La Guerra de Ucrania

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Comentario Elcano 7/2022

2 de marzo de 2022

La guerra de Ucrania en el tablero económico


Miguel Otero-Iglesias | investigador principal, Real Instituto Elcano | @miotei

Federico Steinberg | investigador principal, Real Instituto Elcano | @Steinbergf

La guerra, además de crear muerte y devastación, es nefasta para la economía:


destruye capital físico y humano, aumenta la incertidumbre y frena la inversión y el
consumo. Pero al impacto económico directo de la guerra en Ucrania –que parará en
seco la economía ucraniana y, debido a las sanciones de Occidente, también la rusa–
hay que añadirle el incierto efecto del tensionamiento de los mercados energéticos y de
materias primas, de implicaciones todavía muy inciertas para Europa, así como el
impacto de otras medidas económicas que se vayan adoptando en el futuro si el conflicto
continúa. Todo ello conducirá a la economía mundial, en el mejor de los casos, a un
menor crecimiento y a una mayor inflación; y, en el peor, a una acusada desaceleración
del crecimiento que podría llegar a convertirse en recesión en muchos países europeos
(y más allá) debido a los shocks en los mercados financieros y de commodities.

La guerra tiene lugar en un contexto de recuperación de la economía mundial tras dejar


atrás las peores fases de la pandemia del COVID-19 con crecimientos de los precios no
vistos desde hace décadas y con importantes cuellos de botella en las cadenas de
suministro globales. Como es natural, el principal impacto económico de la guerra lo
sufrirá Ucrania. Sin embargo, también es muy probable que las sanciones a Rusia
generen una crisis financiera y una dura recesión en la economía rusa, que es algo más
grande que la española y representa sólo un 1,7% del PIB mundial, pero que en ciertos
sectores tiene una importancia sistémica. A partir de ahí es difícil aventurar cuál será el
impacto económico global de la invasión. Dependerá de la duración del conflicto y de la
respuesta que Rusia dé a las sanciones de Occidente, sobre todo en términos
energéticos. El 40% del gas que importa la UE viene de Rusia, y ese porcentaje
asciende al 100% para Bulgaria, el 80% para Polonia, alrededor del 60% para Austria y
Hungría, el 50% para Alemania y el 40% para Italia. Pero, lógicamente, la subida de
más de un 50% del precio del gas desde la semana pasada afecta a todas las
economías europeas. Y lo mismo sucede con los mayores precios del petróleo. Es
importante señalar también que Rusia (y en menor medida Ucrania) es un gran
exportador de trigo, cobre, níquel, platino, paladio y titanio. Los mayores precios de los
alimentos derivados de la escasez de trigo podrían desencadenar tensiones sociales en
países emergentes y en el desarrollo, como ya sucedió en 2010, y los citados minerales
se utilizan en la fabricación de automóviles, aparatos electrónicos y aviones, que ya
tienen tensionadas sus cadenas de suministro desde hace meses.

En los últimos días ha habido muchas comparaciones históricas entre la invasión rusa
de Ucrania y algunos de los episodios más oscuros que Europa ha atravesado a lo largo
del siglo XX. Más allá de las similitudes, lo que no tiene precedentes es la naturaleza de
las sanciones económicas contra Rusia, que han sido posibles por la intensidad de la
globalización económica, financiera y tecnológica de los últimos años. Se trata de unas

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medidas tan contundentes que podrían llevar a un completo aislamiento de su


economía, y también podrían afectar negativamente a los países que las imponen. Su
objetivo, además de mostrar la fortaleza de la respuesta de los aliados, que siempre
dejaron claro que no entrarían en una guerra directa con Rusia pero que han
demostrado que la economía puede ser casi tan destructiva como las armas, es reducir
el apoyo a Putin entre las elites y la opinión pública rusas. Pero dichas medidas también
pueden generar una reacción rusa todavía más cruenta, tanto militar como económico-
energética, que aumente el daño económico todavía más.

Más allá de las tradicionales sanciones comerciales, que ya se establecieron tras la


anexión rusa de Crimea en 2014 pero que tuvieron un impacto reducido, lo realmente
novedoso está en el campo financiero.

Primero, tras algunas dudas por parte de Alemania e Italia, muy dependientes del gas
ruso y que temían cortes de suministro que por el momento no se han producido, se ha
decidido sacar del sistema SWIFT a algunos bancos rusos. SWIFT permite a los bancos
privados de casi todo el mundo hacer transferencias, por lo que excluirlos del sistema
implica desconectarlos de la globalización financiera. Naturalmente, esto también daña
a los bancos y empresas occidentales, que ya no pueden recibir pagos a través de
SWIFT como antes desde Rusia. Sin embargo, Occidente ha decidido mantener en
SWIFT a los bancos más centrados en el sector energético para no bloquear el flujo de
liquidez destinado a pagar la factura del gas, con lo cual estamos en una situación un
tanto kafkiana en la que el rublo se está depreciando enormemente por las sanciones,
pero por otra parte al subir los precios del gas y el petróleo, Rusia está aumentando sus
ingresos en dólares.

