En el sufrimiento inconmensurable que
documenta, el amor de Aquel que tanto amó al
mundo que le dio a su Hijo unigénito (Jn 3,16) se hace

89
casi palpable y manifiesta sus sorprendentes
dimensiones. Ante ella, los creyentes no pueden dejar
de exclamar y con plena verdad: «¡Señor, no me
podías amar más!», y darse cuenta inmediatamente
de que el responsable de este sufrimiento es el
pecado: los pecados de cada ser humano.

90
VÍA CRUCIS
(Madre Teresa de Calcuta)13

Un recorrido por la Pasión de Cristo, de ayer y


de hoy

Oración
Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar
las penas y las fatigas, las torturas de la vida diaria;
que tu muerte y ascensión nos levante, para que
lleguemos a una más grande y creativa abundancia
de vida. Tú que has tomado con paciencia y humildad
la profundidad de la vida humana, igual que las penas
y sufrimientos de tu cruz, ayúdanos para que
aceptemos el dolor y las dificultades que nos trae
cada nuevo día y que crezcamos como personas y
lleguemos a ser más semejantes a ti.
Haznos capaces de permanecer con paciencia y
ánimo, y fortalece nuestra confianza en tu ayuda.
Déjanos comprender que sólo podemos alcanzar una
vida plena si morimos poco a poco a nosotros mismos
y a nuestros deseos egoístas. Pues sólo si morimos
contigo, podemos resucitar contigo. Amén.

I. Jesús es condenado a muerte


Llegada la mañana todos los príncipes de los
sacerdotes, los ancianos del pueblo, tuvieron consejo
contra Jesús para matarlo, y atado lo llevaron al
procurador Pilato (Mt 27, 1-2) El pequeño niño que
tiene hambre, que se come su pan pedacito a
pedacito porque teme que se termine demasiado
pronto y tenga otra vez hambre. Esta es la primera
estación del Calvario.
13
Compuesto por la Madre Teresa de Calcuta para los
jóvenes
con motivo de la clausura del Congreso Eucarístico
Internacional de 1976.

91
II. Jesús carga con la cruz
Entonces se lo entregó para que lo crucificasen.
Tomaron, pues, a Jesús, que llevando la cruz, salió al
sitio llamado Calvario, que en hebreo se dice Gólgota
(Jn 19, 16-17). ¿No tengo razón? ¡Muchas veces
miramos pero no vemos nada! Todos nosotros
tenemos que llevar la cruz y tenemos que seguir a
Cristo al Calvario, si queremos reencontrarnos con Él.
Yo creo que Jesucristo, antes de su muerte, nos ha
dado su Cuerpo y su Sangre para que nosotros
podamos vivir y tengamos bastante ánimo para llevar
la cruz y seguirle, paso a paso.

III. Jesús cae por primera vez


Dijo Jesús: El que quiera venir en pos de mí, que se
niegue a sí mismo, tome su cruz y sígame, pues el
que quiera salvar su vida la perderá: pero el que
pierda su vida, ése la salvará (Mt 16,24) En nuestras
estaciones del Vía Crucis vemos que caen los pobres
y los que tienen hambre, como se ha caído Cristo.
¿Estamos presentes para ayudarle a Él? ¿Lo estamos
con nuestro sacrificio, nuestro verdadero pan? Hay
miles y miles de personas que morirían por un
bocadito de amor, por un pequeño bocadito de
aprecio. Esta es una estación del Vía Crucis donde
Jesús se cae de hambre.

IV. Jesús encuentra a su Madre


Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra
mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la
humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán
todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho
obras grandes en mí (Lc 1, 45-49). Nosotros
conocemos la cuarta estación del Vía Crucis en la que
Jesús encuentra a su Madre. ¿Somos nosotros los que
sufrimos las penas de una madre? ¿Una madre llena

92
de amor y de comprensión? ¿Estamos aquí para
comprender a nuestra juventud si se cae? ¿Si está
sola? ¿Si no se siente deseada? ¿Estamos entonces
presentes?

V. El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz


Cuando le llevaban a crucificar, echaron mano de
un tal Simón de Cirene, que venía del campo y le
obligaron a ayudarle a llevar la cruz (Lc 23, 26).
Simón de Cirene tomaba la cruz y seguía a Jesús, le
ayudaba a llevar su cruz. Con lo que habéis dado
durante el año, como signo de amor a la juventud, los
miles y millones de cosas que habéis hecho a Cristo
en los pobres, habéis sido Simón de Cirene en cada
uno de vuestros hechos.

VI. La Verónica limpia el rostro de Jesús


Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve
sed y me distéis de beber (Mt, 25,35). Con respecto a
los pobres, los abandonados, los no deseados,
¿somos como la Verónica? ¿Estamos presentes para
quitar sus preocupaciones y compartir sus penas? ¿O
somos parte de los orgullosos que pasan y no pueden
ver?

VII. Jesús cae por segunda vez


¿Quiénes son mi madre y mis parientes? Y
extendiendo su mano sobre sus discípulos dijo Jesús:
he aquí a mi madre y a mis parientes quienquiera que
haga la voluntad de mi Padre (Mt 12, 48-50). Jesús
cae de nuevo. ¿Hemos recogido a personas de la calle
que han vivido como animales y se murieron
entonces como ángeles? ¿Estamos presentes para
levantarlos? También en vuestro país podéis ver a
gente en el parque que están solos, no deseados, no
cuidados, sentados, miserables. Nosotros los
rechazamos con la palabra alcoholizados. No nos

93
importan. Pero es Jesús quien necesita nuestras
manos para limpiar sus caras. ¿Podéis hacerlo?, ¿o
pasaréis sin mirar?

VIII. Jesús consuela a las mujeres


Le seguía una gran multitud del pueblo y de
mujeres, que se lamentaban y lloraban por Él. Vuelto
hacia ellas les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por
mí, llorad más bien por vosotras mismas y por
vuestros hijos (Lc 23, 27-28). Padre Santo, yo rezo por
ellas para que se consagren a tu santo nombre,
santificadas por Ti; para que se entreguen a tu
servicio, se te entreguen en el sacrificio. Para eso me
consagro yo también y me entrego como sacrificio
con Cristo.

