Inza-Bartolomé. El secuestro neoliberal del bienestar

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El giro al centro y la izquierda

descabalgada ante los nuevos


modelos de Estado
El giro al centro y la izquierda
descabalgada ante los nuevos
modelos de Estado

Análisis crítico del discurso de la red de


gobernanza progresista y la internacional
socialista

Amaia Inza Bartolomé

• 46 •

PENSAMIENTO DEL PRESENTE


1.ª edición: noviembre de 2011

Diseño de la portada: Eva Celdrán


Foto de la cubierta: Shutterstock
Cubierta y maquetación: JesMart

© Amaia Inza Bartolomé, 2011


© Erasmus Ediciones, 2011
Muralla dels Vallets, 36 (edificio «Muralla»), local 2
08720 Vilafranca del Penedés (Barcelona)
Tel. 93 892 65 92
publicaciones@erasmusediciones.com
www.erasmusediciones.com

ISBN: 978-84-92806-71-3

Depósito legal:

Impreso en la UE – Printed in the EU

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, alma-


cenada, transmitida o utilizada en manera alguna ni a través de
ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, de graba-
ción o electrográfico, sin el consentimiento previo del editor.
A mis padres, Javier y Pili,
y a mi hermana Agurtzane.
Sumario

1. Introducción

2. La ocupación del centro


2.1. La ocupación del centro para la captura de votos
2.2. El centro como abandono y amalgama

3. La estatalidad como condicionante ideológico


3.1. Evolución del concepto de Estado tras la primera guerra
mundial

4. Consecuencias de la sobrecarga del Estado y la


globalización en la concepción del Estado de bienestar.
Hacia un nuevo modelo de Estado
4.1. La crisis del Estado de bienestar
4.2. Transformaciones del Estado como consecuencia de
la globalización
4.3. Elementos en la reconsideración de las características
del Estado de bienestar
4.4. Nueva naturaleza del Estado
4.5. Algunas teorizaciones de un nuevo modelo de
Estado sop)

5. El «giro al centro». Las «terceras vías» en Europa


5.1. Principales ideas de la «tercera vía»
5.2. El «Estado social inversor» (Anthony Giddens)

6. Desafíos para el proyecto socialdemócrata


6.1. El centro como indicador de convergencia
6.2. Características del bienestar socialdemócrata

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El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

7. Descripción de la hipótesis
7.1. El centro como ajuste necesario alrededor de la idea
de Estado de bienestar
7.2. El centro electoral como objetivo de los partidos
políticos
7.3. Un nuevo modelo de Estado como determinante
del cambio ideológico

8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD) como instrumento


metodológico
8.1. Objetivos del ACD
8.2. Raíces del ACD
8.3. La aportación de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe
8.4. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)

9. Análisis
9.1. Fase I: ACD de dos alternativas socialdemócratas:
la Red de Gobernanza Progresista y la Internacional
Socialista
9.2. Fase II: Análisis del Discurso de la socialdemocracia
según conceptos desarrollados por Ernesto Laclau
y Chantal Mouffe

10. Conclusiones
10.1. Sobre la emergencia del centro político
10.2. Elaboración de un nuevo discurso socialdemócrata
10.3. ¿Hacia una nueva lógica hegemónica?

Bibliografía

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Capítulo 1
Introducción

La aparición de un nuevo modelo de Estado construido a partir de


las pautas globalizadoras impone cambios en las variables alrededor
de las cuales pueden construirse alternativas de bienestar ideológica-
mente diferenciadas. El Estado ha ido perdiendo poder de coordina-
ción jerárquica, mientras su función protectora va quedando relegada
ante la función reguladora del ámbito económico. Su pérdida de pro-
tagonismo en la procura del bienestar supone la cesión al mercado o
a la sociedad civil, a la vez que reclama la responsabilidad individual
ante los nuevos riesgos, supeditando los derechos al cumplimiento
de ciertas condiciones circunscritas sobre todo al mercado de trabajo,
en un contexto en el que el Estado se convierte en actor protagonista
en la búsqueda de la competitividad económica internacional.
Como consecuencia, la unidireccionalidad de opciones posibles
en cuanto a la adopción de este modelo obliga a las diferentes pers-
pectivas ideológicas a adoptarlo como propio, con lo que la variable
del Estado como configurador de ideologías antagonistas pierde su
papel determinante. En otras palabras, la confluencia en torno a este
nuevo modelo de Estado ha sido recogida por las opciones ideoló-
gicas y ello obliga a reubicarlas en el contínuum izquierda-derecha
en el que el diseño de Estado como instrumento de ingeniería social
ha sido el eje en referencia al cual se construían las alternativas pro-
gramáticas. Así, ante la falta de un modelo antagonista, se relega la
disputa política como lucha de opuestos a variables no vinculadas al
Estado, y, por ello, estas últimas tendrán una entidad irremediable-
mente menor.
Este trabajo seguirá los pasos que han llevado a la edificación de
un modelo de Estado que queda a la derecha del espectro político y
que a su vez configura un centro político inevitable. Esto afecta sobre
todo a las posibilidades de realización de proyectos de ingeniería so-

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El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

cial de cariz socialdemócrata, perjudicando a los instrumentos utiliza-


dos para conseguir sus valores tradicionales.
El detonante en el cambio del Estado fue sin duda el análisis de
cuáles fueron las causas de la crisis del Estado de bienestar keynesia-
no. En él, el análisis neoliberal y neomarxista coincidían en el argu-
mento de que el crecimiento espectacular del gasto público en los
países occidentales ponía en peligro el proceso de acumulación (Roc-
kman, 1989: 198; Paci, 1987: 179). Se va deshaciendo de esta manera
la idea de Estado de bienestar como «espina dorsal de la organiza-
ción de una civilización que subordinaba así la economía a valores
humanos metaeconómicos» (Pfaller et ál., 1993), dejando abierto el
interrogante de cuánto espacio quedará para ellos en el nuevo mo-
delo mercantilizador. La tendencia viene refrendada por el hecho de
que el discurso hegemónico que lo arropa ha conseguido legitimarse
sin que la cohesión social sufra demasiados daños, ya que subyace la
idea de que el modelo de acumulación exige sacrificios justificados.
En cuanto al imperio de la lógica económica que se abre paso,
Zizek ofrece un punto de vista que intenta romper la relación entre
un «gasto social creciente» (causa) y la crisis económica (efecto). Ex-
plica que no hay una relación causal objetiva directa: el hecho de que
si uno no obedece los límites impuestos por el capital «verdadera-
mente desencadena» una crisis, no «prueba» que esos límites sean
una necesidad objetiva de la vida económica. Más bien debería verse
como una prueba de la posición privilegiada que tiene el capital en
la lucha económica y política (Zizek, 1998: 151-152). Esta idea deja al
descubierto la oportunidad privilegiada que se les ha dado a las op-
ciones situadas a la derecha del espectro político para poder definir
la situación. Bourdieu habla de una reconstrucción neoconservadora,
una revolución que reclama su conexión con el progreso, la razón y
la ciencia económica para justificar su propio restablecimiento y que
a la vez trata de relegar el pensamiento y la acción progresista a un
estatus arcaico. Se erige como constructor de estándares definitorios
para las prácticas y las reglas ideales, las regularidades del mundo
económico abandonadas a la ley de mercado, a la ley del más fuerte
(Bourdieu, 1998: 125).
Si bien el concepto de Estado de bienestar se ha empleado para
referirse a aquellos aspectos de las políticas de gobierno diseña-
das para proteger contra riesgos que son compartidos por amplios

12
Capítulo 1. Introducción

sectores de la sociedad (Pierson, 2001), hasta ahora adscritos a las


inseguridades económicas, una de las consecuencias de la nueva
situación podría ser, como aclara Bauman, que el Estado contempo-
ráneo tenga que buscar otras variedades, no económicas, de vulne-
rabilidad e incertidumbre en las que hacer descansar su legitimidad,
ya que se ha rescindido o restringido de forma drástica su pasada
intromisión programática en la inseguridad producida por el merca-
do. Estas variedades deben inspirar un volumen de «temor oficial»
lo bastante grande para eclipsar y relegar a una posición secundaria
las preocupaciones relativas a la inseguridad generada por la eco-
nomía (Bauman, 2005: 19).
En cuanto a erradicar las protecciones brindadas por el Estado so-
cial, según Castel, esto no equivale sólo a suprimir «logros sociales»,
sino a quebrar la forma moderna de la cohesión social. Además, el
cambio en las modalidades de intervención del Estado conlleva pasar
de políticas llevadas a cabo en nombre de la integración a políticas
conducidas en nombre de la inserción. Las primeras buscan grandes
equilibrios, la homogeneización de la sociedad, mientras que las po-
líticas de inserción obedecen a una lógica de discriminación positiva,
con estrategias específicas para sectores excluidos de la sociedad. La
insistencia en la exclusión puede acabar funcionando como una tram-
pa tanto para la reflexión como para la acción, ya que se renuncia a
tomar en consideración y a intervenir sobre los procesos que generan
tales situaciones límite (Castel, 1996, 1997).
Efectivamente, hay «excusas» que quieren olvidar los procesos que
generan ciertas situaciones de exclusión: una vez que la derecha ha lo-
grado definir la situación, todo lo que aparezca en contra es un sinsen-
tido; los excluidos son los que no han sabido adaptarse a una situación
en la que, hipotéticamente, se les ha ofrecido igualdad de oportunida-
des. El gran peligro de esto es que, si el objetivo máximo del Estado
es la competición económica, sólo se contemplan como necesarias las
políticas sociales que ayuden a ello, con lo cual las transferencias a los
desfavorecidos son mucho más complicadas.
A los desafíos que se ciernen sobre el Estado de bienestar se le
añade el creciente escepticismo de la ciudadanía, cualquiera que
sea su ideología, sobre la deseabilidad y la eficacia de la planifi-
cación y el control estatales, el surgimiento de una preocupación
cada vez mayor por la autonomía individual y un respeto por las

13
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

fuerzas del mercado; también una conciencia de que dar al Estado


la responsabilidad del bienestar individual tiende a oprimir y a ser
ineficaz (Inglehart, 1998). En opinión de Cerny (1997: 158), son los
constreñimientos internacionales y transnacionales los que limitan
las acciones que los actores del Estado y del mercado creen que el
Estado finalmente puede hacer.
Esta situación se ve enmarcada en una época en que la utopía ha
perdido su relevancia. Bauman habla de un período de privatización
de la utopía y de los modelos del bien, con los modelos de «vida
buena» que emergen y se separan del modelo de sociedad buena
(Bauman, 2001: 15). Si la utopía no tiene una función social, según
Jameson (2004: 37), acaso la razón resida en la disociación histórica
entre dos mundos diferentes que caracteriza la globalización: en uno
de esos mundos, la desintegración de lo social es tan absoluta (entre
miseria, pobreza, desempleo, hambre, desdicha, violencia y muerte)
que los programas sociales de compleja elaboración de los pensado-
res utópicos resultan de una frivolidad equiparable a su irrelevancia;
en el otro, una riqueza sin precedentes, la producción informatizada,
descubrimientos científicos y médicos inimaginables hace un siglo, así
como una variedad infinita de placeres comerciales y culturales, pare-
cen haber vuelto la fantasía y la especulación utópicas tan aburridas y
anticuadas como los relatos pretecnológicos del viaje espacial.
El cambio fundamental hacia un Estado con una personalidad
unívoca ofrece un estrecho margen para la vertebración ideológica
según modelos antagónicos. Los tradicionales puntos de referencia
políticos de izquierda y derecha ya no son útiles, las diferencias ideo-
lógicas deberán darse, por tanto, con relación a variables no vincula-
das al Estado.
El movimiento hacia el centro político no es (solamente) un inten-
to por parte de los partidos políticos de hacer suya una mayor área
de indicadores de éxito electoral, sino una transformación necesaria
lastrada por el cambio en el Estado, a la que ha venido vinculada una
inevitable reelaboración ideológica, caso por ejemplo de las «terceras
vías». Así, para la izquierda es muy difícil configurar una nueva mayo-
ría social de apoyo aglutinada mediante una idea de Estado acorde
con una alternativa ideológica suficientemente diferenciada. También
le es difícil canalizar y vertebrar una influencia ideológica de izquierda
cuando ya no dispone del Estado como actor principal.

14
Capítulo 1. Introducción

En este trabajo se estudiarán dos alternativas de izquierda, las re-


presentadas por la Red de Gobernanza Progresista y la Internacional
Socialista, para ver de qué manera recogen las inercias de los cambios
y observar si ofrecen una alternativa acorde con los valores que se les
presuponen, de qué manera adoptan las pautas de la globalización
o si configuran un antagonista político como contrincante electoral
y, en definitiva, en torno a qué elementos se desarrolla la contienda
electoral en el caso de las alternativas de izquierda en el nuevo con-
texto.

15
Capítulo 2
La ocupación del centro

2.1 La ocupación del centro para la captura de votos

2.1.1 El cambio en los partidos

Los términos «izquierda» y «derecha» deben su acepción actual a una


posición espacial, la colocación de dos grupos enfrentados durante
la Asamblea constituyente de 1792 en la Francia revolucionaria. La
dicotomía recibió su primer contenido de las posturas sostenidas por
el grupo de la Gironda, que se situó a la derecha del presidente, y el
de la Montaña, que se situó a la izquierda. Los situados en el centro,
la masa indiferenciada, se denominó el Llano o la Marisma.
Esta identificación de las posiciones políticas está ligada a una re-
ferencia en un espacio determinado, hecho que se perpetúa hasta la
actualidad, aunque obviamente, el sentido de la dicotomía en la que
se basa varía según el lugar o la época en la que se sitúe. Es interesan-
te destacar que ya desde el principio de la diferenciación ideológica
se reservaba un sitio a los considerados masa indiferenciada, es decir,
a aquellos que no tomaban partido por ninguna de las opciones es-
tablecidas.
En la actualidad, esta última posición se ha convertido en objeto de de-
seo por parte de los partidos políticos con aspiraciones de gobernar, pero
no por ello el término ha dejado de tener connotaciones ambiguas. En el
acercamiento a un término como el de «centro» ha de tenerse en cuenta
que el hecho de carecer de una definición exacta ha facilitado innumerables
definiciones subjetivas del mismo.
La búsqueda de ese centro político conlleva irremediablemente una ate-
nuación de las primigenias concepciones ideológicas de las opciones po-
líticas. Si bien este tipo de movimientos han sido fuertemente criticados,
cualquier aproximación de los partidos hacia ese centro imaginario, pero tan
determinante, es inevitable.

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El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

2.1.2 El desalineamiento clasista como detonante del cambio

Podríamos decir que la búsqueda del centro por parte de los partidos
políticos y el consiguiente estrechamiento del área de juego vienen
dándose desde décadas atrás. Causa directa de la variación de rumbo
es el cambio en las sociedades europeas de la relación, la clase social
y la adscripción a un determinado partido que se presumía lógica tras
la segunda guerra mundial.
La perspectiva de las clases sociales ha sido utilizada como punto
de referencia en torno al cual vertebrar la captación de voto. Denota
una forma de mirar las sociedades que parte de los siguientes supues-
tos sobre los procesos, vínculos causales y direcciones decisivos del
cambio social:

• Las clases son fundamentalmente un fenómeno que refleja el pa-


pel causal fundamental de la propiedad del capital y las capacida-
des de mercado, especialmente las capacidades en el mercado
de trabajo, a la hora de estructurar los intereses materiales y las
relaciones sociales.
• Son formaciones sociales que reflejan pautas observables de des-
igualdad, asociación/distancia y conflicto. Las clases se convierten
así en las más importantes agrupaciones sociales y se constituyen
a partir de las coordenadas establecidas por la causalidad funda-
mental de clase (socioeconómica).
• Las desigualdades y fracturas de clase configuran, si no la prin-
cipal, sí al menos una base importante y persistente de la iden-
tidad y la acción fuera del ámbito de la producción económica.
La pertenencia de clase afecta a la elección de estilos de vida, al
acceso de oportunidades educativas, a la renta, a las preferencias
de voto, etc.
• Las clases son actores colectivos potenciales en los ámbitos eco-
nómico y político. En la medida en que luchan contra otras clases,
pueden transformar el conjunto general de instituciones sociales
del que forman parte (Pakulski, 1999: 18-19).

Pero los partidos se encuentran con el llamado «desalineamiento


clasista» (Caínzos, 1999: 2), que rompe con la tradicional identifica-
ción entre la clase social a la que se pertenece y el partido que teó-

18
Capítulo 2. La ocupación del centro

ricamente mejor representa sus intereses. A este respecto, Caínzos


afirma que, como consecuencia de las transformaciones en curso en
la actualidad, lo predominante es la fluidez, la volatilidad y la autono-
mización de los valores, las actitudes y las conductas políticas de los
ciudadanos con respecto a toda dependencia socioestructural. Como
consecuencia, se daría una reducción de las diferencias entre las pau-
tas de voto de las diferentes clases sociales. Este desalineamiento nos
remite a unos procesos interrelacionados y paralelos: el declive de las
organizaciones y de demandas políticas específicamente de clase y la
decadencia de la imaginería de clase en política. Los índices utilizados
para confirmar que efectivamente se da este desalineamiento subra-
yan que el declive del voto de clase se confirma independientemente
de que usemos un «índice de Alford» o modos más complejos de
regresión, e independientemente de que las clases se conceptualicen
en términos ocupacionales dicotómicos o tricotómicos (manual-no
manual-agrario) o de forma más compleja incluyendo el autoempleo
y los puestos de supervisión (Pakulski, 1999: 28).
En el declive de la relación directa y de la solidaridad colectiva in-
fluyó, sin duda, el cambio en la composición y la estructura de la clase
obrera. El final del ciclo fordista incrementó las diferencias salariales,
generacionales, étnicas y de género que anteriormente ya existían,
pero que se vieron agudizadas por el proceso de reestructuración ca-
pitalista. El obrero masa, que había sido la vanguardia de la lucha en
los años sesenta, se segmentó estructuralmente y se dividió cultural-
mente. Tal como afirma Wolfgang Merkel (1994a: 14-15), a partir de
los setenta el avance tecnológico aceleró la reducción de la tasa de
empleo en la industria, manteniéndose el crecimiento del sector ser-
vicios. Como consecuencia, se redujo el número de obreros industria-
les, el grupo de mayor importancia de la clientela tradicional de los
partidos socialdemócratas. Este proceso de contracción acompañaría
desde los años setenta a una creciente diferenciación de los trabaja-
dores de «cuello azul». Las divisiones entre trabajadores y parados,
trabajadores a tiempo completo y a tiempo parcial, trabajadores de
plantilla central y marginales, o trabajadores del sector privado y del
sector público, trajeron consigo una creciente diferenciación de los
intereses de los trabajadores.
Por otro lado, ya desde los años sesenta nos encontramos con
el fin del industrialismo, que trae cambios en la economía, la tec-

19
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

nología y los sistemas de trabajo, dando paso a la sociedad pos-


tindustrial (Bell, 1976). Este paso supone cambios muy importantes
en el entramado institucional. Tal y como afirma Bell, el principio
sobre el que se moverá la sociedad postindustrial es la centralidad
del conocimiento teórico y del conocimiento técnico como fuente
de innovación y de elaboración de políticas. El ámbito estrella es la
capacidad de los técnicos y los teóricos en economía y en informa-
tización de la comunicación. Por lo tanto, se da un cambio radical
de la distribución ocupacional que va a dar una preeminencia total
a las clases profesionales y a los técnicos. También hay un cambio
desde una economía productora de mercancías a otra productora
de servicios (Bell, 1976: 28-32).
A esto añade Giddens (1994: 311) que la teoría de la sociedad pos-
tindustrial se ve estimulada por la disminución general de la propor-
ción de la población laboral empleada en puestos de trabajo de tipo
manual en las sociedades avanzadas y, particularmente, por el hecho
de que dentro de la expansión global del trabajo de cuello blanco,
los índices de crecimiento de las ocupaciones técnicas y profesionales
han sido especialmente altos.
Estos principios sobre los que se basa la sociedad postindustrial
traen problemas sociales, ya que, aparte de terminar con formas de
estructuración existentes hasta ahora, trae cambios en la cultura y en
el comportamiento de los sujetos, a los que habrá que resocializar
en este nuevo entramado (Bell, 1976). Como afirma Esping-Andersen
(1999: 229), «un punto clave de la tesis del final de las clases es que
las tendencias postindustriales disuelven la experiencia tradicional
homogénea y colectiva del trabajo, promoviendo de este modo el
individualismo y la diferenciación».
Lo que es algo ya tangible es, según Giddens (1994: 304), que la
clase obrera no es un actor privilegiado de la escena moderna. Esto
es debido a que la producción de conocimientos, primordial en el
postindustrialismo, sustituye a la producción de mercancías, en la que
la fuerza de trabajo del obrero era fundamental.
En este sentido, Lamo de Espinosa (1996: 35, 37) afirma que los
cambios de los partidos derivan de esa modificación profunda de sus
sustentos sociales. Durante siglo y medio, las clases sociales han sido
el mecanismo básico de agregación de intereses, y los partidos, las
máquinas que gestionaban esa agregación, pero los nuevos riesgos

20
Capítulo 2. La ocupación del centro

aparecidos son difícilmente subsumibles bajo la estructura de clases.


Lamo de Espinosa justifica su anterior afirmación explicando que las
variables que discriminan riesgos al margen de la clase social son el
sexo, el hábitat, la posición profesional, etc., es decir, que las socie-
dades, al ser más abiertas, individualizan a las personas, las hacen
más singulares, y si lo más importante son las trayectorias individuales
y no de clase, los problemas se desagregan y, en consecuencia, los
conflictos1.
Por consiguiente, el conflicto electoral en torno a las variables de
clase no nos traslada la verdadera competencia electoral. El viejo
contínuum izquierda-derecha está dando paso a un espacio político-
ideológico multidimensional y tremendamente departamentalizado.
Ello desdibuja los contornos políticos y pone en crisis a los partidos tal
y como existían. Concretamente, el desarrollo de un electorado más
competente y mejor informado que el que había hace treinta, cuaren-
ta o cincuenta años, el crecimiento del individualismo y la atomización
de la sociedad moderna, han influido en el sentido de la solidaridad
colectiva, que era el requisito previo para tener un partido de masas
tradicional (Marcet, 1996: 76).
De tal manera que, si algún partido utilizara excesivamente el se-
ñuelo de los intereses de clase, renunciaría automáticamente a parte
del electorado. Aun así, el voto no ha llegado a ser totalmente inde-
pendiente de la clase social, aunque más que como un factor decisi-
vo, tendremos que verlo como una variable más.
En cuanto a la personalidad de los nuevos desafíos, tal y como nos
lo explica Claus Offe, los conflictos no son menos graves que los re-
presentados bajo la modalidad clasista, pero difieren de estos en que
la nueva pauta se compone de una pluralidad de grupos y categorías
relativamente pequeñas que se desplazan rápidamente en volumen,
influencia y coherencia interna sin eje dominante de conflicto (Offe,
1990: 206).
Como consecuencia de que el paradigma de las clases haya per-
dido su anterior fuerza explicativa para interpretar las nuevas divi-
siones sociopolíticas, en adelante las ofertas electorales tendrán que

1
Aunque también es cierto que hay autores como Mair (1998: 32) que continúan
afirmando que los tradicionales principios de izquierda y derecha han absorbido los
valores cambiantes y que cualquier cambio que pudiera darse habría que verlo sólo
desde el punto de vista organizacional.

21
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

tener en cuenta que los intereses del electorado se ven mediatizados


por problemas que atraviesan los ejes izquierda-derecha. Hobsbawm
(2004: 117-119) recuerda que la mayor parte del siglo xix, la división
izquierda-derecha se producía entre el partido del cambio y el de la
permanencia, entre el partido del progreso y el del orden. Pero hoy
día esto ya no es así, no se puede establecer la diferencia anterior,
ya que hay formas de izquierda, por ejemplo los «verdes», que pre-
tenden establecer una pausa al progreso en lo que respecta a varios
cambios económicos y tecnológicos. Lejos queda la época en que,
según Lipset (1987: 191), el conflicto entre diferentes grupos se ex-
presaba por medio de partidos políticos que representaban la «mani-
festación democrática de la lucha de clases»2.

2.1.3 El cambio en los valores y la política posmoderna

Hay autores que inciden en la idea de que las excepciones al mo-


delo tradicional de política de clases han ido aumentando, hasta
el punto de que los temas tradicionales de derecha-izquierda han
perdido su fuerza dinámica y, como resultado, la polarización de
los partidos en torno al conflicto de clases explica cada vez me-
nos. Las líneas de acción y los diferentes temas surgidos los han
englobado en torno a la denominación «Nueva Cultura Política»,
la cual nos explica que la dimensión clásica de izquierda-derecha
ha sido transformada. Las últimas décadas han visto movimientos
hacia el liberalismo social y hacia el conservadurismo fiscal; estas
dos tendencias, en su opinión, son contrarias al modelo tradicional
de política de clases, reclamando una nueva interpretación (Clark y
Hoffman-Martinot, 1998).
Pasamos, según Inglehart, a una política posmoderna que se
caracteriza por un abandono del conflicto político basado en la

2
Lipset (1987:115) veía una relación lógica entre ideología y base social, en la
que la izquierda socialista obtenía su fuerza de los trabajadores manuales y de los
estratos rurales pobres; la derecha conservadora estaba apoyada por los elementos
más bien acomodados y por aquellos sectores de los grupos menos privilegiados que
habían permanecido implicados en las instituciones tradicionalistas, particularmente
la Iglesia. El centro democrático estaba apoyado por las clases medias, especialmen-
te los pequeños comerciantes, los trabajadores de oficina y los sectores anticlericales
de las clases profesionales.

22
Capítulo 2. La ocupación del centro

clase y que pone un mayor énfasis en las cuestiones concernien-


tes a la cultura y la calidad de vida (Inglehart, 1998: 58). Esta si-
tuación acarrea problemas de posición a los partidos políticos, ya
que el voto basado en la clase social ha descendido, mientras que
ha aumentado la tendencia de los electorados occidentales a po-
larizarse según los valores posmaterialistas frente a los materia-
listas (Inglehart, 1998: 334)3. También hemos de tener en cuenta
la sustitución, como consecuencia de la posmodernización, de las
políticas ideológicas por las de identidad (referentes a grupos sur-
gidos como consecuencia de las identidades étnicas, nacionales,
culturales, de orientación sexual, de género, lingüísticas, etc.), ya
que ha producido un importante cambio en los perfiles de las po-
líticas, que han pasado de fundamentarse en discursos generales,
abstractos, a hacerlo en reivindicaciones dispersas, particulares,
ganando con este desplazamiento espacio político para la reivindi-
cación de nuevas libertades y una nueva y más extensa pluralidad
(Águila y Vallespín, 1998: 451).
Derivados tanto del desalineamiento clasista como de la apari-
ción de nuevos valores, surge una multiplicidad de intereses muy di-
fíciles de englobar bajo el discurso partidista. En opinión de Paramio
(1999: 91), las demandas de la ciudadanía son difíciles de satisfacer
simultáneamente, pues la diferenciación social lleva a las personas
a moverse a la vez en varias situaciones sociales, multiplicando así
las identidades posibles. Aumentan las identidades colectivas, que
equivalen a la multiplicación de los ejes de preferencias, no a un
mayor número de demandas agregables a un solo eje. De ahora en
adelante, la naturaleza de las luchas democráticas debe ser com-
prendida desde una teoría del sujeto como autor descentrado, arti-
culado en la multiplicidad de sus posiciones de sujeto (Máiz y Lois,
1998: 420).

3
Inglehart (1998) explica que durante la mayor parte del siglo xx el eje dominan-
te de la división política fue la polarización izquierda-derecha basada en cuestiones
económicas, en la cual la clase trabajadora apoyaba a la izquierda y la clase media a la
derecha. Con la posmodernización, una visión del mundo nueva reemplaza a las visio-
nes del mundo predominantes desde la Revolución Industrial. Esto refleja un cambio
en lo que la gente quiere de la vida. Si en el pasado los conflictos económicos domi-
naban la escena, la economía lo era todo, esta idea parece ahora menos plausible.

23
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

2.1.4 La pugna por la maximización del voto

2.1.4.1 El partido «atrápalo todo» y el partido


«profesional-electoral»

Cuando el cordón umbilical que unía una clase social determinada a


un partido político desaparece, este último se reestructura para amol-
darse a las nuevas circunstancias. Una de las primeras cristalizaciones
de estos cambios en los partidos, un primer peldaño, fueron los par-
tidos tipificados como «atrápalo todo» (catch-all) en la terminología
clásica de Kirchheimer (1980) o partidos «profesional-electorales», se-
gún la terminología de Panebianco (1990), y son el peldaño siguiente
a los partidos de masas. Las características que imprime esta transfor-
mación determinan casi todos los elementos relevantes de los parti-
dos políticos modernos.
Ideas similares a este punto ya fueron recogidas por Lipset cuan-
do hablaba del «consenso funcional propio de las democracias
modernas». En él, los partidos mayoritarios tienden a recoger las
aspiraciones de un amplio espectro del electorado, de tal manera
que sus programas globales van diferenciándose cada vez menos
(Lipset, 1987).
Para Kirchheimer (1980: 336), bajo las condiciones de una socie-
dad que se orienta cada vez más hacia ideas seculares y hacia bienes
de consumo de masas, una sociedad en la que se alteran las relacio-
nes de clase o se manifiestan con menor dureza, los antiguos parti-
dos de masas de base clasista o confesional están sometidos a una
presión que los pone en vías de convertirse en partidos «atrápalo
todo». Su estrategia es la de incorporar moral y espiritualmente a las
masas, y dirigir su atención hacia todo el electorado. El partido puede
esperar racionalmente conseguir más votos en las capas electorales
cuyos intereses no entren en una colisión tan fuerte como para que
todo intento de ganárselas esté condenado de antemano al fracaso,
o encierre el peligro de la autodestrucción. Además, las mejores po-
sibilidades de éxito las ofrecen aquellos fines sociales que se sitúan
más allá de los intereses de los grupos. De este modo, las fronteras
del interés de grupo quedan rebasadas (Kirchheimer, 1980: 332).
Según Kirchheimer (1980: 337, 338, 344), este cambio significa
posponer de modo radical los componentes ideológicos del partido,

24
Capítulo 2. La ocupación del centro

la desvalorización del papel del miembro individual (se considera un


vestigio del pasado) y un mayor fortalecimiento de los políticos situa-
dos en la cumbre del partido, el rechazo de un electorado de base
confesional o clasista, que se sustituye por una propaganda electoral
encaminada a abarcar toda la población, y un esfuerzo por establecer
lazos con los más diversos grupos de interés, que sirven de mediado-
res para conseguir votos. Para obtener el mayor número de electores
es necesario que la imagen del partido penetre en la mente de mi-
llones de electores como una imagen en la que se confía. Su papel
en el terreno político tiene que ser el mismo que tiene, en el sector
económico, un artículo de uso general, estandarizado y ampliamente
conocido. Además, los programas de estos partidos tienen que ser
lo bastante generales como para que nada pueda ser utilizado en
su contra; matiza que el partido «atrápalo todo» prefiere actuar con
relación a una situación histórica concreta, de manera que los fines
sociales, de nuevo, resultan menos importantes.
Mair (1998: 39, 49) añade razones organizacionales e institucio-
nales a las de Kirchheimer para explicar la tendencia hacia este mo-
delo de partido: la manera en que se financian los partidos, que
tienen ahora más relación con las subvenciones del Estado que la
anterior dependencia a las suscripciones de miembros; las nuevas
tecnologías, que han permitido a los líderes apelar directamente a
los votantes, no dependiendo tanto de las redes organizacionales y
las crecientes disponibilidades de las nuevas técnicas de márketing.
A esto le suma el impacto del cambio social en la organización: un
electorado más informado y competente, y la atomización e indivi-
dualización de la moderna sociedad han horadado el sentido de la
solidaridad colectiva, que sirvió como prerrequisito del tradicional
partido de masas.
Por otro lado, Panebianco (1990: 491) menciona la progresiva pro-
fesionalización de las organizaciones de partido. En este tipo de par-
tidos son los profesionales (los «expertos») los que desempeñan un
papel cada vez más importante y son más útiles cuanto más se des-
plaza el centro de gravedad de la organización, desde los afiliados a
los electores: lo llama «partido profesional-electoral».
Panebianco utiliza la perspectiva de la dinámica organizativa inter-
na de los partidos, la dinámica de la lucha por el poder en el seno de
la organización, para entender su funcionamiento. Para ello utiliza la

25
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

moderna «teoría de la organización» (Panebianco, 1990: 15,17). Ex-


plica que el cambio en los partidos se centra en lo organizativo y que
será consecuencia de un estímulo externo (ambiental y/o tecnológi-
co) que viene a insertarse en el conjunto de factores de tipo interno
que estaban ya de por sí «socavando» la estructura de poder (p. ej.,
los cambios generacionales). El estímulo externo hace, por tanto, de
catalizador, acelerando un proceso de transformación de la estructura
de poder (es decir, de la distribución de recursos entre los distintos
grupos), cuyas precondiciones ya existían con anterioridad. Si no exis-
ten tanto el reto planteado por el entorno como las precondiciones
internas, el cambio no se producirá (Panebianco, 1990: 453). Hay dos
tipos de cambios ambientales que afectan desde hace tiempo a las
sociedades occidentales y que parecen hallarse en el origen de esta
transformación. El cambio en la estructura social, tanto en la proporción
entre los distintos grupos ocupacionales como en las características y
actitudes culturales de cada grupo, repercute en los partidos, modifica
las características de su territorio y actúa sobre sus escenarios políticos.
El electorado se hace social y culturalmente más heterogéneo, menos
controlable por los partidos a través de la organización y ello crea una
fuerte presión a favor del cambio organizativo. El segundo cambio es
de tipo tecnológico y consiste en una reestructuración del campo de la
comunicación política bajo el impacto de los medios de comunicación,
y en particular de la televisión. Los viejos roles burocráticos pierden
terreno como instrumento de organización del consenso y nuevas figu-
ras profesionales adquieren un peso creciente. Como consecuencia, el
área del electorado fiel se reduce y declina ese alto nivel de identifica-
ción con los partidos que aseguró en el pasado la estabilidad electoral
de la mayor parte de los países europeos. El electorado se hace más
independiente del partido y aumenta la «turbulencia», la inestabilidad
potencial del escenario electoral. Y éste es el principal desafío que obli-
ga a los partidos a organizarse, a través de un proceso de mimetismo y
de adaptación recíproca, según el modelo profesional-electoral (Pane-
bianco, 1990: 493-497).
Para Wolinetz (2003: 149, 151-154), los partidos «atrápalo todo» y
«profesional-electorales» comparten características con los partidos
cuya tendencia prioritaria es el vote-seeking, aquellos cuyo objeti-
vo principal es maximizar votos y ganar elecciones. Por esto, aunque
persigan ciertas políticas, éstas no tendrán demasiada consistencia,

26
Capítulo 2. La ocupación del centro

ya que las cambiarán según la convocatoria electoral y pondrán el


énfasis en técnicas diseñadas para ganar votos.

2.1.4.2 La búsqueda del centro y el uncovered set

Llegamos, pues, a un punto desde donde podemos arrojar cierta luz


sobre las características del terreno que decide la balanza. Sin duda,
cuando un partido político quiere lograr el mayor número de votantes,
tiene que decidir cuidadosamente a qué parte del electorado quiere
dirigirse y cuáles son las preferencias que quiere satisfacer. Este es-
pacio imaginario, al que todo partido desea llegar, fue denominado
por Ordeshook uncovered set4: cuando dos candidatos compiten en
un espacio «n-dimensional» de preferencias, existe un conjunto de
puntos que representan propuestas de política que no pueden ser
derrotadas y que constituyen la región central de las preferencias de
los votantes (Ordeshook, 1986: 187).
En opinión de Paramio (2000a: 85), esta necesidad de plantearse
las «n» dimensiones surge de los estudios empíricos que muestran la
existencia de un número creciente de votantes que deciden su voto
en función de cuestiones concretas y no necesariamente a partir de
la posición global de los partidos en un único eje posicional (ideoló-
gico, por ejemplo) en particular; parece evidente que la simple au-
toidentificación ideológica no explica el sentido del voto. El punto
de vista destacado por Paramio termina con la idea de que el bien-
estar material es la cuestión dominante a la hora de decidir el voto
y, como consecuencia, con la perspectiva de la «teoría de la elección
racional» aplicada a la decisión de votar, que nos dice que el elector
busca maximizar su propio bienestar material y decide su voto según
las perspectivas económicas que les pudieran ofrecer los diferentes
programas partidarios.
Este intento de maximización de votos también se ha englobado
en torno a la figura del «votante mediano». González (1994: 283-284)

4
Ésta es una versión del teorema del votante mediano desarrollado por D. Black
en 1958 en su obra The theory of committees and elections (Cambridge University
Press, Cambridge), y según el cual se dará la convergencia de la oferta política de
los partidos con la mediana de las preferencias de los votantes en un único eje de
preferencias.

27
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

recuerda que bajo la regla de voto de la mayoría simple y un sistema


bipartidista, el sistema se inclina hacia las preferencias del «votante
mediano», cuyo esquema ideal de composición gasto público-gasto
privado se encuentra en la mediana de la distribución de dichos esque-
mas. Este esquema de demanda política representa la demanda de-
cisiva que detectan políticos y burócratas y que intentan satisfacer en
sus ofertas políticas, con el objetivo de maximizar el número de votos.
Esta convergencia en torno a la posición del «votante mediano»
puede verse como una moderación de los partidos, y supone un cam-
bio ideológico así como una variación en sus aspiraciones básicas.
Aunque también hay que tomar en consideración dentro del cambio
la rigidez ideológica del partido, es decir, el peso que pueden te-
ner los sectores pragmáticos o dogmáticos dentro del propio partido
(Sánchez-Cuenca, 2004: 326).
Los partidos están obligados a delimitar el área de competición,
esto es, a lo largo de qué dimensiones se alinean los electores no
identificados con ningún partido político, los votos flotantes por los
que vale la pena competir. Para Sartori (2003: 441), la competición
considerada como provechosa no se producirá a lo largo de las di-
mensiones en las que los electores se identifiquen con un partido. El
espacio de competición puede ser muy bien un espacio único, inde-
pendientemente de cuántas sean las dimensiones de tensión y/o de
identificación.
Siguiendo la lógica de la «teoría económica de la democracia»,
en ciertas condiciones, la competencia electoral entre dos partidos o
candidatos genera un resultado de equilibrio que coincide con el «vo-
tante medio», es decir, aquel a cuya derecha hay el mismo número de
votantes que a su izquierda; más exactamente, defiende que, siempre
que no hay abstención, los votantes son racionales y tienen preferen-
cias consistentes en un espacio unidimensional, y como consecuencia
el partido ganador en una competición entre dos partidos es aquel
que adopta la posición política que coincide con el «votante medio».
Uno de los resultados de este movimiento es el «desplazamiento ha-
cia el centro de los partidos» (Ovejero, 2003: 340).
Este uncovered set, el espacio en el que habita el «votante media-
no», y el área de competición de la pugna electoral bien podrían su-
poner calificativos de ese «centro» como banco de votos que puede
ofrecer la victoria electoral.

28
Capítulo 2. La ocupación del centro

2.1.5 La reducción de espacios en torno a los votantes

Son muchos los autores que defienden que la búsqueda de ese cen-
tro es la razón de ser de la estrategia de los partidos. Así, como afir-
ma García Cotarelo (1985:101), los procesos electorales tienen casi
todos, o todos, las mismas consecuencias a largo plazo: aglutinar los
esfuerzos de los partidos políticos en el centro de las propuestas po-
líticas, de forma que los partidos acaben disputándose una amplia
franja de los electores que va desde la izquierda moderada a la de-
recha también moderada. Lamo de Espinosa (1996: 39-40) explica
este fenómeno indicando que, en la escala de posición ideológica
izquierda-derecha, las distribuciones bimodales, con dos cimas, una
a la derecha y otra a la izquierda, indicadores claros de polarización
social y política, son progresivamente sustituidos por distribuciones
unimodales, con una sola montaña, normalmente situada en el centro
o cerca de él, de modo que la media y la moda tienden a coincidir
y la desviación típica se reduce. Esto supone un cambio esencial en
la topografía política, pues significa que los electores están cerca los
unos de los otros y son votantes potenciales de casi cualquier partido.
Así, la estrategia de los partidos será la de acercarse al centro evitan-
do toda confrontación ideológica que cree divisiones irreconciliables,
suavizando y eliminando progresivamente el contenido ideológico
histórico en aras de mensajes más técnicos, neutros, moderados y
populistas.
Estas dos últimas perspectivas someten cualquier consideración
sobre el centro político a una visión desnaturalizada de las ideologías
políticas, además de dejar en evidencia a los partidos como simples
máquinas «recaudavotos», y no dejan resquicio al posicionamiento
tanto de los votantes como a los partidos en torno a la dicotomía
izquierda-derecha.

2.2 El centro como abandono y amalgama

Aunque hay algunos teóricos que arrojan una luz indirecta sobre el
significado del término «centro», los intentos para establecer un sig-
nificado concreto son insuficientes. Daalder (1984: 93) se aventura a
dar dos razones de esta indeterminación. La primera es el hecho de

29
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

que la palabra «centro» está sujeta a diferentes tipos de metáforas


que pueden verse en términos de localización, y según las cuales un
individuo o partido ocupa una posición de centro en un espacio po-
lítico concreto; otros autores razonan en términos mecánicos, y para
ellos la interacción entre partidos deja ver las fuerzas centrípetas o
centrífugas; otros se centran en diferentes tipos de divisiones, de na-
turaleza normalmente dual. Un segundo punto de confusión podría
ser el hecho de que no se especifique correctamente la unidad de
análisis. Para algunos, el centro es un punto teórico, en torno al cual
los partidos pueden estar cerca o lejos. Para otros, el centro es un
actor: por ejemplo, un partido en un sistema de partidos concreto.
En la actualidad, podrían englobarse varias definiciones del centro
bajo el epígrafe «abandono», ya que muchos autores lo consideran
una desnaturalización de las opciones políticas primigenias. El ataque
más insistente desde esta perspectiva señala que las opciones ofre-
cidas desde este punto de vista no pueden ser más que giros ilícitos
con el objetivo de captar a un electorado de centro que oscila según
la coyuntura. Los movimientos para el aprovechamiento de este seg-
mento de votantes son a la fuerza desnaturalizaciones de unas ideolo-
gías que están sólidamente cimentadas y que responden a una lógica
y a un diseño de sociedad determinadas. El centro sería, por tanto,
un abandono a fuerza de inyectar elasticidad a una ideología que ca-
rece de tal cualidad, ya que la posesión de dicha cualidad supondría
terminar con una de sus características determinantes.
Un primer movimiento hacia el emborronamiento de las líneas di-
visorias partidistas es la conversión de los partidos, de representan-
tes de unos intereses homogéneos de clase y con objetivos político-
económicos vinculados a ésta a partidos orientados a la totalidad
de la población5, diluyéndose en cierta forma parte de su signo dis-
tintivo e impidiendo la creación de identidades colectivas en torno
a ellos. Abundando en las características de la metáfora de centro
como abandono, vemos que cuando los partidos están en el gobier-
no se encuentran con unas restricciones económicas y sociales que
tienden a minimizar sus enunciados programáticos (Birnbaum, 2003:
259). Como consecuencia, se adaptan las posturas ideológicas de los

5
Son los partidos «atrápalo-todo» (Kirchheimer, 1980) o «profesional-electora-
les» (Panebianco, 1990).

30
Capítulo 2. La ocupación del centro

partidos, moviéndose en un espacio cada vez más reducido6. Esman


(2002: 367) explica este cambio mediante su principal resultado, pre-
cisamente el estrechamiento de las diferencias políticas y las posturas
electorales entre la izquierda democrática y los partidos conservado-
res. Estos últimos tienen que aceptar como legítimos tanto la estruc-
tura democrática del Estado, como las instituciones principales del
Estado de bienestar. Por el contrario, la izquierda ha aceptado el ca-
pitalismo de mercado y la importancia de mantener un clima atractivo
para la inversión privada y las operaciones de los negocios. Añade
este autor que el estrechamiento de diferencias puede haber creado
una era de políticas de consenso en Europa. Los principales partidos
están de acuerdo en lo fundamental y se rotan en el gobierno7.
Es inevitable desde esta perspectiva observar lo expuesto por los
teóricos del «fin de las ideologías» en lo referente al emborronamiento
de las diferencias ideológicas. Gamble afirma que el «fin de la historia»
y el «fin de la ideologías»8 significan que el liberalismo económico y
político ha triunfado, que ya no existen alternativas viables al capitalis-
mo, que se ha alcanzado el punto final de la evolución ideológica de la
humanidad y que el gobierno democrático y el capitalismo de mercado
son hoy universales. Por ello, las viejas diferencias entre izquierda y
derecha son redundantes, porque no hay ya perspectiva alguna de me-
jorar los principios básicos del Estado liberal democrático o de escapar
de la economía mundial capitalista (Gamble, 2003: 51)9.
El hilo conductor que une lo que constituye una literatura muy ho-
mogénea es que el discurso del fin pretende destronar las historias

6
También existe la idea de que hay unos temas que deberían sustraerse al deba-
te político y sólo admiten una opción política (Vallespín, 2000a: 2).
7
Lo que determina las opciones electorales es el atractivo de los líderes de los
partidos, convirtiéndose así los votantes en consumidores que eligen entre diferentes
marcas del mismo producto (Esman, 2002: 368).
8
El argumento principal del debate del «fin de las ideologías» era que las pro-
puestas ideales y las normas éticas con pretensiones universalistas se habían agotado
o diluido en el acontecer pragmático de las sociedades. Los teóricos del «fin de las
ideologías» advierten que, en el mundo occidental y al final de los cincuenta, se da
un proceso de desilusión ideológica, de reducción de las tensiones políticas por la
desaparición o disminución de fuerza de los conflictos ideológicos. En suma, lo que
plantean es el agotamiento de las energías utópicas (Oliet, 1993: 407-408, 413).
9
Añade Gamble que «lo que describen y comentan Fukuyama. y antes que
él Daniel Bell, es una fase particular de los ciclos del conflicto ideológico sobre el
mejor modo de materializar los principios y valores fundamentales de la civilización
occidental en general y de la modernidad en particular” (Gamble, 2003: 54).

31
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

acerca de la modernidad y la modernización que tuvieron su origen en


forma de doctrinas de la Ilustración. Estas doctrinas eran un conjunto
de metateorías sobre la historia y la sociedad que rechazaban las teo-
rías cíclicas del cambio a favor de la idea de progreso (Gamble, 2003:
27-28). En este sentido, John Gray señala que el mundo en el que pu-
dieron llegar a ser posibles las corrientes políticas que recrean alguna
versión de la idea ilustrada del progreso hacia la civilización universal,
cualquiera que sea su vertiente, ha desaparecido (Gray, 1998)10.
Por otra parte, merece la pena prestar atención al término «cen-
tro» como referencia al lugar donde se subsumen las diferencias ideo-
lógicas, como amalgama ideológica. En una interpretación de la so-
ciedad actual con relación al centro, Daniel Innerarity (2000) explica
que, al igual que las ideas políticas, la vida política parece estancarse
en un «centro» amplio y difuso, en el que todos los partidos compiten
en la promesa de combinar lo uno y lo otro: libre mercado y Estado
de bienestar, individualización y justicia social, desregulación y gober-
nabilidad. Las perspectivas que ofrece en «nuevo centro» o «tercera
vía» no pasan de ser un sincretismo que se presenta como solución a
todas las demandas, muchas veces contradictorias e incompatibles,
que se plantean al Estado. Según Innerarity, la disputa consiste única-
mente en cuánto debe costar ese aparato y qué grupos de interés se
atenderán preferentemente. Los votantes sólo se plantean quién es
capaz de hacer lo mismo mejor (Innerarity, 2000: 64-65).
En el sentido de amalgama ideológica, Duverger (1981: 242-243)
llama «centro» al lugar geométrico donde se reúnen los moderados
de tendencias opuestas: moderados de derecha y moderados de iz-
quierda; todo centro está dividido contra sí mismo al permanecer se-
parado en dos mitades, centro-izquierda y centro-derecha, ya que el
centro no es otra cosa que la agrupación artificial de la fracción dere-
cha de la izquierda con la fracción izquierda de la derecha.
Desde esta perspectiva, podemos entender la definición de Bob-
bio sobre la posición de «tercero incluyente». Explica Bobbio que la
contraposición derecha e izquierda representa una típica forma de
pensar por díadas, en la que los términos son antitéticos, esto es,

Todos los movimientos políticos nacidos de la Ilustración, ya fueran liberales o


10

marxistas, compartían la misma utopía, o sea, la de alcanzar vigencia universal (Gray,


1998).

32
Capítulo 2. La ocupación del centro

nacidos de la interpretación de un universo formado por entidades


divergentes que se oponen las unas a las otras. Pero la distinción, en
principio, no excluye las posiciones intermedias. De hecho, una de
estas posiciones, la de un «tercero incluyente», tiende a ir más allá de
la contraposición izquierda-derecha englobando estas posiciones en
una síntesis superior que intenta salvar lo que se pueda de la propia
posición, atrayendo la posición adversaria. Una expresión típica de un
pensamiento de «tercero incluyente» ha sido por ejemplo el «socialis-
mo liberal» o «liberal socialista» (Bobbio, 1998a)11.
Otro ejemplo sería la «estrategia de la triangulación» de Clinton,
ideada por su asesor Dick Morris, que le permitió ganar un segundo
mandato, ya que neutralizó a sus adversarios mediante la utilización
de las ideas republicanas y su combinación con políticas de izquier-
da en cuestiones relacionadas con el aborto y la educación (Mouffe,
2003: 127).
Y es que la búsqueda de propuestas políticas que sean mayori-
tariamente aceptadas por la sociedad ha sido siempre objetivo de
los partidos políticos. Según esta perspectiva, en cada país se dará
un «espacio ideológico» que engloba las propuestas que son electo-
ralmente populares y los partidos se moverán para intentar cubrirlo
(Ware, 2004: 88). Siguiendo el modelo de Downs, que sostiene que el
objetivo de todo partido es ganar las elecciones porque de lo contra-
rio no se obtiene ninguno de los gajes de los cargos públicos, todas
sus acciones se dirigirán a maximizar el número de votos. Las ideolo-
gías por tanto son productos de este deseo y sirven como instrumen-
to para conseguir el poder (Downs, 1973: 37, 119).
También podría establecerse un paralelismo entre lo que significa
centro y lo que ha significado ser liberal. Eccleshall explica que el ad-
jetivo «liberal» denota un actitud mental más que un credo político;
«liberalismo» suele utilizarse como expresión abreviada de lo que se
consideran las características más deseables de nuestra cultura políti-
ca, es una amalgama de valores que ninguna persona honrada recha-
zaría (Eccleshall, 1999: 42-43).
Así, el término «centro» puede relacionarse con el talante centris-

11
Ejemplo de ello podría ser la obra Socialismo liberal de Carlo Rosselli (Rosselli,
1991), que combina los principios de libertad y de igualdad. En esta doctrina abstrac-
ta, el liberalismo es un método y el socialismo un ideal.