Segundo, y tal vez la medida más sorprendente y contundente, se han congelado gran
parte de los activos del banco central ruso en el exterior. Esta medida no tiene
precedentes en la historia de las sanciones económicas. Rusia se había preparado para
una posible guerra y contaba con 630.000 millones de dólares en reservas, y se
argumentaba que podría usarlas para amortiguar el impacto económico de las
sanciones y reducir la volatilidad del tipo de cambio asociada al conflicto, pero con el
congelamiento de cerca de dos tercios de los activos del banco central ruso en el
extranjero (tanto los que estaban en bancos comerciales en forma de activos financieros
como los depositados en otros bancos centrales), Rusia ha visto significativamente
mermada su capacidad para operar en los mercados de divisas al tiempo que su
moneda y parte de su sistema financiero se hunden. Rusia se ha defendido cerrando la
bolsa para evitar el pánico, elevando los tipos de interés al 20% para retener los ahorros
de los rusos en sus bancos e instruyendo a las grandes empresas exportadoras, muchas
de ellas energéticas y con amplia liquidez, a vender sus dólares en el mercado para
paliar la bajada del rublo (recordemos que Rusia ingresa unos 700 millones de dólares
diarios por la venta de productos energéticos al exterior). Es decir, la intervención que
debería hacer el banco central ruso para estabilizar la economía la están haciendo ahora
las empresas. En todo caso, es previsible que el rublo continúe depreciándose y que la
inflación en Rusia vaya en aumento.

Tercero, las sanciones se han extendido a la congelación de activos y restricciones de


viaje a muchos de los altos cargos rusos, incluido el mismo presidente Putin y su ministro

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de Exteriores Lavrov, y muchos oligarcas próximos al Kremlin, que ya no podrán


disfrutar del mismo modo de ser cosmopolitas globales. Alemania, por su parte, ha
anunciado la suspensión del gasoducto Nordstream 2 y Occidente en su conjunto ha
anunciado prohibiciones de exportación de tecnología a Rusia. Se ha cerrado el espacio
aéreo a las líneas aéreas rusas y empresas como BP y Shell han anunciado
desinversiones de 25.000 millones y 3.000 millones de dólares de las empresas
energéticas rusas Rosneft y Gazprom, respectivamente. Como respuesta, Rusia ha
prohibido la venta de activos por parte de los extranjeros en Rusia y ha aplicado también
controles de capitales para que no se puedan sacar los capitales extranjeros del país.

Por último, las sanciones llegan a muchos otros ámbitos socioculturales y tienen un
impacto entre simbólico y económico que no hay que minusvalorar. No es sólo que
Rusia no va a poder participar en la edición de este año de Eurovisión. El Comité
Olímpico Internacional ha recomendado a todas las federaciones deportivas que
prohíban la participación de atletas rusos y bielorrusos en sus competiciones, los
equipos rusos han quedado excluidos de las competiciones de baloncesto y la FIFA y la
UEFA han prohibido la participación de los equipos rusos en sus competiciones, lo que
significa que el Spartak de Moscú ha quedado eliminado de la Europa League y la
selección rusa no podrá participar en la repesca para jugar el mundial de Qatar en
diciembre. A mayores, la UEFA ha terminado el contrato de patrocinio de Gazprom y ha
anunciado que la final de la Champions League de este año no se celebrará en San
Petersburgo como estaba planeado. También aquí las sanciones tienen efectos
monetarios y son muy contundentes y sin precedentes, con la intención clara de que la
gran mayoría de la población rusa perciba la gravedad de la situación y ejerza presión
sobre Putin para que pare la guerra.

Los efectos de los boicots económicos han generado siempre mucho debate. Varios
estudios muestran que las sanciones sólo cambian el comportamiento de un país en el
40% de los casos. Sin embargo, como se ha señalado, nunca se habían aplicado
sanciones de este calibre e incluso países neutrales como Finlandia, Suecia y la
mismísima Suiza se han sumado al boicot. Está por ver cuál va a ser la reacción de
otras grandes potencias como China y la India. En concreto, China podría ofrecerle a
Rusia el uso de su sistema de pagos interbancario CIPS para evitar el bloqueo de
SWIFT. En cualquier caso, estas sanciones suponen un duro golpe a la economía rusa
y pueden provocar una reacción agresiva por su parte, como cortes de suministro de
gas a países concretos. Por todo esto, es de suponer que los próximos días serán
también de gran intensidad en el tablero económico de la guerra.

Real Instituto Elcano Príncipe de Vergara, 51. 28006 Madrid (Spain)


www.realinstitutoelcano.org @rielcano

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