IX. Jesús cae por tercera vez


Os he dicho esto para que tengáis paz conmigo. En
el mundo tendréis tribulaciones, pero confiad: yo he
vencido al mundo (Jn 16, 33). Jesús cae de nuevo
para ti y para mí. Se le quitan sus vestidos, hoy se le
roba a los pequeños el amor antes del nacimiento.
Ellos tienen que morir porque nosotros no deseamos
a estos niños. Estos niños deben quedarse desnudos,
porque nosotros no los deseamos, y Jesús toma este
grave sufrimiento. El no nacido toma este sufrimiento
porque no tiene más remedio.

X. Jesús es despojado de sus vestiduras


Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron
sus vestidos, haciendo cuatro partes, una para cada
soldado y la túnica (Jn 19,23) ¡Señor, ayúdanos para
que aprendamos a aguantar las penas, fatigas y
torturas de la vida diaria, para que logremos siempre
una más grande y creativa abundancia de vida!

XI. Jesús es clavado en la cruz

94
Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le
crucificaron allí con dos malhechores Jesús decía:
Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc
23, 33). Jesús es crucificado. ¡Cuántos disminuidos
psíquicos, retrasados mentales llenan las clínicas!
Cuántos hay en nuestra
propia patria. ¿Les visitamos?
¿Compartimos con ellos este
calvario? ¿Sabemos algo de
ellos? Jesús nos ha dicho: Si
vosotros queréis ser mis
discípulos, tomad la cruz y
seguidme; y Él quiere que
nosotros tomemos la cruz y
que le demos de comer a Él
en los que tienen hambre,
que visitemos a los desnudos
y los recibamos por Él en
nuestra casa y que hagamos
de ella su hogar.

XII. Jesús muere en la cruz


Después de probar el vinagre, Jesús dijo: Todo está
cumplido, e inclinando la cabeza entregó el espíritu
(Jn 19,30). ¡Empecemos las estaciones de nuestro vía
crucis personal con ánimo y con gran alegría, pues
tenemos a Jesús en la sagrada Comunión, que es el
Pan de la Vida que nos da vida y fuerza! Su
sufrimiento es nuestra energía, nuestra alegría,
nuestra pureza. Sin Él no podemos hacer nada.

XIII. Jesús es bajado de la cruz


Al caer la tarde vino un hombre rico de Arimatea,
llamado José, que era discípulo de Jesús tomó su
cuerpo y lo envolvió en una sábana limpia (Mt 27,
57.59). ¡Vosotros jóvenes, llenos de amor y de

95
energía, no desperdiciéis vuestras fuerzas en cosas
sin sentido!

XIV. Jesús es sepultado


Había un huerto cerca del sitio donde fue
crucificado Jesús, y en él un sepulcro nuevo, en el
cual aún nadie había sido enterrado y pusieron allí a
Jesús (Jn 19, 41-42). Mirad a vuestro alrededor y ved,
mirad a vuestros hermanos y hermanas no sólo en
vuestro país, sino en todas las partes donde hay
personas con hambre que os esperan. Desnudos que
no tienen patria. ¡Todos os miran! ¡No les volváis las
espaldas, pues ellos son el mismo Cristo!

96
ORACIÓN AL CORAZÓN TRASPASADO DE
JESÚS
(Lansperigius y San Juan Eudes)14

Oh mi amadísimo y gentil Jesús, deseo con todos


los afectos de mi corazón, que todas las criaturas te
alaben, honren y glorifiquen eternamente por la
sagrada llaga de Tu costado. Yo deposito y encierro
en la llaga abierta de Tu Corazón, mi corazón y todos
mis sentimientos, pensamientos, deseos, intenciones
y todas las facultades de mi mente. Te ruego, por la
preciosa Sangre y Agua que brotaron de Vuestro
preciosísimo Corazón, que tomes entera posesión de
mí, que me guíes en todas las cosas. Consúmeme en
el fuego ardiente de Tu santo Amor, para que sea de
tal modo absorto y transformado en Ti que ya yo no
sea sino uno Contigo

ORACIÓN DE UNIÓN CON EL CORAZÓN DE


JESÚS
(San Juan Eudes)15

Oh Corazón de mi Salvador, digno y dador de todo


amor, se Tú el Corazón de mi corazón, el alma de mi
alma, el espíritu de mi espíritu, la vida de mi vida y el
único principio de todos mis pensamientos, palabras y
acciones, de todas las facultades de mi alma y de

14
Del libro de San Juan Eudes, El Sagrado Corazón de
Jesús. Esta oración es de Lansperigius “Rosario de la
Pasión de Nuestro Señor,” Pharetra divini amoris, libro 1,
parte 5.
15
De San Juan Eudes, El Sagrado Corazón de Jesús,
sexta meditación para la fiesta de Sagrado Corazón,
segundo punto.

97
todos mis sentidos, tanto internos como externos.
Amén.

98
ORACIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS
De Santa Faustina Kowalska

Te saludo, misericordiosísimo Corazón de Jesús,


viva fuente de toda gracia,
único amparo y refugio nuestro,
en Ti tengo la luz de la esperanza.

Te saludo, Corazón piadosísimo de mi Dios,


insondable, viva fuente de amor,
de la cual brota la vida para los pecadores,
y los torrentes de toda dulzura.

Te saludo, Herida abierta del Sacratísimo Corazón,


de la cual salieron los rayos de la misericordia
y de la cual nos es dado sacar la vida,
únicamente con la vasija de la confianza.

Te saludo, inconcebible bondad de Dios,


nunca penetrada e insondable,
llena de amor y de misericordia, siempre santa,
y como una buena madre inclinada sobre nosotros.

Te saludo, Trono de la misericordia, Cordero de


Dios,
que has ofrecido la vida por mí,
ante el cual mi alma se humilla cada día,
viviendo en una fe profunda.

99
NOVENA AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Esta novena era recitada diariamente


por el Beato Padre Pío; la rezaba por
todos aquellos que le solicitaban sus
oraciones.

