Inza-Bartolomé. El secuestro neoliberal del bienestar
Inza-Bartolomé. El secuestro neoliberal del bienestar
Inza-Bartolomé. El secuestro neoliberal del bienestar
• 46 •
ISBN: 978-84-92806-71-3
Depósito legal:
1. Introducción
9
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
7. Descripción de la hipótesis
7.1. El centro como ajuste necesario alrededor de la idea
de Estado de bienestar
7.2. El centro electoral como objetivo de los partidos
políticos
7.3. Un nuevo modelo de Estado como determinante
del cambio ideológico
9. Análisis
9.1. Fase I: ACD de dos alternativas socialdemócratas:
la Red de Gobernanza Progresista y la Internacional
Socialista
9.2. Fase II: Análisis del Discurso de la socialdemocracia
según conceptos desarrollados por Ernesto Laclau
y Chantal Mouffe
10. Conclusiones
10.1. Sobre la emergencia del centro político
10.2. Elaboración de un nuevo discurso socialdemócrata
10.3. ¿Hacia una nueva lógica hegemónica?
Bibliografía
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Capítulo 1
Introducción
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El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
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Capítulo 1. Introducción
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El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
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Capítulo 1. Introducción
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Capítulo 2
La ocupación del centro
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El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
Podríamos decir que la búsqueda del centro por parte de los partidos
políticos y el consiguiente estrechamiento del área de juego vienen
dándose desde décadas atrás. Causa directa de la variación de rumbo
es el cambio en las sociedades europeas de la relación, la clase social
y la adscripción a un determinado partido que se presumía lógica tras
la segunda guerra mundial.
La perspectiva de las clases sociales ha sido utilizada como punto
de referencia en torno al cual vertebrar la captación de voto. Denota
una forma de mirar las sociedades que parte de los siguientes supues-
tos sobre los procesos, vínculos causales y direcciones decisivos del
cambio social:
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Capítulo 2. La ocupación del centro
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Capítulo 2. La ocupación del centro
1
Aunque también es cierto que hay autores como Mair (1998: 32) que continúan
afirmando que los tradicionales principios de izquierda y derecha han absorbido los
valores cambiantes y que cualquier cambio que pudiera darse habría que verlo sólo
desde el punto de vista organizacional.
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Lipset (1987:115) veía una relación lógica entre ideología y base social, en la
que la izquierda socialista obtenía su fuerza de los trabajadores manuales y de los
estratos rurales pobres; la derecha conservadora estaba apoyada por los elementos
más bien acomodados y por aquellos sectores de los grupos menos privilegiados que
habían permanecido implicados en las instituciones tradicionalistas, particularmente
la Iglesia. El centro democrático estaba apoyado por las clases medias, especialmen-
te los pequeños comerciantes, los trabajadores de oficina y los sectores anticlericales
de las clases profesionales.
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Capítulo 2. La ocupación del centro
3
Inglehart (1998) explica que durante la mayor parte del siglo xx el eje dominan-
te de la división política fue la polarización izquierda-derecha basada en cuestiones
económicas, en la cual la clase trabajadora apoyaba a la izquierda y la clase media a la
derecha. Con la posmodernización, una visión del mundo nueva reemplaza a las visio-
nes del mundo predominantes desde la Revolución Industrial. Esto refleja un cambio
en lo que la gente quiere de la vida. Si en el pasado los conflictos económicos domi-
naban la escena, la economía lo era todo, esta idea parece ahora menos plausible.
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Capítulo 2. La ocupación del centro
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Capítulo 2. La ocupación del centro
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Ésta es una versión del teorema del votante mediano desarrollado por D. Black
en 1958 en su obra The theory of committees and elections (Cambridge University
Press, Cambridge), y según el cual se dará la convergencia de la oferta política de
los partidos con la mediana de las preferencias de los votantes en un único eje de
preferencias.
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Capítulo 2. La ocupación del centro
Son muchos los autores que defienden que la búsqueda de ese cen-
tro es la razón de ser de la estrategia de los partidos. Así, como afir-
ma García Cotarelo (1985:101), los procesos electorales tienen casi
todos, o todos, las mismas consecuencias a largo plazo: aglutinar los
esfuerzos de los partidos políticos en el centro de las propuestas po-
líticas, de forma que los partidos acaben disputándose una amplia
franja de los electores que va desde la izquierda moderada a la de-
recha también moderada. Lamo de Espinosa (1996: 39-40) explica
este fenómeno indicando que, en la escala de posición ideológica
izquierda-derecha, las distribuciones bimodales, con dos cimas, una
a la derecha y otra a la izquierda, indicadores claros de polarización
social y política, son progresivamente sustituidos por distribuciones
unimodales, con una sola montaña, normalmente situada en el centro
o cerca de él, de modo que la media y la moda tienden a coincidir
y la desviación típica se reduce. Esto supone un cambio esencial en
la topografía política, pues significa que los electores están cerca los
unos de los otros y son votantes potenciales de casi cualquier partido.
Así, la estrategia de los partidos será la de acercarse al centro evitan-
do toda confrontación ideológica que cree divisiones irreconciliables,
suavizando y eliminando progresivamente el contenido ideológico
histórico en aras de mensajes más técnicos, neutros, moderados y
populistas.
Estas dos últimas perspectivas someten cualquier consideración
sobre el centro político a una visión desnaturalizada de las ideologías
políticas, además de dejar en evidencia a los partidos como simples
máquinas «recaudavotos», y no dejan resquicio al posicionamiento
tanto de los votantes como a los partidos en torno a la dicotomía
izquierda-derecha.
Aunque hay algunos teóricos que arrojan una luz indirecta sobre el
significado del término «centro», los intentos para establecer un sig-
nificado concreto son insuficientes. Daalder (1984: 93) se aventura a
dar dos razones de esta indeterminación. La primera es el hecho de
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Son los partidos «atrápalo-todo» (Kirchheimer, 1980) o «profesional-electora-
les» (Panebianco, 1990).
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Capítulo 2. La ocupación del centro
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También existe la idea de que hay unos temas que deberían sustraerse al deba-
te político y sólo admiten una opción política (Vallespín, 2000a: 2).
7
Lo que determina las opciones electorales es el atractivo de los líderes de los
partidos, convirtiéndose así los votantes en consumidores que eligen entre diferentes
marcas del mismo producto (Esman, 2002: 368).
8
El argumento principal del debate del «fin de las ideologías» era que las pro-
puestas ideales y las normas éticas con pretensiones universalistas se habían agotado
o diluido en el acontecer pragmático de las sociedades. Los teóricos del «fin de las
ideologías» advierten que, en el mundo occidental y al final de los cincuenta, se da
un proceso de desilusión ideológica, de reducción de las tensiones políticas por la
desaparición o disminución de fuerza de los conflictos ideológicos. En suma, lo que
plantean es el agotamiento de las energías utópicas (Oliet, 1993: 407-408, 413).
9
Añade Gamble que «lo que describen y comentan Fukuyama. y antes que
él Daniel Bell, es una fase particular de los ciclos del conflicto ideológico sobre el
mejor modo de materializar los principios y valores fundamentales de la civilización
occidental en general y de la modernidad en particular” (Gamble, 2003: 54).
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Capítulo 2. La ocupación del centro
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Ejemplo de ello podría ser la obra Socialismo liberal de Carlo Rosselli (Rosselli,
1991), que combina los principios de libertad y de igualdad. En esta doctrina abstrac-
ta, el liberalismo es un método y el socialismo un ideal.
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Capítulo 2. La ocupación del centro
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Capítulo 3
La estatalidad como condicionante
ideológico
1
La función connotativa de las imágenes es particularmente importante porque
permite a los ciudadanos emitir juicios sobre objetos políticos sobre la base de sus
etiquetas y sin ningún conocimiento directo de los asuntos considerados. Este meca-
nismo hace posible, entre otras cosas, la supervivencia de imágenes consolidadas y
de estereotipos incluso en presencia de indicios que un observador externo conside-
raría contradictorios. Y ello es así porque, una vez interiorizada, la conceptualización
izquierda-derecha suministra una serie de filtros que afectan o condicionan la propia
percepción de la realidad mediante el descarte de mensajes no congruentes (Sani y
Montero, 1986: 157).
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Para situar a los partidos en el contínuum derecha-izquierda hay varios sistemas:
la autocolocación de los votantes, la de los miembros de los partidos viendo los votos
de los partidos en el Parlamento, el análisis de contenido de las plataformas de los
partidos, o el ranking de los expertos (Hazan, 1997:16). O bien, solicitar a personas
representativas de un partido concreto que se sitúen en la escala izquierda-derecha,
tanto a ellos mismos como a su propio partido, y también el resto de los partidos;
construir una escala (o eje) en torno a respuestas sobre preguntas exploratorias para
trazar las dimensiones subyacentes; analizar el comportamiento actual de tales parti-
dos, etc. (Daalder, 1984: 95).