33
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

ta. A esta categoría pertenecen aquellos autores que no creen que el


centrismo suponga una eliminación o adicción de ningún elemento a
sus puntos de partida. Se centran básicamente en enfatizar la mesura
o determinación con las que han de aplicarse las políticas, o bien en
subrayar que se trata de un ejercicio taimado de política.
Podemos así comenzar a contemplar la verdadera personalidad del
centro, que supone que aun partiendo de diferentes lugares, todos
los partidos acaban transitando la misma senda. Unos se encuentran
más a la izquierda o más a la derecha que otros, pero «todos van por
el mismo camino» (Ware, 2004: 89) 12.
No obstante, es necesario dar un paso más para la concepción
del «giro al centro» de los partidos. La transformación en partidos
«atrápalo todo» y la ocupación del centro político como objetivo final
para la búsqueda del «votante mediano», que brinda la victoria elec-
toral, podría parecer suficiente para explicar un giro al centro, pero
no explica la necesidad de ese otro «giro al centro» escenificado por
los partidos en los años noventa. Es decir, se ha madurado durante
décadas la manera en la cual maximizar la cuenta de resultados para
alcanzar el éxito electoral, que ha venido dictada indirectamente por
los cambios económico-estructurales, pero el armazón organizativo-
estructural de los partidos había logrado seguir el ritmo de estas exi-
gencias; por lo tanto, nos encontramos con que falta una línea de
razonamiento que explique paralelamente una «cierta confluencia
ideológica» en las teorizaciones de las alternativas de «tercera vía»
o «centro político», que no son sino intentos de aprehender y adjeti-
var el cambio al que obligatoriamente han tenido que someterse los
partidos.
Los partidos, aparte del desafío que supone la captación de un
electorado cada vez más plural en sus intereses, no tienen más reme-
dio también que dejarse llevar por otro tipo de condicionantes esta-
blecidos que oscilan al ritmo de las reificaciones de ciertos cambios
estructurales que han derivado, a lo largo de las últimas décadas,
en sutiles (pero determinantes en sus consecuencias) consensos que
marcan la pauta a seguir en cuanto a la ideología, restringiendo aún

Gobierno y oposición se acumulan en la misma zona del campo y, si cualquie-


12

ra de ellos se separa en exceso, podría caer en fuera de juego electoral (Vallespín,


2001b: 17).

34
Capítulo 2. La ocupación del centro

más si cabe el espacio para desarrollar los componentes ideológicos


de cada tradición. Los cambios más determinantes se han producido
sin duda alrededor de la idea de Estado.

35
Capítulo 3
La estatalidad como condicionante
ideológico

Para intentar comprender la entidad del centro político en torno al


eje vertebrador del Estado es imprescindible constatar la importan-
cia de la dicotomía izquierda-derecha como criterio ordenador de lo
ideológico.
La colocación, bien de los electores, de los programas, o bien de
los partidos políticos en el contínuum izquierda-derecha, ha servido
de guía para la conceptualización de los espacios ideológicos. Es más,
incluso puede afirmarse que la coherencia ideológica depende de la
capacidad y disposición del público en general a pensar en términos
de izquierda y derecha (Beyme, 1986: 192).
En palabras de Sani y Montero (1986: 156), la supervivencia y la
continuada utilidad de esta dicotomía son debidas al hecho de que
permiten a los actores políticos simplificar el universo político. La dis-
ponibilidad de esta dimensión facilita a actores y observadores ubicar
objetos políticamente relevantes en un marco comprensible y signifi-
cativo. Indicar que algo está situado en uno u otro extremo del con-
tínuum, o en algún lugar intermedio, es tanto como dotar al objeto
de una «identidad política» y establecer relaciones de proximidad o
distancia con otros elementos políticos. Según estos autores, esta
conceptualización también tiene una función connotativa1; implícita
o explícitamente determinan la aparición de un elemento valorativo,
positivo o negativo, en relación con los polos del contínuum.

1
La función connotativa de las imágenes es particularmente importante porque
permite a los ciudadanos emitir juicios sobre objetos políticos sobre la base de sus
etiquetas y sin ningún conocimiento directo de los asuntos considerados. Este meca-
nismo hace posible, entre otras cosas, la supervivencia de imágenes consolidadas y
de estereotipos incluso en presencia de indicios que un observador externo conside-
raría contradictorios. Y ello es así porque, una vez interiorizada, la conceptualización
izquierda-derecha suministra una serie de filtros que afectan o condicionan la propia
percepción de la realidad mediante el descarte de mensajes no congruentes (Sani y
Montero, 1986: 157).

37
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

Entre las características útiles para el análisis que esta dicotomía


nos ofrece, está la de permitir ver la evolución de las posiciones de
cualquier variable a lo largo del espectro en una u otra dirección2.
Así ocurre, por ejemplo, cuando la táctica seguida por un político
es descrita por su pretensión de «captar el centro» (Sani y Montero,
1986: 156).
Teniendo en cuenta que esta división todavía sigue funcionan-
do como criterio de orientación en la lucha política cotidiana y
como mecanismo conformador de identidades políticas (Vallespín,
2000a: 212), es importante subrayar que el elemento según el cual
se sitúan las posiciones de los electores y los partidos en relación
con el contínuum suele ser el ideológico, concretado por la mayor
o menor intervención del Estado en la esfera económica (Downs,
1973: 125; Inglehart, 1998: 315; Panebianco, 1990: 503). Ware
(2004: 62) señala que, aunque quepan otras, lo tocante a la pro-
piedad pública de los medios de producción ha sido el tema que
tradicionalmente se ha considerado el eje divisor entre izquierda
y derecha.
En la actualidad nos hallamos en una situación de tránsito, ya que
se ha hecho patente el trastrueque de posiciones, que se evidencia en
la distinta valoración del Estado (Sotelo, 1998:18). También hay quien
apunta que la dicotomía izquierda-derecha está desfasada ya que su
vigencia retórica acusa la existencia de verdaderos problemas políti-
cos que tienen que ver en términos epistemológicos políticos con el
agotamiento de las ideologías y en sentido histórico político con el
agotamiento de la estatalidad (Molina, 1999: 62). Inglehart destaca
que aunque la dimensión económica de la oposición derecha-izquier-
da todavía existe, su significado ha cambiado radicalmente. Se da
predominantemente un movimiento hacia la privatización de antiguas
funciones estatales; la izquierda está formada por los que se oponen

2
Para situar a los partidos en el contínuum derecha-izquierda hay varios sistemas:
la autocolocación de los votantes, la de los miembros de los partidos viendo los votos
de los partidos en el Parlamento, el análisis de contenido de las plataformas de los
partidos, o el ranking de los expertos (Hazan, 1997:16). O bien, solicitar a personas
representativas de un partido concreto que se sitúen en la escala izquierda-derecha,
tanto a ellos mismos como a su propio partido, y también el resto de los partidos;
construir una escala (o eje) en torno a respuestas sobre preguntas exploratorias para
trazar las dimensiones subyacentes; analizar el comportamiento actual de tales parti-
dos, etc. (Daalder, 1984: 95).

38
Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico

a esa privatización o por los demandan que se haga más lentamente


(Inglehart, 1998: 315-316)3.
En cuanto a la posición de los partidos políticos en el contínuum
vemos que además de la posición que adopten según su concepción
del Estado, no debemos olvidar que están orientados hacia el go-
bierno, aunque sólo sea como alternativa de oposición (Beyme, 1986:
16), y que la tendencia natural de todo partido político es alcanzar el
poder y mantenerse en él una vez alcanzado, así como el hecho de
que traten de realizar lo que, regidos por sus convicciones, deban ser
los fines del Estado (Jellinek, 1980: 185).
Por tanto, podemos establecer una relación bidireccional en lo to-
cante al Estado con la ideología de los partidos políticos. Por un lado,
la concepción de un determinado tipo de Estado sitúa a un partido en
el contínuum, y por otro, los partidos también elaboran sus políticas
de manera que cristalizan su concepción del Estado mediante la bús-
queda de objetivos definitorios.
Siguiendo con esta idea, podría decirse que la configuración
final de objetivos de las políticas viene determinada por la lucha
competitiva entre los partidos. Como explica Schmidt (1980: 175),
si atendemos a los impulsos que dan lugar a la formación, escisión,
desarrollo posterior y transformación de los partidos, observamos
que, en situaciones normales, son los partidos quienes imponen, o
mantienen vigentes, los principios básicos referentes a la forma de
Estado y a la organización de las autoridades, a los modos de obrar
del Estado y a sus limitaciones. Los partidos son las fuerzas forma-
doras del Estado dentro de la vida social, y, a su vez, las normas
del orden y de la actividad estatales son el producto de una lucha
competitiva entre los partidos que buscan la victoria para sus con-
vicciones discrepantes.
La importancia del establecimiento de estos objetivos es más
destacada cuando vemos que incluso definiciones referidas a la «po-
lítica» desembocan en el Estado, como la de Seuffert (1980: 369),

3
Tradicionalmente existía una implícita y extendida asunción entre los socialde-
mócratas de que el grado por el que una sociedad era socialista podía ser medido
por la extensión de la implicación del Estado en la producción de bienes y servicios
(el número de industrias propiedad del Estado, porcentaje del PIB para gasto so-
cial, podrían ser algunas maneras de medición de la intervención del Estado) (Müller,
1994: 38).

39
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

según la cual la política no es otra cosa que la formación y enfrenta-


miento de aquellas partes relativas al «todo», que en cada caso se
presente como inclusivo y conclusivo de las relaciones sociales en su
conjunto. Este «todo» es por lo regular el Estado y originariamente
lo fue la polis, que legó su nombre a la política. También hay quien
opina que el concepto de Estado supone el de lo político (Schmitt,
2002: 49).
Por lo tanto, una vez vista la inevitable imbricación de los partidos
políticos con los objetivos del Estado, resulta evidente que las trans-
formaciones del Estado han obligado a los partidos a ir oscilando a lo
largo de la historia en diferentes posiciones de un contínuum izquier-
da-derecha, que viene determinado por la intervención del Estado en
la economía y que como consecuencia ha moldeado progresivamente
los objetivos a perseguir.
Es decir, si bien la tipología de los partidos políticos no nos permi-
te una categorización unívoca4, sí podemos constatar que los puntos
centrales de la ideología han podido ser definidos con base a un eje
ideológico centrado en el Estado, que ha obligado a los partidos a
considerar su identidad de acuerdo a períodos de predominio de iz-
quierda (consenso socialdemócrata de posguerra) o derecha5. Con
lo cual, a medida que va cambiando la idoneidad de un tipo concre-
to de Estado, va cambiando el centro de gravedad del contínuum
izquierda-derecha.

4
En cuanto a la tipología de partidos políticos, Montero y Gunther (2002:
24,26) señalan que, a pesar de toda la literatura existente, no ha habido conver-
gencia académica alrededor de un marco teórico sistemático. No ha habido ni una
construcción acumulativa teórica ni un mínimo consenso sobre una categorización
de los partidos de acuerdo con conjuntos de criterios consistentes. De los dos
intentos predominantemente deductivos para establecer una teoría general de los
partidos, el funcionalismo estructural y el análisis de la elección racional, ninguno
ha logrado el objetivo de establecer un marco analítico común o al menos una base
para la investigación.
5
Sotelo (1998:18) afirma que los partidos no hacen más que adaptarse a los sig-
nos de los tiempos y que hay que dejar constancia de períodos de izquierda, en los
que prevalecen ideas y sensibilidades de izquierda, y otros de derecha, en los que
pasan por incuestionables valoraciones y supuestos de este ámbito.

40
Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico

3.1 Evolución del concepto de Estado tras la segunda guerra


mundial

3.1.1 Posiciones ideológicas en el contexto socialdemócrata de


posguerra

Tras la segunda guerra mundial, la estrategia keynesiana incide en la


demanda mediante ajustes en la política fiscal, en el nivel de gasto
público e impositivo. Busca con ello equilibrar las injusticias de la eco-
nomía de mercado e intenta erradicar la pobreza y reducir la desigual-
dad social, promoviendo a la vez el crecimiento y manteniendo el
pleno empleo (Heywood, 1997: 95); es decir, en una época en la que
se hizo necesaria la regeneración de la sociedad aunando crecimiento
económico y justicia social, la sociedad y el Estado, en principio dos
órdenes independientes y autónomos, aparecían tan estrechamente
relacionados que el Estado asume la responsabilidad de la dirección
social o «procura existencial» (Zapatero, 1986: 67).
Estas condiciones en las que se desarrollaba el modelo socialde-
mócrata o keynesiano propiciaban un «círculo virtuoso» del creci-
miento (Maravall, 1995: 181), que se basaba en el consenso que las
políticas sociales generaban. El eje vertebrador de este consenso era
la creencia de que los únicos medios para alcanzar estos objetivos
eran las acciones políticas estatales6, rechazando así la idea de que las
fuerzas sociales espontáneas y sus consecuentes modos de conducta
fueran por sí mismas suficientes para garantizar el nivel de desarrollo
económico del que cada comunidad es capaz (Barry, 1987: 1-2).
Podríamos definir el término «consenso» como una superposición
de las posiciones ideológicas de dos o más partidos políticos, refle-
jado en la concordancia en los objetivos de sus políticas (Heywood,
1997: 10). A la construcción de este consenso, cuyo vértice era el
Estado de bienestar, contribuyeron tanto los liberales como los so-
cialdemócratas y era aceptado por la opinión pública conservadora
(Barry, 1987: 1). El hecho de su aceptación por parte de las distintas

6
Durante las décadas de los cincuenta y sesenta en Gran Bretaña fue aceptada
esta alternativa a la que denominaron «bustkellismo», época en que los grandes par-
tidos hollaron un camino similar que llevaba a la eficacia económica y la justicia social.
Defendían medidas nacionalizadoras y la no-oposición a que el Estado desempeñara
su papel en la dirección del nivel de demanda de la economía (Ware, 2004: 99).

41
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

opciones políticas e ideológicas supuso el «gran contrato social del


siglo xx» (Zapatero, 1986: 69), y hay autores que toman este consenso
como «centro» que dominaba intelectual y políticamente el debate
ideológico (Mishra, 1992: 237). Lo cierto es que los programas de
todos los principales partidos políticos cambiaron para poder dar ca-
bida a estas realidades (Gamble, 2003: 49).
Ideológicamente, es evidente que las circunstancias favorecían la
perspectiva socialdemócrata. Keynes convirtió en necesidad lo que
para los socialistas era también virtud (Zapatero, 1986: 68), ya que
la teoría económica de Keynes permitió concebir la política social no
como una carga impuesta al sistema económico, sino como un esta-
bilizador interno del mismo; un mecanismo que, al incentivar la de-
manda, no sólo reactiva la producción, sino que incrementa el consu-
mo y, por ello, el bienestar. Los socialistas llevaban un siglo pidiendo
la actuación pública que permitiera un nivel de vida digno para los
más pobres, petición basada en razones morales. Keynes mostró que
también había razones económicas suficientes para hacerlo (Gallego,
2000: 115).
Aun así, los socialdemócratas también reajustan su posición ideo-
lógica tras el consenso. No hay que olvidar que el Estado de bienes-
tar aplacó las tensiones sociales, y los conflictos ideológicos fueron
sustituidos por la resolución técnica de los problemas económicos
y sociales; y el consenso democrático, posible en la sociedad de la
abundancia, sustituyó a la pasión política y arrinconó los mesianismos
irreconciliables de antaño (Oliet, 1993: 414-415). De ahí que los par-
tidos socialdemócratas no pudieran seguir ligados a una estrecha vi-
sión clasista del futuro, optando por intentar ejercer alguna atracción
sobre todos los estratos de la sociedad. De esta manera, los social-
demócratas aceptaron minimizar el papel de la ideología (Paterson y
Thomas, 1992: 20-22).
Si la coyuntura era propicia para los socialdemócratas, surgían
problemas para el conservadurismo de posguerra como ideología y
como movimiento político, ya que absorbió los elementos principales
de la modernidad y del liberalismo, con lo que en poco se diferen-
ciaba de los liberales; también abrazaron la estrategia de crecimiento
intervencionista y el Estado de bienestar de los socialdemócratas, con
lo que tampoco se diferenciaban mucho de estos últimos. La principal
dificultad con la que se encontraron los conservadores a finales de los

42
Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico

años sesenta es que la competición electoral les empujaba a la izquier-


da y alienaba su núcleo, mientras que, a la vez, no lograban atraer los
suficientes votantes de la izquierda para ganar las elecciones (Girvin,
1994: 196). Así las cosas, los conservadores adoptaron una estrate-
gia que se denominó «conservadurismo tecnocrático», aplicando las
políticas del consenso socialdemócratas de forma pasiva y que hacía
parecer que la administración de la sociedad y la economía hubiera
pasado a ser el principal determinante del comportamiento del go-
bierno (Girvin, 1988: 2).

3.1.2 El consenso de posguerra y el «fin de las ideologías»

Para muchos autores, el Estado de bienestar y el crecimiento de las


economías mixtas representaron una síntesis que supuso el fin de los
conflictos entre el capital y el trabajo y trascendió las batallas ideológi-
cas entre los socialistas por un lado y los liberales y los conservadores
por otro (Macridis y Hulliung, 1998: 87). Uno de los primeros en apor-
tar su visión al debate sobre el «fin de las ideologías»7 fue Seymour
Martin Lipset, para quien los problemas políticos fundamentales de
la revolución industrial se habían resuelto, ya que los obreros logra-
ron la ciudadanía industrial y política, los conservadores aceptaron la
asistencia social por parte del Estado y la izquierda democrática reco-
noció que el incremento del poder estatal en todos los órdenes trae
consigo más peligros para la libertad que soluciones de problemas
económicos; el propio triunfo de la revolución social democrática en
Occidente termina con la política interna para aquellos intelectuales
que necesitan de ideologías o utopías que motiven su acción política
(Lipset, 1987: 359-360).
Por otro lado, en su libro publicado por primera vez en 1960, Bell
entiende que las ideas políticas se agotaron en los años cincuenta,
dando por finalizadas las controversias ideológicas entre concepcio-
nes del mundo que reclamaban para sí la verdad. Para Bell, la lucha
ideológica había sido desplazada por una política pragmática, ten-

7
El debate sobre el «fin de las ideologías» empezó hacia 1950, estimulado por
el fin del fascismo a finales de la segunda guerra mundial y el declive del comunismo
en el oeste desarrollado (Heywood, 1997: 61).

43
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

dente a encontrar soluciones concretas a temas concretos: «Pocas


mentalidades serias creen todavía que puedan determinarse clichés,
ni que, por medio de una «ingeniería social», quepa poner en mar-
cha una nueva utopía de armonía social. […] Son pocos los liberales
«clásicos» que insisten en la absoluta no intervención del Estado en
la economía, y pocos los conservadores serios… que creen que el
Estado social sea un «camino de servidumbre». En el mundo occi-
dental existe, por tanto, un acuerdo general respecto de cuestiones
políticas como la aceptación del Estado social, el deseo de un poder
descentralizado, el sistema de economía mixta y el pluralismo polí-
tico. También en este sentido la era de las ideologías ha concluido»
(Bell, 1992: 449).
La fuerza de estos planteamientos deriva del hecho de que, cuan-
do surgieron en la década de los cincuenta, quedaron instaurados
como una especie de sentido común liberal (Gamble, 2003: 48).

3.1.3 La ruptura del consenso socialdemócrata y la preeminencia


de la perspectiva liberal-conservadora

Las tendencias inflacionistas de finales de los años sesenta y la estagfla-


ción (inflación y paro) de los años setenta se tornaron inabarcables para
la política estatal keynesiana basada en la estabilización de la demanda
inducida por el Estado (Merkel, 1994a: 20). Las condiciones económi-
cas en el mundo se alteraron tan dramáticamente que la prioridad prin-
cipal de los gobiernos era el control de la inflación, dejando a un lado la
política fiscal como instrumento preferido (Gamble, 1986: 33-34).
En ese momento empezaron a resultar convincentes los argumen-
tos del monetarismo, que sostenían que el principal problema no era
el desempleo sino precisamente la inflación8. Los teóricos moneta-
ristas apostaban por una regulación de la oferta monetaria ajustada
a la tasa real de crecimiento, que pudiera permitir moderar las osci-
laciones cíclicas de la actividad y, sobre todo, evitar las tendencias
inflacionistas (Merkel, 1995: 27-28).

8
La opinión pública se concienció de que la inflación era el principal problema, no
ya el pleno empleo; el miedo a la inflación y la creencia de que reducirla debería ser
la prioridad política propició su inicial éxito político e ideológico (Girvin, 1994: 207).

44
Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico

Estas medidas monetaristas eran mucho menos compatibles con


políticas sociales igualitarias, puesto que para esta perspectiva el
gasto público era la causa principal de las dificultades económicas;
existía una relación directa entre el tamaño de los presupuestos y
un efecto de expulsión en perjuicio de las empresas privadas; la in-
tervención fiscal o financiera del Estado y el control de los precios y
salarios no podían estabilizar las economías. De ahí que unos presu-
puestos equilibrados y una menor intervención estatal se considera-
sen necesarios para la eficiencia económica (Maravall, 1995: 182). El
resultado es un cambio de prioridades que prefiere la estabilidad de
precios y la flexibilidad laboral a un elevado nivel de empleo y una
baja tasa de paro. Así, la ofensiva teórica de los monetaristas abrió
una brecha en la ortodoxia keynesiana que favoreció la entrada de
«ideas desestatalizadoras». En los años ochenta, los economistas y
políticos se volvieron cada vez más reticentes a aceptar la capacidad
del Estado para compensar las «supuestas ineficiencias» del merca-
do (Merkel, 1995: 29).
Esta crisis del keynesianismo acarreó la crisis de la socialdemo-
cracia al menos en dos sentidos, ya que cuando los partidos social-
demócratas en el poder intentaban hacer frente a la crisis económi-
ca con instrumentos keynesianos no obtenían buenos resultados y
perdían las elecciones; además, cuando los partidos socialistas en la
oposición llegaban al poder con programas electorales keynesianos,
sólo conseguían revalidar sus mandatos y obtener ciertos éxitos en
su política económica después de desdecirse de sus compromisos
electorales y de emprender la modernización de sus economías me-
diante recetas de corte al menos parcialmente conservador (Picó,
1992: 292-293).
Dicho de otro modo, la gerencia económica de los partidos pro-
gresistas fue descalificada, y la falta de autocrítica hizo que su opo-
sición a los nuevos gobiernos conservadores fuera poco convincente
(Therborn, 1994: 53). Lo único que quedará de la preeminencia social-
demócrata en la época conservadora es el compromiso con el Estado
de bienestar, aunque mucho más reducido y debilitado (Girvin, 1988:
4). Se produce la paradoja de que, si bien los cambios sociales que
afectaron a los Estados democráticos liberales desde mediados de
los años sesenta ponían en desventaja a los conservadores por causa
de la secularización, de la aparición del feminismo, del hecho de que

45
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

los jóvenes no votaran a partidos tradicionales y de la aparición del


votante posmaterista (Girvin, 1994: 203), lo que decidía en las elec-
ciones era la confianza de una mayoría de la población en la capaci-
dad superior de los conservadores para restablecer la prosperidad
económica (Thernborn, 1994: 53).
A medida que iban apartándose del consenso socialdemócrata,
los partidos democratacristianos o conservadores redescubrieron
las ideas económicas neoliberales. Así, los partidos conservado-
res cristianodemócratas suscribieron un paquete de políticas que
incluían la privatización, la reforma del sistema de impuestos, des-
regulación y mercantilización, tratando de alterar el equilibrio exis-
tente entre los sectores privado y público en beneficio del primero
(Müller, 1994: 34-36).

3.1.4 Fuerza de los argumentos neoliberales

Al cambio en la concepción del papel del Estado en la economía, se


le añade la aparición de un nuevo elemento que fuerza la reestructu-
ración ideológica: la globalización. Precisamente, podría definirse el
neoliberalismo como la estrategia hegemónica de la globalización,
Jessop (2000: 110) lo justifica explicando que las principales institu-
ciones gestoras de la economía internacional (OCDE, FMI y Banco
Mundial) lo apoyan y promueven, que tiene primacía en los EEUU y
otros países anglosajones, que las políticas neoliberales de ajuste en
casi todos los países con economías de capitalismo avanzado son las
más significativas y resulta ser la solución más pragmática en el pro-
ceso de reestructuración de las economías postsocialistas en busca
de su incorporación a la economía mundial. Esta corriente neoliberal
tiene como base la crítica al paradigma económico keynesiano des-
de una perspectiva liberal, alimentada por la escuela austriaca, cuyo
economista principal es Hayek, por los monetaristas con Friedman a
la cabeza, por la teoría de la elección pública con Buchanan y por la
perspectiva de la economía de la oferta, con Mundell y Laffer entre
otros (Rojas, 2001: 46).
En resumen, los postulados esenciales del neoliberalismo serían los
siguientes: situar la lucha contra la inflación en el centro de la política
económica, oponiéndola al crecimiento y a la creación de empleo;

46
Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico

invertir el sentido de la distribución (para favorecer el incremento de


los beneficios en detrimento de los salarios) y estrechar y hacer más
regresiva la redistribución que se realiza mediante los impuestos y el
gasto público; denostar todo lo público y ampliar el ámbito del be-
neficio privado a través de la consecución de un cambio cultural que
lleve a percibir negativamente las prestaciones y servicios públicos, la
regulación estatal y la participación del sector público en la economía,
identificando, sin embargo, las privatizaciones y la extensión del mer-
cado como elementos progresistas; forzar un cambio en el equilibrio
de poderes dentro de la sociedad, debilitando a los sindicatos y a las
organizaciones sociales cuya existencia contrapesa el funcionamiento
del mercado (VV. AA., 1993: 8).
Cabe añadir que el neoliberalismo tiene tres núcleos: el núcleo
moral, que contiene una afirmación de valores y derechos básicos
atribuibles a la «naturaleza» de un ser humano (libertad, dignidad
y vida) y que subordina todo lo demás a su puesta en práctica; el
núcleo político, que incluye principalmente los derechos políticos y
está asociado a la democracia representativa, y por último, el núcleo
económico, que tiene que ver con los derechos económicos y de pro-
piedad. Se alude a este último como «individualismo económico»,
«sistema de libre empresa» o «capitalismo», y tiene que ver con los
derechos y libertades de los individuos a producir y a consumir, a
comprar y vender a través de una economía de mercado, a disponer
de su propiedad y de su trabajo como estimen oportuno. Sus piedras
angulares han sido la propiedad privada y una economía de mercado
que esté libre de controles y regulaciones estatales (Macridis y Hu-
lliung, 1998: 42-43)9.
Gracias a estas perspectivas, se da más importancia al individuo
frente al Estado (Rojas, 2001: 46), que va tomando las características
de un guardián: un Estado con funciones mínimas, aunque importan-
tes, relacionadas con el mantenimiento de la ley, el orden público,
una moneda sólida y la vigilancia del cumplimiento de los contratos
(Gamble, 2003: 67).

9
Para los «neoliberales», estos tres núcleos del liberalismo son interdependien-
tes; por tanto, los controles económicos del Estado inevitablemente invitan al control
político que conduce a un sistema autoritario de gobierno, socavando la autonomía
moral de los individuos y erosionando las libertades políticas (Macridis y Hulliung,
1998: 87).

47
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

Plant (2004: 34-35) afirma que el Estado neoliberal es un Estado


«nomocrático» más que «telocrático»10. Para los neoliberales no hay
objetivos colectivos que pudieran ser deseados y, por lo tanto, no de-
berían ser objetivos de las políticas del Estado. Así, al Estado le debe
ser permitido el mayor grado posible de libertad, en parte porque no
existe una razón moral colectiva para intervenir. Además, no esperan
la legitimación normativa de su Estado ideal mediante la persecución
de valores como la justicia social; su manera de hacerlo es mediante
la prosperidad material. Según los criterios neoliberales, el Estado,
con sus tentáculos, ha logrado asfixiar el espacio político económico
y social, de manera que no deja asomar a la sociedad civil11. El desafío
que se le plantea al Estado es cómo conseguir los bienes públicos,
que son esenciales para la cooperación social, sin contribuir involun-
tariamente a un Estado extensivo (Barry, 2004).
En relación con el neoliberalismo, Giddens (1999b: 13) afirma que
está en una situación problemática, ya que sus dos mitades, el fun-
damentalismo de mercado y el conservadurismo, están en tensión.
Recuerda que el conservadurismo siempre significó un acercamiento
cauteloso y pragmático al cambio social y económico. La tradición
es esencial para la idea del conservadurismo: contiene la sabiduría
acumulada del pasado y contiene una guía para el futuro. Pero la
devoción al libre mercado, por un lado, y a la familia y la nación tra-
dicionales, por otro, es contradictoria en sí misma. El individualismo
y la elección deberían detenerse en la frontera de la familia y de la
identidad nacional, donde la tradición debe permanecer intacta. Sin
embargo, nada hay más disolvente de la tradición que la «revolución
permanente» de las fuerzas del mercado. El dinamismo de las socie-

10
Es «nomocrático» en la medida en que se ocupa de la estructura del marco
de no-coerción y derechos que deben darse para que el individuo persiga su propio
bien a su manera, de forma que no interfiera en la libertad de los demás para hacer
lo mismo. Un Estado «telocrático», en cambio, se preocupa no sólo de las estructuras
y procedimientos, sino también de objetivos como la justicia social y busca institucio-
nes y políticas que aseguren dichos fines colectivos; se implica en las virtudes, no sólo
en las reglas (Plant, 2004: 33).
11
Las nuevas perspectivas de gobernanza que alumbran el papel potencial de la
sociedad civil suponen un buen complemento a la vertiente económica de la ideo-
logía angloamericana. La revitalización de la sociedad civil ha sido esgrimida, por lo
menos entre los conservadores, como una solución a la vertiente social y política del
bienestar, que podría hacer al Estado políticamente obsoleto, así como los mercados
globales han hecho al Estado económicamente obsoleto (Evans, 1997: 78-79).

48
Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico

dades de mercado socava las estructuras tradicionales de autoridad


y fracciona las comunidades locales; el neoliberalismo crea nuevos
riesgos e incertidumbres y pide a los ciudadanos que los ignoren. Más
aún, Giddens añade que descuida la base social de los mercados, que
dependen de las propias formas comunales que el fundamentalismo
de mercado, indiferente, echa por los aires. En este sentido, Gray
(1998: 35) afirma que la contradicción neoliberal nace de fomentar,
por un lado, la desregulación de los mercados y de seguir confiando,
por otro, en las tradiciones culturales, las lealtades y jerarquías del
orden social heredado. La desregulación de los mercados modifica
la recompensa relativa de los distintos grupos sociales y frustra las
expectativas creadas.
Otra característica desconcertante del neoliberalismo es que su-
pone una revolución conservadora, una curiosa revolución que res-
taura el pasado pero que se presenta a sí misma como progresista,
transformando la misma regresión en una forma de progreso. Lo hace
tan bien que consigue que quienes se oponen a ella parezcan retró-
grados (Grass y Bourdieu, 2002: 63).
En todo caso, y pese a sus contradicciones intrínsecas, lo que en
principio era un proyecto de los gobiernos conservadores ha acaba-
do siendo parte inevitable de la agenda de la globalización12. Hay
un creciente consenso entre los políticos nacionales e internacionales
acerca de que hasta cierto punto las dimensiones del neoliberalis-
mo son parte de un paquete coherente de reformas que son vistas
como necesarias a la luz de la creciente interdependencia y de las
«realidades globales» (Cerny, 2004). Como afirma Mishra (1999: 46),
«what neoliberalism presents as ideology, globalization makes into a
virtue and a necessity». Así, la «inevitabilidad» de la globalización de
los mercados viene acompañada por la imposición del globalismo13,

12
En el presente orden global las premisas de la ideología angloamericana (neo-
liberalismo) han sido impuestas como reglas formales del juego, reglas a las que los
Estados individuales deben adaptarse a riesgo de convertirse en parias económicos
(Evans, 1997: 71).
13
Término utilizado por Ulrich Beck (1998) como sinónimo de «neoliberalismo».
Steger sostiene que el globalismo absorbe y adopta pedazos de muchas ideologías
establecidas y los integra con nuevos conceptos en una novedosa estructura híbrida
de significado; lo eleva al nivel de nueva ideología dominante en torno a la cual
todos sus contrincantes deben redefinirse. Su papel político consiste sobre todo en
preservar y fortalecer estructuras de poder asimétricas que benefician a unos grupos

49
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

que Ulrich Beck (1998a: 27) define como la ideología que desaloja
o sustituye el quehacer político. Aquí radica su principal «mérito»,
en el hecho de que el neoliberalismo haya creado a la perfección las
condiciones para la «despolitización de la economía» (Álvarez-Uría,
1998: 27). De esta manera, nos encontramos en una situación en la
que el mercado mundial amenaza con sustituir y desagregar la políti-
ca, y, por otro lado, la política se ve por doquier enfrentada a nuevos
trabajos hercúleos (Beck, 1998a: 147).
Lo que sobre todo supone la perspectiva neoliberal es una «ambi-
ciosa ingeniería social a gran escala», y ningún programa reformista
en la actualidad tiene posibilidades de éxito a menos que se entienda
que muchos de los cambios producidos, acelerados o reforzados por
políticas de Nueva Derecha son irreversibles. De la misma manera,
ninguna reacción política contra las consecuencias de las políticas de
libre mercado será efectiva si no controla las transformaciones tecno-
lógicas y económicas que esas políticas lograron aprovechar (Gray,
2000: 32). Se solidifica de esta manera el planteamiento TINA (siglas
de la expresión «There is no alternative») que acompañaba a las polí-
ticas que constituían el «consenso de Washington», impuestas por el
Ministerio de Hacienda de EEUU y por el FMI: privatización, desregu-
lación, estabilidad fiscal y monetaria (Callinicos, 2002: 16).
Una de las implicaciones de esta dinámica es que la cohesión social
se resquebraja seriamente y el Estado se ve con menos instrumentos
para hacerle frente, sobre todo cuando se ha impuesto la retórica
política basada en un liberalismo antipolítico, que ve con naturalidad
la existencia de desigualdades sociales y que, como afirman Hirst y
Thompson (1996: 46), pugna por reducir el poder político a la mera
protección del sistema mundial.
El discurso neoliberal ignora la complejidad de las estructuras so-
ciales, vacía de sentido la cuestión social y, en lo que respecta a las
políticas sociales, sostiene que éstas no pueden resolver los proble-
mas sociales porque, en realidad, esos problemas no son de orden
social, sino personal. Mantienen que, como la dinámica social no se
ve afectada por los procesos de desviación, es solamente un proble-

sociales en particular (el autor les llama «globalistas»). Afirma este autor que es
difícil resistirse al globalismo, porque descansa en el poder del «sentido común»,
en la creencia extendida de que su programa deriva de una descripción objetiva del
«mundo real» (Steger, 2005: 11, 14).

50
Capítulo 3. La estatalidad como condicionante
ideológico

ma de ajuste y socialización (Álvarez-Uría, 1998: 27-28)14. Estas políti-


cas neoliberales son las que han reformado la protección social para
obligar a los pobres a aceptar cualquier trabajo, han desmantelado
los consejos salariales y otros mecanismos de control sobre los ingre-
sos, etc. (Gray, 2000: 23). Según el análisis de Cerny, la asignación
de derechos y obligaciones específicas a individuos particulares es
más difícil. La asociación explícita de derechos democráticos con una
entidad geográfica específica se debilita, ya que estos derechos no
pueden ser fácilmente localizados en términos espaciales. Algunos
grupos e individuos pueden lograr derechos en diferentes localizacio-
nes, evitando también obligaciones (Cerny, 1999a: 15).

14
Si los problemas públicos son reducidos a problemas individuales y si, a su vez,
se relacionan los problemas individuales con las aptitudes psicológicas y con talento
de cada cual, entonces cada uno tiene en esta vida lo que se merece (Álvarez-Uría,
1998: 28).

51
Capítulo 4
Consecuencias de la sobrecarga del Estado y
la globalización en la concepción del Estado
de bienestar. Hacia un nuevo
modelo de Estado

La crisis de sobrecarga del Estado por un lado y el desafío que supo-


ne la globalización económica por otro, han terminado definitivamente
con la idoneidad del modelo de Estado de bienestar paternalista so-
lidificado tras el período de preeminencia socialdemócrata. Estas va-
riables encauzan y someten la acción del Estado, circunscribiéndolo a
unas características determinadas en cuanto a la provisión de bienestar.
La erosión de la confianza en el Estado de bienestar keynesiano
comienza en los años setenta, cuando se muestra incapaz de man-
tener sus funciones como estabilizador automático de la economía y
se vuelve ineficaz debido a las excesivas demandas que se le dirigen.
Esta tesis es recogida y magnificada por el contraataque de la corrien-
te neoliberal de los años ochenta. A partir de este período, cada vez
le es más difícil lograr una legitimidad que, dejando de lado su base
procedimental, se basa en mayor medida en criterios de eficiencia y
logros materiales. Esta crisis del Estado tiene una incidencia tal en
los resultados que incluso las políticas de los años ochenta y noventa
pueden verse como respuesta a su crisis de legitimación y de sobre-
carga (Heywood, 1997: 197).
La globalización económica, a su vez, impone un ritmo insoslayable
y los Estados tienen auténticas dificultades para seguir operando me-
diante las «categorías tradicionales», aquellas que venían acompañán-
dolos desde su asentamiento en la época moderna (Vallespín, 2003:
405). Las características del desarrollo de la economía mundial hacen
que la interacción entre los gobiernos y los móviles negocios y finanzas
supongan un «dilema del prisionero» para los Estados, que lleva a una
guerra en la que las transferencias de bienestar, los servicios sociales y
los impuestos que los hacen posibles son reducidos al «mínimo común
denominador» (Swank, 2001: 204). Además, es destacable que existe

53
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

una visión dominante según la cual, nos guste o no la globalización,


encaminará al mundo a una concepción neoliberal de una forma de
Estado con un gobierno limitado, combinado con mercados libres, y un
papel residual para el Estado de bienestar (Plant, 2004: 24).
Estas circunstancias anteriormente mencionadas toman forma de
constreñimientos que reducen el espacio político de maniobra, es de-
cir, el «conjunto factible» de opciones realistas (Merkel, 2001: 14). Las
consecuencias más evidentes se plasman en los cambios en la con-
cepción del Estado como suministrador de bienestar, en la titularidad
de los receptores de los servicios sociales y en la relación triangular
Estado-mercado-sociedad civil. En principio, se pone en cuestión un
Estado sobre el que pesa toda la responsabilidad en cuanto a la pro-
visión de bienestar, y se contempla la cesión de ésta a la sociedad civil
como una opción válida. Es más, el éxito de la acción del Estado pasa
necesariamente por una «desjerarquización» de las relaciones entre
Estado y sociedad, rompe con la idea del Estado como coordinador
jerárquico, dando paso a uno mucho más fungible, donde la dirección
política ha de interactuar necesariamente con la propia autorregula-
ción social (Vallespín, 2000a: 134-137). Además, se cuestiona el papel
pasivo del individuo como mero receptor de beneficios sociales, in-
tentando a partir de ahora hacerle copartícipe en la responsabilidad
de su bienestar, haciéndole bregar por mantener unos privilegios de
los que antes disfrutaba por su mera condición de ciudadano. De
esta manera, pasan de ser el eje de las preocupaciones del Estado
paternalista, a estar en el centro de un tira y afloja que pretende la
racionalización del Estado de bienestar.
Utilizando la terminología de Esping-Andersen (1993), se empren-
de la «remercantilización» de esferas hasta ahora salvaguardadas por
el sistema paternalista keynesiano. En este contexto se enmarcan teo-
rías como la del «Estado schumpeteriano de workfare» (Bob Jessop)
y el «Estado de competición» (Philip Cerny), que argumentan que los
Estados-nación están desempeñando un papel activo en el proceso
de «remercantilizar» el trabajo (Holden, 2003: 303). Ésta es la manera
en que el Estado de bienestar busca su lugar, adaptándose a las nue-
vas circunstancias de desarrollo capitalista. Destellos de estas ideas
pueden verse también en la perspectiva de «Estado social inversor»
de Anthony Giddens y por extensión, en el manifiesto conjunto Blair-
Schröder, así como en la nueva época que vislumbra Philip Bobbit en

54
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

su planteamiento de «Estado de mercado». En este sentido, Vallespín


(2003: 406) constata un cambio desde una concepción consensuada
en torno al básico Estado garante del bienestar general y la justicia
distributiva («constelación nacional»), a una «constelación posnacio-
nal», definida por un tipo de Estado que busca la defensa de su pro-
pia competitividad nacional.

4.1 La crisis del Estado de bienestar

El Estado de bienestar de posguerra tenía una vertiente económica


sustentada por las reglas del keynesianismo, y la vertiente social, ba-
sada en el concepto beveridgiano de seguridad, protector ante los
riesgos del mercado1.
Este Estado que nos ocupa era, sobre todo, un mecanismo de inte-
gración social, en el que él era el actor principal que se hacía respon-
sable de un nivel de vida mínimo. La acción estatal era correctiva y las
instituciones del Estado un complemento de la economía de mercado
(Mishra, 1992:33). Así, el Estado de bienestar funcionaba como legiti-
mador social de la sociedad de mercado, permitía conciliar el objetivo
de eficiencia con el de equidad y actuaba como un estabilizador auto-
mático. La aplicación de las propuestas keynesianas produjo un creci-
miento de la demanda efectiva total con el consiguiente establecimien-
to de la sociedad de consumo. La política fiscal y el aumento del gasto
público actuaron como sistema redistributivo de rentas, favoreciendo
los dos grandes objetivos del nuevo modelo: el crecimiento econó-
mico y la realización de los derechos sociales. Éstos se materializaron
en prestaciones monetarias (garantía de recursos) y servicios públicos
como sanidad y educación (Gallego, 2000: 116).

1
El tipo ideal de Estado social o de bienestar se apoyaba en los siguientes
principios y pautas de acción: aplicación de políticas económicas keynesianas que
permitían un sostenido crecimiento económico con pleno empleo; acrecentamien-
to constante de la participación público-estatal en la sociedad, bien para gestionar
directamente algunos servicios y prestaciones necesarias para el bienestar general
de una sociedad desarrollada, bien para proporcionar una red que proveyera de los
recursos económicos a través de una sistema impositivo progresivo; aparición de un
consenso básico entre los principales sectores sociales y actores políticos en torno
a la necesidad de mantener esta estructura de solidaridad institucional (el consenso
social-democrático) (Vallespín, 2003: 405).

55
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

Se dieron unas circunstancias socioeconómicas dentro de las cua-


les el Estado de bienestar cumplía a la perfección sus quehaceres
estabilizadores, de manera que su función era incontestable en el pa-
norama político, lo que propició una situación de consenso en torno
a las funciones del Estado de bienestar2.
Este consenso sobre política social existió hasta finales de los años
sesenta, contribuyendo al mantenimiento de la estabilidad social y a
un fuerte sentimiento de solidaridad. Concretamente, en la segunda
mitad de los años sesenta la idea del Estado de bienestar llegó a un
punto álgido, ya que se veía como una forma exitosa de atemperar
la libertad con la seguridad, el mercado con la estabilidad, el creci-
miento económico con cierta medida de preocupación y mejora so-
cial, por lo que no era extraño que todas las sociedades industriales
occidentales se movieran en la misma dirección (Mishra, 1992: 30).
Es importante recordar que uno de los elementos esenciales de este
Estado social es su responsabilidad en la seguridad económica y en el
bienestar de los ciudadanos (Rubio, 1992: 77).
A partir de los años setenta, la mayor parte de los elementos
que conferían legitimidad al Estado de bienestar entran en crisis.
Por un lado, el crecimiento económico permanente dio paso a un
estancamiento económico acompañado de altas tasas de inflación.
La economía occidental estaba en recesión, lo que condujo al co-
lapso de la confianza en la capacidad del Estado para controlar el
funcionamiento de la economía mixta. Si la riqueza de posguerra
permitía la financiación de los gastos sociales a partir del dividendo,
a partir de los años setenta se empieza a plantear la necesidad de
reducir gastos sociales, incrementar la imposición, etc.; a su vez, el
enfoque keynesiano como doctrina económica comenzó a perder
crédito. El eclipse del keynesianismo acarreó la disociación entre
lo social y lo económico, su progresivo distanciamiento. Por otro
lado, perdió credibilidad la idea de la inevitabilidad del Estado de

Se acepta de modo general que Estado de bienestar y neocapitalismo son dos


2

formas estrechamente interrelacionadas. Las relaciones sociales propias del sistema


capitalista pueden ser mejoradas por este tipo de Estado, por lo que generalmente
se habla de economía mixta. Tenía como objetivo el pleno empleo, la estabilidad
de los precios y el equilibrio de la balanza de pagos por parte del Estado, así como
el control de la demanda mediante la política fiscal, la política monetaria y el gasto
público (Gallego, 2000: 117).

56
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

bienestar como producto de la industrialización y de la moderni-


dad. Por último, la idea de que podría utilizarse la actividad social
planificada bajo los auspicios del Estado para hacer frente de forma
efectiva a los problemas sociales se había mostrado poco realista;
la política social no podía ser racional, la ingeniería social selectiva
tenía efectos no previstos que creaban nuevos problemas (Mishra,
1992: 48-50).
En otras palabras, a partir de los años setenta se produce el des-
coyuntamiento del hasta entonces bien lubricado engranaje entre el
desarrollo del capitalismo y el del Estado de bienestar. A partir de
que el keynesianimo deja de poder garantizar un crecimiento econó-
mico sostenido que permitiera a su vez la redistribución anhelada, el
engranaje comienza a chirriar. Con ello, las propiedades de la fórmula
magistral que actuaba como engrasante, es decir, la política social-
demócrata, que fue hegemónica desde la segunda guerra mundial,
deja de ser la ideal; pasando alternativas que hasta entonces eran
consideradas indeseables por su «dogmatismo de salón», alejado de
la idoneidad de su aplicación en la práctica, a encontrar un resquicio
por donde ofrecer una alternativa plausible. Como consecuencia, en
los años ochenta comenzó la reconsideración de su entramado y la
justificación de la reestructuración «a la baja» del Estado de bienestar.
Por otro lado, el desarrollo del Estado de bienestar y su crisis poste-
rior ubica el interrogante respecto a la responsabilidad por la procura
del bienestar en el centro de interés (Pino, 2003: 60).
Junto con la crisis económica, llegó a su fin el «consenso de cla-
ses» en que se sustentaba el compromiso hacia el Estado de bien-
estar. El interés de todas las clases en mantener esta estructura con
el fin de lograr un buen funcionamiento y gestión de la sociedad
no logra la unanimidad que antes la sostenía. Como las clases más
acomodadas no percibían los beneficios de un tipo de sociedad al
cual aportaban más de lo que recibían, empezaron a ver factible
acudir al sector privado para cubrir sus necesidades de educación,
sanidad y seguridad3. En este sentido, Offe (1988: 219-223) afirma

3
Aunque, para Inglehart, la crisis del Estado de bienestar no refleja tanto su
fracaso como el hecho de que ayudó a resolver ciertos problemas y contribuyó a
preparar el cambio para que otros problemas pudieran ser centrales. El nivel de vida
de las masas se estabilizó en un modesto nivel de seguridad económica que redujo
las tensiones entre clases sociales (Inglehart, 1998: 317).

57
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

que aunque la clase media es la que más se ha beneficiado del Es-


tado de bienestar se sintió desvinculada de él porque creía que las
áreas de inversión de recursos de bienestar no deberían circunscri-
birse a problemas redistributivos, ni de clases, ni de solidaridad, sino
a los relacionados con los derechos civiles, feministas, ecológicos,
movimientos de paz, etc. Además, dejaron de solidarizarse con los
estratos menos favorecidos de la sociedad, no considerando como
propios los intereses de estos últimos.
Se crea por tanto una fisura cultural. Por un lado, no existe con-
cordancia entre el criterio del Estado y el individual en cuanto a lo
que es un nivel impositivo justo para el mantenimiento del Estado
de bienestar, en un contexto en el que este último ya no aparece
como el único medio de protección social. A esto hay que aña-
dir la perspectiva que señala que los mecanismos de protección y
redistribución han crecido sin que existiera una voluntad política
deliberada, de modo que la reducción de la desigualdad que au-
tomáticamente se deriva de este proceso aparece como menos le-
gítima. Por otro lado, la demanda de seguridad tiende a relativizar
la demanda de igualdad. Hoy día, los grandes sectores de la de-
manda de Estado son la seguridad física en las grandes ciudades,
la prevención de los grandes riesgos tecnológicos o la afirmación
de la fuerza frente a la inestabilidad internacional (Rosanvallon,
1995b: 52-61).
Al hilo de lo anteriormente comentado, si bien la intervención
del Estado era mayoritariamente aceptada durante los años de bo-
nanza, la interrupción del crecimiento y los propios fallos de funciona-
miento hicieron que fuera necesario el replanteamiento de su papel.
En este sentido, David Held (1989: 125) recoge la perspectiva de los
«teóricos de la sobrecarga del Estado» y los «teóricos de la crisis de
legitimación» sobre la necesidad de dicho replanteamiento. Coinci-
den en que el poder del Estado, medido por la habilidad de éste para
resolver las demandas y dificultades que tiene que encarar, está sien-
do progresivamente erosionado. El Estado es cada vez más ineficaz
(teóricos de la sobrecarga) o escaso en racionalidad (teóricos de la
crisis de legitimación).