I. Oh, Jesús mío, que dijiste: “En verdad os digo,


pedid y obtendréis, buscad y encontrareis, llamad y
os abrirán”, he ahí por qué yo llamo, yo busco, yo
pido la gracia: (se menciona la gracia que se desea
alcanzar). Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II. Oh, Jesús mío, que dijiste: “En verdad os dijo


todo aquello que pidiereis en mi nombre a mi Padre,
El os lo concederá”, he ahí por qué al Eterno Padre,
en Tu nombre, yo pido la gracia (se menciona la
gracia que se desea alcanzar). Padre Nuestro, Ave
María y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III. Oh, Jesús mío, que dijiste: “En verdad os digo,


pasarán los cielos y la tierra, pero mis palabras
jamas”, he ahí que basándome en la infalibilidad de
tus santas palabras, yo pido la gracia (se menciona la
gracia que se desea alcanzar). Padre Nuestro, Ave
María y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

Oh, Sagrado Corazón de Jesús, al cual es


imposible no sentir compasión por los
infelices, ten piedad de nosotros pobres
pecadores y concédenos las gracias que
pedimos por medio del inmaculado,
Corazón de María, tierna Madre tuya y
nuestra.

100
San José, Padre Putativo del Sagrado Corazón de
Jesús, ruega por nosotros.
Ave María.

101
LETANÍAS A LA SANGRE DE CRISTO

Señor, ten piedad de nosotros.


Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial, ten piedad de nosotros.
Dios, Hijo, Redentor del mundo, ten piedad de
nosotros.
Dios, Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.
Sangre de Cristo, Sangre del Unigénito del Padre
Eterno: Sálvanos.
Sangre de Cristo, Sangre del Verbo Encarnado:
Sálvanos.
Sangre de Cristo, corriendo a la tierra en la agonía:
Sálvanos.
Sangre de Cristo, brotando en la flagelación:
Sálvanos.
Sangre de Cristo, emanando en la coronación de
espinas: Sálvanos.
Sangre de Cristo, derramada en la Cruz: Sálvanos.
Sangre de Cristo, el precio único de nuestra
salvación: Sálvanos.
Sangre de Cristo, sin la cual no hay perdón: Sálvanos.
Sangre de Cristo, en la Eucaristía bebida y baño de
las almas: Sálvanos.
Sangre de Cristo, río de Misericordia: Sálvanos.
Sangre de Cristo, vencedora de los demonios:
Sálvanos.
Sangre de Cristo, fortaleza de los mártires: Sálvanos.
Sangre de Cristo, fuerza de los confesores: Sálvanos.
Sangre de Cristo, que engendra vírgenes: Sálvanos.
Sangre de Cristo, constancia de los tentados:
Sálvanos.
Sangre de Cristo, alivio de los enfermos: Sálvanos.
Sangre de Cristo, consuelo de los que lloran:

102
Sálvanos.
Sangre de Cristo, esperanza de los que hacen
penitencia: Sálvanos.
Sangre de Cristo: alivio de los moribundos: Sálvanos.
Sangre de Cristo, paz y dulzura de los corazones:
Sálvanos.
Sangre de Cristo, prenda de la Vida Eterna: Sálvanos.
Sangre de Cristo, que libera a las almas del
Purgatorio: Sálvanos.
Sangre de Cristo, dignísima de toda gloria y honor:
Sálvanos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
Perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
Escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
Ten Misericordia de nosotros.
Señor, Tú nos redimiste en tu Sangre, e hiciste de
nosotros un Reino para Dios y Padre tuyo.

OREMOS:
Omnipotente y Sempiterno Dios, que constituiste a
tu Unigénito Hijo Redentor del mundo y quisiste
aplacarte con su Sangre; te suplicamos nos concedas
que de tal modo veneremos el precio de nuestra
Redención, que por su virtud seamos preservados en
la tierra de los males de la vida presente, para que
gocemos en el Cielo de su fruto eterno. Por el mismo
Cristo Nuestro Señor. Amén.

ORACION A LA SANGRE DE CRISTO

Señor Jesús, en Tu Nombre, y con el poder de Tu


Sangre Preciosa sellamos toda persona, hechos o
acontecimientos a través de los cuales el enemigo
nos quiera hacer daño. Con el Poder de la Sangre de
Jesús sellamos toda potestad destructora en el aire,

103
en la tierra, en el agua, en el fuego, debajo de la
tierra, en las fuerzas satánicas de la naturaleza, en
los abismos del infierno, y en el mundo en el cual nos
moveremos hoy.
Con el poder de la Sangre de Jesús rompemos toda
interferencia y acción del maligno. Te pedimos Jesús
que envíes a nuestros hogares y lugares de trabajo a
la Santísima Virgen acompañada de San Miguel, San
Gabriel, San Rafael y toda su corte de Santos
Angeles.
Con el Poder de la Sangre de Jesús sellamos
nuestra casa, todos los que la habitan (nombrar a
cada una de ellas), las personas que el Señor enviará
a ella, así como los alimentos, y los bienes que El
generosamente nos envía para nuestro sustento. Con
el poder de la Sangre de Jesús sellamos tierra,
puertas, ventanas, objetos, paredes y pisos, el aire
que respiramos y en fe colocamos un círculo de Su
Sangre alrededor de toda nuestra familia.
Con el Poder de la Sangre de Jesús sellamos los
lugares en donde vamos a estar este día, y las
personas, empresas o instituciones con quienes
vamos a tratar (nombrar a cada una de ellas). Con el
poder de la Sangre de Jesús sellamos nuestro trabajo
material y espiritual, los negocios de toda nuestra
familia, y los vehículos, las carreteras, los aires, las
vías y cualquier medio de transporte que habremos
de utilizar. Con Tu Sangre preciosa sellamos los
actos, las mentes y los corazones de todos los
habitantes y dirigentes de nuestra Patria a fin de que
Tu paz y Tu Corazón al fin reinen en ella.
Te agradecemos Señor por Tu Sangre y por Tu
Vida, ya que gracias a Ellas hemos sido salvados y
somos preservados de todo lo malo. Amén.