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Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico
3
Tradicionalmente existía una implícita y extendida asunción entre los socialde-
mócratas de que el grado por el que una sociedad era socialista podía ser medido
por la extensión de la implicación del Estado en la producción de bienes y servicios
(el número de industrias propiedad del Estado, porcentaje del PIB para gasto so-
cial, podrían ser algunas maneras de medición de la intervención del Estado) (Müller,
1994: 38).
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En cuanto a la tipología de partidos políticos, Montero y Gunther (2002:
24,26) señalan que, a pesar de toda la literatura existente, no ha habido conver-
gencia académica alrededor de un marco teórico sistemático. No ha habido ni una
construcción acumulativa teórica ni un mínimo consenso sobre una categorización
de los partidos de acuerdo con conjuntos de criterios consistentes. De los dos
intentos predominantemente deductivos para establecer una teoría general de los
partidos, el funcionalismo estructural y el análisis de la elección racional, ninguno
ha logrado el objetivo de establecer un marco analítico común o al menos una base
para la investigación.
5
Sotelo (1998:18) afirma que los partidos no hacen más que adaptarse a los sig-
nos de los tiempos y que hay que dejar constancia de períodos de izquierda, en los
que prevalecen ideas y sensibilidades de izquierda, y otros de derecha, en los que
pasan por incuestionables valoraciones y supuestos de este ámbito.
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Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico
6
Durante las décadas de los cincuenta y sesenta en Gran Bretaña fue aceptada
esta alternativa a la que denominaron «bustkellismo», época en que los grandes par-
tidos hollaron un camino similar que llevaba a la eficacia económica y la justicia social.
Defendían medidas nacionalizadoras y la no-oposición a que el Estado desempeñara
su papel en la dirección del nivel de demanda de la economía (Ware, 2004: 99).
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Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico
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El debate sobre el «fin de las ideologías» empezó hacia 1950, estimulado por
el fin del fascismo a finales de la segunda guerra mundial y el declive del comunismo
en el oeste desarrollado (Heywood, 1997: 61).
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La opinión pública se concienció de que la inflación era el principal problema, no
ya el pleno empleo; el miedo a la inflación y la creencia de que reducirla debería ser
la prioridad política propició su inicial éxito político e ideológico (Girvin, 1994: 207).
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Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico
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ideológico
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Para los «neoliberales», estos tres núcleos del liberalismo son interdependien-
tes; por tanto, los controles económicos del Estado inevitablemente invitan al control
político que conduce a un sistema autoritario de gobierno, socavando la autonomía
moral de los individuos y erosionando las libertades políticas (Macridis y Hulliung,
1998: 87).
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Es «nomocrático» en la medida en que se ocupa de la estructura del marco
de no-coerción y derechos que deben darse para que el individuo persiga su propio
bien a su manera, de forma que no interfiera en la libertad de los demás para hacer
lo mismo. Un Estado «telocrático», en cambio, se preocupa no sólo de las estructuras
y procedimientos, sino también de objetivos como la justicia social y busca institucio-
nes y políticas que aseguren dichos fines colectivos; se implica en las virtudes, no sólo
en las reglas (Plant, 2004: 33).
11
Las nuevas perspectivas de gobernanza que alumbran el papel potencial de la
sociedad civil suponen un buen complemento a la vertiente económica de la ideo-
logía angloamericana. La revitalización de la sociedad civil ha sido esgrimida, por lo
menos entre los conservadores, como una solución a la vertiente social y política del
bienestar, que podría hacer al Estado políticamente obsoleto, así como los mercados
globales han hecho al Estado económicamente obsoleto (Evans, 1997: 78-79).
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Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico
12
En el presente orden global las premisas de la ideología angloamericana (neo-
liberalismo) han sido impuestas como reglas formales del juego, reglas a las que los
Estados individuales deben adaptarse a riesgo de convertirse en parias económicos
(Evans, 1997: 71).
13
Término utilizado por Ulrich Beck (1998) como sinónimo de «neoliberalismo».
Steger sostiene que el globalismo absorbe y adopta pedazos de muchas ideologías
establecidas y los integra con nuevos conceptos en una novedosa estructura híbrida
de significado; lo eleva al nivel de nueva ideología dominante en torno a la cual
todos sus contrincantes deben redefinirse. Su papel político consiste sobre todo en
preservar y fortalecer estructuras de poder asimétricas que benefician a unos grupos
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que Ulrich Beck (1998a: 27) define como la ideología que desaloja
o sustituye el quehacer político. Aquí radica su principal «mérito»,
en el hecho de que el neoliberalismo haya creado a la perfección las
condiciones para la «despolitización de la economía» (Álvarez-Uría,
1998: 27). De esta manera, nos encontramos en una situación en la
que el mercado mundial amenaza con sustituir y desagregar la políti-
ca, y, por otro lado, la política se ve por doquier enfrentada a nuevos
trabajos hercúleos (Beck, 1998a: 147).
Lo que sobre todo supone la perspectiva neoliberal es una «ambi-
ciosa ingeniería social a gran escala», y ningún programa reformista
en la actualidad tiene posibilidades de éxito a menos que se entienda
que muchos de los cambios producidos, acelerados o reforzados por
políticas de Nueva Derecha son irreversibles. De la misma manera,
ninguna reacción política contra las consecuencias de las políticas de
libre mercado será efectiva si no controla las transformaciones tecno-
lógicas y económicas que esas políticas lograron aprovechar (Gray,
2000: 32). Se solidifica de esta manera el planteamiento TINA (siglas
de la expresión «There is no alternative») que acompañaba a las polí-
ticas que constituían el «consenso de Washington», impuestas por el
Ministerio de Hacienda de EEUU y por el FMI: privatización, desregu-
lación, estabilidad fiscal y monetaria (Callinicos, 2002: 16).
Una de las implicaciones de esta dinámica es que la cohesión social
se resquebraja seriamente y el Estado se ve con menos instrumentos
para hacerle frente, sobre todo cuando se ha impuesto la retórica
política basada en un liberalismo antipolítico, que ve con naturalidad
la existencia de desigualdades sociales y que, como afirman Hirst y
Thompson (1996: 46), pugna por reducir el poder político a la mera
protección del sistema mundial.
El discurso neoliberal ignora la complejidad de las estructuras so-
ciales, vacía de sentido la cuestión social y, en lo que respecta a las
políticas sociales, sostiene que éstas no pueden resolver los proble-
mas sociales porque, en realidad, esos problemas no son de orden
social, sino personal. Mantienen que, como la dinámica social no se
ve afectada por los procesos de desviación, es solamente un proble-
sociales en particular (el autor les llama «globalistas»). Afirma este autor que es
difícil resistirse al globalismo, porque descansa en el poder del «sentido común»,
en la creencia extendida de que su programa deriva de una descripción objetiva del
«mundo real» (Steger, 2005: 11, 14).
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Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico
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Si los problemas públicos son reducidos a problemas individuales y si, a su vez,
se relacionan los problemas individuales con las aptitudes psicológicas y con talento
de cada cual, entonces cada uno tiene en esta vida lo que se merece (Álvarez-Uría,
1998: 28).
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Capítulo 4
Consecuencias de la sobrecarga del Estado y
la globalización en la concepción del Estado
de bienestar. Hacia un nuevo
modelo de Estado
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
1
El tipo ideal de Estado social o de bienestar se apoyaba en los siguientes
principios y pautas de acción: aplicación de políticas económicas keynesianas que
permitían un sostenido crecimiento económico con pleno empleo; acrecentamien-
to constante de la participación público-estatal en la sociedad, bien para gestionar
directamente algunos servicios y prestaciones necesarias para el bienestar general
de una sociedad desarrollada, bien para proporcionar una red que proveyera de los
recursos económicos a través de una sistema impositivo progresivo; aparición de un
consenso básico entre los principales sectores sociales y actores políticos en torno
a la necesidad de mantener esta estructura de solidaridad institucional (el consenso
social-democrático) (Vallespín, 2003: 405).
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
3
Aunque, para Inglehart, la crisis del Estado de bienestar no refleja tanto su
fracaso como el hecho de que ayudó a resolver ciertos problemas y contribuyó a
preparar el cambio para que otros problemas pudieran ser centrales. El nivel de vida
de las masas se estabilizó en un modesto nivel de seguridad económica que redujo
las tensiones entre clases sociales (Inglehart, 1998: 317).