58
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

4.2 Transformación del Estado como consecuencia de la


globalización

4.2.1 Las pautas que la globalización impone al Estado

En primer lugar, y para empezar a comprender cuáles son las nuevas


reglas del juego, ha de ser subrayada la importancia que la globali-
zación ha tenido en la transformación del carácter y las perspectivas
de la comunidad política democrática4. Como subraya David Held
(2000a: 6), el locus del poder político efectivo ha dejado de ser el
gobierno nacional, el poder es compartido y pactado por fuerzas y
entidades diversas en los niveles nacional, regional e internacional.
Además, Held afirma que la idea de comunidad de destino (de co-
lectividad autodeterminada) en sentido político no puede ya situarse
coherentemente dentro de los límites de una sola nación-Estado.
Estos hechos, amén de la aparición de problemas de difícil solu-
ción por parte de un solo Estado, hacen que estos últimos hayan de-
jado de tener la fuerza mediadora que detentaban en el pasado. Por
ello, Ulrich Beck (1998a:23) señala que la lógica conflictual del juego
capitalista sale renovada y reforzada.
La lógica de la globalización no es un fenómeno que se haya ins-
talado por arte de birlibirloque. Tras la segunda guerra mundial, me-
diante las negociaciones del GATT, se establecieron las condiciones
para la apertura de los mercados, para eliminar las barreras al comer-
cio. Más adelante, en los años setenta, los países y organismos con
poder económico impulsaron una estrategia consensuada, apoyada
en la democracia liberal y en las políticas macroeconómicas encami-
nadas a la baja inflación, los presupuestos equilibrados, la supresión
de barreras comerciales y los controles de divisas, máxima libertad
para el capital, mínima regulación de los mercados de trabajo, privati-
zación y un Estado de bienestar dinámico y versátil (Held, 2000b: 98).

4
La globalización supone una inversión en la relación establecida entre el dere-
cho, la política y la economía de mercado en las democracias surgidas de la segunda
posguerra mundial. En éstas se procedía a una cierta conciliación entre la lógica de
la explotación y del beneficio propia del sistema capitalista y la lógica democrática
de la igualdad expresada en la nivelación social. Tal compromiso implicaba la prima-
cía de la política sobre la economía, es decir, que el principio político-democrático
orientaba la regulación del mercado y la obtención del beneficio (Baylos, 1999a: 22).

59
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

Tres factores económicos interrelacionados que caracterizan el


proceso de globalización:

• La internacionalización de los mercados. Los mercados globali-


zados son mercados en los que los productos son sustituibles y
se puede comerciar con ellos en una extensa región; el capital es
móvil y se moverá a sitios donde los beneficios sean más altos y
seguros; los patrones de consumo en los diferentes países no son
mutuamente excluyentes o, por lo menos, pueden ser provistos
extendiendo la gama de productos.
• La globalización económica es a menudo vista como encauzada
por nuevas técnicas de producción que son mucho más flexibles y
que pueden ser ajustadas a una serie de diferentes condiciones es-
tructurales de mercado al mismo tiempo. Estas nuevas técnicas se
denominan «posfordistas» y son normalmente presentadas como
necesarias para operar en un mercado de trabajo internacional
más amplio.
• El tercer factor es el desarrollo de nuevas tecnologías de informa-
ción y comunicación, y el impacto que esto está teniendo trans-
formando los sectores industriales desde dentro y trasladando el
peso de las actividades económicas desde la manufactura a los
servicios (Cerny, 1999a: 10-11).

En opinión de Frieden y Rogowski (1996: 26), el aumento del nivel


de inversión y comercio refleja un cambio profundo: el descenso en los
costes o un incremento de las recompensas en las transacciones eco-
nómicas internacionales. Estos autores señalan que son cinco las causas
más relevantes del cambio: los costes de transporte más baratos, in-
fraestructuras más favorables, las políticas gubernamentales favorables
al comercio y la inversión, la creciente importancia de los procesos de
producción caracterizados por las economías de escala y las crecientes
disparidades entre naciones en el factor total de productividad.
El triunfo de esta lógica capitalista es apoyado por las empresas
multinacionales, que se han convertido en los adalides de la globa-
lización5. Su poder también supone una «politización» (Beck, 1998a:

Ante los imperativos de la globalización, la respuesta más habitual de los go-


5

biernos liberal-conservadores e incluso social-liberales es incrementar la fiscalidad

60
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

16), porque desempeña un papel clave en la configuración de la eco-


nomía y de la sociedad en su conjunto.
En este sentido, Bauman afirma que, mientras los agentes tradi-
cionales ya no son capaces de llevar a cabo ninguna acción eficaz, los
agentes verdaderamente poderosos y con recursos se han ocultado y
operan fuera del alcance de todos los medios tradicionales de acción
política, especialmente fuera del alcance del proceso de negociación
y control democrático centrado en el ágora. La ausencia de ésta les
favorece. La regulación normativa no les ofrece ninguna ventaja y, por
lo tanto, no necesitan del ágora (Bauman, 2001: 108)6.
Otra característica importante es el hecho de que los mercados in-
ternacionales de capital se están autorregulando cada vez en mayor
medida, no sólo estableciendo el precio del dinero y del capital, sino
también estableciendo normas para el comportamiento de empresas
financieras y otros actores del mercado (Cerny, 1999a: 16). Además, es-
tos mercados internacionales de capital imponen una estricta disciplina
sobre los gobiernos, reaccionando con gran rapidez ante cualquier de-
cisión política, erigiéndose en poder fiscalizador de los Estados (Dehe-
sa, 2000: 118; Held, 2000a: 5). Su carácter líquido hace que tengan una
gran facilidad para entrar y salir de las comunidades políticas, premian-
do a los gobiernos que consiguen una buena credibilidad internacional
con mayores y más baratos flujos de capital y de inversión y castigando
a aquellos que toman medidas poco ortodoxas.
De esta manera, el mercado se ha convertido en el nuevo «Gran
Inquisidor» (Culpitt, 1992: 46). Constituye una fuente de inestabili-
dad sin precedentes, de manera que la actuación de los gobiernos
se encuentra constantemente en la cuerda floja, a la espera de qué
medidas tomarán los mercados ante su situación. Se encuentran en
una situación de «incertidumbre radical» (Gray, 2000: 99), en la que
no pueden conocer los costes (o beneficios) de sus acciones, lo cual
genera «cautela política» (Held, 2000a: 5).

indirecta y reducir la directa, creyendo que el mayor beneficio de las empresas y


la disminución de sus impuestos son el medio más seguro de crear empleo (Vidal-
Beneyto, 2005: 6).
6
Hay una red crecientemente densa de «gobiernos transnacionales de interés
privado» que está en proceso de cristalización. Incluye tanto instituciones formales
como informales que no son responsables democráticamente, generan outputs que
reflejan intereses privados más que públicos y operan sin necesidad del Estado o una
autoridad delegada (Cerny, 1999a: 18).

61
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

En suma, la globalización como fenómeno político básicamente


significa que los contornos del campo de juego están determinados
cada vez menos por los procesos «domésticos» que operan dentro
de las estructuras organizadas autónoma y jerárquicamente llamadas
Estados, y cada vez más por procesos transnacionales que operan a
través de los Estados (Cerny, 2000: 118).

4.2.2 Pérdida de autonomía del Estado

La imbricación de economías lleva a poner en jaque la eficacia de al-


gunos instrumentos tradicionales de política económica (Held, 2000a:
6), así como a la pérdida de control sobre elementos fundamentales
de las políticas de los Estados, ya que, según Castells, la interdepen-
dencia de los mercados financieros vincula las divisas nacionales. Si
el tipo de cambio es interdependiente, también lo son las políticas
monetarias; y, si las políticas monetarias siguen cierta coordinación
supranacional, también lo harán los tipos de interés preferencial y, en
definitiva, las políticas presupuestarias (Castells, 1999a: 273).
Los procesos globalizadores se imponen sobre las economías do-
mésticas rechazando políticas macroeconómicas, regulatorias e impo-
sitivas que pudieran inhibir la competitividad internacional (Frieden y
Rogowski, 1996: 25; Milner y Keohane, 1996: 257-258). Los sistemas
fiscales de los Estados compiten entre ellos, y, por consiguiente, paí-
ses con tipos impositivos más altos tienden a perder base imponible y
empleo a favor de otros países, ya que los capitales, las personas de
alta renta y las empresas trasladan su residencia a países con menor
carga fiscal (Dehesa, 1998: 25-27). De forma paralela, la globalización
también desemboca en una crisis de las tradicionales formas de regu-
lación de las relaciones laborales (Baylos, 1999a: 20).
Cada vez más, elementos como el de un banco central indepen-
diente son vistos como indicadores de la credibilidad de las políticas
neoliberales de los gobiernos. Según Milner y Keohane (1996: 258),
en el futuro podremos ver nuevas innovaciones institucionales que
respondan a la demanda de los mercados internacionales de políticas
neoliberales creíbles.
Se vislumbra un escenario de «hegemonía sectorial» que ocupe el
lugar de los Estados hegemónicos, y los candidatos llamados a la di-

62
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

rección del proceso son las corporaciones multinacionales y los merca-


dos financieros globales. La globalización crea además una situación
de «Estados astillados» y autoridad fragmentada. Propicia la multipli-
cación de límites confusos entre las responsabilidades y capacidades
entre el Estado y el sector privado por un lado, y redes de tomas de
decisión doméstica e internacional por otra (Cerny, 1999a: 14).
La globalización también crea nuevas preferencias en políticas, po-
niendo en un aprieto al Estado cuando tiene que suministrar los tres
tipos de bienes que tradicionalmente suministraba, es decir, los bie-
nes reguladores, los «bienes públicos productivos/distributivos» y los
«bienes redistributivos» (Cerny, 1996: 125-126)7. Con respecto a los
últimos, el estricto corsé que la globalización impone a las políticas
económicas de los gobiernos hace más difícil que pueda llevarse a
cabo una política de compensación y transferencias a los perdedores
(Dehesa, 2000: 124).

4.2.3 Consecuencias de la globalización en lo referente al Estado


de bienestar

El debate sobre la naturaleza del Estado de bienestar se centra en


dos escenarios. Por un lado está la «tesis de la convergencia del
bienestar»: los Estados pierden fuerza para hacer elecciones políti-
cas «reales», es decir, que los gobiernos se ven forzados a adoptar
políticas económicas, fiscales y sociales similares. Implica el abando-
no de las políticas redistributivas de bienestar y su sustitución por la
desregulación, privatización y residualización, que lleva a cierta forma
de convergencia. Por otro lado está la tesis de «race to the bottom»
(carrera a la baja): sucede mediante la devaluación competitiva de los
estándares de protección social para hacer a un país y a sus traba-
jadores más atractivos a los inversores. También se la conoce como
«dumping social»: implica tanto la erosión de los niveles establecidos
de protección social como el desarrollo contenido de la protección y
regulación social. Implica el desplazamiento del coste de la protec-

7
En el corazón de la creencia de que el Estado está retrocediendo, se halla la
noción de que el alcance del Estado en producir bienes societarios ha llegado a su
límite (Rockman, 1989: 179).

63
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

ción social desde el Estado y los empleadores hacia los trabajadores


(Yeates, 2001: 23-25)8.
En este sentido, Mishra (1996) afirma que el cambio es innegable,
puesto que desde comienzos de los años noventa todos los países
han tenido que reestructurar sus programas sociales, contener o re-
ducir su gasto social, aceptar un nivel más alto de desempleo y redu-
cir impuestos, especialmente en empresas e ingresos altos. Se busca
entonces una opción plausible de Estado de bienestar, la única posi-
ble y efectiva, que supone pasar, según Mishra, de un bienestar cen-
trado en el Estado institucional a uno en que el Estado desempeñará
un papel más pequeño en la protección social. Este autor predice
que el sector estatal se reducirá en todas partes debido a los factores
políticos e ideológicos que han privilegiado la economía de mercado,
el individualismo y la competición. Los ciudadanos demandarán del
gobierno seguridad e igualdad, y el Estado de bienestar no podrá en
absoluto ser desmantelado, pero no podrá ser sostenido en las bases
de universalidad e igualdad. Esto tiene como consecuencia inmediata
que los programas sociales tendrán cada vez menos importancia en
el gasto. En definitiva, el tamaño y los objetivos de los programas del
Estado están siendo reducidos en todas partes, y el bienestar está
alejándose de su base en la ciudadanía social (Mishra, 1996: 317);
la globalización debilita las bases ideológicas de la protección social
desgastando la solidaridad nacional y legitimando la desigualdad de
recompensas (Mishra, 1999: 15).

8
También hay quien mantiene que el Estado de bienestar es un lujo enfrentado a
los requisitos de competitividad. Los países podían permitírselo mientras fueran inmu-
nes con respecto a la competencia de los países que no tenían esos lujos. Inmunidad
que se estaría erosionando en dos frentes: por un lado, la progresiva mejora de la
productividad y calidad de los productos –y por lo tanto de la competitividad de los
países con bajos costes de bienestar– hace que cada vez tenga mayor importancia la
ventaja de costes que se obtiene al soportar una carga reducida de Estado de bienes-
tar y al disfrutar de salarios bajos; por otro lado, los países hace tiempo industrializados,
con alta productividad y capacidad de innovación, han comenzado a reducir la carga
derivada de los costes de bienestar que soportan sus empresas, y, como resultado,
otros países industrializados se han visto obligados a hacer lo mismo para defender
su nivel de competitividad. Paralela a la anterior, habría otra línea de razonamiento: el
estatismo de bienestar se habría convertido en un obstáculo para la alta productividad
y la capacidad de innovación. El propio estatismo de bienestar estaría erosionando las
bases mismas que lo han hecho posible como «consumo de lujo». Según ambos pun-
tos de vista, es posible que los países tengan que reducir el tamaño de sus Estados de
bienestar para seguir siendo competitivos (Pfaller et ál., 1993: 29).

64
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

El debate se centrará a partir de este momento en las restricciones


a la capacidad de intervención utilizada hasta ahora por el Estado-
nación para llevar a cabo políticas sociales que lo legitimen. Y ello en
un contexto de déficit de legitimación de los procesos de toma de
decisiones, así como una incapacidad creciente de realizar sus fun-
ciones organizativas y de gobierno (Habermas, 2001: 5, 6)9. También
supone una reevaluación de la concepción de los bienes públicos o
colectivos en un mundo globalizado, ya que muchos de los que eran
considerados bienes colectivos en la segunda revolución industrial,
no son ya controlables por el Estado, porque se han convertido en
transnacionales en su estructura o se han constituido en bienes pri-
vados en el amplio mercado mundial; en definitiva, lo que está en el
centro del debate político es qué debería ser tratado como público y
qué no (Cerny, 1999b).
Aunque, más que decaer, también podría decirse que se ha dado
una transformación del poder del Estado: la globalización, lejos de
generar el «fin del Estado», está estimulando toda una variedad de
estrategias de mandato y gobierno y, en ciertos aspectos fundamen-
tales, un Estado más activista (Held, 2000a: 5).

4.2.4 Situación tras la preeminencia de la lógica económica

Es importante destacar que la lógica de la globalización cayó sobre


campo abonado. Uno de los elementos más importantes para la im-
plantación de esta lógica económica fue el triunfo de las directrices
impuestas por el Consenso de Washington, que recogía una serie de
medidas puestas en práctica cuando el socialismo real como sistema
económico estaba siendo cuestionado. Estas medidas fueron instau-
radas a partir de los años ochenta por los gobiernos, con el visto bue-
no de organizaciones tan poderosas como el Fondo Monetario Inter-
nacional o el Banco Mundial. Como indica Martínez de Pisón (2001:
80-81), estos gobiernos plasmaron en sus políticas el «giro neoliberal»
que se concretó en la regla de «menos Estado y más sociedad civil» o,

9
Las estrategias del Estado dirigidas a cubrir la creciente demanda de bienes
colectivos y protección social parecen ridículas en un clima ideológico que niega la
potencial contribución del Estado al bienestar general (Evans, 1997: 85).

65
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

lo que es igual, el modelo de Estado fue el del viejo «Estado liberal»


de Hayek o el «Estado mínimo» de Nozick: un Estado adelgazado y
desnutrido que abandona espacios sociales, cancela políticas socia-
les, reduce o elimina la progresividad del sistema fiscal, se desprende
de la empresa pública para enjuagar el déficit público, aplica políticas
monetaristas para superar las crisis económicas, regula para desregu-
lar la sociedad, confía en el mercado como mecanismo distribuidor
de riquezas y cargos, etc., todo ello bajo el reinado de la eficiencia.
La mencionada lógica económica tiene como efectos, entre otros,
el hecho de que la prudencia política se restrinja a las pautas que ella
impone. Según David Held (2001: 52), las «señas decisivas» de es-
tos mercados y de sus fuerzas y agentes principales se convierten no
sólo en una norma, sino en la norma de decisión racional; se sostiene
que los gobiernos no pueden corregir las decisiones del mercado y
que no deben intentarlo10. Para Ulrich Beck (1998a: 169), el neolibe-
ralismo, o globalismo, es un «virus mental» que se ha instalado en el
interior de todos los partidos, de todas las redacciones, de todas las
instituciones, y su dogma no es ya que se haya de actuar económica-
mente, sino que todo ha de supeditarse al primado de la economía11.
Como consecuencia de esta primacía, vemos que está ampliamen-
te aceptado que bienestar social y desarrollo económico sean nocio-
nes antitéticas. Se cree firmemente que los gastos sociales redistribu-
tivos impiden el desarrollo económico y que los cortes sustanciales
en gasto social son necesarios si se quiere mantener el crecimiento
económico (Midgley, 2001: 157). Se sostiene que el Estado de bien-
estar está basado en una paradoja. Podría salvar al mercado de sus
tendencias disfuncionales, pero al mismo tiempo acarrea su potencial
para minarlo (Cerny, 1997: 262).
Estas ideas han llegado incluso a formar parte del sentido común

10
Para Vallespín, no deja de ser paradójico que, con toda su buena voluntad hacia
la comunidad que supuestamente está llamado a proteger, el Estado acabe por hacer
el trabajo sucio a los grandes intereses económicos transnacionales, se convierta en su
servicial gestor, en el que impone la disciplina requerida para que siga aumentando
la rentabilidad. Si él no se pliega, otros lo harán. Es la consecuencia obvia del marco
general de la competitividad global y de la presencia de los nuevos poderes «laterales»
del sistema financiero transnacional y de las multinacionales, que han encontrado una
mina de oro en la competición entre Estados (Vallespín, 2003: 418).
11
Dentro de esta lógica, la semejanza entre las opciones políticas se considera
como un indicador de su madurez, reflejo de una inevitabilidad (Navarro, 1998: 151).

66
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

de aquellos sectores sociales a los que perjudicaría de forma más


dura la aplicación de las recetas neoliberales: el pesimismo o la incer-
tidumbre sobre el porvenir han abierto la puerta a la aceptación de
que el Estado de bienestar está en quiebra, y de que frente a un futu-
ro amenazador sólo cabe el sálvese quien pueda (Paramio, 1998: 20).
A partir de aquí, el desafío para los Estados vistos a través del dis-
curso contemporáneo de la globalización, en palabras de Cerny (1997:
262), es hacer frente a las limitaciones que se ciernen sobre ellos, in-
tentando combinar la austeridad con una red básica de bienestar que
pueda mantener el consenso suficiente, siempre que al mismo tiempo
promueva la reforma estructural en los niveles mesoeconómicos y mi-
croeconómicos para mejorar la competitividad internacional12.
Por otro lado, los criterios de convergencia del Tratado de Maas-
tricht han hecho más difícil a los Estados miembros romper el marco
neoliberal, y los limitados presupuestos de la UE impiden la financia-
ción de la expansión del régimen de bienestar13. En algunos aspectos,
la Unión Monetaria Europea sirve como un nuevo «estándard de oro»
que requiere conformidad con las relativamente rígidas normas de
conducta económica y política de acuerdo con una concepción liberal
de estabilidad económica y del crecimiento (Jessop, 2002: 206)14.
Como compensación, en el otro lado de la balanza, el neoliberalis-
mo sólo ve limitadas sus propuestas en la frontera de la deslegitima-
ción que pudiera suponer el abandono en manos del mercado de la
satisfacción de ciertos servicios, tradicionalmente responsabilidad del
Estado, que la ciudadanía considera que son derechos irrenunciables.

12
Aunque este autor mantiene que la liberalización, la desregulación y la priva-
tización no han reducido el papel interventor del Estado, tan sólo lo han desplazado
desde las burocracias desmercantilizadoras a las mercantilizadoras y desde las funcio-
nes redistributivas a las de refuerzo (Cerny, 1999b).
13
Las reformas de las políticas nacionales de bienestar se realizan junto a la im-
plementación de nuevas políticas macroeconómicas europeas. Éstas determinan el
carácter de las transformaciones de las políticas sociales, según perspectivas que sos-
tienen un cambio de paradigma desde el keynesiano al monetarista. Tras la introduc-
ción del euro y el establecimiento del Pacto de Estabilidad, se acentuó una atención
prioritaria de los países europeos por contener el gasto público. Las políticas de la
«reducción de bienestar» (welfare retrenchment) se han traducido en la mayoría de
los casos en un enfoque común de contención del gasto público, aunque el gasto
social como porcentaje del producto interior bruto de los países europeos ha mante-
nido los niveles anteriores (Moreno, 2004).
14 40

67
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

Es decir, se ha pasado del consenso socialdemócrata de un Estado


intervencionista a una admisión neoliberal de las fuerzas del mercado,
si bien la ciudadanía aún quiere que el gobierno se ocupe de servicios
básicos. Aunque haya decrecido el apoyo que la gente daba a que
mediante una activa intervención del Estado y una política redistri-
butiva se buscara la solidaridad social, las clásicas premisas liberales
del Estado para que salvaguardara la vida, la libertad y la propiedad
han permanecido e incluso aumentado (Döring, 1994: 28). En este
sentido, Mishra (1992: 17) señala que todavía se considera que los
gobiernos son responsables de la provisión social de seguridad.
Dentro de la lógica neoliberal, Thomas Friedman (2000: 444-445)
pretende aclarar la disyuntiva indicando que no se puede ser «glo-
balizado» en este mundo sin ser socialdemócrata, ya que si no se
mantienen ciertos límites, no puede mantenerse el consenso político
necesario para la apertura. Al mismo tiempo, no se puede ser social-
demócrata sin ser «globalizador», ya que sin la integración en el mun-
do, no podrán generarse los ingresos que se necesitan para mantener
el nivel de vida ascendente y ocuparse de los menos favorecidos.
Además, así como había límites económicos y políticos para la
expansión del Estado de bienestar en la sociedad capitalista, tam-
bién hay tres límites muy importantes para el ajuste del Estado de
bienestar, que evitan el corte de provisión pública sin compensar el
cambio de otra manera15. Por un lado, alguna forma de reproducción
extraeconómica de la fuerza de trabajo es esencial para la acumula-
ción capitalista; se espera que en última instancia el Estado capitalista
sirva como suministrador de fuerza de trabajo. Aunque cambien los
respectivos límites y responsabilidades del mercado, del Estado y de
la sociedad civil, el Estado aún tiene un importante papel de guía. Por
otro lado, hay importantes límites institucionales para el ajuste del
Estado por causa de la herencia de políticas, inercias de programa
y por la arquitectura del Estado en general. Por último, también hay
límites enraizados en las políticas de representación, en la organiza-
ción interna del aparato del Estado y en las políticas de intervención
(Jessop, 2002: 150-151).

15
Al Estado se le dejará que provea aquellos servicios públicos distributivos resi-
duales que no son rentables para el sector público. Los Estados de bienestar mínimos
tienen que ser mantenidos; la ausencia de una red pública de seguridad llevaría a la
inestabilidad social (Cerny, 1999a: 19).

68
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

Aun así, nos encontramos ante una «quiebra entre el mundo políti-
co y el económico», en la que este último vacía de sentido al primero
hiriendo las formas en que se construyen tanto el vínculo social como
los cimientos del contrato social (Vallespín, 2000a: 144).

4.3 Elementos en la reconsideración de las características del


Estado de bienestar

4.3.1 Estado liberal-Estado social

En este apartado se tendrán en cuenta los triunfos de la perspectiva


neoliberal-conservadora en su lucha por repensar el Estado de bien-
estar resultante del consenso socialdemócrata16. Dicha perspectiva ha
conseguido, en principio, romper con la lógica asumida de que el
incremento en las prestaciones del Estado de bienestar era señal de
progreso, sustituyéndola por una que justifica los ataques a los flancos
de este Estado de tipo paternalista y consiguiendo que estos ataques
aparezcan como racionales, resultado de una reacción incuestionable
a ciertas circunstancias.
En principio, en lo que respecta al Estado, Martínez de Pisón (2001:
81) afirma que el ataque neoliberal-conservador, con su insistencia de
«repliegue» o «vuelta al Estado liberal»17, nos ha legado una imagen
tergiversada de los modelos políticos y de la experiencia histórica
de los siglos xix y xx, ya que aparecen como modelos en oposición,
cuando en realidad son distintos pasos en una continuidad histórica.
En realidad, el Estado social tuvo como objeto la crítica y la revisión
de los defectos del Estado liberal, y sobre todo del individualismo
que le servía de base, postulando planteamientos de carácter social
(Díaz, 1998: 101). El Estado social se entiende generalmente como

16
Cualquier defensa intelectual del Estado de bienestar debe tomar en cuenta,
en opinión de Culpitt (1992: 23), los desafíos de la crítica neoconservadora.
17
El Estado liberal se concibe como Estado mínimo en una sociedad que se supo-
ne autorregulada. El valor fundamental es la libertad, y ésta debe ser salvaguardada
y garantizada por el Estado. Los derechos individuales se entienden como autolimita-
ción del Estado y toda la articulación social se basa en el contrato, expresión del libre
acuerdo entre las partes. El optimismo antropológico produce una ideologización del
crecimiento económico, del progreso imparable y de la felicidad como logro social
(Gallego, 2000:107).

69
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

transformación de las funciones del Estado liberal en el sentido de


introducir y ampliar progresivamente el intervencionismo protector
de un modo cada vez más sistemático e integrado, lo que altera en
alguna medida también los fines del Estado. Actúa en cumplimiento
de una legislación que le obliga a responder ante las insuficiencias de
la sociedad liberal y capitalista (Gallego, 2000: 107). En la transforma-
ción desde el Estado liberal clásico al Estado de bienestar, el cambio
más evidente es la pérdida de concepción del «Estado mínimo» (Gar-
cía Cotarelo, 1988: 191)18.
Sin embargo, los liberales ven en el Estado de derecho un guar-
dián de las libertades esenciales y en el Estado intervencionista un
agente destructor. Sería necesario, por consiguiente, suprimir el se-
gundo para lograr el primero. Esta perspectiva viene acompañada
por su punto de vista de lo social como una mera interacción mecá-
nica de los individuos, y la lógica en cuanto a lo político deriva de la
idea de que en política, como en economía, existe siempre un óptimo
paretiano (Rosanvallon, 1995b: 104,109).
Este punto de vista ayuda a la concepción de un Estado despojado
de unas vestiduras sociales que sólo sirven para coartar la libertad
y que además tiene consecuencias no deseadas, haciendo aparecer
ideal un Estado clásico con funciones más primarias.

4.3.2 Mantenimiento de la eficiencia-legitimidad

El anterior argumento se ve acompañado por un hecho intrínseco


en el funcionamiento del Estado de bienestar, referido a que el
asentimiento a su política se apoya cada vez más en criterios de
eficiencia, puesto que se ha convertido en un requisito imprescin-
dible para el logro de la legitimidad. Esta última ya no se contem-
pla tanto como ideal normativo, sino a través de logros materiales
(Gallego, 2000: 134).

18
Conviene recordar la diferenciación entre los términos fácilmente intercambia-
bles de «Estado social» y «Estado de bienestar». Como señala Zapatero (1986: 66), el
Estado social es un Estado de bienestar cubierto y amparado por las instituciones y
principios del Estado de derecho. Aunque un Estado de bienestar que no sea Estado
social es posible (en un sistema autoritario), no cabe denominar Estado social a un
sistema que no sea a la vez un Estado de bienestar.

70
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

Como afirma Linz (1987: 38), la legitimidad es la creencia de que, a


pesar de sus limitaciones y fallos, las instituciones políticas existentes
son mejores que otras que pudieran haber sido establecidas y que
pudieran exigir obediencia. Zapatero recuerda que los teóricos de
ciencia política, desde Max Weber hasta Luhmann, suelen plantearse
la legitimidad desde una perspectiva puramente formal, procedimen-
tal, de respeto en el proceso de toma de decisiones, de las reglas del
juego establecidas y sin mayores consideraciones hacia los conteni-
dos materiales (justicia/injusticia) de la decisión política concreta. Tal
forma de entender la legitimidad implica que las decisiones del po-
der, siempre que respeten dichas reglas formales, son aceptables sin
más motivos. Pero no es menos cierto que la disponibilidad del ciuda-
dano a someterse al poder no deriva solamente del respeto de éste
por las reglas procedimentales propias de un sistema democrático; tal
disponibilidad se deriva también, o al menos se refuerza, a partir de la
satisfacción por parte del poder de ciertas expectativas colectivas o
individuales que constituyen hoy el «estándard mínimo de bienestar»
garantizable en un determinado ámbito cultural (Zapatero, 1986: 73).
Al hilo de esta idea, puede constatarse que la idoneidad de un deter-
minado Estado de bienestar entra en crisis cuando se rompe el con-
senso popular con los valores del bienestar que éste defiende, pero
sobre todo cuando la trastienda económica del Estado de bienestar,
tomando como factor principal la eficacia de las prestaciones sociales
o la política económica, deja de cumplir los criterios requeridos; por
ello, cuando el Estado no puede manejar la crisis económica, cuan-
do no puede cumplir las exigencias programáticas autoimpuestas, es
castigado con un déficit de legitimación y el campo de acción se res-
tringe justo cuando debería ser ampliado (Habermas, 1975: 89).
Así, la legitimidad es cada vez más difícil de alcanzar, ya que los
gobiernos de todas las sociedades avanzadas se enfrentan a deter-
minados problemas que van intensificándose: demandas crecientes
para la provisión de un bienestar de calidad, satisfacer la demanda
pública simultánea de limitar los niveles impositivos, mantener/incre-
mentar los niveles de crecimiento económico y mantener/mejorar las
oportunidades electorales. Esta situación ha sido definida con la ex-
presión «cuadratura del círculo de bienestar». El «círculo de bienes-
tar» es la provisión de servicio público y el «cuadrado de bienestar»
es la financiación pública de los servicios (George y Miller, 1994: 6).

71
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

En el núcleo del problema se encuentra el aumento de demandas


dirigidas al Estado, que crean una sobrecarga que les imposibilita el
poder gestionarlas adecuadamente, lo que a su vez crea problemas
de ingobernabilidad.

4.3.3 La ingobernabilidad

Ya en los años setenta, los expertos encargados por la Comisión Tri-


lateral para el análisis de la democracia destacaron que las democra-
cias en el oeste de Europa estaban volviéndose ingobernables por
la sobrecarga de demandas a las que estaban sometidas y por las
dificultades que tenían para concordar el crecimiento económico con
el desarrollo político, todo lo cual acarreaba problemas de goberna-
bilidad (Crozier, Huntington y Watanuki, 1975).
Por gobernabilidad entendemos: «La cualidad de una comuni-
dad política según la cual sus instituciones actúan eficazmente de un
modo considerado como legítimo por la ciudadanía, permitiendo así
el libre ejercicio de la voluntad política del poder ejecutivo merced a
la obediencia cívica del pueblo» (Colomer y Giner, 1993: 2).
Aunque Vallespín matiza que nunca ha habido una gobernabilidad
plena (porque faltaba legitimidad, porque el Estado carecía de re-
cursos suficientes para satisfacer los fines deseados, por su incompe-
tencia o porque los afectados por políticas concretas se oponían…),
define gobernabilidad como una situación en la que algo es «gober-
nable», es decir, presupone una docilidad de la nave al timón, de la
sociedad a los dictados de quienes las gobiernan. La gobernabilidad
siempre ha coexistido con grandes dosis de «ingobernabilidad» y ello
ha obligado a los poderes públicos a afinar permanentemente sus ins-
trumentos de acción sobre la sociedad, así como a reajustar los fines
perseguidos a sus propias posibilidades. El problema comienza a ser
agudo cuando ya no basta con un mero ajuste puntual, sino que es
toda su forma de actuar –y sus mismos fines– lo que se pone en cues-
tión. A esto le da el nombre de «crisis de gobernabilidad» (Vallespín,
2000a: 121-122).
Cabe añadir como hipótesis fundamental que la gobernabilidad
quedará asegurada en la medida en que un gobierno pueda simultá-
neamente mantener la legitimidad y promover el desarrollo económi-

72
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

co (Alcántara, 1995: 41). Vemos que la situación a la que deben enfren-


tarse los países en la actualidad es, precisamente, que los elementos
anteriormente citados entran en colisión debido a la gran cantidad de
demandas de las que debe hacerse cargo el Estado; como le es impo-
sible cumplir con sus obligaciones de una forma eficaz, esto erosiona
su legitimidad y lastra el logro de una gobernabilidad óptima.
Según David Held (1989), puede analizarse esta crisis desde dos
perspectivas diferentes: por una lado, desde la teoría política pluralis-
ta («teóricos de la sobrecarga») y desde la teoría marxista («teóricos
de la crisis de la legitimación»). En palabras de este autor, este tipo
de crisis son «crisis con potencial transformador», es decir, pueden
producir cambios profundos en la estructura política y social.
Es interesante reproducir el resumen que hace Held (1989) de es-
tas posturas para poder profundizar en las características de la crisis.
La perspectiva de los «teóricos de la sobrecarga» destaca que los
resultados políticos están determinados por los procesos y las pre-
siones democráticas; los gobiernos intentan mediar y adjudicar me-
diante demandas. Así, los grupos presionan a los políticos para lograr
sus objetivos. En consecuencia, los políticos prometen más de lo que
pueden conseguir, entrando la competición de los partidos en cada
vez mayores promesas. Las estrategias de pacificación social y la bús-
queda del interés propio hacen que las agencias del Estado tomen di-
mensiones inmanejables; por ello el Estado es cada vez menos capaz
de gestionar eficientemente y los costos de sus programas crecen en
espiral. El gasto público se torna excesivo. El círculo vicioso que se
crea sólo puede ser roto por un firme liderazgo político que no mues-
tre tanto interés por las presiones y demandas democráticas.
Para los «teóricos de la crisis de la legitimación» el Estado tiene
interés en los procesos de acumulación de capital, por eso toma de-
cisiones que sean compatibles con los intereses de los negocios y, al
mismo tiempo, debe aparecer neutral entre todos los intereses de
clase para que el apoyo electoral de esa masa perdure. Debido a las
crisis a las que se ve sometida la economía, para que el orden social
y económico se mantenga se requiere una extensa intervención del
Estado, por lo que toma bajo su responsabilidad cada vez más áreas
de la economía y la sociedad civil. Como consecuencia, expanden sus
estructuras administrativas, necesitando un mayor presupuesto del
Estado para su mantenimiento. Esta creciente intervención del Esta-

73
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

do en las diferentes áreas de la vida hace que la población dirija un


mayor número de demandas hacia él. Si estas demandas no pueden
ser satisfechas con las alternativas propuestas, el Estado tendrá que
enfrentarse a una «crisis de legitimación y motivación» (Held, 1989:
118-125).

4.3.4 Los derechos sociales en el Estado de bienestar

Dentro de los nuevos elementos a considerar, es fundamental la


evolución en la concepción de los derechos sociales, núcleo de las
demandas al Estado de bienestar. Lo que subyace en el espíritu de
este último, según García Cotarelo (1996: 22), surgió tras la evolu-
ción de la teoría y la práctica de los derechos individuales del libera-
lismo y la revisión que para la tradición liberal supuso la mentalidad
demócrata igualitaria con los nuevos derechos políticos: se desarro-
lló después una perspectiva que afirmaba que, mientras existieran
desigualdades económicas y sociales, no podrían lograrse órdenes
político-sociales racionales y justos. Son los llamados derechos eco-
nómicos y sociales o derechos de tercera generación. Se solicita la
intervención de las autoridades públicas en el proceso productivo y
en el distributivo: el Estado social. La explosión de demandas ciu-
dadanas surge como consecuencia del intento de universalizar es-
tos derechos sociales. A su vez, la universalización fue consecuencia
tanto de la segunda guerra mundial como de la guerra fría, impulsa-
da para incentivar la legitimación del capitalismo democrático. Otra
de las características es que el Estado social no se ajusta a un con-
tenido constante, se modula y diferencia según lo que es razonable,
oportuno, necesario o posible. No es posible la misma concreción
constitucional de los derechos fundamentales que de los derechos
sociales (Gallego, 2000: 121).
En opinión de Rosanvallon, la crisis ideológica del Estado de bien-
estar supone una inflexión decisiva en la percepción de lo social que
prevaleció durante cerca de un siglo. Más allá de las dificultades fi-
nancieras y de gestión, corresponde al ingreso en un nuevo momento
de la modernidad. Por ello, la crisis filosófica conduce a retomar la
cuestión de los derechos tal y como fue formulada desde el siglo xvii
por el individualismo liberal, invitando a una superación de las vie-

74
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

jas oposiciones entre derechos formales y derechos reales, derechos


sociales y derechos políticos; obliga a reconsiderar las expresiones
usuales del contrato social, a reformular la definición de lo justo y lo
equitativo, a reinventar las formas de solidaridad (Rosanvallon, 1995a:
12). En este proceso no sólo se interrumpe el proceso ilustrado de
ampliación continuada de los derechos y, por conexión, del conte-
nido de la ciudadanía, sino que se ponen en entredicho las ideas de
ciudadano y de igualdad política, es decir, las pautas para concebir
democráticamente las condiciones sociales (Alvarado, 1998: 53). Es
importante recordar que la igualdad ha sido el verdadero símbolo
legitimador del Estado de bienestar (García Cotarelo, 1985: 73).
En la pugna por ir de avanzadilla en el cambio, la derecha se en-
cuentra en la delantera. Desde esta perspectiva se afirmaba que, tras
la instauración de los derechos sociales, calificar de derechos a los de-
rechos sociales significaba confundirlos con los derechos individuales
privados, apareciendo como un derecho personal de cada uno de los
ciudadanos y que mientras la protección al infortunio sí era universali-
zable, no así aquellas formas que incrementan las posibilidades vitales
(Gil Calvo, 1995: 29). Aunque Offe (1988: 201) afirma que también
es visible un cambio en la visión de la izquierda, que pasa del com-
ponente igualitario-colectivista de su herencia a una visión libertaria,
antiestatista y comunitarista del Estado de bienestar.
Estas nuevas posiciones hacen que debamos volver la vista atrás y
nos centremos en la «elaboración» del contrato social, de la relación
del individuo y el Estado y de su reformulación, de cuáles serán a par-
tir de ahora los elementos exigibles de los servicios reclamables. Y no
estamos hablando solamente de qué parte del PIB se destina en cada
país a gastos sociales. El quid de la redefinición del Estado de bienes-
tar está en cómo será la justicia social a la que se podrá apelar y cuáles
son los derechos que el Estado estará dispuesto a cubrir. Aunque en
la reformulación hay que tener en cuenta que la extensión de la políti-
ca de bienestar ha desarrollado características autoperpetuantes y un
creciente clientelismo electoral del welfare numéricamente importan-
te (Picó, 1992: 297-298). Los votantes se mantienen muy apegados al
Estado de bienestar, pero no sólo por el mero autointerés económico,
sino porque mantiene una considerable legitimación como fuente de
estabilidad social y garante de los derechos básicos de la ciudadanía
(Pierson, 1998b: 552).

75
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

En suma, entramos en una nueva era de lo social, pero al mismo


tiempo entramos en una nueva era de lo político; la refundación de
la solidaridad y la redefinición de los derechos implican, en efecto,
una mejor articulación entre la práctica de la democracia, es decir, la
invención de las reglas para vivir juntos y la deliberación sobre la justi-
cia y la gestión de lo social (Rosanvallon, 1995a: 12). En este sentido,
Pierson (1998b: 539) opina que es probable que la reforma exitosa
del Estado de bienestar se base en el compromiso y que tome la for-
ma de un contrato social reestructurado y modernizado.
Los autores Gibbins y Reimer (1999: 159) afirman que la nueva
ciudadanía y la política social se tendrán que basar en la capacidad
de los gobiernos para proveer las condiciones para una membresía
efectiva para todos. Para ello habrá de moverse de la agenda teórica
liberal de derechos a una de capacitaciones.

4.4 Nueva naturaleza del Estado

4.4.1 Reelaboración del vínculo Estado-mercado-sociedad civil

Sirva la anterior descripción para situarnos en el clima ideológico que


sirve de caldo de cultivo para la redefinición del Estado, tanto en su
tamaño como en sus funciones. Aunque cabe destacar que, si bien
en principio los gobernantes de cualquier signo están en contra de
un Estado grande y caro y a favor de otro «más pequeño y eficiente»
(Dehesa, 2000: 115), la pretensión neoliberal de los años ochenta de
que, una vez librado el mercado de las interferencias del Estado y de
la pesada carga del Estado de bienestar, el crecimiento económico
ofrecería oportunidades para todos y crearía establemente riqueza
para el conjunto de la sociedad se truncó por la recesión de los años
noventa19, que quebró ese optimismo y obligó a reconocer tanto la

19
Parece probado que las políticas practicadas en EEUU y Gran Bretaña en los
años ochenta no obtuvieron los resultados esperados. Crecieron la pobreza y el des-
empleo (con reestructuración del mercado de trabajo) y creció el déficit público. Su
creencia de que el Estado de bienestar perjudica el crecimiento económico no se
demostró con la desregulación llevada a cabo. Además, los servicios básicos (educa-
ción, sanidad, pensiones) no se alteraron sustancialmente, aunque se amplió el papel
del mercado en ellos (Gallego, 2000: 137).

76
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

persistencia de fuertes desigualdades como el agravamiento de éstas


como resultado de la aplicación de las recetas neoliberales20.
Es evidente que el modelo neoliberal puro no sirve para encarar
los nuevos desafíos, pero lo cierto es que, a fin de cuentas, el Esta-
do se ve obligado a «destejer el abrigo» que tan costosamente ha-
bía elaborado para proteger a la sociedad frente a las inclemencias
del capitalismo, lo cual tiene como consecuencias la desregulación,
la privatización, la precariedad y la movilidad en el empleo, que los
Estados más activos tratan de compensar mediante la promoción de
la innovación, la «empleabilidad» y las políticas sociales «eficientes»
dirigidas a los más necesitados (Vallespín, 2003: 415). Hoy en día el
sentido común dominante ya no niega la necesidad de políticas socia-
les, sino que las acepta como algo necesario pero orientado exclusi-
vamente a los sectores desprotegidos (Paramio, 1998: 20).
A partir de aquí, el Estado, que había ido acumulando responsabi-
lidades, haciéndose más «responsable» de todo y creando un orden
«desde arriba», ha pasado a una posición defensiva y ya no organiza
la sociedad sino que «la defiende» (Vallespín, 2000a: 144). Por otro
lado, más que una acción correctora, tendrá una acción amortiguado-
ra (Mishra, 1992: 47).
También hay una reelaboración en la concepción de la gobernanza,
ya que ninguna sociedad moderna se gobierna hoy sin grandes inter-
ferencias públicas sobre el mercado, desde el control de sus externa-
lidades negativas hasta la regulación de la competencia y su sujeción
a determinados criterios macroeconómicos o a los imperativos de la
justicia redistributiva. A la inversa, ninguna puede renunciar tampoco
al despliegue de la iniciativa privada y su inmensa capacidad para
dinamizar la sociedad y la economía. Estado, mercado, negociación
o cooperación, «tercer sector» y las diversas formas de interacción
entre todos ellos constituyen las bases de la gobernanza y definen un
orden que rompe con la tradicional visión de la acción de gobierno
y lo enfrenta a lo que podría calificarse como una «crisis de dirección
jerárquica» (Vallespín, 2003: 408-409).
En definitiva, se presenta como necesaria la reorientación de la

20
Además, una «remercantilización» o privatización de tipo neoliberal es muy
improbable que pueda triunfar en lo referente a los servicios de bienestar, debido
tanto a las funciones que desempeña como a la legitimación que detenta (Holden,
2003: 309).

77
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

relación entre Estado, mercado y sociedad civil, producida sobre todo


por la lógica del segundo, que obliga al primero a la cesión de funcio-
nes. En este sentido, Sánchez Cámara (1999: 181) afirma que es cada
vez más difícil negar que hay que redefinir, en un sentido liberal, las
funciones clásicas asignadas al Estado, que el protagonismo pertene-
ce a la sociedad y no al Estado. Según Vallespín (2000a: 158), en el
mundo futuro probablemente habrá menos administración pero más
política, una política que ya no se construye a partir de su referencia
ineludible al «Estado», sino que deberá arraigarse también en impor-
tantes sectores de la sociedad civil.
En cuanto al bienestar, Zapatero habla del posible advenimiento de
una especie de «concepción triangular» del bienestar en las socieda-
des industriales o de división de la función de bienestar entre Estado,
mercado y otras instituciones, cuya específica combinación en una si-
tuación histórica concreta dé lugar a Estados de bienestar diferentes21,
que por un lado descarguen a un Estado impotente y, por otro, impi-
dan que el individuo quede a merced de las leyes de oferta y demanda
(Zapatero, 1986: 85). A este respecto, Rosanvallon (1995b: 118) defien-
de que debería ser posible reconocer un «derecho de sustituibilidad»
de lo estatal por lo social en el campo de ciertos servicios colectivos. La
única forma de reducir de manera no regresiva la demanda de Estado
consiste en favorecer la multiplicación de estos autoservicios colectivos
o servicios públicos puntuales de iniciativa local.

4.4.2 La «remercantilización»

Las ideas anteriormente expuestas nos llevan a tratar el tema de la


mercantilización de los derechos sociales. Aunque el concepto de
«desmercantilización» es originario de Polanyi (1989), ha ganado mu-
cha mayor relevancia como manera de comprender los Estados de

21
En este contexto se enmarcan las opciones de welfare mix, en las que se com-
plementa la provisión pública de políticas sociales con mecanismos ajenos al Estado,
o sea, mercado, asociaciones voluntarias de la sociedad civil y familias. En opinión de
Donati (2004: 9), se pasa a un «cuarto modelo de Estado de bienestar», el «Estado
social relacional», que implica una nueva relación entre la sociedad civil y el Estado;
y define el bienestar, los servicios y los derechos sociales mediante un código simbó-
lico de tipo relacional.

78
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

bienestar modernos a través del trabajo de Esping-Andersen (1993),


que lo usó en su tipología de los regímenes del Estado de bienestar.
Hace referencia al nivel de derechos sociales que, mediante presta-
ciones y servicios, permitirían a los ciudadanos cubrir sus necesidades
vitales al margen del mercado laboral22.
La desmercantilización se producía en el contexto de un Estado
de bienestar paternalista, ya que los servicios de bienestar se con-
cedían sobre la base de la ciudadanía y no del comportamiento real
(Esping-Andersen, 1993: 41). En este sentido, algunos desarrollos
teóricos han recurrido a este concepto para argumentar que varios
Estados han comenzado un proceso de «remercantilización», como
consecuencia sobre todo de la política económica de la globalización,
mediante el cual cada vez más esferas de la vida están sometidas a las
leyes del mercado.

4.4.3 Hacia un bienestar de prestaciones sociales condicionadas

Tanto la lógica económica, que tiene como contrapartida la degra-


dación de lo social, buscando la privatización del bienestar (Mishra,
1996: 317), como los cambios ideológicos sobre la noción de seguri-
dad y bienestar en las sociedades avanzadas que llevan a cuestionar
la funcionalidad, la eficacia e incluso la equidad de los criterios de
universalidad basados en el principio de la ciudadanía social, favore-
cen la extensión de los apoyos hacia un sistema de bienestar residual,
individualista y fundado en la demostración de la necesidad (Benedic-
to y Reinares, 1992: 21; Swank, 2001: 204).
Este tipo de Estado de bienestar es calificado por Mishra (1996:
329) de «bienestar pluralista» y representa una posición centrista, en
equilibrio entre lo público y lo privado, el sector estatal y no estatal,
que descansa en las siguientes premisas: las limitaciones de los servi-
cios de bienestar proporcionados por el Estado han de ser claramen-
te reconocidas; el Estado ni puede ni debería tener el monopolio en
la provisión del bienestar social; los proveedores no estatales pueden

22
Según Esping-Andersen, la desmercantilización se produce cuando se presta
un servicio como un asunto de derecho y cuando una persona puede ganarse la vida
sin depender del mercado (Esping-Andersen, 1993: 41).