104
LOS ENFERMOS JUNTO A LA VIRGEN

EL PAPA HABLA DE LA ORACIÓN A LA


VIRGEN EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA16

1. A lo largo de los siglos el culto mariano ha


experimentado un desarrollo ininterrumpido. Además
de las fiestas litúrgicas tradicionales dedicadas a la
Madre del Señor, ha visto florecer innumerables
expresiones de piedad, a menudo aprobadas y
fomentadas por el Magisterio de la Iglesia.
Muchas devociones y plegarias marianas
constituyen una prolongación de la misma liturgia y a
veces han contribuido a enriquecerla, como en el
caso del Oficio en honor de la Bienaventurada Virgen
María y de otras composiciones que han entrado a
formar parte del Breviario.
La primera invocación mariana que se conoce
se remonta al siglo III y comienza con las palabras:
“Bajo tu amparo (Sub tuum praesidium) nos
acogemos, santa Madre de Dios...”. Pero la oración a
la Virgen más común entre los cristianos es el “Ave
María”.
Repitiendo las primeras palabras que el ángel
dirigió a María, introduce a los fieles en la
contemplación del misterio de la Encarnación. La
palabra latina “Ave”, que corresponde al vocablo
griego xaire, constituye una invitación a la alegría y
se podría traducir como “Alégrate”. El himno oriental
“Akáthistos” repite con insistencia este “alégrate”. En
el Ave María llamamos a la Virgen “llena de gracia” y
de este modo reconocemos la perfección y belleza de
su alma.

16
Juan Pablo II, L’Osservatore Romano, 7 de
noviembre de 1997.

105
La expresión “El señor está contigo” revela la
especial relación personal entre Dios y María, que se
sitúa en el gran designio de la alianza de Dios con
toda la humanidad. Además, la expresión “Bendita tú
eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de
tu vientre, Jesús”, afirma la realización del designio
divino en el cuerpo virginal de la Hija de Sión.
Al invocar “Santa María, Madre de Dios”, los
cristianos suplican a aquella que por singular
privilegio es inmaculada Madre del Señor: “Ruega por
nosotros pecadores”, y se encomiendan a ella ahora y
en la hora suprema de la muerte.
2. También la oración tradicional del Ángelus invita
a meditar el misterio de la Encarnación, exhortando al
cristiano a tomar a María como punto de referencia
en los diversos momentos de su jornada para imitarla
en su disponibilidad a realizar el plan divino de la
salvación. Esta oración nos hace revivir el gran
evento de la historia de la humanidad, la
Encarnación, al que hace ya referencia cada “Ave
María”. He aquí el valor y el atractivo del Ángelus,
que tantas veces han puesto de manifiesto no sólo
teólogos y pastores, sino también poetas y pintores.
En la devoción mariana ha adquirido un puesto de
relieve el Rosario, que a través de la repetición del
“Ave María” lleva a contemplar los misterios de la fe.
También esta plegaria sencilla, que alimenta el amor
del pueblo cristiano a la Madre de Dios, orienta más
claramente la plegaria mariana a su fin: la
glorificación de Cristo. El Papa Pablo VI, como sus
predecesores, especialmente León XIII, Pío XII y Juan
XXIII, tuvo en gran consideración el rezo del rosario y
recomendó su difusión en las familias. Además, en la
exhortación apostólica Marialis cultus, ilustró su
doctrina, recordando que se trata de una “oración
evangélica, centrada en el misterio de la Encarnación
redentora”, y reafirmando su “orientación claramente

106
cristológica” (n. 46). A menudo, la piedad popular une
al rosario las letanías, entre las cuales las más
conocidas son las que se rezan en el santuario de
Loreto y por eso se llaman “lauretanas”. Con
invocaciones muy sencillas, ayudan a concentrarse
en la persona de María para captar la riqueza
espiritual que el amor del Padre ha derramado en
ella.
3. Como la liturgia y la piedad cristiana
demuestran, la Iglesia ha tenido siempre en gran
estima el culto a María, considerándolo
indisolublemente vinculado a la fe en Cristo. En
efecto, halla su fundamento en el designio del Padre,
en la voluntad del Salvador y en la acción inspiradora
del Paráclito. La Virgen, habiendo recibido de Cristo la
salvación y la gracia, está llamada a desempeñar un
papel relevante en la redención de la humanidad. Con
la devoción mariana los cristianos reconocen el valor
de la presencia de María en el camino hacia la
salvación, acudiendo a ella para obtener todo tipo de
gracias. Sobre todo, saben que pueden contar con su
maternal intercesión para recibir del Señor cuanto
necesitan para el desarrollo de la vida divina y a fin
de alcanzar la salvación eterna. Como atestiguan los
numerosos títulos atribuidos a la Virgen y las
peregrinaciones ininterrumpidas a los santuarios
marianos, la confianza de los fieles en la Madre de
Jesús los impulsa a invocarla en sus necesidades
diarias. Están seguros de que su corazón materno no
puede permanecer insensible ante las miserias
materiales y espirituales de sus hijos.
Así, la devoción a la Madre de Dios, alentando la
confianza y la espontaneidad, contribuye a infundir
serenidad en la vida espiritual y hace progresar a los
fieles por el camino exigente de las
bienaventuranzas.

107
4. Finalmente, queremos recordar que la devoción
a María, dando relieve a la dimensión humana de la
Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro de un
Dios que comparte las alegrías y los sufrimientos de
la humanidad, el “Dios con nosotros”, que ella
concibió como hombre en su seno purísimo,
engendró, asistió y siguió con inefable amor desde los
días de Nazaret y de Belén a los de la cruz y la
resurrección.

108
EL SANTO ROSARIO

La palabra Rosario significa “Corona de Rosas”. La


rosa es la reina de las flores, y así el Rosario es la
rosa de todas las devociones.
El Rosario esta compuesto de dos elementos:
oración mental y oración vocal. La oración mental
no es otra cosa que la meditación sobre los
principales misterios o
“Recen el Rosario todos días...
hechos de la vida, muerte
Recen, recen mucho y ofrezcan
y gloria de Jesucristo y de sacrificios por los pecadores...
su Santísima Madre. La Yo soy Nuestra Señora del
oración vocal consiste en Rosario. Solo yo seré capaz de
recitar en cada misterio ayudarlos. ...Finalmente mi
un Padre Nuestro, diez Inmaculado Corazón
Ave Marías y un Gloria, triunfará”
mientras se medita el
misterio anunciado. Nuestra Señora de Fátima
La Iglesia recibió el
Rosario en su forma actual en el año 1214, cuando
Nuestra Señora se lo entregara a Santo Domingo de
Guzmán como un arma poderosa para la conversión
de los herejes y los pecadores.