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
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La globalización supone una inversión en la relación establecida entre el dere-
cho, la política y la economía de mercado en las democracias surgidas de la segunda
posguerra mundial. En éstas se procedía a una cierta conciliación entre la lógica de
la explotación y del beneficio propia del sistema capitalista y la lógica democrática
de la igualdad expresada en la nivelación social. Tal compromiso implicaba la prima-
cía de la política sobre la economía, es decir, que el principio político-democrático
orientaba la regulación del mercado y la obtención del beneficio (Baylos, 1999a: 22).
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
7
En el corazón de la creencia de que el Estado está retrocediendo, se halla la
noción de que el alcance del Estado en producir bienes societarios ha llegado a su
límite (Rockman, 1989: 179).
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También hay quien mantiene que el Estado de bienestar es un lujo enfrentado a
los requisitos de competitividad. Los países podían permitírselo mientras fueran inmu-
nes con respecto a la competencia de los países que no tenían esos lujos. Inmunidad
que se estaría erosionando en dos frentes: por un lado, la progresiva mejora de la
productividad y calidad de los productos –y por lo tanto de la competitividad de los
países con bajos costes de bienestar– hace que cada vez tenga mayor importancia la
ventaja de costes que se obtiene al soportar una carga reducida de Estado de bienes-
tar y al disfrutar de salarios bajos; por otro lado, los países hace tiempo industrializados,
con alta productividad y capacidad de innovación, han comenzado a reducir la carga
derivada de los costes de bienestar que soportan sus empresas, y, como resultado,
otros países industrializados se han visto obligados a hacer lo mismo para defender
su nivel de competitividad. Paralela a la anterior, habría otra línea de razonamiento: el
estatismo de bienestar se habría convertido en un obstáculo para la alta productividad
y la capacidad de innovación. El propio estatismo de bienestar estaría erosionando las
bases mismas que lo han hecho posible como «consumo de lujo». Según ambos pun-
tos de vista, es posible que los países tengan que reducir el tamaño de sus Estados de
bienestar para seguir siendo competitivos (Pfaller et ál., 1993: 29).
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
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Las estrategias del Estado dirigidas a cubrir la creciente demanda de bienes
colectivos y protección social parecen ridículas en un clima ideológico que niega la
potencial contribución del Estado al bienestar general (Evans, 1997: 85).
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Para Vallespín, no deja de ser paradójico que, con toda su buena voluntad hacia
la comunidad que supuestamente está llamado a proteger, el Estado acabe por hacer
el trabajo sucio a los grandes intereses económicos transnacionales, se convierta en su
servicial gestor, en el que impone la disciplina requerida para que siga aumentando
la rentabilidad. Si él no se pliega, otros lo harán. Es la consecuencia obvia del marco
general de la competitividad global y de la presencia de los nuevos poderes «laterales»
del sistema financiero transnacional y de las multinacionales, que han encontrado una
mina de oro en la competición entre Estados (Vallespín, 2003: 418).
11
Dentro de esta lógica, la semejanza entre las opciones políticas se considera
como un indicador de su madurez, reflejo de una inevitabilidad (Navarro, 1998: 151).
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
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Aunque este autor mantiene que la liberalización, la desregulación y la priva-
tización no han reducido el papel interventor del Estado, tan sólo lo han desplazado
desde las burocracias desmercantilizadoras a las mercantilizadoras y desde las funcio-
nes redistributivas a las de refuerzo (Cerny, 1999b).
13
Las reformas de las políticas nacionales de bienestar se realizan junto a la im-
plementación de nuevas políticas macroeconómicas europeas. Éstas determinan el
carácter de las transformaciones de las políticas sociales, según perspectivas que sos-
tienen un cambio de paradigma desde el keynesiano al monetarista. Tras la introduc-
ción del euro y el establecimiento del Pacto de Estabilidad, se acentuó una atención
prioritaria de los países europeos por contener el gasto público. Las políticas de la
«reducción de bienestar» (welfare retrenchment) se han traducido en la mayoría de
los casos en un enfoque común de contención del gasto público, aunque el gasto
social como porcentaje del producto interior bruto de los países europeos ha mante-
nido los niveles anteriores (Moreno, 2004).
14 40
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Al Estado se le dejará que provea aquellos servicios públicos distributivos resi-
duales que no son rentables para el sector público. Los Estados de bienestar mínimos
tienen que ser mantenidos; la ausencia de una red pública de seguridad llevaría a la
inestabilidad social (Cerny, 1999a: 19).
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
Aun así, nos encontramos ante una «quiebra entre el mundo políti-
co y el económico», en la que este último vacía de sentido al primero
hiriendo las formas en que se construyen tanto el vínculo social como
los cimientos del contrato social (Vallespín, 2000a: 144).
16
Cualquier defensa intelectual del Estado de bienestar debe tomar en cuenta,
en opinión de Culpitt (1992: 23), los desafíos de la crítica neoconservadora.
17
El Estado liberal se concibe como Estado mínimo en una sociedad que se supo-
ne autorregulada. El valor fundamental es la libertad, y ésta debe ser salvaguardada
y garantizada por el Estado. Los derechos individuales se entienden como autolimita-
ción del Estado y toda la articulación social se basa en el contrato, expresión del libre
acuerdo entre las partes. El optimismo antropológico produce una ideologización del
crecimiento económico, del progreso imparable y de la felicidad como logro social
(Gallego, 2000:107).
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Conviene recordar la diferenciación entre los términos fácilmente intercambia-
bles de «Estado social» y «Estado de bienestar». Como señala Zapatero (1986: 66), el
Estado social es un Estado de bienestar cubierto y amparado por las instituciones y
principios del Estado de derecho. Aunque un Estado de bienestar que no sea Estado
social es posible (en un sistema autoritario), no cabe denominar Estado social a un
sistema que no sea a la vez un Estado de bienestar.
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
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4.3.3 La ingobernabilidad
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19
Parece probado que las políticas practicadas en EEUU y Gran Bretaña en los
años ochenta no obtuvieron los resultados esperados. Crecieron la pobreza y el des-
empleo (con reestructuración del mercado de trabajo) y creció el déficit público. Su
creencia de que el Estado de bienestar perjudica el crecimiento económico no se
demostró con la desregulación llevada a cabo. Además, los servicios básicos (educa-
ción, sanidad, pensiones) no se alteraron sustancialmente, aunque se amplió el papel
del mercado en ellos (Gallego, 2000: 137).
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
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20
Además, una «remercantilización» o privatización de tipo neoliberal es muy
improbable que pueda triunfar en lo referente a los servicios de bienestar, debido
tanto a las funciones que desempeña como a la legitimación que detenta (Holden,
2003: 309).
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4.4.2 La «remercantilización»
21
En este contexto se enmarcan las opciones de welfare mix, en las que se com-
plementa la provisión pública de políticas sociales con mecanismos ajenos al Estado,
o sea, mercado, asociaciones voluntarias de la sociedad civil y familias. En opinión de
Donati (2004: 9), se pasa a un «cuarto modelo de Estado de bienestar», el «Estado
social relacional», que implica una nueva relación entre la sociedad civil y el Estado;
y define el bienestar, los servicios y los derechos sociales mediante un código simbó-
lico de tipo relacional.
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
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Según Esping-Andersen, la desmercantilización se produce cuando se presta
un servicio como un asunto de derecho y cuando una persona puede ganarse la vida
sin depender del mercado (Esping-Andersen, 1993: 41).
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ante los nuevos modelos de Estado
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El elemento central de la política social pasará a ser, según Taylor-Gooby, quién
tiene la oportunidad de conseguir qué y a quién se le niega la oportunidad (Taylor-
Gooby, 1997: 172).
24
A pesar de todo, hemos de tener en cuenta que han sobrevivido ciertas ideas
insumergibles en el hundimiento del apoyo al Estado de bienestar paternalista, es
decir, la idea de que el Estado es responsable del mantenimiento de ciertos dere-
chos, ya que todavía se considera que los gobiernos son responsables de la provisión
de una red social de seguridad (Mishra, 1992: 17).
80
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
25
La pátina conservadora de esta perspectiva puede apreciarse en el trasfondo
moral del trasvase de responsabilidad, ya que la apelación a la responsabilidad indivi-
dual supone una suerte de restauración moral, es decir, que lo que en principio es una
desgracia, el conservadurismo lo convierte en castigo por no «haber querido» atenerse
a las reglas que crean condiciones igualitarias. Esta perspectiva conservadora ya ex-
presaba que el Estado no debe ayudar porque ello crea dependencia, sino que debe
proporcionar los recursos y que cada cual despabile (Schmidtz y Goodin, 2000: 16).
81
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
26
John Gray traza un paralelismo entre la Poor Law de Inglaterra en 1834, en el
que el objetivo era transferir la responsabilidad por la protección de las personas con-
tra la inseguridad y los infortunios de las comunidades a los individuos, obligándoles
a aceptar trabajos a cualquier tarifa establecida por el mercado, y el restablecimiento
del libre mercado de fines del siglo xx, en el que también subyace el mismo principio,
concretamente en las reformas de los sistemas de seguridad social (Gray, 2000: 20-21).