79
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

y deberían desempeñar un papel mayor en la provisión de los servi-


cios; como contrapartida, el desplazamiento del bienestar centrado
en el Estado hacia el bienestar pluralista puede derivar en una mayor
desigualdad en la distribución de los beneficios sociales, pero esto no
es inevitable.
Otros autores hablan de «desarrollo social» (Midgley, 2001: 158),
que busca reformular una concepción de política social como pro-
ductivista y orientada a la inversión (por ejemplo, en capital humano),
más que redistributiva y orientada al consumo. No quiere eliminar el
papel del Estado en el bienestar social pero quiere crear recursos que
redunden en la economía.
En cuanto a la categorización de distribución de prestaciones, lo
que subyace es la vieja distinción igualdad versus meritocracia, es
decir, el peso relativo que se ha de asignar a las necesidades y méri-
tos en la distribución del bienestar. Así pues, el futuro del Estado de
bienestar podría girar en torno a la delimitación de un nivel básico
de prestaciones atendidas por el Estado y aplicados a toda la po-
blación, entendidos como derechos de ciudadanía; a una segunda
franja de prestaciones que estaría garantizada y regulada por el Es-
tado, pero financiada con criterios selectivos en referencia a la renta,
y producidos de forma mixta Estado-mercado; a una tercera franja
de prestaciones que serían incentivadas por el Estado, pero produ-
cidas, financiadas y gestadas de forma casi exclusivamente mercantil
(Picó, 1992: 302)23.
La filosofía de acabar con el Estado nodriza24 va atada a la idea
de promover en el ciudadano la responsabilidad en su vida personal
y social. Consiste en «ayudar a la gente a que se ayude a sí misma»
y evoca un tipo de entrenamiento que debería permitir a cualquie-
ra asumir responsabilidades individuales y a tomar iniciativas para
mantenerse firme en el mercado, para no acabar como un «fraca-
sado» que debe pedir ayuda al Estado (Habermas, 2001: 7). Desde

23
El elemento central de la política social pasará a ser, según Taylor-Gooby, quién
tiene la oportunidad de conseguir qué y a quién se le niega la oportunidad (Taylor-
Gooby, 1997: 172).
24
A pesar de todo, hemos de tener en cuenta que han sobrevivido ciertas ideas
insumergibles en el hundimiento del apoyo al Estado de bienestar paternalista, es
decir, la idea de que el Estado es responsable del mantenimiento de ciertos dere-
chos, ya que todavía se considera que los gobiernos son responsables de la provisión
de una red social de seguridad (Mishra, 1992: 17).

80
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

esta perspectiva, el Estado debe participar activamente, intentando


por todos los medios proporcionar a los ciudadanos la preparación
necesaria para competir25.
En opinión de Esping-Andersen (2001: 136), si no pueden evitarse
los salarios bajos ni el empleo precario, habrá que tratar de suavizar
sus efectos a corto plazo; esta situación se convertirá en una trampa
si estas situaciones se prolongan. En breve, el núcleo principal de los
derechos sociales debería ser redefinido como garantía efectiva en
contra de esas trampas, como el derecho a una segunda oportuni-
dad, es decir, una serie de «garantías de oportunidades de vida».
Según estas ideas, los gobiernos deberían proveer a todos los
ciudadanos de unas condiciones de ciudadanía similares, pasando
de la agenda de derechos a moverse a una de capacitaciones. Lo
que los reformadores del Estado de bienestar desean con el cambio
es pasar de la «igualdad de condiciones», que estaba en los funda-
mentos del Estado de bienestar, a la «igualdad de oportunidades»
(Tarnawski, 1998: 109).
En otras palabras, el individuo se convierte en protagonista de la
acción social. El Estado providencia ya no puede ser únicamente un
distribuidor de subsidios y un administrador de reglas universales. Se-
gún Rosanvallon, debe convertirse en un «Estado servicio» capaz de
una «equidad de oportunidades», que facilite a los individuos instru-
mentos para superar los problemas que le pudieran surgir a lo largo
de la vida (Rosanvallon, 1995a: 210). De un Estado de bienestar pa-
ternalista se pasa a uno facilitador. Aunque esta petición de «obliga-
ciones» y de «responsabilidad» trate de complementarse con la de
los derechos (Holden, 2003: 313), choca con el concepto de ciuda-
danía en torno al cual ha girado el Estado social de derecho hasta
la actualidad. Tiene como inconveniente el hecho de que el mundo
liberal en que vivimos tiene grandes dificultades para atribuir respon-
sabilidades, porque ha promovido una «cultura del individualismo

25
La pátina conservadora de esta perspectiva puede apreciarse en el trasfondo
moral del trasvase de responsabilidad, ya que la apelación a la responsabilidad indivi-
dual supone una suerte de restauración moral, es decir, que lo que en principio es una
desgracia, el conservadurismo lo convierte en castigo por no «haber querido» atenerse
a las reglas que crean condiciones igualitarias. Esta perspectiva conservadora ya ex-
presaba que el Estado no debe ayudar porque ello crea dependencia, sino que debe
proporcionar los recursos y que cada cual despabile (Schmidtz y Goodin, 2000: 16).

81
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

de los derechos», pero es incapaz de fundamentar filosóficamente y


de fomentar en la vida cotidiana una «cultura de la responsabilidad»
(Cortina, 2001: 14).
Aun más, Culpitt (1992: 7) ve necesario un nuevo modelo de dis-
curso político que defienda de manera renovada tanto los derechos
como las obligaciones, ya que es necesario para mantener una socie-
dad defendible éticamente.
En un contexto en el que la ciudadanía tiene que hacer frente a
ciertas responsabilidades, el reparto de tareas es el siguiente: el Es-
tado debe proveer al individuo de instrumentos para defenderse en
un mundo globalizado y, con un Estado de bienestar que no puede
seguir cumpliendo las funciones que antes desempeñaba, debe crear
la «igualdad de oportunidades» para que el sistema funcione y para
lograr la legitimidad necesaria mediante cierto logro de justicia social
amoldado a la «realidad»; por otro lado, el individuo responsable no
puede hacer valer sus derechos si no cumple con sus obligaciones26.

4.5 Algunas teorizaciones de un nuevo modelo de Estado

4.5.1 El «Estado de competición» (Philip G. Cerny)

Según Cerny, la crisis de los Estados de bienestar surge como con-


secuencia de su incapacidad para aislar las economías nacionales de
la economía global y de la combinación de estancamiento e inflación
resultante cuando intenta hacerlo. A partir de aquí surge el «Estado
de competición»27, que es una de las más importantes consecuencias
de la globalización, el resultado de actores individuales y grupos in-
tentando ajustarse a las cambiantes condiciones estructurales, que
de esta manera moldean tanto los procesos como los resultados del
cambio (Cerny, 2000: 117).

26
John Gray traza un paralelismo entre la Poor Law de Inglaterra en 1834, en el
que el objetivo era transferir la responsabilidad por la protección de las personas con-
tra la inseguridad y los infortunios de las comunidades a los individuos, obligándoles
a aceptar trabajos a cualquier tarifa establecida por el mercado, y el restablecimiento
del libre mercado de fines del siglo xx, en el que también subyace el mismo principio,
concretamente en las reformas de los sistemas de seguridad social (Gray, 2000: 20-21).
27
Cerny afirma que el modelo ortodoxo de «Estado de competición» es el Estado
neoliberal británico y estadounidense de los años ochenta y noventa (Cerny, 1999b).

82
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

Este tipo de Estado persigue incrementar la mercantilización con el


objetivo de hacer que las actividades económicas sitas dentro del te-
rritorio nacional sean más competitivas en términos internacionales y
transnacionales. Los puntos más importantes de este proceso incluyen
intentos de reducir el gasto gubernamental y la desregulación de las acti-
vidades económicas, especialmente de los mercados financieros. Como
resultado, ha emergido una nueva práctica y un nuevo discurso que Cer-
ny denomina «ortodoxia financiera incrustada», que está condicionando
los parámetros de acción política en todas partes (Cerny, 1997: 259).
Se dan cuatro cambios específicos de políticas:

• El giro desde un intervencionismo macroeconómico a uno mi-


croeconómico, reflejado tanto en la política industrial como en la
desregulación.
• Un giro en el punto de mira del intervencionismo, desde el desa-
rrollo y el mantenimiento de una serie de actividades económicas
estratégicas, básicas para mantener una mínima autosuficiencia en
sectores claves, a uno de respuesta flexible a las condiciones com-
petitivas en una serie de mercados internacionales diversificados y
rápidamente cambiantes.
• Un énfasis en el control de la inflación y un monetarismo neoliberal
como piedra angular de la gestión y el intervencionismo económi-
cos del Estado.
• Un giro para mantener las políticas de partido y de gobierno fue-
ra de la maximización general de bienestar dentro de una nación
(pleno empleo, transferencia de pagos redistributivos y provisión
de servicio social) y para dar un impulso a la empresa, la innova-
ción y el beneficio tanto en el sector público como en el privado
(Cerny, 2000: 123).

El «Estado de competición» debe intentar conseguir más con me-


nos. La regulación de reforzamiento de mercado, como la legislación
antimonopolio o de regulación de los mercados de «stocks», están jus-
tificadas no sólo por ser normas de «interés público», sino también para
prevenir la competición injusta y el comportamiento anticompetitivo
de los monopolios, cárteles o sindicatos. Es posible una intervención
más directa si provee bienes públicos y servicios, o por la necesidad de
mantener industrias estratégicas básicas (Cerny, 1997: 261).

83
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

Cerny explica la imbricación del Estado de competición y la glo-


balización explicando que la transformación es un proceso complejo,
no lineal, que implica tres paradojas centrales. La primera es que la
emergencia del Estado de competición no lleva a un simple declive
del Estado, sino que necesita la expansión de la intervención y la re-
gulación del Estado en nombre de la competitividad y la mercanti-
lización. La segunda paradoja es que los actores e instituciones del
Estado promueven nuevas formas de globalización compleja en su
intento de adaptar la acción del Estado para hacer frente más efecti-
vamente a las «realidades» globales. Aunque modos de intervención
estatales son posibles, y aunque persistan diferentes formas de orga-
nización Estado/sociedad, estos modelos son posibles a medio plazo
sólo donde se perciban como formas de adaptación eficientes. De la
misma manera, presiones para la homogeneización transnacional e in-
ternacional continúan erosionando estos modelos diferentes cuando
se perciba que son económicamente ineficientes en los mercados del
mundo (Cerny, 2000: 117).
Esta creciente tensión entre la globalización económica por un
lado y las prácticas Estado/sociedad, constituyen crecientemente el
terreno principal de conflicto político dentro, entre y a través de los
sistemas políticos. De ahí la tercera paradoja: el desarrollo de este
nuevo terreno político dificulta la capacidad de las instituciones del
Estado para encarnar la solidaridad comunitaria, amenazando la le-
gitimidad más profunda, el poder institucionalizado y la implicación
social del Estado, minando la capacidad del Estado para resistir la
globalización. La combinación y la interacción dinámicas de estas
tres paradojas significa que la consolidación y la expansión del Es-
tado de competición lleva a un proceso de globalización política
(Cerny, 2000: 117-118).
En cuanto al Estado de bienestar, debe combinar una serie de in-
tervenciones, aunque impera la idea de que debe entrometerse lo
menos posible. El gasto de bienestar puede ser justificado como es-
tabilizador del sistema económico y como instrumento que permite
la maximización de opciones de mercado orientadas al crecimiento
(Cerny, 1997: 261). Los ciudadanos tendrán probablemente que vi-
vir sin el tipo de servicios públicos y medidas redistribuidoras carac-
terísticas de los Estados de bienestar nacionales (Cerny, 1997: 269).
Aun más, los aparatos del Estado se han convertido en residuales en

84
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

lo que respecta a la consecución de algunas formas de bien común


(Cerny, 1997: 274), siendo por ello más vulnerables a las crisis de legi-
timación (Cerny, 1996).
El Estado ya no puede seguir actuando como una jerarquía des-
mercantilizadora (poniendo actividades económicas fuera del merca-
do), debe actuar cada vez más como un agente mercantilizador (po-
niendo actividades dentro del mercado) e incluso como un actor de
mercado él mismo; por consiguiente, las instituciones y prácticas del
Estado están siendo poco a poco mercantilizadas (Cerny, 1997: 267,
264). En este proceso de competición en la economía internacional,
el Estado se convierte en agente de su propia transformación desde
una asociación civil a una asociación empresarial. A la vez que pro-
mueve la mercantilización de sus propias actividades y estructuras, la
promociona más ampliamente en términos económicos e ideológicos
(Cerny, 1997: 272-273).
Por otro lado, la rápida implantación del «Estado de competi-
ción» tiene otra consecuencia importante. Como los Estados han
tratado de promover la competitividad de esta manera, han aban-
donado instrumentos políticos cruciales. Se debate si los contro-
les de capital pueden ser reintroducidos o si los Estados son aún
capaces de perseguir políticas más inflacionarias sin consecuencias
desastrosas. Los Estados están viendo erosionadas su capacidad y
autonomía políticas de una manera que tal vez pueda no ser recu-
perable (Cerny, 1997: 269).
El Estado es financiero, intermediario, abogado e incluso empre-
sario en una red económica compleja. No sólo las fronteras entre el
Estado y el mercado se emborronan, sino que sus estructuras van
entrelazándose y sus comportamientos son cada vez más difíciles de
distinguir (Cerny, 2000: 132). A esto se le añade el que los Estados
son cada vez menos capaces de actuar como Estados «estratégicos»
o «de desarrollo», ya que cada vez están más imbricados en «redes
transgubernamentales» (Cerny, 1997: 270).
La ironía posmoderna de la política es que el Estado no está sien-
do sólo minado por las fuerzas estructurales inexorables, sino que el
«Estado de competición» está convirtiéndose tanto en el motor como
en el mecanismo guía de un proceso de globalización política. Este
proceso requiere la reinvención de la política y la construcción de
nuevas formas de legitimidad, que pueden a su vez moldear el más

85
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

amplio contexto económico, social y cultural y, en última instancia, el


tipo de mundo global resultante (Cerny, 2000: 138).

4.5.2 El «Estado de mercado» (Philip Bobbit)

Bobbit afirma que, tras la «Larga Guerra» que aconteció desde 1914
a 1990, y como consecuencia del asedio al que se ha visto someti-
do el orden constitucional del Estado-nación, ha emergido un nuevo
modelo de Estado, que denomina «Estado de mercado». Esta trans-
formación supone un cambio en la visión sobre la razón de ser básica
del Estado, el propósito legitimador que lo sostiene y establece los
nuevos términos en torno a los que giran los desafíos estratégicos a
los que se enfrenta (Bobbit, 2002).
Cada orden constitucional da respuesta a ciertas demandas de le-
gitimidad; las características legitimadoras que son suficientes para
un orden constitucional son inadecuadas para otro. Precisamente,
la razón por la cual el orden constitucional del Estado-nación está
sufriendo una transformación es porque se enfrenta a una crisis de
legitimación. Bobbit muestra la necesidad de la sustitución del Es-
tado-nación por el «Estado de mercado» explicando que las innova-
ciones estratégicas de la «Larga Guerra» van haciendo cada vez más
difícil al primero el cumplir con sus quehaceres, lo cual repercutirá
en su deslegitimación. El nuevo orden constitucional que sustituirá al
Estado-nación será uno que podrá enfrentarse mejor a estas nuevas
demandas de legitimación, redefiniendo la base en la que se asienta
el poder legítimo (Bobbit, 2002: 213, 215-216).
Dentro de las corrientes globalizadoras, el Estado-nación, que
había establecido su reputación como proveedor de bienestar a la
nación garantizando un mercado nacional unificado y proveyendo
protección contra la competición externa, se sobrecargó cuando las
democracias liberales aplicaron los mismos principios a su comercio
interestatal y a las finanzas. Por añadidura, el efecto de la reducción
de controles directos e impuestos en los movimientos de capital, la
liberalización de las barreras regulatorias sobre los servicios financie-
ros, la expansión de las relaciones con puntos financieros en el extran-
jero y la desintermediación que acompaña a estos pasos han hecho a
los Estados mucho más ricos, pero hay un precio que pagar. El precio

86
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

es un Estado mundial que no está estructurado alrededor de las líneas


nacionales sino de manera transnacional, de modo que en varios sen-
tidos opera independientemente de los Estados. A nivel micro, esto
se cumple en el caso de las firmas multinacionales, que cambian de
localización con el objetivo de optimizar las condiciones para operar,
contemplando al Estado-nación sólo en su vertiente incentivadora o
impositiva. Estas empresas son vistas como proveedoras de empleos
y actividad económica desesperadamente necesaria, de modo que
el Estado es evaluado incidiendo en si su fuerza de trabajo tiene la
formación necesaria o en si su infraestructura ha sido configurada
convenientemente para atraer a las empresas. A nivel macro, este
desarrollo se centra en los flujos de capital, y, como consecuencia de
éstos, todos los países se vuelven impotentes para dictar su política
económica (Bobbit, 2002: 220-221).
El hecho de que sólo pueda incrementarse el nivel de bienestar de
un país con el crecimiento del déficit, obliga al abandono progresivo
del objetivo del gobierno de mejorar el bienestar de los ciudadanos.
Es decir, tendría que cambiar un elemento crucial en la base de su
legitimación como Estado-nación (Bobbit, 2002: 222). Mientras que
este último, con su gratuita educación pública, derechos universales
y políticas de Seguridad Social, prometía garantizar el bienestar de la
nación, el «Estado de mercado» promete maximizar las oportunida-
des de la gente, tiende a privatizar muchas actividades del Estado y
hace que el voto y el gobierno representativo sean menos influyentes
y más responsables de cara al mercado (Bobbit, 2002: 211).
Otra de las características legitimadoras estará relacionada con los
requerimientos de seguridad. Bobbit le da una importancia crucial a
este aspecto, ya que, según él, un Estado que no pueda proteger a
sus ciudadanos del crimen ni proteger su patria del ataque de otros
Estados, deja de cumplir su más básica razón de existencia. Si un
Estado es incapaz de cumplir estas funciones, será cambiado; si la
razón del incumplimiento está enraizada en su forma constitucional,
entonces esa forma será sustituida (Bobbit, 2002: 216).
En suma, las características del «Estado de mercado»28 serían las
siguientes:

28
El autor insiste en que cada país adaptará el «Estado de mercado» a sus pro-
pias características (Bobbit, 2002: 242).

87
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

• Depende de los mercados de capital internacionales y, en menor


medida, de la red moderna de negocios multinacionales para crear
estabilidad dentro de la economía mundial, en detrimento de los
cuerpos políticos nacionales y transnacionales.
• En el «Estado de mercado», el mercado se convierte en centro
económico, reemplazando a la fábrica. Las personas son consumi-
doras, no productoras.
• La política contemporánea no se presenta en contra de un contex-
to histórico de complejos valores en competición, sino en torno a
las relaciones de poder de las personalidades implicadas, como si
la política fuera un mero acontecimiento deportivo (quién gana/
quién pierde). Esto es característico del «Estado de mercado», con
su menor énfasis en los aspectos programáticos y legales de la
gobernanza.
• Para el Estado-nación, la moneda nacional es un medio de inter-
cambio; para el «Estado de mercado» es sólo una mercancía.
• En cuanto al empleo, para el Estado-nación el pleno empleo es
un objetivo importante y a menudo prioritario, mientras que para
el «Estado de mercado» el número actual de personas empleadas
sólo es una variable en la producción de oportunidades económi-
cas y no tiene mayor importancia. Es más eficiente tener grandes
cantidades de personas desempleadas, ya que sería más costoso
para la sociedad entrenarlas y ponerlas a trabajar en tareas que
tienen poca demanda en el mercado; por lo tanto, la sociedad
simplemente tendrá que aceptar los altos niveles de desempleo.
• Al igual que el Estado-nación, los «Estados de mercado» evalúan
su éxito o fracaso económico por la habilidad de su sociedad para
asegurar más o mejores bienes y servicios, pero, a diferencia del
Estado-nación, sólo ve al Estado como proveedor o redistribuidor
mínimo.
• Mientras el Estado-nación se autojustificaba como instrumento
para servir al bienestar de la ciudadanía, el «Estado de mercado»
existe para maximizar las oportunidades de todos los miembros de
la sociedad.
• Si la función de la ley en el Estado-nación está orientada a los pro-
cesos para promover el comportamiento deseado, los «Estados
de mercado» persiguen sus objetivos incentivando castigos y es-
tructuras, no para asegurar que se hacen las cosas correctamente,

88
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

sino para prevenir la inestabilidad social que pudiera amenazar el


bienestar material. Además, su medida de evaluación es lo cuanti-
ficable.
• Si el Estado-nación se caracterizaba por el imperio de la ley, el
«Estado de mercado» es indiferente a las normas de justicia o a
cualquier conjunto de valores morales, mientras no actúen como
impedimento a la competición económica. La adherencia a valores
fundamentales no es cultivada por el «Estado de mercado».
• El «Estado de mercado», a diferencia del Estado-nación, es cultu-
ralmente accesible a todas las sociedades: para captar los men-
sajes que envía no hace falta el dominio de ninguna lengua en
particular.
• Sus instituciones políticas son menos representativas (aunque en
cierta manera más democráticas) que las del Estado-nación.
• Su indiferencia hacia la cultura supone cierta dificultad cuando el
Estado actúa, ya que es difícil para los ciudadanos arriesgar sus
vidas o fortunas por un Estado que no es el adalid de sus valores
culturales, pero, por otro lado, su indiferencia cultural facilita el
multiculturalismo (Bobbit, 2002: 229-231).

4.5.3 El «Estado posnacional schumpeteriano de workfare»


(Bob Jessop)

La economía fordista atlántica era un modo de producción basado, al


menos paradigmáticamente, en un círculo macroeconómico virtuoso
generado por la producción y el consumo en masa. Esto estaba unido
a un modo social de regulación económica distintivo (que suponía
normas y expectativas específicas, así como formas estructurales es-
peciales) y una forma concreta de socialización. El modelo de Estado
que ayudó a sostener el fordismo atlántico era el «Estado nacional
keynesiano de bienestar» y Jessop sostiene que, por lo menos desde
1980, este último ha sufrido una importante reorganización estruc-
tural y una reorientación estratégica que puede verse en tres ten-
dencias: desnacionalización, desestatización e internacionalización
(Jessop, 2003). Este cambio es debido a que el Estado fordista no ha
podido hacer frente a los problemas que amenazaban su sistema de
acumulación; esto hizo que se buscara otro tipo de forma de Estado,

89
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

acorde con el régimen de acumulación posfordista, que pudiera ser


capaz de resolver las contradicciones creadas (Jessop, 1994a).
Jessop subraya los cambios específicos a los que el posfordismo
debe dar respuesta dentro del Estado de bienestar:

• La reorganización del trabajo, los regímenes de acumulación y las


formas de regulación, como respuestas a las básicas crisis de ten-
dencias del fordismo atlántico y a la emergencia de nuevas contra-
dicciones primarias en el capitalismo.
• La emergente crisis fiscal-financiera del Estado de bienestar key-
nesiano, la crisis en el sistema catch-all al cual estaba unido, el
compromiso institucionalizado en el que se basaba y el desarrollo
de nuevas fuerzas sociales.
• La reemergencia del liberalismo, con la forma de neoliberalismo
como alternativa al estatismo, como modo de gobernanza eco-
nómica y proyecto de Estado, y su activa promoción por parte de
EEUU y Gran Bretaña.
• El auge de nuevos problemas económicos y sociales, así como de
nuevos movimientos sociales, que desafían la forma de regulación
y piden nuevas formas para acometer los viejos y los nuevos pro-
blemas (Jessop, 2002: 140).

Este «Estado posnacional schumpeteriano de workfare» que emer-


ge supone una transformación estructural y una reorientación estra-
tégica fundamental del Estado capitalista y es producto de un nuevo
consenso. Tiene una importancia central en ello la emergente metana-
rrativa geoeconómica referente a la globalización y su traducción en
presiones para dar prioridad a la «competitividad estructural» en varias
escalas territoriales. Esta metanarrativa ha sido unida a otras narrativas,
que han sido persuasivamente combinadas para consolidar un limitado
pero ampliamente aceptado conjunto de diagnósticos y prescripciones
de las dificultades económicas y políticas a las que tienen que hacer
frente las naciones, regiones y ciudades. Éstas y otras historias han sido
combinadas para reforzar la idea de que los límites del Estado-nacional
han sido socavados, volviéndolos anacrónicos, y que todas las econo-
mías nacionales están hoy sujetas a una intensificada competición glo-
bal difícil de soslayar, presionando al gasto público «no productivo» e
impulsando el «ajuste a la baja» (Jessop, 2003).

90
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

El Estado está activamente implicado en desarrollar nuevas estra-


tegias de acumulación y proyectos hegemónicos basados en los dis-
cursos de la globalización y la competitividad estructural interviniendo
en el lado de la oferta (Jessop, 1994a: 263). Las políticas económicas
de este tipo de Estado están orientadas a la innovación permanente,
promoviendo la economía basada en el conocimiento y centrándose
en la inflación y en presupuestos prudentes para satisfacer las de-
mandas del capital móvil. El posfordismo también persigue una forma
diferente de entrenamiento y educación (Jessop, 2002: 256).
Jessop sostiene que este nuevo modelo de Estado marca una
clara ruptura con el Estado de bienestar keynesiano, porque aunque
el pleno empleo continúa en la agenda política, no es un objetivo in-
mediato de la intervención del Estado, ya que pierde prioridad ante
la competitividad internacional. Además, los objetivos prioritarios
de la política económica de posguerra no pueden ser conseguidos a
través del Estado-nacional. Esto, a su vez, horada su capacidad para
lograr un Estado de bienestar redistributivo y para limitar el grado
de exclusión social. Siguiendo con las ideas del nuevo consenso,
debe priorizarse la «creación de riqueza», ya que es la condición
fundamental para una redistribución social continuada, y el bienes-
tar (Jessop, 2003).
El papel del Estado-nacional pierde prioridad a favor de los me-
canismos de gobernanza operando en varios niveles. Se pasa de la
centralidad del gobierno a las más descentralizadas formas de go-
bernanza, reorganizando sus funciones por todo el sistema político
en cualquier escala territorial en la que el Estado opere. Supone dejar
de dar por hecho la primacía de los aparatos de Estado y constatar la
necesidad de formas y niveles de participación entre organizaciones
oficiales, paraestatales y no gubernamentales para regir la economía
y las relaciones sociales. También implica el cambio de una típica or-
ganización jerárquico-política top-down de los Estados soberanos al
énfasis en promover la autoorganización de las relaciones interorga-
nizacionales. La implicación del Estado tiende a ser menos jerárquica,
menos centralizada y menos dirigista. Es más, la creciente importan-
cia de los mecanismos de gobernanza lleva al autor a hablar de un
«régimen schumpeteriano de workfare» más que de «Estado schum-
peteriano de workfare», ya que el workfare schumpeteriano es menos
estatocéntrico (Jessop, 2003).

91
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

En resumen, desglosando las características del «régimen


schumpeteriano posnacional de workfare», vemos que es «schum-
peteriano» en la medida en que trata de promover la permanente
innovación y flexibilidad en las economías abiertas interviniendo
en el lado de la oferta y de reforzar en la medida de lo posible
la competitividad estructural y/o sistémica de los espacios eco-
nómicos relevantes. El concepto organizador básico para el de-
sarrollo de las estrategias de acumulación, proyectos de Estado y
visiones hegemónicas en este contexto es la economía basada en
el conocimiento. Sirve como punto en común para los discursos
económicos, sociales, culturales y políticos y tiene implicaciones
en la reestructuración de las formaciones sociales. Por otro lado,
es «posnacional» porque la creciente importancia de otras escalas
espaciales y horizontes de acción hacen a la economía nacional
menos sensible a una gestión macroeconómica efectiva y al terri-
torio nacional menos importante. Además, tiene una personalidad
de «régimen», en contraposición al estatismo de Estado de bien-
estar nacional keynesiano. Se refleja en la creciente importancia de
mecanismos externos al Estado para compensar por los fallos de
mercado y en los desajustes de las políticas económicas y sociales
facilitadas por el Estado. Supone otro aspecto en la erosión de los
Estados-nacionales debido a la creciente importancia de las redes
público-privadas en las actividades del Estado en todos los nive-
les. Con el cambio desde el gobierno a la gobernanza, la forma
tradicional de intervención desempeña un papel menor29 en las
políticas económicas y sociales (Jessop, 2002: 254).
Por último, es de «workfare» en cuanto a que subordina las po-
líticas sociales a las demandas de las políticas económicas. Utiliza
la política social para enlazar la flexibilidad de los mercados de
trabajo con trabajadores flexibles ajustados a una economía globa-
lizada. Precisamente, esta subordinación «workfarista» de lo social
a lo económico es más marcada donde estas políticas influyen en
el presente y en el futuro de la población trabajadora. El workfare
reducirá el gasto social con respecto a aquellos que no son poten-

29
La gobernanza autoorganizadora va incrementando su poder para corregir tan-
to los fallos del mercado como del Estado; pero el Estado gana un mayor papel en la
metagobernanza (Jessop, 2002: 252).

92
Capítulo 4. Consecuencias de la sobrecarga del
Estado y la globalización en la concepción...

cialmente miembros activos del mercado de trabajo o ya lo han


abandonado, y también si el gasto se circunscribe a demandas
consideradas populistas y de ingeniería social. También se reducirá
en lo que respecta a su función como compensador del trabajador
por los riesgos referidos al comercio internacional. Las políticas re-
feridas al mercado de trabajo, la educación y la preparación tienen
una importancia central en la estrategia del workfare. Aunque esto
último ha sido siempre importante, en el «régimen schumpeteria-
no de workfare» se le da más importancia a la flexibilidad, que le
da un nuevo significado; también redefine la naturaleza de la pre-
paración que la educación debe proveer. Es por esta razón por la
que el Estado intenta rehacer los modelos de personas que deben
servir como ejemplo de innovación, de primacía del conocimiento,
de economía flexible, empresarial, autónoma. Además, mientras
el Estado de bienestar keynesiano trataba de extender los dere-
chos sociales de los ciudadanos, este tipo de Estado se concentra
en proveer servicios de bienestar que beneficien a los negocios y
deja las necesidades individuales en un segundo lugar. Todo ello
supone un asalto sistemático a los derechos de bienestar (Jessop,
2002: 251).
Así como existían diferentes modelos de Estado keynesiano, tam-
bién podemos esperar diferentes formas de este nuevo modelo de
Estado. Aunque no pueden encontrarse estos tipos ideales en su
forma pura, ya que dentro de cada Estado europeo pueden encon-
trarse diferentes estrategias. Deben ser vistos mejor como polos
alrededor de los cuales se desarrollan diferentes soluciones en dife-
rentes escalas durante períodos de conflicto y experimentación más
o menos extendidos. La mezcla específica de los casos individuales
dependerá de los legados institucionales, del balance de las fuer-
zas políticas y de las cambiantes coyunturas económicas y políticas
según las cuales son perseguidas las diferentes estrategias (Jessop,
2002: 259, 266-267).
Jessop menciona varias formas típico-ideales: la neoliberal, la
neocorporativista, la neoestatista y la neocomunitaria, dentro de
las cuales la primera de ellas, es decir, la forma neoliberal, es la
más fuerte, ya que aunque no sea adoptada por las fuerzas eco-
nómicas y políticas dominantes en todos los espacios, los efectos
del proyecto neoliberal global continúan influyendo a través de su

93
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

contribución de capital y de la dominación económica de aquellas


fracciones del capital que se benefician de ese proyecto (Jessop,
2002: 259) 30.

30
Aunque también existe una resistencia a aplicar las medidas neoliberales: hay
un mayor énfasis en formas rediseñadas de participación social, un papel continuado
del Estado en gestionar los nuevos problemas de acción colectiva referentes a pro-
mover la acumulación de capital y reconciliarlos con las demandas de legitimación
política, una intención de recalibrar las instituciones existentes para solucionar los
problemas, en lugar de creer que el mercado puede resolverlos (Jessop, 2002: 171).

94
Capítulo 5
El «giro al centro». Las «terceras vías»
en Europa

Si los cambios neoliberales de Reagan y Thatcher supusieron el pun-


to y final al consenso de posguerra, las victorias de Blair en 1997 y
Clinton en 1992 y 1996 marcaron el fin de una fase de contraataque
al Estado de bienestar (Birnbaum, 2003: 92). Esta pauta se enmarca
en una estrategia más global de transición hacia la «tercera vía» en
los países europeos. En ella, la socialdemocracia europea compar-
te las críticas al Estado de bienestar tradicional por ser demasiado
pasivo, demasiado burocrático y no lo suficientemente efectivo en
su lucha contra la exclusión social o la promoción de iguales oportu-
nidades (Aust, 2001), e inaugura una fase en la que se apuesta por
la reestructuración del Estado de bienestar acorde con los nuevos
desafíos.
Los partidos socialdemócratas ya habían empezado a reaccionar
en los años ochenta con cambios programáticos y abandonaron la
tradicional gestión de la demanda anticíclica, emprendieron el cami-
no del conservadurismo fiscal y aceptaron los criterios de Maastricht;
sin embargo, no se produjo una clara revisión programática e ideo-
lógica que intentase relacionar estos giros en un concepto político
coherente, que pudiera dar a la socialdemocracia europea una visión
para el siglo que viene hasta que irrumpió la metáfora de la «tercera
vía» (Merkel, 1999: 12). En este sentido, Giddens (2001b: 69) afirma
que, si bien los años posteriores a la segunda guerra mundial la so-
cialdemocracia fue la orientación política dominante y las posturas
ideológicas tenían que darle respuesta y luego hubo veinte años de
contrarrevolución en los que el neoliberalismo se convirtió en punto
central, hemos entrado en un nuevo período en el que el debate so-
bre la política de la «tercera vía» es el nuevo campo sobre el que otros
partidos y posiciones tienen que dialogar.
El pragmatismo para aplicar políticas determinadas nos lleva a
considerar si el hecho de que muchos partidos hayan desemboca-

95
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

do en políticas de «tercera vía» ha establecido un consenso. Driver y


Martell (2000: 156) se preguntan si la visión pragmática de la «tercera
vía» marca un nuevo consenso entre la izquierda y la derecha, que
consistirá en un movimiento de la izquierda hacia la derecha, no algo
que vaya más allá de los dos hacia algo nuevo.
En general, la «tercera vía» se refiere a un conjunto de políticas
y de ideas que reconocen que los valores socialdemócratas deben
renovarse porque los viejos se han hecho inefectivos (Gray, 1999:
8). Aunque no hay una única «tercera vía» para todos los países,
sino multitud de ellas adaptadas a las circunstancias sociales, polí-
ticas y económicas de cada país, tienen mucho en común, ya que
adoptan un planteamiento compensado y complementario entre
el Estado y los mercados, no quieren liberalizar rápidamente sino
establecer el marco regulador adecuado, buscan que la política
pública mejore los mercados y el gobierno, y persiguen la igualdad
como objetivo político explícito (Stiglitz, 2001: 11). Merkel (2001)
identifica diferentes pautas políticas o diferentes rutas de la «ter-
cera vía» que llevan a la socialdemocracia hacia el siglo xxi, cada
una de ellas con distintos perfiles de acción y programáticos: la
vía del mercado (el neoliberalismo), la vía estatalista tradicional (el
partido socialista francés), la vía de la reforma asistencial (Suecia),
la vía del consenso hacia más mercado (el «modelo pólder» holan-
dés) y la vía del SPD alemán.
Podrían diferenciarse dos vertientes en la elaboración de un dis-
curso de renovación socialdemócrata: por un lado, la de la Comisión
Progreso Global de la Internacional Socialista, y por otro, los defen-
sores de la «tercera vía» que decidieron desmarcarse del documento
sobre las nuevas perspectivas del socialismo que estaba elaborando
la Internacional Socialista, con el objetivo de profundizar en la especi-
ficidad de su programa (García Santesmases, 2000: 9).
El debate sobre el término «tercera vía» saltó a la palestra tras la
llegada al poder de Tony Blair, y sobre todo tras la publicación del
libro de Anthony Giddens La tercera vía. La renovación de la social-
democracia’1. En él pretendía contribuir al debate que quería aportar
ideas para que la socialdemocracia sobreviviera como filosofía políti-

Giddens, Anthony (1999a). La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia.


1

Madrid: Taurus.

96
Capítulo 5. El «giro al centro». Las «terceras vías»
en Europa

ca distintiva ante los desafíos actuales (Giddens, 1999a: 7)2. Para ello
buscaba una nueva senda entre la socialdemocracia a la antigua y la
Nueva Derecha.
Giddens presta interés al centro político, ya que con la defunción
del socialismo como teoría de gestión económica ha desaparecido
una de las principales líneas divisorias entre izquierda y derecha. Hay
una amplia gama de problemas y posibilidades que no están al al-
cance de este esquema. Los socialdemócratas, por lo tanto, deberían
prestar atención al centro político, adjetivado como «radical»3, que
defiende soluciones y políticas «radicales». No debería considerarse
que el «centro» no tiene sustancia, ya que se refiere a las alianzas que
los socialdemócratas pueden tejer a partir de la diversidad de estilos
de vida (Giddens, 1999a: 57-59).
No hay que olvidar la dimensión dinámica de la «tercera vía».
Aparte de la teorización de Giddens, son numerosos los autores que
han contribuido a aclarar sus características, sobre todo a partir de la
experiencia británica. La «tercera vía», más que un «todo» coherente,
ha sido un modelo compuesto (Powell, 2001). Giddens reconoce que
es más preciso hablar de una sola y ancha corriente de pensamiento
de «tercera vía» a la que están contribuyendo partidos y gobiernos
(Giddens, 2001a: 41).
Podríamos decir que la «tercera vía» es más una combinación que
una trascendencia de la izquierda y la derecha, donde principios como
igualdad, eficiencia y autonomía, elementos por los que ambas tra-
diciones han peleado durante mucho tiempo, tradiciones que ahora
aparecen combinadas, siguiendo con la tradición de las «middle way
politics» (Driver y Martell, 2000: 51). Como consecuencia de estas
combinaciones, entre la Nueva Derecha y la Vieja Izquierda, además
de la «tercera vía» puede haber otras posiciones, e incluso dentro de
la «tercera vía» puede haber diferentes alternativas.
Precisamente este último fenómeno se da con los valores de la
«tercera vía». Stuart White (1998) afirma que el pensamiento de la

2
La socialdemocracia se enfrenta a cinco dilemas básicos: la globalización, el
individualismo, la reubicación de la izquierda y la derecha, la capacidad de acción
política y los problemas ecológicos (Giddens, 1999a: 39-77).
3
Ser «radical» equivale a abandonar algunas de las premisas de la socialdemo-
cracia y el neoliberalismo en un mundo en el que no se pueden aplicar de la misma
manera que en el pasado (Giddens, 2001b:70).

97
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

«tercera vía» aparece definido en lo que respecta a lo normativo por


un compromiso con los valores de «oportunidad real», «responsabi-
lidad cívica» y, en relación con los anteriores, con el desarrollo de la
«comunidad». Estas diferencias sugieren unos muy diferentes y en
ocasiones opuestos proyectos políticos. Los autores Driver y Martell
(2000) trazan otra línea dentro de la «tercera vía», entre los «postra-
dicionalistas» como Giddens y los «moralistas sociales» como Blair.
Para Meyer (1998), la esencia de la «tercera vía» reside en que bus-
ca un nuevo tipo de revolución cultural y la transformación del Estado
de bienestar, para que la gente se ajuste mejor a las estructuras eco-
nómicas y sociales determinadas por la etapa actual de la globaliza-
ción. Independientemente de lo que esto suponga para la identidad
socialdemócrata, lo cierto es que, como afirman Guerra y Barg (2001:
26), lo más interesante de la discusión sobre la «tercera vía» es que
vuelve a colocar sobre el tapete la reflexión sobre los largos plazos, es
decir, sobre qué sociedad se pretende construir.
Meyer cree que uno de los puntos centrales de la «tercera vía» es
la necesidad de reinventar la gobernanza, los respectivos roles polí-
ticos del gobierno o la sociedad con respecto a la nueva economía
y los problemas políticos de hoy en día. Este concepto tiene dos di-
mensiones. La funcional, resultado de la experiencia, que afirma que
en las sociedades modernas es cada vez más difícil y disfuncional in-
tentar guiar el desarrollo de las sociedades desde un vértice político
situado en la cumbre de la pirámide de la sociedad. Se requiere por
tanto una nueva forma de colaboración entre los actores del sistema
político y los actores de la sociedad civil; el objetivo son nuevos patro-
nes de gobernanza con una nueva división del trabajo entre el Estado
y los actores sociales. Y la cultural, basada en la necesidad de volver
a sopesar el concepto que los individuos tienen de los derechos y
obligaciones en las sociedades modernas. Se descarga al Estado de
labores superfluas al asumirlas la misma sociedad de forma voluntaria
y de diferentes maneras (Meyer, 1998).

5.1 Principales ideas de la «tercera vía»

La necesidad de reformar los sistemas de bienestar es un componen-


te clave en la filosofía política de la «tercera vía», porque se mantie-

98
Capítulo 5. El «giro al centro». Las «terceras vías»
en Europa

ne que las estructuras de bienestar existentes no están acompasadas


con los cambios sociales y económicos actuales, y las dinámicas de
desigualdad son diferentes de las del pasado, como lo son algunos
riesgos a cubrir; el Estado de bienestar tiene sus propias limitacio-
nes y contradicciones, que han de abordarse directamente (Giddens,
2001a: 113-114). Por ello, la «tercera vía» insiste en la importancia
vital de un gobierno activo y en la transformación de la esfera públi-
ca, y subraya que esta última no coincide con la del Estado (Giddens,
2001a: 176; 2001b: 73).
La propuesta de un gobierno activo surge porque la «tercera vía»
se opone a la concesión de pasivos subsidios asistenciales que no es-
timulan al individuo a reintegrarse en la economía y en la sociedad. El
Estado tiene que contribuir a la creación de un justo marco de oportu-
nidades que puedan beneficiar a todos los ciudadanos, siendo respon-
sabilidad de éstos que las aprovechen o no (Held, 2001: 54), es decir,
tiene que facilitar a los ciudadanos los recursos para asumir su respon-
sabilidad y las consecuencias de lo que hacen (Giddens, 2001a: 177)4.
De esta manera el gobierno quiere lograr ciudadanos activos que se
ayuden a sí mismos y no acudan al Estado (Coote, 1999: 124). Estas
ideas sobre la responsabilidad entroncan con la propuesta de Giddens
de un nuevo contrato social, basado en el teorema «ningún derecho
sin responsabilidad», según el cual las personas que se beneficien de
bienes sociales deberían disfrutarlos responsablemente y dar algo a
cambio a la comunidad social en sentido amplio (Giddens, 2001a: 62).
Giddens otorga una importancia central a la sociedad civil. En su
opinión, es un error contraponer simplemente el Estado a los merca-
dos, ya que el orden social, la democracia y la justicia social no pue-
den desarrollarse donde domine una de estas instituciones (Giddens,
2001a: 66). Por lo tanto ha de darse un equilibrio entre los tres órde-
nes, pues sin una sociedad civil estable, con normas de confianza y
decencia social, no es posible ni que los mercados florezcan ni que la
democracia se mantenga (Giddens, 2001a: 177).
En la estrategia que busca reconciliar los mecanismos de creci-
miento económico con la reforma estructural del Estado de bienestar,

4
Aumentan las obligaciones del individuo pero, por otro lado, exige que el Es-
tado cree activamente las oportunidades que refuercen la responsabilidad individual
(Merkel, 2001; Plant, 1998).

99
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

el capital humano es parte central del éxito (Giddens, 2001a: 62). A su


vez, la fuerza motriz del desarrollo del capital humano tiene que ser
la educación; si bien hasta ahora ésta ha sido tradicionalmente defi-
nida como preparación para la vida, en el futuro ha de ser enfocada
hacia las facultades que los individuos sean capaces de desarrollar a
lo largo de su existencia (Giddens, 2001a: 83). Se pretende fomentar
la cultura empresarial en el individuo, es decir, que cada individuo
se considere como un empresario, enteramente responsable de su
destino en el mercado. Los riesgos que cada uno pueda tener en el
mercado son sus propios riesgos, terminándose así las actitudes favo-
rables a los derechos y, consecuentemente, permitiendo un mayor in-
cremento de la flexibilidad en el mercado de trabajo, en la reducción
del Estado de bienestar, y un incremento de las actividades volunta-
rias de los ciudadanos (Meyer, 1998).
Este cultivo del potencial humano debería reemplazar la redistri-
bución «tras los hechos» (Giddens, 1999a: 121). Es decir, las presta-
ciones dinerarias compensatorias no son lo que ayuda a salir de la
pobreza y la exclusión, sino el trabajo; lo fundamental en este método
son la inversión particular y pública en el fomento de la instrucción, el
aprendizaje continuo y el establecimiento de la igualdad de oportuni-
dades (Merkel, 2001: 18).
Los ciudadanos deben estar capacitados mediante la formación y
la enseñanza para satisfacer las necesidades de una competencia y
de una movilidad de capital cada vez mayores (Held, 2001: 52). Poco
a poco, la ciudadanía de la «tercera vía» va definiéndose con res-
pecto a un bienestar condicionado (Powell, 2000) 5. En este sentido,
Plant habla de una «ciudadanía del lado de la oferta», según la cual
la ciudadanía es un logro alcanzable a través de la participación en el
mercado de trabajo, no un estatus (Plant, 1998). En este contexto, la
justicia social debe llegar a implicar la supresión de barreras a la en-
trada de una sociedad fundada en el trabajo (Held, 2001: 54).
Esta nueva concepción de política social se refleja en la workfare
policy que está reestructurando la relación entre el Estado y el ciu-
dadano, la membresía de la comunidad política. Se enfatiza la idea
de que la política social necesita engarzar a los individuos con una

Los derechos individuales tienen que ser reconectados a las responsabilidades


5

sociales de una nueva manera (Bartow, Martin y Pels, 2002: 270).

100
Capítulo 5. El «giro al centro». Las «terceras vías»
en Europa

nueva dirección de sus propias vidas (Jayasuriya, 2002: 309). Aun-


que también hay quien opina que es una manera de arreglar una
falta de legitimidad de las propuestas de «tercera vía» atribuyendo
los defectos de la sociedad a los defectos morales de los individuos
(Ehrke, 2000).
Una manera de hacer el trasvase de responsabilidades del Estado
a la sociedad civil sería la puesta en marcha mediante el concepto
de stakeholding, que flota en las ideas de la «tercera vía» británica y
durante el mandato de Clinton: todos los que hayan participado en el
logro de beneficios para la sociedad civil podrán a su vez beneficiarse
de ellos. El principio de stakeholding supone en esencia un indivi-
dualismo responsable, en el que el individuo es un inversor que tiene
interés en que la sociedad en que participa progrese porque también
él se beneficia. En sus proyectos cambiaron el sentido a las prestacio-
nes con el «bienestar para el trabajo» (welfare to work). El proyecto
de Welfare Reform Act constituye la síntesis de la reforma del Estado
de bienestar puesta en marcha por Clinton en 1992, lo que el gobier-
no de Tony Blair hizo en 1997 bajo el epígrafe de «New Contract for
Welfare» (Habermas, 2001: 8).

5.2 El «Estado social inversor» (Anthony Giddens)

La perspectiva de Giddens sobre el «Estado social inversor» viene


inserta en su propuesta para una «tercera vía» como renovación de la
socialdemocracia. En este contexto, Giddens asegura que el Estado
de bienestar crea hoy casi tantos problemas como los que resuelve
(Giddens, 1999a: 28). La razón es que las circunstancias en las que
se desarrolla este nuevo modelo de Estado han cambiado. Giddens
afirma que tras el fin de la era bipolar la mayoría de los Estados no
tienen enemigos claros, por tanto, los Estados que afrontan peligros
en vez de enemigos han de buscar fuentes de legitimidad diferentes
de las del pasado (Giddens, 1999a: 86-87). La cuestión no es más o
menos gobierno, sino reconocer que el gobierno debe ajustarse a las
nuevas circunstancias de la era global y que la autoridad ha de ser
positivamente renovada.
Según Giddens, la política de la «tercera vía» debería aceptar al-
gunas de las críticas que la derecha hace al Estado de bienestar. Su

101
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

fuerza motriz es la protección y la atención, pero no da suficiente


espacio a la libertad personal. Algunas formas de institucionaliza-
ción del bienestar son burocráticas, alienantes e ineficientes, y sus
prestaciones pueden producir consecuencias perversas que socavan
aquello para lo que estaban diseñadas; originan situaciones de riesgo
moral, que se desencadenan cuando la gente utiliza la protección del
seguro para cambiar su comportamiento, redefiniendo así el riesgo
para el que están asegurados. Una vez establecidas, las prestacio-
nes tienen su propia autonomía, independientemente de que sirvan
o no a los propósitos para los que fueron originalmente diseñadas. Al
ocurrir esto, las expectativas se «fortifican» y los grupos de interés se
atrincheran (Giddens, 1999a: 134, 137).
A esto se le suma el hecho de que los socialdemócratas han de variar
la relación entre riesgo y seguridad existente en el Estado de bienestar
para construir una sociedad de «tomadores de riesgo responsables»
en las esferas del gobierno, de los negocios y del mercado de trabajo
(Giddens, 1999a: 120). La razón es que el Estado de bienestar no está
preparado para cubrir riesgos novedosos como los referentes al cam-
bio tecnológico, la exclusión social o la creciente proporción de hoga-
res monoparentales. Estos desajustes son de dos clases: cuando los
riesgos cubiertos no se adecuan a las necesidades y cuando se protege
a grupos equivocados. Por otro lado, la reforma del bienestar debe-
ría reconocer ciertos argumentos sobre el riesgo: la gestión eficaz del
riesgo (individual o colectivo) no sólo significa protegerse contra ellos,
significa también aprovechar su lado positivo o energético y suministrar
recursos para afrontarlos (Giddens, 1999a: 138).
La política de la «tercera vía» pone mucho énfasis tanto en las vir-
tudes de seguridad y de redistribución económica socialdemócratas
como en la competitividad y generación de riqueza de los neolibe-
rales, que tienen una importancia decisiva dada la naturaleza del
mercado global. La política de la «tercera vía» propugna una nueva
economía mixta que busca una sinergia entre sectores públicos y pri-
vados, aprovechando el dinamismo de los mercados pero teniendo
en cuenta el interés público. Requiere un equilibrio entre regulación y
desregulación, tanto en el plano transnacional como nacional y local,
y un equilibrio entre lo económico y lo no económico en la vida social.
Lo segundo es al menos tan importante como lo primero, pero se al-
canza en parte a través de aquello (Giddens, 1999a: 119-120).