COMO REZAR EL ROSARIO

1. Se hace la Señal de la Cruz.


2. Se anuncia el primer Misterio del Rosario de ese
día y se recita un Padre Nuestro en la primera cuenta
grande.
3. En cada una de las diez siguientes cuentas
pequeñas se recita un Ave María mientras se
reflexiona en el misterio.
4. Al final se recita un Gloria. También se puede rezar
la oración de Fátima. Al final del Rosario se puede
terminar con el rezo de la Salve.

109
BENEFICIOS DEL ROSARIO

1. Nos eleva gradualmente al perfecto conocimiento


de Jesucristo.
2. Purifica nuestras almas del pecado.
3. Nos permite vencer a nuestros enemigos
espirituales.
4. Nos facilita la práctica de las virtudes.
5. Nos abrasa en amor de Jesucristo.
6. Nos proporciona con qué pagar todas nuestras
deudas con Dios y con los hombres.
7. Nos consigue de Dios toda clase de gracias.

BENDICIONES DEL ROSARIO

1. Los pecadores obtienen el perdón.


2. Las almas sedientas se sacian.
3. Los que están atados ven sus lazos desechos.
4. Los que lloran hallan alegría.
5. Los que son tentados hallan tranquilidad.
6. Los pobres son socorridos.
7. Los religiosos son reformados.
8. Los ignorantes son instruidos.
9. Los frívolos triunfan sobre la vanidad.
10. Los muertos alcanzan la misericordia por vía de
sufragios.

LOS 15 MISTERIOS DEL ROSARIO

I. MISTERIOS GOZOSOS (lunes y jueves)


1. El ángel anuncia a María que va a ser Madre
de Dios
2. La Virgen María visita su prima Isabel
3. El Nacimiento de Jesús en Belén
4. La presentación de Jesús en el Templo
5. La pérdida de Jesús y el hallazgo entre los
doctores

110
II. MISTERIOS DOLOROSOS (martes y viernes)
1. La oración de Jesús en el Huerto de los
Olivos
2. Los azotes de Jesús
3. La coronación de espinas
4. Jesús carga con su cruz hasta el Calvario
5. La muerte de Jesús
III. MISTERIOS GLORIOSOS (miércoles, sábados y
domingos)
1. La Resurrección de Jesús
2. La Ascensión de Jesús
3. Venida del Espíritu Santo
4. La Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al
cielo
5. La Coronación de la Virgen

ORACIONES DEL ROSARIO

LA SEÑAL DE LA CRUZ ACTO DE CONTRICIÓN


Por la señal de la Santa Cruz, Pésame, Dios mío, y me
de nuestros enemigos, arrepiento de todo corazón
líbranos Señor, Dios Nuestro. de haberte ofendido.
En el Nombre del Padre, Pésame por el Infierno que
y del Hijo, merecí
y del Espíritu Santo. y por el Cielo que perdí.
Amén. Pero mucho más me pesa
porque pecando ofendí a un
Dios tan bueno y tan grande
como Vos.
Antes querría haber muerto
que haberte ofendido, y
propongo firmemente no
pecar más y evitar toda
ocasión próxima de pecado.
Amén.
PADRE NUESTRO AVE MARÍA
Padre Nuestro, que estás en Dios te salve, María,
el Cielo, llena eres de gracia.
Santificado sea tu Nombre, El Señor es contigo.

111
Venga a nosotros tu Reino. Bendita tú eres entre todas
Hágase tu voluntad en la las mujeres,
tierra como en el cielo. y bendito es el fruto de tu
Danos hoy nuestro pan de vientre, Jesús.
cada día. Santa María, Madre de Dios,
Perdona nuestras ofensas, ruega por nosotros
así como nosotros pecadores,
perdonamos a los que nos ahora y en la hora de
ofenden. nuestra muerte. Amén.
No nos dejes caer en la
tentación.
Y líbranos del mal. Amen.
GLORIA ORACIÓN DE FATIMA
Gloria al Padre y al Hijo y al Oh buen Jesús,
Espíritu Santo, perdona nuestras culpas.
como era en el principio, Líbranos del fuego del
ahora y siempre, por los infierno. Lleva al Cielo a
siglos de los siglos. Amén. todas las almas
socorre especialmente a las
más necesitadas de tu
Misericordia. Amén.

112
LOS SIETE DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA

Y a ti, Madre, una espada de dolor te atravesará el


corazón (cf. Lc 2, 35)
Quién ama sufre con el amado. Nadie ama a Jesús
más que Su Madre Santísima y por eso nadie sufre
más por amor a El. Siete de los sufrimientos de la
Virgen se recogen en el rosario a los Siete Dolores.
La devoción a los Siete Dolores
de la Virgen María se desarrolló
desde muy antiguo. La Virgen
comunicó a Santa Brígida de
Suecia (1303-1373): “Miro a
todos los que viven en el
mundo para ver si hay quien se
compadezca de Mí y medite mi
dolor, mas hallo poquísimos
que piensen en mi tribulación y
padecimientos. Por eso tú, hija
mía, no te olvides de Mí que soy
olvidada y menospreciada por
muchos. Mira mi dolor e
imítame en lo que pudieres.
Considera mis angustias y mis
lágrimas y duélete de que sean tan pocos los amigos
de Dios”.
Nuestra Señora prometió que concedería siete
gracias a aquellas almas que la honren y acompañen
diariamente, rezando siete Ave Marías mientras
meditan en sus lágrimas y dolores:
1. “Yo concederé la paz a sus familias”.
2. “Serán iluminadas en cuanto a los divinos
Misterios”.
3. “Yo las consolaré en sus penas y las acompañaré
en sus trabajos”.

113
4. “Les daré cuanto me pidan, con tal de que no se
oponga a la adorable voluntad de mi divino Hijo o a la
salvación de sus almas”.
5. “Los defenderé en sus batallas espirituales contra
el enemigo infernal y las protegeré cada instante de
sus vidas”.
6. “Les asistiré visiblemente en el momento de su
muerte y verán el rostro de su Madre”.
7. “He conseguido de mi Divino Hijo que todos
aquellos que propaguen la devoción a mis lágrimas y
dolores, sean llevadas directamente de esta vida
terrena a la felicidad eterna ya que todos sus pecados
serán perdonados y mi Hijo será su consuelo y gozo
eterno.”