27
Cerny afirma que el modelo ortodoxo de «Estado de competición» es el Estado
neoliberal británico y estadounidense de los años ochenta y noventa (Cerny, 1999b).
82
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
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El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
84
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
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El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
Bobbit afirma que, tras la «Larga Guerra» que aconteció desde 1914
a 1990, y como consecuencia del asedio al que se ha visto someti-
do el orden constitucional del Estado-nación, ha emergido un nuevo
modelo de Estado, que denomina «Estado de mercado». Esta trans-
formación supone un cambio en la visión sobre la razón de ser básica
del Estado, el propósito legitimador que lo sostiene y establece los
nuevos términos en torno a los que giran los desafíos estratégicos a
los que se enfrenta (Bobbit, 2002).
Cada orden constitucional da respuesta a ciertas demandas de le-
gitimidad; las características legitimadoras que son suficientes para
un orden constitucional son inadecuadas para otro. Precisamente,
la razón por la cual el orden constitucional del Estado-nación está
sufriendo una transformación es porque se enfrenta a una crisis de
legitimación. Bobbit muestra la necesidad de la sustitución del Es-
tado-nación por el «Estado de mercado» explicando que las innova-
ciones estratégicas de la «Larga Guerra» van haciendo cada vez más
difícil al primero el cumplir con sus quehaceres, lo cual repercutirá
en su deslegitimación. El nuevo orden constitucional que sustituirá al
Estado-nación será uno que podrá enfrentarse mejor a estas nuevas
demandas de legitimación, redefiniendo la base en la que se asienta
el poder legítimo (Bobbit, 2002: 213, 215-216).
Dentro de las corrientes globalizadoras, el Estado-nación, que
había establecido su reputación como proveedor de bienestar a la
nación garantizando un mercado nacional unificado y proveyendo
protección contra la competición externa, se sobrecargó cuando las
democracias liberales aplicaron los mismos principios a su comercio
interestatal y a las finanzas. Por añadidura, el efecto de la reducción
de controles directos e impuestos en los movimientos de capital, la
liberalización de las barreras regulatorias sobre los servicios financie-
ros, la expansión de las relaciones con puntos financieros en el extran-
jero y la desintermediación que acompaña a estos pasos han hecho a
los Estados mucho más ricos, pero hay un precio que pagar. El precio
86
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
28
El autor insiste en que cada país adaptará el «Estado de mercado» a sus pro-
pias características (Bobbit, 2002: 242).
87
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
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Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
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El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
29
La gobernanza autoorganizadora va incrementando su poder para corregir tan-
to los fallos del mercado como del Estado; pero el Estado gana un mayor papel en la
metagobernanza (Jessop, 2002: 252).
92
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...
93
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
30
Aunque también existe una resistencia a aplicar las medidas neoliberales: hay
un mayor énfasis en formas rediseñadas de participación social, un papel continuado
del Estado en gestionar los nuevos problemas de acción colectiva referentes a pro-
mover la acumulación de capital y reconciliarlos con las demandas de legitimación
política, una intención de recalibrar las instituciones existentes para solucionar los
problemas, en lugar de creer que el mercado puede resolverlos (Jessop, 2002: 171).
94
Capítulo 5
El «giro al centro». Las «terceras vías»
en Europa
95
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
Madrid: Taurus.
96
Capítulo 5. El «giro al centro». Las «terceras vías»
en Europa
ca distintiva ante los desafíos actuales (Giddens, 1999a: 7)2. Para ello
buscaba una nueva senda entre la socialdemocracia a la antigua y la
Nueva Derecha.
Giddens presta interés al centro político, ya que con la defunción
del socialismo como teoría de gestión económica ha desaparecido
una de las principales líneas divisorias entre izquierda y derecha. Hay
una amplia gama de problemas y posibilidades que no están al al-
cance de este esquema. Los socialdemócratas, por lo tanto, deberían
prestar atención al centro político, adjetivado como «radical»3, que
defiende soluciones y políticas «radicales». No debería considerarse
que el «centro» no tiene sustancia, ya que se refiere a las alianzas que
los socialdemócratas pueden tejer a partir de la diversidad de estilos
de vida (Giddens, 1999a: 57-59).
No hay que olvidar la dimensión dinámica de la «tercera vía».
Aparte de la teorización de Giddens, son numerosos los autores que
han contribuido a aclarar sus características, sobre todo a partir de la
experiencia británica. La «tercera vía», más que un «todo» coherente,
ha sido un modelo compuesto (Powell, 2001). Giddens reconoce que
es más preciso hablar de una sola y ancha corriente de pensamiento
de «tercera vía» a la que están contribuyendo partidos y gobiernos
(Giddens, 2001a: 41).
Podríamos decir que la «tercera vía» es más una combinación que
una trascendencia de la izquierda y la derecha, donde principios como
igualdad, eficiencia y autonomía, elementos por los que ambas tra-
diciones han peleado durante mucho tiempo, tradiciones que ahora
aparecen combinadas, siguiendo con la tradición de las «middle way
politics» (Driver y Martell, 2000: 51). Como consecuencia de estas
combinaciones, entre la Nueva Derecha y la Vieja Izquierda, además
de la «tercera vía» puede haber otras posiciones, e incluso dentro de
la «tercera vía» puede haber diferentes alternativas.
Precisamente este último fenómeno se da con los valores de la
«tercera vía». Stuart White (1998) afirma que el pensamiento de la
2
La socialdemocracia se enfrenta a cinco dilemas básicos: la globalización, el
individualismo, la reubicación de la izquierda y la derecha, la capacidad de acción
política y los problemas ecológicos (Giddens, 1999a: 39-77).
3
Ser «radical» equivale a abandonar algunas de las premisas de la socialdemo-
cracia y el neoliberalismo en un mundo en el que no se pueden aplicar de la misma
manera que en el pasado (Giddens, 2001b:70).
97
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
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Capítulo 5. El «giro al centro». Las «terceras vías»
en Europa
4
Aumentan las obligaciones del individuo pero, por otro lado, exige que el Es-
tado cree activamente las oportunidades que refuercen la responsabilidad individual
(Merkel, 2001; Plant, 1998).
99
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ante los nuevos modelos de Estado
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en Europa
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Capítulo 5. El «giro al centro». Las «terceras vías»
en Europa
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Capítulo 6
Desafíos para el proyecto
socialdemócrata
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El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
dirección. En este sentido, John Gray (2000: 95) va más allá afirmando
que «las ideologías que articulaban la vida política en el período de
posguerra son obsoletas. Esta transformación se ha visto acentuada
con el surgimiento de un nuevo consenso económico. En esta nueva
ortodoxia, el papel de los gobiernos nacionales en la supervisión de
las economías internas mediante políticas de gestión macroeconómi-
ca se ha reducido o marginado y su principal tarea es la de diseñar y
poner en práctica políticas microeconómicas, promoviendo con ellas
una flexibilidad todavía mayor del trabajo y la producción».
Esta falta de alternativas y opciones empuja a un sentimiento de
desencanto con la política. Los ciudadanos creen que no importa qué
partido elijan, las políticas de bienestar tienden a estar dictadas por
los mercados financieros, corporaciones multinacionales y organiza-
ciones supranacionales (Mishra, 1999: 56).
No obstante, lo cierto es que a la perspectiva liberal-conservadora
se le ha concedido el privilegio de poder «definir» la situación. Los
factores en liza le han permitido que su perspectiva se contemple
como «racional», como un estadio al que se ha llegado porque las
circunstancias inevitables lo han hecho así. Tal y como afirma Claus
Offe (1990: 139), lo importante es cómo vamos a definir la realidad
y cómo medirla, ya que el poder lo detentará quien pueda hacer esa
definición. Se tiene la impresión de que, aún hoy, las «tesis ofensivas»
son las situadas en el centro-derecha1, utilizando todas sus armas (la
mayoría liberales) y señalando los fallos del sistema heredado, ante
lo cual el centro-izquierda sólo puede defenderse con hechos empí-
ricos, demostrables.
Vallespín habla de la «entronización de lo posible», que consis-
te en dotar de justificación implícita a todo lo que «sea posible en
algún lugar»; si alguien puede hacer algo con menos coste, no hay
razón por la que no pueda hacerse aquí. Cualquier consideración
moral y/o de justicia social cede ante toda posibilidad de perder una
potencial capacidad competitiva. Los tradicionales valores civiliza-
torios «no se pueden» conservar si se oponen a la lógica última del
1
Ideológicamente, el camino aparece abonado para las perspectivas de centro-
derecha, ya que la globalización les ha proporcionado nuevas armas en forma de
constreñimientos externos, exigencias que empujan hacia la inevitabilidad de las po-
líticas de ajuste y austeridad (Mishra, 1999:70), dejando un margen muy estrecho a
las opciones de izquierda no desnaturalizadas.