102
Capítulo 5. El «giro al centro». Las «terceras vías»
en Europa

La nueva política define la igualdad como inclusión y la desigual-


dad como exclusión: inclusión se refiere en su sentido más amplio a la
ciudadanía, a los derechos y deberes civiles y políticos que todos los
miembros de una sociedad deberían tener, no sólo formalmente, sino
como una realidad de sus vidas. También se refiere a las oportunida-
des y a la integración en el espacio público. En una sociedad en la que
el trabajo sigue siendo esencial para la autoestima y el nivel de vida,
el acceso al trabajo es un ámbito principal de oportunidades. La edu-
cación es otro, y lo sería incluso aunque no fuera tan importante para
las posibilidades de empleo, para las que es determinante (Giddens,
1999a: 123).
En lugar del Estado de bienestar deberíamos colocar el «Estado
social inversor», funcionando en el contexto de una sociedad de bien-
estar positivo. El Estado de bienestar debería ser reemplazado por la
«sociedad de bienestar». Las instancias del sector terciario deberían
tener un mayor papel en la provisión de servicios de bienestar. La dis-
tribución vertical de beneficios debería ceder su lugar a sistemas de
distribución más localizados, y la reconstrucción de las provisiones del
bienestar han de integrarse con programas para el desarrollo activo
de la sociedad civil (Giddens, 1999a: 140). Ambos, Estado y sociedad
civil, deberían actuar asociados cada uno para ayudar, pero también
para controlar la acción del otro (Giddens, 1999a: 96).
En suma, un Estado de bienestar reformado, el «Estado social in-
versor», en la sociedad de bienestar positivo, tendría el siguiente as-
pecto: el gasto en bienestar, entendido como bienestar positivo, no
será generado y distribuido totalmente a través del Estado, sino por
el Estado actuando en combinación con otros agentes, incluido el
mundo financiero. En la sociedad de bienestar positivo se altera el
contrato entre individuo y gobierno, pues la autonomía y el desarrollo
personal, el medio de expandir la responsabilidad individual, se con-
vierten en el foco principal (Giddens, 1999a: 150-151).

103
Capítulo 6
Desafíos para el proyecto
socialdemócrata

6.1 El centro como indicador de convergencia

Si en el anterior consenso de posguerra el debate era cuánto mer-


cado en un contexto pro Estado, en la actualidad, con el imperio de
la globalización y el cambio en la concepción del Estado de bienes-
tar, el eje es el tipo de Estado ante la preponderancia de medidas
favorecedoras del mercado. El foco de debate se ha desplazado y
ha arrastrado con él las posturas ideológicas de los partidos. Es este
motivo precisamente el que confiere identidad al centro político, que
posee una personalidad móvil, ya que, según Sartori (1966: 164), al
ser relativo a su izquierda y su derecha, seguirá la tendencia general
de la política.
Como un primer paso, debido a la preeminencia conservadora de
los años ochenta y a que la balanza de la opinión se haya movido
hacia la derecha en asuntos económicos, algunos autores señalan
que los socialdemócratas tuvieron que acomodar algunas políticas y
situarlas a la derecha (Girvin, 1988: 1,7), defendiendo las leyes de
mercado, apoyando las políticas de liberalización y apostando por la
competición, pero la derecha también ha tenido que evolucionar ha-
cia el centro haciendo bandera de sus políticas de protección social.
Müller (1994: 32) señala que, en general, todo el espectro político
ha girado a la derecha respecto a 1960. Incluso la distancia política
entre las principales familias políticas en cuestiones socioeconómicas
es menor ahora de lo que era bajo el «consenso socialdemócrata».
Parece inevitable, por tanto, que las más importantes tradiciones
ideológicas defiendan políticas similares.
Y es que, debido a la vestimenta económica que tanto los gobier-
nos como su oposición están obligados a llevar, están envueltos en
una «natación sincronizada» (Friedman, 2000: 107), en la que no hay
diferencias entre izquierda y derecha, pues todos viajan en la misma

105
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

dirección. En este sentido, John Gray (2000: 95) va más allá afirmando
que «las ideologías que articulaban la vida política en el período de
posguerra son obsoletas. Esta transformación se ha visto acentuada
con el surgimiento de un nuevo consenso económico. En esta nueva
ortodoxia, el papel de los gobiernos nacionales en la supervisión de
las economías internas mediante políticas de gestión macroeconómi-
ca se ha reducido o marginado y su principal tarea es la de diseñar y
poner en práctica políticas microeconómicas, promoviendo con ellas
una flexibilidad todavía mayor del trabajo y la producción».
Esta falta de alternativas y opciones empuja a un sentimiento de
desencanto con la política. Los ciudadanos creen que no importa qué
partido elijan, las políticas de bienestar tienden a estar dictadas por
los mercados financieros, corporaciones multinacionales y organiza-
ciones supranacionales (Mishra, 1999: 56).
No obstante, lo cierto es que a la perspectiva liberal-conservadora
se le ha concedido el privilegio de poder «definir» la situación. Los
factores en liza le han permitido que su perspectiva se contemple
como «racional», como un estadio al que se ha llegado porque las
circunstancias inevitables lo han hecho así. Tal y como afirma Claus
Offe (1990: 139), lo importante es cómo vamos a definir la realidad
y cómo medirla, ya que el poder lo detentará quien pueda hacer esa
definición. Se tiene la impresión de que, aún hoy, las «tesis ofensivas»
son las situadas en el centro-derecha1, utilizando todas sus armas (la
mayoría liberales) y señalando los fallos del sistema heredado, ante
lo cual el centro-izquierda sólo puede defenderse con hechos empí-
ricos, demostrables.
Vallespín habla de la «entronización de lo posible», que consis-
te en dotar de justificación implícita a todo lo que «sea posible en
algún lugar»; si alguien puede hacer algo con menos coste, no hay
razón por la que no pueda hacerse aquí. Cualquier consideración
moral y/o de justicia social cede ante toda posibilidad de perder una
potencial capacidad competitiva. Los tradicionales valores civiliza-
torios «no se pueden» conservar si se oponen a la lógica última del

1
Ideológicamente, el camino aparece abonado para las perspectivas de centro-
derecha, ya que la globalización les ha proporcionado nuevas armas en forma de
constreñimientos externos, exigencias que empujan hacia la inevitabilidad de las po-
líticas de ajuste y austeridad (Mishra, 1999:70), dejando un margen muy estrecho a
las opciones de izquierda no desnaturalizadas.

106
Capítulo 6. Desafíos para el proyecto
socialdemócrata

sistema; habrán de sobrevivir conviviendo con las pautas básicas de


aquél (Vallespín, 2000a: 209).
El punto principal del cambio puede observarse en la concepción
del Estado de bienestar, que refleja claramente el giro ideológico.
Para algunos autores, este giro no supone sino un pacto para demo-
cratizar la globalización, que es la única manera de sobrevivir en el
nuevo sistema (Friedman, 2000: 44); otros son más trascendentales,
y creen que la reforma del Estado de bienestar es el proyecto po-
lítico en virtud del cual pasará a la historia la polarización derecha-
izquierda, ya que en este tipo de reformas ambas vertientes están
de acuerdo y supone una síntesis de ideas que pretende cambiar
por completo la noción de la política en el siglo xxi (Tarnawski, 1998:
101, 109).
Son precisamente las opciones a favor del ajuste a la baja del Es-
tado de bienestar uno de los puntos importantes que obligan a que,
tras supeditarse todas las esferas a la preeminencia de la economía,
las opciones ideológicas inevitablemente se aproximen. Esta opción
cuenta con el respaldo del hecho de que el capitalismo democrático
de consumo se ha vuelto «autolegitimador» (Mishra, 1996: 327), lo
cual permite que, en ausencia de una alternativa creíble al capitalismo
de mercado, la desigualdad y la inseguridad inherentes al sistema im-
puesto por la globalización sea aceptado o, por lo menos, no rompa
la cohesión social necesaria para la convivencia.
En opinión de Touraine (2005: 12), en la vida europea, los proble-
mas de organización y de integración de nuevos países, e incluso de
construcción de una política internacional, aun siendo de la mayor
importancia, son menos importantes y menos centrales que los de
esta transformación del Estado de bienestar. Afirma este autor que
es razonable pensar que la vida política se organizará alrededor de
estos problemas en las próximas décadas y que entonces podremos
de nuevo saber lo que significa ser de derechas o de izquierdas. Para
Kitschelt, el conflicto político en el capitalismo avanzado se convertirá
cada vez más en un conflicto cultural sobre los parámetros políticos
que ciñen la opción de estilo de vida de los ciudadanos y la calidad
de vida actual. Mientras la economía se convierte en una «variable no-
table» donde los partidos están de acuerdo en objetivos e incluso en
métodos básicos de políticas y sólo compiten en cuanto a la habilidad
para realizar dichos objetivos, los conflictos comunitaristas constitu-

107
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

yen variables direccionales en las que los partidos marcan las visiones
alternativas de la sociedad (Kitschelt, 1994: 298).
En última instancia, la desaparición de la idea de Estado como eje
sobre el cual articular una posición alternativa dificulta las opciones
para vertebrar el conflicto político con base al diseño de sociedad
alternativa. Así, las nuevas reelaboraciones de los discursos políticos
de izquierda o derecha se encuentran con el problema de que es muy
difícil construir cualquier ideología definitoria2. Las bazas electorales
han de jugarse bien con elementos coyunturales difíciles de configu-
rar ideológicamente (la mayoría de las veces porque existe unanimi-
dad en torno a ellos, otras porque corresponden a intereses comunes
que admiten poca discusión), bien esgrimiendo errores de gestión del
partido en el poder, cualquiera que éste sea3.

6.2 Características del bienestar socialdemócrata

Según Esping-Andersen, existen distintos tipos de régimen de bien-


estar, según los ordenamientos cualitativamente diferentes entre Es-
tado, mercado y familia: conservador, liberal y socialdemócrata. Este
último tipo se caracteriza por el principio del universalismo y la des-
mercantilización de los derechos sociales. Los socialdemócratas bus-
caban un Estado de bienestar que promoviera una igualdad en los es-
tándares más elevados, no una igualdad en las necesidades mínimas
(Esping-Andersen, 1993: 49).
En cuanto a uno de estos conceptos claves de la vertiente socialde-
mócrata, la desmercantilización, junto con el pleno empleo, Esping-

2
En relación con una nueva vertebración de la contienda ideológica, Chantal
Mouffe apunta que una falta de controversia democrática en relación con las verda-
deras alternativas políticas conduce a antagonismos que se manifiestan en formas
que socavan la propia base de la esfera pública democrática. El resultado no es una
sociedad armónica y madura en la que no existen agudas divisiones, simplemente
que lo político en su dimensión antagónica se manifiesta a través de otros canales
(religiosos, nacionalistas o étnicos) (Mouffe, 2003: 126-127).
3
Si antes de la segunda guerra mundial el elector se encontraba ante «concepcio-
nes del mundo» contrapuestas o, después de la segunda guerra mundial, ante ideolo-
gías distintas, ahora sólo lo hace ante ofertas diversas a analizar técnicamente, es decir,
cuál es el mejor producto, con lo que el elector se convierte en «consumidor político»
(Lamo de Espinosa, 1996: 42-43). Es más, puede destacarse que los términos de la
competición intrapartidista se centran en la gestión eficiente y efectiva (Mair, 1998: 12).

108
Capítulo 6. Desafíos para el proyecto
socialdemócrata

Andersen concreta que las variaciones en el potencial desmercanti-


lizador de las políticas sociales no pueden ser captadas claramente
sólo por los niveles de gasto social, sino que requieren un análisis de
las normas y criterios inherentes a los programas reales del bienestar
social. La cuestión es cómo se perfilan adecuadamente las dimensio-
nes fundamentales. Un grupo de dimensiones afecta a las normas
que rigen el acceso de las personas a los subsidios: las normas para
ser beneficiario y las restricciones sobre los derechos. Puede consi-
derarse que un programa contiene un potencial desmercantilizador
mayor si el acceso es fácil y si se garantizan los derechos a un nivel
de vida adecuado sin tener en cuenta los empleos que se han tenido
anteriormente, el rendimiento, la comprobación de las necesidades
o las cotizaciones. Si los programas sólo proporcionan subsidios de
duración limitada, su capacidad para la desmercantilización se reduce
claramente. Un segundo grupo de dimensiones tiene que ver con los
niveles de la reposición de ingresos, y un tercero, con el alcance de
los derechos que se proporcionan. Casi todos los países capitalistas
avanzados reconocen alguna forma de derecho social a la protección
contra los riesgos sociales básicos: desempleo, invalidez, enfermedad
y vejez. Un caso extremadamente avanzado sería el pago de un sala-
rio social a los ciudadanos sin tener en cuenta el motivo (Esping-An-
dersen, 1993: 71-72). Este autor cree importante que en los estudios
sobre el Estado de bienestar se pretenda abarcar hasta qué punto el
empleo y la vida laboral están siendo integradas en la ampliación por
el Estado de los derechos de ciudadanía (Esping-Andersen, 1993: 40).
Paralelas atribuciones se le confieren al modelo construido por los
socialdemócratas según Titmuss, al «modelo redistributivo institucio-
nal», en el cual los programas públicos de bienestar constituyen una
de las instituciones cardinales de la sociedad y proporcionan presta-
ciones universales, independientemente del mercado, sobre la base
del «principio de necesidad» (Titmuss, 1981).
Según otros autores, el «régimen de bienestar socialdemócrata»
se caracteriza por políticas de clase, economía socialista y políticas so-
ciales redistributivas. El valor fundamental que subyace en este régi-
men es la igualdad social. La igualdad económica y política es impor-
tante para lograr el objetivo último de una sociedad sin distinciones
de clase o casta y una mínima precondición para ello es la eliminación
de la pobreza (Goodin et ál., 1999: 46).

109
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

Este ideal socialdemócrata es expresado en términos de «ciuda-


danía social», siguiendo los criterios de Marshall, según el cual los
derechos provistos por el Estado son literalmente constitutivos de
una igualdad social más profunda (Crouch, Eder y Tambini, 2001: 25).
De hecho, la razón de ser de los derechos sociales es una razón igua-
litaria. El igualitarismo es la tendencia a convertir en más iguales a los
desiguales, y según Bobbio, es el elemento que mejor caracteriza las
doctrinas y los movimientos que se han llamado «izquierda» y favo-
recen las políticas que tienden a seguir estos objetivos. Destaca este
autor que el ideal de la igualdad siempre ha sido la estrella polar a la
que ha mirado y sigue mirando la izquierda (Bobbio, 1998a).
El principal instrumento para promover el igualitarismo será el Es-
tado de bienestar (Funderburck y Thobaben, 1994: 8), que, adoptan-
do la forma keynesiana, promoverá la universalidad de los derechos
con oferta pública de los servicios (Mishra, 1993: 139).
La redistribución, por la que el Estado transfiere recursos, bienes y
servicios, e ingresos y riqueza más generalmente, desde los más ricos
a los más pobres de la sociedad, contribuye al objetivo fundamental
de los socialdemócratas de una más profunda igualdad social. La me-
jor manera en que los socialdemócratas han perseguido su objetivo
redistributivo a través del Estado de bienestar es por medio de la
«desmercantilización» (Goodin et ál., 1999: 49, 50).
Precisamente, el primer obstáculo para la consecución de políticas
socialdemócratas ha sido la dificultad para la utilización del instru-
mento presupuestario con objetivos redistributivos. Recordemos que
la utilización de este instrumento para alcanzar objetivos macroeco-
nómicos es la contribución primera de la aportación keynesiana, y
uno de los elementos esenciales del Estado de bienestar (Castells y
Bosch, 1998: 20).
Se socava también el principio de universalidad, ya que con la
«residualización»4 del Estado de bienestar se pone en jaque la con-
cepción de Marshall de los derechos sociales como atributos de la
ciudadanía (Marshall y Bottomore, 1998). El cambio de defender so-
luciones colectivas para las necesidades sociales, a la preferencia

4
Según la tipología de Titmuss, en el «modelo residual de políticas de bienestar»
(llamado también «modelo de asistencia pública») el Estado se limita a intervenciones
que responden a necesidades individuales sólo cuando los dos canales de respuesta
natural, el mercado y la familia, entran en crisis (Titmuss, 1981).

110
Capítulo 6. Desafíos para el proyecto
socialdemócrata

de satisfacer demandas de bienestar individuales, lleva al replantea-


miento del Estado de bienestar de un modelo universalista5 basado
en el derecho a uno residual basado en un sistema de provisión
pública regido por las necesidades (Pierson, 1998a: 778). Se trataría
de un modelo que sólo daría plena protección a los más pobres,
mientras que los más acomodados serían privados «selectivamente»
de algunos beneficios o pagarían una cuota por los servicios (Picó,
1992: 301). Esta «selectividad», en contraste con los derechos so-
ciales universales, conecta los servicios con los recursos, promueve
el acceso a prestaciones de bienestar por comprobación de medios
(means-testing) y provoca la estigmatización de los receptores (Pro-
cacci, 2001: 49, 56)6.
Siguiendo con la lógica anteriormente señalada, Baylos destaca el
fenómeno de la pérdida de la noción de patrimonio político de los
derechos sociales como derechos ciudadanos, y la sustitución pau-
latina del título sobre el que otorga la protección social. Esta última
no se otorga a un sujeto político, el ciudadano, que tiene derecho
a la prestación social de que se trate, sino que el beneficiario de la
misma se presenta como un usuario de un servicio que tiene interés
en que le sea prestado en las mejores condiciones. Así, si las presta-
ciones sociales se consumen, quiere decir que están integradas en
un mercado de bienes y servicios, único lugar desde el que se puede
eficientemente asignar recursos a las personas. Es un proceso de des-
politización de la relación de Seguridad Social que va en paralelo a la
tendencia de «privatización» en el discurso neoliberal (Baylos, 1999b:
31). Paralelamente, la seguridad del empleo y las condiciones de tra-
bajo decente dejan de ser derechos de ciudadanía y se convierte en
algo que los empleadores eligen extender a ciertos tipos de traba-
jadores dependiendo sólo de consideraciones de mercado (Crouch,
Eder y Tambini, 2001: 9, 11).

5
Mientras este modelo implicaba que el Estado debería proveer los recursos
sociales y educacionales para hacer ciudadanos, esto no parece ser realizable por
más tiempo. Los proponentes de una ciudadanía privada han intentado perfeccionar
el mercado como un mecanismo de integración, y otros han intentado integrar ciu-
dadanos a través del rediseño del foro, los mecanismos de representación y debate
democrático (Crouch, Eder y Tambini, 2001: 25).
6
Según Esping-Andersen, la ayuda a los pobres con comprobación de medios de
vida es un rasgo característico del régimen residual y liberal del Estado de bienestar
(Esping- Andersen, 1993: 167).

111
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

La razón principal es que la recesión de los años setenta y ochenta


tuvo dramáticas consecuencias para las políticas económicas de los
Estados industriales en general. Estas lecciones percibidas y asimi-
ladas por los actores políticos y los grupos sociales más importantes
han socavado la legitimidad de una amplia gama de medidas políticas
identificadas con el Estado de bienestar. Los decisores políticos han
sufrido un proceso de aprendizaje fundamental que ha alterado las
normas de acuerdo a las cuales operaban tanto a corto como a largo
plazo, y este proceso afectó tanto a la derecha como a la izquierda
(Cerny, 2000: 125).
Se asume que la internacionalización económica y la integración
europea son particularmente desfavorables para las políticas tradicio-
nalmente socialdemócratas, específicamente que la competitividad
internacional ha hecho inabarcable el Estado de bienestar y que la
apertura de las economías ha hecho la gestión de demanda keynesia-
na muy difícil por no decir imposible (Huber y Stephens, 1998: 354).
En este sentido, Crouch destaca un aspecto relevante para los social-
demócratas y las personas preocupadas por el igualitarismo político,
ya que, en el contexto de una posdemocracia que cada vez cede más
poder a los grupos de presión empresariales, son pocas las esperan-
zas de que la agenda incluya unas políticas igualitarias sólidas que
hagan posible tanto la redistribución del poder y la riqueza como la
contención de los intereses de los poderosos (Crouch, 2004: 12).
Como afirma Rafael del Águila, en este proceso de cambio el dis-
curso de izquierda se ha visto obligado a prescindir de dos de sus
grandes señas de identidad: el Estado jerárquico conformador de
un determinado orden social desde un centro y su tendencia a un
«universalismo» abstracto sustentado sobre firmes valores «univer-
salizables» de justicia, igualdad y solidaridad. Aunque estos valores
pervivan, el problema es la traducción de su ethos en medidas de ac-
ción política concreta en medio de un creciente debilitamiento de las
instancias centrales de decisión y del fraccionamiento y la dispersión
del propio discurso (Águila y Vallespín, 1998: 458).
El cambio en el Estado favorece a los partidos situados a la de-
recha del espectro, ya que, en principio, según concluye Kitschelt,
las políticas socialdemócratas tradicionales no deberían ser perse-
guidas por más tiempo porque no pueden ser exitosamente imple-
mentadas en el entorno socioeconómico y cultural del capitalismo

112
Capítulo 6. Desafíos para el proyecto
socialdemócrata

avanzado y, por añadidura, los partidos no pueden ofrecer a los vo-


tantes alternativas diferenciadas en la dimensión distributiva (Kits-
chelt, 1994: 7, 297).
Esta tendencia supone la reificación de un nuevo consenso ba-
sado en su antikeynesianismo, con lo cual la socialdemocracia debe
adaptarse para articular sus ideales en torno al paradigma triunfan-
te, que implica una determinada concepción del papel del Estado,
preferencias sobre la distribución de ingresos y riqueza o diferentes
concepciones del papel del individuo o la familia. Se impone la ne-
cesidad de un nuevo modelo de Estado, lo que supone un desafío
para el desarrollo de las características de los proyectos socialdemó-
cratas7, definidas por el igualitarismo y la solidaridad, cuyo vértice
era la idea de titularidad inalienable de derechos sociales de los
ciudadanos y su institucionalización a través de programas sociales
de carácter universal.
Con todo ello, el debate político centrado en los modelos de inge-
niería social dicotómicos de izquierda y derecha se ve reducido a una
mínima expresión y las reformas posibles son de un alcance menor. Su
potencial transformador merma considerablemente.

7
Según Esping-Andersen, cabría esperar que el poder político de la izquierda
tuviera un efecto fuerte y positivo sobre la desmercantilización. La meta de la des-
mercantilización debería perseguirse incluso bajo condiciones macroeconómicas ad-
versas (Esping-Andersen, 1993: 169).

113
Capítulo 7
Descripción de la hipótesis

7.1 El centro como ajuste necesario alrededor de la idea


de Estado de bienestar

El interés por el papel de la idea de Estado de bienestar en las tra-


diciones ideológicas nace como objetivo secundario, oculto en un
principio por el anhelo de desvelar el significado del recurrente térmi-
no «centro» en la política europea contemporánea. Su polisemia ha
servido para que fuera reivindicado como punto de llegada de tradi-
ciones ideológicas que buscaban su amparo para aparecer como mo-
deradas, una actitud considerada necesaria para agradar a un electo-
rado cada vez menos polarizado y que aprecia la predisposición a la
flexibilidad y a las políticas consensuadas.
Si bien esta vertiente recibe adjetivaciones amables y es admiti-
da como pequeño ardid sin importancia que permite limar radica-
lidades, sobre todo al utilizarse en los medios de comunicación de
masas, el uso de la acepción «centro político» como equidistancia
de los problemas fundamentales del debate político concita las más
punzantes críticas.
Asimismo, el intento de algunos ideólogos por ofrecer una «doctri-
na de centro» que aunara lo mejor de cada tradición política, para no
dejar margen de maniobra a ningún contrincante con posibilidades
de triunfo, ha relegado esta concepción a los sótanos de la ciencia
política, etiquetando de bufón de intereses mediáticos o de investi-
gador despistado a quien pudiera creer que semejante despropósito
pueda tener fundamento.
Este trabajo se aferra a una brújula que permitiría señalar qué
acepciones del término «centro» son meros recursos conceptualmen-
te irrelevantes o fruto de una calculada campaña por alcanzar el po-
der desvirtuando la contienda política. Esta brújula es la posición que
el Estado de bienestar ha ostentado como vértice de las configura-

115
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

ciones ideológicas en el contínuum izquierda-derecha a lo largo de la


historia. Su característica determinante es que se adapta al compás de
su función complementaria a las fuerzas de mercado de la sociedad ca-
pitalista. La ocupación del centro político por parte de los partidos será
fruto de la asunción de una determinada idea de Estado de bienestar
resultante de un proceso de continuo movimiento de adaptación a la
globalización económica que, si bien obliga a adoptar numerosos crite-
rios neoliberales, no puede rebajar en exceso sus ofertas de bienestar
ya que perdería una parte fundamental de su fuente de legitimación,
heredada del anterior proyecto keynesiano.
Parece, pues, que las intrincadas relaciones que rigen las pautas de
funcionamiento se ciñen a leyes incontestables que van cincelando el
«sentido común» de las sociedades. Incluso poder contemplar los esla-
bones débiles de la cadena como fragmentos manipulables se muestra
como un esfuerzo baldío. Sin embargo, ello no es impedimento para
intentar mostrar el entramado del escenario donde se escenifica la im-
prescindible contienda de los antagonismos políticos.

7.2 El centro electoral como objetivo de los partidos políticos

Se considera importante desmontar la hipótesis que defiende que el


centro político, como posición que implica unas directrices políticas,
es solamente una maniobra para acaparar ideológicamente concep-
tos válidos que buscan el triunfo electoral tras un estudio de los inte-
reses del electorado.
Sin embargo, es una tarea obligada contemplar la ocupación del
centro político como una maniobra que ha obligado a los partidos a
cambiar su idiosincrasia (el cambio a los partidos «atrápalo todo» o
profesional-electorales), así como a adaptar sus postulados de acuerdo
a valores predominantes (de modernos a posmodernos), considerando
la posición desde donde se pudiera lograr un mayor número de votos
adaptándose hasta lograr una oferta electoralmente óptima, aunque
siempre vigilando la posible pérdida de votantes por los extremos. Lo
cierto es que el estrechamiento del espacio determinante para la con-
tienda electoral venía ocurriendo desde algunas décadas atrás.
El desanclaje comienza con el fin de la relación «natural» entre
clase social y un determinado partido político. Este «desalineamien-

116
Capítulo 7. Descripción de la hipótesis

to clasista» supuso una importante pérdida sobre todo para los par-
tidos socialdemócratas. Los programas electorales enfocados a las
necesidades socioeconómicas de los trabajadores pierden impor-
tancia, terminando con la posibilidad de lograr un partido de masas
tradicional.
Esto último se ve respaldado por la constatación de un cambio ha-
cia los valores posmodernos, que trae aparejada una mayor preocu-
pación por problemas concernientes a la cultura, la calidad de vida,
así como por las políticas de identidad. Como consecuencia, la mul-
tiplicación de identidades según variados ejes obliga a las diferentes
tradiciones políticas a flexibilizar sobremanera sus ofertas ideológi-
cas, conscientes de que muchas de las variables que tienen que abor-
dar traspasan las fronteras de la otrora válida dicotomía izquierda-
derecha.
Una vez que se observa el dinamismo de los partidos, abandonan-
do la rigidez ideológica en pos del triunfo electoral, es obligado des-
tacar que el área de búsqueda de votos, el uncovered set, constituye
la región central de preferencias de los votantes y se estima que aca-
para propuestas de política que no pueden ser derrotadas; también
se busca maximizar el número de votos corporeizando las variables
determinantes en torno al «votante mediano» que tipifica la demanda
decisiva captada entre el electorado.
Estos últimos datos ejemplifican la estrategia acaparadora del
centro electoral, que puede juzgarse necesaria o síntoma de debi-
lidad, y que acompaña a la transformación de los objetivos de los
partidos políticos. Es necesario destacar –y forma parte importante
de este trabajo– que este cambio obligado se ha dado en la mayoría
de los partidos. Una vez llegados a un punto común, en el que se
discute sobre si las tradiciones ideológicas pierden su identidad o
sobre si las políticas se parecen cualquiera que sea el partido en el
poder, nos encontramos con que en la década de los noventa los
partidos vuelven a «girar al centro». Este último cambio de rumbo,
que aparece por doquier en prensa en referencia a los más dispares
partidos políticos, pretende ser explicado con razonamientos que
se quedan o bien en el umbral de la indeterminación o bien no de-
jan entrever ningún motivo más profundo, y que se conforman con
explicaciones que aluden al talante o a maniobras siniestras de már-
keting político.

117
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

7.3 Un nuevo modelo de Estado como determinante del cambio


ideológico

Este trabajo pretende esclarecer ciertos puntos sobre este «giro al


centro», vinculándolo al peso que la idea del Estado de bienestar ha
tenido en la configuración de las tradiciones ideológicas. De nuevo
se busca la relación entre el entramado económico y su rumbo, con
la adaptación ideológica, intentando no perder de vista que ambos
caminan de la mano. Por ello es imprescindible subrayar dicha retroa-
limentación, de manera que los partidos deberán plasmar cierta idea
de Estado de bienestar de acuerdo con la coyuntura.
Se defenderá aquí, siempre teniendo en cuenta el carácter depen-
diente de la retroalimentación descrita, que este interés viene orde-
nado por los intereses de la globalización económica y que ha logrado
darle una pátina de «irreversible» e «inevitable», consiguiendo forzar
una concepción de Estado que, además de cincelar las estructuras
económicas, lastra las posibilidades de configuración de las opciones
ideológicas de las tradiciones políticas europeas socialdemócratas.
Se partirá, por lo tanto, del carácter de «constructo» que poco a
poco se ha ido cristalizando tal y como lo atestiguan los «nuevos mo-
delos de Estado», que es a la vez origen y resultado de un nuevo con-
senso basado en la competitividad económica y que ocupa el lugar
del consenso keynesiano de posguerra. Esto supone un gran perjuicio
para los instrumentos y objetivos socialdemócratas por el hecho de
que no se le permite al Estado seguir ostentando la titularidad en la
provisión del bienestar, perdiendo así la socialdemocracia el instru-
mento principal para el logro de sus variables definitorias.
La izquierda descabalgada está inmersa en la residualización del
papel del Estado en cuanto suministrador de bienestar y ha empren-
dido la cesión de su provisión tanto al mercado como a la sociedad
civil, exigiendo al individuo una directa responsabilidad sobre su pro-
pio bienestar. Por otro lado, coloca en un segundo plano las medidas
redistributivas, que eran la principal baza para la desmercantilización,
instrumento que en última instancia servía para el fin principal de un
proyecto de izquierda basado en la igualdad. En el pasado, todo ello
había logrado su cobertura mediante los elementos que se presupo-
nían bajo el término de «ciudadanía social», que en la actualidad se
ven perjudicados.

118
Capítulo 7. Descripción de la hipótesis

Así, se socava la posibilidad de un proyecto de ingeniería social


propiamente de izquierdas, con un potencial suficientemente trans-
formador que ponga en jaque las tendencias mercantilizadoras. Los
intentos de reformas tendrán una entidad irremediablemente menor,
limitándose los cambios a un «reformismo en los márgenes».
Además, se dificulta la elaboración de un discurso izquierda-dere-
cha que permita al electorado su autocolocación en un contínuum re-
gido por la referencia al papel del Estado. Los elementos definitorios
de la perspectiva socialdemócrata que varían son:

• El Estado, como responsable absoluto de bienestar, pasa a ser Es-


tado garante, que pretende compartir la responsabilidad con ele-
mentos de la sociedad civil y el mercado.
• Desde el universalismo como tendencia hacia la «carrera a la baja»
del Estado de bienestar («residualización»/«bienestar pluralista»).
• El objetivo primordial del Estado keynesiano era la redistribución,
protegiendo al individuo ante el mercado, pero el Estado se con-
vierte en actor en busca de la competitividad económica.
• Cada vez más aspectos del mercado de trabajo están siendo mer-
cantilizados, las prestaciones sociales están sometidas a condicio-
nantes delimitados por el Estado (selección de destinatarios de
derechos); se busca una fuerza laboral disciplinada, formada y ba-
rata (sobre todo en el despido).
• De «igualdad de condiciones» a «igualdad de oportunidades».
• El individuo debe ser más responsable de su bienestar, los dere-
chos sociales como atributo de la ciudadanía están en un segundo
plano.

La implantación de un nuevo modelo de Estado que busca la com-


petitividad económica obliga a los partidos socialdemócratas a mo-
verse hacia la derecha en el contínuum izquierda-derecha. Ello per-
mite definir la naturaleza del centro político en torno a las variables
marcadas por este modelo de Estado. Bajo estas claves debe verse
que los intentos de teorización de una «tercera vía» dentro de las so-
cialdemocracias europeas no son sólo maniobras para captar el «cen-
tro político» tomando lo mejor de la propia tradición y de la contraria,
sino que también han sido un giro inevitable para adoptar como pro-
pio un modelo de Estado determinado. Buena prueba de ello son las

119
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

similitudes existentes entre los nuevos modelos de Estado descritos


por Jessop, Cerny y Bobbit, y la propuesta de «Estado garante» de la
«tercera vía» de Giddens y Blair, así como la del manifiesto conjunto
de Blair y Schröder.
Este trabajo pretenderá analizar las pautas que la socialdemocra-
cia ha asumido de este modelo de Estado considerado inevitable y
los cambios a los que obliga esta asunción. Serán considerados im-
prescindibles:

• Los elementos que señalan la atribución o cesión de responsabili-


dades en cuanto a la distribución del bienestar.
• Qué idea de Estado de bienestar queda como referencia de iz-
quierda: a qué tipo de justicia social, bienestar, igualdad, etc., se
apela y si esta idea puede ser suficientemente diferenciada de
otras opciones ideológicas.
• Si el Estado deja de ser la variable principal, en torno a cuáles se
vertebra la opción socialdemócrata.
• Valorar si se denuncian los perjuicios de la globalización económi-
ca / neoliberalismo.
• Ver de qué manera configuran a su antagonista político.

En última instancia, se valorará si la necesaria dicotomía izquierda-


derecha se rige por variables fundamentales o si, siguiendo un con-
senso implícito, los antagonistas sólo pueden valerse de instrumentos
marginales.

120
Capítulo 8
El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

8.1 Objetivos del ACD

El Análisis del Discurso se origina en disciplinas como la lingüística y


la semiótica y se inspira en ciencias interpretativas como la herme-
néutica, la fenomenología, el estructuralismo y la deconstrucción.
Se posiciona en contra de las asunciones positivistas y behaviora-
listas de la vida social que se concentran sólo en hechos y acciones
observables o que se centran en leyes estructurales inconscientes
(Howarth, 2000). El punto de partida del ACD es el intento de recu-
perar una concepción radicalmente «ideológica» y no neutra de los
discursos políticos, para así fortalecer un mayor entendimiento de
los procesos y de la lógica de funcionamiento de la política moderna
(Moreno, 2005).
Su idea fundacional es que todos los objetos y acciones son signi-
ficantes y que su significado les es conferido por sistemas de reglas
históricamente específicas (Howarth y Stavrakakis, 2000: 2). Como
consecuencia, el Análisis del Discurso es dependiente del contexto
y es histórico, no en el sentido de un intento de escribir una historia
general, sino en el sentido de que se lanza dentro de la historia; en
tanto que no proclama el descubrimiento de una sola verdad univer-
sal también es no objetivo, más bien aspira a desvelar una cantidad
de verdades estrictamente locales (Torfing, 200: 33).
Los Discursos1 son sistemas concretos de prácticas y relaciones
sociales que son intrínsecamente políticas, ya que su formación es
un acto de institución radical que supone la construcción de an-

1
Los autores que utilizan el término «ideología» como sinónimo de «Discurso»
enfatizan la ubicuidad del primero, circunscribiendo el interés por el lenguaje a la
investigación de aquellas formas de representación, convencionalismos, discursos
políticos, etc., que contribuyen a moldear nuestros mundos y nuestra comprensión
de los mismos (Norval, 2000a: 316).

121
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

tagonismos y el trazo de fronteras políticas entre insiders y outsi-


ders. Además, son sistemas de prácticas significantes que forman
las identidades de los sujetos y los objetos, y siempre suponen el
ejercicio de poder. Los Discursos son construcciones contingentes y
son siempre vulnerables a aquellas fuerzas políticas excluidas en su
producción, así como a los efectos dislocatorios de los elementos
fuera de su control (Howarth y Stavrakakis, 2000: 4). En opinión de
Torfing (1999b: 85), un Discurso es un conjunto diferencial de series
significantes en el cual el significado es renegociado constantemen-
te. Cada uno de los Discursos es una construcción social y política
que establece un sistema de relaciones entre diferentes objetos y
prácticas mientras proveen posiciones (de sujeto) con las que los
agentes sociales pueden identificarse. Esencialmente, un proyecto
político intentará tejer y unir diferentes ramas del Discurso en un
esfuerzo por dominar u organizar un campo de significado para fijar
las identidades de los objetos y las prácticas de una manera deter-
minada (Howarth y Stavrakakis, 2000: 3).
El uso que Fairclough le da al término Discurso: una manera de
acción, una forma en la cual la gente puede actuar sobre el mundo y
sobre otros, así como un modo de representación. Hay una relación
dialéctica2 entre el Discurso y la estructura social: por un lado, el Dis-
curso es moldeado y constreñido por la estructura social en numero-
sos niveles y, por otro, el Discurso es socialmente constitutivo; es una
práctica que no sólo representa el mundo, sino que lo constituye y lo
construye en significado3. Como práctica social, el Discurso también
está en relación dialéctica con otras dimensiones sociales y no sólo
contribuye a moldear o remodelar las estructuras sociales, sino que
también las refleja (Phillips y Jorgensen, 2002: 61). Otra de sus carac-
terísticas es que contribuye a la construcción de sistemas de creencia
y conocimiento. El Discurso como práctica política establece, apoya

2
Fairclough destaca que es importante que la relación entre Discurso y estruc-
tura social sea vista dialécticamente para evitar las trampas que supondrían por un
lado sobreestimar la determinación social del Discurso y por otro la construcción de
lo social en el Discurso (Fairclough, 1992b: 65).
3
Las «prácticas discursivas» son una forma de «práctica social» (también pueden
ser «no discursivas»). La práctica discursiva se constituye en varios sentidos: contribu-
ye a reproducir la sociedad (identidades sociales, relaciones sociales, sistemas de co-
nocimiento y creencias) y también contribuye a transformar la sociedad (Fairclough,
1992b: 65).

122
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

y cambia las relaciones y las entidades colectivas entre las que se ob-
tienen dichas relaciones y, más aún, el Discurso como práctica ideo-
lógica constituye, naturaliza, sostiene y cambia los significados del
mundo desde diversas posiciones de poder (Fairclough, 1992b: 64,
67). Las autoras Phillips y Jorgensen (2002: 21) afirman que son pre-
cisamente las comprensiones de «sentido común» las que tienen que
ser investigadas: el análisis se enfoca en cómo algunas afirmaciones
son aceptadas como «verdad» o «naturalizadas» y otras no.
Concretamente, el Análisis del Discurso investiga la manera en
que las prácticas sociales articulan y disputan los Discursos que
constituyen la realidad social (Howarth y Stavrakakis, 2000: 3) y
examina la lógica y la estructura de las articulaciones discursivas y
cómo éstas posibilitan la formación de identidades en la sociedad
(Howarth, 1997: 141). El proyecto de investigación que representa
el ACD es un ámbito de trabajo abierto, de perfiles y contenidos
muy amplios, al que están sumándose aportaciones provenientes de
distintas corrientes: teorías constructivistas, filosofía derridiana, la
hermenéutica gadameriana, el neoinstitucionalismo de carácter his-
toricista, los estudios experimentales sobre comunicación política,
entre otros (Moreno, 2005).
Los autores adscritos a la modalidad más relacionada con la lin-
güística y la semiótica destacan que los términos «lingüística crítica»
y «análisis critico del discurso»4 se utilizan con frecuencia de manera
intercambiable. Ambas disciplinas se ocupan fundamentalmente de
analizar las relaciones de dominación, discriminación, poder y con-
trol, tal como se manifiestan a través del lenguaje. En otras palabras,
el ACD se propone investigar de forma crítica la desigualdad social
tal como viene expresada, señalada, constituida, legitimada, etc., por
los usos del lenguaje, es decir, en el Discurso (Wodak, 2003: 18). En
general, las aproximaciones analíticas del Discurso están de acuerdo
en los siguientes puntos: el lenguaje no es un reflejo de una realidad
preexistente; el lenguaje está estructurado en modelos o Discursos;
estos modelos discursivos están mantenidos y transformados en prác-
ticas discursivas; por último, el mantenimiento y la transformación de

4
Comparten las mismas raíces la lingüística sistémica funcional, la retórica clá-
sica, la lingüística textual y la sociolingüística, así como la lingüística aplicada y la
pragmática (Wodak, 2003: 20).

123
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

los modelos deberían ser explorados a través del análisis de los con-
textos específicos en los que el lenguaje está en acción (Phillips y
Jorgensen, 2002: 12).
La dimensión de su importancia crece al constatar que si se ha
creado una conciencia crítica sobre el lenguaje es porque este último,
y más en general la semiosis, se ha convertido en un elemento desta-
cado de las prácticas sociales contemporáneas. Áreas fundamentales
de la vida social se centran cada vez más en los medios de comuni-
cación y aquellos que trabajan en el área, consecuentemente, son
más autoconscientes del lenguaje que usan. Estos cambios han lle-
vado al incremento de las intervenciones conscientes para dar forma
a los elementos lingüísticos y semióticos de las prácticas sociales de
acuerdo con los objetivos económicos, organizacionales y políticos
(Fairclough y Chouliaraki, 1999).
Buscando una definición, Fairclough lanza la idea de que el ACD
es una teoría y un método, o más bien una perspectiva teorética
que versa sobre el lenguaje y, en un sentido más general, sobre la
semiosis, que se encuentra en relación dialógica con otras teorías
y métodos sociales. Dicho de otro modo, el ACD es el análisis de
las relaciones dialécticas entre la semiosis y otros elementos de las
prácticas sociales. Su particular preocupación se centra en los cam-
bios radicales que tienen lugar en la vida social contemporánea, en
el modo en que figura la semiosis en los procesos de cambio y en
los cambios en la relación existente entre la semiosis y otros ele-
mentos sociales pertenecientes a las redes de prácticas (Fairclough,
2003: 179, 181). Por el contrario, para Van Dijk (2003: 143) el ACD
no es un método5 ni una teoría que simplemente pueda aplicarse
a los problemas sociales, es más bien una perspectiva crítica sobre
la realización del saber: es un análisis del Discurso efectuado «con
una actitud». Se centra en los problemas sociales y en especial en el
papel del Discurso en la producción y en la reproducción del abuso
de poder o de la dominación, desde la perspectiva de los intereses
de los dominados. A diferencia de otras perspectivas, el ACD no
niega sino que explícitamente define y defiende su propia posición

Este autor formula principios y establece directrices prácticas para realizar un


5

Análisis Crítico del Discurso, pero rechaza que pudiera existir un «método Van Dijk»;
el ACD debería ser esencialmente diverso y multidisciplinar (Dijk, 2003: 143).

124
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

sociopolítica. Es decir, el ACD expresa un sesgo; y está orgulloso de


ello (Dijk, 2003: 144)6.

8.2 Raíces de la ACD

La tradición estructuralista es la mayor influencia en el desarrollo de


la Teoría del Discurso. Autores como Ferdinand de Saussure, Roman
Jakobson y Louis Hjelmslev se centran en la manera en quel signifi-
cante y significado son producto de un sistema de signos. Afirman
que el significado depende de las relaciones entre los diferentes ele-
mentos de un sistema, por lo tanto, el significado es un efecto de
las diferencias formales entre términos y no el resultado de ninguna
correlación entre palabras y cosas, o características inherentes de los
textos, objetos o prácticas. Al examinar la contribución del estruc-
turalismo a la Teoría del Discurso, Howarth destaca la contribución
del lingüista suizo Ferdinand de Saussure, componente principal del
llamado «giro lingüístico», que desempeñó un importante papel en
nuestra comprensión de la filosofía y del mundo social del siglo xx
(Howarth, 2000: 16). Giddens lo considera el fundador de la lingüísti-
ca estructuralista y explica que sus escritos propiciaron una «retirada
al código» que desde entonces ha sido característica de los autores
estructuralistas y postestructuralistas (Giddens, 1990: 265).
La aportación de Saussure se centra en la idea de la analogía exis-
tente entre lenguaje y relaciones sociales, señalando que ambos com-
parten elementos y estructuras lógicas similares. Saussure divide las
unidades lingüísticas, que denomina signos, en «significante» y «sig-
nificado», y el vínculo entre los dos no es natural ni sustancial, sino
que funcionan como unidades de significación porque son parte del
sistema de lenguaje que utilizamos (es decir, el significado de las pa-
labras está fijado solamente por su relación con otros «significantes»
y «significados»; las palabras no van a significar en virtud de sus refe-
rentes, sino más bien a través de su relación con otras palabras). Los
sistemas de signos compartidos requieren una serie de normas y re-
glas compartidas que los humanos aprenden e internalizan, lo mismo

6
La etiqueta que Van Dijk utiliza para su ACD es la del análisis discursivo «socio-
cognitivo» (Dijk, 2003: 145).

125
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

que ocurre con las prácticas y actividades sociales. En su propuesta,


la identidad de cualquier elemento es resultado de las «diferencias» y
«oposiciones» establecidas por los elementos del sistema lingüístico-
social. Su entidad, por tanto, es puramente relacional, no esencial
(Saussure, 1983).
Pero otros autores comenzaron a destacar las debilidades de ideas
clave del pensamiento estructuralista: preguntaban sobre la construc-
ción histórica de los sistemas, las relaciones fijadas entre elementos
del sistema y la exclusión de la subjetividad humana del mundo so-
cial. Autores como Jacques Derrida, Michel Foucault, Ernesto Laclau
y Chantal Mouffe cuestionaron asunciones del estructuralismo, ha-
ciendo posible el postestructuralismo. Howarth afirma que Derrida y
su metodología deconstructiva destapan las posibilidades que fueron
adelantadas por Saussure y la tradición estructuralista, haciendo posi-
ble un desarrollo de una Teoría del Discurso postestructuralista enten-
dida como escritura o texto, y valora que las últimas aproximaciones
de Foucault a la Teoría del Discurso prevén una más segura base para
el estudio del Discurso, manifestada en los métodos de genealogía y
problematización (Howarth, 2000: 11, 14).
El marxismo, junto con el estructuralismo y el postestructuralismo,
constituye la tercera influencia determinante en la emergencia y de-
sarrollo de la Teoría del Discurso. El aspecto distintivo de su aproxi-
mación es la manera en la que las ideas, el lenguaje y la conciencia
son vistos como un fenómeno ideológico que debe ser explicado en
referencia a los procesos económicos y políticos subyacentes. Tam-
bién será importante el papel de los agentes sociales en la crítica de
las relaciones de explotación y dominación (Howarth, 2000: 10-12).
Por otro lado, Laclau (1993: 435) diferencia entre dos teorías del
discurso: la primera aproximación representada por el postestructu-
ralismo en sentido amplio (esta tendencia puede encontrarse en el
trabajo de Laclau y Mouffe) y la segunda por el trabajo de Foucault y
su escuela. Dos aspectos de la tradición postestructuralista han sido
importantes en su formulación de una aproximación al poder político
centrada en la categoría de hegemonía:
-El primero, la noción de Discurso como una totalidad significante
que trasciende la distinción entre lo lingüístico y lo extralingüístico. La
imposibilidad de una totalidad cerrada desvincula la conexión entre
significante y significado, por ello hay una proliferación de «signifi-

126
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

cantes flotantes» en la sociedad, y como resultado, la competición


política puede ser vista como intentos de fuerzas políticas rivales para
fijar parcialmente esos significantes en configuraciones significadoras
concretas. La fijación parcial de la relación entre significante y signifi-
cado es llamada «hegemonía» en estos trabajos.
-El segundo aspecto en el que el postestructuralismo contribuye a
una teoría de la hegemonía está estrechamente conectado con el pri-
mero. La deconstrucción muestra que las varias conexiones posibles
entre elementos de la estructura están indeterminadas en sus propios
términos. Como una configuración ha sido validada frente a otras,
pueden sacarse las siguientes conclusiones: que la configuración ac-
tualmente existente es esencialmente contingente; que no puede ex-
plicarse por la estructura en sí misma, sino por una fuerza que tiene
que ser parcialmente externa a la estructura. Éste es el papel de la
fuerza hegemónica.
La conclusión es, como muestra la deconstrucción, que como la
indeterminación opera en el fundamento de lo social, la objetividad
y el poder se convierten en indistinguibles (Laclau, 1993: 435). Tam-
bién ha habido un importante intento de Slavoj Zizek de extender
la Teoría del Discurso al ámbito del análisis político a través de una
aproximación basada en el psicoanálisis lacaniano, la filosofía hege-
liana y algunas tendencias de la filosofía analítica, especialmente el
antidescriptivismo de Saul Kripke. El aspecto central de la aproxi-
mación de Zizek es su intento de introducir la categoría de suje-
to sin ningún tipo de connotación esencialista. Este «sujeto» no es
el cogito sustancial de la tradición política de la modernidad, pero
tampoco es la dispersión de las posiciones de sujeto que el estruc-
turalismo había postulado. El sujeto es, siguiendo a Lacan, un lugar
de «carencia»/«falta de ser», un lugar vacío que varios intentos de
identificación tratan de llenar. Zizek muestra la complejidad relacio-
nada con cualquier proceso de identificación (en el sentido psicoa-
nalítico) e intenta explicar sobre la base de ésta la constitución de
las identidades políticas (Laclau, 1993: 436).
En cuanto a la segunda tendencia, la de Foucault y su escuela: los
últimos trabajos de Foucault fueron un intento para resolver las difi-
cultades que su análisis de formaciones discursivas había dejado. La
presencia de ciertas configuraciones discursivas tenía que ser explicada
en términos que para él eran extradiscursivos. Esto le llevó a un nuevo

127
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

tipo de aproximación, que llamó «genealogía»: trataba de localizar los


elementos que formaban parte de una configuración discursiva dentro
de un marco de una historia discontinua cuyos elementos no tenían un
principio de unidad teleológica. El carácter externo de las fuerzas uni-
ficadoras detrás de la dispersión genealógica de los elementos está en
la base de la concepción foucaultiana del poder (Laclau, 1993).
También las ideas del posmodernismo son útiles para la Teoría del
Discurso porque representan una sensibilidad o actitud alternativa
frente a los impulsos fundacionales del proyecto moderno. Tales im-
pulsos han querido basar nuestro conocimiento, creencias y juicios
éticos en algún tipo de fundamento objetivo o esencial, ya fuera «el
mundo tal como es en realidad», en nuestra subjetividad humana, en
nuestro conocimiento de la historia o en los usos que hacemos del
lenguaje. La actitud posmoderna señala las necesarias limitaciones
que tiene el proyecto moderno a la hora de dominar por completo la
naturaleza de la realidad (autores posmodernos clave en este sentido
son Lyotard, Rorty y Derrida) (Howarth, 1997: 127).