Según San Alfonso María Ligorio, Nuestro Señor


reveló a Santa Isabel de Hungría que El concedería
cuatro gracias especiales a los devotos de los dolores
de Su Madre Santísima:

1. Aquellos que antes de su muerte invoquen a la


Santísima Madre en nombre de sus dolores,
obtendrán una contrición perfecta de todos sus
pecados.
2. Jesús protegerá en sus tribulaciones a todos los
que recuerden esta devoción y los protegerá muy
especialmente a la hora de su muerte.
3. Imprimirá en sus mentes el recuerdo de Su Pasión
y tendrán su recompensa en el cielo.
4. Encomendará a estas almas devotas en manos de
María, a fin de que les obtenga todas las gracias que
quiera derramar en ellas.

Meditar los siete Dolores de Nuestra Madre


Santísima es una manera de compartir los
sufrimientos más hondos de la vida de María en la
tierra.

114
La fiesta de Nuestra Señora de los Dolores se
celebra el 15 de septiembre, al día siguiente de la
Exaltación de la Santa Cruz. Al pie de la Cruz, donde
una espada de dolor atravesó el corazón de María,
Jesús nos entregó a Su Madre como Madre nuestra
poco antes de morir.

EL ROSARIO DE LOS SIETE DOLORES

Se reza un Padrenuestro y siete Ave Marías por


cada dolor de la Virgen. Al mismo tiempo le pedimos
que nos ayude a entender el mal que hemos
cometido y nos lleve a un verdadero arrepentimiento.
Al unir nuestros dolores a los de María, tal como Ella
unió Sus dolores a los de su Hijo, participamos en la
redención de nuestros pecados y los del mundo
entero.
Acto de Contrición
Señor mío, Jesucristo, me arrepiento
profundamente de todos mis pecados. Humildemente
suplico tu perdón y por medio de tu gracia,
concédeme ser verdaderamente merecedor de tu
amor, por los méritos de tu Pasión y tu muerte y por
los dolores de tu Madre Santísima. Amén.

(Se aconseja leer del Evangelio las citas que


acompañan a cada dolor)

1. Primer Dolor: La profecía de Simeón (Lc


2,22-35)
¡Qué grande fue el impacto en el Corazón de María,
cuando oyó las tristes palabras con las que Simeón le
profetizó la amarga Pasión y muerte de su dulce
Jesús! Querida Madre, obtén para mí un auténtico
arrepentimiento por mis pecados (Padrenuestro, siete
Ave Marías, Gloria al Padre).

115
2. Segundo Dolor: La huida a Egipto (Mt 2,13-
15)
Considera el agudo dolor que María sintió cuando
ella y José tuvieron que huir repentinamente de
noche, a fin de salvar a su querido Hijo de la matanza
decretada por Herodes. ¡Cuánta angustia la de María,
cuántas fueron sus privaciones durante tan largo
viaje! ¡Cuántos sufrimientos experimentó Ella en la
tierra del exilio! Madre Dolorosa, alcánzame la gracia
de perseverar en la confianza en Dios, aún en los
momentos más difíciles de mi vida (Padrenuestro,
siete Ave Marías, Gloria al Padre).

3. Tercer Dolor: El Niño perdido en el Templo


(Lc 2,41-50)
¡Qué angustioso fue el dolor de María cuando se
percató de que había perdido a su querido Hijo! Llena
de preocupación y fatiga, regresó con José a
Jerusalén. Durante tres largos días buscaron a Jesús,
hasta que lo encontraron en el templo. Madre
querida, si el pecado me lleva a perder a Jesús,
ayúdame a encontrarlo de nuevo a través del
Sacramento de la Confesión (Padrenuestro, siete Ave
Marías, Gloria al Padre).

4. Cuarto Dolor: María se encuentra con Jesús


camino al Calvario
Acércate, querido cristiano, ven y ve si puedes
soportar tan triste escena. Esta Madre, tan dulce y
amorosa, se encuentra con su Hijo en medio de
quienes lo arrastran a tan cruel muerte.
Consideremos el tremendo dolor que sintieron cuando
sus ojos se encontraron. María, yo también quiero
acompañar a Jesús en Su Pasión, ayúdame a
reconocerlo en mis hermanos y hermanas que sufren
(Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre).

116
5. Quinto Dolor: Jesús muere en la Cruz (Jn
19,17-39)
Contempla los dos sacrificios en el Calvario: uno, el
cuerpo de Jesús; el otro, el corazón de María. Triste es
el espectáculo de la Madre del Redentor viendo a su
querido Hijo cruelmente clavado en la cruz. Ella
permaneció al pie de la cruz y oyó a su Hijo
prometerle el cielo a un ladrón y perdonar a Sus
enemigos. Sus últimas palabras dirigidas a Ella
fueron: Madre, he ahí a tu hijo. Y a nosotros nos dijo
en Juan: Hijo, he ahí a tu Madre. María, yo te acepto
como mi Madre y quiero recordar siempre que Tú
nunca le fallas a tus hijos (Padrenuestro, siete Ave
Marías, Gloria al Padre).

6. Sexto Dolor - María recibe el Cuerpo de


Jesús al ser bajado de la Cruz (Mc 15, 42-46)
Considera el amargo dolor que sintió el Corazón de
María cuando el cuerpo de su querido Jesús fue
bajado de la cruz y colocado en su regazo. ¡Oh, Madre
Dolorosa, nuestros corazones se estremecen al ver
tanta aflicción! Haz que permanezcamos fieles a
Jesús hasta el último instante de nuestras vidas
(Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre).

7. Séptimo Dolor: Jesús es colocado en el


Sepulcro (Jn 19, 38-42)
¡Oh Madre, tan afligida! Ya que en la persona del
apóstol San Juan nos acogiste como a tus hijos al pie
de la cruz y ello a costa de dolores tan acerbos,
intercede por nosotros y alcánzanos las gracias que
te pedimos en esta oración. Alcánzanos, sobre todo,
oh Madre tierna y compasiva, la gracia de vivir y
perseverar siempre en el servicio de tu Hijo
amadísimo, a fin de que merezcamos alabarlo
eternamente en el cielo (Padrenuestro, siete Ave
Marías, Gloria al Padre).