106
Capítulo 6. Desafíos para el proyecto
socialdemócrata
107
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
yen variables direccionales en las que los partidos marcan las visiones
alternativas de la sociedad (Kitschelt, 1994: 298).
En última instancia, la desaparición de la idea de Estado como eje
sobre el cual articular una posición alternativa dificulta las opciones
para vertebrar el conflicto político con base al diseño de sociedad
alternativa. Así, las nuevas reelaboraciones de los discursos políticos
de izquierda o derecha se encuentran con el problema de que es muy
difícil construir cualquier ideología definitoria2. Las bazas electorales
han de jugarse bien con elementos coyunturales difíciles de configu-
rar ideológicamente (la mayoría de las veces porque existe unanimi-
dad en torno a ellos, otras porque corresponden a intereses comunes
que admiten poca discusión), bien esgrimiendo errores de gestión del
partido en el poder, cualquiera que éste sea3.
2
En relación con una nueva vertebración de la contienda ideológica, Chantal
Mouffe apunta que una falta de controversia democrática en relación con las verda-
deras alternativas políticas conduce a antagonismos que se manifiestan en formas
que socavan la propia base de la esfera pública democrática. El resultado no es una
sociedad armónica y madura en la que no existen agudas divisiones, simplemente
que lo político en su dimensión antagónica se manifiesta a través de otros canales
(religiosos, nacionalistas o étnicos) (Mouffe, 2003: 126-127).
3
Si antes de la segunda guerra mundial el elector se encontraba ante «concepcio-
nes del mundo» contrapuestas o, después de la segunda guerra mundial, ante ideolo-
gías distintas, ahora sólo lo hace ante ofertas diversas a analizar técnicamente, es decir,
cuál es el mejor producto, con lo que el elector se convierte en «consumidor político»
(Lamo de Espinosa, 1996: 42-43). Es más, puede destacarse que los términos de la
competición intrapartidista se centran en la gestión eficiente y efectiva (Mair, 1998: 12).
108
Capítulo 6. Desafíos para el proyecto
socialdemócrata
109
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
4
Según la tipología de Titmuss, en el «modelo residual de políticas de bienestar»
(llamado también «modelo de asistencia pública») el Estado se limita a intervenciones
que responden a necesidades individuales sólo cuando los dos canales de respuesta
natural, el mercado y la familia, entran en crisis (Titmuss, 1981).
110
Capítulo 6. Desafíos para el proyecto
socialdemócrata
5
Mientras este modelo implicaba que el Estado debería proveer los recursos
sociales y educacionales para hacer ciudadanos, esto no parece ser realizable por
más tiempo. Los proponentes de una ciudadanía privada han intentado perfeccionar
el mercado como un mecanismo de integración, y otros han intentado integrar ciu-
dadanos a través del rediseño del foro, los mecanismos de representación y debate
democrático (Crouch, Eder y Tambini, 2001: 25).
6
Según Esping-Andersen, la ayuda a los pobres con comprobación de medios de
vida es un rasgo característico del régimen residual y liberal del Estado de bienestar
(Esping- Andersen, 1993: 167).
111
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
112
Capítulo 6. Desafíos para el proyecto
socialdemócrata
7
Según Esping-Andersen, cabría esperar que el poder político de la izquierda
tuviera un efecto fuerte y positivo sobre la desmercantilización. La meta de la des-
mercantilización debería perseguirse incluso bajo condiciones macroeconómicas ad-
versas (Esping-Andersen, 1993: 169).
113
Capítulo 7
Descripción de la hipótesis
115
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
116
Capítulo 7. Descripción de la hipótesis
to clasista» supuso una importante pérdida sobre todo para los par-
tidos socialdemócratas. Los programas electorales enfocados a las
necesidades socioeconómicas de los trabajadores pierden impor-
tancia, terminando con la posibilidad de lograr un partido de masas
tradicional.
Esto último se ve respaldado por la constatación de un cambio ha-
cia los valores posmodernos, que trae aparejada una mayor preocu-
pación por problemas concernientes a la cultura, la calidad de vida,
así como por las políticas de identidad. Como consecuencia, la mul-
tiplicación de identidades según variados ejes obliga a las diferentes
tradiciones políticas a flexibilizar sobremanera sus ofertas ideológi-
cas, conscientes de que muchas de las variables que tienen que abor-
dar traspasan las fronteras de la otrora válida dicotomía izquierda-
derecha.
Una vez que se observa el dinamismo de los partidos, abandonan-
do la rigidez ideológica en pos del triunfo electoral, es obligado des-
tacar que el área de búsqueda de votos, el uncovered set, constituye
la región central de preferencias de los votantes y se estima que aca-
para propuestas de política que no pueden ser derrotadas; también
se busca maximizar el número de votos corporeizando las variables
determinantes en torno al «votante mediano» que tipifica la demanda
decisiva captada entre el electorado.
Estos últimos datos ejemplifican la estrategia acaparadora del
centro electoral, que puede juzgarse necesaria o síntoma de debi-
lidad, y que acompaña a la transformación de los objetivos de los
partidos políticos. Es necesario destacar –y forma parte importante
de este trabajo– que este cambio obligado se ha dado en la mayoría
de los partidos. Una vez llegados a un punto común, en el que se
discute sobre si las tradiciones ideológicas pierden su identidad o
sobre si las políticas se parecen cualquiera que sea el partido en el
poder, nos encontramos con que en la década de los noventa los
partidos vuelven a «girar al centro». Este último cambio de rumbo,
que aparece por doquier en prensa en referencia a los más dispares
partidos políticos, pretende ser explicado con razonamientos que
se quedan o bien en el umbral de la indeterminación o bien no de-
jan entrever ningún motivo más profundo, y que se conforman con
explicaciones que aluden al talante o a maniobras siniestras de már-
keting político.
117
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
118
Capítulo 7. Descripción de la hipótesis
119
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
120
Capítulo 8
El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico
1
Los autores que utilizan el término «ideología» como sinónimo de «Discurso»
enfatizan la ubicuidad del primero, circunscribiendo el interés por el lenguaje a la
investigación de aquellas formas de representación, convencionalismos, discursos
políticos, etc., que contribuyen a moldear nuestros mundos y nuestra comprensión
de los mismos (Norval, 2000a: 316).
121
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
2
Fairclough destaca que es importante que la relación entre Discurso y estruc-
tura social sea vista dialécticamente para evitar las trampas que supondrían por un
lado sobreestimar la determinación social del Discurso y por otro la construcción de
lo social en el Discurso (Fairclough, 1992b: 65).
3
Las «prácticas discursivas» son una forma de «práctica social» (también pueden
ser «no discursivas»). La práctica discursiva se constituye en varios sentidos: contribu-
ye a reproducir la sociedad (identidades sociales, relaciones sociales, sistemas de co-
nocimiento y creencias) y también contribuye a transformar la sociedad (Fairclough,
1992b: 65).
122
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico
y cambia las relaciones y las entidades colectivas entre las que se ob-
tienen dichas relaciones y, más aún, el Discurso como práctica ideo-
lógica constituye, naturaliza, sostiene y cambia los significados del
mundo desde diversas posiciones de poder (Fairclough, 1992b: 64,
67). Las autoras Phillips y Jorgensen (2002: 21) afirman que son pre-
cisamente las comprensiones de «sentido común» las que tienen que
ser investigadas: el análisis se enfoca en cómo algunas afirmaciones
son aceptadas como «verdad» o «naturalizadas» y otras no.
Concretamente, el Análisis del Discurso investiga la manera en
que las prácticas sociales articulan y disputan los Discursos que
constituyen la realidad social (Howarth y Stavrakakis, 2000: 3) y
examina la lógica y la estructura de las articulaciones discursivas y
cómo éstas posibilitan la formación de identidades en la sociedad
(Howarth, 1997: 141). El proyecto de investigación que representa
el ACD es un ámbito de trabajo abierto, de perfiles y contenidos
muy amplios, al que están sumándose aportaciones provenientes de
distintas corrientes: teorías constructivistas, filosofía derridiana, la
hermenéutica gadameriana, el neoinstitucionalismo de carácter his-
toricista, los estudios experimentales sobre comunicación política,
entre otros (Moreno, 2005).