8.3 La aportación de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe

Los autores Ernesto Laclau y Chantal Mouffe combinan el postestruc-


turalismo y el posmarxismo con la teoría del sujeto lacaniana7. Tam-
bién han utilizado ideas «antifundacionalistas» y «antiesencialistas»
de filósofos como Rorty, Derrida y Lyotard para esclarecer la Teoría
del Discurso (Howarth, 1997: 128). Como punto de partida, se opo-
nen al determinismo y a cualquier principio de lógica societal a priori
que pueda subyacer en la construcción de identidades sociales y po-
líticas (Norval, 2000b: 220).
El hilo conductor del análisis de Laclau y Mouffe en la obra Hege-
monía y estrategia socialista (1987)8, que establece las bases de sus

7
Si bien Laclau y Mouffe en principio no habían teorizado sobre el sujeto y la
subjetivización, la crítica constructiva de Zizek a su obra Hegemonía y estrategia so-
cialista estimuló el interés de estos autores por la teoría psicoanalítica de Lacan.
8
Hegemonía y estrategia socialista fijó una nueva dirección para la idea de hege-
monía de Gramsci y representó un giro para la teoría postestructuralista dentro del
marxismo; tomó el problema del lenguaje como esencial para la formulación de un
proyecto democrático antitotalitario radical (Butler, Laclau y Zizek, 2000: 8).

128
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

proposiciones teóricas del Análisis del Discurso, es precisamente la


transformación del concepto de «hegemonía». La expansión de de-
terminación de la lógica social implícita en este concepto provee un
anclaje a partir del cual las luchas sociales contemporáneas son pen-
sables en su especificidad, a la vez que permite bosquejar una nueva
política para la izquierda, fundada en el proyecto de una radicaliza-
ción de la democracia (Laclau y Mouffe, 1987: 3).
El concepto de «hegemonía» hará alusión a una totalidad ausen-
te y a los diversos intentos de recomposición y rearticulación que,
superando esta ausencia originaria, permitieron dar un sentido a las
luchas y dotar a las fuerzas históricas de una positividad plena. Los
contextos de aparición del concepto serán los contextos de una falla
(en el sentido geológico), de una grieta que era necesario colmar, de
una contingencia que era necesario superar. La hegemonía no será
el despliegue majestuoso de una identidad, sino la respuesta a una
crisis (Laclau y Mouffe, 1987: 7). Se concibe sobre la base de una crí-
tica a toda perspectiva esencialista acerca de la constitución de las
identidades colectivas. Pero construir el concepto de «hegemonía»9
no supone un mero esfuerzo especulativo en el interior de un con-
texto coherente, sino un movimiento estratégico más complejo, que
requiere negociar entre superficies discursivas mutuamente contra-
dictorias. Implica un campo teórico dominado por la categoría de
«articulación»: supone la posibilidad de especificar separadamente
la identidad de los elementos articulados; si la articulación es una
práctica y no el nombre de un complejo relacional dado, se da alguna
forma de presencia separada de los elementos que la práctica articula
o recompone (Laclau y Mouffe, 1987: 105)10. Concretamente, llama-

9
Para constituir teóricamente el concepto de hegemonía, para observar la loca-
lización discursiva precisa a partir de la cual esta construcción discursiva resulta posi-
ble, es necesario observar que el espacio de la hegemonía no es simplemente el de
un «impensado» localizable: es el del estallido de una concepción de la inteligibilidad
de lo social que reduce sus distintos momentos a la interioridad de un paradigma
cerrado; las distintas superficies de emergencia de la relación hegemónica no conflu-
yen armoniosamente en la constitución de un vacío teórico que un nuevo concepto
debería colmar; por el contrario, algunas de ellas parecerían ser superficies de «diso-
lución» del concepto, ya que al afirmar el carácter relacional de toda identidad social
se disuelve la diferenciación de planos, el desnivel entre articulante y articulado en
que el vínculo hegemónico se funda (Laclau y Mouffe, 1987: 105).
10
Cada estructura discursiva es una construcción social y política que estable-
ce un sistema de relaciones entre diferentes objetos y prácticas, mientras proveen

129
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

remos «articulación»11 a toda práctica que establece una relación tal


entre elementos que la identidad de éstos resulta modificada como
resultado de esa práctica. Es importante recordar que la práctica de
la articulación como fijación/dislocación de un sistema de diferencias
no puede consistir en meros fenómenos lingüísticos, sino que debe
atravesar todo el espesor material de instituciones, rituales, prácticas
de diverso orden a través de las cuales una formación discursiva se
estructura (Laclau y Mouffe, 1987: 125).
Esta lógica articulatoria debe operar a partir de la lógica interna
de las particularidades; lo que le da forma a una totalidad articulante
hegemónica son el «universalismo» (el momento de la totalidad arti-
culada) y el «particularismo», que no son nociones opuestas sino que
deben ser concebidas como dos posiciones diferentes («universali-
zante» y «particularizante»). Así, la emergencia de lo particular como
tal no puede ser el resultado de un movimiento autónomo, autoin-
ducido, sino que debe ser concebido como una de las posibilidades
internas que abre la lógica articuladora. No es posible concebir la
totalidad como un marco dentro del cual opera la práctica hegemó-
nica: el marco mismo debe constituirse a través de las prácticas he-
gemónicas. Y tales prácticas son el locus de las lógicas articulatorias
(Laclau, 2000a: 302). Por otro lado, el momento de la universalidad
nunca está completamente ausente. Tampoco existe una política de
particularidad pura. Aun la más particularística de las demandas se
hará en términos de algo que la trasciende. Como, sin embargo, el
momento de universalidad estará construido de forma diferente en
diversos Discursos, tendremos o bien una lucha entre las diferentes
concepciones de universalidad o una extensión de las lógicas de la
equivalencia hasta abarcar esas misma concepciones, con lo cual se

«posiciones objetivas» con las que los agentes sociales pueden identificarse. Los
«proyectos hegemónicos» intentarán entrelazar diferentes ramas del Discurso en un
esfuerzo por dominar o estructurar un campo de significado, fijando las identidades
de los objetos y las prácticas de una manera en concreto. Según Howarth, Laclau y
Mouffe crean una analogía entre los sistemas sociales y lingüísticos, pues en ambos
sistemas las identidades son relacionales y todas las relaciones tienen un carácter
necesario (Howarth, 2000: 102).
11
La construcción teórica de la articulación requiere dos pasos: fundar la posibili-
dad de especificar los elementos que entran en la relación articulatoria y determinar
la especificidad del momento relacional en que la articulación como tal existe (Laclau
y Mouffe, 1987: 109).

130
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

construye una cadena más amplia, aunque debemos tener claro que
siempre habrá un resto de particularidad que no será erradicable (La-
clau, 2000a: 304).
En otro orden de cosas, a la totalidad estructurada resultante de la
práctica articulatoria la llamaremos «Discurso». Llamaremos «momen-
tos» a las posiciones diferenciales, en tanto aparecen articuladas en
el interior de un Discurso. Llamaremos, por el contrario, «elemento»
a toda diferencia que no se articula discursivamente (Laclau y Mouffe,
1987: 119). Estos autores puntualizan que si la contingencia y la arti-
culación son posibles es porque ninguna formación discursiva es una
totalidad suturada12 y porque, por lo tanto, la fijación de los «elemen-
tos» en «momentos» no es nunca completa, ya que todo Discurso es
subvertido por un «campo de discursividad» que lo desborda. No hay
identidad social que aparezca plenamente protegida de un exterior
discursivo que la deforma y le impide suturarse plenamente. Como
resultado, pierden su carácter necesario tanto las relaciones como las
identidades.
El estatus de los «elementos» es el de «significantes flotantes» que
no logran ser articulados en una cadena discursiva. Y este carácter
flotante penetra finalmente en toda identidad discursiva (es decir, so-
cial). Pero si aceptamos el carácter incompleto de toda formación dis-
cursiva y, al mismo tiempo, afirmamos el carácter relacional de toda
identidad, en ese caso el carácter ambiguo del significante, su no-
fijación en ningún significado, sólo puede existir en la medida en que
hay una proliferación de significados. No es la pobreza de significados
sino al contrario, la polisemia, la que desarticula una estructura discur-
siva. La imposibilidad de fijación última del sentido implica que tiene
que haber fijaciones parciales, porque, en caso contrario, el flujo mis-
mo de las diferencias sería imposible. El Discurso se constituye como
intento por dominar el campo de la discursividad, por detener el flujo
de las diferencias, por constituir un centro. Los puntos discursivos pri-

12
Las prácticas hegemónicas son suturantes en la medida en que su campo de
acción está determinado por la apertura de lo social, por el carácter finalmente no
fijo de todo significante. Esta «falta» originaria es lo que las prácticas hegemónicas
intentan llenar. Una sociedad totalmente suturada sería aquella en la que este llenar
habría llegado a sus últimas consecuencias y habría logrado, por consiguiente, iden-
tificarse con la transparencia de un sistema simbólico cerrado. Este cierre de lo social
es imposible (Laclau y Mouffe, 1987: 54).

131
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

vilegiados de esta fijación parcial los denominamos «puntos nodales».


La práctica de la articulación consiste, por tanto, en la construcción de
puntos nodales que fijan parcialmente el sentido; y el carácter parcial
de esa fijación procede de la apertura de lo social, resultado a su vez
del constante desbordamiento de todo Discurso por la infinitud del
campo de la discursividad (Laclau y Mouffe, 1987: 129-130).
A propósito de lo dicho, Zizek nos explica la función de «acol-
chamiento» del «punto nodal». El espacio ideológico está hecho de
elementos sin ligar, sin amarrar, son significantes flotantes, cuya iden-
tidad está «abierta», sobredeterminada por la articulación de los mis-
mos en una cadena con otros elementos, es decir, su significación
«literal» depende de su plus de significación metafórica. El «acolcha-
miento» realiza la totalización mediante la cual esta libre flotación de
elementos ideológicos se detiene y fija su significado con la interven-
ción de un determinado «punto nodal», y mediante la cual estos ele-
mentos se convierten en partes de la red estructurada de significado
(Zizek, 1992)13.
Siguiendo con la articulación del «significante flotante», si hege-
monizar un contenido equivale a fijar su significación en torno de un
«punto nodal», el campo de lo social podría ser visto así como una
guerra de trincheras en la que diferentes proyectos políticos intentan
articular a su alrededor un mayor número de significantes sociales.
De la imposibilidad de lograr una fijación total se derivaría el carácter
abierto de lo social. La necesidad y «objetividad» de lo social depen-
derían del establecimiento de una hegemonía estable, y los períodos
de «crisis orgánica» serían aquellos en que se debilitan las articula-
ciones hegemónicas básicas y en que un número cada vez mayor de
elementos sociales adquieren el carácter de «significantes flotantes».
El carácter incompleto y contingente de la totalidad procedería no
solamente de que ningún sistema hegemónico logra imponerse ple-
namente, sino también de las ambigüedades inherentes al propio
proyecto hegemónico (Laclau, 2000d: 44-45).

El «punto nodal» es una especie de nudo de significados, pero esto no implica


13

que sea la palabra «más rica», la palabra en la que se condensa toda la riqueza de
significado del campo que «acolcha»: es, antes bien, la palabra que, en tanto que
palabra, en el nivel del significante, unifica un campo determinado, constituye su
identidad; es la palabra a la que las «cosas» se refieren para reconocerse en su unidad
(Zizek, 1992).

132
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

Pero para hablar de hegemonía, no es suficiente el momento ar-


ticulatorio; es preciso, además, que la articulación se verifique a tra-
vés de un enfrentamiento con prácticas articulatorias antagónicas14.
Sólo la presencia de una vasta región de elementos flotantes y su
posible articulación en campos opuestos es lo que constituye el te-
rreno que nos permite definir a una práctica como hegemónica. La
hegemonía se constituye en un campo surcado por antagonismos y
supone, por tanto, fenómenos de equivalencia y efectos de frontera
(Laclau y Mouffe, 1987: 156, 157). En cuanto al primero, en la lógica
constitutiva de lo social, Laclau distingue dos clases de operaciones:
la «lógica de la diferencia», que establece localizaciones «particula-
res» dentro del espectro social y la «lógica de la equivalencia», que
«universaliza» una cierta particularidad en tanto ésta es sustituible
por un número indefinido de otras particularidades (Laclau, 2000b:
196). Cuanto más extensa sea la cadena de equivalencias, mayor
será la necesidad de un equivalente general que represente a la
cadena como una totalidad. Los medios de representación son, sin
embargo, tan sólo las particularidades existentes. Por lo tanto, una
de ellas debe asumir la representación de la cadena como totalidad.
Éste es el movimiento estrictamente hegemónico: el cuerpo de una
particularidad asume la función de representación universal (Laclau,
2000a: 302).
La «lógica de la equivalencia» es una lógica de la simplificación del
espacio político, en tanto que la «lógica de la diferencia» es una lógica
de la expansión y complejización del mismo (Laclau y Mouffe, 1987:
151). Howarth explica la lógica de la diferencia añadiendo que para
la expansión del orden discursivo se rompen las ataduras de equiva-
lencia existentes, incorporando los elementos «desarticulados» en la
formación en expansión. Mientras que un proyecto que emplea la
lógica de la equivalencia busca dividir el espacio social condensando
significados alrededor de dos polos antagonistas, un proyecto que
principalmente emplee la lógica de la diferencia intenta desplazar y
debilitar los antagonismos, intentado relegar la división a los márge-

14
Thomassen especifica que el análisis de la hegemonía no puede detenerse
en la identificación de la hegemonía exitosa, sino que debe también examinar qué
alternativas han sido excluidas para que la presente hegemonía haya sido posible
(Thomassen, 2005: 295).

133
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

nes de la sociedad (Howarth, 2000: 107)15. En otras palabras, donde


predomina la lógica de la equivalencia la división social tiende hacia la
dicotomización del espacio político, de la división social en dos cam-
pos opuestos; donde la lógica de la diferencia es la estrategia domi-
nante, se da una más compleja articulación de elementos trabajando
contra dicha dicotomización (Norval, 2000b: 221).
Siguiendo con la explicación de la «lógica de la equivalencia»,
Laclau afirma que la unidad del conjunto equivalencial, de la vo-
luntad colectiva irreductiblemente nueva en la cual cristalizan las
equivalencias particulares, depende enteramente de la productivi-
dad social del nombre. Esa productividad deriva, exclusivamente,
de la operación del nombre como «significante puro», es decir, no
expresando ninguna unidad conceptual que la precede. Consecuen-
cias de esto es que el nombre, una vez que se ha convertido en
significante de lo que es heterogéneo y excesivo en una sociedad
particular, va a ejercer una atracción irresistible sobre cualquier de-
manda vivida como insatisfecha y, por ello, como excesiva y hete-
rogénea con respecto al marco simbólico existente; como el nom-
bre, para desempeñar ese rol constitutivo, debe ser un significante
vacío, es finalmente incapaz de determinar qué tipo de demandas
entran en la cadena equivalencial (lo que derivará en una ambigüe-
dad ideológica necesaria) (Laclau, 2005a: 140). El afianzamiento de
luchas democráticas requiere la expansión de cadenas de equivalen-
cia que abarquen otras luchas. La lógica de la equivalencia llevada
a sus últimos extremos implicaría la disolución de la autonomía de
los espacios en los que cada una de estas luchas se constituye, no
necesariamente porque algunas de ellas pasarán a estar subordina-
das a las otras, sino porque todas ellas habrían, en rigor, llegado a
ser símbolos equivalentes en una lucha única e indivisible (Laclau y
Mouffe, 1987: 205).
Ciertas formas discursivas, a través de la equivalencia, anulan toda
positividad del objeto y dan una existencia real a la negatividad en
cuanto tal: es porque lo social está penetrado por la negatividad, es

15
Cuanto más inestables sean las relaciones sociales, cuanto menos logrado sea
un sistema definido de diferencias, tanto más proliferarán los puntos de antagonis-
mo; pero, a la vez, tanto más carecerán éstos de una centralidad, de la posibilidad de
establecer cadenas de equivalencia unificadas (Laclau y Mouffe, 1987: 151).

134
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

decir, por el antagonismo16 (Laclau y Mouffe, 1987: 149). Cualquie-


ra que sea la orientación política a través de la que el antagonismo
cristalice («dependerá» de las cadenas de equivalencia que lo cons-
truyan), la forma del antagonismo en cuanto tal es idéntica en todos
los casos. Es decir, que se trata siempre de la construcción de una
identidad social (de una posición sobredeterminada de sujeto) sobre
la base de la equivalencia entre un conjunto de elementos o valores
que expulsan y exteriorizan a aquellos otros a los que se oponen (La-
clau y Mouffe, 1987: 185). Asimismo, los que están fuera del sistema,
los marginales, a los que Laclau designa como «heterogéneos», son
decisivos en el establecimiento de una frontera antagónica (Laclau,
2005a: 189). Pero Laclau no utiliza «diferencia» en relación con «ex-
clusión» o «antagonismo», ya que para él, diferencia significa identi-
dad positiva, mientras que todo el reordenamiento antagonístico del
espacio político está vinculado a la categoría de equivalencia (Laclau,
2000b: 196).
Norval adopta el término de Gramsci «transformismo» utilizándolo
en relación con la articulación de las lógicas de la equivalencia y de
la diferencia: un proyecto transformista consiste en los esfuerzos para
expandir los sistemas de diferencia definiendo un bloque dominante.
Si el proyecto tiene éxito, se dará el debilitamiento del potencial an-
tagonista de los elementos excluidos remanentes y un ensanchamien-
to del bloque hegemónico. Un fallo del «transformismo», en cambio,
lleva a la expansión de la lógica de la equivalencia, a la construcción
de claras fronteras políticas y a la proliferación y profundización de
relaciones antagónicas (Norval, 2000b: 220).
En relación con el concepto de «sobredeterminación», se estima
que no hay nada en lo social que no esté sobredeterminado; lo social
se constituye como orden simbólico. El carácter simbólico (sobrede-
terminado) de las relaciones sociales implica que éstas carecen de
una literalidad última que las reduciría a momentos necesarios de una
ley inmanente. La sociedad y los agentes sociales carecerían de esen-
cia, y sus regularidades consistirían tan sólo en las formas relativas
y precarias de fijación que han acompañado a la instauración de un

16
Laclau matiza que los puntos antagónicos particularmente intensos sólo pue-
den ser establecidos contextualmente y nunca deducidos de la lógica interna de nin-
guna de las dos fuerzas enfrentadas tomadas de forma aislada (Laclau, 2005a: 188).

135
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

cierto orden. El sentido de toda identidad está sobredeterminado en


la medida en que toda literalidad aparece constitutivamente subver-
tida y desbordada; lejos de darse una totalización esencialista o una
separación no menos esencialista entre objetos, hay una presencia de
unos objetos en otros que impide fijar su identidad. Los objetos apa-
recen articulados, no a la manera en que se engarzan como las piezas
de un mecanismo de relojería, sino en la medida en que la presencia
de unos en otros hace imposible suturar la identidad de ninguno de
ellos (Laclau y Mouffe, 1987: 110, 118).
Por otra parte, las formaciones discursivas en general y especí-
ficamente las identidades políticas y sociales se construyen o frag-
mentan mediante la consolidación o disolución de fronteras, que
tienen un carácter simbólico (Laclau, 2000b). Estas fronteras políti-
cas sirven para organizar el espacio político a través de las opera-
ciones simultáneas de la lógica de la equivalencia y de la diferencia
(Norval, 2000b: 220).
Entre los objetivos del Análisis del Discurso también se encuentra
el de saber delimitar cuáles son las formas y contenidos que definen
a un sujeto histórico capaz de crear un Discurso hegemónico; son es-
tos sujetos los que, con sus intereses y motivaciones concretas crean
los discursos políticos en función de cada circunstancia, de cada co-
yuntura y de cada momento histórico (Moreno, 2005)17. La categoría
de «sujeto» la utilizan en el sentido de «posiciones de sujeto» en el
interior de una estructura discursiva; participa del carácter abierto de
todo Discurso y no logra fijar totalmente dichas posiciones en un sis-
tema cerrado de diferencias. Asimismo, la categoría de sujeto está
penetrada del mismo carácter polisémico, ambiguo e incompleto que
la sobredeterminación acuerda a toda identidad discursiva, es decir,
la subjetividad del agente está penetrada de la misma precariedad y
ausencia de sutura que cualquier otro punto de la totalidad discursiva
de la que es parte (Laclau y Mouffe, 1987: 132-140). Por ello, cada
identidad social pasa a ser el punto de encuentro de una multiplici-
dad de prácticas articulatorias, muchas de ellas antagónicas (Laclau y
Mouffe, 1987: 160).

17
La vigencia de un Discurso sólo es posible gracias a la existencia de un sujeto
histórico que se convierte en su principal valedor (Moreno, 2005).

136
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

En su obra titulada Emancipation(s)18, Laclau introduce la catego-


ría de «significante vacío». Explica que en la Teoría del Discurso el
ámbito social nunca puede ser cerrado y que las prácticas políticas
intentan «llenar» esta falta de sutura. Aunque la sutura total de lo
social19 no es realizable, todavía funciona como un ideal (imposible),
es más, las sociedades están organizadas y centradas sobre la base
de estos (imposibles) ideales. Para la emergencia y función de dichos
ideales es necesaria la producción de significantes vacíos. La articu-
lación del discurso político sólo se da alrededor de un significante
vacío que funciona como punto nodal y cuya vacuidad es una impor-
tante condición de posibilidad para su éxito hegemónico. La repre-
sentación de la cadena equivalencial por el significante vacío no es
una representación puramente pasiva; es algo más que la imagen de
una totalidad preexistente: es lo que constituye esa totalidad, aña-
diendo así una nueva dimensión cualitativa20. Más adelante, Laclau
añade como ejemplo que el rol semántico de términos como «jus-
ticia», «igualdad», «libertad», etc., no es expresar algún contenido
positivo, sino funcionar como denominaciones de una plenitud que
está constitutivamente ausente. En tanto que nombra una plenitud
indiferenciada, no tiene ningún contenido conceptual en absoluto: no
constituye un término abstracto sino, en el sentido más estricto, vacío
(Laclau, 2005a: 126, 204).
En otro orden de cosas, el concepto de «dislocación» es necesario
para la comprensión de la Teoría del Discurso: se refiere al proceso
por el cual la contingencia de las estructuras discursivas se hace visi-

18
Laclau, Ernesto (1996). Emancipation(s). Londres: Verso.
19
Una de sus ideas fundamentales es que no existe un espacio suturado que
podamos concebir como una «sociedad», ya que lo social carecería de esencia. De-
bemos considerar la apertura de lo social como constitutiva, como «esencia negati-
va» de lo existente, y a los diversos «órdenes sociales» como intentos precarios y en
última instancia fallidos de domesticar el campo de las diferencias. En este caso la
multiformidad de lo social no puede ser aprehendida a través de un sistema de me-
diaciones, ni puede el «orden social» ser concebido como un principio subyacente.
Debemos ubicarnos firmemente en el campo de la articulación y para ello debemos
renunciar a la concepción de la sociedad como totalidad fundante de sus procesos
parciales (Laclau y Mouffe, 1987: 108). La «sociedad» no es un objeto legítimo de
Discurso. No hay principio subyacente único que fije al conjunto del campo de las
diferencias (Laclau y Mouffe, 1987: 127).
20
La función homogeneizante del significante vacío constituye la cadena y, al
mismo tiempo, la representa (Laclau, 2005a: 205).

137
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

ble. Si la dislocación interrumpe las identidades y Discursos, también


crea una «falta de ser» o «carencia» de significado que estimula nue-
vas construcciones discursivas, las cuales intentan suturar la estructura
dislocada (Laclau, 2000d: 55-61). Torfing complementa esta definición
de dislocación indicando que es una desestabilización del Discurso
resultante de la emergencia de acontecimientos que no pueden ser
domesticados, simbolizados o integrados dentro del Discurso en
cuestión (Torfing, 1999b: 301)21.
Por último, es interesante ver la distinción que hace Laclau (2000d)
entre «mitos» e «imaginarios», los cuales emergen en un contexto de
dislocación estructural. Los «mitos» construyen nuevos espacios de
representación que intentan suturar el espacio dislocado en cuestión
y ello implica la formación de una nueva objetividad rearticulando los
elementos dislocados. El hecho es que desde su emergencia hasta su
disolución, los mitos pueden funcionar como una superficie donde se
alojan demandas sociales y dislocaciones. En última instancia, cuan-
do un mito ha sido exitoso neutralizando las dislocaciones sociales e
incorporando un gran número de demandas sociales, entonces pode-
mos decir que un mito se ha transformado en «imaginario». Un ima-
ginario social colectivo es definido por Laclau como «un horizonte» o
un «límite absoluto que estructura un campo de inteligibilidad». Así,
vemos que la voluntad colectiva resultante de las cadenas de equiva-
lencia encuentra su punto de anclaje en este imaginario social, y su
núcleo lo constituirán los ya mencionados significantes vacíos. Estos
imaginarios representan el límite de la universalización que es posible
lograr socialmente. El carácter vacío de estos puntos de anclaje es lo
que verdaderamente universaliza un Discurso y lo transforma en la
superficie en la que se inscribe una pluralidad de demandas más allá
de sus particularidades (Laclau, 2000b: 212)22.

Por ejemplo, la inflación y el desempleo en los años setenta dislocó la ortodo-


21

xia keynesiana, y la globalización tiende a dislocar la idea del Estado-nación como un


terreno privilegiado para la actividad económica (Torfing, 1999b: 301).
22
Se convierten en poderosos instrumentos de desplazamiento de las relaciones
de fuerza en la sociedad. A la inversa, su declive está ligado a su menor capacidad
para abarcar demandas sociales que se reconocen cada vez menos en el lenguaje
político suministrado por ese horizonte (Laclau, 2000b: 212-213).

138
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

8.4 El Análisis Crítico del Discurso (ACD)

Para considerar las diferencias entre el Análisis del Discurso de plan-


teamientos similares al de Laclau y Mouffe y la acepción que inclu-
ye la denominación «crítica»23, tenemos que tener en cuenta que los
primeros enfatizan la posibilidad de establecer una dualidad entre
los discursos políticos (el Discurso dominante y las manifestaciones
discursivas alternativas), mientras que el ACD señala el carácter plural
de los discursos políticos en una sociedad (Moreno, 2005). Funda-
mentalmente, la noción de «crítica» ha de entenderse como el resul-
tado de tomar cierta distancia respecto de los datos, enmarcarlos en
lo social, adoptar explícitamente una postura política y centrarse en la
autocrítica, como corresponde a un estudioso que investiga (Wodak,
2003: 29). Asume además que todos los Discursos son históricos y por
consiguiente sólo pueden entenderse en referencia a su contexto;
esta asunción obliga a incluir elementos sociopsicológicos, políticos
e ideológicos, y por tanto, postula un procedimiento interdisciplinar
(Meyer, 2003: 37) 24.
En cada una de sus diversas formas el ACD se concibe a sí mismo
como una disciplina fuertemente anclada en la teoría. Implica una
amplia variedad de ellas que van desde las perspectivas microso-
ciológicas (Ron Scollon) a las teorías sobre la sociedad y el poder
pertenecientes a la tradición de Michel Foucault (Siegfried Jäger,
Norman Fairclough, Ruth Wodak), las teorías del conocimiento so-
cial (Teun Van Dijk) y la gramática, incluyendo también conceptos
concretos que se han tomado prestados de tradiciones más amplias
(Meyer, 2003: 40).
El ACD parte de la intuición de que el Discurso se estructura me-
diante relaciones de dominancia, legitimado por las ideologías de
grupos poderosos. Estas estructuras dominantes estabilizan las con-
venciones y las convierten en algo natural, es decir, los efectos del po-
der y de la ideología en la producción de sentido quedan oscurecidos
y adquieren formas estables y naturales, llegándose a considerarlos

23
Ambos se basan en el «construccionismo social» (Phillips y Jorgensen, 2002: 4).
24
Los conceptos de intertextualidad e interdiscursividad suponen el análisis de
las relaciones con otros textos, cosa a la que no se aspira en otros métodos; el ACD
está abierto a una gama muy amplia de factores que ejercen influencia sobre los
textos (Meyer, 2003: 37).

139
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

como algo «dado». Precisamente, uno de los objetivos del ACD será
«desmitificar» los Discursos mediante el descifrado de las ideologías
(Wodak, 2003: 19-20, 30), y en la mayoría de los casos tomará partido
por los desfavorecidos, intentando mostrar los elementos lingüísticos
que utilizan los privilegiados para estabilizar o incluso aumentar las
iniquidades presentes en la sociedad (Meyer, 2003: 58)25.
En otras palabras, el objetivo del ACD es saber cuáles son las con-
diciones de tipo social, institucional o cognitivo que permiten que
un Discurso pueda tener una mayor presencia política hasta hacerse
hegemónico (Moreno, 2005). En esencia, el Discurso es una forma de
poder, un modo de formar creencias/valores/deseos, una institución,
un modo de relación social, una práctica material; y viceversa, el po-
der, las relaciones sociales, las prácticas materiales, las instituciones,
creencias, etc., son en parte Discursos. Una característica importante
de los cambios económicos, sociales y culturales de la modernidad
tardía es que existen como Discursos y como procesos que ocurren
fuera del Discurso, y que los procesos que suceden fuera del Discur-
so son moldeados sustantivamente por estos Discursos (Fairclough
y Chouliaraki, 1999: 4, 6). Por otro lado, el término «ideología» será
definido como una construcción de prácticas desde perspectivas con-
cretas que «allanan» las contradicciones, dilemas y antagonismos de
las prácticas de acuerdo con los intereses y con los proyectos de do-
minación (Fairclough y Chouliaraki, 1999: 26). De todas maneras, una
particular estructuración social de la diferencia semiótica puede llegar
a ser hegemónica convirtiéndose en parte del sentido común legiti-
mador que sustenta las relaciones de dominación, pero la hegemonía
siempre será contrarrestada, en mayor o menor medida, mediante la
lucha por la hegemonía, ya que un orden del Discurso no es un sis-
tema cerrado o rígido, sino más bien un sistema abierto que queda
expuesto al peligro como consecuencia de lo que sucede en las inte-
racciones efectivas (Fairclough, 2003: 183).
En una definición paralela, Van Dijk destaca la necesidad de un
ACD amplio, diverso, multidisciplinar y orientado a los problemas,

25
En este contexto, es importante subrayar la creciente importancia del lenguaje
en la vida social debido al aumento del nivel de intervención consciente para contro-
lar y moldear prácticas de lenguaje de acuerdo con objetivos económicos, políticos e
institucionales, fenómeno que Fairclough denomina «tecnologización del Discurso»
(Fairclough y Wodak, 1997: 269).

140
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

limitando su objetivo al triángulo Discurso-cognición-sociedad.


«Discurso» se utiliza en el amplio sentido de «acontecimiento co-
municativo», lo que incluye la interacción conversacional, los textos
escritos y también los gestos asociados, el diseño de portada, la dis-
posición tipográfica, las imágenes y cualquier otra dimensión o sig-
nificación «semiótica» o multimedia. El término «cognición» implica
tanto la cognición personal como la cognición social, las creencias y
los objetivos, así como las valoraciones y las emociones, junto con
cualquier otra estructura, representación o proceso «mental» o «me-
morístico» que haya intervenido en el Discurso y en la interacción.
«Sociedad» se entiende de forma que incluya tanto las microestruc-
turas locales de las interacciones cara a cara detectadas, como las
estructuras más globales, societales y políticas que se definen de
forma diversa en términos de grupos, de relaciones de grupo (como
las de dominación y desigualdad), de movimientos, de instituciones,
de organizaciones, de procesos sociales o de sistemas políticos, jun-
to con otras propiedades más abstractas de las sociedades y de las
culturas (Dijk, 2003: 146-147).

8.4.1 Un método para el ACD

Meyer afirma que el ACD no constituye un método empírico bien de-


finido, sino más bien un enfoque que adquiere consistencia en varios
planos26. No existe ninguna forma de obtención de datos que sea ca-
racterística del ACD, ni son definidos los dispositivos lingüísticos que
resultan relevantes para el ACD, ya que su selección depende de las
cuestiones de investigación concretas. También es característico del
ACD que mantenga una continua retroalimentación entre el análisis y
la recogida de datos (Meyer, 2003).
En opinión de Van Dijk, el ACD no es un «método» que pueda sim-
plemente aplicarse al estudio de los problemas sociales. Los estudios
discursivos son una disciplina transversal provista de muchas subdisci-
plinas y áreas; cada una de ellas posee sus propias teorías, instrumen-

26
Cada uno de los planos exige hacer una selección: a) del fenómeno que se some-
te a observación; b) la de alguna explicación de las asunciones teoréticas y c) la de los
métodos utilizados para vincular la teoría con la observación (Meyer, 2003: 35).

141
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

tos descriptivos o métodos de investigación. El ACD no nos brinda


un enfoque ya hecho que nos indique cómo hacer el análisis social,
sino que subraya que para cada estudio debe procederse al completo
análisis teórico de una cuestión social, de forma que seamos capaces
de seleccionar qué discurso y qué estructuras sociales hemos de ana-
lizar y relacionar. De hecho, los objetivos sociopolíticos orientados
a los problemas del ACD requieren específicamente una sofisticada
teorización de las intrincadas relaciones texto-contexto. Un adecuado
análisis del discurso requiere simultáneamente un detallado análisis
cognitivo y social –y viceversa–, y sólo la integración de estas explica-
ciones puede lograr una adecuación descriptiva, explicativa y, sobre
todo, crítica en el estudio de los problemas sociales (Dijk, 2003: 147).
Según el criterio de Howarth, un análisis debe partir de un proceso
crítico de «problematización» de los fenómenos sociales y políticos,
que transforma en cuestiones de investigación prácticas y manejables
las intuiciones y corazonadas que el investigador tiene del fenómeno
bajo consideración. Esto consiste en la producción de hipótesis, en
el examen de las interpretaciones existentes, en la deconstrucción
de sus asunciones y conceptos problemáticos y en la construcción de
un marco teórico alternativo con el cual analizar la cuestión, basán-
dose en conceptos y lógicas de la Teoría del Discurso. Para ello utili-
zarán variados métodos cualitativos, buscando información primaria
en reportajes de periódicos, comunicados oficiales, documentos «no
oficiales» como panfletos, programas organizacionales, biografías
personales y representaciones de medios como documentales de
televisión y películas. Esto lo complementan usando entrevistas en
profundidad y formas de investigación etnográficas como participa-
ción-observación, e investigando los elementos estructurales de los
contextos que limitan, que no determinan, las posibilidades sociales
y políticas (Howarth, 2000: 140).
El análisis de los datos supone la «traducción» de información a la
forma textual, la aplicación de los marcos teóricos construidos para
la problematización del objeto de investigación, que supone la arti-
culación y modificación de conceptos y lógicas abstractos a un caso
particular, y por último, el análisis de materiales empíricos supone
la utilización de varias técnicas de análisis de discurso en el proble-
ma investigado. En cuanto a la estrategia de presentación de los
resultados empíricos de la investigación, un estudio discursivo típi-

142
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

co empezaría con una crítica de las posiciones teóricas y empíricas,


desde el cual desarrollaría un marco de análisis alternativo con el
que problematizar un objeto de análisis dado. El estudio presentaría
entonces las conclusiones y argumentos empíricos sustantivos pro-
ducidos por la aplicación del marco teórico al problema explorado.
Por último, la confirmación y refutación de las conclusiones sustan-
tivas alcanzadas por los analistas del discurso dependen en última
instancia de su capacidad de persuasión para con la comunidad de
investigadores y estudiosos de las ciencias sociales. Estos juicios de-
penderán del grado en que los resultados cumplen los requisitos de
consistencia y coherencia al guiar sus estudios, así como la medida
en que añaden nuevas e interesantes perspectivas a sus objetos de
investigación (Howarth, 2000: 141).
Más adelante, en una de sus obras fundamentales, Discourse and
social change (1992b), Fairclough ofrece un marco analítico que con-
tiene una serie de conceptos interconectados en un modelo tridi-
mensional. Es un marco analítico para la investigación empírica de
la comunicación y la sociedad, que hace un análisis del texto con-
centrándose en sus elementos lingüísticos (vocabulario, gramática,
sintaxis y la coherencia de la frase); análisis de la práctica discursiva,
que se centra en cómo se produce el texto y cómo se consume; y el
análisis de la más amplia práctica social a la que el acontecimiento co-
municativo pertenece. Esta aproximación de Fairclough es una forma
de Análisis del Discurso que trata de unir tres tradiciones: detallados
análisis textuales dentro del ámbito de la lingüística (gramática fun-
cional); análisis macrosociológico de la práctica social relacionado con
las estructuras sociales; la tradición microsociológica, donde la prácti-
ca social es tratada como un producto de las acciones de las personas
que siguen reglas y procedimientos de «sentido común» compartidos
(Fairclough, 1992b: 72).
Fairclough da cuatro argumentos para sugerir que la importancia
del análisis textual debería ser reconocida. La razón teórica: las es-
tructuras sociales tienen una relación dialéctica con la acción social, y
los textos constituyen una forma importante de esta última; la razón
metodológica es que los textos suponen una fuente importante de
datos para sacar conclusiones sobre estructuras sociales, relaciones y
procesos; la razón histórica es que los textos son barómetros de los
procesos sociales, el movimiento y la diversidad y el análisis textual

143
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

pueden dar buenos indicadores del cambio social; la razón política: el


control y la dominación social se ejerce cada vez más a través de los
textos (Fairclough, 1992b: 211-212).
Más adelante, los autores Fairclough y Wodak plantean una ver-
sión del ACD basada en ocho principios de teoría y método:

1. El ACD aborda problemas sociales. El ACD es el análisis de aspec-


tos lingüísticos y semióticos de los procesos y problemas sociales.
El objetivo no se fija en el lenguaje o en el uso del lenguaje en sí
mismo, sino en el carácter parcialmente lingüístico de los procesos
y estructuras sociales y culturales.
2. Las relaciones de poder son discursivas. El ACD destaca la natura-
leza sustantivamente lingüística y discursiva de las relaciones socia-
les de poder en las sociedades contemporáneas.
3. El discurso constituye la sociedad y la cultura. Podemos ver la impor-
tancia del discurso en los procesos sociales contemporáneos reco-
nociendo que el discurso constituye la sociedad y la cultura, a la vez
que es constituido por ellos. Su relación es, por tanto, dialéctica.
4. El discurso efectúa una labor ideológica. Las ideologías son formas
de representar y construir la sociedad y reproducen las relaciones
de poder desiguales, así como las relaciones de dominación y ex-
plotación.
5. El discurso es histórico. Los discursos están siempre conectados con
otros discursos que fueron producidos antes, y también con aque-
llos que han sido producidos sincrónicamente y subsiguientemente.
6. El vínculo entre el texto y la sociedad es mediato. Las conexiones
entre los procesos y estructuras sociales y culturales, y las propie-
dades del texto son complejas y deben observarse como indirec-
tas o «mediatizadas» más que directas.
7. El análisis del discurso es interpretativo y explicativo. El discurso
puede ser interpretado de diferentes maneras según la audiencia
y la cantidad de información contextual que sea incluida.
8. El discurso es una forma de acción social. El ACD es un paradigma
científico socialmente comprometido (Fairclough y Wodak, 1997:
268-281).

Fairclough presenta en una obra más reciente un marco analítico


para el ACD, compuesto por los siguientes pasos:

144
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

1. Centrarse en un problema social que tenga un aspecto semiótico.


2. Identificar los elementos que lo obstaculizan con el fin de abordar-
los, mediante el análisis de:
• la red de las prácticas en la que están localizados,
• la relación de semiosis que mantiene con otros elementos de la
particular práctica (o prácticas) de que se trate,
• el discurso (es decir, la propia semiosis):
— análisis estructural: el orden del discurso
— análisis interaccional
— análisis interdiscursivo
— análisis lingüístico y semiótico.
3. Considerar si el orden social (la red de prácticas) «necesita» en
cierto sentido el problema o no.
4. Identificar las posibles formas de superar los obstáculos.
5. Reflexionar críticamente sobre el análisis (1-4) (Fairclough, 2003:
184).

8.4.2 Validez y fiabilidad del ACD

Hay cierto escepticismo sobre el estatus epistemológico preciso, así


como sobre la adaptabilidad metodológica de la Teoría del Discurso
en las ciencias sociales (acusaciones de «irracionalismo epistemológi-
co» o de «anarquismo metodológico»). Las críticas más insistentes al
ACD provienen de los defensores del positivismo. Éstos acusan a los
teóricos del Discurso de abandonar la recogida sistemática de hechos
objetivos y sustituirlos por explicaciones metodológicas anárquicas
y subjetivas de los fenómenos sociales. También los realistas y los
marxistas comparten con aquéllos las críticas, y ven a los analistas
del Discurso incapaces de hacer reivindicaciones de verdad y validez,
y/o hacer juicios de valor objetivos sobre los objetos que estudian
(Howarth, 2000: 13).
En cuanto al sesgo o al enfoque, hay autores que opinan que, si
bien el estudio de los Discursos constituye una herramienta útil para
entender la articulación y el carácter de la política en las sociedades
complejas, lo que no está tan claro es hasta qué punto el Análisis del
Discurso, que a menudo funciona con un alto grado de generaliza-
ción y abstracción, pueda abordar estos asuntos de forma provechosa

145
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

(Stoker, 1997: 24). Por otro lado, el hecho de que el ACD tome partido
por los desfavorecidos, los que padecen alguna discriminación social,
hace que algunos críticos objeten que el ACD nada constantemente
entre las dos aguas de la investigación social y de la argumentación
política (Meyer, 2003: 58).
Fairclough y Wodak defienden el sesgo del ACD afirmando que
no se ve a sí misma como ciencia social desapasionada y objetiva,
sino comprometida. Es una forma de intervención en la práctica social
y las relaciones sociales: muchos analistas son políticamente activos
contra el racismo, feministas, etc., pero el ACD no es una excepción
en la objetividad normal de las ciencias sociales. No implica que el
ACD sea menos académico que otros modos de investigación: aplica
un análisis sistemático, riguroso y cuidadoso, igual que lo hacen otras
aproximaciones (Fairclough y Wodak, 1997: 259).
Por otro lado, Howarth defiende la Teoría del Discurso argumen-
tando que hace una útil analogía entre sistemas sociales y lingüísticos,
proveyendo medios poderosos para conducir el análisis social y polí-
tico. También defiende las asunciones ontológicas y epistemológicas
que subyacen en la Teoría del Discurso y elude la acusación de rela-
tivismo hecha por numerosos comentaristas. El tipo de aproximación
discursiva explicada en el libro de Howarth (2000) va en contra de los
científicos sociales que toman prestados sus modelos de conocimien-
to y los procedimientos metodológicos de las ciencias naturales, cre-
yendo que el objetivo de las ciencias sociales es explicar los fenóme-
nos y los acontecimientos en términos universales objetivos. El obje-
tivo principal de la investigación en esta tradición es la producción de
leyes y teorías universales, que servirán como base para la predicción
comparable o futuros acontecimientos y procesos (Howarth, 2000:
126-127). Por el contrario, la Teoría del Discurso rechaza la búsqueda
de leyes científicas de la sociedad y la política basadas en genera-
lizaciones empíricas que pudieran formar la base de subsiguientes
predicciones empíricas examinables (Howarth y Stavrakakis, 2000:
6-7). En este sentido, es importante destacar que aunque el Análisis
del Discurso tienda a centrarse en estudiar casos cruciales no supone
que no puedan hacerse más amplias afirmaciones e inferencias que
pudieran ser exploradas y «comprobadas» en futuras investigaciones
(Howarth, 2000: 140). Concretamente, el objetivo general de la inves-
tigación empírica teórico-discursiva es la producción de interpretacio-

146
Capítulo 8. El Análisis Crítico del Discurso (ACD)
como instrumento metodológico

nes noveles y discursivas de casos y problemas concretos. Para ello


deben ser añadidos nuevos puntos de vista en la comprensión de una
serie de fenómenos sociales y políticos, debe proveerse terreno para
más investigación empírica en cuestiones diferentes pero relaciona-
das y abrir nuevos espacios para la evaluación crítica y el compromiso
político (Howarth, 2000: 142).
Ante las críticas de «anarquismo metodológico» o «irracionalismo»,
Howarth cree que, si no hay métodos y procedimientos puramente al-
gorítmicos en el Análisis del Discurso, la razón es que para adaptarse
a los problemas que investiga, los teóricos del Discurso tienen que
modular y articular sus conceptos en cada investigación concreta27.
Además, las explicaciones empíricas que los teóricos del Discurso pro-
ducen tienen que ser evaluadas como interpretaciones concretas de
los objetos de investigación que han construido y no como ejemplos
que confirman o rechazan una teoría empírica; también pueden ser
evaluadas por el grado en que hacen posibles nuevas y significativas
interpretaciones del fenómeno social o político que investigan. Insiste
en que los teóricos del Discurso buscan entender y explicar procesos
y acontecimientos históricos concretos, más que establecer generali-
zaciones empíricas o probar hipótesis universales, y sus conceptos y
lógicas son diseñados con este objetivo (Howarth, 2000: 130-133)28.
Para valorar la calidad de la investigación social cualitativa, algunos
estudiosos del ACD sugieren la «completud» como criterio adecuado
para el ACD: los resultados de un estudio serán «completos» si la adi-
ción de nuevos datos y el análisis de nuevos dispositivos lingüísticos
no revela nuevos hallazgos (Meyer, 2003: 56)29.

27
La precondición para esta concepción es que el marco teórico debe ser lo su-
ficientemente abierto y flexible para ser ajustado y reestructurado en el proceso de
aplicación. Así, esta concepción excluye las teorías de la sociedad esencialistas y re-
duccionistas, que tienden a predeterminar los resultados de la investigación (Howar-
th, 2000: 139).
28
La justificación de una investigación podría hacerse afirmando que supone un
«estudio de caso crucial», que luego pueda servir para explicar lógicas más generales
(Howarth, 2000: 138).
29
No es posible lograr una «objetividad» estricta por medio del Análisis del Dis-
curso, ya que cada «tecnología» de investigación ha de ser a su vez examinada como
ámbito que puede potencialmente incluir las creencias y las ideologías de los analis-
tas y, por consiguiente, sesgar con prejuicios el análisis, orientándolo en la dirección
de las ideas preconcebidas del analista (Meyer, 2003: 58).

147
Capítulo 9
Análisis

En el diseño metodológico se utilizan dos vertientes del Análisis del


Discurso. Una se basa en el método desarrollado por Fairclough para
el análisis textual y trata las declaraciones y comunicados de dos al-
ternativas de izquierda como datos empíricos que forman series de
prácticas significantes que constituyen un «discurso» y su «realidad».
La otra vertiente tomará como base los conceptos desarrollados por
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, así como diversas especificaciones
hechas por el primero en obras posteriores. Con ambas vertientes se
busca la complementariedad, evitando así los problemas que pudiera
acarrear el carácter más abstracto de la segunda vertiente.
Es importante recordar que en vez de aplicar una teoría preexis-
tente en una serie de objetos empíricos, los teóricos del discur-
so buscan articular sus conceptos en cada investigación concreta
(Howarth y Stavrakakis, 2000: 5). Serán una especie de «practican-
tes de bricolaje» (Torfing, 1999b) que intentan arrojar cierta luz so-
bre el problema objeto de estudio. La condición para acometer un
tipo de investigación semejante es que los conceptos y lógicas del
marco teórico deben ser lo suficientemente «abiertos» y flexibles
para ser adaptados, deformados y transformados en el proceso de
aplicación (Howarth y Stavrakakis, 2000: 5). En cuanto a si los teóri-
cos del discurso pueden usar el método comparativo, Howarth dice
claramente que «sí», aunque también afirma que es necesario hacer
dos puntualizaciones: los casos a comparar deben ser inicialmente
descritos, analizados e interpretados en sus propios términos, como
casos singulares con su propia especificidad; y el punto de com-
paración es para ampliar nuestra comprensión y explicación de las
diferentes lógicas de la formación de identidades y de prácticas he-
gemónicas en diferentes coyunturas históricas, y no para construir
leyes de comportamiento político y social de aplicación generaliza-
ble (Howarth, 2000: 138-139).

149
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

9.1 Fase I: ACD de dos alternativas socialdemócratas: la Red


de Gobernanza Progresista y la Internacional Socialista

1. Enfoque sobre un problema social que tiene un aspecto


semiótico
El problema a abordar será la imposibilidad de opciones de los so-
cialdemócratas de construir una alternativa de Estado de bienestar
con las características que se les presuponen. El planteamiento de un
nuevo modelo de Estado que ha ido solidificándose con el tiempo,
con una muy difícil vuelta atrás, obliga a la socialdemocracia a ir adop-
tándolo como propio, pero a su vez le acarrea un gran problema, ya
que ha perdido su carácter de instrumento fundamental para alcanzar
los objetivos básicos socialdemócratas.
Según Fairclough (2003: 183), las prácticas sociales construidas de
un modo concreto en forma de redes constituyen un orden social (p.
ej., el actual orden emergente neoliberal y global del nuevo capitalis-
mo…), y el aspecto semiótico de este último es lo que podemos lla-
mar un orden del discurso. Se analizarán en este trabajo dos prácticas
discursivas que pretenden marcar pautas ideológicas en una era de
nuevos riesgos y oportunidades: una, propuesta por la Red de Gober-
nanza Progresista, y otra, por la Internacional Socialista1, dentro del
orden del discurso de la socialdemocracia. Se considerará que ambas
prácticas discursivas pugnan por lograr una posición hegemónica2 en
dicho orden del discurso. En el camino, resultará imprescindible tener
presente que «el capitalismo global en su forma neoliberal está casi
siempre construido como un elemento externo, imposible de modifi-
car e incuestionable» (Fairclough, 2003: 191).
Lo que se pretende establecer aquí son las diferentes maneras de
aprehender el cambio, es decir, de qué manera se analiza por parte

Los comunicados de la Red de Gobernanza Progresista pueden encontrarse en


1

www.policy-network.net y las declaraciones de la Internacional Socialista en www.


internacionalsocialista.org
2
Una particular estructuración social de la diferencia semiótica puede llegar a ser
hegemónica, convirtiéndose en parte del sentido común legitimador que sustente las
relaciones de dominación, pero la hegemonía siempre será contrarrestada, en mayor
o menor medida, mediante la lucha por la hegemonía. Un orden del discurso no es
un sistema cerrado o rígido, sino más bien un sistema abierto que queda expuesto
al peligro como consecuencia de lo que sucede en las interacciones efectivas (Fair-
clough, 2003: 183).

