Jacques Revel - Un itinerario historiográfico
Jacques Revel - Un itinerario historiográfico
Jacques Revel - Un itinerario historiográfico
J R **
jacques.revel@ehess.fr
Resumen
En este artículo, el destacado historiador francés Jacques Revel desarrolla
una reflexión personal sobre los cambios que la ciencia histórica sufrió en los
últimos cincuenta años. Basado en su vasta experiencia profesional, Revel
analiza el impacto que distintas vertientes de las ciencias sociales tuvieron
en la investigación histórica desde la década de 1960 : el estructuralismo, los
Annales y la «historia total» de la escuela francesa, el linguistic turn anglo-
americano, la microhistoria italiana, y el trabajo de investigación en redes,
entre otras. El texto finaliza con una invitación a reflexionar sobre el impacto
que la globalización y las nuevas versiones de «historia global» han tenido
desde los años noventa para la ciencia histórica.
Abstract
In this brief note, renowned French historian Jacques Revel puts forward
his personal outlook on the changes in historiography in the last half century.
Based on his vast professional experience, Revel traces the impact that dif-
ferent currents in the social sciences had on historical research since the 1960s,
as exemplified in structuralism, the Annales school and French histoire totale ;
the Anglo American linguistic turn, Italian microhistory, and social network
theory, among others. As a final observation, the author suggests the need to
ponder on the consequences that globalization and new versions of « global
history » have had on historical theory and practice since the last decades of
the twentieth century.
1
N. L , Thucydide n’est pas un collègue, en Quaderni di Storia, 12, 1980, pp. 55-81.
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idea de una historia finalmente sustraída a las lógicas del relato, la construc-
ción de objetos razonados, la posibilidad de una experimentación voluntarista,
la producción de resultados acumulables. En una palabra, una agenda que
finalmente adaptaría la disciplina a las reglas de la práctica científica común
o a lo que se suponía que ella era2. En esos años de fuertes convicciones cien-
tificistas –estábamos todavía en el apogeo del estructuralismo–, la historia
parecía querer ponerse al día de un retraso que los críticos no habían dejado
de denunciar desde el principio de siglo3. Conducida por esas certezas, la dis-
ciplina no reconocía fronteras; se hablaba de una historia “ global”, total, y el
territorio del historiador, para retomar la imagen significativa de Emmanuel
Le Roy Ladurie, aparecía entonces como ilimitado.
Diez años más tarde, quedaba poco de ese optimismo voluntarista. No
porque los resultados empíricos no hayan estado a la altura de las promesas
metodológicas; al contrario: eran abundantes y forman todavía una parte
decisiva de lo que conocemos de las sociedades antiguas, al menos desde los
últimos siglos de la Edad Media. No; el problema radicaba en el marco episte-
mológico en el que supuestamente se integraban esos resultados. Cuando apa-
reció, en 1971, el ensayo corrosivo de Paul Veyne, Cómo se escribe la historia,
fue recibido, y es lo menos que se puede decir, con reticencia. Nutrido con
una bibliografía historiográfica y filosófica que nos era ajena, en lo esencial,
invitaba enérgicamente a los historiadores a revisar a la baja sus ambiciones
científicas4. Cuando el libro se publicó, todavía era posible ignorarlo. Algunos
años más tarde, el sentimiento de malestar se había impuesto ampliamente.
Algunos se arriesgaban a hablar de crisis o de “crisis” entre comillas, otros,
más prudentes expresaban dudas o inquietudes. No acordaremos demasiada
importancia a esas variaciones semánticas y retendremos que, en el curso de
los años ‘70, la disciplina entró en una zona de fuertes turbulencias, de las
que, verdaderamente, no ha salido cuarenta años después. Esta secuencia no
es propia de la historiografía francesa –aun cuando haya sido particularmente
sentida en Francia, allí donde la inversión en una historia verdaderamente
2
F. F , “L’Histoire quantitative et la construction du fait historique”, en Annales ESC,
26, 1, 1971, pp. 63-75.
3
Es preciso recordar, sobre este punto, el artículo clásico de F. S , “Méthode histo-
rique et science sociale”, Revue de Synthèse historique, 6, 17, 1903, pp. 1-22, 129-157.
4
P. V , Comment on écrit l’histoire. Essai d’épistémologie historique, Paris, Ed. du
Seuil, 1971
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5
Cf. el número especial de la American Historical Review, 117, 3, 2012, parcialmente
consagrado a los “Turns”, pp. 671-793
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6
J. F. L , La Condition postmoderne. Rapport sur le savoir, Paris, Ed. de Minuit,
1979.
7
F. D et D. M , Dans quelle société vivons-nous?, Paris, Ed. du Seuil,
1988, p. 17.
8
K. P , “La crise de l’avenir”, Le Débat, 7, 1980, pp. 5-17, publicado también en Sur
l’histoire, Paris, Gallimard, 1999, pp. 233-262; F. H , Régimes d’historicité. Présentisme
et expérience du temps, Paris, Ed. du Seuil, 2003.
9
R. K , Le futur passé. Contribution à la sémantique des temps historiques
(1979), traducción francesa, Paris, Editions de l’Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales,
1990.