Los autores adscritos a la modalidad más relacionada con la lin-
güística y la semiótica destacan que los términos «lingüística crítica»
y «análisis critico del discurso»4 se utilizan con frecuencia de manera
intercambiable. Ambas disciplinas se ocupan fundamentalmente de
analizar las relaciones de dominación, discriminación, poder y con-
trol, tal como se manifiestan a través del lenguaje. En otras palabras,
el ACD se propone investigar de forma crítica la desigualdad social
tal como viene expresada, señalada, constituida, legitimada, etc., por
los usos del lenguaje, es decir, en el Discurso (Wodak, 2003: 18). En
general, las aproximaciones analíticas del Discurso están de acuerdo
en los siguientes puntos: el lenguaje no es un reflejo de una realidad
preexistente; el lenguaje está estructurado en modelos o Discursos;
estos modelos discursivos están mantenidos y transformados en prác-
ticas discursivas; por último, el mantenimiento y la transformación de
4
Comparten las mismas raíces la lingüística sistémica funcional, la retórica clá-
sica, la lingüística textual y la sociolingüística, así como la lingüística aplicada y la
pragmática (Wodak, 2003: 20).
123
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
los modelos deberían ser explorados a través del análisis de los con-
textos específicos en los que el lenguaje está en acción (Phillips y
Jorgensen, 2002: 12).
La dimensión de su importancia crece al constatar que si se ha
creado una conciencia crítica sobre el lenguaje es porque este último,
y más en general la semiosis, se ha convertido en un elemento desta-
cado de las prácticas sociales contemporáneas. Áreas fundamentales
de la vida social se centran cada vez más en los medios de comuni-
cación y aquellos que trabajan en el área, consecuentemente, son
más autoconscientes del lenguaje que usan. Estos cambios han lle-
vado al incremento de las intervenciones conscientes para dar forma
a los elementos lingüísticos y semióticos de las prácticas sociales de
acuerdo con los objetivos económicos, organizacionales y políticos
(Fairclough y Chouliaraki, 1999).
Buscando una definición, Fairclough lanza la idea de que el ACD
es una teoría y un método, o más bien una perspectiva teorética
que versa sobre el lenguaje y, en un sentido más general, sobre la
semiosis, que se encuentra en relación dialógica con otras teorías
y métodos sociales. Dicho de otro modo, el ACD es el análisis de
las relaciones dialécticas entre la semiosis y otros elementos de las
prácticas sociales. Su particular preocupación se centra en los cam-
bios radicales que tienen lugar en la vida social contemporánea, en
el modo en que figura la semiosis en los procesos de cambio y en
los cambios en la relación existente entre la semiosis y otros ele-
mentos sociales pertenecientes a las redes de prácticas (Fairclough,
2003: 179, 181). Por el contrario, para Van Dijk (2003: 143) el ACD
no es un método5 ni una teoría que simplemente pueda aplicarse
a los problemas sociales, es más bien una perspectiva crítica sobre
la realización del saber: es un análisis del Discurso efectuado «con
una actitud». Se centra en los problemas sociales y en especial en el
papel del Discurso en la producción y en la reproducción del abuso
de poder o de la dominación, desde la perspectiva de los intereses
de los dominados. A diferencia de otras perspectivas, el ACD no
niega sino que explícitamente define y defiende su propia posición
Análisis Crítico del Discurso, pero rechaza que pudiera existir un «método Van Dijk»;
el ACD debería ser esencialmente diverso y multidisciplinar (Dijk, 2003: 143).
124
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico
6
La etiqueta que Van Dijk utiliza para su ACD es la del análisis discursivo «socio-
cognitivo» (Dijk, 2003: 145).
125
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
126
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico
127
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
7
Si bien Laclau y Mouffe en principio no habían teorizado sobre el sujeto y la
subjetivización, la crítica constructiva de Zizek a su obra Hegemonía y estrategia so-
cialista estimuló el interés de estos autores por la teoría psicoanalítica de Lacan.
8
Hegemonía y estrategia socialista fijó una nueva dirección para la idea de hege-
monía de Gramsci y representó un giro para la teoría postestructuralista dentro del
marxismo; tomó el problema del lenguaje como esencial para la formulación de un
proyecto democrático antitotalitario radical (Butler, Laclau y Zizek, 2000: 8).
128
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico
9
Para constituir teóricamente el concepto de hegemonía, para observar la loca-
lización discursiva precisa a partir de la cual esta construcción discursiva resulta posi-
ble, es necesario observar que el espacio de la hegemonía no es simplemente el de
un «impensado» localizable: es el del estallido de una concepción de la inteligibilidad
de lo social que reduce sus distintos momentos a la interioridad de un paradigma
cerrado; las distintas superficies de emergencia de la relación hegemónica no conflu-
yen armoniosamente en la constitución de un vacío teórico que un nuevo concepto
debería colmar; por el contrario, algunas de ellas parecerían ser superficies de «diso-
lución» del concepto, ya que al afirmar el carácter relacional de toda identidad social
se disuelve la diferenciación de planos, el desnivel entre articulante y articulado en
que el vínculo hegemónico se funda (Laclau y Mouffe, 1987: 105).
10
Cada estructura discursiva es una construcción social y política que estable-
ce un sistema de relaciones entre diferentes objetos y prácticas, mientras proveen
129
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado
«posiciones objetivas» con las que los agentes sociales pueden identificarse. Los
«proyectos hegemónicos» intentarán entrelazar diferentes ramas del Discurso en un
esfuerzo por dominar o estructurar un campo de significado, fijando las identidades
de los objetos y las prácticas de una manera en concreto. Según Howarth, Laclau y
Mouffe crean una analogía entre los sistemas sociales y lingüísticos, pues en ambos
sistemas las identidades son relacionales y todas las relaciones tienen un carácter
necesario (Howarth, 2000: 102).
11
La construcción teórica de la articulación requiere dos pasos: fundar la posibili-
dad de especificar los elementos que entran en la relación articulatoria y determinar
la especificidad del momento relacional en que la articulación como tal existe (Laclau
y Mouffe, 1987: 109).
130
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico
construye una cadena más amplia, aunque debemos tener claro que
siempre habrá un resto de particularidad que no será erradicable (La-
clau, 2000a: 304).
En otro orden de cosas, a la totalidad estructurada resultante de la
práctica articulatoria la llamaremos «Discurso». Llamaremos «momen-
tos» a las posiciones diferenciales, en tanto aparecen articuladas en
el interior de un Discurso. Llamaremos, por el contrario, «elemento»
a toda diferencia que no se articula discursivamente (Laclau y Mouffe,
1987: 119). Estos autores puntualizan que si la contingencia y la arti-
culación son posibles es porque ninguna formación discursiva es una
totalidad suturada12 y porque, por lo tanto, la fijación de los «elemen-
tos» en «momentos» no es nunca completa, ya que todo Discurso es
subvertido por un «campo de discursividad» que lo desborda. No hay
identidad social que aparezca plenamente protegida de un exterior
discursivo que la deforma y le impide suturarse plenamente. Como
resultado, pierden su carácter necesario tanto las relaciones como las
identidades.
El estatus de los «elementos» es el de «significantes flotantes» que
no logran ser articulados en una cadena discursiva. Y este carácter
flotante penetra finalmente en toda identidad discursiva (es decir, so-
cial). Pero si aceptamos el carácter incompleto de toda formación dis-
cursiva y, al mismo tiempo, afirmamos el carácter relacional de toda
identidad, en ese caso el carácter ambiguo del significante, su no-
fijación en ningún significado, sólo puede existir en la medida en que
hay una proliferación de significados. No es la pobreza de significados
sino al contrario, la polisemia, la que desarticula una estructura discur-
siva. La imposibilidad de fijación última del sentido implica que tiene
que haber fijaciones parciales, porque, en caso contrario, el flujo mis-
mo de las diferencias sería imposible. El Discurso se constituye como
intento por dominar el campo de la discursividad, por detener el flujo
de las diferencias, por constituir un centro. Los puntos discursivos pri-
12
Las prácticas hegemónicas son suturantes en la medida en que su campo de
acción está determinado por la apertura de lo social, por el carácter finalmente no
fijo de todo significante. Esta «falta» originaria es lo que las prácticas hegemónicas
intentan llenar. Una sociedad totalmente suturada sería aquella en la que este llenar
habría llegado a sus últimas consecuencias y habría logrado, por consiguiente, iden-
tificarse con la transparencia de un sistema simbólico cerrado. Este cierre de lo social
es imposible (Laclau y Mouffe, 1987: 54).
131
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ante los nuevos modelos de Estado
que sea la palabra «más rica», la palabra en la que se condensa toda la riqueza de
significado del campo que «acolcha»: es, antes bien, la palabra que, en tanto que
palabra, en el nivel del significante, unifica un campo determinado, constituye su
identidad; es la palabra a la que las «cosas» se refieren para reconocerse en su unidad
(Zizek, 1992).