150
Capítulo 9. Análisis

de dos prácticas discursivas alternativas la necesidad de asumir la es-


tructuración del Estado, con qué intensidad lo hace, qué «excusas»
pone para ello, tratando a posteriori de definir qué espacio le queda
al Estado de bienestar como variable ideológica diferenciada. Huelga
decir que el lenguaje tiene en ello una importancia primordial. En úl-
tima instancia, supondría la manera en que se construye un discurso
para posteriormente inculcarlo como discurso «necesario».
Los textos a analizar se localizan en una red de prácticas que se si-
túan como parte de la labor de organismos de carácter internacional.
Dos de los modelos de construcción de alternativas socialdemócratas
serían los forjados por la Red de Gobernanza Progresista y por la pro-
puesta de la Internacional Socialista, como se ha mencionado ante-
riormente. El objetivo de la primera es establecer una nueva agenda
progresista, siempre teniendo en cuenta la globalización, y proveer
una plataforma para intercambiar perspectivas y aprender unos de
otros con el objetivo de enfrentarse a los desafíos y las oportunidades
que pudieran emerger. En la Red de Gobernanza Progresista compar-
ten la idea de que la vida de la gente puede mejorar con las políticas
progresistas3.
Desde 1999 se han organizado sucesivas conferencias de Gober-
nanza Progresista, así como reuniones más informales, en las que han
participado jefes de Estado y de gobierno, organizaciones, estudio-
sos y políticos. Su línea organizativa está sostenida en gran parte por
el think tank Policy Network, cuyo objetivo es facilitar el intercambio
de ideas progresistas entre el centro izquierda en Europa. Los temas
que tratan son, preferentemente, la globalización, los servicios públi-
cos modernos, la reforma del Estado de bienestar, el empleo en la
sociedad del conocimiento, la reforma de pensiones, la seguridad,
las nuevas relaciones industriales, inmigración e inclusión, educación,
desigualdad, el futuro de Europa y las relaciones EEUU-Europa.
La primera Conferencia se celebró en Florencia en 1999, y a ésta le
siguió la de Nueva York (2000), celebrada a propósito de la Cumbre
del Milenio de las Naciones Unidas. El mismo año se celebró otra en
Berlín y dos años más tarde se convocó en Estocolmo. La siguiente

3
La membresía a la Red es por invitación, y sólo podrán formar parte de la misma
los partidos socialdemócratas, laboristas o progresistas que ostenten el poder en el
momento de celebrarse las reuniones o conferencias.

151
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

fue en Londres en 2003, y un año después en Budapest. La última ha


sido en febrero de 2006 en Sudáfrica, siendo la primera que se cele-
bra en un país en desarrollo4. En este trabajo se analizarán los comu-
nicados emanados de dichas conferencias, pero se considerará como
detonante e inspirador de esta vertiente el comunicado conjunto «La
tercera vía-Die Neue Mitte» (1999) de Tony Blair y Gerhard Schröder:
inauguraban con ello un proyecto que invitaba a la renovación de la
socialdemocracia, presentando sus ideas «como un guión, no como
un programa cerrado» (Blair y Schröder, 2000).
Por otro lado, tradicionalmente los partidos de la izquierda demo-
crática se han reunido a nivel mundial desde 1951 en el seno de la
Internacional Socialista. En sus comienzos, los miembros eran primor-
dialmente europeos, pero en los años setenta y en los ochenta, se
facilitó la admisión de partidos de América Latina, África, los estados
árabes y Asia. Un salto cualitativo dentro de su ideario fue la consti-
tución de la Comisión Progreso Global para la renovación de ideas
del socialismo ante una nueva época con nuevos retos y nuevos pro-
blemas. El resultado principal fue la Declaración de París (1999), cuyo
vértice gira en torno a los efectos de la globalización. Se analizarán en
este trabajo la Declaración de Nueva York (1996), la ya mencionada
de París (1999) y la de São Paulo en 2003. Los textos de ambos colec-
tivos son consensuados antes de hacerse públicos y son fruto de unos
elaborados grupos de trabajo sectoriales cuyas ideas son posterior-
mente adoptadas en una declaración o comunicado final.
Centrándonos en el problema en sí, en cuanto a la imposibilidad
de construir un Estado con características socialdemócratas, se ob-
servarán en principio las presuposiciones sobre la capacidad de ac-
tuación del Estado. En la declaración Blair-Schröder, una idea equi-
vocada del papel del Estado lleva a fracasos intolerables ya que «la
creencia de que el Estado debería hacerse cargo de los fracasos del
mercado lleva con demasiada frecuencia a una expansión despropor-
cionada del alcance del gobierno y de la burocracia que conlleva […].
Los medios para alcanzar la justicia social se identificaban con el cre-
cimiento constante del gasto público, […] la conciencia social no se

4
En el análisis se utilizarán claves para identificar a qué práctica discursiva perte-
nece el fragmento seleccionado («G. P.» en el caso de Gobernanza Progresista e «I.
S.» en el caso de Internacional Socialista), así como la ciudad y fecha de las declara-
ciones y los comunicados.

152
Capítulo 9. Análisis

puede medir en función del gasto público […]. Los socialdemócratas


tampoco deben tolerar unos niveles de deuda pública excesiva. […]
Podría tener nefastos efectos distributivos, […] es esencial que dismi-
nuyan los elevados niveles de endeudamiento del gobierno» y con-
templan lo oneroso de mantener perspectivas y funciones pasadas,
subrayando «la clara voluntad de cambiar nuestro viejos puntos de
vista y los tradicionales instrumentos políticos del pasado» (G. P., Blair
y Schröder, 2000).
La nueva función del Estado puede verse claramente en la siguien-
te afirmación: «El Estado no debería controlar tanto; su función no es
la de remar, sino la de llevar el timón». El adjetivo que añaden a la
palabra Estado es el de «activo» (G. P., Blair y Schröder, 2000). En una
declaración posterior matizan su papel: «Enabling role for the state»
(G. P., Berlín, 2000).
Con ello se lanza una perspectiva positiva sobre la importancia del
papel del mercado como contrapunto a la debilidad del Estado: «Se
ha exagerado la capacidad de los gobiernos nacionales para adap-
tar la economía de modo que asegure el crecimiento y el empleo, al
tiempo que se ha infravalorado la importancia de la empresa indivi-
dual y comercial en la creación de riqueza»; se establecen asimismo
unos nuevos objetivos: «No dudamos en promover la eficacia, la com-
petencia y un elevado rendimiento» (G. P., Blair y Schröder, 2000). La
cesión de responsabilidad supone un diferente reparto en el trabajo
por el logro de bienes públicos: «We support a model of economic
development in which markets promote efficiency and innovation,
but also share the responsibility for fair and wise distribution of public
goods. […] Working together, private and public sectors can set the
foundations of sustainable development» (G. P., Budapest, 2004).
En las conferencias de la Red de Gobernanza Progresista tratan de
suavizar la confianza en el mercado mediante el fortalecimiento de
la idea de sociedad civil, cuyo papel supone «a check both against
overweening government, an untrammelled market power» (G. P.,
Nueva York, 2000), y que también tiene que ser ajustada: «A strong
civil society based not on prejudice but agreed rules and a reformed
state create a framework for a dynamic market» (G. P., Berlín, 2000).
En el contexto de los comunicados de la Internacional Socialista en
cuanto al papel del Estado en la distribución del bienestar, destacan
los defectos intrínsecos del funcionamiento del Estado que a la vez

153
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

trajeron perjuicios ideológicos: «La falta de modernización de las ins-


tituciones estatales y su incapacidad para tratar los conflictos econó-
micos y fiscales en muchos países contribuyó a crear las condiciones
adecuadas para que las ideas conservadoras ganaran prestigio» (I.
S., Nueva York, 1996); además de ello, destacan que «el espacio de
la política se ha estrechado, perdiendo autonomía para representar
intereses generales en su ámbito de realización histórica, el Estado-
nación, y sin capacidad para responder a los fenómenos que trascien-
den las fronteras nacionales como consecuencia de la globalización»
(I. S., París, 1999). Como consecuencia de esta globalización, el sector
público no sólo se retira de la actividad productiva directa, sino que
«se cuestiona también su responsabilidad para satisfacer los derechos
reconocidos» (I. S., París, 1999). Aun así también se denuncia la deriva
neoliberal, dejando al descubierto sus riesgos: «La tendencia al Esta-
do mínimo, propia de la ideología neoliberal que impregna el nuevo
conservadurismo, está siendo acompañada del reforzamiento de los
nuevos actores de la que se pretende sociedad de mercado, más que
economía de mercado, en vez de sociedad democrática» (I. S., París,
1999).

2. Identificar los elementos que lo obstaculizan con el fin de


abordarlos
En este apartado se analizará cómo se estructura el problema que
hace que éste no tenga «una solución fácil» y el modo en que estas
prácticas se ubican en la red, es decir, cómo se enmarcan en un orden
de discurso determinado, en este caso una alternativa de izquierda.
Para ello se identificarán los puntos que ayudan a la imposibilidad de
la realización de un Estado de bienestar más cercano a la tradición
socialdemócrata. Estos puntos están vinculados a la modernización
y la reinvención del Estado de bienestar como adaptación a nuevos
desafíos, así como a una descarga de responsabilidades, mientras se
siguen defendiendo los valores tradicionales con instrumentos nece-
sariamente renovados, extrapolándolos a ámbitos internacionales.
En principio, dentro de los comunicados de la Gobernanza Pro-
gresista, los valores socialdemócratas serán mantenidos, desde un
nuevo prisma, bien sea en aras de la modernización o recurriendo a
un sentido común práctico que busca afrontar los desafíos de hoy en
día: «La equidad y la justicia social, la libertad y la igualdad de opor-

154
Capítulo 9. Análisis

tunidades, la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás» (G.


P., Blair y Schröder, 2000); «solidarity and social fairness, equal worth
of all and mutual responsability» (G. P., Berlín, 2000); «a belief in
freedom; in justice and fairness; and in solidarity and mutual respon-
sibility» (G. P., Londres, 2003); «we believe in openness, tolerance,
mutual respect, inclusion and solidarity […]. We stand for opportuni-
ty and prosperity for all» (G. P., Budapest, 2004). Amplían el marco
de aplicación de los valores al ámbito internacional: «A global order
based on equal worth and social fairness» (G. P., Nueva York, 2000).
Este último punto viene razonado por el hecho de que la idea de ex-
clusión no está confinada a límites pasados: «In an interdependent
world the success of a few at the expense of many is irreconcilable
with the progressive vision of global social justice» (G. P., Budapest,
2004). En uno de los pocos lugares donde se menciona la redistri-
bución, lo hacen para aplicarlo al ámbito global: «We will fight to
reduce global inequalities. The combined wealth of humankind has
never been greater and is sufficient to provide a decent life for all, if
better distributed» (G. P., Estocolmo, 2002). De la misma manera, la
justicia social también la enmarcan en los países en desarrollo subra-
yando que el mundo desarrollado tiene obligaciones hacia ellos: «In
order to advance social justice and economic dynamism in develo-
ping countries, we must support the rule of law, market institutions,
free trade and security within and between nations as prerequisites
to economic development» (G. P., Berlín, 2000).
En su perspectiva sobre el Estado de bienestar, sobre su reorga-
nización, es fundamental la importancia que se le da al concepto de
igualdad de oportunidades. Destacan que los imperativos de justicia
social son algo más que la distribución de transferencias monetarias y
que su objetivo es ampliar la igualdad de oportunidades para comba-
tir la exclusión social y garantizar la igualdad entre hombres y mujeres
(G. P., Blair y Schröder, 2000). En este objetivo, los servicios públi-
cos desempeñan un papel importante: «Public services are critical to
equal opportunity and a civilised society» (G. P., Berlín, 2000).
Se contempla el cambio en el Estado de bienestar como moder-
nización, no como desmantelamiento (G. P., Blair y Schröder, 2000).
Esta modernización ha de ser continua y tiene que suponer un cambio
de personalidad: «Welfare policy must be more than a safety net. It
should be dedicated as well to active help that promote work and

155
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

independence, and prevents problems, rather than simply providing


a palliative to them» (G. P., Nueva York, 2000). Y: «We will be inno-
vators […] ensuring that public services are constantly modernized,
designed to meet the needs of today’s more demanding citizens» (G.
P., Estocolmo, 2002).
Los instrumentos de política social deben mejorar los cambios de
vida, incentivar el esfuerzo individual y la responsabilidad personal (G.
P., Blair y Schröder, 2000). Este dato subraya un cambio fundamen-
tal, ya que apuntan como valores principales para los ciudadanos «la
realización personal y el éxito», valores más relacionados antes con la
salvaguarda de derechos universales. Relegar la importancia de los
derechos lleva a destacar la aparición de un concepto fundamental de
su perspectiva: la responsabilidad. En el documento Blair-Schröder
afirman que demasiadas veces se daba más importancia a los dere-
chos que a las responsabilidades. Implican directamente las oportu-
nidades ofrecidas con una responsabilidad por parte del receptor: si
se ofrece trabajo y formación, invirtiendo en capital humano y social
por parte del gobierno, es de esperar que todo el mundo aproveche
las oportunidades que se le ofrecen, por lo que los sistemas fiscales
y de prestaciones deben comprobar que la persona está interesada
en trabajar (G. P., Blair y Schröder, 2000). Se requiere un nuevo equili-
brio entre derechos y responsabilidades: «We need a new balance of
rights and responsibilities as the basis for stronger communities» (G.
P., Berlín, 2000). En esta perspectiva planea la idea de la necesidad de
devolver al individuo su responsabilidad para con su propio futuro: «It
is essential for progressives to empower the individual to take more
control of their own lives» (G. P., Budapest, 2004). Dicha responsabi-
lidad se relaciona con diferentes ámbitos, ya que la responsabilidad
del individuo para con la familia, el barrio y la sociedad no puede
descargarse sobre el Estado (G. P., Blair y Schröder, 2000). Para ello
es necesario un gobierno activo, «not doing the job of business but
instead empowering our citizens to enter the labour market, develop
their skills, and set up businesses of their own» (G. P., Nueva York,
2000). De ahí que sea fundamental la educación, «is critical to equity,
development and citizenship and is the key to social justice and eco-
nomic dynamism» (G. P., Berlín, 2000).
Ello traerá aparejado un nuevo concepto de ciudadanía, relacio-
nado también con derechos y responsabilidades: «That concept of

156
Capítulo 9. Análisis

citizenship depends on acceptance by all of clearly defined rights and


responsibilities as the only basis for a commitment to tolerance of
otherness and difference» (G. P., Estocolmo, 2002). Quieren vincular-
se a valores centrales como oportunidad para todos, responsabilidad
para todos y oportunidad para todos (G. P., Berlín, 2000), y el inter-
nacionalismo no es opcional, está en el centro de los valores pro-
gresistas (G. P., Estocolmo, 2002). Por ello, pretenden construir una
comunidad en diferentes ámbitos: «We need to advance the idea of
community from a national, regional and global perspective, [...] we
have a responsibility to develop a more inclusive and sustainable in-
ternacional division of wealth and opportunity» (G. P., Berlín, 2000).
Lo que supone la necesidad de ampliar el círculo de ganadores en la
nueva economía, ya que es tanto socialmente correcto como econó-
micamente importante (G. P., Nueva York, 2000).
Los nuevos progresistas también toman posición ante los nuevos
desafíos creados por las nuevas tecnologías, los riesgos medioam-
bientales, el racismo, el crimen, la delincuencia, los nacionalismos
xenófobos, los enfrentamientos étnicos, el terrorismo y la seguridad
global.
En cuanto a las declaraciones de la Internacional Socialista, la capa-
cidad de tener nuevos inicios del pensamiento socialdemócrata nace
de su voluntad de justicia, fundada en una exigencia de libertad (I. S.,
París, 1999). Mencionan los derechos que pueden vertebrar la opción
socialdemócrata: «La solidaridad, como uno de los valores que defi-
nen nuestra identidad, ha guiado siempre las propuestas de redistri-
bución, sea de bienes materiales, de educación, de sanidad o de se-
guridad en la vejez. Orienta nuestra lucha por la igualdad de géneros,
así como contra la discriminación por razones de origen, creencias o
de cualquier tipo» (I. S., París, 1999). Conceden gran importancia a la
política: la Internacional Socialista reconoce que los obstáculos para
una economía global más equilibrada y un mundo más justo son más
políticos que técnicos y deben por lo tanto ser superados mediante
esfuerzos políticos (I. S., São Paulo, 2003).
Un punto significativo es que intenten lograr los objetivos social-
demócratas en el ámbito internacional a fin de corregir las distorsio-
nes generadas por el funcionamiento del mercado global y en busca
de justicia social y pleno empleo. Denuncian que la cooperación
internacional hasta la fecha ha estado dirigida a reducir la inflación

157
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

y los déficits presupuestarios, mientras que el empleo, los temas


sociales y el medio ambiente han ocupado un segundo plano (I. S.,
Nueva York, 1996). Para la Internacional Socialista, la integración
regional es un instrumento clave para promover el desarrollo soste-
nible y combinar la cohesión social con la competitividad (I. S., São
Paulo, 2003). Para esta perspectiva, la dignidad de las sociedades
se mide por su capacidad de comprometerse con metas como la
de satisfacer derechos universales como la educación, la asistencia
sanitaria, la atención a la vejez, la protección de la infancia y la ju-
ventud, y es responsabilidad de la política satisfacer estos derechos
universales (I. S., París, 1999).
El enfoque de la Internacional Socialista prevé la promoción de un
nuevo modelo de desarrollo sostenido y sostenible, así como la adap-
tación del Estado de bienestar, que debe tener en cuenta la evolución
de la sociedad, el progreso científico y tecnológico, las tendencias
demográficas, los condicionantes medio ambientales y la emigración
(I. S., Nueva York, 1996).
Buscan la adaptación de la ciudadanía al mercado de trabajo pro-
moviendo las posibilidades de conseguir empleo y una fuerza de tra-
bajo más calificada y versátil a través de políticas activas de mercado
laboral que incluyan medidas contra todas las formas de discrimina-
ción y provean mayor asistencia y capacitación a los trabajadores po-
bres para que pongan al día el nivel de sus habilidades (I. S., São
Paulo, 2003).
En esta perspectiva, también sostienen la importancia de la res-
ponsabilidad individual: «Conocemos los peligros de pasividad que
pueden producirse con las políticas de redistribución, si el recono-
cimiento y la satisfacción de derechos universales no van acompa-
ñados de la responsabilidad cívica; así como conocemos las dificul-
tades de sostenibilidad de políticas solidarias en las sociedades con
sólidos sistemas de bienestar, sometidas a presiones antiredistribu-
tivas. Por eso apelamos al equilibrio entre derechos y responsabili-
dades, entre políticas activas que avancen en la inclusión del mayor
número de personas y políticas universales que eviten el olvido de
los excluidos» (I. S., París, 1999). También apelan a otra forma de
responsabilidad ante el desorden económico y monetario interna-
cional, la responsabilidad colectiva, en un marco estratégico en el
que piden, mediante organismos internacionales, creación de em-

158
Capítulo 9. Análisis

pleo y aumento del nivel de vida no sólo en el ámbito interno sino a


nivel mundial, fortalecimiento del sistema de comercio multilateral,
reforzamiento de los derechos de las mujeres, fortalecimiento den-
tro del marco de las Naciones Unidas de agencias que se ocupan
del medio ambiente, acuerdos para mejorar la calidad de las aguas
continentales y del aire, revisión del funcionamiento del FMI y del
Banco Mundial, etc. (I. S., Nueva York, 1996).
Los derechos sociales van inevitablemente unidos a la existencia
de instituciones democráticas y sólo pueden estar garantizados cuan-
do los derechos humanos son totalmente respetados, incluyendo la
libre actividad de los sindicatos, la negociación colectiva y el derecho
a huelga. La intolerancia, la desigualdad, la segregación racial o re-
ligiosa, el sexismo y la marginación social socavan la solidaridad y la
cohesión que son el fundamento para la consolidación de las socie-
dades de hoy (I. S., Nueva York, 1996). También buscan una ciudada-
nía comprometida frente al fundamentalismo excluyente o frente al
que propone abandonarlo todo a la «mano invisible» del mercado.
Quieren sociedades libres, con personas responsables de su destino
individual y colectivo, respetuosos de la diversidad, capaces de abrir
nuevos espacios que creen valor para las comunidades en las que
viven y para la sociedad universal (I. S., París, 1999).
Una reelaboración de las bases de la solidaridad la expresan me-
diante la importancia de la redistribución de la capacidad emprende-
dora, el fomento de la creatividad personal, de la iniciativa con riesgo,
por el valor que añade socialmente, mediante la creación de riqueza
y oportunidades para otros. El impulso del espíritu emprendedor en
materia económica, social y cultural, es una nueva dimensión de la
solidaridad que debe cambiar las actitudes sociales ante la gente em-
prendedora, modificar los sistemas educativos y la formación, gene-
rando una nueva cultura capaz de premiar la iniciativa y la creatividad
de los individuos. La redistribución de la capacidad emprendedora,
vista en este sentido cooperativo, es una forma de expresar la solida-
ridad, que contrasta con el fomento del individualismo mercenario,
no comprometido con la sociedad (I. S., París, 1999).
Su manera de definir los riesgos también es internacional: los gran-
des problemas son planetarios, ya se trate de crisis financieras, de flu-
jos migratorios, de deterioro medioambiental o de conflictos bélicos.
Hacen hincapié por ello en las medidas de regulación internacional

159
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

para hacer frente a las desigualdades entre países, que están agra-
vándose y ponen en peligro la estabilidad de las sociedades, así como
en intentar avanzar en un nuevo orden internacional que garantice la
paz y la seguridad.

ANÁLISIS TEXTUAL
En cuanto al análisis interaccional del texto, se considera fundamental
el análisis de la gramática, concretamente las dimensiones de «tran-
sitividad» y «modalidad»: en el caso de la primera para ver la causa-
lidad y la atribución de responsabilidad en el texto y en el caso de la
segunda, para ver cómo se pretenden controlar las representaciones
de la realidad. Para ambos casos se han seguido las listas de control
sugeridas por Fairclough (1992b).
El análisis de la «transitividad» en los comunicados de la Gober-
nanza Progresista deja al descubierto que en ningún momento usan
recursos (oraciones pasivas, nominalización) para ocultar al protago-
nista del cambio, es decir, la globalización. El uso de oraciones tran-
sitivas deja ver asimismo el carácter dirigido del proceso. La «modali-
dad» viene marcada por el uso del presente simple, es por tanto una
modalidad categórica, que marca los efectos de la globalización e
incluso para describir lo que la gente quiere. Este «ser» de la realidad
va acompañado por el «deber ser» fruto de la acción de los gobiernos
progresistas, que se refleja en la profusión del uso de verbos moda-
les. Hacen un uso constante del pronombre personal «nosotros», eri-
giéndose de esta manera en protagonistas del cambio. El pasado lo
utilizan escasamente, para poner de manifiesto que han dejado atrás
viejas actitudes con el fracaso del estilo soviético, o bien que se han
dejado en el pasado los dogmas de izquierda o derecha.
Las tres declaraciones de la Internacional Socialista analizadas tie-
nen características similares en lo referente a las dos dimensiones
mencionadas. En el ámbito de la «transitividad» apenas utilizan la voz
pasiva para tratar de ocultar el agente, la globalización es mencio-
nada una y otra vez como causa. Sus acciones aparecen como un
«proceso de acción dirigida», con frases transitivas. En cuanto a los
sujetos que deben hacer frente al cambio, hacen periódica referencia
a la Internacional Socialista como actor principal, siempre en tercera
persona del singular del presente simple, mientras es muy frecuente
el uso de la primera persona del plural del presente simple tanto en

160
Capítulo 9. Análisis

referencia a los socialdemócratas y socialistas como a la población en


general. Como consecuencia, los actores protagonistas aparecen por
tanto más difusos.
En la dimensión de la «modalidad», el ámbito del «deber ser» que
viene definido por un uso frecuente de verbos modales, es acompa-
ñado por largos razonamientos y explicaciones de cómo hacer frente
a la globalización. Asimismo, el uso del presente simple atemporal y
ahistórico se combina con el uso del pretérito perfecto simple, dán-
dole profundidad histórica al presente. El uso del tiempo verbal en
pasado se circunscribe mayoritariamente a mencionar el proceso que
permitió que las ideas neoliberales ganaran terreno, o bien para de-
nunciar el pensamiento totalizador del comunismo.

3. Considerar si el orden social (la red de prácticas) «necesita» en


cierto sentido el problema o no
Ante la imposibilidad de un análisis detallado que pudiera analizar
el orden social al que pertenece el «problema», ampliándolo a una
investigación más general que estudiara el nuevo capitalismo, prose-
guiremos el análisis limitándolo al orden del discurso de la socialde-
mocracia.

4. Identificar las diferentes maneras de superar los obstáculos


En este punto, el de la identificación de las hasta ahora no realizadas
posibilidades favorables a un cambio del orden de las cosas, es ne-
cesario considerar cómo es tratada la principal fuente de cambio, la
globalización económica, es decir, si su influencia se considera unáni-
memente definitoria e irreversible o si se contempla algún resquicio
que pudiera dar lugar a alguna práctica discursiva de resistencia o
diferencia. Además, para mostrar la propia posición de cada práctica
discursiva, se considerará importante cómo configuran a su antago-
nista político en la pugna por el dominio.
Los progresistas de la Red de Gobernanza Progresista aceptan el
potencial de la globalización y asumen los peligros que conlleva. Re-
conocen que la globalización debe conducir a unos más altos están-
dares de vida «and not a destructive race to the bottom at the expen-
se of environmental and worker protections» (G. P., Berlín, 2000). La
principal labor de la Gobernanza Progresista «is to help people make
the most of change, by providing the tools for them to fullfil their ta-

161
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

lents in the new world that is being created» (G. P., Berlín, 2000). Los
progresistas deben ayudar a la gente a equiparse a sí mismos para el
cambio y a prepararse para el futuro. En esta perspectiva, no pueden
permitir el desempleo que echa a perder los talentos y las energías
de los ciudadanos (G. P., Budapest, 2004). En este sentido, afirman
que «we will be steadfast in the pursuit to create more jobs. […] High
employment is the foundation of social justice. It is fundamental to
the mission of all progressives who want every individual to have the
chance to develop their potential» (G P., Estocolmo, 2002). Por otra
parte, la perspectiva más extrema: «El tener un trabajo para toda la
vida es algo que ha pasado a la historia. Los socialdemócratas deben
satisfacer las crecientes demandas de flexibilidad y, al mismo tiem-
po, mantener unos niveles sociales mínimos, ayudar a las familias a
sobrellevar los cambios y ofrecer nuevas oportunidades para los que
se encallan en el camino» (G. P., Blair y Schröder, 2000: 28). Y: «Los
mercados flexibles son un moderno objetivo socialdemócrata» (G. P.,
Blair y Schröder, 2000: 33). Europa debe responder al reto de la eco-
nomía global y mantener al mismo tiempo la cohesión social ante una
evidente incertidumbre.
La disciplina económica y la competencia son las condiciones para
la justicia social (G. P., Estocolmo, 2002). Además, la mejor garantía
de cohesión social es aumentar el empleo y ampliar las oportunida-
des laborales (G. P., Blair y Schröder, 2000). Y los protagonistas del
proyecto: «Personas de toda condición buscan una oportunidad para
convertirse en empresarios: […] estas personas deben encontrar un
espacio en el que aplicar sus iniciativas económicas y sus innovacio-
nes comerciales. Deben sentirse respaldados para arriesgarse. Hay
que aligerar sus cargas y no limitar con fronteras sus mercados y sus
ambiciones» (G. P., Blair y Schröder, 2000: 36). El objetivo «is to libe-
rate the talent of all our people» (G. P., Berlín, 2000).
También tratan la globalización en los países más pobres: «For
richer countries globalisation brings a heightened responsibility to
ensure that domestic policies are designed to take account of their
impact on the lives of those in poor countries» (G. P., Londres, 2003).
Para ello apelan a una mayor integración internacional: «An open and
fair-rules based global economic and trade system can assist everyo-
ne to benefit from globalisation, supported by regional and interna-
tional co-operation» (G. P., Budapest, 2004).

162
Capítulo 9. Análisis

En cuanto a la posición de la Internacional Socialista frente a la


globalización, declara abiertamente que respeta y defiende la fun-
ción creadora de riqueza del mercado, pero no piden al mercado «lo
que no puede ofrecer». Sostienen que es tarea de la política hacer
real la libertad ofreciendo «igualdad de oportunidades más allá de
las fronteras del mercado» (I. S., París, 1999). Ante la globalización,
la disyuntiva a la que se enfrentan es «o bien movilizamos nuestras
tradiciones de solidaridad, justicia y cooperación para abordar los
problemas a los que nos enfrentamos hoy y en un futuro previsible, o
ignoramos nuestros valores y tradiciones y dejamos la distribución de
los recursos globales a la invisible –y a menudo insensible– mano del
mercado» (I. S., Nueva York, 1996).
Sus objetivos políticos: «Reivindicar el papel central de la políti-
ca, renovarla en sus funciones y procedimientos, aceptando la ver-
satilidad de los instrumentos y afirmando el compromiso con los
objetivos de mayor igualdad, mayor justicia y libertad, en cada una
de nuestras sociedades nacionales y en la sociedad humana, es el
Progreso Global que proponemos ante los desafíos de la globaliza-
ción» (I. S., París, 1999).
Después de hacer una descripción de los efectos de la globa-
lización, afirman que ven con satisfacción este desarrollo, pero
señalan que también se necesita un nuevo sistema de responsa-
bilidad colectiva que compense los efectos negativos de la glo-
balización, entre los que incluyen el desorden financiero, el desa-
rrollo desigual, el incremento de la desigualdad, los altos niveles
de desempleo, la exclusión y el malestar social (I. S., Nueva York,
1996). Este nuevo sistema de responsabilidad colectiva debe dar
eficientes poderes de decisión a los gobiernos electos, reforzando
así la responsabilidad que éstos tienen para con sus electores (I. S.,
Nueva York, 1996).
Pero no dejan de atender a las exigencias de la globalización: «La
mejora de calificaciones y especialización es de una importancia cru-
cial para mejorar la seguridad del empleo y la remuneración, sin po-
ner en peligro la competitividad. […] Los Estados democráticos de-
berían dirigir sus políticas en beneficio de su gente sin sacrificar la
buena marcha de las ganancias de los mercados.» (I. S., Nueva York,
1996) Hacen concesiones a la importancia del mercado: «El comercio
a través de una total utilización del concepto de ventaja competitiva

163
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

representa la manera de mejorar de forma importante el bienestar


sin poner en peligro el progreso en la reducción de la inflación y el
déficit presupuestarios. […] El mejoramiento del nivel de vida, junto
con una distribución más equitativa de los ingresos y de la riqueza,
son de una importancia crucial por razones políticas, económicas y
sociales. En particular, ellas refuerzan la confianza en las instituciones
democráticas, dan un nuevo ímpetu a las relaciones externas y me-
joran la eficacia de las políticas. Más aún, las economías con el más
alto crecimiento tienen una distribución de ingresos menos desigual y
menor desempleo» (I. S., Nueva York, 1996).
Exponen un contexto en el que parece que la globalización es
inevitable: «Las políticas macroeconómicas, constreñidas por el fun-
cionamiento de los mercados financieros globales, han visto reducirse
sus márgenes de maniobra, obligadas a cumplir severos requerimien-
tos en materia de déficit, inflación, etc. El terreno de las alternativas
se ha trasladado, no sin dificultades conocidas, a la discusión sobre la
mezcla de ingresos y gastos que han de producir el resultado macro
requerido, no al resultado mismo, que nadie cuestiona seriamente» (I.
S., París, 1999). A continuación marcan sus preferencias, buscan dar
una alternativa, denunciando la situación. Si bien el espacio y la fun-
ción de la política están cambiando, «el debate no puede plantearse
a la defensiva, ni resignándose a corrientes de pensamiento que colo-
can la optimización del beneficio inmediato en el frontispicio de toda
tarea política. Los poderes públicos deben impulsar una economía
de mercado eficiente, pero, además, deben garantizar la igualdad de
oportunidades de las personas, satisfacer sus derechos universales,
defender a los consumidores frente a las naturales tendencias mo-
nopolistas del mercado. Relación crítica con el capitalismo, que ha
definido históricamente nuestro enfoque político, mejorando la capa-
cidad redistributiva y, al tiempo, dando sostenibilidad al modelo» (I.
S., París, 1999).
«La cuestión clave de la nueva era que se abre es la goberna-
bilidad, y la posibilidad de hacer sostenible, en el sentido social,
económico, medioambiental, humano en fin, el modelo de lo que
se ha dado en llamar sociedad de la información o, más pomposa-
mente, del conocimiento.» (I. S., París, 1999) Los cambios habrán
de hacerse en el ámbito internacional, «como el proceso de globa-
lización ha limitado la función del Estado-nación, hay que reforzar

164
Capítulo 9. Análisis

y legitimar la cooperación por medio de instituciones internaciona-


les más eficaces», e incluso aseguran que «si no mejora la goberna-
bilidad económica global, la seguridad humana estará en peligro»;
para ello requieren cooperación: «La globalización de la economía
mundial ha reducido en gran medida la efectividad de las políti-
cas económicas nacionales. Se requiere un enfoque cooperativo
para lanzar una recuperación económica global» (I. S., Nueva York,
1996). Ven la necesidad de modernizar y fortalecer las instituciones
multilaterales para promover intereses colectivos, con el objetivo
de que la globalización ofrezca oportunidades a todas las perso-
nas, permitiendo que los mercados mundiales funcionen para to-
dos (I. S., São Paulo, 2003).
Siempre tienen en cuenta a los países pobres que se quedan atrás
en la globalización, los flujos migratorios, la xenofobia, las diferencias
entre hombres y mujeres. Los otros riesgos también son importantes:
ensanchar la brecha entre países ricos y pobres y entre personas ricas
y pobres tanto del norte como del sur. Al mismo tiempo, el mundo
es testigo de amenazas a la paz aún mayores, la aparición y profundi-
zación de conflictos regionales, la posible conexión entre el terroris-
mo y la proliferación de armas de destrucción masiva, la reaparición
del fundamentalismo religioso, la exacerbación del nacionalismo y el
aumento de actitudes racistas y xenófobas y todas las formas de dis-
criminación. Sus políticas han de ir dirigidas a «todos los seres de la
tierra» (I. S., São Paulo, 2003).
En cuanto a la creación de un antagonista, es destacable que en
la formación discursiva de la Red de Gobernanza Progresista apenas
configuran un contrincante. En el documento Blair-Schröder señalan
que «las ideas sobre lo que es la izquierda nunca deberían ser una
camisa de fuerza ideológica» (G. P., Blair y Schröder, 2000). Parecen
señalar que la amenaza era el estilo soviético: «Ten years on, progres-
sive politics has been liberated from old attitudes, and from contami-
nation with Soviet style failure» (G. P., Nueva York, 2000).
En las declaraciones de la Internacional Socialista hacen ver un
antagonista más delimitado. La liquidación del modelo comunista
aceleró la presión neoconservadora, neoliberal, arrastrándola a una
simplificación arrogante y fundamentalista, que les llevó a confundir
economía de mercado con sociedad de mercado, a proclamar el pen-
samiento único y el fin de la historia (I. S., París, 1999). El socialismo

165
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

democrático, el laborismo u otras alternativas progresistas se ven


como alternativa al fundamentalismo neoconservador. La renovación
de la socialdemocracia constituye alternativas valiosas para abrir nue-
vos caminos al pensamiento y a la acción, «frente al nuevo conserva-
durismo» (I. S., París, 1999).
Caracterizan el neoliberalismo como creador de un «individua-
lismo disgregado del fundamentalismo neoliberal» y combaten el
«reduccionismo monetarista» (I. S., París, 1999). Por un lado, acu-
san al neoliberalismo de predicar la democracia para las economías
en desarrollo y, por otro, de negarles las condiciones económicas
básicas para el desarrollo y el bienestar social (G. P., Nueva York,
1996); también acusan a los neoconservadores de los males a nivel
global: «Los neoconservadores intentan explotar la situación para
desmantelar todas las formas de gobernanza global, minimizar el
papel de las Naciones Unidas, menoscabar las instituciones multila-
terales, fomentar el unilateralismo y la consagración del mercado,
e imponer la voluntad de los poderosos para decidir el futuro de
la humanidad» (I. S., São Paulo, 2003). Las crisis financieras de esta
década han puesto de manifiesto el efecto perverso del doctrina-
rismo neoliberal. Las oportunidades están siendo utilizadas para
aumentar las distancias, no para acortarlas (I. S., París, 1999). La
idea fundamental tras el modelo de desarrollo ultraliberal es que
«el dinero y el presupuesto es todo lo que importa» (I. S., Nueva
York, 1996). Pero quince años más tarde, estas ideas han sido «in-
capaces de cumplir sus promesas y han dado lugar a desequilibrios
sin precedentes, expectativas frustradas e injusticia generalizada»
(I. S., Nueva York, 1996).

5. Reflexión crítica sobre el análisis


El análisis de ambas prácticas discursivas no ofrece características
de una idea de Estado demasiado alejada de la hipótesis con la que
se ha trabajado desde un principio. En él es evidente que ambas
están surcadas por una forma dominante de generar significado y, si
bien se han analizado posturas que en principio podrían ofrecer dos
posiciones alternativas, lo cierto es que una opción de oposición
al discurso dominante en cuanto a la configuración del Estado es
mínima.

166
Capítulo 9. Análisis

9.2 Fase II: Análisis del Discurso de la socialdemocracia según


conceptos desarrollados por Laclau y Mouffe

9.2.1 Dislocación del discurso socialdemócrata

Los límites que encontró el Estado de bienestar a partir de los años


setenta en los países occidentales, así como el despliegue de la glo-
balización, dislocaron el hasta entonces hegemónico discurso social-
demócrata basado en la omnipotencia del modelo económico keyne-
siano. El carácter contingente de dicho discurso hegemónico se hizo
evidente cuando el discurso antagónico logró trazas de credibilidad
basándose en la coyuntura económica. En el centro de su crítica se
encontraba la incapacidad del Estado para seguir conciliando el cre-
cimiento económico con amplios programas bienestaristas y consi-
guió que el objetivo principal pasara a ser el control de la inflación.
De esta manera, las teorías económicas monetaristas encontraron un
resquicio a través del cual poner en entredicho el modelo de gestión
económica keynesiana. En sentido amplio, debido a los nuevos acon-
tecimientos que no podían ser domesticados dentro del discurso de
la socialdemocracia, se quebró el modelo de bienestar anterior, aco-
giendo en su seno una reestructuración muy permeable a las ideas
liberales. Asimismo, durante los años ochenta, los agentes implicados
en la reorganización capitalista respaldaron las tesis que pedían la
reducción del sector público y, en general, la revisión de las funcio-
nes del Estado; mientras tanto, la propia socialdemocracia depuró su
perspectiva eliminando en cierta medida vestigios utópicos y apoyan-
do tesis tecnocráticas.
Este cambio dentro de la tradición socialdemócrata puede tomar-
se bien como una crisis (los que observan con nostalgia el abandono
de criterios más ortodoxos), o bien como una transición que busca
adaptarse a unos cambios «inevitables» e «incuestionables». A favor
del argumento sobre la inamovilidad de los cambios juega el hecho
de que la sustitución del discurso hegemónico socialdemócrata se
cimentó tomando como base una redefinición de los límites estructu-
rales económicos dentro de los cuales se debía vertebrar lo político,
que a su vez constriñeron las opciones de despliegue de las tradicio-
nes ideológicas con aspiraciones de poder. Es decir, la dislocación
desveló la contingencia del discurso, pero la carencia de significado

167
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

que estimula nuevas construcciones discursivas que intentan suturar


la estructura dislocada se encontró unos límites económico-políticos
muy poderosos que delimitaban el área de juego. A propósito de
lo dicho, cabe añadir que la instauración de la hegemonía supone
un movimiento estratégico que planea sobre formaciones discursivas
alternativas, y su fundamento puede estar en el diseño de un Estado
ideológicamente definitorio que marque las diferencias, pero los lími-
tes mencionados impedirán el despliegue de la tradición ideológica
socialdemócrata en lo referente a este diseño.

9.2.2 Destrucción del imaginario socialdemócrata

La dislocación está vinculada con el fin de la época propicia para las


tesis económicas keynesianas, pero también con el fin de la visión
clasista de la contienda política y, sobre todo, con la desaparición del
Estado de bienestar como instrumento principal para la inscripción de
demandas sociales.
Las tesis keynesianas legitimaban el funcionamiento del merca-
do, compensando el crecimiento con la búsqueda de la igualdad
social. Ello encumbraba a un Estado potente que se convirtió en
motor del progreso económico, otorgando así a su vertiente bien-
estarista la legitimidad que abrió la posibilidad de construcción de
todos los aspectos de una ciudadanía social plena. Las tradiciones
ideológicas con aspiraciones de poder en toda Europa ayudaron a
construir el Estado de bienestar apropiado para la coyuntura eco-
nómica. Esta situación llevó a la socialdemocracia a su esplendor,
mientras los partidos conservadores y liberales aplicaban los dic-
tados de esta última pasivamente. Pero la dislocación acabó con la
idea de la idoneidad de un Estado paternalista y todopoderoso, que
protegía desde la cuna hasta la tumba. Por añadidura, desapareció
el vínculo entre la conducta política y la situación dentro de la escala
productiva, esto es, se dio el desalineamiento entre partido político
y clase social, lo que perjudicó directamente a cualquier proyecto
socialista o socialdemócrata. El giro impuesto por el paso a la socie-
dad postindustrial, que trajo cambios en la economía y los sistemas
de trabajo, daba la preeminencia a las clases profesionales y a los
técnicos, y la estructura de la clase obrera típica del ciclo fordista se

168
Capítulo 9. Análisis

segmentó, con lo que los intereses de los trabajadores se diversifi-


caron sobremanera.
Propiamente, podría decirse que lo que llevó a una crisis de la
formación hegemónica socialdemócrata no fue solamente la fuerza
de la formación antagónica. También fue debido a su propia crisis in-
terna por razones estructurales económico-sociales y por la pérdida
de referentes fundamentales. Por lo tanto, el proyecto socialdemó-
crata hegemónico de posguerra llega a su fin, poniendo el broche
final a un imaginario de izquierda como horizonte ilimitado para la
inscripción de cualquier demanda social. La desaparición de este
imaginario también supondrá una fuerte crisis de identidad para la
socialdemocracia.
Como se ha mencionado anteriormente, en el vértice de la transi-
ción de la socialdemocracia se sitúa la valoración de la capacidad del
Estado en cuanto al desempeño de sus funciones. En el momento
del ataque contra el Estado de bienestar, las diferentes perspectivas
ideológicas establecieron una equivalencia contra él, que lo debili-
tó irremediablemente. La izquierda y la derecha – recordemos por
ejemplo la idea de «crisis fiscal del Estado» de O’Connor, o el informe
de la Comisión Trilateral de Crozier, Huntington y Watanuki–, como
aliados contra un objetivo común, atacan doblemente al Estado de
bienestar, provocando su dislocación, y de esta manera también la
del discurso hegemónico que lo tiene por eje. Se estimó desde to-
das las vertientes ideológicas que el problema de la ingobernabilidad
era fundamental a la hora de considerar una reestructuración de sus
ambiciones, juzgando que las demandas que el Estado, por inercia,
había ido abarcando, llevaba a errores graves en la concepción de sus
verdaderas posibilidades, así como a una crisis de difícil resolución a
menos que se replantearan sus fundamentos organizativos. Apoya-
ban estas ideas tesis como la «crisis de la sobrecarga del Estado» y
la «crisis de legitimación», que clamaban por la ineficacia y la falta de
racionalidad del Estado. Estos elaborados diagnósticos del problema
concluían que un Estado regido por criterios «no aptos» desembo-
caba en la ingobernabilidad de los países, no pudiendo mantener la
legitimidad y la promoción del desarrollo económico.
En última instancia, la dislocación del discurso socialdemócrata de-
rivó en la revisión económica, política e incluso moral del paradigma
económico keynesiano por parte del neoliberalismo, que propugna-

169
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

ba el libre mercado y un Estado con funciones mínimas en los cua-


les se repudiaba la consecución de objetivos sociales colectivos. Los
significantes que, como «momentos», estaban articulados dentro del
discurso hegemónico socialdemócrata, se liberan tras la dislocación.
Los «elementos» o «significantes flotantes» referidos al Estado, que
dejaron de estar articulados en una cadena discursivamente, apare-
cen «acolchados» en torno a un nuevo «punto nodal», la globaliza-
ción, deteniendo así la flotación de los mencionados significantes y
fijando su significado, una vez más, de manera contingente. Así, una
formación discursiva a la derecha del espectro político logró articular
en torno a sí un mayor número de significantes sociales. Su proyecto
hegemónico incluía una visión de cómo el Estado, la economía y la
sociedad civil deberían ser organizadas. A partir de aquí, no buscan
la legitimación del Estado por medio de la justicia social, sino a través
de la prosperidad material. Se ensalza el poder de la sociedad civil
mientras el principal enemigo es un Estado extenso, y la persecu-
ción de máximos bienestaristas es abandonada. La idea de Estado
de bienestar pierde fuerza integradora en un momento en el que la
cohesión social es más difícil de mantener.
En otras palabras, la globalización como «punto nodal», como
palabra a la que las cosas se refieren para reconocerse en su unidad,
ha logrado unificar el campo de significantes, confiriéndoles su iden-
tidad. Este «punto nodal», además de intervenir en el acolchamien-
to de los elementos ideológicos y fijar su significado, ha instaurado
nuevas formas de subordinación. Es importante señalar que, como
afirma Butler (2000b: 19-20), «la hegemonía pone el énfasis en las
maneras en que opera el poder para formar nuestra comprensión
cotidiana de las relaciones sociales y para orquestar las maneras en
que consentimos (y reproducimos) esas relaciones tácitas y disimu-
ladas del poder».

9.2.3 La articulación del discurso hegemónico

El Estado de bienestar deja de funcionar como legitimador social de


la economía de mercado porque, en resumidas cuentas, las reglas de
la economía capitalista han cambiado. Tras el proceso de transición,
lo social y lo económico siguen su propio camino de disociación, y

170
Capítulo 9. Análisis

se pone en entredicho cualquier vínculo entre ellos. Este proyecto


abarca desde la regulación del comportamiento de las empresas, de
los mercados financieros y de los actores de mercado a los elementos
adyacentes que pudieran «alimentar» (o no) el buen funcionamiento
de estos últimos, desde el propio gobierno a la ciudadanía. A partir
de aquí, los gobiernos están sometidos a flujos de capital que gravan
decisiones políticas desfavorables para el beneficio económico, las
medidas heterodoxas (estatalistas, antiglobalizadoras…) están pros-
critas, los programas sociales tendrán cada vez menos importancia en
el gasto, y los Estados pierden autonomía para dictar su propia políti-
ca económica. Todo lo cual lleva a no disponer de demasiado margen
de maniobra para políticas sociales socialdemócratas.
El discurso hegemónico es a la vez parte y resultado de la situación
expuesta en el párrafo anterior. Los agentes hegemónicos han logra-
do articular un discurso basado en el punto nodal «globalización»,
que ha logrado la hegemonía, sustituyendo al consenso socialdemó-
crata existente, de cariz mucho más estatalista. El discurso neoliberal
conservador se articula en torno a un significante vacío cuya vacuidad
evidente es una condición indispensable para su éxito hegemónico.
La globalización es el «punto nodal» que, a su vez, ha creado un «sig-
nificante vacío», el de «centro», que funciona con relación a los parti-
dos políticos y que cumple una función imprescindible para la sutura
del discurso.
Dentro de este último aparece el modelo de Estado renovado
como instrumento fundamental para la fijación parcial, es decir, ayuda
a «condensar» los significantes flotantes, y así los elementos dislo-
cados del discurso socialdemócrata en torno a la idea de bienestar
se convierten en partes de una nueva red estructurada de significa-
do. Su papel es vital y desencadena efectos que llegan a numerosos
ámbitos, ya que el modelo de Estado ha sido el eje que ha servido a
las tradiciones ideológicas para situarse en el contínuum izquierda-
derecha, marcando de esta manera las pautas del desarrollo de lo
político. En el centro de la consideración de las nuevas características
a las que obliga un Estado de bienestar renovado ha de ponerse la
elaboración del contrato social y la relación entre el individuo y el
Estado, sobre todo ante la remercantilización de ciertos derechos so-
ciales concedidos sobre la base de la ciudadanía, debido al empuje
de criterios basados en la competitividad. Se abre paso a un Estado

171
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

de bienestar tendente a ser «residual» o «pluralista», que pasa por re-


conocer sus limitaciones para proveer bienestar y que sufre continua-
mente presiones para que lo que se invierta en él redunde finalmente
en la economía, dejando a un lado criterios redistributivos. También
surge, derivado de esto, la necesidad de crear círculos concéntricos
de prestaciones, regidos por el criterio de la titularidad en su satis-
facción; corresponden al Estado las prestaciones fundamentales, es
decir, los derechos de ciudadanía, aunque sin duda más reducidos.
Todo ello implica el entrenamiento de la ciudadanía para que asuma
más responsabilidades en cuanto a su futuro, sobre todo en el ámbito
del mercado de trabajo, proporcionando el Estado instrumentos para
que se labren sus oportunidades en igualdad.
En otros términos, los «significantes flotantes» que se fijan parcial-
mente para la articulación del discurso hegemónico serán aquellos
que constituyen tanto las características básicas del bienestar como
su desarrollo posterior. La legitimidad del Estado pasa de ser norma-
tiva a estar sometida a los criterios de eficiencia y competitividad de
la dinámica globalizadora; la seguridad es una variable cada vez más
alejada de criterios de bienestar, y se busca la mercantilización de
áreas sobre todo relacionadas con el mercado de trabajo, que soli-
citará trabajadores ajustables en un contexto de flexibilidad laboral
adecuado para un clima empresarial favorable; los derechos sociales
vendrán más entrelazados con las obligaciones, pidiéndose la impli-
cación directa de la ciudadanía a través de la solicitud de responsa-
bilidad individual; el ámbito de actuación del Estado en cuanto al
bienestar será más residual, enfocándose hacia los más necesitados;
el Estado se erigirá garante, no proveedor, cediendo al mercado y a
la sociedad civil responsabilidad y titularidad en la provisión del bien-
estar, perdiendo así parte de su papel rector jerárquico y volviéndose
más vulnerable ante las tensiones que pretenden su racionalización; la
justicia social dejará de estar fundada en la igualdad de condiciones
para pasar a estarlo en la igualdad de oportunidades.
Esta obligación de erosionar los niveles de protección social des-
carga de responsabilidad al Estado, que debe mantener un preciado
equilibrio entre el logro de legitimidad, la residualización y la privati-
zación de sus mecanismos de bienestar, ya que enfrente se encuentra
la firme defensa por parte del electorado de ciertos privilegios aso-
ciados a los derechos que implícitamente perciben que les corres-

172
Capítulo 9. Análisis

ponden por ser ciudadanos, rechazando un Estado mínimo. El Estado


se encuentra por tanto entre las exigencias globalizadoras, apoyadas
por tesis de todo el espectro ideológico que las respalda en el obje-
tivo de la reducción del ámbito del bienestar, y el mantenimiento de
un digno nivel de protección social, aunque alejado de criterios de
universalidad e igualdad. Deben ponerse en práctica políticas socia-
les que les legitimen ante una situación de reducción en la capacidad
de toma de decisiones.
Como se ha afirmado anteriormente, el «centro» como «significan-
te vacío» es fundamental en un escenario de repolitización derivado
de la influencia de la globalización. Este significante vacío marca el
campo de la resolución de lo político. En referencia al vínculo entre
las elaboraciones teóricas de las tradiciones ideológicas y el papel del
Estado, puede establecerse un paralelismo en relación con el con-
senso socialdemócrata: si bien entonces todo el espectro ideológico
se situaba a la izquierda debido a que todas las tradiciones debían
asumir la primacía del modelo de Estado keynesiano, en la actualidad,
un «Estado de competición», «Estado schumpeteriano de workfare»
o «Estado de mercado», o cualquier otro nombre que le otorguemos,
sitúa más a la derecha a los partidos socialdemócratas. Otra de las
consecuencias es que el espectro ideológico que pivotaba alrededor
del Estado ha visto estrechado el ámbito de disputa, puesto que es
imposible establecer una alternativa a aquel que pudiera llevar al po-
der a un partido en caso de que se alejara demasiado. La variable del
Estado, por lo tanto, ha desaparecido como elemento a reivindicar,
como consecuencia de la callada asunción de las características de
un Estado que ante todo busca la competición. De esta manera, el
«centro», según el discurso hegemónico, es el lugar en el que todos
los partidos deben converger, el lugar apropiado desde donde deben
proyectarse las políticas ortodoxas.