117
Oración final
¡Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María,
morada de pureza y santidad, cubre mi alma con tu
protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a
la voz de Jesús, responda a Su amor y obedezca Su
divina voluntad! Quiero, Madre mía, vivir íntimamente
unido a tu Corazón que está totalmente unido al
Corazón de tu Divino Hijo. Átame a tu Corazón y al
Corazón de Jesús con tus virtudes y dolores.
Protégeme siempre. Amén.

118
EL ENFERMO JUNTO A SAN JOSÉ

San José es modelo para todos los hombres: para


los solteros, por su castidad; para los casados, como
padre de la Sagrada Familia; para los religiosos y
apóstoles, por su entrega a Jesús y María; para los
sacerdotes por su respeto al tratar a Cristo; para los
trabajadores, pues fue siempre un trabajador.
Además es el patrono de la buena muerte, ya que
murió en los brazos de Jesús y María.
De él dice Sta. Teresa: “No me acuerdo de haberle
pedido cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que
espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios
por medio de este santo, los peligros de que me ha
librado, así de cuerpo como de alma. Que a otros
santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en
una necesidad; mas este glorioso santo tengo
experimentado que socorre en todas, y que quiere el
Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto
en la tierra, así en el cielo hará cuanto le pida”.
“Aunque no hubiera otra razón para alabar a San
José, decía San Claudio de la Colombière, habría que
hacerlo, me parece, por el solo deseo de agradar a
María. No se puede dudar que ella tiene gran parte en
los honores que se rinden a San José y que con ello se
encuentra honrada. Además de reconocerle por su
verdadero esposo, y de haber tenido para él todos los
sentimientos que una mujer honesta tiene para aquel
con quien Dios la ha ligado tan estrechamente, el uso
que él hizo de su autoridad sobre ella, el respeto que
tuvo con su pureza virginal le inspiró una gratuidad
igual al amor que ella tenía por esta virtud y,
consiguientemente, un gran celo por la gloria de San
José”.
Y San Bernardino de Siena: “Si toda la Iglesia está
en deuda con la Virgen María, ya que por medio de
ella recibió a Cristo, de modo semejante le debe a

119
San José, después de ella una especial gratitud y
reverencia”.

LOS DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ

1. Casto esposo de María Santísima, glorioso San


José: Por el dolor que tuviste ante la duda de tener
que abandonar a tu querida esposa, y por el gozo que
te causó la revelación, por el ángel, del misterio de la
Encarnación; te suplico me alcances dolor de mis
juicios temerarios e indebidas críticas al prójimo, y el
gozo de ejercer la caridad viendo en él a Cristo.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria).

2. Feliz patriarca, padre adoptivo del Verbo


humanado, glorioso San José: Por el dolor que te
conmovió viendo nacer al Niño Jesús en tanta pobreza
y por el gozo que te inundó al verle cantado por los
ángeles y adorado por los pastores; te suplico me
alcances dolor de mis codicias y egoísmos, y el gozo
de servirle con pobreza y humildad. (Padrenuestro,
Avemaría y Gloria).

3. Obediente ejecutor de las leyes divinas, glorioso


San José: Por el dolor que te produjo en la circuncisión
ver derramar la primera sangre al Mesías, y por el
gozo que sentiste al oír su nombre de Jesús, Salvador;
te suplico me alcances dolor de mis vicios y
sensualidades, y el gozo de purificar mi espíritu
practicando la mortificación. (Padrenuestro, Avemaría
y Gloria).

4. Fiel santo, partícipe en los misterios de nuestra


redención, glorioso San José: Por el dolor que te
traspasó al escuchar en la profecía de Simeón lo que
había de sufrir Jesús y María, y por el gozo que te
llenó al saber que sería para la salvación de

120
innumerables almas; te suplico me alcances dolor de
haber crucificado a Cristo con mis culpas, y el gozo de
llevarle los hombres mediante mi ejemplo y mi
palabra. (Padrenuestro, Avemaría y Gloria).

5. Vigilante custodio del Hijo de Dios hecho


hombre, glorioso San José: Por el dolor que te
angustió al saber que Herodes quería matar al Niño, y
por el gozo que te confortó al huir con Jesús y María a
Egipto; te suplico me alcances dolor de mis pecados
de escándalo, y el gozo de apartarme de las
ocasiones de ofender a Dios. (Padrenuestro, Avemaría
y Gloria).

6. Angel de la tierra, que tuviste a tus órdenes al


Rey del cielo, glorioso San José: Por el dolor que te
infundió el temor de Arquelao, y por el gozo con que
te tranquilizó el ángel, de volver a Nazaret; te suplico
me alcances dolor por mis cobardías de respetos
humanos, y el gozo de confesar a Cristo en toda mi
vida pública y privada. (Padrenuestro, Avemaría y
Gloria).

7. Modelo de toda santidad, glorioso San José: Por


el dolor que padeciste al perder, sin culpa, durante
tres días al Niño, y por el gozo que experimentaste al
encontrarlo en el templo entre los doctores; te suplico
me alcances dolor cada vez que por mi culpa pierda a
Cristo, y el gozo de vivir siempre en gracia y morir
felizmente, bajo tu patrocinio en los brazos de Jesús y
María, para cantar eternamente sus misericordias.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria).

Ruega por nosotros San José.


Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

121
Oremos: Oh Dios, que con inefable
providencia dignaste elegir a San José para
esposo de tu Madre Santísima: te rogamos
nos concedas que, pues le veneramos como
protector en la tierra, merezcamos tenerle por
intercesor en el cielo: Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos Amén.