132
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como instrumento metodológico
14
Thomassen especifica que el análisis de la hegemonía no puede detenerse
en la identificación de la hegemonía exitosa, sino que debe también examinar qué
alternativas han sido excluidas para que la presente hegemonía haya sido posible
(Thomassen, 2005: 295).
133
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15
Cuanto más inestables sean las relaciones sociales, cuanto menos logrado sea
un sistema definido de diferencias, tanto más proliferarán los puntos de antagonis-
mo; pero, a la vez, tanto más carecerán éstos de una centralidad, de la posibilidad de
establecer cadenas de equivalencia unificadas (Laclau y Mouffe, 1987: 151).
134
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico
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Laclau matiza que los puntos antagónicos particularmente intensos sólo pue-
den ser establecidos contextualmente y nunca deducidos de la lógica interna de nin-
guna de las dos fuerzas enfrentadas tomadas de forma aislada (Laclau, 2005a: 188).
135
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17
La vigencia de un Discurso sólo es posible gracias a la existencia de un sujeto
histórico que se convierte en su principal valedor (Moreno, 2005).
136
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como instrumento metodológico
18
Laclau, Ernesto (1996). Emancipation(s). Londres: Verso.
19
Una de sus ideas fundamentales es que no existe un espacio suturado que
podamos concebir como una «sociedad», ya que lo social carecería de esencia. De-
bemos considerar la apertura de lo social como constitutiva, como «esencia negati-
va» de lo existente, y a los diversos «órdenes sociales» como intentos precarios y en
última instancia fallidos de domesticar el campo de las diferencias. En este caso la
multiformidad de lo social no puede ser aprehendida a través de un sistema de me-
diaciones, ni puede el «orden social» ser concebido como un principio subyacente.
Debemos ubicarnos firmemente en el campo de la articulación y para ello debemos
renunciar a la concepción de la sociedad como totalidad fundante de sus procesos
parciales (Laclau y Mouffe, 1987: 108). La «sociedad» no es un objeto legítimo de
Discurso. No hay principio subyacente único que fije al conjunto del campo de las
diferencias (Laclau y Mouffe, 1987: 127).
20
La función homogeneizante del significante vacío constituye la cadena y, al
mismo tiempo, la representa (Laclau, 2005a: 205).
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Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico
23
Ambos se basan en el «construccionismo social» (Phillips y Jorgensen, 2002: 4).
24
Los conceptos de intertextualidad e interdiscursividad suponen el análisis de
las relaciones con otros textos, cosa a la que no se aspira en otros métodos; el ACD
está abierto a una gama muy amplia de factores que ejercen influencia sobre los
textos (Meyer, 2003: 37).
139
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como algo «dado». Precisamente, uno de los objetivos del ACD será
«desmitificar» los Discursos mediante el descifrado de las ideologías
(Wodak, 2003: 19-20, 30), y en la mayoría de los casos tomará partido
por los desfavorecidos, intentando mostrar los elementos lingüísticos
que utilizan los privilegiados para estabilizar o incluso aumentar las
iniquidades presentes en la sociedad (Meyer, 2003: 58)25.
En otras palabras, el objetivo del ACD es saber cuáles son las con-
diciones de tipo social, institucional o cognitivo que permiten que
un Discurso pueda tener una mayor presencia política hasta hacerse
hegemónico (Moreno, 2005). En esencia, el Discurso es una forma de
poder, un modo de formar creencias/valores/deseos, una institución,
un modo de relación social, una práctica material; y viceversa, el po-
der, las relaciones sociales, las prácticas materiales, las instituciones,
creencias, etc., son en parte Discursos. Una característica importante
de los cambios económicos, sociales y culturales de la modernidad
tardía es que existen como Discursos y como procesos que ocurren
fuera del Discurso, y que los procesos que suceden fuera del Discur-
so son moldeados sustantivamente por estos Discursos (Fairclough
y Chouliaraki, 1999: 4, 6). Por otro lado, el término «ideología» será
definido como una construcción de prácticas desde perspectivas con-
cretas que «allanan» las contradicciones, dilemas y antagonismos de
las prácticas de acuerdo con los intereses y con los proyectos de do-
minación (Fairclough y Chouliaraki, 1999: 26). De todas maneras, una
particular estructuración social de la diferencia semiótica puede llegar
a ser hegemónica convirtiéndose en parte del sentido común legiti-
mador que sustenta las relaciones de dominación, pero la hegemonía
siempre será contrarrestada, en mayor o menor medida, mediante la
lucha por la hegemonía, ya que un orden del Discurso no es un sis-
tema cerrado o rígido, sino más bien un sistema abierto que queda
expuesto al peligro como consecuencia de lo que sucede en las inte-
racciones efectivas (Fairclough, 2003: 183).
En una definición paralela, Van Dijk destaca la necesidad de un
ACD amplio, diverso, multidisciplinar y orientado a los problemas,
25
En este contexto, es importante subrayar la creciente importancia del lenguaje
en la vida social debido al aumento del nivel de intervención consciente para contro-
lar y moldear prácticas de lenguaje de acuerdo con objetivos económicos, políticos e
institucionales, fenómeno que Fairclough denomina «tecnologización del Discurso»
(Fairclough y Wodak, 1997: 269).
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Cada uno de los planos exige hacer una selección: a) del fenómeno que se some-
te a observación; b) la de alguna explicación de las asunciones teoréticas y c) la de los
métodos utilizados para vincular la teoría con la observación (Meyer, 2003: 35).
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(Stoker, 1997: 24). Por otro lado, el hecho de que el ACD tome partido
por los desfavorecidos, los que padecen alguna discriminación social,
hace que algunos críticos objeten que el ACD nada constantemente
entre las dos aguas de la investigación social y de la argumentación
política (Meyer, 2003: 58).
Fairclough y Wodak defienden el sesgo del ACD afirmando que
no se ve a sí misma como ciencia social desapasionada y objetiva,
sino comprometida. Es una forma de intervención en la práctica social
y las relaciones sociales: muchos analistas son políticamente activos
contra el racismo, feministas, etc., pero el ACD no es una excepción
en la objetividad normal de las ciencias sociales. No implica que el
ACD sea menos académico que otros modos de investigación: aplica
un análisis sistemático, riguroso y cuidadoso, igual que lo hacen otras
aproximaciones (Fairclough y Wodak, 1997: 259).
Por otro lado, Howarth defiende la Teoría del Discurso argumen-
tando que hace una útil analogía entre sistemas sociales y lingüísticos,
proveyendo medios poderosos para conducir el análisis social y polí-
tico. También defiende las asunciones ontológicas y epistemológicas
que subyacen en la Teoría del Discurso y elude la acusación de rela-
tivismo hecha por numerosos comentaristas. El tipo de aproximación
discursiva explicada en el libro de Howarth (2000) va en contra de los
científicos sociales que toman prestados sus modelos de conocimien-
to y los procedimientos metodológicos de las ciencias naturales, cre-
yendo que el objetivo de las ciencias sociales es explicar los fenóme-
nos y los acontecimientos en términos universales objetivos. El obje-
tivo principal de la investigación en esta tradición es la producción de
leyes y teorías universales, que servirán como base para la predicción
comparable o futuros acontecimientos y procesos (Howarth, 2000:
126-127). Por el contrario, la Teoría del Discurso rechaza la búsqueda
de leyes científicas de la sociedad y la política basadas en genera-
lizaciones empíricas que pudieran formar la base de subsiguientes
predicciones empíricas examinables (Howarth y Stavrakakis, 2000:
6-7). En este sentido, es importante destacar que aunque el Análisis
del Discurso tienda a centrarse en estudiar casos cruciales no supone
que no puedan hacerse más amplias afirmaciones e inferencias que
pudieran ser exploradas y «comprobadas» en futuras investigaciones
(Howarth, 2000: 140). Concretamente, el objetivo general de la inves-
tigación empírica teórico-discursiva es la producción de interpretacio-
146
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como instrumento metodológico
27
La precondición para esta concepción es que el marco teórico debe ser lo su-
ficientemente abierto y flexible para ser ajustado y reestructurado en el proceso de
aplicación. Así, esta concepción excluye las teorías de la sociedad esencialistas y re-
duccionistas, que tienden a predeterminar los resultados de la investigación (Howar-
th, 2000: 139).
28
La justificación de una investigación podría hacerse afirmando que supone un
«estudio de caso crucial», que luego pueda servir para explicar lógicas más generales
(Howarth, 2000: 138).
29
No es posible lograr una «objetividad» estricta por medio del Análisis del Dis-
curso, ya que cada «tecnología» de investigación ha de ser a su vez examinada como
ámbito que puede potencialmente incluir las creencias y las ideologías de los analis-
tas y, por consiguiente, sesgar con prejuicios el análisis, orientándolo en la dirección
de las ideas preconcebidas del analista (Meyer, 2003: 58).