9.2.4 Los discursos de la Gobernanza Progresista y la


Internacional Socialista

En el caso que nos ocupa, el análisis de dos prácticas discursivas que


quieren ser un referente de izquierda, se considerará que a priori po-
drían ofrecer dos alternativas diferenciadas. La comparación entre

173
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

ellas tiene como objetivo ampliar nuestra comprensión de la forma-


ción de estas dos vertientes como intentos de articular un discurso
que pudiera traer un liderazgo moral, intelectual y político; ambas
lucharían por marcar pautas decisivas para la izquierda.
Con respecto al discurso de la Gobernanza Progresista, éste abun-
da en las críticas al anterior modelo hegemónico socialdemócrata y
plantea la necesidad de asumir sin atisbo de crítica todos los elemen-
tos que dan forma a un nuevo modelo de Estado; de esta manera,
asume el instrumento principal mediante el cual la globalización ejer-
ce su poder y que sirve de base para el discurso hegemónico. Sigue
agitando los tradicionales valores socialdemócratas como señuelos:
justicia social, solidaridad, igualdad, responsabilidad mutua, etc., es
decir, todos aquellos puntos que pudieran atraer a un electorado
de izquierda, pero en un momento en que se han cercenado todos
los caminos para llevarlos a cabo, o por lo menos se han limitado
sobremanera, con lo cual seguir defendiendo dichos valores actúa
como coartada. Curiosamente, se menciona el ámbito internacional
como lugar donde debe darse la justicia social y aplicarse la redis-
tribución; consideran que el internacionalismo está en el centro de
los valores progresistas. La igualdad de oportunidades es el camino
para combatir la exclusión social, para lo cual se ve con mejores ojos
la intervención del sector público. El concepto clave en el cambio es
«responsabilidad» para aprovechar dichas oportunidades, sobre todo
en el mercado de trabajo, ya que el Estado está a priori dispuesto a
ofrecer formación y capacitación. La nueva concepción de ciudadanía
implicará tanto derechos como responsabilidades.
Para ver por dónde pueden los grupos de Gobernanza Progresista
configurar un discurso alternativo de resistencia o diferencia se ha to-
mado en cuenta cómo tratan la globalización y cómo dibujan un anta-
gonista. Es destacable el hecho de que su perspectiva no contempla
la posibilidad de dar un giro a la globalización, sino que piden la asi-
milación de sus riesgos, ante los que hay que ayudar a la ciudadanía
a adaptarse. El carácter esencial que deberían tener ideas como por
ejemplo la cohesión social se supeditan a los criterios de la globaliza-
ción siempre teniendo en cuenta los mercados flexibles, y defienden
el carácter empresarial que debe liberar el talento de la gente. Tam-
poco se elabora un antagonista sino que las diferencias forman parte
del exterior discursivo, es decir, lo que amenaza su discurso será el

174
Capítulo 9. Análisis

viejo sistema del Estado de bienestar o un neoliberalismo sin domar.


En definitiva, logran acaparar el centro político.
Por su parte, el discurso de la Internacional Socialista acepta las
carencias del modelo de Estado keynesiano y alerta sobre los peligros
de la pasividad que las políticas de redistribución pueden crear. Ase-
guran que los fallos del modelo keynesiano ayudaron a que las ideas
conservadoras ganaran prestigio y, además, cuestionan la capacidad
y la responsabilidad del sector público para satisfacer los derechos
sociales. Reivindican el papel central de la política, aceptando la ver-
satilidad de los instrumentos y buscando los objetivos de mayor igual-
dad, justicia y libertad. Conceden gran importancia a la solidaridad,
quieren satisfacer el derecho a la educación, a la asistencia sanitaria, la
atención a la vejez, etc. Para la Internacional Socialista, el fundamento
para la consolidación de las sociedades de hoy son la solidaridad y la
cohesión social. Es tarea de la política ofrecer igualdad de oportuni-
dades más allá de las fronteras del mercado, pero también quieren
hacer encajar su renovación con las exigencias de la competitividad
y las ganancias del mercado. Buscan la adaptación de la ciudadanía
al mercado de trabajo mediante el fomento de las habilidades de los
trabajadores. Vinculan la capacidad emprendedora del individuo con
la creación de valor en la sociedad; es una forma de expresar solida-
ridad ante el individualismo mercenario. Reclaman la responsabilidad
individual y apelan a un nuevo equilibrio entre derechos y respon-
sabilidades, pero incidiendo en políticas activas que avancen en la
inclusión de un mayor número de personas y en políticas universales
que eviten el olvido de los excluidos. Aunque reconocen la función
creadora de riqueza del mercado, destacan que hay cosas que éste
evidentemente no puede hacer.
En cuanto a su postura ante la globalización, en la Internacional
Socialista son muy conscientes de que ha constreñido el margen
de maniobra de las políticas macroeconómicas, pero intentan dar
una alternativa, denunciando la situación. Piden la mejora de la go-
bernabilidad económica global y también la responsabilidad colec-
tiva ante el desorden económico y monetario internacional. Pero
el enemigo a batir, el antagonista, será algo tan abstracto como el
ultraliberalismo, el fundamentalismo conservador o el nuevo conser-
vadurismo, que propone abandonarlo todo a la mano invisible del
mercado; pero no describen de ninguna manera ni tratan de superar

175
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

aquellos escollos que impiden al Estado lograr sus objetivos social-


demócratas. Encadenan la reivindicación de valores socialdemócra-
tas, pero no dejan ver cómo podrán llevarlos a cabo y además, en
ocasiones, los sacan del ámbito del propio Estado volcándolos en el
ámbito internacional, con lo cual, el discurso hegemónico que de-
limita lo que se puede hacer o no en el ámbito del Estado también
logra de esta manera afincarse.
Aunque tradicionalmente es propio de la socialdemocracia buscar
adjudicarse mediante demandas y ceñirse a resolver problemas par-
ciales que puedan resolverse, correspondería a una visión más a la
izquierda una transformación social global, tanto la Gobernanza Pro-
gresista como la Internacional Socialista caminan por la misma senda.
Los diferentes discursos como intentos de articular una alternativa
que pudiera traer un liderazgo de izquierda se ven fagocitados por un
proyecto hegemónico que incluye una visión determinada de cómo
el Estado, la economía y la sociedad civil deberían ser organizadas.
Desaparece así el Estado de bienestar keynesiano como imagi-
nario social y emerge la competición económica internacional como
mito suturante. El Estado de bienestar socialdemócrata más orto-
doxo afincaba su idiosincrasia en la búsqueda de las políticas de cla-
se, la igualdad mediante el universalismo, la desmercantilización de
los derechos sociales y la redistribución, eclosionando todo ello en
la consecución de la «ciudadanía social». Es precisamente el iguali-
tarismo el elemento que mejor define los movimientos de izquierda,
y el instrumento ideal para su consecución ha sido el mencionado
Estado de bienestar keynesiano. Ideológicamente, tras el proceso de
dislocación, se abandonan los principales instrumentos para el logro
de la desmercantilización como objetivo ideal de las políticas social-
demócratas, tratando de alejar a los ciudadanos de las vicisitudes del
mercado de trabajo, y se sustituyen la redistribución, el igualitarismo
y la idea de ciudadano como sujeto de todos los privilegios por una
visión puramente mercantil que ha atravesado todos los ámbitos de
cualquier proyecto socialdemócrata. El discurso liberal-conservador
fue certero mediante el ingente trabajo de este nuevo mito.
Así, consigue construir un nuevo espacio de representación que lo-
gra suturar el discurso dislocado en cuestión; ensambla una nueva ob-
jetividad a través de la rearticulación de los elementos dislocados. Es
decir, ha conseguido neutralizar dislocaciones incorporando deman-

176
Capítulo 9. Análisis

das sociales: construye un horizonte de inscripción de estas últimas y


se convierte en un «horizonte», en un imaginario. En otras palabras, el
mito de la competición económica internacional, circunscrito a térmi-
nos económicos, es transformado en un horizonte ilimitado, referente
de cualquier demanda social. Es en los imaginarios sociales donde
las demandas resultantes de las cadenas de equivalencia encuentran
su punto de anclaje, y el núcleo que logra aglutinar dichas deman-
das son los significantes vacíos. En la época de consenso socialde-
mócrata, de discurso hegemónico socialdemócrata, términos como
justicia, igualdad, solidaridad, actuaban como significantes vacíos que
articulaban el discurso y lograban suturarlo. Pero en la actualidad, la
situación ha cambiado. Zizek (1998) explica que cada universalidad
hegemónica tiene que incorporar por lo menos dos contenidos parti-
culares: el contenido popular auténtico y la distorsión creada por las
relaciones de dominación y explotación. En el caso que nos ocupa, la
nueva formación hegemónica incorpora los anhelos de prosperidad
económica de la mayoría de la población y los rearticula de manera
que se vuelven compatibles con sus formas de dominación, funcio-
nando este deseo como legitimador. De esta manera, la formación
hegemónica se apropia de términos como «competición económica»,
que se sienten ««espontáneamente» como apoliticos, como si tras-
cendieran las fronteras políticas» (Zizek, 1998: 142).
Tras la desaparición del imaginario social de izquierda como su-
perficie de inscripción para las demandas, es importante señalar que
también ha desaparecido un sujeto trascendental o privilegiado en la
elaboración del discurso socialdemócrata cual es el de la clase traba-
jadora de los países occidentales. En general, en un contexto de valo-
res posmodernos que trae la individualización de los intereses de las
personas, desaparece el poder de las clases sociales como mecanis-
mo básico de agregación de intereses y dificulta sobremanera la po-
sibilidad de tener un partido de masas tradicional. La política en clave
posmoderna atraviesa el modelo tradicional de una política de clases
y da más importancia a lo relacionado con la cultura y la calidad de
vida, con lo cual las políticas ideológicas se ven en parte sustituidas
por políticas de identidad en las sociedades desarrolladas del llama-
do primer mundo. Así, la «ubicación en el proceso de producción deja
de ser central para definir la identidad global de los agentes sociales»
(Laclau, 2000a: 300). En consecuencia, el agente hegemónico de la

177
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

formación discursiva socialdemócrata, la mencionada clase trabajado-


ra, ha visto cómo perdía su posición privilegiada. Si con anterioridad
se daban por sentadas unas demandas comunes dentro de un grupo
específico, en la actualidad los intereses de la clase trabajadora pue-
den ser absorbidos por cualquier alternativa política, ya que pueden
vertebrarse en torno a variables no relacionadas con la cadena pro-
ductiva, así que es difícil conseguir un proyecto movilizador sobre las
bases del tradicional electorado de izquierda.
Como idea central, este trabajo defiende que el discurso liberal-
conservador, mediante la lógica articulatoria de la diferencia, ha con-
seguido expandir su orden discursivo. A través de una operación
«transformista», los elementos desarticulados tras la dislocación han
sido incorporados a una nueva formación discursiva. Con este movi-
miento, las particularidades que con anterioridad constituían la cade-
na equivalencial en la época del discurso hegemónico socialdemó-
crata han sido asumidas como positividad dentro del nuevo discurso
hegemónico. De esta manera, se anula la negatividad que pudiera
dar lugar a una alternativa al sistema establecido, bloqueando una
posible configuración de antagonismos y trabajando así contra la di-
cotomización del espacio político. Si mediante la lógica de la equiva-
lencia se universaliza una cierta particularidad y se vuelve sustituible
por otras particularidades, siendo equivalentes en una misma lucha,
mediante la lógica de la diferencia se destapan las particularidades,
siendo más difícil aglutinarlas y que una de ellas adquiera la categoría
de representación de las demás, que asuma la función de representa-
ción universal dentro de la cadena de equivalencias como totalidad.
En el caso que nos ocupa, lo nombrado como universal es indisocia-
ble de la expansión de la lógica de la globalización, ya que esta última
reclama para sí la universalidad. De esta manera, una facción de la
dicotomía política, la liberal-conservadora, se erige como represen-
tante de la voluntad general; se autoproclama de «sentido común»
como resultado del poder del discurso hegemónico.

178
Capítulo 10
Conclusiones

10.1 Sobre la emergencia del centro político

El presente trabajo nació con el objetivo de tratar la naturaleza del


centro político contemplándolo como punto de llegada de diversas
tradiciones políticas. La dificultad de enfrentarse a un término como
el de «centro» es evidente, ya que es utilizado como metáfora en
numerosos casos y su polisemia es un impedimento para intentar es-
clarecer a qué nos estamos refiriendo realmente en el ámbito político,
pues a menudo se solapan diversos conceptos. Es frecuente encon-
trar el término «centro político» referido a la captación de votantes si-
tuados en el centro del espectro político, o bien referido a la depura-
ción de un talante tendente a la moderación, necesaria para aparecer
atractivo ante cualquier tipo de votante en una coyuntura específica.
Este trabajo ha optado por una concepción que subyace tras esas
acepciones «superficiales» de la metáfora. Aun a riesgo de parecer
simplista, se han tratado como izquierda y derecha las posiciones de
centro-izquierda y centro-derecha, es decir, los partidos socialdemó-
cratas o liberal-conservadores, dejando a un lado las opciones más
«extremas» del contínuum y por lo tanto con menos posibilidades de
lograr el poder, al menos en el ámbito europeo. La razón principal es
que se ha enfocado el tema de manera que los partidos políticos son
vistos como herederos y a la vez como productores de una determi-
nada idea de Estado, por lo tanto, solamente nos interesan aquellos
partidos socialdemócratas que, una vez en el poder, tienen o han te-
nido posibilidad de reproducir la mecánica mencionada.
A este último factor viene aparejada la importancia de la idea de
Estado como condicionante ideológico, siempre como variable de-
pendiente de la globalización. Su papel principal en cuanto instru-
mento elaborador de alternativas ideológicas es determinante para
la identidad de los partidos políticos: el elemento que ha posibilitado

179
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

la autocolocación de los electores en el contínuum izquierda-derecha


a lo largo de la historia tiene relación sobre todo con la intervención
del Estado en la economía. Bajo las nuevas condiciones, un nuevo
modelo de Estado cincelado por un proyecto hegemónico constriñe
las posibilidades de posicionamiento en torno a ese factor, ya que las
opciones son mucho más limitadas. No hay lugar para utilizar un mo-
delo de Estado alternativo como arma definitoria política puesto que
no hay lugar para una elaboración contraria determinante. Aun así,
no supone la desaparición de conceptos de izquierda-derecha para
la conceptualización de los espacios ideológicos. La reducción del
espectro ideológico a un «centro» no impide que esta diferenciación
siga vigente como guía necesaria y simplificadora del espacio políti-
co; es relevante para situar al adversario político y atribuir valoracio-
nes positivas o negativas a la propia opción o la contraria.
En resumidas cuentas, lo que verdaderamente define al «centro
político» se deriva de ese «lugar común» instaurado por un modelo
de Estado hegemónico formalmente definido y que marca las pautas
a seguir. Por este camino llegamos a una de las conclusiones prin-
cipales de este trabajo: dicho modelo de Estado instaurado por el
discurso hegemónico (neo)liberal ha cuajado en la tradición socialde-
mócrata europea, y los intentos para la elaboración de una alternativa
están en posición no hegemónica o contingente. El centro no es una
posición concreta sino un área del contínuum izquierda-derecha. Esto
acarrea varios problemas para la tradición socialdemócrata. Por un
lado, es muy difícil desplegar instrumentos definitorios propios de
esta tradición en un contexto en el que se cercenan los canales para
hacerlo. Por otro, a nivel del discurso, se desactiva un elemento nece-
sario para construir una alternativa consistente al discurso dominante.
Las bases estructurales que cimientan el cambio se derivan de la
ofensiva para relegar la idea de un Estado antaño omnipotente, ante
las evidentes muestras de su dificultad para paliar las crisis econó-
micas. Las «crisis de sobrecarga y legitimación» que se le imputa-
ron al Estado de bienestar dañaron su validez como soporte para un
proyecto de acumulación socialdemócrata que su tradición solicita; a
este factor debían añadírsele las tesis neoliberales promovidas por la
globalización. En consecuencia, la crisis del modelo de acumulación
rompió el idílico equilibrio keynesiano entre crecimiento económico
y justicia social que retroalimentaba las políticas socialdemócratas y

180
Capítulo 10. Conclusiones

que cedía al Estado el total protagonismo en la gestión económica.


Gracias a esta coyuntura, pudieron emerger con fuerza las opciones
liberal-conservadoras que reclamaban para sí el poder hacer las de-
finiciones de sentido común, en un momento en el que económica-
mente las políticas que propugnaban eran adecuadas.
Así, comenzó la justificación de la «carrera a la baja» para la bús-
queda de un Estado ajustado a las necesidades del mercado interna-
cional, donde las provisiones de bienestar se legitiman mediante su
eficiencia, y las demandas dirigidas hasta ahora al Estado se juzgan
excesivas. Se pone en bandeja de plata a este último como víctima de
recortes en su autonomía para dictar políticas macroeconómicas, su
poder de coordinación jerárquica se debilita, se reclama el protago-
nismo de la sociedad civil y se busca la participación de la ciudadanía
en la adquisición de derechos condicionados, con el principal objetivo
de lograr una coartada ante los fallos que el sistema pudiera tener. Se
busca un Estado descarnado en pos de la competitividad económica,
en la que la redistribución, la desmercantilización y la búsqueda de la
igualdad de condiciones pierden su papel determinante. Al proyecto
socialdemócrata se le despoja de esta manera de su canal principal
para el logro de legitimidad, cual es el de procurar a la ciudadanía
protección ante los riesgos del mercado, viéndose obligado a buscar
otros canales relacionados con las atribuciones de un Estado mínimo.
Mientras tanto, las normas de decisión racional son las dictadas por
criterios de cariz neoliberal.
Los autores que han dado nombre y han teorizado sobre este nue-
vo modelo de Estado han observado elementos comunes, indicativos
de la uniformidad de los cambios. Tanto los modelos planteados por
Philip Cerny, Philip Bobbit y Bob Jessop, así como la teorización de
tercera vía de Anthony Giddens recogen la adaptación a las cam-
biantes condiciones estructurales traídas por la globalización. En el
intento para que las actividades económicas sean más competitivas
en todos los ámbitos, trata de reducir el gasto gubernamental, de
desregular los mercados financieros, de poner el énfasis en el control
de la inflación, en el monetarismo neoliberal, en la protección de la
competición justa, etc. En última instancia, todo ello lleva a una adap-
tación de las funciones del Estado, que debe actuar como un agente
mercantilizador que ponga el máximo de actividades posibles dentro
del mercado. Por ello, tras el abandono de ámbitos de mejora en el

181
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

bienestar de los ciudadanos, el Estado debe cambiar un elemento


crucial en la base de su legitimación; la seguridad alejada del ámbito
social pasa a ser un elemento importante en lo referente al logro de
legitimidad y uno de los objetivos primordiales será la maximización
de las oportunidades de los ciudadanos; el gasto de bienestar debe
poder justificarse como instrumento que, en última instancia, pueda
favorecer las opciones de crecimiento.
En este contexto pueden enmarcarse las estrategias de tercera vía
europeas. Se convierte éste en un término asible que permite pedir
que se considere que su tratamiento de las dimensiones del Estado
de bienestar es paralelo, tanto en los países que han abrazado la
tercera vía como en los que la han repudiado. Sin embargo, la estra-
tegia de adaptación dentro de la socialdemocracia europea es plural,
ya que incluso el acercamiento a postulados más liberales dentro de
los partidos socialdemócratas han venido acompañados en su propio
seno por pugnas internas, o se ha dado la combinación de puntos de
vista más ortodoxos con otros más audaces en el intento de renova-
ción de las políticas progresistas. Las terceras vías no son por tanto
una manipulación para ganar al electorado de centro, un medio para
ganar las elecciones, sino que es una ocupación del centro derivada
de la solidificación de un determinado modelo de Estado, como con-
secuencia de la labor del discurso hegemónico.

10.2 Elaboración de un nuevo discurso socialdemócrata

Una vez que la socialdemocracia se ubica en el «centro político» gra-


cias a la asunción del modelo de Estado al que nos referimos, claudica
en una serie de ámbitos definitorios, los mismos que han permitido
reforzar el discurso hegemónico. Iniciando el giro al «centro», la so-
cialdemocracia ha optado por «golpearse a sí misma» (Zizek, 2000b)1,
es decir, que atacando al Estado de bienestar, se separa del elemento

1
Zizek habla de situaciones de elección forzada, el sujeto toma la elección «loca»,
imposible de, en cierto modo, «golpearse a sí mismo», o a aquello que tiene mayor
valor para él. Este acto, lejos de ser equiparable a un caso de agresividad impotente
contra uno mismo, cambia las coordenadas de la situación en que se encuentra el suje-
to: al separarse del precioso objeto a través de cuya posición el enemigo lo mantenía
bajo control, el sujeto adquiere el espacio de libre acción (Zizek, 2000b: 134).

182
Capítulo 10. Conclusiones

que lastraba su discurso y le impedía ganar posiciones –a la dere-


cha– bajo el manto del discurso de la globalización. Los discursos de
la Gobernanza Progresista y la Internacional Socialista recogen esta
tendencia y esconden lo que el Estado de bienestar debería ser en
realidad para cualquier proyecto de izquierda. Precisamente, la rede-
finición de los postulados de la socialdemocracia en este ámbito es
determinante porque debe lograrse una posición con capacidad de
influencia internacional para poder verter ideas a los partidos social-
demócratas y para que puedan suponer un punto de referencia en las
reflexiones sobre el futuro de la socialdemocracia.
En principio, el análisis socialdemócrata de la dinámica de la econo-
mía capitalista debería incidir en por qué algunas personas se encuen-
tran en inferioridad de condiciones a la hora de beneficiarse de ciertas
relaciones productivas. Pero en los discursos de la Gobernanza Progre-
sista y la Internacional Socialista analizados, se «disfrazan» los concep-
tos dándoles la apariencia de socialdemócratas, cuando de su propio
análisis puede derivarse que los canales para alcanzar objetivos más
«esenciales» están cercenados. La igualdad ligada a la ciudadanía so-
cial que debería reivindicar la socialdemocracia se sustituye por «igual-
dad de oportunidades», en un contexto en el que no se contempla de
ninguna manera ampliar las actividades fuera del mercado mediante la
desmercantilización y en donde objetivos como la redistribución pasan
a un segundo plano. La defensa más categórica de la solidaridad y la
justicia es relacionada con el Tercer Mundo, factor que sin duda pue-
de ser fácilmente asumido por cualquier opción política. Por tanto, el
tipo de justicia social, igualdad, etc., al que se apela difícilmente podrá
diferenciarse de cualquier otra opción política que solamente busque
un Estado de bienestar mínimo que vele por la cohesión social. Ade-
más de lo anterior, se deja en un segundo plano o se evita analizar los
perjuicios de la globalización económica y el neoliberalismo, cuando
su actitud como alternativa socialdemócrata debería configurar a este
último como antagonista político. Con la expulsión de la idea del Esta-
do de bienestar del debate político, desaparece una de las bases para
el diseño de una visión transformadora sociopolítica capaz de lograr
una movilización del electorado de izquierda alrededor de una idea de
bienestar alejada de normas neoliberales. De este modo, la socialde-
mocracia también abandona el diseño de una sociedad alternativa que
le permita plantear una determinada «visión del mundo».

183
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

En general, la globalización como «punto nodal» ha logrado ex-


tender su manto de invisibilidad al Estado que ha emergido, al que
aún no se le ha concedido unánimemente un «nombre» mediante el
cual pudiera ser asible y, por ende, cuestionado. También de esta
manera se minimiza su importancia en cuanto a su papel en la elabo-
ración de alternativas antagónicas. La situación de adopción del mo-
delo de Estado de bienestar de competición sin discusión ha llevado
en la actualidad a la expulsión de la dicotomía izquierda-derecha
fuera del ámbito de la idea de Estado keynesiano, con lo cual se
impide la elaboración de proyectos de ingeniería social de izquierda
creíbles y con opciones, y la pugna política se traslada a ámbitos
menos trascendentales. Esta situación sojuzga a las opciones de iz-
quierda, que deberían buscar una solución más global a problemas
que van surgiendo como consecuencia de un Estado de competi-
ción: precariedad laboral derivada del trabajo flexible, difícil acceso
a la vivienda, fin de la movilidad social, progresiva desaparición de la
clase media, universitarios mileuristas, etc., problemas que «aún» no
son objeto de una elaboración ideológica sólida hasta que los afec-
tados no sean capaces de alzar todavía más su voz. Mientras tanto,
parece que el Estado basado en la competición económica aún se
apoya en los remanentes de legitimidad de un imaginario social he-
redero del Estado de bienestar keynesiano, evocando una situación
de equilibrio social en torno a una coyuntura que ya no existe.
Además, las diferentes tradiciones ideológicas se encuentran con
que es difícil construir una alternativa con la que apelar al electorado
y recurren a reivindicaciones basadas en situaciones puntuales que,
sin duda, ayudan en algunos casos a desacreditar la política a ojos de
la ciudadanía. También hay que tener en cuenta el papel de los parti-
dos políticos como cauces o canales para recoger demandas, ya que
la globalización los ha «impermeabilizado» de demandas «poco orto-
doxas»; a su vez, la opinión pública ha ido abandonando la idea de la
importancia del Estado para la satisfacción de dichas demandas. De
esta forma, la estrategia del punto nodal «globalización», para apare-
cer como «apolítico», logra amordazar lo políticamente relevante a la
hora de negociar lo que se pide y lo que se concede.
El discurso socialdemócrata, por tanto, claudica y no puede dife-
renciarse de otras opciones, no puede configurar un antagonista, ni
ser tratado como tal. Las directrices que puede ofrecer al electorado

184
Capítulo 10. Conclusiones

en una ubicación izquierda-derecha son poco significativas, ya que


la socialdemocracia se ve obligada a redefinirse mediante variables
marginales que probablemente puedan ser asumidas por votantes de
variado signo político. El problema que subyace detrás de todo esto
es que, una vez más, es difícil que con estos resortes un proyecto de
izquierda desvele el carácter contingente del discurso hegemónico.
El cambio sólo se dará si se considera que el cambio puede darse,
que el escenario puede transformarse.
De esta manera, las demandas no satisfechas podrían derivarse ha-
cia opciones populistas ante la consideración de que no hay alternativa
al statu quo establecido. Por otro lado, supone que las diferencias en-
tre las opciones del espectro político se localicen en un margen muy
estrecho y que las diferencias entre derecha e izquierda sean aún más
relacionales, alejándose de lo esencial. Según Saussure (1983), el signi-
ficado depende de la relación entre los diferentes elementos del siste-
ma, es decir, las palabras no significan en virtud de sus referentes, sino
en relación con otras palabras; los términos justicia, igualdad, etc., no
serían conceptos absolutos, sino referidos al contexto, condicionados
por las presiones globalizadoras, teniendo en cuenta que el eje refe-
rencial esencial lo marca un Estado con atribuciones e instrumentos
adaptados. El discurso hegemónico ha logrado la «condensación» de
esta forma y como consecuencia puede construirse una alternativa de
dicotomía en torno a una confrontación de «ideales», pero sin discutir
los instrumentos con lo que podrían articularse, lo que en gran medida
vacía de sentido dicha confrontación. El discurso hegemónico vuelve a
reforzarse porque sigue habiendo debate político, pero solamente en
los términos desvirtuados impuestos por aquél.
En otro orden de cosas, para los autores del análisis del discurso,
la vigencia de un discurso sólo es posible gracias a la existencia de
un sujeto histórico que se convierte en su principal valedor. Un sujeto
histórico es aquel que tiene la capacidad para «temporalizar» la histo-
ria y establecer fronteras «espaciales», es decir, que es capaz de con-
vertir el devenir político en una sucesión discontinua de momentos
históricos donde se establece una tensión dialéctica entre dos sujetos
que pugnan por la hegemonía del discurso social y el cambio político
sustantivo (Moreno, 2005).
En concreto, Laclau reflexiona ampliamente sobre la posibilidad de
un discurso alternativo a la globalización. Hay que tener constancia

185
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

de que el marco es el resultado de articulaciones hegemónicas con-


tingentes, por lo que las relaciones entre sus elementos componentes
resultan esencialmente inestables y son constantemente desplazadas
por intervenciones históricas contingentes (Laclau, 2000a: 292). Este
autor, en contra de los que creen que el cambio puede darse gracias
a un «gradualismo», cree que dicho cambio en la izquierda pasa nece-
sariamente por una transformación en el imaginario social más global
que no se disuelva en particularismos: si se establece una relación de
equivalencia entre una pluralidad de demandas sociales, la satisfac-
ción de cualquiera de ellas dependerá de la construcción de un ima-
ginario social más global, y sus efectos serán mucho más sistémicos
de lo que se podría conseguir mediante un mero gradualismo (Laclau,
2000b: 199-200) 2.
El cambio se hace más difícil porque, cuanto más extendida es
la cadena equivalencial, menos «natural» se vuelve la articulación
entre sus eslabones y más inestable es la identificación del enemi-
go (aquello que está del otro lado de la frontera), y, cuando existe
una equivalencia entre una multiplicidad de demandas heterogé-
neas, determinar cuál es el objetivo y contra quién se lucha es
más complicado (Laclau, 2005a: 287). Además, como las grandes
narrativas emancipatorias del pasado están en declive, no es fácil
encontrar discursos universalizantes capaces de llevar a cabo una
función de equivalencia. Precisamente, la tarea fundamental de la
izquierda es construir lenguajes capaces de proveer ese elemento
de universalidad que permite establecer vínculos de equivalencia
(Laclau, 2000b: 210)3.
Mientras tanto, lo que ocurre puede explicarse viendo el desarro-
llo de lo que Laclau entiende por «lógica de la diferencia». El discurso
neoliberal lleva a cabo una operación hegemónica que absorbe trans-
formísticamente algunas de las demandas que se le oponen. Rompe
la cadena de equivalencias, es decir, la relación de equivalencia de

Advierte este autor también que la hegemonía no puede fundarse en una estra-
2

tegia puramente defensiva (Laclau, 2000b: 213).


3
Laclau destaca un dilema político fundamental de nuestra época: ¿la prolifera-
ción de nuevos actores sociales extenderá las cadenas de equivalencia que permi-
tirán el surgimiento de voluntades colectivas más fuertes, o se disolverán en meros
particularismos que el sistema podrá integrar y subordinar más fácilmente? (Laclau,
2000b: 212).

186
Capítulo 10. Conclusiones

una demanda con el resto; particulariza las demandas neutralizando


su capacidad de equivalencia. Así, también logra desestabilizar la
frontera que lo separa del resto de la sociedad4.
Laclau no contempla un sujeto puro que pueda ir contra la glo-
balización, ya que siempre están sobredeterminados por las lógicas
equivalenciales, es decir, la heterogeneidad de la demanda respecto
de la situación existente rara vez va a estar confinada a un contenido
específico, desde su mismo comienzo va a estar altamente sobre-
determinada (Laclau, 2005a: 288). Se plantea un interrogante que
puede ayudarnos a desvelar las características del sujeto político.
Las teorías clásicas de emancipación postularon la homogeneidad
última de los agentes sociales que debían emanciparse, o la unidad
de la voluntad del pueblo; hoy, por el contrario, tendemos a hablar
de emancipaciones (en plural), que comienzan a partir de una diver-
sidad de reclamos sociales, y a identificar la práctica democrática
con el consenso negociado entre una pluralidad de actores sociales
(Butler, Laclau, Zizek, 2000: 13-14). Las dislocaciones inherentes a
las relaciones en el mundo en que vivimos son más profundas que
en el pasado, por lo que las categorías que entonces sintetizaban la
experiencia social se están tornando crecientemente obsoletas. Es
necesario reconceptualizar la autonomía de las demandas sociales,
la lógica de la articulación y la naturaleza de las entidades colec-
tivas que resultan de ellas. Para ello introduce una idea como la
de «pueblo», ya que ayuda a presentar a otras categorías –como
la de clase– como simples formas particulares y contingentes de
articular las demandas, y no como un núcleo primordial a partir del
cual podría explicarse la naturaleza de las demandas mismas (Laclau,
2005a: 309). La alternativa puede ser posible, ya que mediante la
acción política tenemos que construir las mismas entidades sociales
que deben ser emancipadas (Laclau, 2000a: 305).

4
En opinión de Laclau, una dimensión de universalidad está ya operando en los
discursos que organizan demandas particulares y políticas con objetivos precisos,
pero es una universalidad implícita y no desarrollada, que no puede proponerse a sí
misma como un conjunto de símbolos capaz de despertar la imaginación de vastos
sectores de la población (Laclau, 2000a: 306).

187
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

10.3 ¿Hacia una nueva lógica hegemónica?

Como se ha afirmado anteriormente, la globalización, mediante el


desempeño de su función de punto nodal, ha conseguido que los
procesos que tutela se presenten como apolíticos. La base mediante
la que lo logra es la creencia de la necesaria solidificación del discurso
hegemónico como resultado de los límites estructurales económicos
impuestos. Paralelamente a lo que ocurría con el keynesianismo, que
favorecía al discurso socialdemócrata, ahora la nueva construcción fa-
vorece al centro-derecha, y el discurso hegemónico ha logrado que
aparezca como natural la relación entre estos límites económicos es-
tructurales y, en última instancia, el modelo de Estado. Es precisa-
mente este último factor el que ha sido el cauce que han utilizado los
agentes de la perspectiva liberal-conservadora para la fijación parcial
del significado, condensando en torno a él un gran número de signi-
ficantes flotantes. Mediante la «lógica de la diferencia», desplaza y
debilita al discurso de izquierda, relegando la división a los márgenes
de la sociedad. En otras palabras, el discurso hegemónico disuelve
un discurso equivalente, desplazando las diferencias a un exterior
constitutivo, es decir, un discurso socialdemócrata que defienda sus
valores no es un antagonista, sino un despropósito. Recordemos que
este exterior constitutivo también funciona como prerrequisito para
la construcción de la identidad del discurso, sus límites se edifican en
referencia a este exterior amenazante, es más, la contingencia y la
articulación son posibles porque ninguna formación discursiva es una
totalidad suturada, siempre hay un exterior discursivo que la deforma
y le impide suturarse, así pierde su carácter necesario; pero de esta
manera se rebaja su posibilidad de ser un competidor alternativo.
Aunque la dinámica de la propia «lógica de la diferencia» amenaza de
alguna manera la estabilidad del propio discurso. Según Laclau (2005a),
si un discurso que pretende ser hegemónico no puede diferenciarse
a sí mismo de cualquier otra cosa, no puede totalizarse. La creación,
mediante una «lógica de equivalencia», de un colectivo que acecha a
la construcción hegemónica permite formar colectivos en defensa del
discurso hegemónico, y para que su articulación se verifique debe darse
un enfrentamiento con prácticas articulatorias antagónicas. Sin embar-
go, las posibles alternativas se envían al exterior discursivo, que está
compuesto, por un lado, de los elementos que daban forma al anterior

188
Capítulo 10. Conclusiones

Estado de bienestar y, por otro, de un neoliberalismo crudo. Mediante


la clara identificación de estos dos elementos, el discurso aparece como
una totalidad suturada, pero tiene el peligro de que no pueden cons-
truirse dichos colectivos en su defensa, los cuales en última instancia
puedan proporcionar una dinámica amigo-enemigo. Por el contrario,
mediante una lógica de equivalencia se anularía toda positividad del
objeto, pero se daría una existencia real al antagonismo.
Es cierto que el discurso hegemónico ha conseguido minimizar los
discursos de resistencia, pero también puede ser vulnerable a una nue-
va dislocación que deje en evidencia lo contingente de su estructura
discursiva que hasta ahora aparece como necesaria. Una proverbial dis-
locación interrumpiría el discurso y crearía una carencia de significado
que estimularía nuevas construcciones discursivas que intentarían sutu-
rar dicha estructura dislocada, es decir, los «elementos» o «significantes
flotantes» que articulan el discurso hegemónico quedarían al descubier-
to. Para ello sería necesaria la aparición de nuevos acontecimientos que
no pudieran ser domesticados dentro del discurso y que tuvieran rela-
ción con el modelo de Estado instaurado. Una alternativa sería que las
condiciones de degradación social alcanzaran niveles insostenibles, con
lo que estallaría una crisis social que obligaría a considerar una nueva
rearticulación y daría validez a un discurso de izquierda alternativo.
El planteamiento de los defensores de la fuerza de la «multitud»,
Hardt y Negri (2006), inciden en el mencionado punto nodal «globali-
zación» como medio para dinamitarla desde dentro; es decir, defien-
den que la situación de bloqueo en que se hayan sectores desfavo-
recidos del mundo puede constituirse en semilla para un cambio que
pueda desvelar el carácter contingente de la situación establecida.
Estos sectores desfavorecidos, con tendencia natural al movimiento y
a la superación de barreras, tienen en todo el mundo un carácter re-
belde que puede llegar a suponer el advenimiento de una ciudadanía
global, una sociedad auténticamente democrática. Sin embargo, es
importante destacar la dificultad del carácter verdaderamente eman-
cipador de estos movimientos, sobre todo por su carencia de organi-
zación y canales de representación5.

5
Además, el hecho de que las víctimas del Imperio, que se disponen a iniciar un
éxodo, se hayan visto obligadas a hacerlo, no quiere decir que estén imbuidos del
ansia de escapar de él y de su poder, sino precisamente todo lo contrario, quieren
beneficiarse de ello al igual que lo hacen lo situados en países privilegiados. Aunque

189
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

Por otro lado, Held (2005) pide un cambio en el punto nodal, so-
licitando más política con sus ideas de democracia cosmopolita. Pre-
tende la domesticación de los efectos perversos de la globalización
siempre desde la creencia de que el cambio es posible, ya que está
en manos de la ciudadanía. Después de descifrar el entramado insti-
tucional por el que los individuos debemos navegar, pretende sentar
las bases para que todos los organismos actúen acompasadamente,
con el objetivo último de lograr un sistema que siga los criterios per-
tinentes para el logro de una socialdemocracia mundial.
El nuevo imaginario social que requiere Laclau solicita la elabora-
ción de un discurso que pueda sustituir la cadena de equivalencias
asociada al punto nodal, para revertir la situación actual y desvelar el
carácter contingente del discurso neoliberal. Busca la construcción
política de las identidades que deben emanciparse, estableciendo
nuevas redes de equivalencias y subvirtiendo el discurso actual.
Estos dos últimos planteamientos afrontan una alternativa a la glo-
balización solicitando un vuelco, un cambio en el punto nodal, si bien
en diferentes grados. Held pide un cambio más gradual, mientras que
Laclau busca un cambio en el fundamento. Mientras, Hardt y Negri
confían en que sea el propio sistema el que estalle de forma automá-
tica, no política.
En cuanto a los discursos analizados, los correspondientes a la Go-
bernanza Progresista y la Internacional Socialista, puede observarse
que el primero de ellos incide en el punto nodal «globalización», sin
intentar desarrollar una cadena de equivalencias alternativa. Así, los
significantes flotantes a los que apela (justicia social, solidaridad…) si-
guen irremediablemente encadenados en la lógica hegemónica de la
globalización. La Red de Gobernanza Progresista somete su discurso
a la globalización, evitando intencionadamente tratar de domarlo y
limitándose a tratar de corregir ligeramente su rumbo. Por otro lado,
en el discurso de la Internacional Socialista, tampoco se produce un
cambio en el punto nodal «globalización»; aunque subrayan que el
mercado no es todopoderoso, su discurso no es lo suficientemen-
te efectivo como para crear un nuevo punto nodal, para lograr una

es cierto que paradójicamente, indirectamente, pueden actuar como revulsivo: las


áreas expulsadas del «Imperio» generan individuos que pudieran acabar con él o,
por lo menos, ayudar a esbozar una alternativa a él, cuando su verdadero objetivo es
disfrutar de lo que ofrece.

190
Capítulo 10. Conclusiones

transición, una lógica equivalencial que pudiera obligar a desbancar


el discurso hegemónico. En definitiva, ninguno de los dos discursos
busca una cambio pronunciado; ambos se someten a la globalización,
si bien en grados diferentes.
En cualquier caso, tras la dislocación, sería necesario revertir la ló-
gica de la diferencia instaurada por el discurso hegemónico de cen-
tro-derecha mediante la definición de un nuevo sujeto de izquierda
y de una adecuada formación de fronteras que divida el espacio po-
lítico en dos campos antagonistas. La cadena de equivalencias debe
aglutinar particularidades, y una de ellas debe representar lo universal
que yace en todas, es decir, cada particularismo debería represen-
tar la misma universalidad, debería ser intercambiable dentro de los
eslabones de la cadena de equivalencias con el objetivo último de
plantear una alternativa. Para ello, las demandas sociales socialde-
mócratas deben ser conducidas a una forma de unidad a través de
articulaciones políticas equivalenciales que las conduzca a una po-
sición de contrario con respecto al discurso hegemónico; dicho de
otra manera, deben tratar de crearse lazos equivalenciales entre de-
mandas sociales heterogéneas de izquierda creando una articulación
entre ellas que pueda crear una posición de enemigo-antagonista. Es
la única manera de construir una alternativa a la situación establecida,
revelando así el carácter contingente del discurso hegemónico de la
globalización. Esta expansión de los sistemas de equivalencias debe
articularse en torno a la denuncia de la mercantilización y en pos de
los derechos sociales de aquellos que se han quedado fuera de las
relaciones productivas o bien de los que se encuentran en situación
precaria dentro de ellas. Pero por ahora, las particularidades son di-
visibles y ocultadas por el discurso hegemónico, las demandas tienen
una entidad menor y la resistencia no aparece como lucha colectiva;
es difícil crear una identidad de sujeto de izquierda que pueda arti-
cular un mensaje emancipador. La lógica de la diferencia del discurso
hegemónico no ha dejado de ser efectiva en el establecimiento de
«particularidades», y en este contexto es difícil que se produzcan sig-
nificantes vacíos.
La perspectiva dominante aparece suturada mediante la articula-
ción de un discurso que parece de «sentido común», aceptándose sus
afirmaciones como «verdad», y ha logrado blindar todos los elemen-
tos en la configuración de un nuevo modelo de Estado, como variable

191
El giro al centro y la izquierda descabalgada
ante los nuevos modelos de Estado

dependiente pero fundamental de la globalización. Será más proba-


ble que los disensos en la política se produzcan en ámbitos alejados
de este último diseño. El énfasis en estas otras variables encaja en un
sistema que busca nuevas fuentes de legitimidad en factores que no
son los relacionados con los riesgos a los que los ciudadanos tienen
que enfrentarse por las exigencias de la globalización.

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Otros títulos de la colección
pensamiento del presente

María Tellería Aquilino Cayuela Cayuela


Los medios de comunicación ¿Providencia o destino? Ética
al servicio del poder y razón universal en Tomás de
Aquino
prólogo de adela cortina

Eugenio Trías, Juan J. Tamayo Francisco Tomás Verdú


y otros Miguel Servet. Astrología,
Diferencias de religión. hermetismo, medicina
El verdadero obstáculo para
la paz

Domingo Cía Lamana Cecilio Lapresta


Narración y pensamiento. Identidad y lengua.
Hacia un nuevo paradigma del Implicaciones en contextos
saber pluriculturales
prólogo de eugenio trías

Ana Mar Fernández Pasarín Pilar Iranzo


Europa como opción histórica. Innovando en educación.
La Unión y la Presidencia de Formarse para cambiar: un
su Consejo viaje personal
prólogo de francesc morata
(catedrático jean monnet)

Enrique Encabo Saturnino Pesquero


Música y nacionalismos Joan Miró: la intencionalidad
en España. El arte en la era de oculta de su vida y obra
la ideología
premio mario vargas llosa 2005

F. Javier González Martín Sabino de Juan López


El fin del mito masculino. Thomas Hobbes. O la unidad
La entrada en el siglo de la de naturaleza y sociedad
mujer
prólogo de rosa regás

Ana María García Campello José Javier Orosa


El Líbano. La incrustación de El Marketing de los partidos
un Estado-nación políticos. La lucha por el
poder
José Manuel Ochoa de la Francisco J. González
Torre Envejecer es bueno para
Ciudad, vegetación e impacto la salud. El secreto de la
climático. El confort en los longevidad
espacios urbanos prólogo de ramón sánchez-
ocaña

Begoña Vicuña Castrejón Denyz Luz Molina


Entre la curación y la sanación. Hacia una educación integral.
El médico de cabecera y su Los elementos clave en la
relación clínico-humanista con escuela de la vida
los pacientes

Rafael Cerrato Salas Montserrat Riba (ed.)


Desde el corazón de Irán. Los Pautas prácticas para una
bahá’is: la esperanza oprimida dieta sana. Alimentación y
juventud

Autores Varios Eduardo Serrano


Sentido e historia. Shoghi La abundancia que crea
Effendi (1897-1957): el gran escasez. ¿Por qué pervive el
visionario de nuestro presente capitalismo?

Maria Lluïsa Oliveres Pilar Paricio (coord.)


El riesgo de creer. Campañas y comnunicación
Escritos sobre la fe y la institucional para la
vida (2000-2008) prevención de la drogadicción
prólogo de j. ignacio
gonzález faus

Edgard Porto Fernando Condesso


Un mundo de desigualdades. Desarrollo y cohesión en la
¿Qué desarrollo económico Península Ibérica. El problema
estamos promoviendo? de la ordenación territorial

Gloria Martín Sonia Valle


La Teoría de la Elección Cibercultura y civilización
Social. ¿Qué factores motivan universal. Hacia un nuevo
nuestras decisiones orden cultural
y cómo repercuten en
nuestras vidas?
Luís Ulloa Enrique Carretero Pasín
La Europa cooperante. El orden social en la
¿Qué hacemos para posmodernidad. Ideología
ayudar a Latinoamérica? e imaginario social

Matías González y Carlos Teixeira


Carmelo León Los niños consumistas. ¿Cómo
Turismo sostenible y convertirlos en compradores
bienestar social. ¿Cómo responsables?
innovar esta industria
global?

M. Carmen Riu de Martín Ángel Bustos


El problema Espanya- ¿Cómo evitar el fracaso
Catalunya segons els grans escolar? Estrategias de
pensadors. Miguel de solución
Unamuno, José
Ortega y Gasset i Eugeni
d’Ors

Marta Gil Lacruz Julián Pérez Fernández


El laberinto de la salud Motivar en Secundaria. El
pública. Premio Conde teatro: una herramienta eficaz
Aranda de Participación
Ciudadana

Autores Varios Saturnino Pesquero


Plantándole cara a la La pintura religiosa de
depresión. ¿Cómo Leonardo. Su legado
prevenirla y superarla? humanista y cristiano

Pilar Paricio Esteban (coord.) Pablo Rico


La prevención de las La arquitectura del orden
drogodependencias. Los cósmico. ¿Qué es el Feng
medios de comunicación: Shui?
cómplices necesarios

Javier Moreno Pampliega Autores Varios


Muchas religiones, una El curso de la historia. Claves
verdad. ¿Podemos creer aún? de razón histórico-política

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