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10
J. C. P , Le Raisonnement sociologique. L’espace non-popperien du raison-
nement naturel, Paris, Nathan, 1991 (2e edición revisada y aumentada, Paris, Albin Michel,
2006).
11
¿Es necesario recordar que ese debate no es nuevo? Ese mismo debate movilizaba, pero
con un nivel distinto de exigencia epistemológica, a científicos, filósofos e historiadores de
las ciencias a principio del siglo XX.
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Quizás sería razonable retener de ello una versión modesta: en las turbulencias
que atraviesan, las ciencias sociales, y la historia con ellas, son mucho menos
portadoras de teorías generales, de grandes programas y de grandes relatos de
lo que lo eran antes. Se vuelven más bien, hacia formas de experimentación
que no son necesariamente espectaculares pero que dan a sus autores la posi-
bilidad de poner a prueba sus instrumentos de análisis y sus procedimientos,
los formatos y los géneros acostumbrados de la investigación. El paisaje de
la investigación es, sin ninguna duda, menos fácilmente legible hoy pero es
mucho más rico en iniciativas.
Por otro lado, ¿medimos hasta qué punto las condiciones prácticas de
nuestro antiguo oficio han cambiado? No sólo pienso aquí en el bagaje técnico
y en las posibilidades de recopilación y de tratamiento de los datos que pone a
disposición de los investigadores y que no podría ser descuidado. Es impres-
cindible considerar también la parte de los dispositivos mismos de la investi-
gación. No es que se haya salido de nada, más vale: en Francia, la organización
del trabajo colectivo y la práctica de las investigaciones colectivas constituyen
prácticas probadas desde hace mucho tiempo del mismo modo en que, a escala
internacional, lo han sido los programas de investigación sobre los precios.
Estas formas estaban mucho más vivas, por otro lado, en los años ‘50-’70 de lo
que lo están hoy. Pero lo que, sin duda, se transformó profundamente, son las
modalidades de intercambio científico. Las ideas, los libros, los historiadores
circulan como no lo han hecho nunca antes. Ninguno de ellos, es capaz hoy,
de controlar la enorme producción de textos disponibles, incluso limitándose
solo a los campos de su especialización. Podría hablarse, así, de una infor-
mación extensiva allí donde la erudición clásica reposaba, al contrario, sobre
una información intensiva, circunscripta y completamente controlada12. Una
situación como esa no está exenta de riesgos. Pero reconozcamos que nos da
acceso a un incomparable repertorio de datos y de colegas. Por ello, el modelo
dominante no es más el del trabajo individual, durante mucho ofrecido como
ejemplo, ni el del equipo reunido en torno de una investigación sino más bien,
el de la red –o más bien redes– afines a través de las cuales los investigadores
de horizontes, que pueden estar a veces muy alejados unos de otros, encuen-
tran la posibilidad de confrontarse y de compartir. No idealicemos la situación:
12
Sobre este punto, remito, sin compartir todas las expectativas ni las conclusiones, a la
reflexión de F.R. A , “Historiography and Postmodernism”, en History and Theory,
28, 2, 1989, pp. 137-153.
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todos lo sabemos, ella posee sus sesgos y sus trampas. Pero se ha impuesto y
constituye, de ahora en adelante, nuestro paisaje. Solo tenemos que aprender
a extraer el mejor partido de ella y a controlarla lo mejor posible. Tampoco
saquemos la conclusión de que esta circulación acelerada de textos y de datos
debe necesariamente terminar en una suerte de koyne historiográfico. Hasta
ahora, las nuevas condiciones del intercambio no han atenuado los caracteres
distintivos de las historiografías nacionales. Pero es cierto que, porque estamos
mejor informados, lo que se hace en otros lugares forma parte, ahora, de nues-
tro paisaje intelectual. Mejor aún, allí donde continuamos pensando en térmi-
nos de historiografías nacionales, como acabo de hacerlo, podemos observar
el esbozo de otras cartografías con la emergencia de dominios inéditos en el
cruce de intereses, proposiciones y de debates que reúnen a investigadores que,
a menudo, provienen de horizontes diferentes.
Esta exposición a otras investigaciones y, más aún, a otros estilos histo-
riográficos habrá sido una de las chances de mi generación de historiadores y
más aún de las que siguieron. No sólo nos permitió tomar una distancia crítica
en relación con otras maneras de hacer y con otras certezas que habíamos reci-
bidos de nuestra formación. Sobre todo, nos hizo ver que de una misma cues-
tión, eran posible varias aproximaciones, varios tratamientos que construían,
cada vez, un objeto diferente. Esa fue mi experiencia personal en una larga
camaradería con la historiografía italiana, norteamericana y, en los últimos
veinte años, sudamericana. Detrás de esas entidades demasiado abstractas,
debería citar nombres, evocar experiencias. Sólo como ejemplo, retengo una:
para mí fue decisivo el encuentro con la microhistoria, o más precisamente,
con los micro-historiadores italianos en la segunda mitad de los años ‘70. Yo
había sido formado en la tradición de la historia social a la francesa, la que
se asignaba la tarea de trabajar sobre vastos agregados, sobre datos masivos
constituidos en serie sobre largos períodos. Apoyados sobre la excepcional
riqueza de los archivos italianos, Edoardo Grendi, Carlo Ginzburg, Carlo
Poni, Giovanni Levi proponían poner a prueba una estrategia de investiga-
ción enteramente diferente; a partir de un cambio de foco –el paso a la escala
micro–, esperaban poder identificar configuraciones inéditas de lo social, la
identificación de los lazos relacionales y una mejor comprensión de las formas
de la agregación social allí donde se había insistido, hasta ese momento, en las
taxonomías recibidas. Esta estrategia retuvo quizás más la atención en Fran-
cia, en Alemania, en Estados Unidos –aun cuando fuera al precio de algunos
malos-entendidos– porque obligaba a los investigadores a mirar con ojo crítico
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13
E. P. T , The Making of the English Working Class, Londres, V. Gollancz, 1963.
Es preciso recordar que la traducción francesa recién fue publicada en 1988.
14
D. C , Provincializing Europe. Postcolonial Thought and Historical Dif-
ference, Princeton, Princeton University Press, 2000. En una literatura prolífica, los últimos
libros del antropólogo J G retoman ampliamente esta crítica: véase, por ejemplo, The
Theft of History, Cambridge-New York, Cambridge University Press, 2006.
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que es posible desde ahora esperar de esas hipótesis de trabajo17. Nos prepa-
ran para observar con un ojo renovado el mundo histórico. Nos convencen,
en todo caso, de que los recortes espacio-temporales en los que se inscribían
tradicionalmente nuestros estudios ya no bastan para dar cuenta de ellos. Otros
continuarán. Se trata de una cantera abierta, y, hoy, nada puede garantizarnos
que desembocará en un sistema unificado de representaciones. Es posible que
ésa sea una de las lecciones que debemos extraer, al menos provisoriamente,
de la globalización en curso.
En este punto conviene retomar la reflexión sobre las escalas de observa-
ción introducidas, hace cuarenta años, por los micro-historiadores italianos.
¿Es necesario recordar que se trataba, al principio, de una proposición experi-
mental? ¿Acaso con una observación cercana, Ginzburg y Poni, no iban hasta
a hacer del nombre propio, es decir del índice más individual posible, el hilo
rojo que les permitiría reconstruir trayectorias y laberintos relacionales en su
mayor complejidad18? Pero, más generalmente, la operación reposaba sobre
la convicción según la cual a cada escala de observación correspondería una
clase de objetos específicos al mismo tiempo que una organización particular
de lo social –y para nosotros, historiadores, la posibilidad de otra historia–.
El debate no era completamente inédito. Dentro de poco, se cumplirán
setenta años de la publicación de El Mediterráneo de Fernand Braudel, ober-
tura majestuosa de una obra que ha explícitamente colocado en el centro de la
reflexión de los historiadores la preocupación de aprehender las realidades que
estudian a través de marcos analíticos –“la larga duración”, “economía mun-
do”– que los sobrepasan ampliamente y de las que esperamos que permitan
restituirlas en su más justa perspectiva. El historiador mexicano Luis Gonzá-
lez y González no tuvo la reputación imperial que tuvo Braudel. Veinte años
después de él, escribió una de las primeras obras que fue reivindicada como
micro-historia. De un estudio pormenorizado de una comunidad aldeana de
17
Algunos ejemplos exitosos: S. S , Explorations in Connected History.
From the Tagus to the Ganges, Oxford, Oxford University Press, 2005; F. T , The
Familiarity of Strangers. The Sephardic Diaspora, Livorno and Cros-Cultural Trade in the
Early Modern Period, Newhaven, Yale University Press, 2012; A. R , Impressions de
Chine. L’Europe et l’englobement du monde (XVIe-XVIIe siècles), Paris, Fayard, 2016.
18
C. G et C. P , Il nome e il come, cit. El mismo año, Carlo Ginzburg radi-
calizaba la proposición, proponiendo identificar un modo de reconocimiento alternativo a lo
que llamaba el “paradigma galileano” en: “Spie. Radici di un paradigma indiziario”, en A.
G (éd.), Crisi della ragione, Torino, Einaudi, 1979, pp. 1-30.
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19
F. B , La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe II,
Paris, A. Colin, 1949 (2e éd. aumentada, Paris, A. Colin, 1966); L. G G ,
Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, México, Taurus, 1968.
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F. C , “What is the Concept of Globalization Good for? An African Historian’s
Perspective”, en African Affairs, 100,399,2001, pp. 189-213.
21
J. R (éd.), Jeux d’échelles. La micro-analyse à l’expérience, Paris, Gallimard/Ed.
du Seuil, 1996; F. T , “Is There a Future for Italian Microhistory in the Age of Global
History?”, en California Italian Studies, 2.1,2011: http://escholarship.org/uc/ítem/0z94n9hq;
“AHR Conversation: How Size Matters. The Question of Scale in History”, en American
Historical Review, 118,5,2013, pp. 1431-1472.
*
Fecha de recepción del artículo: 15-10-2017. Fecha de aprobación: 22-10-2017.
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