147
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Análisis
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Capítulo 9. Análisis
3
La membresía a la Red es por invitación, y sólo podrán formar parte de la misma
los partidos socialdemócratas, laboristas o progresistas que ostenten el poder en el
momento de celebrarse las reuniones o conferencias.
151
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4
En el análisis se utilizarán claves para identificar a qué práctica discursiva perte-
nece el fragmento seleccionado («G. P.» en el caso de Gobernanza Progresista e «I.
S.» en el caso de Internacional Socialista), así como la ciudad y fecha de las declara-
ciones y los comunicados.
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para hacer frente a las desigualdades entre países, que están agra-
vándose y ponen en peligro la estabilidad de las sociedades, así como
en intentar avanzar en un nuevo orden internacional que garantice la
paz y la seguridad.
ANÁLISIS TEXTUAL
En cuanto al análisis interaccional del texto, se considera fundamental
el análisis de la gramática, concretamente las dimensiones de «tran-
sitividad» y «modalidad»: en el caso de la primera para ver la causa-
lidad y la atribución de responsabilidad en el texto y en el caso de la
segunda, para ver cómo se pretenden controlar las representaciones
de la realidad. Para ambos casos se han seguido las listas de control
sugeridas por Fairclough (1992b).
El análisis de la «transitividad» en los comunicados de la Gober-
nanza Progresista deja al descubierto que en ningún momento usan
recursos (oraciones pasivas, nominalización) para ocultar al protago-
nista del cambio, es decir, la globalización. El uso de oraciones tran-
sitivas deja ver asimismo el carácter dirigido del proceso. La «modali-
dad» viene marcada por el uso del presente simple, es por tanto una
modalidad categórica, que marca los efectos de la globalización e
incluso para describir lo que la gente quiere. Este «ser» de la realidad
va acompañado por el «deber ser» fruto de la acción de los gobiernos
progresistas, que se refleja en la profusión del uso de verbos moda-
les. Hacen un uso constante del pronombre personal «nosotros», eri-
giéndose de esta manera en protagonistas del cambio. El pasado lo
utilizan escasamente, para poner de manifiesto que han dejado atrás
viejas actitudes con el fracaso del estilo soviético, o bien que se han
dejado en el pasado los dogmas de izquierda o derecha.
Las tres declaraciones de la Internacional Socialista analizadas tie-
nen características similares en lo referente a las dos dimensiones
mencionadas. En el ámbito de la «transitividad» apenas utilizan la voz
pasiva para tratar de ocultar el agente, la globalización es mencio-
nada una y otra vez como causa. Sus acciones aparecen como un
«proceso de acción dirigida», con frases transitivas. En cuanto a los
sujetos que deben hacer frente al cambio, hacen periódica referencia
a la Internacional Socialista como actor principal, siempre en tercera
persona del singular del presente simple, mientras es muy frecuente
el uso de la primera persona del plural del presente simple tanto en
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lents in the new world that is being created» (G. P., Berlín, 2000). Los
progresistas deben ayudar a la gente a equiparse a sí mismos para el
cambio y a prepararse para el futuro. En esta perspectiva, no pueden
permitir el desempleo que echa a perder los talentos y las energías
de los ciudadanos (G. P., Budapest, 2004). En este sentido, afirman
que «we will be steadfast in the pursuit to create more jobs. […] High
employment is the foundation of social justice. It is fundamental to
the mission of all progressives who want every individual to have the
chance to develop their potential» (G P., Estocolmo, 2002). Por otra
parte, la perspectiva más extrema: «El tener un trabajo para toda la
vida es algo que ha pasado a la historia. Los socialdemócratas deben
satisfacer las crecientes demandas de flexibilidad y, al mismo tiem-
po, mantener unos niveles sociales mínimos, ayudar a las familias a
sobrellevar los cambios y ofrecer nuevas oportunidades para los que
se encallan en el camino» (G. P., Blair y Schröder, 2000: 28). Y: «Los
mercados flexibles son un moderno objetivo socialdemócrata» (G. P.,
Blair y Schröder, 2000: 33). Europa debe responder al reto de la eco-
nomía global y mantener al mismo tiempo la cohesión social ante una
evidente incertidumbre.
La disciplina económica y la competencia son las condiciones para
la justicia social (G. P., Estocolmo, 2002). Además, la mejor garantía
de cohesión social es aumentar el empleo y ampliar las oportunida-
des laborales (G. P., Blair y Schröder, 2000). Y los protagonistas del
proyecto: «Personas de toda condición buscan una oportunidad para
convertirse en empresarios: […] estas personas deben encontrar un
espacio en el que aplicar sus iniciativas económicas y sus innovacio-
nes comerciales. Deben sentirse respaldados para arriesgarse. Hay
que aligerar sus cargas y no limitar con fronteras sus mercados y sus
ambiciones» (G. P., Blair y Schröder, 2000: 36). El objetivo «is to libe-
rate the talent of all our people» (G. P., Berlín, 2000).
También tratan la globalización en los países más pobres: «For
richer countries globalisation brings a heightened responsibility to
ensure that domestic policies are designed to take account of their
impact on the lives of those in poor countries» (G. P., Londres, 2003).
Para ello apelan a una mayor integración internacional: «An open and
fair-rules based global economic and trade system can assist everyo-
ne to benefit from globalisation, supported by regional and interna-
tional co-operation» (G. P., Budapest, 2004).
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1
Zizek habla de situaciones de elección forzada, el sujeto toma la elección «loca»,
imposible de, en cierto modo, «golpearse a sí mismo», o a aquello que tiene mayor
valor para él. Este acto, lejos de ser equiparable a un caso de agresividad impotente
contra uno mismo, cambia las coordenadas de la situación en que se encuentra el suje-
to: al separarse del precioso objeto a través de cuya posición el enemigo lo mantenía
bajo control, el sujeto adquiere el espacio de libre acción (Zizek, 2000b: 134).
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Advierte este autor también que la hegemonía no puede fundarse en una estra-
2
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En opinión de Laclau, una dimensión de universalidad está ya operando en los
discursos que organizan demandas particulares y políticas con objetivos precisos,
pero es una universalidad implícita y no desarrollada, que no puede proponerse a sí
misma como un conjunto de símbolos capaz de despertar la imaginación de vastos
sectores de la población (Laclau, 2000a: 306).
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Además, el hecho de que las víctimas del Imperio, que se disponen a iniciar un
éxodo, se hayan visto obligadas a hacerlo, no quiere decir que estén imbuidos del
ansia de escapar de él y de su poder, sino precisamente todo lo contrario, quieren
beneficiarse de ello al igual que lo hacen lo situados en países privilegiados. Aunque
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Por otro lado, Held (2005) pide un cambio en el punto nodal, so-
licitando más política con sus ideas de democracia cosmopolita. Pre-
tende la domesticación de los efectos perversos de la globalización
siempre desde la creencia de que el cambio es posible, ya que está
en manos de la ciudadanía. Después de descifrar el entramado insti-
tucional por el que los individuos debemos navegar, pretende sentar
las bases para que todos los organismos actúen acompasadamente,
con el objetivo último de lograr un sistema que siga los criterios per-
tinentes para el logro de una socialdemocracia mundial.
El nuevo imaginario social que requiere Laclau solicita la elabora-
ción de un discurso que pueda sustituir la cadena de equivalencias
asociada al punto nodal, para revertir la situación actual y desvelar el
carácter contingente del discurso neoliberal. Busca la construcción
política de las identidades que deben emanciparse, estableciendo
nuevas redes de equivalencias y subvirtiendo el discurso actual.
Estos dos últimos planteamientos afrontan una alternativa a la glo-
balización solicitando un vuelco, un cambio en el punto nodal, si bien
en diferentes grados. Held pide un cambio más gradual, mientras que
Laclau busca un cambio en el fundamento. Mientras, Hardt y Negri
confían en que sea el propio sistema el que estalle de forma automá-
tica, no política.
En cuanto a los discursos analizados, los correspondientes a la Go-
bernanza Progresista y la Internacional Socialista, puede observarse
que el primero de ellos incide en el punto nodal «globalización», sin
intentar desarrollar una cadena de equivalencias alternativa. Así, los
significantes flotantes a los que apela (justicia social, solidaridad…) si-
guen irremediablemente encadenados en la lógica hegemónica de la
globalización. La Red de Gobernanza Progresista somete su discurso
a la globalización, evitando intencionadamente tratar de domarlo y
limitándose a tratar de corregir ligeramente su rumbo. Por otro lado,
en el discurso de la Internacional Socialista, tampoco se produce un
cambio en el punto nodal «globalización»; aunque subrayan que el
mercado no es todopoderoso, su discurso no es lo suficientemen-
te efectivo como para crear un nuevo punto nodal, para lograr una
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