SÚPLICAS A SAN JOSÉ

De los males que nos amenazan, libra nuestras


familias.
De las discordias y disputas, libra nuestras familias.
De las enfermedades y aflicciones, libra nuestras
familias.
De la tristeza y desesperanza, libra nuestras familias.
Del espíritu mundano, libra nuestras familias.
De la ausencia y el abandono de los padres, libra
nuestras familias.
De la ruina del matrimonio, libra nuestras familias.
De las costumbres escandalosas, libra nuestras
familias.
De la indiferencia religiosa, libra nuestras familias.
De la liviandad y el deshonor, libra nuestras familias.
De las amistades peligrosas, libra nuestras familias.
De la falta de amor, libra nuestras familias.
De las incomprensiones y falta de diálogo, libra
nuestras familias.
De la desunión y separaciones, libra nuestras
familias.
De los pecados contra la vida, libra nuestras familias.
De la falta de fe, libra nuestras familias.
De las dificultades materiales, libra nuestras familias.
De la falta de pan y de casa, libra nuestras familias.
De las enfermedades y desgracias, libra nuestras
familias.
De la muerte eterna, libra nuestras familias.

122
Ruega por nosotros, oh San José.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas
de nuestro Señor Jesucristo.

Oremos:
Dios de bondad y misericordia, por
intercesión de San José, salva nuestras
familias, haz que vivan unidas y firmes en
el amor. Así como las uniste en vida por la
sangre, tu bondad las reúna por la caridad
en el Reino eterno. Amén.

123
SAN MIGUEL ARCÁNGEL

SAN MIGUEL, DEFENSOR DE LOS


MORIBUNDOS

San Miguel continúa su ministerio angélico en


relación a los hombres hasta llevarnos a través de las
puertas celestiales. No sólo durante la vida terrenal,
San Miguel defiende y protege nuestras almas; él nos
asiste de manera especial a la hora de la muerte ya
que su oficio es recibir las almas de los elegidos al
momento de separarse de su cuerpo.
En la liturgia la Iglesia nos enseña que este
arcángel esta puesto para custodiar el paraíso y
llevar a él a aquellos que podrán ser recibidos ahí. A
la hora de la muerte, se libra una gran batalla, ya que
el demonio tiene muy poco tiempo para hacernos
caer en tentación, o desesperación, o en falta de
reconciliación con Dios. Por eso es que en estos
momentos se libra una gran batalla espiritual por
nuestras almas. San Miguel está al lado del

124
moribundo defendiéndole de las asechanzas del
enemigo.
San Anselmo cuenta de un religioso piadoso que a
punto de morir recibía grandes asaltos de demonio. El
demonio se le apareció acusándole de todos los
pecados que había cometido antes de su bautismo
(tardío). San Miguel se aparece y le responde que
todos esos pecados quedaron borrados con el
Bautismo. Entonces Satanás le acusa de los pecados
cometidos después del Bautismo. San Miguel le
contesta que estos fueron perdonados en la confesión
general que hizo antes de profesar. Satanás,
entonces, le acusa de las ofensas y negligencias de
su vida religiosa. San Miguel declara que esos han
sido perdonados por sus confesiones y por todos los
buenos actos que hizo durante su vida religiosa, en
especial la obediencia a su superior, y que lo que le
quedaba por expiar lo había hecho a través del
sufrimiento de su enfermedad vividos con resignación
y paz.
En los escritos de San Alfonso María de Ligorio
encontramos: “Había un hombre polaco de la nobleza
que había vivido muchos años en pecado mortal y
lejos de Dios. Se encontraba moribundo y estaba
lleno de terror, torturado por los remordimientos,
lleno de desesperación. Este hombre había sido
devoto de San Miguel Arcángel y Dios en su
misericordia permitió que este arcángel se le
apareciera. San Miguel le alentó al arrepentimiento,
diciéndole que había orado por él y le había obtenido
mas tiempo de vida para que lograra la salvación. Al
poco rato, llegan a la casa de este hombre dos
sacerdotes dominicos, que dijeron se les había
aparecido un extraño joven pidiéndoles que fueran a
ver a este hombre moribundo. El hombre se confesó
con lágrimas de arrepentimiento, recibió la Santa

125
Comunión y en brazos de estos dos sacerdotes murió
reconciliado con Dios”.

LA ORACIÓN A SAN MIGUEL DEL PAPA LEÓN


XIII

El 13 de octubre de 1884, el Papa León XIII,


experimentó una visión terrible. Después de celebrar
la Eucaristía, estaba consultando sobre ciertos temas
con sus cardenales en la capilla privada del Vaticano
cuando de pronto se detuvo al pie del altar y quedó
sumido en una realidad que sólo él veía. Su rostro
tenía expresión de horror y de impacto. Comenzó a
palidecer. Algo muy duro había visto. De repente, se
incorporó, levantó su mano como saludando y se fue
a su estudio privado. Lo siguieron y le preguntaron:
¿Qué le sucede su Santidad? ¿Se siente mal? El
respondió: “¡Oh, qué imágenes tan terribles se me ha
permitido ver y escuchar!”, y se encerró en su oficina.
¿Qué vio León XIII? “Vi demonios y oí sus crujidos,
sus blasfemias, sus burlas. Oí la espeluznante voz de
Satanás desafiando a Dios, diciendo que él podía
destruir la Iglesia y llevar todo el mundo al infierno si
se le daba suficiente tiempo y poder. Satanás pidió
permiso a Dios de tener 100 años para poder
influenciar al mundo como nunca antes había podido
hacerlo”. También León XIII pudo comprender que si
el demonio no lograba cumplir su propósito en el
tiempo permitido, sufriría una derrota humillante. Vio
a San Miguel Arcángel aparecer y lanzar a Satanás
con sus legiones en el abismo del infierno.
Después de media hora, llamó al Secretario para la
Congregación de Ritos. Le entregó una hoja de papel
con una oración compuesta por él mismo y le ordenó
que la enviara a todos los obispos del mundo
indicando que bajo mandato tenía que ser recitada

126
después de cada Misa. La oración que allí había
escrito el Papa es la siguiente:

ORACIÓN

San Miguel Arcángel,


defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra la perversidad y asechanzas
del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú, Príncipe de la Milicia Celestial,
arroja al infierno con el divino poder
a Satanás y a los otros espíritus
malignos
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de las almas.
Así sea

127
Este libro
se terminó de imprimir
en la Imprenta
del Verbo Encarnado
el 8 de mayo de 2000
Solemnidad de
Nuestra Señora de Luján

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